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LA COMUNA DE PARÍS
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la empresa. Junto con esto el capitalismo cambia: se acentúa la
tendencia hacia la constitución de monopolios.
La red ferroviaria francesa crece: 3.600 km. en 1851, 18.000 km. en
1870. En el mismo período el número de máquinas de vapor aumenta en
un 400%, la producción de carbón pasa de 4 a 16 millones de toneladas
y la de hierro de 780.000 a 1.140.000 toneladas anuales. En lo que se
refiere a la industria textil, la producción francesa continuó sobresaliendo
por su calidad más que por su volumen y ocupando el primer lugar en la
fabricación de géneros de lana y seda de alto valor. El maquinismo se
desarrolló más rápidamente en el hilado que en el tejido y en las
industrias del algodón y de la seda que en las laneras.
Pese a la aparición de grandes empresas, no había concluido todavía el
proceso de concentración industrial y, aún en París, los pequeños y
medianos establecimientos, que tenían graves dificultades a causa de la
competencia de la gran industria en desarrollo, constituían la mayoría.
Los cambios en la estructura económica se reflejan en los movimientos
de población: la población urbana constituía en 1846, el 25% del total;
en 1870, el 30%; en 1880, el 34,8%. Un programa de grandes trabajos
públicos se destina a la urbanización de las ciudades, en particular París.
Bajo la dirección del prefecto del Sena, barón Haussman, la capital de
Francia cambia y adquiere la fisonomía de una ciudad moderna: se
forman los grandes bulevares, se despejan los accesos al Ayuntamiento,
las clases humildes se trasladan del centro de la ciudad, donde ocupaban
las bohardillas y los pisos superiores, a la periferia. Tales
transformaciones están determinadas por razones urbanísticas, pero
también políticas: se busca facilitar el desplazamiento de las tropas para
que puedan actuar con más eficacia ante posibles revueltas.
Del imperio autoritario al imperio liberal
Hasta 1860 el emperador, cuya voluntad es ley, gobierna con un consejo
de ministros elegidos por él, y desde 1858 con un consejo privado, más
restringido. Gracias al control sobre la prensa, la vigilancia policial, el
apoyo del clero y la pasividad del cuerpo legislativo no aparece ninguna
oposición seria. Mientras la clase obrera era mantenida con rigor en la
obediencia, la ausencia de libertad reforzaba el poder de la gran
burguesía.
El movimiento obrero se encuentra estrechamente vigilado y sus
libertades han sido cercenadas por completo: se reprimen las coaliciones,
se persigue a las sociedades corporativas, se generaliza la práctica de la
libreta de trabajo. Sin embargo, no desaparece totalmente. Las
sociedades de resistencia, que en los momentos de desocupación o de
huelga apoyan a sus miembros mediante subsidios, actúan bajo la
apariencia de sociedades de socorros mutuos, pues éstas podían
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desarrollar su actividad legalmente, siempre que lo hicieran bajo la
supervisión del estado.
La base social que sustentaba el imperio autoritario se vio sacudida hacia
1860 por dos acontecimientos que llevaron a importantes sectores a
militar en la oposición. El primero de ellos fue la reapertura de la
“cuestión romana”: la intervención del Imperio en la política italiana, en
oposición al Papado, motivó el alejamiento de los católicos que habían
apoyado al régimen durante los primeros años. El segundo fue la
suscripción, en 1860, del tratado de libre comercio con Inglaterra. Este
implicaba la abolición del proteccionismo estatal para la industria
francesa, lo que hizo que la burguesía industrial le retirara el apoyo al
emperador. El imperio continuó con el respaldo de los grandes
financistas, cuyos intereses y especulaciones favorecía, y de los
miembros de la burguesía dedicados a las profesiones liberales. Napoleón
III, buscando el apoyo de nuevos sectores, inició entonces una política de
concesiones que cambiaron la fisonomía del imperio y dieron origen a un
régimen más liberal.
Los republicanos utilizaron política de tolerancia para reorganizar la
oposición; monárquicos y republicanos se agruparon en la Unión Liberal y
en las elecciones de 1863 obtuvieron 32 bancas en el Parlamento. El
orleanista Thiers se colocó al frente del grupo parlamentario opositor.
El emperador, debilitado después de 1864 por la condenación pontificia y
por el fracaso de su política exterior, hizo nuevas concesiones: en 1867
anuncia el otorgamiento del derecho de interpelación y el
restablecimiento de la libertad de prensa y de reunión; en 1869 se
acuerda al cuerpo legislativo el derecho de iniciativa y se restablece la
responsabilidad penal de los ministros, aunque ésta continúa
dependiendo del emperador. Pero los republicanos continuarán
combatiendo este gobierno, mitad personal y mitad parlamentario.
Los intentos del emperador de obtener apoyo en otros sectores sociales
no encontraron eco; los pesados impuestos, necesarios para mantener la
administración y para hacer frente a los gastos del ejército francés, que
apoyaba la invasión de los colonizadores franceses en Argelia y
Marruecos, junto a otras costosas y fracasadas aventuras del gobierno
imperial, provocaron el descontento de la pequeña burguesía y del
campesinado. Una de tales aventuras, la fracasada expedición a México
destinada a entronizar al archiduque Maximiliano, aumentó el
desprestigio del gobierno tanto en Francia como en el exterior.
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Toda una serie de golpes que se suceden a partir del 5 de octubre hasta
el momento de la capitulación, destinados a sustituir a los hombres del
gobierno por un poder que condujera revolucionariamente la lucha contra
el prusiano, fracasaron por la falta absoluta de apoyo popular. Pero dos
de ellos tienen amplia resonancia: el 31 de octubre, día en que, al
conocerse la rendición de Bazaine en Metz, Blanqui y sus seguidores,
apoyados por algunos batallones de la Guardia Nacional, intentan
apoderarse del Ayuntamiento, y el 22 de enero, cuando, a causa de los
rumores sobre el próximo armisticio, Benoit Malon con algunos guardias
nacionales y jefes blanquistas ensaya el mismo golpe, con menos éxito
aún. Este último intento fue seguido por una bien organizada represión:
cierre de clubes, prohibición de algunos periódicos como El Despertar y El
Combate, arrestos, etc.
El 16 de ese mismo mes el Comité de los Veinte Distritos había lanzado la
siguiente proclama:
“¿Ha cumplido con su misión el gobierno que se ha encargado de la
defensa nacional?… No… Con su lentitud, su inercia, su indecisión, los que
nos gobiernan nos han conducido al borde del abismo. No han sabido ni
administrar ni combatir… La gente se muere de frío, ya casi de hambre…
Salidas sin objeto, mortales luchas sin resultado, fracasos repetidos… El
gobierno ha dado la medida de su capacidad, nos mata. La perpetuación
de este régimen es la capitulación… La política, la estrategia, la
administración del 4 de setiembre, continuación del Imperio, están
juzgadas. ¡Paso al pueblo! ¡Paso a la Comuna!”
Pero tales llamados no obtuvieron respuesta. Lissagaray, militante e
historiador de la Comuna, describe la actitud de la población durante los
días del sitio:
“Todo calla. París es la alcoba de un enfermo, donde nadie se atreve a
levantar la voz. Esta abdicación moral es el verdadero fenómeno
psicológico del sitio, fenómeno tanto más extraordinario cuando coexiste
con un admirable ardor de resistencia. Unos hombres que dicen:
‘Preferimos poner fuego a nuestras casas antes que rendirlas al enemigo’,
se indignan de que haya quien se atreva a disputar el poder a los
miedosos del Ayuntamiento… Y se limitan a gritar: ‘¡Nada de motines
ante el enemigo! ¡Nada de exaltados!’ como si valiese más una
capitulación que un motín.”
Pero cuando se produce la rendición de París la situación cambia:
“…la siniestra noticia corrió por la ciudad. Durante cuatro meses de sitio
París lo había aceptado todo por anticipado, el hambre, la peste, el
asalto, todo menos la capitulación…
Cuando estalló esta palabra hubo primero una estupefacción enorme,
como ante los crímenes monstruosos, contra natura. Las llagas de los
cuatro meses se avivaron clamando venganza. El frío, el hambre, el
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bombardeo, las largas noches en las trincheras, los niños que morían a
millares, los muertos sembrados en las salidas, ¡todo esto para caer en la
vergüenza, para dar escolta a Bazaine, para convertirse en un segundo
Metz! París creía oír la burla prusiana. En algunos, la estupefacción se
transformó en furor”.
El 28 de enero se había decidido la rendición de la ciudad. De acuerdo
con lo propuesto por Bismarck, se declara una tregua y el gobierno
francés convoca a elecciones destinadas a elegir una Asamblea Nacional
que ratifique las condiciones de paz propuestas: desarme del ejército de
línea de París, rendición de varios fuertes, pago de una indemnización de
200 millones de francos, cesión a Alemania de Alsacia y Lorena.
La Asamblea Nacional
Las elecciones del 8 de febrero de 1871, destinadas a elegir la Asamblea
que ratificaría o rechazaría las condiciones de paz, dieron un triunfo
notable a los monárquicos, los legitimistas y los orleanistas, casi en
partes iguales, ganaron dos tercios del total de las bancas. Una treintena
de bonapartistas y cerca de doscientos republicanos completaban el
conjunto, mientras el ala izquierda de los jacobinos y los socialistas sólo
pudo llevar a la Asamblea 20 diputados, sobre un total de 630. Aunque
París se había pronunciado claramente por la República, al elegir a 37
diputados republicanos, de diversa orientación, contra 6 monárquicos, el
mundo rural, una vez más, apoyó a la reacción. Luego del armisticio y de
la rendición, mientras París continuaba dispuesto a sostener la guerra, la
mayoría del país deseaba la paz. La población campesina veía con
inquietud la actitud belicosa de Gambetta, considerado en ese momento
como una de las principales cabezas del partido republicano, y, partidaria
de la paz, otorgó su apoyo a los monárquicos.
Para los parisienses la República estaba por encima de todos los
principios, aún del sufragio universal. Cuando la Asamblea reunida en
Burdeos, y luego en Versalles, se reveló tan monárquica como partidaria
de la rendición, crecieron las tensiones entre el París republicano y los
representantes del sufragio universal rural.
Thiers, nombrado por la Asamblea Nacional Jefe del Poder Ejecutivo de la
República Francesa, declararía más tarde: “Cuando fui encargado de la
gestión política tuve inmediatamente esta doble preocupación: concluir la
paz y someter a París”. Palabras que revelan con claridad la brecha
abierta entre el gobierno legítimo de Francia y la población de su capital.
El Comité Central de la Guardia Nacional
Mientras tanto, en París, donde los prusianos entraran el 1 de marzo, se
organizó un nuevo poder revolucionario. La Federación de los batallones
de la Guardia Nacional se formó espontáneamente hacia mediados de
febrero de 1871, cuando el Comité de los Veinte Distritos se encontraba
completamente debilitado y su propaganda había dejado de tener eco.
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Los diferentes batallones enviaron delegados a un Comité Central, que se
constituyó definitivamente el 15 de marzo. La Federación adquirió,
inmediatamente, las características de un movimiento masivo. Sus
representantes eran “hombres nuevos”, desconocidos hasta ese
momento, salidos de las filas de la pequeña burguesía y el proletariado.
Por primera vez el sentimiento revolucionarlo se manifiesta más allá de
los militantes conocidos y de la clase obrera organizada. El Consejo de la
Internacional se muestra vacilante frente al nuevo Comité: solamente
Eugene Varlin lo integrará como guardia nacional; los demás se abstienen
de participar.
Los delegados de la Guardia Nacional, después de arduos debates,
deciden no oponer resistencia a los prusianos, que a partir del 1 de
marzo ocupan el sector oeste de la ciudad; en cambio, se preocupan por
permanecer unidos y conservar sus armas. Los 227 cañones y
ametralladoras comprados por la Guardia Nacional son trasladados al
corazón del París popular, a Montmartre y a Belleville, lejos de la zona
ocupada. Los prusianos limitaron su ocupación a un pequeño distrito,
pero después de dos días se retiraron a los fuertes del norte y el este y
no entraron en los distritos obreros, donde se había concentrado gran
parte de la población. Muchos parisienses de la alta y mediana burguesía
habían abandonado la ciudad.
Mientras tanto la Asamblea Nacional comienza a actuar con el objetivo de
aplastar la rebeldía parisiense: rechaza la idea de trasladarse a la Capital
y elige como sede Versalles; poco antes nombra comandante de la
Guardia Nacional al bonapartista Aurelle de Paladines, un verdadero
insulto al ejército popular, que no reconocía otros jefes que los que él
mismo elegía; abandonada por los republicanos sinceros, como Víctor
Hugo y Delescluze, pone fin a la moratoria de todas las deudas
comerciales, vigente durante la guerra, y declara su exigibilidad
inmediata, amenazando con la ruina a la pequeña burguesía comerciante
y artesana; por último, se niega a otorgar un nuevo plazo para el pago
de los alquileres debidos durante el sitio y suprime el sueldo de un franco
y medio por día que recibían los miembros de la Guardia Nacional.
La Comuna
Finalmente, la fecha de las elecciones se fijó para, el 26 de marzo. Ese
día la Comuna fue elegida por el voto de 229.000 electores sobre
485.000 registrados, cifra importante si se tiene en cuenta que muchos
de los habitantes de París habían abandonado la ciudad. Un buen número
de los liberales electos no tomó posesión de sus cargos o se retiró
pronto. La Comuna se integró con elementos de diversa orientación
política: un grupo de republicanos, que incluía a varios periodistas,
algunos miembros del Comité de la Guardia Nacional, blanquistas y
jacobinos de los clubes revolucionarios y los internacionalistas que habían
organizado el movimiento obrero entre 1868 y 1870.
La Comuna de París llegó a ser un organismo que representaba
principalmente a las clases trabajadoras, pero esto se produjo sólo
porque las clases poseedoras huyeron de París o bien porque sus
representantes se negaron a integrar el organismo comunal. Es
importante señalar que una gran parte de sus miembros eran radicales y
jacobinos pertenecientes a la clase media y que no pocos representantes
de la pequeña burguesía se habían sumado a la revolución a través de la
Guardia Nacional. En el pensamiento de los revolucionarios, la Comuna
debía ser el primer paso hacia la supresión del Estado centralizador,
dominado por una minoría privilegiada y apoyado en el aparato coactivo
del ejército y la policía. La antigua maquinaria estatal sería reemplazada
por una red de comunas autónomas, en las que residiría el poder
soberano en cuanto a representación directa del pueblo, y federadas para
formar las unidades administrativas más amplias que tendrían a su cargo
las funciones delegadas al gobierno central, ejercidas por agentes
comunales estrictamente responsables. El organismo comunal reunía las
funciones legislativa y ejecutiva, es decir, no sólo dictaba las leyes, sino
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que controlaba su ejecución a través de sus delegados. No existían
funcionarios ejecutivos investidos de autoridad independientemente de la
Comuna. Todo el cuerpo de funcionarios trabajaba bajo el control de sus
miembros y éstos eran directamente responsables ante los ciudadanos
que los habían elegido. El sufragio universal sería el instrumento
mediante el cual la mayoría de la población elegiría sus representantes
en el gobierno comunal y controlaría su gestión.
Conforme a la Declaración al pueblo francés, hecha pública el 19 de abril,
eran derechos inherentes a la Comuna:
“El voto del presupuesto comunal, recursos y gastos; la fijación y la
distribución del impuesto; la dirección de los servicios locales; la
organización de su magistratura, de la policía interior y la enseñanza, la
administración de los bienes pertenecientes a la Comuna. La selección,
por elección y concurso, y el derecho permanente de control y de
revocación de los magistrados o funcionarios comunales de todo orden.
La garantía absoluta de la libertad individual, de la libertad de conciencia
y de la libertad de trabajo.
La intervención permanente de los ciudadanos en los negocios comunales
por la libre manifestación de sus ideas, la libre defensa de sus intereses:
garantías dadas a esas manifestaciones por la Comuna, única encargada
de vigilar y asegurar el libre y justo ejercicio del derecho de reunión y de
publicidad. La organización de la Defensa urbana y de la Guardia
Nacional, que elige sus jefes y vela sola al mantenimiento del orden en la
ciudad.”
Para asegurar la democratización del régimen e impedir la renovación de
la burocracia imperial la Comuna decretó la elección por el sufragio
universal de todos los agentes de la administración, la justicia y la
enseñanza, limitó a 6.000 francos (el sueldo corriente de un obrero) la
remuneración más alta que pudiera percibir un funcionario y prohibió la
acumulación de cargos.
Se suprimió el ejército permanente y la policía fue convertida en
instrumento de la Comuna, responsable ante ella y revocable en todo
momento. La fuerza militar del régimen estaba concentrada en la Guardia
Nacional: el pueblo en armas. Para abocarse a la tarea de gobierno, el 29
de marzo la Comuna se dividió en diez Comisiones: Ejecutiva, Militar, de
Subsistencias, de Finanzas, de Justicia, Seguridad General, Trabajo,
Industria y Cambios, Servicios Públicos y Enseñanza. Esta primera
organización del poder, descentralizada y responsable, fue cambiada al
agravarse el conflicto con Versalles. Los grupos jacobinos y blanquistas
consideraron que había llegado el momento de imponer el poder “fuerte”
del que eran partidarios. Consideraban que la democracia sólo podría
ponerse en práctica una vez que la dictadura revolucionaria hubiese
destruido el antiguo orden. Cuando se producen los primeros desastres
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militares esta concepción se impone, pues la guerra exige que las
decisiones se tomen con rapidez y que se apele a toda la energía
revolucionaria para conducir eficazmente la lucha. Jules Miot propuso, el
28 de abril, la formación de un Comité de Salud Pública dotado de
autoridad sobre todas las comisiones y capaz de “hacer caer las cabezas
de los traidores”. La moción fue apoyada por blanquistas y jacobinos y
aprobada contra el voto de la minoría, formada por los miembros de la
Internacional. A partir de ese momento se produjo una escisión en el
seno de la Comuna que dificultó su gestión posterior. Por otra parte, el
Comité de Salud Pública no llegó a concentrar en sus manos la totalidad
del poder, pues subsistieron junto con él las distintas Comisiones y el
Comité de la Guardia Nacional, lo cual impidió dar a la guerra una
dirección única y eficaz.
La guerra civil
El 2 de abril Thiers anuncia oficialmente que el ejército de la represión
está listo.
A partir de ese momento Versalles no acepta ningún tipo de
intermediación y se concentra en un objetivo: aplastar el movimiento
comunero. Los preliminares de paz firmados con Prusia limitaban a
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40.000 el número de soldados en la región parisiense; Thiers negocia con
Bismarck y obtiene primero la autorización para disponer de 80.000
hombres y más tarde de 170.000, de los cuales la mayor parte está
constituida por repatriados de los campos alemanes para prisioneros.
Para oponerse a ese ejército la Comuna contaba con los federados,
fuerza compuesta principalmente por los efectivos de la Guardia Nacional,
un ejército de voluntarios mejor preparado para la defensa que para el
ataque.
Si las ciudades de provincia se hubieran levantado, la dispersión de las
fuerzas de la Asamblea tal vez hubiera colocado a París en una situación
más favorable, pero los levantamientos aislados que se producen son
reprimidos con facilidad. Lyon, que ya se había levantado el 28 de
setiembre de 1870 para darse una Comuna anarquista inspirada en
Bakunin, se rebela nuevamente el 22 de marzo, impulsada, al parecer,
por un delegado de París, el internacionalista Albert Leblanc; pero la
insurrección se extingue, fácilmente reprimida, dos días después.
Marsella se levanta el 23 de marzo y logra mantenerse hasta el 4 de
abril. Disturbios comuneros se produjeron también en Toulouse, del 23 al
27 de marzo; en Narbona, del 24 al 31; en Saint Étienne, del 24 al 28;
en Creusot, del 26 al 27.
Thiers optó desde el primer momento por la guerra sin cuartel y rechazó
los intentos de conciliación realizados por diferentes grupos como la
Unión de las Cámaras Sindicales, la Unión Republicana, los diputados de
París y los jefes de la francomasonería. Desde los primeros días los
versalleses torturaron y fusilaron a sus prisioneros. La noticia de tales
asesinatos y las ejecuciones sin juicio de los jefes del ejército federado,
Flourens y Duval, el 3 y 4 de abril, determinaron que, como medio de
detener la matanza de rehenes y prisioneros, la Comuna decretara por
unanimidad, el 5 de abril, que todo reo acusado de, complicidad con
Versalles fuera juzgado en un plazo de 40 horas y retenido como rehén
en el caso de que fuera culpable. La ejecución por Versalles de cada uno
de los defensores de la Comuna sería respondida con la ejecución de tres
de esos rehenes. Tales amenazas no tuvieron efecto. Thiers siguió
tratando a los prisioneros con la misma crueldad, mientras la Comuna
respetaba la vida de sus rehenes. Inclusive se ofreció el canje del
arzobispo Darboy y otros rehenes por Blanqui, prisionero de los
versalleses, pero Thiers rechazó el ofrecimiento. Sólo hacia el fin de la
lucha los comuneros respondieron a las matanzas masivas de Versalles
con la ejecución de cierto número de rehenes, entre ellos el arzobispo y
algunos curas dominicos. Las dificultades de la defensa fueron enormes
desde el primer momento: carencia de disciplina y de organización militar
en la Guardia Nacional, falta de jefes calificados y ausencia de una
dirección única. Los jefes militares se cambiaron una y otra vez. A
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Cluseret sucedió Rossel, que no consiguió imponer su autoridad sobre los
federados, y el polaco Dombrowski asumió la jefatura demasiado tarde
para cambiar la suerte del movimiento. El Comité Central de la Guardia
Nacional no se había disuelto al constituirse la Comuna. El estallido de la
guerra lo forzará a olvidar sus promesas de alejarse del poder y
continuará subsistiendo con funciones de fiscalización y control, junto a la
Comisión de Guerra, sin ninguna delimitación clara de poderes.
Desde los primeros días se sucedieron las derrotas. Finalmente, los
versalleses entraron en París el 20 de mayo, gracias a la traición de un
parisiense que les hizo saber que la puerta de Saint Cloud carecía de
fortificación. La resistencia duró aún ocho días.
La Semana Sangrienta
Las reformas realizadas en París bajo el Imperio, la demolición de las
callejuelas estrechas, pavimentadas con grandes piedras, adecuadas para
la construcción de barricadas y para la guerra callejera que los
parisienses habían puesto en práctica en las jornadas de 1830 y 1848,
dificultaron la defensa. Las grandes avenidas facilitaron el despliegue de
las organizadas fuerzas versallesas. Los federados, abandonando el plan
de Dombrowski, partidario de la lucha en conjunto, se dispersaron por los
barrios. La defensa se llevó a cabo sin coordinación y se limitó al
levantamiento de centenares de barricadas que fueron fácilmente
rodeadas por los movimientos envolventes de las tropas versallesas, que,
a medida que avanzaban, iban fusilando a los que tomaban prisioneros.
El martes 23 cayó Montmartre y el estado mayor versallés comenzó las
ejecuciones en masa destinadas a vengar la muerte de Lecomte y
Clément Thomas. Cuarenta y dos hombres, tres mujeres y cuatro niños,
elegidos al azar, fueron llevados ante el muro donde habían sido
ejecutados los generales el 18 de marzo. Allí se los hizo arrodillar y se los
fusiló. Matanzas similares se produjeron durante los días siguientes.
Desde el Ayuntamiento un decreto autoriza a los jefes de barricada a
requisar los víveres y útiles que necesiten; otro ordena el incendio
inmediato de toda casa desde la que se dispare contra los federados. El
Comité de Salud Pública hace un llamamiento a los soldados versalleses
invitándolos a retroceder ante el fraticidio: “…sois proletarios como
nosotros…”, les dice.
Según Lissagaray, en la noche del 23 de mayo los federados ocupan
todavía la mitad de París:
“... El resto pertenece a la matanza. Todavía se lucha en el extremo de
una calle cuando ya es entregada al saqueo la parte conquistada.
Desgraciado del que posea un arma, un uniforme, o esos zapatones que
tantos parisienses calzan desde el sitio; desgraciado del que se azore;
desgraciado del que sea denunciado por un enemigo político o personal.
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Se lo llevan. Cada cuerpo tiene su verdugo en jefe, el preboste, instalado
en el cuartel general; para apresurar la labor hay prebostes
suplementarios en las calles. Allí llevan a la víctima, que es fusilada
inmediatamente”.
El 24 los miembros de la Comuna abandonan el Ayuntamiento, lo que
aumenta la dificultad en las comunicaciones. Ese día arreciaron las
matanzas, corrió el rumor de que las mujeres lanzaban petróleo ardiendo
en los sótanos para provocar los incendios: toda mujer mal vestida o que
llevara una botella vacía podía ser acusada de petrolera y muerta a tiros
contra la pared más próxima.
Los federados, reducidos a algunos millares de hombres, no pueden
sostenerse indefinidamente. El jueves 25 toda la orilla izquierda del Sena
está en manos de las tropas. La batalla prosigue y la resistencia se
concentra en Belleville, hasta el domingo 28 de mayo a mediodía. A partir
de ese momento cesa la lucha, pero continúa la venganza.
Las matanzas en masa duraron hasta los primeros días de junio y las
ejecuciones sumarias hasta mediados del mismo mes. Jamás se conocerá
el número exacto de víctimas. El jefe de la justicia militar declaró que
habían sido fusilados diecisiete mil hombres, pero no es exagerado
afirmar que los ejecutados pudieron haber llegado a veinte mil.
Quedaron en prisión 36.000 insurrectos, sometidos, por la vigencia del
estado de sitio, a la justicia militar. Los cuatro consejos de guerra
existentes resultaron insuficientes y se crearon 22 consejos
suplementarios, que funcionaron a un ritmo acelerado entre 1872 y
1873. Ellos llevaron a cabo una parodia de justicia que dejó como saldo
más de 13.700 condenados a muerte, trabajos forzados, deportación,
reclusión, etc., entre ellos 170 mujeres y 60 niños menores de dieciséis
años. Como consecuencia de la represión el París revolucionario fue
acallado durante una generación y Francia, no habiendo logrado las
clases dominantes coincidir respecto de un monarca, quedó sometida al
régimen reaccionario de la Tercera República.
El Segundo Imperio
“El Imperio, con el golpe de Estado por fe de bautismo, el sufragio
universal por sanción y la espada por cetro, declaraba apoyarse en los
campesinos, amplia masa de productores no envuelta directamente en la
lucha entre el capital y el trabajo. Decía que salvaba a la clase obrera
destruyendo el parlamentarismo y, con él, la descarada sumisión del
gobierno a las clases poseedoras. Decía que salvaba a las clases
poseedoras manteniendo en pie su supremacía económica sobre la clase
obrera; y finalmente, pretendía unir a todas las clases, al resucitar para
todos la quimera de la gloria nacional. En realidad, era la única forma de
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gobierno posible, en un momento en que la burguesía había perdido ya la
facultad de gobernar el país y la clase obrera no lo había adquirido aún.
El Imperio fue aclamado de un extremo a otro del mundo como el
salvador de la sociedad. Bajo su égida, la sociedad burguesa, libre de
preocupaciones políticas, alcanzó un desarrollo que ni ella misma
esperaba. Su industria y su comercio cobraron proporciones gigantescas;
la especulación financiera celebró orgías cosmopolitas; la miseria de las
masas se destacaba sobre la ostentación desvergonzada de un lujo
suntuoso, falso y envilecido. El poder del Estado, que aparentemente
flotaba por encima de la sociedad, era, en realidad, el mayor escándalo
de ella y el auténtico vivero de todas sus corrupciones. Su podredumbre
y la podredumbre de la sociedad a la que había sacado a flote, fueron
puestas al desnudo por la bayoneta de Prusia, que ardía a su vez en
deseos de trasladar la sed suprema de este régimen de París a Berlín. El
imperialismo es la forma más envilecida y al mismo tiempo la forma
última de aquel poder estatal que la sociedad burguesa naciente había
comenzado a crear como medio para emanciparse del feudalismo y que
la sociedad burguesa adulta acabó transformando en un medio para la
esclavización del trabajo por el capital.
La antítesis directa del Imperio era la Comuna. El grito de “república
social”, con que la revolución de febrero fue anunciada por el proletariado
de París, no expresaba más que el vago anhelo de una república que no
acabase sólo con la forma monárquica de la dominación de clase, sino
con la propia dominación de clase. La Comuna era la forma positiva de
esta república.”
Marx: La guerra civil en Francia. (Manifiesto de la Primera Internacional,
1871.)
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El voto del presupuesto comunal, gastos y recursos; la fijación y la
repartición del impuesto; la dirección de los servicios locales, la
organización de su magistratura, de la policía interior y de la enseñanza,
la administración de los bienes pertenecientes a la Comuna. La selección
por elección o concurso, y el derecho permanente de control y revocación
de los magistrados y funcionarios comunales de todo orden.
La garantía absoluta de la libertad individual, de la libertad de conciencia
y la libertad de trabajo.
La intervención permanente de los ciudadanos en los asuntos comunales
por la libre manifestación de sus ideas, la libre defensa de sus intereses:
garantías dadas a esas manifestaciones por la Comuna, única encargada
de vigilar y asegurar el libre y justo ejercicio del derecho de reunión y de
publicidad.
La organización de la Defensa urbana y de la Guardia Nacional, que elige
sus jefes y vela sola al mantenimiento del orden en la ciudad. París no
quiere nada más a título de garantías locales, a condición bien entendida,
de encontrar en la gran administración central, delegación de las
comunas federadas, la realización y la práctica de los mismos principios.
Pero, a favor de su autonomía y aprovechando su libertad de acción,
París se reserva realizar como lo considere mejor, las reformas
administrativas y económicas que reclame su población: crear
instituciones aptas para desarrollar y propagar la instrucción, la
producción, el intercambio y el crédito; a universalizar el poder y la
propiedad, según las necesidades del momento, el deseo de los
interesados y los datos proporcionados por la experiencia.
Nuestros enemigos se equivocan o hacen equivocar al país cuando
acusan a París de querer imponer su voluntad o su supremacía al resto
de la nación y pretender una dictadura que sería un verdadero atentado
contra la independencia y soberanía de las otras comunas. Se equivocan
o hacen equivocar al país cuando acusan a París de perseguir la
destrucción de la unidad francesa, constituida por la Revolución, con la
aclamación de nuestros padres, que concurrieron a la fiesta de la
Federación desde todos los puntos de la vieja Francia. La unidad, tal
como nos ha sido impuesta hasta hoy por el imperio, la monarquía y el
parlamentarismo, no es más que la centralización despótica,
ininteligente, arbitraria u onerosa.
La unidad política, tal como la quiere París, es la asociación voluntaria de
todas las iniciativas locales, el concurso espontáneo y libre de todas las
energías individuales en vistas a un fin común, el bienestar, la libertad y
la seguridad de todos.
La Revolución comunal, comenzada por la iniciativa popular del 18 de
marzo, inaugura una era nueva de política experimental, positiva,
científica.
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Este es el fin del viejo mundo gubernamental y clerical, del militarismo,
del funcionarismo, de la explotación, de los monopolios, de los
privilegios, a los que el proletariado debe su servidumbre y la patria sus
desdichas y sus desastres.
Que esta patria querida y grande, engañada por las mentiras y las
calumnias, se tranquilice entonces.
La lucha entablada entre París y Versalles es de esas que no pueden,
terminar por compromisos ilusorios: la salida no deberá ser dudosa. La
victoria, perseguida con indomable energía por la Guardia Nacional,
pertenecerá a la idea y al derecho.
¡Llamamos a Francia!
¡Advertida de que París en armas posee tanta calma como bravura, que
sostiene el orden con tanta razón como heroísmo; que no se armó más
que por devoción a la libertad y la gloria de todas, ¡que Francia haga
cesar este sangriento conflicto!
Corresponde a Francia desarmar a Versalles por la manifestación solemne
de su irresistible voluntad.
¡Llamada a aprovechar nuestras conquistas, que se declare solidaria con
nuestros esfuerzos; que sea nuestra aliada en este combate que no
puede terminar más que con el triunfo de la idea comunal o con la ruina
de París!
En cuanto a nosotros, ciudadanos de París, tenemos la misión de realizar
la revolución moderna, la más grande y la más fecunda de todas aquellas
que han iluminado la historia.
¡Tenemos el deber de luchar y de vencer!
París, 1 de abril de 1881.”
La Comuna de París
Bibliografía
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Historia del movimiento obrero. Eudeba, Buenos Aires, 1957, tomo 1.
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vols. (primera edición de 1871).
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(primera edición de 1873).
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de 1939).
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