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(1880-1955)
(Resumen del libro “Problemas de Histori Argentina” de la Universidad Nacional Arturo
Jauretche)
EL ORDEN CONSERVADOR
Hacia 1880, cuando Julio Argentino Roca llegó a la presidencia, esos modos de
funcionamiento de la política cuajaron en la organización de una alianza entre distintos
gobernadores provinciales, que dio lugar al Partido Autonomista Nacional (PAN). El
PAN pasó así a controlar la política en las provincias y también a nivel nacional:
establecía candidaturas y sucesiones que luego eran ratificadas en esas elecciones que
ellos mismos organizaban. Suele hablarse del “orden conservador”, y por ende de que
quienes participaban y se beneficiaban de esta situación eran “conservadores”, para dar
cuenta del particular modo de organización y funcionamiento del sistema político
durante las décadas finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX.
Julio Argentino Roca, nació en Tucumán en 1843; en 1858 ingresó a la carrera militar.
En las décadas de 1860 y 1870 participó en diversos acontecimientos de la vida
política y militar del país: en la Batalla de Pavón, luego bajo las órdenes de Mitre en
las campañas en contra de caudillos provinciales, en la Guerra de la Triple Alianza en
contra de Paraguay. En 1879, comandó las fuerzas que desalojaron y exterminaron a
los indígenas en la Patagonia. Las tierras obtenidas fueron vendidas y repartidas entre
quienes habían participado y apoyado la llamada “Campaña al Desierto”.
Fue presidente de la nación entre 1880 y 1886. Pero su influencia continuó por
muchos años más, al ser el principal dirigente del PAN. Volvió a ser Presidente entre
1898 y 1904.
La Revolución del 90
Ya en 1890 el sistema controlado por el PAN comenzó a recibir críticas. En ese año,un
movimiento cívico-militar, la llamada Revolución del Parque, presentó una serie de
cuestionamientos no solo a quien era en ese momento presidente –Miguel Juárez
Celman–, sino a todo el funcionamiento de la política. Uno de sus reclamos era
justamente el establecimiento del sufragio libre. Si bien el movimiento fue derrotado, el
acontecimiento dejó dos consecuencias importantes: por un lado, el presidente tuvo
que renunciar; por otro, fue el punto de partida para la emergencia de la agrupación que
terminaría desplazando al PAN del poder. Según la propia historia partidaria, la Unión
Cívica Radical nació en el clima de tensión e impugnación dado por los acontecimientos
de la Revolución del Parque, luchando por sanear el sistema y establecer la libertad del
sufragio.
El reclamo era más bien un pedido de apertura del sistema y un reclamo por un manejo
menos discrecional de ciertos resortes de la política. De allí también que otra
consecuencia del 90 fue el inicio de una corriente reformista dentro del propio PAN y,
por ende, una serie de tensiones y enfrentamientos entre quienes consideraban que
todo debía seguir igual y quienes promovían algunos cambios.
Hacia el Centenario
Pese al férreo control que los principales dirigentes del PAN seguían teniendo, las
fracturas y los resquebrajamientos del orden conservador eran visibles. Por un lado, la
Unión Cívica Radical, que desde el 90 tenía presencia en el escenario público, se había
convertido en un actor clave que impugnaba constantemente –incluso a través de las
armas– el funcionamiento de la política. También el socialismo, organizado como
partido y con presencia en algunas organizaciones gremiales protestaba y levantaba sus
críticas al sistema político. A su vez, durante la primera década del siglo XX una serie de
conflictos obreros potenciaron la emergencia y difusión de organizaciones anarquistas y
anarcosindicalistas. Por otro lado, también se había consolidado una corriente
reformista dentro de la propia alianza conservadora del PAN que presionaba a favor de
algunas transformaciones.
Éstos eran algunos de los razonamientos y argumentos que llevaron a Roque Sáenz
Peña, presidente de la Nación desde 1910, a presentar un proyecto para la modificación
de la ley electoral.
Básicamente, la Ley establecía que el voto sería obligatorio y secreto para todos los
varones, nativos o naturalizados, mayores de 18 años. La obligatoriedad buscaba
asegurar la mayor participación posible, en tanto hacía del voto no sólo un derecho,
sino también una obligación. Por otra parte, la condición de que fuera secreto apuntaba
a crear mejores condiciones para que cada ciudadano emitiera su voto, sin presiones y
con total libertad.Pese a declarar un carácter universal, había aún muchas personas que
no podían participar de las elecciones: las mujeres, los habitantes de territorios
nacionales y los menores de 18 años, por ejemplo.
La Ley indicaba además que el padrón sería confeccionado por el Ejército y establecía
una nueva proporcionalidad para establecer mayorías y minorías en los cuerpos
legislativos. Esto último cobraba especial relevancia ya que permitía poner fin al
sistema de lista completa, vigente durante los años del orden conservador, por el cual
quien ganaba la elección ocupaba todos los cargos en disputa, y asegurar al menos un
tercio de la representación para las minorías.
Éxito o fracaso
La Ley Sáenz Peña rigió plenamente entre 1912 y 1930. Durante esos años, y pese a ser
los impulsores del proyecto, los conservadores consiguieron solo algunas victorias
electorales locales o provinciales; en 1916, perdieron las elecciones nacionales. Durante
esos años también, la Unión Cívica Radical ganó no solo la presidencia, sino que se
proyectó como un partido en el ámbito nacional y creció en número de votantes en cada
elección que se presentó.
Las primeras elecciones, realizadas bajo la vigencia de la nueva Ley, durante ese año de
1912 comenzaron a mostrar que los resultados no eran en absoluto los esperados por la
coalición conservadora: en Santa Fe, la Unión Cívica Radical ganó las elecciones para
diputados. En el corto plazo, esos primeros triunfos radicales se ampliaron y
consolidaron. En 1916, el candidato de la UCR, Hipólito Yrigoyen, consiguió un 46% de
los votos frente a un 25% obtenido por los conservadores.
El conflicto social
Los vaivenes del ciclo económico –a los que se hará referencias más adelante
combinados con las tensiones sociales y políticas que se arrastraban desde la época de
Centenario dieron por resultado la emergencia de diversos conflictos sociales de
magnitud. Frente a ellos, la actitud de Yrigoyen fue cambiando: al comienzo de su
gobierno, buscó actuar como mediador e interlocutor entre los obreros y sus patrones.
En 1916, por ejemplo, buscó interceder en la huelga declarada por los gremios
portuarios y ferroviarios (dos áreas clave de la economía agroexportadora), recibió a
delegados de ambas organizaciones y se negó a reprimir, tal como reclamaban las
asociaciones patronales. Esta posición le valió fuertes críticas por parte de todo el arco
conservador.
Pero otra fue la actitud algunos años después, en 1919, frente a la huelga declarada en
los Talleres Metalúrgicos Vasena de Buenos Aires y los acontecimientos conocidos como
la Semana Trágica. Los obreros reclamaban por aumento salarial, mejores condiciones
de trabajo y la reincorporación de trabajadores despedidos; a comienzos de enero de
1919, los huelguistas chocaron con otros obreros que seguían trabajando, lo cual
provocó la intervención policial, la represión y el saldo de muertos y heridos. Las
organizaciones obreras convocaron entonces a una huelga general, en un contexto en el
cual –por otras razones particulares en cada caso– en otras fábricas y en otros ámbitos
laborales también comenzaban a multiplicarse las huelgas. La policía se vio desbordada
y se convocó al Ejército para reprimir y controlar al movimiento obrero. Durante al
menos una semana, la ciudad se vio jaqueada por los enfrentamientos entre obreros,
policías y el Ejército. A ellos se sumó la flamante Liga Patriótica, una agrupación de
derecha que, denunciando que los conflictos que se vivían eran el inicio de una
revolución comunista, salieron también a las calles a enfrentar a los huelguistas. Si bien
Yrigoyen buscó mantener negociaciones diversas con los delegados, no impidió el
accionar de la policía y del Ejército. Su posición frente al movimiento obrero y el
conflicto social ya había cambiado.
La Liga Patriótica fue fundada en enero de 1919 con el principal objetivo de reprimir
las protestas de obreros. Su lema fue “Patria y Orden” y sus ideas incluían cierto tono
xenófobo. En medio de la represión generada durante la Semana Trágica, los
miembros de la Liga se ocuparon no sólo de atacar a trabajadores y dirigentes
sindicales sino que también organizaron el primer acto violento en contra de
inmigrantes rusos, en su mayoría judíos, en la ciudad de Buenos Aires. La Liga
actuaba en muchos casos en complicidad con la policía y con la colaboración de los
miembros de la élite. Su presidente fue Javier Carlés; el poeta Leopoldo Lugones,
figuró entre sus adherentes.
Los conflictos también estuvieron presentes en la región del litoral. En 1921, luego de
varios años de conflictos diversos, la policía terminó reprimiendo a los trabajadores de
La Forestal, una compañía inglesa que se dedicaba a la explotación del quebracho en
Santa Fe.
La presidencia de Alvear
Pese a que entre Yrigoyen y Alvear existía una buena relación, desde el momento
mismo de asumir quedó claro que Alvear organizaría un gobierno con perfil propio,
alejado del yrigoyenismo: tanto los nombres de quienes integraron su gabinete como
por algunas de las primeras decisiones tomadas indicaban una toma de distancia del
nuevo presidente de su antecesor. Ese distanciamiento poco a poco se fue
profundizando, provocó un quiebre en el bloque parlamentario, sumó a otros tantos
disconformes con la política y la figura misma de Yrigoyen y concluyó en la organización
de una nueva agrupación: la Unión Cívica Radical Antipersonalista. En efecto, la razón
que permitía aglutinar a ese sector era precisamente la oposición a Yrigoyen, a lo cual se
sumaban luego otros argumentos.
Esta partición del radicalismo pronto se convirtió en uno de los principales ejes del
conflicto político: personalistas y antipersonalistas disputaron elecciones en provincias
y municipios, en el Congreso y, en general, en la escena pública.
Los años del gobierno de Alvear fueron una etapa de bonanza económica apoyada
fundamentalmente en la recuperación de las exportaciones y el buen funcionamiento
del comercio internacional. Esto permitió mantener los salarios relativamente altos y
los precios estables y, si bien hubo huelgas, su número y magnitud fueron mucho
menores que en los años anteriores. Esta situación combinada con algunas medidas
laborales, como la Ley de Descanso Dominical, creó mejores condiciones de vida
–siempre relativas y distintas según cada sector social– para los trabajadores.
Si bien el apoyo electoral había sido masivo, a poco de iniciar su segundo mandato
Yrigoyen debió enfrentar una serie de dificultades que se agravarían con el correr de los
meses.
El diario Crítica, uno de los principales periódicos de la ciudad de Buenos Aires, inició
una campaña constante en contra del gobierno radical. El propio gabinete de Yrigoyen
se encontraba también en crisis, cruzado por disputas internas que desgastaban al
propio presidente y debilitaban a la gestión. Los apoyos eran cada vez más tibios.
Un acontecimiento clave, que articula en parte los cambios culturales y políticos que
atravesaba el país en las dos primeras décadas del siglo XX, fue la Reforma
Universitaria.
El 6 de septiembre de 1930 un golpe militar encabezado por el general del Ejército José
Félix Uriburu, puso fin al gobierno de Yrigoyen. Se abrió, a partir de ese momento, un
nuevo escenario político en varios sentidos: por un lado, el golpe significó el quiebre de
una continuidad institucional que, con aciertos y flaquezas, venía funcionando desde
1912. Por otro lado, permitió la entrada a escena de nuevos actores políticos, entre ellos
el Ejército, la Iglesia y los grupos nacionalistas al tiempo que dejaba en evidencia la
debilidad de los partidos políticos.
Uriburu, a tono con la crisis que atravesaba la democracia en todo el mundo, proponía
un ordenamiento de la sociedad basado en la representación de intereses corporativos
(y no individuales como prevé la democracia liberal) y con un fuerte apoyo en las
estructuras militares.
Pero su proyecto rápidamente encontró límites. Algunos de los partidos políticos que,
de manera más o menos explícita habían participado del golpe, ya se habían organizado
en una Federación Nacional Democrática y se oponían de plano a las formas
corporativas. Una vez corrido Yrigoyen de la escena política, reclamaban una vuelta al
sistema de representación de partidos. E incluso, pese al lugar destacado que Uriburu
había asignado al Ejército, en las filas militares no todos aprobaban el proyecto
corporativo. Por el contrario, un grupo de oficiales liderados por el general Agustín P.
Justo mantenía diálogos con diversas fuerzas políticas y también buscaba una salida
electoral.
Justo fue presidente entre 1932 y 1938. Ese año se convocó a nuevas elecciones
presidenciales en las que el candidato oficial Roberto Ortiz triunfó. En 1940 debió
alejarse del poder por una grave enfermedad y fue sucedido por su vicepresidente
Castillo que, en 1943, sufrió un golpe de Estado encabezado por los militares Rawson,
Ramírez y Farrell.
La “Década Infame”
Si la aplicación del fraude daba cuenta de la crisis de la democracia liberal, otro tanto
se expresó en una serie de hechos de corrupción que se convirtieron en verdaderos
escándalos políticos.
Más allá de que el proyecto uriburista hubiera fracasado, lo cierto es que diversas
corporaciones comenzaron a tener mayor peso en la discusión política: diversas
organizaciones que representaban intereses económicos, como la Sociedad Rural
Argentina, pasaron a convertirse en interlocutoras directas del Estado y a presionar a
favor de sus intereses. Por otra parte, también en la medida en que los partidos que
sostenían intereses de clase, como el socialista o el comunista, atravesaban una etapa
de crisis, el movimiento obrero en sí comenzó a tener mucha mayor incidencia a través
de sus organizaciones gremiales y sindicales.
Otro actor que poco a poco se convirtió en protagonista de la política fue el Ejército. Si
bien entre sus integrantes era posible entrever distintas adscripciones políticas
(uriburistas, justistas, radicales, nacionalistas, liberales, etc.), a partir de 1930 el
Ejército pasa a constituir un foco de poder y legitimidad. Justo había logrado consolidar
su propio liderazgo entre los oficiales y, apelando al profesionalismo militar, intentó
colocar al Ejército por fuera de las disputas políticas. Esto colaboraba, a su vez, a
enlazar los valores militares con los de la Nación misma, dotando de legitimidad a toda
la corporación militar.
El Ejército mantuvo estrechos vínculos con la Iglesia: esto potenció el rol que ambos se
otorgaban de custodios de los valores nacionales. En los años 30 la Iglesia había
iniciado una radical contraofensiva católica a partir de las orientaciones impartidas
desde Roma por los papas Pio XI y Pio XII y su actividad se reorientó mayoritariamente
hacia el área social.
Contando con el apoyo del Estado, se crearon nuevos arzobispados, nuevas parroquias,
seminarios y colegios religiosos, se reforzó la disciplina sacerdotal y se promovió un
rígido encuadramiento para el laicado católico a través de la promoción de la Acción
Católica. Desde el punto de vista ideológico, esta especie de cruzada católica buscaba
combatir los males producidos por la modernidad y el liberalismo: se condenaba el
individualismo, el socialismo y el comunismo, las costumbres licenciosas, el cambio de
rol de la mujer, la educación laica, etcétera. Junto con esto,quedaba claro que el objetivo
político central era la cristianización del Estado, es decir, la aceptación de que el
catolicismo era la doctrina vertebradora de la sociedad y de la política argentina.
Uno de esos grupos enfrentados a Alvear fue la llamada Fuerza de Orientación Radical
de la Joven Argentina (FORJA).
FORJA se fue definiendo a través de una práctica político-intelectual que afirmaba la
tradición yrigoyenista para marcar los contrastes entre la dirección del partido y su
historia. Arturo Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz fueron sus principales dirigentes:
ambos escribieron libros y artículos en los que denunciaban a la oligarquía y el
imperialismo, pugnaban por la democracia y la unidad latinoamericana. Hacia 1945,
con el surgimiento del peronismo, muchos de sus integrantes se incorporaron a este
nuevo movimiento y se apartaron de la UCR.
Los demócratas progresistas fueron, junto con los socialistas, uno de los partidos más
importantes de la oposición en el Congreso. Debido a la política abstencionista de la
UCR, recibieron un importante número de bancas en el Congreso. Su figura saliente fue
el senador Lisandro de la Torre.
Esta actitud, así como las cláusulas del acuerdo, generaron controversias en la prensa y
en la dirigencia política. Tanto los socialistas como los demócratas progresistas
denunciaron el tratado y alertaron sobre los efectos que su aplicación podría tener entre
los consumidores del mercado interno.
Las cláusulas del acuerdo más importantes apuntaban a asegurar para la Argentina
una cuota de exportación de toneladas de carne enfriada: el 85% de la exportación de
carnes debía realizarse a través de frigoríficos extranjeros. Por otro lado, se liberaba
de impuestos a la importación de carbón y a otros productos de origen inglés. La
Argentina se comprometía a no reducir las tarifas de los ferrocarriles ingleses.
La crisis desatada a partir de los años 30 también fue un poderoso estímulo para el
proceso de industrialización. Hasta los años 30 el crecimiento de la industria argentina
se había realizado bajo el impulso de la economía agroexportadora (frigoríficos,
ingenios, derivados de la actividad agrícola-ganadera). Con la coyuntura de las guerras
mundiales y la crisis abierta en 1929 se produjo un desabastecimiento de productos
industriales y una baja en los precios de los productos primarios lo cual, en definitiva,
significaba menos divisas para poder comprar manufacturas europeas.
Esta coyuntura creó las condiciones necesarias para que, poco a poco, se fueran
sustituyendo los productos comprados afuera por otros ahora fabricados en el país. A
este proceso se lo denomina de “industrialización por sustitución de importaciones”.
Las industrias que se desarrollaron en esta etapa fueron la textil, la alimenticia, además
de las de maquinarias, artefactos eléctricos y derivados del caucho.
El éxodo desde las provincias hacia la ciudad de Buenos Aires y el área metropolitana
adquirió gran trascendencia y es comparable con el producido por las inmigraciones a
comienzos de siglo.
El movimiento obrero
Durante los primeros años de la década, la crisis fue profunda y afectó no solo a los
salarios y el trabajo, sino que también repercutió en el costo de vida, el consumo y la
infraestructura habitacional. Fueron estas situaciones de exclusión y explotación las
que motivaron, también, la reorganización del movimiento obrero.
Los años 30 constituyeron una rica etapa del desarrollo cultural, tanto por el fortísimo
debate de ideas como por la discusión sobre el rol de los intelectuales y la relación con
la política. Dichas cuestiones, de igual manera, se fueron transformando también en
relación con los debates y desarrollos que llegaban de otros países. En ese sentido, tanto
la Guerra Civil Española como el avance del nazismo y la formación de frentes
populares (para pelear en contra del avance del fascismo) incidieron en las posiciones
de los intelectuales y del campo cultural en general. Asimismo es también en los años
30 cuando se consolidan determinados productos culturales de consumo masivo, como
el cine y la radio. En este caso su desarrollo también fue al compás de cómo se
transformaban las industrias culturales, sobre todo la norteamericana, en el resto del
mundo.
Una de las cuestiones que generó amplios debates fue el rol de los intelectuales ante la
vida política, lo cual implicó una relación directa entre los intelectuales y los partidos o
agrupaciones políticas. Así muchos intelectuales adscribían abiertamente a una opción
partidaria.
Una vertiente del debate de ideas encuentra su jalón más importante en el desarrollo
del pensamiento nacionalista: sus temas, ejes de debate y posiciones políticas
involucraron de una u otra manera a todos los protagonistas del campo cultural. A su
vez, las ideas nacionalistas encontraban distintas variantes dentro del pensamiento
político de derecha, algunas bastante extremas por cierto.
Existía para ellos una estrecha conexión entre emancipación económica y justicia
social, pero para lo segundo se hacía necesario lo primero, de ahí el acento puesto en la
prioridad de una política económica nacional de corte industrializador. Esto también
abriría el camino hacia una comunidad supranacional de los pueblos latinoamericanos.
A diferencia de lo ocurrido a fines del siglo XIX, por ejemplo, la figura del gaucho
quedó ligada a ciertos valores que lo terminaron convirtiendo en el máximo exponente
del ser nacional. La Legislatura de la provincia de Buenos Aires estableció por Ley No
4.756/1939 que el 10 de noviembre, aniversario del nacimiento de José Hernández,
debía conmemorarse el Día de la Tradición.
Entre las publicaciones populares apareció la revista Patoruzú, dirigida por Dante
Quinterno en 1937. En esta historieta el eje eran las aventuras del cacique tehuelche
acompañado de su padrino Isidoro Cañones, su hermano Upa y su capataz Ñancul.
En los años 30, la radio y el cine se consolidan como medios de comunicación masiva y
como los productos culturales más consumidos. La Argentina era líder mundial en
materia de radiodifusión, y ya desde los años 20 contaba con varias frecuencias en
funcionamiento. Los radioteatros se convirtieron, en los años 30, en fenómenos de
consumo masivo. De igual modo, a medida que los espectáculos deportivos,
fundamentalmente el fútbol y el boxeo, se hacían más populares, también comenzaron
a ser transmitidos por la radio.
El tango alcanzó su apogeo en estos años y Carlos Gardel se convirtió en la figura más
emblemática.
Para muchos dirigentes, el único modo de encauzar la vida política del país hacia un
sistema electoral transparente era apostando por una intervención militar que
terminará con el gobierno de Castillo.
Una vez producido el golpe, quedó claro que el Ejército había participado
institucionalmente, como cuerpo y aludiendo a un poder que iba más allá que el de ser
mediador de conflictos políticos.
El grupo de militares que tomó el poder estaba atravesado por disputas internas que
prontamente se hicieron visibles. El general Arturo Rawson había sido designado como
sucesor de Castillo, pero a los pocos días fue reemplazado por Pedro Ramírez. Este
tampoco logró consolidar demasiado su posición y en marzo de 1944, a meses de
producido el golpe, fue desplazado a favor de otro general, Edelmiro Farrell.
En noviembre de 1943, Perón se hizo cargo del Departamento Nacional del Trabajo,
que un mes más tarde pasó a ser la Secretaría de Trabajo y Previsión, una repartición del
Estado que, hasta ese momento, se ocupaba centralmente de datos estadísticos. Desde
este organismo, Perón comenzó a construir un vínculo estrecho con los distintos
sindicatos, que se tradujo en la promoción y sanción de diversos proyectos referidos a
las relaciones laborales. A partir de 1944, y a instancias de la gestión de Perón, el
gobierno puso en marcha una serie de disposiciones legales que modificarían
sustancialmente el mundo del trabajo: si entre 1941 y 1943 se habían firmado cerca de
400 convenios colectivos de trabajo, entre 1944 y 1945 se firmaron cerca de 700. En
estos acuerdos entre las empresas y los trabajadores, el Estado tenía un rol
fundamental: era el que los impulsaba, el que actuaba como mediador y el que se
encargaba de que se cumplieran a través de la creación de los Tribunales de Trabajo.
Junto con esto, se extendió el régimen jubilatorio y las vacaciones pagas y se sancionó
el Estatuto del Peón.
El Estatuto del Peón, en 1944, sancionó por primera vez derechos para los
trabajadores rurales: pautó salarios, condiciones de trabajo tan básicas como la
obligatoriedad del descanso, la higiene y el abrigo en los lugares de alojamiento del
trabajador, las vacaciones pagas, la asistencia médica a cargo de los patrones, entre
otras.
Hacia el 17 de octubre
Esa decisión activó y multiplicó la agitación en las fábricas: Perón era el garante de los
derechos conseguidos, su salida del gobierno, impulsada por sectores contrarios a esas
reformas, ponía en cuestión que esos derechos se mantuvieran. La CGT convocó un paro
para el día 18 de octubre, no obstante el 17 de octubre decenas de miles de trabajadores,
provenientes de los barrios obreros de la ciudad de Buenos Aires y del Gran Buenos
Aires, marcharon desde temprano hacia la Plaza de Mayo.
De un lado, la figura de Perón aglutinó a los sindicatos, a los Centros Cívicos que se
creaban en apoyo de Perón, al recientemente creado Partido Laborista y a la línea Junta
Renovadora de la Unión Cívica Radical. Del otro, se reunieron todos los que estaban en
contra de Perón: la Unión Democrática, tal el nombre elegido, incluyó a radicales,
socialistas, demócrata-progresistas e incluso a los comunistas. Contaron, además, con
el apoyo de diversas entidades patronales y corporativas –como la Unión Industrial
Argentina, la Sociedad Rural, la Bolsa de Comercio– movilizadas fundamentalmente en
contra de la política laboral de Perón, y de algunos diarios de circulación nacional, como
La Prensa, que, a diferencia de lo que había sido siempre su línea editorial, llamó
abiertamente a votar por la Unión Democrática.
Esas claves constituyen, en algún sentido, las bases a partir de las cuales el peronismo
delineó su política económica, presentada en 1947 a través del Primer Plan Quinquenal.
el plazo de cinco años daba cuenta, también, de que se aspiraba a proyectar la economía
por un período relativamente importante. En sí mismo el plan contenía una serie de
instrumentos legales que le permitirían a Perón desarrollar y alcanzar determinadas
metas: nacionalizar los servicios públicos, las fuentes de energía, fomentar la industria
liviana y el mercado interno a partir de la redistribución de la riqueza a favor de los
trabajadores.
En esencia, el Plan Quinquenal apuntó a dos tipos de industria. Por un lado, buscó la
protección de las industrias manufactureras existentes, en particular las ramas
metalúrgicas y textiles. En segunda instancia, favoreció el desarrollo de nuevas
industrias, como la de la producción de laminados, acero, y algunos productos químicos.
Si bien el mayor énfasis se puso en la industria liviana, también poco a poco se empezó
a invertir en otros proyectos industriales de mayor complejidad, como la fabricación de
autos, aviones, herramientas. Entre 1945 y 1948 el incremento de los salarios fue de un
50%. Esto, a su vez, permitía seguir alentando la demanda de determinados bienes y
sostener el crecimiento del mercado interno.
El intento de golpe de Estado ocurrido el 16 de junio de 1955. Ese día, la aviación naval
y parte de la Fuerza Aérea bombardearon la Plaza de Mayo con la intención de asesinar
a Perón. El movimiento contaba con apoyos diversos, civiles, militares y también
religiosos. Los objetivos del golpe no se cumplieron, pero el bombardeo dejó como
resultado la muerte de más de 300 personas y muchos más heridos. En medio de esa
tragedia, la respuesta no se hizo esperar y grupos armados que apoyaban al gobierno
quemaron las principales iglesias de la Capital y el conflicto se profundizó aún más.