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Sábato: la novela como teorema imperfecto.

Existen intersticios interesantes entre la ciencia y el mito; uno de ellos es lo


literario. La ciencia, como sistema riguroso, buscar explicar la realidad estableciendo
principios, leyes, relaciones causales, todo fruto de la observació n y experimentació n
con los elementos constitutivos del Universo y sus propiedades. El mito, por su parte,
explica los fenó menos del mundo mediante otras aristas del pensamiento humano: la
fantasía, la religió n, el símbolo, el lenguaje (del cual el mito constituye, formal y
semá nticamente hablando, su expresió n ú ltima) son las herramientas desde las que se
construye esta peculiar hipó tesis sobre la condició n humana y su fin ú ltimo.

Lo literario concreta aspectos de ambas ramas del saber humano, en distintos


grados. Contrario a lo establecido por ciertas nociones arcaicas, la composició n es un
proceso que puede determinarse, medirse y evaluarse partiendo de ciertos modelos y
corpus teó ricos. No empleamos el adjetivo “arcaico” desde la condescendencia, un
empleo popular en una visió n del desarrollo histó rico fundamentado en la
industrializació n y la globalizació n creciente. Son má s bien reflexiones sobre las
preguntas inmortales que abre la creació n como proceso: ¿de dó nde viene?, ¿para qué
sirve?, ¿sirve de algo para empezar?, ¿es un acto singular o plural?, ¿es fruto de la
inspiració n o del método? Dichas reflexiones se fundamentan desde otros lenguajes,
sensibilidades e instrumentos: la hermenéutica, la adivinació n, el rito, etc.

Tales nociones determinaban la creació n como un puente entre lo humano y lo


divino. Tal puente, a lo largo de las civilizaciones humanas, se ha formalizado como
símbolo desde mú ltiples imaginarios. Uno que resalta por su fuerza y longevidad son
las Musas griegas.

Hijas del olímpico Zeus y la titá n Mnemó sine, representan cada una un género
lírico o un conocimiento, desde la pastoril, pasando por la astrología, la comedia, el
drama, la tragedia, etc. Es mediante su influjo que el poeta/compositor trasciende su
condició n de simple mortal para transcribir el discurso divino, elevando en el proceso
el lenguaje comú n, volviéndolo un vehículo para la historia, el conocimiento, el deleite,
lo turbulento, lo horrido, da igual; todo cuá nto su intensidad eleve a la categoría de lo
sublime.

Poseen los atributos divinos de la inteligencia, la elocuencia, la musicalidad,


todos expresados mediante lo femenino como fuerza creadora, raíz comú n que
comparten con su madre, con Gea (de γαῖα: “tierra”) o Tetis (de Τηθύ ς: “abuela”),
representació n de la tierra y las aguas fértiles respectivamente. Mnemosine (de
μνή μη: “memoria”), hija de Gea y Urano (de Οὐ ρανό ς: “cielo”), representa en sí misma
la memoria, un atributo que permite la creació n de registros a la existencia humana,
sus fenó menos y conflictos. Determinar el sentido de este mito consiste, en primera
instancia, en establecer relaciones obvias: las musas como fruto de la memoria, la
memoria como unió n entre la tierra y el cielo, o má s bien de lo que entre ambos
ocurre. Pero no hablamos de una memoria humana, imperfecta y falible, sino de otra
forma de registro: en aquellos tiempos venía metrificado, de elocució n oral,
persiguiendo los atributos de las formas y los patrones de la divinidad: la simetría, el
orden, la armonía. Al menos en su concepció n apolínea. Existe otros patrones divinos
(¿o quizá s horrores divinos?) en lo dionisiaco: incesto, violencia, peste, etc. Todo
depende de quién apadrine al poeta, si agente de la harmonía o del caos.

Lo segundo es entender qué constituye la memoria en este caso. Ya


establecimos su incompatibilidad con una memoria humana, facultad en la que media
la má s profunda de las subjetividades. ¿Y qué registro produce exactamente una épica,
o una novela, un cuento? El á ngulo social nos dirá que cumplen, esencialmente, un rol
didá ctico y objetivo:

No constituyen en sí mismos LA historia sino su reflejo parcial, la


fragmentació n de su totalidad, la subjetivació n de los “hechos” que son intervenidos
mediante los atributos de la divinidad y elevados a la categoría de canto. Y la esencia
del canto poco tiene que ver con lo “real”: ¿la guerra de Troya en verdad pasó tal cuá l
se narra en la Ilíada (VIII a.C.–VI a.C.)? La respuesta es obvia. Si aceptá semos esto,
sería aceptar que el panteó n olímpico existe, al igual que Homero (que aú n no
podemos determinar si fue una persona real o el equivalente de ese tiempo de un
colectivo anó nimo de compositores, trabajando bajo una ú nica firma) o la posibilidad
de que toda la épica le fue narrada al oído por la Musa. Todos absurdos para nuestra
mentalidad de hombre del siglo XXI, ¿o no?

Esto porque la literario no es la historia de los hechos sino su simulacro desde


los signos y sentidos que construye cada cultura. Cada imaginario ofrece sus
elementos esenciales: hechos, individuos, leyendas, palabras, sentidos y estructuras.
Véanlo como una investigació n fundamentada desde los presupuestos del lenguaje
(que son muchos), donde cada uno se dispone a buscar algo: el sentido de una guerra,
de un evento superficialmente insignificante que, luego, resulta ser de vital
importancia para la existencia del que lo vivió , una forma de establecer relaciones
causales entre eventos aparentemente inconexos, de su propia internalidad
atormentada, etc. Y, como toda investigació n, puedes obtener resultados esenciales o,
en el peor de los casos, informació n anecdó tica y hasta insulsa.

Es, de cierta forma, darle un orden al mundo desde las propias nociones
ordenadoras de la existencia. Los griegos, desde sus conceptos paradigmá ticos
(pathos, fatum, etc.) y sus formas compositivas (el dá ctilo, el yambo, etc.), generan un
orden esencial a su mundo; un mundo violento, atravesado por la nostalgia a un hogar
perdido, por los dolores de un camino de grandes vicisitudes, donde la vida de los
hombres parece azarosa e injusta en una micro escala, pero revela trayectorias
ignoradas y colisiones inevitables cuando la vemos desde el ojo divino, arquitecto de
estos planes secretos. Así, los griegos cargan de sentido cualquier acció n: guerras,
muertes, pestes, todo obedece a un sentido, todo viene calculado a priori. Esto es un
reflejo de lo que Luká cs (1885-1971) denomina la inmanencia de la épica: la
correspondencia de acció n y sentido en unidad, sin recurrir a lo externo,
determinando así un universo donde todo cuá nto ocurre tiene un sentido, una causa,
amparada en lo divino y lo humano (quizá s imá genes especulares entre sí):

No es la mera ausencia de sufrimiento, ni la seguridad del ser, lo


que en esos tiempos lleva al hombre a moverse dentro de una esfera cuyos
límites son tan alegres como rígidos (pues todo lo trágico y falto de
sentido en el mundo ha aumentado desde el inicio de los tiempos; sólo que
los cantos consolatorios se escuchan con más o menos claridad), sino la
correspondencia entre la acción y la exigencia interior de grandeza, de
revelación, de completo desarrollo del alma. Cuando el alma aún no
conoce ningún abismo en sí que pueda inducirla a caer o a alcanzar
alturas sin caminos; cuando la divinidad que gobierna el mundo y
distribuye los pormenores desconocidos e injustos del destino, se enfrenta
al hombre -que aún no la comprende- con tanta sencillez como un padre a
un hijo, entonces toda acción logra vestir al mundo. Ser y destino,
aventura y logros, vida y esencia son entonces conceptos idénticos. Pues la
pregunta que engendra las respuestas formales de la épica es: ¿cómo
puede volverse esencial la vida?1

Recalcamos nuevamente la importancia de la cultura y el respeto que se


requiere para transcribir sus ideas.

And Hector died like everyone else/ He was in charge of the


Trojans/ But a spear found out the little patch of White/ Between his
collarbone and his throat/ Just exactly where a man’s soul sits/
Waiting for the mouth to open/ He always knew it would happen/ He
who was so boastful and anxious/ And used to nip home deafened by
weapons/ To stand in full armour in the doorway/ Like a man rushing
in leaving his motorbike running/ All women loved him/ His wife was
Andromache/ One day he looked at her quietly/ He said I know what
will happen/ And an image stared at him of himself dead…[

Tragedia y destino en El Túnel:

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