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Créditos
Moderadora
Kath

Traductoras
Behindbooks Karens
Brisamar58 Lvic15
Cjuli2516zc Maria_clio88
Clau M im i 3
Gerald Mona
Gracekelly Kath
JandraNda

Corrección y Revisión
Final:
Kath

Diseño:
R ox x
Índice
Uno Veintiuno
Dos Veintidós
Tres Veintitrés
Cuatro Veinticuatro
Cinco Veinticinco
Seis Veintiséis
Siete Veintisiete
Ocho Veintiocho
Nueve Veintinueve
Diez Treinta
Once Treinta y uno
Doce Treinta y dos 4

Trece Treinta y tres


Catorce Treinta y cuatro
Quince Treinta y cinco
Dieciséis Treinta y seis
Diecisiete Treinta y siete
Dieciocho Treinta y ocho
Diecinueve Treinta y nueve
Veinte Cuarenta
Sinopsis
Jared
No soy tu novio. No soy el chico de al lado. Ni siquiera soy amable.
Mis manos retorciéndose en tu cabello, mi exigencia susurrada en tu oído…
soy la fantasía que desearías nunca haber tenido.
Cuando acabe contigo, cada centímetro de tu cuerpo sabrá dónde he estado.
Tu único pensamiento será el insaciable dolor entre tus piernas mientras mi
nombre se arrastra entre tus labios. No ansiarás más, rogaras por más. Porque no
soy sólo una sonrisa engreída con unos músculos endurecidos por el ejército por
los que has pagados cinco mil de los grandes… soy la experiencia que nunca
olvidarás.
Una noche conmigo y sabrás exactamente por qué las mujeres me pagan para
ser rudo.

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Uno
Jared
—Más profundo. —Mi mano aterrizó en su trasero sexy con una sonora
nalgada.
Sus tetas saltaron saliéndose de su bikini y gimió.
Mi polla se deslizó otro centímetro en su boca.
—Así, nena. —Agarré un puñado de su cabello y jalé—. Chupa más fuerte.
Su lengua se aplanó contra mi miembro y sus mejillas se ahuecaron, pero no
siguió mis instrucciones.
—¿Dónde está la diosa que prometiste? —Le golpeé el culo de nuevo—. ¿Eso
es todo lo que tienes?
Apoyándose en mis muslos, con sus rodillas en la tumbona al lado de la mía,
ella era sexy, pero no era una clienta. Ni siquiera recordaba su nombre. Se había 6
sentado a mi lado en el bar de la piscina del hotel, y dos tragos más tarde, me dijo
que chupaba pollas como una diosa.
Que iniciara el jodido juego.
La llevé a la cabaña más cercana y le dije que me lo probara. Se humedeció los
labios y se arrodilló.
Pero ahora no lo estaba logrando.
Mi teléfono vibró y su mirada fue a la mesa donde estaba. Chupó más fuerte.
Sonreí con petulancia.
—¿Ahora estás motivada? —Me incliné cerca de su oreja—. ¿Te preocupa que
tenga que ir a algún lugar? —No tenía ninguna mierda que hacer. Había manejado
hasta un hotel cerca de mi apartamento para desayunar porque estaba aburrido.
Luego, ella sentó su culo junto a mí. No le dije que las mujeres me pagaban para
que las follara o que me habían chupado la polla demasiadas veces, todo estaba un
poco borroso.
Mi teléfono volvió a vibrar y ella aceleró el ritmo.
—Maldición. —Me importaba muy poco quién estaba llamando, pero al
parecer eso la estimulaba—. ¿Te gusta un poco de competencia? —Estaba
perdiendo mi toque. Debía haberla identificado como de ese tipo al segundo en
que dijo que era una diosa.
Envolvió sus labios sobre sus dientes y aplicó presión.
—Mierda, eso funcionará. —Mi cabeza cayó hacia atrás y ya no me estaba
preguntando cuánto tiempo tardaría esto.
Mi celular volvió a vibrar y ella me enterró en su garganta profundamente.
La inspiración me golpeó. Eché un vistazo al identificador de llamadas en mi
teléfono y luego la miré mientras contestaba.
—¿Qué pasa, impostor?
—¿Estás ocupado esta noche? —preguntó Alex.
—¿Es sábado? —¿Qué mierda pensaba? Ambos éramos acompañantes. Los
sábados siempre estaban llenos.
—Cancela a tus clientes. Ganarás quince mil esta noche.
—Tonterías —gruñí y la autoproclamada diosa gimió.
—Jesucristo —resopló Alex—. ¿Estás follándote a una clienta ahora mismo?
—No. —Técnicamente no—. Ahhh, maldición. Espera. —Sostuve el teléfono
alejado y ella gimió aún más fuerte—. Eso es, nena, justo ahí. —Empujé una vez y
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le dio una arcada—. Mierda. —Mis bolas se tensaron. Estaba justo allí. Agarrando
su cabello con más fuerza, emití una orden—. Tómalo más profundo.
Ella relajó su garganta y me hundí hasta la empuñadura.
—Mierdaaa. —Disparando mi carga en su boca, casi dejé caer mi teléfono.
Tragó como una campeona y luego me sonrió.
—¿Qué tal?
—Maldición, eso estuvo bien. —Probablemente lo recordaría, al menos hasta
la próxima vez que me hicieran una mamada.
Sonrió y pasó su mano por mis abdominales.
—Te lo dije.
Al soltarle el pelo, pellizqué uno de sus pezones.
—Gracias, diosa. —Señalé mi teléfono con la barbilla—. Tengo que atender
esto.
Acomodó los trozos de tela sobre sus tetas.
—Adelante.
—Hasta luego. —Metí mi mierda en mis pantalones cortos, bajé mis piernas
de la tumbona y me aparté de ella mientras volvía a poner el teléfono en mi oreja—
. Volví. No es una clienta. —Sólo se lo dije para joderlo, porque Alex Vega no tenía
citas, nunca.
—¿Todavía estás follando gratis?
—La mejor clase de folladas. —O solía serlo. Ya casi no podía recordarlo.
—¿Qué está pasando esta noche? —Él nunca me había pedido que le quitara
sus clientas de sus manos por una noche entera—. No hago fiestas de despedida de
soltera. O cualquier otro tipo de fiesta —le recordé mientras estaba de pie. Que
jodan esa mierda.
—Nada de fiestas. Esta noche tengo tres clientas.
Miré detrás de mí, pero la diosa había captado la idea. Ya se había ido.
—¿Qué pasa? —Sonreí mientras pasaba de la piscina al estacionamiento.
—¿Perdiendo tu resistencia en tu vejez? —Vega era un año mayor que yo y
nunca dejaba que lo olvidara.
—Joder no. Tengo un conflicto con la agenda. Tú te encargas de las tres y yo
me llevo el treinta por ciento.
A la mierda. 8

—El diez. —Quité el seguro de mi Mustang y me deslicé detrás del volante.


—Veinte —replicó.
No quería hacerlo, pero él nunca me había pedido que lo ayudara. Le debía
más de lo que podía pagarle, pero tenía mis límites. Suspiré.
—No voy a follarme a tus ancianas asaltacunas por el ochenta por ciento.
—Define ancianas.
Puse el motor en marcha.
—Cincuenta y esa mierda.
—Deja de ser marica. Te equivocaste por una década, y la segunda cliente de
esta noche es joven.
Dijo joven como si fuera una advertencia.
—¿Es sexy?
—Paga cinco mil, ¿qué te importa? —Evadió.
Me reí sin una pizca de humor.
—No me importa. —Nunca había tenido una clienta que no fuera atractiva.
Era un error común pensar que las mujeres que buscaban un acompañante eran
feas, pero las mías eran ricas y estaban aburridas.
—Eso es lo que pensé. Y no seas un imbécil agresivo con ella, es tímida.
Jesucristo.
—Vamos. Sabes que no puedo aguantar esa mierda. No soy un jodido marica.
—Mi juego era el control y me gustaba rudo.
—Sólo tómalo con calma y no le des un susto de muerte.
¿Estaba hablando en serio?
—Ella debería follarse a una mujer si quiere algo gentil. —No iba a follar en
posición de misionero, ni siquiera por cinco mil.
—Aguántate.
Me reí sin un ápice de humor.
—Tal vez lo haga.
—Te voy a enviar por mensaje los detalles ahora. Apégate al libreto y no
llegues tarde. Déjame saber si tienes algún problema.
—No tengo problemas.
No se comió mi mierda. 9
—Mañana te llamo.
—Oye. —Lo detuve antes que colgara—. ¿Cuál es el verdadero problema? No
te has tomado una noche libre en años.
—Cena de negocios.
—¿Estás expandiéndote? —Sería un maldito mentiroso si dijera que no estaba
pensando en salir del negocio. No necesitaba el dinero.
—Mirando en una organización de caridad —admitió.
Me carcajeé.
—¿Qué clase de caridad hace un estafador? ¿La experiencia del novio para
chicas necesitadas?
—Vete a la mierda. Es para veteranos.
Los músculos de mi espalda se tensaron y mis cicatrices se sintieron
anudadas.
—¿Desde cuándo te importan los veteranos?
—Estoy hablando contigo, imbécil, ¿no?
Resoplé.
—Es justo. ¿Qué chica te involucró en esto? —No había manera que pensara
en esta mierda por su cuenta. Él se enfocaba en ganar dinero. Eso lo dominaba
como la necesidad de control me dominaba a mí.
—No dije que una mujer estuviera involucrada. —Eludió la pregunta
—¿Qué restaurante? —pregunté casualmente.
—Pietra’s.
Me reí, con fuerza.
—Maldito perro, vas a ir a una cita. ¿Ella sabe cómo pagas las cuentas? —
Ninguna chica aguantaría eso.
—Solo cuida a mis clientes esta noche —masculló.
—Lo hago y no van a querer volver contigo —me burlé.
—Haz tu mejor intento. Aun así, recogeré mi veinte por ciento.
—De ninguna manera, solo una vez. Después de eso, mantengo mis
ganancias. A diferencia de ti, no hago caridad. Adiós. —Colgué y entré al
estacionamiento subterráneo de mi condominio mientras llegaban tres mensajes de
Vega. Cada uno era un nombre y un número, pero sólo uno de los mensajes tenía 10
dos palabras adicionales. Miré mi celular.
Clienta tímida.
¿Qué carajo se suponía que debía hacer con una clienta tímida?
Empujé la puerta de mi auto y pasé de largo el ascensor hacia las escaleras.
Diecisiete pisos más tarde, había terminado de obsesionarme con ella. No era que
no pudiera pensar qué diablos haría con ella, era lo que podía. Un centenar de
fantasías de mierda estaban abriéndose camino bajo mi piel. No había pasado ni
metro y medio dentro de mi condominio antes de presionar el número en el
mensaje para llamarla.
Caminé hasta mi balcón y miré al océano mientras timbraba.
Dos
Sienna
—¿Dónde están esos archivos? —gritó el entrenador desde su oficina.
—Los estoy enviando en este momento. —Se los reenvié por tercera vez. Mi
jefe era un inútil con las computadoras, lo cual estaba bien, puesto que me
mantenía con empleo—. Revise su correo.
La puerta de vidrio de mi oficina se abrió de golpe.
El mariscal de campo del equipo de Miami, con su metro noventa y cinco
entró pisoteando y estampó su mano sobre mi escritorio.
—Toma.
Me enderecé en mi silla.
—Señor Ahlstrom.
—Deja las tonterías, Sie. Esto es tuyo. —Levantó su mano para revelar la 11
pequeña caja azul turquesa que le mandé la semana pasada después que se negó a
que se la devolviera—. No me la envíes en el maldito correo. Úsalo.
Odiaba el apodo casi tanto como odiaba a mi ex. Y el hecho que viniera a mi
oficina, donde podía exponernos y costarme el empleo, solo me hizo sentir más
enojada. Miré por encima de mi hombro, pero mi jefe estaba gracias a Dios en el
teléfono y de espaldas a nosotros. Bajé mi voz.
—No solo no lo voy a usar, sino que ya no es mío. —Podía tomar ese
estúpido anillo y botarlo, para lo que me importaba.
—Lo compré para ti. Eso es lo que un hombre hace por su novia.
—No soy tu novia. Nunca lo fui. —Estúpido infiel.
—¿Con quién crees que estás hablando? ¿Parezco un estúpido granjero?
Cabello rubio, ojos azules, ropa de diseñador, no parecía ser de Oklahoma.
Lucía como cualquier otro tipo rico de Miami Beach. Excepto que este tipo rico era
el mariscal de campo prodigio del equipo de fútbol profesional de Miami, y estaba
haciendo un berrinche.
—Mantén la voz baja. —Pretendí digitar algo importante en mi laptop. La
rabia en su tono cambió a frustración, pero bajó la voz—. Escogí ese anillo para ti.
—Puso la caja justo frente a mí.
Lo ignoré. Si me conociera un poco, no habría escogido una monstruosidad
de ocho quilates. No me importaba que fuera lila sobre un aro de oro rosado, el
anillo lucía tonto en mi pequeña mano. Tal vez a algunas mujeres les gustaban esa
clase de cosas, pero yo no era una de ellas.
Continué digitando.
—Estoy segura que puedes devolverlo. —Yo no era lo suficientemente
mezquina como para decirle que se lo diera a alguna de sus amigas porristas.
—No quiero devolverlo. Ese es todo el asunto. —Se pasó una mano por la
cabeza—. Te quiero a ti.
Excepto que no dijo que me quería como si de verdad me quisiera. Lo dijo
como si las palabras fueran algo que tenía que soltar, y ya estaba harta de esta
conversación.
—¿Debería dejarle saber al entrenador que estás aquí? —Pretendí revisar la
agenda de mi jefe—. No te veo en su programación, pero puede que tenga unos
minutos. —Ambos sabíamos que no había razón alguna por la que tuviera que
hablar con el coordinador defensivo.
—Sie… 12

Mi teléfono sonó suavemente en mi bolso.


—¿Quién te está llamando? —demandó.
Desafortunadamente, él sabía tan bien como yo que alguien llamándome que
no fuera él, era raro. Lo mantuve para mí. O lo hice hasta que cometí un error
estúpido hace cuatro meses y salí en una cita con quien pensaba era un buen chico
de Oklahoma.
—Nadie. —Saqué mi teléfono del bolso para apagarlo, pero Dan me lo
arrebató de la mano.
Pasó el dedo por la pantalla y lo llevó hasta su oreja.
—¿Hola? —gruñó.
—Dan —susurré siseando.
Él sonrió y tiró mi teléfono sobre el escritorio.
—Colgaron.
No tuve la oportunidad de responder.
El entrenador se paró en la puerta que separaba su oficina de la pequeña área
de recepción en la que estaba mi escritorio.
—¿Qué quieres, Ahlstrom?
Mi estómago tocó fondo mientras introducía la caja del anillo en mi bolso.
Dan se enderezó con una sonrisa.
—Tenía algunas jugadas que conversar con usted, entrenador.
El entrenador miró entre nosotros y mi aliento se quedó atrapado. Todos
sabíamos que un mariscal de campo no tenía ninguna razón para hablar con el
coordinador defensivo sobre las jugadas.
El entrenador inclinó la barbilla hacia Dan.
—Muy bien, tienes cinco minutos. Puedes caminar hasta los campos conmigo.
—Apenas me dio una mirada—. Vete a casa, Montclair. Es sábado. —Cerró la
puerta de su oficina.
No me molesté en señalar que él me hacía trabajar siete días a la semana
comenzando un mes antes de la temporada y durante toda esta hasta que
terminaba el último juego.
Fuera de temporada era una historia diferente, pero ¿ahora, a apenas unas
semanas antes que comenzara la temporada? Estaba aquí todos los días de la
semana y medio día los fines de semana.
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—Hasta mañana, señor.
Él gruñó una respuesta y condujo a Dan fuera mientras mi teléfono se
iluminaba con un nuevo mensaje.
Miré hacia abajo.
¿Sienna?
El mensaje era de un número que no reconocí. Dudé, pero luego escribí una
respuesta en caso que estuviera relacionado con el trabajo. Todos los jugadores
defensivos tenían mi número.
¿Quién es, por favor?
Los tres pequeños puntos que señalaban que alguien estaba escribiendo una
respuesta aparecieron, desaparecieron, y luego aparecieron de nuevo.
Jared Brandt. Tenías un encuentro con Alex esta noche. Ya no. Yo me haré cargo.
Mis manos empezaron a temblar. Apenas pude escribir una respuesta.
Estoy segura que no sé sobre qué estás hablando.
Sabía exactamente sobre qué estaba hablando. Después de mi fiasco con Dan,
en un momento de debilidad, había contratado a un hombre de compañía. No
pensé que eso llevaría al sexo, pero lo hizo. Sin emociones, sin ataduras, sin
demandas sexuales. Y cuando terminó, no me sentí sucia o barata o incluso
arrepentida. Me sentí empoderada y mi corazón dolía mucho menos por la traición
de determinado mariscal de campo.
El acompañante, Alex, dijo que deberíamos reunirnos de nuevo en una
semana. Había dicho que estaba ocupada porque no planeaba volver a verlo. Él
mencionó casualmente que estaba libre en dos semanas, me besó la mejilla y
salimos de la habitación del hotel que habíamos reservado y pagado. Eso fue
exactamente hace dos semanas.
Los puntos volvieron a aparecer.
¿En serio? ¿Necesitas una foto?
Una foto apareció y tomé aire anonadada.
Oh. Dios. Mío.
Con unos increíbles ojos marrón claro con chispas doradas, y facciones
cinceladas por las que cualquier agencia de modelaje moriría, Jared Brandt no lucía
para nada como el Alex Vega de cabello oscuro y ojos azules. Ni siquiera sonreía
como él. De hecho, Jared no sonreía para nada. Su cabello rubio arena estaba solo
lo suficientemente desordenado para decir que no le importaba, mientras su
intensa mirada te retaba a cuestionarlo. No era simplemente guapo, era 14
sorprendente.
Otro mensaje apareció.
¿Estamos bien?
Era tan atractivo, que me atrevería a decir que lo sabía. Sus mensajes
bordeaban en lo mandón, y apostaría a que también era controlador. Me debatí si
debería o no responder, pero luego escribí una respuesta porque no quería ser
grosera.
Lo siento, debe haber habido algún error.
Me mordí el labio y esperé.
Los puntos aparecieron, luego desaparecieron y volvieron a aparecer.
Contesta
Dos segundos más tarde, mi teléfono sonó.
Mis manos temblaban, estúpidamente respondí.
—¿Hola?
—No hay ningún error, cariño. Sé que contrataste a Vega. Ya no está
disponible. Yo lo estoy. A las siete en punto esta noche. —Profundo y cautivador y
tan, tan dominante, su voz llenó mi cabeza y se extendió a través de cada
centímetro de mi piel como si estuviera en la habitación conmigo.
—Señor. Brandt, siento malgastar su tiempo, pero yo...
Él interrumpió.
—Vamos a cenar.
Cerré los ojos. Su voz no era suave ni calmante. Era dura y exigente, y por
alguna razón que no podía explicar, quería escucharlo hablar durante horas.
Cuando no respondí, casi pude escuchar su impaciencia a través de la línea.
—¿Sigues allí?
Tragué.
—Sí.
—A las siete en punto. Te enviaré un mensaje con la dirección. —Colgó.

15
Tres
Jared
No me ponía nervioso. Agitado, irritado, enojado, pero no nervioso. Los
nervios hacen que te maten. Los Marines me entrenaron para evaluar y reaccionar.
Estar preparado, sin excusas, sin nervios.
Cabello rojo, ojos verdes, ella se detuvo frente a mi puerta con un vestido
amarillo y sandalias.
Sus mejillas se sonrojaron.
—Hola.
Mi corazón latió con fuerza, mi aliento se aceleró y mis manos comenzaron a
sudar mientras la miraba fijamente. Vega no me dijo que era jodidamente hermosa.
—¿Jared? —Su voz era dulce, inocente.
Realmente inocente. 16
—Sí, entra. —No quería dar un paso hacia atrás para dejar que pasara. Quería
empujarla contra la pared, meter mi mano entre sus piernas y mirar esos labios
llenos abrirse mientras jadeaba. Porque jadearía. Ella no sabría qué diablos hacer
conmigo.
Mis clientas no aparecían vestidas de amarillo, luciendo como una chica
universitaria camino a la playa. Aparecían medio vestidas con tacones que
gritaban fóllame, las tetas colgando, listas para bajar y ensuciarse. Pero no esta
mujer. Ella era inocente como el infierno y eso me ponía malditamente nervioso.
Retrocedí un paso.
—Bonito vestido. —Si fuera cualquier otra clienta, no habría sido tan
educado.
—Gracias. —Caminó nerviosamente pasando por mi lado.
El aroma a lluvia fresca y miel me golpeó en el pecho, y no me molesté en
detener la maldición.
—Maldita sea.
Se giró.
—Lo lamento, esto fue una mala idea. No debería haber venido.
Quería que se fuera. Quería su dulce y jodida inocencia tan malditamente
lejos de mí, que no podía respirar.
—¿Por qué lo hiciste? —No era una pregunta, era una acusación. Ella era
impresionante. Joven y puramente hermosa, la jodería incluso en formas que
nunca se había imaginado.
Sus manos se retorcieron y miró hacia la puerta antes de dejar caer su mirada
de ojos verdes a sus pies.
—No quiero un novio. —Su voz se hizo aún más tranquila—. O un esposo.
Esa última declaración tocó un nervio, pero no debería haberlo hecho. Me dije
que no me importaba dos mierdas por qué estaba aquí, mintiendo respecto a no
querer un marido. Mientras pagara, no había nada más que debiera preocuparme,
porque eso es lo que hacía. Las mujeres me pagaban por sexo, sexo rudo. ¿Pero
esta chica? Parecía que estaba un paso más allá de perder la virginidad borracha en
una fiesta de la fraternidad.
Debería haberle dicho que diera la vuelta y corriera mientras todavía tenía
oportunidad, pero egoístamente no lo hice.
—No necesitas un marido para correrte, Roja. 17

Se estremeció, fuera por el apodo o por la insinuación, pero luego enderezó la


espalda y los modales exudaron de ella.
—Lo siento, debería haber aclarado. No quiero ningún apego.
—¿Qué edad tienes? —Era una pregunta retórica.
—Veinticuatro.
Mi tensión nerviosa se volvió ansiedad.
—Eres demasiado joven para renunciar a las cercas blancas.
Me miró fijamente. Directo, sin pestañear, sus ojos el color de los campos de
amapola en Afganistán, me observó completamente.
—No eres mucho mayor que yo.
En edad, no lo era. En experiencia, estábamos a vidas de distancia.
—La edad es solo un número.
Nunca debí haber accedido a conocerla, y mucho menos tomarla como
clienta. En el segundo en que Vega dijo que era tímida, debí haberle dicho que se la
follara él. Teníamos un sistema. Vega tomaba a las mansas, yo manejaba a las
perversas, y lo que no podíamos tomar lo desviábamos a nuestro amigo Marine
Dane Marek, el bastardo loco. Así funcionaba. Eso es lo que habíamos hecho
durante tres años. Todos estábamos de acuerdo, y nos apegábamos al sistema.
Hasta ahora.
La pelirroja inhaló.
—Claro, sí, por supuesto. —Miró a mi alrededor—. Tienes una casa
encantadora, pero debo irme. —Se giró para marcharse.
Olas de cabello espeso oscilaban sobre su espalda y me imaginé envolviendo
esos bucles rojos alrededor de mi puño. Mi polla se había agitado en el mismo
momento en que abrí la puerta y la había visto, pero ahora estaba latiendo por
atención, y cada músculo de mi cuerpo se tensó.
—¿Qué tomas?
—Gracias, pero pasaré. Buenas noches. —Dio un paso.
Mis instintos entraron en acción y me moví hacia su lado. Con mi boca a
milímetros de su oreja, le dije en voz baja.
—¿Nerviosa?
—No, sí, um... —Su mano tembló cuando alcanzó la puerta—. Creo que
debería irme ahora. 18
Había una fina línea entre la seducción y la coerción. Usando mis palabras
como herramienta, utilicé mi tono como arma. Controlado, tranquilo, hablé.
—¿Crees o sabes?
—No eres lo que esperaba —dijo.
—¿Cómo? —Sabía exactamente lo que era y lo que no era.
Se volvió y me miró con sus ojos grandes e inocentes.
—Tú eres... intenso.
No me digas.
—Eres tímida.
—Un poco. —El rubor en sus mejillas se hizo más profundo.
El deseo me golpeó en el pecho como una ola de explosión, luego se disparó
hacia el sur.
—No deberías estar aquí. —No lucía como había sonado por teléfono.
—Lo siento. —Exhalando, su voz vaciló—. Pensé que dijiste…
—Sé lo que dije. —Había reproducido en mi cabeza cada segundo de nuestra
conversación antes. Me fijé en ella porque esta mujer no era como ninguna otra
clienta con la que había hablado. No coqueteaba ni hacía un comentario sugestivo.
Era exactamente como era ahora. Pero cien veces más inocente.
Respiró profundamente por sus labios carnosos y se enderezó.
—Está bien, bueno dijiste que deberíamos reunirnos. Lo hicimos. Gracias por
tu tiempo.
Delgados dedos se estiraron detrás de ella y tantearon el pomo de la puerta.
Me quedé mirando su dulce boca.
—¿Sabes qué pienso?
—Estoy segura que tiene muchos pensamientos, Sr. Brandt.
Mi nombre en sus labios sonaba demasiado jodidamente cortés.
—Sólo dos que importen en este momento. —Me acerqué, preguntándome
por qué diablos le había dicho mi apellido.
Tiró de la manija, la puerta se abrió unos pocos centímetros y se tropezó.
—Cuidado. —La tomé del brazo y su mano aterrizó en mi estómago.
Aspiró sorprendida. 19
—Lo siento mucho. —Se mordió el labio inferior y apretó sus piernas juntas
mientras miraba su mano—. Fue, mmm, la puerta. —Flexionó sus dedos sobre mis
abdominales.
Me incliné más cerca.
—¿Sabes qué separa el miedo del deseo?
Su pecho rápidamente se levantó y cayó, pero no retiró la mano.
—Creo que son dos términos que deben ser mutuamente excluyentes.
Duro y rápido, golpeé con fuerza la puerta con la palma de la mano,
cerrándola de golpe. Observando perversamente su reacción asustada, dejé salir
tres palabras.
—Eso es miedo.
Calculado, lento, arrastré un dedo unos cuantos centímetros por su muslo
desnudo, luego tomé su rostro. Ella se estremeció y bajé mi voz.
—Pero ¿esto? —Acaricié su labio inferior mientras miraba los mil tonos de
verde jódeme-la-vida en sus ojos—. Que te muerdas el labio, presiones tus muslos
juntos, eso es deseo.
Su mano apretó un puñado de mi camisa, pero no dijo una palabra.
Todavía agarrándome a ella, deseando no estar a punto de dejarla ir, la moví
con calma hacia un lado. Abriendo la puerta, eliminé toda amenaza de mi tono.
—El miedo se dispara. El deseo se provoca. Vete. —Me dije que no dijera la
siguiente línea—. O quédate y consigue lo que viniste a buscar. —Retrocedí y, a
propósito, metí las manos en mis bolsillos.
El rubor se arrastró por su cuello y calentó su rostro a un color similar al que
imaginaba tomaría su culo a causa de mi palma.
—Dijiste que debíamos encontrarnos.
—No —corregí—. Dije que cenáramos. —Mi mirada recorrió todas sus
curvas. Cincuenta maneras diferentes de hacerla suplicar volaron por mi cabeza
como una maldita cinta porno.
—Alex nunca me llevó...
La ira se encendió y la interrumpí.
—No soy Vega. —No compraba trajes de cuatro mil dólares. No conducía un
maldito McLaren, y seguro como el infierno que no parecía un modelo con rostro
de chico bonito. Mi espalda estaba llena de cicatrices, mi actitud era determinada, y
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mi juego era rudo. No había ni una maldita cosa que Vega y yo tuviéramos en
común, aparte de ser Marines y follar a mujeres por dinero—. Si quieres llamarlo,
llámalo.
Para mi sorpresa, no corrió. De hecho, hizo lo contrario. Como si tuviera toda
la fe en el mundo que no saltaría de nuevo a su garganta, me miró con el tipo de
confianza que hacía que una mujer como ella estuviera en problemas con un idiota
como yo.
—Mis disculpas, no quise ofender. Simplemente estaba señalando la
diferencia de acercamiento entre él y tú.
¿Acercamiento? ¿Qué demonios le había hecho Vega? ¿Mojó su polla dentro de
ella cinco segundos después que la vio? El pensamiento me molestaba. No me
importaba ser culpable de hacer exactamente lo mismo con mis clientas, pero esta
mujer delante de mí no era una jodida clienta. Ella debería haber estado fuera con
un montón de pretendientes universitarios, o algún imbécil con camisa de golf que
follaba al estilo misionero.
—Quieres un acercamiento diferente, encuentra a alguien más.
Relámpagos iluminaron el cielo y un trueno sacudió las ventanas. Su mirada
fija en mí, ni siquiera parpadeó.
—No dije que quería a alguien más.
Santa mierda. Agarré mis llaves y mi teléfono celular de trabajo por
costumbre.
—Entonces vamos. —Sostuve la puerta, pero ella vaciló. Sus manos se
retorcieron y algo me golpeó el pecho lo suficiente como para dejar caer mi
actitud—. La cena no es un compromiso para follar. Es comida en una mesa y
conversación. —Y suficiente alcohol para apagar lo que fuera que estuviese
pasando con mi actitud alrededor de ella.
Su mirada fue a mis ventanas de piso a techo.
—Se aproxima una tormenta.
Vientos tropicales, tormenta, huracán; los pronósticos del tiempo no podían
decidir qué demonios era, y no importaba. El sonido me jodería de cualquier
manera, y necesitaba comer.
—Entonces estarás bien alimentada para cuando llegue. —Esta vez no la
esperé. Fui al ascensor y presioné el botón.
Un momento después, estaba a mi lado.
—Estás enojado.
21
Las puertas se abrieron, y la dejé pasar primero para darme un segundo para
calmarme, pues tenía razón. En el momento en que posé mis ojos en ella, estuve
molesto como el demonio que se hubiese presentado sola a la casa de un extraño.
No me importaba que yo fuera el extraño. El hecho que luciera tan malditamente
inocente y pura era lo que importaba. No debía tomar un riesgo tan peligroso
como venir aquí. No quería que pensara en la mierda en la que podía meterse si yo
fuera alguien más.
—No estoy molesto —mentí.
Caminando con la gracia de una educación adecuada, ignoró mi mentira.
—No estoy segura si te he ofendido o esta es tu disposición natural.
—No tengo una disposición natural. —Los Marines me la quitaron y
Afganistán me despojó del resto. Ahora tenía dos malditos humores, controlado y
ebrio.
Ninguna era buena, ni era lo que esta chica necesitaba en su vida. Pero eso no
significaba que no estuviera a punto de ponerla bajo una jodida prueba.
—Date la vuelta.
—¿Disculpa?
Presioné el botón para el nivel del estacionamiento.
—Me escuchaste.
De inmediato se giró hacia el rincón.
Mis fosas nasales se dilataron, pero mi polla palpitó ante su sumisión. Me
acerqué a su espalda, a pesar que tenía que haberme alejado. Agarrando un
puñado de su grueso cabello rojo natural, exhalé. Mi aliento aterrizó en el punto en
que su hombro se encontraba con su cuello, y ella hizo exactamente lo que quería
que hiciera, se estremeció.
Empujé mis caderas contra su culo lo suficiente para que sintiera mi polla.
—Yo no juego suave. O gentil. —Apreté mi puño y hablé contra su cabello—.
Y tienes “vainilla” escrito por todo tu cuerpo, cariño.
El más débil de los sonidos escapó de sus labios.
—Pensé... pensé que necesitabas que me girara.
No necesitaba una maldita cosa. Ni de ella ni de ninguna otra mujer.
—Querer no es necesitar —aclaré. Debería haber retirado mis manos de ella,
dado que no reconocía la jodida diferencia, pero su suave cabello estaba envuelto
alrededor de mi muñeca, suplicando que lo jalaran, y yo era una mierda para las 22
decisiones inteligentes—. Oxígeno, comida, agua. A esos los necesito.
Su deseo mezclado con su olor natural y olía como un maldito sueño.
—Tu coño mojado, mi polla bajando por tu garganta y mi boca en tus
pezones duros, eso es lo que quiero.
Sus piernas se separaron y empujó contra mi polla como si estuviera
muriéndose de hambre por ella.
—Oh.
Las puertas del ascensor se abrieron y retrocedí.
Cuatro
Sienna
Sus palabras toscas y sucias, sus enormes y musculosos brazos, la oscura y
sombría intención en sus ojos; me hacía doler cada nervio en mi cuerpo. Pero tenía
razón. Él no era para nada como Alex Vega. Ni siquiera se le acercaba. Tenía el
cabello más claro, los músculos más duros y todo lo que le rodeaba era siniestro,
incluyendo la civilidad apenas contenida en sus ojos ámbares castaños.
Se movía como un animal enjaulado esperando ser liberado. Debí haber
corrido, o regresar a mi auto, pero en el segundo que me había tocado, no tuve el
buen sentido de siquiera respirar.
—¿Vienes?
Su voz era papel de lija y seducción líquida. Derritió mi resolución mientras
cada borde áspero en ella se extendía por mi piel como el calor del verano en los
Everglades. Busqué algo que decir que no dejara al descubierto mis descarados 23
pensamientos, pero ya me sentía como una perra en celo.
No estaba perdiendo la batalla por alejarme de él, ya la había perdido.
Aunque me picaban las ganas de enderezar mi vestido, me negaba a hacerlo
delante de él, tardíamente noté que estábamos en el estacionamiento subterráneo
de su costoso edificio de condominios.
—Estoy estacionada en la calle.
—Yo conduciré. —Su camisa de vestir se extendía sobre sus enormes bíceps,
sus pantalones se tensaban contra sus musculosos muslos, y conducía un auto
deportivo.
Prácticamente me estremecí ante el mando en su voz, pero era la energía
cruda en sus músculos la que me hundía en mi propia piscina de depravación. Yo
no era de salir en citas, coquetear o buscar pareja en Tinder. Ni siquiera visitaba
sitios web de parejas tarde en la noche con las luces apagadas. Yo trabajaba y fingía
ser feliz, hasta que cometí un gran error con cierto mariscal de campo. Entonces,
pensando que podía reajustar el equilibrio en mi vida, había contratado a un
acompañante masculino que me diera la menor cantidad de interacción personal
posible durante una hora, mientras no me prometía nada excepto ningún apego
emocional. Sabía que la vida no era perfecta, pero los apegos resultaron ser una
lección dolorosa que mi papá nunca me predicó. Así que aquí estaba yo, de pie en
un garaje de estacionamiento en mi vestido de verano amarillo mantequilla que
decía que todavía era una buena chica por fuera.
Excepto que el hombre enojado con el cabello desordenado y el rostro de un
dios griego abriéndome la puerta del pasajero de un auto deportivo
completamente nuevo contaba una historia completamente diferente.
Una historia de respiraciones pesadas y piel resbaladiza y más dinero
volando fuera de mi cartera que dos pagos de hipoteca, pero no me importaba.
Tenía un trabajo bien pagado, estaba viviendo la vida bajo mis reglas y el metro
noventa de macho alfa puro delante de mí estaba esperando que hiciera el próximo
movimiento.
Dejé que mi mirada vagara.
No estaba sonriendo para romper mi corazón o saltando por conseguir mi
atención como un cachorro hambriento. Era alto y fuerte, y estaba apostando todo
mi dinero a que sería lo mejor que jamás me podría pasar entre las sábanas... si lo
dejaba ir tan lejos.
Hacía dos meses, había sido humillada por el mariscal favorito de Miami,
cuando salió a bailar con una animadora mientras yo esperaba que regresara a 24
casa.
Recordar las fotos de Dan besando a la porrista que estaban en cada canal de
noticias local me hizo pensar que cenar con un acompañante era una opción de
vida mucho mejor.
Sonreí.
Cinco
Jared
Sonrió.
Era jodidamente perfecto. La odiaba y la deseaba. La odiaba porque la
deseaba. Las mujeres eran desechables. Tenían que serlo. Pero esa sonrisa tímida y
su pelirrojo cabello me hacían desear que no lo fueran, y eso era una jodida receta
para el desastre.
Entró en mi Mustang como si no se inmutara por mi actitud, y mi hambre por
ella se intensificó de insana a desesperada mientras me deslizaba tras el volante. El
cuero nuevo se mezclaba con el olor a lluvia y miel, y me negué a reconocer que
ella era la primera mujer en subir a mi coche.
Encendí el motor y la vibración de los 526 caballos de fuerza tranquilizó mis
nervios. Por un solo momento, estuve cuerdo.
25
—Me gusta tu auto —dijo dulcemente.
No era un auto, era un Shelby GT350.
—Un Mustang —corregí mientras lo sacaba del estacionamiento.
—Te luce bien.
No hice ningún comentario. Estaba viendo las palmeras doblándose con cada
ráfaga de viento.
—¿Eres de Florida? —Su voz llenó un espacio en mi cabeza que no quería que
fuera tocado.
No tenía citas. Follaba. No había tenido que tener conversaciones fuera de la
habitación desde antes de enlistarme. Y una cosa a la que te acostumbrabas
jodidamente rápido siendo un acompañante era que; las mujeres no te
preguntaban mierda personal. Debatí no responder, pero no pude encontrar una
razón para no hacerlo.
—Homestead. —La hermanastra del oeste de Miami. Geográficamente cerca,
pero a un planeta de distancia de Miami Beach.
—Ese es un buen lugar para haber nacido.
No me digas. No comenté.
Después de un momento, se volvió en su asiento para mirarme.
—Me pediste salir a cenar.
El mensaje que nunca debería haber enviado seguido de una llamada que
nunca debería haber hecho. No follo con mujeres tímidas. Tenía dos tipos de
clientas, ricas mujeres con exceso de confianza, y amas de casa aburridas. Ambas
querían coger al segundo de verme.
—¿Es una pregunta o una afirmación?
—Sólo estoy señalando que me invitaste a cenar, después dijiste que solo
sería comida sobre una mesa y conversación —dijo conversación como si estuviera
hablando con un niño de cuatro años.
Se lo devolví.
—¿Quieres decirme por qué estás soltera? —Estaba asumiendo. No sabía
quién demonios había respondido su teléfono cuando la había llamado la primera
vez. Pensaba que me había equivocado de número, así que envié un mensaje.
—¿Quieres decirme por qué eres un hombre de compañía? —respondió ella.
—¿Estar soltera paga tus facturas? —No es que necesitara el dinero que hacía
como acompañante, pero no le iba a decir eso.
26
Ella se echó hacia atrás en su asiento con un resoplido indignado.
—Eso es lo más ofensivo que he escuchado durante toda la semana, y confía
en mí, con mi trabajo, eso es difícil de hacer.
Caigo en la trampa.
—¿Dónde trabajas? —La curiosidad era una perra.
—En el centro de la ciudad. No has respondido a mi pregunta.
Si tuviera dos dedos de frente, no la habría encontrado intrigante.
—No has respondido a la mía.
—Elijo estar soltera.
—¿Eras una habitual? —Mis dientes prácticamente chirriaron al pensar en
ella con Vega.
—¿Disculpa?
—¿De Vega? —¿Por qué carajo me importa?
—Oh. No. —No dio más detalles.
—Un pasatiempo caro. —No debería haberme importado qué demonios
hacía con su tiempo libre.
—¿Quién? ¿Tú?
Elevé mi barbilla, porque cada vez que abría la boca, me hundía aún más. No
era de mi incumbencia hablar de eso con ella.
—Me lo puedo permitir, si es eso lo que te preocupa.
No estaba preocupado. La follaría gratis ahora sólo para ver esos ojos
magníficos cuando se corriera. Pero en el momento en que pensé en ello, pensé en
el jodido idiota de Vega tomándola, y mis fosas nasales se abrieron.
—¿Dije algo malo?
Congelé mi expresión.
—No.
Miró por la ventana mientras estacionaba en el restaurante.
—¿Vamos a Pietra’s? —Alarma sonó en su voz.
—¿Eso es un problema? —Pietra’s era el mejor restaurante en Miami Beach.
¿Una cena de quinientos dólares no era lo suficientemente bueno para ella?
—No estoy vestida adecuadamente. —Sus manos rozaron sus muslos—.
Llevo un vestido de verano.
27
Hombros desnudos, piel de marfil, un jodido acceso fácil, me había dado
cuenta del maldito vestido.
—Estás bien.
—Bien no es apropiado.
Alcé un dedo hacia el valet antes que abriera la puerta, y luego la miré. La
miré intensamente.
—Contrataste a un extraño para follarte. Creo que estamos más allá de lo
apropiado. —No es que alguna vez me haya importado hacer lo correcto.
Ella inhaló, y por un segundo, pareció que iba a golpearme.
—Pietra’s es un restaurante de vestido de negro, no amarillo, y para que
conste, no te contraté.
Recorrí el vestido que era mil veces más provocativo que cualquier vestido
negro e ignoré el comentario sobre el contrato.
—¿Tienes un código de colores en tu vida?
Sus mejillas se encendieron.
—No, pero alguien podría… —Se contuvo.
Terminé su pensamiento.
—¿Verte conmigo? —No sabía si debería estar enfadado como el demonio o
riéndome. A la mierda todo. A la mierda ella. Me estiré hacia mi puerta—. No te
preocupes, Roja. Seré discreto. —Estuve fuera del auto antes que pudiera
responder.
El valet abrió la puerta y esperé por ella porque no era un completo idiota,
pero cuando nos giramos para caminar, ella tomó mi brazo.
Sorprendido, me alejé del puesto de la anfitriona y la acorralé en un rincón.
Mi pecho apoyándose contra el suyo, agarré su barbilla y bajé la voz.
—Me tocarás cuando diga que me toques. —El dinero no compraba para
ninguna mujer el derecho de tener la última palabra.
Su mano cayó inmediatamente.
—Lo siento.
—Te disculpas una vez más, y sacaré ese hábito de ti con azotes.
Se enderezó.
—No me pondrás ni una mano encima.
—Págame, pondré mucho más que una mano encima de ti. —No tenía idea 28
en qué se había metido—. Si quieres cenar, camina hasta la anfitriona. —Dejé caer
mi mano—. De lo contrario, vuelve con el valet y te llevaré a casa.
Ella me sostuvo la mirada durante dos segundos y luego se dio la vuelta. Con
orgullo en su paso, se dirigió al puesto de la anfitriona.
Fui justo detrás y le di mi nombre.
—Brandt.
La anfitriona rubia sonrió.
—Buenas noches, señor Brandt. Su mesa no está todavía lista, ¿les gustaría
tomar asiento en el bar?
Asentí y puse una mano en la parte baja de la espalda de Roja. Ella contuvo el
aliento y mi parte perversa sonrió. Me agaché hacia su oreja.
—Si quieres caminar por el lado salvaje, así es como va a funcionar. Te toco
cuando quiero, donde quiero. —Moví mi mano por su cadera y apreté—. Si quieres
hacer lo mismo, pide permiso. —La dejé en un taburete, pero en lugar de sentarme
a su lado, me quedé en su espacio personal y tomé su barbilla de nuevo—.
¿Entendido?
Sus rodillas se presionaron entre sí, y casi podía oler su deseo, pero apretó
sus labios y su voz educada salió.
—No es el único con algo de control, señor Brandt. Decidiré el qué, en todo
caso, si sucede. —Ella me dio su mejor mirada fulminadora.
Me reí.
No parecía divertida.
—Voy a pagarte.
—No pagarás nada. Te estoy llevando a cenar. —Hice una seña al camarero—
. Knob Creek y un Chardonnay. —Apoyé un brazo en la barra, fijé mi mirada y me
acomodé para hacerla sentir incómoda hasta que llegaron las bebidas. Ella era una
maldita distracción, casi me olvidé de la razón por la que la traje aquí.
Sus ojos se estrecharon cuando juntó sus manos en su regazo.
—Ordenaste por mí.
—También pediré tu cena. —Estaba tan jodidamente absorto por Roja, que ni
siquiera miré alrededor para buscar a Vega.
—No, no lo harás —desafió.
—Sí, lo haré. —Su labio inferior más lleno que el superior, me imaginé
chupándolo. 29

El camarero dejó las bebidas frente a nosotros.


Roja esperó hasta que él se hubo alejado.
—No quería vino.
Mis ojos nunca dejaron los suyos, levanté el vaso a mi boca, tomé un trago,
después dejé el vaso. Agarré su nuca y atraje su boca a la mía. Tocando la punta de
mi lengua con sus labios, ella no dudó. Se abrió para mí, y dejé que el whisky
fluyera dentro de su boca.
Ella tragó y mi polla latió. Cualquier pensamiento de retirarme se incendió.
Conduje mi lengua en su calor de whisky y jodidamente la devoré. Dominante,
agresivo, la besé.
Y ella se derritió.
Su cuerpo se inclinó hacia el mío, su garganta vibró con un gemido y siguió
cada pasada de mi lengua. Una de mis manos estaba en su pelo y la otra separando
sus rodillas cuando recordé mi promesa en el coche.
Retrocedí.
Jadeante, con sus grandes ojos verdes sobre mí, se me quedó mirando. Pero
ya no parecía desconfiar o sospechar o incluso estar enfadada. Parecía hambrienta.
Como si quisiera que abriera sus piernas sobre la barra y enterrase mi rostro en sus
piernas, así de hambrienta.
Y eso es exactamente lo que quería hacer.
—¿Señor Brandt? —La anfitriona apareció—. Su mesa está lista.
Jódeme.

30
S e is
Sienna
No.
No, no, no.
Nadie besaba así.
Mis dedos fueron a mis labios. Estaban en llamas. Tenían que estarlo.
Mis manos temblorosas, un dolor pulsante palpitante entre mis piernas, tenía
ganas de llorar por cada beso que había soportado antes de él. Entonces quise
rogarle que me tocara de nuevo.
Nadie besaba así.
—Vamos. —Su voz, ronca y áspera, atravesó mis nervios como la más dulce
mentira que la vida nunca hubiera dicho. Luego tomó mi mano y me ayudó a bajar
del taburete como el caballero que no era—. Vamos a darte de comer. 31
La presión de su mano mientras apartaba mis rodillas para dar un paso entre
ellas quedó grabada en mi memoria. Con mis piernas apenas sosteniéndome, me
alejé de su agarre, pero su mano sólo pasó bajo mi pelo y me cogió alrededor de mi
nuca. No sabía si era un gesto de su dominio o algo más, y a mi corazón no le
importaba. Su agarre posesivo hacía que mi cuerpo se inclinase hacia él como una
corriente en movimiento.
No estaba en problemas, me estaba ahogando.
Un beso y estaba dispuesta a olvidar por qué había contratado a un
acompañante en primer lugar. No podía dormir con él. Ni siquiera debería estar
cenando con él. Esto no era una hora de diversión sin emociones. Esto no era ni
siquiera una vergüenza pública fabricándose. Jared Brandt era una completa
destrucción emocional y sexual. Pero no podía alejarme, en su lugar mi cuerpo
traidor se acomodó en la silla en la mesa.
Todo poder y músculo, Jared se sentó en un asiento frente a mí.
Las desesperadas palabras cayeron de mi boca.
—No voy a dormir contigo.
Se detuvo sólo una fracción de segundo mientras tomaba el menú de la
anfitriona y elevaba su barbilla hacia ella.
—Gracias. —Sus ojos volvieron a mí, dejó el menú—. No voy a dormir
contigo.
Aire salió de mis pulmones por alivio, pero mi estómago se anudó por la
decepción.
—Bien. —Tuve que forzar la respuesta más allá de mis labios hormigueando.
Mirándome fijamente, se inclinó hacia adelante.
—Voy a follarte, Roja. Después, te follaré de nuevo. Cuando termine contigo,
tu único pensamiento coherente será mi nombre. —Se enderezó y se echó hacia
atrás—. ¿Qué comes?
Su teléfono sonó y me salvó de murmurar descuidadas palabras de negación.
Metiendo su mano en el bolsillo, silenció el tono.
—¿Mariscos?
Inspiración alimentada por la desesperación me golpeó.
—Deberías atender. Podría ser una clienta.
Me miró, pero no tomó su teléfono.
32
Insistí.
—Tal vez sea una cita. Deberías atender porque me tengo que ir después de
la cena. —Pretendí parecer casual, pero mi voz temblaba—. No me gustaría que
toda tu noche fuera un desperdicio.
Un camarero apareció con las bebidas abandonadas de la barra.
—Buenas noches, señor Brandt, señora. ¿Tienen alguna pregunta sobre el
menú de esta noche?
Sin apartar sus ojos de mí, Jared espetó una respuesta al camarero.
—No.
—Excelente, entonces les daré un poco de tiempo para decidir. —El camarero
se alejó.
Jared bajó la voz.
—¿Te estás escapando, Roja?
Viniendo de alguien más, odiaba ese apodo, pero él lo hacía sonar sexy, como
si me deseara. Excepto que no seguía siendo la inocente hija de un predicador, y no
era tan tonta como para pensar que esto tuviera algo que ver conmigo. Éste era su
trabajo, y ese beso no significaba nada. No debía significar nada.
—Tengo un día ocupado mañana, ya sabes cómo es. Haz tu llamada. Y sí, los
mariscos me parecen bien. —Doblé mis manos en mi regazo para ocultar el
temblor que no se había detenido desde que se había acercado lo suficiente como
para que me ahogase en su olor en su apartamento. Él no olía a colonia y a
sofisticación. Jabón y almizcle y hombre puro, olía a corazón roto.
Un corazón roto que no apartaba sus ojos de mí.
Con una expresión seria, me estudió.
—Tal vez debería hacer que se nos uniera.
Un cuchillo en mi corazón no hubiera dolido tanto.
—Claro. —Tomé mi vino y me bebí la mitad.
Sacó su teléfono del bolsillo y lo colocó sobre la mesa.
El recuerdo de su lengua con el whisky se burló de mí con un regusto amargo
de uva fermentada, mientras que su teléfono estaba allí como una gigante prueba.
Me dije que él tenía que llamar a esa clienta.
—La mesa es lo suficientemente grande. Tenemos un montón de espacio. —
Necesitaba una dosis de realidad sobre quién era él y quién no era, porque Jared 33
Brandt no era un hombre del que una mujer se enamorara, no si quería mantener
su cordura.
Tomó su vaso y tomó un sorbo.
—¿Quieres saber lo que pienso?
¿Que yo era una cobarde y una mentirosa y que no podía manejar su beso?
—Tengo la sensación que me lo vas a decir igualmente.
—Mentiste.
Quería probar el whisky ahumado en sus labios.
—¿Sobre qué?
Se echó hacia atrás en su silla, tomó un sorbo de whisky y se tomó su tiempo.
—Un marido.
—No. —Agarré mi copa de vino con las dos manos—. Definitivamente no
quiero un marido. —Los hombres engañan—. Una mujer no necesita estar casada
para ser feliz.
—Tú sí.
No estaba segura qué era más absurdo, que estuviera fuera cenando con un
hombre de compañía o que estuviera teniendo una conversación con él sobre
matrimonio.
Traté de darle la vuelta a las cosas.
—No estás casado. Te ves perfectamente bien. —Pero no feliz. Feliz y Jared
Brandt no parecían ser dos palabras que jamás fueran a quedar bien en una frase
juntas. Se había reído antes, pero no había habido humor en ello.
—No soy tú. —Levantó su copa.
Me quedé mirando sus labios al tocar el vaso y contuve el aliento mientras su
garganta se movía con el trago.
—En eso, podemos estar de acuerdo. —Quería arrastrarme por la mesa sólo
para olerle de nuevo.
Su gran mano, una mano que había agarrado mi rodilla, dejó el vaso y sus
ojos se centraron intensamente en los míos.
—Tu espalda está recta, tus piernas cruzadas y tus modales son impecables.
No tenías ni un pelo fuera de lugar hasta que enrosqué mis dedos a través de él.
34
Pasé conscientemente mi mano por mi pelo.
—¿Se supone que es un insulto?
Se inclinó hacia delante.
—No quieres un marido, pero te estás muriendo por uno.
Empujé mi silla hacia atrás y me levanté.
—Siéntate.
Su orden espetada fue tan abrupta y controladora que me tomó por sorpresa.
Antes de darme cuenta de lo que estaba haciendo, estuve sentada.
—No soy un perro —le espeté.
Uno de sus brazos musculosos salió disparado. Agarró el brazo de mi silla y
jaló. Con un tirón rápido, yo y mi silla fuimos arrastradas a su lado.
Su enorme mano agarró la parte posterior de mi cuello y su voz se volvió cien
por ciento alfa.
—Quieres tanto un hombre, que estás temblando por uno. Quieres sus manos
encima, sus órdenes en tu oído, su olor en tu piel y quieres ser follada, realmente.
Los escalofríos subieron por mi cuello mientras contenía mi aliento.
—Te equivocas.
—Tengo toda la jodida razón, puedo oler tu coño dulce desde aquí. Estabas
mojada en el momento en que te diste la vuelta para mí en el ascensor. —Su mano
se posó en mi rodilla desnuda.
Salté.
—¿Qué estás haciendo?
—No quieres mi polla penetrándote. —Sus dedos pasaron por dentro de mi
muslo—. Quieres ser jodidamente reclamada. —Pasó su mano por debajo de mi
ropa interior y acarició a través de mi calor.
Mis ojos se cerraron, pero no lo negué.
Sus labios tocaron mi sien.
—Estás tan jodidamente mojada.
Forcé las palabras.
—¿Qué haces? —Oh, Dios mío. Nada, nada se había sentido tan bien.
—Hacer que te corras frente a todas estas personas.
Mis ojos se abrieron en alarma y miré al otro lado del restaurante.
35
—No soy…
Áspero, duro, empujó dos dedos dentro de mí, y todo el aire de mis
pulmones se fue.
Sus gruesos dedos estiraron mi interior mientras su mano se cerraba sobre mi
cuello, obligándome a encararle.
—Me miras, sólo a mí, cuando te corras.
Su orden gruñida me hizo gotear de deseo. Mis manos buscando agarre, mis
piernas cerrándose, mordí mi labio porque no tenía ninguna otra ancla. Mi núcleo
latiendo, quería venirme como nunca antes en mi vida quise.
—Mi nombre —espetó en voy baja.
—Jared. —Reverente, suplicante, no estaba diciendo su nombre, estaba
rogando la liberación.
—Córrete —exigió.
Su pulgar presionó sobre mi clítoris, y antes que hubiera hecho un círculo,
estaba corriéndome. Mis piernas temblaron, mis manos agarraron su antebrazo y
mis uñas se hundieron en su piel. No estaba en control de nada. Mi cabeza
encerrada en su agarre, mi sexo apretándose y latiendo alrededor de sus dedos
empujando, me vine abajo. Mi cuerpo se rompió en mil pedazos y mi mente se
apagó.
No pensé en dónde estaba. No pensé en mi corazón roto. No pensé en mi
trabajo o mi hipoteca o mi absoluta soledad. No pensé en nada, excepto esos
intensos ojos marrones en un rostro tan estoico y tan duro, pero aun así total y
devastadoramente hermoso.
Susurré la palabra que era mi nueva realidad.
—Jared.

36
Siete
Jared
No se sometió. Me entregó su orgasmo en una jodida bandeja de plata.
Aferrándose a mí con sus pequeñas manos y sus hermosos ojos verdes, soltó cada
musculo de su cuerpo. Cayó tan jodidamente fuerte, no había ni una sola cosa en
su mundo con excepción de mí.
Nunca había visto a una mujer correrse así.
—Eres jodidamente hermosa, Roja. —Que jodan mi vida, preciosa. Mi pene se
tensó contra mis pantalones por un revolcón en ese apretado coño. Quería
extenderla en la mesa y follarla hasta romper algo.
Con los labios húmedos, su apretado coño todavía temblando alrededor de
mis dedos, se sonrojó ante mi halago.
—Gracias.
37
Una última caricia, luego reacio saqué mi mano.
—Pierde tus modales conmigo. —Abrió su boca para decir algo, pero puse
mis dedos contra sus labios—. Chupa.
La neblina de lujuria dejó su expresión y sus labios se cerraron con fuerza. El
sonrojo en sus mejillas pasó de rosa a rojo brillante.
Una sonrisa inclinó un costado de mi boca. Si hablaba, sus labios se abrirían y
metería mis dedos. Ella lo sabía. Yo lo sabía.
—¿Qué vas a hacer, cariño?
Intentó apartar mi mano lejos, pero yo era más fuerte. Froté mi pulgar por la
longitud de su cuello.
—De una forma u otra, te vas a ensuciar conmigo.
Indignación, conmoción y una ráfaga de otras emociones destellaron en su
rostro y mi pene se puso más duro. Abrió su boca una fracción y empujé mis
dedos.
—Buena niña.
Pasó su lengua una vez y retrocedió.
La dejé ir.
—La próxima vez, usa tus dientes.
Agarró su servilleta y se limpió la boca.
—No habrá una próxima vez.
Casi me reí.
—No hagas promesas que no puedas cumplir.
—No voy… —Abruptamente se calló cuando el mesero se acercó.
—¿Puedo contarles de los especiales de esta noche?
Escuchamos y luego balbuceé una orden de comida y más licor. El mesero se
fue y Roja me miró como si quisiera colgarme.
Tragué lo último de mi whisky.
—¿Algún problema? —Quería follarla. Con fuerza.
—No dije que podías hacer eso.
—No dijiste que no podía. —Ni una vez dijo que no. El ascensor, el garaje, en
el viaje hasta acá, cuando había arrastrado su silla hacia la mía.
—No creí que tendría que decirte que no… en un restaurante. —Miró
alrededor y sus mejillas se sonrojaron de nuevo. 38
Sostuve la parte posterior de su cuello y me incliné a su oreja.
—¿Qué creíste que iba a pasar cuando aceptaste pagarme para follarte?
Se estremeció y susurró:
—Dijiste una cena.
Acaricié el costado de su perfecta mejilla.
—¿No te gusta cuando te hago correrte?
Tiró del dobladillo de su vestido.
—Eso fue más que una conversación.
Con cualquier otra mujer, el acto de virtuosa me habría hecho irme.
En cambio, estaba conteniendo una sonrisa y portando una furiosa erección.
—No te preocupes, no te cobraré por ese orgasmo.
Su sonrojo no tenía precio.
—Si vas a molestarme toda la noche, me voy a casa.
La adrenalina por hacerla venir menguó.
—Ya lo dijiste. —Empujé su copa de vino hacia ella—. Bebe.
Era muy educada para cruzar los brazos, pero sus manos siguieron en su
regazo.
—No, gracias.
Quería romperla. Quería su cabello salvaje, su cuerpo temblando, sus uñas
enterrándose en mi carne mientras gritaba mi nombre y empapaba mi pene.
Quería ver esos jodidos modales desaparecer mientras me rogaba que azotara su
culo.
—¿Sabes cuál es tu problema?
—Estoy segura que me lo dirás. —Miró a todas partes menos a mí.
Esperé.
Pasaron tres segundos. Se dio vuelta y me mostró esos preciosos ojos verdes.
—¿Qué?
—¿Quieres que te folle?
—No.
—¿Que te bese?
39
—No.
Maldición, era una pequeña mentirosa sexy.
—¿Hacerte venir?
—No. ¿Está conversación va a alguna parte? Creo que tienes ya tu respuesta.
—¿Quieres follar a una mujer?
—No.
Me gustó demasiado su indignación.
—Tu problema es que te mientes a ti misma. La razón por la que me dijiste
que llamara otra mujer es la misma razón por la qué me mentiste sobre querer un
esposo. —Tenía un jodido montón de limitaciones, pero leer a las personas no era
una de ellas—. ¿Vas a decirme por qué estás aquí en verdad?
Inhaló como si estuviera tratando de ser paciente.
—Es un hombre muy sexual, señor Brandt, como debería serlo con su línea de
trabajo. Pero puede que lo sorprenda saber que no sólo no quiero un esposo, sino
que no estoy buscando compromisos o apegos.
Ignoré su comentario sobre mi ocupación.
—¿Te pedí que te casaras conmigo?
Agachó su cabeza y su voz se suavizó.
—No, no lo hiciste.
Alcé su barbilla.
—No respondiste mi pregunta, Roja.
Su mirada se apartó y exhaló.
—Vas a estar con otra clienta esta noche de todos modos. ¿Cuál es la
diferencia?
Ahí estaba. Sabía que cada palabra que salió de su boca había sido mentira.
Ella era bastante sincera, pero era exactamente como había supuesto. No quería ser
el juguetito de algún imbécil porque estuviera cachonda. Estaba pagando por sexo
porque el dolor era la raíz de todo esto para ella.
Y quería saber quién demonios la había lastimado.
—¿Quién fue?
—¿Perdona?
—¿Quién rompió tu corazón? —Porque quería matarlo.
—No hay…
40
—Es por eso que haces esto. —Estaba jodidamente asustada.
—Lo que hago no te concierne.
Tenía razón, pero desde el segundo en que puse mis ojos sobre ella, quise
protegerla. Pero si recibía su dinero sólo para enterrarme profundamente en ella,
no era mejor que el imbécil que la había llevado a contratar un acompañante en
primer lugar. La única diferencia era, que cuando la dejara después de follarla, yo
sería cinco mil dólares más rico.
Juré ahí en ese momento, que nunca recibiría el dinero de esta chica. Se
merecía algo mejor, pero era lo único que tenía.
—Cuando estés conmigo, todo lo que hagas me concierne. —Asentí hacia su
vino—. Bebe.
Se puso de pie con la gracia que debería ser respaldada por confianza.
—Llama a tu próxima clienta. No voy a estar contigo mucho rato. Disculpa.
—Caminó hacia los baños.
El mesero regresó y el destino decidió cogerme por el culo. Mi teléfono vibró
con un mensaje mientras él dejaba el whisky doble frente a mí.
—Su bebida, señor.
—Gracias. —Leí el mensaje de otra de las clientas de Vega cuatro veces antes
de entenderlo.
¿A qué horas nos veremos esta noche, sexy?
Alcé la mirada para ver a Roja mientras desaparecía en una esquina, y los
pasados tres años se burlaron de mí.
El licor y las mujeres.
Esa era mi vida. No había un plan B, no si quería mantenerme jodidamente
cuerdo, pero maldición, estaba cansado.
Me tomé medio trago y mis pulgares se movieron a tientas por la pantalla,
porque no había tomado ni una sola decisión inteligente desde que le dije a Roja
que la vería para cenar.
Ahora. En Pietra’s. Si no quieres compartir, no vengas.
Envié el mensaje y me bebí el resto del whisky antes de hacer señas para
pedir otro.

41
O cho
Sienna
No sabía si él iba a hacerlo, casi recé porque no lo hiciera. La parte de mi
corazón que no estaba completamente rota, tontamente pensó que ni siquiera
consideraría llamar otra clienta mientras estaba conmigo. Pero eso sólo me hizo
una tonta más grande. Este era su trabajo, y yo no era nada más que un cheque
para él, y necesitaba seguir recordándome eso. Por eso le había dicho que llamara
otra clienta.
Pero mi mandíbula no estaba tensa y mis fosas nasales dilatadas porque
estuviera enojada. Estaba luchando contra las lágrimas como David luchó con
Goliat.
No era especial para él. No significó nada cuándo me besó como si me
necesitara para respirar. Eso era lo que hacía. Llevaba a mujeres a restaurantes y
les hacía cosas sucias a sus cuerpos y luego contaba con que cayeran por su 42
angustia de héroe roto y sus apuestos rasgos toscos.
Mi cuerpo traidor dolía por sus malvadas manos, y me estremecí ante el
fresco recuerdo de ellas en mi interior, pero no iba a ir por esa dirección. No de
nuevo. Nunca.
Así que acomodé mi cabello y vestido. No podía hacer nada con el color en
mis mejillas o el dolor entre mis piernas, excepto mantener mi cabeza en alto, y eso
fue lo que hice. Caminé de regreso a esa mesa con la intención de terminar lo que
había empezado, porque eso fue lo que mi papi me enseñó a hacer. No era lo qué
hacías, era cómo lo hacías.
Mi coraje resistió hasta el segundo en que me permití hacer contacto visual
con él. Luego unos profundos ojos marrones me observaron, se robaron mi aliento
y me mantuvieron cautiva.
Con mi cuerpo atraído por el suyo, mis pulmones rogando por oxígeno,
caminé a la mesa en un trance. Sabiendo que nunca vería la silla de un restaurante
igual. Me senté.
Ante mi perdida de palabras, no dije nada.
—No voy a tomarte como clienta. —Profunda y suave, su voz se filtró en mi
piel antes de registrar sus palabras.
Esa punzada fue peor que un insulto.
—Entonces la cena… —Oh Dios mío. ¿Y lo qué me hizo en la silla? La
humillación calentó mis mejillas y necesité irme.
Pero mientras recogía mi bolso, el mesero apareció y dejó unos platos frente a
nosotros con gran parsimonia.
El aroma a mariscos y hierbas asaltó mis sentidos y quise vomitar.
Unos grandes dedos se cerraron en mi muñeca.
—Deja el bolso. —Sus labios tocaron mi sien, y dijo una orden como una
tierna petición de un amante—. Quédate. Come tu comida. —Retrocedió y sus
próximas palabras fueron tan suaves, que no podía estar segura de haberlas
escuchado correctamente—. Conseguirás lo que quieres.
—Bon appétit. —El mesero dejó una servilleta en mi regazo y se retiró.
Miré mi plato y la comida se puso borrosa. ¿Qué quería? ¿O qué necesitaba?
Porque necesitaba que él no me gustara. Necesitaba no haber tenido el mejor
orgasmo de mi vida en un restaurante en South Beach. Necesitaba no odiar cada
cosa en mi vida desde el segundo en que puse mis ojos en él.
—Mírame —exigió. 43
Como una polilla atraída a la llama, lo miré.
Su despeinado cabello rubio arena en contraste directo con su mirada
cautelosa, me miró como si viera a través de mí.
—Roja. —No estaba pronunciando el color de mi cabello.
Estaba usando su apodo para mí y lo estaba pronunciando como una
advertencia.
El vino y el olor de la comida retorcieron mi estómago y no me importó lo
que él quería.
—Me tengo que ir.
Dejó su bebida y su mirada se fijó en mi cuello y regresó a mis ojos.
—Toma aire. Ahora.
Con el aire entrecortado, mi corazón latiendo, entré en pánico.
—Puedo encontrar un taxi. —Había escuchado lo que dijo. Sabía lo que quiso
decir. Iba a cumplir mi deseo y su próxima clienta venía en camino. Dios me
ayude, necesitaba salir de aquí antes que eso pasara.
—No vas a tomar un taxi. —Su tono era cien por ciento autoritario—. Toma
aire y te llevaré a casa.
—Tú cena. —Sabía lo costoso que era Pietra’s—. Quédate. —Me puse en pie.
Él estuvo de pie y a mi lado antes que estuviera levantada. Tomó mi barbilla
y me obligó a mirarlo.
—¿Qué sucede?
—Nada.
—Estás en estado de pánico.
—No lo estoy —mentí—. Sólo necesito irme. El vino me mareó. —Tomé aire y
luché por volver a ser la vieja yo, la persona que era antes de llamar a su puerta—.
Gracias por tu tiempo. Gracias por encontrarte conmigo, pero simplemente no
funcionó.
—Funcionó muy bien. Es por eso que estás huyendo.
—No, no. —Fingí una sonrisa—. No voy a huir a ninguna parte. Disfruta tu
próxima clienta. —Me ahogué con la palabra disfruta.
—Esa fue tu idea.
—Sí, por supuesto. —Mi fachada estaba rompiéndose—. Encontraré sola la
salida. Quédate. 44

Ella podía comerse mi cena. Podía sentarse en mi silla. Podía… aparté la idea
y me dije que Jared no era algo serio. Podía hacer esto. Era como Alex, sin apegos,
sin sentimientos. Pero nada de lo que estaba pasando había sucedido con Alex.
Comparada con la forma en que mi corazón estaba intentando salirse de mi pecho
cada vez que miraba a Jared, mi hora con Alex no se había sentido como más que
una curva en el camino.
Jared dejó unos billetes en la mesa y tomó mi brazo.
—Ven. —Estaba llevándome fuera del restaurante a través del bar, antes de
poder protestar.
Con mis ojos en la salida, no la vi.
—Jared —ronroneó una voz.
Mayor que yo, más delgada que yo, su maquillaje perfecto, y su cabello
peinado por lo mejor que Miami podía ofrecer, estaba usando un vestido negro.
Exudando dinero y confianza, escaneó la longitud del cuerpo de Jared y luego
apenas y me miró.
—Hola. —La voz ronca que usó conmigo, la usó con ella.
Unos espesos celos subieron por mi garganta como bilis.
Ella sonrió como una estrella de cine.
—Esto será divertido.
Mi corazón se atoró en mi garganta. ¿Él le había dicho? ¿Ella creía…? Oh Dios
mío.
—Ya me iba. Ustedes dos… diviértanse. —Oh Dios mío, sus dedos todavía…
No. esto no estaba pasando. Intenté apartarme, pero una fuerte mano se envolvió
en mi cuello.
—Nosotros ya nos íbamos —corrigió Jared.
—Oh no, está bien, quédate. —Mi estómago se derrumbó. Debía hacer esto.
Sabía que debía hacerlo. No me podía importar con quién se acostaba él. Era un
hombre de compañía.
La morena nos miró, pero luego su mirada aterrizó en mí.
—Creo que alguien necesita una bebida.
Alcé una mano y reí fingidamente para la perra.
—Oh no, ya bebí suficiente. Pero por favor, disfruten la noche ustedes. —Me
di vuelta y huí.
En mi afán, no consideré a dónde iba. Cinco pasos y estuve de nuevo en el 45
restaurante. Luego un rostro familiar aterrizó en mi línea de visión y me congelé.
Alex Vega. Mi primera y única experiencia completa con un acompañante
estaba sentada con una despampanante morena porque Dios me odiaba. Me di
vuelta para huir y el brazo de Jared se envolvió alrededor de mis hombros
mientras él y su otra clienta se paraban a mi lado.
—Hola, Sarge —la voz de Jared retumbó de su pecho.
Alex alzó la mirada y la rabia contorsionó sus rasgos.
—Jared —masculló. Con su mano posesivamente sobre la hermosa morena,
alzó su barbilla, pero no me miró, ni tampoco a la otra clienta de Jared—. ¿Qué
haces aquí?
Jared sonrió, pero fue extraña.
—Una pequeña cena. —Miró la cita de Alex—. Un poco de diversión.
Mi cerebro hizo la conexión ante el apodo de Jared para Alex y solté una
estúpida pregunta.
—¿Estuviste en el ejército? —Debí haberlo supuesto. Ambos, Jared y él, eran
dominantes, controladores, y alfas hasta el núcleo. Exudaban ejército.
El brazo de Jared se tensó y su sonrisa desapareció.
—Sargento de pelotón Alexander Vega, Segundo Batallón Armada de
Reconocimiento, del Cuerpo de la Marina de los Estados Unidos. Están viendo a
un héroe en vivo, señoritas. Salvó mi vida. —Prácticamente escupió las palabras.
La otra clienta de Jared miró lascivamente a Alex.
—Oh, es todo un héroe. —Lamió su labio—. Que mal que no esté trabajando
esta noche. —Frotó una mano en el pecho de Jared.
—Está perdiéndose toda la diversión.
Oh Dios mío.
Iba a enfermarme. ¿Cambiaban de clientes cuando querían?
La cita de Alex pareció descubrirlo a la misma vez que yo. Su rostro se puso
pálido y se apartó de Alex.
—Disculpen. —Se levantó y se fue.
Alex gruñó unas palabras a Jared y lanzó dinero en la mesa.
Con mi mente dando vueltas, y mi estómago revuelto, no registré nada.
Cambiaban de clientas. Ellos compartían. Jared no sólo estaba tomando el turno de
Alex. Había sido pasada. 46

Había sido cambiada. Como una inconveniencia de la que tenías que


encargarte cuando algo mejor aparecía. Éramos sólo cheques para ellos. Eso lo
sabía. Los había contratado. Había sabido en qué me estaba metiendo. Pero hasta
este segundo, la sucia verdad de esto se había asentado.
Era peor que patética.
Jared dijo algo a Alex, pero no escuché ni una palabra. Estaba mirando a la
morena, preguntándome cuál de las dos era más tonta, cuando Jared me besó en la
mejilla.
Me besó en la mejilla. Como si fuera importante. No era importante, no para él,
no para Alex, no para ningún hombre.
Una rabia que nunca había sentido se transformó en una tormenta, y mi vida
se volvió transparente.
Cada pieza jodida de esta. Mi mano estaba en mi bolso, cerrándose alrededor
del sobre de la vergüenza antes que pudiera pensarlo.
Estrellé mi sobre repujado de color plata contra el pecho de Jared.
—Toma. Ya tengo lo que quería. —Miré a la morena con ceño fruncido—. Tu
turno. Pero tal vez quieras asegurarte que se limpie primero. —Con mi dignidad
en el retrete, me fui.
47
Nueve
Jared
Inhalando, froté mi mano sobre mi rostro.
—Oh Dios. —Una voz femenina ronroneó—. Estás despierto. —Un cálido
cuerpo se rozó contra mis costillas mientras una pequeña mano tomaba mi polla.
—Mierda. —Mi espalda dolía como un demonio, tomé la muñeca y alejé la
mano atrevida de la morena—. ¿Por qué sigues aquí? —Me levanté del jodido
sillón donde me había quedado anoche. Maldito alcohol.
La morena se rio.
—Estás duro.
Estaba duro porque tenía que ir al baño. Tomé un mechón de su cabello y le
di dos segundos de mi atención.
—Te dije que no voy a follarte. —Cinco bebidas eran mi plan para entumecer 48
mi mente, había visto a Roja alejarse de mí.
La tormenta enfurecida, mi cabeza jodida, bebí hasta que no pude sentir mis
malditas piernas.
Entonces la morena me llevó a mí y mi auto a casa. Mi último recuerdo
coherente fue cerrar las persianas por el huracán, preguntándome si el viento me
llevaría volando por el balcón.
La morena se lamió sus labios.
—Eso fue anoche.
—Nada ha cambiado. —La empujé, coloqué mis piernas en el suelo y me
levanté.
—¿Por qué? —se quejó.
Si no hubiera sido por Roja, y los jodidos vientos huracanados de anoche,
nunca me hubiera embriagado con ella. Ella tenía la palabra dependiente grabada
en la frente, pero había necesitado distracción de la tormenta, tanto la de dentro de
mi cabeza como la que se estaba formando en la costa.
—Voy a meterme a la ducha. Te irás antes que salga. —No dejé espacio para
negociar en el tono de mi voz.
—Mi auto está en el restaurante.
—Si puedes costearte a Vega, puedes pagar un maldito taxi.
Se levantó con un bufido usando únicamente su ropa interior y tomó su
bolso.
—Eres un imbécil.
Ni siquiera parpadeé. Las mujeres o me amaban o me odiaban. No me
importaba qué fuera, hasta que una pelirroja me dejó anoche. Ahora Roja era la
única jodida cosa en la que podía pensar, y esta morena me estaba enfureciendo.
—Quieres ver lo imbécil que puedo volverme, sigue de pie ahí. —Mi polla,
acostumbrada a este tipo de desafíos, pulsó, pero yo crucé los brazos.
Su mirada se desvió abajo y se lamió los labios.
Joder no.
—Lárgate. Ahora.
Ella sonrió, pero tomó su ropa del suelo.
—Quizás pase a visitarte más tarde, cuando te encuentres de mejor humor. —
Se colocó el vestido sobre la cabeza.
49
Estuve sobre ella tan rápido, que no lo vio venir. Mi pulgar y dedo índice la
tomaron de la mandíbula, mis dedos presionaron su cuello e hice lo que me
enseñaron en la marina que nunca debía de hacer. Mostré piedad.
—Vuelves a colocar un pie cerca de mi propiedad una vez más y te vas a
arrepentir.
Sus ojos se abrieron como platos y su voz estaba llena de coraje.
—¿Me estás amenazando?
—No. —Odiaba a las mujeres como ella. Pensaban que con su dinero podían
comprar todo lo que desearan. No era un juguete sexual—. Estoy haciendo una
promesa. —La dejé ir—. Vete.
No pudo moverse más rápido. Treinta segundos más tarde, estaba cerrando
mi puerta delantera después que su trasero corriera al elevador. Afortunadamente
para ella y sus tacones de doce centímetros, todavía no cortaban la electricidad y
no tenía que bajar los diecisiete pisos.
Me puse unos pantalones cortos, tomé mi teléfono personal y comencé a abrir
las persianas para el huracán mientras llamaba al imbécil que me metió en este
negocio. No es que me quejara, mi jodido condominio y auto fueron pagados.
Vega respondió al segundo tono.
—Espera. —Escuché las cobijas moviéndose y luego una puerta cerrándose—.
Jodido idiota, hiciste eso a propósito.
Él tenía razón. Había llamado a la anfitriona y le hablé dulcemente para
poder conseguir una reservación, después que él me dijera a dónde iría. La
curiosidad era una perra. No sabía cuál demonios sería mi excusa para llevar a
Roja. Quizás tenía cosas que probar.
—Tienes razón. Tenía que ver por qué mujer estás renunciando.
—No estoy renunciando —dijo.
Sonreí. Había visto a la mujer con la que estaba. Elegante, hermosa y joven.
Era de las que conservabas para siempre. Probablemente la hubiera follado antes
de haberla visto primero. Pero es todo lo que hubiera hecho con ella.
—¿Así que estás aceptando clientas una vez más?
—No, tú lo haces. —No dudó.
Sonreí otra vez mientras abría la última persiana y observaba el daño por la
tormenta. Había escombros por todos lados en la playa, pero los edificios altos se
veían como el mío, intactos.
50
—Me tomaré el día libre, amigo. —Quizás me tomaría todos los jodidos días
libres. Pero no le diría eso, así que le dije una mentira—. Después de anoche,
necesitaré lubricante por una semana. —Regresé a mi departamento para hacer
café, pero mis ojos se posaron en mis llaves y el sobre.
—Aprende a relajarte. —Vega me regañó.
Regresé al balcón sin café, porque sabía qué demonios había en ese sobre.
—Me relajé, por ocho horas seguidas por un maldito huracán. —Bebí por
horas después de haber regresado al apartamento. Los jodidos sonidos eran como
el maldito Afganistán una vez más, pero eso ni siquiera era lo peor. Roja estaba
jugando con mi cabeza.
No comentó nada.
—Te enviaré mi horario y lista de contactos. No esperes a hacer contacto con
todas las clientas. Confirma las fechas y hazles saber que eres un…
Oh claro que no. No lo deje ni siquiera terminar la oración.
—Espera, espera, espera, amigo. Tengo mis propias clientas. —Ya me había
jodido con Roja. No necesitaba más mierda de esa, y especialmente no necesitaba
obsesionarme con una mujer que me había dejado anoche y aun así pagado.
—Ahora tienes veinte más. Todas pagan en efectivo, así que arregla tus
jodidos problemas.
Si fuera inteligente, estaría jodidamente feliz, pero no lo estaba. Estaba
observando mi vista pagada, viendo el océano agitarse por los últimos vestigios de
la tormenta y mi vientre se retorció ante el borroso recuerdo del rostro de Roja
mientras me lanzaba el dinero anoche. No quería follar por dinero para siempre.
Ni siquiera me importaba el dinero.
O esta maldita vista. Quería paz mental, pero eso era tan raro como el rostro
de inocencia de Roja anoche. Sabía eso. Vega sabía eso.
—¿Jared?
—¿Estás hablado en serio? —Negué como si pudiera verme—. ¿Estás dejando
todo, por qué? ¿Amor? —¿Como un jodido cuento de hadas? No esperé que
respondiera—. ¿Crees que esa mierda va a durar? Dos semanas a lo mucho, y la
luna de miel se habrá terminado. —¿Qué demonios creía que iba a suceder?
¿Que una mujer como su juguete de anoche o como Roja se enamoraría de un
hombre que era prostituto?
—No sabes qué estás diciendo. Cállate de una jodida vez.
—Sé exactamente qué estoy diciendo. —Quizás él llevaba vendas en los ojos,
pero yo no—. Si sacaras tu cabeza de tu trasero, también lo sabrías. Tómate una 51
semana, mierda, tómate dos, surfea la jodida ola, pero no te hundas en ella.
Su furia tomó una dirección directa.
—No soy tú. Dos semanas es nada.
Amargado y molesto, bufé. Él sabía jodidamente bien por qué no entraba en
una relación.
—No significa que el trasero que está en tu cama le importas a largo plazo. —
Colgué, luego le marqué a otra persona que Vega había arrastrado al negocio.
Dane Marek respondió al primer tono, pero no dijo nada. Nunca decía nada a
menos que tú hablaras primero.
—¿Dónde estás?
Su voz profunda le hacía sonar como un asesino serial.
—De niñero.
¿Qué demonios?
—¿Tienes hijos?
—No. —No dijo más.
—¿Entonces de quién? —Había hecho servicio con Vega y Marek, ambos eran
mis hermanos, pero a diferencia de Vega, solo sabía dos cosas sobre Dane. Él era
inestable, y a pesar que había dejado los Marines, nunca había dejado su rifle.
Silencio.
Suspiré.
—Estas no son las jodidas veinte preguntas, y no te estoy interrogando,
idiota. Sigue hablando o cuelga de una maldita vez. —Teníamos un acuerdo. No le
preguntaba de sus trabajos, y él pretendía que no sabía lo que estaba haciendo.
—Tú me llamaste.
Por el amor de Dios.
—Mantén tus jodidos secretos.
—Clienta.
Medio me reí, medio bufé.
—Es de día. —Justo como Vega, él no entretenía clientas en horas del día.
—Lo sé.
52
—Suenas molesto. —No es como si sonara diferente, tenías que tomar en
cuenta el contexto con Dane, pero esto no tenía precio—. ¿Por qué la dejaste
quedarse? —Su casa era su santuario.
—No lo hice. Ella estaba aquí cuando llegué a casa anoche.
—¿Dejaste que una mujer entrara a tu casa cuando ni siquiera estabas ahí? —
Ahora tenía demasiada curiosidad—. ¿Qué, folla como una maldita actriz porno?
—No lo sé.
Me puse a reír.
—Ni siquiera la has follado, ¿y se queda en tu casa? Eres peor que Vega.
—Ella era su clienta —admitió.
Me puse serio.
—Demonios. ¿Tú también? El maldito me dejó con sus trapos sucios, el
maldito hijo de perra. —La sonrisa de Roja cruzó mi cabeza, y me pase la mano
sobre mis ojos.
—Tengo que irme.
Me dejé caer en una de las sillas del balcón, y puse mis pies en el barandal.
—¿Por qué? ¿Está buena?
—Rusa. —Fue todo lo que dijo.
Esto se estaba volviendo cada vez más divertido.
—Eso significa una de dos cosas. Rica, vieja y el cuerpo de una alcohólica, o
modelo. Confiesa. —Dios, esperaba que fuera la primera.
—La última.
—¿Entonces por qué demonios estás hablando conmigo? Cuelga y ve a
follarla.
—No va a suceder.
—¿Ahora tienes principios? ¿Eres demasiado bueno para ensuciarte unos
segundos? —Tan pronto lo dije, la inocente reacción de Roja ante mi beso cruzó
por mi cabeza, y me pregunté si Vega alguna vez la había besado. Me había dicho
sus reglas, número uno, nunca beses a una clienta. Idiota, hubiera sido mejor que
me aferrara a sus reglas.
—No. —Dane colgó.
Comencé a revisar mi historial de mensajes que no eliminé ayer. Cada
segundo que pasé con Roja y su vestido amarillo me perseguía. Quería verla. Con
dinero como excusa, me tomó cuatro intentos el enviarle un jodido mensaje.
53
¿Cómo llegaste a casa?
Cuando vi los tres puntos aparecer, fue como un golpe en el estómago. El
recuerdo de nuestro beso me golpeó y puso mi polla dura.
¿Quién es?
Ella sabía jodidamente bien que era yo.
Tú sabes bien quién es. ¿Dónde estás?
Los puntos aparecieron y luego desaparecieron, pero no respondió. Batallé
para enviarle otro mensaje.
Te fuiste anoche antes que pudiéramos hablar.
Dios, sonaba como un marica. Respondió casi de inmediato.
Ya pagué.
Recibí el estúpido dinero. Dinero que no merecía. Arruiné dos respuestas
antes de decir las palabras en voz alta mientras escribía.
Sí, vamos a hablar de eso. Y otra mierda. ¿Dónde estás?
Ese beso, y la mirada en su rostro cuando se corrió, ambas estaban grabadas
en mi memoria. Y no importaba qué tan fuerte tratara de ignorarlas, me estaban
carcomiendo.
Tengo que irme.
Mierda. No podía escribir más.
Responde.
Le envié el mensaje y luego le llamé. Dos tonos y su dulce voz llenó mi cabeza
como una maldita cura por todas mis resacas.
—No deberías de estar llamando.
—¿Por qué demonios no?
—Esto no es apropiado. Estoy en el trabajo y Alex nunca llamó…
La interrumpí en esa parte.
—¿Sueno como Alex? —La ira quemaba mis venas como si fuera un maldito
amante celoso siendo abandonado—. ¿Te toqué como Alex? ¿Por un segundo me
confundiste con él? —No sabía qué demonios acababa de pasar, pero estaba a un
pelo de estallar de la ira, y esa debió haber sido mi señal para colgar—. Porque no
soy él, y tú ya terminaste de pensar en el maldito de Alex Vega.
Silencio.
54
Tomé aire y obligué a mi voz a regresar a un tono más amable.
—¿Me escuchaste?
Se aclaró la garganta.
—No es que sea asunto tuyo, pero solo estuve con él una vez.
Vividos y jodidamente incontenibles que no había confusión de estos, los
celos envolvieron mi cerebro.
—Terminaste con él, Roja. —Molesto y sin darle posibilidad de decir más,
mascullé las palabras.
Su voz fue silenciosa.
—Tengo un nombre.
Sabía su nombre. Se había estado repitiendo una y otra vez por ocho jodidas
horas mientras el huracán azotaba mi apartamento y yo me sumergía en el alcohol.
Sabía su nombre como si se hubiera arrastrado a mi cabeza y decidiera
atormentarme. Sabía su nombre como si fuera la mujer que pudiera destruir mi
castillo de naipes. Lo sabía y nunca lo diría. Porque cuando la vi por primera vez
hace doce horas, sabía que ella traería problemas.
La clase de problemas que nunca pensé tocar. La clase de problemas que me
hizo pedir refuerzos al segundo en que intentó tomar control. La clase de
problemas que ninguna otra mujer podría tocar.
Sienna Montclair.
En un mar de malditas palmeras y arena, ella era el bosque.
Y estaba a punto de perderme.
—Sé tu nombre, Sienna.

55
Diez
Sienna
Crudo y sucio, mi nombre salió de su lengua como la tentación más dulce que
nunca quise oír.
No debería haber respondido su mensaje, y definitivamente no debería haber
levantado el teléfono o dicho lo que dije a continuación.
—Espero que tu clienta y tú hayan sobrevivido al huracán. —Estaba siendo
celosa y mezquina, pero peor aún, estaba herida. Por un acompañante.
El resoplido fue tan profundo y áspero como su voz.
—Fue todo cosa tuya, Roja.
Sus palabras eran un insulto, pero el toque siniestro en su tono llenó de
escalofríos mi piel. Ni siquiera sabía por qué estaba hablando con él, excepto que
no había pegado un ojo durante toda la noche. Odiaba lo que había hecho anoche, 56
pero odiaba aún más el hecho que estuviera celosa. Negué y usé mi voz de trabajo
porque estaba harta que los hombres se llevaran lo mejor de mí.
—Gracias por su tiempo, señor Brandt. Ya no necesitaré sus servicios. —
Comencé a colgar.
—Nunca tuviste mis servicios porque no iba a dártelos —masculló la palabra
"servicios" y terminó el resto de la frase con un tono enojado.
Debería haber colgado, pero igual que anoche, no pude conseguir ignorarlo.
Supe al segundo que había puesto los ojos en él, que era más de lo que podía
manejar.
—Mantengámoslo de esa manera. —Había tenido que practicar modales de
cortesía tan a menudo para el trabajo, que era casi instintivo.
—Te diré qué. Contesta una pregunta para mí, y si tu respuesta es no,
entonces perderé tu número.
Me mordí el labio. El labio que él había arrastrado entre sus dientes anoche,
justo después que me hubiera dado el mejor beso de mi vida.
—¿Roja?
Mis cejas se juntaron.
—No me gusta que me llamen así. —No podía evitar tener el cabello rojo, así
como la ondulación de mis caderas o mi nariz respingada.
—Sienna. —No pronunció mi nombre, lo soltó con un gruñido bajo que hizo
que mis dedos se curvaran—. ¿Algún hombre te ha besado como lo hice anoche?
Respiré profundamente. Su voz era tan áspera e incontenible, mi corazón
todavía dolía por él. Nadie me había besado así. Y nadie jamás me había dado un
orgasmo así. Pero yo no era más que una clienta para él.
—Escuché eso.
Mis dedos fueron a mis labios.
—No he dicho nada.
—No tenías que hacerlo. He escuchado la agitación de tu respiración, y
apuesto a que te estás tocando ahora mismo.
Dejé caer mi mano.
—No lo estoy haciendo.
—Claro.
57
Odiaba su exagerada confianza.
—¿Crees que todas las mujeres quieren tocarse mientras hablas con ellas? —
No podía creer que estuviera hablando con él de esta manera, y mucho menos
haciéndolo desde el trabajo.
—Primero, tú no eres como toda mujer.
—No es que ese tipo de cosas te importen —le interrumpí.
—¿Estás tratando de decir algo, princesa?
Me puse rígida ante el apodo que mi padre usaba para mí.
—No soy una princesa. —Sonaba como una niña de doce años.
—Estás actuando como una. ¿Quieres insultarme? Haz tu mejor intento. Pero
recuerda esto. Tú huiste anoche, no yo.
Perdí mi compostura.
—¡Llamaste a otra clienta!
—¡Tú me lo pediste! —gritó en respuesta—. Puede que le haya enviado un
mensaje, pero tú hiciste esa llamada. Pusiste eso en marcha.
—¿Y si no lo hubiera hecho? —¿A quién estaba engañando?—. De todas
maneras, más tarde habrías llamado a alguien más.
—No hubiera habido un más tarde, y no estaríamos teniendo esta
conversación porque todavía estarías en mi cama.
—¿Por cuánto tiempo? ¿Hasta que mi dinero se agotara? —Eso era mezquino
y perverso porque me había dicho que no iba a tomar mi dinero, pero lo dije de
todos modos.
—Me estás enojando, Roja.
—El sentimiento es mutuo.
—No habría habido otra clienta —dijo exasperado.
—No soy tan estúpida como para creer eso. —¿Verdad? Y de ser así, ¿por
cuánto tiempo? Nunca había contestado eso.
—¿Quién está llamando a quién? —desafió.
Era exasperante, y de repente todo y nada como todos los jugadores con los
que lidiaba en el trabajo. Me dije que podía manejar esto. Enderecé mis hombros y
me levanté orgullosa en mi traje rosa.
—Sólo porque pagué por los servicios en el dormitorio no te da a ti o a nadie
más el derecho de juzgarme o tratarme sin respeto. —Allí está, lo había dicho. 58
—Tienes razón.
Sorprendida, hice una pausa, pero no caí en eso. Tenía que colgar el teléfono
antes de convencerme que tenía que verlo otra vez.
—¿Por qué, exactamente, estás llamando?
—Porque tenemos asuntos pendientes.
—No, no los tenemos. —Pero cada segundo que escuchaba su voz sexy y el
avasallador dominio, caía un poco más. Quería que tuviéramos asuntos
pendientes, lo cual solo llamaba problemas, pero ayúdenme, él era todo en lo que
podía pensar. Me había enfermado anoche con pesar por decirle que llamara a esa
clienta. Cada hueso de mi cuerpo quería retirar lo dicho. Pero no podía. E incluso
si no hubiera salido corriendo del restaurante y subido en un taxi, no tenía ninguna
garantía que algo hubiera resultado de manera diferente.
—Veámonos en el patio de Allero’s en quince minutos. —No era una
petición, era una orden.
Mi equilibrio se disparó, luché por una respuesta.
—No quiero verme contigo en un restaurante.
Ni siquiera vaciló.
—Sí, lo harás.
—¿Y qué te hace pensar que haría eso? —Sonaba exactamente como me veía.
Formal y educada, y nada como una mujer que había pagado a un hombre de
compañía cinco mil dólares por un beso y un orgasmo.
—Porque, preciosa, estoy jodidamente hambriento y quiero verte. —Colgó.
Miré mi teléfono.
Entonces hice la única cosa que no debía. Recogí mi bolso.
La puerta de mi oficina se abrió.
—¿A dónde va, señorita Sienna?
Miré a Terence Joyner, también conocido como TJ. Sus músculos se abultaban
en cada prenda de vestir como si no pudiera contenerlos. Sus oscuros ojos me
miraban, pero sabía que debajo de todo ese volumen intimidante era un osito de
peluche.
—Tengo que hacer un recado.
El defensa de un metro noventa y ocho se dejó caer en una de mis sillas para
invitados.
59
—Pero dijiste que hablarías con DeMarco. Él no recibió ninguna llamada,
Roja.
Con todo lo que había sucedido en las últimas veinticuatro horas, había
olvidado la pequeña escapada de Terence hace unos días. Sentada al borde de mi
asiento, puse mis manos en mi regazo y compuse mis rasgos.
—Terence, no puedes seguir haciendo esto. Tienes que parar antes que seas
suspendido, o peor, te metas en un problema de verdad.
Alzó sus enormes manos.
—Ni siquiera estaba bebiendo.
No pude evitarlo, mi rostro crítico apareció.
—¿Sabes que las imágenes están en Internet? No puedes tener relaciones
sexuales con una de las animadoras mientras conduces con la capota abajo.
Dejó caer sus manos.
—Ella no estaba aceptando un no por respuesta, Roja. Ya sabes cómo son esas
chicas.
Mi mandíbula se tensó porque sabía exactamente cómo se ponían.
—Ella estaba desnuda, Terence, y te estacionaste en el Puente Seven Mile y
detuviste el tráfico al medio día. ¿Qué creías que iba a pasar?
Bajó su cabeza como un niño.
—No quería arruinar mi auto, Roja. Es el auto más bonito que he tenido. —
Me miró sin levantar la cabeza—. Vamos, chica, habla con el entrenador. Él te
escucha.
A pesar que el entrenador era mi tío, no me escuchaba más de lo que
escuchaba a TJ. Ni siquiera lo llamaba tío, porque no quería que nadie en el trabajo
supiera que yo era su sobrina. Nunca había compartido una comida fuera del
trabajo con él. Comía, dormía y respiraba fútbol. Lo había invitado a cenar varias
veces, pero desistí hace años cuando rechazó cada invitación. Ahora lo mantenía
estrictamente profesional entre nosotros. Yo manejaba su programación y papeleo
y lo ayudaba con los problemas cuando los jugadores se pasaban de la raya, y el
entrenador hacía lo que mejor sabía hacer, entrenar a los jugadores defensivos.
Suspiré y me levanté.
—Bien, voy a decirle algo al entrenador cuando lo vea. —Rodeé mi escritorio.
TJ saltó con la velocidad y la agilidad que conocía en el campo.
—¿A dónde vas? Puedo llevarte.
60
Mis mejillas se calentaron al pensar en Jared.
—No, no puedes.
TJ se interpuso en mi camino.
—Oh, vamos, Roja. ¿Cuándo vas a dejar que te lleve a una cita?
—¿En serio? ¿Después que tú última hazaña sexual apareció en todas las
noticias? —Mi expresión debe haberme delatado.
Extendió las manos de par en par.
—Sabes que no necesitaré a ninguna de esas chicas si te tengo. —La parte de
atrás de sus gigantes dedos rozaron mi brazo—. Eres de clase, Roja. Podrías
mantenerme a raya. —Su brillante sonrisa destellaba como lo hacía para las
cámaras.
Esta era la razón exacta por la que había contratado un acompañante. No
quería mantener a alguien a raya. Y definitivamente no necesitaba jugar a la casita
con un defensa mientras me engañaba con cada chica bonita que le sonreía.
Enderecé mis hombros.
—Conoces las reglas, Terence. Nada de fraternizar.
No es que hubiera prestado alguna atención a las reglas cuando Dan me
había invitado a salir.
Me guiñó un ojo.
—Entonces renuncia.
—¿Y quién intercederá por ti con el entrenador? Además, necesito mi trabajo,
muchas gracias.
—No necesitas dinero si estás conmigo, Roja. Yo gano todo el dinero.
Por algunos años más o hasta que se lesionara, entonces su salario de siete
cifras desaparecería tan rápido como sus fans. Apunté un dedo a su pecho y le di el
mejor consejo que alguna vez recibiría.
—Ahorra tu dinero, Terence Joyner. —No es que él me escuchara. Lo había
visto muchas veces—. Ahora, déjame pasar. Tengo que ir a un sitio, y necesitas
ponerte a hacer pesas.
Su mano se movió hacia su pecho como si lo hubiera herido, pero sonrió.
—Siempre rechazándome, señorita Sienna.
—Así es.
—Un día, me necesitarás. Esperaré —dijo con confianza mientras sostenía la
puerta de mi oficina abierta para mí. 61

Estaba negando a TJ cuando salí al pasillo. Así fue como casi me choqué con
él.
—Sie. —Dan agarró mis brazos para estabilizarme.
Maldición.
—Señor Ahlstrom —dije secamente.
Él bajó la voz a un tono siniestro.
—¿Qué estabas haciendo en un apartamento de Collins Avenue anoche?
La ira enderezó mi columna vertebral y simplemente hablé lo suficientemente
alto para que él oyera.
—¿Me seguiste?
—Fui a tu casa para hablar, pero ibas de salida. —Él ni siquiera actuaba
arrepentido, solo miró enfáticamente mi mano izquierda y frunció el ceño—.
Todavía no lo llevas puesto.
Él sabía que no iba a causar una escena delante de cualquier otro jugador, y
estaba usando eso a su favor.
Miré nerviosamente a TJ mientras él miraba curiosamente entre nosotros,
entonces miré de nuevo a Dan y murmuré siseando:
—Terminamos. Tú terminaste. No vuelvas a seguirme nunca más. —Saqué
mis brazos de su agarre y miré por encima del hombro de Dan a su amigo, el
enorme defensa, Elliot "Sunshine" Washington—. Señor Washington.
Sunshine inclinó la barbilla una vez.
Dan notó mi bolso y entrecerró los ojos.
—¿A dónde vas?
Puse una sonrisa falsa y eludí la respuesta.
—¿Tiene una cita con el entrenador? —Siguiéndome, viniendo a mi oficina
dos días seguidos, él estaba cruzando la línea—. No lo vi en su lista hoy.
—Asuntos del equipo. —Volvió a mirar mi mano izquierda y sus cejas se
tensaron aún más cuando bajó la voz—. Necesitamos hablar. Es importante.
No tenía intención de hablar con él. Nunca.
—Dejaré que el entrenador sepa que has pasado por aquí.
Dan se movió ligeramente para darle la espalda a TJ y Sunshine.
—En serio, Sie. Esto es importante.
62
Levanté mi voz lo suficiente para que TJ y Sunshine pudieran escuchar.
—El entrenador no está aquí.
Dan tomó la indirecta, en cierto modo.
—Entonces lo esperaré. —Furiosamente entró en mi oficina y Sunshine lo
siguió.
TJ se rió mientras la puerta de cristal se cerraba.
—Tú le dijiste.
A propósito no miré para ver lo que Dan estaba haciendo.
—¿Qué asuntos del equipo tiene con el entrenador?
TJ se encogió de hombros.
—No lo sé, pero escuché el rumor que el viejo Burrows está en cama.
—¿El dueño del equipo está enfermo? —No había escuchado eso.
—Eso es lo que oí. Aunque no podía decirlo al verlo la semana pasada. Él
estaba gritando a la defensa, como siempre.
No había nada de amistoso con el dueño del equipo. No me había dicho más
de dos palabras en cinco años. Él solo lucía enfadado.
—Bueno, espero que se mejore. —No me importaba de un modo u otro,
siempre y cuando no afectara mi trabajo.
TJ me miró a través de la pared de cristal hacia las oficinas del entrenador.
—Parece que Strom también lo espera.
—Nos vemos más tarde. —Forcé una media sonrisa y corrí hacia mi auto.

63
Once
Jared
Observé al nuevo Mercedes SLK convertible detenerse con el valet. Su rojo
cabello visible desde una cuadra de distancia, conducía como si se dirigiera a una
misión.
Apenas reconociendo la existencia del valet, tomó el boleto mientras revisaba
el área de descanso exterior. No podía ver sus ojos detrás de sus gafas de sol, pero
supe el segundo en que su mirada aterrizo en mí debido a que se tensó.
No sonreí. O me levanté. Me quedé mirando fijamente.
En tacones que nunca habría adivinado que podía manejar, ella y su traje rosa
se dirigieron hacia mí como un jodido huracán.
64
—Señor Brandt, tengo un trabajo. No tengo tiempo de venir corriendo hacia
un encuentro clandestino porque decidió que tenemos negocios inconclusos. Diga
lo que tenga que decir y me iré.
No me gustaba. Ni un jodido centímetro de ello. El traje, los tacones, los
hombros cuadrados y el perfectamente peinado cabello. Quería arrancarle su
chaqueta, liberar su cabello y enredar mis dedos entre los gruesos rizos.
—¿A qué te dedicas?
Su espalda se puso incluso más tensa.
—Soy asistente. Ahora si me permite…
—¿Estás casada? —Los asistentes no podía permitirse un Mercedes nuevo.
Luciendo ofendida, frunció el ceño.
—No.
—¿Divorciada?
—Si planeara divorciarme, no me casaría en primer lugar —resopló.
—Siéntate —ordené.
Me miró fijamente.
Sin estar seguro si iba a quedarse o a irse, no me moví.
Dos respiraciones después, sacó una silla y se sentó en el borde.
La estudié un momento luego miré hacia el valet en el momento en que se
llevaba su auto.
—¿Tu papi te compró ese auto?
—Gano mi propio dinero, señor Brandt.
Por ahora, estaba dejando pasar la tontería del señor. Asentí lentamente, mis
ojos nunca abandonaron su hermoso rostro.
—¿De dónde vienes?
Sostuvo su postura como un detenido en un interrogatorio.
—No es que sea de su incumbencia, pero mi padre era un predicador.
¿La hija de un predicador? Jesucristo, ni siquiera podía dimensionar ese tipo
de ironía. Cada segundo que pasaba en su presencia, estaba más intrigado por ella,
lo que sólo jodía con mi cabeza. Había venido aquí a regresarle su dinero y a dejar 65
en claro un jodido punto, no actuar como un gatito con mi cola entre mis patas,
rogando por su atención. Tomé el menú y se lo pasé.
—Elije algo.
Sus manos permanecieron en su regazo.
—No tengo hambre. Necesito regresar al trabajo.
Me pregunté qué tipo de tipo de empleo administrativo requería trabajar un
domingo, pero no pregunté.
—¿No tienes un descanso para comer?
—No uno que vaya a gastar contigo.
Percibí el doble significado detrás de la declaración respecto a “gastar”, pero
me importó un bledo.
Estaba aquí y sentí como si finalmente pudiera malditamente respirar. No era
un idiota, sabía que tenía una ardua batalla cuesta arriba, pero por lo que no sabía.
Simplemente quería borrar todo lo que había pasado anoche entre nosotros
después de haber enviado mensajes de texto a la clienta.
Deslicé un sobre hacia el otro lado de la mesa.
—Pon esto en tu bolso.
Miró fijamente hacia el dinero.
—No.
—No es negociable. —No iba a dejar que el dinero se interpusiera entre esta
mujer y yo. Era demasiado malditamente buena para eso.
—No acato ordenes tuyas.
La mesera apareció. Con demasiado entusiasmo, joven e irritable, le sonrió a
Roja.
—Tu novio es tan dulce. Ni siquiera ordenó agua hasta que aparecieras. ¿Qué
puedo traerles?
Tomé el sobre y fuertemente lo coloqué sobre su bandeja para atraer su
atención.
—Toma una propina. No hagas suposiciones. Ahora, tráenos algo que esté en
el menú 66
Su sonrisa desapareció y su boca hizo una letra O.
—Lo siento mucho, por supuesto, de inmediato. Tenemos un gran especial el
día de hoy…
La fulminé con la mirada.
—Sólo lo traeré. —Se alejó rápidamente.
Roja se veía furiosa.
—Esos eran cinco mil dólares. —Sus dientes se apretaron, me siseó como un
enfurecido gato.
Un sexy y enfurecido gato.
—Ahora ya no están.
—¿Qué estás tratando de demostrar? ¿Que eres irresponsable e impulsivo?
Era una pregunta retórica, pero la respondí de todas formas.
—El dinero no se va a interponer entre nosotros.
—No hay un nosotros. —Se inclinó hacia adelante y bajó su voz hasta un
furioso suspiro—. Eres un hombre de compañía. Ofreces servicios. Me ofreciste un
servicio. Te pagué. Fin de la historia. Terminamos.
Obligué a la mitad de mi boca a levantarse cuando todo lo que quería era
arrastrarla hasta el otro lado de la mesa y darle nalgadas hasta quitarle el enojo.
Luego quería hundir mi polla dentro de ese apretado coño y empujarme dentro de
ella hasta la sumisión hasta que no supiera ninguna otra maldita cosa más que mi
nombre.
—¿Crees que me siento insultado por eso? Inténtalo mejor, Roja.
Sus mejillas se sonrojaron.
—No me importa lo que creas. Sólo estoy estableciendo los hechos.
Me moví. Quité sus gafas de sol, tomé la parte de atrás de su cuello y traje mi
rostro a centímetros del suyo.
—¿Quieres hechos? —Bajé mi voz—. Estás aquí porque quiero que estés aquí.
67
Estás aquí porque te estás retorciendo en el borde de ese asiento recordando lo
bien que te hice sentir. Estás aquí porque sabes que anoche cometiste un error. —
Me detuve, luego hice algo que nunca hago. Admití que me había equivocado—. Y
yo también lo hice.
Su pecho se elevó y cayó.
—No quiero tu disculpa.
—La vas a tener de todas formas. —Rocé mis labios contra los de ella y le di
más que lo que tenía que dar—. Lo siento, Sienna.
Sus ojos se llenaron de lágrimas.
Cualquier duda que tuviera sobre lo que quería de esta mujer, desapareció.
—Vamos a olvidarnos de anoche. —Verla, sostenerla, me importaba un bledo
renunciar a mis clientas. Sólo la deseaba a ella.
—No hay nada que olvidar. —Intentó alejarse—. Eres… quien eres.
El pánico inundó mis venas con lo que estaba a punto de hacer, pero apreté
mi agarre e ignoré la advertencia que mi cerebro estaba gritando.
—Ahora sólo soy un tipo común que va invitarte a comer.
Se burló.
—No funciona de esa forma.
—Ahora lo hace. —Podía haberle dicho que no follé a esa clienta anoche, pero
no lo hice. La confianza iba a tener que ir en ambos sentidos. Sabía que era un
movimiento muy idiota no decírselo de inmediato, pero por una vez en la vida,
quería que una mujer me deseara por quien demonios era.
—¿Y qué? ¿Sólo renunciaste? Estabas trabajando anoche.
Lo puse sobre la mesa.
—Ya no soy acompañante.
—Claro. —Desconfianza destilaba de su tono—. Sólo así, ¿terminaste? ¿Por
cuánto tiempo? ¿Hasta que necesites dinero de nuevo?
Mantengo mi voz plana, paciente.
—No necesito dinero.
—No confío en ti. Ni siquiera te conozco y no estoy buscando un novio. 68

—Bien.
Me miraba sorprendida.
—Porque no vas a tener un novio. Ya me tienes a mí y te estoy llevando a
comer. —Besé su frente luego me retiré hacia atrás porque vi a la mesera
aproximándose por el rabillo de mi ojo—. ¿Qué quieres para beber?
—Lo siento tanto —interrumpió la mesera, nerviosamente poniendo el sobre
sobre la mesa—. Pero creo que cometió un error. No puedo tomar eso, señor. Eso
es como, es… vaya.
Miré a Roja.
Ella suspiró. Luego levantó el sobre y lo colocó sobre la bandeja de la mesera.
—No fue un error.
Sonreí.
—¿Qué vas a beber, Roja?
—Té helado, por favor —dijo educadamente.
Guiñé mi ojo luego miré hacia la mesera.
—Tomaré una corona.
La mesera rompió a llorar.
—Realmente, realmente necesito este dinero. Mi hijo, es autista. Oh, Dios mío,
probablemente no entiendan, pero, ohDiosmío. —Limpió sus lágrimas—. Sólo…
¡estoy llorando! —Se rio—. Pero quiero decir gracias, así que ¡gracias! —Se inclinó y
abrazó a Roja. ¡Muchas gracias!
Roja dejó caer una lágrima.
Cristo. Estaba negando, pero estaba sonriendo ante la maldita ironía de todo
esto.
Es por eso que no los noté acercándose.
—¿Quién demonios es él? —rugió una enojada voz.
Levanté la mirada. Sorpresa no empezaba por cubrirlo. Cincuenta malditos
escenarios pasaron por mi mente, cada uno peor que el anterior.
—¿Quién demonios eres? —Sabía exactamente quién era. Dan jodido 69
Ahlstrom. El mariscal de campo del querido equipo profesional de fútbol
americano de Miami. Y me estaba mirando como si quisiera arrancarme miembro
por miembro.
—El novio de Sienna —gruñó.
Doce
Sienna
La mesera gritó con miedo.
Esto no estaba pasando.
—Dan…
Jared me interrumpió. Con un brazo extendido a lo largo de su silla, luciendo
tan tranquilo como siempre, miró a la mesera.
—Ve por unas bebidas para nosotros, cariño.
Dan fulminó con la mirada a Jared mientras la mesera prácticamente salía
corriendo.
—Te hice una pregunta.
Rezumando control, Jared ni se estremeció.
70
—Y yo te hice una.
TK y Sunshine se pusieron detrás de Dan. Los tres hacían una pared de
trescientos kilos de intimidación de jugador de fútbol y había tenido suficiente.
—Terence —espeté—. ¿Me seguiste?
La tensión en sus hombros cayó de inmediato.
—Ah, vamos, señorita Sienna. No me pregunte eso enfrente de Strom.
La mirada ceñuda de Dan estaba sobre mí.
—Deja a TJ fuera de esto —espetó—. ¿Qué demonios estás haciendo? ¿Quién
es este? —Enterró un dedo en el hombro de Jared tan fuerte, que lo empujó hacia
atrás en su silla.
Sucedió tan rápido, que fue como una película.
Jared agarró a Dan de la muñeca, pateó su silla hacia atrás y se puso de pie.
Retorció el brazo de Dan y lo puso tras su espalda. Dan cayó de rodillas y Jared
estrelló su cabeza contra la mesa. Sujetándolo con ambas manos, su bota
clavándose en la parte de atrás de la pantorrilla de Dan, se inclinó y habló en un
tono asesino y suave.
—Le hablas así de nuevo, y te acabaré.
—Mierda —gruñó Dan—. ¡TJ, Sunshine!
Todavía sorprendidos ante la visión de lo que Jared había hecho, el defensa
de extremo y el de línea cerraron sus bocas y se movieron.
Jared fue más rápido. Todavía sujetando a Dan, pateó sus pies y los giró a
ambos para enfrentar a TJ y Sunshine. Letal y amenazador, habló:
—¿Saben lo que enseñan en los Marines?
Curioso y como un niño impresionado, los ojos de TJ se ensancharon.
—¿Fuerzas especiales?
Sunshine lo golpeó en la parte de atrás de la cabeza y entrecerró sus ojos a
Jared.
—Si rompes su brazo, el equipo te demandará.
—Si le habla a mi mujer así de nuevo, un brazo roto será la menor de sus
preocupaciones.
Mi corazón saltó de mi pecho a mi garganta y los escalofríos cubrieron mi
piel. ¿Su mujer?
TJ alzó sus manos.
71
—Muy bien, hombre, estamos bien. Vamos a irnos. Nadie quiere a la dama
molesta. —Me sonrío—. Se ve muy bien hoy, señorita Sienna.
Tanto Dan como Jared gruñeron.
TJ dio un paso atrás.
—Está bien. Estoy bien. Sólo siendo honesto, dándole a la dama un inocente
halago.
—Basta, Terence —advertí.
Sunshine se cruzó de brazos.
—Suelta a Strom.
Jared soltó a Dan sólo para patearlo en la espalda. Dan cayó hacia adelante,
atajándose sobre su brazo izquierdo antes que su rostro golpeara el suelo. Sus fosas
nasales ensanchándose con cada respiración, hizo una flexión con un solo brazo y
se levantó muy despacio.
Sunshine le ofreció una mano, pero Dan la apartó de una palmada.
TJ miró a Jared.
—¿De verdad en los Marines te enseñan cien formas de asesinar a mano
limpia?
Jared no pudo responder.
Dan se abalanzó. Con la cabeza gacha, los hombros al frente, se lanzó a
taclear.
Como si lo esperara, sin siquiera parpadear, Jared sacó su brazo, lo codeó
primero. Hizo un sólido contacto con la nariz de Dan mientras su rodilla
simultáneamente aterrizaba un golpe bajo el cinturón de Dan.
Dan dejó salir un rugido inhumano y cayó al suelo. Su nariz botó sangre, con
sus manos en su entrepierna, se curvó en posición fetal.
Sunshine se lanzó a Jared.
Jared se dio vuelta.
A mitad de su giro, su pierna se alzó y su rodilla hizo contacto con el hombro
de Sunshine una fracción de segundo antes que su bota golpear el costado de su
cabeza. El golpe de artes marciales de Jared le quitó la fuerza al ataque de
Sunshine, pero eso no detuvo al defensa. Sólo lo ralentizó unos segundos, pero
Jared iba dos pasos al frente. Con sus manos sobre las orejas de Sunshine, bajó su
cabeza y lo golpeó con su rodilla. Sunshine subió sus manos a tiempo.
Sorprendido, cayó de rodillas mientras sangre salía de su nariz y boca.
Con el pecho subiendo y bajando, salpicaduras de sangre en su camiseta y 72
jeans, su rostro como una máscara impenetrable, Jared se giró hacia mí.
—¿Estás bien?
Sin poder hablar, solo lo miré.
—Maldición. —TJ observó la masacre de Jared y negó—. Debí haberme unido
a los Marines.
No supe cuándo me había puesto en pie, pero lo estaba. Luego estuve
temblando. Y una vez empecé, no pude parar.
—Sienna. —Mi nombre no era una preocupación en los labios de Jared,
retumbó fuera de él.
Suave y extendido, era como una advertencia de un trueno a la distancia,
pero no registré nada de esto.
Temblé más fuerte. Él podría haberlos matados. Dos jugadores de fútbol que
estaban entrenados para taclear hombres de cien kilos, y Jared los derribó como si
fuera un juego de niños. Ni siquiera sudó.
Jared se estiró hacia mí.
—¡No! —Con las manos extendidas, mi respiración entrecortada, retrocedí.
—TJ —dijo Jared.
—Ya me adelanté. —El brazo de TJ se envolvió alrededor de mis hombros—.
Vamos, chica. Andando.
Tres patrullas de policía se estacionaron en la acera. Las puertas se abrieron,
botas golpearon el pavimento y sillas se corrieron. Mi mundo estaba girando sin
control, y en medio de todo estaba un hombre con cabello rubio despeinado y una
mirada marrón que no trastabilló.
—Su bolso. —Apuntó Jared.
—Entendido, jefe.
Un gigante defensa de dos metros tomó mi bolso fucsia de Coach, mientras
un letal, ex marine, hombre de compañía se adelantó y me dio un beso en la frente.
—Todo estará bien. Ve con TJ. —Puso algo rectangular en mi mano—. Llama
a Neil. Dile lo que sucedió. El código de desbloqueo está en mi dirección. —
Retrocedió e inclinó su barbilla hacia TJ—. Sal de aquí, ahora.
—¡Policía! ¡Al suelo! ¡Al suelo!
TJ me puso bajo su brazo y corrió por el patio mientras Jared se ponía de
rodillas con sus manos detrás de su cabeza. Cada cliente del restaurante tenía su
73
teléfono afuera y lo apuntaba a TJ, a Jared, Dan y Sunshine, o a mí, mientras todos
yacían en el suelo. Así que, en un intento de grabarnos a todos en el video, apenas
y se movieron del camino mientras TJ pasaba por la multitud y rodeaba el costado
del restaurante.
Para cuando rodeamos la esquina a la parte de atrás del edificio, teníamos
personas siguiéndonos y filmándonos. Como si fuera algo de todos los días, TJ
mantuvo la vista al frente y no dijo nada. Su auto estaba estacionado en un
pequeño punto del estacionamiento para los empleados, y me llevó al lado del
pasajero, abrió la puerta y luego me hizo entrar, tan normal como era posible.
Segundos después metió su gran cuerpo detrás del volante y giró la llave.
El teléfono de Jared era pesado en mis manos, TJ estaba moviéndose en el
tráfico de la Avenida Collins, me di cuenta que mi vida estaba desmoronándose; se
había prendido en llamas. Me despedirían cuándo el entrenador viera esos videos,
Jared estaba siendo arrestado, el equipo lo demandaría, y se suponía que debía
revisar su lista de contactos buscando a alguien llamado Neil.
Sintiéndome miserable, miré a TJ.
Él no solo estaba sonriendo, sino que lo hacía ampliamente.
Oh Dios.
—¿Qué?
—Maldición, chica, no sé qué es más gracioso. Strom siendo reprendido por
tu rudo novio marine o que serás tú quien vaya a enfadar al entrenador esta
semana.
Quería llorar. Sabía cómo se verían los videos.
—No tenías que rodearme con tu brazo.
TJ se rio.
—¿Crees que me perdería la oportunidad de enojar a Strom? Se lo merecía. —
Su rostro se puso serio—. ¿Entonces, tú y él?
—No. —Decidida, y absolutamente no—. No hay nada entre nosotros. —La
única cosa que había hecho bien cuándo me metí en las sábanas de Dan Ahlstrom,
fue no decirle nada a nadie.
—No es por meterme con la mujer de un hermano, pero eso no fue nada. Él
perdió el control cuándo te vio con tu hombre.
—No estoy saliendo con él, Terence. No salgo con jugadores. —Dan y yo
nunca habíamos salido, no técnicamente. Nunca habíamos ido más allá de su
dormitorio o el mío.
74
La mano de TJ fue a su pecho.
—Maldición, mujer. Justo donde más duele.
—No estás dolido por eso, y para que conste, Jared tampoco es mi novio. —
Un par de kilómetros entre él y yo era lo que necesitaba para recuperar el sentido.
Me había preocupado que un jugador de fútbol fuera una elección peligrosa de
novio, pero nunca había conocido un marine enojado. Me dije que no importaba si
solo estaba defendiéndome.
Sabía que Dan era un imbécil, pero Jared podría haberlo ignorado. Miré el
teléfono en mis manos.
—Vamos, ¿con quién estás hablando? —TJ negó con la cabeza.
—Obviamente, estoy hablando contigo porque no hay nadie más en el auto.
—¿Cuántas mujeres estarían en sus contactos? ¿Por qué me importaba siquiera?
Se rio.
—Sabes lo que quiero decir. Ese tipo estaba marcando sin duda alguna su
territorio.
Odiaba cómo la idea hacía que mi piel cosquilleara y mi estómago aleteara.
—Te aseguro que no. —No importaba lo que Jared había dicho. Habíamos
tenido otro encuentro, y yo no era Cenicienta. Él no iba a dejar su vida por mí. Ni
siquiera sabía algo de él. No basabas una relación en un beso y en un orgasmo de
un hombre de compañía. ¿Verdad?
TJ se encogió de hombros.
—No puedes culparlo. Todos sabemos lo que eres.
Oh Dios mío, iba a perder la cabeza. No debería haber estado pensando en
Jared como algo más de lo que era.
—¿Qué se supone que significa?
—No eres una perra, mujer.
—¡Terence Joyner! —El calor quemó mis mejillas ante la idea de lo que era en
verdad.
Él alzó su mano.
—Es muy buena para nosotros, señorita Sienna. Eso es lo que quiero decir.
Lo decía como un halago, pero no se sintió bien. Me volteé a la ventana.
TJ me empujó el hombro.
—¿Vas a hacer esa llamada por tu rudo marine? 75
Miré el teléfono en mi mano. No quería revisar sus contactos.
—¿Tengo que hacerlo? —No me di cuenta que hablé en voz alta hasta que TJ
se empezó a reír.
—Mierda, mujer. —Se rio más fuerte.
—No te rías de mí —espeté.
—Ah, vamos. Sabes que estoy jugando. —Se puso serio—. ¿Pero quieres un
consejo de alguien que ha pasado por lo mismo? Haz esa llamada. Nadie quiere
estar arrestado.
—Bien —resoplé, fingiendo que no me importa para cubrir mi aprehensión.
Inhalando, presioné el digito de cuatro cifras de la dirección de Jared en la
pantalla de bloqueo, pero el teléfono no se abrió. Frunciendo el ceño, saqué mi
teléfono de mi bolso para ver la dirección, preguntándome si la anoté mal. No,
pero el número de su apartamento también tenía cuatro dígitos. Ingresé ese
número en la pantalla. El teléfono se desbloqueó y una foto de su balcón al
atardecer apareció.
Impulsivamente, toqué el icono de la galería.
El atardecer y la foto de perfil que me envío como mensaje de texto, eran las
únicas dos fotos en su teléfono. Una soledad que conocía profundamente en mi
alma sangró por esas dos fotos, y me puso triste, increíblemente triste.
Rápidamente cerré la galería de imágenes y abrí sus contactos. Pretendiendo
solo mirar la N, toda su lista apareció. Jared sólo tenía seis números programados.
Alex, André, Con, Dane, Neil y Talon. Eso era todo. Ni una mujer.
Sin poder detenerme, fui al registro de llamadas. Mi número era el único en
lista. Exhalando, sin estar segura de cómo me sentía, marqué el número de Neil
Christensen.
Un pitido y la llamada fue contestada.
—¿Ja1?
el acento era marcado, pero no tan sorprendente como el profundo timbre de
la voz.
—¿Señor Christensen?
—¿Quién es?
—Mmm. —¿Debería darle mi nombre? Mierda. Supuse que los abogados 76
debían ser confidenciales, así que le dije—. Mi nombre es Sienna Montclair.
—¿Dónde está Brandt?
—Hubo un incidente, y me pidió que…
—¿Está usted a salvo?
Fue una pregunta inesperada, que me tomó con la guardia baja.
—S-sí —tartamudeé.
—Continua. —Su profunda voz tenía cero entonaciones.
Intimidada por su tranquilidad, fui al grano.
—Jared fue arrestado en Allero’s.
—Explica —exigió Neil.
—Hubo un altercado entre él y el mariscal del equipo de fútbol de Miami y
un defensa llamado Sunshine Washington.
—¿Está herida?
—No. tampoco Jared, pero creo que puede haberle roto las narices a los
hombres.

1 Original en alemán. Termino para “Sí” en alemán.


O los brazos, o ambos.
Hubo un silencio.
—¿Señor Christensen?
—¿Dónde está?
TJ estacionó en el complejo de entrenamiento.
—En el trabajo.
—¿Dirección?
—Lo siento, pero con todo el respeto, no estoy segura que sea de su
incumbencia, señor Christensen.
—Voy a recogerla y luego la llevaré a la estación de policía.
La alarma aceleró mi pulso y enderecé la espalda.
—Jared me pidió que lo llamara. Que me involucre más allá de eso es
innecesario.
—¿Vio el incidente?
Mierda. 77

—Sí, pero…
—La policía deberá interrogarla. La llevaré. ¿Dirección?
Mi auto. Mierda.
—Puedo conseguir mi propio aventón hasta la estación. —Miré a TJ y él
asintió.
—¿Con quién?
—¿Disculpe?
—Estuvo involucrada en un incidente con dos jugadores de fútbol
importantes. Si tiene los medios para manejar la atención legal y de los medios que
recibirá, entonces no malgaste mi tiempo. De lo contrario, deme la dirección de su
ubicación.
Mi estómago cayó en picada, y balbuceé la dirección.
Me detuve. Luego dijo:
—Esas son las instalaciones de entrenamiento.
—Lo sé. Soy asistente del coordinador de la defensa.
Silencio.
—¿Hola? —Trece minutos—. Colgó.
Trece
Jared
—¿Ella se cogió al mariscal de campo de los Miami Dolphins?
Con la adrenalina todavía bombeando, me paseé por la maldita celda. Ella no
sólo se lo cogió. Vi la mirada en su rostro cuando él apareció. No sabía ni una
mierda sobre las relaciones, pero conocía a las mujeres. Y su mirada había sido cien
por ciento reveladora. Jodido hijo de puta. ¿Qué mierda estoy haciendo?
Yo no era una jodida maravilla del fútbol de Kansas u Oklahoma o de donde
mierda fuera él, ganándome siete cifras. ¿Qué demonios pensé que iba a hacer?
¿Ofrecerle mi culo en un plato? ¿Convencerla con sexo vainilla de vivir en una casa
con cerca blanca, con dos niños y una minivan? Conducía un maldito Mercedes y
se acostaba con futbolistas.
Maldita sea.
78
—¡Brandt! —El mismo policía que me había traído abrió la celda—. Vamos —
No se molestó en esposarme de nuevo. Ambos éramos veteranos.
—Gracias.
Él inclinó su barbilla.
—Strom y Sunshine probablemente presentarán cargos.
Sabía que lo harían.
—No me sorprende.
Me entregó mis llaves y billetera y me hizo firmar por ellos.
—Así que… —Sonrió—. ¿La pelirroja?
Fruncí el ceño.
—¿Está aquí? —¿Qué demonios estaba haciendo Neil?
—Oh sí. Su guardaespaldas del tamaño de un vikingo la trajo para dar una
declaración.
Maldición. No quería que estuviera involucrada. Pero debería haber pensado
en eso antes que decidiera limpiar la mesa con el rostro de su novio.
—Gracias por el aviso.
Me acompañó por la estación y mantuvo la puerta abierta hacia el vestíbulo.
—Están esperando por ti.
—Gracias. —Un paso y la vi. Mi corazón saltó y la adrenalina ya golpeaba a
través de mis venas amplificándose. Sin importarme ni una maldita cosa, excepto
su rígida postura y la mirada en su rostro, me acerqué a ella. Tomando su rostro en
mis manos, doblé mis rodillas—. ¿Estás bien?
Inhaló.
—Bien.
Pero no dijo bien. Sin actitud, sin posturas, ella lo susurró, y no me lo creí, ni
por un segundo.
—Vamos. —La haría hablar después que la sacara de aquí. Miré a su
alrededor—. ¿Dónde está Neil?
Miró por encima del hombro.
—Salió a tomar una llamada.
—Vamos. —Puse mi brazo alrededor de sus hombros y empecé a dar un
paso, pero se puso rígida—. ¿Qué pasa?
—Nada. 79

Me detuve y la miré, y ahí fue cuando lo vi. Su bolso aferrado a su pecho, sus
ojos demasiado abiertos, sus manos temblando ligeramente. Tenía miedo escrito en
ella.
—Nunca te haría daño, Sienna.
Ella respiró hondo.
—Tú... tú solo...
Dejé caer mi brazo y estudié mi apariencia.
—Sé lo que hice. —Y lo haría de nuevo. Sin dudarlo.
—Fuiste arrestado.
—Detenido —corregí.
Neil entró en la estación.
—Hay medios de comunicación esperando.
Dos metros y constituido como un maldito Vikingo, Neil era ex-fuerzas
especiales danesas. Lo conocí en Afganistán después que nuestro Humvee fue
atacado. Estaría muerto si no fuera por Vega y él.
—¿Cuántos?
—Suficiente.
Maldita sea. No quería que mi nombre, ni mi registro militar salpicaran las
malditas noticias. Algo que debería haber pensado antes de patear el culo del
mariscal.
—Tómala y llévala a casa. Llamaré a Vega para que me recoja.
Roja tomó su bolso y me entregó mi celular.
—Todo está en Internet. Ya me han visto contigo.
Metí mi teléfono en mi bolsillo y miré a Neil. Su expresión impenetrable,
esperando a que yo tomara una decisión.
—Muy bien, llévanos a mi coche y la llevaré a su casa.
Neil asintió una vez, y flanqueamos a Sienna mientras salíamos de la
estación.
Tres pasos y los medios de comunicación estaban sobre nosotros. Tomé el
brazo de Roja.
—Mantén tu cabeza abajo.
Las preguntas comenzaron al segundo en que las cámaras comenzaron a
destellar. 80

—Señorita Montclair, ¿está saliendo con el soltero más deseado de Miami,


Dan Ahlstrom?
—¿Strom fue arrestado por pelear con su novio?
—Señor Brandt, ¿es el mismo Jared Brandt que recibió el Corazón Púrpura
por ser herido en Afganistán?
—Señorita Montclair, ¿Jared Brandt es su novio?
Dispararon preguntas durante todo el camino hacia la camioneta de Neil.
Ayudé a Sienna a subir y luego me senté en el asiento del copiloto.
Esperé hasta que Neil estuviera al volante.
—Mi auto está en Allero’s.
—También el mío. —Sienna habló desde el asiento trasero.
No me molesté en decirle que no iba a dejar que condujera a casa sola.
Estábamos todos en silencio, y unos minutos después, Neil estacionó en Allero’s.
—Déjame donde el valet. ¿Tienes un poco más de tiempo?
Escudriñando la calle frente al restaurante, Neil alzó su barbilla.
Me volví hacia Sienna.
—Voy a hacer que Neil lleve tu auto a casa. No quiero que conduzcas sola
hasta que esto se tranquilice. Espera aquí hasta que busquen mi coche. —No esperé
una respuesta. Salí de la camioneta.
Los ojos del valet se ensancharon cuando me vio a mí y mi camisa
ensangrentada.
—El Mustang y el Mercedes negro que la pelirroja estaba conduciendo. Trae
los dos. —Le tendí mi boleto de estacionamiento.
—Lo siento, señor. —Su voz se quebró—. No se me permite darle el auto de
otra persona.
Asentí hacia la camioneta de Neil.
—Ella está esperando en el todoterreno porque no voy a dejarla salir hasta
que traigas los autos.
Parecía aliviado al tener una excusa para ir por los autos.
—Está bien. —Agarró las llaves de la caja de llaves y salió corriendo.
Eché un vistazo al patio. El mobiliario fue puesto en su lugar, pero no había
clientes en el frente. El valet trajo el Mercedes y luego el Mustang. 81
Cuando él se detuvo con mi coche, Neil salió de su camioneta y le dio sus
llaves al valet.
—¿Sabes su dirección? —pregunté.
—Ja.
—Me tardaré para llegar. Déjame saber lo que encuentres.
Neil me miró fijamente.
—No debería ser una de tus clientas.
La culpa de la noche pasada golpeó duro.
—No lo es.
No dijo una mierda más. Entró en el Mercedes y se fue.
Abrí la puerta del pasajero de la camioneta y estiré una mano.
Sin hacer contacto visual, tomó mi mano.
—Podría haber conducido yo misma.
Su tono cortante, y de nuevo con su actitud, dejó caer mi mano al segundo en
que sus pies estaban en el suelo y caminó hacia el auto.
El valet abrió la puerta para ella, y sacudí la cabeza. Incluso con su cabello
amarrado y con toda esa actitud, era jodidamente sexy.
Me deslice detrás del volante.
—¿Dónde vamos? —Recitó una dirección en Coral Gables.
Mis cejas se elevaron ante costoso código postal.
—¿Me vas a decir qué haces?
Su teléfono vibró en su bolso, pero no lo tomó. Se volvió hacia la ventana.
—¿Que importa?
—¿Vas a contestar eso?
—No. —No dio más detalles.
—¿Es tu novio?
—No tengo novio, eso te incluye. —El teléfono dejó de vibrar.
—Nunca seré tu novio, Roja. —No tenía doce años. Al segundo que la
reclame, sería mucho más que su novio.
Incrédula, se volvió hacia mí.
—Así que todo lo que dijiste en el restaurante fue una mentira? —se burló—.
Debería haberlo sabido. 82

—Nada de eso fue una mentira.


Pensaba que estaba mintiendo.
—Estás contradiciéndote. —Su teléfono comenzó a vibrar de nuevo.
—Responde tu teléfono. —Quería que tomara la llamada de ese pendejo
delante de mí.
Abrió su bolso, agarró el teléfono y comenzó a apagarlo.
—No voy a responder.
Le quité el teléfono de su mano y respondí.
—Habla —exigí.
—¿Quién demonios es? —gritó una voz masculina enojada.
—Tú primero. —Imbécil.
—Ken DeMarco. Ponga a Sienna en el teléfono, ahora.
¿El Ken DeMarco? ¿El maldito entrenador del equipo de fútbol de Miami?
—Dime de qué se trata, entonces decidiré si puedes hablar con ella.
—¡Jared! —Sienna se estiró por el teléfono, pero lo cambié a mi otra mano.
—Jared, ¿eh? Escucha, pequeña mierda, pones a mi asistente en el maldito
teléfono ahora mismo y no voy a crucificarte en la prensa.
¿Su asistente? Miré a Roja. Jesús.
—Haz tu mejor intento —Me importaba una mierda lo que la prensa dijera de
mí, pero Jesucristo, ¿ella trabajaba con el imbécil del mariscal?
Él mostró su juego.
—¿Quieres que eso repercuta en ella, imbécil?
Mierda.
—¿Qué es lo que quieres?
—¿Eres el del restaurante que le dio una paliza a mis chicos?
—Deberías entrenarlos mejor. —Jodidos maricas.
—Esto no es la Marina. No son soldados. Son muy bien pagados y activos
altamente protegidos de la liga.
—El Ejército tiene soldados —corregí.
—¿Sabes con quién diablos estás hablando, hijo? 83
Una mejor pregunta era si me importaba.
—Otra vez, ¿qué quieres?
—Dame el teléfono —siseó Sienna.
—Si la traes a mi oficina en los próximos quince minutos, no la despediré. —
Colgó.
Le extendí su teléfono.
Lo tomó arrebatándomelo.
—¿Qué crees que estás haciendo?
—Llevarte con tu jefe.
Catorce
Sienna
Jared me llevó al trabajo como si fuera el dueño del lugar. Al menos se había
cambiado su camisa en el auto. Pero la camiseta deportiva que había agarrado de
su asiento trasero era casi peor que su camisa ensangrentada. Ajustándose y
estirándose a lo largo de sus grandes bíceps, el material absorbente de humedad
mostraba todos los músculos de la tabla de lavar que eran abdominales, sin
mencionar el tatuaje tribal en su brazo derecho.
Todo el mundo miró cuando pasamos frente a recepción. A Jared o no le
importaba o no se daba cuenta. Con su mano colocada en la parte baja de mi
espalda, me condujo por el vestíbulo como si hubiera estado aquí mil veces antes.
Utilicé mi carnet para pasar un segundo puesto de control de seguridad, y luego
estábamos solos en el pasillo.
—¿Estás bien? —Su mano se movió a la parte de atrás de mi cuello. 84
Odiaba cuánto lo quería aquí conmigo, pero al mismo tiempo, no necesitaba
que presenciara mi humillación. Había oído lo que el entrenador le había dicho.
—No necesitas venir conmigo. —Podría ser despedida por mi cuenta—.
Conseguiré un aventón a casa con alguien.
Agarrando mi cintura, dejó de caminar y me empujó contra la pared. Sus
manos aterrizaron a cada lado de mi cabeza y bajó la voz.
—¿Sabes qué pasó al segundo que puse los ojos sobre ti?
Mi corazón saltó, mi estómago revoloteó, y a pesar de haber visto la facilidad
con que pudo haber matado a dos hombres, recordaba cada segundo de sus manos
y labios en mí.
—Este no es el momento para esto.
—¿Lo amas?
No tenía que preguntarle a quién se refería. No lo dudé.
—No.
—Entonces es exactamente el momento. No estoy aquí porque tengo que
estarlo. No estoy aquí porque un entrenador me dijo que te trajera. Estoy aquí
porque un metro sesenta de fuego entró en mi vida, y quiero saber todo sobre ella.
El dorso de sus dedos acarició mi mejilla.
—Quiero probar su deseo y sus lágrimas. Quiero saber por qué es tan
jodidamente educada. Quiero saber cómo se ve cuando se despierta por la mañana,
y quiero saber por qué demonios está huyendo de cualquier tipo de apego. Porque
está corriendo... —Su pulgar rozó mis labios, luego él susurró—. Estás huyendo.
Pero te voy a atrapar, Roja.
Suave y tan increíblemente dulce que me hizo querer llorar, me besó. Sin
lengua, sin ninguna agresión, sus labios rozaron los míos, y durante dos segundos,
lo mantuvo.
Luego se echó hacia atrás y me besó la frente una vez, como si significara el
mundo para él.
—Voy a acompañarte dentro, y te llevaré fuera. Si te pones nerviosa, si
necesitas que me haga cargo, solo mírame. ¿Comprendes?
No pude responder. Mi corazón estaba mi garganta, luché con tanta fuerza
para contener las lágrimas, que pensé que me rompería.
—¿Sienna?
—Estoy enfadada contigo por acostarte con esa mujer anoche —dije.
85
Inhaló y pareció que iba a decir algo, pero luego no lo hizo.
Presioné.
—No tengo derecho a estarlo.
—No tengo derecho a estar enojado porque te cogieras al mariscal de campo,
pero lo estoy.
—Eso no fue anoche.
Asintió una vez, pero no dijo nada.
—¿Te habrías acostado con ella si no te lo hubiese dicho?
Miró mi rostro y luego respondió sinceramente.
—No soy un jodido príncipe, Roja.
Me aparté, deseando no haberlo preguntado jamás.
Sus grandes dedos se envolvieron alrededor de mi brazo, deteniéndome.
—Pero no por las razones que piensas.
No estaba pensando en las razones. Sentía que mi corazón acababa de
romperse, y no entendía por qué.
—No confío en ti.
—No deberías.
Tenía razón, pero quería confiar en él. Estúpidamente lo deseaba todo: el
caballero de brillante armadura, el castillo, todo lo cursi, irracional y tonto de cada
relación verdadera que existía; lo quería. Quería el cuento de hadas. Quería que el
fuera todo eso. Pero sabía que era mejor no confiar en un hombre, y mucho menos
en un hombre como él.
—Mi jefe está esperando.
—No deberías confiar en mí, no por lo de anoche, sino porque no me lo he
ganado.
Honestidad. La palabra apareció en mi cabeza, como un aviso de neón que
parpadeaba, y lo comprendí. Cada frase que me había dicho alguna vez, pasó por
mi mente y me di cuenta que había algo en común en todo eso. Honestidad.
Mi mente dio vueltas.
—¿Te dieron un corazón púrpura?
—Sí.
—No pareces lesionado. —Fue la frase más inapropiada que jamás cruzó mis
labios.
86
No se ofendió como debería haberlo hecho.
—No me has visto desnudo.
No pude evitarlo, mis ojos cayeron a sus pantalones.
Él se rió entre dientes.
—No estoy herido allí, cariño.
—¿Por qué duermes con mujeres por dinero?
Como si supiera que era una prueba, no vaciló en su honestidad.
—Porque no sólo mi cuerpo está lleno de cicatrices.
Me dolía el pecho, se me rompía el corazón y quería acercarme tanto a él, que
me dolía físicamente contenerme.
—Lo siento.
—Yo no. Estoy vivo.
Era humilde, humano y honesto. Asentí porque era todo lo que tenía. Un
asentimiento para el hombre que acababa de destruir todo lo que había creído
acerca de los hombres.
—¿Estás lista? —Tomó mi mano.
No lo estaba, pero asentí de todos modos y mis pies se movieron
automáticamente hacia una oficina que podía encontrar con los ojos vendados.
Llevándonos por el pasillo y por la puerta de cristal a mi oficina, nos guie a la
puerta cerrada de mi jefe y toqué.
—¡Entra, maldita sea!
Miré nerviosamente a Jared.
—Por favor, no le pegues si me maldice. —Sólo estaba medio bromeando.
—Estás pidiendo mucho, Roja.
—Jared…
Él apretó mi mano y luego rompió nuestra conexión para abrir la puerta para
mí.
—Te escucho.
Respirando hondo, entré en la oficina de mi jefe.
El entrenador me miró y prácticamente gruñó.
—No tengo tiempo para esta mierda, Montclair.
87
Internamente, me encogí unos centímetros.
—Sí, señor —Pero cuando vi quién estaba sentado en una de las sillas al otro
lado del escritorio del entrenador, me estremecí.
La nariz de Dan estaba vendada, el algodón ensangrentado le llenaba las
fosas nasales y sus ojos ya estaban negros y azules. Miró a Jared y se puso en pie
de un salto.
—¿Qué diablos está haciendo aquí?
—Cállate, Ahlstrom. —El entrenador me señaló—. ¿Sabes cuántos dolores de
cabeza has causado a este equipo?
Siempre era sobre el equipo. Todo era el equipo.
—Sí, señor.
—Ella no causó nada. Puedes culpar a tu mariscal de campo por eso. —Jared
miró a Dan.
Dan bufó, tanto como pudo con la nariz rota.
—¿Admites qué sabes quién soy ahora?
—¡Basta! —gritó el entrenador—. Siéntate.
Dan se dejó caer en su silla.
—Prefiero estar de pie, señor. —No iba a ser despedida mientras estaba
sentada en una silla como una cobarde.
Jared estaba a mi lado. Una mano sobre su muñeca, la otra mano en un puño,
su postura se amplió ligeramente y sus hombros se enderezaron. Parecía como
todo el marine que estaba entrenado para ser.
El entrenador caminó detrás de su escritorio.
—¿Por cuánto tiempo ha estado sucediendo esto?
—Fui a almorzar hoy y... —empecé.
—No estoy preguntando por el maldito restaurante, Montclair. —El
entrenador bajó la voz—. ¿Estás metiéndote con Ahlstrom?
Dije “No” al mismo tiempo que Dan dijo: “Está conmigo”.
Me giré y miré a Dan.
—No estoy contigo. Nunca lo he estado. —El imbécil infiel.
—La mentira no te queda, Sie.
Lo odiaba a él y a su apodo.
88
—Ídem. —Fue una respuesta estúpida, pero estaba demasiado enojada para
encontrar algo mejor.
El entrenador se frotó una mano sobre la cabeza.
—Ambos conocen las reglas —Me miró—. Y no es su culo el que va a estar en
riesgo. Ya sabes cómo funciona esto.
Así es. Con la cabeza en alto, me quedé derecha y me preparé para lo peor.
—Haga lo que tenga que hacer, señor. —La mano de Jared aterrizó en mi
hombro, pero era demasiado orgullosa para empujarlo lejos delante de Dan y el
entrenador.
—Cristo —murmuró el entrenador, tirando unos papeles alrededor de su
escritorio—. Estás de permiso hasta que termine la temporada, Montclair.
Entrégale tu horario a una de las otras chicas. Y por el amor de Dios, no hagas una
maldita cosa a menos que los abogados te lo digan. No respires sin hablar primero
por ellos. ¿Entiendes?
Lo entendí perfectamente. Fue el mismo discurso que di a cada jugador que
se metió en problemas fuera del campo. Lo había dicho tantas veces, había perdido
la cuenta después de mi primer mes en el trabajo.
—Sí, señor.
Dan se puso de pie.
—Sienna.
El entrenador lo apuntó con su dedo índice como si fuera un arma.
—Estás en la cuerda floja, Strom. No vuelves a hablar con ella. —Miró a
Jared—. Llévatela de aquí.
La mano de Jared se movió hasta la parte más baja de mi espalda.

89
Quince
Jared
En una enorme muestra de control, no golpeé el rostro del imbécil de su jefe
contra su escritorio o terminé lo que empecé con el jodido marica del mariscal.
Mi teléfono había estado vibrando en mi bolsillo, pero no lo saqué hasta que
la tuve a salvo de vuelta en el Mustang. Tenía un mensaje de Neil.
Los medios de comunicación están en su casa. El Mercedes está estacionado. Las
llaves están en tu apartamento.
Le respondí torpemente.
Gracias. Te debo una.
Su respuesta fue casi inmediata.
Me debes más de una. 90

No me digas. Le eché un vistazo a Roja.


—Manejaste eso como una jefa. —Era una roca en esa oficina y quería besarla
tan desesperadamente, pero sabía que tenía que ganarme ese derecho. Pero eso no
me impidió tocarla. Acuné su rostro—. ¿Estás bien?
—Humillada, pero bien.
—No hiciste nada malo. No causaste una escena en un restaurante intentando
crear problemas. Fue él, Roja.
—Me refería a perder mi trabajo.
—No oí que te despidieran.
—Es sólo cuestión de tiempo. Para el final de la temporada, el entrenador
tendrá otra asistente.
Pasé mi pulgar por su mejilla, luego la solté. No quería quedarme en el
estacionamiento en caso que su ex saliera y me tentara a romperle los putos brazos.
—¿Cuánto tiempo has trabajado para él?
—Cinco años. —Se recostó en su asiento y suspiró—. Desde que mi papá me
consiguió el trabajo.
Le eché un vistazo.
—¿Tu padre tenía conexiones en el equipo?
—Ken DeMarco es mi tío.
Jodido Jesús.
—¿El entrenador es tu tío? —¿Y la había tratado así?
—Coordinador defensivo —dijo toda correcta y formal.
—¿Por qué diablos estás contestando teléfonos? —Debería estar en mercadeo
o algún otro trabajo cómodo.
—Hago mucho más que sólo contestar al teléfono.
Sí, como aguantar el golpe por la mierda del imbécil del mariscal.
—¿De qué tipo de familia jodida procedes?
Suspiró.
—Del tipo del que me quedo muy lejos.
—Excepto cada día cuando vas a trabajar. —¿Qué demonios?
—Tengo un apellido diferente. Nadie sabe quién soy.
91
—¿Eso es a propósito? —Me sorprendía que nadie lo hubiera descubierto.
Se encogió de hombros.
—Es como lo estableció mi padre.
—¿Y no le has preguntado por qué?
—Murió hace cinco años. —Carraspeó—. Hasta entonces, nunca había
conocido al entrenador… mi tío.
Jesús, ni siquiera pensaba en él como su tío.
—¿Y nadie nunca dijo por qué?
Me echó un vistazo.
—Sé lo que piensas y estoy segura que es fácil verlo en blanco y negro desde
donde estás, pero mi papá acababa de morir. No tenía a nadie y me había dicho
justo antes de fallecer que me había conseguido un trabajo. Me dijo que
mantuviera mi cabeza gacha, hiciera mi trabajo y sería cuidada. No tendría que
preocuparme por un techo sobre mi cabeza siempre y cuando fuera una buena
chica y no fuera parloteando sobre con quién estaba relacionada. Así que eso es lo
que hice. —Su voz bajó—. Durante cuatro años y medio.
Cristo.
—Hasta el mariscal.
—Realmente no creo que estés en la posición de emitir un juicio. —Se volvió
hacia la ventana.
—No estoy emitiendo ni mierda. —Follaba mujeres por dinero. O lo hacía
hasta anoche. Encendí el motor—. Excepto para decir que necesitas vacaciones.
—El entrenador dijo que no fuera a ninguna parte.
—¿Siempre haces lo que te dicen? —Sólo la idea me excitaba.
—Sí.
—Hora de cambiar eso. —Excepto en lo que a mí respectaba. Podía tomar
jodidas órdenes de mí todo el día. Salí del estacionamiento.
—Sólo quiero ir a casa.
Negué.
—Te voy a llevar a mi apartamento. Los medios de comunicación han
acampado fuera de tu casa.
Alarmada, me miró.
—¿En mi casa?
92
—Sí. —Giré en el tráfico—. Neil me envió un mensaje después de dejar tu
auto.
—Mierda.
Me reí una vez.
—Sí maldices.
—Esto no es divertido. —Se cruzó de brazos.
Tomé su mano.
—Oye, va a estar bien.
Se retiró.
—Es fácil para ti decirlo. Tu vida no ha sido puesta de cabeza. No tienes a los
medios acosándote y no acabas de perder tu trabajo.
No dije mierda. Estaba llevando a una clienta a mi casa para vivir juntos, mi
polla estaba en espera y probablemente iba a ser demandado por un equipo de
fútbol profesional. Ella tenía razón, no había perdido mi trabajo… sólo mi puta
cabeza.
—Lo siento —dijo en voz baja.
—¿Por qué?
—Por involucrarte.
—Te dije que no estaría aquí si no quisiera. —La simple verdad, no aceptaba
órdenes de nadie ahora, y mucho menos del gobierno de Estados Unidos.
—Lo dijiste. Sé que los medios están en mi casa, ¿pero puedes llevarme allí de
todos modos? Al menos necesito un cambio de ropa.
No quería arriesgarme.
—Espera. —Saqué mi teléfono y marqué. Después de tres tonos, mi amigo de
los marines, que poseía su propia firma de seguridad, respondió.
Luna rió.
—Me estás llamando. ¿Eso significa que estás preparado para trabajar para
vivir en lugar de jugar con las chicas2?
—No. —Pero lo había estado pensando—. Necesito un favor.
—Espera. —Oí una puerta cerrarse y el sonido de fondo se silenció—. ¿Qué
pasa?
—Necesito que saques algunas cosas de la casa de una amiga. —No miré a
Roja cuando dije amiga.
Luna rió entre dientes. 93

—Y por amiga, te refieres a una mujer.


—Sí.
Se puso serio.
—¿Violencia doméstica?
—No. Una situación con los medios de comunicación.
Silbó suave.
—Muy bien, suéltalo, ¿con quién te involucraste?
—Puedo llevarte sus llaves.
—Bien, de acuerdo, lo entiendo. No puedes hablar. ¿Dónde estás? No me
encuentro en la oficina.
Le di mi localización.
—Pero su casa está en Coral Gables.
—De acuerdo, encuéntrame en la iglesia de St. Augustus, en el
estacionamiento trasero. ¿Estás siendo seguido?
Eché un vistazo por el espejo retrovisor.

2 Original en español.
—Aún no.
—Siete minutos. —Colgó.
—¿Quién era ese?
—Un amigo de los Marines. Se dedica a la seguridad personal.
—¿Como un guardaespaldas?
—Sí. —Entre otras cosas, pero su auténtica habilidad era con un rifle de
francotirador—. Voy a enviarlo a tomar algunas cosas de tu casa por ti.
—Puedo hacerlo yo.
—Esto es más seguro. —No dijo nada, pero cuando la miré, estaba apretando
los labios—. ¿Qué?
—No quiero que algún extraño deambule por mi casa.
—Es un profesional.
Se giró en su asiento.
—¿Y cómo te sentirías si un profesional rebuscara en tu cajón de ropa interior?
Le estaba espetando a la persona equivocada si pensaba que me importaba 94
una mierda su privacidad contra una multitud de cámaras en su rostro.
—No hay mucha privacidad en el ejército.
—Entendido. —Se volvió hacia la ventana.
Conduje hacia la iglesia y no dijo otra palabra. Cuando me detuve en el
estacionamiento trasero, uno de los autos negros de Luna y Asociados ya estaba
estacionado.
Me detuve junto al lado del conductor.
Luna revisó el estacionamiento mientas salía, luego estrechó mi mano a
través de la ventana.
—Brandt. —Asintió hacia Roja—. Señora. —Todo negocios, volvió a
mirarme—. ¿Qué necesitas?
—Todo lo que ella necesitaría para una semana. —Él lo resolvería.
—¿Una semana? —chilló Roja.
Le di una mirada.
—Precaución. ¿Tienes las llaves de tu casa o están con las de tu auto?
—Las tengo por separado. —Rebuscó en su bolso, luego me las entregó y
miró a Luna—. Por favor, ¿puede regar mis plantas?
Luna me recibió las llaves.
—Sí, señora. ¿Hay una alarma? ¿Objetos que necesite específicamente?
¿Medicamentos?
Las mejillas de Roja llamearon.
—No tomo medicación, gracias. Y sí, hay una alarma. El teclado está dentro,
junto a la puerta principal, y el código es uno-dos-tres-cuatro.
Luna frunció el ceño.
—Entendido. Si puedo sugerir, señora, cuando regrese a casa, cambie su
contraseña a algo más seguro.
Roja se sonrojó, luego asintió.
—Gracias. ¿Dirección? —preguntó Luna.
Roja balbuceó su dirección.
—Copiado. —Luna golpeó la parte superior del Mustang y se enderezó—.
Sesenta minutos. ¿El código de seguridad de tu puerta sigue siendo el mismo?
—Sí. Que nadie te siga a mi casa. —No necesitaba a los medios en mi puerta.
95
Se burló.
—¿Con quién crees que estás hablando?
Un marine que podía sonreír como un ángel un segundo, luego explotar tus
putos sesos al siguiente.
—Patrol. —No había olvidado el bien ganado apodo que había recibido.
—Lo sabes. —Guiñó, luego se metió en su auto.
Roja lo miró alejarse.
—Tenía dos armas.
—Lo sé. —Una Taurus 9mm en el lado izquierdo de su cintura y una Walther
P99 AS en una pistolera en su muslo derecho. ¿La parte jodidamente aterradora?
Su precisión era igualmente mortal, con la izquierda o con la derecha.
—No pensé que los guardaespaldas llevaran armas.
—Él sí. —Luna no iba al jodido bajo sin estar armado. Salí del
estacionamiento.
Dieciséis
Sienna
Jared nos llevó a su apartamento y estacionó sin decir nada más. Abrió la
puerta del auto y puso su mano sobre mi espalda mientras me llevaba al elevador,
pero aún no habló. Entramos a su apartamento, y arrojó la camiseta ensangrentada
que estuvo usando en la encimera de la cocina.
—¿Vas a botar eso? —Noté las llaves de mi auto en la encimera y dejé mi
bolso al lado de estas.
—Las manchas de sangre no salen —declaró sin emoción.
Sus músculos eran tan fuertes y su cuerpo tan perfecto, que era difícil
imaginarlo herido en combate.
—¿Es algo que has experimentado?
—Sí. —Dejó sus llaves y billetera sobre la encimera. 96
Esperé, pero no dijo más.
—¿Cómo fuiste herido?
Fue a la nevera.
—Nuestro Humvee fue impactado por un artefacto explosivo.
Oh mi Dios.
—¿Qué pasó?
Sus manos se detuvieron mientras sacaba dos botellas de agua de la nevera.
Fue sólo una fracción de segundo, pero fue suficiente para notarlo.
—No tienes que contarme —enmendé rápidamente.
Extendió la botella de agua y me miró.
—Afganistán. El segundo despliegue. Recibí una metralla en la espalda.
—¿No tenías equipo de protección? —Pensé que el ejército le daba a sus
soldados chalecos antibalas.
—Penetró mi MTV3.
Fruncí el ceño.

3 MTV: Modular Tactical Vest. Chaleco antibalas.


—¿MTV?
—Es un chaleco antibalas. No el canal de música. —Su media sonrisa no llegó
a sus ojos—. ¿Tienes sed?
Recibí la botella de su mano todavía estirada, y la pregunta salió antes que
pudiera interceptarla.
—¿La sentiste? Digo, ¿cuándo estabas consciente?
—Sí.
Por supuesto que la sintió. Me sentí como una tonta al preguntar. Abrí la
botella y tomé un sorbo, mirando alrededor de su apartamento. No había ni una
cosa fuera de lugar. De hecho, estaba tan ordenado, que era casi como si nadie
viviera aquí a tiempo completo. Ninguna revista en la mesa de la sala, ningún
plato por fuera, ni zapatos en la entrada, ni un solo marco de foto estaba en sus
estanterías empotradas. ¿Cómo alguien no podía tener libros?
—Pregunta —exigió.
Lo miré.
—¿Disculpa? 97
Con su postura rígida, inclinó su barbilla.
—¿Pregunta lo que quieras preguntar?
—¿No te gusta leer?
Me estudió un momento.
—No. ¿Qué pasó con el mariscal de campo?
Respondí cómo él respondía mis preguntas, con honestidad.
—No fui suficiente para retener su interés.
—¿Entonces decidiste que pagar por eso era lo que había que hacer?
Tomé aire.
—No veo como eso te incumbe.
Se quitó su camisa. Grandes músculos ondulaban sus brazos y hombros. Su
pecho era duro, sus abdominales perfectos, y una profunda V cruzaba sus caderas
y desaparecía bajo sus jeans. El delgado camino de vello desde su ombligo y hasta
abajo era la cosa más sexy que había visto en mi vida. Parecía un dios griego; luego
se dio vuelta.
Oh santo Dios.
Sin emoción, empezó a hablar.
—La metralla perforó mi espalda, llevándose la mitad de la carne y
quemando el resto.
Gigantes marcas de cicatrices cubrían toda su espalda y nuca, como si la
carne hubiera sido arrancada y luego vuelta a pegar en pedazos.
Sin palabras, observé.
—Se sintió como si miles de cuchillos me abrieran y luego un gigante hierro
de marcar sellara las heridas. La ola de la explosión fue tan fuerte, que mi cerebro
se sacudió en mi cráneo. El dolor no fue intenso, fue trascendental. —Se giró de
nuevo.
Atónita, no supe que decir.
Su pecho subía y bajaba, su mandíbula estaba tensa, tomó aire y me contó el
resto.
—Luego estuve en una cama de hospital por trece meses volviéndome adicto
a los analgésicos y recibiendo tratamiento mientras me decían que era uno de los
afortunados. Cuando no supieron por qué estaba viendo los números invertidos y
las letras volteadas, me declararon medicamente retirado y me dejaron por mi
cuenta. 98

—Jared, lo…
No me dejó disculparme por lo que había pasado.
—El mariscal de campo. Tu turno.
Nunca le había contado la historia a nadie. Al ser educada por un padre
soltero que era predicador, nunca tuve amigas. Las chismosas y prejuiciosas
mujeres de la iglesia eran mis modelos a seguir y mi apoyo. Aprendí joven, que si
querías conservar tu cordura, decías que no sobre cualquier cosa.
—Tengo una política que prohíbe las relaciones en el trabajo, así que nos
veíamos en su casa o la mía.
Me sentí tonta contándoselo, mucho más después que me mostró lo que había
soportado.
—Era inocente y estúpida, y creí que significaba algo. Una noche después de
un evento de caridad del equipo, lo esperé en su casa, pero nunca vino. Fui a mi
casa, y a la mañana siguiente, las fotos de él con una de las porristas afuera de un
club empezaron a salir. —Me encogí de hombros—. Eso fue todo.
—A muchas mujeres les rompen el corazón.
—¿Qué quiere decir? —Era hermoso. Cada musculo marcado con poder, y la
fortaleza que tenía para soportar lo que había soportado, me hizo sentir humilde.
Su intensa mirada nunca vaciló, me estudió como si pudiera leer cada uno de
mis pensamientos.
—Quiere decir que no contratas a un hombre de compañía para sanar.
Internamente me encogí ante su certera evaluación.
—¿Quién dijo que intentaba sanar un corazón roto?
—Querías control.
No le dije que control fue lo último que tuve con Alex.
—No, no es así.
—Querías iniciar, dictar el momento y el lugar, tener la ilusión de llevar la
ventaja porque tenías el dinero y querías ser puesta en primer lugar. —Su mirada
cortó cada una de mis defensas—. Eso es control.
Nerviosamente tomé un sorbo de agua.
Rodeó el mostrador.
—Pero eso no es lo que necesitas. —Tomando la botella de mi mano, la puso
sobre el mostrador—. ¿Sabes por qué?
99
La alarma se extendió por mis venas, e intenté decir las palabras que
pretendían mantenerlo a raya, pero mi voz salió sin aire.
—No necesito que me digas lo que quiero.
Como una pantera tras su presa, se acercó.
—Dije necesitar, no querer. —Sus dedos se deslizaron por mi cuello.
Tragué y luché contra la urgencia de caer contra su caricia.
—No te necesito.
Almizcle y hombre, olía como todo lo que siempre quise.
Sus dedos lentamente se movieron entre mis pechos y hacia mi vientre.
—Necesitas que te cuiden. —Su mano se movió sobre mi vientre—. Y quiero
cuidar de ti.
Luché por controlarme.
—Eso es sexista y muy pasado de moda y… —Sus dedos rozaron el
palpitante dolor entre mis piernas y jadeé.
—Exactamente la razón por la que funcionara. Al segundo en que te vi en mi
puerta, supe qué necesitabas. —Frotó mi sexo a través de mi falda y ropa interior.
Quise arrancarme la ropa y abrir mis piernas, pero algo faltaba.
—No necesito nada.
—Estás esperando al hombre correcto que tome el control. —Arrastró su boca
por mi cuello, pero no me besó—. Estás esperando el permiso.
Mis pezones dolían, mi centro estaba empapado, mi respiración entrecortada,
no quería darle mi permiso, quería que me dijera que abriera las piernas.
—No, no es cierto.
—Sí, lo es. —Mordió mi sensible piel y luego se inclinó a mi oído—. Levanta
tu falda y abre las piernas, Sienna.
Mis ojos se cerraron y gemí. Luego hice exactamente lo que me dijo que
hiciera. Subí mi falda más arriba de mis muslos y suspiré por la boca mientras el
frío aire de su apartamento golpeaba mi ropa interior.
—Más alto. —Sus labios tocaron mi mejilla—. Mírame.
Subí mi falda a mi cintura y abrí mis ojos.
Su intensa mirada me tragó por completo, luego su mirada bajó y se dio un
festín de mis bragas rosas.
—Quítatelas. 100

Con mi falda arremolinada alrededor de mi cintura, sintiéndome mala y más


excitada de lo que debería, deslicé mi ropa interior por mis muslos y salí de esta.
—Buena niña. —Rozó sus labios en mi sien—. Coloca tus manos en mis
brazos.
Mis dedos tantearon sus bíceps duros como una roca antes que mis palmas se
asentaran contra el calor de su piel.
Suavemente acarició mi deseo. Luego, sin advertencia, enterró dos dedos en
mí.
—Ahhh. —Jadeé buscando apoyo y mi cabeza cayó hacia atrás.
Con su pulgar en mi clítoris, empujó sus dedos, una, dos veces.
—¿Quieres venirte?
—Por favor —rogué.
—Mírame —exigió.
Apretando mis músculos, levanté mi cabeza.
Su mirada se arremolinó con una emoción que no entendí, luego me enterró
con sus palabras.
—No me acosté con esa clienta anoche.
Mis piernas se cerraron y retrocedí.
Como anticipando mi reacción, tomó la parte posterior de mi cuello y hundió
más sus dedos.
—Sienna —advirtió.
—No. —La rabia y el dolor me inundaron—. Déjame.
Su mirada, franca y verdadera, no vaciló.
—No era a quien deseaba.
Mis manos cayeron a su muñeca e intenté sacar sus dedos.
—¡Mentiste!
—No mentí. Omití. —Apretó mi cuello—. Toma aire.
Entré en pánico.
—¡Sácame la mano!
Hizo lo opuesto, pasó sus dedos más profundo dentro de mí.
—Dije, toma aire, Sienna.
101
Se sentía tan bien que quise llorar.
—¿Por qué haces esto?
No me soltó y su penetrante mirada no me dejó esconderme.
—Porque te quería aquí a pesar de quién era. Porque quiero que te entregues
a mí a pesar de lo que era.
Su honestidad me dejó destruida y lágrimas cayeron por mi rostro. Agarré su
muñeca con toda mi fuerza y me aferré a la única defensa que tenía.
—No me hagas venir. No te atrevas.
Su frente tocó la mía y su voz bajó a un timbre dolorosamente hermoso.
—Ella no era lo que quería —repitió—. No era lo que necesitaba.
Su pulgar trazó un círculo firme.
—Dame tu cuerpo, Sienna Montclair, y te daré mi palabra. —Sus labios
tocaron los míos—. Que nadie se interpondrá entre nosotros.
Sollocé por la única cosa improbable que quería más que nada, desde que
puse mis ojos sobre él.
Sosteniendo mi cuello, me acarició reverentemente y me hizo una promesa
que no sabía si creer.
—Sólo tú y yo.
—No sé cómo creer que en ti —sollocé.
—Déjalo ir, cariño. —Sus labios tocaron los míos, contuvo el beso que ambos
queríamos y temíamos desesperadamente—. Dame esas lágrimas—. Giró sus
dedos y empujó hondo dentro de mí—. Deja de pensar, hermosa. Sólo siente.
Mi boca se abrió y una presión que nunca había sentido se asentó entre el
límite del placer y el dolor.
—¡No! ¡Jared! Oh Dios mío. —Mis piernas empezaron a temblar—. Nooo.
Mordió la piel sensible bajo mi oreja.
—Dime que te folle, Sienna.
Oh Dios mío, ¿qué estaba pasando?
—PorfavorPorfavorPorfavor.
Incrementó la presión.
—Dilo —exigió.
—Fóllame —grité.
Su boca se estrelló contra la mía y me vine. Pero no estaba sólo viniéndome. 102
Estaba maullando como un animal y frenéticamente montando su mano mientras
seguía cada caricia de su lengua con una desesperación febril. Mi cuerpo tembló,
mi sangre corrió en mis venas y las vibraciones en mi garganta se volvieron
gruñidos mientras mi orgasmo pasaba, pero su ritmo se incrementaba.
—Ah, ah, ah, ah, ah. —Mi voz al compás de su ritmo, mi temblor alcanzó un
nuevo nivel. Un segundo orgasmo que no se construyó de los restos del ultimó,
sino que vino del fondo y eclipsó todo orgasmo que hubiera tenido, mientras
explotaba en su límite con un estallido de colores y calor.
Yo era la multitud y sus manos las vencedoras.
Una y otra vez, su nombre salió de mis labios, porque era lo único que tenía.
Él. Nada más. Solo él.
Diecisiete
Jared
Con mi polla palpitando, mi mano empapada, saqué un condón de mi
bolsillo. Ella estaba tan jodidamente apretada, que necesité hacerla venir dos veces
para que estuviera mojada antes de tomarla. Con sus piernas temblando, me miró
aturdida.
—Date vuelta. —Con necesidad por ella alcanzando un nuevo nivel de
desesperación, espeté la orden.
Al oír mi voz, se estremeció y me dio la espalda.
Liso y redondo, su culo era tan jodidamente perfecto, quería dejar mi marca
en él. Desabrochando mis vaqueros, saqué mi polla y me acaricié mientras me
inclinaba en su oído.
—¿Sabes lo que te voy a hacer? —La anticipación de hundirme dentro de su
103
apretado coño me tenía temblando.
—Jared —susurró ella.
—Estoy aquí, hermosa. —Froté mi polla contra su dulce culo. Joder quería
tomarla sin condón—. ¿Estás tomando la píldora?
Movió sus caderas contra las mías.
—No.
—Es una maldita pena. —Me cubrí con el condón y empujé dos dedos en su
calor empapado—. Porque quiero sentir este coño húmedo por toda mi polla
desnuda. —Maldición, era apretada—. Quiero correrme tan profundo dentro de ti,
que gotearas por días.
Gimió y puso sus manos en la encimera.
—Eso es, preciosa. —Saqué el clip de su cabello. Los gruesos rizos rojos
cayeron en cascada por su espalda, y agarré un puñado—. Prepárate.
—¿Qué... ―gimió mientras acariciaba su punto G—... qué me vas a hacer?
Sonreí porque recordaba la pregunta. Mi mano en su cabello, mi boca en su
cuello, le lamí la piel de marfil y le mordí la parte inferior de la oreja.
—Voy a follarte tan fuerte, que te olvidarás de cada hombre que estuvo antes
de mí. —Empujé adentro hasta la empuñadura.
Sus uñas rasparon la encimera y gritó.
Mis ojos se pusieron en blanco.
Mierda.
Mierda.
Con mi polla pulsando en el coño más apretado que había sentido, mi mente
se quedó en blanco.
Completamente, y jodidamente apunto de venirme, en blanco.
Aspirando aire, puse mi mano en su espalda arqueada y la empujé hacia
abajo sobre la encimera.
—Respira —le ordené.
—No, no, no —gritó ella—. No entras.
—Sí lo hago, preciosa. —Jesucristo, se sentía increíble. Giré las caderas
cuando todo lo que quería hacer era retirarme e incrustarme de nuevo—. ¿Sientes
eso? —Retrocedí un centímetro y luego lentamente fui más adentro—. Tu coño fue
hecho para mí. —Me quedaba como un puto guante. Empujando profundamente y
lentamente, la penetré. 104

Ella aspiró el aire a través de sus dientes.


—Oh Dios mío.
—¿Te gusta eso? —Estiré la mano y presioné fuertemente su clítoris. Mis
dientes contra su oreja, la mordí una vez—. ¿O te gusta esto? —Le pellizqué el
clítoris.
—¡Ah! —Se sacudió bajo mi toque y luego una lluvia de calor húmedo
empapó mi polla.
Joder sí.
—¿Te gusta eso, Roja? —Apretó mi pene con fuerza—. ¿Te gusta rudo? —Le
lamí el cuello.
—Por favor —suplicó.
Salí y luego me estrelló contra ella.
—¿Te gusta esto?
Ella tembló como una hoja.
—Sí.
Empujé tres veces más, golpeándola fuerte y moviendo mis caderas cada vez
que llegaba al fondo. En el cuarto empuje, le tiré del cabello y la levanté.
—¿Quieres sentir mis manos sobre ti, Roja? —Tomé en mis manos su culo y
apreté—. ¿Quieres mis marcas sobre ti? —Quería follarla tan fuerte, que me perdí.
—No me hagas daño. —Su voz tembló.
Relajé mi agarre en su cabello y acaricié saliendo y entrando de ella
suavemente una vez.
—¿Te estoy lastimando ahora?
—No.
—¿Confías en mí?
—Yo... no lo sé.
Me aparté, solté su cabello y la hice dar vuelta. Agarré su barbilla, la obligué a
mirarme.
—Di no.
Respirando fuerte, tragó saliva.
—No estoy diciendo que pares.
Puse fuerza en mi tono. 105
—Dije, que digas no.
—No —susurró ella.
—Más fuerte —exigí.
—No.
Maldita sea
—Grita.
—¡No!
Le acaricié la mejilla y bajé la voz.
—Lo susurras, lo dices, lo gritas, y me detengo. De cualquier manera que lo
digas, me detengo. —Le sostuve la mirada—. ¿Entiendes?
—Sí.
—¿Estás diciendo que no?
Ella sacudió su cabeza.
—No.
—Date la vuelta.
Lenta, tentativa, se volvió.
Puse fuerza en mi tono, pero le acaricié la espalda.
—Las manos en la encimera.
Agarró el borde.
Me quedé quieto.
—Brazos delante de ti. Cruza las muñecas.
Ella inmediatamente obedeció.
Mi polla pulsaba, y pasé ambas manos sobre su suave culo, amasando su
carne.
—¿Alguna vez te han azotado, Roja?
—No —susurró con vacilación.
—¿Quieres hacerlo? —Contuve mi puta respiración.
—No lo sé.
Le acaricié la parte de atrás de los muslos.
—¿Alguna vez has montado ese borde entre el placer y el dolor?
106
—No lo creo.
Mis pulgares se metieron en la carne de su trasero.
—Quiero llevarte allí.
Ella no respondió.
Esperé dos segundos luego agarré mi polla y acaricié la raja de su culo.
—Quiero hacerte sentir bien.
—Está bien —jadeó.
No lo pensé dos veces. Empujé hasta la empuñadura y mi mano retrocedió.
Mi palma golpeando su carne virgen resonó a través del condominio mientras la
nalga de su culo temblaba.
Ella jadeó y empujé con fuerza. Su piel se puso rosada, luego golpeé el otro
lado y pellizqué su clítoris.
Como un puto despertar, todo su cuerpo se inclinó.
—Ahhh.
—Di mi nombre. —Mierda sí.
—¡Jared!
Le di una bofetada en el culo.
—Dime que quieres más.
Todo su cuerpo temblaba, su voz temblaba.
—Por favor más.
La follé.
La follé como si mi vida dependiera de ello. Golpeando su coño tembloroso,
azotando su culo, tirando de su cabello más apretado cada vez que se tensaba
alrededor de mi dura polla, la follé. Tomé su inocencia, tomé sus modales, y se los
saqué follándola.
No esperé a que ella se corriera. La empujé tan duro sobre el límite, que
estalló como un maldito sueño. Espalda arqueada, cabello rojo por todas partes,
guturales gemidos que salían de su garganta, ella se corrió encima de toda mi
polla.
No pude contenerme.
Agarré ambas caderas y empujé dos veces más. Entonces me metí hasta la
empuñadura y perdí mi maldita mente.
No solo llené el maldito condón. 107
Mi pecho se comprimió, mi mundo se tambaleó, y por un solo momento mi
vida fue Roja. Todo jodida Roja. Sin enojo, ni mentiras, ni cicatrices. Sólo ella.
Era jodidamente perfecta.
Mi corazón latiendo, mi polla todavía enterrada profundamente, enterré
profundamente la mierda loca de mi cabeza y retiré todo su cabello a un lado para
besar su temblorosa espalda.
—Espera, preciosa. —Su coño seguía pulsando a mi alrededor, y no quería
salir. Quería follarla hasta que mis piernas cedieran, pero necesitaba hacerme cargo
del condón.
Lo último que necesitaba hacer era preñar a una mujer como ella.
Indeseado, inesperado, el pensamiento de ella con mi hijo golpeó mi mente
jodida, y de repente, me detuve de golpe. La estaba viendo con las mejillas
enrojecidas, el cabello por todas partes, el estómago redondo y una sonrisa que
decía que yo era su mundo.
Santa mierda.
Salí bruscamente y ella gimió.
—Voy a botar el condón. No te muevas. —Arranqué el condón y lo tiré a la
basura de la cocina.
No me gustaban los niños. Los niños eran ruido. El ruido era mi jodida
kriptonita. Ni siquiera me gustaba lo doméstico, pero cuando me volví y la vi, me
dolió el pecho. Sus brazos extendidos frente a ella en el mostrador, todavía
cruzados en las muñecas, ella yacía con su dulce culo rosa y desnudo y su falda
alrededor de su cintura. Sus tacones y la chaqueta todavía puestos, era
jodidamente sexy, pero la culpa golpeó mi conciencia.
Maldita sea, yo era un maldito idiota.
—Vamos, cariño. —La levanté.
Su cabello cayó frente a su rostro.
—No puedo caminar —murmuró.
—Te tengo, nena. —La levanté—. Quítate los zapatos y pon tus brazos
alrededor de mi cuello.
Sus sexy tacones golpearon el suelo y sus brazos, suaves y femeninos, se
envolvieron a mi alrededor.
—Estoy cansada.
—Lo sé. —Debería haber lamentado el tomarla tan rudo, pero era un idiota. 108
Todo lo que quería era hacerlo de nuevo—. Tuviste un día difícil. —La llevé a mi
habitación y la puse de pie.
Ella me miró fijamente.
—Y tú también.
—Puedo manejar lo difícil. —Desabotoné su chaqueta y la retiré de sus
hombros.
No tenía nada debajo, excepto un sostén a juego con la ropa interior que yacía
en el suelo de mi cocina. Lo desabroché.
—Sexy, Roja.
Ella me dio una sonrisa tímida.
—Me gusta la ropa interior bonita.
—Me gustas desnuda. —Arranqué el sujetador y mi corazón casi se detuvo.
Era tan preciosa. Tetas llenas, caderas redondas, era un sueño húmedo, y quería
tomarla de nuevo.
—Estás mirando fijamente.
—Jodido Jesús, mujer. —Con mi pene palpitando, mi boca haciéndose agua,
negué—. Date vuelta.
—¿Por qué? —Cruzó los brazos sobre su pecho.
—Porque quiero ver mis marcas en ti. —Retiré sus brazos de sus enormes
tetas—. No te escondas nunca de mí. Eres jodidamente hermosa. ―Capturé una de
sus tetas y rocé un pulgar sobre el pezón duro—. Ahora date la vuelta y
muéstrame ese culo sexy.
Ella giró.
Enrojecido, exactamente como se ponía su rostro cuando estaba avergonzada,
su culo floreció con mis marcas.
—Tan jodidamente sexy —murmuré, arrastrando el dorso de mis dedos sobre
cada nalga.
Se volvió y los ojos verdes llenos de duda me miraron.
—Me azotaste —susurró.
El latido de mi corazón vaciló y puse seria mi expresión.
—Sí, lo hice. —No estaba arrepentido. Ni por un segundo, pero sería un tonto
no reconocer que era la mujer más inocente que había tocado—. ¿Tienes algún
problema con eso?
Ella no vaciló. 109
—No. —El calor golpeó sus mejillas—. Creo que me gustó.
Mi polla palpitó, y retiré las mantas mientras me sacaba las botas.
—Entra.
Se arrastró por mi cama con su culo en el aire, la pequeña zorra.
—¿No hay comentario? —Ella me miró por encima del hombro antes de
deslizarse debajo de las sábanas.
Luché contra una sonrisa.
—Pon tu cabeza en la almohada y cierra los ojos antes que decida follarte de
nuevo.
Me miró fijamente.
—¿Y si quiero eso?
Mi timbre sonó.
Le guiñé un ojo.
—Mantén esa idea en mente.
Abotoné mis pantalones mientras caminaba hacia la entrada. Revisé la mirilla
luego abrí la puerta a Luna.
Entró con una maleta.
—Eso fue más que unos cuantos reporteros, hermano. ¿Quieres decirme qué
pasa? —Dejó las cosas de ella y miró a mi alrededor. Su mirada se posó en la ropa
interior de ella, y sonrió mientras alzaba la barbilla—. ¿Aparte de ti?
—Imbécil.
Él sonrió.
—Todavía espero.
Mierda.
—Su ex estaba en un restaurante a donde fuimos para almorzar. Él provocó
una escena, y yo lo derribé.
—Ya que no la reconocí, debe ser el ex. ¿Quién es él?
Respiré y lo dejé escapar.
—Dan Ahlstrom.
Los ojos de Luna se abrieron de par en par.
—¿Ella salía con el mariscal de Miami?
—Ella no salía con él. —Odiaba a ese jodido imbécil. 110
—¿Pero le diste una paliza?
—A él y al defensa, Sunshine. Ese defensa extremo, TJ, también estaba ahí,
pero se mantuvo al margen.
—Dios mío. —Exhaló—. ¿Rompiste algo?
—La nariz de Strom, la del defensa también.
—Mierda, Brandt, sabes que es un delito.
—Autodefensa. No me acusaron.
—¿Tienes un abogado?
—Dije que no fui arrestado.
—No estaba hablando de cuando te arrestaron, que por cierto, tienes suerte
que no te hayan fichado. Estaba hablando de cuando te demanden. Si lo sacaste de
la alineación, vendrá detrás de ti.
—Jodido marica, déjalo. Veinte testigos estaban filmando toda la maldita
cosa. Y es la pretemporada.
—No significa que no va a demandar. Los equipos de fútbol profesional
tienen salas enteras llenas de abogados sin nada más que hacer.
Maldita sea.
—¿Hay un objetivo en esta conversación? —Roja estaba desnuda en mi puta
cama.
—Sí. Eres tonto como la mierda.
—Jódete.
Volvió a mirar la ropa interior de Roja y sonrió como siempre, como un
maldito santo.
—Parece que tienes eso cubierto.
Dios.
—Gracias por reunir sus cosas. Te debo.
Luna se puso serio.
—Los medios estaban en pie de guerra, amigo mío. Ellos van a encontrarte
después. Si sales de tu casa, vas a necesitar seguridad.
Arrastré mi mano sobre mi rostro y el dulce perfume de Roja me llenó la
cabeza. Sabía que tenía razón. No quería a alguien sobre mi trasero, pero esto ya no
era sólo acerca de mí.
111
—¿Puedes dejar a alguien?
—Sí, pero eso no va a resolver tu problema más grande. Necesitas un
abogado para salir de esto.
—No voy a contratar a un abogado.
—Tu funeral, amigo. No digas que no te advertí.
Mierda.
―Bien. ¿Conoces a alguien?
—Conozco a un montón de abogados, pero ¿alguien tan tonto como para
aceptar esto? No. —Pensó un segundo—. Bueno, tal vez. —Sacó su teléfono y
buscó en los contactos—. Su nombre es Mathew Barrett. Acabo de enviarte por
mensaje la información de contacto. Llámalo.
Mierda, no quería lidiar con esto.
—Gracias.
Él asintió mientras jugaba con su teléfono.
—Colocaré a mi hombre Tyler al frente y lo dejaré contigo durante tres días.
Mantén un perfil bajo hasta que los medios superen esto.
Me miró de nuevo.
—¿Cómo va todo lo demás?
De todos los hermanos con los que serví, era el único que siempre
preguntaba. No veía a Luna a menudo, estaba ocupado dirigiendo su empresa,
pero siempre preguntaba cómo estaba cada vez que lo veía. No es que le dijera a él
o a nadie más ni una maldita cosa. No se me escapaba que la pelirroja de mi cama
había obtenido más de mí en las últimas veinticuatro horas que mis amigos en
nueve años.
Luna sonrió y me dio una palmada en el hombro.
—Un día te haré hablar.
—No hay nada que hablar.
Su sonrisa desapareció.
—Seguro. Y yo no permanezco despierto por la noche contando asesinatos.

112
Dieciocho
Sienna
Puse mis rodillas en mi pecho y tiré la sábana hasta mi barbilla. Las palabras
de su amigo rebotaron en mi cabeza como campanas de advertencia. Contando
muertes.
Sin camisa y todo musculoso, Jared entró de nuevo en el dormitorio. Con su
intensa mirada de ojos marrones fija en mí, se quitó los vaqueros y se arrastró
hasta la cama desnudo.
Traté de no mirar fijamente su tamaño, pero era imposible. Su longitud, su
grosor, era enorme. Todavía no podía creer que encajara dentro de mí, mucho
menos lo que habíamos hecho. Lo que le había dejado hacer.
—Suéltalo —exigió, serpenteando un brazo bajo mis rodillas y otro detrás de
mi espalda. Se acostó y llevó mi espalda a su pecho.
113
—¿Soltar qué?
—Lo que tienes que decir. Escuchaste nuestra conversación.
No era una pregunta, así que no pretendí responderla.
—Tu amigo tiene razón. Dan te demandará. —No trabajé mucho con el
equipo de abogados, excepto para pasar la correspondencia entre ellos y el
entrenador, pero sabía cómo funcionaban las cosas. Le dirían a Dan que
demandara a Jared para evitar que demandara a Dan.
—Yo me encargaré. ¿Qué más?
—No puedes atacar la liga por tu cuenta.
—No estoy atacando la liga. ¿Qué más te molesta?
—No dije que algo me molestara.
—No tenías que hacerlo. Estabas acurrucada en una pelota con las mantas
hasta la barbilla como un niño aterrorizado. —Acarició mi sensible trasero—.
¿Estás adolorida?
El deseo se arremolinó bajo en mi vientre.
—Estoy bien —susurré, no muy segura que estuviera lista para hablar de eso
o cómo me había hecho sentir.
—No me mientas, Roja.
Exhalé.
—No quería que me gustara que me golpees, pero así fue. No debería
haberme sentido segura ni siquiera excitada, pero ahora solo tocándome... —Inhalé
hondo mientras me callaba—. Tu amigo dijo que contaba muertes.
—Fue un francotirador en la Marina —respondió Jared con toda naturalidad,
como si se tratara de una ocupación común. Luego bajó la voz—. Siempre estás a
salvo conmigo. Lo disfrutaste porque no tenías que pensar. Tomé el control y te di
un alivio que todo tu cuerpo sentiría.
—¿Qué has sacado de eso?
—Control y tu confianza.
Lo dijo con reverencia, pero no sabía cómo tomar nada de eso. Me sentí débil
por disfrutar de la forma en que me había tocado. Y sabía que nuestros militares
nos protegían y sabía que estaba viviendo una vida libre debido a los sacrificios
que tantos como Jared había hecho. Pero nunca había estado tan cerca de eso. Esto
no era un ligamento desgarrado o un rostro ensangrentada en el partido del
domingo. No se trataba de los millones de dólares que se invertían en una
industria cuyo único propósito era entretener. Esta era la vida real, la muerte real, 114
gente real sacrificando todo lo que tenían para proteger lo que daba por sentado.
—Nunca he estado cerca de alguien que sirvió antes. Esto es… nuevo para
mí.
Un tono de actitud defensiva se deslizó en su voz.
—No soy diferente a nadie.
Lo miré.
—Eres muy diferente. —Alfa, agresivo, precavido, protector, incluso el modo
en que se movía. No era sólo confianza, sino el conocimiento de la capacidad
detrás de esa confianza. Él no adoptaba una postura o se imponía para probar un
punto o para hacer que se vea bien para las cámaras el lunes por la noche.
Lo hacía porque estaba arraigado en quien era.
—Eres un héroe. —Un verdadero héroe.
—No soy un jodido héroe, Roja. —Se puso de rodillas y se pasó la mano por
el rostro—. ¿Tienes hambre? —Empezó a levantarse.
Le agarré la mano.
—¿Eso te molesta?
Los ángulos de su rostro se agudizaron y se volvió hacia mí.
—No soy un santo que quiera hacer la diferencia. Era un niño de dieciocho
años que quería un trabajo estable. No me enlisté para proteger a mi país. Me
inscribí para obtener un pago y disparar mierda. Entonces me volaron por los aires
y los marines me dejaron más rápido de lo que puedes decir herido. Así que no
glorifiques lo que crees que soy. Soy un ex marine dañado que le gusta follar duro.
—Él tiró las sábanas, agarró su bóxer y salió. Unos segundos después, escuché
ollas golpeando en la cocina.
Su ira debería haberme asustado, pero no lo hizo. Debería haber estado
corriendo, no saliendo por la puerta, pero no fue así. Estaba tirando de los cajones
de la cómoda llenos de ropa perfectamente doblada y pidiendo prestada una
camiseta que olía mejor que cualquier artículo de ropa que me había puesto en mi
vida.
Entré en la sala de estar de la planta abierta y vi mi maleta en la puerta
principal.
Sin volverse para mirarme, Jared habló.
—¿Quieres huevos?
Miré fijamente las cicatrices en su espalda mientras caminaba detrás de él. 115
Muriendo por tocarlas, encendí el fogón debajo de la sartén.
—Si no los quemas.
Batió un cuenco de huevos a punto de matarlos.
—No lo iba a hacer.
Fui a la nevera.
—¿Tienes pan?
—Sí. —Dejó los huevos en la sartén demasiado caliente.
Saqué el pan, la mantequilla y un paquete de melones troceados de la nevera.
—¿Tostadora? —No había nada en su prístino mostrador, además de una
cafetera.
—No.
Lo miré.
—¿Cómo haces tostadas?
Revolvió los huevos con fuerza, rompiéndolos en pedacitos.
—No las hago.
Tomé la espátula de él y doblé suavemente las partes cocidas.
—Así. —Estaba tan cerca, que podía oler su aroma, fuerte y masculino y
teñido de sexo. Mi corazón dolía por su toque.
Su aliento cayó al lado de mi cuello.
—Bonita camisa.
—Bonito bóxer. Puedes encender el horno y podemos hacer las tostadas de
esa manera.
No se movió.
—¿Me estás diciendo qué hacer?
Oculté una sonrisa.
—Sí.
Rápido y preciso, tocó los botones del horno y luego me agarró de los
hombros y me hizo girar. Sus labios estuvieron sobre los míos antes que pudiera
jadear, y su lengua se hundió en mi boca. Me jaló contra sus caderas y me devoró.
Su dura polla se apretó contra mi estómago y empujó a ritmo con su lengua.
No me fundí en él, me vine abajo.
116
Su dominio se apodero de mí, y el recuerdo de él dentro de mí, me tenía tan
excitada que, si me tocaba una vez entre mis piernas, me habría venido. Pero no lo
hizo.
Se apartó y me hizo girar.
—Estás quemando los huevos.
Sin aliento, miré la sartén.
—Claro. —Con su cuerpo fuerte detrás de mí, lentamente frotó su dura
longitud contra mi trasero.
Sus labios tocaron mi oreja.
—Revuelve.
Me estremecí. Entonces hice exactamente lo que me dijo que hiciera. Con la
espátula todavía en mi mano, revolví.
Su voz se suavizó.
—Buena chica. —Su mano subió por mi camiseta y sus gruesos dedos
agarraron mis pezones a través de la tela y los pellizcó.
Mi espalda se arqueó y gemí.
Apretó mis pezones más fuerte, luego abruptamente lo soltó y su palma hizo
contacto con mi culo.
La picadura seguida por el dolor en mis pezones me hizo jadear cuando su
mano se deslizó por mi estómago y dos de sus dedos se empujaron dentro de mí.
—Oh, Dios mío. —Dejé caer la espátula y ciegamente me estiré hacia adelante.
Su brazo fue alrededor de mi cintura y me hizo girar tan rápido, que mi
cabeza nadó. Sus dedos se empujaron dentro de mí, tocando un lugar tan
profundo y tan personal mientras su palma se apretaba contra mi clítoris, que dejé
de preocuparme por cualquier otra cosa.
De la noche a la mañana, me había convertido en alguien más. Alguien que
deja que un desconocido la azote. Alguien que salió de su casa, no para evitar los
medios, sino para estar con un hombre que no conocía. Alguien que quería que un
acompañante masculino fuera suyo.
—Detente —grité.
Se congeló, pero luego sus dedos giraron profundamente dentro de mí.
—Dime que no quieres venirte y lo haré.
Empecé a temblar.
—No quiero. 117
—Estás mintiendo. Dime que no me quieres dentro de ti.
Oh Dios. Lo quería. Lo quería tanto que podía saborearlo.
—¿Por qué?
—Porque quieres venirte, me quieres dentro de ti, y quieres estar exactamente
donde estás. Deja de pensar y déjate ir. —Sus caricias se ralentizaron, pero
aumentó la presión mientras presionaba contra mi pared frontal—. Toma esos
pezones duros y córrete.
El sonido que se arrastró por mi garganta y se derramó de mis labios no fue
tan impactante como la pura libertad de hacer exactamente lo que dijo. Mis propios
dedos se deslizaron bajo mi camisa prestada. Pellizcando mis tiernos pezones, mi
cuerpo dolorido por la liberación, grité cuando el orgasmo se estrelló contra mí.
Mis músculos ardían con una tensión exquisita, mi nucleó se agarró a sus dedos y
me desmoroné completamente.
Me vine tan fuerte que las lágrimas se deslizaron por mis mejillas.
Con sus dedos todavía profundamente dentro de mí, tiró de mi cabeza hacia
su pecho y me miró fijamente. Durante tres segundos, ninguna palabra pasó entre
nosotros. Solo nos quedamos de pie, conectados.
Luego se inclinó y besó mi mejilla manchada de lágrimas.
—Soy dueño de esas.

118
Diecinueve
Jared
Pasé mi pulgar por su mejilla y la mierda jodió con mi cabeza. No quería
sacar mi mano de su cuerpo, no quería dejarla ir. Esta mujer era mejor que yo en
cada forma posible. Necesitaba dejarla en paz, pero no podía hacerlo.
Con mi pene pulsando, saqué mi dedo de su coño hinchado.
—Quemaste mis huevos —dije sin expresión.
Con su pecho subiendo y bajando, apenas asintió.
—Sí.
—¿Necesitas un minuto? —Con mi brazo alrededor de su cintura, la sostuve,
pero la cocina estaba empezando a oler a quemado.
—El fogón —dijo.
Me estiré y lo apagué. Con su espalda aún contra mi cuerpo, empezó a 119
temblar.
—Oye, ¿estás bien? —Aparté su cabello de su rostro.
Una sonrisa curvó sus labios, y contuvo una risa.
—Mis piernas no funcionan.
La esquina de mi boca se movió.
Sus ojos brillaban con risas y lágrimas, y me miró.
—No estoy segura que me importe.
Sonreí.
Suave y femenina y tan jodidamente hermosa, se rio.
—¡Sí sonríes!
Mi adolescencia, el ejército, salir herido, los hospitales, las mujeres, todo en
mi vida destelló y culminó en este momento. Cabello rojo, ojos verdes y una
sonrisa jodidamente hermosa, mi corazón dolió.
Acuné su rostro.
—Sí, Roja, sonrío.
Se puso seria.
—Eres tan apuesto.
Era exigente, estaba lleno de cicatrices. Y al segundo en que se diera cuenta
que no podía llevar las cuentas más simples, mucho menos leerlas, se iría.
—Eres muy buena para mí.
Frunció el ceño.
La solté y cambié de tema.
—¿Vas a prepararme comida?
Se aclaró la garganta.
—Estoy segura que te aumentó el apetito.
Como no se imaginaba.
—Lo alimentaré después de comer. —Arrojé la sartén de los huevos
quemados en el fregadero y tomé otro, entregándoselo.
Ella lo tomó, sonriendo tímidamente.
—¿Lo harás?
Mi pene jodidamente se disparó, la miré hasta que sus mejillas se sonrojaron.
—¿Tienes que preguntarlo? 120

Sacó más huevos de la nevera.


—No tengo duda que tu apetito es…
—¿Insaciable? —La miré. Me gustaba verla en la cocina.
—Iba a decir voraz. —Encendió el fogón y se inclinó ligeramente para
asegurarse que estuviera prendido, dándome toda una vista.
Mi pene palpitó por liberarse.
—Contigo sí. —Me di cuenta del agujero en que me enterraba al segundo en
que las palabras salieron de mi boca.
—Claro. —Su tono se puso al instante formal mientras rompía unos huevos
en un tazón.
—No digo tonterías, Roja. —Al menos no con ella.
—Ajá. —Vertió un poco de leche de la nevera en los huevos—. ¿Dónde están
tus especias?
—Tienes algo que decir, dilo. —Abrí la alacena y le pasé sal y pimienta.
Ella dejó la sal y la pimienta a un lado.
—Quise decir especias. ¿Hierbas? ¿Condimentos?
—No tengo. ¿Por qué estás evitando el tema?
Ella mezcló los huevos y su educado y remilgado tono de voz regresó.
—No estoy evitándolo. No tengo nada que decir.
—Tonterías. —Agarré el pan y abrí la bolsa.
Ella me lo quitó.
—Lava tus manos.
Lenta, deliberadamente, levanté mi mano a mi boca y succioné los dedos que
habían estado enterrados en su coño. Con mi mirada en ella, mi pene se puso más
duro.
—Basta —dijo.
Lamí un dedo y después el otro, amando su expresión de sorpresa.
—Solo estoy empezando.
Ella abrió la llave del agua.
—¡Lávalas!
Mitad de mi boca se inclinó a un lado con una sonrisa.
—¿Me estás diciendo qué hacer de nuevo? —La follaría en la encimera de la 121
cocina esta vez.
Como si leyera mis pensamientos, cerró la llave del agua y compuso sus
rasgos.
—Haz lo que quieras.
Me reí.
—¿Cedes tan fácil?
—No hay nada que ceder, e incluso si lo hubiera, no soy alguien que se rinda.
Tanteé el terreno.
—Huiste de mí anoche.
—Eso fue… diferente. —Vertió los huevos en la sartén.
Quería aclarar esto, de una vez por todas.
—Me dijiste que llamara a una clienta, Roja —le recordé—. Esa eras tú
rindiéndote.
Sus hombros se tensaron.
—No habíamos empezado nada con lo que rendirnos.
—Al segundo en que apareciste en mi puerta, algo empezó. —No iba a dejar
que lo negara.
—No, no fue así. Y había cambiado de parecer.
Claro.
—¿Fue antes o después que te besara? ¿O fue cuándo te hice venir por
primera vez? —Me acerqué a ella y bajé la voz—. Lo sentiste. Lo sentí. ¿Por qué
negarlo?
Apagó el fogón y se giró hacia mí.
—Porque no quiero que me gustes, ¿bien? ¿Es muy difícil de entender?
Agarré la parte de atrás de su cuello.
—¿Por qué? ¿Porque crees que no me gustas? ¿Crees que estoy mintiendo
sobre lo que prometí?
Su rostro se retorció como si sintiera dolor.
—Eres un hombre de compañía.
Sabía que estaba por venir. Debía hacerlo. Vendía sexo. No era un idiota,
sabía que como mínimo, estaría insegura de mi pasado. Sería una batalla cuesta
arriba hacer que lo superara, y no tenía ni una jodida idea de cómo enfrentarlo,
excepto con la pura verdad. 122

—Ahora soy tu hombre de compañía.


—¿Qué significa eso? ¡Ni siquiera sé qué quiere decir! ¿Te acuestas conmigo
hasta que estés aburrido? Me dices que soy tuya, pero aún vas a hacer dinero en las
noches con, con, ellas.
—Significa que poseo cada orgasmo tuyo y tú los míos. —Me estiré hacia ella.
Con fuerza, la besé.
Cuando me correspondió, gruñí y agarré su trasero, levantándola. Sus brazos
se envolvieron en mi cuello, sus piernas rodearon mi cintura y estaba llevándonos
al cuarto sin una sola idea excepto meterme dentro de ella. Arrojándola a la cama,
pasé mi camisa sobre mi cabeza y luego me quité el bóxer. Empuñé mi polla, me
subí sobre ella y froté la cabeza alrededor de la empapada entrada. Mi mandíbula
se apretó con fuerza, y forcé a las palabras a salir.
—Esto no será amable —advertí.
Tan suave, que apenas la escuché, susurró:
—Me gusta rudo.
Me empujé hasta la base de una embestida.
Ella agarró mis brazos, su cabeza cayó hacia atrás y su boca se abrió en un
jadeo.
Caliente, húmedo y jodidamente apretado, se cerró sobre mi pene y vi
estrellas.
Jodido infierno. Agarré dos puñados de su cabello.
—Si me aprietas voy a venirme jodidamente rápido, no sabrás qué te golpeó.
Un sexy medio jadeo, medio gemido salió de sus labios.
—No —jadeó—, tienes condón.
—Lo sé. —Maldición, lo sabía—. ¿Quieres que me salga? —Que Dios me
ayude, quería que dijera que no.
—Solo, por favor… —Sus ojos se cerraron y sus caderas intentaron moverse
bajo mi peso.
Agarré su barbilla y dije con fuerza.
—Oye. —No tenía autocontrol. No tenía restricción. Era una jodida bola de
cañón perdida esperando a detonar y ella era el detonador.
—¿Jared?
Mi nombre, dicho de esa forma, ¿por ella? Dios. Mi agarre sobre ella se
123
suavizó.
—Sí, cariño. —Toqué sus labios con los míos.
Su mirada verde aterrizó sobre mí.
—Te necesito —susurró.
Mi corazón subió hasta mi pecho y se alojó en mi garganta.
Su pequeña mano acunó mi rostro.
—Justo así.
Lento y deliberado, retrocedí y luego empujé hondo una y dos veces.
—¿Confías en mí?
—Sí. —Suspiró, sosteniendo mi mirada.
—Voy hacerte sentir bien, pero no voy a venirme dentro de ti. ¿Te parece
bien? —Dios, nunca quería salirme.
Ella tomó aire y bajó la mirada hacia dónde estaba lentamente penetrándola.
—No hago esto. —Me volvió a mirar—. Nunca he hecho esto. —Ella se
mordió su labio inferior.
Lo liberé con mi pulgar.
—Estoy limpio. —Me deslicé dentro y roté mis caderas.
Su pecho subió y cayó dos veces. Me miraba como ninguna otra mujer me ha
mirado.
—Eres tan grande.
Forcé una media sonrisa y la presioné suavemente con un movimiento de mis
caderas.
—Responde mi pregunta, Roja. —Succioné suavemente uno de sus pezones.
Tímida y tan jodidamente sexy, que dolía mirarla, me sonrió.
—Estás siendo gentil.
El aire se atoró en mis pulmones y me quedé inmóvil. No porque estuviera
siendo gentil sino porque estaba perdiendo mi jodida cabeza por eso.
Terriblemente duro, mi pene ya listo para explotar, podría embestir una última vez
y simplemente dejarme ir. Dentro de ella.
Luché contra el temblor que empezó en la base de mi columna.
—¿Jared? —Sus dedos se deslizaron en mi cabello.
—¿Sí? —Mierda. Mierda, mierda, mierda.
124
Ella parecía alarmada.
—¿Qué pasa?
—Nada. —Y ese era el problema. Ni una jodida cosa estaba mal. No estaba
jodidamente enojado. No estaba oyendo un distante pitido en mis oídos, mi cabeza
no ardía, mi cabeza no estaba jodida. Iba jodidamente lento. Y estaba disfrutándolo.
—Bien. —Pequeña y dolida, su voz penetró mi cabeza.
Me bajé sobre mis brazos y arrastré mi nariz por el dulce aroma del calor en
su cuello. Mejor que cualquier whisky, era embriagadora. Mis caderas
mantuvieron un ritmo lento que solo había hecho con ella, besé su mandíbula.
—¿Quieres la verdad?
Su mano soltó mi cabello.
—No lo sé.
Se lo dije de todos modos.
—Nunca he follado así.
No dijo nada.
Me hundí más profundo.
—Podría volverme adicto. —Sonaba como un jodido marica, pero no me
importaba. Estaba montando una dulce mujer con la que no debería meterme, pero
mi corazón y mi cuerpo estaban atraídos de una forma que no podía explicar.
Sabía que debería dejarla ir, pero nunca había hecho lo correcto.
Sus manos aterrizaron tentativamente en mi cuello. Lentamente, sus dedos
rozaron mi piel y se movió a mis hombros.
—¿Está bien esto?
Forzando mi respiración a tranquilizarse, me quedé quieto.
—Sí.
Trazó las cicatrices sobre mis hombros y en mi espalda.
—¿Duele?
Luchando con la urgencia de sujetar sus manos, la miré.
—No.
Sus dedos rozaron una de las cicatrices más profundas.
—¿Te gusta?
Me gustaba todo lo que hacía, pero no está mierda tierna.
—No estoy hecho de cristal, Roja. —Tenía demasiado tejido cicatrizado para 125
sentir algo, excepto la presión de su toque.
—Lo sé.
No, no sabía. No quería su jodida lástima. Nunca.
Sus manos se movieron a mi trasero y empujó hacia abajo mientras subía sus
caderas.
—Tengo una confesión.
Concentrándome en no venirme en su interior, empujé una vez.
—Confiesa.
—Amo tu polla. —Sonrió.
Tomado con la guardia baja, me reí.
—¡Eso no es gracioso!
—Confía en mí. —Sonreí y toda la tontería sobre tocar mis cicatrices se
evaporó—. Escucharte decir “polla” es jodidamente gracioso, preciosa.
Intentó apartarme de ella.
—De ninguna forma. —Sostuve sus caderas—. No vas a deshacerte de mi
polla hasta que te vengas al menos una vez. —Empujé con fuerza y me apreté
contra ella.
Su gruñido se convirtió en un gemido.
—Te odio.
—Bien. —La pequeña mentirosa—. Desquítate conmigo.
Intentó parecer seria.
—Algo te pasa.
—Tienes razón. Tengo mi pene enterrado en una hermosa mujer y estoy
jodidamente hablando con ella en lugar de penetrarla hasta la sumisión.
Su expresión se puso seria.
—¿Es eso lo que te gusta hacer?
—¿Qué? —Aparté el cabello de su rostro—. ¿Someterte?
—Sí —dijo en voz baja.
—¿No has estado presente los últimos orgasmos, Roja?
—¿Qué significa eso?
No sabía si reírme o estar jodidamente alarmado por su inocencia.
126
—Sí, me gustaría someterte a mí.
—¿Pero qué significa exactamente?
—Estoy en control. —No más ni menos complicado.
Una pequeña y tímida sonrisa tocó sus labios.
—Creo que estoy bien con eso.
No regresé la sonrisa.
—Lo sé.
Frunció el ceño.
—Pero eso es bueno, ¿cierto?
Jodidamente bueno.
—Sí. —Todavía enterrado en ella, estaba hasta el cuello de esta conversación,
necesitaba dejarla, pero estúpidamente hice lo opuesto—. ¿Quieres hijos?
Se quedó tan inmóvil, que me sorprendí que aún pudiera sentir su corazón
latir.
—¿Por qué?
—Porque estoy dentro de ti sin condón. —Era un simple hecho a lo que eso
conllevaba.
Su pulso se aceleró y se puso pálida.
—No lo sé.
Eso nos hacía dos. Al segundo en que metí mi pene en ella, no me reconocí a
mí mismo.
Me cerní una fracción de centímetros sobre su boca y dije la única cosa que
sabía era cierta.
—Soy el idiota que va a follarte hasta hacerte llorar.

127
Veinte
Sienna
Su boca se estrelló sobre la mía y supe que tenía razón. Ya quería llorar.
La forma suave en que se movía dentro y fuera de mí, el duro exterior que
mostraba a pesar de las cicatrices; mi corazón estaba rompiéndose porque él estaba
rompiéndolo.
Su beso no era nada a como vino a mí en la cocina la primera vez.
Duro, feroz y sin aliento, me había tomado como un hombre poseído. ¿Pero
ahora? Su lengua lentamente acarició mi boca, siguiendo el ritmo de sus caderas
meciéndose, me besó como un hombre completamente diferente.
Su mano agarró el costado de mi rostro, pero no estaba agarrando mi cabello
o sujetándome. No estaba soltando órdenes mientras me enloquecía con lujuria.
Su beso estaba lejos de eso, me sentí deseaba, necesitada y atesorada. Me sentí 128
amada.
Y me aterró. Porque Jared Brandt, con sus suaves caricias y preguntas sobre
niños, no iba a hacerme llorar, iba a romperme el corazón.
Una lágrima se deslizó por mi rostro.
Sin romper su ritmo, su pulgar rozó mi mejilla mientras sus labios se movían
a mi oído.
—Guarda esas para cuando te haga derrumbarte. —Presionó más hondo
dentro de mí.
Un punto que no sabía que existía antes de anoche floreció a una necesidad
consumidora, quería creer todo lo que estaba ofreciendo.
—No quiero derrumbarme. —Quería creer el cuento de hadas que estaba
vendiendo.
—Sí, sí quieres. —Su boca, sus labios, succionaron mi cuello mientras su
lengua dejaba promesas en mi piel.
Sus caderas rítmicamente me llevaron más allá del punto de no retorno, no
respondí.
Aferrándome por mi vida, cerré mis ojos.
Sus dedos se deslizaron entre nosotros.
—Mírame, ahora.
Sin fuerza de voluntad para oponerme a él, mi mirada encontró la suya y
Dios mío, era hermoso. Tan hermoso, que no tenía palabras. Sólo un pensamiento
trepó por sobre mi vulnerabilidad y se asentó. Iba a ser devastada por este hombre.
Su pulgar presionó mi clítoris mientras su dura longitud acariciaba dentro de
mí.
—Córrete —ordenó.
La pared que había construido alrededor de mi corazón se rompió en un
millón de pedazos mientras empezaba a derrumbarme debajo de él. Con mi centro
zumbando, y mi cuerpo temblando, salió y presionó la cabeza de su polla contra
mi hinchado clítoris.
Semen caliente pulsó contra mí y vi fuegos artificiales.

129
Veintiuno
Jared
Empuñando mi polla, presioné duro en su clítoris, y jodidamente exploté. Su
coño todavía se contraía, su cuerpo temblaba, la miraba perder el control.
Corriéndome más duro de lo que nunca lo he hecho, cubrí su montículo con mi
liberación y extendí mi semilla por todos sus rizos rojos.
Un pensamiento singular se hundió en mi jodido cerebro.
Mía.
Ella era mía.
No tenía otras palabras. Solo tenía una jodida mierda cruzando por mi cabeza
mientras los ojos verdes llenos de emoción me miraban fijamente.
—Eso —susurró—, no fue follar.
No perdí el control. 130
Me quebré.
Veintidós
Sienna
Sin decir una palabra, me dio la espalda y se tendió detrás de mí.
Con el corazón martillando una advertencia, presioné.
—¿Me escuchaste?
—Te escuché. —Su brazo serpenteó bajo mi cabeza.
Su semen goteaba por mi muslo.
—Tus sábanas.
—Me importan una mierda las sábanas —dijo bruscamente.
—No contestaste —le dije en voz baja.
—No era una pregunta.
—Bien. —Inhalando, me di vuelta tan lejos de él como pude. 131
O bien fingiendo no notarlo o que no le importaba, deslizó su brazo sobre mi
cintura y me jaló de nuevo, luego su mano aterrizó en mi pecho. Los dedos ásperos
retorcían mi pezón y el deseo se disparó entre mis piernas a pesar que acababa de
correrme.
—Detente. —Empujé su mano lejos.
El brazo bajo mi cabeza se dobló sobre mi pecho y rodó hacia mí.
—¿No quieres que te toque? —Su tono era acusador.
—No quiero que me mientas.
Sus fosas nasales se abrieron y su pecho se arqueó, pero sus palabras salieron
llanas.
—Fue más que sexo, ¿es eso lo que quieres oír?
—Tú eres el que empezó esto. Me llamaste para encontrarnos, golpeaste a
Dan, me trajiste aquí y me hiciste promesas. No des vuelta a esto como si
estuvieras diciendo algo que quiero escuchar. —Mi dedo se clavó en su pecho—.
Esto es lo que tú empezaste. —Respiré profundamente—. Tú hiciste esto. —Listo.
Que se ocupe de sus propias verdades, el bastardo voluble.
Su tono regresó a la seducción líquida sexual.
—¿Qué hice?
Lo miré.
—¿Estás sonriendo?
—No. —Luchó contra una sonrisa y luego se puso serio de nuevo—.
Quitando tu cabello sujeto con horquillas y el traje rosado, me gusta la Roja intensa
casi tanto como me gusta la inocente Roja.
1. Espera, ¿qué?
—¿Qué tiene de malo mi cabello recogido y mi traje rosado?
—Los odio.
Me enfurecí.
—Es un traje bonito, y siempre recojo mi cabello para trabajar. Se llama ser
profesional.
—No quiero que seas profesional.
Me incliné hacia atrás.
—Eso es sexista, Jared Brandt.
—Si no querer que trabajes con tu ex y un puñado de peloteros impulsados 132
por esteroides es sexista, entonces soy un maldito sexista.
Parpadeé y un tipo de alivio tonto al saber que él no me hallaba poco
atractiva con mi cabello recogido y con un traje, me cubrió.
—Entonces, ¿no es el traje? —Mi corazón traicionero bailó alrededor de mi
pecho.
—No, Roja, no es el traje. —Él acarició mi mejilla y luego colocó mi cabello
detrás de la oreja—. Es lo que haces con el traje.
—Para que sepas, el uso de esteroides es ilegal en la liga. —Odiaba lo mucho
que me gustaba lo que había dicho.
—Sabes exactamente lo que quiero decir.
—Tengo una hipoteca. —Tenía facturas que pagar, y trabajar para el
entrenador era el mejor trabajo pagado que obtendría sin un título universitario.
Su mirada intensa ardía en mí, y luego dijo algo que nunca vi venir.
—Yo no.
Antes que pudiera abrir la boca y hundirme hasta el fondo, alguien golpeó la
puerta principal.
Jared se sacudió como si lo hubieran golpeado, luego se levantó de la cama
tan rápido, que reboté.
—Quédate aquí. —Tomó un par de pantalones limpios, se los puso y se
dirigió hacia la puerta.
—Necesito mi maleta. —Quería algo más que su camiseta o terminaríamos de
vuelta en la cama y estaba adolorida.
Con sólo un movimiento de cabeza, desapareció y regresó con mi maleta
mientras quienquiera que sea, estaba golpeando en la puerta de nuevo.
—Espera aquí. —Cerró la puerta detrás de él.
Unos segundos más tarde, escuché voces masculinas enojadas y no esperé.
Cogí unos pantalones de yoga y la camiseta que me había prestado Jared, me las
puse, luego abrí la puerta del dormitorio y salí al pasillo.
—Deberías estar al frente —gruñó Jared.
—Entendido, señor. Como dije, no estaba autorizado a entregar los papeles.
Mi única opción fue dejar que el agente judicial...
—Dejarlo subir aquí no era tu decisión —dijo Jared cortante.
Entré en la sala de estar. Un tipo de pelo oscuro con casi tantos músculos
como Jared estaba de pie frente a él. Su mirada fue a mí y asintió con una sonrisa 133
cortante.
—Señora.
Jared giró. La ira contorsionando sus rasgos, examinó mi atuendo y volvió a
mirar al tipo.
—Léelo —exigió.
—¿Señor?
—Lee. Eso —enunció Jared.
El tipo, que estaba vestido exactamente como el amigo de Jared, André, con el
mismo tipo de camisa de polo con el logotipo negro y pantalones negros, parecía
incómodo. Me miró. Me acerqué y tomé el papel de sus manos. Era una demanda.
Me sorprendió que los abogados hubiesen conseguido presentar esto tan
rápidamente, pero me escandalizó cuando leí por cuánto Dan estaba demandando
a Jared. Alcé la vista.
Jared apretó la mandíbula.
—¿Qué dice?
Mi estómago se derrumbó.
—Dan te está demandando. —Tragué—. Veinticinco millones.
Jared miró al otro chico.
—Vete.
—Sí, señor. —Asintió y se volvió hacia mí—. Soy Tyler, señora. Seré el
encargado de su protección en los próximos días. Por favor, hágame saber si
necesita algo.
—Vete —gritó Jared.
Tyler salió.
Entregué el documento a Jared.
—Tienes que llamar a ese abogado del que tu amigo André te habló.
Arrojó el documento sobre el mostrador de la cocina, cogió su teléfono y
marcó. Un segundo después le estaba diciendo a alguien que ordenara comida
para llevar.
Esperé hasta que colgó.
—Lo siento. —La culpa me estaba comiendo viva. Si no hubiera accedido a
reunirme con él en el restaurante, nada de esto habría sucedido, incluyéndonos.
—¿Por qué? ¿Vas a demandarme ahora? —Entró en el dormitorio.
134
Lo seguí.
—Eso no es justo. —No le dije a Dan que fuera un idiota y ciertamente no le
dije a Jared que lo golpeara.
Sacó una camisa de su cómoda, no dijo nada.
Me quedé allí sintiéndome indefensa.
—¿Qué vas a hacer?
—Ducharme. —Entró en el baño y cerró la puerta detrás de él.
Cogí mi bolso del mostrador de la cocina donde lo había dejado y busqué mi
celular mientras volvía al dormitorio. Cuando lo encendí, los mensajes de Dan
empezaron a llegar.
¿Dónde estás?
¿Qué demonios haces con ese imbécil?
¿Te fuiste?
¡Enciende el teléfono!
Maldita sea Sie, te amo, sabes que lo hago
No hagas esto
¡Me diste tu virginidad, eso significó algo!
Me encogí ante el último. Entonces dejé que mi indignación sacara lo mejor
de mí y le devolví los mensajes de texto.
25 millones. ¿De verdad? ¿Cuál es el problema, tu novia la animadora está
gastándose tu dinero?
Los tres pequeños puntos que decían que estaba enviando mensajes de texto
aparecieron de inmediato.
¡No PASÓ nada! ¡Te lo dije!
No lo creí entonces y no lo creía ahora. La simple verdad era que Dan
Ahlstrom era un cobarde autodenominado. Estúpidamente le respondí.
Como digas.
Su respuesta fue casi instantánea.
Ponte el anillo y el juicio desaparece
Mi estómago se derrumbó y la ira, ardiente y furiosa, floreció. Mis pulgares
volaron a través de la pantalla.
¿Chantaje? ¿Así es como consigues a las mujeres ahora? Eres patético.
135
No sabía en qué me había metido con Jared, pero sabía que él nunca me haría
lo que Dan estaba haciendo. Jared me había defendido en el restaurante.
Había ido conmigo a la oficina del entrenador. Él me dijo en silencio que
estaba allí para mí. Nunca me chantajearía.
Pero ahora Jared estaba siendo demandado, por mi culpa.
Cuando me senté en el borde de la cama, sosteniendo mi teléfono, otro
mensaje de Dan entró.
Usa el anillo
Yo sabía lo que no haría. Nunca volvería con Dan. Pero eso no era mi única
opción.
Jared salió de la ducha.
Ni siquiera alcé la mirada, porque si lo hacía, no tendría el coraje de decir lo
que tenía que decir.
—Esto es mi culpa. Nunca estarías en esta situación si no fuera por mí. Voy a
volver a mi casa. Puedes seguir con tu vida. —Con mi corazón quebrándose, mi
estómago anudado, me levanté―. Sé que las palabras son sólo letras unidas, pero
lo siento de verdad. ―Recogí mi bolso.
—¿A quién le estabas escribiendo? —preguntó, sin entonación en su voz.
Levanté la vista. Sus rasgos ásperos eran tan estoicos, que no podía notar si
estaba enojado y me dije que no importaba.
—Dan.
—¿Qué es lo que quiere?
Miré a Jared un momento. Con una sencilla camiseta gris y pantalones
vaqueros, con el cabello mojado, era el hombre más hermoso que jamás había
visto. Quería caer en sus brazos y olvidar todo excepto lo que se sentía ser el objeto
de su deseo. En su lugar, me dije que tenía que ponerme dura. Desbloqueé la
pantalla en mi teléfono y luego le mostré.
—Toma.
Tal vez si veía lo que había dado estúpidamente a Dan, no me respetaría.
Jared no hizo ningún movimiento para tomar el teléfono.
—Te estoy preguntando.
—Él quiere lo mismo que quería hace un mes. —Que patética—. Y si regreso
con él, dejará el juicio.
Jared soltó una carcajada. 136

—Esto no es gracioso. —Apagué mi teléfono y lo puse en mi bolso.


—No, no lo es, pero él es un jodido marica.
Un marica que abandonaría la demanda si dejaba de ver a Jared. No iba a
regresar con Dan, por nada, pero me alejaría de Jared si eso era lo que se necesitaba
para salvarlo de mi lío. Di un paso hacia la puerta.
—Oye —dijo con enojo Jared.
—Esto es lo mejor. Si no estoy cerca, Dan no tendrá ninguna razón para
demandarte.
Jared se acercó a mí y bajó la voz.
—¿Conoces la diferencia entre el estúpido mariscal y yo?
—¿Todo? —Su olor, limpio y tan, tan él me rodeó, y me dolió estar allí
mirándolo. Todo lo que quería era alcanzarlo.
Cálido y firme, sus dedos tomaron mi barbilla, y su intensa mirada atravesó
mi corazón.
—Sé lo que está parado delante de mí.
Oh Dios. ¿Por qué la vida era tan difícil?
—Jared...
—Me importa una mierda la demanda. No vas a volver con él. Deja que
pague los honorarios del abogado por la próxima década, no tengo veinticinco
millones. Tengo algo mejor. —Su pulgar acarició mi mejilla—. Y no la dejaré
marchar sin pelear.
Luché contra las emociones que amenazaban con romper lo que quedaba de
mi resolución.
—Algunas peleas es mejor dejarlas.
—Esta no.
Cada palabra que decía era perfecta. Él era perfecto. Perfectamente roto y
heroico y rudo, y no había una sola cosa que cambiaría de él, pero no podía dejarlo
hacer esto.
—¿Y si te pido que te vayas?
—Los marines no me enseñaron a ser un cobarde, Roja.
Vi la flexión subconsciente de sus hombros y el ligero movimiento de sus
músculos de la espalda, y quise llorar por él, por lo que había pasado. Pero
también comprendí la fuerza increíble que había tenido para sobrevivir. No
137
podrías enseñar esa clase de determinación.
—Estoy segura que eras un luchador antes de enlistarte.
Sonreí, pero todo lo que sentí fue tristeza.
Dejó caer la mano.
—La comida estará aquí pronto. Te vas a quedar. —Como si la vida se
plegara a su voluntad, sonó el timbre de la puerta.
Veintitrés
Jared
—Necesitas comer. —Puse la mano en su nuca, porque no podía no tocarla.
No había forma que fuera a dejarla ir con ese imbécil. Ya estaba ansioso como un
puto drogadicto por estar dentro de ella.
—Igual que tú. —A pesar de su camiseta y leggins, su tono era todo negocios
como si llevara ese traje rosa.
A cualquier otra mujer, la tendría de rodillas en el segundo que me dijera qué
hacer. O la dejaría tirada. No aceptaba órdenes de una mujer, jamás. ¿Pero esta
mujer? Tropezaba conmigo mismo por ella. Ni siquiera me importaba una mierda
la demanda. Sabía lo que mostraría esa grabación de video. Fue en defensa propia.
Deja que ese imbécil venga por mí. No encontraría mi dinero.
La guie a la cocina donde la había follado y mi polla se tensó.
138
—Siéntate.
Tomé mi billetera y atendí en la puerta al viejo tipo al que la asociación de
vecinos pagaba por vigilar el vestíbulo los fines de semana.
—Gracias, Con. ¿Cuánto?
El rostro de Con se arrugó con una sonrisa.
—Jared, mi amigo. ¿Cómo estás? —Me entregó la bolsa.
—Bien. ¿Pediste algo para ti? —Ese era nuestro trato. Yo lo llamaba, él se
encargaba de llamar al lugar de comida que yo quería, él pedía algo para sí mismo,
yo pagaba.
—Sí. Pollo chino picante. No es el estilo cubano picante. —Se rio—. Pero lo
aceptaré. Me libra de tener que cocinar más tarde.
Asentí.
—¿Cuánto costó?
—Cuarenta y siete, porque pediste extra. —A pesar de ser unos quince
centímetros más bajo que yo, intentó mirar sobre mi hombro—. ¿Tienes compañía?
Hay un guardaespaldas que sigue paseando por el vestíbulo. No es muy hablador.
Aunque vi que trabaja para André. —Se señaló el pecho—. Tiene la camisa.
Mierda. Debería haberle advertido sobre el tipo de Luna.
—Se llama Tyler. Estará por aquí unos cuantos días. —Me debatí sobre no
hablarle de Roja. La había subido por el garaje. Con podía comprobar las cámaras
de seguridad si tenía curiosidad, pero estaba contando con que estuviese pegado a
sus telenovelas—. Tengo un invitado que está evitando a los medios de
comunicación.
La expresión de Con se volvió seria.
—Sí. Vi que tú y tu amiga tienen un problema con el mariscal.
Cristo.
—Algo así. —Le entregué tres billetes de veinte—. Gracias por la comida.
Guardó el dinero, luego me golpeó en el hombro.
—Mantente fuerte, chico. Mantente fuerte.
—Siempre. —Cerré la puerta y encontré a Roja sentada en un taburete justo
donde habíamos follado. Era lo suficientemente perverso para excitarme por eso—.
Comida china. —Dejé la comida y tomé un par de platos y tenedores—. ¿Qué
quieres de beber?
—Agua, por favor. —Su tono formal estaba de vuelta. 139
Dejé un plato, una servilleta y los cubiertos frente a ella.
—¿Qué pasa?
—¿Le compras la comida a tu portero?
Tomé el agua.
—Unas cuantas veces por semana.
Dobló la servilleta y dejó el tenedor en el centro.
—Eso es muy agradable de tu parte.
Menuda broma. Si simplemente supiese que la verdadera razón era porque
no podía llamar a un número sin marcarlo mal las primeras quince veces. Me senté
junto a ella y serví comida en mi plato.
—Gracias por… —Miró el reloj de la cocina—. La cena. —Se sirvió poca
comida en su plato.
—De nada. —Tomé uno de los recipientes y eché la mitad en su plato—.
Come.
Abrió la boca para decir algo.
La interrumpí.
—Ni siquiera lo intentes. Nos saltamos el almuerzo, tu trasero es jodidamente
perfecto y necesitas comer. —Señalé su plato con mi tenedor—. Todo.
Dobló las manos en su regazo mientras me miraba.
—Eres un mandón.
—Y tú eres jodidamente hermosa. Permanece de ese modo. Come.
Una sonrisa tímida tocó sus labios y levantó el tenedor.
—Me gustaría llamar al abogado.
—A mí me gustaría que tú comieses desnuda.
Su tenedor se quedó a medio camino de su boca.
—Difícilmente pienso que esto es algo sobre lo que bromear.
—No estaba bromeando. —Jodidamente hambriento, tomé un gran bocado.
—Protegerte a ti mismo no es un juego.
—No estoy jugando. —La quería desnuda. Quería mirar sus tetas mientras
comía. Seguido de follarla, sería mi nueva definición de nirvana.
Se levantó. 140

—¿Vas a algún lado? —Arqueé una ceja y tomé otro bocado.


Se quitó mi camisa y comenzó a sentarse de nuevo.
Fingí no ahogarme con mi comida.
—Eso no es estar desnuda. —Joder, sus tetas eran hermosas.
Con un resoplido, puso la camiseta en el taburete, deslizó las manos por la
cintura del pantalón, lo deslizó por sus caderas y sus excitantes muslos. Luego
salió del pantalón y volvió a sentarse en el taburete. Eché un vistazo a mi corrida
seca en sus rizos pelirrojos y mi polla estuvo dura como una piedra.
Tomó el tenedor.
—Llama al abogado.
Jódeme. Sonreí, sonreí de verdad. Y se sintió jodidamente bien. Deslicé mi
teléfono hacia ella y luego pasé un dedo sobre su pezón.
—Llama tú.
Me dio una mirada seria, pero su pezón se endureció.
—Está bien. Pero tú vas a hablar con él.
Me incliné y puse mi boca sobre ella. Rodeando su duro pezón con la lengua,
esperé hasta que sus dedos se estuvieran deslizando por la pantalla, luego mordí.
—¡Ah! —Dejó caer el teléfono.
Rápidamente lamí el escozor y pasé un dedo sobre sus rizos.
—Llama.
Jugueteando con mi teléfono, abrió las piernas unos centímetros y se removió
en su asiento.
—Está sonando.
Chupé con fuerza y me eché hacia atrás hasta que su pezón salió de mi boca
con un sonido sordo. Mientras tomaba el teléfono le froté el clítoris.
—Barret —respondió una voz cortante.
Roja jadeó.
Me encantaba ese jadeo.
—Hola, soy Jared Brandt. Soy un amigo de André Luna. Me sugirió que lo
llamara.
—¿En qué puedo ayudarlo, señor Brandt?
Roja se sentó jodidamente quieta mientras arrastraba mi dedo por su húmedo 141
calor y rodeaba su clítoris.
—Estoy siendo demandado por Dan Ahlstrom y necesito representación.
Pausa.
Roja se agarró a la encimera y cerró los ojos.
Miré el teléfono para asegurarme que la llamada todavía estaba conectada.
—¿Hola?
El tono profesional de Barret fue reemplazado con incredulidad.
—¿Eres el tipo de los vídeos que golpeó a Strom?
—Fui provocado. —Incrementé la presión y un pequeño sonido escapó de los
hermosos labios de Roja.
Barret se aclaró la garganta.
—Ya veo. ¿De cuánto es la demanda?
—Veinticinco millones.
—¿Tiene tanto dinero?
—Ni de cerca. —Deslicé un dedo dentro del coño apretado de Roja.
—¿Resultó lastimado? —preguntó Barret.
—Soy un marine. —Roja separó los labios. Si no estuviese al teléfono, mi boca
habría estado sobre la suya.
—Sí, entiendo por la cobertura mediática que es un veterano herido en la
guerra, pero cuando el señor Ahlstrom le provocó, ¿fue herido físicamente?
Resoplé.
—No. —Quería follarla hasta mañana.
—No me está dando mucho con lo que trabajar, señor Brandt.
—Fue tres contra uno. —Quería que Red se subiese a mi regazo y se hundiese
en mi polla mientras le mordía los pezones.
—Sí, eso difícilmente pareció un problema para usted.
—No lo fue. —Podría haberme enfrentado a tres más como ellos.
Barret inspiró.
—No estoy seguro de cómo puedo ayudarlo, señor Brandt.
—Luna dijo que lo llamara. —El cabello de Roja cayó sobre sus hombros
mientras se frotaba contra mi mano.
142
—Sí, y aprecio su voto de confianza, pero quizás una firma mayor con más
experiencia con la liga tendría más éxito en llegar a un acuerdo que pueda pagar.
Jesús, Roja era hermosa.
—No voy a ser demandado por el equipo y no pretendo seguirle el juego a
Ahlstrom.
—Lo entiendo. Todo lo que estoy diciendo es…
—¿Está interesado o no? —Necesitaba hacer que Roja se corriera y no quería
estar pegado al teléfono cuando eso sucediese.
Barret suspiró lentamente.
—Está bien. Venga a mi oficina mañana a la mañana…
—Tiene que venir aquí. Los periodistas todavía están acampando frente a mi
puerta.
—Está bien. Puedo estar ahí mañana por la mañana, ¿a las ocho está bien?
—Eso funciona. —Moví el dedo dentro y fuera.
—Mis honorarios son doscientos cincuenta dólares la hora y tomo un anticipo
adelantado de doscientos dólares.
Él estaba en el negocio equivocado.
—Está bien.
—¿Su dirección?
Se la dije.
—Hay un par de puestos de estacionamiento para visitantes bajo el edificio.
El código del portón es mil novecientos noventa y nueve. Estoy en la planta
decimoséptima.
—Lo tengo. Lo veré mañana, señor Brandt.
Colgué y curvé el dedo.
—No estás comiendo, Roja.
Con sus ojos fuertemente cerrados y la cabeza gacha, las manos apretadas en
la encimera.
—Eres incorregible.
—El hecho que estés diciendo largas palabras mientras te estoy follando con
el dedo, significa que no estoy haciendo correctamente mi trabajo. —Incrementé la
presión.
Echó la cabeza hacia atrás y gimió.
143
—Eso está mejor. —Rodeé su clítoris con el pulgar, y justo cuando estaba
comenzando a apretarse, me aparté. Besando su mejilla, tomé mi tenedor—.
Necesitas comer.
Abrió los ojos de golpe.
—Tú… —Su pecho subió y bajó—. Lo hiciste a propósito.
Tomé un poco de carne con el tenedor y mastiqué lentamente.
—¿Qué hice?
Bajó la mirada entre sus piernas y prácticamente pude leer sus pensamientos.
—Adelante. —Sonreí—. Termínalo tú misma. —Mi polla pulsó solo con el
pensamiento de ello.
—Te encantaría, ¿no es así?
Como no creería.
—No tienes idea. —Tomé comida—. Empieza a comer.
—No estás desnudo.
—Recuerda eso la próxima vez que me digas qué hacer.
Tensó la espalda.
—No te lo dije. Te lo pedí.
—Lo mismo.
—¿Por eso eres tan bueno en la cama, porque eres un imbécil sexista y
mandón y necesitas compensarlo de algún modo? —Tomó su tenedor.
Maldita sea, no solo sonreí, sino que sonreí ampliamente. Como un idiota.
—Mujer, si me quito la ropa, no estarás comiendo arroz frito, y ya he hecho
que te saltaras dos comidas hoy. Por no mencionar que estarás increíblemente
dolorida. Come la puta comida.
—Cobarde. —Elegantemente dio un bocado.

144
Veinticuatro
Sienna
No podía creer que me hubiese quitado así la ropa, mucho menos comer toda
la comida que él me había servido en el plato. Nunca había estado cómoda
desnuda alrededor de nadie, ni siquiera yo misma. Mis caderas eran demasiado
amplias, mi estómago no era plano y mis muslos se tocaban en el medio. Pero
Jared me hacía sentir como si fuese hermosa.
Si me detenía a pensar en todas las mujeres con las que se habría acostado,
cómo probablemente las había hecho sentirse especiales a todas ellas, comenzaría a
hiperventilar.
—Suéltalo —espetó Jared.
—¿Disculpa?
—Dices eso cada vez que quieres cambiar de tema. Me escuchaste. —Recogió
145
nuestros platos y los dejó en el fregadero, pero luego no regresó y se sentó junto a
mí. Permaneció al otro las de la encimera y me miró.
Inhalé y comencé con lo obvio.
—Sé lo que dijiste antes, pero si salgo por la puerta la demanda desaparecerá.
—No va a suceder. El abogado ha sido llamado. Él lidiará con ello. He
acabado de discutir sobre esta mierda. Siguiente problema.
Me puse su camiseta, no segura si estaba impresionada por su confianza o
asustada de ella.
—No entiendo… esto. —No entendía lo que estaba sucediendo entre nosotros
o cómo sabía él que tenía más de un problema en mente. Tomé los leggins y me los
puse. Mi centro todavía zumbando por su toque, ardía por más de él, pero no
podía mirarlo. Si lo hacía, no querría decirle el resto de lo que estaba pensando.
Rodeó la encimera y entró en mi espacio personal. Bajando la voz a una
cadencia profunda, era seductor y fascinante, y aun así totalmente exigente.
—Comienza a hablar.
Respiré.
—¿Cómo lo haces?
—¿Hacer qué? —preguntó con la misma voz.
—Eso. Tu tono. Me hace querer decirte cualquier pensamiento que haya
tenido alguna vez, pero al mismo tiempo, es exigente, como si no tuviese la opción
de no decírtelo, excepto que ni siquiera estoy segura que me importe, porque estás
centrando toda tu atención en mí y me hace sentir… —Me detuve.
—¿Especial?
Suspiré.
—Sí.
—Lo eres. Ahora dime por qué estabas frunciendo el ceño mientras comías.
De repente, no estaba frente a un demandante Jared, o incluso un Jared
enfadado. Esta era una parte diferente de él, pero no podía estimarlo. No sabía qué
estaba sucediendo. Solo había conocido a este hombre desde hacía horas. Estaba
incómoda de un modo que hacía que se me tensara el estómago y respirara
entrecortadamente, aun así, estaba más relajada de lo que jamás había estado
alrededor de un hombre. Fue mi excusa para para preguntarle lo siguiente.
—¿Con cuántas mujeres has estado?
—No voy a decirte eso.
146
Oh Dios. Era porque eran muchas. Lo sabía. Me dije que lo sabía. Era un
acompañante, por amor de cristo, pero oh Dios mío, esto no se sentía bien.
—¿Más de cien?
Me estudió por un momento.
—¿La respuesta va a cambiar cómo te sientes?
Pensé en ello. ¿Lo haría? ¿Saldría por esa puerta si él se hubiese acostado con
quinientas mujeres? Lo haría. Lo sabía. Jamás dejaría pasar eso. ¿Pero cien? ¿Ciento
cincuenta? ¿Podía vivir con eso? ¿Ese era mi límite? Ni siquiera lo sabía, porque
tener esta conversación sobrepasaba por mucho mi zona de confort.
Así que le dije la verdad.
—Sí.
No dudó.
—No.
Una respiración que no sabía que estaba sosteniendo se liberó de mis
pulmones y mi pecho se alivió durante dos segundos completos antes que
comenzara a centrarme en números. ¿Cincuenta? ¿Setenta y cinco? ¿Estaba
mintiendo? ¿Podía confiar en él? ¿Alguna vez confiaría en él? ¿Qué pasaría si su
pasado salía a la luz y todos en el trabajo sabían que estaba saliendo con un
prostituto? ¿Y si el entrenador averiguaba eso de su pasado? ¿Perdería mi trabajo?
¿Cuánto podría vivir con el pequeño montón de dinero que papá me dejó? Está
bien, podría vivir un tiempo mientras fuese cautelosa, pero ese no era el tema. ¿El
pasado de Jared estaba en el pasado? Había tenido una clienta a su disposición y
una llamada a los pocos minutos anoche. Lo que quiero decir, lo entendía, él era
increíble. No conocía a ninguna mujer que no quisiera exactamente lo que yo había
tenido toda la tarde. Pero, aun así.
—Sienna.
Mi nombre salió de su lengua como si fuese el único hombre destinado a
decirlo e hizo que me doliese el pecho.
—Me gustas —dejé salir—. Pero esto es difícil, y estoy confusa y pensé que
entendería cien, pero no lo hago. No realmente. No entiendo por qué venderte por
dinero era atractivo, pero lo peor es que no te veo haciéndolo. Sé que dijiste que no
sacara a colación a Alex, pero él es diferente. Con él se trata todo de dinero. Puedes
notarlo. Pero tú no eres así. Ni siquiera te estremeciste cuando te dije que estabas
siendo demandado por veinticinco millones. Es como si ni siquiera te importara el
dinero.
147
—No lo hace.
—¿Entonces por qué ser un acompañante?
—Te lo dije.
—¿Porque la mayoría de tu espalda tiene cicatrices? ¿Eso qué quiere decir?
No lo entiendo. Y quiero entenderlo, porque no quiero simplemente salir por esa
puerta y no volver a verte. —Odiaba pensar en ello, mucho más decirlo, pero no
era estúpida. Una relación estable y saludable no comenzaba con dos extraños
teniendo sexo. ¿Verdad?
Sus fosas nasales se ensancharon, su mandíbula estaba apretada y su tono
pasó de cero a cortante en dos segundos.
—No voy a darte un número y no voy a lloriquear sobre Afganistán o ser
herido. Si quieres un maldito maricón que llore en tu regazo, entonces deberías
largarte ahora mismo.
Me enfurecí, pero entonces lo vi. No estaba viendo al marine que había
derribado a dos jugadores de fútbol que lo superaban en más de veinte kilos.
Estaba mirando al hombre que se veía tan inseguro como yo me sentía. Así que
ignoré su tono e ignoré sus palabras sobre irme, y me centré en la única cosa que
pensaba que sería mi mayor obstáculo.
—Difícilmente creo que llorar en mi regazo constituya una comunicación
efectiva.
—No uses ese maldito tono serio conmigo. Sabes exactamente a lo que me
refiero.
Me mantuve firme.
—Quiero un número.
—No llevé la maldita cuenta.
—¿Entonces cómo sabes que son menos de cien?
Suspiró.
—Por los clavos de Cristo.
No dije nada.
Se llevó las manos a las caderas.
—¿Vas a ignorarme?
—Si es lo que tengo que hacer. Pero preferiría una respuesta directa así puedo
ir a ducharme. —Lo estaba provocando, del mismo modo que él me había 148
provocado anoche en el ascensor. Quizás no tuviera mucha experiencia con los
hombres, pero sabía mis limitaciones, y no podía manejar a nadie con el que no
pudiese hablar.
Arqueó una ceja y un lado de su boca se elevó.
—¿Te sientes sucia?
El cambio de su tono, de molesto a puro sexo, me hizo querer morderme el
labio, pero permanecí completamente quieta.
—Si quieres saberlo, sí.
—Me gustas sucia. —Sonrió.
Me temblaron las rodillas.
—Estoy llegando a entenderlo.
Sonrió.
—¿Todavía queriendo ignorarme?
Su sonrisa, sin tapujos y devastadora, era increíble. ¿Pero cuando se veía
como se veía ahora mismo, como si no estuviese llevando el peso del mundo sobre
los hombros? Oh Dios mío, no tenía defensa para proteger mi corazón de él.
—Sí.
—Bien. Ve a la ducha.
Fingiendo que mi corazón no estaba latiendo salvajemente y mi estómago no
se estaba tensando, arqueé una ceja.
—¿Luego me lo contarás?
Bajó su tono.
—Luego te llevaré a la cama.
Ese tono y su intensa mirada eran mi perdición.
—No voy a dormir contigo —mentí.
—¿Quién dice que te voy a dejar dormir? —Guiñó un ojo.
Fingiendo, puse una mano en la cadera.
—Tienes suerte que no sepa tu segundo nombre.
—Jacob.
¿Había algo que no fuese sexy en este hombre? Fingí un suspiro.
—Está bien, Jared Jacob Brandt. Voy a ir a la ducha. Luego me dirás lo que
quiero saber.
La incredulidad iluminó sus ojos ambarinos. 149

—¿Estás mandándome otra vez?


Oh Dios. Pensé en decir que no, pero los músculos de mi interior temblaron
repentinamente. El recuerdo del calor picando mi trasero estaba haciendo que
quisiera bajarme el pantalón y le suplicara que me diera nalgadas hasta que llegara
al orgasmo.
—Ni lo soñaría.
Entrecerró los ojos mientras inclinaba la cabeza.
—Sabes que puedo notar cuándo estás mintiendo, ¿cierto?
—No, no puedes. —Espalda tensa y mirada fija, no tenía indicios. Después de
años de experiencia con las mujeres de la iglesia y luego los jugadores de fútbol,
había aprendido a no hacerlo.
—Lenguaje corporal, Roja. —Me golpeó ligeramente el trasero—. Ve a la
ducha.
—No tengo ningún… —Nunca llegué a decir el resto de la frase.
Alguien golpeó la puerta de entrada de Jared.
—¡Sienna!
El rostro de Jared se arrugó con furia mientras su teléfono sonaba.
Me dio un vuelco el estómago.
—Es Dan.
—Sé quién es. —Tomó su teléfono—. Ve a la habitación.
¿Qué? No.
—No voy a esconderme.
Me dio una mirada de advertencia.
—Si quieres hablar con este imbécil, hazlo en tu tiempo. Pero cuando aparece
en mi puerta, este es mi momento. —Alejándose, respondió al teléfono—. ¿Cómo
demonios logró pasar?... No me importa una mierda si hay diez de ellos. ¡Haz tu
puto trabajo! —Colgó y se dirigió a la puerta de entrada.
—Jared, espera. —Oh Dios mío. No quería que atendiera a la puerta.
Ni siquiera se detuvo. Abrió la puerta de golpe.
—Simplemente dame una razón, maldito imbécil.
Tenía el cabello despeinado, el pecho moviéndose pesadamente, sus ojos
negros y morados, Dan miró sobre el hombro de Jared. Puso su mirada frenética
150
sobre mí, y en el momento que se dio cuenta de mi vestimenta, su gesto decayó.
—Sie, no hagas esto. —Agarró el marco de la puerta.
—Ella no está haciendo una mierda —masculló Jared—. Pero yo lo haré si no
te marchas ahora mismo.
Di un paso adelante.
Como si tuviese ojos detrás de la cabeza, Jared masculló una orden con
advertencia.
—No des otro paso, Sienna.
—Puedo luchar mis propias batallas. —Miré a Dan—. ¿Una demanda y
chantaje? ¿Qué ha pasado contigo?
—Vamos, Sie. Simplemente habla conmigo. Solo ven conmigo y resolveremos
esto. —Suplicó como un niño destrozado—. No tienes que hacer esto. Me dijiste
que me amabas. Sabes que te amo. Todavía tienes mi anillo. Ambos sabemos lo que
significa eso. No nos traiciones de ese modo.
Jared gruñó.
Estaría mintiendo si dijese que no tuve una punzada de simpatía por Dan.
Sabía lo que estaba mirando. Sabía cómo se sentía esa clase de dolor. Pero solo lo
supe por él. No estaba traicionando a Dan. Estaba traicionando al hombre con
cicatrices en su espalda que hoy lo había arriesgado todo por mí. Inspirando, hice
lo que tendría que haber hecho en el momento en que Dan golpeó a la puerta.
Caminé a la habitación de Jared.

151
Veinticinco
Jared
—¡Sie! —La llamó con su estúpido apodo.
Apunto de perder mi maldito control, contuve las palabras.
—Vete mientras todavía puedas caminar. —Quería matarlo.
El rostro del imbécil se contorsionó de rabia y dejó de rogar como un marica.
—Yo fui su primero. Sé quién demonios eres. ¿Crees que ella va a elegir a un
desempleado y roto veterano de guerra por encima de mí? Adelante. —Apuntó un
dedo a mi pecho—. Cuenta tus días con ella. Ya le di un anillo. Va a regresar
conmigo.
Enojado, agarré su muñeca.
La puerta a las escaleras se abrió y Tyler, Luna y algún otro imbécil en Luna y
Asociados entraron corriendo. 152
—Brandt —espetó Luna—. Las cámaras.
Mis fosas nasales se abrieron, con rabia, apreté mis dientes y mi agarre.
Luna se paró al lado del jodido mariscal.
—Aunque pensándolo bien, adelante, amigo. —Su mano descansó sobre su
arma enfundada.
—Sí, adelante —espetó el mariscal—. Veremos qué pasa cuando seas
arrestado y no estés alrededor para jugar a la casita con ella.
¿Él fue su primero? ¿Este jodido imbécil fue su primero? Enojado, no podía
hablar.
—¿O? —Se encogió Luna de hombros—. Puedes dejarlo ir. Ya se ha jodido a
sí mismo.
Lo solté.
—Quédate tranquilo. —André movió su mentón hacia las cámaras—.
Tenemos lo que necesitamos.
Presionó su intercomunicador en la oreja.
—La escalera. Detenido… cambio. —Apuntó hacia mí—. Nos encargaremos
de él. La policía está en camino.
Ella tenía su jodido anillo. No había dicho nada cuándo él había dicho que la
amaba. Nada. Tenía su jodido anillo.
Estrellé mi puño en la pared. El muro se rompió y una foto cayó al suelo. Ella
vino corriendo del cuarto
—¿Qué pasó? —Unos sorprendidos ojos verdes observaron la pared y mis
nudillos raspados—. ¿Jared? —Se acercó a mí.
—No —espeté.
Ella miró a Luna y a Tyler y su rostro se puso rosa, exactamente como su
trasero bajo mi mano.
La rabia retorció mi voz.
—¿Qué le diste?
Ella cruzó sus brazos sobre sus senos sin sujetador.
—¿Qué?
—¿Qué le diste? —grité.
—Brandt —advirtió André.
153
No. al diablo con él. Al diablo con ella. ¿Le dio a ese jodido pedazo de mierda su
virginidad y le dijo que lo amaba? Estaba perdiendo la cabeza. No me importaba una
mierda las vírgenes. Nunca quise esa responsabilidad. Follaba y lo hacía duro.
¿Pero Roja con ese jodido imbécil? ¿Usando su anillo? Esos no eran unos
adolescentes de dieciséis tonteando en la parte de atrás de un auto. Ella se había
guardado a sí misma. Se había guardado para él.
Su espalda se enderezó como si tuviera su puto traje puesto y estuviera
hablando con su maldito jefe.
—No le di nada. Estabas ahí mismo.
—¿Cuánto tiempo estuviste con él? —mascullé—. ¿Por cuánto tiempo saliste
con él?
La confusión nubló su rostro.
—Por tres meses, hace un par de meses, pero no veo cómo eso…
—¡Tienes veinticuatro! —La rabia me inundó. Se había entregado a ese
imbécil y luego contrató a Vega como si fuera un pedazo de culo muy
experimentado. No estaba furioso, estaba colérico. Enojado de no haber sido yo
quien tomara su inocencia. Enojado porque se había acostado con Vega, y
diabólicamente furioso ante la verdad que Ahlstrom me había arrojado a la cara.
Era un estafador sin un jodido empleo que no podía leer. Nunca había sido
suficiente para ella.
Inestable, apenas y miré a André.
—Sácala de mi casa.
—Entendido. —André asintió una vez.
—¡Jared!
El sonido de mi nombre saliendo como una súplica de sus labios me cortó
como un jodido cuchillo, pero no la miré. Ya estaba entrando a la cocina. Un
segundo después, la botella estaba en mi mano y estaba bebiendo.

154
Veintiséis
Sienna
Me quedé de pie en el cuarto, sin recordar cómo había caminado hasta aquí.
—Señora. —André mantuvo un contacto visual deliberado—. Voy a necesitar
que venga conmigo. —De pie con sus piernas separadas, una mano agarrando la
muñeca de su brazo opuesto, se veía igual que Jared en la oficina del entrenador.
Mi estómago se revolvió.
—¿Qué está haciendo?
—Voy a encargarme de su seguridad ahora, señora. —Inclinó su barbilla
hacia mi maleta—. Por favor tome sus cosas.
Me molesté. Golpeé mi puño en la pared, molesta.
—Al diablo con eso. —Apunté a la puerta antes de poder pensar en lo que
quedaba de mi dignidad. 155
André se paró enfrente de mí.
—No lo haría si fuera usted.
No, no iba a dejar que hiciera esto.
—Voy a hablar con él, ahora mismo. —Intenté pasar a su lado, pero se movió y
un completo pánico tomó el control—. ¡Salga de mi camino!
Él inhaló, y por un momento, su máscara militar tomó sitio y me miró de una
forma que conocía muy bien, quise vomitar.
—Lo siento, señora, él ha decidido no involucrarse con usted.
¿Involucrarse? ¿Involucrarse? ¿Como si fuera una misión o un objetivo o
cualquiera otra mierda que lo llamaran los marines?
—No soy un objeto que puede hacer a un lado. ¡Dígale que vuelva aquí y
hable conmigo! —Mi mundo estaba derrumbándose más rápido de lo que podía
sujetarlo.
—Esto ya está decidido, señora. Por favor apúrese y tome sus cosas. Me
gustaría dejarle en claro los argumentos antes que la policía llegue.
—¿La policía? —Oh Dios mío—. ¿Qué pasó entre él y Dan?
—La ropa, señora.
—¡Dígame qué pasó! —Mi corazón se aplastó cien veces peor que con Dan,
no podía respirar.
—Todo está bajo control, señora, pero es hora que se vaya.
Tomé aire. Luego otra vez. Esto era mi culpa. Me había puesto aquí.
¿Qué tan estúpida había sido para confiar en él? ¿Para pensar por un minuto
que cambiaría lo que Jared era? ¿Después de haberlo conocido durante horas? ¿Qué
creí que sucedería? ¿Que cogeríamos como conejos hasta que el sol saliera hacia
una perfecta vida feliz?
No estaba loca, estaba clínicamente demente. Peor, era exactamente lo que
nunca quise ser. Patética.
Luchando con las lágrimas, saqué ropa de la maleta y mi bolsa con
implementos de aseo que usaba para viajar, la cual André debió tomar de mi baño.
Corrí al baño, sintiendo que cada rincón de mi vida había sido ultrajada. Mi
corazón, mi orgullo, mi privacidad, mi trabajo, todo. Nada quedaba intacto, y no
tenía a nadie para culpar excepto a mí misma.
Cepillé mi cabello. Cubrí mis pecas con maquillaje. Hice lo siempre había
hecho cuando mi vida se derrumbaba a mí alrededor. Puse una fachada. La misma 156
que había puesto en el funeral de papá. La misma que usé en el trabajo el día
después que Dan rompió mi corazón. Pero esas veces, mi labio no estaba
temblando. Esas veces tuve dónde estar los días de la semana. Esas veces, no sabía
lo que sentía tener unos ojos marrones mirándome como si fuera especial.
Me había jurado que nunca sería así con nadie más. Perder a papá me
rompió. El dolor fue por los abrazos perdidos, las cenas los domingos y las
sonrisas arrugadas. Fue saber que estaba sola en este mundo.
Pero ponerme unos jeans que alguien había doblado cuidadosamente y
puesto en una maleta para mí, esto no era ese dolor. Esto estaba aplastando mi
pecho. Esta era la clase de pánico que me hacía querer correr a unos brazos
conocidos fuera de aquí. Brazos que estaban ahí afuera, pero no querían
abrazarme. Esto no era dolor. Esto era desesperación.
Y lo odiaba.
Un golpe sonó en la puerta.
—¿Señora? ¿Está lista?
Mis manos temblorosas abotonaron una blusa de seda que me solía gustar.
—Sí. —Abrí la puerta y mi bolsa de implementos de aseo se cayó de mis
manos. El espejo de mi polvo compacto se destrozó en el mármol y mis horquillas
para el pelo se esparcieron.
—No te muevas. —Un hombre que había conocido en un estacionamiento
hace unas horas, me cargó, me sacó del baño y me puso en la alfombra como si se
preocupara por lo que me sucediera—. Colócate unos zapatos. —Agarró la
camiseta que había dejado en la encimera y luego se agachó para limpiar el
desastre.
Miré la puerta.
Sabía que él estaba ahí afuera. Podía sentirlo, como podía sentir el recuerdo
de sus manos sobre mi cuerpo.
—Chica —dijo André suavemente.
Estaba mirando al hombre con cabello marrón cortado prolijamente y ojos
cafés, quien era tan apuesto como Jared, pero mi corazón no reaccionó.
André miró a la puerta e inhaló.
—Él está protegiéndote.
—¿De qué?
—De él mismo. —Puso mi bolsa en mi maleta, cerró la cremallera y tomó el
asa—. Vamos, salgamos de aquí. 157
No quería ir. Quería entender por qué me estaba dejando por fuera. Quería
sabía qué había sucedido y quería dejar de alejarme antes que Dan se fuera. Quería
muchas cosas, pero no me quedaban opciones.
Con una mano en mi espalda, André me llevó por el pasillo y hacia la puerta
principal, pero cuando lo vi me congelé.
En el balcón, él miraba el océano. La luna proyectaba un millón de brillos de
luz a lo largo de la superficie ondulante del agua, pero proyectaba sombras sobre
su espalda cicatrizada. Mi garganta ardía, mis ojos se inundaron y no quise darle la
satisfacción de verme alterada, pero estaba moviéndome al balcón, antes que mi
sentido común me dijera que parara.
La puerta corrediza estaba abierta y la sal del aire sopló perezosamente como
si no supiera que mi vida era un caos. No salí al balcón. Mi mano se empuñó y
chocó con el vidrio. Luego espeté lo único que sabía que podría herirlo.
—Eres un cobarde, Jared Jacob Brandt.
Las palabras rompieron mi corazón y el impacto picó en mi mano, pero Jared
nunca me miró.
Dándome la espalda, con un tatuaje cubriendo su bíceps derecho, ni siquiera
se estremeció.
No me quedaba dignidad, pero cuadré mis hombros igual. Mordiéndome la
lengua para evitar seguir llorando, pasé al lado de un sorprendido André y Tyler y
salí.
Golpeé el botón del elevador sin tener ni idea qué estaba haciendo.
La mano de André se cerró sobre mi hombro, apretó una vez, luego me soltó.
Sentí que estaba cayendo.
No recordé bajar hasta el garaje. Ignoré las patrullas de policía estacionando y
los medios de comunicación en la puerta gritando mi nombre. No sabía cómo Dan
los había pasado, y no me importó. Lo odiaba. Le había dicho algo a Jared, estaba
segura, pero me dijo que no importaba. Me dije que un hombre que era tan
fácilmente persuadido no era un hombre digno de mí.
André me llevó a una camioneta negra con vidrios tintados y me puso en el
asiento del copiloto antes de sentarse tras el volante.
—Voy a llevarte a Luna y Asociados.
—Quiero ir a casa.
—Tengo apartamentos seguros para los clientes. Estarás a salvo de los medios
158
ahí.
—No soy tu clienta. —No le había pagado cinco mil dólares para que se
acostara conmigo.
Me miró.
—Brandt es mi hermano.
Miré por la ventana a los medios tomando fotos mientras pasábamos.
—No sabía que tenía hermanos.
—No biológicamente. Los Marines, señora. —Estacionó en la calle y apagó el
motor.
—¿Qué le pasó?
—Es algo que tendrá que preguntarle usted.
—Lo hice. Dijo que fue un explosivo.
André asintió.
—Así fue.
—¿Estuvo ahí?
—No en el Humvee, no.
Dejé el tema porque no sabía qué estaba preguntando o por qué importaba.
—¿Qué pasó con Dan?
—Ahlstrom está siendo detenido. Lo que suceda ahora depende de la policía.
Fruncí el ceño.
—Lo dejaran ir.
—Posiblemente. —Condujo rápido, pero controló el enorme vehículo.
—Si me llevas a tu oficina, ¿entonces qué?
—Duermes —dijo concisamente, como si fuera la respuesta a todo.
—Eso no arreglará nada. —Quería la comodidad de mi propia cama, pero
tampoco quería lidiar con los medios.
—No estoy seguro que se pueda arreglar, señora. Los medios encontraran
otro escándalo que seguir en un día o dos.
Ahora yo era un escándalo.
—¿Y hasta entonces?
Mostró una sonrisa, amplia, carismática y de dientes blancos.
—Hasta entonces, eres la mujer que despreció al mariscal de campo favorito 159
de Miami.
Veintisiete
Jared
Con mi cabeza martillando como el infierno, miré fijamente mi teléfono. El
arrepentimiento me consumía como una herida abierta.
—Señor Brandt, ¿se involucró en algún momento con el Sr. Ahlstrom cuando
se presentó aquí anoche?
El abogado, Mathew Barrett, lucía jodidamente joven, y era la viva imagen
del puto Clark Kent.
—¿Cuántos años tienes?
—Lo que me falta en edad, lo compenso en experiencia. Por favor conteste la
pregunta.
Ella no había llamado. No es como si esperara eso de ella.
—No lo toqué. —El mariscal de campo tenía suerte de seguir vivo. 160
—El señor Luna dijo que usted le agarró la muñeca en defensa propia?
—Vea los videos. —Estaba seguro que Con los tenía—. El portero de la planta
baja puede conseguirles una copia. —¿Por qué diablos la eché? Debí haber hablado
con ella. Debí haber hecho un montón de mierda que no hice.
—Sí, él está trabajando en eso en estos momentos mientras hablamos.
Jodidamente genial.
—¿Algo más? —Me puse de pie. Ya no podía seguir sentado.
Necesitaba saber dónde estaba ella. Necesitaba tocarla. Una noche sin ella y
me importaba una mierda quién tomó su virginidad.
—A la luz de los acontecimientos de anoche, creo que tenemos un argumento
sólido para conseguir que dejen la demanda. Si no es así, voy a recomendar una
contrademanda. Mientras tanto, le aconsejo que presente una orden de restricción
temporal.
—No. —Necesitaba ir con ella.
—Señor Brandt…
—No voy a presentar ni una mierda. —Qué gran broma. Podía cuidar de mí
mismo.
—Es un proceso simple que asegura…
—Le dije que no. —¿Estaba jodidamente sordo?
Dejó su pluma y su maldito bloc de notas color amarillo y me miró como si
estuviera a punto de decirme que alguien había muerto.
—Una última pregunta.
Sabía lo que estaba a punto de venir. Incliné mi barbilla.
—¿Cuál es su ocupación?
Ni siquiera parpadeé.
—Estoy retirado de la Marina por causas médicas.
Con sus codos en sus rodillas y las manos cruzadas, asintió.
—Entiendo eso. ¿Qué más haces para obtener ingresos? Y le recuerdo que
tiene el privilegio abogado-cliente. Todo lo que diga es confidencial.
Confidencial mi culo.
—¿Quién se lo dijo?
—Es mi trabajo defenderlo, pero no puedo ser eficaz si no estoy armado con
la verdad. 161
—Maldito Luna. —No tenía que adivinar.
Clark Kent suspiró.
—El sugirió que puede estar en riesgo.
Jesucristo, que imbécil.
—¿Qué tipo de riesgo?
—No dio más detalles, pero supongo que hablaba de la clase que podría
llevarlo a la cárcel. No estoy seguro de lo que hace, y es por eso que estoy
preguntando. Necesito saber si esto va a tener repercusiones.
—Ser acompañante no es ilegal. —Pero mi pasado fue en gran parte la razón
por la que la alejé anoche. Mucha mierda caería sobre ella en un puto segundo si se
sabía con quién estaba saliendo.
Él frunció el ceño.
—¿Es eso lo que estaba haciendo con la señorita Montclair?
—No —arremetí—. Ella no tiene nada que ver en esto.
—Con el debido respeto, ella tiene todo que ver en esto.
—No es una clienta —dije entre dientes.
Él muy calmado asintió.
—Entendido. —Levantó un dedo y luego se detuvo un segundo—. Pero me
preocupa que su… ocupación vaya a ser un problema con respecto a esta
demanda.
—¿Cómo diablos lo que hago en mi tiempo libre afecta todo esto?
—Señor Brandt, una búsqueda de diez minutos anoche me mostró evidencia
de su visita dos veces al año a las Islas Caimán, y a la luz de su reciente admisión,
no es una conjetura apresurada pensar que está poniendo dinero en una cuenta en
el extranjero. Estoy seguro que el asesor legal del señor Ahlstrom podría encontrar
la misma información.
¿Qué carajo? ¿Me había investigado?
—¿Y? Me gusta ir de vacaciones. —Con seis meses de pagos en efectivo que
depositaba en una cuenta en el extranjero y era la única secuencia numérica que
me había obligado a memorizar.
—¿Durante veinticuatro horas cada enero y junio?
Maldita sea.
No tengo veinticinco millones, y si los tuviera, ese niñita del mariscal sería la
162
última persona a la que le daría un centavo.
Clark puto Kent levantó una mano.
—Entendido. —Arrojó su pluma y bloc en un bolso estilo mensajero y se
paró.
¿Qué clase de abogado tenía una maldita bolsa de mensajero?
—Simplemente haga su trabajo.
—Lo haré. —Me miró—. Absténgase de cualquier interacción sexual a cambio
de dinero hasta que esto termine.
—No soy una jodido prostituto. —Ya no. Mi pene ni siquiera se ha puesto
duro desde que ella me llamó cobarde y se fue.
Con su molesta expresión seria, asintió.
—La próxima vez que algo ocurra, como que el señor Ahlstrom irrumpa en
su edificio, o cualquier otro jugador de fútbol, para el caso, llámeme. —Se dirigió a
la puerta—. Estaré en contacto.
—Haga eso. —Yo sabía que estaba siendo un puto dolor en el culo. El
problema era que simplemente no me importaba.
Al segundo que cerré la puerta detrás de él, estaba tomando mi teléfono del
trabajo.
Encendiéndolo, ignoré todos los mensajes que comenzaron a aparecer y eché
un vistazo a los cuarenta y siete números que había ingresado dolorosamente a lo
largo de tres años. Había gastado dos de los grandes en una identidad falsa para
obtener este puto teléfono. Un teléfono que no se pudiera rastrear a mi nombre
real. Un teléfono que había sido mi vida durante tres años.
Saqué la tarjeta SIM y la destrocé. Luego entré en el balcón, rompí el teléfono
en pedazos y los arrojé sobre la puta barandilla. Los últimos tres años de mi vida
cayeron y se mezclaron con los escombros que cubrían la playa desde el huracán.

163
Veintiocho
Sienna
André dio vuelta en mi vecindario.
—Para que conste, chica, creo que esto es una mala idea.
—Ya lo has dicho. —Me había dicho una docena de veces que ir a casa era
una mala idea. Había entrado a sus oficinas esta mañana temprano en busca de él,
porque no había pegado un ojo—. Agradezco la hospitalidad, pero necesito ir a
casa. —No quería estar alrededor de veinte hombres, todos vestidos como André,
quienes actuaban como los ex marines que eran. Todo lo que hacían era
recordarme a Jared.
—Te pudiste haber quedado en el apartamento hasta que esto se calmara.
—Gracias, pero ya te he hecho pasar por mucho. —Una camioneta de noticias
aceleró y nos pasó.
164
André disminuyó la velocidad.
—¿Hay algo que no me estás diciendo?
Otra furgoneta de noticias se detuvo detrás de nosotros y tocó la bocina.
—No. —Miré por la ventana de atrás mientras el temor comenzaba a
llenarme—. ¿Qué está pasando? —La segunda furgoneta pasó por delante de
nosotros y giró en mi calle.
—Espera. —André tomó su teléfono y marcó—. ¿Cuál es tu ubicación?
Necesito ayuda. Reconocimiento —dijo a la persona en la línea mi dirección—.
Entendido. Esperaré. —Colgó y luego hizo un giro en U cambiando de sentido.
—¿A dónde vas? Mi casa es hacia el otro lado.
—Estoy dando vueltas hasta que descubra qué están persiguiendo los
equipos de noticias.
Mi estómago se retorció.
—Le diste a alguien mi dirección.
—Sólo hago mi trabajo, chica.
Había dejado de llamarme señora anoche después que me dejó en un
apartamento completamente amueblado. Le había preguntado lo que Dan había
dicho a Jared, pero no me lo dijo. Él solo me apretó el hombro y me dijo: “Descansa
un poco chica”.
—No te contraté —le recordé. Ni siquiera sabía si podía pagarlo.
Con su flota de camionetas deportivas en el garaje de su edificio, y todos los
hombres que usaban polos de Luna y Asociados, estaba segura que, si tenías que
preguntar cuánto cobraba André, entonces no podías permitirte el lujo de
contratarlo.
—Todavía te voy a proteger como si lo hubieras hecho. —Su teléfono sonó y
él respondió con una orden—. Reporte. —Escuchó por un momento—. Copiado.
Un soporte, un respaldo, vehículos separados. Una sombra en el perímetro. Cinco
minutos. —Colgó—. Tienes compañía en tu casa.
Mi estómago dio un vuelco.
—¿Quién? —pregunté, pero podía adivinar.
Tomó un auricular de la consola central y la puso en su oreja.
—Las placas están registradas a nombre de Kenneth DeMarco.
Sorprendida, fruncí el ceño.
—¿No es Dan? —¿Que estaba haciendo el entrenador en mi casa? 165

—No tengo confirmación. El vehículo está en el camino de entrada, pero las


ventanas están tintadas. —Me miró—. El gerente general del equipo ha convocado
a una rueda de prensa.
Oh Dios.
—¿Para qué?
—Estamos a punto de averiguarlo. —Dio la vuelta a la manzana y dos
camionetas negras idénticas a la que estábamos voltearon en mi calle. Al igual que
una rutina de banda de marcha bien coordinada, una iba frente a nosotros y la otra
detrás, los parachoques prácticamente se tocaban. Todos llegamos a mi casa.
Una docena de equipos de noticias, con sus camionetas y reporteros, cubrían
mi calle.
—Oh, Dios mío —susurré, mirando a todos ellos.
—Escúchame, chica.
Empecé a entrar en pánico, un pánico verdadero. Mi corazón se aceleró, mi
respiración se entrecortó, una docena de escenarios empezaron a correr por mi
cabeza, de los cuales no menos importante era que estaba siendo despedida por
contratar a un prostituto.
André tocó su auricular.
—Veinte segundos. —Me agarró del hombro—. Chica.
Arrastré mis ojos lejos del circo en que se había convertido mi vida.
—Estoy en problemas. —Mi voz tembló.
—No sabes eso. Voy a sacarte del vehículo y después voy a llevarte al
interior. No mires hacia arriba, no respondas a cualquier pregunta, no te detengas.
Camina rápidamente, pero normal. ¿Quieres que DeMarco tenga acceso al interior
de tu casa?
¿Quería? El entrenador nunca había estado en mi casa. Yo nunca lo había
visto fuera del complejo.
—Supongo.
—Necesito una respuesta.
—Está bien.
—Llaves. —Él le tendió la mano.
Con las manos temblando, las saqué de mi bolso.
Tomó las llaves y me dio una mirada de advertencia.
166
—No sé quién más está en el vehículo.
Comprendí lo que estaba diciendo y no iba a dejar que Dan entrara en mi
casa.
—Sólo el entrenador puede entrar.
—Entendido. Espera a que abra tu puerta. —André presionó el auricular
mientras escaneaba rápidamente la calle y la camioneta del entrenador en mi
entrada—. Avancen. DeMarco tiene permitido el acceso. —Se bajó del vehículo, y
exactamente al mismo tiempo, los conductores de las otras dos camionetas negras
salieron. Ambos con el mismo atuendo que André, ellos lo flanquearon mientras
me abría la puerta.
Con los flashes destellando, y gritando mi nombre, los reporteros corrieron a
nosotros.
—André. —Me entró el pánico.
—Perímetro. —André espetó por encima de su hombro.
Los dos hombres se voltearon hacia los reporteros. Uno de ellos dijo:
“Propiedad privada”, mientras el otro dijo: “Atrás”. Ambos extendieron sus brazos
como si yo fuera un funcionario del gobierno.
André tomó mi mano y me ayudó a salir del vehículo. Sin soltarme, puso su
brazo alrededor de mis hombros y me llevó hacia la puerta de mi casa. Los
reporteros me gritaban preguntas sobre Dan, sobre Jared, sobre el equipo, sobre el
propietario.
Pasamos el viejo Ford Expedition del entrenador y las cuatro puertas se
abrieron a la vez.
Los reporteros volaron en un frenesí mientras el entrenador, Dan, TJ y
Sunshine salían.
—Dios mío —murmuró André, entonces él gritó a uno de sus hombres—.
Tyler.
—Ya estoy en eso. —Tyler se acercó.
El entrenador y sus jugadores caminaron hacia mi casa. Sus pasos eran
relajados, pero con propósito, como si se hicieran cargo de este tipo de histeria
mediática todo el tiempo, pero pude ver la tensión en los hombros de Dan
mientras se metía las manos en los bolsillos.
Tyler los interceptó.
—DeMarco solamente.
Dan se detuvo, pero me miró, y por un momento, fue el hombre con el que 167
había estado en cama a altas horas de la noche y hablado acerca de su crianza en
Oklahoma.
—Sienna —dijo, lo suficientemente bajo para que sólo nosotros
escucháramos—. Esto es importante. Por favor, deja que el entrenador y yo
entremos. No estoy aquí para causar problemas. —Con sus ojos ennegrecidos, con
la nariz todavía hinchada, no estaba pidiéndolo desesperado como anoche en casa
de Jared.
Miré a André mientras abría la puerta.
—Usted manda, señora. —Me hizo pasar apenas por el umbral e ingresó el
código de la alarma que le había dado.
Tomé una decisión precipitada.
—Dan puede entrar solamente si te quedas.
—Entendido. —André asiente a Tyler—. DeMarco y Ahlstrom solamente. —
Él gentilmente me empujó contra la pared—. Quédate aquí mientras hago un
barrido. —Desapareció mientras que el entrenador, Dan y Tyler entraron en mi
vestíbulo.
Tyler cerró la puerta y los gritos de los reporteros fueron silenciados a un
sordo murmullo.
Dan comenzó a moverse hacia la sala de estar, pero Tyler le detuvo.
—Hasta que la casa sea segura, tiene que esperar aquí, señor. —Se detuvo lo
suficiente antes de decir señor.
Dan no se dio cuenta del tono de desprecio de Tyler y el entrenador estaba de
espaldas a la pared y con los ojos fijos en sus pies. No sabía lo que me molestó más.
André regresó desde el pasillo que conducía a las habitaciones y comenzó a
cerrar mis persianas.
—Todo despejado.
El entrenador habló por primera vez.
—Necesito hablar con Sienna solo.
Dan dio dos pasos y me besó en la mejilla.
—Estoy aquí.
No tuve tiempo para odiarlo por la forma en que pensaba que podía besarme
después de todo lo que había hecho. El entrenador, con los hombros caídos y la
cabeza inclinada, indicó que lo siguiera mientras caminaba hacia la cocina.
Él sacó una silla en mi pequeña mesa.
168
—Siéntate.
Miré hacia atrás, hacia el vestíbulo, donde Tyler se paró frente a la puerta
como un guardia y André miraba a través de las persianas de la ventana delantera,
mientras hablaba en voz baja en su teléfono. Miré de nuevo al entrenador.
—Todavía nos pueden oír. —Desesperadamente me aferré a la poca dignidad
que me quedaba, no quería ser despedida delante de todos ellos.
—Va a estar en todas las noticias en una hora de todos modos. —Me miró sin
levantar la cabeza—. Por favor siéntate.
Bajé hasta el borde del asiento.
Agarró la otra silla y la puso delante de mí. Hundiéndose en el asiento, apoyó
sus codos en las rodillas. Sus ojos color avellana que estaban enrojecidos y
cansados se centraron en mí.
—Jed Burrows murió anoche.
La confusión nubló mi mente.
—¿El propietario del equipo? —¿Por qué el entrenador iba a venir aquí para
decirme esto? Lamentaba lo que le había pasado a Burrows, pero no entendía que
tenía que ver conmigo.
El entrenador me tomó las manos y cerró los ojos por un segundo. Cuando
volvió a mirarme, lo hizo con una emoción que jamás había visto.
—Tu padre nunca te dijo.
No era una pregunta, pero mi corazón latió demasiado rápido para que
pudiera respirar normal de todos modos. Luché para no saltar de mi asiento y
gritarle que dejara de mirarme así.
—¿Decirme qué?
Exhaló.
—Jed era tu abuelo.
Parpadeé.
Parpadeé de nuevo.
La ira se impulsó, mi mente revoloteaba y las lágrimas de sorpresa brotaron.
—No —susurré—. Conocí a mis abuelos antes que murieran. —Jed Burrows
no era uno de ellos.
Ellos fueron amables, simpáticos y mi abuela me preparó galletas.
—Jed era el padre de tu madre.
Me tragué un jadeo de sorpresa, mientras comprendía. 169
—Pero… entonces eso lo convierte… —Oh, Dios mío—. ¿Usted es el hijo del
dueño? —¿Cómo pudo suceder esto? ¿Cómo es que nunca me lo dijo? Nadie me lo
dijo nunca. Mi propio padre nunca me dijo.
—Hijastro —explicó.
—Tiene un apellido diferente. —Salió como una acusación, y parte de ella fue
porque no podía creer lo que estaba pasando.
—Mi madre fue la segunda esposa de Jed. Yo tenía quince años cuando se
casó con ella.
Yo sabía que Jed Burrows había sobrevivido a dos esposas y una hija, estaba
en su biografía, pero ningún nombre fue dado y jamás hice la conexión. ¿Por qué lo
haría?
La confusión se mezclaba con la ira. Mi padre sabía. Él sabía cuando me puso
en contacto con el entrenador quién era mi abuelo.
El entrenador me apretó las manos.
—Sé que esto es mucho para asimilar. Vas a tener que lidiar con esto como
creas que es necesario, pero en las próximas semanas, va a haber una gran
cantidad de prensa. —Inhaló—. Y van a leer el testamento de Jed, probablemente
mañana.
Mi espalda se dejó caer al respaldo de la silla.
—¿Qué significa eso?
—Eres su única heredera viva, Siena.
La negación me quemaba en la garganta, y más cólera de la que podía
controlar amenazaba con desbordarse. Saqué mis manos lejos de su falso consuelo
y mentiras misteriosas.
—Eres su hijo —alegué.
—Como dije, yo era su hijastro. No era su pariente de sangre. Eso significaba
algo para él.
¿Significa algo? No signifiqué nada para Jed Burrows. No era nada para él. Él
nunca me había siquiera mirado. Cinco años trabajando para su equipo y un
sinnúmero de eventos y todas sus visitas mensuales para asegurarse que todo el
mundo estaba “haciendo su trabajo”. Él me había visto. Me habían presentado a él.
Ni siquiera me había dado la mano y tampoco reconoció mi presencia.
El entrenador me miró con lástima y tal vez algo más que decía que sabía por
lo que estaba pasando, pero no me importaba. Lo odiaba. Lo odiaba en ese
170
momento más de lo que jamás había odiado a nadie en toda mi vida.
Empujé mi silla hacia atrás y me levanté.
—Váyase.
André levantó la vista de su llamada telefónica. Una mirada a mi rostro y
estuvo detrás del entrenador, con la mano en su arma.
—Es hora que se vaya, DeMarco.
Triste, como un hombre de mediana edad que había sido derrotado por la
vida, y no como un entrenador que le gritaba a hombres de ciento treinta kilos que
jugaran con más fuerza, se puso de pie y asintió.
—Llámame cuando te calmes, Montclair.
—Largo de mi casa. —Estaba enferma. Ni siquiera mi casa era sagrada.
La había comprado con el dinero que había hecho trabajando para un
mentiroso. Dinero que había venido del amado equipo de fútbol de mi abuelo. Un
equipo que significaba más para él que la familia.
André hizo salir al entrenador por la puerta, mientras Dan se ponía de pie y
me observaba.
—¿Lo sabías? —exigí.
—Lo siento —dijo en voz baja.
—¿Lo sabías? —grité.
Con sus manos aún en los bolsillos, echó un vistazo a sus pies.
—Jed me dijo que te cuidara. —Me miró con culpa atravesando todo su rostro
magullado—. No lo supe al principio, pero, Sie, vamos, tienes sus ojos.
Oh, Dios mío.
—Vete. —Tragando saliva y luchando por aire, le di la espalda. Mil
emociones volaron por mi cabeza, pero todo lo que seguía pensando era que había
ganado y perdido un abuelo en dos frases. Jed Burrows murió anoche. Jed era tu
abuelo.
—Vamos, nena. —Dan envolvió sus brazos alrededor de mí como si tuviera
derecho a tocarme—. Vamos a salir de esto. Sólo tienes que ponerte mi anillo de
nuevo y vamos a hacer esto juntos, tú y yo.
Conmocionada, enfurecida, aparté sus brazos de mí y me di vuelta.
—¿Juntos? —¿Estaba loco?—. No hay un nosotros. Nunca habrá un nosotros.
¡Eres un bastardo, mentiroso e infiel y puedes tomar tu anillo y metértelo por el
trasero!
171
—Estás molesta en este momento. Lo entiendo. —Miró a André mientras él se
movía a mi lado—. No voy a hacerte daño. —Se rió a medias—. Vamos, no
necesitas protección. Soy sólo yo, nena.
—Sal de mi casa —dije entre dientes, furiosa.
Con la mano en la pistola en su funda, André miró a Dan.
—Te dijo que salieras. No soy tan amable. —Señaló con la barbilla hacia la
puerta—. Tienes dos segundos.
La cara de Dan se torció en una mueca.
—¿Quién diablos eres para decirme qué hacer? —Dejó de lado la falsa voz de
preocupación—. ¿También te las estás cogiendo ahora?
Dan ni siquiera logró decir la última palabra.
André se movió a la velocidad del rayo. Sacando su arma, parándose frente a
Dan, lo agarró del hombro y le apuntó a las bolas con su pistola.
—Discúlpate —exigió André.
Como el cobarde que era, Dan levantó las manos.
—Relájate.
—En caso que te estés preguntando, no tiene el seguro. Tu siguiente aliento
será mejor que sea para una disculpa.
Dan se burló.
—Ella sabe que no quise decir eso.
La voz de André fue letalmente tranquila.
—Todo lo que ella supo fue que un hombre de ciento treinta kilos se acercó y
la agarró por detrás después que le dijo que se fuera. Desde dónde estoy parado,
eso es asalto agravado.
La cara de Dan palideció, pero su tono era beligerante.
—¿Y una pistola en mis pelotas no es?
—Tienes dos opciones. Te disculpas y te vas. —André se detuvo por medio
segundo—. O no lo haces.
Dan tensó su mandíbula y luego habló sin una pizca de remordimiento.
—Mis disculpas.
—Retrocede, da dos pasos, date la vuelta y vete. Si regresas, voy a estar
esperando.
André soltó el hombro de Dan sólo para sostener el arma con las dos manos y
172
elevar el cañón al pecho de Dan.
Dan sonrió a André y luego me miró.
—Esto no ha terminado. —Fue rápidamente hacia la puerta y la cerró de un
golpe detrás de él.
André me miró mientras se enfundaba el arma.
—¿Estás bien, chica?
Con mi corazón en la garganta, sólo pude asentir.
Veintinueve
Jared
Mi teléfono celular personal sonó mientras observaba mi celular de trabajo
caer diecisiete pisos. Se detuvo y tres segundos más tarde volvió a sonar. No miré
la pantalla. Con la cabeza tan jodida, las letras se hubieran mezclado de todos
modos. No pensé por un segundo que sería ella. Si lo hacía, habría contestado de
inmediato.
En una jodida guerra conmigo mismo, estaba a medio segundo de conducir
hasta donde Luna para verla. Pero la última gota de pensamiento racional seguía
diciéndome que esperara a que el abogado resolviera la demanda.
El teléfono volvió a sonar y contesté.
—¿Qué?
—Te he estado llamando —espetó Luna.
173
Mi pecho se apretó.
—¿Está bien?
—¿Ahora te importa?
La adrenalina me golpeó.
—Maldita sea, ¿qué pasó?
—Algo pasa en su casa. El entrenador está aquí, también tu saco de boxeo y
su compañero.
—¿Qué mierda, Luna? —mascullé, agarrando las llaves—. ¿Los dejaste entrar a
su casa? ¿Y por qué diablos está en su casa? Se suponía que la mantendrías a salvo.
—Había echado a Tyler porque Roja no estaba aquí, pero los medios de
comunicación todavía estaban acampando enfrente de mi casa. No podía imaginar
qué tipo de espectáculo de mierda estaba pasando en su casa.
—Cálmate, ella está a salvo, pero quiso venir a su casa esta mañana. Solo el
entrenador y tu amigo están dentro.
No me molesté en tomar el ascensor.
—Si ese puto marica la toca, lo mato.
—Tú la echaste, hermano.
Apreté los dientes, apenas me abstuve de decirle que se fuera al diablo.
—¿Qué le están diciendo?
—No lo sé, pero el gerente general del equipo programó una conferencia de
prensa para las nueve.
Jesucristo.
—¿Para qué mierda?
—Eso es lo que estoy tratando de averiguar. Ven aquí.
—Estoy en camino. —Colgué y bajé trotando, estaba sudando el puto de
alcohol que había bebido la noche anterior para el momento en que llegué al nivel
del garaje.
Encendiendo el motor, salí de mi garaje y rápidamente pasé junto a dos
furgonetas de noticias que todavía estaban estacionadas al frente del edificio. No
sabía si sabían qué auto era mío y no me importaba. Sólo tenía la intención de
llegar a casa de Roja.
Si el idiota de su ex estaba tratando de arrastrarla a la demanda, o si su puto
tío iba a despedirla, o peor aún, hacer un ejemplo de ella, iba a ponerlos en su
lugar.
174
Rompiendo todos los límites de velocidad, llegué a su vecindario en un
tiempo récord, pero cuando di vuelta en la esquina y divisé su calle, mi estómago
se desplomó. No había un par de furgonetas de noticias en su calle, había un puto
desfile de estas.
Frenando para no chocarme con una, eché un vistazo a su casa a tiempo para
ver al entrenador ponerse al volante de una camioneta. Maniobré alrededor de un
par furgonetas de noticias que bloqueaban la calle y estaba contemplando conducir
a través del césped de su vecino cuando vi que el idiota de su ex salía de la casa.
Ahlstrom se puso en el asiento del copiloto de la camioneta del entrenador
mientras Luna salía y examinaba la calle.
Al verme, Luna echó un vistazo a la camioneta y luego hizo un gesto hacia la
calzada. Lo entendí de inmediato. Esperar hasta que se retiraran y luego ocupar su
lugar. Uno de las camionetas de la compañía de Luna que estaba estacionada
detrás de su vehículo dio marcha atrás y el entrenador se fue.
Esperé en la calle para mirar al jodido mariscal pasar y entonces aceleré y
estacioné en la calzada de Roja.
Luna se encontró conmigo en mi auto, pero al segundo que salí, las cámaras
me apuntaron y empezaron a gritar mi nombre. No hice caso de todo eso y me
dirigí a la casa de Roja mientras Luna iba tras de mí.
—¿Qué está pasando?
No respondió mientras me acompañaba hasta la puerta principal. Justo antes
de abrir, en voz baja contestó.
—El propietario del equipo murió anoche. Tu novia era su única heredera
viva. —Abrió la puerta delantera, empujó mi culo sorprendido dentro y cerró la
puerta detrás de mí.
El silencio de su casa era ensordecedor en comparación con el puto circo de
afuera, pero ni eso ni la bomba de Luna se podían comparar con el golpe que mi
pecho se llevó a verla. De pie junto a su mesa de comedor, con la cabeza agachada,
con los brazos alrededor de sí misma, se pasó las manos por el rostro, pero no se
dio vuelta.
—Gracias por deshacerte de ellos, André. —Su voz tembló—. Puedes irte
ahora.
Me acerqué a su espalda y su olor me envolvió como una puta droga. Me
tomó cada onza de autocontrol no tomarla en mis brazos.
—Roja —le dije en voz baja.
Contuvo el aliento, y retrocedió mientras se giraba.
175
—¿Qué haces aquí? —Lágrimas caían por su rostro, su maquillaje era un
desastre, no estaba preguntando, estaba lanzando una acusación.
Obligué a mis pies a no moverse.
—¿Qué pasó?
—¿André te llamó? ¿Es por eso que estás aquí? ¿Querías ver el espectáculo?
Se veía tan jodidamente dolida, quería matar a alguien. Llegaría a lo que
estaba pasando, pero primero necesitaba hacer frente a la mierda que sucedió entre
nosotros anoche.
—Creí que estaba haciendo lo correcto anoche.
Se rio con amargura.
—Oh, esto es bueno. Ahora que puedo ofrecer algo, estás interesado, ¿es eso?
Me abstuve de gritarle.
—No sé lo que pasó. —No iba a suponer una mierda.
—Claro —se burló—. Como si tu compañero marine no te hubiese dicho
todo. —Se movió hacia la cocina sin nada de su gracia habitual.
—Sí, me llamó, pero eso sólo aceleró las cosas. Iba a venir sin importar qué.
—Sonaba como una puta niña, pero no me importaba una mierda. Era la verdad.
—¿Para qué?, ¿para poderme follar en la encimera de mi cocina y luego irte
sin una explicación? —Su mano temblaba mientras tomaba una olla de la estufa.
La acidez en su tono me dejó un sabor amargo en la boca porque fui yo quien
la puso allí. Sabía que lo había arruinado, pero estúpidamente no pensé que lo
haría en tan corto período de tiempo. Mi único salvavidas era que no me había
echado todavía.
—No vine aquí para follarte. —Venía a disculparme. De nuevo. Porque en el
fondo sabía lo que ella era. Lo supe desde el segundo que puse mis ojos en ella. No
fue su bolso de diseñador o su puto Mercedes, no era el valor de la mierda que
usaba, o cualquier cosa que podría comprar. Era ella. Gentil y amable, sus modales
no eran un acto de mierda, simplemente no ocultaba nada. No podías fingir lo que
ella tenía. Había conocido suficientes mujeres que lo intentaron. Pero Sienna
Montclair no era una de ellas. Era autentica, y era demasiado buena para mí.
Se rió, pero no era una risa que quisiera oír.
—Aún mejor. Un prostituto que no quiere acostarse conmigo. —Llenó la
tetera con agua y la dejó caer en la estufa—. Te puedes ir ahora. —Agarró una caja
de bolsitas de té, luego se puso de puntillas para llegar a una botella de Jack
Daniel’s en lo alto de su estantería. 176
Di un paso detrás de su pequeño cuerpo y agarré el whisky.
—No.
—Esta es mi casa.
Era tan jodidamente desafiante, que quería hacer exactamente lo que me
acuso de intentar hacer. Quería tomarla y follarla, azotarla hasta que sus lágrimas
fueran a causa de un orgasmo que le había dado y no la mierda que Luna me había
dicho.
Sostuve la botella justo fuera de su alcance.
—No me pareces el tipo de mujer que bebe a las nueve en punto de la
mañana.
—No me pareces el tipo de hombre al que le importa. —Trató de alcanzar el
whisky.
Retrocedí y se chocó con mi pecho.
—Sí me importa.
—¡Dame eso!
Jesús, sí que olía increíble.
—Háblame.
—¡Púdrete!
No pude detenerme. Mi brazo se curvó alrededor de su espalda y la sostuve
por todo lo que valía la pena.
—¿Me quieres golpear? Hazlo. Lo recibiré. ¿Quieres follar?, está bien. Voy a
hacer que te vengas tan duro que habrá lágrimas por eso y no por la mierda que
acaba de pasar. Pero debes saberlo. —Moví mi brazo por su espalda y ahuequé la
parte posterior de su cuello—. Aun así, me contarás lo que pasó y aún me
preocupo por ti.
—Ni siquiera me conoces. —Escupió las palabras, pero su rostro no estaba
enojado, estaba herido.
Bajé mi voz.
—Sé cómo hacerte sonrojar. Sé cómo hacerte sonreír. Eres inteligente, pura y
tan jodidamente preciosa, que no te merezco. —Lo solté todo—. Tienes razón, no lo
sé todo sobre ti. Pero sé lo suficiente como para saber que dejar mi vida sólo para
tener una sola oportunidad de despertar a tu lado es la mejor decisión que he
tomado en mi puta vida.
—Desechaste eso anoche —acusó. 177

—No negaste amarlo —espeté en respuesta.


Sus ojos se abrieron con sorpresa.
—Me alejé.
No dije una mierda. Me quedé mirándola. Si ella no sabía lo que eso pareció,
entonces estaba en la puta casa equivocada.
Su rostro decayó.
—¿Es por eso que me echaste? ¿Porque piensas que lo amo? ¿Me estás
echando la culpa por lo de anoche?
Nunca había dicho esas dos palabras a nadie, pero ella se las había dicho a
ese puto imbécil y no hace años, hace semanas.
—No te estoy culpando, pero tienes su anillo y él fue tu primera vez ¿Qué
demonios se supone que debo pensar?
Palideció.
—¿Eso es lo que te dijo?
—¿Lo vas a negar?
Se apartó y la dejé ir.
—No veo cómo eso es de tu incumbencia.
—Te ofrecí algo que nunca he ofrecido a otra mujer. —Bien podría haber
estado ahí de pie con mi maldito pene colgando—. Una hora más tarde, tu ex está
en mi puerta profesando su amor y tú no lo negaste. Eso lo hace de mi
incumbencia.
Bajó la cabeza y la actitud en su tono desapareció.
—Yo no sabía qué tan serio eras.
—Completamente serio. —No estaba jugando.
La tetera silbó y me dio la espalda.
—¿Sabes que eso no es normal?
Tampoco la mierda que sucedió en el segundo que la vi.
—¿Crees que me importa?
—No. —Tomó dos tazas.
—Tienes razón. —Puede que después de todo, sí esté conociéndome. La vi
colocar bolsas de té en las tazas y mis manos fueron a mis caderas—. No tomo té.
Llenó las tazas hasta la mitad con agua caliente.
178
—Y yo no salto en relaciones cinco minutos después de conocer a alguien.
—Yo tampoco. —No tenía relaciones, y punto. Ella era mía o no lo era—. ¿Por
qué estaban el entrenador y ese idiota aquí?
Ignoró mi pregunta y se concentró en sus modales.
—Me das el whisky, por favor.
Me había olvidado que todavía la sostenía. Puse la botella sobre la mesa al
lado de ella.
—Luna dijo que el dueño del equipo murió.
Su espalda se puso rígida.
—Jed Burrows falleció anoche. —Su voz bajó a un susurro—. Al parecer era
mi abuelo.
Si Burrows era su abuelo y el entrenador era su tío… Cristo.
—DeMarco es su hijo.
—Hijastro.
—¿Y no lo sabías? —Jodidamente increíble.
Negó y sirvió tres dedos de whisky en cada taza.
Jesús, su familia era jodida. Esperé hasta que colocara el whisky en la mesa y
luego la giré hacia mí.
—Roja.
Con la cabeza inclinada y los brazos a los lados, ni siquiera me miró.
—Oye. —Le levanté la barbilla y la miré a los ojos—. ¿Cómo no lo sabías?
Una lágrima se deslizó por su mejilla.
—Mi papá nunca me lo dijo.
Al oír la desesperación en su voz, al ver el dolor en sus ojos, me hizo querer
golpear a su padre, a su abuelo y a su tío.
—¿Dónde está tu mamá?
—Ella tenía la enfermedad de Huntington. Murió cuando tenía diez años.
Jodido Jesús. No podía no tocarla. La atraje a mis brazos.
—Lo siento tanto, cariño.
Se atragantó con un sollozo y luego me empujó.
—No soy una huérfana abandonada. —Se limpió el rostro.
179
Verla triste me estaba matando.
—No, no lo eres. Tienes un tío de mierda que te miente. —Iba a tener algunas
palabras con el hijo de puta cuando lo viera—. ¿Quién más?
Sacó las bolsitas de té de las tazas, los puso en el fregadero e inhaló.
—¿Quien más qué?
—¿Quién más sabía de esto?
Recogió las tazas y entró en la sala de estar.
—No lo sé. No tengo parientes vivos a quien preguntar además del
entrenador. Bueno, ninguno que yo sepa. —Se sentó en el borde del sofá y puso
una de las tazas sobre la mesa de centro.
Me senté a su lado.
—Así que, en realidad, ¿qué ha cambiado desde ayer?
Me miró de reojo.
Estaba jodidamente agradecido que ya no estuviera llorando.
—No estoy hablando de nosotros. Estoy preguntando cómo esta información
cambia algo de ayer o la semana pasada o el mes pasado para ti.
Tomó un sorbo de su bebida.
—¿Hay un nosotros?
—¿De verdad quieres que responda a eso? —Porque quería decirlo todo. No
me importaba una mierda. Sabía que era una jodida locura, pero quería a esta
mujer. Mi pasado se interpondría entre nosotros, de alguna manera, de alguna
forma, pero en ese momento, el sólo estar a su lado después de extrañarla
terriblemente por no estar con ella anoche, no me importaba nada. Me las
arreglaría.
—No. Y nada ha cambiado, excepto que todos a los que he amado me han
mentido.
—Tal vez había una razón para eso. —E iba a hacer lo que pudiera para
encontrar una para ella.
Me miró como si tuviera dos cabezas.
—Es la familia. Es posible que tengas una gran familia con un montón de
hermanos, pero yo crecí nada más con mi papá. Si supiera que tenía más familia,
no lo habría tomado por sentado. —Tomó un gran trago de su whisky con sabor a
té como si pretendiera embriagarse.
La puta verdad era que, no éramos tan diferentes.
—Sólo somos mi padre y yo. 180

Pero al segundo que tuve la edad suficiente, me había enlistado.


Acunó la taza en su regazo.
—Siento escuchar eso.
Me encogí de hombros.
—La vida es lo que haces, Roja.
Tomó otro trago enorme.
—Entonces, ¿qué estabas haciendo cuando decidiste acostarte con mujeres
por dinero?
—¿Ya estás borracha? —Se había servido un triple en esa taza.
—¿Por qué? ¿Me vas a mentir también? —Echó su barbilla hacia atrás para
beber de nuevo.
—Nunca te he mentido.
—Esperemos un tiempo.
La agarré de la barbilla y ella contuvo el aliento.
—No lo he hecho, ni lo haré. Si quieres lanzar insulto. Entonces que valgan la
pena.
Su rostro se desmoronó.
—¿Qué pasa si heredo el equipo?
Le acaricié la mejilla y luego acuné su rostro.
—Entonces serás la jefa del mariscal y puedes intercambiarlo a otro equipo al
hijo de puta. —No sabía cómo mierda operaba la liga, pero no estaba por encima
de sembrar la idea.
—Eso no es lo que quise decir.
—No tendrás que trabajar para DeMarco. —Ese idiota trabajaría para ella.
Su voz fue muy baja.
—Estoy asustada.
Sostuve su mirada.
—No voy a dejar que te pase nada.
—Esa clase de dinero lo cambia todo. La gente va a querer cosas de mí. No
voy a saber en quién confiar.
—En primer lugar, no tienes idea de cómo va a resultar esto, por lo que no te 181
preocupes por eso todavía. En segundo lugar, la confianza es un término relativo
de mierda fuera del ejército. No confíes en nadie. Y, en tercer lugar, vendes el puto
equipo si no deseas que sea un dolor de cabeza. —No me importaba lo que hiciera
mientras estuviera feliz.
Se me quedó mirando durante dos segundos.
—No te preocupa el dinero, ¿verdad?
Le aparté el cabello del rostro.
—Si no tuviera, probablemente lo haría.
—Haces que todo parezca tan fácil.
Elevé la comisura de mis labios.
—Tú piensas demasiado las cosas.
—¿Me estás insultando?
—No, indicando un hecho. Es parte de lo que eres. —Y no cambiaría
absolutamente nada de ella.
Sus magníficos ojos verdes me observaron.
—Tienes dinero, ¿verdad?
No estaba preguntando por el tamaño de mi cuenta bancaria. Con sus
hombros tensos, sus manos agarrando la taza, estaba buscando algo de mí. Pero
todo lo que tenía era la verdad. Incliné mi barbilla hacia la puerta.
—¿Quieres alejarte de esta vida en este momento? Vamos. —Estaba
completamente dispuesto a ese plan—. Tengo un montón para cuidar de nosotros.
Exhaló.
—Es una locura.
—Puedo pensar en cosas más locas. —Como quedarme alrededor para ver
cómo todo esto se desarrollaba.
—Creo que estabas buscando un escape de tu vida antes que apareciera.
Tomé el puto té y me bebí la mitad.
—¿Quieres la verdad?
Se encogió de hombros.
—No he podido escapar de nada desde que el puto explosivo impactó
nuestra Humvee. Me quedé como un pedazo de mierda tirado en la cama del
hospital y no tenía ningún control. Ni sobre mis pensamientos, mi cuerpo, mi
tratamiento, nada. Me cuesta dormir por la noche, no puedo leer, apenas puedo
marcar un maldito teléfono. La mitad del tiempo estoy enojado, y la otra mitad 182
quiero controlar algo. He encontrado el sexo y hacer ejercicio. Me mantiene cuerdo,
pero no fue un escape. —Con mi cabeza agachada y los codos sobre las rodillas, la
miré—. Entonces tú apareciste con un vestido amarillo como un rayo de esperanza.
Tragó.
—Jared…
No había terminado.
—Me importa un carajo quién es tu familia o quién era. No me importa el
fútbol o el dinero del idiota de tu ex. Sólo quiero respirar el mismo aire que tú.
Cerró los ojos y una lágrima se deslizó por su mejilla.
Me obligué a no tocarla.
—No soy bueno para ti. Voy a joderte en formas que nunca imaginaste.
Estarías probablemente mejor con un maldito jugador. Pero soy lo suficientemente
egoísta para tratar de convencerte de lo contrario.
Me miró.
—No debería desear dejar que lo hicieras.
No dudé.
—No, no deberías, pero estoy esperando que lo hagas.
—No lo amo —susurró como una confesión.
Le coloqué un mechón de cabello detrás de la oreja.
—Has esperado mucho tiempo para entregarte, Roja.
—Estaba esperando… conocer a la persona correcta. —Dejó caer la cabeza—.
Entonces me cansé de esperar.
—Nunca voy a ser descuidado contigo. —No tenías que ser un genio para
darte cuenta de lo que significaba para ella el sexo. Pero no había conseguido lo
que esperaba del sexo, por lo que trató de adormecer a sí misma a este. Si alguien
podía entender esa mierda, era yo.
Guardó silencio un momento.
—Dijiste que era vainilla.
No parpadeé.
—Lo eres.
Miró su taza.
—Lo dijiste como si fuera algo malo.
183
—No hay nada malo contigo, Roja.
—Has estado con muchas mujeres.
No lo negué. Había estado con un sinnúmero de mujeres, pero ninguna era
ella.
—Suficientes para saber lo que quiero.
Alzó su mirada a mí.
—¿Por qué yo?
Le tomé el rostro y acaricié el labio inferior con mi pulgar.
—Porque me pones nervioso. —No podía explicarlo mejor que eso. No con
palabras. Me agaché y rocé mis labios contra los suyos, y por primera vez desde
que salió de mi casa ayer por la noche, pude respirar más allá del peso en mi
pecho.
Con mi frente en la de ella, nuestros ojos se encontraron, no necesitaba nada
más en este momento. Ni siquiera necesitaba someterla con sexo. Sostener su
rostro, el ver la confianza en sus ojos, sentir su pulso acelerarse, era mejor que
cualquier maldita droga.
Treinta
Sienna
Mi cabeza dio vueltas, por él y el licor, y mis pensamientos se derramaron de
mi boca.
—Me pones más que nerviosa.
Su mirada intensa fue a la mía, no titubeó.
—Bien.
Mis cejas se fruncieron.
—¿Por qué es bueno eso?
—Tú sabes por qué.
Luché contra el mareo del whisky para entender en qué sentido decía eso.
Pero mi cabeza estaba nebulosa y mareada, como si estuviera nadando en el agua
de un lago. 184

—Creo que necesito archivar ese pensamiento para cuando esté sobria.
Su sonrisa y rostro se transformaron.
—Anotado.
—Eres hermoso cuando sonríes. —Tan, tan hermoso. De alguna manera que
no tenía palabras, sabía muy en lo profundo que su verdadera sonrisa era muy
rara, y eso rompía mi corazón tanto como me daba alegría verla.
Él negó como si estuviera burlándose de mí.
—Los hombres no son hermosos, Roja.
—Tú lo eres, cuando sonríes.
Hizo una mueca.
—Lo aprecio. —Su expresión se volvió seria—. Vas a estar bien.
—Siempre estoy bien. Tengo que estarlo. Tengo una hipoteca y plantas de las
cuales cuidar. —Suspiré—. Y probablemente un equipo de fútbol profesional. —
Fruncí el ceño otra vez—. ¿Siquiera te gusta el fútbol?
—Con excepción de los mariscales de campo.
Reí, pero después caí en cuenta.
—¿A quién tengo que odiar?
La parte trasera de sus dedos acariciaron mi mejilla.
—A nadie, nena.
—¿Cómo puedo sentirme insegura y a salvo a tu lado? Pero no a salvo como
tu amigo André me hace sentir. Eso es agradable y todo, pero es un tipo diferente
de seguridad. —Todos mis pensamientos seguían saliendo de mi boca sin filtro.
Miré hacia mi taza vacía—. Quizás no debería haberme terminado mi té de whisky.
Diversión bailó en sus ojos.
—Me gustas ebria, Roja.
Sonreí.
—¿Te vas a aprovechar de mí?
Se puso serio.
—Nunca.
Vergüenza coloreó mis mejillas y bajé la mirada a mi regazo.
—No quise decir…
—Sé lo que quisiste decir, pero te estoy diciendo que nunca tomaré lo que no 185
me des, ¿me oyes?
—Sí —susurré.
—Dentro y fuera del dormitorio —aclaró—, ¿entiendes?
Mis mejillas ardieron.
—Sí.
—Mírame —ordenó.
Levanté la cabeza y estuve conmocionada por lo atractivo que era.
Volátil y dominante, su rostro de ángulos duros y sus ojos nunca nada menos
que intensos, era el hombre más seductor que había conocido. Y me asustaba
muchísimo.
Su mirada me mantuvo tan segura como su toque.
—Eres perfecta, Sienna, exactamente como eres.
—Nadie es perfecto. —Menos que nadie mi familia. El dolor laceró mi
corazón, pero el whisky lo diluyó. O quizás era Jared, su voz profunda y sus ojos
marrón dorado. O la camiseta estirándose en sus grandes bíceps.
—Esa es la belleza de la perfección humana, Roja. Puede yacer en una cama
de mentiras y aún ser jodidamente perfecta. La imperfección hace real la vida.
Porque no tenía filtro, dije el primer pensamiento que apareció en mi cabeza.
—Quizá estás hablando de ti mismo.
—Sin duda.
Estaba tan serio, recordé que mi mañana no había sido lo único sucediendo.
—¿Llamaste al abogado de André?
Levantó la barbilla una vez.
—¿Qué dijo?
—Que está trabajando en ello.
Su tono era tan tranquilo que no podía decir lo que estaba pensando.
—¿Qué significa eso?
—Que si él es en algo bueno, lo resolverá.
Asentí, abrumada de repente. Poniendo la taza en la mesa de centro, exhalé.
—Debería de hacernos el desayuno. —Me puso de pie y mis rodillas se
tambalearon.
Jared estuvo de pie en un segundo y levantándome. Acunándome en su
pecho, sus fuertes brazos me sostuvieron como si no pesara nada. 186

—Tú vas a la cama. —Se dirigió hacia el corredor y los dormitorios.


—Estoy un poco cansada. No pude dormir la noche anterior —admití,
inhalando su esencia. Jabón, hombre y el whisky que nos serví, se envolvió
alrededor de mí confortándome y dándome seguridad. Más que nada, quería
deslizarme en las cobijas y sentir su cuerpo acurrucarse a mi alrededor.
—¿Cuál puerta? —Su voz retumbó mientras hablaba.
—La de la izquierda.
Empujó la puerta con el hombro para abrirla, después la pateó cerrándola
detrás de nosotros. Una vez que me puso gentilmente en la cama, empezó a
alejarse y entré en pánico.
—¿A dónde vas?
Me dio una media sonrisa sobre el hombro.
—A ningún lado, sólo cierro las cortinas.
Mis persianas estaban cerradas, pero también tenía cortinas en la habitación.
Las cerró, e ignoré la razón por la que tenía que encerrarnos dentro mientras el
cuarto se llenaba de una oscuridad innatural.
—Ahora regreso. Voy a hablar con Luna por un minuto. —Puso un beso en
mi frente y se fue.
Había olvidado que André y sus empleados estaban afuera cuidando mi casa
de los medios. Si heredé un equipo de fútbol profesional, estaba segura que sólo se
pondría peor por algún tiempo. Sin mencionar lo que habría pasado si la demanda
entre Jared y Dan escalaba, o los medios se enteraran de ello. El pensamiento de
perder mi anonimato me hacía querer llorar.
Antes que pudiera hundirme en la desesperación, Jared estaba caminando
silenciosamente en mi habitación. Una parte de mí sabía que debería proteger mi
corazón, ahora más que nunca, pero al segundo en que lo vi en mi casa esta
mañana, quise perdonarlo.
No tenía razones para confiar en él, pero mi corazón obviaba eso. No estaba
segura de tener elección en cómo me sentía. Sólo quería estar con él.
Metí la mano debajo de mi cabeza.
—Eso fue rápido. ¿Se va?
Jared se sacó el par de botas que lucían listas para el combate.
—Tyler se queda. Llamé al abogado con el que hablé esta mañana. Va a venir
para acá esta tarde para hablar contigo.
187
Lo miré quitarse su camisa por la cabeza con una mano.
—¿Por qué?
—Porque puede que necesites representación. —Se quitó sus jeans.
La seguridad, el representante, debería de haber manejado eso yo misma. Y
definitivamente no debería de haberme gustado que Jared cuidara de mí, pero así
era.
—Gracias. Por favor, hazle saber a André que puede mandarme la factura de
todo esto.
—De nada. —Retiró las cobijas—. Y no vas a pagar una mierda.
—Puedo pagar por mi cuenta.
—Estoy seguro que puedes, Mercedes SLK, pero no va a pasar. —Serpenteó
su brazo bajo mi cabeza y empujó mi espalda a su pecho.
Me volteé para mirarlo. Un haz de luz entre las cortinas brilló en su rostro, y
luché para recordar lo que iba a decir.
—Podría ser rica, ya sabes.
—No cambiaría nada entre nosotros.
No sabía que estaba esperando que dijera eso, pero lo hacía. Mi cuerpo entero
dejó salir el aliento y luché y fallé en compararlo con Dan.
—Dan me dijo que Jed Burrows le dijo que viera por mí.
Cada músculo en el cuerpo de Jared se puso rígido.
—¿Cómo así?
—No estoy segura. Dan lucía culpable después que mi tío hablara conmigo. Y
me pareció extraño que viniera con el entrenador para empezar, después de lo que
pasó en la oficina del entrenador. Así que le pregunté si sabía lo que estaba
pasando, y allí fue cuando me dijo eso.
Jared exhaló, pero no dijo nada.
—Dijo que Jed nunca dijo nada, pero se imaginó que estábamos relacionados.
—Ese títere de mierda —gruñó.
—Sí. —Me arrepentí de haber tenido sentimientos por Dan. Cada segundo
que pasé con Jared me hizo darme cuenta cuán idiota era Dan en realidad.
Jared apartó mi cabello a un lado y besó debajo de mi oreja.
—Cierra tus ojos y olvida todo sobre esa mierda por ahora, hermosa.
—Tienes tanto talento con las palabras.
188
—Soy un jodido poeta.
En la oscuridad de mi habitación, con los medios acampando afuera y con un
incierto futuro colgando sobre mi cabeza, miré hacia la única persona que me
estaba haciendo sentir anclada y loca de lujuria.
—Cada vez que me tocas, te deseo.
—Si no te hubieras bebido un whisky triple, estaría dentro de ti ahora mismo.
Deseo fluyó entre mis piernas y quise más que un rápido beso de sus labios
contra mi cuello.
—Me diste vino la otra noche.
—Eso era diferente.
—¿Cómo? —El alcohol me dio coraje para preguntar.
—No estaba tratando de quedarme contigo en ese entonces.
Mi corazón se derritió.
—¿Estás intentando quedarte conmigo?
Una mano se hizo puño en mi cabello y su boca tocó mi oreja.
—Estás probando mis límites, Roja.
El delicioso gruñido de su voz hizo que los dedos de mis pies se curvaran.
—Me gustas más sin ellos.
Como una ola gigantesca, emergió.

189
Treinta y uno
Jared
Conduje mi lengua dentro de su boca, con su pequeño y dulce cuerpo
presionado contra mí y gimió.
Empujé contra su trasero con mi adolorida polla.
—¿Me quieres enterrado en ese pequeño coño?
—Jared —imploró.
Liberando su rostro, acuné uno de sus llenos pechos y pellizqué el pezón.
—¿Eso es todo lo que tienes, Roja? ¿Sólo mi nombre? —En el segundo que la
toqué, se derritió.
Desde el momento en que la besé por primera vez, demonios, desde el
segundo que abrí mi puerta principal, supe que era diferente. Eclipsó a cada mujer
con la que alguna vez había estado y ni siquiera podía decir por qué. Malditamente 190
lo amaba y lo odiaba. No estaba en control de la mierda corriendo por mi cabeza y
por primera vez en años, no me importaba un carajo
—Por favor —rogó—. Tócame.
Iba a hacer mucho más que sólo tocarla. Gemidos se arrastraron por su
garganta, su coño empapado, sus piernas temblando mientras se venía, iba a hacer
que su cuerpo cantara.
—Te quiero fuera de esta ropa. —Pasé su vestido por encima de su cabeza y
el maldito timbre sonó.
Maldita sea.
—Quédate aquí. —Lancé su vestido a un lado y tomé mis pantalones.
—¿Quién es? Creía que habías dicho que Tyler estaba afuera.
—Lo está. —Pero si había dejado pasar a un reportero, iba a golpearlo—. No
te preocupes, me encargaré. —Con la adrenalina fluyendo, me puse mis
pantalones y salí de la habitación, cerrando la puerta detrás de mí.
Un metro antes de llegar a la puerta principal, empezaron a golpearla. Miré
por la mirilla y vi a Tyler, pero detrás de él estaba el ala defensiva, Terence Joyner
y todo el maldito montón de reporteros.
Abrí la puerta ligeramente.
—¿Qué?
Tyler montó guardia, sin dejar que TJ entrara, y bajó su voz.
—Necesita escuchar lo que tiene que decir, jefe.
—¿Está solo?
Tyler asintió.
—Afirmativo.
Retrocedí, deseando tardíamente haberme puesto mi camiseta cuando las
cámaras empezaron a tomar fotografías y los reporteros comenzaron a decir mi
nombre. Tyler se movió hacia el costado lo suficiente para dejar que TJ pasara,
luego inclinó su cabeza hacia él.
TJ sonrió casualmente como si está fuera una aparición de todos los días para
él y golpeó a Tyler en el hombro cuando pasó.
—Mi hombre. —Entró en la casa y me ofreció su mano—. ¿Qué pasa, marine?
Me paré fuera de la línea de visión de las cámaras, pero estreché su mano
porque me había hecho un favor en el restaurante.
191
—Cierra la puerta.
Cerró la puerta y borró la sonrisa.
—¿Dónde está ella?
—Descansando. Mantén tu voz baja.
El gigantesco defensa de extremo puso sus manos sobre sus caderas y
suspiró.
—Necesito hablar con ella.
—No sucederá. Todo lo que tengas que decir pasa por mí primero. —
Esperaba que permaneciera oculta hasta que supiera sobre qué trataba esto.
Escéptico, me miró.
—Nunca me dijo que tuviera un novio.
—Nunca me dijo que la acosabas sexualmente en el trabajo. —No era una
salvaje estocada, vi la forma en que la había mirado en el restaurante.
Levantó sus manos.
—Oye, hombre, solo estoy haciéndole saber a una mujer lo atractiva que es.
No hay nada de acoso en eso. Además, tú sabes, la señorita Sienna puede valerse
por sí misma.
Sí, he visto cómo lo había regañado, pero eso no significaba que quería que el
idiota se la comiera con los ojos cada vez que ponía un pie en ese recinto.
—¿Qué quieres?
Miró hacia sus pies, luego de nuevo hacia mí.
—No tengo nada en contra tuya. ¿Escuchas lo que digo?
—Sólo dime, maldición. —No me importaba lo que pensaba, solo quería
saber su propósito al venir.
—Strom está emocionándose sobre algo que no tiene derecho. Estaba
codeándose con el dueño desde antes que pusiera sus ojos en Roja.
—Sigue hablando.
—No lo relacioné hasta que nos llamó a mí y a Sunshine esta mañana,
diciendo que necesitaba apoyo. Ese granjero de Oklahoma tiene un gran brazo, eso
es seguro, pero un anillo del Super Tazón no es lo único que quiere.
—Acelera esto. —No me importaba cuáles fueran las malditas aspiraciones
de ese idiota mariscal de campo siempre y cuando ya no fuera Roja.
—Ha estado actuando durante mucho tiempo como el hijo perdido de 192
Burrows. Fue a cenar con él, habló sobre pasar tiempo en su departamento. Incluso
dijo que revisaron sus jugadas.
Está bien, ahora estaba malditamente escuchando.
—¿Y?
—Y le dijo al entrenador justo ahora que Burrows le prometió un pedazo del
equipo. Dijo que saldría en la lectura del testamento pero que él y el entrenador
necesitaban actuar rápido y hacer partícipe a Roja antes que el cuerpo estuviera
frío.
Mis malditos dientes se apretaron con enojo.
—¿Qué dijo DeMarco?
—Nada. No dijo una palabra y si conocieras al entrenador, sabrías que eso
significa que algo está mal. —Miró hacia el pasillo que llevaba hacia los
dormitorios—. Tienes que decirle. Intenté llamar, pero su teléfono está apagado.
El maldito idiota, Ahlstrom.
—¿Sabías quién era el entrenador para Burrows?
Se encogió de hombros.
—Un rumor circulaba cuando fui reclutado por primera vez. Algunos de los
jugadores especulaban, pero no querías entrometerte con el entrenador. Era lo
único que estaba entre tú y la banca y yo sólo quería jugar. Esa familia no es de mi
incumbencia.
Tonterías. Resoplé.
—Así que, ¿no estabas coqueteando con mi mujer pensando que ibas a anotar
en grande? —Maldito mentiroso.
Levantó una mano de nuevo.
—Piensa lo que quieras, hombre. No tengo razón para mentirte, pero tendrías
que ser un maldito ciego para no ver que esa mujer es muy atractiva. La invité a
salir, es todo. No estaba esperando darle las llaves de mi reino.
¿Qué maldito reino? Era un maldito defensa de extremo.
—¿Estás pidiendo ser golpeado?
Sonrió.
—Estamos bien, hombre, estamos bien.
Para un jugador profesional de fútbol americano, era un maldito cobarde,
pero como ser humano, no podía negar que estaba siendo decente.
193
—¿Algo más?
—No soy psicólogo familiar y no sé nada sobre todo esto con excepción de lo
que escuché a Strom contarle al entrenador. Pero si me preguntas, si el entrenador
realmente era parte de la familia Burrows, debería haber habido un poco más de
amor.
No me digas.
—Dígale a la señorita Sienna que vine a verla. Esa mujer nunca ha sido nada
más que una amiga para mí. Es una buena persona, hombre. ¿Escuchas lo que
estoy diciendo?
Lo hacía. Ella tenía un corazón de oro, pero necesitaba amigos nuevos.
—La desnudas con los ojos de nuevo y no me detendré ante una nariz rota.
Sonrió y golpeó mi hombre.
—No esperaría nada menos, marine.
—Sigue cuidando la marca, Miami.
Sonrió y golpeó mi hombro.
—Sabía que eras aficionado.
—No de tu maldito mariscal de campo.
Su sonrisa cayó.
—No me gusta que nadie se meta con la señorita Sienna. No se merece eso.
No, no lo hacía.
—Le diré que viniste. —Después que hablara con el abogado Clark Kent.
—Gracias, hombre.
Abrí la puerta ligeramente y asentí hacia Tyler, luego retrocedí.
TJ observó la interacción con curiosidad.
—¿También es marine?
—Sí.
Asintió lentamente.
—Apuesto que eran todos unos chicos malos con uniforme.
Cristo.
—Sal de aquí.
—No me lo tienes que decir dos veces. —Pasó junto a Tyler y su fácil sonrisa
se deslizó en su lugar mientras caminaba hacia su auto.
194
Miré a Tyler.
—No más interrupciones. Ella está durmiendo. Te avisaré cuando despierte.
—Entendido.
Bloqueé la puerta y regresé al dormitorio, preguntándome qué demonios iba
a decirle a Roja. Resultó que no tuve que decir una mierda. Cuando abrí la puerta
de la habitación, estaba dormida.
Retrocedí hacia el pasillo, saqué mi teléfono y busqué el número de Luna.
Respondió al primer timbre.
—¿Qué pasa?
—Necesito un favor.
—Se están acumulando.
—Lo sé. —Joder si lo sabía—. Estaré en deuda.
—Ven a trabajar conmigo y estaremos a mano.
—Tienes suficientes marines. No me necesitas.
—No tengo a nadie que pueda hacer lo que tú haces.
Mierda. Froté mi mano por encima de mi rostro mientras exhalaba.
—Estoy retirado.
—Des-retírate. Necesito a alguien que no pueda ser visto.
—Eso no va a pasar con mi rostro por todas las noticias.
—Sabes de lo que estoy hablando.
Nuestro amigo Talon me había puesto el apodo de Fantasma. No podía leer
mierda como mapas ni aunque de eso dependiera mi vida, pero lo compensaba de
otras maneras. Memorizaba locales, todas las formas de entrar, todas las formas de
salir, todos los lugares a los que podrías entrar. Aprendí a mezclarme y había
observado la forma en que Neil nunca hacía un maldito sonido. Para el final de mi
primer despliegue, tenía la reputación de ser un fantasma, entrar y salir con el
reconocimiento que necesitábamos sin ser visto o escuchado.
Cedí.
—¿De qué tipos de términos estamos hablando?
Nombró un precio que era más del triple que estaba pensado.
—Tonterías. No puedes estar haciendo tanto dinero para pagarme eso. —No
necesitaba el dinero. No se trataba de eso. Era algo en que canalizar mi mierda. Por
mucho que deseaba follar a Roja veinticuatro/siete, necesitaba algo más.
195
—No puedo manejar todos los negocios que llegan. Me estarías haciendo un
favor.
—Sólo estaría interesado en trabajo de campo. —A la mierda cualquier
tontería de oficina.
No vaciló.
—Entendido.
—Pensaré en ello.
—Eso es todo lo que pido. ¿Qué necesitas?
—Quiero que veas qué puedas encontrar sobre Sienna siendo la nieta de
Burrows. Qué hay en su testamento, qué demonios sucedió para dividir a la
familia y por qué el idiota del mariscal de campo estaba pasando el rato con el
dueño antes de morir.
Y mierda, la conferencia de presa.
—Y encuentra lo que el equipo dice sobre la muerte de Burrows.
—¿Cuánto tiempo tengo?
—Un par de horas. —Roja dormiría durante un rato.
—Maldición, amigo. —Luna exhaló—. Soy bueno, pero no tan bueno. No voy
a obtener algo sobre el testamento de Burrows.
—Sólo haz lo que puedas. —Sus habilidades para los sistemas estaban a nivel
de un hacker.
—Entendido.
—Gracias. —Colgué y le marqué al abogado.

Seis horas más tarde, estaba perdiendo la calma. Peor que una maldita
trampa de arena en Afganistán, no tenía salida racional. No podía abrirme camino
a través del frente de la maldita prensa y no podía derribar las cuatro paredes de
su casa.
Me paré contra la maldita pared y alternaba entre observarla a ella y a los
malditos canales de noticas al frente esperando por entrar. Tyler mantenía su
posición, pero no me importaba. Quería salir de su casa.
—¿Jared?
Rápidamente moví mi cabeza hacia ella. 196

—Sí, justo aquí. —Solté la cortina.


Ronca y áspera por el sueño, su voz atravesó mis nervios.
—¿Qué estás haciendo? ¿Qué hora es?
Con su cabello rojo esparcido por la cama, lucía como un ángel. Inhalando,
me dije que tenía que aguantar. Podía aguantar.
—Deberías vestirte. El abogado estará aquí pronto.
Se enderezó y me miró chistoso.
—¿Qué pasa?
Cada maldita cosa sobre mí jugando a la casita, por no mencionar el dolor
que quería infringirle a Ahlstrom.
—Aparta las mantas. —Intenté y fallé en hacer que mi tono sonara sexual.
—Responde mi pregunta y lo haré.
Crucé mis brazos para detenerme de mirar de nuevo por la maldita ventana.
—¿Realmente quieres jugar así? —Caminé hacia la cama.
Se enderezó y trajo las mantas junto con ella.
—Creo que sí.
Seis malditas horas la había observado dormir mientras más reporteros
aparecían. No había prendido la televisión, ni hecho una búsqueda en internet,
pero apostaría mi maldito Mustang a que se había filtrado quién era ella y mi
dinero estaba en cierto idiota mariscal de campo.
Arrastré mi mirada de su sospechosa expresión hacia su pecho y permanecí
ahí hasta que apretó más las mantas alrededor de ella.
—Abre tus piernas y aparta las mantas lentamente.
—No todo se trata de sexo —dijo tranquilamente.
Tomé una respiración y conté hasta diez.
—Tienes razón. —Era sobre distracción y control y orgasmos nubla mentes.
Era sobre una mujer que iba a romper mi maldita cordura—. Algunas veces es
sobre el deseo y quiero ver tu hermoso coño.
Se encogió.
—No me gusta esa palabra.
—Vagina suena vulnerable, frágil. Coño es fuerte y poderoso. Y confía en mí,
lo que tu coño me hace no tiene nada que ver con fragilidad. —Incliné mi mentón 197
hacia el edredón—. Aparta las mantas.
—¿Qué pasa si digo que no?
Me quedé quieto porque no había anticipado eso.
—¿Lo harás?
Vaciló.
—No.
Quité las mantas, tomé sus tobillos y la jalé hacia el final de la cama. Separé
sus piernas ampliamente y gritó cuando me cerní sobre ella.
—Esto es lo que necesitas recordar sobre mí. —Aparté gentilmente sus
tobillos hacia la parte de atrás de sus muslos y besé su frente para darle
confirmación—. Soy predecible. —Todavía sosteniendo sus piernas, pasé mi
lengua por su mojado y expuesto coño y la giré alrededor de su clítoris. Luego me
obligué a soltarla—. Vístete.
—Eso no fue predecible. —Con su voz un susurrante gemido, mantuvo sus
piernas donde las había puesto—. Y no dije que no.
Santo Dios, no tenía idea de cuán sexy era. Me acaricié por encima de mis
pantalones.
—¿Estás pidiendo algo? —Tenía que estar muy adolorida—. Porque esa
vagina todavía luce hinchada.
—Dijiste que las vaginas eran débiles. —Sus mejillas ardieron cuando dijo
vaginas.
—Dije frágil, no débil. —Lentamente arrastré un dedo a través de su deseo.
Ella gruñó.
—No tengo un interruptor de apagado a tu alrededor.
La acaricié de nuevo.
—Bien. Pero no vas a obtener mi polla en tu coño en este momento.
Con sus manos en sus tobillos, susurró:
—Por favor.
Me dejé caer sobre mis rodillas y me aferré en su clítoris. Necesitaba venirme
tanto como quería que ella se viniera. Mi cabeza era un maldito desorden, su
aroma se asentó y por primera vez en seis horas, estuve anclado. Giré mi lengua
antes de morder su clítoris, luego chupé para suavizar la punzada. Abriendo mis
pantalones, sujeté mi erección y la acaricié mientras chupaba el coño más dulce 198
que hubiera probado alguna vez.
Sus manos se hundieron en mi cabello y sus muslos se presionaron contra mi
rostro. No me gustaba, malditamente lo amaba. Chupándola, acariciando mi
endurecida polla, me tomó segundos hacerla venirse. Deseo goteó de ella mientras
su coño comenzaba a contraerse. Quería enterrarme hasta la base y venirme dentro
de ella, pero ni siquiera metí un dedo en ella. Enganchando un brazo alrededor de
su cintura, me levanté y atraje su trasero hacia el borde de la cama. Luego presioné
mi polla contra su clítoris y exploté.
—Oh sí. —Froté el semen por todo su montículo—. ¿De quién es este
apretado coño?
Apretando sus brazos, su coño todavía agitándose, sus pezones duros,
levantó su mirada y lamió sus labios.
—Tuyo.
—¿De quién? —Quería que lo gritara.
—Tuyo.
Me incline más cerca.
—Di mi nombre.
Su voz se volvió un suave susurro.
—Jared.
—Maldita sea, eres mía, Roja. —La besé.

199
Treinta y dos
Sienna
Arrodillado frente a mi cama, Jared movió su lengua en mi boca y sostuvo
mis piernas mientras mi trasero descansaba en sus muslos. Estaba medio sentada,
medio afuera de la cama, mi centro todavía estremeciéndose con replicas, mientras
su semen se derramaba entre mis piernas.
Metí la mano entre nosotros e hice algo que nunca había hecho. Extendí su
semilla por sobre todo mi vientre.
—Mierda —gruñó.
Probé mi dedo y él se abalanzó.
Su mano se enredó en mi cabello y tiró con fuerza.
—Vuelve a hacer eso, y voy a correrme en ese dulce coño después.
—¿Lo prometes? —Quería que se corriera en mi boca. 200
Sus fosas nasales se abrieron y me besó una vez. Rápido y duro con un único
empuje de su lengua en mi boca, luego retrocedió, sólo para dejarme deseando
más.
—Cuidado con lo que pides.
No quería tener cuidado. Quería que se viniera dentro de mí. Quería
probarlo. Quería estar con él porque era algo que la hija de un predicador nunca,
jamás haría. Quería tantas cosas, pero todas tenían un mismo hilo en común. Y ese
hilo era un ex marine de metro noventa y dos, ex hombre de compañía, que me
había dicho que no sabía leer.
Miré su polla todavía dura, la punta brillando con mi deseo mientras
descansaba contra mis pliegues y mis pensamientos se revolvieron.
—¿Cómo se siente?
—¿Cómo se siente qué, preciosa? —Pasó una mano a través de la longitud de
mi cabello.
—Venirse dentro de una mujer.
—Te lo contaré cuando me corra en ti.
Lo miré.
—¿Nunca te has corrido dentro de una mujer?
Apartó el cabello de mi hombro y fijó su mirada en mí.
—No sin un condón.
Mi coño pulsó.
Sonrió, lento y de forma malvada.
—Puedo leerte como un libro, Roja.
Una fresca ola de deseo por él surgió entre mis piernas, y mi voz jadeante me
delató.
—No dije nada.
—No tenías que hacerlo.
Recordé lo que me dijo antes.
—¿Qué quieres decir con que no puedes leer?
Su sonrisa y mirada decayeron, y se empuñó a sí mismo. Con deliberada
lentitud, arrastró la cabeza de su polla a través de mis pliegues y presionó mi
entrada.
—¿Quieres que me venga dentro de ti? 201
Mi corazón saltó y mi cuerpo zumbó. No dudé.
—Sí.
Giró su polla en un apretado círculo.
—¿Sabes lo que es una ola expansiva?
—No. —Mordí mi labio.
—¿Sabes lo que podría pasar si me corro dentro de mí?
Sabía que no estaba preguntándome lo que sucedería físicamente. Estaba
preguntando si sabía lo que significaba para nosotros.
—Sí —susurré.
Alzó la mirada.
—¿Vas a entregarte a mí?
En ese segundo, en ese momento, supe lo que había sido puesto en
movimientos al minuto en que había puesto mis ojos sobre él. No estaba
entregándome a él. Ya había entregado lo que tenía para dar. Tenía mi corazón. No
sabía si fue cuando me había llamado su mujer frente a Dan o cuando me besó en
el bar de Pietra’s o cuando me dijo que lo ponía nervioso, pero era suya. Nunca me
sentí así, y nunca quise nada más en mi vida. Era una locura y demasiado pronto y
mi psicóloga se la pasaría en grande con esto, pero no me importaba.
Así que salté. Con ambos pies.
—¿Estás entregándote a mí?
Acunó mi rostro y me miró a los ojos como ningún hombre hizo.
—Ya es un trato.
Pero tenía un miedo.
—¿Y si te cansas de mí?
—No sucederá.
—¿Cómo lo sabes?
Una de sus cejas se arqueó.
—¿De verdad quieres que te responda eso?
Apenas asentí.
—He follado suficientes mujeres para saberlo.
Mi corazón punzó por la traición, mientras intentaba aferrarme a la simple y
franca honestidad en su respuesta.
202
Su mano en mi rostro me agarró con más fuerza.
—No pienses en eso, Roja. Veo esa mirada. No tienes nada por qué estar
celosa.
—Todas esas mujeres te tuvieron. —¿Cómo podría no estar celosa?
—No —dijo ferozmente—. Nunca me tuvieron. No donde cuenta. ¿Entiendes?
Una lágrima se derramó por mi mejilla, y odiaba el desastre emocional en que
me había convertido en cuestión de días.
—¿Qué pasa cuándo nos encontremos con una?
—¿Qué pasa cuando nos encontremos con el mariscal imbécil? —respondió.
—¿Te enojas?
Su mandíbula se tensó.
—¿Aparte de eso?
Había cientos de formas en que podía responder eso, pero de repente, sólo
una tenía sentido.
—Seguimos caminando y vamos a casa juntos.
La tensión de sus músculos se relajó marginalmente.
—¿Puedes manejarlo?
No estaba preguntando si podía manejar ver a Dan. Estaba preguntando si
podía darle la espalda a su pasado. No tenía una respuesta perfecta. No podía
decir que no estaría celosa. No podía decir que lo manejaría bien. Pero podía decir
esto; no quería la alternativa. No quería desperdiciar mi posibilidad de estar con él.
Acuné su rostro cómo estaba acunando el mío y sonreí.
—Sí.
Su pulgar acarició mi mejilla.
—Siempre te pondré primero.
—Voy a ser una novia celosa. —Nunca pensé en eso antes, ni siquiera cuando
vi a Dan con esa porrista, pero lo sabía ahora, y sabía eso por lo que podía perder.
Una suave sonrisa inclinó el costado derecho de su boca de una forma a la
que me estaba haciendo adicta de ver.
—No lo aceptaría de otra forma.
Sonreí ampliamente.
—Tal vez incluso locamente celosa.
203
El otro lado de su boca se curvó.
—Te follaré frente a ellas para probar que eres mía.
Fingí sorpresa, pero de verdad, estaba acostumbrarme a su indignante charla
sucia.
—Tal vez sólo bésame.
—¿El coño o los pezones?
—¡Jared Jacob Brandt!
—Mierda, suenas como una madre.
Mi corazón dio un brinco.
—¿Quieres hijos?
Inhaló con fuerza y rápidamente.
—Nunca solía quererlos.
Contuve el aliento.
—¿Y ahora? —Porque incluso aunque me dije que no quería una familia
después de la muerte de mi padre, sí la quería. Siempre quise una. Quería una casa
llena de risas y el sonido de pequeños pies. Quería cenas familiares los domingos y
quería una familia que pudiera llamar propia.
Él me miró y el tiempo se detuvo.
—Ahora… —La cabeza de su polla se movió un centímetro dentro de mí—.
Estoy pensándolo.
—Quiero hijos. —Contuve un gemido—. Quiero mi propia familia.
—Quiero follar tu culo virgen. Quiero venirme dentro de tu apretado coño. Y
quiero escucharte gemir mi nombre mientras mi semen gotea de tu coño.
Un calor inundó mis mejillas, mientras desesperadamente intenté no
contraerme a su alrededor o mostrar una reacción.
—No estaba hablando de tus fantasías sexuales.
—Lo sé. Estoy distrayéndote.
Me permití contraerme a su alrededor.
—Está funcionando.
Echó su cabeza hacia atrás y se rio como nunca lo había visto reír.
Mi corazón se llenó de tanta alegría, que no sabía dónde ponerla, pero aun así
lo molesté.
—Eres incorregible. —Sonríe ampliamente como hace mucho no lo hacía.
204
Agarró la parte de atrás de mi cuello y besó mi frente.
—Tienes razón. —Me levantó de la cintura y me dejó en la cama, y luego sin
esfuerzo se levantó por completo. Tomando mis manos, me puso de pie—. Vamos.
Me quedé de pie desnuda frente a él sin una onza de vergüenza.
—¿A dónde vamos?
—A la ducha.
—Pensé que te gustaba sucia.
Con mi mano en la suya, me besó una vez.
—Como no te imaginas. —Nos llevó al baño y soltó mi mano para abrir la
ducha, pero cuando miró a la ventana, frunció el ceño.
Me moví a su alrededor para asomarme por las persianas. No podía creer que
me había quedado dormida durante horas con todos ellos afuera, pero tener a
Jared aquí me hizo sentir a salvo.
—¿Todavía están acampando ahí afuera?
—Están aquí. —Pasó su mano por su cabello rubio arena—. Nos iremos a mi
apartamento cuando hables con el abogado.
—¿No te gusta mi casa? —bromeé.
—Es una casa.
Su tomo amargo y su expresión resignada me hicieron detenerme.
—¿Qué pasa?
—Nada. —Probó el agua y luego se quitó sus pantalones—. Entra.
Miré la ancha expansión de sus hombros y sus abdominales perfectamente
esculpidos y recordé exactamente lo que había estado haciendo cuando desperté.
—Dijiste que no mentirías.
Su pecho se alzó y cayó.
—Es una bonita casa, Roja, pero no hay suficientes pisos entre el mundo y yo,
para sentirme cómodo.
Mi corazón se hundió. Amaba mi casa. Mi casa era un santuario. Bueno, no
cuando había furgonetas de noticias afuera, pero de lo contrario, era de lo que más
estaba orgullosa. Cada centímetro de mi casa había sido cuidadosa y
meticulosamente renovado, pintado o mejorado con mi sangre, sudor y lágrimas.
—¿No podrías vivir aquí?
Negó.
205
¿Cómo podrías criar a una familia en un apartamento en un piso diecisiete?
¿O tener un perro?
—Di algo —exigió, su desnudez tan natural para él como respirar.
—Oh. —Entré a la ducha.
Con la frustración sobre todos sus rasgos, me siguió.
—Déjalo ir. Sé que tienes algo que decir.
—No tengo nada que decir. —Estaba procesando muchos escenarios a la vez,
pero el más importante era el que estaba por sobre el resto. ¿Qué tanto estaba
dispuesta a ceder por este hombre?, tomé el champú.
—Maldición, dime qué estás pensando.
Con el agua bajando por mi espalda, el vapor rodeándonos, tomé el
pensamiento más molesto pasando por mi cabeza.
—Así no es cómo me imaginé que ducharse con un hombre sería. —Había
leído novelas románticas, y esto no se acercaba.
Sus manos fueron a mis caderas y echó su cabeza hacia atrás.
—Mierda. —Su mirada intensa volvió a la mía—. ¿Nunca te has duchado con
un hombre?
Mi mirada viajó debajo de su cintura, y todavía no podía creer que él encajara
en mí. Incluso descansando, era largo y grueso. Sólo mirarlo me hacía cosas. Mojé
mi cabello con una mano, cuando un dolor ahora familiar persistió entre mis
piernas.
—Nunca he estado desnuda frente a un hombre en el día antes de ayer,
mucho menos me he bañado con uno. —Abrí la tapa del champú.
Su brazo se envolvió a mi alrededor y me quitó el champú de la mano.
—Santo Dios, mujer. —Se estiró detrás de mí y dejó el champú en el estante,
luego me sostuvo con ambos brazos—. Debes contarme estas cosas.
No podía respirar cuando su cuerpo desnudo se presionaba contra el mío.
—Tú no me cuentas todo. —Como qué era la ola explosiva. O por qué no
podía vivir en un piso bajo. O por qué dormir con un montón de mujeres le
aseguraba que nunca se cansaría de mí.
Su mano peinó mi cabello húmedo.
—Eres más hermosa así, desnuda, mojada, sin una máscara.
—¿Máscara? 206
—Maquillaje.
—¿No te gusto con maquillaje?
—No.
Decir que estaba sorprendida era un eufemismo. ¿A los hombres no les
gustaban las mujeres arregladas?
—¿Por qué?
Su pulgar se arrastró por mi labio.
—Me gustas así, inocente y pura.
—No soy inocente. —Una punzada de arrepentimiento me golpeó por Alex.
Había estado tan molesta por Dan, que una de las mujeres de la oficina había
bromeado diciendo que parecía que necesitaba una noche con un hombre
dispuesto y sin compromiso. La idea se había arraigado. Cuándo le pregunté
dónde encontrabas un hombre así, dijo que no se encontraba, que pagabas por él.
Me contó sobre las “citas” a las que su amiga iba con un tipo precioso.
Un día después, me entregó un pedazo de papel con un número. Me había
reído y lo había botado frente a ella, pero cuando se fue, saqué el número de la
papelera. Una semana después, había llamado.
—Cuando estés desnuda en mis brazos, Roja, no puedes pensar en otros
hombres.
Empecé a hablar.
—No lo hacía.
—Sí, sí lo hiciste.
—¿Cómo puedes saber qué pienso? —No sabía cómo hacía eso.
—Lenguaje corporal, expresión facial, pero más que nada, presto atención. Sé
que has estado con dos hombres antes que yo, y sé quiénes son. Dije que eras
inocente y lo negaste. No hay que ser un jodido genio para adivinar que estabas
pensando en Vega.
—No lo lamento. —Agaché la cabeza—. Te conocí.
—No estoy tomándolo en tu contra.
—Simplemente no quieres hablar de eso.
—Nunca.
Asentí.
207
—¿Qué es una ola explosiva?
Agarró el champú y vertió un poco en su mano como si necesitara una
distracción. Una vez que estuvo aplicándolo en mi cabello, empezó a hablar.
—Cuando un explosivo detona, la réplica se llama ola explosiva. Es
jodidamente ruidosa, y si estás muy cerca, la ola misma puede matarte. Es la
misma razón por la que no puedes estar cerca de un cohete despegando. Que te
estallen los oídos es la menor de tus preocupaciones. Las olas explosivas pueden
revolcarte el jodido cerebro. —Sus manos pasaron por mi cabello como un
profesional—. La ola del jodido explosivo me alcanzó. Ahora tengo problemas con
los números y letras. Los veo invertidos y de cabeza. Incuso, aunque mi cerebro
sabe que está mal, no siempre puedo concentrarme. Soy una mierda leyendo y
marcando un número.
—Me escribiste. Y llamaste.
—No sin esforzarme.
No sabía qué emoción prevalecía más, mi corazón adolorido por él y sus
luchas o por el hecho que se había esforzado para escribirme y llamarme.
—¿Es por eso que tienes tan pocos números programados en tu teléfono?
Me estudió.
—Boté mi teléfono del trabajo. El teléfono que te di es mi celular personal.
—¿Botaste el teléfono del trabajo? —Debería estar feliz, pero no estaba lista
para confiar.
—Aplasté la SIM y boté el teléfono. —Inclinó su cabeza bajo el agua cálida.
Sus manos sobre mí y mi cabello se sentían muy bien.
—¿Así que no hay retorno?
—Te dije que no lo haría —dijo sin irritación.
Pregunté de todos modos.
—¿Solo así?
—Sí.
La tensión salió de mi cuerpo, mientras sus fuertes manos pasaron por mi
cabello.
—¿Cuánto tiempo estuviste…? —No quería decir prostituyéndote.
Observó lo que hacía con la misma mirada intensa que usaba conmigo.
—Tres años.
Oh Dios. 208

—Eso es mucho tiempo. —Mucho, mucho tiempo.


—Demasiado —aceptó.
—Así que… —Dudé—. ¿No fui solo yo quien te hizo cambiar de idea?
Su mirada fue a la mía.
—¿Tienes un problema con ser el catalizador?
¿Lo tenía?
—No. —No lo creía.
—Bien. —Inclinó mi cabeza hacia atrás y unos ojos marrones-ámbar en los
que podía perderme, me estudiaron—. ¿Tienes su anillo?
—Sí. —Estaría mintiendo si dijera que no pensé lo que sería pertenecer a
Jared, usar su anillo.
—¿Cómo es que no lo has devuelto?
—Lo intenté. —Varias veces—. Se negó a recibirlo. Pero no era un anillo de
compromiso.
Tomando el jabón, se detuvo.
—¿Hay otra clase de anillo?
—Era más un anillo de promesa.
Sus cejas se fruncieron.
—¿Qué demonios es eso?
—¿Un anillo de promesa? —De hecho, no lo sabía, ahora que lo preguntaba.
—Que jodido marica. O le pides a una mujer que se case contigo o no lo
haces.
Contuve una sonrisa.
—Maldices mucho.
—¿Estás negando que es un marica?
—No. —La próxima pregunta salió inconscientemente—. ¿Alguna vez has
pensado en casarte?
—No tanto como tú. —Hizo espuma con el jabón en sus manos y lo pasó por
mis hombros—. Date vuelta, preciosa.
No se me pasó por alto que no dijo que no pensaba en el matrimonio.
—Tal vez, cuándo era más joven.
Pasó sus manos por mi espalda, masajeando mis músculos tensos. 209
—Todavía eres joven.
—Tengo cinco años más que mi madre cuando me tuvo. —Oh Dios mío,
amaba la forma en que me tocaba, atrevido y dominante, pero también gentil—.
¿Qué edad tienes? —No puedo creer que nunca se lo hubiera preguntando.
—Veintiocho. —Sus manos pasaron por mi trasero y apretó, luego me dio la
vuelta para encararlo de nuevo—. ¿Dejaste de pensar en casarte después que tu
papá murió o después del imbécil del mariscal? —Tomó el jabón de nuevo.
Él era increíblemente perceptivo, sorprendente también.
—¿Por qué preguntas?
—Curiosidad. —Enjabonó el pequeño parche de rizos entre mis piernas que
mantenía perfectamente depilado.
Algo que había notado sobre él, era que nunca se encogía de hombros o hacía
movimientos corporales innecesarios. No hacía gestos cuando hablaba. Ni siquiera
se contoneaba cuando caminaba. Era como si cada movimiento fuera a propósito y
calculado.
—¿Sabes que no te encoges de hombros?
—Sí.
Quería que su mano bajara más, pero la pasó por mi vientre y sobre mis
caderas.
—¿Es a propósito?
Miró su mano mientras frotaba su pulgar sobre mi pezón.
—Se puedes observar cuando se está inmóvil.
Contuve un gruñido.
—¿Te gusta ser un observador? —Su otro pulgar encontró mi abandonado
pezón y, oh Dios mío, eso se sintió bien.
Ahuecando ambos pechos, pasó sus pulgares rítmicamente de un lado a otro.
—Fui entrenado para ser un observante.
—¿Por los Marines?
—Sí. —Incrementó la presión en mis pezones, y lo sentí en mi centro—.
¿Quieres venirte?
Demasiado, demasiado.
—Todavía no. ¿Qué hiciste con los Marines? 210
—Reconocimiento.
—No estoy segura sobre qué quiere decir.
—Cazábamos tipos malos.
No podía saber si era un comentario ligero hecho a una civil o simplemente
otra de sus declaraciones de hecho.
—¿Lo disfrutaste?
—El combate es adictivo.
—No respondiste la pregunta. —Frotando mis muslos entre sí
desesperadamente, ansiaba sentir la clase de liberación que solo él podía darme.
—No lo disfruté tanto como voy a disfrutar hacerte venir de esta forma.
—¿Es posible? —El dolor ardiente en mi centro era casi intolerable.
—Tus piernas están temblando, tus pezones están oscuros y duros, si te lamo
ahora, vas a explotar.
—¿Lamerme dónde? —jadeé.
Su boca se aferró a uno de mis senos, sus dedos pellizcaron el otro pezón, y
presionó su polla contra mi coño.
Mi cabeza cayó hacia atrás, un grito gutural salió de mis pulmones y exploté.
—Ahhh.
Placer y dolor se dispararon de mis pezones, y viajaron a mi sexo, donde el
palpitante efecto era secundario a lo que estaba pasándole a mis pechos. A
diferencia de cualquier otro orgasmo que hubiera tenido con él, este no era un
clímax. Era como si hubiera presionado un interruptor y estuviera únicamente
concentrada en llevarlo dentro de mi cuerpo, pero a la vez, no podía creer que
pudiera soportar más.
—¿Qué me estás haciendo? —La sangre se drenó de mi cabeza, y si no
estuviera agarrando puñados de su cabello, estaría de rodillas.
Su lengua pasó por mi pezón y luego el otro antes de llevar sus labios a los
míos.
—Eres tan hermosa, Roja.
El calor inundó mis mejillas cuando el calor se curvó en mi vientre.
—Estás volviéndome adicta.
—Siempre que yo sea tu droga.
Oh, era mi droga. Sonreí y él me besó. 211
Lento y sensual, atravesó el calor de mi boca. Con sus gigantes manos
sosteniendo cada lado de mi cabeza, y fue la gentileza de su toque y su beso lo que
me hizo sobrepasar el límite. Por primera vez en cinco años, no estaba pensando en
robarme a mí misma contra el dolor, bloqueando mis sentimientos por todo y
todos. Estaba pensando en el futuro. Con él.
Retrocedió y me miró a los ojos.
—Te escucho pensar.
No estaba lista para decirle cómo me sentía. No estaba segura de estar lista
para siquiera aceptarlo en voz alta, así que hice una pregunta que tenía.
—¿Por qué no te gusta mi casa?
Me miró por un momento cómo si supiera que estaba evadiendo, y luego
tomó el champú.
—La casa está bien. Es la ubicación y la elevación.
—¿Entonces no te opones a vivir en una casa? ¿Solo debe ser la correcta? —
Estaba intentando comprender esto, pero algo faltaba.
Frotó el jabón en su pecho.
—No hablo sobre Afganistán y no me obsesiono con mi época con los
Marines, pero diré esto. Una vez que estás en una zona de guerra y ves lo
jodidamente fácil que es irrumpir en una casa en un primer piso, o incluso en un
segundo o tercero, no te sentirías tan segura en tu casa tampoco.
No lo menosprecie diciéndole que Coral Gables no era una zona de guerra.
¿Cómo podría? Él tenía razón. Cualquiera podía ir a mi puerta principal y abrirla
de una patada. Si vivir más alto lo hacía sentirse más seguro, ¿quién era yo para
quitarle eso?
—Nunca lo pensé así.
—No, probablemente estabas pensando en niños, un perro, un patio y un
código postal de alta categoría.
No lo negué.
—Así es. —Mirarlo bañarse se sentía más íntimo que tenerlo dentro de mí.
—¿Eso rompe el acuerdo para ti?
¿Lo hacía? ¿Importaba dónde vivía? No tenía una respuesta fácil. Todo mi
mundo estaba cambiando más rápido de lo que podía parpadear. Le quité el jabón
y casualmente presioné su costado para que se girara.
—¿Qué tal un gran rancho en una extensión de cuarenta acres? —No se 212
movió.
Sus músculos se tensaron bajo mi mano.
—¿Tienes algo que decirme?
Sonreí, pero no llegó hasta mis ojos.
—No tengo un rancho. —¿Me dejaría lavar su espalda?
Me estudió.
—Pero quieres uno.
Medio me reí, medio suspiré.
—¿Lo indiqué de alguna forma?
—Sonrisa falsa.
Sostuve el jabón y fui por un acercamiento más directo.
—¿Puedo?
—¿Por qué?
—Porque quiero hacerte sentir bien como tú me hiciste sentir bien.
—Entonces deberías bajar ese jabón.
Su expresión era muy seria, no podía decir si estaba bromeando.
—No sé si hablas en serio o no.
—No necesito que laven mi espalda, Roja.
—¿Nunca?
No dudó.
—No.
—¿Entonces duele? —Lamenté mi estúpida pregunta tan pronto como la hice.
—Está bien.
—Eso no fue lo que pregunté. —Dejé el jabón en su puesto.
—Dios, estás molestándome. Quieres poner jabón en mis cicatrices, adelante.
Quieres pasar tus uñas por mi espalda mientras te vienes en mi polla, adelante.
Pero si quieres lavar mi espalda como si fuera un jodido niño que necesita mimos,
olvídalo. Tengo cicatrices, no soy una maldita niña herida que necesita a una mujer
que lama las heridas.
—Bueno, cuando lo pones así.
Apartó mi cabello de mi rostro y cambió el tema.
213
—¿Por qué un rancho?
Ni siquiera pensé en no responder o negociar la respuesta que quería de él.
—Al crecer, siempre quise aprender a montar caballo, pero papá no podía
permitírselo. Me prometió que un día lo haría, pero después que mamá falleció,
dejé de pedirlo. —Jared tenía una forma de revelar mis capas con una gran
destreza. No podía notar si era porque era ingenioso o simplemente mandón.
—Lamento mucho que perdieras a tu mamá.
—Gracias. ¿Qué le pasó a tu madre? —dijo que había crecido solo con su
padre.
—Otro hombre llamó su atención. Decidió que no le gustaba ser la esposa de
un plomero y madre.
Vaya.
—¿La has visto?
—La vi antes de enlistarme. Hice las paces con ella en caso de no volver a
casa.
No podía imaginarme tener dieciocho años y tener que decirle adiós a mi
familia en caso que no viniera a casa.
—¿No fue a verte después que te hirieron?
—Nunca le dije.
—¿Tu papá no la llamó?
—No lo haría.
Luché por entender cómo sus heridas no podían unir a una familia, pero de
nuevo, estaba apenas enterándome que tenía una familiar después que mi abuelo
murió.
—Lo siento.
—Yo no. Vamos a secarte. —Cerró la llave.
—Un día, quiero lavar tu espalda.
Se detuvo.
—¿Estás diciéndome qué hacer?
La emoción atravesó mis venas.
—No, estoy pidiéndolo.
—Anotado. —Agarró una toalla y la envolvió a mi alrededor.
—¿Siempre será así? 214

—¿Cómo? —Envolvió una toalla a su alrededor, y no pude evitar notar que


todavía estaba excitado.
—Hablando así… —Desnudo, íntimo y sin contenerse.
—No lo sé. Nunca he hecho esto antes. Pero te diré algo. —Metió la mano
bajo mi toalla y entre mis piernas. Deslizando sus dedos de arriba abajo, una
sonrisa curvó sus labios—. Cuándo hablar dejé de funcionar, empezaré a follar.
Treinta y tres
Jared
—Debería estar horrorizada por tu estupidez. —Tiró de la toalla más
apretada y empujó sus tetas juntas.
Mi polla era un maldito misil, quería cogerme sus tetas. Respiré a través de la
necesidad por ella que sólo estaba empeorando cada vez que la tocaba.
—Deberías.
—Pero no lo estoy. —Sonrió de la forma tímida que se estaba convirtiendo en
mi cosa favorita para ver, junto a su rostro cuando se venía.
—Bien. —Estaba condicionado al sexy. Había alimentado a la bestia durante
tres años, y antes de eso, no fui un maldito monje. Pero esta constante erección era
jodidamente nueva para mí. Nada lo aliviaba. Me vine con ella, y cinco segundos
más tarde, estaba listo para más.
215
Miró alrededor de su cuarto de baño.
—Yo, mmm, tengo que prepararme.
—Entonces prepárate. —Podría orinar delante de mí y no me importaría.
—Está bien. —Exhaló—. Entiendo que no eres tímido y estás perfectamente
cómodo estando a mi alrededor, pero necesito un poco de privacidad para arreglar
mi cabello y maquillaje.
Se veía jodidamente preciosa justo como estaba. No necesitaba hacer una
maldita cosa, pero necesitaba comprobar si el abogado estaba aquí.
—Estaré en la sala de estar. —Me volví para irme.
—¿Jared?
Me encantaba mi nombre en sus labios.
—¿Sí? —Miré por encima de mi hombro.
El calor coloreaba sus mejillas.
—¿Te... duchabas con alguna de las mujeres?
Jodido infierno. Me volví y agarré la parte posterior de su cuello.
—Puedes preguntarme cualquier maldita cosa que quieras. Pero nunca voy a
discutir lo que hice o no hice con una clienta. —No quería jodidamente decir lo
siguiente, pero no podía dejarlo colgando más. Ya estaba metido hasta el cuello, y
si ella iba a irse, tenía que ser ahora—. Necesito un borrón y cuenta nueva, Sienna.
Si quieres que esto funcione, vas a tener que confiar en mí.
—La confianza se gana.
No podía culparla por tener razón, pero ella estaba perdiendo el punto.
—Entonces dale tiempo para crecer. Nunca te daré una razón para estar
celosa.
—Tu pasado me pone celosa. No puedo evitarlo.
La parte enferma de mí quería sonreír. Si estaba celosa, era porque le
importaba. Pero yo también conocía una herida abierta cuando veía una, y no tenía
ni puta idea de cómo cerrar esta.
Pasé una mano por mi cabello húmedo.
—Está bien, aquí está el trato. Tienes dos preguntas. —Ella abrió la boca y
levanté la mano—. Dos malditas preguntas, eso es todo. Puedes preguntar lo que
quieras, y te responderé, pero después de eso, no más. Así que piensa en lo que
quieres preguntar y haz que valga la pena.
Apenas esperó hasta que la última palabra salió de mi boca. 216
—¿Alguna vez tuviste sentimientos por alguna de tus clientes?
—¿Es tu primera pregunta?
Ella asintió.
—Sí.
—No.
Sus cejas se juntaron.
—No, ¿no estás respondiendo o no, no tuviste sentimientos por nadie?
—Dijiste clientas, no nadie, y la respuesta es no.
Su rostro se crispó en confusión e incredulidad.
—¿De verdad? ¿De ningún modo?
Dejé caer mi agarre sobre ella y mis manos fueron a mis caderas.
—No era sobre las clientas, Roja. —No podía tocarla y hablar de otras
mujeres. Se sentía jodidamente mal.
Parecía aún más confundida.
Jódeme.
—Nunca fue sobre ellas. Siempre fue sobre mí. Sí, ellas olían jodidamente
agradable o se veían bien o incluso se sentían bien durante cinco putos segundos
mientras me corría, pero no se trataba de ellas. Se trataba de mí teniendo el control.
No estaba buscando una jodida novia. Mi objetivo no era una fantasía doméstica
de mierda. Jugué duro, jodí más duro, y respiré el control. Lo usé para escapar. —
Vi cada jodido juicio en su expresión impactada, pero continué porque ella me
preguntó. Ella había jodidamente preguntado. La guerra es un detonante. La
violencia se mete bajo tu piel y no puedes vivir sin ella.
»No quieres. Los marines me entrenaron para el combate, pero yo lo controlo.
Soy dueño de todas las habilidades que he perfeccionado para matar y lo vivo. No
soy jodidamente perfecto, pero no me arrepiento de quien soy y no me arrepiento
de joder mujeres por tres años por dinero. Cumplió su propósito. —La miré
fijamente—. ¿Cuál es tu segunda pregunta? —exigí.
Tragó saliva.
—Yo… —Su voz se quebró—. No tengo una.
—Vístete. —Salí del cuarto de baño, sin saber con quién estaba más
jodidamente enojado, conmigo mismo por hablar con ella en ese tono o con ella por
no reconocer lo que teníamos entre nosotros como algo jodidamente especial.
No tuve un maldito segundo para pensar en ello porque me siguió. 217
—Estás enojado porque hice la pregunta.
—Maldita sea, Roja. No estoy enojado por la puta pregunta.
—¿Entonces por qué estás enojado? —preguntó sosteniendo la toalla
alrededor de sí misma como un escudo.
Me sentí jodidamente culpable porque, a pesar que ella era jodidamente
inteligente, no tenía la experiencia con el sexo que yo tenía. Pero yo también me
conocía. Si me retractaba o le mentía ahora, sería inútil quedarse otro maldito
segundo en su casa.
—Estoy enojado porque no reconocieras que esta mierda entre nosotros es
diferente.
Vi el cambio en su expresión antes que abriera la boca y la voz que usaba con
su traje rosado emanó de ella.
—Crecí con un padre predicador, trabajador que dejó mi cuidado diario a
todo un montón de señoras de la iglesia porque tenía una parroquia que manejar.
Cuando esas señoras no estaban poniendo el temor de Dios en mí, estaban
ocupadas contándome cómo el diablo estaba en todos los jóvenes de la parroquia.
Dijeron que estaban esperando para obtener la leche gratis. Así que me quedé lejos.
Resultó que deberían haberme advertido que me mantuviera alejada de los
acompañantes masculinos. —Dio media vuelta y cerró de golpe la puerta del baño.
Terriblemente inapropiado, sonreí y agarré mis jeans mientras mi teléfono
vibraba. Respondí sin molestarme en mirar quién era.
—Sí.
—El abogado está aquí —dijo Tyler.
—Envíalo. —Colgué y me puse mi ropa. Estaba entrando en la sala de estar
cuando oí el golpe en la puerta principal. Girando el cerrojo que no haría mierda
para detener a un intruso, abrí la puerta.
—Sr. Brandt. —Clark Kent, alias Mathew Barrett, asintió con una expresión
grave que estaba empezando a despreciar.
No dije ni mierda. Eché un vistazo a Tyler y a todas las malditas sanguijuelas
de los noticieros gritando por mi atención, luego cerré la puerta.
Barrett exhaló y se quitó su bolsa de mensajero de su hombro.
—Eso es un montón de prensa.
Voy directo al grano.
—¿Hiciste lo que te pedí?
218
El abogado me niveló con una mirada.
—Sí, y por desgracia, tu día pasó de mal a peor.
—Sienna se está vistiendo. Tienes treinta segundos.
Dejó caer su bolso sobre la mesa de café, pero ninguno de los dos nos
sentamos.
—Ahlstrom presentó cargos de asalto y agresión además de la demanda. He
elaborado un testimonio basado en el video que vi y un amigo mío que está en la
fuerza de policía estará aquí pronto para que puedas presentar tus propios cargos.
Asalto y agresión por el restaurante y cargos de asalto por cuando se presentó en
tu casa. Además, vas a presentar una orden de protección.
Hijo de puta.
—Te dije que no estoy presentando una jodida orden de restricción. —No me
importaba qué cargos el idiota presentaba. Los videos que todos tomaron
mostraron que era defensa propia.
—Estás sin opciones. Si quieres que te represente, entonces así es como lo
haremos.
Maldita sea, no iba a ser intimidado por un hijo de puta que lucía como salido
de los Comics de Marvel.
—Lo pensaré.
—Si quieres conservar tu riqueza personal y libertad, entonces te sugiero que
hagas más que pensar en ello. Me pagan de cualquier manera.
El cabrón tenía algunas pelotas.
—No me van a arrestar.
Se encogió de hombros.
—Eso depende de la fiscalía ahora. Pero cuanto más rápido presentemos
nuestros propios cargos, mejor será para ti. —Tomó su bolso—. Sin embargo, tengo
la sensación que esta noticia va a palidecer en comparación con lo que descubrí.
Cada músculo de mi cuerpo se tensó.
—¿Qué?
—El testamento de Jed Burrows será leído mañana, y no sólo el señor
DeMarco y la señorita Montclair son requeridos para estar en la lectura, sino
también el señor Ahlstrom.
—Jodido Jesús.

219
Treinta y
cuatro
Sienna
Con su cabeza gacha, sus manos en sus caderas, Jared maldijo.
Un hombre alto con cabello negro y gafas de montura negra estaba de pie
junto a Jared.
—No conozco los detalles, pero debe ser nombrado si se requiere su
presencia. —En una ajustada camisa de vestir y lo que tenía que ser unos
pantalones hechos a medida para encajar con su altura, el hombre tenía una
llamativa semejanza a Superman.
Salí del pasillo y ambos hombres alzaron la mirada de inmediato.
220
—Hola. —El guapo con las gafas dio un paso adelante—. Usted debe ser la
señorita Montclair. —Extendió su mano—. Soy Mathew Barrett. Soy el abogado del
señor Brandt.
Su voz era profunda, pero se veía demasiado joven para ser abogado.
—Señor Barrett.
Estreché su mano mientras Jared observaba el intercambio con los ojos
entrecerrados.
—Vamos, tomemos asiento. Creo que tenemos algunas cosas que discutir.
Jared dio un paso entre nosotros.
—Danos un minuto. —Me guio a la cocina y bajó la voz—. Odio la leche,
Roja.
—¿Qué quieres decir? —Estaba usando mi apodo, mirándome como si
quisiera devorarme, y sabía lo que quería decir. Estaba refiriéndose a la analogía
que le había dicho sobre lo que me advirtieron las mujeres de la iglesia. Estaba
diciendo que no iba a usarme. Pero no iba a dejar que se saliera de esto fácilmente.
Él necesitaba decir las palabras porque yo necesitaba oírlas.
—No voy a aprovecharme de ti. —Fuertes, decididas, sus palabras eran tan
potentes como su tono.
—Aprovecharse no está limitado sólo a lo físico.
—Tienes razón. Físicamente voy a aprovecharme totalmente de ti y tu
hermoso cuerpo, en cada maldita oportunidad que tenga. Pero nunca te
menospreciaré intencionalmente por tu falta de experiencia. Amo esa inocencia.
No intentaba herir tus sentimientos con lo que dije antes.
Al oírle decir amor, mi corazón se derritió y mi estómago aleteó. Quería
apresurarme a él tan desesperadamente, que dolía no tocarle.
—Bien —exhalé.
Dio un paso más cerca.
—¿Qué estás sintiendo en este momento? —Sus dedos pasaron por mi
cabello, luego gentilmente sostuvo los mechones por las puntas para una pausa—.
¿Lo que pasa entre nosotros? —Su mano bajó por mi brazo a mi mano y entrelazó
sus dedos con los míos—. Es jodidamente especial.
—Lo sé —susurré.
—Entonces, confía.
—Bien. —No me importaba si el abogado estaba mirando, lo obligué a
besarme.
221
Una tormenta surgió en sus ojos marrones dorados, haciendo que cada rayo
de marrón se convirtiera en gris oscuro.
—No le voy a dar a Clark Kent un puto espectáculo. Voy a esperar a que se
haya ido, luego voy a tocarte. —Apretó mi mano—. ¿Entendido?
Calor fluyó entre mis piernas y el aire dejó mis pulmones.
—Ajá. —Metí mis labios en mi boca.
—¿Sabes cuán bien voy a hacerte sentir? —Su pulgar acarició lentamente mis
nudillos, sintiendo cada curva y valle como si fuera mi zona más erógena.
Nerviosa, insegura de cómo decirlo, di a entender lo que quería.
—Quiero hacerte sentir bien.
Su ardiente mirada fue a mis labios y su voz bajó.
—¿Nunca le has hecho una mamada a un hombre, hermosa?
—No —admití tímidamente.
Sus ojos se cerraron por un breve momento y cuando se abrieron de nuevo,
casi estaban negros con deseo.
—Eres tan jodidamente perfecta, Sienna Montclair.
Calidez se arremolinó en mi estómago y se extendió por mis venas. Mis
mejillas ardían y bajé la cabeza.
Su dedo alzó mi barbilla.
—No —dijo en un feroz susurro—. Nunca me evites.
Su completa autoridad, su esencia natural, musgo y hombre y completamente
incontenible, cayeron a mi alrededor como una barrera hacia el mundo exterior.
—Está bien.
Me estudió por un momento.
—Necesito decirte algo. No quiero que lo oigas del abogado.
La intensidad del momento se hizo a un lado para hacer espacio a la duda.
—¿Todo era una distracción para llegar a este momento?
—Te pedí confianza —me recordó.
Bajé la barbilla.
—Lo siento. Tienes razón, lo hiciste. —Pero ya no me sentía sexy y deseada
sexualmente por un hombre fuera de mi liga. Me sentía como si estuviera a la 222
deriva.
Buscó mi rostro.
—¿Qué acaba de pasar?
Dudé.
—Nada.
—No me mientas.
Le di la verdad.
—No confío. Ni por naturaleza ni por las circunstancias. Al igual que me
pides que confíe en ti, te voy a pedir que seas paciente conmigo.
—Es justo. Dime qué te hizo fruncir el ceño así.
—Me sentí… sola.
Sus cejas se juntaron.
—¿Y?
—Y que sólo estabas siendo lindo conmigo para ablandarme, así podías
decirme algo malo.
—No, necesitaba aclarar las cosas antes que fueras a cambiar.
—De acuerdo. —Estaba empezando a entender que no le gustaba dejar cosas
entre nosotros.
—Pero naturalmente me gusta dominarte, Roja. Eso nunca va a cambiar.
—Me gusta esa parte —admití, el calor ardiendo en mis mejillas.
El atisbo de una sonrisa tocó su rostro.
—Lo sé.
La inclinación de la esquina de su boca fue todo lo que tomó. No me sentí
sola más. Sonreí.
—Básicamente olvido lo que sea que estábamos hablando cuando me sonríes.
—¿Sonreí? —Sonrió.
Me extasié.
—Bueno, estoy bien. Dime lo que tienes que decirme.
Su rostro se puso serio al instante.
—Ahlstrom va a la lectura del testamento.
Fue como si alguien apagara las luces. Me cerré emocionalmente. 223

Mi mente conjuró locas razones por las que estaría en la lectura del
testamento de Jed Burrows, entonces, igual de rápido, las descarté mientras la
confesión de Dan de esta mañana tomaba sentido y manchaba todo lo que nunca
supe que tenía en un abuelo.
—¿Roja?
—Estoy bien. —Retiré mi mano—. Debería hablar con tu abogado.
Me acercó con una mano alrededor de mi nuca.
—Recuerda qué dije.
Había dicho muchas cosas, cosas sobre tocarme, no aprovecharse, renunciar a
sus clientas, que no podía leer, quería que confiara en él. Forzando aire en mis
pulmones, lo miré.
—Nada ha cambiado desde antes que supiera quién era Jed Burrows. —No
sabía si se lo estaba diciendo a él o a mí.
Sus rodillas se doblaron, bajó la cabeza y se acercó al nivel de mis ojos. Su
enorme mano acarició mi nuca.
—Tenemos esto.
Pero no había un nosotros para esto. Había un yo y esta era mi jodida familia y
deseaba que nada de esto estuviera sucediendo. El dolor de cabeza empezó justo
entre mis ojos.
—No deberíamos dejarle esperando. —El abogado probablemente cobraba a
Jared por cada minuto que pasábamos hablando.
Con sólo un asentimiento, Jared me guio de vuelta a la sala de estar.
Barrett hizo un gesto a mi sofá como si estuviera a cargo.
—Señorita Montclair, no sé si ha tenido la oportunidad de revisar sus
mensajes hoy, pero la firma legal que representa a su abuelo solicita su presencia
mañana en sus oficinas para leer el testamento.
Había dejado mi móvil apagado intencionalmente desde ayer.
—No sabía que era mi abuelo hasta esta mañana. ¿Tengo que hacerme algún
tipo de prueba de ADN para confirmarlo?
Superman echó un vistazo a Jared mientras se sentaba a mi lado.
—Ciertamente, es su derecho el requerirla, pero voy a asumir que un hombre
tan rico como Jed Burrows no solicitaría su presencia a la lectura de su testamento 224
si no estuviera absolutamente seguro de quién era usted para él.
—¿Cómo murió? —Había olvidado preguntarle a mi tío.
—Insuficiencia cardíaca. Sus abogados pueden decirle más mañana. —Se
sentó en una silla frente al sofá y apoyó sus codos en sus rodillas—. Si le gustaría
mi presencia con usted mañana, puedo acompañarla a la lectura.
Miré a Jared. Asintió.
—Gracias. Lo apreciaría.
—No sé qué va a suceder, o cómo podré alterar cualquier término del
testamento, pero me alegra que esté eligiendo tener representación.
—No necesito alterar ningún término. No espero nada de él, ni estoy segura
de quererlo. —No sabía la primera cosa sobre poseer un equipo de fútbol
profesional, y si los reporteros acampando fuera de mi casa eran alguna indicación,
entonces ciertamente no quería esta vida—. En el altamente improbable evento que
herede cualquier parte del equipo, necesitaré resolver cómo venderla. —Ya había
tomado una decisión.
Superman miró a Jared de nuevo y empezaba a enojarme.
—Le aseguro que puedo tomar mis propias decisiones, señor Barrett. No
tiene que mirar al señor Brandt por confirmación o reconocimiento de cualquier
decisión pertinente a mis asuntos. Si deseo consultarlo con él, lo haré.
—Cierto, por supuesto, mis disculpas.
El brazo de Jared fue a mi espalda y su mano se posó en mi cadera.
—Creo que a lo que quiere llegar, Roja, es que un equipo de fútbol
profesional es un negocio lucrativo que poseer. Tal vez podrías querer esperar
hasta mañana para tomar cualquier decisión.
Intentando no estar molesta con el mensajero, traté y fallé en controlar mi
débil agarre de mi temperamento.
—¿Cuánto dinero?
Jared miró a Superman.
—¿Tienes una idea?
Superman me miró.
—Los ingresos del equipo del año pasado fueron de 391 millones. Los han
excedido por mucho este año.
Mi corazón se detuvo y un tañido zumbó en mis oídos.
—¿Roja?
225
Oh, Dios mío.
La mano de Jared se movió a mi nuca.
—Respira, hermosa. Respira profundo.
Aspiré una bocanada.
—Eso es, nena. Otra.
Mi cuerpo lo escuchó. Inhalé aire en mis pulmones. 391 millones. De dólares.
391 millones de dólares.
Superman parloteó como si no me estuviera volviendo loca.
—Si fuera a vender, no estoy seguro cuál sería el precio, pero el equipo estaba
valorado el año pasado en dos punto cinco billones. Por supuesto, el señor Barrows
a su muerte sólo poseía el cincuenta y dos por ciento del equipo, así que
aproximadamente la mitad de eso.
Apenas oí lo que decía. Mi cabeza giraba, mi respiración atorada, los
pensamientos se revolvían. ¿Cómo pudieron mi madre y mi padre nunca hablarme
de esto?
¿Cómo pudieron guardar tal secreto? ¿Por qué guardaron tal secreto? ¿Cuál
era la mitad de dos punto cinco billones?
Jared espetó a Superman:
—Lo entiende, Barrett. —Agarró mi nuca, duro—. Sienna, mírame. Mírame,
maldición. —Enunció cada palabra.
Ojos marrones dorados aparecieron y los pensamientos empezaron a salir de
mí.
—No quiero ese tipo de dinero. Ni siquiera lo necesito. Pero podría pagar mi
hipoteca y nunca preocuparme sobre una factura, pero entonces ni siquiera sería
capaz de vivir en mi casa porque no tiene una verja. Esta no es una comunidad
cerrada y esa es parte de la razón por la que amo mi casa. Nunca quise vivir en una
jaula, pero esto sería peor que una jaula. Sería una pecera y necesitaría seguridad.
Necesitaría seguridad. Mis hijos, si tuviera alguno, necesitarían seguridad.
Necesitaría un Tyler las veinticuatro horas del día.
—Me tienes a mí —declaró con calma.
Ni siquiera lo oí.
—A todas partes donde fuera, sería así. Tendría que mudarme. Tal vez fuera
del estado, pero amo Florida. Florida es mi hogar y un día me gustaría criar a mis
hijos aquí. Me gustaría que crecieran junto a la playa y respiraran el aire de
primavera cuando el azahar florece y nadaran con delfines y vieran los hermosos 226
colores del atardecer. Pero no puedo hacerlo si alguien siempre va a querer algo de
mí porque tengo dinero. ¿Cómo va a funcionar? No soy una princesa, esto no es un
cuento de hadas. No va a haber un final feliz en esta historia.
Jared se levantó y me recogió en sus brazos.
—Toma su bolso y sus llaves —le ordenó a Superman—. Cierra la puerta y
sigue de cerca mi Mustang.
—¿Jared? —Alarmada, me retorcí—. ¿Qué haces? ¡Bájame!
Me sostuvo con más fuerza contra su pecho y caminó hacia mi puerta.
—Claro que no.
—No quiero salir ahí —chillé.
—Me prometiste confiar. —Alcanzó la puerta—. Baja la cabeza, rodea mi
cuello con tus brazos. Esconde tu rostro.
Abrió la puerta y no tuve ni un segundo para reaccionar. Luces destellaron,
gente gritó, tantos gritos, mi nombre, su nombre, incluso el nombre de su abogado.
Y preguntas, tantas preguntas. Mi corazón martilleaba, mis pulmones ardían, mis
miembros temblaban, agarré el cuello de Jared con fuerza y me aferré mientras
daba órdenes.
—Tyler, llama a Luna para seguridad extra mientras nos sigues al
apartamento. Mantén la formación, sin separación. Dile a Luna que quiero las
veinticuatro horas todos los días, guardia doble. Barrett, abre la puerta del
pasajero. Encuéntranos en el apartamento mañana por la mañana a las nueve.
Jared gentilmente me puso en el asiento del pasajero del Mustang.
Barrett me entregó mi bolso y llaves.
—La veré mañana, señorita Montclair. Tendré papeleo para que firme,
contratándome en su nombre.
—Ya lo sabe. —Jared cerró la puerta y rodeó la parte delantera del auto
mientras los reporteros aparecían en mi césped.
Tyler intentó contenerlos, pero eran demasiados y sólo él. Superman se paró
detrás de Tyler hasta que Jared arrancó el Mustang.
Entonces se movió en la posición de Tyler mientras este se ponía tras el
volante de una gigante camioneta negra.
Sin consideración a los reporteros llenando mi propiedad como buitres, Tyler
condujo el auto por mi césped e hizo una pausa en la calle.
227
Jared retrocedió delante de él, luego nos fuimos.
Treinta y cinco
Jared
Quería golpear cada maldita camioneta de noticias en la calle. Aceleré el
Mustang, y ella volvió a la vida bajo su capucha. Manejando con una mano, entré y
salí del tráfico, en la que se había convertido su calle, y sujeté su mano con la mía
libre. Llevando sus delicados dedos a mi boca, besé sus nudillos.
—Inhala, bebé. —Se había puesto pálida en su sala.
Ella no respondió, pero respiró hondo.
Mi teléfono sonó, y presioné el botón de responder en el volante.
—Altavoz —advertí.
—Entendido. —Luna comenzó a hablar en español—. ¿Puede entenderme
ahora?
Ambos permanecimos un momento en silencio, pero Roja no dijo nada. 228
Luna continúo hablando en español.
—Voy tres cuadras delante de ti. Gira a la derecha en University Drive. Estaré a
mitad de la primera cuadra. Baja la velocidad y déjame ir delante. Perderemos tu rastro
antes de regresar a tu apartamento.
—Entendido. ¿Conseguiste lo que quería? —pregunté en inglés.
—Casi.
—¿Algo que resaltara?
—¿Además del hecho que su familia estaba loca, su padre era un controlador, y que
tanto su madre como su abuela murieron de la misma enfermedad genética?
Mi maldito estomago se volvió un nudo, y casi salgo del camino.
—Sé más específico, ahora.
Él sabía lo que preguntaba.
—Ella no lo tiene.
—¿Estás seguro?
—Sí.
Exhalé y mi corazón volvió a latir.
—¿Algo más además de los detalles?
—No.
El maldito tenía suerte que estuviéramos en distintos vehículos. Me
provocaría un maldito ataque al corazón.
—Podrás resumirnos todo en el apartamento.
Volvió a hablar en inglés.
—Entendido. Veo tu carro. Me estoy poniendo delante de ti. —Colgó.
—¿Sabes español?
Luna se colocó delante de mí.
—Lo suficiente para comprender a Luna.
Ella miró hacia la ventana.
—Yo nunca aprendí.
Su voz había pasado de un tono de pánico a uno triste. Odiaba ambos tonos.
—Pasa algo de tiempo cerca de Luna y aprenderás algunas cosas, la mayoría
maldiciones.
—¿Sabes otros idiomas? 229

—Algo de danés.
—¿Danés?
—Si, por Neil. Si se molesta lo suficiente, dejará de hablar en inglés por
completo.
—¿Estuviste en la Marina con él?
Me alegraba que estuviera hablando, casi no me importaba cuál fuera el tema
del que quisiera hablar.
—Más como que nos desplegaron al mismo lugar, y teníamos un enemigo en
común.
—Tú dijiste que Alex salvó tu vida.
—Ambos, él y Neil.
—¿Cómo?
Mierda. Exhalé.
—Vega me alejó del Humvee, mientras Nel disparaba y Luna tomaba a un
par de esos malditos. Su unidad se vio atrapada en la misma tormenta de fuego. Su
médico, Talon, nos revisó a mí y a nuestro amigo Dane y a otros hombres. No
perdimos a nadie ese día por Vega, Neil, Luna y Talon. —Necesitaba cambiar el
maldito tema—. Ahora todos vivimos en Florida. —La miré—. Esos hermanos son
mi familia. —Le di un apretón a su mano—. Familia es la que creas, Roja.
Me dio la espalda por completo.
—No lo sabría.
—Lo harás. —Entonces le juré y le mostré—. Luna va a subir para hablar con
nosotros. —Entré al estacionamiento subterráneo, detrás de Luna.
—¿Por qué?
—Le pedí que investigara unas cosas. —Luna tomó un lugar de visitante, y
yo me estacioné en mi lugar designado—. Espera aquí, te ayudaré a salir. —
Apagué el motor y fui a su puerta, pero cuando la abrí, ella no se movió—. ¿Roja?
Mirando hacia su regazo, no levantó la mirada.
—¿Cuánto tiempo voy a estar aquí?
Se veía tan jodidamente vulnerable, dolía jodidamente demasiado verla de
ese modo.
—Tanto como tú lo quieras. Vamos. —Comencé a cargarla fuera.
230
Alejó mis manos.
—Puedo caminar.
Luna dio un paso junto a nosotros.
—Señorita Brandt.
Asentí y tomé la mano de Roja. Nos guie al elevador, y ninguno de nosotros
habló hasta que llegamos al apartamento. La vista de piso a techo del océano me
golpeó, y sentí como si pudiera volver a respirar. Guie a Roja al sofá.
—Siéntate, te traeré una bebida. —Observé a Luna—. ¿Quieres algo?
—Estoy bien. —Se sentó del lado contrario a Roja.
Tomé dos botellas de agua del refrigerador y me senté junto a ella, a la vez
que le ofrecía una.
—Gracias —dijo en voz baja.
Levanté la barbilla y miré a Luna.
—¿Qué encontraste?
Su atención se volvió a Roja.
—Señorita, tuve una conversación honesta con su tío esta tarde. ¿Quisiera
saber qué dijo?
Ella dejó su agua y apenas hizo contacto visual con Luna, antes de volver a
bajar la mirada.
—Sí.
—Está bien. Como usted sabe, su madre tuvo la enfermedad de Huntington4.
No sé si sabía esto, pero la madre de ella también la padeció. Ella falleció cuando
tenía veintinueve años y su madre solo tres. El esposo de ella, su abuelo, se volvió
a casar un par de años más tarde. La señora tenía un hijo diez años más grande que
su madre, a quien usted conoce como su tío. Según él, su madre conoció a su padre
cuando tenía dieciséis, y para ese momento ella ya sabía que tenía Huntington. Su
madre estaba determinada a tener una vida lo más normal posible, pero su abuelo
no aprobaba que saliera. Así que cuando cumplió diecisiete, ella se escapó.
»Su abuelo estaba enfurecido, y según su tío, Burrows culpó a su segunda
esposa de ayudar a escapar a su madre, y de darles dinero para que pudieran vivir
hasta que su padre pudiera mantenerlos. Su abuelo no se divorció de su segunda
esposa porque no creía en eso, pero nunca volvió a hablarle a ella o a su madre. La
esposa de su abuelo murió unos años antes que su madre, y Burrows nunca se
reconcilio con ninguna de las dos.
231
El color desapareció del rostro de Roja.
—Mi tío nunca me dijo nada de esto.
—Me comentó que nunca creyó que tuviera derecho a contarle esa historia, a
menos que usted le preguntara sobre el tema.
Ella se encogió.
—Continúa.
Luna asintió.
—Cuando la salud de su madre comenzó a deteriorarse, su padre intentó
comunicarse con su abuelo, pero él nunca respondió a ninguna invitación de
encontrarse con su madre o de conocerla. Después que su madre murió, su tío dijo
que no volvió a saber nada de su padre hasta unas semanas antes que él muriera.
Fue en ese momento que le pidió a su tío que le ofreciera un trabajo.
»Su tío ha trabajado de un modo u otro con el equipo desde que tenía quince
años. En el segundo en que su madre se casó con su abuelo, él lo puso a trabajar.
Para cuando las cosas se habían desmoronado entre su madre y su abuelo, su tío
ya se había vuelto parte importante del equipo y su abuelo nunca desafió eso.

4 Enfermedad de Huntington: afectación hereditaria, en la que las neuronas se degeneran con el


tiempo.
»Su tío estuvo de acuerdo en contratarla, pero tanto él como su padre
decidieron que era mejor no hacerle saber a nadie quién era. Cuando su abuelo lo
descubrió, le dijo a su tío que, si alguien se enteraba, los despediría, a su tío y a
usted. Cuando su tío comenzó a trabajar para el equipo, su abuelo también insistió
en que nadie supiera quién era él. Algunas personas dentro del personal lo
descubrieron, pero a quien se descubría hablando de eso, Burrows los despedía. Él
tenía una estricta política, sobre no favoritismo a la familia.
—Como si estuviera avergonzado de nosotros —murmuró.
Luna se encogió de hombros.
—O, todavía guardando resentimiento. Su madre era la luz de sus ojos, y su
primera esposa el amor de su vida. Creo que estaba enojado con el mundo, chica.
Roja inhaló y dejó ir lentamente el are.
—Gracias por decirme. Estoy avergonzada por nunca haberle preguntado
esto a mi tío.
Luna se volvió a encoger de hombros.
—No estoy seguro que supiera qué preguntar, cuando ni sabía que tenía a un
232
abuelo vivo. —Dirigió la mirada hacía mí—. Tengo algo de información sobre la
lectura del testamente de mañana.
Los hombros de Roja cayeron un poco.
Levanté la barbilla.
—Continúa.
—Ahlstrom ha estado en el bolsillo trasero de Burrows desde que lo
contrataron. Burrows lo entrenó en todo, desde conferencias de prensa, a jugar,
hasta a cortejar a su nieta secreta.
Ira corrió por mis venas.
Luna dijo el resto de lo que había descubierto.
—Ahlstrom confía en que saldrá de la lectura como un hombre rico.
Quería golpear algo.
—¿Eso es legal? ¿Puede Burrows entregar todo a pesar de tener familiares
sanguíneos vivos?
Luna me miró fijamente.
—Todo es posible.
Treinta y seis
Sienna
Apenas y recordaba que André se fue. Estar sentada en el balcón con Jared a
mis espaldas era un borrón. No pude comer la cena que había pedido. Y no dije
nada cuando me cargó a la cama.
Mi cabeza giraba, mi realidad estaba hecha trizas, furia, dolor, y
arrepentimiento de una vida desperdiciada giraba en mi mente, y no podía
manejarlo. Así que no dije nada, porque tenía miedo a las emociones que fueran a
salir si comenzaba a hablar.
Jared fue todo lo que podía pedir y más, pero ni siquiera le di las gracias.
Levanté mis brazos cuando me sacó la camisa y señaló mis pies cuando me quitó
los leggins, pero no dije ni una palabra. Silenciosamente me deje llevar ante sus
cuidados, y él me atrajo a sus brazos y simplemente me abrazó.
No supe cuando me dormí, pero ahora estaba despierta. Con brazos fuertes 233
todavía rodeándome, estaba frente a las ventanas, observando el océano mientras
el sol se levantaba.
—¿Estás bien?
Me gustaba el sonido de su voz ronca en la mañana.
—Sí.
Me besó el hombro.
—Pensé que te había dicho que sin mentiras.
—No miento, estoy bien. —No estaba llorando o entrando en pánico. Eso
significaba estar bien, ¿verdad?
—Algo está rondando mi cabeza —admitió.
—Bien. —Soné sin emoción alguna.
Sus brazos me abrazaron más fuerte.
—Si no heredas el equipo, creo que tendrías que apelar por eso.
—No lo voy a hacer. —No quería hacerlo. Lo había pensado toda la noche.
—¿Qué vas a hacer si todo va para Ahlstrom?
—No estoy segura que me importe. —¿No sería mejor que alguien como él
fuera el dueño?—. Sé que trabajo para el coordinador defensivo, pero no sé nada
de fútbol. Ni siquiera veo los partidos.
—Este es el legado de tu familia, Roja —dijo cuidadosamente.
—Lo último de mi familia murió cuando mi padre falleció.
Su mano acarició mi brazo.
—Me tienes a mí.
Giré para mirarlo.
—¿Te gustaría ser dueño de un equipo de fútbol?
—Claro que no. —Ni siquiera lo dudó—. Pero eso es porque no es de mi
familia.
—Tampoco era parte de cualquier familia que conociera. —Hasta ayer.
—Buen punto. —Acarició mi mejilla y me miró intensamente—. Eres incluso
más hermosa en la mañana.
Color subió a mis mejillas.
234
—Gracias.
Su expresión de inmediato cambió a una seria.
—Quiero ir contigo hoy.
—¿Me estás diciendo que no planeabas venir conmigo? —Medio bromeé.
—Es algo de una ocasión. —La esquina de sus labios se elevó—. No te
acostumbres.
Forcé una media sonrisa.
—¿Podrías ir sin golpear a Dan?
Sus ojos se entrecerraron.
—Tú sabes que odio cuando dices su nombre, ¿verdad?
La pequeña sonrisa se volvió más sincera.
—Sí. —De inmediato hablé en un tono más serio—. ¿Vas a golpearlo?
—No.
Lo dijo muy rápido.
—No te creo.
—No voy a golpearlo. Le voy a dar una paliza. Pero solo si lo hace primero o
te insulta.
Suspiré, pero en secreto amaba que fuera a defenderme.
—Tendrás que superarlo.
—No va a suceder. Siempre lo he odiado. Odiaría también a Vega si no
hubiera estado en la Marina con él.
—¿Entonces no vas a golpear a Alex? —bromeé, pero era mejor que pensar en
el día que me esperaba.
—No lo prometo.
—Bueno, si vas a comportante, entonces sí, me gustaría que estuvieras ahí.
Gracias.
—Me comportaré en público. —Me guiñó el ojo y se puso serio—. No tienes
nada que agradecerme. Quiero estar ahí para ti.
—Gracias —susurré, de pronto sintiéndome abrumada por sentimientos con
los que no sabía cómo lidiar.
Sus dedos acariciaron mi mejilla.
—¿Confías en mí?
235
Cerré los ojos por un momento, pero no tenía que pensarlo.
—Sí. —Me había sacado de mi casa ayer, me había abrazado toda la noche,
nunca me obligó a hablar o hacer cosas, solo estuvo para mí. Era más de lo que
cualquiera hubiera hecho por mí desde que mi madre murió.
Deslizó un brazo bajo mis piernas, sosteniéndolas firmemente, y con un
movimiento suave, se levantó cargándome y llevándome al balcón.
Pánico se apoderó de mí.
—¡Estamos desnudos!
—No hay reporteros en la playa. Tyler me dijo que estábamos despejados
hace veinte minutos. —Todavía cargándome, abrió la puerta deslizante.
—¿Hablaste con él? —Una cálida brisa sopló sobre mi pial y aire salado llenó
mis pulmones.
—Anoche antes que te durmieras. Le dije que se asegurara que no tuviéramos
reporteros frente al apartamento al amanecer. —Se sentó en una silla de plata,
llevándome en su regazo.
Su larga y dura longitud presionó contra mi muslo, y deseo golpeó mi centro.
—¿Planeaste esto?
Gentilmente tomó uno de mis muslos y giró mis caderas para que quedara
sobre de él, pero con mi espalda hacia su pecho. Sus dedos encontraron el pequeño
triangulo de rizos que no había depilado y me acarició suavemente.
—Quería que vieras el amanecer. —Abrió un poco más mis muslos.
—Jared. —Nerviosamente miré hacia la playa, pero no vi a nadie.
Una mano se deslizó y comenzó a rozar mis pliegues, mientras la otra tomaba
firmemente uno de mis senos. En el momento exacto en que pellizcó mi pezón,
insertó un dedo dentro de mí.
—Justo aquí, bebé.
Me quedé sin aliento, y mi cabeza se movió a su hombro.
Me besó el cuello.
—Observa el amanecer.
Su suave exigencia empapó mi consciencia, y abrí los ojos. Fuego naranja y
rojo se veía en el horizonte, e insertó otro dedo dentro de mí.
—Dios mío. —Empujé mis caderas.
236
Su brazo se deslizó por mis senos, y tomó el otro pezón. Jalando, tirando,
girándolo como lo hacía con sus dedos dentro de mí, llevando a mi cuerpo al
extremo.
—Vas a tener un orgasmo y luego me voy a deslizar dentro de ti. —Su voz,
ronca y llena de promesas, hizo que la parte interna de mis muslos apretaran sus
dedos.
—Te quiero dentro de mí —supliqué, necesitando sentirlo más cerca.
—Córrete primero —demandó, empujando su pulgar contra mi clítoris,
moviendo mi pezón.
El amanecer explotó en cientos de puntos de luz, mientras mi orgasmo salía
de mi cuerpo y estremecía mi sexo. Mi grito de liberación salió del balcón y cayó a
la arena.
—Jared. —Me moví en su mano.
Los rayos de sol tocaron nuestros cuerpos, haciendo que él empujara mi
espalda hacia adelante y alzara mis caderas. Frotándose sobre mi propio deseo una
vez, entró. Sus manos se curvaron alrededor de mis caderas y empujó mientras me
bajaba sobre su longitud.
Mi cuerpo entero tembló.
—Eso es, hermosa. —Sus dedos se clavaron en mis caderas, repitiendo el
movimiento—. ¿Sientes esto?
Mi corazón golpeteó, mientras espasmos de mi primer orgasmo se disolvían
en uno nuevo. Mis pezones pulsaban por atención, y mi clítoris suplicaba por tener
su áspera piel acariciándolo. No sentía una sola cosa, sentía demasiado. Demasiada
necesidad, demasiado deseo, y como si estuviera cayendo.
—Por favor —supliqué—. No me hagas responder.
Enterrado hasta el fondo, su cuerpo se congeló, pero su gran mano tomó mi
barbilla girándome hacia él. Mi cabeza quedó sobre su hombro, y su intensa
mirada me atrapó.
—¿Tienes algo que decir?
Sí.
—No.
Me miró
Mi deseo se derramó sobre él.
Sus fosas nasales se abrieron al respirar. 237

—¿Cuándo fue tu último periodo?


Mi mente batalló al pensar.
—Semana pasada.
—¿En qué día inició?
—¿Martes? —¿Lunes?
—Voy a terminar dentro de ti. —Sin más que decir, clavó su lengua en mi
boca, y colocó su polla en lo más profundo de mí.
Tomándome del cuello con una mano, mi cintura con la otra comenzó a
moverse, con cada embestida, él encajaba sus caderas. Su ritmo se aceleró y soltó
mi cuello para tomarme de la cintura. Sin su agarre nuestras bocas se separaron, y
me sostuve fuertemente de la tumbona.
Las olas golpearon la orilla, mientras su cuerpo golpeaba el mío. Sus manos
guiándome cada vez que empujaba hondo, y un segundo orgasmo se alzó, como el
calor del sol de la mañana.
—Más duro —grité.
Su polla se hincho y empujó hacia adelante, cambiando el ángulo. La
siguiente embestida, golpeó ese lugar en lo más profundo de mi cuerpo, y un
gemido fue arrancado de mis pulmones.
Lo volvió a hacer, pero más duro.
—Justo ahí, hermosa, justo ahí.
Oh Dios mío.
—Voy a venirme.
No pude ni dejar salir la última palabra antes que cayera del precipicio, perdí
todo el control de mis músculos. Mis brazos perdieron su fuerza, mi espalda se
arqueó, pero mi pecho se movió hacia adelante, y un orgasmo tan intenso, que
resultó doloroso, fue arrancado de mi cuerpo.
Con un gruñido que nunca le había escuchado, sus caderas se movieron una
vez más, y una cálida descarga se disparó dentro de mí.

238
Treinta y siete
Jared
Me había corrido dentro de ella.
Me había jodidamente corrido dentro de ella.
La mierda jodió mi cabeza, y eso era todo en lo que podía pensar. Sentado en
un maldito cuarto de conferencias con paneles de madera, como si esto fuera un
maldito set de filmación, no podía concentrarme. Su traje no era rosa, era gris.
Clark Kent le habló en voz baja.
El inútil de su tío se sentó solo, sin decir nada. Y el imbécil del mariscal se
sentó con sus dos jodidos abogados, luciendo jodidamente petulante, mientras en
todo en lo que podía pensar era si mi semen salía aún de ella.
Nunca lo había hecho sin protección. Y quería hacerlo de nuevo. En este jodido
momento.
239
Tres personas en traje entraron, y se sentaron del otro lado de la mesa.
No escuché ni una maldita palabra de las presentaciones. Clark Kent habló
por Roja, y los abogados del imbécil por él. Luego los abogados de Burrows
abrieron un archivo y se dirigieron a DeMarco.
Propiedades, cinco millones, mantiene su trabajo, las tonterías se legalizaron,
y terminaron con él.
Miran a Roja, y me enderecé. Su mano en la mía bajo la mesa, la apreté, pero
lo que realmente quería hacer era pellizcar sus pezones hasta que se oscurecieran.
—Señorita Montclair. —El más anciano de los abogados cerró el documento
frente a él e hizo una pausa—. Su abuelo fue bastante claro en las circunstancias en
las que se le daría su herencia. —Miró a Ahlstrom, luego su atención pasó
directamente a Roja, y soltó la bomba—. Su abuelo le ha dejado por completo su
parte del equipo… si se casa con el señor Ahlstrom.
Espera.
¿Qué?
Abrí la boca antes que pudiera detenerme.
—¿Tiene que casarse con ese maldito imbécil si quiere la herencia? —Ira, pura
y completa ira corrió por mis venas, y llenó la maldita habitación. Ella no se casaría
con él, de ninguna maldita forma.
La jodida mano de Clark Kent cayó en mi hombro.
—¿Podría aclarar los términos del testamento?
Apreté mis jodidos dientes. No miré a Roja. No podía. Si veía la más mínima
señal de angustia en su rostro, perdería mi maldita calma.
El abogado de Burrows abrió la carpeta.
—La señorita Montclair tiene quince días para casarse con el señor Ahlstrom
de forma legal y la parte que pertenecía al señor Burrows será transferido a ella,
menos el dos por ciento que será transferido al señor Ahlstrom. Si el matrimonio
no ha sido consumado, o se disuelve antes de un año, o si la señorita Montclair se
rehúsa a casarse con el señor Ahlstrom, el cincuenta y dos por ciento del equipo
que pertenecía al señor Burrows, será vendido a partes iguales a los otros cuatro
dueños del equipo.
—Ajá. —Clark Kent escribió en un jodido bloc de notas amarillo como si esto
fuera Escuela de Leyes 101—. ¿Y en cuanto está valuado?
—Aproximadamente en uno punto cinco billones —respondió el abogado
más anciano.
240
Clark Kent miró hacia arriba, escribiendo en su bloc.
—¿Y qué sucederá con los fondos recibidos si es vendido a los otros dueños?
—El señor Ahlstrom, el señor DeMarco, y la señorita Montclair, recibirán
cada uno diez millones de dólares. El resto será donado a las investigaciones de la
enfermedad de Huntington y a los trastornos autosómicos. El fideicomiso y la
apropiación de esos fundos serán manejadas por este despacho.
Clark Kent miró a la distancia por un momento, como si estuviera perdido.
—Una última pregunta. Si la respuesta a esta herencia por parte de la señorita
Montclair se basa en el hecho que el señor Ahlstrom ha abusado físicamente y
mentalmente de ella, e ilegalmente ha sido acosada. ¿qué se tiene que decir?
Ahlstrom empujó su silla y se puso de pie.
—¡Nunca la lastimé! ¡Ni siquiera la golpeé!
—¿Acaso dije golpear señor Ahlstrom? —Barret preguntó calmadamente.
—Siéntese —siseó Uno de sus abogados.
No podía esperar un segundo más. Miré a Roja.
Con la espalda derecha, tobillos cruzados, sentada a la orilla de la silla, no
parpadeó.
Sus ojos no estaban llenos de lágrimas, y sus labios no estaban tensos. No se
veía molesta. No se veía enojada. Ni siquiera se veía agitada. Su expresión era cien
por ciento profesional, y sabía jodidamente bien por qué.
Me incliné hacia ella y le susurré al oído para que solo ella me escuchara
mientras los abogados comenzaban a discutir.
—Eres jodidamente increíble, Roja.
Me miró, y por medio segundo su expresión se suavizó, y por un instante, el
costado de sus labios se movió, luego regresó a su antigua expresión.
—Bueno gracias, señor Brandt.
Ella dejaría el equipo por su madre. Estaba jodidamente orgulloso, ni siquiera
me importó el maldito mariscal.
—Sie —Ahlstrom gritó—. Tú abuelo quería esto, ¡nos quería juntos!
Con más clase de la que había visto a cualquier mujer que conocía, Roja se
puso de pie.
—Señor Ahlstrom, le aseguro que lo que el señor Burrows quería no me
afecta a mí. 241
—No vas a mantener tu trabajo si tiras a la basura al equipo. Necesitaras
dinero para vivir —dijo Ahlstrom furiosamente.
Me puse de pie, y coloqué mi brazo sobre sus hombros.
—No, no lo necesitará. —No le podía dar uno punto cinco billones de dólares,
pero si conocía suficientemente bien a Roja, a ella no le importaba eso.
Barrett puso su bloc de regreso en su bolso y se puso de pie.
—Caballeros, estaremos en contacto. Gracias por su tiempo.
Roja buscó algo en su bolso y sacó una pequeña caja turquesa.
Sabía exactamente qué era, y de cuál maldita joyería había salido.
—Esto nunca fue mío. —Roja lanzó la caja al regazo de Ahlstrom—. Si fueras
inteligente dejarías la demanda. —Giró para irse.
Tomó dos segundos mirar al imbécil, retándolo a hablar, pero como el
cobarde que era, no dijo nada. Haciendo una nota mental de nunca comprarle a
Roja algo de esa joyería, nos apresuré para irnos. Habíamos llegado hasta el
elevador cuando DeMarco nos alcanzó.
—Montclair —gritó.
Giré y lo encaré. Como yo veía las cosas, él era tan culpable como su
padrastro, por no dejar las cosas en claro con Roja.
—Cuida el tono —le advertí.
DeMarco respiró y asintió.
—Me gustaría decirte algo, Sienna.
—Prosigue —dijo Roja, sin darle mayor importancia, pero su espalda estaba
completamente rígida contra mi mano.
Los hombros de DeMarco se hundieron.
—Nunca me casé, o tuve hijos. Paso todo el día con los defensas. Soy el
primero en admitir que no sé nada sobre las mujeres. Dicho eso, debí de haber
hablado acerca de tu madre cuando llegaste a trabajar para mí. Me disculpo.
Asumí que sabías las circunstancias.
—No lo sabía —respondió calmada.
—Lo entiendo ahora. —Negó con la cabeza—. Si vale de algo, incluso si
hubieras sabido, no estoy seguro que hubiera marcado una diferencia. Conocí a Jed
la mayor parte de mi vida. Él no era una cabeza dura, él inventó el término. Nunca
me perdonó y yo no tuve nada que ver con lo de tu madre. No puedo decir que lo
entendía. El fútbol es todo lo que conozco, pero si no hubiera tenido eso, también
242
hubiera escapado.
—Gracias por tus palabras. —Comenzó a dirigirse al elevador.
—Una última cosa. —La detuvo.
—¿Sí?
—Sé que nunca hemos sido familia, no de un modo tradicional, pero para que
lo sepas, yo no tengo que influir en tu decisión con el equipo. El testamente me
deja mantener mi empleo por todo el tiempo que me mantenga respirando, y eso
es todo lo que siempre deseé. Quieres vender al equipo, tienes mi bendición.
Demonios, si quieres seguir trabajando para mí, todavía tienes tu trabajo. Eres la
mejor asistente que he tenido.
—Gracias, Ken.
—De nada. —Movió su barbilla hacia mí—. Cuídala.
—Planeo hacerlo.
DeMarco asintió y miró de nuevo a Roja.
—El funeral va a ser el próximo sábado, en caso que quieras asistir. Las chicas
en la oficina tienen los detalles.
—Gracias.
—No es problema. —DeMarco se frotó la parte de atrás del cuello—. Voy a
regresar a la lectura del testamento
—Señor DeMarco —interrumpió Barrett—. ¿Puedo sugerirle que se consiga
un abogado?
DeMarco inclinó la cabeza y estudió a Barrett por un momento.
—¿Alguna vez le han dicho que parece a Superman?
—Frecuentemente —admitió Barrett.
DeMarco le golpeó el hombro.
—Hijo, consigue otros lentes.
Ahogando mi risa, presioné el botón del elevador. DeMarco regresó a la sala
de conferencias, mientras los tres entramos al elevador.
Roja esperó hasta que las puertas se cerraran.
—Señor Barrett, me gustaría vender al equipo.
Barrett miró entre ambos.
—Siento que me estoy perdiendo de algo. 243
Lo puse al corriente.
—Su madre y abuela murieron por la enfermedad de Huntington.
—Ah. —Se rascó la barbilla—. Ya veo.
Roja se aclaró la garganta.
—También me gustaría tener un rol como consultante para la manera en que
serán destinados los recursos. ¿Cree que lo pueda hacer?
Barrett miró a la nada, como lo hizo antes en la sala de juntas.
—Creo que puedo hacerlo. ¿Está dispuesta a enviar un comunicado con
detalles de los maltratos del señor Ahlstrom?
—Nunca me puso una mano encima con rabia.
—Creo que una evaluación de su estado mental cuando amenazó al señor
Brandt en el restaurante y su casa será suficiente.
—¿A dónde quiere llegar? —pregunté.
Barrett sonrió.
—Tomar ventaja.
—¿Tienes lo suficiente para hacer desaparecer la demanda? —Ni por un
segundó pensé que Ahlstrom dejaría la demanda únicamente porque Roja le dijo
que lo hiciera.
Su sonrisa se amplió.
—Creo que puedo.
El elevador se detuvo, y las puertas se abrieron en el piso del
estacionamiento. Tyler salió de la camioneta negra de Luna y Asociados en la que
habíamos llegado.
Barrett estiró la mano.
—Señor Brandt. —Nos despedimos y estiró la mano para hacer lo mismo con
Roja—. Señorita Montclair.
Ella miró hacia arriba y sonrió.
—Es Clark Kent, no Superman.
—Sí, bueno. —Soltó una risa—. No puedo decir que antes hubiera
representado a alguien que vendiera un equipo de fútbol profesional para invertir
en investigación médica. Me siento un poco como Superman en este momento, si 244
soy honesto, señorita Montclair.
—Entonces debería de conservar los lentes —dijo tímidamente.
El maldito le sonrió.
—Son útiles.
Me interpuse entre los dos.
—Haga algo sobre los reporteros.
Barrett, ni siquiera se inmutó.
—Voy a enviar un comunicado, confirmando el parentesco de la señorita
Montclair con el señor Burrows, y dejaré sin detalles lo demás. Pero cuando la
venta del equipo se haga saber, sospecho que volverá a recibir mucha más
atención.
—Me encargaré de eso.
Barrett asintió.
—Como lo desee. Estaré en contacto.
Apresuré a Roja para que entrara a la camioneta que nos esperaba.
Treinta y ocho
Sienna
Con mi corazón acelerado, mis palmas sudorosas, en mi mente me repetí una
y otra vez. Hice lo correcto. Hice lo correcto.
En un traje azul marino y una camisa blanca perfectamente planchada que
estaba abierta del cuello, Jared se deslizó sin esfuerzo en el asiento trasero junto a
mí.
—Háblame, Roja.
Verlo vestirse esta mañana, sabiendo lo rudo que era, nunca había visto algo
más sexy que él poniéndose un traje. El hecho que pude sentir su clímax dentro de
mí solo había intensificado el momento.
—Hice lo correcto.
Miró a Tyler. 245
—Danos un momento.
—Sí, señor. —Tyler salió del vehículo.
Su mirada se concentró en mí y su expresión era decaída.
—Cásate con él. Esperaré un año.
Lo dijo como si fuera algo simple, me tomó por sorpresa.
—¿Quieres que me case con él?
—Quiero que tengas lo que es tuyo.
—El equipo no es mío. Nunca lo fue. —La duda se arrastró hacia el fondo de
mi estómago.
—Es más tuyo que de los demás.
Una fea sensación pasó por mis venas.
—¿Quieres que me acueste con él?
Su mandíbula se tensó, pero su expresión no cambió.
—Quiero que tengas lo que es tuyo —repitió.
Una duda venenosa, sobre él, sobre el equipo, sobre todo en mi vida se filtró
en mi cabeza y se apoderó de mí.
—Quieres que me venda, ¿no es así? Piensas que solo porque tú vendiste tu
cuerpo, ¿todos tienen un precio? —Me arrepentí de mis palabras tan pronto
salieron de mi boca, pero no pude detenerme—. Ves uno punto veinticinco billones
de dólares en la mesa, ¿y estás dispuesto a venderme para conseguirlos?
Sus fosas nasales se ensancharon y su voz bajó a un tono suave y controlado
de advertencia.
—Roja.
—No, no me digas Roja. Ni por un segundo pienses que puedes dictar lo que
hago con mi cuerpo y con quién lo hago. Y el hecho que me envíes con alguien que
me usó y engañó y no fue más que un despreciable oportunista solo por unos
ceros, me dice más de lo que quise saber de ti. —Tomé el mango de la puerta.
Se estiró por encima de mí y su mano agarró mi muñeca.
—¡Estaba ofreciendo esto por ti, maldita sea!
—¡No quiero el estúpido equipo, quería a mi madre viva! —Traidoras
lágrimas llenaron mis ojos—. Pero tampoco consigo eso, ¿verdad? No consigo una
familia. No consigo un equipo de fútbol. ¡Ni siquiera consigo a un hombre que no
sea capaz de venderme de alguna u otra forma! Ahora, déjame ir. —Liberé mi 246
muñeca.
Me dejó ir, pero entonces sus manos tomaron mi rostro y sus labios se
posaron sobre los míos. Su lengua pasó por mi boca y un sollozo escapó.
Golpeé su pecho con mis puños.
—No.
—Déjalo salir, cariño. —Habló contra mi boca—. Déjalo salir.
Lo golpeé. Una y otra vez. Su pecho, sus brazos, todo lo que pude alcanzar.
Lo golpeé y lloré. Lloré porque mi madre estaba muerta. Lloré porque mi padre me
mintió. Estaba devastada porque nunca sería parte de una familia que me
perteneciera. La vida era corta y todo se sintió como un desperdicio.
Sus manos acariciaron mi cabello y mi espalda. Me abrazó y aceptó todos mis
golpes. Me susurró una y otra vez: “Estás bien, cariño. Estás bien”.
Pero no estaba bien. Quizás nunca lo estaría.
—¡Me botaste de nuevo! —lo acusé—. ¡Me volviste a desechar! —Y eso dolió
demasiado porque él se había vuelto más importante para mí que cualquier otra
persona en mi vida.
Se hizo hacia atrás lo suficiente para mirarme.
—Tenía que ofrecerlo, Sienna. Tú lo sabes.
No lo sabía.
—Tú no lo ofreciste. Lo exigiste.
—No voy a ser el causante de tu arrepentimiento. Solo tienes una
oportunidad en esto. El ingreso anual por ser dueño de ese equipo con el paso de
los años va a exceder el precio que se dijo en la mesa. Tú lo sabes.
No había pensado de esa manera, pero no importaba.
—Uno punto veinticinco billones de dólares ni siquiera es un número real
para mí. Es demasiado, es dinero de caricatura.
—Podrías hacer mucho más que fundar una o dos caridades con eso.
Las ganas de pelear me dejaron, cuando me di cuenta que tenía razón.
Cientos de ideas rondaron mi cabeza, pero todo terminaba en dos cosas. La vida
era corta. No tienes segundas oportunidades. Y de ningún modo le daría a alguien
como Dan Ahlstrom lo que deseaba, no importaba lo que me costara. No había otra
opción. Nunca la hubo.
En el momento en que escuché que el dinero llegaría a un fondo para la
investigación de la enfermedad de Huntington, no existió otra opción. Por eso lo
247
sacrificaría. Por nada más.
Excepto por el hombre frente a mí.
Porque mientras miraba sus honestos ojos y sentía su fuerte agarre,
finalmente entendí lo que le costó el ofrecerme eso.
—Nunca te dejaría dormir con otra mujer por dinero. —Sabía que eso era lo
que había hecho. Sabía su pasado. Pero no quise decir esas palabras y esperaba que
entendiera mi disculpa.
—Lo sé.
—Mi decisión fue tomada en el segundo que escuché que pasaría a un fondo
para la enfermedad de Huntington.
Me acarició el rostro amorosamente.
—Tenía que asegurarme.
Respiré profundamente.
—Se sintió como si me estuvieras desechando.
—Nunca hubiera permitido que te tocara.
Señalé lo obvio.
—Entonces todo hubiera sido por nada, porque el testamente decía que tenía
que haber consumación.
—Lo hubiera torturado hasta que le mintiera a los abogados, entonces le
hubiera dado una paliza.
De forma completamente inapropiada, sonreí.
—Estás loco.
—No. —Negó—. Estoy enamorado.

248
Treinta y nueve
Jared
Tres semanas más tarde, estábamos de pie en la blanca, y jodidamente
moderna oficina de Barrett, mientras él acomodaba papeles frente a nosotros.
Barrett señaló la pila de papeles frente a Roja.
—Eso es por la venta de las acciones. He resaltado donde tiene que firmar, y
este es el contrato para convertirla en asesora del fondo que se creó.
—Gracias. —Con una sonrisa en su rostro, Roja firmó los papeles que la
desligaban del equipo.
Tenía que darle crédito a Barrett. Cuando señaló cuánto arriesgaba la firma
de Burrows al ser los asesores del fideicomiso en lugar de no garantizar anticipos
para ellos si Roja se encargaba del equipo, ellos aceptaron crear un puesto para
ella.
249
Levanté cargos contra Ahlstrom, y el imbécil hizo todo lo posible para luchar
contra eso, pero aparentemente la oficina del fiscal favorecía a los veteranos sobre
jugadores de fútbol americano profesionales. Cuando no levantó la demanda,
Barrett les dijo a sus abogados que Roja pelearía esa cláusula de los diez millones
de dólares, y que él saldría con las manos vacías. Cedió. Creo que él sabía que sus
oportunidades de tener una mínima parte del equipo pasaban de pocas a nulas.
Burrows solo lo usó para hacer que Roja hiciera lo que él quería, pero como su
madre, Roja era dueña de sí misma.
—Señor Brandt, estos papeles liberan al señor Ahlstrom de cualquier futura
demanda si alguna lesión o daño aparece eventualmente.
Firmé.
Unas cuantas firmas más tarde, Roja terminó. Me miró con un brillo en sus
ojos, que nunca había visto.
—Lo hice —susurró.
Si, lo hizo.
—Estoy jodidamente orgulloso de ti, cariño.
Calor cubrió sus mejillas.
—¿Podemos celebrar ahora?
Mi pene se puso duro. Le había dicho que tan pronto firmara para ceder al
equipo, le mostraría todas las formas en que un hombre podía tomar a una mujer.
Había resistido el terminar dentro de ella por tres malditas semanas. No había
terminado en su coño, ni en su boca. Y nunca había tomado su trasero. Se lo haría
tan duro, que recordaría este día por el resto de su vida.
—Si. —Barrett se rió—. Ustedes dos pueden celebrar.
La tensión sexual entre nosotros era jodidamente pesada. Él probablemente
quería que nos fuéramos de su oficina antes que la tomara sobre sobre el jodido
escritorio blanco.
—Gracias, Barrett. —Apenas y le dirigí una mirada antes de colocar mi mano
sobre la espalda de Roja.
—Sí, gracias, señor Barrett.
—Les haré saber si algo se complica, pero no veo que sea posible. Disfruten
su día.
Ya saliendo con Roja de su oficina, la guie al Mustang y sostuve su mano
mientras se subía al asiento del copiloto. La prensa había parado, pero también
habíamos mantenido un perfil bajo por tres semanas en mi apartamento. Luna nos 250
mantuvo informados, y no hicimos más que follar, comer y caminar frente a la
playa durante la noche. Usaba el gimnasio en las mañanas antes que se despertara,
y ella preparaba la comida como una chef profesional. Nunca me imaginé una vida
mejor.
Me deslicé tras el volante, y encendí el motor, cuando me sorprendió con su
mano sobre mi entrepierna.
Solté una carcajada.
—Vamos directo al punto, ¿no es así, Roja?
—Sí. —Se lamió los labios.
Demonios.
—¿Aprovechando que los vidrias son polarizados?
—Tal vez. —Bajó mi cierre, y sus pequeñas manos sacaron mi dura polla de
mis pantalones.
No pude decir otra palabra. Sus labios se cerraron alrededor y chupó
exactamente como le había enseñado.
Joder.
No podía conducir lo suficientemente rápido. Ella no se detuvo y yo nos
mantuve en el camino.
Entrando al estacionamiento del edificio, la detuve a regañadientes, porque
por mucho que quería llenar su dulce boca, eso no sucedería en mi maldito
estacionamiento.
—Vamos, cariño. —Saqué mi polla de su boca y apenas pude abrocharme los
pantalones—. Llevemos esto arriba.
—Está bien. —Ni siquiera esperó a que fuera por ella. Abrió la puerta cuando
abrí la mía.
Sonreí ante su impaciencia, pero ella no tenía idea de lo que le esperaba. La
apresuré a que entrara al elevador y la puse contra la pared. Con mis manos en
ambos costados de su rostro, no toqué ni una parte de su cuerpo.
—¿Sabes qué te voy a hacer?
—No —dijo entrecortadamente.
Moví mi nariz hacia un lado de su cuello, sin tocar todavía su piel.
—Voy a tomar cada centímetro de tu cuerpo y te voy a hacer mía.
Tembló.
—Ya soy tuya. 251

No, todavía no lo era. Pero lo sería.


—Casi, cariño.
Las puertas del elevador se abrieron y nos hice entrar al apartamento. Pero
tan pronto las puertas se cerraron, ella se puso de rodillas.
Mierda.
Terriblemente sumisa, ella era la mujer más sexy que hubiera visto, y mi lado
dominante salió listo para la venganza.
—Desabrocha mis pantalones.
Ella los desabrochó.
—Saca mi polla.
Lamió sus labios e hizo exactamente lo que le dije.
—Acaríciame, luego pon esos labios en mi polla y chúpame como te enseñé.
Fue la última cosa coherente que dije, porque ella no solo puso sus sexys
labios alrededor de mí, me tomó por completo, hasta que llegué a su garganta. Y
acarició mis bolas, trabajándome arduamente.
Tomando mechones de su cabello, mi polla como un jodido cohete, mis bolas
endurecidas. No quería contenerme. Quería terminar dentro de su boca, donde
ningún hombre lo había hecho antes. Esa idea, su boca, su sexy culo de rodillas, no
pude más.
Gruñendo, disparé chorro tras chorro en su boca.
Y ella tragó cada gota.
—Demonios. —Cuando pude moverme de nuevo, lentamente me mecí de
adentro hacia afuera, no queriendo dejar su boca, pero al mismo tiempo deseando
poder clavar mi polla en su apretado coño, que sabía estaría jodidamente
húmedo—. Esto fue jodidamente increíble, Roja.
Acaricié su mejilla y salí de su boca.
Con su dedo tomó una gota de mi semen que salió de su boca y lo lamió.
—Me gustó eso.
Gracias a Dios. Sostuve mi polla y la pasé por sus labios.
—Yo lo amé.
Besó mi miembro.
—¿Cuánto tiempo antes que lo volvamos a hacer?
252
En unos treinta segundos, me volvió a tener excitado.
—Cuando tú quieras.
Me besó una vez más y comenzó a ponerse de pie.
—Eres insaciable.
—Solo contigo. —No podía cansarme de ella. Le ayudé a levantarse y
desabroché su blusa.
—¿Puedo preguntarte algo sin que te ofendas? —dijo de improvisto.
Dios.
—¿Esta es tu segunda pregunta? —porque nunca me había hecho una
segunda. Deslicé la blusa de sus hombros y la dejé caer al suelo.
—No.
Su sostén de encaje era jodidamente sexy.
—¿Me diste una mamada para tenderme una trampa para esto?
Solo medio bromeando, acaricié uno de sus pezones sobre el encaje.
Inocentemente parpadeó.
—No.
—Está bien. —Moví mi mano hacia la parte de atrás del sostén.
—¿Te fue bien en la escuela?
Mi cabeza dio vueltas y la miré.
—¿Por qué?
Se encogió de hombros y la tira de su sujetador cayó.
—Solo curiosidad.
Ella planeaba algo.
—No.
—No, ¿no vas a decirme? O no, ¿no te fue bien en la escuela?
—Era una mierda para prestar atención. —No fue hasta que estuve en la
Marina y que las órdenes se me gritaban, que me volví bueno.
—Ajá. —Tomó mis bíceps como si me necesitara como apoyo—. ¿Y existió
una materia que fuera más difícil que las demás?
Me olvidé de quitarle el sujetador. Todas las materias eran jodidamente
difíciles.
—Yo era un holgazán. 253
—Eras un holgazán, o, ¿por más que te esforzabas seguías reprobando?
Inhalando profundamente, conté hasta diez, pero no ayudó. Estaba
enojándome.
—Te dije quién era. No he cambiado en el mes que llevamos follando.
Su espalda se puso rígida y sus modales de católica regresaron.
—Lo lamento. No estaba intentando ofenderte. Solo quería saber si habías
tenido problemas en la escuela antes de unirte a la Marina.
—¿Por qué? —Me crucé de brazos—. Me fue jodidamente bien en la Marina.
Sobreviví para contarlo, ¿no es así?
Respiró profundamente como si se estuviera calmando.
—Creo que tienes dislexia. Creo que lo tenías antes que te enlistaras, y creo
que se volvió peor después que te hirieron porque tienes TEPT5.
Una ira explosiva y descontrolada, y jodidamente incontenible, explotó.
—Estoy jodidamente bien —mascullé.
Sin la más mínima idea de lo que había liberado, comenzó a hablar.

5 TEPT: Trastorno de Estrés Post Traumático.


—Sé que estás bien. Estás más que bien. Eres un sobreviviente. Eres fuerte y
adaptable, y lograste ser el mejor a pesar de eso. Pero realmente creo que, con un
entrenamiento dirigido, o con un especialista concentrado en la enseñanza, podrías
tener mejores herramientas que te ayuden a leer y escribir. No es que lo necesites.
Sé que estas bien, pero podría hacer las cosas más fáciles para ti. Mucha gente vive
con dislexia y están perfectamente bien.
Me abroché mis malditos pantalones. Tomándola del brazo, la senté a un
metro de distancia a mi izquierda, y me preparé para escapar.
—¿Jared? ¿Qué estás…?
Abrí la puerta con fuerza y la azoté detrás de mí.
Diecisiete pisos más tarde, abrí la puerta del Mustang con fuerza y salí
acelerando de mi estacionamiento. Presionando el botón de inicio en mi celular,
grité una orden.
—Siri, llama a Dane.
Dos tonos sonaron por los altavoces del auto, y respondió, pero no dijo nada.
—¿Estás en casa?
254
Sin entonación en su voz respondió.
—Sí.
—Necesito disparar.
—¿Largo alcance o a un blanco?
Quería descargar mi maldita M16 y dispararle a cada maldito idiota que
alguna vez creo un aparato explosivo.
—No me importa. Voy en camino. —Colgué y presioné el acelerador.
Ella comenzó a llamar segundos más tarde.
Ignoré las llamadas.
Al diablo con ella. Al diablo con ella y su maldito TEPT y dislexia. ¿Quién
jodidos se creía que era? Era un maldito marine. No era una niña. Ella podía irse a
la mierda, junto con su estúpido diagnóstico de Google. No sabía nada.
Estaba jodidamente irritado cuando giré hacia el camino de tierra que me
llevaba a casa de Dane. Unos kilómetros más tarde, el maldito bosque llegó a mi
vista y vi a Dane de pie junto a un Jeep estacionado frente a su casa.
Estacioné el Mustang y salí.
Él ni siquiera dijo hola, simplemente asintió y se puso detrás del volante de
su Jeep. Yo me senté en el asiento del copiloto y miré el pequeño arsenal en el
asiento trasero. Junto a eso un montón de balas, también había una botella de Jack.
Encendió el motor y condujo a través de sus tierras hacia el bosque.
El sol descendió sobre mis hombros, recordándome Afganistán, y me puse
más furioso. Pero en el segundo en que se salió del camino, el Jeep me sacudió a
todos lados. Me abroché el cinturón y me sostuve de la barra mientras Dane
condujo como el maldito loco que era.
Sin importarle el frenar en los pequeños baches, el idiota condujo como si ya
lo hubiera hecho cientos de veces, lo cual era muy probable.
—¿A dónde vamos? —Ramas golpearon el parabrisas y me hicieron heridas
en el brazo y rallaron la pintura del Jeep.
—Afuera.
Normalmente disparábamos detrás de su estacionamiento a los blancos que
colocaba en los árboles. Tenía más hectáreas de las que podía contar, y odiaba los
malditos blancos en interiores así que siempre venía cuando me sentía abrumado.
255
No pregunté lo que afuera significaba. No me importaba. Quince minutos más
tarde, estábamos en medio de la nada, y el Jeep ni siquiera podía adentrarse más
en el bosque.
Dane apagó el motor, salió y me lanzó un chaleco antibalas.
—¿Vas a dispararme? —No me sorprendería del maldito loco.
—Es para poner las balas. Toma las armas que quieras.
Me coloqué el chaleco, y tomé una moderna AR-15 y cargué tantos cartuchos
como pude guardar mientras mis botas se hundían en el lodo pantanoso.
Dane revisó su arma.
—Tenemos 238 blancos en alrededor de 46 kilómetros.
Maldita sea. Miré alrededor, pero no podía ver jodidamente nada más que
árboles, palmas, hierba y musgo.
—¿Tú hiciste esto?
Asintió de forma cortante.
—Aproximadamente cinco blancos cada kilómetro. Comienza al este, sigue el
camino en la tierra. —Tomó un rifle de francotirador y dos 9mm.
Me dirigí al este.
Cuarenta
Jared
Tres horas después, estaba empapado en sudor. Picado por un montón de
mosquitos, sólo había acertado a ochenta y siete blancos. Dane, ese hijo de puta,
había acertado al doble.
—¿Dónde demonios estás? —dije—. Estoy por quedarme sin munición.
Salió al camino a unos cinco metros detrás de mí.
—Tu puntería está mala. Estás moviendo a la izquierda cada disparo.
—Tal vez es tu jodido rifle casero. —Ilegalmente, lo había modificado para
disparar automático, y había quemado mi munición.
—No hay nada de malo con el arma. —Pasó a mi lado.
—¿Vamos a volver?
—No tienes más munición —respondió. 256

—Dije casi.
—Tres rondas.
Maldición.
—¿Contaste?
—Sí.
Maldito loco.
—Deberías haberme advertido de los blancos. —Algunos eran de tamaño real
cortado en madera y con forma humana, algunos no eran más que dos ramas
cortadas enlazadas en el medio con forma de X. Había mierdas arriba de los
árboles y formas a medias en el suelo. Noventa por ciento del camino, su sendero
no era más que arbustos. La mitad del tiempo no sabía a dónde iba.
—¿Quién te enojó? —preguntó.
Disparé las tres últimas rondas a una pila de leños que ya había disparado,
luego pasé la correa del arma por mi hombro.
—Conocí a alguien.
—La pelirroja.
No era una pregunta.
—¿Cómo supiste?
—Tu nombre estuvo en todas las noticias.
Mierda.
—Pensé que podía pasar inadvertido.
No hizo comentarios.
Espanté un mosquito de mi cuello.
—Ella mencionó el jodido TEPT.
Todavía no hizo comentarios.
—Odiaba a esos malditos doctores en el hogar de veteranos. —Diciéndome
que necesitaba hablar de mis problemas, diciéndome que debía tomar
medicamentos—. No necesitaba la mierda que me hicieron pasar y no la necesito
ahora.
—Los narcóticos adormecen tus reflejos.
—No me digas. —Caminamos unos kilómetros más, y abrí mi boca de nuevo
como un jodido niño—. Dice que tengo dislexia.
257
—Es cierto.
Me detuve y dije lo único que tenía sentido.
—Vete al diablo.
Se giró para encararme.
—Fuiste al oeste cuándo dije que fueras al este, nunca podías leer un mapa
hacia el objetivo, y cada vez que me escribes, cambias las letras en tu escritura de
una forma sistemática que nunca cambia.
Lo miré.
—Fue la ola explosiva. Jodió mi cabeza.
—Tu cabeza está bien. No podías leer mapas antes de la explosión.
—Eres un jodido imbécil.
Me miró seriamente.
—Ella tiene razón.
—Vete al diablo. De nuevo.
Me dio la espalda y empezó a caminar.
Lo seguí.
—Bueno, ¿qué demonios se supone que haga al respecto?
—Nada.
—Dijo que necesito aprender herramientas para controlarlo. —O una mierda
así. Había dejado de escuchar después de su diagnóstico de Google.
—No estás follándotela lo suficiente fuerte. —Se movió por los árboles como
una jodida pantera.
—¿Eres un experto en relaciones ahora? —Maldito imbécil—. ¿Cuándo fue la
última vez que pasaste más de sesenta minutos con la misma mujer?
Evitó las ramas como si estuviera coreografiado.
—Anoche.
Gruñí en respuesta y golpeé una rama baja.
—Necesito un jodido machete para pasar por esta mierda. ¿Qué tan seguido
vienes aquí?
—Lo suficiente. Ve a casa y escucha lo que tiene decir.
—Eres un jodido marica.
—Y tú eres un puto disléxico.
258

Sintiéndome como un imbécil por dejar a Roja, estacioné en el


estacionamiento subterráneo del edificio. Preguntándome qué demonios iba a
decirle, no lo vi hasta que salí del Mustang.
En una jodida sudadera con capucha y pantalones cortos, el imbécil del
mariscal estaba de pie frente a mi auto.
—Quiero hablar con Sie.
—Vete al diablo. —¿Una jodida capucha? ¿En serio?
Dio un paso al frente.
—Deja que conteste el jodido teléfono —exigió.
Calculé las formas en que podría derribarlo. Garganta, cuello, cabeza, pecho,
testículos, las posibilidades hacían picar mis manos.
—¿Quieres saber por qué todavía estás de pie?
Sus manos se empuñaron como si fuera un niño de quince años en la escuela
esperando a ser golpeado.
—No me tocarás porque sabes que enojará a Sie.
Me reí.
—Inténtalo de nuevo.
—Quiero hablar con ella —gritó.
—¿Sabes las leyes de Florida por allanamiento, Oklahoma? —Iba a crucificar
a Tyler por dejarlo entrar en el garaje—. Puedo matarte en defensa propia e irme
tranquilo. —Por favor, por favor haz el primer movimiento. Estaba muriéndome
por golpear su jodido rostro.
Las venas se abultaron en su cuello.
—¡Estás dejando que renuncie al equipo!
Era tan jodidamente estúpido, casi ni se merecía una respuesta. Casi. Sonreí.
—Los papeles ya fueron firmados. Me puse duro de sólo pensar que tu única
jodida oportunidad de ser el dueño del equipo se evaporó.
Se abalanzó. Con cero entrenamiento en combate, agarró el frente de mi
camisa con ambas manos y lo dejé. Estratégicamente girándome a la cámara de
seguridad, me aseguré que capturara una toma decente de sus manos sobre mí y
luego me moví. Mi codo hizo contacto con el costado de su cabeza y le di un 259
rodillazo en las bolas. Cayó como un cobarde y el golpe del costado de mi mano lo
terminó. Fue tan jodidamente fácil, que ni fue satisfactorio.
Saqué el teléfono de mi bolsillo y le dije a Siri que llamara a Tyler.
—¿Sí, señor?
—¿Hay alguna razón para que Ahlstrom esté en mi jodido garaje?
Un motor se apagó.
—Mierda, señor. ¡Lo siento, señor! ¿Debo llamar refuerzos? Estoy cruzando la
calle. Estoy entrando al garaje ahora. ¿Cuál es su ubicación?
Maldito novato.
—¿Por qué demonios estás al otro lado de la calle?
—Punto de ventaja, señor. —La camioneta de Luna y Asociados entró en el
garaje y se detuvo a mi lado.
Colgué.
Tyler salió, con su mano en su arma.
—¿Dónde está…? —Vio a Alhstrom a mis pies y se congeló—. Mierda. ¿Está
muerto?
Santo Dios.
—Está inconsciente. Saca los videos de seguridad, llama a la policía y daré mi
declaración mañana. —Necesitaba ver a Roja—. Estaba entrando ilegalmente y
violando una orden de restricción. —Déjalo intentar salirse de ese agujero.
—Entendido. —Tyler sacó su teléfono y marcó.
—Encárgate de esto —advertí—. No quiero ser molestado el resto del día.
Asintiendo una vez, habló en su teléfono.
—Tengo un intruso. —Dio mi dirección y me dirigí al elevador.
Entré al apartamento hecho un jodido desastre y dejé las llaves en la
encimera.
—Oh Dios. —Roja se levantó del sofá—. ¿Qué te pasó?
—Fui a disparar con Dane. —Me quité mis botas arruinadas—. Voy a
ducharme. Luego hablaremos, pero necesitas un teléfono nuevo.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Ahlstrom estaba en el garaje, ha estado intentando llamarte. No quiero que
tenga contacto contigo.
260
Su boca se abrió y cerró, y luego asintió.
—No lo lastimé.
Mucho.
—Pero será arrestado por allanamiento y violar una orden de restricción. El
equipo tendrá que encargarse de él. —Ella había acabado con ese imbécil, de una
vez y por todas.
No dijo nada mientras caminaba al baño. Cinco minutos después, la suciedad
todavía salía de mi cuerpo, y no sabía qué demonios quería decirle. Me enjaboné
una vez más, me enjuagué y cerré la llave del agua. Rápidamente secándome, me
puse unos pantalones limpios y una camiseta y luego dudé enfrente de mi tocador.
Inhalando, agarré lo que necesitaba, lo metí en mi bolsillo y fui a buscarla.
Ella estaba sentada en el borde del sofá, su espalda recta y su expresión seria.
No tuve que pensar en qué decirle porque empezó a hablar.
—Lo siento. No quise ofenderte. Me excedí, lo sé.
Mierda. Me senté a su lado y la acerqué a mis brazos.
—Lamento haberme ido.
Su voz fue suave y baja.
—No sabía si ibas a volver.
Maldita sea. La hice retroceder y tomé su rostro.
—Roja, sin importar cuánto me enfade, nunca me alejaré de ti. Te amo. Lo
sabes.
Lágrimas llenaron sus ojos.
—También te amo.
Mi corazón se disparaba cada vez que lo decía, pero sus lágrimas me
destruyeron.
—No llores, cariño.
Tomó aire.
—No puedo estar en una relación donde puedes irte sin decir ni una palabra
cuándo te molestas. Necesito más que eso.
Lo entendía, maldición. Estaba poniendo un límite. Pero era quien era, y
quedarme cerca cuando estaba molesto no nos haría ningún bien.
—Lo siento. La próxima vez te diré a dónde iré. Pero debes entender que
algunas veces necesitaré un poco de tiempo a solas para enfriarme.
261
—Lo entiendo, siempre y cuando me digas qué sucede.
—Trato.
—¿Qué quería Dan? —preguntó en voz baja.
Mierda, odiaba que dijera su nombre.
—Estaba haciendo un último intento por convencerte que no entregaras el
equipo.
Frunció el ceño.
—De igual forma iba a ceder el equipo.
Lo sabía, ella lo sabía, Ahlstrom era un jodido imbécil.
—Terminé de discutir con él. —La besé una vez y luego me obligué a
retroceder para hablar de otro problema—. No me gustan las etiquetas, Roja.
Una pequeña sonrisa tocó sus labios.
—Estoy entendiéndolo.
—Pensaré en lo que dijiste, pero es lo único que prometeré.
Dudó.
—Bien.
Maldición.
—¿Qué?
Inhaló y luego soltó las palabras.
—Te conseguí algo. De verdad quiero dártelo, pero no sé si debería.
Santa mierda.
—Si me conseguiste un libro o alguna otra tontería de autoayuda, puedes irte
olvidando.
—No es nada de eso. —Su tímida sonrisa apareció y mi pene tomó nota.
—Dios. ¿Qué es?
—Espera. —Con gracia se puso en pie. Su blusa de seda se movió alrededor
de sus pechos sin sujetador mientras sus leggins se abrazaban a su trasero.
No quería lo que sea que tuviera. Quería follarla y quería reclamar ese dulce
trasero que había estado negándome.
Treinta segundos después, regreso con una larga y delgada caja blanca. La
dejó en mi regazo y luego se sentó a mi lado sobre una de sus piernas.
—Ábrela.
262
No necesitaba abrirla para ver qué era.
—¿Me compraste un reloj inteligente? —¿Un jodido reloj inteligente para
nerds?
Puso sus ojos en blanco.
—Estás siendo prejuicioso. Es masculino, lo prometo. Ábrelo.
Abrí la caja. Banda de acero inoxidable, no era completamente horrendo.
Animadamente lo sacó de la caja y lo encendió.
—Ya lo configuré para ti. —El dispositivo se iluminó y parecía casi un reloj
militar con múltiples diales.
Mis ojos se cruzaron. Odiaba los relojes.
Ignorante a esto, ella lo puso en mi muñeca.
—Lo único que debes hacer es presionar un botón y puede decirte la hora.
Tiene un GPS e incluso puedes marcar desde tu teléfono y llamarme.
—Ya puedo decirle a mi teléfono que te llame. —Y que le escriba. El comando
de voz era una jodida invención ingeniosa.
—Sí, pero esto será más fácil. —Abrió el broche—. Listo. —Sonrió como si
estuviera jodidamente feliz, y no podía odiar el maldito reloj.
Agarré su barbilla y la besé.
—Gracias. —Lo decía en serio. Tan incómodo como me hacía sentir, era
jodidamente dulce y la amaba por eso. Nadie me había comprado un regalo desde
que era un niño.
—Cada día, te mostraré cosas para lo que puedes usarlo.
—Eso es jodidamente genial. Desnúdate. —Tenía una promesa que mantener.

263
Próximo libro
Grind (Thrust #3)
Dane
Soy silencioso. Estoy entrenado. Soy
letal.
Mi mano rozando tu muslo, mi mirada
es un arma… conozco más formas de matarte
que de complacerte.
Pero no estás pagando por mi puntería.
Estás pagando por mi control. Por llevarte a
un suspiro del éxtasis, mirándote rogar
mientras contengo tu clímax, te mostraré
264
exactamente de lo que te has estado
perdiendo. Tu hambre es mi moneda y cinco
mil es mi precio. Solo tengo una regla; no
repito, porque no soy de los que se quedan.
Estoy a la venta.
Una lenta embestida y te daré
exactamente por lo que has pagado.
Sobre la autora
Sybil Bartel
Sybil creció en el norte de California con su
cabeza en un libro y los pies en la arena. Solía soñar
con convertirse en pintora, pero el embriagador
aroma de las bibliotecas con sus estanterías llenas de
libros sobre nostálgicos días de veranos y primeros
amores la atrajo al mundo de contar historias.
Sybil ahora vive al sur de Florida y aunque no
lee tanto como le gusta, todavía entierra sus dedos en
la arena. Si no está escribiendo o luchando por
contener la plantación de plátanos en su patio trasero,
puedes encontrarla pasando tiempo con su apuesto y
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tatuado esposo, su hijo brillantemente práctico y un
malicioso perro bóxer miniatura…
¿Pero en serio?
Aquí hay diez cosas que de verdad quieres saber sobre Sybil.
Era la hija del profesor en su escuela. Puede maldecir como un marinero. Le
encantan los hombres en uniforme. Odia que le digan qué hacer. Puede calcular tus
impuestos (pero no se lo pidas). El mercado de aves en Hong Kong la hizo
enloquecer. Su palabra favorita es desesperada, o sucio, o ambas, no puede
decidirse. Le gustan los autos deportivos antiguos. Pero nunca confíes en sus
direcciones como conductora, jamás. Y tiene un novio literario cada semana; no le
digan a su esposo.
Para saber más de Sybil, visítala en Twitter para ver qué está tramando. Le
daba fobia el compromiso hasta que conoció a su esposo, le encantan esos
pequeños mensajes con 140 caracteres.
O revisa su página de Facebook, ya sabes, si te sientes con ganas de escribirle
más.

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