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COMENTARIO

La Tercera Epístola de Juan

Bosquejo
1–2 I. Introducción
1 A. Encabezamiento
2 B. Deseo
3–8 II. Tributo a Gayo
3–4 A. Causa de gozo
5–8 B. Un informe muy agradable
5–6 1. Fidelidad y amor
7–8 2. Brindad hospitalidad
9–10 III. Diótrefes censurado
9 A. Una carta rechazada
10 B. La advertencia de Juan
11–12 IV. Exhortación y recomendación
13–14 V. Conclusión
1
El anciano,
A mi querido amigo Gayo, a quien amo en la verdad.
2
Querido amigo, ruego que goces de buena salud y que te vaya bien, así como a tu alma le va
bien.

I. Introducción
1–2
A. Encabezamiento
1
1. El anciano,
A mi querido amigo Gayo, a quien amo en la verdad.
Esta es la dirección o encabezamiento del sobre, por así decirlo. El escritor se
autodenomina “el anciano” (véase también 2 Jn. 1) y envía su carta a su amigo Gayo. La
dirección, sin embargo, es muy breve, ya que el remitente omite mencionar el lugar de
destino. O sea que, aunque suponemos que Juan residía en Efeso, no sabemos donde vivía
Gayo.
El nombre Gayo aparece con frecuencia en el Nuevo Testamento. Uno de los
acompañantes de Pablo en su viaje desde Macedonia se llamaba Gayo (Hch. 19:29); había
otro Gayo que provenía de Derbe (Hch. 20:4) y había aún otro Gayo, un cristiano de
Corinto (Ro. 16:23; 1 Co. 1:14). Dado que no tenemos ninguna seguridad de que el
destinatario de la epístola de Juan fuese una de estas personas, no debiéramos tratar de
identificarlo.
Juan escribe que ama a Gayo en la verdad (compárese con 2 Jn. 1). La relación entre el
anciano y Gayo era de amor y confianza. Juan menciona dos veces que ama a Gayo,
puesto que una traducción literal del texto dice: “Al amado Gayo, a quien amo en verdad”
(BdA). Gayo es amado por Dios y amado por Juan en razón de la verdad que Gayo profesa.
Esta breve observación aparentemente toma el lugar de un saludo. A diferencia de otras
cartas personales, esta epístola carece del saludo familiar gracia, misericordia y paz o su
equivalente. Después del encabezamiento, Juan expresa un deseo.

B. Deseo
2
2. Querido amigo, ruego que goces de buena salud y que te vaya bien, así como a tu
alma le va bien.
Cuatro veces Juan llama a Gayo “querido amigo” en esta epístola relativamente breve
(vv. 1, 2, 5, 11). En el versículo 2 el formula un sentir que es más un deseo que una
oración. Juan se conforma a la costumbre de su época y le desea al destinatario salud y
prosperidad. El deseo es amplio, puesto que Juan incluye todo. Dice: “Ruego que seas
prosperado en todo respecto y que tengas buena salud” (BdA). Juan se interesa por el
bienestar material y físico de Gayo. Sabe que Gayo está espiritualmente activo, pero Juan
desea que también en los aspectos materiales él pueda tener éxito. Quiere que Gayo
prospere en sus negocios, en su empleo, en sus planes y propósitos.
Juan le desea salud física a Gayo, para que éste pueda funcionar eficientemente en sus
negocios. Siguiendo la costumbre de Jesús (véase, por ejemplo, Mr. 2:9–12; 6:34–44),
Juan se preocupa por las necesidades físicas y espirituales de Gayo. Por sus encuentros
previos y por los informes acerca de él, Juan sabe que Gayo prospera espiritualmente.
Juan escribe: “así como a tu alma le va bien”. Vale decir que Gayo ha progresado más en
lo espiritual que en lo material—y esto es encomiable. Juan, sin embargo, desea que a
Gayo le pueda ir bien tanto en el cuerpo como en el alma.

3
Me alegré mucho cuando algunos hermanos vinieron y hablaron de tu gran fidelidad a la
verdad, y de cómo continúas andando en la verdad. 4 No tengo alegría más grande que oír que mis
hijos andan en la verdad.
5
Querido amigo, tú eres fiel en lo que haces por los hermanos, aunque son desconocidos para
6
ti. Ellos le han contado a la iglesia acerca de tu amor. Harás bien en encaminarlos de una manera
digna de Dios. 7 Fue a causa del Nombre que ellos salieron, sin recibir ayuda de los paganos. 8 Por
lo tanto, debemos brindar hospitalidad a tales hombres para poder trabajar juntos por la verdad.

II. Tributo a Gayo


3–8
A. Causa de gozo
3–4
3. Me alegré mucho cuando algunos hermanos vinieron y hablaron de tu gran
fidelidad a la verdad, y de cómo continúas andando en la verdad. 4. No tengo alegría
más grande que oír que mis hijos andan en la verdad.
a. “Me alegré mucho”. Con este versículo Juan repite el pensamiento, aunque no las
palabras, de 2 Jn. 4: “Me ha ocasionado gran gozo encontrar a algunos de tus hijos
andando en la verdad”.
En la redacción de la carta, Juan sigue la costumbre de su época. En la mayoría de las
epístolas del Nuevo Testamento, los escritores siguen una secuencia de encabezamiento,
saludos y expresiones de agradecimiento. Y aunque Juan omite el saludo; tiene el
encabezamiento y una palabra de alabanza para declarer su gran alegría. Nótese que Juan
usa el tiempo pasado en esta oración para indicar que ha experimentado alegría durante
cierto tiempo.
b. “Cuando algunos hermanos vinieron y hablaron de tu gran fidelidad a la verdad”. El
griego original indica que los hermanos venían con frecuencia a Juan para dar testimonio
acerca del amor y de la fidelidad de Gayo.
¿Quiénes eran estos hermanos? En el versículo 5 Juan alaba a Gayo: “Tú eres fiel en lo
que haces por los hermanos, aunque son desconocidos para ti”. Y en el versículo 8 él
alienta a Gayo a “ser hospitalario con tales hombres”. Se trataba de misioneros itinerantes
que visitaban a Gayo, en cuya casa recibían alojamiento. También habían visitado a
Diótrefes, que a diferencia de Gayo se había negado a recibirlos (v. 9). Y ahora ellos han
llegado hasta Juan con elocuentes palabras de alabanza para Gayo, y de desaprobación
para Diótrefes. En el hogar de Gayo ellos habían experimentado las evidencias del amor
cristiano, que la versión que utilizamos traduce “fidelidad a la verdad”.
c. “Cómo continúas andando en la verdad”. Gayo ha seguido el ejemplo de Jesús (1 Jn.
2:6) y cumplido así con las expectativas que Juan tenía para con su amigo. Por eso Juan le
llama querido amigo “a quien amo en la verdad” (v. 1).
d. “No tengo alegría más grande que oír que mis hijos andan en la verdad”. Juan repite
la palabra alegría pero la califica con el adjetivo más grande. Juan se alegra de oír que
Gayo anda en la verdad. Y tiene una alegría más grande aún cuando llega a enterarse de
que además muchos cristianos hacen lo mismo.
Juan habla de “hijos” no en el sentido de una descendencia física sino de un
nacimiento espiritual. De modo similar, Pablo escribe a los creyentes de Corinto y les dice:
“En Cristo Jesús yo llegué a ser vuestro padre por medio del evangelio” (1 Co. 4:15; véase
también Gá. 4:19). El término hijos incluye al amigo de Juan, Gayo, y a todos los otros
cristianos que han llegado a conocer la verdad mediante el ministerio de la predicación y
de la enseñanza del apóstol.
¿En qué forma le causan estos hijos espirituales gozo y felicidad a Juan? Por su andar
en la verdad. Es decir, andan por el camino de la vida a la luz de la Palabra de Dios (1 Jn.
1:7; 2:9). Ellos obedecen sus mandamientos y reflejan la bonded y gracia de Dios. En
suma, son hijos de la luz.

Palabras, frases y construcciones griegas en 3–4


Versículo 3
ἐρχομένων ἀδελφῶν—la construcción de genitivo absoluto con el participio presente indica
algo que se repite.
σου τῇ ἀληθείᾳ—el caso genitivo σου (tu) es objetivo (la verdad que te afecta), no subjetivo
(la verdad que te pertenece).

Versículo 4
μειζοτέραν τούτων—el adjetivo es una doble comparación (μείζων más grande) que
literalmente significa “más más grande”. El pronombre τούτων es plural dado que el plural puede
a veces tomar el lugar del singular.
ἵνα ἀκούω—esta claúsula de propósito es equivalente al infinitivo articular en el caso genitivo
τοῦ ἀκούειν.

B. Un informe muy agradable


5–8
Después de una alabanza general a Gayo, Juan pasa a mencionar la hospitalidad y el
amor que Gayo ha demostrado a los misioneros itinerantes. Juan da a conocer su reacción
al buen informe que ha recibido.

1. Fidelidad y Amor
5–6
5. Querido amigo, tú eres fiel en lo que haces por los hermanos, aunque son
desconocidos para ti. 6. Ellos le han contado a la iglesia acerca de tu amor. Harás bien en
encaminarlos de una manera digna de Dios.
a. Apelativo. Una vez más Juan se dirige a Gayo llamándole querido amigo (vv. 1, 2).
Alaba a su amigo por su conducta fiel, ya que Gayo había dado pruebas visibles de andar
en la verdad. Los misioneros itinerantes le habían contado a Juan de la bonded con que
Gayo los había tratado. Según estos misioneros, Gayo los había recibido como a hermanos
en espíritu y les había provisto de albergue y comida. Juan alaba a Gayo por su fidelidad
para con los hermanos.
b. Hospitalidad. Gayo no solamente abrió su corazón a estos hermanos, sino también
la puerta de su hogar, “aunque son desconocidos”. El término desconocidos en este
contexto significa que los hermanos provenían de otros sitios y que Gayo no los conocía.
Obediente a las enseñanzas de las Escrituras, Gayo cuida de los viajeros. “En el mundo
antiguo fueron muchas las puertas que se les abrieron a los mensajeros del nuevo pacto,
con la consecuente bendición para el anfitrión”.363 El misionero itinerante dependía de la
hospitalidad de sus hermanos en la fe. Por eso vemos que Pablo le pide a Filemón que le
prepare una habitación de huéspedes para él (Flm. 22). El escritor de la Didaché
(Enseñanza de los Doce Apóstoles), que refleja las costumbres sociales y eclesiásticas del
primer siglo, expresa:
Que todo Apóstol que llega a vosotros sea recibido como el Señor, pero que no esté más
de un día, o a lo sumo dos, si es necesario; pero si se queda tres días, es un falso profeta.

c. Alabanza. Los misioneros le contaron a los miembros de la iglesia, al apóstol Juan


inclusive, la hospitalidad y el cuidado demostrado por Gayo. Si lo hicieron durante una de
sus visitas o más veces es algo que carece de importancia. Lo importante es la información
acerca de las obras de amor cristiano llevadas a cabo por Gayo.
Juan exhorta a Gayo a continuar con su cuidado del mensajero itinerante del evangelio
de Cristo. Le dice: “Harás bien en encaminarlos de una manera digna de Dios.” La frase
harás bien es un cortés pedido similar a la expresión por favor. La instrucción de Juan
acerca de “encaminarlos” significa que después de haberles brindado alojamiento, él debe
proveer a los hermanos de dinero, comida y posiblemente compañeros de ruta para su
viaje (Tit. 3:13). Juan añade que Gayo debe hacerlo “de una manera digna de Dios”. En
otras palabras, él debe proveer estos servicios de un modo tal que Dios sea alabado
(compárese con Col. 1:10; Fil. 1:27; 1 Ts. 2:12).

Consideraciones prácticas acerca de 5–6


En la mayoría de las iglesias se acostumbra que durante el culto dominical los fieles tomen
parte en el culto depositando sus contribuciones en la bolsa o platillo de las ofrendas. Lo hacen en
consonancia con las palabras de Pablo: “El Señor ama al dador alegre” (2 Co. 9:7). A cierta gente,
sin embargo, la acción de dar sirve para aplacar su conciencia. Piensan que ya le han dado algo a
Dios y que ya están libres de toda obligación adicional. Se olvidan de que Dios quiere que hagamos
nuestras dádivas en un contexto de amor.
Cuando presentamos nuestras ofrendas, debemos acompañar dichas ofrendas con nuestras
oraciones para que la gente que las recibe sea bendecida. Es nuestra tarea preocuparnos por la
gente, puesto que es la gente la que necesita nuestro amor. La gente tiene la importancia
primordial, y las dádivas una importancia secundaria:; “Así que, según tengamos oportunidad,
hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe” (Gá. 6:10).

Palabras, frasee y construcciones griegas en 5–6


Versículo 5
πιστὸν ποιεῖς—literalmente, estas palabras significan “estás haciendo algo fiel”. Pero Juan
está más interesado en el carácter de Gayo que en la obra que hace. Por consiguiente, la versión
que utilizamos dice: “Tú eres fiel”.
ἐργάσῃ—es la segunda persona singular aoristo medio subjuntivo del verbo ἐργάζομαι (yo
hago, obro). El aoristo es constativo. “Toma un suceso y, haciendo caso omiso de su tiempo de
duración, lo concentra en una única totalidad”.

Versículo 6
προπέμψας—del verbo προπέμπω (ayudo al viaje de alguien), la acción del aoristo es
simultánea con la del verbo principal ποιήσεις (harás).

2. Brindad hospitalidad
7–8
7. Fue a causa del Nombre que ellos salieron, sin recibir ayuda de los paganos. 8. Por
lo tanto debemos brindar hospitalidad a tales hombres para poder trabajar juntos por la
verdad.
a. Causa. Juan indica que los misioneros habían salido a otros lugares en los que
proclamaban el nombre del Señor Jesucristo. Estos misioneros habían sido comisionados
por la iglesia para llevar el evangelio. Juan utiliza el término Nombre (Hch. 5:41; Stg. 2:7; 1
Jn. 2:12; 3:23). En obediencia a Jesucristo, dejaron hogar y familia para ir a otras regiones.
Sabían que si Jesús los enviaba, no había duda de que él proveería para sus necesidades
(refiérase a Mt. 10:9–10; Mt. 6:8; Lc. 10:4).
Los misioneros rehusaron aceptar ayuda de gente que nunca había oído la Palabra de
Dios. Juan considera a esta gente “paganos” (NIV). Los misioneros no querían poner
obstáculos en la obra del evangelio de Cristo. Sabían que si aceptaban ayuda de parte de
los incrédulos quedarían expuestos a la acusación de que predicaban por ganancia
monetaria (1 Co. 9:12). Por lo tanto, Juan enseña que los misioneros deben recibir ayuda
de la iglesia (v. 8).
b. Ayuda. “Por lo tanto hemos de brindar hospitalidad a tales hombres”. Juan
contrasta a los paganos con los creyentes. Los gentiles no tienen obligación de ayudar a
los misioneros, pero según Jesús (Lc. 10:7; 1 Co. 9:14; 1 Tit. 5:18), los creyentes sí la
tienen. Es por eso que Juan declara enfáticamente que debemos mostrar hospitalidad a
los mensajeros de la Palabra de Dios. Este pasaje tiene un sutil juego de palabras en griego
que es muy difícil de vertir en el español. Los misioneros no reciben ayuda de los paganos
porque los creyentes han emprendido el deber de ayudarlos. Los creyentes tienen
conciencia del dicho de Jesús: “El que recibe a un profeta por cuanto es profeta,
recompensa de profeta recibirá; y el que recibe a un justo por cuanto es justo,
recompensa de justo recibirá” (Mt. 10:41).
“Para poder trabajar juntos por la verdad”. Otra traducción dice: “Es deber nuestro
hacernos cooperadores de la verdad” (NBE, bastardillas nuestras). ¿Está la verdad
personificada (compárese con el v. 12), de modo que obramos con la verdad como
iguales? Poco probable. Pero si decimos que Juan nos exhorta a obrar junto con los
misioneros en pro de la verdad, entonces la evidencia bíblica nos apoya en esta
interpretación. Por ejemplo, Pablo envía los saludos de tres compañeros (Aristarco,
Marcos y Jesús llamado Justo) a la iglesia de Colosas. El dice: “Estos son los únicos judíos
entre mis colaboradores por el reino de Dios” (Col. 4:11, bastardillas añadidas; véase
también 2 Co. 8:23). Juan nos está pidiendo, entonces, que ayudemos a los misioneros en
la obra, diseminando la verdad, es decir, el evangelio de Cristo.

Palabras, frases y construcciones griegas en 7–8


Versículo 7
λαμβάνοντες—de λαμβάνω (tomo, recibo); el tiempo presente de este participio activo es de
duración. Además, el uso del participio presente revela que la norma de no aceptar ayuda de los
gentiles estaba de moda. El participio denota modo.

Versículo 8
ὀφείλομεν—el verbo ἁφείλω (debo) sugiere obligación. En contraste con esto, la palabra δεῖ
(es necesario) manifiesta necesidad. “La primera es moral, en tanto que podría decirse que la
última es como una necesidad física”.
ὑπολαμβάνειν—la traducción literal de este infinitivo presente es “recibir a alguien bajo el
techo de uno”.
τῇ ἀληθείᾳ—el caso dativo es un dativo de ventaja y significa “por” o “en pro de”.

9
He escrito a la iglesia, pero Diótrefes, a quien le gusta ser el primero, no quiere tener nada
que ver con nosotros. 10 Por eso, si voy, llamaré la atención a las cosas que hace al hablar
maliciosamente de nosotros. Y como si esto no fuera suficiente, se niega a recibir a los hermanos.
También impide a los que desean hacerlo y los expulsa de la iglesia.

III. Diótrefes censurado


9–10
A. Una carta rechazada
9
Tras exhortar y alabar a Gayo, Juan llega a lo que es el núcleo del asunto: su
descripción de Diótrefes. Juan se alegra de ver a Gayo andar en la verdad. Pero en
Diótrefes, Juan encuentra una persona que representa un notable contraste: Diótrefes es
engreído y jactancioso. Nótese que aunque Juan describe a Diótrefes como una persona
arrogante, evita juzgarlo. En vez de ello, Juan le dice que visitará la iglesia.
9. He escrito a la iglesia, pero Diótrefes, a quien le gusta ser el primero, no quiere
tener nada que ver con nosotros.
No tenemos manera de determinar si la carta que Juan menciona es su segunda
epístola. Conjeturamos que aparte de las tres epístolas de Juan que conocemos, él pueda
haber escrito al menos una carta más. Esta carta, empero, no ha sido preservada. Si
efectivamente Juan se refiere a la segunda epístola, entonces el contenido de estos dos
documentos no corresponden. La segunda epístola de Juan tiene que ver con la enseñanza
de los falsos profetas, pero su carta a Gayo no es un reproche a Diótrefes por diseminar
una falsa doctrina. Juan le reprocha a Diótrefes más bien por su conducta en la iglesia. Por
tal razón, sentimos que este asunto nos impide identificar estos dos documentos.
Juan escribió una carta a la iglesia a la que pertenece Diótrefes. Suponemos que “la
iglesia” de Gayo es otra congregación. En el original, Juan dice: “Escribí algo a la iglesia”. Al
usar el término algo, Juan le resta significado a la carta.
Poco sabemos acerca de Diótrefes. Su nombre significa “hijo adoptivo de Zeus”, lo que
sugiere que es de descendencia griega. Es un líder en la iglesia local y usa su posición de
liderazgo para su provecho egoísta. Juan escribe que a Diótrefes “le gusta ser el primero”.
En vez de servir a la iglesia, esta persona orgullosa es egoísta y se niega a reconocer una
autoridad superior. El mismo quiere gobernar la iglesia. En consecuencia, Diótrefes
rechaza la supremacía apostólica de Juan. Actúa en contra del mandato de Jesús: “El que
quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero
entre vosotros será vuestro siervo” (Mt. 20:26–27). De paso, aunque Juan se presenta
como “el anciano” (v. 1), ejerce una autoridad de un nivel más alto que el de un anciano.
Juan menciona que Diótrefes “no quiere tener nada que ver con nosotros”. Nótese
que él usa el pronombre nosotros para incluir posiblemente a los amigos que envían
saludos a Gayo. Quizá algunos de estos amigos eran dirigentes con autoridad (compárese,
por ejemplo, el uso de los plurales en primera persona que se encuentran en 1 Juan 1:1–
5). Sin embargo, Diótrefes se niega a responder al consejo de Juan, ignora su
correspondencia, y rompe los eslabones de la comunión cristiana. Y si Juan tiene la
intención de hacerle una visita, Diótrefes no le dará la bienvenida. Diótrefes no hace esto
a causa de una disputa doctrinal sino por ambición personal.

Palabras, frases y construcciones griegas en 9


ἔγραψα—aunque Juan usa este verbo en el tiempo aoristo algunas veces (1 Jn. 2:13, 14 [dos
veces], 21, 26; 5:13), en este versículo el mismo no es un aoristo epistolar. Se trata de un tiempo
pasado común, ya que Juan se refiere a una carta anterior que ha escrito.
τῇ ἐκκλησίᾳ—el artículo determinado con el sustantivo (véase v. 10) indica la iglesia a la que
pertenecía Diótrefes.
αὑτῶν—el caso genitivo es objetivo, no subjetivo.

B. La advertencia de Juan
10
10. Por eso, si voy, llamaré la atención a las cosas que hace al hablar maliciosamente
de nosotros. Y como si esto no fuera suficiente, se niega a recibir a los hermanos.
También impide a los que desean hacerlo y los expulsa de la iglesia.
Por medio de la breve frase: “Por eso, si voy”, Juan informa a Diótrefes de su
inminente visita, pero sin dar detalles acerca de su fecha de llegada. Juan tiene la
intención de visitar la congregación para llamar la atención a la conducta de Diótrefes. El
contrasta indirectamente la conducta de Gayo (v. 5) con la de Diótrefes. Gayo pone en
práctica el principio del amor por Dios y por el prójimo; Diótrefes se adhiere al principio
del amor egoísta. Juan detalla las actividades de Diótrefes:
a. “[Anda] hablando maliciosamente de nosotros”. Esto equivale a decir que Diótrefes
efectúa acusaciones injustificables en contra de Juan y sus compañeros porque resiente la
autoridad apostólica de Juan. Por lo tanto trata de socavar a Juan con chismografía
maliciosa. De hecho, la palabra chisme en griego es descriptiva de burbujas que aparecen
momentaneamente y desaparecen. Son inútiles. Este término implica, por consiguiente,
que las palabras maliciosas que Diótrefes dice son vacías y carentes de significado
(consúltese 1 Ti. 5:13). No obstante, la ofensa es una franca violación del mandamiento
explícito de Dios: “No hablarás contra tu prójimo falso testimonio (Ex. 20:16; Dt. 5:20)
Aunque es dirigente de una congregación local, Diótrefes queda condenado como violador
de la ley de Dios.
b. “Y como si esto no fuera suficiente, se niega a recibir a los hermanos”. No sólo las
palabras de Diótrefes son malintencionadas; sus hechos son igualmente censurables. El
viola intencionalmente las normas de la hospitalidad cristiana al negarse a recibir a los
misioneros enviados a proclamar el evangelio. Al negarles albergue y comida, él pone
obstáculos al progreso de la Palabra de Dios. En suma, Diótrefes está frustrando los planes
y propósitos de Dios, por lo cual se enfrenta con la ira divina.
c. “También impide a los que desean hacerlo”. Diótrefes va un paso más allá e impide
que los miembros de la iglesia sean hospitalarios con los misioneros itinerantes.
Deducimos que está tratando de evitar que los creyentes reciban a los misioneros e
intentando castigarlos por abrir sus puertas a los siervos de Dios.
d. “Y los expulsa de la iglesia”. Diótrefes coloca a los creyentes ante una alternativa: o
se ponen de mi lado en contra de Juan, o reciben a los misioneros y son excomulgados. El
paralelo de esta situación puede encontrarse en la excomunión del hombre que había
nacido ciego (Jn. 9:1–34).

Palabras, frases y construcciones griegas en 10


ἐὰν ἔλθω—la oración condicional con el aoristo subjuntivo ἔλθω (de ἔρχομαι vengo) expresa
probabilidad.
ὑπομνήσω—este futuro activo del verbo ὑπομιμνήσκω (yo hago recordar) carece de un objeto
directo. Suponemos que Juan hará recordar a la iglesia durante su visita.
κωλύει y ἐκβάλλει—estos dos verbos en presente activo indicativo podrían ser conativos
(“trata de impedir y expulsar”).
Observaciones adicionales
La pregunta que ha capturado la atención de los estudiosos es: “¿Por qué informa Juan
a Gayo acerca de Diótrefes si ambos son miembros de la misma congregación y están en
posiciones de liderazgo?” Reconocemos que sólo tenemos evidencia circunstancial, pero
todo hace suponer que con la muerte de los apóstoles en la segunda mitad del primer
siglo tuvo lugar una lucha por el poder dentro de la iglesia.
Gayo se sometía a la autoridad del apóstol Juan, en tanto que Diótrefes quería gozar
de una posición propia de liderazgo, razón por la cual rechazaba toda supremacía de
personas fuera de su congregación. No quería tener nada que ver con Juan y sus asociados
porque deseaba ocupar el primer lugar en la iglesia. I. Howard Marshall llega a la siguiente
conclusión: “Probablemente Gayo fuese miembro de una iglesia vecina, ya que de otra
manera seria extraño que Juan le dijese lo que ya debía haber sabido”.

11
Querido amigo, no imites lo malo sino lo bueno. El que hace lo bueno es de Dios. El que hace
lo malo no ha visto a Dios. 12 Todos hablan bien de Demetrio—hasta la verdad misma. También
nosotros hablamos bien de él, y sabemos que nuestro testimonio es verdadero.

IV. Exhortación y, recomendación


11–12
Juan en primer lugar le dice a Gayo que haga lo bueno y que no imite las malas obras,
presumiblemente las de Diótrefes. En segundo lugar, él menciona a Demetrio como
ejemplo de buena conducta.
11. Querido amigo, no imites lo malo sino lo bueno. El que hace lo bueno es de Dios.
El que hace lo malo no ha visto a Dios.
a. Exhortación. En esta breve carta Juan usa cuatro veces la expresión querido amigo
para referirse a Gayo (vv. 1, 2, 5, 11). Y Juan apela a él tres veces de modo directo. Aquí lo
anima a que “no imites lo malo sino lo bueno”. Juan no dice que Gayo esté siguiendo el
ejemplo de Diótrefes. El está más bien enfatizando la parte final de su exhortación:
“[imita] lo bueno”. Y así, por medio del contraste, Juan da a entender que Gayo no debe
imitar lo que es malo”.
“El que hace lo bueno es de Dios”. La persona que continuamente obedece los
preceptos de Dios tiene su origen espiritual en Dios y es su hijo. ¿Cómo reconocemos a los
hijos de Dios? En su primera epístola, Juan da la norma para determinar la diferencia entre
los hijos de Dios y los hijos del diablo: “Todo el que no hace lo bueno no es un hijo de
Dios” (3:10). Por consiguiente, todo aquel que continúa haciendo lo malo—Diótrefes, por
ejemplo—no ha visto ni conocido a Dios (compárese con 1 Jn. 3:6). El creyente ve a Dios
en Jesucristo. Como le dijera Jesús a Felipe: “El que me ha visto, ha visto al Padre” (Jn.
14:9; véase también 1:13). Cuando un cristiano ve a Dios, tiene comunión con él por
medio de Jesucristo (1 Jn. 1:3).
12. Todos hablan bien de Demetrio—hasta la verdad misma. También nosotros
hablamos bien de él, y sabes que nuestro testimonio es verdadero.
b. Recomendación. A lo largo de sus epístolas, Juan usa el recurso literario del
contraste. Después de describir las malas obras de Diótrefes, Juan presenta ahora a
Demetrio, de quien “todos hablan bien.” Esta persona es, entonces, bien conocida y no
necesita presentación adicional. Aunque los lectores originales de la epístola de Juan le
conocían bien, nosotros no contamos con ninguna información adicional a la que Juan nos
da en el versículo 12. Por ejemplo, no tenemos ninguna evidencia de que Demetrio, el
platero de Efeso (Hch. 19:24), se haya convertido y transformado en un cristiano ejemplar.
¿Por qué menciona Juan a Demetrio? Lo menciona a causa del buen testimonio que
circula acerca de él. Nótese que Juan dice la misma cosa tres veces: todos hablan bien de
Demetrio, la verdad habla bien de Demetrio y Juan mismo habla bien de él. Demetrio era
una persona que se había ganado la confianza de la comunidad cristiana en general. Qué
se decía de él y qué trabajo en especial llevaba a cabo es algo que no se conoce.
“Hasta la verdad misma”. ¿Cuál es el significado del sustantivo verdad? El contexto no
requiere una identificación con Dios (Jn. 17:3), ni con Jesús (Jn. 14:6) ni con el Espíritu (1
Jn. 5:6). Dado que Juan escribe acerca de “andar en la verdad” (v. 4), a saber la verdad del
evangelio de Cristo, deducimos que Demetrio vivía según los mandatos de la Palabra de
Dios por lo que su vida daba clara evidencia de la verdad (1 Jn. 2:8).
“También nosotros hablamos bien de él, y sabes que nuestro testimonio es
verdadero”. El uso de nosotros en este versículo bien puede ser editorial. Juan utiliza el
plural para referirse a sí mismo, y lo hace con énfasis: “También nosotros hablamos bien
de él”. Le asegura a Gayo que el testimonio que él ha escrito acerca de Demetrio es
verdadero (compárese con Jn. 19:35) puesto que lo conoce personalmente. Por
consiguiente, Gayo puede tener plena confianza en Juan.

Palabras, frases y construcciones griegas en 11–12


Versículo 11
μὴ μιμοῦ—esta forma es la segunda persona del presente imperativo del verbo μιμέομαι
(imito). Va precedida por la partícula negativa μή (no). El énfasis no recae sobre el término τὸ
κακόν (lo malo) sino sobre el término τὸ ἀγαθόν (lo bueno), que ocupa el lugar final en la oración.
οὑχ ἑώρακεν—el tiempo perfecto con el negativo οὑχ (no) significa que el que hace lo malo
nunca ha visto a Dios en el pasado y por consiguiente tampoco en el presente.

Versículo 12
μεμαρτύρηται—el perfecto pasivo del verbo μαρτυρέω (testifico) indica acción que ocurriera
anteriormente pero que continúa hasta el presente.
ὑπό—esta preposición controla el caso genitivo de πάντων (todos) y de ἀληθείας (la verdad).
La construcción gramatical se llama genitivo de agente.
13
Tengo mucho que escribirte, pero no quiero hacerlo con pluma y tinta. 14 Espero verte
pronto, y hablaremos cara a cara.
La paz sea contigo. Los amigos de aquí mandan sus saludos. Saluda a los amigos, a cada uno en
particular.

V. Conclusión
13–14
13. Tengo mucho que escribirte, pero no quiero hacerlo con pluma y tinta. 14. Espero
verte pronto, y hablaremos cara a cara.
Estos dos versículos son casi idénticos a la conclusión de la segunda epístola de Juan
(v. 12). Las pequeñas diferencias no alteran el significado de estas declaraciones finales.
Sin embargo, su semejanza demuestra que Juan escribió estas dos epístolas más o menos
al mismo tiempo.
El motivo por el cual Juan decidió no hacer más extensa esta carta, está abierto a
debate. La razón podría ser que Juan deseaba comunicar los temas oralmente. De ese
modo no correría el riesgo de algún malentendido que pudiera surgir. Por otra parte, este
asunto de Diótrefes era delicado y debía ser tratado en persona.
Juan expresa la esperanza de que verá a Gayo próximamente. Omite el detalle acerca
de tiempo y lugar puesto que los mismos no son de importancia para el destinatario. El
término pronto debe ser suficiente. Cuando los dos amigos se vean, “hablarán cara a cara”
(compárese con Nm. 12:8).
La paz sea contigo. Los amigos de aquí mandan sus saludos. Saluda a los amigos, a
cada uno en particular.
El texto griego marca a este saludo como versículo 15, y muchos traductores y
expositores hacen lo mismo. Otros, empero, integran el saludo al versículo 14.
“La paz sea contigo”. Este saludo es el equivalente del hebreo shalom, que se usa
tanto para el “hola” como para el “adiós”. Jesús y los apóstoles emplean este saludo y le
dan un significado neotestamentario (Jn. 20:19, 21, 26; Gá. 6:16; Ef. 6:23; 1 P. 5:14). En
consecuencia, los que reciben el saludo tienen la paz de Dios en Jesucristo (Fil. 4:7). El
saludo de Juan está dirigido específicamente a Gayo ya que el pronombre tú en el griego
está en singular.
Jesús llama “amigos” a sus discípulos (Jn. 15:13–15), sin embargo la comunidad
cristiana prefiere usar los términos hermanos y hermanas. Juan sigue el ejemplo de Jesús
llamando a los destinatarios “amigos”. Envía los saludos de los amigos que le rodean a los
amigos que reciben la carta. Es más, Juan añade un toque personal; le dice a Gayo:
“Saluda a los amigos, a cada uno en particular”. De este modo Juan da a entender que la
epístola está dirigida no solamente a Gayo sino a todos los miembros de la congregación.
Palabras, frases y construcciones griegas en 13–14
Versículo 13
εἶχον—el tiempo imperfecto del verbo ἔχω (tengo) demuestra que Juan había tenido la
intención de escribir más pero cambió de idea.
καλάμου—“caña”. Alfred Plummer hace notar: “Las plumas no se usaron para escribir hasta el
siglo quinto”.

Versículo 14
ἰδεῖν—el aoristo infinitivo de ὁράω (veo) indica que la visita de Juan es una sola ocasión.

Resumen de 3 Juan
Después del encabezamiento, Juan alaba a Gayo, a quien Ilama “querido amigo”.
Expresa el deseo de que Gayo reciba bendiciones tanto en lo físico como en lo espiritual.
Juan lo encomia, ya que ha recibido un buen informe acerca de la fidelidad de Gayo para
con la verdad, especialmente en cuanto a la hospitalidad demostrada a los misioneros
itinerantes. Juan le alienta a seguir haciéndolo.
Juan le informa a Gayo acerca del carácter y de los reprochables actos de Diótrefes,
que ha difamado al apóstol e impedido que los miembros de su iglesia ofrecieran comida y
albergue a los misioneros. Instruye a Gayo para que no siga este mal ejemplo, sino que
imite más bien lo bueno. Es en relación con esto que menciona a Demetrio, que tiene
buena reputación en la iglesia.
La epístola tiene una breve conclusión con información acerca de una futura visita de
Juan, y saludos de amigos a amigos.1

1
Simon J Kistemaker, Comentario al Nuevo Testamento: Santiago y 1-3 Juan (Grand
Rapids, MI: Libros Desafío, 2007), 439–455.
3 JUAN: TEXTO, EXPOSICION Y NOTAS

ENCABEZAMIENTO Y SALUDO

Vv. 1–4
1
El anciano a Gayo, el amado, a quien amo en la verdad.
2
Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así
como prospera tu alma.
3
Pues mucho me regocijé cuando vinieron los hermanos y dieron testimonio de tu
verdad, de cómo andas en la verdad.
4
No tengo yo mayor gozo que este, el oir que mis hijos andan en la verdad.
1 Esta es una de las pocas cartas del Nuevo Testamento dirigidas a un individuo. Se
llamaba Gayo, nombre tan común entonces como Juan o Santiago lo son hoy día.
Debemos suponer que en el paquete que contenía la carta habría una identificación más
precisa del destinatario, o que el mensajero que la llevó (probablemente Demetrio, v. 12)
habría recibido instrucciones detalladas en cuanto a la entrega; en la carta misma era
suficiente dirigirse al destinatario por su nombre personal. No sabemos nada de él
excepto lo que podemos recoger en la carta. Era miembro de una de las iglesias sobre las
cuales el autor ejercía algún tipo de supervisión, pero no hay ninguna indicación de que
ocupara o no un cargo formal en la misma. No hay ninguna razón para identificarlo con las
otras personas que llevan el mismo nombre en el resto del Nuevo Testamento, aunque
esto no ha impedido que comentaristas anteriores propusieran algunas hipótesis al
respecto.
El autor se refiere a sí mismo simplemente como «el anciano». Así pues apela a la
posición de autoridad y respeto que ocupa en la iglesia, de modo que no es una carta
privada sino que tiene más bien la validez de una comunicación oficial. Parecería que su
amigo no llamaba al autor por su nombre, tal vez por la diferencia de edad y el
consiguiente respeto. Pero aunque existe cierta distancia entre ellos, ciertamente no falta
la calidez en el tono del saludo. Se refiere a Gayo con afecto como su «amado», y con el
comentario de que lo ama en la verdad, da fuerza a lo que podría haberse entendido
como una mera expresión convencional. Aunque esta frase podría tener el sentido de
«verdaderamente, realmente»,4 su uso en otras partes de estas cartas sugiere que el
anciano tiene en mente el amor conforme a la revelación cristiana, que no sólo es genuino
y nace del corazón, sino que es la clase de amor que Dios mismo manifiesta.
Es sorprendente que la carta no incluya aquí ninguna frase específica de saludo, como
ocurre en todas las demás cartas del Nuevo Testamento (ver especialmente 2 Jn. 3). Es
posible que la frase «a quien yo amo en la verdad», o la expresión de buenos deseos que
sigue, sea un equivalente; pero como era normal incluir un saludo y una oración, esta
explicación no es del todo satisfactoria. Tampoco compensa esta omisión la presencia de
un saludo final (v. 15).
2 Sea cual fuere la razón de la omisión del saludo, el anciano sigue las convenciones al
expresar buenos deseos a su amigo. En las cartas cristianas este elemento a menudo
tomaba la forma de una oración de acción de gracias a Dios, a veces bastante extensa. La
RVR traduce «yo deseo», aunque los versículos que siguen sugieren que el pensamiento
es más profundo. El deseo de que Gayo goce de bienestar físico es perfectamente natural
y apropiado, porque ésta es una preocupación de un amigo cristiano tanto como lo es el
bienestar espiritual. Este deseo de buena salud permite pensar, aunque no lo exige, que
existía alguna razón especial para expresarlo. La frase tendría lugar en una carta a alguien
que gozara de buena salud, como deseo de que siga así; pero hay alguna probabilidad de
que Gayo no estuviera del todo bien físicamente (ver comentario del v. 9). Al mismo
tiempo el anciano desea que sea prosperado «en todas las cosas».11 Este verbo significa
literalmente «tener buen viaje» (Ro. 1:10), pero aquí (y en 1 Co. 16:2) es metafórico. El
anciano sabe que Gayo está creciendo espiritualmente y basa en este hecho su seguridad
de que en todo le irá bien. La frase puede significar simplemente «como en realidad ya
estás prosperando», pero es más probable que exprese la esperanza de que Gayo
prospere físicamente así como progresa espiritualmente.14 Aunque una persona esté
enferma o en una mala situación económica, puede experimentar progreso espiritual, y a
la inversa, el éxito material no implica necesariamente un progreso espiritual. En el caso
de Gayo, el anciano no tenía dudas de que desearle un bienestar físico comparable a su
bienestar espiritual era desearle lo mejor.
3 A continuación el anciano da la razón de su confianza en el progreso espiritual de
Gayo. Había recibido noticias de él por medio de algunos visitantes que dieron testimonio
de la calidad de su vida. Estos «hermanos» pueden haber sido cristianos comunes cuya
ocupación los había llevado al lugar donde vivía el anciano, o pueden haber sido
misioneros que viajaban de una iglesia a otra; habían disfrutado de la hospitalidad de
Gayo y estaban visitando al anciano.16 El verbo empleado indica que el anciano había sido
visitado varias veces, quizás por diversos grupos de cristianos. Ellos dieron testimonio de
la verdad de Gayo, i.e., las evidencias concretas de su perseverancia en la verdad. Sin duda
esta idea incluye la sana doctrina, pero el punto central es que la vida de hospitalidad
fraterna hacia otros cristianos (vv. 5, 6) que llevaba Gayo era señal de que se mantenía
aferrado a la verdad. La última frase, «cómo andas en la verdad», puede entenderse como
una expresión de lo que los hermanos le contaban al anciano, o puede expresar la
convicción del anciano, basada quizás en su propio conocimiento de Gayo, de que el
testimonio de ellos se ceñía a los hechos.19
4 Estas noticias eran la causa de su alegría (v. 3), y a continuación subraya el hecho de
que no se trataba de un simple comentario convencional al afirmar que nada le causaba
más gozo21 que el saber que sus «hijos» espirituales estaban viviendo de acuerdo con la
verdad. «Hijos» es una palabra empleada especialmente por Pablo para referirse a sus
propios conversos (1 Co. 4:14; Gá. 4:19; Fil. 2:22); de la misma manera aquí podría sugerir
que el anciano había conducido a Gayo a la fe en Jesucristo, pero puede haber usado esta
frase para referirse a las personas que estaban bajo su cuidado pastoral, hacia quienes
adoptaba una actitud paternal. De todos modos, el anciano pone en claro que su mayor
preocupación como pastor es ayudar a otros a conocer la verdad y vivir de acuerdo con
ella.

EL AUTOR ALABA A GAYO

Vv. 5–8
5
Amado, fielmente te conduces cuando prestas algún servicio a los hermanos,
especialmente a los desconocidos,
6
los cuales han dado ante la iglesia testimonio de tu amor; y harás bien en
encaminarlos como es digno de su servicio a Dios, para que continúen su viaje.
7
Porque ellos salieron por amor del nombre de El, sin aceptar nada de los gentiles.
8
Nosotros, pues, debemos acoger a tales personas, para que cooperemos con la
verdad.
5 Luego de hablar en términos generales del loable estilo de vida de Gayo, el anciano
se refiere a uno de sus aspectos en particular que es importante en vista del tema
principal de la carta. Hemos visto en 2 Juan cuánto dependía el ministerio evangelístico y
educativo de la iglesia del trabajo de los misioneros itinerantes que servían a las diversas
iglesias y que dependían de la hospitalidad y las ofrendas que recibían de los miembros de
las iglesias a las cuales visitaban. Gayo había sobresalido en la hospitalidad que había
prestado a esos viajeros en las distintas visitas a su comarca, y, sin duda, esto formaba
parte de las noticias que «los hermanos» habían traído al anciano (v. 3). Este califica la
conducta de Gayo como «fiel». Es poco probable que esto signifique que su acción fuera
una expresión de su fe, sino más bien que su acción demostraba su fidelidad a la verdad y
era conforme a su perseverancia en ella. Puede estar presente la idea más precisa de que
Gayo demostraba su fidelidad al anciano y a sus amigos en contraposición con la actitud
de Diótrefes (vv. 9s.), que rechazaba a los viajeros y a quienes los recibían. En el mundo
antiguo era difícil para los viajeros encontrar un lugar adecuado donde hospedarse,
excepto en casa de sus amigos. Un rasgo notable3 del espíritu hospitalario de Gayo era
que estaba dispuesto a extender su hospitalidad a personas desconocidas para él y que no
tenían ningún otro título para recibir su ayuda que el de pertenecer a la comunidad de
quienes como él habían llegado a conocer la verdad (cf. 2 Jn. 1).
6 A los hermanos les había impresionado tanto la amabilidad de Gayo que habían
hecho especial mención de su actitud al dar su informe en una reunión de la iglesia a la
que pertenecía el anciano. Esa actitud brotaba claramente de un verdadero amor
cristiano, la virtud que el anciano apreciaba junto con la perseverancia en la verdad. En
consecuencia, éste tenía la confianza de pedirle a Gayo que continuara ayudando a los
hermanos viajeros en sus visitas. «Harás bien» es una expresión idiomática que significa
«por favor» y es una forma cortés de hacer un pedido.5 Encaminar a los misioneros incluía
equiparlos para el viaje: proveerlos de alimentos y dinero para pagar sus gastos, lavarles la
ropa y generalmente ofrecerles la mayor comodidad posible para el viaje. Pero hay
diversos niveles a los que puede ofrecerse tal ayuda, y el anciano quería que fuera
ofrecida en una forma agradable a Dios y digna de Aquél que da generosa y
abundantemente a sus siervos.7 Si bien los misioneros cristianos debían tener cuidado de
no caer en la tentación de convertir su trabajo en un medio de lucro, y las iglesias debían
estar alerta para no dejarse sorprender por los charlatanes, tal vez era más importante
recordar a las iglesias que no trataran a los misioneros como pordioseros y desacreditaran
el nombre del Dios de quien ellos esperaban su sostén.
Esta exhortación todavía es pertinente hoy. Los pastores y misioneros cristianos viven
confiando en que Dios animará a su pueblo a suplir sus necesidades; es mejor que tal
provisión peque de generosidad y no de mezquindad.
7 El pedido del anciano a Gayo descansa en el hecho de que los misioneros dependen
del pueblo de Dios para su sostén. Esto se debe a que ellos salen a su trabajo misionero
por causa del «Nombre», y no reciben su sostén de la gente a la que evangelizan. El
«Nombre», naturalmente, es el de Jesús,10 y los misioneros trabajaban a su servicio, y
hacían de ese nombre el contenido de su mensaje. Así pues, ellos tenían derecho a
esperar su sostén de Aquél a quien servían como embajadores (2 Co. 6:1). Al no reclamar
sostén de la gente a la que evangelizaban, se guiaban por el principio establecido por
Jesús: «de gracia recibisteis, dad de gracia» (Mt. 10:8). Aceptar pago por el evangelio
anularía el ofrecimiento de la gracia. Asimismo, rebajaría a los misioneros al nivel de los
diversos filósofos populares y predicadores religiosos que buscaban recibir pago por sus
servicios. Además, el ejemplo de Pablo muestra que el negarse a aceptar paga por
predicar el evangelio y aun rehusar el sostén de las iglesias (1 Co. 9:11s) no era
incompatible con realizar trabajo manual o de otra índole para ganarse la vida: el principio
del anciano no excluye un «ministerio de hacer tiendas» (Hch. 18:1–4; 1 Ts. 2:9). Y, quizás
paradójicamente, el derecho de los hombres a recibir el evangelio en forma gratuita no
absuelve a aquellos que han aceptado el evangelio y se han hecho miembros de la iglesia
de sostener la misión cristiana y de compartir sus bienes materiales con aquellos que les
dan instrucción espiritual (1 Co. 9:11; Gá. 6:6), para que así los obreros reciban lo que les
corresponde (1 Co. 9:14). Así que hay una diferencia entre exigir paga por el evangelio y
animar a aquellos cuyos corazones han sido transformados por gracia a expresar en forma
concreta su agradecimiento por la generosidad de Dios para con ellos.
8 Como tiene por costumbre, el anciano concluye su exhortación repitiendo el
pensamiento central. En vista de la determinación de los misioneros de actuar como
embajadores del Nombre y negarse a pedir sostén de los paganos, todos los cristianos (el
uso de «nosotros» es enfático) tienen la obligación de ayudarlos. Como copartícipes de la
verdad, deben probar que son colaboradores en la práctica. La Versión Popular da por
sentado que el anciano y sus lectores deben colaborar con los misioneros para predicar la
verdad,15 pero es posible también traducir, como lo hace la RVR, en el sentido de que
todos los cristianos son colaboradores de la verdad misma.16

EL AUTOR DENUNCIA A DIOTREFES

Vv. 9–10
9
Yo he escrito a la iglesia; pero Diótrefes, al cual le gusta tener el primer lugar entre
ellos, no nos recibe.
10
Por esta causa, si yo fuere, recordaré las obras que hace parloteando con palabras
malignas contra nosotros; y no contento con estas cosas, no recibe a los hermanos, y a
los que quieren recibirlos se lo prohibe, y los expulsa de la iglesia.
9 La carta alcanza aquí su climax, para el cual todo lo que ha precedido, en cierto
sentido, ha sido una preparación. El anciano informa a Gayo que él había escrito una carta
a la iglesia, pero que uno llamado Diótrefes «no nos recibe».2 Esto debe de significar que
Diótrefes rehusaba aceptar lo que decía la carta y quizás también que cuando llegó a sus
manos hizo todo lo posible por ocultarla. Aquella carta debe de haber contenido palabras
de recomendación referidas a los predicadores itinerantes. No puede, entonces, haber
sido 1 Juan. Existen mayores posibilidades de que haya sido 2 Juan, pero esto tampoco es
probable. Si aceptáramos esta segunda posibilidad, se seguiría que Diótrefes se oponía a
la denuncia del anciano contra los falsos maestros (2 Jn. 7–11) y como represalia se negó a
aceptar a predicadores que estaban vinculados con el anciano. Pero no hay nada en la
carta que sugiera que Diótrefes adhiriese a doctrinas falsas, y por tanto es mejor suponer
que la carta en cuestión se perdió, algo que no es de sorprender si fue Diótrefes quien la
recibió.
Otra incógnita tiene que ver con la identidad de la iglesia a la cual el anciano había
escrito. La simple frase «la iglesia» seguramente implica que era la congregación local a la
cual pertenecía Gayo. Contra esta teoría se ha objetado que el anciano no hubiera
necesitado informarle a Gayo sobre Diótrefes si él ya conocía el caso. De ahí que muchos
comentaristas piensen que se trata de otra iglesia, y que esto explicaría por qué se dice
que a Diótrefes le gusta ser el que manda entre ellos. Se señala además que el anciano no
sugiere que Gayo intervenga con el fin de amonestar a Diótrefes, y que sólo lo exhorta a
no seguir su ejemplo. Esta interpretación es posible,6 pero no responde al empleo de «la
iglesia». Si la aceptamos, es posible que Gayo haya pertenecido a una iglesia diferente, y
que el anciano temiera que la influencia de Diótrefes se extendiera hasta allí.
Tal vez se puede decir algo a favor de la primera interpretación. Surgen dos
posibilidades que no se excluyen mutuamente. Es posible que el anciano, en vista de que
su carta había sido ocultada por Diótrefes, haya hecho un segundo intento de
comunicarse con la iglesia escribiendo a su amigo Gayo, en la esperanza de que Gayo
compartiera la carta con la iglesia; por lo tanto, escribió de manera algo formal para que la
iglesia supiera que estaba al tanto de la situación y que se disponía a actuar en el asunto.
La otra posibilidad es que Gayo haya vivido a alguna distancia de la iglesia, quizá en un
pueblo donde su hogar era el único hogar cristiano. Esto explicaría la importancia que
tenía su casa como lugar de hospedaje para los misioneros en sus viajes, si había más de
un día de viaje entre las distintas iglesias. Al mismo tiempo, podemos imaginar que, si bien
podía tener huéspedes, su estado de salud no le permitía hacer el viaje a la iglesia para
enfrentar a Diótrefes. Esto explicaría su ignorancia de la situación y el hecho de que
aparentemente no se le pide que haga nada para cambiarla. Dada la naturaleza del caso,
es inevitable hacer suposiciones, y ésta es sólo una de varias posibles reconstrucciones de
la situación, pero se puede sostener que, dada la escasa evidencia disponible, una
propuesta semejante sería adecuada.
En cuanto a Diótrefes, ésta es la única parte del Nuevo Testamento en que aparece, y
ha pasado a la historia como el hombre que ambicionaba ser dirigente de la iglesia. Al
parecer le molestaba el anciano y su influencia en la iglesia. Representaba la causa de la
independencia en un momento en que el sistema de liderazgo de los apóstoles y
evangelistas comenzaba a ser reemplazado por la comformación de iglesias
independientes, y en que la organización más informal de los primeros tiempos
comenzaba a ser reemplazada por algo más complejo y formal. Por lo menos esa es una
interpretación común de la situación y representa un intento de ver las cosas desde el
punto de vista de Diótrefes. Pero haya sido ésta la situación o no, no sería raro en una
iglesia local que una persona con dones de liderazgo o impulsada por la ambición buscara
una posición de autoridad para establecerse como el líder. Ya en el siglo II se verifica el
surgimiento del llamado «liderazgo único», por el cual un «obispo» llegó a ocupar una
posición superior a «los ancianos» en la iglesia local. Sea cual fuere la terminología
empleada—si es que se usaba alguna—lo cierto es que Diótrefes ambicionaba esa
posición. Parecería que veía frustrada su ambición por la influencia del anciano. Quizá
pensaba que tenía base suficiente para su impaciencia. El anciano puede haber sido un
obstáculo en el camino de hombres más jóvenes; quizá se aferraba a su posición en lugar
de renunciar a ella en favor de hombres más jóvenes; quizá parecía conservador y aun
reaccionario cuando los tiempos demandaban medidas nuevas y vigorosas. Sencillamente,
no lo sabemos. Todo lo que tenemos es la interpretación de la situación que hace el
anciano y su juicio en cuanto a que el móvil de Diótrefes era básicamente la ambición y
que la expresaba de una manera anticristiana. Era un peligro que había surgido en
tiempos de Jesús mismo, y los evangelios contienen advertencias contra la búsqueda de
posiciones, advertencias que eran pertinentes en situaciones como ésta en particular (Mt.
23:5–12; cf. 20:24–28). Diótrefes es hoy una advertencia contra el peligro de confundir la
ambición personal con el celo por la causa del evangelio. Cabe notar que no se sugiere en
ningún momento que Diótrefes haya estado en desacuerdo con el anciano en puntos
fundamentales de doctrina. Sin embargo, no expresaba con amor su fidelidad a la verdad
(cf. 2 Jn. 4–6).
10 Era necesario actuar. El anciano esperaba visitar el lugar en breve, y si lo hacía, no
vacilaría en reprender a Diótrefes por lo que estaba haciendo. «Recordaré las obras que
hace» significa que tenía la intención de discutir el asunto con él en busca de una solución
satisfactoria. Al parecer tenía la intención de hacer esto primero a nivel personal y no
abiertamente en la iglesia, pero como el asunto concernía a Diótrefes como líder de la
iglesia y no como individuo, lo segundo también es posible. De todas maneras, el anciano
estaba dispuesto a ejercer su autoridad en el asunto. No es una actitud cristiana
abstenerse de ejercer legítima autoridad cuando hay necesidad de hacerlo; la iglesia
moderna tal vez sea demasiado cautelosa en el ejercicio de la amonestación fraterna y
aun en la disciplina cuando eso es lo que se necesita.
Ciertamente el anciano creía que Diótrefes merecía ser censurado, y no hay razón para
dudar de su veredicto en el asunto. Diótrefes había estado «parloteando con palabras
malignas» contra él, i.e., había estado haciendo acusaciones injustificadas contra él. Y
había pasado de las palabras a los hechos al negarse a recibir en su casa a todo misionero
que estuviera asociado con el anciano15 y al no permitir que los otros miembros de la
iglesia los recibieran; en efecto, si alguien los recibía, lo expulsaba de la iglesia. El hecho de
que Gayo viviera a cierta distancia de la iglesia explicaría la razón por la cual él no fue
expulsado también. Es evidente que la acción de Diótrefes era muy grave, y es digno de
señalarse que la censura del anciano es relativamente moderada; él no estaba dispuesto a
librar una batalla verbal y descender al nivel de su adversario.17

EL AUTOR ALABA A DEMETRIO

Vv. 11–12
Amado, no imites lo malo, sino lo bueno. El que hace lo bueno es de Dios; pero el
11

que hace lo malo, no ha visto a Dios.


Todos dan testimonio de Demetrio, y aun la verdad misma; y también nosotros
12

damos testimonio, y vosotros sabéis que nuestro testimonio es verdadero.


11 Luego de hablar de la conducta de Diótrefes, el anciano recomienda a Gayo a imitar
lo bueno y no lo malo. El empleo de la palabra «imitar» muestra que se exhorta a Gayo a
copiar el ejemplo de personas buenas y a abstenerse de imitar el mal. La ubicación de la
oración en el contexto y el orden de las palabras2 sugieren enfáticamente que Diótrefes es
el mal ejemplo y que el buen ejemplo es tipificado por Demetrio que figura en el siguiente
versículo. De modo que el versículo es una exhortación a Gayo a no dejarse desviar por
Diótrefes ni seguir su ejemplo, aun si se viese sometido a fuertes presiones personales a
adaptarse a las instrucciones de Diótrefes. Aunque sin duda el anciano tenía confianza en
la actitud de Gayo, consideró prudente reafirmarla. Da por sentado que Gayo distinguirá
entre lo que es bueno y lo que es malo, en particular en vista de su reconocida fidelidad a
la verdad y de la hospitalidad que extendía a los colegas del anciano. A continuación
recalca su exhortación aseverando de manera concisa que el que hace lo bueno es de
Dios, i.e. está del lado de Dios y recibe de él la voluntad y la fuerza para hacer lo bueno.
Por el contrario, el que hace lo malo—como Diótrefes—no ha visto a Dios; no ha tenido
una experiencia cristiana genuina, y se puede juzgar que su conversión ha sido un
engaño.4 Resulta claro que la falta de un carácter cristiano debe considerarse como una
señal de la ausencia de una verdadera experiencia cristiana. La conducta que refleja falta
de amor y maldad pone en tela de juicio la profesión de fe cristiana de esa persona: «Pues
si uno no ama a su hermano, a quien ve, tampoco puede amar a Dios, a quien no ve» (1
Jn. 4:20, VP).
12 Sin ninguna advertencia previa, el anciano introduce la figura de Demetrio. Sin
duda la intención es presentarlo como un ejemplo del bien que Gayo debe imitar, pero la
razón real para mencionarlo aquí al final de la sección principal de la carta es
recomendarlo a Gayo. Podemos estar casi seguros de que él fue el portador de la carta (cf.
Ro. 16:1s.) y es muy probable que fuera un misionero itinerante, quizás uno de los del
grupo que había experimentado el rechazo de Diótrefes. Sin embargo, Gayo no lo conocía,
y en aquella situación el anciano juzgó necesario recomendarlo, aunque se sabía que Gayo
recibía a los desconocidos. En la situación creada por la acción de Diótrefes, era necesaria
una carta de recomendación, y la negativa a prestarle atención indicaría rechazo de la
autoridad del anciano.
El anciano habla de Demetrio en términos muy afectuosos y da un triple testimonio de
su carácter. «Todos», i.e., todos los cristianos que lo conocían, pero quizás especialmente
los del círculo inmediato del anciano, daban buen testimonio de él. «Aun la verdad
misma» daba testimonio de él. Quiere decir que si la verdad misma hablara, ella también
testificaría que la vida de Demetrio se conformaba a sus pautas, i.e., las pautas de la
verdad. Es posible que una persona no obtenga el favor humano y sin embargo goce del
favor de Dios. Aun si Diótrefes y su grupo censuraban a Demetrio, él sería confirmado en
el tribunal de Dios (cf. 1 Co. 4:3s.). En esta interpretación la verdad está personificada.
Pero también es posible que el anciano simplemente quiera decir que la conducta de
Demetrio, que se conformaba a la verdad, daba testimonio de su rectitud.7 Finalmente el
anciano añade su propio testimonio, y le recuerda a Gayo que él sabe que el anciano es un
testigo verdadero.9 Se puede confiar en el testimonio del anciano contra cualquier
insinuación de Diótrefes. Así se presenta el triple testimonio (Dt. 19:15; 1 Jn. 5:8) en
defensa de Demetrio.

PALABRAS FINALES Y SALUDOS

Vv. 13–15
13
Yo tenía muchas cosas que escribirte, pero no quiero escribírtelas con tinta y pluma,
14
porque espero verte en breve, y hablaremos cara a cara.
La paz sea contigo. Los amigos te saludan. Saluda tú a los amigos, a cada uno en
15

particular.
13 El anciano ya había anunciado su intención de visitar a la iglesia (v. 10). En vista de
la visita anunciada se siente relevado de la obligación—que de otra manera hubiera
tenido—de decir mucho más en esta carta.2
14 Espera poder ver a su amigo sin tardanza y tener una tranquila charla personal con
él, en lugar de escribirle. El lenguaje empleado es muy similar al de 2 Juan 12, y si bien la
nota de gozo ante la proximidad del encuentro no es explícita aquí, como en 2 Juan 12,
bien podemos suponer que está implícita.
15 La carta concluye con algunos saludos. Primero, el anciano transmite su propio
saludo a Gayo: «La paz sea contigo.» La introducción de este saludo aquí quizás compense
la ausencia de un saludo inicial, pero era normal concluir una carta con un deseo de este
tipo. Aquí el anciano hace uso del conocido saludo judío que ya había adquirido un
significado más profundo para los cristianos por su empleo por parte de Jesús (Jn. 20:19,
21, 26) y que figura en varias de las cartas del Nuevo Testamento (Ef. 6:23; 1 P. 5:14).
Segundo, «los amigos», i.e., los miembros de la iglesia del anciano, suman su saludo al
del autor, y así se identifican con los sentimientos del anciano y respaldan con su
autoridad las peticiones que él hace.
Por último, el anciano pide que se transmitan sus saludos «a los amigos»
individualmente. Estos pueden ser los miembros de la casa de Gayo o los miembros de la
iglesia que estaban de su parte y no con Diótrefes. Tal vez el anciano esperaba que,
aunque Diótrefes había ocultado su carta a la iglesia, Gayo la compartiera con la iglesia
cuando se presentara la oportunidad, y por tanto incluía saludos a todos los que vivían de
acuerdo con la verdad y eran así «amigos» del autor en el sentido más pleno.2

Introducción a 3 Juan
OCASIÓN Y PROPÓSITO
Tercera de Juan es la más personal de las tres epístolas juaninas. Al igual que 2 Juan, enfoca
el tema del deber que tienen los creyentes de mostrar amor y hospitalidad dentro de los
límites de la fidelidad a la verdad. Segunda de Juan reveló el lado negativo: a los falsos
maestros no debemos concederles hospitalidad en nombre de mostrar amor. Tercera de
Juan expresa la contraparte positiva a ese principio: todos los que acepten la verdad deben
ser amados y cuidados.
Gayo, a quien se destinó esta carta, era un conocido personal de Juan. Un individuo
poderoso e influyente (Diótrefes) en la iglesia de Gayo no quería mostrar hospitalidad a
maestros itinerantes a los cuales Juan aprobaba (vv. 5–8). No solo eso. Diótrefes también
excomulgaba a quienes lo retaban y mostraban hospitalidad a los maestros (v. 10). Llegó
incluso tan lejos como para calumniar al apóstol Juan y desafiar su autoridad apostólica (v.

2
I. Howard Marshall, Las cartas de Juan (Buenos Aires; Grand Rapids, MI: Nueva Creación;
William B. Eerdmans Publishing Company, 1991), 77–91.
10). Juan escribió para animar a Gayo a permanecer fiel a la verdad al seguir mostrando
hospitalidad a desconocidos, tal como había hecho en el pasado (vv. 5–6). Juan también
prometió tratar personalmente con Diótrefes (v. 10) cuando este llegara (v. 14).
Mayor información relacionada con Gayo y Diótrefes se puede hallar en la exposición
de esta epístola.

AUTOR, FECHA Y LUGAR DEL ESCRITO


Ya que el estilo, la estructura y el vocabulario de 3 Juan son muy similares a los de 2 Juan
(p. ej., v. 1 y 2 Jn. 1; v. 4 y 2 Jn. 4; v. 13 y 2 Jn. 12; v. 14 y 2 Jn. 12), se concluye que también
fue escrita por el apóstol Juan. Lo más probable es que 3 Juan se escribió en Éfeso más o
menos en el mismo tiempo en que se escribieron 1 y 2 Juan (aprox. 90–95 d.C.).

BOSQUEJO
I. Recomendación en cuanto a hospitalidad cristiana (1–8)
II. Condenación en cuanto a hospitalidad cristiana (9–11)
III. Conclusión en cuanto a hospitalidad cristiana (12–14)

21
Amor sacrificial por quienes son fieles a la verdad
El anciano a Gayo, el amado, a quien amo en la verdad. Amado, yo deseo que tú seas
prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma. Pues mucho
me regocijé cuando vinieron los hermanos y dieron testimonio de tu verdad, de cómo
andas en la verdad. No tengo yo mayor gozo que este, el oír que mis hijos andan en la
verdad. Amado, fielmente te conduces cuando prestas algún servicio a los hermanos,
especialmente a los desconocidos, los cuales han dado ante la iglesia testimonio de tu
amor; y harás bien en encaminarlos como es digno de su servicio a Dios, para que
continúen su viaje. Porque ellos salieron por amor del nombre de Él, sin aceptar nada de
los gentiles. Nosotros, pues, debemos acoger a tales personas, para que cooperemos con
la verdad. (1–8)

La verdad es el tema de esta carta, especialmente en la sección inicial donde esta palabra
aparece cinco veces. Este es un llamado a dar hospitalidad, pero en especial a aquellos que
eran maestros fieles del evangelio de la verdad (cp. 2 Jn. 10–11).
Cuando el apóstol Pablo detalla sus padecimientos por la causa de Cristo (2 Co. 11:22–
33), parte de ese sufrimiento resultó de viajes sin ninguna de las comodidades y seguridades
de los viajes modernos. Sin embargo, la experiencia del apóstol refleja la realidad común de
la vida en el mundo antiguo. Pablo escribió: “En caminos muchas veces; en peligros de ríos,
peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la
ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar” (v. 26), “tres veces he sido azotado con
varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado
como náufrago en alta mar” (v. 25). Según indica la lista, los viajes eran arduos, incómodos
y hasta peligrosos. Los pocos albergues que existían (cp. Lc. 2:7; 10:34) a menudo eran poco
más que burdeles infestados de ratas e insectos y con encargados deshonestos y de mala
reputación. Como resultado, los viajeros que buscaban seguridad dependían en gran
medida de que las personas les abrieran sus casas.
De ahí que la hospitalidad fuera tanto una necesidad como un deber. Incluso en culturas
paganas la necesidad hacía de la hospitalidad una de las mayores virtudes. Es más, algunos
de los dioses inventados por los cananeos estaban dedicados a actuar como protectores de
forasteros y viajeros. Los griegos también veían a los viajeros como seres bajo la protección
de las deidades y, por consiguiente, les mostraban hospitalidad, como William Barclay
observa:
La hospitalidad era un deber sagrado en el mundo antiguo. Los extranjeros
estaban bajo la protección de Zeus Xenius, el dios de los extranjeros (xenos es la
palabra griega para extranjero, que ha dado algunos derivados en español, como
xenofobia)… En el mundo antiguo había un sistema de amistades de hospedaje
mediante el cual distintas familias de partes distintas del país se comprometían
a darse hospitalidad cuando fuera necesario. Esta relación de familias se
prolongaba a través de generaciones, y cuando se solicitaba, el solicitante tenía
que presentar un sumbolon o señal que le identificaba ante su anfitrión. Algunas
ciudades tenían un proxenos al que acudían por hospitalidad o protección los
que tenían que emprender viajes (William Barclay, Comentario al Nuevo
Testamento [Barcelona: Editorial Clie, 1999], p. 1077).
La Biblia hace hincapiés en la importancia de la hospitalidad. Lo que el falso dios Zeus
Xenios supuestamente hizo, el Dios verdadero realmente lo hizo. El Salmo 146:9a declara:
“Jehová guarda a los extranjeros” (cp. Dt. 10:18). Dios encargó a Israel: “No angustiarás al
extranjero; porque vosotros sabéis cómo es el alma del extranjero, ya que extranjeros
fuisteis en la tierra de Egipto” (Éx. 23:9; cp. 22:21; Lv. 19:33–34; 25:35; Dt. 10:19). Entre
aquellos a quienes Dios condena en Malaquías 3:5 estaban los que rechazaban a los
extranjeros.
El Antiguo Testamento relata muchos ejemplos de hospitalidad. Melquisedec
proporcionó pan y vino a Abraham después que este regresara de rescatar a Lot (Gn. 14:18).
Abraham proveyó comida para el Señor y dos ángeles (Gn. 18:1–8), y poco más tarde Lot
albergó a dos ángeles en su casa (Gn. 19:1–3). Labán ofreció hospitalidad al criado de
Abraham (Gn. 24:31–33), Jetro a Moisés (Éx. 2:20), los padres de Sansón al ángel del Señor
(Jue. 13:15), un hombre anciano en Gabaa mostró hospitalidad a un levita (Jue. 19:15, 20–
21), y la mujer sunamita a Eliseo (2 R. 4:8). En defensa de su integridad contra las falsas
acusaciones de sus amigos, Job declaró: “El forastero no pasaba fuera la noche; mis puertas
abría al caminante” (Job 31:32).
La hospitalidad igualmente se destaca en el Nuevo Testamento. La opinión general de
la cultura judía respecto a la hospitalidad está implícita en el encargo de Jesús a los setenta
en Lucas 10:4–7:
No llevéis bolsa, ni alforja, ni calzado; y a nadie saludéis por el camino. En
cualquier casa donde entréis, primeramente decid: Paz sea a esta casa. Y si
hubiere allí algún hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; y si no, se volverá a
vosotros. Y posad en aquella misma casa, comiendo y bebiendo lo que os den;
porque el obrero es digno de su salario. No os paséis de casa en casa.
Zaqueo ofreció hospitalidad a Jesús (Lc. 19:5–7), igual que hicieron la aldea samaritana de
Sicar (Jn. 4:40), Simón el fariseo (Lc. 7:36), otro fariseo anónimo (Lc. 14:1), María, Marta y
Lázaro (Lc. 10:38), Simón el leproso (Mt. 26:6), y los dos discípulos en el camino a Emaús
(Lc. 24:29–30).
Los apóstoles también disfrutaron la hospitalidad de judíos y de gentiles. Pedro se
hospedó en las casas tanto de Simón el curtidor (Hch. 9:43; 10:5–6) como de Cornelio (Hch.
10:24–33, 48). Pablo y sus compañeros recibieron hospitalidad de Lidia (Hch. 16:14–15), el
carcelero en Filipos (Hch. 16:34), Jasón (Hch. 17:5–7), Priscila y Aquila (Hch. 18:1–3), Justo
(Hch. 18:7), Felipe el evangelista (Hch. 21:8), Mnasón (Hch. 21:16), y Publio (Hch. 28:7).
La hospitalidad no era tan solo una obligación cultural, sino aún más un deber cristiano.
Esta es una expresión muy necesaria y práctica del amor que debería caracterizar a la
comunidad de creyentes (cp. Jn. 13:34–35). En Romanos 12:13 Pablo escribió que los
cristianos siempre deben practicar “la hospitalidad”, mientras que Pedro exhortó:
“Hospedaos los unos a los otros sin murmuraciones” (1 P. 4:9). El escritor de Hebreos
mandó a sus lectores: “No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin
saberlo, hospedaron ángeles” (He. 13:2). En 1 Timoteo 5:10 Pablo habla de la hospitalidad
como una de las virtudes de una mujer cristiana piadosa. De los ancianos en particular se
requiere que sean hospedadores como una de las exigencias ejemplares para ese cargo (1
Ti. 3:2; Tit. 1:8).
La hospitalidad también era una responsabilidad importante porque el hogar era algo
básico para la vida de la iglesia primitiva (cp. Hch. 2:46; 5:42; 12:12; 16:40; 18:7; 20:20; Ro.
16:5; 1 Co. 16:19; Col. 4:15; Flm. 2). Los creyentes se reunían en casas para adorar (el primer
edificio conocido de la iglesia data de inicios del siglo III), orar, tener comunión, enseñar,
predicar y discipular. Por eso era común para los cristianos abrir sus puertas a viajeros que
visitaban la iglesia, en especial a maestros fieles de la verdad (3 Jn. 6–8).
Si bien el tema de mostrar amor por medio de hospitalidad se ordena claramente en 2
y 3 Juan, la realidad fundamental por debajo de ese deber es amor y obediencia a la verdad.
Juan exalta la verdad en su segunda carta en que establece el límite exclusivo en que se
muestre hospitalidad solo a aquellos que aceptan la verdad. En la tercera carta afirma el
enfoque inclusivo de que quienes están en la verdad reciben amor y cuidado. Ese énfasis se
hace evidente en el saludo de Juan: El anciano a Gayo.
A diferencia de la moderna correspondencia, se acostumbraba que el escritor antiguo
pusiera su nombre al principio de la carta. Según se indicó en el estudio de 2 Juan 1 en el
capítulo 19 de esta obra, anciano no solo designa la edad de Juan (era muy anciano cuando
escribió esta carta), sino más importante, señala su posición de supervisor espiritual. Como
el último apóstol sobreviviente de Jesucristo, Juan no solo era un anciano, sino el anciano,
el personaje más reverenciado y respetado en la iglesia.
No se saben detalles acerca de Gayo. Hay varios individuos más con ese nombre en el
Nuevo Testamento (Hch. 19:29; 20:4; Ro. 16:23; 1 Co. 1:14). Pero ya que Gayo era uno de
los nombres más comunes en la sociedad romana, es imposible identificar a esta persona
con alguno de ellos. Es evidente que se trataba de un destacado miembro de una iglesia
local, probablemente en alguna parte en Asia Menor, a quien el apóstol Juan conocía en
persona.
Aunque la vida de Gayo permanece oculta, su excelente carácter se revela en el gran
honor que el noble apóstol le diera. El generoso término agapētos (amado) puede incluir
no solo el pensamiento de que este Gayo era amado por la comunidad cristiana (cp. su uso
en Hch. 15:25; Ef. 6:21; Col. 1:7; 2 P. 3:15), sino también por el Señor (cp. Ro. 1:7; Ef. 5:1).
Juan se dirigió a la mujer a quien escribió su segunda epístola como “elegida” (2 Jn. 1); aquí
se dirige a Gayo como amado. Todos aquellos que aman al Señor Jesucristo son tanto
elegidos como amados por Dios. En Colosenses 3:12 Pablo se refirió a los cristianos como
“escogidos de Dios, santos y amados”. La Biblia habla en varias ocasiones del amor de Dios
por sus elegidos (Sof. 3:17; Jn. 13:1, 34; 14:21, 23; 15:9, 12–13; 16:27; 17:23, 26; Ro. 5:5, 8;
8:35–39; 2 Co. 13:14; Gá. 2:20; Ef. 1:4–5; 2:4; 5:2, 25; 2 Ts. 2:16; He. 12:6; 1 Jn. 3:1; 4:9–11,
16, 19; Ap. 1:5; 3:9, 19).
Juan también amaba a este hombre (cp. vv. 2, 5, 11) y lo confesó diciendo que Gayo es
un hombre a quien amo en la verdad (cp. 2 Jn. 1). La verdad, como siempre, es la esfera
común en la cual el verdadero amor bíblico es compartido por los creyentes; una vez más,
el amor y la verdad están inseparablemente vinculados (cp. vv. 3, 4, 8, 12). Hay una
sensación de que los cristianos han de amar a todas las personas (cp. Gá. 6:10), así como
Dios ama al mundo (Mt. 5:44–45; cp. Jn. 3:16; Mr. 10:21). Pero el amor del que Juan habla
aquí es el amor exclusivo que los creyentes tienen por aquellos que están en Cristo y son
fieles a la verdad (Jn. 13:34–35; 15:12, 17; Ro. 12:10; 13:8; 1 Ts. 3:12; 4:9; 2 Ts. 1:3; 1 P.
1:22; 4:8; 1 Jn. 3:11, 23; 4:7, 11, 12; 2 Jn. 5).
Esta carta gira alrededor de tres individuos y su relación con la verdad y el amor: Gayo,
quien andaba en la verdad y amaba de modo sacrificial (vv. 1–8); Diótrefes, quien rechazaba
la verdad y obstaculizaba el amor sacrificial (vv. 9–11); y Demetrio, quien recibiría amor
sacrificial por su fidelidad a la verdad (v. 12). Juan empieza expresando su preocupación,
elogio y consejo a Gayo.

PREOCUPACIÓN DE JUAN POR GAYO


Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como
prospera tu alma. (2)
La frase yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud era un
saludo normal en las cartas antiguas, por tanto no sugiere que Gayo estuviera enfermo.
Prosperado se traduce de una variante del verbo euodoō. El término, usado solo aquí, en
Romanos 1:10, y en 1 Corintios 16:2, significa “tener éxito”, “hacer que las cosas vayan
bien”, o “disfrutar circunstancias favorables”. El primer uso de prosperar en el versículo 2
se refiere a la salud física de Gayo, como aclara el contraste con la última parte del versículo.
El deseo del apóstol era que la salud física de Gayo fuera tan buena como su salud espiritual.
La preocupación de Juan por Gayo es un anhelo pastoral de que fuera libre de la
confusión, el dolor y la debilitación de la enfermedad de modo que no tuviera limitaciones
en su servicio al Señor y su iglesia. Esta actitud refleja la preocupación de Dios por la salud
física de su pueblo. Las leyes dietéticas y las regulaciones con relación a la higiene en el
Antiguo Testamento (p. ej., Dt. 23:13), incluso la circuncisión, fueron diseñadas con el fin
de proteger la salud del pueblo de Israel tanto para utilidad como para preservación. En el
Nuevo Testamento, Pablo aconsejó a Timoteo: “Ya no bebas agua, sino usa de un poco de
vino por causa de tu estómago y de tus frecuentes enfermedades” (1 Ti. 5:23). El vino en
los tiempos bíblicos por lo general se mezclaba con agua, a la cual el alcohol en el vino
ayudaba a desinfectar. Beber esa agua relativamente purificada habría ayudado a proteger
de mayor enfermedad a Timoteo. La preocupación de Pablo por la salud física de Timoteo
era característica del afecto de cualquier apóstol por un hijo en la fe (cp. Tit. 1:4). Lo mismo
sin duda se aplicaba al amor de Juan por Gayo.
Pero la salud del alma de Gayo le producía mucho más placer a Juan, pues sabía que él
tenía una vida espiritual dinámica. Usando expresiones de otros apóstoles, podemos decir
que Gayo estaba entre aquellos que son “sanos en la fe” (Tit. 1:13); que crecen
constantemente “en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2
P. 3:18), y que andan “como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en
toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios” (Col. 1:10). Juan sabía que esto
era cierto por el testimonio de quienes conocían personalmente a Gayo, como se declara
en el versículo siguiente.

ELOGIO A GAYO
Pues mucho me regocijé cuando vinieron los hermanos y dieron testimonio de tu verdad,
de cómo andas en la verdad. No tengo yo mayor gozo que este, el oír que mis hijos andan
en la verdad. Amado, fielmente te conduces cuando prestas algún servicio a los hermanos,
especialmente a los desconocidos, los cuales han dado ante la iglesia testimonio de tu
amor; (3–6a)
Juan se regocijó mucho cuando algunos hermanos, probablemente predicadores
itinerantes a los que Gayo había mostrado hospitalidad, vinieron… y dieron testimonio de…
la verdad que era eficaz y evidente en la vida de Gayo. La imagen de andar que se usa a
menudo en el Nuevo Testamento se refiere metafóricamente a la conducta diaria (p. ej.,
Mr. 7:5; Lc. 1:6; Jn. 8:12; 11:9–10; 12:35; Hch. 21:21, 24; Ro. 6:4; 8:4; 14:15; 1 Co. 3:3; 7:17;
2 Co. 4:2; 5:7; 10:2–3; Gá. 5:16, 25; 6:16; Ef. 2:2, 10; 4:1, 17; 5:2, 8, 15; Fil. 3:17–18; Col.
1:10; 2:6; 3:7; 1 Ts. 2:12; 4:1; 1 Jn. 1:6–7; 2:6, 11; 2 Jn. 4, 6).
Mostrar hospitalidad era una manifestación de amor, tanto más notable al contrastarla
con el feo rechazo de Diótrefes (v. 10). Sin embargo, Juan no elogió a Gayo por su amor sino
más esencialmente por su compromiso con la verdad. Como siempre ocurre con los
creyentes, el amor genuino de Gayo fluía de su obediencia a la verdad. Juan lo elogió no
solo porque conocía la verdad, sino porque vivía en ella.
Tales elogios no son insólitos en el Nuevo Testamento. Febe fue elogiada por ser una
sierva fiel y de gran ayuda en su iglesia (Ro. 16:1). Priscilla y Aquila, el equipo de marido y
mujer que era muy apreciado para Pablo, fueron elogiados por los grandes sacrificios que
habían hecho en beneficio del apóstol (Ro. 16:3). Estéfanas y su casa, junto con Fortunato
y Acaico, fueron elogiados por su servicio a los santos (1 Co. 16:15–18). Epafrodito fue
elogiado por servir a Pablo, incluso arriesgando su propia vida (Fil. 2:25–30). Epafras fue
doblemente elogiado por su fructífero servicio a Cristo, especialmente su dedicación a orar
por los santos (Col. 1:7; 4:12). A pesar de la falta inicial de Juan Marcos (Hch. 13:13; cp.
15:37–39), Pablo lo elogió por el útil servicio que le prestaba (2 Ti. 4:11). Pedro elogió a
Silvano como un “hermano fiel” (1 P. 5:12). Sin embargo, no hay mayor elogio para un
cristiano que el que Juan le dio a Gayo: quien no solo conocía la verdad revelada por Dios,
sino que también vivía conforme a ella (cp. Lc. 6:46–49; 11:28; Jn. 13:17; Stg. 1:22–23).
El comentario general de Juan, no tengo yo mayor gozo que este, el oír que mis hijos
andan en la verdad (cp. 2 Jn. 4), expresa el objetivo final de todo ministro verdadero. Ese
objetivo no es solo enseñar la verdad, o incluso saber que su gente la entiende, sino
comprobar que las personas creen, aman y obedecen la verdad (cp. 1 Co. 4:14–16; 1 Ts.
2:11, 19–20; 3:1–10). El escritor de Hebreos exhortó a sus lectores: “Obedeced a vuestros
pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de
dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es
provechoso” (He. 13:17). La gran tristeza de ministrar a las personas es que sean
indiferentes o rebeldes hacia la Palabra de Dios.
Con Gayo no había dicotomía entre credo y conducta, entre profesión y práctica. La
enfática posición del pronombre mis en el texto griego podría significar que Gayo se había
convertido bajo el ministerio de Juan.
El apóstol explica así la obediencia de Gayo hacia la verdad: fielmente te conduces
cuando prestas algún servicio a los hermanos. Gayo sin duda ofrecía hospedaje, comida y
quizás dinero a los predicadores del evangelio, supliéndoles sus necesidades, incluso
aunque fueran desconocidos para él. La verdadera fe que salva, tal como la que Gayo
poseía, siempre produce buenas obras (Ef. 2:8–10; 1 Ti. 2:10; 5:10; 6:18; Stg. 2:14–26). Los
misioneros estaban tan impresionados con el servicio humilde que Gayo les ofreció, que al
regresar a Éfeso dieron ante la iglesia testimonio del amor de este hombre. Coherente con
la devoción de Gayo hacia la verdad, estaba el hecho de que él era un modelo de alguien
que vivía “compartiendo para las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad”
(Ro. 12:13).

CONSEJO DE JUAN PARA GAYO


y harás bien en encaminarlos como es digno de su servicio a Dios, para que continúen su
viaje. Porque ellos salieron por amor del nombre de El, sin aceptar nada de los gentiles.
Nosotros, pues, debemos acoger a tales personas, para que cooperemos con la verdad.
(6b–8)
Juan animó a este hombre piadoso a continuar con su amor generoso cuando otros
predicadores de la verdad llegaran en el futuro. El apóstol aconsejó a Gayo: harás bien en
encaminarlos como es digno de su servicio a Dios. Harás bien es una expresión idiomática
griega equivalente a la expresión en español “por favor”. Juan le rogó que orientara a
algunos misioneros que le llegaran y los enviara renovados y totalmente abastecidos para
que continúen su viaje. La exhortación de Juan es una reminiscencia del mandato de Pablo
a Tito: “A Zenas intérprete de la ley, y a Apolos, encamínales con solicitud, de modo que
nada les falte” (Tit. 3:13).
La norma es elevada; Gayo debía tratar a los misioneros como es digno de su servicio a
Dios. Debía proveerles generosamente como Dios haría. Tres razones se sugieren para
apoyar a todos los siervos fieles de Cristo.
Primera, ellos salieron por amor del nombre de El. El nombre de Dios representa todo
lo que Él es. La obra de estos hombres es la obra del mismo Dios y para su propia gloria (1
Co. 10:31; Col. 3:17), y es el motivo implícito en los esfuerzos evangelizadores de la Iglesia
(cp. Mt. 6:9; Lc. 24:47; Hch. 5:41; 9:15–16; 15:26; 21:13; Ro. 1:5). Representa una afrenta a
Dios que las personas no crean en el nombre del Hijo de Dios, quien es digno de ser amado,
alabado, honrado y confesado como Señor. Cuando los creyentes proclaman las buenas
nuevas del evangelio de Jesucristo se salvan personas, y en consecuencia abunda “la gracia
por medio de muchos, la acción de gracias [sobreabunda] para gloria de Dios” (2 Co. 4:15).
Segunda, los predicadores de la verdad no deben esperar nada de los gentiles. No hace
falta decir que los incrédulos no apoyan a quienes predican el verdadero evangelio. Si los
cristianos no los apoyan, nadie lo hará. Además, según Pablo le explicó a Timoteo, los que
fielmente predican la Palabra de Dios son dignos de compensación económica (1 Ti. 5:17–
20).
Desde luego, aunque es justo que se les pague por su trabajo, los verdaderos
embajadores del evangelio nunca deben estar en el ministerio por dinero. Es más, es
precisamente el asunto del dinero lo que separa a los verdaderos predicadores de los falsos.
La Biblia es clara en que los últimos están en el ministerio invariablemente por dinero, y no
tienen compromiso sincero con la verdad. Son mercachifles y estafadores espirituales
culpables de falsificar “la palabra de Dios” (2 Co. 2:17), “enseñando por ganancia
deshonesta lo que no conviene” (Tit. 1:11). Judas exclamó: “¡Ay de ellos! porque han
seguido el camino de Caín, y se lanzaron por lucro en el error de Balaam, y perecieron en la
contradicción de Coré” (Jud. 11). La Didaché, un antiguo escrito cristiano, ofrecía el
siguiente consejo sabio acerca de cómo distinguir a un falso profeta:
Recibamos a todo apóstol [maestro; evangelista] cuando llegue, como si fuera el
Señor. Pero no debe quedarse más allá de un día. No obstante, en caso de
necesidad, también el día siguiente. Si se queda tres días, se trata de un falso
profeta. Al partir, un apóstol no debe aceptar nada más que comida suficiente
para llevar hasta su siguiente alojamiento. Si pide dinero, es un falso profeta
(11:4–6; citado en Cyril C. Richardson, ed., Early Christian Fathers [Nueva York:
Macmillan, 1978], p. 176).
Con el fin de evitar cualquier sospecha de que pudiera tratarse de algún charlatán, Pablo
trabajó con sus propias manos para sustentarse (Hch. 20:34; 1 Co. 4:12; 9:18; 1 Ts. 2:9; 2
Ts. 3:7–9; cp. 1 P. 5:1–2).
Por último, nosotros, pues, debemos acoger a tales personas, para que cooperemos
con la verdad. En 2 Juan 10–11, el apóstol advirtió en contra de participar en las malas
acciones de los falsos maestros, animándolos incluso en forma verbal. Sin embargo, al
apoyar a quienes presentan la verdad los cristianos cooperan con ellos. En Mateo 10:41
Jesús expresó: “El que recibe a un profeta por cuanto es profeta, recompensa de profeta
recibirá; y el que recibe a un justo por cuanto es justo, recompensa de justo recibirá”. Por
consiguiente, Él prometió recompensa eterna, como si quien atiende a un profeta él mismo
fuera profeta. En su gracia ilimitada Dios no solo recompensa a un verdadero profeta,
predicador o misionero por su fidelidad, sino que también premia a cualquier persona que
lo recibe. Recibir a un profeta equivale a acoger su ministerio, afirmándole en su llamado y
apoyando su obra. Al recibir a un hombre justo se aplica ese mismo principio, extendido a
todo creyente que es aceptado por causa de Cristo. En un intercambio incomprensible de
bendición, Dios derrama sus recompensas sobre toda persona que recibe a los cristianos
porque estos son el pueblo del Señor.
Cada vez que nos convertimos en la fuente de bendición para otros, somos bendecidos;
y siempre que otros creyentes se convierten en una fuente de bendición para nosotros,
ellos resultan bendecidos. En la magnífica economía de la gracia divina, el menor de los
creyentes puede participar de las bendiciones del mayor, y la buena obra de alguien no
quedará sin recompensa.

22
El hombre al que le encantaba la preeminencia
Yo he escrito a la iglesia; pero Diótrefes, al cual le gusta tener el primer lugar entre ellos,
no nos recibe. Por esta causa, si yo fuere, recordaré las obras que hace parloteando con
palabras malignas contra nosotros; y no contento con estas cosas, no recibe a los
hermanos, y a los que quieren recibirlos se lo prohíbe, y los expulsa de la iglesia. Amado,
no imites lo malo, sino lo bueno. El que hace lo bueno es de Dios; pero el que hace lo
malo, no ha visto a Dios. Todos dan testimonio de Demetrio, y aun la verdad misma; y
también nosotros damos testimonio, y vosotros sabéis que nuestro testimonio es
verdadero. Yo tenía muchas cosas que escribirte, pero no quiero escribírtelas con tinta y
pluma, porque espero verte en breve, y hablaremos cara a cara. La paz sea contigo. Los
amigos te saludan. Saluda tú a los amigos, a cada uno en particular. (9–15)

Una de las características que definen a todo corazón humano es el orgullo (Pr. 21:4). El
orgullo hace que las personas se olviden de Dios (Dt. 8:14; Os. 13:6), que le sean infieles (2
Cr. 26:16), desagradecidas con Él (2 Cr. 32:24–25), y que se conviertan en una abominación
para Dios (Pr. 16:5). Fue a través del orgullo que el pecado entró en el universo, cuando
Satanás intentó exaltarse por encima de Dios (Is. 14:12–14; cp. 1 Ti. 3:6).
Igual que sucedió con el diablo, el orgullo lleva a los seres humanos a tratar de exaltarse.
Siempre habrá individuos orgullosos, egoístas y que se promocionan a sí mismos, tratando
de usurpar la autoridad, apoderarse de los lugares de preeminencia, y elevarse por encima
de los demás, incluso de Dios. Estos sujetos manipulan y tienden a dominar en las posiciones
de poder, influencia y protagonismo. La Biblia registra a muchas de esas personas, las cuales
forman una clase de “Salón de la vergüenza”, en contraste con los héroes de la fe
mencionados en Hebreos 11.
La historia del orgullo humano comenzó en el huerto del Edén. Igual que ocurrió en la
caída de Satanás, el orgullo fue un ingrediente importante en el acto de desobediencia que
catapultó a la humanidad en el pecado. Eva comió del fruto prohibido en parte porque creyó
la mentira de Satanás de que ella llegaría a ser tan sabia como Dios (Gn. 3:5–6). Además,
cuando decidió comer del fruto, sin consultar con Adán, Eva se encumbró por sobre su
esposo, usurpándole el papel en el orden creado (1 Ti. 2:13; cp. 1 Co. 11:3–10). Está claro
entonces que el orgullo estaba en acción desde el mismo instante en que el pecado entró
al mundo.
El siguiente capítulo del Génesis presenta a Lamec, un descendiente de Caín, el primer
asesino. Lamec también fue un asesino (así como el primer polígamo conocido). Tal como
el asesinato de Caín fue motivado por envidia orgullosa, las matanzas de Lamec fueron
consecuencia del orgullo. En el primer poema registrado en la historia humana, Lamec se
jactó con arrogancia delante de sus esposas:
Ada y Zila, oíd mi voz; mujeres de Lamec, escuchad mi dicho: Que un varón
mataré por mi herida, y un joven por mi golpe. Si siete veces será vengado Caín,
Lamec en verdad setenta veces siete lo será (Gn. 4:23–24).
Quizás Enoc tenía a Lamec en mente cuando profetizó: “He aquí, vino el Señor con sus
santas decenas de millares, para hacer juicio contra todos, y dejar convictos a todos los
impíos de todas sus obras impías que han hecho impíamente, y de todas las cosas duras que
los pecadores impíos han hablado contra él” (Jud. 14–15).
Génesis 10 y 11 relatan la historia de Nimrod, otro personaje lleno de orgullo. Génesis
10:8 lo describe como “el primer poderoso en la tierra”. Es probable que su nombre se
relacione con una palabra hebrea que significa “rebelarse”, aunque la expresión traducida
“poderoso” se refiere a alguien que se magnifica a sí mismo, que actúa con soberbia, o que
es un tirano. La descripción de Nimrod como un “vigoroso cazador” (v. 9) podría indicar su
destreza para cazar animales, o para cazar personas con el propósito de esclavizarlas. Fue
bajo su liderazgo que se construyó la torre de Babel, un monumento a la altivez humana y
la rebelión contra Dios (Gn. 11:1–9). Nimrod también fue el fundador de lo que más tarde
se convirtiera en los imperios babilónico y asirio (cp. Gn. 10:10–12). Derek Kidner escribe
respecto al carácter de Nimrod: “Nimrod aparece en la antigüedad como el primero de los
‘grandes hombres que están en la tierra’, recordado por dos aspectos que el mundo admira:
habilidad personal y poder político” (Genesis, The Tyndale Old Testament Commentaries
[Downers Grove, Ill.: InterVarsity, 1979], p. 107).
Cuando Israel deambulaba por el desierto, “Nadab y Abiú, hijos de Aarón, tomaron cada
uno su incensario, y pusieron en ellos fuego, sobre el cual pusieron incienso, y ofrecieron
delante de Jehová fuego extraño, que él nunca les mandó. Y salió fuego de delante de
Jehová y los quemó, y murieron delante de Jehová” (Lv. 10:1–2). Estos dos sacerdotes, hijos
de Aarón, en su primer acto sacerdotal violaron en alguna manera específica la prescripción
divina para ofrecer incienso. La conducta de ellos, quizás estando borrachos (cp. Lv. 10:8–
10), les traicionó su rebelde imprudencia, irreverencia y preferencia por hacer su voluntad
por sobre los mandatos específicos de Dios. Los dos decidieron hacer las cosas a su manera,
y pagaron el precio más elevado por tan altiva independencia. También durante el vagar
por el desierto los propios hermanos de Moisés, Aarón y María, trataron de elevarse a sí
mismos hasta el nivel de su hermano (Nm. 12:1–3). El Señor juzgó severamente a los dos
por su arrogancia y presunción (vv. 4–15).
Durante la época sin ley de los jueces, Abimelec, el hijo de Gedeón, quiso ser rey. Tan
apasionada era su ansia de poder que asesinó a setenta de sus hermanos en un intento por
eliminar a todos los rivales posibles (Jue. 9:1–6). Pero el reinado de Abimelec llegó a un final
prematuro y vergonzoso. Mientras sitiaba a la ciudad de Tebes, “una mujer dejó caer un
pedazo de una rueda de molino sobre la cabeza de Abimelec, y le rompió el cráneo” (v. 53).
En la agonía de la muerte, el monarca realizó un intento desesperado y orgulloso de evitar
la vergüenza de morir por mano de una mujer. “Entonces llamó apresuradamente a su
escudero, y le dijo: Saca tu espada y mátame, para que no se diga de mí: Una mujer lo mató.
Y su escudero le atravesó, y murió” (v. 54). A pesar de su intento por encubrirlo, la muerte
vergonzosa de Abimelec quedó registrada en la Biblia para siempre.
La búsqueda de poder y protagonismo de parte de Absalón lo llevó a encabezar un golpe
de estado contra su propio padre, el rey David. Pero sus días en la tierra fueron efímeros, y
enfrentó un final ignominioso. Mientras huía de los hombres de David a través de un bosque
espeso, la mula de Absalón pasó por debajo de una encina. La cabellera del joven se enredó
en las gruesas ramas del árbol, dejándolo suspendido indefenso en el aire. Pronto fue
ejecutado por Joab, el general de David (2 S. 18:9–15).
Otro de los hijos de David, Adonías, también trató de usurpar el trono de su padre. En
los últimos días de la vida de David, “Adonías hijo de Haguit se rebeló, diciendo: Yo reinaré.
Y se hizo de carros y de gente de a caballo, y de cincuenta hombres que corriesen delante
de él [igual que había hecho su hermano Absalón; 2 S. 15:1]” (1 R. 1:5). Sin embargo, su
intento de apoderarse del trono fracasó, frustrado por la rápida acción del profeta Natán
(vv. 11–48). Al recibir misericordia por parte del rey Salomón (vv. 50–53), Adonías le pagó
esa bondad conspirando para derrocarlo (1 R. 2:13–21). Pero Salomón se dio cuenta de la
maquinación, y lo hizo ejecutar (vv. 22–25).
No contento con ser rey, Uzías trató de usurpar la función de los sacerdotes. De acuerdo
con 2 Crónicas 26:16, “cuando ya era fuerte, su corazón se enalteció para su ruina; porque
se rebeló contra Jehová su Dios, entrando en el templo de Jehová para quemar incienso en
el altar del incienso”. A Uzías se le opusieron valientemente Azarías y ochenta sacerdotes,
quienes le advirtieron que estaba sobrepasando sus límites (vv. 17–18). Furioso, altanero y
seguro de sí mismo Uzías amenazó a los sacerdotes y de inmediato Dios lo hirió con lepra
(v. 18). Durante el resto de su vida Uzías vivió marginado en una casa aislada, y su hijo Jotam
asumió los deberes reales (v. 21).
El libro de Ester relata la historia de Amán, el gran enemigo del pueblo judío.
Obsesionado con su propia importancia tras ser elevado a una alta posición en el imperio
persa, Amán se enfureció porque Mardoqueo no quiso rendirle honores (Est. 3:5). Por
consiguiente, Amán instigó una matanza con el fin de exterminar a los judíos, el pueblo de
Mardoqueo, (v. 6). Sin embargo, al final fue Amán quien pereció, colgado en la misma horca
en que había planeado ejecutar a Mardoqueo (Est. 7:10).
Nabucodonosor era el rey del poderoso imperio babilónico. Un día mientras caminaba
por la azotea de su palacio real en Babilonia, “habló el rey y dijo: ¿No es ésta la gran
Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi
majestad?” (Dn. 4:30). Pero su orgullo fue rápidamente humillado y aplastado:
Aún estaba la palabra en la boca del rey, cuando vino una voz del cielo: A ti se te
dice, rey Nabucodonosor: El reino ha sido quitado de ti; y de entre los hombres
te arrojarán, y con las bestias del campo será tu habitación, y como a los bueyes
te apacentarán; y siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que reconozcas que el
Altísimo tiene el dominio en el reino de los hombres, y lo da a quien él quiere. En
la misma hora se cumplió la palabra sobre Nabucodonosor, y fue echado de entre
los hombres; y comía hierba como los bueyes, y su cuerpo se mojaba con el rocío
del cielo, hasta que su pelo creció como plumas de águila, y sus uñas como las de
las aves (vv. 31–33).
En el Nuevo Testamento, el presuntuoso rey Herodes Agripa i decidió celebrar una
fiesta. Mientras él pronunciaba un discurso, el embelesado pueblo incapaz de contenerse
“aclamaba gritando: ¡Voz de Dios, y no de hombre!” (Hch. 12:22). Debido a que Herodes se
negó a darle la gloria a Dios, un ángel del Señor lo hirió y murió (v. 23), provocando un
brusco e inesperado final a las festividades.
Los cuatro evangelios describen todo un grupo de hombres jactanciosos que buscaron
preeminencia, concretamente los escribas y fariseos. Jesús dijo de ellos:
Hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres. Pues ensanchan sus
filacterias, y extienden los flecos de sus mantos; y aman los primeros asientos en
las cenas, y las primeras sillas en las sinagogas, y las salutaciones en las plazas,
y que los hombres los llamen: Rabí, Rabí (Mt. 23:5–7).
Estos son de los que se justifican a sí mismos delante de los hombres (Lc. 16:15), “por
pretexto hacen largas oraciones” (Lc. 20:47), reciben “gloria los unos de los otros” (Jn. 5:44),
y les encanta “más la gloria de los hombres que la gloria de Dios” (Jn. 12:43).
La ambición orgullosa apareció incluso entre los propios discípulos de Jesús. Mateo
20:20–21 narra que “se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos,
postrándose ante él y pidiéndole algo. El le dijo: ¿Qué quieres? Ella le dijo: Ordena que en
tu reino se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda”.
Santiago y Juan usaron la supuesta influencia que su madre tenía sobre Jesús para pedir
lugares destacados en el reino. No obstante, en vez de concederles su petición, Jesús usó la
ocasión para instruir a sus discípulos con relación a la importancia de la humildad:
Entonces Jesús, llamándolos, dijo: Sabéis que los gobernantes de las naciones se
enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas
entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros
será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro
siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para
dar su vida en rescate por muchos (vv. 25–28).
En esta tercera epístola el apóstol Juan presenta a Diótrefes, otro más en la larga línea
de los individuos que buscan preeminencia. El versículo 9 marca un cambio brusco en el
tono de la carta. Los ocho primeros versículos alaban a Gayo por mostrar amor sacrificial
hacia los misioneros que llegaban a su iglesia. Pero al comenzar el versículo 9, el tono es
todo lo contrario, cuando Juan reprende con dureza a un hombre llamado Diótrefes por
negarse a mostrar hospitalidad hacia los siervos del evangelio, y por negarse a permitir que
otros sí lo hicieran. El apóstol desenmascara la ambición personal y las acciones perversas
de Diótrefes, y ofrece a otro hombre, Demetrio, como un contraste digno de elogio para él.

AMBICIÓN PERSONAL DE DIÓTREFES


Yo he escrito a la iglesia; pero Diótrefes, al cual le gusta tener el primer lugar entre ellos,
no nos recibe. (9)
El contraste entre el justo Gayo y el injusto Diótrefes es sorprendente; los dos hombres
eran polos opuestos. Gayo era gentilmente hospitalario. Diótrefes era un descortés
inhospitalario. Gayo amaba la verdad y a todos con humildad (vv. 3–6); Diótrefes rechazaba
la verdad y se amaba a sí mismo, y amenazaba a todo el mundo desde su posición de
autoridad autoproclamada en la iglesia. Uno se sometía a palabras de verdad; el otro
mascullaba palabras de desprecio. La diferencia entre los dos hombres no era
principalmente doctrinal sino de comportamiento; Juan no reprendió a Diótrefes por
herejía, sino por soberbia.
La carta que el apóstol escribió a la iglesia de Gayo se perdió, tal vez porque Diótrefes
la interceptó y la destruyó. No pudo haberse tratado de 2 Juan porque esa carta no fue
escrita a una iglesia sino a una persona. Tampoco pudo haber sido 1 Juan, la cual no trata
del tema de mostrar hospitalidad a los misioneros.
La descripción explicativa de Diótrefes como alguien a quien le gusta tener el primer
lugar entre ellos va al meollo del asunto. Le gusta tener el primer se traduce de una forma
en participio del verbo griego philoprōteuō, una palabra compuesta de philos (“amor”) y
prōtos (“primero”). Describe a una persona que es egoísta y egocéntrica. El tiempo presente
del participio indica que este era el patrón constante de la vida de Diótrefes. Prōteuō
aparece en el Nuevo Testamento solo en Colosenses 1:18, donde se refiere a la
preeminencia del Señor Jesucristo. Al rechazar a quienes estaban representando a Cristo,
Diótrefes en realidad estaba usurpando el papel de Cristo como cabeza de la iglesia. El
nombre Diótrefes (lit., “nutrido por Zeus” o “hijo de crianza de Zeus”) no era común,
mientras que Gayo sí lo era. Algunos creen que se usaba exclusivamente en familias nobles.
Si Diótrefes era parte de una familia noble, su conducta arrogante bien se pudo haber
cultivado en ese ambiente exaltado.
El hecho de que Diótrefes no aceptara las palabras de Juan indica simplemente cuán
lejos había llegado en su arrogancia. Sorprendentemente, sus ansias de poder y de gloria
personal lo habían llevado a rechazar la autoridad de Cristo mediada a través del apóstol
Juan. Diótrefes era culpable de orgullo espiritual de la peor clase. Su actitud era la de un
demagogo que se promovía a sí mismo, y que se negaba a servir a otros pero ansiaba que
todos le sirvieran. Esa actitud desafía totalmente la enseñanza del Nuevo Testamento sobre
el liderazgo de siervo (cp. Mt. 20:25–28; 1 Co. 3:5; 2 Co. 4:5; Fil. 2:5–11; 1 P. 5:3).

ACCIONES PERVERTIDAS DE DIÓTREFES


Por esta causa, si yo fuere, recordaré las obras que hace parloteando con palabras
malignas contra nosotros; y no contento con estas cosas, no recibe a los hermanos, y a los
que quieren recibirlos se lo prohíbe, y los expulsa de la iglesia. (10)
Por esta causa (el desafío altanero de Diótrefes a la autoridad apostólica de Juan) el apóstol
declaró: si yo fuere, recordaré las obras que hace. Juan no pasaría por alto este reto a su
autoridad apostólica y al gobierno de Cristo en la iglesia. Desenmascararía a Diótrefes
delante de la congregación, haría de la conducta del hombre un asunto de disciplina en la
iglesia (1 Ti. 5:19–20), y si era necesario usaría su autoridad apostólica para tratar con él.
Pablo lanzó un reto similar a los rebeldes en Corinto cuando escribió: “Iré pronto a vosotros,
si el Señor quiere, y conoceré, no las palabras, sino el poder de los que andan envanecidos”
(1 Co. 4:19), y volvió a reprenderlos en su segunda carta a Corinto, cuando declaró:
Esta es la tercera vez que voy a vosotros. Por boca de dos o de tres testigos se
decidirá todo asunto. He dicho antes, y ahora digo otra vez como si estuviera
presente, y ahora ausente lo escribo a los que antes pecaron, y a todos los demás,
que si voy otra vez, no seré indulgente (2 Co. 13:1–2).
Juan acusó a Diótrefes de cuatro cargos. En cada caso, el tiempo presente del verbo
indica que estos comportamientos eran continuos y habituales de parte de Diótrefes.
Primero, Diótrefes era culpable de estar parloteando con palabras malignas contra
Juan. La difamación es una estrategia muy común entre los que buscan exaltación. Se ganan
la confianza de la gente no de manera positiva manifestando un carácter piadoso, sino de
modo negativo destruyendo la confianza que las personas han depositado en otros
dirigentes. El verbo traducido parloteando aparece solo aquí en el Nuevo Testamento, pero
un vocablo relacionado se traduce “chismosas” en 1 Timoteo 5:13. La Biblia condena
reiteradamente el chisme (Pr. 20:19; Ro. 1:29; 2 Co. 12:20; 1 Ti. 3:11; 5:13; 2 Ti. 3:3; Tit.
2:3), y la calumnia (Lv. 19:16; Sal. 15:3; 101:5; 140:11; Pr. 10:18; 16:28; Mt. 15:19; Ro. 1:30;
2 Co. 12:20; Ef. 4:31; Col. 3:8; 1 P. 2:1). El adjetivo traducido malignas se usa cinco veces en
1 Juan para describir al diablo (2:13, 14; 3:12; 5:18, 19) y una vez para las malas acciones de
Caín (3:12). En 2 Juan 11 describe los hechos perversos de los falsos maestros. Las perversas
acusaciones de Diótrefes eran infames, falsas y calumniadoras. Él veía a Juan como una
amenaza a su poder y prestigio en la iglesia, y por tanto lo atacó de forma salvaje. Esto se
parece a la manera en que los falsos maestros en Corinto habían atacado a Pablo (2 Co. 7:2–
3; 10:10; 11:5–7; 12:15; 13:3).
Segundo, no contento con atacar a Juan, de modo desafiante Diótrefes no recibía a los
hermanos, es decir, a los predicadores itinerantes que proclamaban el mensaje apostólico
del evangelio. Puesto que veía a estos misioneros como una amenaza a su propio poder en
la iglesia, Diótrefes se negaba a extenderles hospitalidad. Puesto que la Biblia ordena tal
hospitalidad (Ro. 12:13; He. 13:2; 1 P. 4:9), Diótrefes también era culpable de rechazar la
Palabra de Dios. Así lo explica un comentarista:
No solo que las palabras de Diótrefes son crueles; sus hechos son igualmente
reprensibles. De modo intencional rompe las reglas de la hospitalidad cristiana
al negarse a recibir misioneros enviados a proclamar el evangelio. Al negarles
techo y comida obstaculiza el avance de la Palabra de Dios. En resumen,
Diótrefes está frustrando los planes y propósitos de Dios, y en consecuencia
enfrenta la ira divina (Simon J. Kistemaker, III John, New Testament Commentary
[Grand Rapids: Baker, 1986], pp. 9–10).
Diótrefes no solo se negaba personalmente a extender hospitalidad a los hermanos;
también prohibía hacerlo a los que querían recibirlos. Además abusaba de su poder
obstruyendo o evitando que otros en la iglesia mostraran hospitalidad a los predicadores
itinerantes.
Aquellos que desafiaban a Diótrefes al mostrar hospitalidad eran expulsados de la
iglesia. Tan amenazador era este sujeto que tenía influencia para excomulgar a cualquiera
que él percibía como una amenaza aparente. Tal vez eso le había sucedido realmente a
Gayo, lo cual podría explicar por qué Juan debió hablarle de lo que estaba pasando en la
iglesia. De haber estado todavía en la iglesia, Gayo enfrentaría hostilidad y oposición de
parte de Diótrefes, lo que quizás motivó a que Juan lo animara para que no cediera, sino
que continuara mostrando hospitalidad en el futuro (cp. el estudio de 3 Juan 5–8 en el
capítulo anterior de esta obra).
Como la mayoría de los conflictos en la Iglesia, este se derivó del orgullo. Fue orgullo lo
que hizo que Diótrefes calumniara a Juan, rechazara a los misioneros y expulsara a quienes
se atrevían a desafiarlo. Su arrogancia lo llevó a la ambición, lo cual resultó en acusaciones
calumniadoras, desafío a la autoridad apostólica, y aplastamiento de cualquier oposición a
su poder. Es muy triste que siempre haya habido individuos como Diótrefes en las iglesias.
Incluso es más trágico que muchas iglesias, ya sea porque les tienen miedo o en el nombre
de la tolerancia, se niegan a tratar con sus propias clases de Diótrefes. Sin embargo, el
apóstol Juan no dudó en enfrentarse a tal pecador por el bien de la Iglesia y la honra de
Cristo.

ENCOMIABLE CONTRASTE DE DEMETRIO


Amado, no imites lo malo, sino lo bueno. El que hace lo bueno es de Dios; pero el que
hace lo malo, no ha visto a Dios. Todos dan testimonio de Demetrio, y aun la verdad
misma; y también nosotros damos testimonio, y vosotros sabéis que nuestro testimonio
es verdadero. Yo tenía muchas cosas que escribirte, pero no quiero escribírtelas con tinta
y pluma, porque espero verte en breve, y hablaremos cara a cara. La paz sea contigo. Los
amigos te saludan. Saluda tú a los amigos, a cada uno en particular. (11–15)
A primera vista el versículo 11 parece interrumpir el flujo de pensamiento del apóstol. No
obstante, es una introducción necesaria a la sección de elogio a Demetrio. Juan instó a Gayo
a que no imitara lo malo de la conducta de Diótrefes negándose a recibir a Demetrio. En
vez de eso, lo instó a modelar su vida en lo bueno, como hacía Demetrio. El recordatorio de
Juan de que el que hace lo bueno es de Dios; pero el que hace lo malo, no ha visto a Dios,
es una aplicación práctica de la prueba moral de la verdadera fe que enseñó en su primera
epístola (véanse las exposiciones de 1 Jn. 2:3–6 y 5:2–3 en los capítulos 5 y 16 de esta obra).
La Biblia es clara en que las buenas obras no salvan; “el hombre no es justificado por las
obras de la ley, sino por la fe en Jesucristo… por cuanto por las obras de la ley nadie será
justificado” (Gá. 2:16; cp. Ro. 3:20). Sin embargo, la obediencia es la prueba externa y visible
de la salvación (Jn. 14:15, 21). La negativa de Diótrefes a obedecer los mandamientos de
Dios demuestra que él no era salvo.
En contraste con su fuerte condenación a Diótrefes, Juan elogió calurosamente a
Demetrio. Así como Gayo, el nombre Demetrio (“el que pertenece a Deméter”, la diosa
griega del grano y la cosecha) era común. Un orfebre en Éfeso con ese nombre inició un
alboroto por la enseñanza de Pablo, porque el evangelio estaba perjudicándole a él y a sus
compañeros fabricantes de ídolos (Hch. 19:23–41). Demas (Col. 4:14; 2 Ti. 4:10; Flm. 24) era
una abreviatura de Demetrio.
Aparte de este versículo, nada se sabe del Demetrio a quien Juan elogió, y que pudo
haber entregado esta carta de Juan para Gayo. Que era un hombre de noble carácter
cristiano es evidente por estas tres fuentes. Primera, todos daban buen testimonio de
Demetrio. Su reputación era conocida entre la comunidad cristiana de esa región. Segunda,
Demetrio estaba comprometido a vivir la verdad misma (v. 3). Por último, Juan añadió su
propio testimonio (el cual Gayo sabía que era verdadero) para elogiar el carácter de
Demetrio. El ejemplo de Demetrio muestra que la valía de un hombre se puede medir por
su reputación en la comunidad, su fidelidad a la verdad de la Biblia, y la opinión que
dirigentes cristianos piadosos tengan de él. Demetrio recibió altas calificaciones en todos
los escrutinios.
La conclusión de esta epístola se asemeja mucho a la de 2 Juan. El apóstol escribió: Yo
tenía muchas cosas que escribirte, pero no quiero escribírtelas con tinta y pluma, porque
espero verte en breve, y hablaremos cara a cara. En ambas epístolas Juan tenía mucho más
qué decir a quienes les escribió, pero prefería hacerlo no con tinta y pluma, sino cara a
cara.
El deseo del apóstol en su despedida, la paz sea contigo, era apropiada para esa
congregación desgarrada por los conflictos. Evidentemente Gayo y Juan tenían amigos
mutuos que pidieron a este último que saludara a Gayo en nombre de ellos. Juan también
pidió a Gayo que saludara a los amigos que estaban con él. La frase a cada uno en particular
añade un toque personal e íntimo. Aunque con más de noventa años, el apóstol seguía
apreciando a quienes había ministrado a lo largo de su vida.
Sin lugar a dudas, el concepto de la verdad se destaca en esta breve carta. Primero, los
creyentes deben conocer la verdad y obedecerla (v. 3). Segundo, deben ser hospitalarios
con otros creyentes fieles que predican la verdad (vv. 6–8). Por último, deben modelar sus
vidas con las que corresponden a ejemplos piadosos que viven en la verdad (v. 11; cp. He.
13:7). Donde la verdad prevalece, el Señor es glorificado en su Iglesia.3

9
Es la Verdad
3 Juan

La batalla por la verdad y contra los apóstatas se libra no solo en el hogar (2 Juan), sino,
en especial, en la iglesia local; y allí es donde entra 3 Juan. Esta breve carta (la epístola más
corta del Nuevo Testamento en el griego original) nos da un vistazo de la iglesia primitiva,
su gente y sus problemas. Al leerla, te hallarás diciendo: “¡Los tiempos no han cambiado
mucho!¡Tenemos gente y problemas similares hoy!”.
Una de las expresiones clave en esta carta es dar testimonio (v. 3, “dieron testimonio”;
vs. 6, 12, “han dado testimonio”, “damos testimonio”). No solo se refiere a las palabras que
decimos, sino a las vidas que vivimos. Todo creyente es un testigo; sea bueno o malo.
Estamos cooperando con la verdad (v. 8) o estorbándola.
Esta carta se dirige a Gayo, uno de los líderes de la congregación. Pero Juan también
considera a otros dos hombres en estos versículos: Diótrefes y Demetrio. Dondequiera que
hay personas, hay problemas; y el potencial para resolver esos problemas. Cada uno de
nosotros debe, con sinceridad, enfrentar la pregunta: “¿Soy parte del problema o de la
respuesta?”.

3
John MacArthur, 1 Pedro a Judas, trans. Ricardo Acosta, Comentario MacArthur del
Nuevo Testamento (Grand Rapids, MI: Editorial Portavoz, 2017), 638–657.
Considera a los tres hombres que intervienen en esta carta y observa la clase de
creyentes que eran.

Gayo, el que anima (3 Juan 1–8)


¡No hay duda de que el apóstol Juan quería mucho a este hombre! En su saludo, lo llama
“el amado, a quien amo en la verdad”, y en el versículo 5, “amado”. Es improbable que estas
sean expresiones meramente formales, como nuestro “Estimado señor Pérez”. (¡A lo mejor,
ni siquiera conocemos personalmente al señor Pérez!) El versículo 4 sugiere que Gayo tal
vez era uno de los convertidos de Juan, y por supuesto, a las personas a quienes llevamos a
la fe en Cristo las queremos de manera especial. Sin embargo, el apóstol amado miraba a
todos los creyentes como sus “hijitos” (1 Juan 2:1, 12, 18), así que no debemos poner
demasiado énfasis en este punto.
Si Gayo fuera miembro de una iglesia en donde yo fuera pastor, ¡por cierto no tendría
problemas para quererlo! Considera las cualidades personales de este hombre excelente.
Salud espiritual (v. 2). Juan tal vez esté sugiriendo aquí que su amigo querido estaba
enfermo y que él estaba orando por su recuperación: “¡Quiero que tengas en el cuerpo
tanta salud como la tienes en tu alma!”. Si ese es el caso, comprueba que es posible tener
salud espiritual y estar enfermo físicamente. Sin embargo, esta clase de saludo era muy
común en esos días, así que tampoco debemos dar gran importancia a esto.
No obstante, es claro que Gayo era un hombre cuya “salud espiritual” era evidente para
todos. “Aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se
renueva de día en día” (2 Corintios 4:16). La salud física es el resultado de la nutrición, el
ejercicio, la limpieza, el descanso apropiado y la disciplina de una vida equilibrada. La salud
espiritual es el resultado de factores similares. Debemos alimentarnos con la Palabra de
Dios y, luego, sacar provecho de esa nutrición en un ejercicio santo (1 Timoteo 4:6, 7).
Debemos mantenernos limpios (2 Corintios 7:1) y evitar la contaminación del mundo (2
Pedro 1:4; Santiago 1:27). En tanto que el ejercicio y el servicio son importantes, también
lo es que descansemos en el Señor y recuperemos la fuerza mediante la comunión con él
(Mateo 11:18–30). Una vida equilibrada es una vida saludable y feliz, una vida que honra a
Dios.
Un buen testimonio (vs. 3, 4). A Gayo se lo reconocía como un hombre que obedecía la
Palabra de Dios y “andaba en la verdad” (ve 2 Juan 4). Algunos de los hermanos habían
hecho varias visitas a Juan y, con alegría, le habían informado que Gayo era un ejemplo
reluciente de lo que el creyente debe ser. En mi propia experiencia pastoral, debo confesar
que a veces he sentido cierto recelo cuando la gente me ha dicho: “¿Es la señora fulana de
tal miembro de su iglesia?”. O, incluso peor: “¡Conozco muy bien a una de las integrantes
de la congregación!”. Juan nunca temía cuando surgía el nombre de Gayo.
¿Qué hacía que Gayo tuviera tan buen testimonio? La verdad de Dios. La verdad estaba
“en él” y eso le permitía andar en obediencia a la voluntad de Dios. Gayo leía la Palabra,
meditaba y se deleitaba en ella, y entonces, la ponía en práctica en su vida diaria (ve Salmo
1:1–3). Lo que la digestión es al cuerpo, la meditación es al alma. No basta meramente oír
o leer la Palabra. Debemos “digerirla” y hacerla parte de nuestro ser interior (ve 1
Tesalonicenses 2:13).
Es claro que toda la vida de Gayo estaba envuelta en la verdad. La vida verdadera
proviene de la verdad viviente. Jesucristo, la verdad (Juan 14:6), se revela en la Palabra de
Dios, que es su verdad (Juan 17:17). El Espíritu Santo también es verdad (1 Juan 5:6) y nos
la enseña. El Espíritu de Dios usa la Palabra de Dios para revelar al Hijo de Dios, y entonces,
nos capacita para obedecer la voluntad de Dios y “andar en la verdad”.
Ministerio práctico (vs. 5–8). Gayo también cooperaba con la verdad (v. 8). De maneras
prácticas, ayudaba a los que ministraban la Palabra. No se indica que Gayo mismo haya sido
predicador o maestro, pero abrió su corazón y su hogar a los que lo eran.
Hemos aprendido de la segunda carta de Juan la importancia de la hospitalidad cristiana
en esos días. Juan le advirtió “a la señora elegida” que no alojara a falsos maestros (2 Juan
7–11), pero en esta carta, elogia a Gayo por ser hospitalario con los verdaderos ministros
de la Palabra de Dios. Gayo era un estímulo, no solo a los hermanos en general, sino,
especialmente, a los “desconocidos” que iban para tener comunión con la iglesia y para
ministrar (ve Hebreos 13:2).
En este día de temor y violencia, no es fácil recibir desconocidos en nuestras casas. Por
supuesto, en la iglesia primitiva, los ministros viajeros llevaban cartas de recomendación de
sus asambleas (Romanos 16:1); así que es importante que sepamos algo de las personas
que planeamos recibir. Sin embargo, esto exige fe y amor. Por más que a mi esposa y a mí
nos encante abrir nuestra casa, debemos confesar que hubo ocasiones cuando despedir a
nuestros invitados nos dio una sensación de felicidad y alivio. En su mayor parte, sin
embargo, nuestros invitados han sido verdaderamente “ángeles”, cuya presencia fue una
bendición en nuestra casa.
Gayo no solo abrió su casa, sino también su corazón y su mano para ayudar
económicamente a sus invitados. La frase “harás bien en encaminarlos… para que
continúen en su viaje” quiere decir ayudarlos en su viaje. Esto tal vez haya incluido
proveerles dinero y comida, así como lavar y remendar la ropa (ve 1 Corintios 16:6; Tito
3:13). Después de todo, nuestra fe debe demostrarse por nuestras obras (Santiago 2:14–
16), y nuestro amor debe expresarse del mismo modo, no solo con palabras (1 Juan 3:16–
18).
¿Qué motiva este ministerio práctico para los santos? Primero, honra a Dios. Cuanto
más nos sacrificamos para servir a otros, más nos “parecemos a Dios”. “Para que andéis
como es digno del Señor, agradándole en todo” (Colosenses 1:10). Como estos ministros
itinerantes representaban el nombre del Señor, cualquier servicio a favor de ellos era un
servicio a Jesucristo (Mateo 10:40; 25:34–40).
Un segundo motivo es que sustentar a los siervos de Dios es un testimonio a los perdidos
(v. 7). Ten presente que había muchos maestros itinerantes en esa época, que hablaban de
sus ideas y pedían dinero. En tanto que el Señor Jesús enseñó claramente que los siervos
de Dios merecen sustento (Lucas 10:7), la norma en el Nuevo Testamento es que este viene
del pueblo de Dios. “Sin aceptar nada de los gentiles” quiere decir que estos obreros
itinerantes no pedían ayuda a los incrédulos. Abraham tenía la misma norma (Génesis
14:21–24), aunque él no impuso a sus compañeros que adoptaran esta norma. Cuando se
colecta la ofrenda, muchos pastores dicen claramente que no están pidiendo nada a los
incrédulos de la congregación.
Cuando el pueblo de Dios sustenta en forma adecuada a los siervos de Dios, eso es un
poderoso testimonio ante los perdidos. Pero cuando los ministros, iglesias y otras
organizaciones religiosas se dedican a solicitar recursos a los inconversos y a diversas
empresas, eso hace que el cristianismo se vea barato y comercial. Esto no quiere decir que
los siervos de Dios deban rehusar una ofrenda voluntaria de una persona que no es
convertida, en tanto esta comprenda que la ofrenda no está comprando la salvación.
Incluso entonces, debemos ser cautos. La oferta del rey de Sodoma era voluntaria, ¡pero
Abraham la rechazó! (Génesis 14:17–24).
La tercera motivación para servir es obediencia a Dios. “Nosotros, pues, debemos
acoger a tales personas” (v. 8). Este ministerio de hospitalidad y sostenimiento no es solo
una oportunidad, sino también una obligación. Gálatas 6:6–10 dice con claridad que los que
reciben bendiciones espirituales del ministro de la Palabra de Dios también deben compartir
con él las bendiciones materiales; 1 Corintios 9:7–11 explica más este principio. Como un
diácono me lo expresó en la primera iglesia en que fui pastor: “¡Uno paga por la
alimentación donde recibe la comida!”. Es contrario a la Biblia que los miembros de la iglesia
envíen sus diezmos y ofrendas por todo el mundo y descuiden el sustento del ministerio de
su propia iglesia local.
Juan da una cuarta motivación en el versículo 8: “para que cooperemos con la verdad”.
Gayo no solo recibió la verdad y andaba en ella, sino que también era un “cooperador” que
ayudaba a promoverla. No sabemos cuáles eran sus dones espirituales ni cómo servía en la
congregación, pero sí sabemos que Gayo cooperaba para extender y defender la verdad al
ayudar a los que la enseñaban y predicaban.
En mi propio ministerio itinerante, me he alojado en muchos hogares y me han animado
en mi trabajo. Los anfitriones tal vez no hayan sido personas especialmente talentosas, pero
su ministerio bondadoso de hospitalidad me permitió ejercer mis dones en la iglesia.
¡Cualquier bendición que haya tenido en mi ministerio con certeza se acreditará a cuenta
de ellos! (Filipenses 4:17).
Una cosa es luchar contra la apostasía y rehusarse a recibir a los falsos maestros, pero
otra muy distinta es abrir nuestras casas (y billeteras) para promover la verdad.
Necesitamos tanto lo negativo como lo positivo. Hacen falta más personas como Gayo que
gozan de salud espiritual, son obedientes a la Palabra y comparten lo que tienen para
promover la verdad. Pero, ay, ¡no todos son como él! Ahora pasamos a una clase
completamente diferente de creyente.

Diótrefes, el dictador (3 Juan 9, 10)


Parece que muchas iglesias tienen miembros que insisten en ser el jefe y salirse con la
suya. Debo confesar que, a veces, es el pastor el que asume poderes dictatoriales y se olvida
de que la palabra “ministro” quiere decir sirviente. Pero, en ocasiones, es un líder, tal vez
alguien que ha sido miembro durante largo tiempo en la iglesia y que piensa que tiene
“derechos por antigüedad”.
Los discípulos de nuestro Señor a menudo discutían cuál de ellos iba a ser el mayor en
el reino (Mateo 18:1 en adelante). Jesús tuvo que recordarles que su modelo para el
ministerio no era el oficial romano que “se enseñoreaba” sobre la gente, sino el mismo
Salvador que vino como siervo humilde (Filipenses 2:1 en adelante). Durante mis muchos
años de ministerio, he visto cambios en el modelo del servicio, y la iglesia está sufriendo por
eso. Parece que el “ministro exitoso” de hoy es más un magnate comercial que un siervo
sumiso. En sus manos, sostiene un teléfono inalámbrico, no una toalla; en su corazón, hay
una ambición egoísta, no amor por las almas perdidas y las ovejas de Dios.
Diótrefes estaba motivado por el orgullo. En lugar de darle preeminencia a Jesucristo
(Colosenses 1:18), la reclamaba para sí. Tenía la palabra final en cuanto a todo en la iglesia,
y sus decisiones las determinaba solo una cosa: “¿Qué hará esto por Diótrefes?”. Era muy
diferente a Juan el Bautista, quien dijo: “Es necesario que él [Jesucristo] crezca, pero que yo
mengüe” (Juan 3:30). El griego indica que esta era una actitud constante de Diótrefes para
promoverse.
Siempre que una iglesia tenga un dictador en su membresía, habrá problemas, porque
los que tienen mentalidad espiritual no toleran esa clase de liderazgo. El Espíritu Santo se
entristece cuando a los miembros del cuerpo no se les permite ejercer sus dones porque un
miembro quiere salirse con la suya. En el tribunal de Cristo, descubriremos cuántos
corazones fueron partidos e iglesias destruidas debido a los “ministerios” arrogantes de
personas como Diótrefes. Considera lo que hacía este hombre.
No recibía a Juan (v. 9). Es increíble pensar que un líder de la iglesia (Diótrefes puede
haber sido un anciano) ¡no quería tener comunión con uno de los propios apóstoles del
Señor! ¡Cuánto podría Diótrefes haber aprendido de Juan! Pero Jesucristo no era
preeminente en su vida, y por consiguiente, podía darse el lujo de tratar así al anciano
apóstol.
¿Por qué Diótrefes rechazaba a Juan? La razón evidente parece ser que Juan
cuestionaba el derecho del hombre a ser dictador de la iglesia. Juan era una amenaza para
Diótrefes, porque tenía la autoridad de apóstol. Sabía la verdad en cuanto a él y estaba
dispuesto a darla a conocer. Satanás estaba obrando en la iglesia porque Diótrefes operaba
por orgullo y para su glorificación, dos de las principales armas del diablo. Si Juan aparecía
en la escena, Satanás sería el perdedor.
Mintió en cuanto a Juan (v. 10a). La frase “parloteando con palabras malignas contra
nosotros” quiere decir presentando acusaciones falsas y vacías contra nosotros. Lo que
Diótrefes estaba diciendo en cuanto a Juan era totalmente sin sentido, pero hay personas
a quienes les encanta tal charla ¡y la creen! Al parecer, Diótrefes había acusado a Juan en
una de las reuniones de la iglesia, cuando este no estaba presente para defenderse. Pero el
apóstol advirtió que vendría pronto el día cuando arreglaría cuentas con Diótrefes, el
dictador.
Los creyentes deben cuidarse de no creer todo lo que leen u oyen en cuanto a los siervos
de Dios, particularmente, sobre aquellos siervos que tienen un ministerio amplio y son bien
conocidos. He dejado de leer ciertas publicaciones porque lo único que imprimen son
acusaciones indocumentadas en cuanto a personas cuyos ministerios Dios está bendiciendo
de una manera singular. Un día, le mencioné cierta publicación a un amigo mío, y dijo: “Sí,
conozco bien al director. Es como papel secante: lo absorbe todo ¡y lo comprende al revés!”.
Haríamos bien en filtrar estos informes con Filipenses 4:8.
Rechazó a los ayudantes de Juan (v. 10b). Diótrefes no quería ni siquiera recibir a los
demás hermanos porque tenían comunión con Juan. Era “culpa por asociación”. Es
imposible practicar esta clase de “separación” con algún grado de constancia, ya que nadie
puede saber siempre todo lo necesario en cuanto a lo que aquel hermano está haciendo. Si
rehúso tener comunión contigo porque tienes comunión con alguien a quien yo
desapruebo, ¿cómo sé el alcance de esa comunión? ¿Cómo sigo el rastro de lo que tú has
hecho? Se necesitaría una computadora y personal a tiempo completo si espero tener éxito
en mantener pura toda asociación.
La Biblia dice con claridad que no debemos tener comunión con los apóstatas
(estudiamos esto en 2 Pedro) y que debemos abstenernos de hacer alianza con los
incrédulos (2 Corintios 6:14 en adelante). También debemos evitar a aquellos cuya posición
doctrinal es contraria a la Biblia (Romanos 16:17–19). Esto no quiere decir que cooperamos
solo con los creyentes que interpretan las Escrituras exactamente como nosotros, porque
incluso personas buenas y consagradas discrepan en algunos asuntos tales como el
gobierno de la iglesia o la profecía. Los verdaderos creyentes pueden concordar en las
doctrinas fundamentales de la fe y, en amor, dar lugar al desacuerdo en otros asuntos.
Sin embargo, interrumpir la comunión personal con un hermano porque discrepo con
su círculo de amigos es, para mí, ir más allá de las Escrituras. Diótrefes rechazaba a Juan, ¡y
entonces, rechazaba a los creyentes asociados con él! Pero fue incluso más allá.
Disciplinó a los que discrepaban con él (v. 10c). A los miembros de la iglesia que
recibieron a los ayudantes de Juan, ¡los expulsó de la iglesia! De nuevo, fue una culpa por
asociación. Diótrefes no tenía ni la autoridad ni la base bíblica para expulsar de la iglesia a
esas personas, pero lo hizo. ¡Incluso los “dictadores religiosos” deben tener cuidado de que
la oposición no se vuelva demasiado fuerte!
El Nuevo Testamento enseña la disciplina eclesiástica, y hay que obedecer esas
instrucciones. Pero la disciplina eclesiástica no es un arma para que el dictador la use para
protegerse, sino una herramienta que la congregación debe usar a fin de promover la
pureza y glorificar a Dios. No es un pastor “dándose demasiada importancia” o una junta de
iglesia actuando como policía. Es el Señor ejerciendo autoridad espiritual mediante una
iglesia local a fin de rescatar y restaurar a un hijo de Dios que se ha descarriado.
Los “dictadores” de la iglesia son gente peligrosa, pero, felizmente, son fáciles de
reconocer. Les gusta hablar de sí mismos y de lo que “han hecho para el Señor”. También
tienen el hábito de juzgar y condenar a los que no están de acuerdo con ellos. Son expertos
en poner rótulos a otros creyentes y clasificarlos en categorías nítidas de su propia
invención. Basan su comunión en personalidades, no en doctrinas fundamentales de la fe.
Lo trágico es que estos “dictadores” piensan que están sirviendo a Dios y glorificando a
Jesucristo.
Ha sido mi experiencia que la mayor parte de la angustia y la división en las iglesias
locales, y entre iglesias, ha resultado de personalidades más que de cualquier otra cosa. Si
tan solo volviéramos al principio del Nuevo Testamento de hacer de la persona y la obra de
Jesucristo nuestra prueba de comunión, antes que las asociaciones y las interpretaciones
de doctrinas secundarias. Pero gente como Diótrefes siempre tendrá seguidores
entusiastas, porque muchos creyentes sinceros, pero inmaduros, prefieren seguir a tales
hombres.

Demetrio, el ejemplo (3 Juan 11–14)


Según un diccionario, un “ejemplo” es un ideal, un modelo, algo digno de imitar.
Demetrio era esa clase de creyente. Juan advirtió a sus lectores que no imitaran a Diótrefes.
“Si quieren imitar un ejemplo, ¡imiten a Demetrio!”.
Pero ¿está bien que imitemos a líderes humanos? Sí, si ellos a su vez están imitando a
Jesucristo. “Hermanos, sed imitadores de mí, y mirad a los que así se conducen según el
ejemplo que tenéis en nosotros” (Filipenses 3:17). “Sed imitadores de mí, así como yo de
Cristo” (1 Corintios 11:1). Tú y yo no podemos ver a Dios, pero sí observar su obra en la vida
de sus hijos. La vida santa y el servicio dedicado de otros creyentes siempre son de estímulo
y ánimo para mí. Por nuestro buen ejemplo, podemos considerarnos unos a otros “para
estimularnos al amor y a las buenas obras” (Hebreos 10:24).
Demetrio era un hombre digno de imitar porque todos dieron buen testimonio de él
dentro de la comunión de la iglesia. Todos los miembros lo conocían, lo querían, y daban
gracias a Dios por su vida y ministerio constantes. En tanto que es peligroso que “todos los
hombres hablen bien de vosotros” (Lucas 6:26), es maravilloso cuando todos los creyentes
de una iglesia local están de acuerdo para elogiar tu vida y tu testimonio. Si todos, salvos y
perdidos, buenos y malos, hablan bien de nosotros, tal vez signifique que estamos haciendo
concesiones y aparentando.
Pero Demetrio no solo tenía un buen testimonio de los creyentes de la iglesia, sino
también buen testimonio de la Palabra (la verdad) misma. Como Gayo, andaba en la verdad
y obedecía la Palabra de Dios. Esto no quiere decir que eran perfectos, pero sí que eran
coherentes en sus vidas, procurando honrar al Señor.
Tanto la iglesia como la Palabra daban testimonio de la vida cristiana de Demetrio, y
también el apóstol Juan. (Esto quiere decir que Demetrio probablemente estaba en
problemas con Diótrefes.) El apóstol amado sabía de primera mano que Demetrio era un
hombre de Dios, y no se avergonzaba de confesarlo.
Juan había advertido que iba a visitar a la iglesia y confrontar a Diótrefes (v. 10), y sin
duda, tanto Gayo como Demetrio estarían con él para oponerse al “dictador”. Eran la clase
de hombres que respaldaban la verdad y se sometían a la autoridad espiritual auténtica.
Como seguían la verdad, otros creyentes podían imitarlos con seguridad.
La conclusión de esta carta (vs. 13, 14) es similar a la de 2 Juan, y tal vez era una forma
habitual de terminarlas en los días de Juan. El apóstol planeaba visitar la iglesia “en breve”
(pronto), lo que, por cierto, era una advertencia para Diótrefes y un estímulo para Gayo y
Demetrio. El amado Juan tenía “muchas cosas” que hablar con la congregación y sus líderes,
cosas que prefería tratar personalmente antes que por carta.
“La paz sea contigo” (v. 14) debe de haber sido una bendición realmente alentadora
para Gayo. Sin duda, su corazón y mente estaban angustiados debido a la división de la
iglesia y la manera carnal en que Diótrefes ultrajaba a sus miembros. George Morrison, de
Glasgow, escribió: “La paz es poseer los recursos adecuados”. El creyente puede disfrutar
de “la paz de Dios” porque tiene recursos adecuados en Jesucristo (Filipenses 4:6, 7, 13, 19).
Juan se preocupaba por enviar saludos de los creyentes de las iglesias con las que estaba
asociado en ese tiempo: “Los amigos te saludan.” Qué bendición tener amigos creyentes.
Cuando llegó cerca de Roma, algunos de los hermanos fueron a recibirlo, “y al verlos, Pablo
dio gracias a Dios y cobró aliento” (Hechos 28:15). Tanto Pablo como Juan no solo eran
ganadores de almas, sino que también se hacían de amigos. Diótrefes era tan dictatorial
que tenía cada vez menos amigos, pero Juan los acumulaba al hablar del amor de Cristo.
“Saluda tú a los amigos, a cada uno en particular”. El anciano apóstol no quería escribir
una carta larga; además, planeaba visitarlos. Pablo a veces terminaba sus cartas con una
lista de saludos personales (ve Romanos 16), pero Juan no hizo eso, por lo menos, en esta
carta. Quería que Gayo saludara a sus amigos en forma personal e individualmente, como
si él mismo estuviera haciéndolo. Juan no se preocupaba solamente por la iglesia, sino
también por los individuos dentro de ella.
Es interesante contrastar estas dos breves cartas y ver el equilibrio de la verdad que
Juan presentó. La segunda epístola de Juan fue escrita a una mujer piadosa en cuanto a su
familia, en tanto que 3 Juan estaba dirigida a un hombre piadoso respecto a su iglesia. Juan
advirtió a “la señora elegida” en cuanto a los falsos maestros de afuera, pero previno a Gayo
en relación a los líderes dictatoriales dentro de la comunión. Los falsos maestros de 2 Juan
apelaban al amor para poder negar la verdad, en tanto que Diótrefes apelaba a la verdad
mientras, sin amor, atacaba a los hermanos.
Qué importante es andar “en verdad y en amor” (2 Juan 3) y sostener la verdad en amor
(Efesios 4:15). Afirmar que uno ama la verdad y, sin embargo, aborrece a los hermanos es
demostrar ignorancia sobre lo que significa la vida cristiana.
Cuando el pueblo de Dios ama a Dios, la verdad y unos a otros, el Espíritu de Dios puede
obrar en esa congregación para glorificar a Jesucristo. Pero cuando algún miembro de esa
iglesia, inclusive el pastor, se enorgullece y trata de tener “la preeminencia”, el Espíritu se
entristece y no puede bendecir. La iglesia puede aparecer exitosa por fuera, pero por
dentro, carece de la verdadera unidad del Espíritu que forma una comunión saludable.
Necesitamos más personas como Gayo y Demetrio, ¡y menos como Diótrefes!4

4
Warren W. Wiersbe, Alertas en Cristo: Estudio expositivo de 2 Pedro, 2 y 3 Juan, y Judas
(Sebring, FL: Editorial Bautista Independiente, 2013), 130–144.

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