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DIÓCESIS DE MAGANGUÉ

PASTORAL DE PEQUEÑAS COMUNIDADES


LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO

1. Introducción al encuentro
Iniciamos nuestro encuentro en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
V: Gracia, paz y bendición a todos los que confían en la fuerza salvadora de Jesús.
R: Porque saben que el Hijo de Dios ha venido para liberarnos de las fuerzas del mal.
2. Invocación al Espíritu Santo
Oh Espíritu Santo, Amor del Padre y del Hijo, inspírame siempre lo que debo pensar, lo que
debo decir, cómo debo decirlo, lo que debo callar, cómo debo actuar, lo que debo hacer, para
gloria de Dios, bien de las almas y mi propia Santificación. Espíritu Santo, dame inteligencia
para entender, capacidad para no olvidar lo aprendido, método y facultad para aprender,
capacidad de interpretar, gracia y eficacia para hablar. Dame acierto al empezar dirección en
el camino y perfección al acabar. Amén.

3. Lectura: Mc1, 29-39, una mano para volver a ponerse en pie


En aquel tiempo, Jesús, al salir de la sinagoga, se fue inmediatamente a casa de Simón y de
Andrés, con Santiago y Juan. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre. Le hablaron en
seguida de ella, y él se acercó, la cogió de la mano y la levantó. La fiebre le desapareció y se
puso a servirles. Al atardecer, cuando ya se había puesto el sol, le llevaron todos los enfermos
y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. El curó entonces a muchos
enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios, pero a éstos no los dejaba hablar,
pues sabían quién era. Muy de madrugada, antes del amanecer, se levantó, salió, se fue a un
lugar solitario y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron en su busca. Cuando lo
encontraron, le dijeron: Todos te buscan. Jesús les contestó: vamos a otra parte, a los pueblos
vecinos, para predicar también allí, pues para esto he venido. Y se fue a predicar en sus
sinagogas por toda Galilea, expulsando los demonios. Palabra del Señor.

4. Cultivemos la semilla de la Palabra


1. ¿De dónde salió Jesús? ¿Qué hacía en ese lugar?
2. ¿A casa de quién se dirige Jesús?
3. ¿Quién estaba enfermo, cuál era su enfermedad y qué hizo Jesús?
4. ¿Qué hizo la gente al atardecer de aquél día?
5. ¿Qué hizo Jesús con los enfermos que les presentaron?
6. ¿Qué hacía Jesús en la madrugada cuando se levantaba?

5. La Palabra se ilumina
La fama de Jesús se había extendido por todas partes, en toda la región de Galilea. El
evangelio de hoy nos va a presentar una parte del caminar salvífico de Jesús, de su paso
liberador por entre el dolor y el sufrimiento de la gente. Jesús sale de la sinagoga y se dirige
con dos discípulos, Santiago y Juan, dos hermanos, a la casa de Simón y Andrés, otros dos
hermanos. Apenas llegan a la casa le comentan de la enfermedad de la suegra de Simón.
Llama la atención que ellos no piden abiertamente la curación de ella, solamente le hablan
de la situación. Saben que con Jesús esto es suficiente. Inmediatamente Jesús se acercó a ella
y sin más, “tomándola de la mano la levantó y la fiebre la dejó”. Jesús no da simplemente
una orden a distancia. Se acerca, se implica en la situación. Aún más, la toma de la mano para
salvarla. Acto seguido, la fiebre desaparece. Es bueno resaltar una actitud de agradecimiento
de la suegra de Simón. Seguramente ella no estaba enferma de ‘fiebre’ pues esta es sólo un
síntoma de algo más intenso e interno que Jesús mismo se encargó de curar. Tan pronto se
siente curada ella se pone a servir, se pone a disposición de todos. Una reacción espontánea
de gratitud es ponerse a disposición del otro y esto fue lo que hizo ella. Marcos nos dice que
al atardecer, cuando ya la noticia de lo que había hecho Jesús había corrido de boca en boca,
traen a la puerta de la casa ‘todos’ los enfermos y endemoniados. Y como si fuera poco,
asegura que: “La ciudad entera estaba agolpada a la puerta”. Estas son las dimensiones que
el corazón capta respecto a quien, su única misión es hacer el bien cueste lo que cueste.
Vemos a un Jesús a quien le llevan el dolor y el sufrimiento de toda la humanidad. En el
corazón misericordioso de Jesús no hay dolor que no tenga puesto. Allí cabemos todos y entre
más pequeños y necesitados mejor. Y de allí saldremos renovados y llenos de vida, como esta
multitud de enfermos que regresaban curados a sus casas. La intensa jornada de Jesús se
cierra con un momento de oración que también se ve interrumpido por la gente que lo busca.
Lo buscan porque ya empiezan a conocerlo. Y no son unos pocos, en realidad el texto pone
en boca de Simón la expresión “Todos te buscan”. Jesús es consciente de que su misión no
se puede reducir a un lugar y a un pueblo determinado, sino que se abre a dimensiones más
amplias. El relato se cierra con la imagen de un Jesús peregrino incansable de la Palabra
dicha con autoridad y que trae vida para todos. Una palabra acompañada de signos que la
hacen creíble.

6. Para custodiar y vivir la Palabra


Recordar siempre los gestos salvadores de Jesús: acercarse, tomar de la mano y levantar.

7. La Palabra me ilumina
La expresión popular “te voy a echar una mano” esconde muchas veces un exquisito
sentimiento de solidaridad y, no rara vez, de amistad genuina. Es muy bello oír que nos lo
dicen, porque significa que alguien se interesa por nosotros y de este modo se supera el miedo
a estar solos y abandonados. Jesús no dice esta frase, pero realiza el gesto que es su
equivalente. Tiende a la mujer enferma una mano amiga y, lo que es más, la toma y la
estrecha, como si ya no la quisiera dejar. Este gesto, mucho más que un sentimiento de
soledad superada, crea una comunión de horizontes y hace entrar a la mujer en la vitalidad
de Jesús: su vida pasa a la mujer, que responde con el precioso gesto del servicio, una diaconía
de la gratitud, a cambio de un amor que la ha vuelto a poner en pie, en el circuito de la vida.
Se tiende la mano a quien necesita algo material, pero también a quien se encuentra en un
sufrimiento moral. Se trata de “echar una mano”, de ofrecer nuevos motivos de esperanza,
de volver a poner en pie a una persona, de liberarla de las trabas del pasado y restituirle, si
fuera el caso, un futuro. Tanto en uno como en otro caso, se trata de atesorar las múltiples
ocasiones de restituir un atisbo de esperanza, de proporcionar una alegría que inunda el
corazón, de proponer una nota de sano optimismo: es la mano tendida del Señor que restituye
la vida; es también la mano que estamos dispuestos a tender, imitando a Cristo, y a ofrecer al
prójimo con el que nos cruzamos todos los días. De este modo es como la comunidad cristiana
y todos los hombres de buena voluntad perpetúan el gesto amigo de Jesús. Ensanchando la
esfera de acción del bien, restringimos automáticamente la esfera de acción del mal: en
consecuencia, Satanás queda expulsado y vencido una vez más. En último lugar, aunque no
por su importancia, queremos recordar que el mismo Señor no se cansa de repetir el gesto
afectuoso y «recreativo» que restituye nuevo vigor, una vitalidad fresca, alegría de vivir. Así
es el sacramento de la reconciliación, una mano amiga que vuelve a ponernos en pie después
de la caída del pecado. Que también nuestro servicio a los hermanos sea la respuesta
operativa al amor de Cristo que perdona.

8. La Palabra se convierte en oración


Señor, deseo alabarte, bendecirte y darte gracias con todo el corazón por esta tu Palabra,
escrita para mí, hoy, pronunciada por tu Amor por mí, porque Tú me amas verdaderamente.
Gracias, porque has venido, has bajado, has entrado en mi casa y me has alcanzado
precisamente allí donde estaba enfermo, donde me quemaba una fiebre enemiga; has llegado
allí donde yo estaba lejano y solo. Y me has abrazado. Me has cogido de la mano y me has
levantado, devolviéndome la vida plena y verdadera que viene de Ti, la que se vive junto a
Ti. Por ahora soy feliz, Señor mío. Gracias porque has atravesado mi oscuridad, has vencido
la noche con tu potente oración, solitaria, amorosa; has hecho resplandecer tu luz en mí, en
mis ojos y ahora yo también veo de nuevo, estoy iluminado por dentro. También yo rezo
contigo y también crezco gracias a esta oración que hemos hecho juntos. Señor, gracias
porque me lanzas hacia los otros, hacia mundos nuevos, fuera de las puertas de la casa. Yo
no soy del mundo, lo sé, pero estoy y quedo dentro del mundo, para continuar amándolo y
evangelizándolo. Señor, tu Palabra puede hacer el mundo más bello. Gracias, Señor. Amén.

9. La Palabra en el corazón de los Padres


¿De dónde nos viene esta inquietud del espíritu, sino de la aversión que sentimos a lo que
nos contraría y de una mezquindad que nos hace pensar que todos los demás están mejor que
nosotros? Todo viene de lo mismo: el que no está plenamente resignado, ya puede mirar para
acá o para allá, porque nunca encontrará reposo. Los que tienen fiebre no encuentran buena
ninguna postura; no llevan ni un cuarto de hora en una cama, cuando ya quieren pasarse a
otra, y esto no depende de la cama, sino de la fiebre, que los atormenta en cualquier lugar.
Quien no tiene la fiebre de la propia voluntad, se siente a gusto con todo; con tal de que Dios
sea servido, no se preocupa del lugar en el que él le ha colocado: siempre que se cumpla su
Divina voluntad, lo demás nada le importa. Esto no es todo, sino que, para ser devoto, no
solo hay que querer cumplir la voluntad de Dios, sino hacerlo con alegría. Si yo no fuera
obispo, quizá no querría serlo, por saber lo que sé, pero, puesto que lo soy, no solamente
estoy obligado a hacer todo lo que esa penosa vocación exige, sino que debo hacerlo con
gozo, y complacerme en ello y sentir agrado. Es lo que dice san Pablo: que cada uno
permanezca en su vocación ante Dios. No tenemos que llevar la cruz de los demás, sino la
nuestra, y, para poderla llevar, nuestro Señor quiere que cada uno renuncie a sí mismo, es
decir, a su propia voluntad (Francisco de Sales, Lettere, 168, Milan 1984, 420).

10. Para la lectura espiritual


Es el relato de una jornada que Jesús pasa en contacto con la gente, sumergido en los
problemas de todos. Jess, debemos decirlo enseguida, no se las da de héroe o de superhombre.
En el todo es natural. Aunque hay una gran expectativa respecto a él, no pierde su habitual
compostura ni padece estados de ansiedad. Sabe que no puede estar en todas partes y que no
puede hacer milagros para todos. Y sabe además que, para hacer el bien, no hay que esperar
nunca un consenso unánime. Nunca faltan las reservas. Ni tampoco las sospechas. ¿Creen
ustedes, por ejemplo, que el milagro en favor de la suegra de Pedro no hizo surgir algunas
objeciones? Pero Jesús no se preocupa. Hace lo que le parece justo. No está amenazado por
el infarto, como ha dicho alguien justamente. El evangelio nos da a entender que duerme bien
de noche. ¿Su secreto? El diálogo con el Padre con que comienza su jornada lo explica todo.
Lo que le decía al Padre no podemos saberlo. Solo podemos imaginarlo. Los rostros que
encontraba en las puertas de la ciudad, los ojos llenos de esperanza, las enfermedades, las
miserias, habrían ocupado, a buen seguro, un recuerdo, una palabra de intercesión, un
acongojado sentimiento de piedad, en aquel diálogo. Y Jesús debía recibir del Padre el aliento
para hacer visible el rostro de Dios a través de gestos de ternura, de solidaridad, de una piedad
humanísima y divina. Su jornada, tras el diálogo con el Padre, es un incesante prodigarse en
favor de los otros, una ocasión continua de hacer el bien. ¿Es una jornada difícil de imitar?
En realidad, no se trata de una empresa imposible. Lo que cuenta es enfrentarse a cada jornada
con una gran naturalidad, conectando lo que vivimos, a través de algún momento de oración,
con un sentido más elevado, con un destino más grande. Y se trata de comprender que el
tiempo dedicado a los otros es un tiempo ganado y supone ya un testimonio en favor del
Evangelio. Todo depende del espíritu justo, un espíritu que ignore la fiebre del éxito, la
búsqueda del consenso, la necesidad del reconocimiento, y sea capaz de confiarlo todo al que
nos da cada mañana una nueva jornada, la bendice y la guarda en la memoria de su corazón
(L. Pozzoli, Commento alle letture festive. Anno B, Milan 1999, 178-181, passim).

11. Oración por la Evangelización de la Diócesis de Magangué


Dios Padre todopoderoso, te pedimos nos ayudes a continuar la tarea evangelizadora de tu
Hijo Jesucristo en nuestra Diócesis, con la fuerza de un nuevo pentecostés, que nos haga
misioneros de la Palabra y sembradores de fe, esperanza y amor, para que todos juntos, en
sinodalidad, construyamos una Iglesia Comunión. Que logre la conversión y renovación
pastoral, y transforme la vida social de nuestras comunidades discípulas y misioneras. Virgen
de la Candelaria, San José, nuestro padre y señor, rueguen por nosotros. Amén.

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