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Profesor: Autor:
Richard Camargo. Suzam Labrador
Expediente:
2016203100
Caracas, enero de 2024.
Sobre la Revolución Francesa y su impacto en el mundo se puede hablar
muchas cosas, desde lo especial que fue de que, entre todas las revueltas en la
historia, la única cuyo impacto tuvo el suficiente alcance en el tiempo como para
que no solo se le considere el fin de una era y el comienzo de un mundo nuevo, sino
que fue un principio del que ya más nunca se pudo volver atrás ni contener en el
tiempo y el espacio, como con tantas otras revoluciones antes de la misma. Así
como también esta revolución daría pie al levantamiento de una de las
personalidades más importantes e influyentes de la historia y que incluso a día de
hoy se sigue admirando, ese sería Napoleón Bonaparte, el hombre que comenzó que
ascendió de a poco hasta convertirse en líder absoluto de casi toda Europa, para al
final caer de manera rápida e imprevista, pero dejando tras de sí el legado de
esparcir la revolución por todo el continente y dejar huella en muchos ámbitos
distintos.
A todo eso llegan los siglos XVII-XVIII, dónde ocurren cuantiosa cantidad
de eventos que influyeron tremendamente en la consecuente revolución, desde el
fin de las guerras religiosas en Francia, la paz de Westfalia, la Revolución Gloriosa
en Inglaterra, el Ascenso de Luis XIV y el desastroso gobierno de Luis XV, así
como por último la Independencia de Estados Unidos, pero antes de todo eso dentro
de Francia, junto con Inglaterra se gestó un movimiento que también sería esencial
para todo esto, la llegada de lo que posteriormente se conocería como “La
Ilustración”, el cuál fue un movimiento de pensamiento que surgió por aquel
entonces que buscó anteponer la razón y al hombre por encima de todo (alejándose
por completo de cualquier vestigio de teocentrismo de movimientos pasados) y
buscando la manera más idónea de vivir en sociedad. En este movimiento
encontramos a varios pensadores, desde John Locke, Thomas Hobbes, Adam Smith
o Hume en Reino Unido, hasta autores franceses como Diderot, Rousseau, Voltaire
y Montesquieu. Todos ellos fueron fuertes críticos a la sociedad y política que se
habían ido estableciendo con el paso del tiempo, especialmente el surgimiento del
absolutismo en Francia y su posterior crisis, la cual ellos intentan diagnosticar las
razones de sus problemas y a la vez dar con la solución, una solución que tenía a su
vez un carácter muy crítico (muchas veces al extremo) del modelo establecido, así
como sus soluciones podían llegar a ser también muy radicales, pero lo más
importante aquí no solo fue esta crítica al sistema, sino cómo este pensamiento
general fue difundiendo primero, entre las élites burguesas de su tiempo, para luego
también llegar de alguna que otra forma a estratos cada vez más amplios de la
sociedad en ese momento, la cual de a poco iba desarrollando en sí misma otra
transición, una hacia un nuevo tipo de sociedad, una donde que ya desarrollaba tanto
una clara separación en clases productivas (rebajando mucho la importancia de la
ancestría noble de tiempos medievales) como una especie de conciencia colectiva
más parecida al mundo de hoy.
Eso llevó a que, en el año de 1789, con una profunda crisis que no paraba
de empeorar y una fuerte agitación por parte de los estratos más bajos de la
sociedad, finalmente se convocó a una nueva reunión de los Estados Generales de
Francia, una institución que, si bien se remontaba desde los tiempos medievales, no
se habían vuelto a convocar en más de 100 años. Finalmente entre las discusiones
que se fueron dando, y las propuestas dadas, el Tercer Estado (nombre con el que
se refería a la parte de la sociedad sin representación, que a su vez era la mayoría)
terminó creando su propia Asamblea Nacional, en un principio el rey Luis XVI
intenta disolver esto pero estos no solo se resisten, sino que se empiezan a levantar
en armas y finalmente comienzan a imponer sus demandas, como la abolición del
régimen feudal, la creación de una constitución y la Declaración de los Derechos
del Hombre y el Ciudadano.