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1. Introducción al encuentro
Iniciamos nuestro encuentro en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
V: Gracia, paz y bendición a todos los que con esperanza se acercan a Jesús.
R: Porque saben que tiene el poder para librarnos de nuestros pecados.
Canto
Hoy Señor Jesús
Hoy Señor Jesús, Vengo ante ti para alabarte. Sáname Señor, líbrame del mal. Toca el
Hoy Señor Jesús, Con tu poder puedes corazón para alcanzar la santidad.
sanarme.
Hoy Señor Jesús vienes a mí porque me
Sáname Señor, hoy quiero vivir. Dame tu amas. Hoy Señor Jesús confío en ti y en tu
amor sin ti no puedo ser feliz. palabra.
4. La palabra se ilumina
Entre todos los que se acercaron a Jesús se aparece un leproso. Ya esta introducción obligaría a
cualquier israelita fiel a retroceder y a alejarse de esa persona. Esta es la escena que nos presenta
el evangelio de hoy. Un leproso era siempre una persona excluida de la sociedad. Una persona ante
la cual, la prudencia sugería no acercarse por miedo a quedar impuros, pues según las tradiciones
judías, su lepra era la lógica consecuencia de un pecado. Acercarse a él y más aún tocarlo, era
hacerse partícipe de su mismo pecado. Por esto es mejor estar a cierta distancia. Era por esto que
el mismo leproso, con una campanilla iba avisando “impuro, impuro”. Y todos los que iban por el
mismo camino se alejaban para no contaminarse.
En esta ocasión las cosas fueron muy distintas. El leproso aparece y se acerca a Jesús quien no
reacciona alejándose sino lo acoge y escucha. Seguramente al leproso le habían llegado los
comentarios de la fama de Jesús que se había extendido por todas partes y algo de fe ya empezaba
a nacer en su corazón. Se acercó, se arrodillo, reconociendo profundamente su realidad de hombre
impuro y pronunció la frase, la única frase que nos dejó y que es una maravillosa síntesis de fe,
confianza y abandono en las manos de Jesús: “Si quieres puedes limpiarme”. Es una frase de una
delicadeza extraordinaria, casi como temiendo pronunciarla: “Si quieres…” es como decir: ‘tú eres
el que decides, yo simplemente propongo’. Es un “si quieres” que para nada disminuye el poder
sanador de Jesús, nos lo aseguran las palabras que siguen: “puedes limpiarme”. El leproso se
abandona totalmente en las manos de Jesús. No con un imperativo categórico: ‘Señor, límpiame’,
sino con un condicional que se abre a la esperanza y a la confianza: “si quieres”. La reacción de
Jesús no se hace esperar. Algunas tradiciones describen la actitud y el sentimiento de Jesús con la
palabra “encolerizado” y se interpreta como un Jesús profundamente entristecido y dolido con el
mal. Otras traducciones prefieren la palabra “compadecido” expresión que de pronto se acerca más
al sentir de Jesús. La respuesta de Jesús retoma las dos partes de las palabras del leproso: “Quiero”;
“Queda limpio”. Para Jesús, la frase del leproso ha sido suficiente para medir su fe y su confianza
y no le pregunta si cree. No podemos dejar pasar desapercibido un gesto insólito de Jesús hacia el
leproso: “Lo tocó”. Esto no se podía hacer y mucho menos con un leproso pues automáticamente
la persona que lo hacía quedaba impura. Aquí sucedió lo contrario, Jesús no quedó impuro fue el
leproso el que quedo puro. Dos veces Marcos usa la expresión: “Al instante”: Al instante le
desapareció la lepra; Lo despidió al instante. Una vez curado ya no había nada más que hacer sino
regresar lo más pronto a la vida normal. El texto nos da una bella lección de lo que significa
abandono total a la voluntad, al querer de Dios.
6. La Palabra me ilumina
Un leproso se acerca a Jesús y Jesús se acerca a él: un movimiento espacial insólito, contra las
férreas reglas del aislamiento vigentes por entonces como precaución sanitaria. Al mismo tiempo
se verifica un acercamiento espiritual -o, si se quiere, una especie de “contagio”- llevado a cabo
mediante un delicado “si quieres” por parte del leproso y un tan generoso como perentorio “quiero”
por la de Jesús. La lepra es una enfermedad erradicada hoy en gran parte. Con todo, sigue
existiendo con otra forma, y puede llamarse droga, alcoholismo, prostitución, y tomar los mil
rostros de la marginación. Los cristianos, a imitación de nuestro Señor, debemos continuar
caminando por las calles de los leprosos, provocando una genuina “compasión” y dando ese paso
de acercamiento físico que expresa nuestro acercamiento interior. Se ha dicho que el Señor usa
nuestras manos para seguir curando, nuestros pies para seguir caminando. Nosotros se los damos
voluntariamente, nos ponemos a su disposición para dejarnos guiar por él y movernos hacia las
nuevas pobrezas con la misma actitud y la misma sensibilidad que nos conducen a construir
puentes de conexión y a derribar los muros de la división. Queremos creer en la verdad de un
verdadero contagio. No existe sólo el negativo, el que infecta y destruye; existe también el positivo,
que construye y hace percibir al otro, que no es ni un rechazado ni un aislado, sino un hombre
hecho a imagen de Dios, llamado a una vocación de nobleza a la que damos el nombre de santidad.
Tiene necesidad de alguien que se lo diga con palabras y con gestos, con el corazón y con la
voluntad de «hacerse prójimo», es decir, cercano. Entonces podremos ver repetirse el milagro de
un contagio que salva. Jesús nos toca, nos libera. Siempre es «buena noticia» todo contacto nuestro
con él. Su Palabra, si la vivimos, nos cura de la lepra que invade la pobreza de nuestra vida. El
leproso curado proclama y difunde la noticia: ésa es la tarea de todo discípulo.