Está en la página 1de 214

GRACE DRAVEN

El Maestro de los Cuervos

Realizado por GT Página 1


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos
Master of Crows (2009)

AARRGGU
UMMEEN
NTTO
O::

¿Qué harías para conseguir tu libertad?


Esta es la pregunta que conduce a la esclava Martise de Asher por un peligroso camino. A
cambio de su libertad negocia con sus amos, los sacerdotes-magos del Cónclave, espiar a un
hechicero renegado, Silhara de Neith. Los sacerdotes quieren que Martise exponga la traición del
mago y lo entregue a la justicia del Cónclave. Es una tarea arriesgada, pero lo acepta sin dudar…
hasta que se enamora de su objetivo.
Silhara de Neith, Maestro de los Cuervos, es un hombre desesperado. El dios que responde al
nombre de Corrupción invade su mente seduciéndolo con promesas de poder ilimitado si le ayuda
a obtener el dominio sobre el mundo.
Silhara lucha contra la influencia de Corrupción y busca la manera de destruir al dios. Cuando el
Cónclave envía a Martise como una aprendiz para ayudarle, intuye inmediatamente que es una
espía. Ahora, el Maestro de los Cuervos tendrá que luchar en dos frentes: contra el dios que
pretende poseerlo y contra la aprendiza que pretende traicionarlo. Juntos, el mago y la espía
buscarán un ritual con el cual aniquilar a Corrupción, pero en ese tiempo ambos descubren
secretos del otro que pueden condenarlos a ambos.
Silhara debe decidir si su destino y el destino de las naciones valen el alma de la mujer a la que
ha llegado a amar, y Martise debe escoger entre la esclavitud o la libertad a costa de la vida de un
hombre. Y de su amor…

SSO
OBBRREE LLAA AAU
UTTO
ORRAA::

Grace Draven es una autora nativa de Louisiana que vive en Texas


con su marido, tres perros pequeños y un gran perro bobo. Ha vivido
en España, escalado las Montañas Teton, pasado la luna de miel en
Escocia, montado en una competición de rodeo y es la tataranieta de
un presidente nicaragüense. Odia lavar ropa y se niega a planchar
nada.

Realizado por GT Página 2


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

CRÉDITOS
ÍNDICE TRADUCIDO POR: CORREGIDO POR:
Capítulos 1 y 2 Daisy Lara
Capítulo 3 Jessica Sufte
Capítulo 4 Charo Lunagris
Capítulo 5 Norma María*
Capítulo 6 Amy Ela
Capítulo 7 LaCuis Lara
Capítulo 8 Adriana C Vanesa
Capítulo 9 aLiicee María*
Capítulo 10 Moka Lunagris
Capítulo 11 Carmen Adriana
Capítulo 12 Norma Rosaleda
Capítulo 13 aLiicee Vanesa
Capítulo 14 LaCuis Emly
Capítulo 15 Zaida Christine
Capítulo 16 Moka Claudia
Capítulo 17 Jessica Christine
Capítulo 18 Daisy Tiatiti
Capítulo 19 Amy Claudia
Capítulo 20 Erika Claudia
Capítulo 21 Jessica Tiatiti
Capítulo 22 Charo Christine
Capítulo 23 aLiicee Tiatiti
Capítulo 24 Marijo Claudia

Coordinación: Son&aM • Corrección General: Claudia y María* • Lectura Final: Lunagris

Realizado por GT Página 3


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 0011

Ríndete ante mí, Maestro de los Cuervos, y te haré gobernante de reinos.


Silhara de Neith gimió y se inclinó hacia delante, agarrándose el vientre. La sangre manaba de
su nariz goteando sobre las piedras desgastadas del balcón. La voz del dios, familiar e insidiosa, se
enroscaba en su mente. Paralizado bajo los rayos de una estrella amarillenta, se acurrucó contra el
parapeto en ruinas combatiendo un mal que los sacerdotes asumían vencido hace mucho tiempo.
El dios lo seducía, llenó su cabeza con imágenes fantásticas y terribles… sangre de sacrificios
acumulada en un altar, ejércitos marchando a través de un desierto chamuscado por el sol, un mar
de personas hambrientas y arrodilladas en adulación. La magia se apoderaba de él, un poder
colosal engendrado del odio. Imparable. Aterrador. Estaba embriagado con la idea de ejércitos
moviéndose bajo sus órdenes, y gente adorándolo a sus pies. Las víctimas sacrificadas eran
ofrecidas al dios, y Silhara reinaba sobre todo lo que había ante él.
La voz cantó su malévola canción.
Serás un emperador insuperable, un mago sin igual.
Silhara apretó los dientes luchando contra el dolor que partía su cráneo.
—¿Y ser un esclavo de un dios mendigo? —Sus labios sangraron con la pregunta—. No me
rendiré.
Una suave risa se hizo eco en su interior.
Lo harás, Avatar. Siempre lo haces.
El dios lo liberó de repente con un desgarrador tirón que casi succionó la médula de sus huesos.
Gritó y cayó de rodillas. Las visiones y la voz se desvanecieron, dejando una suciedad invisible a su
paso. El sabor salado de la sangre le quemaba la garganta; el sudor y la orina empapaban sus
ropas. Una venenosa luz pulsaba desde la estrella amarilla sobre él.
Silhara se desplomó en el suelo del balcón.
—Ayúdame —le rogó a nadie.

Su sirviente lo encontró horas más tarde, mientras el sol naciente prendía fuego al horizonte
oriental. Silhara se puso de pie ayudado por las estabilizadoras manos de Gurn. El gigante lo miró
con compasión, haciendo una seña ante la cara del mago. Silhara se tocó la nariz, trazando una
línea costrosa, desde la fosa nasal hasta la mandíbula.
—¿Sangre?
El sirviente asintió y lo empujó suavemente hacia su habitación. Silhara lo ignoró y miró hacia la
estrella suspendida como una piedra de la luna1 con una cuerda invisible. No había una genuina
iluminación fluyendo desde el centro de la estrella, solo una turbia neblina que asfixiaba el cielo.
—Gurn, ¿puedes ver la estrella?
Gurn negó con la cabeza, su rostro tosco cauteloso. Sus manos trazaron intrincados signos, y
Silhara suspiró, confirmando sus sospechas. Si bien cualquiera que poseía una pizca de intuición
podía sentir la presencia del dios, solo los Dotados veían la manifestación física. Los sacerdotes del

1
El nombre "Piedra de Luna" se le da a esta gema por su brillo y apariencia. Cuando la piedra se mueve cambia su
color es un fenómeno llamado adularescencia. Compuesta de escalas o laminillas, que hacen que la luz que entre se
refracte y disperse.

Realizado por GT Página 4


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Cónclave estaban sin duda correteando de aquí para allá en su fortaleza junto al mar, presos del
pánico al averiguar que sus ilustres antepasados al final habían fallado en derrotar al dios llamado
Corrupción.
Suspicaces de las actividades de Silhara y resentidos por su negativa a jurarles lealtad, los
sacerdotes, pretenciosos clérigos que no podían rascarse el trasero sin pronunciar un conjuro,
ahora lo mirarían con recelo. Sin embargo, la malévola fuerza que se cernía a su espalda y se
deslizaba en su conciencia con promesas de incalculable poder y subyugación, hacía que el
Cónclave fuera nada más que una molestia en comparación.
Silhara observó sus vestiduras sucias, asqueado. La presencia de Corrupción persistía en el olor
de su sudor, su ropa, incluso en su cabello. Escupió dos veces, para deshacerse de su sabor.
—Ese parásito me redujo a un bebé —dijo—. Me he orinado encima.
Se despojó de las prendas arruinadas, dejándolas caer en una pila húmeda a sus pies. Desnudo
y tiritando de frío por el aire previo al amanecer, le hizo una seña a Gurn para que retrocediera y
recitó un hechizo. Sus ropas estallaron en llamas, dejando un círculo de ceniza ennegrecida sobre
los adoquines de piedra.
La boca de Gurn se frunció en señal de desaprobación. Silhara sonrió. Conocía esa mirada. Los
pobres no destruían buena ropa, sin importar el motivo.
—Tenían el hedor de Corrupción, Gurn. —Al igual que él ahora—. Un poder como ese
contamina todo lo que toca.
Entró a su habitación, agradecido por la calidez del fuego de la chimenea que ardía en la
esquina. Gurn había traído agua para que se lavara y había dejado una camisa limpia y raída y unos
pantalones sobre la cama. Silhara fue directamente al lavabo, desesperado por quitar la
contaminación de Corrupción de su piel. Tomó la esponja, con las manos todavía temblando por
los restos de la conmoción residual del asalto del dios.
La sutil voz regresó y susurró en su mente.
Dame la bienvenida, siervo renacido.
Silhara gruñó bajo en su garganta. No podía negar tal seducción, más hábil que la mano experta
de una prostituta. Las visiones de los imperios a sus pies y del poder ilimitado en sus manos eran el
cebo del dios. Hombres mejores que él habían caído ante la tentación, y eran muchos los hombres
más nobles que él.
El ligero toque de Gurn sobre su hombro lo trajo de vuelta a la tierra, y desterró los tentadores
pensamientos. La sangre de la nariz goteó sobre su mano y corrió por los nudillos.
—Tranquilo, Gurn —dijo—. Aún no estoy derrotado.
Los ojos del sirviente se estrecharon ante sus palabras, pero se apartó y dejó que su amo se
lavara.
El agua chorreaba sobre los brazos y el torso de Silhara mientras daba instrucciones.
—Prepara una de las habitaciones de la tercera planta, cualquiera que no tenga un agujero en
el techo.
Las cejas de Gurn se elevaron.
—He invitado a un huésped a Neith.
Las cejas del gigantesco sirviente se elevaron más alto.
La reacción de Gurn le hizo gracia. Nadie visitaba Neith. La reputación de la mansión como el
hogar de un oscuro mago, un mago de cuervos, mantenía a todos los visitantes a raya y Silhara

Realizado por GT Página 5


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

alentaba esa reputación, no tenía ningún interés en entretener a los aristócratas aburridos o
matar a jóvenes hechiceros empeñados en hacerse un nombre por ellos mismos al desafiar al
conocido Maestro de los Cuervos.
Las circunstancias habían cambiado. Por mucho que Silhara despreciara la idea, necesitaba la
ayuda del Cónclave. Nada era inmune a la destrucción, ni siquiera un dios. Los sacerdotes
devolvían su desprecio en toda su extensión, pero podrían utilizarse mutuamente con el objetivo
común de derrotar a Corrupción. El Cónclave era conocido por hacer la vista gorda con los
hechiceros de cuervos y sus artes prohibidas si tales prácticas les ayudaban. Silhara necesitaba a
uno de los novicios del Cónclave, un clérigo-escriba versado en tomos antiguos, uno con
conocimiento en lenguas olvidadas y misteriosas. Matar a un dios requería de magia mucho más
antigua y mucho más oscura que un ritual del Cónclave y tal conocimiento estaba frecuentemente
enterrado en lenguas muertas o pergaminos antiguos. El Cónclave tenía sus restricciones, pero los
escribas eran inigualables en sus habilidades para las traducciones. No tenía dudas de que se
concedería una excepción a la prohibición de la lectura del arcano* negro si fuera necesario.
La mañana trajo la luz del sol naciente que entraba por la ventana abierta mientras terminaba
su baño. Un graznido discordante saludó el día, seguido de una sinfonía de llamadas parecidas. Un
manto negro de alas de cuervos se escapó de los naranjos, tapando el cielo antes de virar hacia el
norte para rodear la mansión.
El mago sonrió. Enviaría su carta por el mensajero cuervo. Los sacerdotes chasquearían la
lengua, harían conjeturas y se preguntarían por qué el Maestro de los Cuervos, que siempre había
rechazado sus propuestas y su insistencia de lealtad, de repente pedía ayuda. Responderían,
ansiosos por la oportunidad de colocar un espía del Cónclave en su casa.
Se apartó de la ventana, de la estrella de Corrupción que todavía flotaba baja en el horizonte y
se sentó en su escritorio. La superficie estaba enterrada bajo pergaminos, tinteros y plumas rotas.
Encontrando una pluma entera, sacó un pedazo de pergamino en blanco de debajo de una pila de
manuscritos y sumergió la pluma en un tintero cercano. Por un momento, la punta se mantuvo
sobre el papel. Silhara sonrió y escribió.
Los antiguos dioses no han muerto. Vuestro demonio ha despertado...

*
Secreto muy reservado o misterio muy difícil de conocer.

Realizado por GT Página 6


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 0022

Martise estudió el largo camino que conducía a la mansión de Neith y se preguntó si ella era
una aprendiza o un sacrificio. El aroma de la magia maldita emanaba de la envolvente niebla del
camino, haciéndole contraer las aletillas de la nariz.
—Todavía te permito elegir, Martise, pero no hay vuelta atrás una vez que tomemos este
camino.
Ella miró a su amo, viendo como la cadena de plata que sostenía su piedra espiritual pasaba a
través de sus dedos. Cortada en facetas perfectas que atrapaban la luz del sol rebotando en un
arco iris hacia sus ojos, la joya azulina era la jaula de una parte de su alma. Los recuerdos la
asaltaron. A los siete años de edad, había estado aterrorizada por el severo sacerdote con nariz
ganchuda que la había evaluado con una mirada fría y calculadora y la había comprado a una
madre hambrienta por un puñado de monedas. La había esclavizado con una magia que la había
hecho gritar de agonía, una que aseguraba que serviría en la casa de Asher hasta morir o hasta
que Cumbria la vendiera y legara el secreto de la piedra a un nuevo amo. O hasta que ganara su
libertad.
Su determinación se fortaleció. La gente desesperada no podía darse el lujo de sentir miedo.
Había cosas por las que valía la pena morir, incluso si fallaba en el intento.
—No he cambiado de opinión, Excelencia.
No bajó los ojos mientras Cumbria, el Obispo Supremo del Cónclave, la miraba, su duro rostro
esculpido en la luz del atardecer. Lo que sea que viera en su expresión lo satisfizo. Hizo una seña a
sus tres criados para que lo esperaran cerca con los caballos. Uno de ellos se aproximó,
sosteniendo un gran cuervo en su antebrazo. El pájaro saltó al brazo extendido de Cumbria,
agitando las oscuras alas, hasta que le pasó suavemente un dedo por la espalda emplumada.
—Micah. Mi mejor observador. Actuará como mensajero entre nosotros. Las arboledas de
Silhara están infestadas de cuervos. Uno más no se notará. Cuando tengas información, llama a
Micah cantando el arrullo de Nanteri. Él entregará tu mensaje.
El cuervo graznó una vez en señal de protesta cuando el obispo levantó su brazo y lo envió
hacia el cielo. Voló hacia el sur, sobre los retorcidos robles Solaris que protegían el camino de
Neith, hacia la estrella de Corrupción.
Cumbria transmitió sus instrucciones al criado.
—Quédate aquí y cuida de los caballos. No irán por la senda de buen grado. Debo regresar en
no más de dos horas. —Frunció el ceño, una chispa de ira revoloteó a través de sus ojos grises—.
Dudo que Silhara haga alguna tontería, pero si no vuelvo a la hora señalada, convoca a mis
hermanos. Ellos sabrán qué hacer.
El sirviente hizo una reverencia. Martise podría haber compadecido su suerte y la de sus
compañeros. Vestidos con pesados trajes de librea de la casa de Asher, se asarían en el
despiadado calor del verano mientras esperaban el regreso de su amo, pero la compasión
recíproca en los ojos del sirviente aplastó la suya. Él y los demás podían sudar como mulas, pero se
quedaban en un lugar mucho más seguro.
Cumbria le dio un golpecito en el hombro.
—Vamos, Martise. Pronto se hará de noche, y no deseo entretenerme aquí.

Realizado por GT Página 7


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Un penetrante frío se filtró entre las capas de sus ropas en el momento que entraron al camino,
el olor de la magia negra cubría el aire. Miró por encima de su hombro, casi esperando que la
soleada llanura detrás de ella hubiese desaparecido, aislada por más de la sinuosa niebla que
acariciaba sus tobillos.
Bañado por la luz natural, el mar de hierba permanecía meciéndose, haciéndole señas para que
se alejara de la oscuridad y de la peligrosa tarea. Le dio la espalda antes de que la tentación se
apoderara de ella.
Cumbria se burló.
—Típico de él. Silhara ha encontrado un medio de asustar a los visitantes o viajeros perdidos
que llegan demasiado cerca de Neith.
Siguieron adelante, sus pasos extrañamente amortiguados por la grava cuando pasaron por
debajo de la gruesa cubierta de robles Solaris. Martise siempre había admirado los majestuosos
gigantes con sus ramas extendidas y espeso follaje. La mayoría de las mansiones adineradas los
tenían plantados a lo largo de sus grandes entradas… avenidas que preparaban a los invitados para
casas aún más grandes.
El camino a Neith, sin embargo, daba una impresión diferente. Los grandes robles ofrecían un
respiro al calor, pero dejaban el entorno en penumbra. Las oscuras y tullidas ramas se arqueaban
en lo alto, entrelazándose en una danza de agarre, como si cada árbol buscara arrancar a su
adversario de raíz.
No solo los árboles sofocaban la luz, sino que también lo hacían esas pequeñas cosas creciendo
por debajo de ellos. La débil luz del sol atravesaba la penumbra en algunos lugares y se desvanecía
a mitad de camino del suelo, ahogada por arbustos raquíticos vestidos con hojas grises y espinas
amenazantes.
Se abrazó a sí misma buscando consuelo y calidez.
—Este es un lugar oscuro —susurró.
Como si acentuara sus palabras, una delgada forma fantasmal surgió de un grupo de arbustos,
corriendo rápido y pegada al suelo antes de desaparecer en las profundidades del bosque. Martise
jadeó y cerró la brecha entre ella y el obispo.
—¿Qué fue eso? —Escudriñó hacia la oscuridad de los árboles, medio asustada por lo que
pudiese ver.
La voz de Cumbria, por lo general fuerte y potente, estaba sofocada. Se encogió de hombros.
—¿Quién puede decirlo? Un leopardo. Un zorro. —Frunció el ceño—. Algo más antinatural.
Silhara es un mago oscuro y su mentor, el primer Maestro de los Cuervos, experimentó con...
cosas. Quién sabe cuántos horrores pueden vagar por estos bosques.
Él notó su estremecimiento.
—La mansión será tu mayor protección, Martise. Nunca busques refugio en este bosque.
Un escalofrío recorrió todo su cuerpo ante estas palabras.
Terminaron su viaje sin más incidentes, aunque sentía que algo los observaba, ya fuera una
sombra del bosque o los mismos árboles deformes.
El bosque dio paso a un patio sin árboles, inundado por la luz del sol y rodeado por ruinosas
rejas de metal. Una brisa caliente surgió de la planicie, disipando el frío antinatural impregnado en
el bosque.

Realizado por GT Página 8


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Las puertas se balanceaban y crujían con el viento como huesos colgando de un árbol de
ahorcamiento. Una cadena y un candado oxidados las mantenían cerradas golpeando el metal con
un sonido disonante.
Más allá, las ruinas de una gran mansión se extendían a través de un tramo de terreno rocoso y
un pasto marchito. La mitad oeste de la estructura estaba reducida a escombros, como si hubiese
sido aplastada por una mano gigante. Piedras rotas y argamasa llenaban el patio, y el esqueleto de
una escalera de caracol subía en espiral hacia la nada. Telas podridas aferradas a los astillados
peldaños ondeaban al viento. Estaba rodeada por la desolación y la muerte.
Martise se apartó de las ruinas y contempló la parte de la casa que continuaba intacta. Sus
elegantes arcos y capiteles en forma de aguja, perfilados contra el sol poniente, reflejaban una
época anterior a la que los hombres gozaran del dominio absoluto, cuando aquellos que
construyeron Neith e hicieron el camino hacia él todavía no se habían desvanecido en la historia.
Sus ojos se abrieron cuando una figura apareció de repente entre los restos del ala oeste, como
si se levantara de la tierra seca. Nadie había estado en ese lugar momentos antes, y el gigante que
se acercaba a ellos no podría haber permanecido oculto a la vista por mucho tiempo. Vestido con
una túnica que lucía el escudo de armas de Neith, cruzó el patio con pasos elegantes a pesar de su
forma y tamaño desgarbado. Su calva brillaba a la luz de la tarde.
Él sonrió a modo de saludo e hizo un gesto con sus enormes manos para que se hicieran a un
lado y así poder abrir las puertas. Martise observó su extraño lenguaje de señas y órdenes sin
palabras. Un mudo. Por alguna razón eso no la sorprendió, aquí en este espeluznante lugar
olvidado por el mundo de los vivos.
La cadena y el candado cayeron cuando las puertas se abrieron con un chirrido agudo. Martise
permaneció cerca cuando Cumbria entró en el patio. El obispo ignoró al sirviente, aunque ella
sonrió tímidamente y asintió con la cabeza cuando pasó. Él le sonrió en respuesta.
El gigante adelantó al obispo, dirigiéndolos hacia la parte de la casa que seguía intacta. Se
detuvieron delante de una puerta tallada erosionada por la intemperie. Una gota de sudor
nervioso se deslizó entre sus pechos.
Se tensó en auto-reproche. Imágenes de su piedra espiritual en la mano de Cumbria destellaron
en su mente y se regañó a sí misma. Hasta el momento habían visto sombras en el bosque, una
finca en ruinas y un criado mudo. Nada verdaderamente aterrador. Pero no podía librarse de la
vocecita que decía: Todos ellos están gobernados por un hechicero de cuervos y pronto te
gobernará a ti también.
Para su alivio, nada les atacó cuando entraron en la casa. Por las alas de Bursin, ¿cuándo te
volviste tan cobarde? Enrojeció, avergonzada por su miedo. Las almas valientes eran más
apropiadas para este trabajo. De nuevo esa voz en su interior se burlaba de ella. Pero pocos están
tan motivados.
Pasaron de un vestíbulo vacío a una habitación más amplia bañada con la débil luz del sol.
Martise parpadeó hasta que sus ojos se acostumbraron y se quedó boquiabierta por lo que vio
ante ella.
Perdido bajo un manto de polvo, la desvanecida grandeza del salón principal la dejó sin aliento.
Maderas ennegrecidas se elevaban por encima de su cabeza, sus vigas se cruzaban formando una
enorme tela de araña que sostenía el alto techo. Una gran chimenea se extendía a lo largo de una
pared, la repisa y su marco estaban tallados con formas de bestias míticas entrelazadas en un
combate eterno. Este lugar había sido magnífico una vez, mucho más grande que la propiedad de
Cumbria, un lugar construido para reyes y sus paladines.

Realizado por GT Página 9


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Cuán bajo había caído la grandeza. Juncos frágiles chasqueaban bajo sus pies. Los pocos
muebles estaban grises por el polvo y los tapices tenían agujeros de polillas. La luz se filtraba por
las ventanas cubiertas por capas de mugre, creando un falso crepúsculo. Aunque las paredes
seguían en pie, el salón estaba de seguro tan abandonado como lo estaban las maltrechas ruinas
del ala oeste.
El sirviente se inclinó, palmoteando un taburete acolchado con un gesto persuasivo. Una nube
de polvo se arremolinó en el aire. El labio de Cumbria se curvó con disgusto.
—No, no quiero sentarme. —Se recogió la sotana y miró a su alrededor—. No es mejor que una
choza. ¿Por qué tendría que haber esperado más?
Martise miró fijamente al obispo, sorprendida por su grosería. Echó un vistazo al sirviente y vio
como su sonrisa se desvanecía en una inexpresiva y expectante mirada. Ella conocía esa mirada…
la había usado a menudo con su amo.
Cumbria frunció el ceño y pateó el taburete fuera de su camino.
—Bueno —le espetó—. Adelante, hombre. No permaneceré aquí para el placer de tu amo. ¡Ve
a buscarlo!
El sirviente se encogió de hombros antes de desaparecer por un pasillo débilmente iluminado
por inclinados candelabros con velas de sebo. Sus llamas parpadearon a su paso.
La voz de Cumbria resonó con odio.
—Un sirviente insolente para un insolente mago carroñero. ¿Ves lo que pasa cuando elevas
inmundicia callejera?
Él tocó su brazo.
—Cuida tus palabras y permanece en silencio a menos que él se dirija a ti, Martise. Silhara es
aficionado a las trampas. Posee una lengua afilada y ha destripado a más de un desafortunado
oponente en una conversación. Tú no serías rival.
Martise bajó la cabeza y escondió su sonrisa. Cumbria la había elegido para esta tarea debido a
sus habilidades, entre ellas el talento para permanecer en silencio y pasar desapercibida. Su
advertencia le hizo gracia y reveló un atisbo de la inquietud del obispo por la reunión que se
avecinaba. Cuán interesante que un hombre no siempre admire sus propios rasgos en otro.
El sirviente mudo volvió a aparecer, seguido por la sombra de una esbelta silueta contra la débil
luz del pasillo. Cumbria se puso rígido a su lado cuando su anfitrión salió de las sombras. Martise
inspiró hondo, cautivada por su primera visión del Maestro de los Cuervos.
Era una llama viva en el ennegrecido salón, él ardía como un frío y tranquilo fuego. Una larga
túnica escarlata se arremolinaba alrededor de sus tobillos como humo ensangrentado. Más alto
que la mayoría de los hombres y delgado, llevaba el cabello negro recogido en una apretada
trenza que caía sobre su hombro. El severo estilo acentuaba un bronceado rostro, ni apuesto ni
amable, pero tallado de la misma roca esparcida por el patio. Sus ojos negros y nariz aguileña le
recordaron a los nómadas Kurmanos que había visto algunas veces en los mercados vendiendo sus
alfombras y armamento. Su vientre se tensó con miedo cuando él los miró con sus malévolos ojos
negros.
—Veo que no te has perdido. Una lástima. ¿A qué debo el honor de tu augusta presencia,
Excelencia? Esperaba un siervo del Cónclave. En su lugar consigo al mismo Obispo Supremo.
Su profunda voz rechinó contra sus oídos, quebrada y áspera, como si forzara las palabras
desde una garganta arruinada. El desprecio se desprendía en su saludo y una media sonrisa
burlona curvaba sus labios.
Realizado por GT Página 10
GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

El rostro de Cumbria se congeló. La antipatía entre los dos hombres aumentó en la sala,
filtrándose en las paredes y suelos.
—¿Aún gobiernas tu pequeño y miserable reino, Silhara? —La mirada burlona de Cumbria se
volvió sobre el sirviente—. Tú y tu ejército de uno.
La risa áspera de Silhara vagó a través de la habitación.
—Rey de la Inmundicia, Maestro de los Cuervos. ¿Cuál será mi título mañana, Excelencia? Como
de costumbre, el Cónclave nunca puede llegar a una decisión final.
Los ojos del obispo ardían.
—Es una lástima que no te estrangularan hasta morir hace todos estos años.
En sus años de servicio a Cumbria y a la casa de Asher, Martise nunca había visto al patriarca al
borde de perder el control. Su consejo de mantenerse en silencio tenía más sentido ahora. Incluso
a él le resultaba difícil mantener la cabeza fría cerca del hechicero.
Los oscuros ojos de Silhara se estrecharon; sus bronceados rasgos palidecieron. La curiosa
afirmación de Cumbria había tocado la llaga.
—Es un testimonio a la voluntad y longevidad de la maldad, Excelencia. No se extingue con
facilidad.
El duro rostro de Silhara de pronto se relajó, y los instintos de Martise se agitaron como
advertencia. Voluble y sagaz, sería un adversario mortal. De repente, el precio de su libertad
pareció demasiado alto y deseó estar de vuelta en el calor familiar y la comodidad de las cocinas
en casa.
La sospecha brilló en esa mirada de obsidiana mientras él la examinaba. Se dirigió a Cumbria,
sin apartar la mirada de ella y su creciente miedo se transformó en aversión al instante.
—Que nunca se diga que este emperador no puede ser refinado. Has hecho un largo viaje. Gurn
traerá té. Puedes hablarme sobre tu viaje y de la mascota que has traído para mi entretenimiento.

Realizado por GT Página 11


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 0033

Silhara admiraba a todo mentiroso consumado. Él mismo era uno de ellos. Esa habilidad era
una de las pocas cosas que podía soportar de Cumbria de Asher. Entonces, ¿por qué el Obispo
Supremo del Cónclave, un maestro de la maquinación, había urdido una historia tan mal
construida?
En la comodidad de su estudio, sus invitados tomaban el té. La mujer, una criatura pequeña y
anodina, estaba sentada en el borde de su asiento. Para ser una aprendiza, era bastante mayor.
Tampoco parecía interesada en su futuro maestro. Su mirada recorría la habitación, deteniéndose
brevemente en la mesa que contenía sus pociones al lado de los pergaminos apilados en desorden
en una esquina. ¿Era pupila de Cumbria? Poco probable. Esta no era una pariente pobre que
dependiera de la generosidad de Asher. Sin embargo, Cumbria la había elegido como aprendiz de
Silhara por una razón, y Silhara nunca subestimaba al astuto clérigo.
El silencio en la habitación se espesó hasta que Cumbria frunció el ceño y abandonó cualquier
simulación de estar disfrutando su té.
―¿Y bien? ¿Vas a aceptarla? Has solicitado un aprendiz. Te he traído una. Martise es una buena
chica, obediente e inteligente. Te servirá bien.
Silhara tamborileó sus dedos sobre el escritorio.
―Solicité un clérigo con una espalda fuerte y conocimientos de las lenguas arcanas. Y me traes
a tu… pupila. Ella no posee la formación suficiente, ninguna manifestación visible del Don, ningún
indicio de algún talento. ―Lanzó una pluma afilada con el pulgar y el dedo índice, y la vio rodar
sobre un montón de pergaminos―. Mi perro es obediente y mi sirviente inteligente. ¿Qué utilidad
puede tener esta muchacha para mí?
Había esperado un espía del Cónclave, no una inepta sin poderes.
El obispo se puso rígido en su silla.
—Si querías un peón de granja, no deberías haberte dirigido al Cónclave —le espetó. Tomó aire
para calmarse—. Martise es una escriba y traductora cualificada, y posee el Don. Fue educada en
el Cónclave, durante un tiempo. Los buscadores de magos sintieron su magia. La pusimos en una
habitación llena de sacerdotes del Cónclave y los perros la buscaron a ella antes que a ninguno. —
Hizo una pausa con expresión agria—. A pesar de tu reputación como practicante carroñero,
también eres un mago de renombre. El Luminary2 cree que si hay alguien que puede hacer que el
Don de Martise se manifieste, ese eres tú.
Silhara estudió a su nueva aprendiz. Ella le devolvió la mirada. Su rostro corriente era apacible.
De ninguna manera. Podía ocuparse de un siervo del Cónclave, pero no uno seleccionado y
entregado por su más odiado adversario.
—Un intrigante rompecabezas, estoy seguro, pero tengo poco tiempo para dedicarme a los
caprichos de las bendiciones que conlleve el Don. Necesito un aprendiz capaz de traducciones
complejas y encantamientos sencillos que me quitan más tiempo del que ahora puedo dedicar. Al
igual que el Cónclave, mi prioridad es derrotar a Corrupción.
—¿En serio? —El escepticismo salpicó la pregunta de Cumbria.
Silhara sonrió. Había apostado con Gurn acerca de si el obispo podría revelar sus sospechas o
no.

2
Jefe Supremo del Cónclave

Realizado por GT Página 12


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—¿Preocupado, Excelencia? Incluso un mago carroñero como yo puede ayudar de alguna


manera. ¿O representas a todos los canónigos con tus dudas?
La voz de Cumbria se volvió taimada.
—Seguramente el dios te habla y te tienta con todo tipo de promesas si solo le otorgaras la
lealtad que le niegas al Cónclave, ¿no?
La diversión de Silhara se evaporó. Si Cumbria se enteraba de las imágenes que plagaban sus
sueños por la noche, que los demoníacos susurros lo seducían, incluso a la luz del día, el malestar
del Cónclave se convertiría en una franca caza de brujas.
Martise había permanecido en silencio desde que había entrado a su propiedad, sin ofrecerle
ningún indicio de su carácter. Si la rechazaba, alarmaría aún más a los sacerdotes.
—Martise de Asher. —Sonrió al ver que se ponía tensa—. Su Excelencia ha hablado de ti
durante toda la reunión. ¿No tienes nada que decir? ¿O es que padeces de lo mismo que mi
sirviente y te han cortado la lengua?
Él vio como su mirada se dirigió hacia Gurn. El siervo le ofreció un guiño alentador. Silhara
podría haber considerado que podía intimidarla fácilmente, salvo por esa conducta calmada.
—No señor, no soy muda. Es de mala educación hablar fuera de turno, ¿no es así?
Él se quedó inmóvil ante su pregunta. ¡Por las alas de Bursin! ¿Qué generosa divinidad había
bendecido a esta muchacha con esa voz? Refinada y sensual, poseía una cualidad sedosa, como si
lo acariciara físicamente.
El contraste entre su tono dulce y su apariencia sosa lo sobresaltó. Antes de que ella hablara,
Martise se había desvanecido en su entorno, olvidada. Ahora brillaba, captando la atención de
cualquiera que pudiera oírla. Echó un vistazo a Cumbria que le ofreció una sonrisa de suficiencia.
No le gustaba ser pillado con la guardia baja y arremetió contra él.
—Nada más lejos de mí el comprometer la conducta de una dama. No tentaría jamás a un perro
bien adiestrado a olvidarse de las órdenes “Busca” y “Siéntate”.
La mandíbula de Martise se contrajo. Bajó la mirada, pero no antes de que él pudiera ver las
chispas de rabia en sus ojos. No era tan dócil como uno pudiera creer, si bien su nueva aprendiza
ejercía un control admirable sobre sus emociones. Era el comportamiento de un sirviente
veterano. Cumbria realmente le había traído un espía.
Apoyó los codos sobre el escritorio. Era hora de negociar.
—Me quedaré con tu aprendiz —Hizo una pausa como efecto—, por tres meses, no más. Si no
puedo encontrar el Don que lleva dentro, te la enviaré de vuelta. No tengo ningún interés en
alimentar otra boca por más tiempo del necesario.
Cumbria frunció el ceño.
—Seis meses y pagaré su manutención.
Las monedas tintinearon cuando puso una bolsa de terciopelo sobre una pila de pergaminos. La
muchacha se estremeció visiblemente y se ruborizó hasta las raíces del cabello.
—Cuatro —dijo Silhara—, y me quedo con el monto total.
Levantó la bolsa en la palma de su mano, haciendo caso omiso de la sonrisa burlona del obispo.
Cumbria se puso de pie, eliminando el polvo imaginario de sus vestiduras.
—Hemos llegado a un acuerdo entonces. Cuatro meses.
No perdió tiempo en despedirse, la preocupación por su pupila era ahora cosa del pasado.

Realizado por GT Página 13


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Martise se levantó rígidamente de la silla y se puso frente a Cumbria.


Silhara también se levantó y se apoyó en el borde de su escritorio. El obispo frunció el ceño
ante su informalidad. Silhara alzó una ceja.
—Eres el Obispo Supremo del Cónclave. Yo no he jurado lealtad al Cónclave, Excelencia. No
eres nada más que un mago, como yo.
Martise dio un paso atrás alarmada al ver la expresión asesina de Cumbria. Finas líneas de luz
carmesí se enrollaron alrededor de sus dedos crispados.
—¡Nunca oses compararte conmigo, cuervo hechicero! —Su rostro era esquelético a la luz
mortecina, el odio ennegrecía sus ojos grises.
Silhara esperó, sus manos y brazos le hormigueaban con magia defensiva. Hazlo viejo, pensó.
Dame una razón, así podré mandarte al olvido.
Cumbria respiró hondo y levantó su barbilla en arrogante despedida, antes de darse la vuelta y
caminar hacia la puerta.
Silhara no pudo resistirse a pincharlo una última vez.
—¿No te despides de tu querida pupila, Excelencia?
La pregunta sobresaltó al Obispo Supremo. Se giró hacia Martise, la tomó de la mano en un
gesto cortés y se inclinó rígidamente.
—La buena fortuna te favorezca, Martise.
El fervor de la declaración sorprendió a Silhara, pero fue la reacción de Martise lo que más le
fascinó.
Su mano se sacudió entre las garras del obispo, y su débil sonrisa vaciló.
—Una luna favorable sobre usted, Am… Señor.
Sus ojos se abrieron ante su metedura de pata y Cumbria hizo una mueca. Silhara sonrió.
Cumbria lo fulminó con la mirada.
—Me despido. ¿Mantendrás al corriente al Cónclave de cualquier cambio en las acciones de
Corrupción? El Luminary siente que puede confiar en ti, aunque no logro entender por qué.
Silhara se encogió de hombros.
—¿Por mi cara honesta, tal vez?
El obispo bufó y salió de la habitación, cerrando la puerta tras él. Gurn intentó seguirlo, pero
Silhara lo detuvo.
—No te molestes. Encontrará el camino y no apreciaría tu guía. Es, después de todo, el Obispo
Supremo del Cónclave. Puede cuidar de sí mismo.
Gurn se encogió de hombros y señaló a Martise, que miraba con nostalgia la puerta. Silhara se
movió alrededor de la mesa, bordeando las sillas y la pila de pergaminos, hasta que se paró frente
a la joven. Ella lo miró a los ojos con su rostro sereno.
Claramente, Cumbria no la había elegido como un medio para seducirlo para que le revelara
alguna herejía. No era una belleza bajo ningún aspecto, le recordaba a una pava, sin brillo y de
color marrón. Su ropa era de buena calidad pero mal ajustada, como si fuera prestada, y colgaba
de su pequeño cuerpo como un saco de grano vacío. Mechones de pelo rojizo apagado
enmarcaban un rostro pálido. Sus ojos eran interesantes, del color del cobre nuevo, y enmarcados
por pestañas oscuras, pero no salvaban su aspecto. En general, era una criatura apagada, que
pasaría inadvertida entre la multitud.

Realizado por GT Página 14


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Su voz era otra cosa. Capaz de arrullar a un dragón hasta dormirlo y llamar a los hombres para
que la adoraran, lo había hechizado. La disparidad notable entre su voz y su apariencia corriente
era intrigante. ¿Sería que su Don se encontraba en la cadencia sensual de sus palabras? Tan
pronto como se lo cuestionó, abandonó la idea. Ese talento era demasiado obvio. Martise de
Asher —pupila, sierva, informante— poseía el Don. Qué hacía que su magia se manifestara, nadie
lo sabía… todavía.
—¿Por qué estás aquí?
—Usted me solicitó, Maestro.
Una espiral de calor envolvió su cuerpo y luchó para no cerrar los ojos ante el puro placer de
escuchar su melódico tono.
—Maestro. Parece que el tratamiento servil viene a ti con facilidad, como si lo hubieras usado
toda tu vida.
Había dado en el blanco. Un indicio de malestar atravesó su rostro antes de desvanecerse tras
la máscara pasiva.
—¿Preferiría otra cosa?
—No. —Hizo una señal a Gurn—. No hay necesidad de recurrir a la falta de decoro aquí.
Abrió la puerta.
—Gurn te llevará a tu habitación. Cenarás allí.
Qué pena si se viera obligado a acabar con ella para protegerse. El mundo sería un lugar peor
privado de una voz tan impresionante. Una mirada sufrida se posó en el rostro de ella, como si
tuviera que tolerarlo a pura fuerza de voluntad. Él frunció el ceño.
—Descansa esta noche. Nos levantamos al amanecer. Comenzarás a ganarte el sustento y te
presentaré a Cael. Tengo curiosidad por saber qué piensas acerca del otro habitante de la casa. —
Ignoró el gesto de desaprobación de Gurn—. Buenas noches.
Cerró la puerta y se abrió paso por los oscuros pasillos que lo llevaron más profundo en la
mansión. Una escalera, gemela a la expuesta y destrozada del ala oeste, se alzaba serpenteante en
la oscuridad. Silhara subió, con paso firme e hizo un gesto. El fuego de brujo encendió las
antorchas y alejó las sombras que se escabulleron a través de las paredes mientras iba hacia sus
aposentos.
Su puerta se abrió con un chirrido de bisagras. Gurn había dejado la ventana del balcón abierta.
El viento fresco de la noche se arremolinaba en el interior y aliviaba el calor sofocante del día. La
cama estaba hecha, la jarra sobre la mesita de noche estaba llena, el narguile3 estaba preparado
para su habitual fumada nocturna. Silhara vivía con moderación, pero estaba agradecido por la
discreción de su siervo mudo. El hombre valía más que todo Neith.
Se encogió de hombros quitándose la agobiante túnica escarlata, dejándose puesta la sencilla
camisa blanca y sus pantalones oscuros preferidos.
En su mesa de trabajo encontró un par de pinzas que usó para remover las brasas del brasero
cerca de la chimenea apagada. Pequeñas chispas volaron hacia arriba cuando seleccionó un trozo
de carbón para el recipiente del narguile.
Pronto, el embriagador aroma del tabaco matal y de cítricos llenó su nariz. El burbujeo rítmico
del agua en el cuenco y el susurro del viento entre los árboles afuera eran las únicas

3
Pipa de agua, objeto que se emplea para fumar. Muy usada en los países árabes.

Realizado por GT Página 15


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

perturbaciones en la silenciosa habitación. El humo se arremolinaba en figuras espectrales


alrededor de su cabeza mientras miraba por la ventana e inspiraba de la pipa.
La vista desde su habitación era muy diferente de la que daba la bienvenida al infrecuente
visitante de Neith. Las filas de naranjos, cargados de frutos maduros, atravesaban la tierra en
hileras ordenadas, extendiéndose hasta los confines de la cerca de piedra. Encantamientos letales
protegían el naranjal de intrusos. En más de una ocasión, Gurn y él habían encontrado y enterrado
a algún ladrón desventurado que había escalado las paredes y encontrado la muerte.
Más allá del huerto, la llanura desembocaba en un crepúsculo sin fin y la estrella de Corrupción
se iluminaba mientras el cielo se oscurecía.
El humo azulado salía de la boca de Silhara mientras se entregaba al matal y estudiaba el
horizonte. Aunque el dios no llegaba más cerca que a las fronteras del sur, sentía su proximidad,
una invisible mirada avara y salvaje.
Captó un destello de movimiento en la arboleda. Una forma fantasmal se deslizó en la
oscuridad, desapareciendo y reapareciendo a medida que se acercaba rápidamente a la casa. El
sonido de un zumbido acompañaba al espectro, como una plaga de langostas. Silhara dejó caer la
manguera del narguile y se dirigió hacia el balcón para verlo mejor. Los pelos de su nuca se
erizaron.
Un perro blanco, o lo que antes había sido un perro, levantó su enorme cabeza que lo dejó
paralizado con una centelleante mirada amarilla. La criatura empequeñecía al buscador de magos
macho más grande y lucía un cráneo deforme y una boca llena de dientes afilados como espadas.
Un mosaico moteado de pelo y piel escabrosa se extendían por todo su esqueleto.
Silhara se ahogó en esos ojos que brillaban intensamente. Una vez más, las imágenes de reinos
caídos y multitudes adoradoras inundaron su mente. La satisfacción corría profundo en su interior
ante la visión del Reducto del Cónclave arrasado hasta los escombros e inundado en el mar; los
sacerdotes cazados hasta su extinción. Se relamió los labios y saboreó el gusto a hierro en la
lengua. Corrupción vertía poder en él, ofreciendo dones aun cuando buscaba su esclavitud.
El dios no susurró en su mente como antes, sino que habló a través de la pesadilla blanca que
sostenía la mirada de Silhara.
Da un paso adelante, Avatar. ¿Acaso no me conoces, Hijo de las Mentiras?
La voz, hueca como una tumba vacía, se elevó por encima del zumbido de los insectos y
provocó que Silhara saliera de su estupor.
Se dio la vuelta alejándose del parapeto. Al entrar rápidamente en su habitación, chocó con la
mesita de noche y tiró la jarra que fue a estrellarse directamente contra el suelo en una lluvia de
agua y cerámica rota. Resbaló en el charco al mismo tiempo que cogía la ballesta y los dardos
apoyados en un rincón.
La cólera abrasó su espíritu, limpio ya del hechizo de Corrupción.
—Neith está plagado de invitados no deseados esta noche. —Sujetó firmemente el dardo en la
ranura del arma y se dirigió hacia la puerta—. Pero yo soy siempre un anfitrión cortés.
Casi atropelló a Gurn en los escalones que conducían al gran salón. El gigante se tambaleó al
borde de la escalera, agarrando su lámpara de aceite hasta que Silhara pasó por su lado
empujándolo contra la pared, gritando órdenes mientras saltaba los escalones de dos en dos.
—Cierra con llave la puerta de la muchacha y permanece dentro de la casa con Cael.
Los pasillos del primer piso eran negros como sepulcros, pero no aminoró su paso, impulsado
por la ira y la compulsión febril de hacer frente al dios bajo sus términos.
Realizado por GT Página 16
GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Abrió la puerta trasera de una patada y encontró al cadavérico perro esperándolo. Este se
movió sigilosamente hacia él, monstruoso y apestando más que los cadáveres dejados al sol.
Silhara se tragó la bilis y apuntó con el arco a la criatura.
—¿Qué quieres?
El zumbido agravante cesó abruptamente, y Corrupción habló a través del rictus de dientes del
perro.
Lo mismo que tú, Avatar. Tributo, respeto, poder.
—Entonces no me necesitas. Tú eres el dios aquí, no yo.
El perro ladeó la cabeza. Una corriente de gusanos salió de la putrefacta oreja. Se retorcían en
un resbaladizo montón cerca de los pies de Silhara. No creyó que la cosa fuera capaz de sonreír.
Estaba equivocado. La pesada mandíbula se extendió en una mueca en la cabeza sin vida, dejando
al descubierto unos colmillos arqueados y plateados que brillaban en la luz mortecina.
Oh, te necesito, Maestro de los Cuervos. ¿No te preguntas por qué te llamo Avatar?
La voz espectral cambió, se volvió aceitosa y lisonjera.
Conozco tu mente, hechicero, y tu espíritu. Tu odio hacia los sacerdotes es abrasador… estos
hombres que desprecian el fruto de una puta. Ríndete a mí y los destruiré en tu nombre.
Silhara apretó el gatillo. El dardo alcanzó al perrucho en el ojo con un sonido seco y el animal se
desplomó en un montón. La piel cenicienta y el pelo se desvanecieron, exponiendo un revoltijo de
huesos y más gusanos putrefactos. Incluso éstos se disolvieron pronto, junto con el dardo
disparado, dejando solo un espiral de humo aceitoso en un arruinado parche de hierba. Hizo un
gesto para alejar el humo con impaciencia y le habló a las profundas sombras del bosque.
—Odio muchas cosas y a mucha gente, pero ninguna vale la pena como para someter mi
voluntad. Vas a tener que convencerme con algo mejor que unos pocos sacerdotes muertos. —
Escupió, una mezcla de sangre y saliva golpeó el suelo—. Hasta entonces, mantente alejado de mi
mente y de mi huerto.
La estrella le respondió, latiendo sombría tras una dispersión de nubes oscuras. Él volvió a la
casa y encontró a Gurn rondando en la entrada, mirando con insistencia hacia la oscuridad del
bosque.
—¿No te dije que permanecieras adentro?
El siervo señaló sus pies, demostrando que no había cruzado el umbral. Silhara soltó una risa, a
pesar de los acontecimientos de la noche y el creciente dolor de cabeza punzando entre sus ojos.
—Eres un sirviente deplorable, Gurn. ¿Alguna vez aprenderás cuál es tu lugar?
Gurn se encogió de hombros indiferente y abrió más la puerta a su amo. Silhara miró sobre su
hombro a la arboleda.
—Dudo que sirva, pero reforzaré las protecciones de los muros esta noche —señaló hacia el
techo—. ¿Ha intentado salir de su recámara?
Gurn negó con la cabeza e imitó una posición para dormir apoyando la mejilla en su mano.
Silhara puso los ojos en blanco.
—Abre su puerta, de lo contrario pensará que la hemos hecho prisionera.
Envió a Gurn a la cama después de asegurarle varias veces que estaba bien, sano y salvo
después de su encuentro con Corrupción. Hizo un último estudio de la arboleda antes de cerrar la
puerta tras él y regresó a sus aposentos.

Realizado por GT Página 17


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Gurn había apagado las ascuas del brasero y había guardado el narguile. El desorden que había
ocasionado Silhara al salir corriendo de la habitación había sido ordenado. Una jarra de vino dulce
se asentaba en la mesa enderezada.
Puso la ballesta y los dardos de nuevo en su lugar y se sirvió una generosa copa de vino,
bebiéndoselo en dos tragos. No sirvió para paliar el dolor en su cabeza, por lo que se sirvió otra y
se dirigió a la ventana. Su propiedad estaba engañosamente pacífica. Solo el murmullo de los
cuervos durmiendo llegaba hasta él como un susurro. Recordó las palabras de Corrupción.
¿No te preguntas por qué te llamo Avatar?
Por supuesto que se lo preguntaba y sus sospechas dejaban un terror permanente en su alma.
El cuello le dolía tanto como la cabeza, por lo que giró los hombros. Los espías del Cónclave, los
perros demoníacos y los dioses parasitarios… era justo lo que necesitaba durante la temporada de
cosecha.
—Estoy cansado de esta rueda —murmuró.
La estrella brillaba tenue. Silhara levantó su copa hacia la celestial cara del dios en un brindis
burlón.
—Por Silhara, maestro de nada.

Realizado por GT Página 18


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 0044

Grandes y apestosos montones de basura rodeaban a Martise. Humeantes bocanadas de aire


rancio inundaban sus fosas nasales y abofeteaban su rostro produciéndole náuseas. El olor y el
calor golpeaban contra su cabeza y hombros fue seguido de una fría humedad corriendo por su
cuello. El roce la sacó de su sueño intranquilo. Se dio la vuelta y abrió los ojos para encontrarse
con una cara cubierta de pelaje gris erizado y nauseabundas cicatrices llenando su visión. Cael, el
sabueso buscador de magos de Silhara, rozó su húmeda nariz negra con la suya y la olfateó.
—Por las alas de Bursin. —Se echó hacia atrás y se cubrió la cabeza con las mantas—. Cael,
hueles como un muerto. ¿Has estado rodando en la pocilga de nuevo?
El perro gimió y metió la nariz en las mantas. Martise salió a toda prisa de la cama, ansiosa por
poner algo de distancia entre ella y su olor repulsivo. Él la siguió cuando se apresuró hacia la
ventana y abrió los postigos.
La pálida luz de la mañana iluminó los bordes de la ventana y fundió las últimas sombras
previas al amanecer. Los cuervos que dormían en el campo de naranjos despertaron a la vida,
balanceando las ramas inclinadas mientras saltaban de rama en rama y luchaban por los
codiciados espacios en las copas de los árboles.
Cael se unió a ella. Se levantó sobre sus patas traseras, apoyando las enormes patas delanteras
en la cornisa de la ventana. Martise se lo quedó mirando con inquietud mientras se alzaba sobre
ella. El buscador de magos era un animal enorme, más grande que los machos de la manada que
había visto en el Cónclave. Con el hocico blanco y ya pasado de la flor de la vida, seguía siendo
formidable. Lo había visto cazar en las tierras de Neith, alcanzando fácilmente a la presa más
rápida con sus largas y grandes zancadas. Él las mataba rápida y eficientemente, cosa que dejaba a
Martise con escalofríos en los brazos durante horas. Hubo una vez, hacía ya mucho tiempo, que
los buscadores de magos habían cazado y asesinado a los Dotados de la misma manera.
Su primer contacto con el sabueso del mago dos semanas atrás, le había quitado diez años de
vida. De pie en la confortable cocina de Gurn, su primera mañana en Neith, se había quedado
paralizada mientras Cael la rodeaba lentamente. Tan grande como un poni, pero con la gracia
felina de un gato, se había escabullido dentro de la cocina y había ido directamente hacia ella, sus
garras negras golpeando el suelo de piedra. Sus ojos oscuros cambiaron a carmesí en el instante
que la vio, observaban todos sus movimientos. El pelo gris sobre la curva de su lomo se erizó en
un arco puntiagudo, y su cola en forma de látigo golpeaba, en clara señal de advertencia, contra la
mesa de trabajo de Gurn.
Martise rogó en silencio para que Gurn apartase al buscador de magos. Él se disculpó con una
seña y dio una palmada como orden. Cael siguió de mala gana al sirviente hasta la puerta que
conducía al patio interior, pero no sin mirar hacia atrás varias veces con esos brillantes ojos rojos.
Cuando Gurn regresó, Martise estaba apoyada contra la mesa para sostenerse.
—Tienes un buscador de magos —dijo con voz débil.
Él asintió con la cabeza. Ella respiró profundo y se irguió, sintiendo los primeros indicios de ira.
—Él es el “habitante” del que hablaba tu amo.
Gurn inclinó la cabeza una vez más.
Bastardo sin corazón. Se hizo eco de Cael, gruñendo por lo bajo. No esperaba que Silhara
creyera las garantías de Cumbria. La animosidad entre los dos hombres era demasiado grande. Sin

Realizado por GT Página 19


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

embargo, había muchas maneras menos extremas de comprobar que era una de los Dotados.
Maneras que no incluían a un letal buscador de magos olisqueando sus faldas.
Ella ocultó su expresión bajo una máscara de serenidad.
—¿Estará satisfecho ahora?
Gurn se encogió de hombros, sus ojos helados. Martise sintió que su desaprobación no estaba
dirigida hacia ella. Él le hizo un gesto para que se sentara y le sirvió el desayuno.
Ella se había adaptado rápidamente a una nueva rutina desde entonces. Cael, a pesar de su
recelo inicial, la aceptó. Todavía la seguía con curiosidad por los alrededores de la casa mientras
realizaba las numerosas tareas que Gurn le asignaba durante el día, y ella también se acostumbró
a su silencio y a su olorosa compañía.
Hasta ese momento aún no había visto a Silhara, aunque sentía su presencia en cada recodo y
rendija de Neith. Se lo había encontrado solamente una vez hasta ahora, pero su imagen se había
grabado en su mente. Le recordaba a un torbellino capturado, girando furiosamente en su sitio,
sólo esperando el momento de estallar libre de sus confines y volar la tierra circundante. Cumbria
no le había asignado una tarea fácil. Tendría que ganarse duramente su libertad.
Una fuerte brisa entró por la ventana abierta, disipando algo del olor penetrante de Cael. Las
motas de polvo bailaron en espiral antes de posarse sobre la piel del animal como una red
brillante. A la tenue luz del amanecer, la estrella de Corrupción se veía opaca en medio de las
nubes oscuras. La estrella nunca permanecía inmóvil. Ayer se había dirigido por el horizonte hacia
el sur con su turbia luz amarilla. Esta mañana se cernía sobre el cielo del este, casi oculta por el
ardiente ascenso del sol.
Cael gruñó por lo bajo. Sus ojos eran rojos una vez más ya que también vio la estrella, y su piel
se erizó. Nadie sabía lo que atraía los sabuesos a la magia, pero la buscaban de la misma forma
que un perro ordinario seguía a sus presas. Cael al principio había reaccionado a ella con una
hostilidad contenida, típica de un buscador de magos entrenado cuando se presentaba a uno de
los Dotados. Su reacción a la manifestación de Corrupción era diferente. El animal irradiaba odio,
la hostilidad bestial más feroz. Sus labios se curvaron hacia atrás, exponiendo unos colmillos tan
largos como sus dedos. Si el dios adoptara una forma más terrenal, no tenía duda de que Cael
saltaría por la ventana con la intención de darle caza y desgarrarlo en pedazos.
Si hubiera sido un perro común en lugar de un buscador de magos, Martise le habría acariciado
el lomo tranquilizándolo. Pero ella se mostraba reacia a tocarlo, temía que le mordiese la mano
por su presunción. Además, olía peor que una letrina.
—Vamos, chico —le dijo y se apartó de la ventana—. Gurn se estará preguntando dónde estoy.
Su estómago gruñó, y ella hubiera jurado que las pobladas cejas de Cael se movieron con
diversión.
—Tampoco quiero perderme las gachas de avena.
Se aseó con rapidez y se vistió con uno de sus sobrevestes prestados, desechado del
guardarropa constantemente renovado de la esposa de Cumbria. Retorció su cabello en un moño
apretado y se lo sujetó con unos pasadores de madera.
—Aburrida y simple como una patata —murmuró alisándose la parte delantera de su
sobreveste. No estaba aquí para seducir, solo para traicionar. Su belleza, o falta de ella, no
formaba parte en este juego. Y el juego no podría comenzar si no veía a Silhara con más
frecuencia.

Realizado por GT Página 20


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Gurn había dejado una lámpara de aceite medio llena para ella, una ayuda necesaria para
navegar por los oscuros pasillos de Neith. Martise encendió la lámpara y le indicó a Cael que
saliera por la puerta. El sinuoso pasillo de la segunda planta de la mansión era igual de oscuro aún
por la mañana. Su lámpara proporcionaba la única luz, una débil luminiscencia que enviaba
sombras persiguiéndose mutuamente a través de las agrietadas paredes y el suelo combado.
El comentario de Cumbria acerca de que Neith era una choza era grosero, pero no muy lejos de
la realidad. Esta era en verdad la casa de un hombre pobre, a pesar de su tamaño y su decrépita
grandeza. Saltó sobre un agujero en el suelo y se levantó de puntillas cuando las tablas gimieron
en protesta debajo de sus pies. El polvo cubría todas las superficies. Los restos de telarañas
flotaban como jirones de encaje de las vigas del techo, acariciando su cabeza al pasar por debajo
de ellas. Se le puso la piel de gallina y trató de no pensar en la posibilidad de que una araña
quedase atrapada en su pelo.
¿Era Silhara un aristócrata cuyo único valor era su linaje? Después de que las sequías y las
hambrunas arrasaran las tierras lejanas, cuando ella era una niña, muchas de las familias
aristócratas fueron reducidas a la mendicidad y a la venta de sus posesiones solo para alimentarse.
¿Habrían sido tales desgracias las que llevaron a la ruina a su familia?
Era lo único que podía pensar para explicar su arrogancia. Parecía un hombre nacido para
gobernar… si no un país, sin duda alguna sí un feudo, un valle. Su comportamiento hacia Cumbria
era insolente, como si se considerara no solo igual al obispo, sino superior. Ella sabía por
experiencia que solo los nacidos de linaje noble y con gran riqueza mostraban ese
comportamiento. Martise despreciaba a esas personas.
Tendría que reprimir su disgusto por el mago cuervo. No era diferente a cualquier otro
terrateniente o clérigo de alto rango, y hasta ahora no le había infringido ningún daño, salvo
algunos comentarios sarcásticos. Sin embargo, había algo intrínsecamente peligroso en él. El
Cónclave no siempre se regía por la paranoia; el instinto le advertía andarse con cuidado alrededor
de él, aunque rabiara por abofetearlo por su arrogancia.
Él la confundía más que nada. Estaba acostumbrada a la conducta altanera de los de su clase y
no debería haber sentido nada más que el desdén habitual de un siervo por aquellos a los que
servía. Pero el fuego había lamido sus entrañas la primera vez que lo vio. Su rostro se calentó con
lo que fue sin duda el rubor más caliente que podría adornar a una mujer que ya no era doncella.
Tales sentimientos no tenían lugar aquí. Ella estaba atada; él era un marginado. Residía en Neith
para espiarlo y, si la promesa de su expresión era algún indicio, él le haría desear no haber cruzado
nunca su umbral.
Su túnica roja, brillante y abrumadora en una casa pintada en tonos grises y marrones
atormentaba su memoria. Había una cruda belleza en él, una fuerza irresistible en su rostro de
huesos fuertes, con los pómulos marcados y la nariz aguileña. Como Cumbria, él irradiaba potencia
a través de la postura de sus hombros y el desafío en sus ojos oscuros. Incluso Martise, Dotada
pero fracasada, lo sentía. Los buscadores de magos debieron enloquecer la primera vez que lo
olfatearon. Era un renegado y posiblemente un hereje. Si era tan formidable como los canónicos
creían y tan susceptible a la seducción de Corrupción como sospechaban, entonces los clérigos
tenían derecho a desconfiar.
La visión de las destartaladas escaleras de madera que descendían a la primera planta le hizo
olvidar su enojo con el amo de Neith. Martise hizo una pausa, envidiando el paso seguro de Cael
cuando la pasó bajando los escalones de dos en dos. Sueltos en algunos puntos y rotos en otros,

Realizado por GT Página 21


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

eran una trampa mortal. Pero no tenía derecho a quejarse. En su lugar, dos veces al día, tomaba
aire profundamente, recitaba una sincera plegaria y recorría el traicionero camino.
Más gemidos y pequeños estallidos sonaron bajo sus pies. Le consolaba saber que Gurn, mucho
más grande, había subido estas mismas escaleras incontables veces y no había hallado un mal
final. Su suerte podría no ser tan buena. La barandilla casi se astillaba bajo su mano. Se imaginó
tropezando y cayendo de cabeza por encima de la barandilla rota. Sería de escasa utilidad para
Cumbria como espía si Silhara la encontraba tirada muerta en el suelo de su gran salón. Tampoco
creía que le hiciera gracia a él. El salón lucía muebles deteriorados, paredes ennegrecidas por el
hollín y una chimenea apagada. Abandonado y espeluznante, sí, pero no poblado de cadáveres
como parte de la decoración. Por lo que ella sabía. No quería ni pensar la clase de rarezas que se
escondían en este lugar.
Suspiró con alivio al pie de las escaleras. Cael la esperaba, gruñendo su desaprobación por su
lentitud. Ella se encogió de hombros.
—No soy ni la mitad de ágil que tú, Cael. —Arrugó la nariz ante el olor que emanaba de su
pelaje—. Ni la mitad de apestosa.
Él gruñó de nuevo y la llevó hacia la cocina.
Gurn podía no tener mucho interés en ordenar el resto de la mansión, pero estaba orgulloso de
su cocina. Prístina y ordenada, la habitación prácticamente brillaba. Sin ollas ni platos sucios
apilados en el fregadero seco; sin animales vagando, ni sabuesos de caza tendidos ante el fogón.
Unos maltratados armarios colocados contra la pared del fondo guardaban una variedad de
platos desconchados y un montón de ollas y tazones. Manojos de salvia y romero secos junto a
ristras de ajos colgaban de una viga baja, cerca del fregadero. Un cuenco poco profundo de
naranjas apiladas en una ordenada torre compartía espacio con hogazas de pan fresco sobre una
mesa junto a la ventana. La mesa de trabajo, abollada y rayada por el arduo uso, tenía un suave
brillo que solo provenía de un lavado exhaustivo.
La admiración de Martise por el silencioso sirviente creció enormemente durante sus semanas
en Neith. Incluso a Bendewin, la cocinera de Asher, tenían que recordarle constantemente que
puliera su mesa de trabajo. A nadie le gustaban las astillas en sus alimentos. A diferencia de la
mayor parte de la mansión, no había ni una mota de polvo sobre las superficies y toda la
habitación estaba impregnada del rico olor de las gachas hirviendo a fuego lento en un caldero de
hierro suspendido sobre el fuego bajo de la chimenea. Se le hizo la boca agua.
—Una hermosa mañana, Gurn —le dijo saludando—. El desayuno huele de maravilla.
Él le dirigió una sonrisa satisfecha desde donde estaba inclinado sobre la olla, removiendo su
avena. La sonrisa se convirtió en una mueca de disgusto cuando Cael se deslizó por delante de él y
se dejó caer en su lugar habitual bajo la mesa.
Ella no esperó la orden de Gurn para dirigirse hacia la fresquera que se hallaba en una esquina.
Empotrada en el suelo de la cocina y accesible mediante una trampilla, el profundo espacio estaba
lleno de tarros de alimentos en conserva, planchas de tocino salado y jamón, un cuenco de huevos
y vasijas de barro con mantequilla, nata y leche. Recogió la mantequilla y la leche y subió por las
escaleras del sótano, agradecida de que, por lo menos, estas fueran fuertes.
Gurn puso dos cuencos de gachas humeantes en la mesa al tiempo que ella colocaba las vasijas.
Martise se sintió aliviada al no ver un tercer cuenco. Era inevitable que se encontrase con Silhara,
y a menudo. Sin embargo, prefería retrasarlo el mayor tiempo posible, no le gustaba la idea de
esos penetrantes ojos negros mirándola mientras desayunaba.

Realizado por GT Página 22


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Esta mañana su suerte se había acabado. Apenas dejó Gurn el cuenco de naranjas y una taza de
té junto a su comida, la puerta se abrió, dando paso al Maestro de los Cuervos. Sorprendida por su
repentina aparición, Martise lo miró boquiabierta con la cuchara a medio camino de su boca.
Despeinado y con el ceño fruncido, no le dirigió ni una sola mirada sino que arrastró los pies hasta
la mesa donde se desplomó en el banco frente a ella. Dobló los brazos y se apoyó la frente en las
manos con un gemido.
El orgulloso y majestuoso mago que ella había conocido días antes, estaba convertido en un
hombre que podría haber pasado la noche arrojándose al agua. No olía a espíritus. De hecho, su
aroma confundía su nariz… cítricos y humo de tabaco. El pelo largo y negro, perfectamente
recogido en una cola la primera vez que los saludó a ella y a Cumbria, se extendía sobre sus
hombros y encima de la mesa en una maraña enredada. Parecía haber dormido con la ropa
puesta. Los sencillos pantalones y la camisa blanca estaban arrugados y tenía los pies desnudos.
Ella echó un vistazo a Gurn. Sin inmutarse por la inesperada aparición ni por la apariencia
desaliñada de Silhara, puso otra taza y una tetera adicional de té frente a Silhara y se sentó a su
lado. ¿Este era el ritual habitual de la mañana? ¿Uno brevemente interrumpido cuando ella llegó?
Ella siguió comiendo e intentó no reírse, imaginándose al Obispo Supremo aquí en su lugar, y lo
insultado que se sentiría. Sospechaba que el mago marginado no haría concesiones especiales por
el clérigo. Se habría servido las gachas como todos los demás en la cocina, con el amo de la
mansión y su criado.
—¿Por qué sonríes?
La pregunta de Silhara la sobresaltó y casi se atragantó con un sorbo de té. Cogió la servilleta
que Gurn le tendió para cubrirse la boca y ahogar la tos. Los ojos oscuros del mago se entornaron
frente a la brillante luz de la mañana en la cocina. Un indicio de barba ensombrecía sus mejillas,
enfatizando su fuerte mandíbula.
Ella se aclaró la garganta.
—Estaba pensando en el Obispo Supremo, Maestro. Nada importante. Mis disculpas.
Una ceja negra se alzó, y la mirada de Martise se posó en su boca, embrujándola cuando sus
labios se curvaron en una tenue sonrisa. Un rostro duro. Una hermosa boca. Un revelador calor le
hizo arder las orejas y ella bajó la mirada.
—Me imagino que Cumbria se ofendería con ese comentario. Él siempre se ha considerado a sí
mismo de gran importancia.
Ella no pudo resistir la tentación de mirarlo de nuevo. La camisa abierta revelaba una lisa piel
bronceada y algo que había pasado por alto en su primer encuentro, algo oculto bajo sus
vestimentas formales. Una marca blanca apretaba la carne que rodeaba su cuello atravesando el
hueco de su garganta y desapareciendo detrás de la nuca. Una cicatriz de garrote. Lo miró,
sorprendida. En algún momento de su vida Silhara de Neith había sobrevivido a un intento de
estrangulamiento.
Él apoyó la barbilla en la mano. El toque de humor que había suavizado brevemente su austero
rostro había desaparecido.
—Te sientes demasiado contrita por lo mundano, especialmente para ser una mujer joven bajo
la protección de un hogar rico.
La sospecha casual, con sus preguntas capciosas y observaciones, amenazaron su compostura,
desacostumbrada como estaba a tal escrutinio. O Cumbria había puesto demasiada fe en su

Realizado por GT Página 23


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

habilidad para superar toda una vida de comportamiento servil, o había subestimado
groseramente la agudeza de Silhara.
Una astuta inteligencia brillaba en sus ojos oscuros. ¿Había adivinado su juego antes de que ella
y el obispo se hubieran sentado con él y discutieran su aprendizaje? ¿El mago simplemente tenía
que esperar a ver qué podría revelar ella antes de utilizarlo en su contra? Agarró la cuchara y tomó
una lenta inspiración. Era desconcertante comer con leopardos.
—Mi familia era socialmente próspera pero pobre —mintió—. Cuando llegué a vivir a Asher,
aprendí deferencia pronto. Soy una pariente dependiente y no quiero ser una carga más,
especialmente para el obispo y su esposa.
Él alargó la mano hacia una naranja, tomándose su tiempo en la selección.
—Ah, la señora de Asher. La penitencia de Cumbria por los pecados no confesados. Me
preguntaba si aún estaba casado con esa arpía de Dela-fé. —Su sonrisa de satisfacción igualó su
tono despreocupado—. Si fuera más inteligente y menos avaro, encontraría la forma de matarla.
Su riqueza es atractiva. Su locura no lo es.
La declaración, así como la sangre fría de sus prosaicas observaciones, la dejaron sin habla.
Miró fijamente cómo despojaba a su naranja de la cáscara con dedos largos y ágiles. Era verdad
que la esposa de Cumbria estaba más loca que un ave falina4 encarcelada, pero Martise se
sorprendió al escuchar que alguien reconocía el hecho en voz alta. Ella misma había querido
asesinar a la mujer, por lo general después de que Dela-fé le diera una paliza inmerecida.
Martise miró a Gurn que le hizo un guiño y continuó plácidamente tomando su desayuno.
—¿Quieres una naranja?
Miró la fruta que Silhara le ofrecía, preguntándose qué engaño mortal podría deparar una
naranja de aspecto inocente. Él la miró implacable.
Por las alas de Bursin, se estaba volviendo tan desconfiada como el Cónclave. Hizo caso omiso a
su paranoia y arrancó la naranja de su mano con un murmullo.
—Gracias.
—¿No te gustan las naranjas? —Sonaba más curioso y divertido que ofendido—. Mi huerto
produce unas de las más dulces.
—No parece un granjero —dijo, intentado que no se notara la duda en su voz.
Todavía encontraba extraña la idea, este mago, famoso por desairar al Cónclave y profundizar
en los arcanos oscuros, buscando un medio de vida tan mundano y laborioso.
Los ojos de Silhara se abrieron. Incluso Gurn dejó de beber su té.
—Es la forma que tengo de alimentarnos y de evitar que este armatoste se derrumbe a nuestro
alrededor. —El sarcasmo agudizó su lengua—. ¿Qué? ¿Creías que descansaba en el sofá durante
todo el día, leyendo tomos y murmurando encantamientos mientras Gurn me daba de uvas?
Ella lo sabía bien. Veintidós años de servidumbre deberían haberla mantenido en silencio, hacer
que se disculpara por su impertinencia, pero algún pequeño demonio la incitó a responderle de
manera similar, a pesar de su educación y de todos sus instintos advirtiéndole lo contrario.
—Eso explicaría el polvo.
Gurn se atragantó con la taza en los labios antes de depositarla sobre la mesa con un golpe. Su
cara y su calva se volvieron de un impresionante tono rosa y sus ojos se llenaron de lágrimas.

4
“Adivinación” en turco

Realizado por GT Página 24


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Martise no sabía si eran lágrimas de risa o de asfixia y estaba demasiado avergonzada para
preocuparse. La humillación le quemaba desde el pecho hasta la nuca. Inclinó la cabeza, mirando
fijamente a sus ahora congeladas gachas de avena como si tuvieran todos los secretos de los
antiguos.
Afuera, los gritos estridentes de los cuervos interrumpían el silencio de la cocina. Se sentó con
rigidez, esperando el escozor de una bofetada o su visión oscureciéndose dolorosamente por un
puñetazo en la cabeza debido a su insolencia. ¿Qué le pasaba?
Los latidos de su corazón tronaron en sus oídos. Silhara era un desconocido peligroso. Ni
siquiera tendría que tocarla, solo transformarla en un gusano gordo y jugoso para los cuervos que
anidaban en sus árboles. Pero él no hizo ninguna de las dos cosas. Cuando enfrentó su mirada, se
lo encontró observándola con una mirada especulativa.
—Has hecho algo imprudente, Martise de Asher —dijo suavemente—. Has capturado mi
interés.

Realizado por GT Página 25


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 0055

Ella no era más atractiva por la mañana que al final del día. La nueva aprendiza de Silhara tenía
el mismo aspecto que la primera vez que la vio, vestida con una túnica y una falda demasiado
grandes para ella, su pelo atado en un apretado moño y con una telaraña rota como cofia. Cuando
entró tropezando en la cocina, medio cegado por la luz matutina, se sorprendió al verla. Y
entonces se acordó. La respuesta del Cónclave a su petición de ayuda. No supo si reír o maldecir.
En el nombre de Bursin, ¿qué se suponía que tenía que hacer con una ayudante que no podía
realizar el hechizo más simple o levantar una cesta de naranjas?
Sorbió su té y la evaluó desde el borde de su taza. Malditos sacerdotes. ¿No podían haberle
endilgado una bonita? ¿Una mujer de curvas generosas y pechos para ahogarse en ellos? ¿Alguien
a quien pudiera tirarse en el pasillo mientras ella buscaba secretos y elaboraba planes para
traicionarlo? En lugar de eso, enviaron a esta ordinaria y tímida chica sin talento. En el mejor de
los casos, su presencia era una molestia; en el peor, un obstáculo peligroso.
Sin embargo, ella no era tan sosa como parecía ser al principio. Lo había pillado por sorpresa
con su réplica acerca del polvo, revelando un destello de ingenio seguido por un rubor
impresionante. Ella lo hizo maravillarse… y sonreír. Eso por sí solo le dio que pensar.
Silhara no podía recordar la última vez que había encontrado algo que lo hiciera sonreír que no
implicara burla, pero en los últimos diez minutos la pequeña espía de Cumbria casi lo animó a
soltar una risa con su comentario y con la manera en que lo miró cuando le ofreció la naranja. No
creía que su expresión hubiera podido ser más suspicaz o temerosa si él le hubiera ofrecido una
víbora viva.
—¿Te la vas a comer? —Él señaló la naranja sin tocar junto a su cuenco.
Ella se puso tensa, como preparándose para aguantar algo desagradable. Él observó sus manos
mientras ella se estiraba a regañadientes para alcanzar la fruta. Sus nudillos estaban rojos,
irritados... como los de él. Como los de Gurn. Ésta era una mujer que trabajaba en la casa de
Cumbria. No una pupila consentida, sino una que hacía trabajo doméstico.
Había una gracia meticulosa en la manera en la que ella pelaba la naranja y algo cautivador en
su forma de comérsela. Mordió el gajo lentamente, ya fuera por precaución o disfrute, y sus
acciones captaron su atención. Él negó con la cabeza. Dioses, ha pasado demasiado tiempo desde
que he tenido una mujer. Sonrió burlonamente cuando los ojos de ella se agrandaron tras el
primer mordisco.
—¡Es tan dulce!
—No estaba alardeando cuando dije que aquí cosechamos la mejor fruta. Las naranjas de Neith
siempre se agotan en el mercado.
Él no compartía su apreciación. Las naranjas eran un alimento básico de su dieta, y él las
odiaba. Dominaba las ganas de vomitar cada vez que comía una. Pero las seguía comiendo,
siempre con el pensamiento de que algún día le llegarían a gustar y se libraría del recuerdo
vinculado a ellas.
Martise terminó la naranja con más entusiasmo pero rechazó su ofrecimiento de otra. Ella
elogió a Gurn por sus gachas de avena, y los dos compartieron una cálida sonrisa. Su inmediata
camaradería intrigó a Silhara. No era la danza de apareamiento entre un hombre y una doncella,
más bien un reconocimiento de un par de amigos separados por largo tiempo que finalmente se
reunían. Había notado el inmediato apego de Gurn hacia la chica. Martise parecía corresponder

Realizado por GT Página 26


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

los afectos del criado. Sus ojos se estrecharon. No sabían nada sobre ella salvo lo que Cumbria les
había dicho. Había más en Martise de Asher que sonrojos nerviosos y una voz melodiosa. Ella tenía
un trabajo por hacer o no estaría aquí. Él la haría polvo antes de permitirle usar a Gurn para llegar
a él.
Estuvo tentado a hablarle sobre los orígenes de Gurn, de cómo Silhara lo encontró pudriéndose
en una prisión de Prime por partir literalmente a un hombre por la mitad sobre su rodilla, pero lo
pensó mejor. No le agradaba mucho la idea de un Gurn irritado arrancándole la cabeza y
arrojándola al otro lado del patio por revelar cosas privadas a una desconocida.
Un comentario sarcástico sobre su apego gravitó en sus labios, detenido únicamente por un
olor apestoso que subía desde debajo de la mesa.
—¡Por las alas de Bursin! ¿Qué es ese olor? —Arqueó la ceja hacia Martise.
Los ojos de la chica se abrieron.
—Yo no soy. Me bañé esta mañana.
Gurn le dio un codazo y señaló en dirección a sus pies. Él se inclinó a mirar debajo de la mesa y
casi vomitó.
Cael yacía tendido en el suelo, oliendo peor que el tambaleante perro medio podrido que
invadió Neith por orden de Corrupción. Él empujó a Cael con un pie, y el perro de caza gruñó una
advertencia.
—Fuera de aquí, Cael. Ahora. —Lo empujó con más fuerza esta vez. Cael intentó morderle los
dedos de los pies con poco entusiasmo antes de abandonar su lugar y escabullirse por la puerta
abierta que conducía al patio.
Silhara lo observó irse antes de devolver su atención hacia Martise.
—Gurn me dijo que mi buscador de magos verificó la historia de Cumbria. Tienes un Don.
Ella palideció y bajó la vista para ocultar su expresión.
—Sí. Gurn nos presentó.
Su extraordinaria voz se había vuelto plana, ocultando una gran cantidad de emoción de la
misma forma que sus ojos bajos lo hacían. Él no se dejó engañar. Estaba molesta porque había
utilizado a Cael para averiguar la verdad.
—Cael es un valioso miembro de mi casa, Martise. Confío en su juicio más que en ningún otro.
A pesar de los deseos del Cónclave y la generosidad de Cumbria al enviarnos su pupila como
aprendiz, si Cael no te hubiera aprobado, no te habrías quedado.
Ella se encontró con su mirada, sus ojos del color de las monedas de cobre eran determinados y
resueltos.
—El obispo le pagó por cuatro meses para mi mantenimiento.
La ira lo atravesó, quemando los últimos vestigios de somnolencia. ¡Se atrevía a desafiarlo! Él le
mostró los dientes, apenas aplacado cuando ella se sobresaltó. Aun así, ella se negó a bajar los
ojos.
—Sí, lo hizo —dijo—. Y cuando le devuelva a su insolente pupila, incluiré una nota diciendo que
debido al costo exorbitante de las gachas de avena y una naranja de Neith, ha sido necesario, para
poder recuperarme de los gastos, quedarme con todas sus monedas.
La tensión en la cocina era lo suficientemente espesa como para cortarla. El mal genio de
Silhara creció hasta que Martise exhaló un suspiro derrotado. Su voz era plana, su mirada

Realizado por GT Página 27


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

cuidadosamente inexpresiva y tranquila cuando ella enfocó su atención en un punto sobre su


hombro izquierdo.
—Estoy siendo impertinente. Lo siento, Maestro.
—De alguna manera lo dudo. —Ella le lanzó una mirada sorprendida—. Pero creo que
comenzamos a entendernos.
Él observó como jugueteaba con su cuchara y trazaba patrones en sus congeladas gachas de
avena.
—Tienes telarañas en el pelo.
Ella se palmeó el pelo, haciendo una mueca cuando sus dedos tocaron los restos de telas de
araña colgando de sus horquillas.
—Eso no importa, Martise. Semejante arreglo no es necesario. Tu apariencia no es de ningún
interés aquí.
Un atisbo de dolor o vergüenza bailó en sus facciones antes de que ella bajara su mirada. La
había herido, aunque no fue intencionado. Nadie en Neith se detenía en ceremonias. Gurn y él no
vestían mejor que el criado más humilde de una familia rica. Él ni siquiera se había molestado en
afeitarse o ponerse los zapatos antes de ir a desayunar esta mañana. Su comentario acerca de las
telarañas en su pelo había sido un comentario banal. Ella había interpretado su declaración como
un insulto. Él optó por no justificarse.
—Gurn —dijo—. Tendrás que prescindir de ella durante un rato. Me he retrasado en enseñar a
mi nueva aprendiza sus lecciones y tengo curiosidad por saber qué le enseñó el Cónclave.
El gigante lo fulminó con la mirada y se levantó abruptamente del banco. Silhara no fue lo
suficientemente rápido para impedirle retirar la tetera de la mesa y la taza de su mano. El criado
caminó a grandes pasos hacia el fregadero y dejó caer los platos con un estruendo.
Silhara podría haberlo reprendido si Martise no hubiera estado sentada frente a él. Ella se
enderezó con rigurosa atención, su pálido rostro aún más exangüe mientras esperaba sus
instrucciones.
—Haz que Gurn te lleve al gran salón. Nos veremos allí. Has sido entrenada por el Cónclave,
aunque no tengas poderes. Vamos a averiguar qué podría despertar tu magia.
La culpa se abrió paso dentro de él. No mentía. Si ella no huía gritando de regreso a Asher como
él esperaba, tenía toda la intención de encontrar su Don y forzarlo a manifestarse. A ella
simplemente podrían no gustarle sus métodos.
La dejó con Gurn en la cocina soleada y regresó a su recámara para vestirse. Una parte de él
deseaba quedarse para deleitarse del calor matutino y saborear el olor de masa leudante mientras
Gurn preparaba su hornada de pan diaria. La cocina era una especie de santuario, al igual que su
dormitorio lo fue una vez. Con el alzamiento de Corrupción, su recámara era menos un refugio y
más un campo de batalla entre él y el dios caído. Necesitaba dormir, dormir de verdad; no las
breves siestas en las cuales medio dormitaba, preparándose para la invasión inevitable del dios en
sus sueños.
El toque de Corrupción era fascinante y exuberante, atrayéndolo con promesas de poder
inconmensurable, de respeto, de venganza, incluso cuando lo hacía sangrar y convulsionar. Él ya
no era el bastardo nacido de una prostituta del muelle, sino un gobernante de imperios, un mago
inmortal. Con esas promesas venían las demandas. Completo sometimiento a la voluntad de otro,
absoluta obediencia para el más vil de los proxenetas. ¿Podría denigrar lo segundo lo suficiente
como para resistir la tentación de lo primero?

Realizado por GT Página 28


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Silhara cerró la puerta y caminó a grandes pasos hacia la ventana abierta. La estrella latía en la
distancia.
—¿Todavía aquí? —preguntó en voz baja. —¿No tienes algo mejor que hacer? ¿Plagas que
arrojar? ¿Ciudades que destruir?
Una aguda ráfaga de dolor detrás de sus ojos lo hizo encogerse. La diversión de Corrupción
fluctuó por sus huesos.
Solo te espero a ti, Avatar.
Él cerró de golpe los postigos, sumiendo la habitación en la oscuridad. La frágil madera nunca
mantendría fuera las pesadillas, pero la ilusión ocultaba la realidad del dios acechando en el
horizonte.
—Todavía no —murmuró y lanzó un hechizo que inundó la habitación de luz bruja. Sus dedos
revolotearon a lo largo de la cicatriz que rodeaba su cuello. Ah, regresar a tiempos más simples. Al
menos en ese momento su verdugo había sido un concejo del muelle sin misericordia por un
ladrón hambriento. Ahora tenía al Cónclave en su cocina y a Corrupción en su puerta, cada uno
queriendo destruirlo con su propio método, único y horrible.
Él no tenía tiempo para ninguna de estas molestias. Había naranjas que cosechar y llevar al
mercado, tratos que negociar con los Kurmanos y edificios para reparar. El trabajo de un hombre
honesto nunca terminaba... no es que él fuera un hombre particularmente honesto.

Martise lo estaba esperando cerca de la fría chimenea del salón, rodeada por el brillo
parpadeante de las motas de polvo. Se veía casi etérea, parada tan majestuosa y compuesta... una
pálida reina adornada con telas de araña y lana marrón.
Ella se inclinó en una reverencia.
—Maestro.
Silhara medio esperaba una queja por su retraso, pero no llegó ninguna, y su cara permaneció
serena mientras él la rodeaba, inhalando su perfume… sueño y menta primaveral.
—¿Cuál es el conjuro para la levitación?
—¿Cuál? ¿Mysanthanese u Hourlis?
Él se detuvo frente a ella, intrigado.
—Ambos.
Sus invocaciones fueron impecables, sus acentos en la ubicación perfecta, la entonación de la
voz correcta. La levitación Mysanthanese debería haberla alzado por encima de su cabeza; la
Hourlis hasta las vigas, pero sus pies permanecieron plantados firmemente en el suelo. De no ser
por la reacción de Cael hacia ella, Silhara no la hubiera creído Dotada, solo educada.
Ella debió ver su duda.
—Tal vez su buscador de magos se equivocó.
—Los perros nunca se equivocan, sobre todo no mi perro —contestó bruscamente.
Él continuó rodeándola. Era una mujer pequeña, de constitución ligera. Hablaba bien y era
instruida, tenía las manos de una fregona y el conocimiento del Cónclave. ¿Qué Don estaría
escondido en esta criatura contradictoria?

Realizado por GT Página 29


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Su versión del hechizo Hourlis, un gesto silencioso, la tomó por sorpresa. Sus pies se elevaron y
una ráfaga de aire la hizo girar sobre su espalda cuando Silhara alzó su brazo y la envió volando
hacia el techo.
Su chillido asustado reverberó por el salón. Martise se agitó violentamente, suspendida por
encima del suelo. Él alcanzó a ver unas delgadas piernas blancas y enaguas enredadas mientras
ella pateaba y se abalanzaba hacia una de las vigas del techo. Su pelo cayó libre de las horquillas,
la larga trenza se balanceaba en el vacío.
—¿Cuál es el hechizo para descender, Martise?
Ella dejó de luchar, aunque su respiración era fuerte y trabajosa.
—¿Qué? —Jadeó, su voz se diluyó hasta un chillido mientras flotaba por encima de él.
—¿Cuál es el hechizo para descender?
—¡No lo recuerdo! Por favor, bájeme.
Su terror se derramaba sobre él, pero se mantuvo firme en su intención.
—Creo que no. Me decepcionas. Un mago experto conoce sus hechizos en todo momento,
incluso durante los momentos de peligro.
—¡Yo no soy un mago!
Silhara golpeó ligeramente un dedo contra su labio inferior.
—Pero has sido adiestrada por el Cónclave. Si conoces la levitación en dos lenguas,
seguramente conoces el descenso en esas mismas lenguas. ¿No se te enseñó a mantener la
compostura?
Él trazó un medio círculo en el aire. Martise jadeó mientras giraba lentamente para mirarlo
hacia abajo. Su cara estaba de color rojo brillante, sus ojos enormes. Estiró su mano para
alcanzarlo, aun cuando él estaba demasiado lejos debajo de ella para tocarlo.
—Maestro —imploró—. Se lo suplico. Bájeme y recitaré cada hechizo que se haya escrito en el
Hourlis Arcano.
Ella cerró fuerte los ojos, un leve y tembloroso suspiro escapó de sus labios.
La culpabilidad cuajó en el estómago de Silhara. Él la suprimió con cruel determinación. Si ella
descubría la verdad del dominio de Corrupción sobre él, el Cónclave lo ataría a la estaca más
cercana y alegremente le prendería fuego... sólo después de horas o días de tortura.
—Piensa, Martise. ¿Cuál es el de descenso?
Él terminó el hechizo de levitación y ella cayó en picada al suelo. El siseo del revoloteo de sus
faldas acompañó su grito al intentar invocar un hechizo salvavidas. Él invocó levitación un instante
antes de que ella se estrellara contra las piedras.
Solo su respiración agitada rompía el silencio en el gran salón. Silhara se inclinó para mirar sus
ojos. Estaban negros de terror, las pupilas tragándose el color cobre.
—Eso debería haber funcionado. Tienes un Don obstinado.
Extendió su palma sobre su vientre sin llegar a tocarlo. La bajó suavemente al suelo hasta que
ella quedó tendida en un mar de faldas y trenzas enrolladas.
Martise rodó sobre su costado, lejos de él, y escondió su cara detrás de una mano. Fuertes
estremecimientos la sacudían. Se llevó las rodillas al pecho e inhaló grandes bocanadas de aire.
Asqueado por lo que había hecho, Silhara apartó la mirada. Que Bursin tuviera piedad de
ambos; que esto fuera suficiente para asustarla y mandarla lejos.

Realizado por GT Página 30


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Él esperó a que se calmara, dando un cauteloso paso atrás cuando ella se tambaleó sobre sus
pies y se paró delante de él. Su cabeza estaba inclinada como en oración. ¿Estaba rezando? Pensó
que podría estar haciéndolo... por una muerte prematura y dolorosa para él, sin duda. Parpadeó
cuando ella levantó la cabeza.
En ese momento ella le recordó las estatuas Astris que había visto una docena de años antes.
Su mentor lo había llevado al este, a la provincia de Quay, una tierra regida por mujeres. Habían
navegado a través de los angostos estrechos hacia el puerto principal, pasando por las Cinco
Reinas que custodiaban las compuertas. Silhara se había quedado mirando, fascinado, a las
antiguas gobernantes, sus orgullosos y resueltos rostros no desgastados ni por el paso del tiempo
ni por los elementos. La de ellas era una fuerza silenciosa, engendrada de almas poderosas nunca
quebrantadas. Martise, con esa desolada e imperiosa mirada, le recordó a las Reinas.
—Recordé el hechizo.
El disgusto por él cruzó por su rostro tranquilo. Suficiente por ahora. No había tenido éxito en
amedrentarla para que se fuera, pero podría persuadirla de ello por medio del odio... si ella no le
enterraba un cuchillo en la espalda primero. Era más fuerte de lo que él anticipó y mucho más
terca de lo que había supuesto en un principio. Cumbria debió haberle ofrecido una pequeña
fortuna por sufrir unos meses en Neith. Silhara tenía la intención de que se ganara cada moneda.
—Sí, lo hiciste, aprendiz. Y fue todo para nada, ¿verdad? Haremos otro intento mañana. —
Sonrió burlonamente ante su temblor involuntario—. Tengo entendido que has estado ayudando
a Gurn. Es un consuelo saber que aunque no puedas lograr un hechizo simple, al menos puedes
ordeñar una cabra...
Las manos de Martise se crisparon antes de relajarse a sus costados. Él sintió curiosidad por ver
si ella vencería las ganas de pegarle un puñetazo en la mandíbula. Así pareció cuando enlazó sus
dedos hasta que los nudillos se pusieron blancos.
—Sí, Maestro. He trabajado entre animales de granja toda mi vida, incluyendo vacas, cerdos,
cabras… y asnos.

Realizado por GT Página 31


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 0066

Otra mañana, otra lección… esta última peor que todas las otras combinadas. El Maestro de los
Cuervos era un cerdo odioso y despreciable. Si había tratado de aterrorizarla con su magia
maliciosa, la táctica había funcionado. Su corazón aún retumbaba en su pecho después del susto
que le había dado. De las muchas lecciones a las que la había sometido hasta el momento, ésta era
el pináculo de las pesadillas. Si tenía la intención de ahuyentarla, su esfuerzo había fracasado.
Cualquier sentimiento de culpa que atormentara a Martise con respecto a su misión se evaporó.
Juró que encontraría alguna evidencia para marcar a Silhara como un hereje. Cuando los
sacerdotes construyeran su pira de ejecución, ella se ofrecería para poner la primera antorcha. Si
optaban por decapitarlo, ella se ofrecería para afilar el hacha.
La bilis mezclada con el terror persistente quemaba la parte de atrás de su garganta. Entró en la
cocina, tropezando con el desaliñado buscador de magos tendido junto a la puerta. El perro gruñó
una advertencia e intentó morder sus talones. Martise apenas se dio cuenta. ¡Bastardo! ¡Piojo
arrogante y despiadado, con su sonrisa irónica! Alas de Bursin, lo que daría porque su Don se
manifestara y ver si a él le gustaría que ella introdujera con un chillido, un demonio sangriento y
loco dentro de él. Tal cosa nunca pasaría, pero se consoló al imaginar la escena.
Gurn inclinado sobre la mesa, fregaba los últimos restos del desayuno. Se detuvo cuando la vio,
se colgó la toalla mojada sobre su hombro y la guio hasta uno de los bancos. Ella lo rechazó. Ya era
bastante malo tener a Silhara como testigo de sus gritos de terror. No quería que Gurn pensara
que era una delicada inválida. Al menos sus faldas escondían sus rodillas tambaleantes.
Él se cernió sobre ella hasta que se sentó y le ofreció una débil sonrisa.
―Una venenosa mujer demonio esta vez. Él la expulsó justo antes de que saltara sobre mí.
Los ojos azules Gurn se oscurecieron con compasión. Le dio una palmadita en el hombro antes
de ir a grandes zancadas hacia uno de los armarios para hurgar en su contenido. Regresó con una
taza pequeña llena de un líquido de color verde pálido. Le indicó con un gesto que lo bebiera.
Martise observó la poción y la olió con cautela. Tosió cuando los vapores poderosos y familiares
del Fuego de Peleta quemaron su nariz. Garantizaba una ampolla en las entrañas del bebedor y
confundía la mente a la segunda copa, sus admiradores afectuosamente se referían al Fuego por
su nombre más vulgar, Orina de Dragón. Pensó que la descripción era adecuada. En su primer y
único contacto casi la había hecho vomitar, y lo había evitado desde entonces. Ahora, con su
compostura destrozada, dio la bienvenida a la bebida.
Tomó aire, cerró los ojos y se bebió el contenido de la taza de un solo trago. La expresión de
sorpresa de Gurn se tornó borrosa ante sus ojos cuando el Fuego marcó al rojo vivo su trayectoria
desde su garganta hasta su vientre. Jadeó y se inclinó hasta que su frente tocó sus rodillas, el
último susto olvidado. Se concentró exclusivamente en inhalar y exhalar.
Justo cuando pensó que su vientre estallaría en llamas, el calor murió en una calidez radiante.
Una agradable euforia se apoderó de ella, y el suelo se inclinó en su visión. Martise se enderezó
lentamente y se encontró cara a cara con Cael. Así de cerca, su cabeza grande, con el hocico romo
y las cejas tupidas, se veía enorme. Él la observó en la manera intensa y depredadora que los
buscadores de magos muestran alrededor de los Dotados. Martise, atrapada en el sopor inducido
por el Fuego, se olvidó de su prudencia, y sopló suavemente en su nariz. Cael retrocedió,
resoplando y sacudiendo la cabeza en señal de protesta. Ella soltó una risita. No lo culpaba. Los

Realizado por GT Página 32


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

vapores astringentes, ya sea en la taza o en el aliento de una persona, bastaban para cuajar la
leche.
Cael gimió, retrocediendo aún más cuando Martise le tendió una mano.
―Vamos, mi muchachote ―canturreó ella―. No voy a hacerte daño.
Ella sonrió ante la carcajada de Gurn.
Se puso de pie lentamente e hipó. La habitación giró en un eje inclinado. Ella se agarró al borde
de la mesa para sostenerse.
―El maestro me hizo volver conZgo, Gurn. Se supone que Zenes que darme unas tijeras y un
morral.
Su voz arrastraba las palabras, que rodaban de su lengua hinchada y espesa. El Fuego se agitaba
dentro de ella, calentando su sangre. Gurn la hizo sentarse y le trajo un pedazo de pan para
comer. Ella parpadeó, segura por un momento de que había dos pedazos delante de ella. Su mano
revoloteó sobre ellos hasta que Gurn empujó el pan más cerca, donde se convirtió en un pedazo
otra vez. Ella comió despacio, todavía llena del desayuno y más borracha que un comerciante de
vinos al final de un día de mercado.
La puerta del salón a la cocina se abrió, dando paso a un Silhara con el ceño fruncido. Se detuvo
en seco al verla. Ella trató de levantarse, pero la gran mano de Gurn en su hombro la mantuvo en
su lugar.
El mago se había trenzado el pelo y atado un pañuelo alrededor de su cabeza. Llevaba puesta
una ropa de trabajo más gastada que cualquiera de las que ella tenía, y ella era una esclava.
Martise le sonrió con ebria admiración, a pesar de sus pensamientos asesinos sobre él momentos
antes. Aún vestido con su ropa usada, él mostraba una figura atractiva parado ahí en la soleada
cocina de Gurn. Demasiado austero para ser guapo, había algo llamativo acerca de su rostro y de
la seguridad de su postura, como si gobernara un reino en lugar de esta miserable ruina de
mansión.
Su sonrisa se desvaneció. Él había puesto un demonio en ella y se había quedado parado allí,
con una curva de diversión en sus labios, mientras ella recitaba conjuros vacíos en un inútil
esfuerzo por detener la farfullante abominación que se abalanzaba sobre ella. Oh sí, no solo iba a
poner la primera antorcha, sino que traería un carro lleno de antorchas extras para compartir con
los espectadores.
La molestia contrajo los rasgos del mago en líneas apretadas.
―¿Qué estás haciendo? ¿No tienes trabajo del que ocuparte? Nosotros no vivimos para
servirte, Martise, no importa la generosa contribución del obispo para tu cuidado.
Oh, cuánto deseaba darle una reprimenda, algo que lo hiciera agachar las orejas y silenciara el
desprecio que generosamente repartía a cualquier persona que pudiera escucharlo, pero estaba
demasiado borracha para tener un pensamiento coherente y mucho menos para mantener un
combate verbal con Silhara. Gurn acudió a rescatarla, sus manos moviéndose en gestos agitados
demasiado rápidos para que ella pudiera seguirlos.
Los ojos de Silhara se abrieron como platos ante la conversación silenciosa de Gurn.
―¿Ella se tragó de un golpe toda la cosa? ―La exasperación se sumó al desprecio en su voz―.
¿En qué estabas pensando, muchacha tonta? ―sentenció―. Lo que te has bebido podría haber
tumbado un caballo. ―Fue igual de tajante con su criado―. ¿En qué estabas pensando para darle
esa cantidad?
Martise se encogió de hombros. El Fuego de Peleta también hacia honestos a los mentirosos.
Realizado por GT Página 33
GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

―Yo estaba demasiado asustada para pensar ―murmuró―. Gurn solo estaba tratando de
ayudarme a calmarme.
Una expresión embrujada pasó a través de los ojos de Silhara tan rápido que ella pensó que no
fue más que una alucinación provocada por el efecto del Fuego sobre sus sentidos confundidos. Él
frunció el ceño ante Gurn, que a su vez frunció el ceño en respuesta e hizo otro amplio gesto con
sus manos.
―Déjalo, Gurn ―le espetó―. No estoy de humor.
Martise miró a los dos hombres confusa. La conversación silenciosa entre los dos estaba
cargada de tensión. Ella se asombró por la seguridad del criado, casi reprochadora, y la paciencia
de su volátil amo ante tal comportamiento. Cumbria la habría desnudado y golpeado en el patio
por ese tipo de insolencia.
Silhara se fue de regreso por donde vino, dando órdenes por encima del hombro al salir.
―Has que se termine el pan. Le impedirá vomitar hasta las entrañas. Volveré. ―Se detuvo el
tiempo suficiente para dirigir una mirada de disgusto hacia ella―. Das más problemas de lo que
vales. ―Marcó la declaración cerrando la puerta tras de sí lo suficientemente fuerte para agitar los
platos y vasos en el fregadero seco de Gurn.
Concentrada en mantener su estómago calmado, Martise se sentó en silencio en el banco y
mordió su pan. Ante ella, la alta figura de Gurn se movía mientras trabajaba en la cocina. Hasta el
momento ella había fracasado estrepitosamente como espía. Su intento de infiltrarse en la casa de
Silhara con la mayor fluidez posible había sido una catástrofe. Llevaba allí algo más de un par de
semanas, y no había hecho más que actuar como asistente de Gurn y someterse a las pruebas
diarias de Silhara. No estaba más cerca de descubrir alguna información condenatoria acerca de él
que el primer día que llegó. El mensajero cuervo de Cumbria languidecería en los árboles,
esperando su llamada, hasta que sus plumas se volvieran blancas.
Martise dio otro mordisco al pan y palideció ante la amenazadora agitación de su vientre.
Cumbria podría estar enojado, pero él no era el que luchaba contra demonios, era prendido fuego
o lanzado hacia el techo de la mansión, sin medios para salvarse a sí mismo, excepto un mago de
misericordia cuestionable.
La puerta que conducía al gran salón se abrió una vez más. Silhara había regresado. Él metió
una copa bajo su nariz.
―Bebe esto ―le ordenó.
La copa, finamente labrada de plata grabada con lacería Kurmana, se sintió fría en su mano. Ella
inclinó la copa hacia su boca y luego vaciló. Sobre el borde de la copa, se encontró con la mirada
de Silhara, preguntándose si lo que le daba era de verdad un reconstituyente. Sus ojos negros
brillaron con fastidio y con un toque de desafío.
Miserable rencoroso. Martise medio se arrepentía de su conocimiento cada vez mayor del
carácter del mago. Después de las sesiones de tortura en el gran salón, sabía que él no se
molestaría en envenenarla. No había ningún entretenimiento en eso. Ella entornó los ojos hacia él,
los efectos embriagantes del Fuego le dieron un coraje temporal, y apuró el contenido del cáliz.
Fría en la garganta y amarga en la lengua, la poción apagó las brasas que le quemaban el
vientre e incluso logró calmar las náuseas y despejar su cabeza de un solo trago. Se quedó mirando
la copa y luego a Silhara, sorprendida por la rapidez con la que su pócima funcionó.
―¿Qué hay en esta bebida?
Su mirada se mofó de ella.

Realizado por GT Página 34


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

―Toda clase de pequeños males, aprendiz. ¿De verdad quieres saberlo?


―No.
Le arrebató la copa.
―Te has recuperado lo suficiente como para trabajar. ―Se dirigió a Gurn―. Cuando termine
sus tareas, llévala a huerto. ―Salió sin mirar atrás.

El patio no parecía mejor que el resto de la mansión. El muro que lo rodeaba estaba
derrumbado en una esquina, otros sectores estaban reparados con una mezcla de ladrillos rotos y
pedazos de madera. Al igual que el resto de la región, Neith sufría la sequía del verano, y el
terreno desnudo en el que una vez hubo un lodazal revuelto por el pastoreo de los animales,
ahora se extendía a través del patio en agrietados y ondulantes patrones de barro seco. Una
cuerda con ropa lavada ondeaba en la brisa, ocultando parcialmente un gran caballo de tiro que se
alimentaba en un pesebre cercano y a un macho cabrío negro que masticaba con entusiasmo el
dobladillo de una camisa tendida. Una cerda y tres lechones, expulsados de su pocilga por un Cael
aún más sucio, rondaban a lo largo del perímetro de la muralla, acompañados por un séquito de
pollos piando.
A pesar de su aspecto destartalado, el patio hizo sonreír a Martise. Al igual que Gurn, era un
punto de normalidad en este extraño y olvidado lugar.
Pasó el resto de la mañana completando las tareas que tenía asignadas. Ordeñó la cabra, dio de
comer a las gallinas y recogió los huevos, acarreó cubos de agua del pozo para lavar y ayudó a
Gurn a doblar la ropa limpia recogida del tendedero. Solo cuando Gurn señaló una pausa y le
indicó que tenía que seguirlo hasta la arboleda, recordó la naturaleza de su misión, y se le secó la
boca.
Volvieron a la casa, navegando por el laberinto de pasillos oscuros hasta alcanzar la parte de
atrás de la mansión y una puerta ricamente tallada envejecida por una pátina de color negro.
Martise entrecerró los ojos contra la luz brillante del sol cuando Gurn abrió la puerta y
gentilmente la instó a que saliera. Desde esta posición privilegiada, ella podía darse la vuelta y ver
la fachada trasera de la mansión. Las ventanas daban al sur con las contraventanas cerradas, y
localizó su habitación en el otro extremo del edificio. Solo una ventana permanecía abierta, en la
recámara por debajo de la suya. Las cortinas, banderas de desteñido lapislázuli y moho,
revoloteaban hacia el exterior, agitándose en el viento como las faldas de una bailarina Kurmana.
Se enfrentó a la arboleda de nuevo. Los naranjos cubrían el campo en un patrón ordenado, sus
ramas frondosas se inclinaban con la fruta madura. Las hojas verde oscuro camuflaban las aves
que anidaban en las ramas, dejando al descubierto el destello ocasional de la luz solar sobre un
pico negro. En algún lugar, dentro de ese batir de alas, el mensajero cuervo de Cumbria esperaba
una señal suya.
Esta era la primera vez que caminaba por el naranjal. Hasta ahora, sus incursiones se habían
limitado al interior de la casa y al patio. Solo había visto la arboleda desde su ventana cada
mañana y cada tarde, admirando las ordenadas hileras de árboles y respirando el aroma de azahar
que flotaba en el aire cálido.
Gurn la condujo por la arboleda, seguro de sus pasos mientras navegaba por el laberinto del
huerto. Martise se mantuvo cerca de él. Cada camino sombreado se parecía al otro. Incluso la
mansión ya no podía ser considerada como un punto de referencia.

Realizado por GT Página 35


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Doblaron una esquina y se detuvieron ante una línea de cajas llenas de naranjas y una escalera
alta apoyada en las productivas ramas de un árbol. La parte superior de la escalera desaparecía
entre las hojas, pero Martise vio un par de zapatos equilibrándose sobre uno de los peldaños.
Gurn silbó bajo y los zapatos se movieron. Silhara descendió hasta la mitad de la escalera y se
enfrentó a ellos. Ella se tragó un grito ahogado, regañándose en silencio por su reacción visceral
ante su aparición.
Trabajar con el calor de la mañana había dejado un brillo de sudor sobre él, y su piel morena
brillaba a la luz.
Tenía la camisa pegada a la espalda y al pecho, dándole una visión clara de su fibrosa masa
muscular y de sus hombros que ondulaban con la fuerza construida por el trabajo duro. Un rubor
adornaba sus pómulos prominentes y una gota de sudor corría por su cuello, deslizándose en un
camino sinuoso a través de la cicatriz blanca antes de desaparecer bajo el cuello abierto de la
camisa.
Él se enjugó la frente con la manga y se ajustó el saco, lleno hasta la mitad de naranjas, que
colgaba de su hombro. La escalera crujió bajo su peso cuando subió hasta el último peldaño.
Martise miró hacia abajo, esperando que su rostro no revelara su fascinación. ¿Qué le pasaba?
¿Cómo podía desear a un hombre que casi la había matado de miedo solo unas horas antes?
―¿Ella será una ayuda o un obstáculo?
Su cabeza se levantó de golpe. ¿Obstáculo? Sus uñas se clavaron en las palmas. Había muchas
cosas de las que podía ser acusada con razón: simpleza, timidez, a veces cobardía; pero nunca de
pereza o incompetencia. Empuñó sus manos, deteniéndose antes de arremeter contra él. Ella era
una esclava que había dominado el arte de comportarse sumisamente a una edad temprana, sin
embargo, había algo en el Maestro de los Cuervos que le hacía olvidar todo su adiestramiento, su
posición inferior en el mundo. Él no era más imperioso o autoritario que cualquier otro
terrateniente noble, pero tenía algo que acicateaba su ira cada vez que hablaba.
Gurn gesticuló con sus manos, su cabeza calva asintiendo al compás de sus gestos entusiastas.
Martise se sintió reivindicada. Al menos una persona aquí estaba satisfecha con su rendimiento
hasta ahora.
El mago lanzó un gruñido y se alejó para hurgar en una caja vacía. Ya sea que aceptara la
silenciosa evaluación de Gurn sobre su trabajo de la mañana o no, no llegaría un elogio. Se puso
tensa cuando él volvió.
―¿Tienes miedo a las alturas?
―No ―dijo en voz baja, con una estudiada expresión plácida en su rostro―. No lo tengo.
―Bien. Puedes ayudarme en la arboleda, mientras Gurn prepara la comida del mediodía.
Ponte el bolso. ―Esperó a que se ajustara la bolsa en el hombro―. Si no recuerdo mal, el obispo
cultiva olivos en su tierra.
¿Cuando había tenido ocasión Silhara de visitar a Cumbria en Asher? Ella nunca lo había visto
allí, y había servido en la mansión y a su amo desde que tenía siete años. Pero él estaba en lo
cierto. Los olivares de Asher eran varias veces el tamaño del pequeño huerto de Silhara.
―¿Todavía lleva a novicios del Cónclave para la cosecha, como mano de obra gratis? ―Su boca
se tornó en una leve mueca de desprecio, que cambió a una sonrisa renuente―. Es un tacaño,
pero uno astuto. Si empleara la misma técnica, Gurn podría estar dándome de comer uvas durante
todo el día.

Realizado por GT Página 36


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Martise apretó los dientes más fuerte, esta vez para reprimir una carcajada. Cualesquiera que
fueran sus faltas, el Maestro de los Cuervos sabía mucho acerca de las maneras mezquinas del
Obispo Supremo. Cada temporada de cosecha Cumbria llevaba novicios a sus campos para ayudar
a recoger las cosechas. Él utilizaba la excusa de que podían practicar sus hechizos de movimiento
para sacudir los árboles, librarlos de sus frutos y recogerlos en las lonas preparadas.
―Esa costumbre se manZene.
Él soltó un bufido.
―Me lo imaginaba. ―Su expresión se ensombreció―. No estoy de acuerdo con esa costumbre.
La práctica de la magia tiene su lugar en el mundo, pero no como medio para una vida fácil. Y
tanto si Cumbria lo reconoce como si no, esos hechizos dañan sus árboles. No quiero nada de eso
aquí. Nosotros lo hacemos de la forma dura, como los no dotados, con escaleras, bolsas y espaldas
doloridas. ―Él la repasó con la mirada―. No hay mucho para Z, aprendiz. Dudo que seas de
alguna ayuda.
Se puso rígida, indignada por su suposición.
―Soy más fuerte de lo que parezco, Maestro, y sigo bien las instrucciones.
Él no pareció muy convencido.
―Ya veremos. ―Le dio una palmada en el hombro a Gurn y se alejó para tomar otra escalera
que estaba Zrada en el suelo cerca de las cajas―. Me la llevo ahora, Gurn. Haz una señal cuando el
almuerzo esté listo.
Gurn le dio a Martise unas palmaditas en el brazo y se dirigió de nuevo a la casa. Ella se quedó
inmóvil ante la mirada severa de Silhara.
―Te has ganado la confianza de mi sirviente. No abuses de ella.
La aprehensión le heló las venas. La advertencia era una amenaza velada, siniestra en su
promesa de castigo mortal si se aprovechaba de Gurn. Si Silhara sentía cierto afecto por su
sirviente, o exigía su lealtad a toda costa, ella sabía que su interacción con Gurn era crucial para su
supervivencia aquí en Neith.
―No soy una mujer cruel. A mí también me gusta Gurn.
Su mirada fría no se calentó.
―Mantén eso en mente, y cualquier sentido de auto-conservación que puedas albergar.
Ella tragó saliva y se apresuró a seguirlo cuando tomó la segunda escalera y la llevó a otro árbol
más abajo en la fila. Apoyó la escalera contra las ramas inclinadas, y una confusión de cuervos
salió volando, graznando en protesta por ser molestados en su refugio sombreado.
―Encontrarás un par de guantes en tu bolsa. ―Levantó las manos, mostrando sus guantes
raídos, con desgastados parches y manchas en las palmas— . Los naranjos tienen espinas tan largas
como tus dedos, y son terriblemente agudas.
Martise metió la mano en la bolsa y encontró un par igual de gastado. Eran demasiado grandes,
pero no tan grandes para hacerla torpe. Silhara se paró frente a ella, y Martise casi se olvidó de
respirar. Al estar cerca de él fue bombardeada por una multitud de sensaciones, el olor de los
cítricos y azahar mezclado con el calor almizclado del sudor, el ritmo tranquilo de su respiración
mientras la ayudaba a ajustarse los guantes, y, sobre todo, el flujo hormigueante de su Don,
emanando de él como el agua de un arroyo de corriente rápida.

Realizado por GT Página 37


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Silhara apretó las correas de cuero que sujetaban los guantes alrededor de sus muñecas. Sus
movimientos se ralentizaron cuando Martise se pasó la punta de la lengua por los labios secos. Ella
se sonrojó ante su expresión detenida, que se tornó calculadora.
―Te pongo nerviosa. ―La voz ronca era tranquila, casi acariciante.
No tenía ninguna razón para mentir salvo el orgullo, y ese era ciertamente un pobre motivo.
―Sí, Maestro. ―Bajó la vista para mirar su cicatriz―. Se dice que usted es un mago peligroso y
poderoso.
Un leve resoplido de risa susurró por encima de ella.
―También se dice que resucito muertos, hablo con los muertos y como muertos.
Él le levantó la barbilla con un dedo por lo que tuvo que mirarlo. Silhara estaba tan cerca que
ella vio las líneas finas que se desplegaban desde sus ojos negros y los huecos bajo sus mejillas. Su
boca sensual se curvó en una sonrisa burlona.
―¿Qué crees tú?
―Yo creo en enterarme por mí misma en lugar de confiar en las habladurías de los demás.
Un rayo de aprobación cruzó por los ojos de Silhara antes de que bajara la mano y se apartara
de ella. Martise suspiró, aliviada. El Maestro de los Cuervos era una presencia abrumadora,
aterradora, molesta y fascinante. Estar tan cerca de él, con sus sentidos inundados por la fuerza de
su Don y su masculinidad, hacía que pensar fuera difícil.
Se puso tensa ante su toque en el codo, y luego lo siguió hasta la escalera y el árbol que le había
asignado. La chispa de cordialidad de momentos antes había desaparecido. Su voz era
desapasionada e instructiva, la de un profesor impartiendo la lección a un estudiante.
Silhara alcanzó una de las naranjas que colgaban en racimos de una rama baja y metió la mano
en un bolsillo exterior de su morral. Sacó un par de tijeras pequeñas.
―Corta la fruta suavemente. Si prefieres usar las manos en lugar de las Zjeras, cógela así. ―Se
lo demostró con cuidado, girando y arrancando la naranja de la rama, dejando un trozo de tallo y
el botón de la fruta―. Todavía necesitarás utilizar las podadoras para rebajar los tallos o
perforarán los frutos que has dejado y harán que se estropeen. ―Recortó el tallo que sobresalía
con las Zjeras―. Ahora tú.
Las naranjas estaban frescas al tacto, y ella hizo lo indicado, girar y tirar de una naranja con un
tirón cuidadoso.
Él le dio las tijeras.
―Puedes usar estas. Tengo un par extra.
Cuando ella demostró su competencia a su satisfacción, pasó a la lección siguiente, levantando
la bolsa para que pudiera ver los cordones en la parte inferior.
―Cuando la bolsa se vuelva demasiado pesada, suelta este cordón. El fondo se abrirá, y tu
fruta caerá. Preferiría que la descargaras en las cajas, pero perderás mucho tiempo caminando por
las hileras, por lo que es mejor bajar por la escalera y hacer un montón bajo el árbol. ―Sus ojos se
estrecharon―. No abras la bolsa cuando estés arriba de la escalera. Aplastarías la fruta si la
dejaras caer de tan alto.
―¿Por qué parte del árbol debo comenzar?
Una vez más, esa sonrisa burlona adornó su boca.
―Tan cerca de la parte superior como puedas llegar. ¿Estás segura de que no tienes miedo a las
alturas?
Realizado por GT Página 38
GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Él la estaba aguijoneando una vez más. Sus lecciones de la mañana le habían provocado canas,
pero incluso si le hubieran infundido un miedo repentino a las alturas, Martise no le daría la
satisfacción de que lo viera. Había algunas cosas que su orgullo le ordenaba hacer, esclava o no.
Ella agarró las tijeras con los dedos tensos.
―Muy segura.
―Bien. Entonces no hay razón para retrasarlo. Sube por la escalera, es decir, si puedes subir
con esas faldas.
Ella sin decir palabra le tendió las tijeras y dejó caer la naranja en su bolso. En segundos había
retorcido la falda alrededor de sus piernas a modo de pantalones improvisados, con los extremos
metidos firmemente en su sobreveste.
Esta vez su sonrisa fue genuina.
―Admiro a una mujer práctica. ―Él le devolvió las tijeras y se alejó―. Recuerda mis
instrucciones ―dijo sobre un hombro―. Girar y Zrar con cuidado; cortar los tallos; no dejar caer la
fruta.
¿O qué? Tuvo la tentación de preguntar en un raro momento de rebelión.
Silhara siguió caminando.
―O añadiré un toque especial a la lección de conjuros de mañana, aprendiz.
La caída de sus tijeras casi clavó su pie a la tierra.

Realizado por GT Página 39


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 0077

Un cuervo se posó en el alféizar de la ventana y observó a Silhara mientras se vestía para la


mañana. La luz que iluminaba la habitación perfilaba la silueta del pájaro en la sombra, creando un
punto de oscuridad contra el telón de fondo de naranjos y el cielo de verano.
Ignoró a su visitante y se frotó la sangre y los últimos vestigios de sueño. La luz lastimaba sus
ojos pero le impidió volver a la cama con la esperanza de recuperar unas horas de sueño libre de
pesadillas. Corrupción lo había torturado durante toda la noche con sueños siniestros de un
mundo sometido por el dominio del dios. En esas visiones, él vivía una vida de privilegio
decadente. Una riqueza incalculable, ejércitos para hacer su voluntad, mujeres para cumplir con
cualquier capricho carnal, todo el lujo y deseos satisfechos con un chasquido de sus dedos. Todo
posible por el precio de su humanidad. Lo más tentador de todo era la magia sin límites. La
capacidad de mover montañas, desviar ríos, lograr una vida cercana a la inmortalidad… este era el
mayor regalo que el dios ofrecía, y vertió una corriente seductora de tal poder en el mago
dormido.
Una muestra, Avatar, de lo que te puedo dar si te rindes a mí.
La voz se desvaneció, remplazada por un sueño nuevo, una pesadilla que todavía hacía que
Silhara se estremeciera. Estaba parado en una playa infinita de ceniza en lugar de arena. Sobre él,
un cielo nocturno carente de estrellas y una luna sangraba sobre un océano igualmente negro.
Solo la luz tenue de la estrella de Corrupción proporcionaba alguna iluminación, y su reflejo
bailaba a través del agua ondulante en caminos nacarados. Un viento constante, oliendo no a
espuma de mar o a pescado, sino que a huesos quemados, agitó su pelo y envió la ceniza a
arremolinarse suavemente sobre sus pies, una caricia de fríos dedos muertos a través de los dedos
de sus pies.
Ante él, el océano se extendía en un horizonte sin límites. No había gaviotas sobrevolando en lo
alto; no había peces saltando del agua; no había barcos navegando las olas. Sabía, con la certeza
de todos los sueños, que si abandonaba la playa y se metía en el agua, no habría fondo que tocar,
solo un enorme pozo de líquida oscuridad en la que se ahogaría.
Las olas avanzaban y retrocedían, incesantes en su arrullo hueco. Su música fue interrumpida
bruscamente por una curva de oscuridad surgiendo de las profundidades. La forma se hundió bajo
el agua sólo para surgir otra vez. Las ballenas no nadaban en estos mares sin vida. Él sabía lo que
montaba las olas y acechaba estas orillas muertas. Un leviatán, inmortal e implacable, con una
boca enorme que ingería almas. El rompimiento constante de las olas llevaba el ritmo del viento
mientras la criatura nadaba más cerca.
El terror lo petrificó y esperó. Esperó en una playa cuyas cenizas eran los restos incinerados de
las criaturas que atravesaron un mundo que una vez tuvo vida. Esperó a que el monstruo
emergiera, abriese ampliamente su negra boca y se lo tragara hacía una nada eterna.
Corrupción le susurró en sus sueños una vez más.
Una muestra si no lo haces.
Había despertado en una almohada ensangrentada y las manos le hormigueaban por el toque
del dios. Estuvo tentado a bajar a la cocina y robar un poco de la Orina de Dragón de Gurn. Sólo
pensar en la expresión de su sirviente y de la atenta mirada de su aprendiz le impidió hacerlo. No
tenía ningún deseo de explicar la sangre en su cara o por qué las manos le temblaban tanto que
era incapaz de sostener firmemente una copa.

Realizado por GT Página 40


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Terminó sus abluciones y se quedó mirando fijamente al cuervo que todavía lo observaba. Un
ave de gran tamaño. Más grande de las que normalmente anidaban en la cubierta sombreada de
la arboleda.
—Ven —dijo, e hizo un gesto.
Un rayo chisporroteó por su brazo. Los ojos del cuervo se hincharon y soltó un graznido final
antes de estallar en un montón disperso de plumas humeantes y huesos carbonizados.
Sosteniendo su mano ardiente en su pecho, Silhara miró fijamente el montículo humeante en la
cornisa. Corrupción había dejado su huella en él desde la noche anterior. El hechizo, una orden
apacible que debería haber persuadido en vez de obligado, había ido terriblemente mal. Levantó
su mano. Marcada por nada más que callos duros y manchas de tinta, sus dedos y palma ahora
contenían un perverso poder, uno que hacía su magia imprevisible. Él gruñó. Esto no era bueno. El
poder incontrolado y desconocido era inútil. Por el momento, a menos que optara por lanzar
cualquier conjuro sin importarle las consecuencias, el dios había vuelto su magia impotente.
Sin embargo, no negó la oleada de euforia que corría por su sangre. Sus dedos se sacudieron y
puntos luminosos salieron de sus puntas. Tal poder era más seductor que una mujer hermosa bien
dispuesta. Silhara conocía sus debilidades. También las conocía el dios.
Bajó la mano y se acercó a la ventana. La cálida brisa de la mañana envió las chamuscadas
plumas negras girando sobre la arboleda.
—Mis disculpas, amigo. Matarte no era mi…
El olor de la magia, que no era ni la suya ni la de Corrupción, llegó a su nariz. Conocía ese olor,
familiar y aborrecible a la vez. El pájaro apestaba al Cónclave. Barrió los restos con un gesto brusco
de su mano, limpiando la cornisa. Cayeron en una fina lluvia negra hasta el suelo.
Otro espía de los sacerdotes. Su aprendiz bien podría haber traído el pájaro con ella, o podría
haber vivido entre sus cuervos durante meses, volando a casa de vez en cuando para chismorrear
a sus amos. Su pesar por haber destruido al pájaro desapareció.
Terminó de vestirse y fue a la cocina. Como siempre, té y naranjas lo esperaban en la mesa.
Gurn y Martise estaban sentados uno delante del otro llevando a cabo una conversación
compuesta por señales con las manos y la lírica voz de Martise. Silhara se detuvo en el umbral,
contento de observar sin ser notado.
Aunque no le gustaba tenerla atrincherada en su casa, había llegado a admirar a la espía de
Cumbria. Tenaz y decidida, ella había aguantado sus lecciones matutinas sin vacilación. Su Don aún
tenía que manifestarse, pero no había huido aterrorizada. Silhara despreciaba admitir el fracaso,
pero estaba considerando abandonar los ejercicios matutinos. Hasta ahora no habían logrado
nada más que darle una sensación de malestar en las entrañas.
Lo más sorprendente de todo era que Martise era una buena cosechadora. Lo que le faltaba en
fuerza, lo compensaba en velocidad y meticulosidad. Él sólo tuvo que instruirla una vez sobre la
técnica apropiada de cosechar la fruta. El calor, las mordeduras de hormigas y la picadura
ocasional de alguna avispa borracha por las naranjas fermentadas no la disuadieron. Después de
una semana, era casi tan rápida como Gurn y arruinaba menos naranjas.
Admiraba el juego de la luz del sol sobre su cabello rojizo y el timbre de su increíble voz. Ella
rara veces reía, y nunca para él, pero él a menudo se divertía por los breves destellos de ingenio
que ponía de manifiesto. La monótona criada que se había fundido en las sombras de su estudio
estaba desapareciendo lentamente. La mujer que estaba emergiendo en su lugar lo fascinaba un
poco más cada día.

Realizado por GT Página 41


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Cumbria era más sutil y astuto de lo que le había atribuido al principio. Había más en esta mujer
de lo que su fachada simple indicaba. En la superficie, ella era pésima en su papel de espía, pero él
nunca confiaba en las apariencias superficiales. Martise poseía algo único, algo que Cumbria
podría utilizar con el propósito de hundir a su adversario más odiado. El truco consistía en
encontrarlo antes de que ella lo acorralara con alguna traición condenatoria que traería consigo la
marca de la justicia del Cónclave.
Cael, tendido debajo de la mesa, lo vio primero. Le ladró un saludo pero no se levantó,
contento con yacer bajo el pie de Martise mientras ella frotaba metódicamente su panza con su
talón.
—Chucho perezoso —murmuró mientras se sentaba en la mesa al lado de Gurn. Miró a Martise
que lo saludó con una mirada suave y en voz baja.
—Maestro.
—Has arruinado a mi perro.
Un resoplido de Cael como protesta, reveló que Martise había detenido su masaje. Ella miró a
Silhara cautelosamente.
—Perdóneme, no lo entiendo.
Las naranjas en el plato parecían brillantes, lozanas y poco apetitosas esta mañana. Tomó una y
tranquilamente la peló en una espiral continua.
—Si oigo otra disculpa de tu parte, creo que te ahogaré en el pozo. —Él se tragó una risa
cuando ella palideció—. Martise, debes llevar una terrible carga de culpa por los pecados pasados.
No creo que alguna vez haya oído a una persona decir “lo siento” con tanta frecuencia como lo
haces tú con tan poca provocación. —Se metió un gajo de naranja en la boca y venció el impulso
de vomitar cuando el jugo fluyó en su lengua.
Martise se puso carmesí, pero no dijo nada. Silhara se tragó el bocado de naranja y tomó un
sorbo de té para limpiar su boca. Miró detenidamente bajo la mesa y frunció el ceño a Cael. El
sabueso lo ignoró y rodó bajo el pie de Martise en una petición obvia para que reanudara sus
caricias.
—Lo mimas demasiado. Ahora tengo un buscador de magos que pasa sus días echado con los
cerdos y pidiendo las caricias de una mujer. —Gurn resopló en su taza de té, y Silhara levantó una
ceja—. No es que lo culpe por lo último.
—Estoy confundida, Maestro. ¿Habla usted de los fallos de los hombres o de los perros?
Él casi se atraganta con el segundo pedazo de naranja y lo escupió al suelo. La cara de Martise
se volvió borrosa cuando sus ojos se llenaron de lágrimas. Gurn se rio entre dientes. Su aprendiz lo
observó con su mirada cobriza firme. Durante un momento Silhara captó un destello de humor en
sus ojos antes de que desapareciera.
—¿Importa? A menudo somos uno y lo mismo.
La dejó terminar sus gachas de avena mientras él y Gurn hacían planes para el día de mercado
en Eastern Prime.
—Tomaremos lo que tenemos ahora y se lo entregaremos a Fors el día antes de que el mercado
abra. Él tratará de cobrar una cuota de almacenamiento. —Silhara se sirvió otra taza de té—. Uno
pensaría que después de todos estos años de comercio, habría aprendido que no soy un blanco
fácil.
Las manos de Gurn hicieron patrones en el aire mientras Silhara miraba y contestaba.

Realizado por GT Página 42


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—Martise viajará con nosotros. Ustedes pueden comprar provisiones mientras yo negocio con
nuestro pequeño comerciante codicioso. Cuanto antes acabemos, mejor. Hay más para cosechar,
y no quiero mi fruta podrida en los árboles antes de que la podamos recolectar.
Esperó a que Martise comiera su última cucharada de desayuno.
—¿Has estado alguna vez en Eastern Prime?
—No desde que era una niña. Está demasiado lejos de Asher para tomarse la molestia. El
Obispo Supremo envía sus productos a Calderes, aunque sea una ciudad y un mercado más
pequeño.
—Pero bien conocida por sus artículos de lujo y clientes ricos. —Trazó el símbolo del comercio
Calderano sobre la mesa llena de cicatrices—. Nos acompañarás cuando viajemos a Eastern Prime
dentro de diez días. Estate preparada. Puede que no lo recuerdes, pero Prime es una ciudad
portuaria. Más grande y mucho menos refinada que Calderes. Tienen mercados de esclavos y los
proxenetas siempre están a la caza de mujeres jóvenes. Cuando estemos allí, permanece cerca de
Gurn.
Silhara frunció el ceño, intrigado por su súbita apariencia sombría.
—No es una petición, Martise. Es una orden.
Ella se puso de pie para limpiar su sitio, estremeciéndose cuando su mano libre sostuvo el
borde de la mesa con un apretón tan fuerte que puso sus nudillos blancos. Arrastró los pies hasta
el fregadero, moviéndose más como una vieja medio muerta que como una mujer joven y sana.
Una palidez gris bañó su piel, y no pudo ocultar una mueca de dolor cuando se paró frente a él.
—¿Quiere que lo espere en el salón para nuestra lección?
La imagen del cuervo destruido revoloteó en su memoria. Silhara había prendido fuego a
Martise una vez, durante sus lecciones. Brutal tanto en el propósito como en la ejecución, el
hechizo había sido uno que él había controlado totalmente. Su aprendiz había salido de la
experiencia tambaleándose por la impresión pero ilesa, salvo un dobladillo quemado. Aunque
sentía que se desvanecía, el toque del dios todavía permanecía en sus manos, produciéndole
espasmos intermitentes en los dedos. A pesar de que desconfiaba de ella, Silhara no tenía ningún
deseo de imponer el mismo final, o algo peor, a su aprendiz. Si tenía que matarla, lo haría a su
manera con su magia firmemente bajo control.
Ella se mantuvo pacientemente de pie ante él, esperando su respuesta. Él la estudió con su
mirada. Martise siempre se mantenía erguida, con una tranquila dignidad que había llegado a
admirar. Esta mañana estaba encorvada, el hombro derecho un poco más bajo que el izquierdo.
—Creo que hoy vamos a renunciar a las lecciones.
La sorpresa la hizo abrir mucho los ojos. Incluso Gurn lo quedó mirando, perplejo.
—Caminas como una anciana. ¿Por qué no le dijiste a Gurn que estabas adolorida por la
cosecha?
El rubor que le subió por el cuello hasta sus mejillas ahuyentó el color gris. Ella le echó un
vistazo a Gurn, quien frunció el ceño en desaprobación por su secreto.
—No me pareció importante. Mi trabajo no ha sufrido por ello.
Silhara se levantó para pararse delante de ella. Ella se puso rígida y se estremeció. A él le
gustaba su olor, olía a sol y al jabón de agua de rosas de Gurn.
—No, todavía no. Pero lo hará. No me eres muy útil en una escalera cuando apenas puedes
caminar o mantenerte derecha.

Realizado por GT Página 43


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—Puedo trabajar suficientemente bien… —argumentó antes de cerrar su boca en un silencio


rebelde—. ¿Qué quiere que haga, Maestro? —Preguntó finalmente.
—Puedes mirarme a mí en lugar de a mis pies.
Lo miró a los ojos, su cara carente de expresión. Silhara negó con la cabeza.
—Eso puede engañar a los otros, pero a mí no. —Se dirigió a Gurn por encima del hombro—.
Hoy de todos modos la necesito en la biblioteca. Cosecharemos mañana. ¿Hay velas en la
despensa?
El sirviente asintió con la cabeza y comenzó a limpiar los restos de desayuno de la mesa. Agitó
una mano hacia Martise, frunciendo aún más el ceño. Silhara suspiró y la miró.
—Gurn cree que eres una cosa frágil que merece mi delicadeza. —Él esbozó una sonrisa cuando
ella sostuvo en alto las palmas, dejando al descubierto una gran cantidad de callos, ampollas y una
o dos cicatrices.
—Estas no son las manos de una mujer delicada. No necesito ningún tratamiento especial. —
Ella miró de reojo a Gurn para guiñarle un ojo—. Aunque aprecio la preocupación de Gurn.
Silhara miró a Gurn. Su criado se encogió de hombros, para nada arrepentido por su evidente
amistad con la marioneta del Cónclave. La expresión de Martise reflejaba la de Gurn, un destello
de rebelión bailó en sus ojos por un momento, como si ella lo desafiara a prohibir tal relación.
Él caminó alrededor de ella y se dirigió a la puerta que daba al patio.
—Nadie en Neith recibe un tratamiento especial, pero lo que sí necesito es que trabajes al
máximo de tu capacidad. Y hoy no lo estás. —Le hizo un gesto para que se acercara—. Ven. Tengo
algo para aliviar tus dolores.
El temor y la curiosidad se reflejaron en su rostro pero lo siguió, manteniendo la distancia
detrás de él mientras cruzaban el patio y esquivaban las filas de rosales de Gurn antes de llegar a
una pequeña dependencia adjunta al lado sur de la mansión.
A Silhara le tomó un momento para que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad de la
despensa. Encontró velas en una caja junto a la puerta y encendió cuatro. Martise puso dos en los
candelabros que él indicó sobre la larga mesa en el centro de la habitación. Él puso sus propias
velas en su lugar y esperó mientras ella inspeccionaba su entorno.
La despensa, inmersa en los olores de azahar y aceite de oliva, era su verdadera fuente de
ingresos. Él y Gurn se rompían la espalda cada temporada de cosecha para cargar el carro de
naranjas para la venta en el ajetreado mercado de Eastern Prime. Era suficiente para mantenerlos
alimentados. Pero era el aceite de neroli5 y el petitgrain6 que él destilaba lo que le daba las
mayores ganancias. Los artículos de lujo hechos en pequeñas cantidades y buscados por los
aristócratas ricos, alcanzaban un alto precio en el mercado.
Su aprendiz, fascinada por las hileras de botellas y decantadores que llenaban cada espacio en
las mesas y estantes adosados a los muros, se paseaba por la habitación, tocando de vez en
cuando una cuba de destilación vacía o una botella de perfume decorativa creada para llamar la
atención de una mujer. En la mesa había una serie de candelabros, cuencos, coladores, morteros y
manos de mortero. Hierbas secas colgaban en delgadas cuerdas desde el techo y flores secas de
naranja desparramadas crujían bajo sus pies.
—Usted hace perfumes. —Un ligero anhelo coloreó su afirmación.

5
Aceite extraído de la flor de la naranja.
6
Aceite que se extrae de las hojas y ramas verdes de los naranjos mediante la destilación.

Realizado por GT Página 44


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—Entre otras cosas. Cosechamos flores de un número determinado de árboles a finales de


primavera, junto con hojas y ramas jóvenes. Los aceites y petitgrains tienen un mayor precio que
los jarabes y elixires, pero los dos últimos funcionan bastante bien. Cosecharemos de nuevo en
otoño. El rendimiento no es tan bueno o de tan alta calidad, pero la gente aún los compra.
—Madame Dela-fé siempre usa la esencia de flores de naranja. La mujer me desagrada, pero
adoro como huele.
Silhara levantó una mano para detenerla cuando ella se tensó y separó sus labios para la
inevitable disculpa.
—Has animado mi mañana con esta pequeña información, Martise, pero tus disculpas son
tediosas. —Él no expresó el placer que sentía al saber que la trastornada esposa de Cumbria
compraba sus productos.
Un gran y pesado armario estaba en una esquina. Habían quitado las puertas, dejando al
descubierto estanterías llenas de pequeños frascos y vasijas de barro. Él tomó uno y lo puso sobre
la mesa cerca de donde estaba Martise.
—Quítate la ropa —dijo él.
Él frunció el ceño ante el horror creciente en la mirada de ella. Se había ganado su reputación
haciendo muchas cosas en su vida que lo habían convertido en un paria entre sus vecinos,
conocidos y el poderoso clero que intentaba controlarlo. Pero nunca había violado a una mujer, y
no tenía ninguna intención de hacerlo ahora.
La maravillosa voz de Martise se redujo a un chillido de ratón cuando se apoyó contra la mesa y
le suplicó.
—Por favor —susurró ella, levantando una mano para alejarlo—. Se lo ruego…
—Martise. —Él mantuvo su propia voz desprovista de inflexión y señalando el frasco que había
sacado de la estantería—. Tengo un ungüento para aliviar el dolor en tu espalda. —Él esperó,
inmóvil mientras sus palabras se filtraban en su aterrorizada mente—. ¿No crees que si quisiera
forzarte, ya lo habría hecho? Incluso Gurn, a pesar de tu amistad con él, no me detendría.
Tampoco podría.
Ella lo miró fijamente, sus ojos todavía enormes, con miedo, pero su respiración agitada se
había ido calmando con sus palabras. Silhara notó que mientras ella se encogía ante él, la mano
contraria a la que lo mantenía simbólicamente a raya buscaba un arma en la mesa detrás de ella.
Él Inclinó la cabeza en señal de aprobación. Ella podía estar aterrorizada, pero no derrotada.
Lucharía contra él, a pesar de tenerlo todo en su contra.
—Tanto si aceptas mi ayuda o no, significa poco para mí. Puedes seguir recogiendo naranjas
con todo tu noble sufrimiento, con tal de que las recojas. Decídete. Estamos perdiendo el día.
Varios segundos de tensión pasaron en silencio mientras esperaba. Martise respiró
profundamente y relajó sus músculos, uno a uno.
—Me duele la espalda y el hombro.
—Me lo imagino. —Le hizo señas para que le mostrara su espalda y sacó el tapón de corcho del
frasco—. Gurn hace este ungüento, no yo. Si no lo conociera, pensaría que usa un hechizo en su
fabricación. Es muy eficaz. —Mantuvo un flujo constante de conversación mientras ella le daba la
espalda y se desataba la túnica y el leine7—. Es un bastardo cauteloso con la receta. Se niega a
revelar sus secretos. Supongo que tendré que sacársela bajo tortura uno de estos días.

7
En gaélico irlandés, una especie de larga camisa o túnica de lino que llegaba hasta las rodillas.

Realizado por GT Página 45


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Martise bajó sus ropas hasta que quedaron en el pliegue de sus brazos. Su voz era remilgada.
—Esto debería ser suficiente.
Él podría haberse reído si no hubiese estado tan distraído por la visión que tenía ante sí. Su
nuca, oscurecida en un tono color miel por haber trabajado a la intemperie, contrastaba
bruscamente con la piel marfileña de sus hombros. Envuelta en sus ropas de lana desechadas,
presentaba una forma con todo el encanto de una patata, no así cuando se desprendió de la ropa.
La línea elegante de su espalda desembocaba en una cintura delgada y en la suave curva de sus
caderas. Dos hoyuelos superficiales marcaban la terminación de su espalda, tentándolo a
presionar un dedo en sus hendiduras. Silhara no era escultor, pero de pronto comprendió por qué
los hombres con tal talento se inspiraban en tallar la belleza en piedra.
Esa espalda sin defectos, ahora estaba estropeada por deformes músculos en tensión que se
curvaban por debajo de su omóplato derecho. Había otro nudo donde el cuello se encontraba con
su hombro.
Martise, inmóvil como una columna de mármol, se tensó aún más bajo su silencioso estudio.
Ella siseó de dolor por sus molestias y comenzó automáticamente a masajearse la parte superior
del hombro con la mano opuesta. Silhara obtuvo un breve vistazo de la curva de un pecho antes
de que ella recordara su posición y bajara su mano hacia su posición original. Él rio entre dientes
por el rubor que enrojeció su nuca.
—Malgastas tu modestia en mí. —Colocó una porción de linimento frio sobre su espalda,
haciendo caso omiso de su jadeo—. He visto más pechos desnudos en mi vida que un gremio de
nodrizas. —Sus dedos trabajaban círculos continuos sobre su espalda y hombro, masajeando con
el curativo ungüento. El músculo congelado debajo de su omóplato se mostró inflexible al
principio, y se preguntó cómo había logrado aguantar los días de cosecha sin pronunciar una
palabra de queja.
—Antes de que mi madre contrajera la viruela, trabajó en un burdel que atendía aristócratas.
Yo me ganaba una moneda o dos haciendo recados o entregando mensajes a otras hurís8. Para
ellas era una práctica común desnudarse… una manera fácil y eficaz de mostrar sus mercancías a
un potencial cliente.
Ella giró un poco la cabeza. Su mirada de reojo era de curiosidad.
—¿Cuántos años tenía?
—Seis o siete. Fue lo mismo cuando fui mayor, y mi madre trabajaba en los muelles. —Él siguió
masajeando su espalda, subiendo a la zona apretada en la parte superior de su hombro. Él sonrió
cuando ella lentamente se relajó bajo sus manos—. Y tuve mi cuota de novicias en el Reducto del
Cónclave. —Presionó la palma de la mano en una banda estrecha de músculos y Martise chilló—.
Ahora, si tuvieras tres pechos, podría sentir la suficiente curiosidad para no sacarte los ojos de
encima.
La risa de ella llenó el pequeño espacio antes de que la encubriera en una tos. Eso, más que el
sedoso deslizamiento de su piel bajo sus palmas, lo embrujó. Él nunca había oído su risa antes. Tan
lírica como su voz, su risa la transformó de una pava a un cisne. De pie detrás de ella, solo tenía
una vista de su pelo fuertemente atado y su suave espalda. Podía mirar por encima de su hombro
y ver como apretaba su escote contra sus brazos cruzados, pero no podía ver su rostro. Las ganas
de girarla para poder verla reír de nuevo fueron casi abrumadoras.

8
Prostitutas

Realizado por GT Página 46


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Sus manos resbaladizas se deslizaron hasta la cintura, los dedos presionaron sus costados
mientras sus pulgares se posaron en los hoyuelos que le habían coqueteado cuando ella reveló por
primera vez su espalda. Una ola de calor bañó sus miembros. Martise, piel suave, oliendo a flores y
a mujer cálida, estaba suficientemente cerca para que los latidos de su corazón hicieran vibrar su
pecho cuando él se inclinó sobre su espalda. Ella no se movió, pero su inmovilidad era la de una
presa atrapada. Su respiración era superficial, y un rubor espolvoreaba su cuello y hombros.
Él retrocedió, sacado de su estupor al ser consciente del miedo que ella sentía. Se limpió las
manos con el dobladillo de su camisa y tapó el frasco de linimento.
—Hemos terminado aquí. Vístete. —Se felicitó por la frialdad de su voz.
Ella se cubrió con la túnica y el leine de un solo tirón, atando de nuevo sus cordones sin mirarlo.
Él deslizó el frasco hacia ella.
—Aquí tienes. Sospecho que sientes las piernas tan doloridas como la espalda, pero puedes
atenderlas tú misma, no sea que olvidemos quién es el amo aquí y quién no.
Él vertió una gran cantidad de desprecio en sus palabras, enojado por su breve pérdida de
control. Martise se puso frente a él, su cara inexpresiva, sus ojos brillando en las sombras de la
despensa. Agarró el frasco.
—Gracias, Maestro.
Él se dirigió hacia la puerta.
—Llévatelo a tu habitación, luego reúnete conmigo en la biblioteca. Gurn te mostrará donde
está si no lo sabes todavía. Es hora de que te use para el propósito que te mantiene bajo mi techo.
Él salió de la despensa y se dirigió a la casa, rezongando todo el camino sobre perros perezosos,
sirvientes insolentes, dioses entrometidos y los males del sexo femenino.

Realizado por GT Página 47


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 0088

Martise alargó la mano entre las ramas repletas de espinas y cortó un racimo de naranjas. Estas
cayeron en su palma lo suficientemente fuerte para presionar su mano contra una espina cercana
de modo que perforó su guante y pinchó su nudillo medio.
—¡Ay! —Se apartó bruscamente de la punta de aspecto maligno que sobresalía de la rama. La
espina se rompió, dejando un dolor agudo irradiando en sus dedos. Dejó caer las naranjas en su
bolsa y se quitó el guante para revisar la lesión. Nada más que un pinchazo rojo, pero sentía como
si Cael hubiera hundido uno de sus colmillos en ella. Fulminó al árbol con la mirada. La cosecha de
naranjas era un trabajo sucio y doloroso, muy diferente de la cosecha de aceitunas. Hasta ahora
había sido empujada, picada y mordida por los diversos insectos que se arrastraban o volaban
sobre los árboles y por los propios árboles. Los cuervos eran otra plaga. Rara vez pasaba un día sin
que tuviera que limpiar los excrementos de su sombrero.
Gracias misericordioso Bursin por la biblioteca de Silhara. Esperaba con ansias el almuerzo y las
horas siguientes. Pasar la última parte del día y la noche entre tomos que olían a humedad
traduciendo lenguas muertas era preferible a esto, aunque tuviera que luchar contra una
ocasional araña sobre un manuscrito.
Un húmedo plaf golpeó el ala de su sombrero. Sobre ella, un cuervo posado en una rama la
miro con una malvada mirada oscura. Lo ahuyentó con su guante suelto. El ave aleteó y saltó fuera
del alcance pero se negó a abandonar su lugar.
—Maestro de los Cuervos —murmuró—. Más bien Maestro de las Hormigas, o Maestro de las
Avispas, o Maestro del Excremento de Aves.
Se volvió a poner el guante en su mano dolorida y miró al cuervo. Silhara podría desaprobar el
uso de la magia de Cumbria para recoger su cosecha de aceitunas, pero desde donde estaba,
equilibrada sobre una destartalada escalera y encerrada entre ramas repletas de espinas, la idea
tenía un verdadero merito.
Contempló al cuervo. El tiempo había volado en Neith. Había pasado más de un mes y no
estaba más cerca de encontrar evidencias de los supuestos delitos de Silhara que cuando llegó por
primera vez. Cumbria estaría impaciente por recibir noticias. Martise no tenía nada que ofrecerle
aparte de que la estrella de Corrupción parecía flotar sobre la mansión en esos días, y que el mago
ignoraba deliberadamente su presencia. El obispo podría estar interesado en saber que ahora
tenía acceso a la biblioteca, pero había muy poco que decirle excepto que le habían impuesto la
tarea de encontrar un ritual de muerte que pudiera destruir al dios. Eso era mejor que nada.
Con los cientos, si no miles, de cuervos que vivían en el bosque, era imposible saber si el cuervo
mensajero de Cumbria estaba cerca, esperando a que ella lo llamara. Si solo hubiera elegido otra
forma para llamar a Micah. A pesar de que había sido agraciada con un tono de voz que
hipnotizaba muchedumbres, no podía cantar una sola nota. Los criados de Asher le habían
suplicado que no cantara con ellos mientras abatanaban9 la lana, prensaban las aceitunas o
realizaban las interminables tareas que mantenían Asher funcionando sin problemas. Y los
sabuesos de caza nunca dejaron de hacer un coro de aullidos cuando la oían.
Se encogió de hombros. Fue idea de Cumbria que cantara al ave para llamarla, y ella era una
esclava obediente. Bajó dos peldaños de la escalera y miró debajo de las ramas. El bosque a su

9
Proceso por el que se batía o golpeaba el paño o los tejidos de lana en el batán para que tuvieran mayor
resistencia, entre otras cosas.

Realizado por GT Página 48


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

alrededor estaba en silencio, vacío. Silhara cosechaba los árboles en otro rincón del huerto, y Gurn
estaba en la casa preparando el almuerzo. Estaba sola aquí, excepto por el cuervo, que
gentilmente le había decorado el sombrero. Martise esperaba que permaneciera el tiempo
suficiente para escuchar los primeros acordes de su canción de cuna. Una venganza apropiada.
Subió al árbol de nuevo, agradecida por su cubierta esta vez. Apoyada en la escalera, se aclaró
la garganta y cantó el primer coro de la canción de cuna Nanteri. Como había predicho, el cuervo
rápidamente abandonó su percha y se alejó volando. Ningún ave volvió para remplazarlo. Martise
terminó el arrullo, haciendo un gesto de dolor por las desafinadas notas que salían de sus labios, y
esperó. Micah no llegó. Lo intentó de nuevo, un poco más fuerte. Seguía sin haber ningún cuervo
mensajero. Intentó una tercera vez, casi gritando las palabras para que el ave la oyera. A lo lejos,
Cael aulló en respuesta.
Bien entrado el segundo coro y casi ronca por sus esfuerzos, no escuchó a su visitante hasta
que las ramas a su alrededor se sacudieron. Chilló sorprendida cuando su escalera golpeó contra la
rama de apoyo. Las hojas crujieron y se separaron, revelando los rasgos bruscos y polvorientos de
Silhara. Sus ojos estaban abiertos de estupefacto horror. Había subido a su árbol y se balanceaba
sobre una rama gruesa justo debajo de ella. Su estatura lo puso al nivel de sus ojos, y ella se
sonrojó ante la mirada horrorizada en su rostro.
—¿Qué, en el sagrado nombre de Bursin, es eso? —gruñó.
Si fuera posible morir de vergüenza, Martise estaba segura que no sobreviviría los próximos
minutos.
—Estaba cantando.
Sus cejas se elevaron casi hasta la línea del cabello.
—Cantando. ¿Es así como lo llamas? Sonaba como si alguien estuviera torturando a un gato.
—Pensé que podría trabajar más rápido si cantaba. —Secó el sudor de su frente con una mano
enguantada y lamentó la acción. El aceite de los cítricos había quedado sobre su piel quemada.
Cael seguía aullando, y una puerta se cerró de golpe.
—Será Gurn viniendo a rescatarnos de lo que él piensa es un demonio que nos está atacando.
—La rama de apoyo de Silhara crujió al ajustar su postura y se inclinó hacia ella—. Dime algo,
Martise. ―Una hoja lo golpeó en el ojo, y la arrancó de su rama con un irritado chasquido—.
¿Cómo es que una mujer, bendecida con una voz que podría hacer a un hombre correrse, canta
tan mal como para asustar a los muertos?
Se salvó de tener que responder la descabellada pregunta por el ruido de unos pasos corriendo.
Silhara desapareció brevemente de la vista cuando se dobló para saludar a su visitante.
Desafortunadamente, sus respuestas a las preguntas silenciosas de Gurn fueron fuertes y claras.
—Era Martise lo que oíste. Estaba… cantando.
—Confía en mí, no estoy bromeando. Puedes descargar tu arco.
Su siguiente respuesta indignada la hizo sonreír.
—¡No, yo no estaba golpeándola! ¡Ella es la que me estaba atormentando con esos espantosos
gemidos!
Martise ocultó su sonrisa cuando reapareció ante ella. Su ceño fruncido era feroz.
—No cantes. —La señaló con un dedo para dar énfasis—. Has asustado a mi perro, a mis aves y
a mi criado con tus aullidos. —Hizo una pausa—. Incluso lograste asustarme a mí.
—Lo siento, Maest… —se detuvo cuando el ceño se hizo más profundo.

Realizado por GT Página 49


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—No cantes —repitió él.


Ella asintió. ÉL La miró por última vez en señal de advertencia antes de abandonar la rama y
bajar ágilmente del árbol.
Bueno, pensó Martise. Todo había terminado en un completo fracaso y humillación. No sabía
cómo Cumbria esperaba que le enviara mensajes cuando su mensajero no respondía a sus
llamadas. Por otra parte, si Micah tuviera algo de sensatez, se habría ido volando con el resto de
los cuervos con su primera nota chillona.
Sus pensamientos se quedaron atrapados en el comentario grosero de Silhara respecto a su
voz. El elogio más ambiguo que jamás había recibido, aun así, logró enviar un calor agradable a
través de ella. La mayoría de las veces temía tales comentarios de la gente, incluso los más
refinados. Normalmente estaban acompañados por la cruel observación de que era una lástima
que su rostro no se correspondiera con su voz.
Nunca se había hecho ilusiones respecto a su apariencia. Había sido engañada una vez,
haciéndole creer que eso no le importaba a alguien y había salido con el corazón herido por su
error. Los pequeños comentarios hirientes sobre su simpleza, ya fueran intencionales o
accidentales, dolían menos después de tantos años, pero el dolor nunca desaparecía
verdaderamente. Estaba agradecida de que Silhara, tan brusco y sarcástico como podía ser a
veces, solamente una vez hubiera comentado su apariencia. Incluso entonces, no estaba segura de
si había malinterpretado su brusco comentario sobre no molestarse en acicalarse para ellos. Si él
pensaba que ella era tan sosa como hacían los demás, se guardaba sus opiniones para sí mismo.
Hizo una pausa para alcanzar otro racimo de naranjas y sacudió la cabeza para librarse del
recuerdo de su rato con él en la despensa. La violación no exigía belleza. La contundente orden de
Silhara de desnudarse casi la había conducido a un pánico absoluto. Solo el evidente desinterés en
sus ojos, y la nota medio aburrida, medio irritada de su voz áspera la tranquilizó. Él había
masajeado el linimento en su espalda con dedos fuertes, amasando músculos tensos y doloridos,
hasta que casi cayó como un montón de gelatina al suelo.
Él tenía buenas manos. Elegantes, expertas. Eran las manos de un estudioso salvo por los callos
ásperos que cubrían las yemas de sus dedos y endurecían sus palmas. Había aliviado el dolor de
músculos que todavía no estaban acostumbrados a los rigores de la cosecha de naranjas, al mismo
tiempo que la entretuvo con anécdotas de su pasado. Había sufrido una dura infancia, sin
embargo hablaba de ella y de su madre en un tono natural, como si todos los niños de seis años
vivieran en un burdel y actuaran de mensajeros para las hurís y los hombres a los que prestaban
sus servicios. Incluso la había sorprendido haciéndola reír. El suyo era un humor irreverente, seco
y a menudo sarcástico.
Martise frunció el ceño y cortó el racimo de naranjas de su rama con más fuerza de la
necesaria. Él la fascinaba, la atraía como ningún hombre antes de él. Ni siquiera su antiguo amante
Balian, a quien alguna vez pensó que amaba. La sensación de Silhara cerca, detrás de ella,
acariciando su piel con sus manos ásperas, la había hipnotizado. Su primer temor se había
evaporado, haciéndola consciente de que estaba a solas con él en la oscura y aromática despensa.
Esa conciencia se había convertido en una corriente que danzó por su espina dorsal cuando sus
manos bajaron a su cintura, flexionando los dedos suavemente contra su piel. Había encorvado su
alto cuerpo sobre el suyo, y ella se había ahogado en un sinfín de sensaciones… la dulzura del
humo de tabaco y del azahar, un susurro de tela, el soplo de aire cosquilleándole en la oreja
mientras él se acercaba. Gracias a Bursin se había apartado cuando lo hizo, o podría haber tenido

Realizado por GT Página 50


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

la tentación de inclinarse hacia atrás en su calidez, olvidando su propósito en Neith y las razones
por las qué debería despreciarlo.
Él era un enigma. Para cualquiera excepto quizá para Gurn. Hijo de una prostituta,
terrateniente pobre, entrenado por el Cónclave, un notorio mago en lugar de uno de renombre, él
era una extraña combinación de papeles opuestos. Elocuente y vulgar por turnos, era rápido con
un chiste o un insulto. Sus métodos para hacerla manifestar su Don eran aterradores y extremos.
Martise se sintió aliviada cuando él declaró que eran inútiles y los detuvo. Era un amo estricto,
reprendiéndola cuando hacia algo mal, pero igualmente dispuesto a mostrarle la forma correcta
de completar la tarea. Trabajaba con ella y Gurn de sol a sol e incluso más tarde, cuando trabajaba
en traducciones e investigaciones en la biblioteca a la luz de las velas. Nadie ponía en duda quién
gobernaba aquí, pero Silhara trabajaba tan duro, si no más, de lo que lo hacían ellos y nunca
renunciaba a hacer cualquier tarea.
Incluso ahora, él estaba apostado en un naranjo cercano, probablemente aplastando avispas y
esquivando los excrementos de pájaros mientras recogía frutas, y maldiciendo su nombre por
aporrear sus oídos con su canción de cuna. La imagen la hizo sonreír y ahuyentó el seductor calor
reunido en su vientre.
Se salvó de una mayor introspección por un fuerte ruido metálico. Gurn los llamaba a almorzar.
Su estómago gruñó en respuesta, por lo que se apresuró a dejar el huerto, quitándose el sombrero
y limpiando su cara y manos en la bomba del pozo.
Los ojos azules del criado brillaban mirándola cuando le hizo señas desde la puerta de la cocina.
Martise, ahora acostumbrada a su particular lenguaje, se ruborizó y levantó la barbilla.
—Estás exagerando. Mi canto no era tan malo.
Él resopló en desacuerdo y la empujó hacia la mesa.
Estaba sentada y sirviendo té para todos cuando Silhara entró por la puerta. Su rostro, todavía
húmedo tras un lavado rápido, era sombrío. Se sentó en su lugar habitual frente a ella. Martise
esperaba un ácido comentario adicional sobre su canto, pero él solo se dirigió a Gurn.
—Necesitamos lluvia. Esta sequía ya ha durado demasiado. Algunos de los árboles más jóvenes
están perdiendo las hojas. Si esto sigue así, tendremos poca floración llegado el otoño.
Los rasgos normalmente amables de Gurn estaban tan oscuros como los de Silhara. Terminó de
poner en la mesa el resto del almuerzo y se sentó. La cocina estaba mortalmente en silencio hasta
que Martise, picada por la curiosidad, habló.
—¿Qué significará eso para su huerto?
Silhara llenó su plato con queso, pan, lonchas de carne de cerdo ahumado y tomates pequeños
del jardín de Gurn.
—Una mala cosecha para el próximo año. —Deslizó el siempre presente cuenco de naranjas
hacia Gurn—. Demasiada caída de hojas significa menos flores. Menos flores significa menos fruta.
Menos de fruta para vender, menos dinero. Moriremos de hambre. —Tenía esa familiar media
sonrisa burlona—. Menos mal que soy un mago cuervo. Venderemos nuestra magia como las hurís
venden sus cuerpos.
Martise no respondió. Todo el mundo sabía de la aversión del Cónclave por los magos que
vendían los trabajos de sus Dones por dinero. El título otorgado a Silhara de Maestro de los
Cuervos no era ningún cumplido.
Ella se limitó a tomar el té y a escucharlo hablar con Gurn y planear su viaje a Eastern Prime. Ya
no lo miraba asombrada mientras comía. La primera vez que se había sentado para almorzar con

Realizado por GT Página 51


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

ella y Gurn, ella había mirado boquiabierta como consumía una barra de pan, la mitad de una
pequeña rueda de queso, un pollo entero, cinco huevos hervidos y un cuenco de aceitunas.
Había esperado que él comiera más en el almuerzo de lo que comía en el desayuno, pero la
sorprendió. Después de horas de trabajo en la arboleda, para la hora del almuerzo ella estaba
muerta de hambre, y eso que tenía la avena de Gurn pegada a sus costillas.
No sabía cómo Silhara conseguía trabajar habiendo desayunado tan poco. Su escasa comida de
té y dos naranjas por la mañana no sostendría a un niño hasta el mediodía. Él lo compensaba en el
almuerzo. No era de extrañar que el criado horneara suficiente pan para un ejército y mantuviera
un gallinero lleno gallinas ponedoras.
—¿Has encontrado algo sobre los rituales de dioses? —Se metió un tomate en la boca y
masticó.
Ella hizo una pausa en untar con mantequilla una rebanada de pan.
—Solo unas cuantas cosas, y ninguna habla de derrotarlos a través de la magia. Las crónicas
Dalatianas mencionan a un dios destruido por medio de la incredulidad. Pero eso tomó
generaciones para lograr el objetivo y la introducción un nuevo dios.
Silhara clavó un trozo de carne de cerdo con su cuchillo.
—¿Generaciones? Eso es un lujo de tiempo que no tenemos. Dudo que Corrupción vaya a estar
contento de esperar otros pocos cientos de años antes de tomar el control.
Ella asintió.
—Antes de venir a Neith, había rumores de plagas extrañas en las provincias del sur. De cultivos
muriendo sin causa aparente y hambruna en las zonas periféricas.
Él frunció el ceño.
—Un dios impaciente es peligroso. —Juntó las manos y la miró sobre las puntas de sus dedos—.
Esfuérzate más. Mi biblioteca es extensa. Debe haber algo.
Un gruñido de frustración subió por su garganta, y ella lo tragó. Le había asignado una tarea
nada fácil. Su biblioteca era extraordinaria. Una habitación de estanterías que se extendían desde
el suelo hasta el techo, llenas a rebosar de tomos, pergaminos y fajos de manuscritos en hojas
sueltas. Algunos parecían casi nuevos, mientras que otros se deshacían bajo sus dedos, tan antigua
su tinta que se había desvanecido hasta quedar meras sombras sobre el pergamino amarillento.
No tenía ninguna duda de que alguna joya de información permanecía oculta en esa montaña de
conocimiento, pero la búsqueda resultaba ser monumental y abrumadora. Poseía un talento único
para recordar cada detalle que había leído, cada conversación que oía. Pero era una sola mujer
entre miles de documentos.
Silhara la ayudaba por la noche, cuando terminaba su trabajo en el huerto al anochecer. A
veces cenaban en la biblioteca, con Gurn sacando libros de los anaqueles altos mientras ella y
Silhara estudiaban minuciosamente páginas de palabras arcaicas, en busca de esa ceremonia que
podría ayudarlos. Con todo el poder de su Don, él no poseía su habilidad con la traducción, ni su
memoria. Él descifraba el texto mucho más lento que ella. Hubo momentos en que él la había
clavado con una mirada especulativa cuando ella lo había dirigido a una página específica de un
grimorio10 para obtener más información. Hasta el momento todos sus esfuerzos habían sido

10
Libro de conocimiento mágico escrito entre la Alta Edad Media y el siglo XVIII. Tales libros contienen
correspondencias astrológicas, listas de ángeles y demonios, instrucciones para aquelarres, lanzar encantamientos y
hechizos, mezclar medicamentos, convocar entidades sobrenaturales y fabricar talismanes.

Realizado por GT Página 52


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

infructuosos, y Martise estaba tan frustrada como él por su falta de progreso. Esforzarse más. Se
quedó mirando su plato.
—Martise, baja tu cuchillo. Hay más de unas cuantas personas ansiosas por arrancarme el
corazón. Tendrás que ponerte a la fila.
Ella levantó la mirada, sorprendida. La diversión iluminaba sus ojos oscuros. Miró su mano
empuñando el cuchillo en un apretón mortal. El cuchillo golpeó la mesa con estrépito. Se aclaró la
garganta y se detuvo justo antes de disculparse cuando los ojos de él se estrecharon.
—Yo no estaba…
—¿No estabas qué? ¿Soñando con la manera de despellejarme y clavar mi piel en la puerta de
mi habitación? —Se rió, un áspero sonido chirriante—. Eres mejor que la mayoría para ocultar tus
pensamientos. —Hizo una pausa, y bajó la mirada. El timbre de su voz cambió, suave y profundo—
. Pero tienes una boca expresiva. Lo que esconden tus ojos se revela ahí.
Su estómago dio un salto mortal contra sus costillas. Se lamió el labio inferior. Los ojos de él
estaban más oscuros que el más prohibido hechizo arcano. Tomó aire, tan nerviosa por su
reacción a sus palabras como por las palabras mismas.
—Voy a esforzarme más.
—Estoy seguro de que lo harás. —Arrastró su mirada hacia Gurn—. Saca el cofre grande de la
esquina de la ventana sur y ábrelo. Ella puede buscar en los grimorios.
La miró de nuevo. Su voz era áspera otra vez.
—Intentaremos algo nuevo esta noche. Tengo los libros obtenidos del Torreón de Iwehvenn.
Antiguos tomos con escritos acerca de las Wastelands y su antigua magia. Puede que no haya nada
útil para nosotros, pero vale la pena darle una ojeada.
El sorbo de té que ella había tomado se amargó en su boca. Tragó con dificultad.
—¿El Torreón de Iwehvenn? ¿La fortaleza del lich11?
Él asintió.
—Esa misma. El Devorador de Almas está mucho más interesado en darse un festín con el
espíritu del viajero desafortunado que en la lectura. No echará de menos lo que tomé.
Martise luchó para impedir quedarse boquiabierta delante de él. Había crecido escuchando las
historias de terror del Comedor de Almas de Iwehvenn y las desafortunadas víctimas que habían
caído presas de su apetito voraz. Que Silhara hubiera violado voluntariamente la fortaleza del lich
y hubiera salido ileso era extraordinario, y un testimonio de su astucia y el poder de su Don.
No era extraño que los sacerdotes le temieran. Un mago tan joven, que contaba con tal poder,
era formidable y no fácilmente igualado ni derrotado.
Silhara apuro su taza y se levantó.
—He perdido bastante tiempo. —Miró a Martise—. Gurn te mostrará donde guardo esos
tomos. Los dedos pueden dolerte. La corrupción del lich aún permanece en las páginas.
La dejó con un recordatorio de advertencia.
—Nada de cantar en la biblioteca. Nada de cantar en ninguna parte. Si te escucho, me
encargaré de que estés tan muda como Gurn el resto de tu estancia en Neith.
Ella levantó las manos en señal de rendición.

11
En la fantasía moderna, un liche (o lich) es una criatura no muerta, resultado de la transformación que un mago
poderoso obra sobre sí mismo mediante hechizos o rituales para alcanzar la inmortalidad.

Realizado por GT Página 53


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—Nada de cantar. Lo juro.


El resto del almuerzo fue rápido y sin incidentes. Martise ayudó a Gurn a quitar la comida y
lavar platos.
—Gurn —dijo. Él hizo una pausa para enderezarse de la despensa—. El huerto es más que una
fuente de ingresos, ¿verdad? Silhara ama esos árboles.
Mudo, pero experto en expresar sus pensamientos y opiniones, cubrió con sus brazos largos la
puerta de la despensa y la contempló con sombría aprobación. Incluso si no hubiera asentido y
confirmado su suposición, sabía que tenía razón. Silhara atesoraba su pequeño naranjal del modo
que otro hombre atesoraría a su amada esposa o a su hijo. Martise frunció el ceño, extrañamente
preocupada por su observación. Aún no había descubierto su herejía, pero había encontrado su
vulnerabilidad.
El inquietante pensamiento se quedó con ella mientras se dirigía a la biblioteca y a los tomos
que esperaban su lectura. Su sufrido suspiro resonó en la cavernosa habitación, muy lejos de su
reacción al ver la biblioteca por primera vez. La biblioteca de Cumbria en Asher era extensa, pero
nada comparada con la de Neith. Solo la del Cónclave la igualaba en alcance y variedad, y esa
biblioteca servía a cientos de sacerdotes y novicios.
Las ventanas eran estrechas, flanqueadas por estantes, la luz se filtraba desde el sur y el este.
Por la noche, a menudo se distraía de su lectura por el brillo de las estrellas y la luna que colgaban
como joyas en el marco de la ventana del cielo nocturno… y aliviada de no ver la estrella de
Corrupción desde esta posición ventajosa.
La habitación no estaba tan polvorienta como la mayor parte de la mansión, pero estaba lejos
de estar ordenada. Grimorios y pergaminos estaban esparcidos por el suelo y apilados de manera
desordenada en los estantes. Las dos mesas colocadas en el centro casi se hundían bajo el peso de
más. Los cofres abiertos desbordaban páginas sueltas en el suelo. Le había llevado dos días
descubrir una manera ordenada de llevar a cabo su investigación y no ahogarse en un mar de
pergaminos.
Gurn llegó y señaló un pequeño cofre escondido en una esquina cerca de las ventanas del sur.
Lo abrió con una llave oxidada, y una nube de polvo se elevó del interior del cofre. Martise se
atragantó, y Gurn se cubrió la boca con el borde de su túnica mientras sacaba la pila de grimorios y
los amontonaba en el suelo.
Ella contempló la cubierta del primer tomo, cautivada por los símbolos curvos grabados en la
piel agrietada. Reconoció la escritura, una escritura extinguida de los lejanos países del norte que
limitaban con la tierra extranjera de Waste. Una de sus mentoras del Cónclave, una antigua
sacerdotisa y escribana de esas tierras lejanas, le había enseñado a leer tempranamente Helenese.
Recuérdalo siempre, Martise —había ordenado con voz aguda—. Hay pocos supervivientes que
pueden leer el antiguo idioma del Norte. Demasiado conocimiento se ha perdido ya.
Gurn revoloteaba a su lado, observando los libros con más repugnancia que fascinación. Ella lo
despidió con la mano.
—Adelante, Gurn. Silhara probablemente se esté preguntando qué es lo que te retiene tanto
tiempo. —Se puso de rodillas ante de los libros—. Estaré bien aquí.
No lo oyó marcharse, demasiado embelesada por el conocimiento revelado dentro de los
libros. Sus manos hormigueaban desagradablemente cada vez que tocaba las páginas. Ligeras
náuseas agitaban su estómago, pero no lo suficiente para hacerla abandonar el tesoro de
información que tenía ante ella. Se sentó más cómodamente en el suelo y comenzó a leer.

Realizado por GT Página 54


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

El sol del ocaso proyectaba largas sombras sobre su regazo. Martise levantó la cabeza por
primera vez en horas, consciente del dolor en su cuello y el comienzo de un dolor de cabeza. La
biblioteca había tomado un cariz surrealista, plateada con el ascenso de la luna y los últimos
destellos de las motas de polvo.
—Una mujer vestida con la luz de la luna es una buena visión por cierto.
Silhara se paró junto a ella, se había acercado silencioso como siempre. Las sombras
acentuaban los espacios bajo sus pómulos y resaltaban el arco de su nariz. Él la miraba con ojos
brillantes.
—¿Te has esforzado más, Martise? —Su voz, demasiado dañada para ser una caricia, acarició su
piel.
Ella levantó el libro que sostenía hacia él.
—Sí, Maestro. Y creo que he encontrado a su asesino para el dios.

Realizado por GT Página 55


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 0099

—¿Qué quieres decir con que falta la mitad del ritual?


Silhara frunció el ceño por los dispersos papeles sueltos que Martise había extendido ante él. La
luz de las velas bailaba con el resplandor de la luna que fluía a través de las ventanas de la
biblioteca. Martise, sentada junto a él, se pellizcó el puente de la nariz. La acción le dio que
pensar. Su aprendiz, normalmente tan diligente en ocultar sus emociones, había revelado hoy dos
veces su frustración con él. Primero, el cuchillo firmemente agarrado en su mano en el almuerzo y
ahora esto. No sabía si reír o reprenderla. Pero no pudo resistir la oportunidad de aguijonearla.
—¿Perdiste las páginas adicionales? No me gusta el descuido, Martise.
Él oyó cómo sus dientes se cerraron de golpe.
—No, Maestro. No había páginas adicionales para perder.
Ella se frotó las sienes. Era pasada la medianoche, y los dos habían estado estudiando éste
tomo en particular desde que él regresó a la biblioteca y la encontró sentada en el suelo con los
libros del lich desplegados a su alrededor.
—Como puede ver, las páginas se están cayendo del libro. —Señaló con una mano las partes
individuales—. La cubierta está vieja y los hilos putrefactos. Me sorprende que se hayan
mantenido unidas tanto tiempo. —Su mirada de soslayo era vacilante—. ¿Es posible que algunas
páginas se cayeran y fueran dejadas atrás cuando robó… quiero decir, cuando tomó los libros?
Él se reclinó en su silla y maldijo.
—No posible. Probable. No tenía ningún deseo de entretenerme y probar el tipo de
hospitalidad del devorador de almas. Esas páginas, y otras, probablemente están acumulando
polvo en la biblioteca de Iwehvenn. —Él le sonrió con satisfacción—. Y por lo general soy un ladrón
muy cuidadoso.
Martise se sonrojó y bajó los ojos.
—No fue mi intención ofender.
—Ah, otra manera de disculparse. Tienes un impresionante arsenal de declaraciones
conciliadoras. He conocido esclavos menos contritos que tú.
Su expresiva boca se apretó en una delgada línea. Ella tenía una mandíbula delicadamente
curvada y su cabello recogido revelaba un largo cuello. Silhara tampoco se había dado cuenta
antes. Un truco de la luz de la luna, pensó. Adornada por el efecto del resplandor plateado
penetrando la ventana, le recordaba a una mariposa nocturna… sin color a la luz del día pero
etérea en la noche.
Lanzó una mirada ceñuda a los papeles con sus líneas de escritura arcaica. Él lo había hecho
pasablemente bien con la transcripción y traducción durante sus años en el Cónclave, pero sus
habilidades estaban muy lejos de la pericia de Martise. Había estado muy ocupado peleándose
con compañeros aprendices en los pasillos sombríos, aterrorizando a sus profesores con la
impredecible fuerza de su Don y causando un caos general en el Reducto del Cónclave.
—Léelo de nuevo. Debe haber suficiente ahí para usar como base.
Su débil suspiro implicó una gran cantidad de reticente conformidad. Silhara se prometió que
escucharía con atención y no sería hechizado por su voz cuando ella leyera el pasaje por tercera
vez.

Realizado por GT Página 56


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—En la primavera de la luna negra, antes de que Waste se apoderara de las tierras entre las
montañas Kor y el mar de hielo, trece reyes se reunieron en la loma de Gladia para destruir al falso
dios Amunsa. De esos trece, solo uno era de las tierras del sol. Birdixan. Vinculados por la sangre y
la luz, ellos juraron….
Silhara gimió y alzó una mano para detenerla.
—Los dioses nos salven de los bardos con sus plumas fuera de control. Aún estaremos aquí al
amanecer antes de que este escriba muerto llegue al punto. —La leve sonrisa de Martise
disminuyó el cansancio en su rostro—. Tienes una magnífica voz, Martise, pero quiero irme a la
cama pronto. Vamos a resumir.
Él comenzó a enumerar los puntos relevantes con sus dedos.
—Hace unos pocos miles de años una docena de magos-reyes se reúnen para matar a un falso
dios que suena como el hermano de Corrupción. Ellos invocan la vinculación de sangre, el más
fuerte y mortífero ritual de magia. Uno de los reyes, Birdixan, decide actuar como mártir y se
sacrifica en el ritual. Pero, ¿cómo?
Ella se encogió de hombros.
—Necesitamos las páginas que faltan.
—Dime algo que no sepa.
Tamborileó sus dedos en el brazo de la silla y maldijo entre dientes. Tendría que volver a
Iwehvenn y encontrar esas páginas. Si tenía suerte, todavía estarían donde se le cayeron, en la
ruinosa biblioteca del lich. Si su suerte se mantenía, saldría de la fortaleza por segunda vez, vivo.
Junto con su aprendiz.
Ella se masajeó la parte inferior de la espalda.
—Cualquiera que sea el ritual que los reyes usaron, tuvieron éxito. No hay ningún Amunsa
incluido en las historias posteriores, no hay ruinas de templos construidos para él, ni siquiera en el
Norte.
Silhara la sorprendió ahogando un bostezo detrás de su mano. Oscuros círculos rodeaban sus
ojos, y sus parpados estaban a media asta a pesar de sus mejores esfuerzos por parecer alerta. La
había hecho trabajar mucho las pasadas dos semanas, añadiendo más y más responsabilidades,
esperando más de ella. Y ella todavía estaba aquí, haciendo una importante contribución para el
funcionamiento de su hogar. Se sentía complacido y molesto a la vez.
—Viajaremos a Iwehvenn.
Una mirada incrédula se encontró con su declaración.
—¿Nosotros? —chilló ella.
—Sí, nosotros. —Él arqueó una ceja—. No leo Helenese antiguo, y hay varias páginas que faltan
de ese libro. Probablemente hay más desaparecidas de los otros libros que tomé de Iwehvenn. Te
necesito para asegurarnos de que estamos reuniendo las páginas correctas. No me apetece hacer
un viaje a la guarida del devorador de almas una segunda vez. A buen seguro no lo haré una
tercera.
Un convulsivo trago movió los músculos de su suave garganta.
—¿Cómo se puede colar uno a través del Devorador de Almas?
Él se levantó de la silla. Martise apresuradamente hizo lo mismo.
—Puedo encubrirnos a ambos con hechizos de ocultación, conjuros que engañarán al lich.

Realizado por GT Página 57


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—He oído que tiene un gran poder y puede sentir a un hombre vivo como un lobo huele la
sangre de una presa.
—Has oído correctamente. Si alguna vez existió un depredador más mortífero, todavía tengo
que conocerlo.
Él estuvo tentado a tocarla, pasar sus dedos sobre la piel de gallina que se había formado en sus
brazos.
—¿Y si nos ataca?
—Entonces nos las arreglaremos peleando.
Ella extendió sus manos.
—No soy ni guerrera ni maga. Sería de poca utilidad en una batalla.
Su brusca risa sonó áspera por la fatiga.
—No necesito un luchador bruto, y mi magia es más fuerte que la de una pandilla de sacerdotes
combinados. Si puedes leer Helenese y leerlo rápido, serás de gran utilidad para mí.
—¿Y si su magia no es suficiente? —El horror afiló su voz, oscureció sus ojos.
Su reacción era justificada. A todos los acólitos del Cónclave se les enseñaba sobre esas raras
pero infinitamente poderosas y malignas fuerzas llamadas liches o devoradores de almas. Ella
sabía lo qué pasaría si el lich de Iwehvenn los atrapaba. Silhara estaba agradecido de que tuviera
tal conocimiento. No tendría que explicarle el peligro o hacer hincapié en los riesgos implicados.
Él le sostuvo la mirada.
—Te mataré antes de que él llegue a tocarte. —La tajante declaración la hizo estremecer. Por
alguna inexplicable razón, él quiso suavizar sus palabras—. Hay peores destinos que una muerte
limpia.
—Supongo que no puedo negarme respetuosamente. —Ella le dirigió una débil sonrisa.
—Puedes, pero tendrías que dejar Neith. —Esto, más que cualquier brutal lección que él
pudiera infligirle, mediría su determinación—. Si no tengo nada para que me traduzcas, no me
harás falta y te enviaré de vuelta con el obispo.
Una miríada de emociones pasaron por sus ojos; miedo, aceptación, un toque de ira y más que
nada, resolución.
—¿Cuándo nos vamos?
Su respeto por ella creció. Estaba aterrorizada pero dispuesta a acompañarlo. Una mujer
valiente, y lo suficientemente prudente para aceptar su miedo. Eso la mantendría viva.
—Mañana.
—¿Tan pronto?
—Quiero poner mis manos sobre esas páginas tan pronto como sea posible. Y tengo una
cosecha que llevar al mercado la próxima semana. Jugar al gato y al ratón con un devorador de
almas no estaba en mis planes.
Él apagó tres de las cuatro velas encendidas en la mesa. La restante arrojó un halo de débil luz
alrededor de él y Martise.
—Pon los libros y papeles aparte. Nos ocuparemos de ellos cuando regresemos.
Una vez en el corredor, él le entregó la vela. Era el único punto de luminosidad en el oscuro
pasillo, la llama parpadeó y bailó, dando al rostro de Martise un aspecto fantasmal dominado por
sus ojos cobrizos muy abiertos.

Realizado por GT Página 58


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—Descansa lo que puedas —le dijo—. Y haz un equipaje ligero. Una muda de ropa, nada más.
Te veré en el patio una hora antes del amanecer.
Ella extendió la vela hacia él.
—¿No necesita esto?
La oscuridad escondió su diversión.
—Estoy acostumbrado a viajar por caminos oscuros, Martise. Tú necesitas la vela más que yo.
Ella asintió en señal de agradecimiento y subió las escaleras. Él oyó las tablas del suelo crujir
arriba mientras ella se dirigía a su recámara. La vela era realmente más útil para ella que para él. Él
podía iluminar su camino con fuego brujo, pero incluso eso no era necesario. Había vivido en Neith
durante casi veinte años y podía navegar estos sinuosos pasillos, con sus rotos y torcidos suelos,
con los ojos vendados.
La somnolencia que lo asedió en la biblioteca había desaparecido para cuando llegó a su
dormitorio. La luna brillante, suspendida en el cielo, bañaba el balcón y la recámara de plata. La
estrella de Corrupción flotaba debajo de ella, proyectando su propia luz siniestra sobre la arboleda
y las llanuras a lo lejos. Silhara sintió la cercanía del dios, su depredadora atención. Mejor no
dormir. Sólo podía imaginar los horrores que le aguardaban en lo que debería ser un sueño
tranquilo.
—¿No tienes nada mejor que hacer aparte de irritarme en mi sueño y mancillar mi magia?
Recordó las palabras de Martise.
—Ya sabes, ¿Pestes que crear? ¿Villas que destruir? ¿Perros de caza muertos para resucitar?
Preparó su narguile para su postergada fumada nocturna y trató de ignorar las risas vacías que
llenaban su mente.
¿Mancillar? Pensé que apreciarías esa pequeña muestra de poder. Mi ofrecimiento es ilimitado
si me aceptas.
Silhara aspiró de la punta de la manguera, observando cómo salía flotando una estela de humo
por la ventana en espirales fantasmales.
—Tu pequeña “muestra” volvió inútil mi Don por un día. No estoy interesado en lo que no
puedo controlar.
Otra vez, la diversión del dios chirrió en el interior de su cráneo.
Nosotros somos muy parecidos, hechicero. Ríndete y tendrás supremacía sobre toda la magia.
Tu Don parecerá un juguete de niños comparado con una espada, y blandirás esa espada con el
poder de un dios.
El tabaco, dulce la primera vez que llenó su boca, ardía amargo ahora. Tan tentador. No podía
negar la persuasión de las palabras de Corrupción. Su Don, la única cosa que lo hacía sentir
completo, haciéndolo igualarse a aquellos que de otra manera le habrían escupido en las calles,
era una bendición. Manifestándose mientras jadeaba en busca de aire y se retorcía contra el
estrangulamiento de su verdugo, el poder del Don había cambiado su vida, dándole un lugar por
encima de la abundante mugre y la violencia de los muelles de Eastern Prime.
El Cónclave, que ya recelaba de la potencia de su Don y la habilidad con la que él lo ejercía,
entraría en pánico si aceptase la oferta de Corrupción. Tanto sacerdotes como hechiceros sabían
que el Cónclave sería la primera víctima de la divinidad recién adquirida de Silhara. Sus ojos se
cerraron. Las agradables imágenes del famoso Reducto siendo nada más que escombros y los
sacerdotes, especialmente el obispo de Asher, encarcelados o ejecutados, pasaron por su mente.

Realizado por GT Página 59


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

¿No te das cuenta? Esto no es nada para ti con mi ayuda. No más esfuerzo que aplastar a un
molesto mosquito.
La voz de Corrupción acariciaba y engatusaba, y Silhara se balanceaba en su abrazo. El recuerdo
de un sueño remplazó la fantasía de la destrucción del Cónclave. Un cielo sin luna sobre un océano
negro y el leviatán atravesando sus aguas muertas. Él abrió los ojos, de repente desesperado por
asegurarse de que la luna y sus acompañantes, las estrellas, aún reinaban sobre la noche. Debajo
de él, la arboleda dormía tranquila. Vivos y creciendo, los arboles eran testamento de su voluntad
de sobrevivir y conquistar.
Sus labios se curvaron en una mueca cuando la estrella del dios parpadeó.
—Dioses que son poetas. —Exhaló zarcillos de humo en dirección a la estrella—. Como si no
estuviéramos ya invadidos por tales hombres inútiles. Hablas de blandir espadas, de reyes y
riquezas y poder sin medida. Pero tu precio… —Sacudió la cabeza—. Me llaman un mago
carroñero ahora. Rendirme ante ti no me hará nada más que una nauseabunda garrapata
hinchada por la sangre del mundo.
¿Quién hubiera pensado que eres tan noble?
Silhara se echó a reír, su humor tan falso como el del dios.
—¿Qué nobleza hay en ser el títere de un dios falso? —Su risa murió súbitamente—.Te
destruiré.
Corrupción se burló de él.
¿Lo harás? ¿Cuál será el sacrificio? ¿Estás dispuesto a actuar como un asesino para hacerlo? ¿O
un mártir? ¿Qué vas a hacer, Silhara de Neith, seguir pobre, injuriado… y libre?
Silhara dejó a un lado el narguile y cerró los postigos. Su recámara se oscureció de repente,
convirtiéndose en una cripta.
—Hiciste la pregunta equivocada —dijo en la continua oscuridad—. Mejor preguntar ¿qué no
haré?

Realizado por GT Página 60


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 1100

Si lograba sobrevivir a este viaje, Martise tenía la intención de matar a su antiguo amo en el
momento en que fuera libre. Se paseaba delante de Gurn que esperaba con ella en el patio. Hasta
hace poco, su antipatía había estado reservada a Silhara y sus métodos de enseñanza poco
ortodoxos, pero el Maestro de los Cuervos aún no la había defraudado. Ella había sabido desde el
principio que sería un maestro despiadado y había esperado lo peor.
A diferencia de Silhara, Cumbria la había engañado. La había advertido de la naturaleza voluble
de Silhara y de su lengua afilada, de su poder y de su reputación. Sin embargo él le había restado
importancia a su papel como espía. Las aventuras nunca habían sido parte del plan.
Solo tienes que hacer aquello en lo que no tienes igual. Observar sus acciones, escuchar sus
palabras y recordar todos los detalles. Él mismo se delatará. Ningún hombre, ni siquiera Silhara,
puede ocultar todos sus secretos para siempre.
—¡Ja! —replicó ella, haciendo caso omiso de la mirada perpleja de Gurn. Hasta el momento, el
Maestro de los Cuervos había hecho un buen trabajo en ocultar cualquier cosa que pudiera hacer
caer la justicia del Cónclave sobre su cabeza. Ella no había visto ninguna evidencia de la influencia
de Corrupción en él, ni ningún interés por la presencia celestial del dios. Si el Cónclave declarara
alguna vez fuera de la ley la cosecha de naranjas y el robar libros, Silhara sería hombre muerto. De
lo contrario, ella no tenía nada.
Nada, excepto un nudo en el estómago y un ardor de miedo en la garganta al pensar en andar
husmeando en la fortaleza del lich. Los riesgos que corría estando aquí valían la pena ya que
recuperaría su piedra espiritual. Pero, ¿un lich? Cumbria no mencionó la intrépida determinación
de Silhara en sus propósitos o que tenía un devorador de almas como vecino.
Su caballo de tiro estaba a su lado y le agitaba el chal con una exhalación suave. Martise le dio
unas palmaditas en el cuello y lo rascó detrás de la correa de la brida. El caballo, un gentil castrado
pardo, estaba muy lejos de las nerviosas monturas de Cumbria. Ensillado y cargado de suministros,
incluyendo la ballesta de Silhara y un par de cuchillos largos, él también esperaba la llegada de
Silhara.
Martise miró a Gurn.
—¿Crees que todavía esté durmiendo?
—Nunca me fui a dormir, aprendiz. Deberías aprender a tener un poco de paciencia.
De espaldas a la puerta de la cocina, ella se había perdido su llegada. Como de costumbre, se
movía sin hacer el menor ruido. Hizo una reverencia para ocultar su sobresalto.
—Buenos días, Maestro.
Su mirada se deslizó por su chal, una túnica larga y los pantalones improvisados. Él no era el
único que no había dormido. Martise se había pasado las horas que le quedaban antes del
amanecer cortando una falda y cosiéndola para transformarla en algo que se asemejase a unas
calzas adecuadas para montar.
Silhara llevaba sus vestiduras de costumbre, camisa gastada, desteñidos pantalones negros y
botas. Su cabello, libre de la trenza habitual, caía recto y sedoso sobre sus anchos hombros,
enmarcando un rostro afilado por la fatiga. A pesar de su mal aspecto y del cansancio en sus ojos,
tenía el aire de un poderoso aristócrata, arrogante, seguro de su lugar en el mundo. A Martise a
veces le resultaba difícil creer que fuera el hijo de una humilde hurí.

Realizado por GT Página 61


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Apartó la mirada, perturbada por el cosquilleo agradable que le subía por las piernas y la
espalda. Lo había encontrado atractivo en su primer encuentro, e incluso después, cuando había
hecho todo lo posible para asustarla y hacerla abandonar su propósito aquí. Ahora, más
acostumbrada a sus modos y testigo de sus buenas relaciones con sus subordinados, se sentía aún
más atraída por él. Cruzó los brazos y se reprendió en silencio por tales sentimientos. Tenía una
función que desempeñar, un objetivo que alcanzar. El precio de su libertad cada día era más alto.
—¿Qué sombríos pensamientos te atormentan tan temprano esta mañana, Martise? —Su voz
ronca la sacó de sus cavilaciones y se enderezó—. ¿Te quedaste dormida parada ahí? Te he
preguntado dos veces si estás lista para salir.
Su disculpa flotó en la punta de su lengua.
—Estoy lista, Maestro. Solo me preguntaba cuánto tiempo durará nuestro viaje.
—La mayor parte del día. Acamparemos a cerca de tres kilómetros de Iwehvenn y llegaremos a
la fortaleza una o dos horas antes del atardecer. Volveremos a Neith por la mañana.
Estaría a solas con él durante un día y una noche, más, si se contaba el viaje de regreso. El
nerviosismo se mezcló con una ansiedad inquietante.
—Entonces, no debemos demorarnos.
Los labios de Silhara se curvaron, pero no contestó.
El castrado se mantuvo inmóvil cuando él tomó las riendas, saltó con agilidad al ancho lomo
del caballo y dio unas palmaditas en su cruz.
—Has engordado con la hierba de las llanuras, Mosquito. Este viaje te hará bien.
Los ojos de Martise se abrieron como platos.
—¿Mosquito? ¿Su nombre es Mosquito? —Se quedó mirando la montaña de caballo, todo
músculos y huesos grandes, con un grosor que haría que montarlo a horcajadas fuera todo un
desafío, y por lo menos tenía diecisiete palmos de altura.
Mosquito volvió su gran cabeza en dirección a ella, como si cuestionara su incredulidad. Silhara
la miró hacia abajo, su expresión aún más imperiosa por su alto asiento a lomo del caballo.
—No creí que “Mariposa” fuera apropiado.
Un revoloteo traicionero subió por su garganta.
—No —dijo, con los ojos llorosos por el esfuerzo de no reírse—. Supongo que no.
Un destello atravesó los ojos de Silhara… tan rápido, que Martise casi no lo vio. Ella sonrió y
pasó una mano gentil por la suave nariz de Mosquito.
—Tu nombre, muchachote… no lo podría adivinar nadie.
Junto a ella, Gurn dio un ladrido corto de risa y señaló que la levantaría al lomo de Mosquito.
Sus manos estaban alrededor de su cintura cuando Silhara lo detuvo.
—Bájala, Gurn. No vas a venir con nosotros. Ella tiene que hacer esto sin tu ayuda. —Él se
inclinó hacia abajo y le tendió la mano—. Toma mi antebrazo, Martise. Úsalo como un apoyo para
montar.
Ella se quedó mirando la elegante mano por un momento. Sus dedos cosquillearon en
anticipación por el dejo de energía que transfería su toque… la presencia de su Don era tan fuerte
que se filtraba a través de sus dedos. Aferró su brazo, jadeando suavemente ante el
relampagueante contacto y se subió detrás de él. Aterrizó firmemente en el lomo de Mosquito,
solo para deslizarse hacia el otro lado. Sus manos se aferraron a la camisa y al brazo de Silhara
para evitar caerse.
Realizado por GT Página 62
GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—Mujer tonta —le espetó—. Encuentra la postura antes de que nos tires a ambos de este
jamelgo.
—Estoy tratando.
Se las arregló para ponerse derecha. Él gruñó cuando le echó los brazos alrededor de su cintura
y lo apretó. Con las piernas abiertas sobre el ancho lomo del caballo, ni siquiera pensó en lo que
hacía, demasiado concentrada en permanecer en el lugar y no caer al suelo que parecía estar tan
lejos.
—Para alguien tan pequeño, tienes un agarre que supera el de Gurn. Estás aplastándome las
costillas. —Él se sacudió de su apretón.
Ella lo soltó y casi se cayó de Mosquito por segunda vez.
El gruñido de frustración de Silhara hizo eco en el patio.
—Agárrate a mí. Pero no como una serpiente estranguladora.
—Lo siento.
—Por supuesto que sí. —Frunció el ceño por encima del hombro—. ¿Ya estás lista?
—Sí. —Se apartó los húmedos mechones de cabello que tenía pegados en la frente. Incluso con
el aire frío de la mañana, había sudado debido a sus esfuerzos. Ahora sus manos se apoyaron
ligeramente en sus costados, sintiendo la flexión de los músculos mientras él guiaba a Mosquito a
través del patio. Gurn mantuvo el paso junto a ellos, asintiendo con la cabeza cuando Silhara le dio
instrucciones.
—Comprueba la esquina suroeste de la arboleda. Creo que uno de los árboles está enfermo. Si
no se puede salvar, córtalo y quémalo. —Esperaron a que Gurn abriera la puerta del patio—.
Volveremos mañana. Si no lo hacemos, envía a Cael a rastrearnos.
Gurn frunció el ceño ante esto último. Lo mismo hizo Martise. Si tenían suerte, volverían a la
seguridad de Neith y encontrarían a Cael en su lugar habitual debajo de la mesa de la cocina. Ella
sonrió, a pesar de su temor. ¿Cuándo comenzó a pensar en Neith como un lugar seguro?
Le dijo adiós a Gurn, apretándole su mano extendida mientras pasaban por la puerta. Ante
ellos, las tierras de Neith yacían envueltas en un manto de niebla fantasmal que ascendía desde el
suelo. Solo las puntas de las altas hierbas de las llanuras se elevaban por encima de la oscuridad,
revoloteando como luciérnagas mientras atrapaban el filo brillante del sol naciente. Silhara guio a
Mosquito por un camino de pendiente suave que se curvaba, formando un semicírculo, en torno a
la mansión y que los condujo al patio cerrado con su cementerio de piedra rota. Ante las puertas,
él pronunció unas breves palabras. La cerradura se abrió y la cadena resbaló del anclaje hasta que
chocó contra el metal. Las bisagras cantaron su angustia cuando las puertas se abrieron. Citó otro
hechizo, y Martise vio cerrarse las puertas de un portazo. La cadena cobró vida como una
serpiente, torciéndose y girándose alrededor de las barras antes de que el candado se cerrara con
un fuerte chasquido.
Más niebla ondulante oscurecía la avenida principal, rodando por el camino en mareas tenues
que rompían contra los robles Solaris alineados en el camino. Las gotas de rocío colgaban de las
ramas de los árboles nudosos como joyas, cayendo de vez en cuando y salpicando en el pelaje de
Mosquito o en los hombros de Silhara. A diferencia de las monturas más asustadizas del obispo, el
caballo de tiro andaba con paso pesado por el camino, traqueteando con sus cascos a un ritmo
constante.
—Maestro —susurró—. ¿Puedo preguntarle algo?

Realizado por GT Página 63


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—¿Por qué estás susurrando? —La voz de Silhara, nunca estridente, parecía un trueno en la
penumbra silenciosa.
La pregunta la detuvo en seco. ¿Por qué estaba susurrando? No estaban escapando de Neith
como ladrones. No es que hubiera algo en esa destartalada ruina que valiera la pena robar. Sin
embargo, el peculiar silencio que pesaba sobre los bosques casi exigía un tono más moderado. Y
no podía evitar la sensación de estar siendo observados.
Ella intentó un volumen más normal.
—¿Por qué Mosquito no tiene miedo a tomar este camino? El obispo y yo tuvimos que caminar
hasta la mansión porque sus monturas se negaron a entrar.
Su resoplido de desprecio casi se perdió en el pesado silencio.
—Podría decirte que se debe a la cría excesiva de caballos y al dueño, pero esa es una antigua
queja y no responde tu pregunta. —Se inclinó hacia adelante y le dio unas palmaditas a Mosquito
en el cuello—. Él está acostumbrado. La primera vez que lo traje aquí con un año de edad, tuve
que usar un hechizo calmante sobre él para que entrara en el territorio de Neith. La maldición
mágica es un fuerte elemento disuasivo.
Él no exageraba. Incluso ahora, acompañada por el mago que hizo esa magia sobre estos
bosques, Martise no podía deshacerse de su malestar. El aroma de los hechizos oscuros, de la
clase que sacaban demonios e invocaban fuerzas vinculadas, flotaban en el aire.
Silhara se rio entre dientes ante su aliviado resoplido cuando salieron de la avenida sombreada
a la llanura. Bañado en la pálida luz de la mañana, el océano de hierba emergió de la fina niebla. La
llanura se extendía ante ellos dando paso a suaves colinas y mesetas salpicadas de olivos y
naranjos. Silhara detuvo a Mosquito y exhaló un profundo suspiro. Su cintura se movió bajo sus
manos, cálida al tacto.
—Cuando el Cónclave me desterró a Neith, pensé que echaría de menos el mar. Pero está aquí
también, solo que las olas son de hierba.
—El mar fue lo único que eché de menos cuando me fui del Reducto del Cónclave —dijo ella. El
ritmo de la marea la había reconfortado en los interminables años de su formación.
Él la miró por encima del hombro.
—Su proximidad al mar era la única gracia salvadora del Reducto.
Azuzó a Mosquito poniéndolo en movimiento, guiándolo hacia el este, hacia el sol naciente y el
santuario del devorador de almas. No volvieron a hablar después de eso. Martise, que sufría de
falta de sueño, se balanceaba en su asiento. Arrullada por el bamboleo de Mosquito, pronto se
dejó llevar, la mejilla apoyada contra la espalda de Silhara. El sol calentaba sus hombros, mientras
que otro tipo de calor le calentaba el pecho. Se acurrucó más cerca, respirando el olor picante del
tabaco matal y deleitándose con la sensación casi olvidada del cuerpo de un hombre contra el
suyo.
Creía que solo había cerrado los ojos durante un momento cuando una sacudida de hombros y
un brusco “¡Martise!” la despertó sobresaltada. Con cara de sueño, entornó los ojos ante la visión
de la camisa blanca y un largo mechón de pelo negro de Silhara pegado a su labio inferior. Por
encima de ella, el sol brillaba caliente y brillante. No quedaba ni una pizca del frescor de la
mañana. Se frotó la mejilla caliente, húmeda por donde había apretado la cara contra su espalda.
—¿Cuánto tiempo he estado dormida? —Su voz era casi tan ronca como la de él.

Realizado por GT Página 64


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—Tres horas. Tal vez un poco más. —Abrió uno de los paquetes atados en el lomo de Mosquito
y le entregó un pellejo de agua—. Toma. Bebe hasta hartarte. Hay un arroyo no muy lejos de aquí.
Nos detendremos, así Mosquito podrá beber agua y nosotros rellenaremos los odres.
El agua estaba tibia e insípida, pero tenía mejor sabor que el vino en su lengua reseca. Silhara
agitó el pellejo cuando se lo devolvió.
—Gracias por dejarme dormir. Estaba más cansada de lo que pensaba.
—Alterar un guardaropa en el último minuto hace eso a una persona.
Ella se rio y bajó la vista hacia sus calzas improvisadas. Su humor nunca dejaba de sorprenderla.
Menos mal que había sacrificado una noche de sueño. Tratar de montar a Mosquito vistiendo
faldas habría sido imposible.
—Tu canto puede ser utilizado como un método de tortura, pero tienes una bonita risa. —Su
voz se suavizó como un rumor sedoso—. Deberías reír más a menudo.
Martise se sonrojó ante el cumplido inesperado.
—Gracias. Usted a veces me hace reír. —Rápidamente se corrigió, no fuese que interpretara
mal su comentario—. No de usted, por supuesto.
—No, por supuesto que no. —La diversión se reflejaba en su voz.
Guardó silencio contenta de balancearse con paso tranquilo de Mosquito y de contemplar su
entorno. La espalda de Silhara bloqueaba gran parte de su vista frontal, sin embargo estaba
maravillada por las llanuras que les rodeaban y el sonido susurrante del roce de la hierba cuando
el caballo se metió en el mar de tallos azules y semillas caídas. La llanura pronto dio paso a un
paisaje más ondulado, donde los pastos escaseaban y los olivos se levantaban en filas como
centinelas en las colinas bajas. Las ovejas y cabras salpicaban las laderas, su lejano balar era
transportado por la brisa caliente que flotaba por la tierra.
Silhara señaló un lugar bajo la sombra de un bosquecillo de árboles.
—Un arroyo corre por allí. Si no se ha secado con la sequía, pararemos.
Tuvieron suerte. La corriente, un flujo burbujeante de agua helada que provenía de las nieves
derretidas de las Montañas Dramorin, seguía un camino sinuoso pasando junto a un grupo de
ciruelos antes de virar hacia el sur. Mosquito aceleró el paso sin que Silhara lo urgiera, deseoso de
beber y pastar en la exuberante hierba que crecía a la orilla del agua.
Silhara pronunció una orden enérgica. El caballo se detuvo, golpeando sus cascos con
impaciencia mientras esperaba a que desmontaran y lo libraran de las provisiones. Silhara enrolló
las riendas sobre el cuello del animal y le dio una palmada en los cuartos traseros.
—Ve, muchacho —dijo—. Disfrútalo mientras puedas. No nos quedaremos mucho tiempo.
Martise encontró un lugar cómodo bajo la amplia sombra de un ciruelo joven y comenzó a
sacar los paquetes. Concentrada en desenvolver y colocar los alimentos que Gurn había
empaquetado para su viaje, no prestó atención a las acciones de Silhara hasta que el sonido de un
chapoteo seguido por una serie de coloridas maldiciones llegó a sus oídos. La vista la dejó sin
aliento.
Él había seguido a Mosquito al arroyo. Agachado en la orilla, se había quitado la camisa y se
había echado agua sobre los hombros y los brazos. Regueros de agua trazaban senderos brillantes
sobre la piel oscurecida en un suave color marrón por los días pasados trabajando duro bajo el sol
del sur. Su cabello estaba pegado a su espalda ancha y se curvaba a lo largo de sus costillas. Unas
pocas hebras húmedas caían hacia delante para enredarse alrededor de sus brazos. Era un hombre

Realizado por GT Página 65


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

delgado, con una cintura esbelta y unos músculos largos y fibrosos, pero había fuerza en
abundancia en ese cuerpo alto y nervudo. Ella lo había visto levantar cajas pesadas de naranjas
para depositarlas con facilidad en el carro de Gurn. Lanzaba hechizos que pondrían a un mago
inferior de rodillas, y podía trabajar en casa más que ella y su sirviente durante un día de trabajo.
Ella tragó saliva, la boca seca como el polvo, mientras él cogía agua con las manos y se la
derramaba sobre la cabeza. Los escalofríos sacudieron su cuerpo, pero lo hizo dos veces más antes
de limpiarse la cara con la camisa desechada. Era hermoso… un estudio sobre la gracia ágil y el
poder apenas contenido.
Cuando se levantó, ella fingió rebuscar en los paquetes vacíos.
—¿Qué empaquetó Gurn? Y lo más importante, ¿hay vino?
Ella logró poner su rostro inexpresivo cuando se enfrentó a él, con la esperanza de que no se
diera cuenta del efecto que tenía en sus sentidos de verlo brillando bajo el agua y el sol. Sus
esfuerzos fueron casi en vano. Había prescindido de la camisa y se sentó tan cerca, que ella notó
todo el trazado de los duros músculos en sus hombros y el pecho. Sombras moteadas bailaban en
su rostro y brazos, sombreando sus rasgos severos. El pelo le caía por la espalda, húmedo y
brillante, como la piel de una foca.
—¿Martise? Me estás mirando fijamente.
La miró primero a ella y luego al odre de vino aplastado en su mano. Avergonzada de que se
hubiera dado cuenta de su embrujo, empujó el vino hacia él y buscó desesperadamente algo que
decir.
Su cicatriz. Había estado demasiado ocupada comiéndoselo con los ojos, para dedicarle más de
una mirada superficial al collar blanco de piel arrugada que le rodeaba la garganta. Pero ahora,
con su mirada inquisitiva clavándola en el sitio, encontró una excusa, aunque pudiera parecer
grosera.
Se tocó su garganta.
—¿Qué le hizo esa cicatriz?
Él tomó un trago de vino, y luego envolvió sus brazos sobre las rodillas dobladas. El pellejo de
vino colgaba de sus dedos.
—Estoy impresionado. Has tardado semanas antes de que tu curiosidad te ganara.
Eso no era del todo cierto. Tenía curiosidad, pero era mucho mejor que él pensara que era una
entrometida a admitir que había sido incapaz de apartar la mirada de él mientras se bañaba en el
arroyo. Tampoco ahora se lo estaba poniendo más fácil sentado allí con el torso desnudo. Se
escabulló lejos de él para clasificar los paquetes envueltos con un paño que Gurn había preparado.
Su comida era sencilla. Pan, huevos duros, aceitunas y las siempre presentes naranjas. Su labio
superior se curvó cuando una naranja rodó hacia él.
—Yo tenía once años cuando conseguí esto. —Pasó el dedo sobre la cicatriz arrugada—. Es el
castigo por el delito de robo.
Martise se quedó sin aliento.
—¡Pero si era apenas un niño!
—También era un ladrón y uno bueno. La mayoría de los días. Pero el hambre te debilita, te
hace más lento. Ese día no fui lo suficientemente rápido y me atraparon.
Le entregó el vino y cogió un huevo. Martise observó, con el corazón encogido en el pecho,
como las líneas se profundizaban alrededor de su boca en una mueca.

Realizado por GT Página 66


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—¿Qué había robado?


Seguramente algo valioso. La cartera de un hombre rico, el espejo enjoyado de una mujer
vanidosa, una pieza muy costosa de seda del puesto de un comerciante gordo…
—Una naranja.
El odre de vino cayó de sus dedos inertes. Un poco de vino se derramó, como sangre goteando
sobre la hierba. Silhara cogió la piel y el corcho antes de que se siguiera derramando más vino.
—Cuidado con lo que estás haciendo, chica. El vino no es fácil de conseguir, ni barato.
La reprimenda careció de su agudeza habitual. Horrorizada ante sus palabras, quedó
boquiabierta.
—¿Alguien lo sometió a garrote por una naranja?
Se sintió enferma. Tal castigo despiadado, y hacia un niño hambriento que únicamente deseaba
comer. Las circunstancias de su propia infancia palidecieron en comparación. Ella había sido
vendida, pero a un amo que la había tratado bastante justamente. Como una esclava, había
sentido el filo del desprecio, pero nunca pasó hambre. Su estómago se revolvió.
Silhara arrancó un pedazo de pan de la hogaza que ella había desenvuelto y le dio un mordisco.
Su mirada no se apartaba de su rostro mientras masticaba. Tragó la comida con otro sorbo de vino
antes de hablar.
—Guarda tu compasión para otra víctima que lo merezca más. Yo sobreviví porque mi Don es
mucho más flexible que el tuyo. Se manifestó mientras mi verdugo me estrangulaba y me oriné
delante de una multitud de apostadores compuesta de marineros, prostitutas y uno o dos
sacerdotes del Cónclave. —Pronunció esto último con desdeñoso desprecio.
—¿Qué pasó?
Él se encogió de hombros.
—No recuerdo mucho, excepto la lucha por respirar. De repente, sentí como si alguien hubiera
puesto una antorcha en mi sangre. Solo que yo era la antorcha. No supe nada después de eso
hasta que desperté en la casa de un sacerdote del Cónclave. Parece que mi Don creó una columna
de fuego sagrado. Salí sano y salvo, menos por este bonito collar que llevo y una voz que aún
puede cantar mejor que la tuya. Pero el verdugo fue inmolado y parte del muelle se incendió.
La mandíbula de Martise se aflojó.
—Alas de Bursin, no es de extrañar que el Cónclave le tema. Solo un Don alimentado por años
de enseñanza y práctica es tan poderoso.
—¿Es por eso que estás aquí?
Ella parpadeó.
—¿Qué?
Los labios de Silhara se curvaron de nuevo, solo que esta vez la burla no estaba destinada a las
vilipendiadas naranjas.
—¿Es por eso que estás aquí? —repitió—. ¿En Neith? ¿Porque el Cónclave me teme?
La brisa atrapó los mechones de su pelo ya seco, haciéndolo flotar alrededor de su cara. Unos
mechones revolotearon hacia ella, acariciándole la mejilla.
Se puso rígida y se dedicó a pelar uno de los huevos. Lo miró a los ojos, negándose a dejarse
amedrentar por la mirada penetrante que le exigía revelar todos sus secretos.
—Estoy aquí porque usted pidió un aprendiz, Maestro.

Realizado por GT Página 67


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Él soltó un bufido.
—Oh, sí. Y el Cónclave, siempre servicial, me envió un novicio fracasado.
Ella se molestó con su burla. Si no fuera por ella, él todavía estaría encerrado en su biblioteca,
revisando pilas de tomos incomprensibles en un intento inútil de encontrar su precioso ritual.
Mordió el huevo con tanta fuerza que los dientes le chasquearon.
La diversión irónica suavizó su mirada burlona. Sus labios temblaron.
—Dilo, Martise. No deseo vigilar mi espalda durante el resto de este viaje porque estás lo
bastante enojada como para clavarme un puñal entre los hombros.
Ya sin importarle si él pensaba que era una insolente, Martise le arrebató el pellejo de vino de
la mano, lo destapó y bebió. Dulce y potente, el vino le dio valor adicional para dar rienda suelta a
su frustración.
—Usted pidió un novicio, uno que pudiera realizar encantamientos menores y traducir las
lenguas antiguas. —Lo señaló con el huevo que tenía a medio comer—. Los encantamientos están
más allá de mis capacidades, pero no de las suyas. En realidad no me necesita para eso. Sin
embargo, ¿para leer textos antiguos? Yo soy mejor que la mayoría de los sumos sacerdotes
descifrando. Y eso no es un mero alarde. —Frunció el ceño, desafiándolo a que se burlara de ella
una vez más.
—No es un mero alarde —repitió él. Un destello calculador penetró en sus ojos negros—.
Entonces pruébalo. Ayúdame a encontrar esas páginas. Tradúcelas y dame los medios para
destruir a Corrupción.
—¿Por qué cree que estoy aquí, Maestro? —Ella consideró cómo reaccionaría si le tirara el
huevo.
Él arqueó una ceja.
—No me insultes. Sea cual sea la motivación que te envía voluntariamente a la guarida de un
devorador de almas, tiene poco que ver con la necesidad de demostrar tu talento… especialmente
a mí. —Le hizo una seña para que le pasara el pellejo de vino—. Termina el almuerzo. Ya hemos
descansado el tiempo suficiente.
Ella no protestó, desgarrada entre el alivio de que no hubiera ahondado más profundamente
en sus razones para estar en Neith y decepcionada por la pérdida de camaradería que había
florecido brevemente entre ellos. Se quedó indecisa, sin saber si era alivio o decepción lo que
sentía cuando él se puso la camisa.
Recogieron la comida sobrante y volvieron a empacar los suministros. Martise se lavó las manos
en el arroyo y se refrescó la cara. El choque de agua helada expulsó el letargo que la tentaba a
tenderse en la hierba fresca y echarse una siesta por el resto del día. Cuando regresó al lugar del
almuerzo, Silhara había atado los paquetes y el armamento a la silla de montar.
Él saltó sobre el lomo de Mosquito y de nuevo le ofreció el brazo.
—No tan entusiasta esta vez, Martise. No quiero aterrizar de culo en el suelo.
Su segundo intento de montar a Mosquito fue mucho más exitoso que el primero y se pusieron
en marcha hacia Iwehvenn a un ritmo constante. Mientras viajaban, Silhara la mantuvo ocupada,
señalando las diversas granjas y a quién pertenecían. Él conocía perfectamente los alrededores, su
agricultura y los patrones del clima, los mejores campos de caza y los arroyos más traicioneros,
quien cultivaba las naranjas más dulces —ninguna tan dulce como las suyas— y las más ricas
aceitunas. Estaba especialmente bien versado en las actividades e inclinaciones de los

Realizado por GT Página 68


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

terratenientes. Para un hombre que evitaba activamente a los visitantes y prácticamente vivía la
vida de un ermitaño, sabía mucho acerca de sus vecinos.
Ella lo escuchó, disfrutando la conversación y el timbre áspero de su voz. Casi se olvidó de su
destino hasta que coronaron una pequeña elevación y contempló el valle a sus pies.
Silhara señaló una estructura elegante en el centro del valle.
—El Torreón de Iwehvenn.
Atrapado en los rayos rojos del sol de la tarde, Iwehvenn brillaba como una joya sobre un
almohadón de terciopelo verde. El torreón, una modesta estructura, con capiteles altos y
delicados, y curvados arcos tallados de piedra nacarada, brillaba en un arco iris de color. Los
árboles, cargados de toda clase de frutas, se alineaban en los paseos del jardín. Las flores florecían
en exuberantes ramos de colores vibrantes regados por fuentes en cascada. La hierba en el valle
crecía verde y densa, al margen de la sequía que arrasaba la tierra a sus espaldas.
Se quedó asombrada con la escena que tenían delante, clavando los dedos en los costados de
Silhara.
—¡Que hermoso! ¡No puede ser real!
—No lo es. Pero aquellos que no están Dotados lo ven de esa manera. Tal es el poder de la
trampa. Mira más de cerca.
A medida que él guiaba a Mosquito por la ladera, ella entrecerró los ojos y parpadeó. El
enjoyado torreón y los jardines vacilaron en su visión como un espejismo en el calor del mediodía.
Pintoresca y atractiva a primera vista, la ilusión se desintegró, dejando al descubierto un paisaje
negro y retorcido. Al igual que Neith, Iwehvenn era una ruina. A diferencia de la casa de Silhara,
esta apestaba a muerte. Los árboles frutales y flores, exuberantes bajo el poder de la ilusión, solo
eran soportes de deformes y podridas ramas y maleza enmarañada. Dentadas quemaduras
marcaban con cicatrices la cara norte del torreón, como si hubiera sido golpeado en repetidas
ocasiones por un rayo y ardido. El tejado estaba derrumbado en una sección. Lo que quedaba
estaba aferrado como piel antigua al esqueleto de vigas retorcidas. Las franjas de pasto
desaparecían en la tierra agrietada y la roca partida.
Más que su aspecto, el silencio opresivo del valle le puso la piel de gallina. Incluso afectada por
la sequía y blanqueada por el sol, Neith cantaba un coro a la vida. El zumbido de los insectos, los
graznidos incesantes de los omnipresentes cuervos, los balidos y resoplidos de los animales de la
granja… todas estas cosas hacían a Neith vibrante. Incluso el bosque, cubierto por magia maldita,
tenía su propia forma de seres vivos. Esto era diferente. Iwehvenn, desprovisto de vida, se
asentaba como una pústula enferma que drenaba la tierra a su alrededor hasta que no quedaba
nada excepto el cielo liso y un mal que nunca dormía.
—Tranquila, aprendiz. He estado aquí antes y salido ileso. Haremos lo mismo esta vez.
Él mantuvo una mano firme en las riendas de un Mosquito de pronto nervioso. Martise
despegó los dedos de las costillas de Silhara y respiró profundo. Ella no quería sufrir una muerte
horrible a manos de un devorador de almas. Para tener estas páginas arriesgaban sus propias
almas, mejor sería que valiera la pena el riesgo.
Cabalgaron a Mosquito cada vez más lento por la ladera hasta que sus orejas se colocaron
planas contra su cabeza y se negó a dar un paso más.
—Caminaremos desde aquí. —Silhara continuó sobre Mosquito hasta que Martise se bajó y
entonces la siguió—. No voy a obligar a un animal a entrar en Iwehvenn. Mosquito se quedará
muy cerca.

Realizado por GT Página 69


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Desató y cargó su ballesta, amarró el carcaj lleno de dardos en su espalda y deslizó los dos
largos cuchillos enfundados en su cinturón. Martise se frotó las palmas húmedas en sus
pantalones. Nunca la búsqueda de un tesoro había sido tan mortal. Miró a Silhara de pie ante ella,
cargado de armamento. A pesar de sus palabras confiadas, no quería correr riesgos. La fuerte
magia era su mayor protección, pero uno o dos cuchillos afilados no hacían daño.
Levantó la ballesta.
—Estos son inútiles contra un lich, pero los bandidos que atrae con engaños a su red están
bastante vivos. Es muy posible que tenga más de un adversario en Iwehvenn.
—Como si uno no fuera suficiente. —Su voz sonaba chillona en sus oídos.
La sonrisa audaz de Silhara le prestó coraje.
—Considéralo un desafío. —Tocó uno de los cuchillos—. ¿Sabes cómo manejar uno de estos?
Ella negó con la cabeza, deseando desesperadamente saber hacerlo.
—Solo para matar animales. No para pelear.
Él se encogió de hombros.
—A menudo es lo mismo. Sin embargo, serás más un peligro para mí y para ti misma si te doy
uno. —Martise vio cómo se inclinaba y sacaba una pequeña daga oculta en su bota—. Ten.
Encuentra un lugar donde meterla. Es mejor que estés armada con algo. —Él ladeó la cabeza y
amplió su sonrisa—. Si todo lo demás falla, siempre te puedes poner a cantar.
En cualquier otro momento, Martise podría haberse reído de su broma, pero solo le ofreció una
débil sonrisa. Tomó el cuchillo y la bolsa de cosecha vacía que él le dio.
—Pensé que solo veníamos por los papeles.
Él enrolló las riendas sobre el cuello de Mosquito y envió al caballo hasta la colina para que les
esperase.
—Y así es. Reza a los dioses que te protegen para que esos documentos estén todavía en la
biblioteca del lich y no hayan sido usados por un ladrón, ahora muerto, para limpiarse el culo. —
Hizo un gesto para que ella lo siguiera valle abajo—. Puede haber otros libros, que puedes
descifrar rápidamente si pueden ser útiles. Será más fácil para ti llevarlos en la bolsa.
Una vez que llegaron a las ruinas de los jardines, Silhara la detuvo.
—Dame tu mano. —Suspiró de impaciencia ante su vacilación—. Tengo que tocarte para que
este hechizo de ocultación funcione.
Ella puso su mano en la suya y se quedó sin aliento. Las vibraciones de la energía en sus dedos
se dispararon por su brazo y se centraron en su pecho. Martise casi tiró para liberar su mano. Un
endurecimiento en sus costillas la hizo agarrarse el costado. Algo despertó, una toma de
conciencia dentro de ella, pero independiente de su control. La sensación surgió a través de su
cuerpo, buscando y aferrándose al hechizo que la unía a Silhara. Antes de que pudiera cuestionar
su presencia, la sensación se apagó como si alguien hubiera cerrado de golpe y con llave una
puerta.
Un destello especulativo iluminó los ojos oscuros del mago.
—Bueno, bueno. ¿Qué secreto has estado a punto de revelar hace un momento? —Sus dedos
se apoderaron de los de ella, cálidos y encarceladores.
—No lo sé. —Se frotó el lugar por encima de sus pechos con la mano libre—. Nunca he sentido
nada igual. —Una esperanza casi muerta creció en su interior—. ¿Podría ser mi Don?

Realizado por GT Página 70


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Martise le apretó los dedos, su temor a entrar en la fortaleza lich fue remplazado por un
entusiasmo creciente.
Él se encogió de hombros.
—Es posible. Y no podría haber elegido un peor momento para manifestarse. —Le soltó la
mano, dejando tras de sí una sensación de hormigueo en el brazo y un halo de luz dorada en la
punta de los dedos—. Mantén tu atención en esos papeles. Hay tiempo suficiente para descubrir
lo que acaba de responder a mi hechizo cuando lleguemos a Neith.
Recorrieron un sinuoso camino por los jardines, evitando las espinosas enredaderas negras que
cubrían las calzadas. La nariz de Martise se frunció. El olor de la muerte antigua lo impregnaba
todo. No el hedor de un cadáver en descomposición, sino el seco y asfixiante aroma de un
sepulcro violado en el que solo está el polvo del muerto para saludar al intruso. Ella se estremeció
cuando se cruzaron con un hombre reclinado contra una fuente rota. Reducido a nada más que un
espantapájaros de huesos frágiles vestidos con harapos de lana, el esqueleto miraba desde las
cuencas vacías. La mandíbula colgaba abierta, las manos se aferraban al cráneo, como si aún
estuviera en medio de un grito.
Silhara la agarró del brazo. Su susurro fluyó cálido contra su oído.
—Prepárate, Martise. Hay más como él esparcidos por Iwehvenn.
Ella se convirtió en su sombra después de eso, pisándole los talones varias veces hasta que él le
advirtió con un amenazante ceño fruncido. Le dolía la mandíbula por apretar los dientes para que
no le castañearan. A pesar de estar envuelta en un hechizo de protección y acompañada por un
poderoso mago fuertemente armado, Martise aún tuvo que sofocar el impulso de salir corriendo.
Mosquito, pastando seguro en la ladera, tenía más sentido común que ellos.
La oscuridad se derramaba como sangre en la entrada al torreón. Las puertas grandes, todavía
con restos de unas hermosas tallas bajo su superficie rajada, colgaban torcidas de las bisagras.
Silhara sopló sobre sus dedos. De sus manos se levantaron tres puntos de fuego brujo verde y
flotaron en el aire delante de él. Se ampliaron y fusionaron, creando una antorcha vaporosa.
Se detuvo ante la puerta.
—Sospecho que no hace falta que te diga que permanezcas cerca. —No la miraba cuando
habló, pero la diversión en su voz le recordó que estaba prácticamente abrazada a él. La cara de
Martise se calentó y se apartó—. Si nos separamos, puede que nunca te encuentre, y es posible
que tú nunca encuentres la salida. Los pasillos y las cámaras de este torreón te llevan a más que
solo otras habitaciones.
A pesar del calor del verano, le subieron escalofríos por los brazos. Entraron a la fortaleza,
guiados por la antorcha flotante de Silhara y el recuerdo de su primera incursión en Iwehvenn. A
Martise le dieron arcadas cuando el toque y el olor rancio de la magia negra rezumaron sobre su
piel. La luz bruja no ahuyentaba la oscuridad, apenas la mantenía a raya. Esta parte del torreón
todavía tenía el tejado intacto, y ella veía poco más allá de la luminiscencia verde flotando delante
de ellos. A medida que avanzaban, vislumbró un suelo ricamente embaldosado cubierto de polvo y
lleno de una desconcertante variedad de elementos… odres, mantas enrolladas, una antorcha
gastada, armas de todo tipo. Suministros abandonados por viajeros desaparecidos hacía tiempo.
Pasaron junto a un trío de esos viajeros cerca de las escaleras. Al igual que su desafortunado
homólogo del exterior, los tres estaban tirados en el suelo en una maraña de huesos y ropa
podrida. Juguetes rotos descartados por un niño depravado. Protegidos de la intemperie, sus
cuerpos aún conservaban indicios de carne momificada que se extendían como pergamino fino

Realizado por GT Página 71


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

sobre los cráneos rodeados de pelo enmarañado. La sombra de un grito de muerte estaba impresa
en cada rostro marchito.
Desde afuera, el torreón era de tamaño modesto, pero al igual que los jardines y el valle mismo,
todo era una ilusión. Adentro, se expandía en un laberinto sin fin. Perdió la cuenta del número de
corredores por los que pasaron o las escaleras que subían. Pasaron a través de espacios sumidos
en las sombras, otros por el contrario estaban bañados por la luz roja del sol de poniente. Silhara
nunca se detuvo, nunca se paró para comprobar su orientación. Parecía tan familiarizado con el
laberinto de Iwehvenn como lo estaba con Neith. Martise estaba a punto de preguntarle cuánto
más lejos tenían que ir, cuando él se detuvo ante una puerta entreabierta.
Ella estuvo a punto de chocar contra su espalda. En algún momento de sus andanzas, había
cogido la parte trasera de su camisa para no perderlo. Él tiró hasta que ella aflojó el firme agarre
con que tenía asida la camisa.
—La biblioteca —susurró él—. Si nuestra suerte se mantiene, los documentos estarán ahí y
podremos salir antes del anochecer.
Ella casi lo apartó a empujones. Deambular por esta cripta maldita durante el día ya era
bastante malo. No tenía ninguna intención de estar cerca del torreón una vez que el sol se pusiera.
Silhara arqueó una ceja.
—Mis disculpas, aprendiz. Estoy en tu camino.
Él hizo una reverencia a modo de burlona disculpa e hizo un gesto para que lo precediera a la
biblioteca.
A pesar de estar ansiosa por encontrar los documentos y escapar de Iwehvenn, Martise pasó
cautelosamente por el umbral. La antorcha de fuego brujo flotaba a su lado, lanzando una bruma
esmeralda en la opulenta habitación cubierta de polvo. Contuvo el aliento, sobrecogida por la
visión de enormes estanterías repletas de lo que sin duda eran miles de años de conocimiento.
—No te quedes ahí parada y embobada, mujer. A menos que tengas en mente pasar la noche
aquí.
La suave amonestación de Silhara la sacó de su embelesamiento y comenzó a buscar en la
habitación. La biblioteca era un caos, con muebles volcados y rollos de pergamino tirados en el
suelo. Los pergaminos se hallaban esparcidos en desorden, metidos en los rincones, atrapados
entre las sillas y mesas. Seguramente alguien aparte de Silhara había estado aquí. No creía que él
fuera tan descuidado con esas obras. Martise lo miró perpleja. Él se encogió de hombros.
—Soy diferente a muchos de los ladrones que han saqueado este lugar. En primer lugar,
sobreviví a la experiencia, y en segundo lugar, sé que la riqueza no se mide siempre por las
monedas. Aquellos que por lo general desafían Iwehvenn solo están interesados en los libros
como fuente de combustible para su fogata. Esto no fue obra mía.
Dejó la ballesta contra una mesa, al alcance de la mano, y se agachó junto a ella para recoger
los papeles.
—Solo reúnelos todos. Estoy seguro de que los dejé aquí, y por la forma que luce esta
habitación, el que vino después de mí no estaba interesado en un buen libro.
Martise apiló los pergaminos, con sus manos desnudas ardiendo por la contaminación de la
magia del lich. Tan pronto como regresaran al arroyo de los ciruelos, se iba a bañar y quemar las
prendas que llevaba en ese momento. Las instrucciones de Silhara de que llevara ropa extra tenían
sentido ahora.

Realizado por GT Página 72


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Su bolsa estaba casi llena y cada vez le pesaba más en el hombro. Silhara se puso de pie y la
ayudó a levantarse.
—La luz está bajando afuera. Tenemos que irnos.
Estaba a punto de decirle que no habría ninguna discusión de su parte, cuando de repente un
miedo helado se derramó sobre su piel, dejándola inmóvil. La biblioteca flotó delante de sus ojos,
las paredes se deformaron y se agrietaron. Algo esperaba afuera. Algo malévolo. Voraz. Martise
tomó el brazo de Silhara. Su rostro austero, cubierto con la luz bruja verde, estaba tenso.
—Algo viene —susurró ella.
Las aletillas de su nariz se ensancharon y su sensual boca se aplanó hacia atrás dejando al
descubierto sus dientes.
—Nos están rastreando. —Levantó la ballesta, la agarró de la muñeca y corrió hacia la puerta.
El terror dio alas a sus pies y se adaptó fácilmente a sus largas zancadas. Se frenaron en el
rellano. En el otro extremo del claustro negro, una niebla fantasmal, espesa, blanca y salpicada de
sangre subía por las escaleras y corría hacia ellos.
Silhara maldijo y cambió de dirección, desgarrando el brazo de Martise mientras corría por el
rellano de la otra escalera. Patinó hasta detenerse cuando los peldaños repentinamente se
derrumbaron, convirtiéndose en una cascada de tablas podridas cayendo a la primera planta.
Martise, en plena carrera detrás de él, torció hacia un lado en el último momento en un fallido
intento por evitar golpearlo. Perdió el equilibrio. Un estallido de dolor se irradió por su cadera
cuando golpeó el suelo.
—¡No! —gritó Silhara, estrellándose en el suelo con ella. El impulso de Martise la catapultó
sobre el borde irregular del balcón y su grito resonó en la oscuridad cavernosa de abajo. Su
cuchillo y la ballesta de Silhara cayeron, el arco le alcanzó a pegar en el hombro antes de golpear
el suelo con estrépito.
El dolor en la cadera era una punzada en comparación con la agonía que estalló en su hombro y
la espalda. Ella colgaba en el aire, sujeta únicamente por el férreo agarre de Silhara sobre su brazo.
Él se sentó en el suelo, con un pie anclado a una pilastra rota, para impedir que lo arrastrara con
ella.
—No parecía que pesaras tanto —gruñó, con los dientes apretados.
Martise apenas lo oía. La oscuridad de abajo se abría como una boca hambrienta, esperando
tragarla. La nube fantasmal se detuvo en el rellano, girando y volviéndose sobre sí misma. Aceleró
como si sintiera la impotencia de su presa. Martise podía sentir su hambre, un ansia por la esencia
misma de la vida. Su vida y la de Silhara.
La muñeca y el antebrazo le ardían, irritados por la áspera palma de la mano de Silhara
mientras se deslizaba lentamente de su agarre.
—Suélteme —susurró—. Me prometió una muerte limpia.
Huesos rotos contra las piedras era preferible a lo que el devorador de almas estuviera
planeando.
Él apretó su agarre, lo bastante fuerte como para adormecer sus dedos.
—No seas latosa —gruñó—. Tienes los documentos y el conocimiento para traducirlos.
Si no estuviera colgando del aire y encarando una muerte inminente, bien por una larga caída o
por el apetito avaricioso de un lich, se habría reído. Su salvador se había apresurado a exponer sus
propias motivaciones para salvarla y poco tenían que ver con la nobleza.

Realizado por GT Página 73


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

El lich se acercaba, trayendo consigo el olor fétido de la maldad. Detrás de su forma vaporosa,
las paredes y el rellano deformado se fundían. Silhara maldijo y recitó un hechizo familiar, uno que
Martise había esperado que él nunca volviera a usar sobre ella. El conjuro la lanzó hacia arriba, con
tanta fuerza que el estómago cayó a sus pies. Ella se agitó en el aire. De inmediato invocó un
hechizo de descenso y cayó hacia él en un aleteo de túnica, morral y pelo. La atrapó limpiamente y
con la misma rapidez la apartó de sus brazos.
Las manos de Silhara revisaron sus costados.
—La bolsa. Tienes la bolsa. —El alivio enronqueció su voz ya de por si ronca.
¿A quién le importa esta bolsa de papeles? Quería gritarle. No iban a lograr salir de Iwehvenn. El
devorador de almas estaba casi encima de ellos, envolviéndolos en una bruma de aire putrefacto
y frío. Ella gritó cuando Silhara la atrajo hacia sí, con su brazo apretado como una banda alrededor
de su cintura.
—Agárrate y no pelees conmigo.
Él no le dio tiempo para cuestionarlo. La agonía atravesó su cuerpo y ennegreció su visión. Se
arqueó contra él, con los dedos agarrando sus brazos mientras él casi le rompía las costillas con su
aplastante abrazo. Lo que la rodeaba se desvaneció, volviéndose gris y nebuloso. Un alarido
enfurecido sacudió sus oídos. Cuando recobró sus sentidos, fue para encontrarse todavía unida en
el abrazo asfixiante a Silhara, pero en otra habitación.
—¿Qué…? —preguntó antes de que él la interrumpiera.
—No estamos a salvo todavía. El lich está justo detrás de nosotros.
Alertada por el tono peculiar en su voz, Martise levantó la vista. Él estaba pálido bajo su piel
bronceada, con los labios apretados casi blancos. La sangre le goteaba en una fina línea desde su
fosa nasal izquierda dividiendo en dos el labio superior.
—Otra vez —dijo él.
Esta vez estaba más preparada, aunque el dolor y el aplastante peso del hechizo fue igual de
tortuoso. Emergieron en una antecámara, rodeados de las cáscaras de hombres muertos. Más
sangre corría de la nariz de Silhara, que goteaba de su barbilla. Él se tambaleó, agarrándose a
Martise tanto para equilibrarse como para llevarla con él a través del enlace del hechizo.
—Pare esto. —Le limpió debajo de la nariz con una de sus mangas, en un intento por detener el
flujo carmesí. Sus esfuerzos dejaron una mancha en la mejilla de Silhara y una mancha roja en su
propia camisa—. Se está matando. —Ella había leído sobre el hechizo que estaba utilizando. Lo
llamaban Media-Muerte, formaba parte de los arcanos negros y estaba prohibido por el Cónclave.
Complejo y muy práctico en espacios reducidos como estos, era conocido por matar a los magos
que lo utilizaban.
Sus ojos estaban hundidos en su cara pálida.
—Mejor muerto que esclavizado.
El comentario la golpeó más duro que si hubiera cerrado su mano y le hubiera dado un
puñetazo. Martise sabía que él se refería al lich, pero su breve declaración resumía cada
motivación, cada razón y cada justificación de por qué estaba allí con él en primer lugar.
Él exhaló un largo suspiro que gorgoteó de sangre.
—Una vez más. Puedo hacer esto una vez más.
Martise lo dudaba, pero aún debilitado por sus propios conjuros, era mucho más fuerte que
ella. Lo más que podía hacer era aguantar y sostenerlo cuando se cayera después de la tercera vez.

Realizado por GT Página 74


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Porque lo haría. Pocos magos habían resistido hechizos consecutivos de Media-Muerte y ninguno
de los que lo habían hecho seguía en pie.
La tercera vez la hizo gritar. Bien podría haber caído del segundo piso de la fortaleza, por el
dolor agudo que sintió. Aparecieron en el patio exterior, bajo un cielo crepuscular. Silhara se
derrumbó contra ella. Aún recuperándose de la conmoción del hechizo, Martise se tambaleó bajo
su peso, pero logró que se pusieran de rodillas. El mago se deslizó sin vida en sus brazos, bañado
en sangre y más frío que un cadáver de un día.
Olvidando su propio dolor, lo tendió suavemente en el suelo polvoriento. Sus dedos
temblorosos pasaron sobre la boca manchada de sangre y salieron mojados cuando los presionó
contra el pecho y la arruinada camisa de Silhara.
—No te atrevas a morirte todavía, bastardo. —Su voz temblaba tanto como su mano. Solo el
embrujado silencio le respondió.
Las sombras se balancearon y se deslizaron por el patio cuando el sol cayó detrás de las colinas
que rodeaban el valle. El instinto luchó contra la compasión. Una voz interior le gritaba que
corriera. Correr mucho, correr rápido. Mosquito esperaba en la ladera, y el sacrificio de Silhara le
había comprado tiempo para escapar. De nuevo, Martise le tocó el rostro, demacrado y sin vida
bajo la sobrenatural luz de la luna. Él podría estar muerto, pero no podía dejarlo. No aquí, en este
pozo sombrío donde el tiempo y el viento reducirían su cuerpo a una cáscara disecada, rechazado
por la misma tierra en la que se encontraba.
Sus músculos ya magullados por el hechizo de la Media-Muerte ardieron en señal de protesta
cuando ella se levantó y deslizó las manos debajo de sus brazos para levantarlo. Lo arrastró más
allá de los jardines marchitos, manteniendo un ojo cauteloso sobre la derrumbada guarida del lich.
Silhara había dicho que la criatura estaba justo detrás de ellos después de la primera vez que
escaparon por la puerta espectral del hechizo. El recuerdo de su chillido de furia cuando ellos
escaparon la hizo estremecerse. Oró para que todavía acechara dentro del torreón, en busca de su
escurridiza presa.
Sus oraciones no fueron contestadas. Decidida a conseguir sacar a Silhara del patio y llevarlo a
la relativa seguridad de la ladera, no vio la niebla fantasmal del devorador de almas hasta que fue
demasiado tarde. La criatura golpeó con manos invisibles a Martise, lanzándola a través del
camino. Ella se estrelló contra uno de los árboles muertos con tanta fuerza que puntos negros
bailaron ante sus ojos. La corteza áspera rasgó su túnica y raspó su espalda con la caricia de una
sierra.
Sacudió la cabeza y trató de ponerse de pie, tambaleándose mientras el patio se inclinaba y
giraba a su alrededor. La niebla que la rodeaba se transformó a su vez en patrones de formas
grotescas tanto humanas como arácnidas. Tentáculos de nube helada salieron desde la sombra de
un abdomen hinchado y envolvieron los tobillos y las muñecas de Martise. Ella tiró de las ataduras,
arañando las cuerdas de telarañas que se enroscaban alrededor de sus brazos y la aferraban.
Las imágenes de las últimas víctimas que cayeron ante el hambre del lich surgieron en su
mente. Martise comprendió por qué sus rostros descompuestos tenían esas expresiones
torturadas. Quiso gritar, una y otra vez, hasta que el esfuerzo calentó su sangre helada y le
recordó que aún vivía y respiraba, y se aferró a su esencia vital. Jirones de niebla recorrían sus
brazos… como finos pelos de las patas de una araña que se deslizaba más cerca de su presa
atrapada. Sus gritos colgaban en su boca cerrada, y giró la cabeza lejos de la línea serpenteante
que se encrespaba hacia su nariz. Sus esfuerzos fueron inútiles. El lich la invadió, vertiéndose en su
cuerpo y su espíritu con un propósito malévolo.

Realizado por GT Página 75


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Ella gritó, un fino gemido que se perdió en el miasma que impregnaba todos sus poros. Una
sensación de drenaje debilitó sus miembros. Si no hubiera estado atada en posición vertical en la
red del lich, se habría caído. La frialdad corría por sus venas, remplazando la sangre caliente,
mientras el lich se alimenta de ella. Sus latidos se aquietaron, ahogados por un lamento agudo que
parecía provenir de centenares de voces. Sombras grises, vacilantes, revoloteaban ante su visión,
golpeando sus puños contra muros invisibles… los recuerdos y los restos de los hombres drenados
de sus almas, flotando por siempre en una desesperación eterna.
—No así —pensó—. No así.
Todo lo que había arriesgado al venir aquí —una oportunidad de libertad, una vida vivida sin
limitaciones, incluso una posible muerte, pero una muerte limpia— se dispersó ante ella, perdida
ante el inmortal parásito.
La niebla a su alrededor se espesó, alimentada por la fuerza de su espíritu y el aumento de su
desolación. Martise pensó en Cumbria, en sus rasgos petulantes cuando sostuvo su piedra
espiritual ante sus ojos, el cebo final para atraerla a hacer su voluntad. El lich no tendría todo de
ella. El Obispo Supremo del Cónclave poseía una parte de su espíritu. Una invisible y vinculante
cadena, que solo se rompería por su muerte o el sacrificio del Maestro de los Cuervos.
A través de la opaca mortaja que la envolvía, vio a Silhara tirado en el suelo árido, lleno de
sangre por su propio hechizo. El lich no lo había tocado y un dolor inexplicable se fundió con la
desesperanza. Estaba muerto, derribado por sus intentos de rescatarlos de ser monstruosamente
devorados como ella lo estaba siendo. La ira y la voluntad de permanecer libre lo habían salvado.
Mejor muerto que esclavizado.
Esas palabras resonaron en sus pensamientos congelados, actuando como un catalizador para
liberarla del estrangulador agarre que ejercía el lich. No quería morir, pero este horror era mucho
peor. Un fuego blanco abrasó el frío entumecimiento que tiraba de ella hacia el pozo sin fondo del
lich. Ella no moriría. No así.
—¡NO ASÍ!
La protesta, gritada desde una garganta obstruida por el humo asqueroso, no fue suya. Más
profunda, más amplia, surgió de un escondrijo oculto de fortaleza, llevando consigo la extraña
fuerza que había despertado con el toque del hechizo de ocultación de Silhara. Volvió a gritar, esta
vez en señal de triunfo cuando su Don estalló por todos sus poros. Fluía en olas de luz ámbar,
rodeando la pálida niebla. Sintió el impacto del lich, su sorpresa al ser enfrentado por esa fuerza
desconocida. Dejó de drenarla, deslizándose fuera de su nariz y boca en ráfagas heladas.
Martise se acurrucó ante el feroz poder que surgía de ella. Su furia impulsó su frenesí, y ella
montó la marea, sintiendo instintivamente que lo que sea que hubiera convocado a través de su
último grito de desesperación, actuaba por voluntad propia. Atacó al devorador de almas,
agarrando la niebla sinuosa con mano inflexible. Las almas encarceladas revoloteaban como
polillas dentro de una jaula que se iba desmoronando a medida que su Don golpeaba y golpeaba
de nuevo al lich, desgarrándolo con toda la crueldad de una manada de lobos sobre una oveja. La
jaula finalmente se rompió, partiéndose bajo la venganza descontrolada de su magia. Espectros,
atrapados por incontables siglos, pasaron volando junto a ella, a través de ella. Jadeó cuando el
toque de cada uno dejó trazas de impresiones y recuerdos. Los ladrones y los viajeros perdidos,
nómadas errantes, incluso los presos llevados a Iwehvenn para sufrir un castigo despiadado por
sus crímenes… todos dieron breves destellos de su identidad, destellos que le revelaron unas vidas
cortas, terriblemente sesgadas.

Realizado por GT Página 76


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Un último chillido fino señaló la destrucción final del lich, antes de que la neblina se enrollara
sobre sí misma y estallara en una lluvia de polvo que cayó en cascada sobre su pelo y sus hombros.
Habiéndose liberado de su posesión, Martise ya no estaba cegada y tenía una visión clara del
patio. Se sacudió el polvo, temblando de repugnancia. Dentro de ella, su Don recién despertado
pulsaba.
Aturdida por el agresivo poder que había ejercido, cayó de rodillas y levantó su mano con
cautela, mirándola como si se tratara de un nuevo apéndice. La luz ámbar que la recubría se
desvaneció. Temía que su Don desapareciera de nuevo y a la vez tenía miedo de que pudiera
volverse contra ella. Muchos Dotados sin entrenamiento habían muerto debido a la potencia sin
control de su talento.
Unos sonidos débiles llegaron a sus oídos, gemidos más que palabras. Martise se puso de pie y
fue cojeando hasta el cuerpo tendido de Silhara. Se arrodilló junto a él, gimiendo por el dolor en
sus huesos. El más leve aliento le acarició la cara cuando ella se acercó. La euforia corrió a través
de ella, seguida por el terror cuando él no volvió a respirar.
Su cabeza colgó cuando ella lo levantó en sus brazos. Cintas de sangre se deslizaban desde su
nariz hacia las orejas. Martise apartó un mechón de pelo empapado en sangre de su mejilla.
—Maestro —dijo en voz baja—. Quédese conmigo. —Se inclinó más cerca, su nariz tocando la
de él. Su conciencia encogida y agudizada, se centró en su boca entreabierta, la frágil subida y
bajada de su pecho contra sus senos. Su Don se agitó, pulsando con los latidos de su corazón. Sus
labios eran suaves, con el sabor de la sal y el hierro.
—Quédate —susurró en su boca y cerró los ojos.
A diferencia del turbulento río que se desbocó y se tragó al lich en su ira, su Don ahora fluía
como un arroyo perezoso, conectándola con Silhara en el roce de un beso y la presión de sus
manos sobre su piel fría. Un débil latido palpitó en sus oídos, creciendo más alto y más fuerte
mientras lo sostenía. Sus sentidos estaban inundados… sangre y calor, odio y soledad, y sobre
todo, un Don más poderoso que el suyo, sujeto por una voluntad implacable. Ella cayó sobre él,
respiró con él, agarró su espíritu recio parado al borde de un abismo y lo abrazó.
Un apremiante caleidoscopio de luz gris giró a su alrededor, lanzándola de espaldas a la
realidad de la suciedad, los músculos torturados y el olor de la sangre. Abrió los ojos y de
inmediato buscó a Silhara. Su rostro ya no estaba tan pálido ni consumido, e incluso su pecho
subía en respiraciones lentas y constantes. Sintiendo como si una manada de caballos galopantes
tronara a través de su cráneo, Martise se estremeció. Un cosquilleo debajo de su nariz le hizo
mirar hacia abajo. La sangre goteaba, salpicando sobre Silhara. Su sangre esta vez. Se limpió la
nariz con la polvorienta manga y lo limpió a él lo mejor que pudo.
Él abrió los ojos, fuentes de obsidiana que atrapaban la luz de las estrellas y se ahogaba en sus
profundidades.
—¿Qué eres? —dijo con voz áspera.
Sin importarle que estuvieran acurrucados en un valle maldito o que probablemente él la
despellejaría viva por sus acciones, Martise le abrazó y se echó a reír con un gozoso alivio.

Realizado por GT Página 77


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 1111

Ella olía diferente. De pie junto a ella, cargando cajas de naranjas en el desvencijado carro,
Silhara captó el perfume de Martise en la brisa seca que rodeaba la arboleda. El aroma del aceite
cítrico mezclado con jabón y el ligero almizcle de mujer cálida atormentaban su nariz. Un fuego
suave se centró en su ingle. Habían pasado meses desde que había tenido una mujer bajo él y
disfrutado. Ninguna con las que se había acostado olía tan tentadora como la pequeña mujer que
trabajaba a su lado. El aroma de hechicería, penetrante y limpio como el aire antes de una
tormenta, se aferraba a su cabello y a su piel.
Todos los Dotados desprendían ese aroma cuando su dote se manifestaba por primera vez. Se
inclinó hacia ella y olfateó audiblemente. Ella se detuvo, sus manos cerniéndose sobre las naranjas
en la caja más cercana a ella y lo miró recelosa. Un hilillo de sudor se deslizaba por su mandíbula
desde el pelo pegado a la sien. El imaginario sabor a sal cosquilleó la lengua de Silhara.
—Ahora hueles como un recién Dotado.
Ella se enderezó bruscamente. Él se apartó justo antes de que su coronilla golpeara su barbilla.
Sus ojos de cobre brillaban bajo el sol, con una cautelosa esperanza vacilando en sus
profundidades. Se llevó las palmas de las manos a la nariz y aspiró.
—¿Está seguro? Yo solo huelo naranjas. —Las comisuras de su boca se curvaron hacia abajo—.
Y a Cael.
—Estoy seguro. El olor es inconfundible. Yo apesté durante meses después que mi Don se
manifestó.
Ni desagradable ni abrumador, era una marca distintiva que una vez había alertado a todos los
sacerdotes de su paradero en el Reducto e hizo que los buscadores de magos del Cónclave
enloquecieran en sus corrales cada vez que pasaba. El olor en Martise no era tan fuerte, pero Cael
se había aferrado a ella más tenazmente que el liquen desde su regreso de Iwehvenn, sus ojos
brillaban rojos en el instante que ella entraba en la misma habitación que él. Incluso ahora, Cael
yacía junto al carro, con la lengua colgando mientras jadeaba por el calor de la tarde.
—Menudo bien me hace ese perfume ahora. Ya no siento el Don como lo hice en el torreón del
lich.
Silhara no era tan pesimista. Su poder podía optar por esconderse detrás de la sombra de su
alma o dormir para recobrar su fuerza, pero no la había abandonado. Los efectos del contacto de
su Don permanecían con él, junto con la esencia de la mujer. Una calidez como de seda y agua lo
bañaba desde el interior, le daba fuerza y reponía su Don. Casi había muerto en el Torreón de
Iwehvenn, salvado únicamente por la misericordia de su aprendiz y su talento recién desplegado.
Se agachó para levantar otra caja llena al carro, solo para que Gurn casi se la arrancara de sus
manos. Silhara gruñó a su siervo, manteniendo un férreo apretón en las asas cuando Gurn tiró.
—¿Te importa? —Le arrebató la caja y la lanzó al fondo del carro. Las naranjas cayeron de las
cajas y rodaron por las gastadas tablas.
Martise extendió una mano solícita hacia él, pero la apartó tras su mirada de advertencia.
—¡Déjenme! ¡No soy un maldito inválido!
La invocación de la Media-Muerte había sido un acto desesperado, la manera más segura y
rápida de escapar de las garras del lich. Esta poderosa magia cobró su peaje.
Se las arreglaron para encontrar el camino de regreso a Neith donde él se había derrumbado en

Realizado por GT Página 78


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

la puerta, febril y delirante. Dos días de dolorosos espasmos musculares y de vomitar sangre en
una palangana desconchada lo mantuvieron postrado en la cama. Sólo ahora, después de una
semana completa, se sintió lo suficientemente fuerte como para reanudar su trabajo en la
arboleda y prepararse para su retrasado viaje al mercado. Por desgracia, su criado todavía tenía
que abandonar su papel de niñera.
Ignoró los cortos y precisos movimientos de las manos de Gurn. “Culo de caballo” no necesitó
mucha traducción. La risita ahogada de Martise se desvaneció cuando Silhara esbozó una sonrisa.
—Ven conmigo. Tenemos una lección que llevar a cabo.
No esperó para ver si lo seguía, pero gritó instrucciones a Gurn mientras caminaba hacia la
mansión.
—Ya que todavía estoy demasiado frágil para trabajar, puedes terminar de cargar el carro. Mi
aprendiz y yo tenemos algunos asuntos pendientes.
Cael se levantó para seguirlos y se detuvo cuando Silhara lo apuntó con un dedo.
—Mantenlo aquí. Huele mal.
El buscador de magos enseñó los dientes y se escabulló debajo el carro, enfurruñado.
Él la llevó a la biblioteca. Los preciosos documentos, sacados de Iwehvenn con hechizos
mortales y pura suerte, estaban apilados pulcramente en una mesa. Todavía tenía que estudiarlos,
pero Martise ya había comenzado sus traducciones. Una hoja de notas, escritas por su mano
precisa, estaba junto a los documentos antiguos.
—¿No vamos a tener la lección en el gran salón?
Su voz trinaba. Silhara ladeó su cabeza, perplejo. La misma mujer que había luchado cuerpo a
cuerpo con un devorador de almas y lo apagó como a una vela, aún temía sus lecciones. El pesar
salió a la superficie, molesto e inoportuno. Él había tenido sus razones para someterla a un trato
duro cuando llegó por primera vez, y ella había resistido todo que había lanzado en su contra.
Valiente y sorprendente. Aquella pasividad absoluta era teatro. Martise podía tener miedo de
sus lecciones, pero ahora se sentía lo bastante cómoda en Neith para mostrar indicios de una
personalidad más poderosa.
Se puso rígida cuando él se le acercó. Silhara se paró tan cerca que el ala del sombrero de
Martise chocó contra su pecho. Le quitó el sombrero y lo tiró al suelo, dejando sueltos los
mechones de pelo que sobresalían de su cabeza como un halo castaño rojizo. Desarreglada y
bronceada por el sol por trabajar a su lado en la arboleda, era casi bonita.
—La luz no es bastante buena en el salón. Quiero ver lo que ocurre cuando hagamos esto, y
prefiero esta sala.
—Por favor, Maestro. —Él frunció el ceño al escuchar el tono quejumbroso de su voz—. No
convoque a otro demonio.
Sus ojos miraban al suelo, escondidos por la curva de sus oscuras pestañas. Silhara le alzó el
rostro hacia él con su dedo índice. Su mirada le imploraba. Era la primera vez que le pedía piedad
de alguna manera. Su estómago se retorció.
—Martise —dijo, dándole golpecitos en la parte inferior de su barbilla con la punta del dedo.
Más suave que el costoso terciopelo e igual de cálida, su piel se calentó bajo su caricia—. Lo que
quiero convocar reside dentro de ti. Eso destruye los demonios. —Y salva magos—. ¿No quieres
sentir tu Don una vez más?
El entusiasmo remplazó el miedo en sus ojos.

Realizado por GT Página 79


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—¿Puede hacer eso? —preguntó nerviosa con su labio inferior entre sus dientes—. Las otras
lecciones no funcionaron. —Su mandíbula se tensó contra su dedo.
—Usé el cebo equivocado para persuadir a tu Don a manifestarse. —Su dedo vagó más abajo,
sobre el hueco de su garganta antes de detenerse contra la frágil línea de su clavícula, que
asomaba por la parte superior de su túnica—. Que fue bueno, creo. Tal vez no haya presenciado lo
que tu poder le hizo al lich, pero cualquier cosa que puede destruir a un devorador de almas es
formidable. No tengo el menor deseo de sufrir el mismo destino.
Había bailado con la muerte mientras el devorador de almas se alimentaba de ella. Su Don,
hostil, sensible y decidido a destruir lo que puso en peligro a su portadora, había hecho un trabajo
rápido con el lich. En contraste, ese mismo poder violento lo había salvado, amablemente,
mientras se vertía en su cuerpo y alma como agua fresca sobre tierra seca, brillando con vida y
fertilidad, verdor y sol en la arboleda. Todo mezclado con la fascinante quintaesencia de la mujer
que ejercía tal poder. Ella lo hizo retroceder cuando él se tambaleó al borde de la oscuridad,
restaurando su espíritu y dándole la fuerza necesaria para ayudarla a traerlos a ambos a casa.
Algo más que su curiosidad como hechicero lo llevaba a buscar su Don por segunda vez.
Anhelaba su tacto, su limpio resplandor, tan diferente de la sombra contaminada dejada por
Corrupción cuando violaba sus sueños.
—¿Qué va a hacer?
Él se encontró con su mirada. Los latidos del corazón de Martise tamborileaban bajo sus dedos,
rápidos e irregulares.
—Quiero alentar a tu Don, pero voy a necesitar tu cooperación. ¿Alguna vez has realizado una
vinculación con el vidente?
Ella trató de retroceder.
—¡No! Sería menos vulnerable si me parara delante de usted desnuda.
Las cejas de Silhara se elevaron. La detuvo apoyando la mano en su cintura con un ligero
apretón de aviso. Las visiones de su espalda desnuda y de sus manos oscuras contra su piel más
pálida juguetearon en su mente.
—Si es una sugerencia, estoy más qué dispuesto.
Ella se sonrojó. Una sonrisa débil levantó las comisuras de sus labios a pesar de sus protestas. Él
entendía su reticencia. La vinculación con el vidente era invasiva, una forma menor de lo que el
lich le había hecho a ella y lo que su Don le había hecho a él. Pero estaba seguro de que nada más
haría emerger su Don otra vez. Al menos nada que no intentara atacar.
Dejó caer su mano y dio un paso atrás.
—Tu elección, aprendiz. Yo no gano nada con el esfuerzo. Mi magia no va a sufrir de todos
modos. —Se dirigió hacia la puerta—. Tenemos una cosecha que llevar al mercado. Me estás
haciendo perder el tiempo.
Estaba casi en el pasillo cuando lo llamó.
—Espere. Por favor. —Una aceptación cautelosa titiló en sus ojos—. Quiero intentarlo.
Como sospechaba, ella podría no confiar en él lo suficiente para estar de acuerdo con su oferta
inicial, pero no podía resistir la atracción de su Don. Se arriesgaría a un fuerte hechizo para hacer
emerger su magia una vez más.
Él se acercó y aspiró su olor.
—Una vez tuve una vinculación con el Obispo Supremo. —Una antigua ira hizo arder su

Realizado por GT Página 80


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

sangre—. Llevaba un año en el Cónclave. Dos sacerdotes me ataron a una silla y me amordazaron.
El rostro de Martise se volvió borroso ante sus desagradables recuerdos. Recordó el fuego
agonizante haciendo estragos en su cráneo cuando Cumbria se esforzó por derribar sus emociones
y pensamientos. Todavía sentía el golpe del puño del obispo contra el lado de su cabeza cuando la
vinculación terminó, la oscuridad que siguió y el sabor de la tierra en su boca cuando despertó en
el suelo frío con una rata escarbando entre su pelo enmarañado.
—Ellos lo forzaron. —La compasión, mezclada con repulsión, hicieron más profunda su
seductora voz.
Él trazó una línea invisible sobre su clavícula.
—¿Eres tan inocente para creer que los sacerdotes están por encima de esas cosas? Has sido
una novicia. Seguramente ¿lo has visto o experimentado?
—No así. Burla, azotes, ayuno, sí. Pero nunca una vinculación forzada. —Ladeó la cabeza, con
preguntas en su mirada—. ¿Por qué? Los sumos sacerdotes por lo general no se interesan en
reconocer a las clases inferiores.
Tenía huesos pequeños, y la piel expuesta de su cuello relucía con una película delgada de
sudor. Silhara se pasó la lengua por su labio inferior.
—Cumbria y yo tenemos una relación singular y de larga data. Nos odiábamos mutuamente
incluso antes de conocernos.
—¿Qué tiene de singular el odio?
Los dedos de Silhara presionaron la carne de Martise, la primera parte del hechizo fue invocada
en silencio. Las débiles vibraciones de energía se arremolinaron en su brazo.
—Eso dicho por su sierva.
Ella palideció.
—Su pupila. Y no quise faltarle al respeto, Maestro. —Bajó la mirada hacia los dedos
masculinos—. Ha comenzado la vinculación. —Cerró los ojos un momento—. No se siente como el
toque del lich.
—¿Cómo sentiste el toque del lich?
—Frío, vacío. Como caer por un pozo seco.
Silhara sintió una agitación, un zarcillo de conciencia llamando a su propio Don en
reconocimiento.
—La vinculación con el vidente es diferente, ejercida con dureza es una agonía. No hay
necesidad de tomar tales medidas aquí.
A él le gustó su sonrisa.
—Usted es amable a su manera. —Su voz arrastraba las palabras cuando los efectos del hechizo
se apoderaron de ella, potentes como el Fuego de Peleta.
Él colocó la otra mano en su cintura para sostenerla erguida.
—No. Simplemente soy cauteloso. Tu Don responde a una caricia, no a una paliza. No tengo
ningún deseo de acabar como el lich.
Casi borracha por la vinculación, se balanceaba en sus brazos, sostenida por la mano en su
cintura y por la que acariciaba su cuello. Sus párpados bajaron, y sus labios se separaron. Silhara la
atrajo más cerca, rodeándola con su brazo por la espalda. Quería balancearse con ella, hundirse en
esa fuente de calor que lo envolvía mientras se sumergía en su esencia. Empujó contra sus faldas,

Realizado por GT Página 81


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

excitado por el acoplamiento de espíritu y voluntad mientras ella se abría a él. Su visión se nubló,
su entorno transformándose en un mar de ámbar y rubí. Su corazón igualó el ritmo del corazón de
Martise hasta que un único pulso resonó en su cabeza.
La energía inundó su alma.
Su magia surgió como una ola, alimentada por la fuente del Don de Martise. Gimió, ahogándose
en la intensa sensación de vida pura, mezclada con la gracia de mujer, que se derramaba dentro
de él.
Si Corrupción hubiera utilizado tal seducción desde el primer momento, él habría acogido al
dios y hecho su voluntad con una sonrisa. En cambio, el señuelo que utilizó lo hizo apartarse a
pesar de las promesas de venganza y poder ilimitado. El Don de Martise, sin embargo, no ofrecía
ninguna promesa, solo fortalecía su propio Don sin pedir nada a cambio.
Ábrete para mí, Martise. Llévame más profundo.
No estaba seguro de si había pronunciado las palabras o solo las había pensado. Su hambre por
más de ella anulaba su coherencia. Ella obedeció, abriendo ampliamente la etérea puerta que
albergaba su Don y le permitió a su espíritu pleno acceso.
Él la tomó, se alimentó de ella, absorbió la fuerza de su poder hasta que la cabeza le dio
vueltas. Un débil gemido llegó a sus oídos, casi sofocado por su ansia por más de su fuerza vital. Se
abrió camino hacia la conciencia, respirando con dificultad. Lo que encontró su mirada hizo
tambalear su corazón.
Martise se desplomó en sus brazos como una muñeca rota. Su cabeza colgaba, la sangre
goteaba de su nariz, deslizándose por sus pálidas mejillas. El blanco de sus ojos asomaba por
debajo de sus pestañas. Una luz de piedras preciosas los envolvía a ambos, puliendo su piel.
El terror lo atravesó, desterrando su devorador sentimiento de bienestar. El agudo estallido de
dolor detrás de sus ojos lo hizo estremecerse cuando rompió el vínculo entre ellos. Martise
convulsionaba en sus brazos. La luz se desvaneció, dejando trazas de un brillo carmesí en su ropa.
—¡Martise!
La sacudió con fuerza, sin importarle que su cabeza se moviera bruscamente hacia adelante y
hacia atrás. El dolor detrás de sus ojos aumentó cuando recitó un conjuro sencillo para reanimarla.
Ella gimió y levantó una mano débil para tocar la sangre en su rostro. Silhara dio gracias en silencio
a dioses que nunca antes habían oído invocar sus nombres en sus oraciones.
—¿Qué sucedió? —Su voz aflautada acarició su oído.
Él la levantó en sus brazos.
—Eres más generosa con tu Don que una hurí cuando le muestras un monedero lleno —le
espetó.
Ella lo había sacudido. Sangrando y casi insensible por su vinculación, ella despertó más de la
indeseable culpa dentro de él. Había hecho muchas cosas en su vida que podrían considerarse
despreciables y nunca sufrió una punzada de remordimiento. Pero esta no era forma de
compensar a la mujer que había salvado su vida.
Abandonó la biblioteca y subió las escaleras hasta el tercer piso. La débil luz que se filtraba por
el agujero en el suelo iluminaba el pasillo que conducía a la habitación de Martise. Silhara abrió la
puerta y se detuvo. Auster y meticulosamente limpio, el dormitorio era una aberración dentro del
laberinto polvoriento que era la mansión. Incluso la cocina de Gurn no podía compararse.
La pequeña cama empujada contra la pared estaba perfectamente hecha, ni una arruga

Realizado por GT Página 82


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

estropeaba la lisa superficie de mantas. Ni una mota de polvo danzaba a la luz del sol que llenaba
el espacio. Sus efectos personales estaban ocultos. No había peines, ni joyas, ni otras bagatelas
femeninas sobre la mesa cerca de la cama o encima del baúl a sus pies.
Martise abrió los ojos cuando Silhara la acostó en la cama. A pesar de su terrible experiencia, su
mirada estaba encantada.
—Todavía puedo sentir el Don, pero estoy muy cansada.
Él miró dentro de la jarra cerca del lavabo. Vacía.
—Debes estarlo. Tu Don puede reaccionar violentamente si se lo fuerza a manifestarse, pero es
muy complaciente cuando se lo persuade. Al menos conmigo.
Los residuos de energía de la vinculación todavía fluían a través de él. El Don de Martise
fortalecía el suyo. Sus dedos hormigueaban y despedían fragmentos de luz blanca contra todo lo
que tocaba. Cualquier hechizo que pudiera conjurar sería diez veces más potente que de
costumbre. A diferencia del ofrecimiento hecho por Corrupción, el Don de Martise todavía le
permitía mantener el control de su magia aumentada.
Silhara frunció el ceño cuando ella se limpió las mejillas por segunda vez.
—Lo estás empeorando. Enviaré a Gurn con agua y un elixir para restaurar tu fuerza y ayudarte
a dormir.
Ella intentó levantarse, pero se rindió cuando él puso una mano en su hombro. Su esencia
inundó sus sentidos, llevada por el flujo del Don de Martise hasta su ser. La olía en su ropa, la
saboreaba en su paladar. El deseo que sintió por su poder creció hasta incluir también a la mujer.
Se puso duro ante la idea de desnudarla y tomarla sobre la prístina cama con su calor y su Don
corriendo rápido por su sangre y su cuerpo. Sus ojos se estrecharon.
Martise se encogió contra las mantas de la cama ante su expresión.
—¿Qué hay de la cosecha?
Todavía luchando contra la excitación que ella le generaba, puso distancia entre él y su cama.
—Débil como estás ahora mismo, solo estorbarías. Además, nos las hemos arreglado bastante
bien sin ti todos estos años. Estarás como nueva al amanecer. Espero que estés vestida y lista para
salir con nosotros hacia Eastern Prime por la mañana.
Martise rodó de costado, insinuando las elegantes curvas que le había mostrado cuando había
aliviado su dolor de su espalda. Silhara extendió la mano y con la misma rapidez la dejó caer. Si no
se marchaba ahora, no saldría en absoluto. La lujuria y la magia rugían a través de él, aumentando
con cada instante que permanecía en este cuarto. Fue hasta la puerta, abriéndola de un tirón. A
medio camino del oscuro corredor, la oyó llamándolo.
—¿Me enseñará cómo usar mi Don?
Él se detuvo, pellizcándose el puente de la nariz entre el dedo índice y el pulgar.
—Sí. —Ella había encontrado la forma de vengarse de sus lecciones—. Hasta ahora no has sido
gran cosa como aprendiz. Por lo menos tenemos algo con qué trabajar.
Su suave “gracias” lo siguió por el pasillo. Ella podría lamentar esa gratitud. Su disposición de
enseñarle estaba motivada tanto por una curiosidad egoísta como por la generosidad. Feroz pero
amable, casi independiente de Martise en la forma en la que reaccionaba, su Don lo fascinaba.
Podía apostar que jamás un sacerdote o novicio del Cónclave había poseído o encontrado algo
parecido, y cualquier conocimiento que pudiera tener por encima de los sacerdotes le complacía.
—¿De verdad sabes lo que me has enviado, Cumbria?

Realizado por GT Página 83


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Solo el crujido de las tablas bajo sus pies le respondió.

Realizado por GT Página 84


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 1122

Martise despertó antes del amanecer, alertada por una voz interior que gritó “¡Despierta!”. Se
acurrucó en la cama por un momento con los ojos muy abiertos mientras miraba con atención en
la oscuridad de la habitación, buscando cualquier movimiento. Todo estaba tranquilo salvo la
banda de luz de luna que delineaba su ventana abierta. Se levantó, teniendo cuidado de no hacer
ningún ruido. El aire de la noche se sentía frío y húmedo con un indicio de rocío. Envolvió su chal
sobre sus hombros y caminó suavemente hacia la ventana atraída por una voz insistente que le
exigía que mirara hacia fuera.
Neith estaba en calma, durmiendo en las horas más oscuras. Los naranjos, meras siluetas
bordeadas de plata, estaban quietos bajo un cielo nocturno ataviado con resplandecientes
estrellas. Solo la enfermiza estrella de Corrupción flotando sobre el horizonte sur empañaba la
vista. La estrella pulsó brillante una vez, dos veces y finalmente una tercera vez. Ella apartó la
mirada y se rascó el cosquilleo que se deslizó por sus brazos. Un atisbo de movimiento bajo las
copas de los naranjos hizo que se paralizara.
Un humo negro ondulaba sobre el suelo, rodando rápido y seguro mientras pasaba por la línea
de árboles hacia la casa.
¡El lich!
El horror gritó a través de sus venas. Su Don estalló, haciéndola tambalearse mientras consumía
sus sentidos. Una luz salió disparada de las puntas de sus dedos y rebotó en las paredes,
ahuyentando las sombras que acechaban en los rincones. Con la misma rapidez la luz se apagó,
pero su Don no lo hizo, y luchó por mantener bajo control su poder que intentaba destruir al
enemigo que había percibido.
Las bisagras chirriaron en señal de protesta cuando ella cerró de golpe los postigos, sumiendo
el dormitorio en una opresiva oscuridad. Ella jadeaba. El cosquilleo se agudizó ante la certeza de
que ya no estaba sola en la habitación.
—¿Quién eres? —espetó.
Una risa siseante se deslizó sobre ella. Su Don rugía en su interior, luchando por liberarse.
Una voz, carente de cualquier humanidad, respondió.
La pregunta más interesante es, ¿quién eres tú?
Martise saltó hacia la ventana, buscando desesperadamente abrir los postigos otra vez. La luz
lunar dibujó a su visitante en un halo fantasmal. Ella gritó, un sonido agudo y alto que llegó a cada
rincón de la mansión y que lanzó a los cuervos sobresaltados a volar despavoridos de los árboles.
Un hombre... no, una atrocidad con forma humana... estaba parado delante de ella. Alto y
esquelético, tenía la piel resbaladiza como un gusano, blanca y moteada. Largos brazos se
balanceaban bajos de modo que sus manos rozaban sus rodillas. Tres dedos deformes terminaban
en unas uñas negras que se curvaban como garras letales. Los dedos separados de los pies
ostentaban las mismas garras. Raspaban sobre el piso mientras la cosa se arrastraba más cerca.
La mirada de Martise se trabó en el aspecto más horrendo del monstruo. No tenía rostro. Solo
un lienzo en blanco de piel descolorida dividida por una boca imposiblemente ancha. Los labios
eran delgados y grises, y sangraban cada vez que la cosa le sonreía, exponiendo dos filas de
dientes puntiagudos.

Realizado por GT Página 85


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Corrupción… el dios adoptando una forma física. La esencia de las pesadillas, su presencia
contaminaba su habitación. Ella alzó una mano temblorosa y esbozó un conjuro protector en el
aire. No pasó nada, aunque su Don se retorció en respuesta.
Corrupción se echó a reír, un extraño castañeteo.
Criatura tonta. ¿Por qué molestarse? Tú no puedes combatir a un dios. —La acechaba del otro
lado de la habitación—. No estabas aquí antes, y ahora lo estás. Tu esencia se mezcla con la de él.
Diferente pero coincidente.
La cabeza sin rostro se ladeó en un gesto de desconcierto.
¿Qué eres que has cautivado al Maestro de los Cuervos?
Ella retrocedió, respirando con dificultad. Gimoteó ante la sensación del muro de piedra contra
su espalda. Atrapada. Con una abominación de miles de años de edad. Casi paralizada de terror,
renunció a controlar su Don. Salió de ella como un río turbulento de magia caótica. El aire
alrededor de ella se distorsionó. Sus oídos estallaron, y los postigos se cerraron de golpe antes de
azotar de nuevo contra las paredes con un crujido sonoro. La puerta del dormitorio se abrió
repentinamente, y vislumbró a Silhara, sin camisa y con los ojos desorbitados, antes de volver su
atención al dios.
Sorprendido por el poder que saturaba la habitación, Corrupción se detuvo un segundo antes
de que fuera arrojado contra la pared opuesta, lo bastante fuerte como para enviar una lluvia de
piedras rotas volando por los aires. La forma cuasi humana se disolvió de nuevo en el sinuoso
vapor negro que se había precipitado hacia ella desde los árboles.
Silhara se interpuso entre Martise y el dios. Ella se alejó de la pared y se acercó un poco más. La
voz del mago era temeraria, cáustica mientras se dirigía a Corrupción.
—Siempre he considerado a los dioses caprichosos, indignos incluso del sacrificio de un pollo.
—Levantó la palma en un gesto de pregunta—. ¿Por qué estás aquí?
Corrupción flotó hacia él. Martise quiso vomitar ante la visión de unas manos fantasmales
deslizándose por sus piernas, acariciándolo con una caricia envenenada.
No soy tan fácilmente influenciable, hechicero.
La voz del dios resonaba ahora, viniendo de cada rincón de la habitación.
Pero tengo curiosidad. Tu fuerza es mayor ahora, pero ya no es pura. Esta criatura es una fuente
de la que te has alimentado. Lo apruebo.
El sarcasmo pintó cada una de las palabras de Silhara.
—Cómo alegra eso mi corazón.
Te espero, hechicero, y soy paciente.
La niebla se desenvolvió de sus piernas, deslizándose de regreso hacia la ventana hasta que se
deslizó por el borde. Martise y Silhara observaron desde la ventana como la bruma se adelgazaba
hasta ser una cinta gris que giraba hacia arriba y desaparecía.
—Felicitaciones. Un dios ha reparado en ti.
Todavía tambaleante por los efectos de la visita del dios, ella respiró profundamente y
sucumbió a un largo estremecimiento.
—No estoy interesada en semejante notoriedad. ¿Ese era Corrupción?
—Una cara de eso, sí. Supongo que se sintió atraído por tu Don. ¿Estabas probando tus poderes
recién descubiertos?

Realizado por GT Página 86


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Martise se giró hacia él. El resplandor de la luna delineaba su perfil, resaltando su nariz
prominente y sus pómulos afilados. Su pelo brillaba casi azul, fluyendo sobre sus hombros
desnudos como una cascada negra. Los pantalones que llevaba colgaban bajos en sus caderas
estrechas, revelando un torso delgado, musculoso. Incluso luchando para calmar su miedo, ella no
pudo dejar de admirarlo. Él era hermoso. Prohibido.
Ella apartó la mirada, centrándose en cambio en los graznidos de los cuervos que regresaban a
sus nidos.
—No. Yo estaba durmiendo y desperté por la sensación de… una presencia.
—Ahora lo sabes. El dios exiliado que una vez aplastó al mundo y fue aprisionado por el
Cónclave es más que una luz en el cielo, y ha decidido establecer su residencia aquí.
—¿Por qué? ¿Qué posee Neith para que él permanezca aquí? ¿Y por qué lo espera? —Ella tenía
sus sospechas.
Su mirada astuta la desafió a que profundizara más.
—Incluso los dioses son limitados, especialmente los menores. Puede que desprecien a los
mortales débiles que los adoran, pero necesitan uno o dos aduladores.
Martise no podía imaginarse a Silhara de Neith actuando como súbdito de nadie. Ni siquiera de
un dios.
Él la enfrentó, deslizando sus dedos a través del aire. Las chispas siguieron su onda.
—Ah, me lo figuraba. Tu Don todavía está alerta y listo para la batalla.
Martise no negó su observación. Una vez desatado, su Don luchaba contra su control. Había
memorizado cada hechizo que el Cónclave le había enseñado, pero aún no aprovechaba su poder
adecuadamente. La pura suerte fue la que la había bendecido las pocas veces que había logrado
hacerlo.
—Se siente independiente a veces. Una cosa en sí misma.
—Sospecho que lo es. ¿Esgrimiste el hechizo que lanzó a Corrupción a través de la habitación?
—No intencionadamente. No quería que esa cosa horrenda me tocara, y mi Don reaccionó.
—Eso es decir poco. —Él inclinó la cabeza, su mirada perpleja—. El tuyo es un talento peculiar.
Él gesticuló una vez, una invocación silenciosa. La luminiscencia fluyó desde la palma de su
mano en un rio etéreo. Ella abrazó el calor ahora familiar que crecía en su interior mientras su Don
respondía a su proposición. La luz ámbar se reunió con la plateada, entrelazadas en un abrazo de
amantes. Su luz pasó por la mano de Silhara, viajó por su brazo hasta que sus hombros y su cara se
impregnaron de un resplandor suave.
Martise contuvo el aliento, sacudida por las imágenes que cruzaban su mente. Vívidas escenas
de brazos y piernas morenos envueltos alrededor de los suyos, el aroma de macho excitado en su
nariz, un cuerpo ágil presionado contra el suyo. Empujando. Poseyendo. Superponiendo aquellas
visiones provocativas, una conciencia más profunda del hombre. Un alma fuerte, dañada y llena a
partes iguales de odio y pasión, y una esperanza casi muerta. A eso su Don se esforzaba por
fusionarse, anhelaba alcanzar y tocar. Ella participaba de ese anhelo.
Los ojos de Silhara se cerraron, su rostro tenso por el éxtasis. Al igual que en la biblioteca, ella
sufrió un lento drenaje de poder, un agotamiento nacido de su conexión con el mago. Ella quiso
derrumbarse en el suelo, hacerse un ovillo y dormir durante días.

Realizado por GT Página 87


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Silhara se abalanzó repentinamente por ella y su enérgico apretón en sus brazos la sacó
bruscamente del sopor inducido por la brujería. Sus ojos negros resplandecieron con furia y un
toque de desesperación.
—Contrólalo, Martise, o los tomaré a ti y a tu Don, sin dejar nada atrás.
La amenaza actuó como un balde de agua helada arrojada sobre su cabeza. Ella se concentró,
enfrentándose con su testarudo Don hasta que finalmente cedió a su voluntad y rompió la
conexión entre ella y Silhara. El esfuerzo hizo que se mareara, y se aferró a él para equilibrarse.
Se quedó inmóvil cuando él se inclinó hacia ella. Su cabeza se inclinó hacia atrás, los labios se
separaron mientras él se aproximaba, haciéndole cosquillas en las mejillas con su aliento. Si la
besaba, ella se rendiría. Su deseo por él, amplificado por el apego evidente de su Don, dominaría
su sentido común. Martise sabía que le ayudaría a tirar de sus faldas, lo dejaría tomarla a su
antojo. De pie junto a la ventana, tendidos en la cama. Cualquier cosa que él deseara, siempre y
cuando le diera toda la pasión que escondía bajo capas de fría burla y desdén.
Su labio inferior tocó el de ella, suave, tentador.
—¿Por qué estás aquí? —él pronunció las palabras dentro de su boca, tocando con su lengua
brevemente su labio superior.
Ella sofocó un gemido.
—Porque usted me quería.
Sus caderas delgadas presionaron las de ella, el bulto de su erección anidando contra su
delgado leine, persuadiéndola para que ampliara su postura. Ella obedeció, suspirando su placer
ante la sensación de tenerlo entre las piernas.
—No hay palabras más verdaderas. —La voz ronca fue un susurro entrecortado. Su lengua se
deslizó a través de sus labios. Ella la encontró con la punta de la suya, saboreándolo por primera
vez. Al igual que su aroma, él sabía a naranjas y al gusto del tabaco matal.
—Por favor —imploró ella.
Su ruego actuó como un catalizador. Silhara la aplastó contra si. Su lengua empujó entre sus
labios, tomando su boca en un beso duro. Martise se unió a su ardor con igual pasión, tomándolo
más profundo para succionar su lengua y deslizar la suya a través de sus dientes y su paladar.
Su Don se retorcía dentro de ella, desesperado por liberarse. Igualmente desesperada por
sentir y saborear más del Maestro de los Cuervos, Martise lo ignoró. Su espalda desnuda calentaba
las palmas de sus manos, la tentaba con su piel suave, cuestas y valles musculosos.
Él le hizo el amor a su boca, acariciando y succionando, empujando con su lengua e imitando la
acción con sus caderas. Ella pasó su muslo sobre el suyo, gimiendo en su boca cuando una palma
áspera levantó su leine y se deslizó a través de su pierna hasta su cadera.
Ella ardía por él. El peligro de espiar, la cuestionable ética de traicionar una vida para liberar
otra, y las motivaciones de un mago sediento de poder… malditas fueran todas esas cosas. Por un
único y abrasador momento, Martise quiso solo esto… la sensación y el sabor de Silhara de Neith
sobre ella y dentro de ella.
Su brazo se deslizó debajo de sus nalgas para alzarla contra él. Ella entrelazó sus manos en su
pelo y apretó las piernas contra las suyas, gimiendo en señal de protesta cuando él
repentinamente se puso rígido y terminó el beso.

Realizado por GT Página 88


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Sus labios estaban hinchados, su cara delgada marcada con un deseo insaciable, pero sus ojos
estaban tan fríos y duros como hielo negro. Martise pestañeó, desorientada por su abrupta
retirada.
—He subestimado al Obispo Supremo. Ha demostrado conocerme mejor de lo que jamás
imaginé al traerte a Neith.
La dejó caer y dio un paso atrás. Sorprendida, Martise tropezó. Lo miró boquiabierta, aturdida
por el súbito cambio de los acontecimientos.
—Maestro, yo…
Él la ignoró y se dirigió a grandes pasos hacia la puerta, tan fríamente sereno como si acabaran
de discutir sobre el clima. Ella lo quedó mirando, pasmada.
Silhara se detuvo en el umbral.
—Necesitas entrenamiento. Y ese talento tuyo necesita una mano firme. Empezaremos cuando
regresamos de Eastern Prime. —Su voz, lacónica y remota, no revelaba nada.
Casi enferma de vergüenza, Martise se alisó el leine y se envolvió el chal más firmemente. Si él
optaba por ignorar lo que acababan de compartir, ella haría lo mismo.
—Gracias por venir a rescatarme.
Un ceño fugaz marcó su frente antes de desaparecer.
—Tienes un chillido como para resucitar a los muertos. Me sorprende que Gurn y Cael no hayan
llegado todavía.
En ese preciso instante, el criado y el perro irrumpieron por la puerta abierta. Silhara saltó fuera
de su camino para evitar ser aplastado.
—Te llevó bastante tiempo —arrastró las palabras.
Gurn inspeccionó el cuarto, blandiendo un hacha pequeña en su mano. El arma parecía el
juguete de un niño en su enorme palma. Cael patrulló el perímetro de la recámara, sus ojos eran
de un carmesí brillante mientras resollaba y gruñía su desaprobación.
—Corrupción —informó Silhara a su criado—. Creo que dio con la habitación equivocada esta
vez. —Echó un vistazo a Martise—. No tienes que dormir aquí esta noche. Hay otras habitaciones.
Ella negó con la cabeza, sintiéndose incómoda en su presencia, como cuando llegó por primera
vez a Neith.
—Estoy bien. —Le sonrió a Gurn—. Gurn, eres un héroe. Si yo fuera Corrupción, habría saltado
por la ventana al verte arremetiendo por la puerta.
Él sonrió y le hizo señas.
—Eso no será necesario —dijo ella—. Me sentiría culpable sabiendo que he pasado la noche en
mi confortable cama mientras tú has estado tendido en el suelo delante de mi puerta.
Ella observó mientras Cael olfateaba el suelo y los rincones. No quería estar sola. Por unos
instantes, dentro del abrazo de Silhara, ella olvidó la escalofriante experiencia de encontrarse con
Corrupción cara a cara. Ahora, el recuerdo trajo de vuelta una oleada de miedo.
—Me gustaría que Cael se quedara conmigo si no le importa.
Las cejas de Silhara se alzaron, y su nariz se arrugó en disgusto.
—¿Podrás soportar el hedor?
Martise sonrió, a pesar de su mortificación por su rechazo.
—Mucho más que estando sola con Corrupción acechando fuera.

Realizado por GT Página 89


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Él regresó al centro de la habitación. Ella y Gurn observaron como creaba una esfera verde de
luz bruja y la enviaba rodando hacia una esquina del cuarto desde donde iluminaba el interior con
un escalofriante resplandor esmeralda. Luego cerró los postigos y los aseguró con un conjuro.
—Si Corrupción hace otra visita, lo sabré. Estas defensas deberían protegerte hasta que
amanezca.
Ella hizo una reverencia.
—Gracias, Maestro.
Él soltó un bufido.
—Vuelve a la cama. El amanecer estará aquí pronto.
Su mirada fue enigmática antes de abandonar la habitación.
Gurn sonrió y le dio unas palmaditas en el hombro antes de seguir a Silhara, cerrando la puerta
detrás de él.
Martise se colocó su chal sobre el pecho y se sentó en el borde de la cama con un suspiro
abatido. Cael, con los ojos todavía de un rojo resplandeciente, caminó silenciosamente hacia ella y
se dejó caer pesadamente en el suelo. Ella se inclinó para rascar detrás de sus orejas.
—Por las Alas de Bursin, hueles fatal, pero me alegro de que estés aquí.
Se acostó y contó las grietas en el techo. Sus ojos ardían con las lágrimas no derramadas. Idiota.
No había nadie a quien culpar para salvarla de su estupidez. Dominada por su Don traicionero,
había creído que Silhara la deseaba como ella lo hacía. Al menos él fue honesto en su rechazo, a
diferencia de su último amante. Ese pensamiento no disminuyó el dolor o la humillación.
Se tocó la cara, pasando los dedos sobre su nariz, boca, la curva de su barbilla. Pensó en
Cumbria.
Usted eligió bien. Él nunca sospecharía seducción de una mujer como yo.
Se rio, el sonido fue amargo en la penumbra verdosa.

Se despertó de nuevo al amanecer, con los ojos hinchados y pesados, y rodó fuera de la cama.
Cael la dejó terminando sus abluciones matutinas. Cuando Gurn se reunió con ella en la cocina y le
señaló que desayunarían de camino a Eastern Prime, ella apenas consiguió mascullar un “Buenos
días”.
Encontraron a Silhara en la arboleda enganchando los arreos a Mosquito. La parte trasera de la
carreta estaba repleta de cajas de naranjas, dejando solo un pequeño espacio para que una
persona se sentara detrás del asiento.
Él atrapó su mirada. El rubor caliente subiendo por su cuello y su cara la hizo temblar. Una ceja
se elevó, pero no se burló de ella.
—Cuando lleguemos, te quedarás con Gurn mientras yo negocio con los comerciantes. —Él
palmeó a Mosquito y caminó por el costado de la carreta hacia donde ella estaba—. No
deambules sola. Estaremos lejos de los muelles, pero los proxenetas no limitan su cacería a los
muelles. No asumas que serás pasada por alto. Yo te noté, Martise. Otros también lo harán.
Una pequeña llama de esperanza cobró vida pero luego murió cuando su mirada la recorrió.
—Esa ropa no es nada más que harapos ahora. Cuando estemos allí, te daré algunas monedas.
Puedes comprar tela para hacerte algo que no parezca que ha servido como nido de los cuervos.

Realizado por GT Página 90


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Ella empuñó las manos ante su tono mordaz. El bastardo sarcástico que los había recibido a
Cumbria y a ella cuando llegaron por primera vez a Neith había regresado en su completa y
arrogante gloria. Incluso Gurn hizo una pausa en cargar su comida en el asiento de la carreta para
mirar ceñudamente a Silhara.
Ella apretó los dientes y olvidó toda cautela.
—¿No es lo mejor para mezclarse con su entorno? —Ella barrió una mano hacia la mansión.
Gurn resopló, y los ojos de Silhara se estrecharon. Por un momento un brillo de admiración se
mostró en su mirada. Desapareció tan rápidamente como apareció, remplazado por la familiar
sonrisa burlona.
—Disfrutaré regresarte a Cumbria. Creo que el Obispo Supremo estará… sorprendido por su
querida pupila.
Él no le dijo nada más, solo le ordenó a Cael volver a la casa. Gurn la ayudó a subir al asiento de
la carreta y luego tomó su lugar junto a ella como conductor. La carreta se sacudió cuando Silhara
saltó a la parte de atrás y se sentó en el espacio libre rodeado de cajas de naranjas.
Él pasó los brazos sobre sus rodillas dobladas e inclinó la cabeza hacia atrás contra las tablas
laterales. Una oleada de aire lo rodeó antes de desaparecer. Él cerró los ojos, protegido por un
hechizo que amortiguaría el duro viaje en la carreta. Martise lo observó por el rabillo del ojo. Se
giró cuando él abrió un ojo y lanzó una mirada maligna hacia Gurn.
—No creas que no sé qué estás planeando darle a cada bache y cada hoyo en el camino solo
para fastidiarme.
Gurn miró hacia el cielo, silbando. Martise, a pesar de su melancolía, ocultó una risita detrás de
su mano.
Se mantuvieron en las rutas bien transitadas, siguiendo los caminos que conducían a la costa y
a la ciudad en desordenada expansión que era Eastern Prime. Gurn le señaló los sitios de interés.
Un saliente de roca negra que brotaba de la planicie en puntas dentadas, un círculo de asientos de
piedra con los restos de una hoguera reciente en su centro, la empinada ladera de Ferrin’s Tor
cubierta de hierba… suelo sagrado donde el antiguo Cónclave se reunió y derrotó a Corrupción
más de mil años antes. La colina, ahora una tranquila tierra de pastoreo para ovejas, dormitaba en
el calor creciente. Martise sospechaba que nadie fuera del clero recordaba el gran acontecimiento
que una vez tuvo lugar allí.
Gurn apuntó hacia el norte y se golpeó ligeramente en el pecho. Una leve nostalgia oscureció
sus ojos azules.
—¿Creciste en el norte?
Él asintió con la cabeza.
Interesante. Gurn había sido amigable con ella desde el momento en que atravesó los portones
del patio, pero no sabía nada acerca de su pasado; si tenía una familia en alguna parte, cómo
había terminado en Neith, ni siquiera su edad.
—Estás muy lejos de casa, Gurn. ¿Cuánto tiempo has servido en Neith?
Él se enrolló las riendas en una mano y mantuvo firme la otra, mostrando cinco dedos primero
y entonces tres. Ocho años. En términos de servidumbre, ocho años no eran un largo periodo de
tiempo. Cómo se conocieron dos individuos tan diferentes y lograban vivir juntos en relativa
armonía la desconcertaba. Silhara, a menudo taciturno y antipático, no era del tipo de buscar
compañía. Gurn, aunque servicial y solícito hacia Silhara, nunca exhibía un comportamiento servil.
Los dos hombres actuaban como amigos e iguales más que como amo y criado. Si Silhara no
Realizado por GT Página 91
GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

estuviera roncando suavemente detrás de ellos, podría haber estado tentada a preguntar cómo
Gurn llegó a servir a Neith.
Gurn miró por encima de su hombro al mago dormido. Martise hizo lo mismo. Los ronquidos de
Silhara se detuvieron, y esta vez él abrió ambos ojos.
—Gurn y yo compartimos la celda de una prisión una vez. —Sus labios se crisparon—. Por
delitos que es mejor no revelar. Fui liberado con la ayuda de algunas amenazas y sobornos bien
colocados ante el magistrado local. Gurn estaba esperando la ejecución. Yo necesitaba un criado.
Él necesitaba vivir. Lo compré a su amo y lo puse en libertad. Ha estado conmigo desde entonces.
Aturdida por su revelación, Martise clavó los ojos en él y luego en Gurn. El gigante le guiñó un
ojo y sacudió las riendas para animar a Mosquito a un paso más rápido.
Silhara había salvado a Gurn, lo había liberado sin ninguna otra razón que porque podía. Sus
pensamientos se tambalearon. Cada sentido de moralidad, redención y justicia, clamó dentro de
ella. ¿Cómo podía sacrificar a este hombre para conseguir su propia libertad? ¿Cómo podía no
hacerlo?
Ella se sentó en silencio, perdida en sus pensamientos hasta que Gurn le dio uno de los pasteles
de miel que había preparado para el desayuno. A pesar de que no tenía lengua, todavía podía
tararear. Reconoció la melodía de su infancia, un canto tribal que la cocinera Kurmana de Asher
cantaba cuando amasaba. El recuerdo la hizo sonreír.
La soleada cocina de Bendewin se parecía mucho a la de Gurn excepto porque estaba repleta
de ayudantes de cocina. Los aromas a pan horneado y a guisos burbujeantes, los sirvientes
discutiendo o riéndose, y por encima del estrépito, el sonsonete de Bendewin cantando mientras
trabajaba.
Sus párpados se volvieron pesados. Arrullada por la melodía repetitiva y el paso constante de
Mosquito, se apoyó en el brazo de Gurn y dormitó.
Una fuerte sacudida la despertó, y se enderezó. Gurn sonrió y la palmeó en el hombro antes de
bajarse de un salto del asiento.
—¿Qué pasa? ¿Por qué nos detenemos?
—Porque Gurn ha tenido sus huevos golpeándose durante horas y necesita mear. —Silhara
saltó al asiento desocupado.
Menos sorprendida por su comentario directo que por su repentina aparición junto a ella, se
sonrojó.
—Oh.
—Es posible que desees hacer lo mismo. Te esperaremos.
Ella aceptó su consejo y se bajó del asiento de la carreta. Cuando regresó, Silhara todavía
estaba sentado en el lugar de Gurn. El criado sonrió y se subió a la parte de atrás.
—¿Pretendes echar raíces ahí parada, o vas a subir? —Silhara hizo un gesto de impaciencia, y
ella se encaramó al asiento. Él tomó las riendas y chasqueó la lengua arreando a Mosquito.
El silencio entre ellos creció incómodo, diferente al silencio entre ella y Gurn. Martise se corrió
al borde más alejado del asiento, agarrándose fuerte del asidero para no caerse. La mirada de
Silhara se burló de ella.
—¿Falta mucho? —Ella quería preguntarle a Gurn si podía unirse a él en la parte trasera de la
carreta.

Realizado por GT Página 92


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—Otra hora más o menos. —Él estaba mucho más tranquilo sentado a su lado que ella,
especialmente después de la desastrosa aventura de la noche anterior—. ¿Más visitas de nuestro
amigo celestial anoche?
Esto era algo de lo que ella podía hablar sin acalorarse por otro sonrojo.
—Gracias a Bursin, no. Y espero no tener nunca otra visita semejante en lo que me queda de
vida. El lich fue más que suficiente.
—Corrupción es, en cierto modo, como el lich.
Un mechón se soltó de su trenza y flotó por su cara. Ella se lo metió detrás de su oreja.
—Estudiamos a Corrupción durante mi segundo año en el Cónclave. El Gran Embustero. Un dios
menor vinculado al mundo por su dependencia del género humano para conseguir el poder
supremo. Está escrito que esperaba el renacimiento del avatar, incluso durante su
encarcelamiento.
Él no lo demostró, pero ella sintió la tensión repentina en su postura.
—El avatar ha nacido en numerosas ocasiones. Y él, o ella, murió sin saber nunca su rol en el
plan de Corrupción.
El Cónclave siempre había buscado al avatar. De las muchas generaciones que pasaron desde el
destierro de Corrupción, los sacerdotes habían localizado al avatar cuatro veces, y habían
despachado a cada uno con una eficiencia despiadada. Cualquier otro nacido como recipiente para
el dios se había librado de la sentencia de muerte del clero. Ninguno se había subido a una mítica
sede de poder con la ayuda del dios.
Las circunstancias habían cambiado. Corrupción, libre de las ataduras mágicas puestas hace
mucho tiempo atrás, buscaba al avatar con el mismo fervor que el Cónclave. El Obispo Supremo
sospechaba que Silhara encajaba en el papel. Martise tenía sus propias sospechas y comprendía
por qué Cumbria sentía como lo hacía. Poderoso, paria e intratable, Silhara tenía un odio personal
muy arraigado hacia Cumbria y uno más general hacia el Cónclave. Él nunca lo había ocultado. Si él
era el avatar, Corrupción no tenía mucho que buscar y el Cónclave tendría un desastre entre
manos.
—¿Piensa que el avatar ha renacido? —Ella lamentó la pregunta cuando él se volvió con una
mirada malévola hacia ella.
Su voz áspera se suavizó y una calmada amenaza salpicó cada palabra.
—No. ¿Has encontrado algo en esos pergaminos que tomamos que indique lo contrario?
Ella agradeció a los dioses no tener que mentir, especialmente cuando el mago perforaba su
cabeza con esa mirada oscura.
—Nada fuera de más descripciones del ritual. —Su voz permaneció tranquila—. El rey del sur,
Birdixan, se sacrificó para destruir a Amunsa. Él era el más fuerte de los reyes-magos reunidos allí.
Tuvo un papel fundamental.
—Miraré tus notas cuando regresemos a Neith. —Él frunció el ceño y volvió su atención a la
carretera. Ella tragó, aliviada—. Si tradujiste correctamente, esos escritos son preocupantes. Las
provincias del sur apenas estaban civilizadas durante esa época, y ninguna estaba regida por reyes.
A menos que fueras adiestrada con libros que nunca vi, el Cónclave no tiene registros de un
Birdixan rigiendo cualquiera de las tierras lejanas. Incluso si no supieran nada acerca del antiguo
Amunsa y su destrucción, habría habido un registro de un rey del sur que encontró la muerte en el
norte.

Realizado por GT Página 93


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Llegaron a Eastern Prime, todavía tratando de descifrar el significado que había detrás de la
traducción de los escritos en Helenese antiguo. Martise se estiró, frotando el persistente dolor en
la parte baja de su espalda. El aire olía a mar, y oyó el sonido del oleaje golpeando contra la costa
a lo lejos.
Extendido sobre la cima de los acantilados azotados por el viento y esparcido hasta el puerto,
Eastern Prime bullía y hedía en el sol de la mañana. Barcos de todos los tamaños y modelos
adornaban el agua, algunos amarrados en los atracaderos, otros remontando las olas con sus velas
medio desplegadas mientras navegaban tranquilamente hacia la bahía. Las cabañas desvencijadas
se aferraban a la pared del acantilado y delineaban los serpenteantes callejones que culebreaban
lejos de los muelles. Los templos y mansiones de mármol rosa brillaban como joyas pulidas desde
su elevada posición encima de los acantilados más altos, rodeados por jardines esculpidos y
céspedes inmaculados.
Silhara guio a Mosquito a través de las calles angostas con experta facilidad. La gente saltaba
fuera de su camino, intimidada por su expresión ceñuda y la altura imponente de Gurn cuando se
puso de pie en la parte trasera de la carreta. La calle principal descendía gradualmente hacia la
costa y terminaba abruptamente en un campo abierto cubierto de lado a lado por tiendas de
campaña, puestos de venta, y una multitud de gente pululando.
Silhara tuvo que gritar para que Gurn pudiera oír por encima del bullicio del mercado.
—Bájate. Llévate a Martise y consigue una habitación en una posada donde no tenga que
luchar contra las ratas para dormir un poco. Conduciré la carreta hacia el puesto de Fors. Él estará
esperando timarme por esta cosecha. Nos encontraremos en la zona común.
Buscó en la bolsa que llevaba en la cintura y le pasó a Gurn un puñado de monedas. Martise
bajó del carro y esperó junto a Gurn. Ella tenía la esperanza de que la posada que él escogiera
tuviera un establo. Podría pasar la noche en un rincón protegido, donde nadie reparara en ella o la
acosara.
Como si leyera sus pensamientos, Silhara se inclinó sobre el asiento.
—Compartirás la habitación con Gurn y conmigo, Martise.
Cualquier vergüenza persistente fue olvidada, transformada en gratitud. Martise sonrió
abiertamente hacia él, sin importarle que él retrocediera ante ella como si su felicidad pudiera ser
contagiosa.
—Gracias, Maestro.
Él frunció el ceño.
—No te alejes de Gurn. No pelearé con una manada de proxenetas para salvar a una mujer
descuidada si te marchas por tu cuenta. —Él chasqueó las riendas contra la grupa de Mosquito—.
Y compra algo de tela decente.
La carreta rodó delante de ellos, las ruedas rechinando mientras rodaban por los caminos llenos
de baches hacia el mercado.
En poco tiempo, ella y Gurn obtuvieron una habitación, comida y tres catres para la noche. Con
la misma rapidez, regresaron al mercado. Para cuando llegaron a las afueras, Martise estaba
cansada, empapada de sudor y sedienta de trotar detrás de Gurn. Rápidamente olvidó estas
pequeñas molestias en medio del color y del caos controlado del próspero mercado de Eastern
Prime.
Todo, desde el grano y el armamento hasta aves y fruta eran pregonados en los diversos
puestos. Un comerciante casi la ensordeció con su tono entusiasta acerca de la exquisitez de sus

Realizado por GT Página 94


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

sedas y algodones, importados de las tierras de Glimmer. Loros coloridos graznaban en jaulas que
colgaban en postes mientras los comerciantes de comida asaban carne de cordero sobre agujeros
abiertos detrás de sus puestos y la vendían sobre rebanadas calientes de pan sin levadura. El olor
apetitoso de la carne asada se mezclaba con el olor menos agradable de pescado y cuerpos sucios.
Los rateros revoloteaban como sombras entre la multitud junto con los carteristas de finos y ágiles
dedos. Los mendigos compartían caminos fangosos con hurís escasamente vestidas, cada uno
esperando conseguir una moneda a través de la piedad o la lujuria.
Gurn mantuvo un agarre firme en su brazo. Martise esperaba que él conociera su destino final
porque ella pronto estuvo perdida, incapaz de ver o seguir un camino hacia los límites del
mercado. Afortunadamente, su tamaño abría paso donde quiera que fueran, y pronto emergieron
en una parte más tranquila del mercado.
El gigante sonrió abiertamente hacia ella y gesticuló “Gracias a los dioses” e imitó el acto de
beber de una botella.
Reseca por el largo viaje y simplemente feliz por estar en un lugar donde la multitud no la
aplastara, Martise aceptó su ofrecimiento con gusto.
—Oh sí. Cualquier cosa, Gurn. Tengo la boca seca.
Él la llevó a un puesto cubierto por un toldo que vendía melones y zumos. El vendedor
reconoció a Gurn y le dio la bienvenida con una sonrisa.
—Gurn, me preguntaba qué te había sucedido. Esperaba verte la semana pasada.
Él le guiñó el ojo a Martise e hizo una reverencia.
Ella se adelantó a Gurn.
—¿Podemos comprar dos de sus bebidas?
El comerciante se lanzó a cumplir con su orden, aplastando el melón en un tazón hasta que se
convirtió en una pasta rosa. Le añadió miel y vino a la mezcla y la vertió en copas de madera. Dulce
y refrescante, la bebida calmó su garganta seca.
Mientras Gurn la llevaba de regreso hacia el caos del centro del mercado, ella captó un breve
vistazo de una túnica escarlata. La multitud se apartó lo suficiente para alcanzar a ver a Silhara
parado al borde de un puesto que vendía sedas de brillantes colores, montones de alfombras
tejidas y ballestas. Absorto en la conversación con dos hombres, él no la vio. Eran miembros de
una tribu Kurmana, por su ropa y postura. De cabello negro y más corto que los habitantes de la
costa, llevaban pantalones largos, chalecos y zapatos puntiagudos típicos de los nómadas de la
montaña. Demasiado lejos para oír su conversación, ella los observó conversando con Silhara en
una mezcla de dramáticos movimientos de mano y exclamaciones agudas.
Los perdió de vista cuando Gurn la empujó a través de la multitud hacia otro puesto que exhibía
vasijas de barro y frascos de diversos tamaños. Él la soltó una vez que estuvieron dentro de la
caseta y le hizo señas al comerciante. Martise se paró cerca y observó, fascinada, como Gurn
regateaba en una combinación de señas con las manos, frente a los gruñidos y palabras rápidas
del vendedor.
Un golpecito en su hombro la sobresaltó. Se giró rápidamente, casi chocando con la persona
que estaba parada muy cerca de ella.
—¡Martise! Nos volvemos a encontrar.
Si la tierra se hubiera abierto de repente a sus pies, ella habría saltado voluntariamente al
abismo. El hombre que le sonreía era impresionante, lo suficientemente guapo como para detener
el paso de las mujeres y de los hombres para echarle una segunda mirada. El espeso cabello rubio
Realizado por GT Página 95
GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

rozaba sus hombros musculosos. Los ojos que la miraban… más azules que un lago de montaña y
menos profundos que un charco de lluvia, estaban adornados con pestañas espesas. Tenía una
cara esculpida de una perfección sin arrugas, como si los dioses que lo crearon hubieran escogido
ese momento para bendecir a un humano con la belleza divina.
Ocho años atrás, él había sido un sueño hecho realidad, un regalo sorprendente para una joven
mujer cuya situación y apariencia la excluía de la posibilidad de cosas tales como el amor y la
compañía de una pareja. Pero los sueños se desvanecieron ante la realidad. Ella se había hecho
mayor desde entonces, se había vuelto más sabia y había descubierto al hombre vano y vacío
detrás de ese rostro impresionante.
—Hola, Balian.
Su frío saludo se convirtió en un chillido cuando él la levantó y la aplastó en un abrazo
entusiasta. Todavía aturdida por el inesperado apretón, chilló otra vez cuando Gurn casi rompió
los brazos de Balian para alejarla de él.
Frustrado por el ataque repentino, Balian musitó un asqueroso insulto, luego palideció cuando
consiguió ver al rescatador de Martise.
—Ah, perdóname. No me di cuenta de que estabas aquí con tu hombre.
Ella estuvo tentada de dejar que creyera su suposición. Enfrentado a la obvia posición
protectora de Gurn y su mirada de advertencia, Balian no se esforzaría por ponerse al día con ella
y desaparecería en la multitud. Guapo, sí. Valiente, no.
No obstante, la curiosidad triunfó sobre su pragmatismo. El hombre que la había iniciado en los
placeres carnales y vertió mentiras de fe y adoración en su oído no se había elevado mucho de su
situación original. Cuando era trabajador de las caballerizas en Asher, Balian tenía grandes sueños
de partir y hacer fortuna. Su ropa, gastada como la suya, revelaba que no había tenido éxito en esa
búsqueda.
—Gurn es un amigo. —Tocó el brazo del gigante—. Está bien, Gurn. Lo conozco.
Gurn vaciló, luego retrocedió lentamente, lo suficiente para darle privacidad pero lo bastante
cerca para defenderla si fuera necesario.
Balian lanzó una mirada hacia Gurn, cauteloso y preparándose para lanzarse a la multitud en
caso de que el gigante repentinamente se volviera hacia él. Cuando Gurn lo ignoró, le dirigió a
Martise una sonrisa amplia, provocativa.
—No has cambiado, Martise. ¿Todavía sirves en Asher?
—Sí, aunque estoy sirviendo en otra casa durante el verano.
Él miró con atención sobre su hombro y a su alrededor simulando que indagaba.
—¿Ningún marido o niños colgando de tus faldas? Ah, espera. No se te permite casarte.
Martise clavó los ojos en él, impasible. Balian siempre tuvo talento para las conversaciones
mordaces.
—Y tú, ¿Balian? Dejaste Asher para hacer tu fortuna en el mundo. —Él se ruborizó bajo su
mirada burlona, una que ella sabía que Silhara apreciaría. ¿Qué había visto en este pavo real débil
y arrogante?—. ¿Ha sido el mundo poco amable?
Sus bellas facciones se tornaron desagradables.
—Más amable de lo que ha sido contigo. Sigo siendo un hombre libre. —Hizo una pausa,
tratándola con la misma mirada desdeñosa que ella le había otorgado—. A veces no entiendo por
qué diablos me acosté contigo.

Realizado por GT Página 96


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Semejantes palabras de su parte podrían haberla herido antes. Ahora, ella no sintió nada más
que una leve molestia ante su fanfarronada.
—Te acostaste conmigo porque “yo tenía el cuerpo tan hermoso como el de la hurí más cara y
una voz que te hacía correrte”. Por lo menos creo que esas fueron tus palabras. Te jactabas ante
tus amigos mientras te emborrachabas. No eras muy coherente en ese momento.
Su respuesta cortante y su falta de reacción lo dejaron sin habla. Pronto se recuperó e intentó
darle la vuelta a su insulto.
—Tú siempre ocultaste tus mejores atributos. —Le echó una mirada de soslayo, mirando su
falda larga y su túnica en capas como si viera su cuerpo debajo de ellas—. Y nunca me encontraste
deficiente. Ven conmigo. Tengo un cuarto cerca y vino sacado de contrabando de Karanset.
Podemos renovar viejas amistades.
Ella se imaginó la escena. Un antro cerca del muelle donde las habitaciones estaban separadas
por paredes delgadas como el pergamino e infestadas de ratas. La tomaría rápido al principio,
como prefería siempre. Contra la pared o sobre un catre infestado de piojos, manchado con la
prueba de sus anteriores relaciones. Los labios de Martise se fruncieron con repugnancia, y deseó
un buen trago de Fuego de Peleta para limpiar el repentino sabor amargo en su paladar.
—No gracias —dijo y se alejó.
El gruñido indignado detrás de ella la hizo sonreír.
—Una mujer como tú no debería ser tan melindrosa, Martise.
Se volvió hacia él.
—Un hombre como tú no debería apuntar tan alto, Balian.
—Perra —le espetó, lo bastante alto para que Gurn lo oyera.
Gurn se abalanzó, casi golpeando a Martise en su afán de alcanzar a Balian. Su antiguo amante
aulló de miedo y escapó hacia el mar de gente. Ella agarró la parte de atrás de la túnica de Gurn
antes de que él siguiera a su presa.
—Déjalo ir, Gurn. —Él clavó los ojos en ella, su cólera silenciosa era palpable. Ella tomó su
mano y la apretó—. Tales palabras solo duelen cuando la persona que las dice significa algo para
ti.
Él le hizo señas. Ella captó los conceptos básicos de su pregunta y negó con la cabeza.
—Él fue importante para mí una vez. Ya no. —Apretó su mano otra vez—. Vamos. ¿No tienes
suministros que comprar? No quiero ser puesta sobre las brasas por tu amo por distraerte de tus
tareas.
Balian desapareció de sus pensamientos mientras seguía a Gurn por el mercado y lo observaba
regatear con los vendedores los precios y las cantidades de mercancías con nada más que una
sacudida o un gesto de la cabeza y una ceja levantada. Para el momento en que se dirigieron hacia
la zona común para encontrarse con Silhara y tomar un descanso para comer, él había comprado
sacos de harina, frascos de aceitunas y miel, un barril de pescado salado, dos barriles pequeños de
vino, un par de cabritos y nuevas podadoras… todo para ser cargado en la carreta al final del día.
Incluso había negociado la rebaja del precio de la tela de lana y el ovillo de hilo que ella había
seleccionado.
La zona común era una taberna al aire libre. Las mesas y los bancos llenaban el área cubierta de
hierba, desprotegida del sol. Los puestos que vendían toda clase de comida, cerveza y vino

Realizado por GT Página 97


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

rodeaban el perímetro, y muchos comerciantes y taberneras acechaban las mesas vendiendo sus
mercancías directamente a los clientes.
Los sugestivos aromas de carne asada de carnero y de cerdo se mezclaban con el olor a
levadura de pan tentando su nariz. Su estómago gruñó y el de Gurn le hizo eco.
—Estoy muerta de hambre. —Escudriñó las largas filas de mesas, buscando un hombre alto e
imponente vestido con una túnica escarlata—. Espero que el Maestro no nos haga esperar hasta la
noche para comer.
Después de mirar por encima de la multitud, Gurn señaló una mesa cerca del perímetro de la
zona común. Su signo inconfundible e irreverente para “culo de caballo” le hizo saber que había
divisado a Silhara. Ella se rio y lo empujó hacia los puestos de comida.
—Por favor consíguenos algo de comida. Estoy a punto de roer una de estas mesas. —Él vaciló,
y ella le aseguró—. Estaré bien. La zona común es más segura que el mismo mercado. Incluso hay
familias con niños pequeños aquí.
Gurn inspeccionó la multitud, esta vez con ojo de águila y finalmente asintió con la cabeza.
Martise lo observó dirigirse hacia un puesto que vendía pollo y brochetas de carne de cordero.
Ella divisó la reveladora túnica color escarlata a varias mesas de distancia y caminó
zigzagueando por los grupos de personas que comían y bebían. La imagen con la que se topó hizo
que el aire se congelara en sus pulmones. Poniéndose detrás de un hombre de gran tamaño que
hacía todo lo posible por convencer a una joven tabernera que se bajara el corpiño, Martise se
escondió a su sombra y rogó para que los que estaban en la mesa de Silhara no la hubieran visto.
El hechicero estaba sentado solo en un lado, pelando una manzana con la daga de su bota.
Frente a él, Balian estaba con un amigo, bebiendo de una jarra y riéndose ruidosamente de algo
que había dicho su compañero. Martise se quejó en voz baja. De la peor de las suertes. No le
importaba si Balian le lanzaba insultos a ella directamente, pero le importaba si lo hacía delante de
Silhara. Más allá de la humillación de tener a un antiguo amante entreteniendo al mago con sus
muchos defectos físicos, podría exponer la mentira de Cumbria de que ella era su pupila. Sabía
que Silhara no había creído una palabra de lo que Cumbria había dicho. Nadie podía acusar al
mago de ser demasiado confiado, pero a menos que él la confrontara directamente o escuchara la
verdad de alguien más, Martise tenía la intención de aferrarse tenazmente a la historia que el
obispo había inventado.
Rodeó a la pareja de enamorados y se escabulló detrás de una maraña de mujeres hasta que
encontró un banco en una esquina fuera de la vista, pero lo bastante cerca como para oír lo que
decían.
Las madres a menudo advertían a sus hijos de que no escucharan detrás de las puertas o
ventanas porque podrían oír algo que no les gustara. Esa sabiduría se asentó duramente sobre los
hombros de Martise cuando captó la mitad de la conversación de Balian.
Él se tragó el vino, limpiándose la baba de la comisura de su boca.
—Simple como un palo y tímida con las personas. Hasta que la metes en el establo o en un
catre. Puede chupar a un hombre hasta dejarlo seco con una lengua que te hace ver el cielo. Y folla
toda la noche. Hermoso cuerpo también. Si no hubiera visto la sangre virgen en mi polla la primera
vez, podría haberla considerado una puta de sacerdote.
Martise cerró los ojos por un momento con la esperanza de no vomitar. Hacía mucho tiempo
que había abandonado la ilusión de haber sido importante para Balian. Sin embargo, oírlo que la

Realizado por GT Página 98


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

despedazaba ante su amigo y delante de Silhara, rebajándola hasta no ser más que una perra en
celo, le dio náuseas.
Silhara estaba sentado a horcajadas en el banco, en silencio, de perfil a sus compañeros de
mesa. Tan absorto como un suplicante en oración, peló la manzana hasta que la larga espiral de
cáscara cayó al suelo. Su rostro adusto no daba indicios de sus pensamientos.
El compañero de Balian volvió a llenar sus jarras de un cántaro cercano.
—Muchas mujeres pueden follar como comadrejas, compañero. Mujeres más bonitas. Y tú
tienes una cara para atraerlas.
Balian se hinchó por el cumplido, recordándole a Martise a una rana toro en época de celo.
—Es verdad, pero no tienen su voz. Mi polla se ponía dura de solo oírla hablar. Y cuando ella
gemía… —Sus ojos rodaron hacia atrás de éxtasis—. Buenos dioses, yo prácticamente disparaba
mi simiente cada vez.
La bilis subió por la garganta de Martise. El amigo le contestó, pero demasiado bajo para que
ella lo escuchara. Balian, por otra parte, proclamó en voz alta su opinión.
—Solo fóllalas en la oscuridad, compañero. Puedes ponerles la cara que quieras cuando lo
haces.
Martise rezó para que la falta de reacción de Silhara significara que él no reconocía a quién
insultaba Balian. Ella lo dudaba. Balian se había deshecho en elogios hablando de su voz y, por lo
que sabía, podría haber mencionado su nombre previamente en la conversación. Silhara no era
tonto.
Él tomó la manzana en su mano. Cortándola en rebanadas, la puso sobre la mesa. Limpió el
cuchillo en sus pantalones, se dio la vuelta y, rápido como una espectacular serpiente, enterró la
punta letal en el dorso de la mano que su ex amante tenía apoyada sobre la mesa.
El bramido conmocionado de dolor de Balian resonó por la zona común, deteniendo todas las
conversaciones. Él se levantó de un salto y volvió a aullar cuando el movimiento tiró de su brazo.
Se quedó mirando su mano ensangrentada y luego miró a Silhara, con los ojos desorbitados.
—¡Por las bolas de Bursin! ¡Tú, bastardo estúpido!
Silhara se levantó también, agarró la muñeca de Balian y arrancó el cuchillo con una eficiencia
despiadada. Otro chillido de agonía rasgó el aire. Silhara limpió la hoja ensangrentada en la manga
de la camisa de un transeúnte anonadado.
—Perdóname —dijo con esa voz calmada, rasposa—. No vi tu mano allí.
Su gélida expresión desmintió su sinceridad. Martise, conmocionada por lo que acababa de
presenciar, se abrió paso a codazos a través de la creciente multitud que rodeaba la mesa. Balian
se había quitado la camisa. A pesar de la sangre que goteaba de sus dedos, presentó una vista que
hizo que un buen número de mujeres de la multitud suspiraran. Su amigo desgarró una tira de tela
de la camisa y vendó la mano herida de Balian.
Balian sacó un cuchillo de aspecto malvado de la funda en su cintura, blandiéndolo delante de
Silhara con su mano buena.
—A la mierda con tus disculpas. Voy a castrarte.
Silhara sonrió, y la multitud contuvo un aliento colectivo.
—¿Tú crees?
Una voz detrás de Martise le gritó a Balian.
—Déjalo estar, muchacho. Es el Maestro de los Cuervos al que acabas de desafiar.
Realizado por GT Página 99
GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Balian se puso pálido pero no retrocedió.


—No me importa si eres señor de un montón de estiércol. —Escupió a los pies de Silhara—. Y
serías un cobarde si tienes que usar la magia para ganar una pelea.
Silhara se rio con auténtico regocijo. Se quitó la túnica y la dejó caer sobre la mesa. Balian lo
siguió desde el otro lado mientras caminaba hacia un espacio abierto fuera de la periferia de la
zona común. La multitud los siguió, cerrándose alrededor de los dos combatientes hasta formar
una liza improvisada. Aplastada entre una pescadera sudorosa y un hombre casi tan grande como
Gurn, Martise empujó para tener una vista clara de la inminente pelea.
La luz del sol brilló en el metal mientras Silhara lanzaba y cogía su daga expertamente en su
mano.
—Deberías escuchar al sabio que te habló, chico. Acepta mi disculpa por lo que vale y lárgate.
No necesito la magia para destriparte desde la garganta hasta los huevos.
Le dio la espalda a Balian en una clara despedida. Martise se unió al coro de gritos de
advertencia cuando Balian rugió y se abalanzó sobre él con la daga alzada. Silhara se dio la vuelta
en el último momento, eludió limpiamente la carga de su oponente y estrelló su mano entre sus
omóplatos. Balian chocó contra la multitud, evitando milagrosamente apuñalar a alguien. Los
espectadores aplaudieron. Excitados por una creciente sed de sangre, lo empujaron de nuevo a la
arena provisoria.
Silhara sacudió la cabeza con disgusto.
—Estupidez colosal escondida tras una cara hermosa. Al menos los dioses son a veces justos.
Una vez más, el mago cortejó a la muerte dándole la espalda. Una vez más Balian lo atacó. En
lugar de eludirlo, Silhara se dio la vuelta y lo encontró de frente, lanzando una ronda de puñetazos
que echó la cabeza de Balian hacia atrás y lo lanzó por los aires. Cayó contra el suelo en una nube
de polvo.
Silhara se inclinó sobre de él.
—Estas comenzando a fastidiarme.
Balian rodó sobre sus pies y lanzó un escupitajo de sangre. Un labio partido y la mandíbula
hinchándose no lo detuvieron, y se levantó con dificultad. Tres acometidas más, con Silhara
esquivándolo y derrotando cada ataque con patadas, bofetadas y puñetazos, pero nunca con su
cuchillo, dejaron a Balian tambaleándose. Ensangrentado y magullado, miró furioso a Silhara con
el ojo que aún no tenía ennegrecido.
—Voy a cortarte entero, brujo. —Sus palabras eran más arrastradas que las de un borracho.
Silhara miró hacia el cielo, como implorando a los dioses.
—Eso sigues diciendo, niño bonito.
Balian cargó contra él otra vez, y Martise gritó otra advertencia. Silhara, con la cara seria y
obviamente cansado del hostigamiento de su adversario, le sacó los pies del suelo con una patada.
Balian cayó de espaldas. Antes de que pudiera tomar aliento, Silhara le arrancó el cuchillo de la
mano y lo inmovilizó en el suelo con sus rodillas presionadas en los hombros de Balian. El ex
amante de Martise lloriqueó cuando el mago se sentó a horcajadas sobre él. Armado con ambos
cuchillos, Silhara presionó su hoja en la yugular de Balian y sujetó el cuchillo confiscado contra su
mejilla.

Realizado por GT Página 100


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—La multitud casi acertó, chico. Desafiaste al Maestro de los Cuervos, pero peleaste contra el
bastardo de una puta de muelle. Yo ya estaba peleando en el barro cuando tú todavía estabas
atado al cordón umbilical de tu madre.
Martise contuvo el aliento mientras él presionaba el filo más fuerte contra el cuello de Balian.
Una línea de sangre se deslizó por encima de la hoja. Con todo lo que detestaba a Balian, no
quería verlo morir. No por esto, y menos por la mano del hombre que representaba la máxima
amenaza para su corazón.
—Por favor, Maestro. No lo haga.
Su voz, suave e implorante, se oyó por encima del ruido de la multitud. Silhara encontró su
mirada, sus ojos negros inexpresivos. El cuchillo hizo un corte más profundo. Balian gimió
aterrorizado. El olor acre de la orina llenó repentinamente el aire. Silhara continuó mirándola
fijamente.
—Por favor —repitió ella—. Él no vale la pena.
Una sombra de humanidad regresó a su mirada. Él pestañeó y centró su atención sobre su rival
caído.
—Te measte, ¿verdad? Ahora conoces el sabor del verdadero miedo. —Movió la daga de Balian
en su palma para que apuntara hacia abajo, creando una depresión en la mejilla del hombre
caído—. Estas marcas y los cortes se curarán en poco tiempo, y otra vez serás la fantasía viviente
de una moza. —Su sonrisa se debilitó.
Lo que fuera que Balian vio en los ojos de Silhara lo hizo retorcerse y contorsionarse, a pesar de
la amenaza de muerte. Él lloriqueó cuando Silhara hizo más profundo el corte ensangrentado de
su cuello.
—Un recuerdo, creo. De esta manera la fealdad interior no estará enmascarada por la belleza
exterior.
Martise gritó al mismo tiempo que Balian.
—¡No!
Él la ignoró y se dirigió a Balian.
—Un movimiento y cortaré tu garganta. Morir guapo o vivir honesto. ¿Qué será?
La multitud siseó y gimió cuando Silhara lentamente grabó un diseño de media luna en la
mejilla derecha de Balian. El hombre, golpeado, humillado y marcado, se desmayó.
Cuando terminó, el Maestro de los Cuervos se puso de pie y lanzó el cuchillo de Balian para que
se clavara en el suelo cerca de su cabeza. Ninguna misericordia suavizó su voz. Ningún
remordimiento distorsionó su tono.
—No te preocupes, chico —dijo—. Nadie lo notará si follas en la oscuridad.

Realizado por GT Página 101


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 1133

Neith necesitaba lluvia. La arboleda se cocinaba por el seco calor del sol que descendía, con los
árboles perdiendo las hojas, despojándose de su vestimenta exigiendo más agua. Si el clima no
colaboraba pronto y proporcionaba algo de alivio, su cosecha del próximo año sufriría, y
posiblemente fracasaría.
Silhara se quedó de pie en la entrada de su balcón y dio caladas a la manguera conectada al
narguile a sus pies. El habito lo tranquilizaba, impidiéndole dar patadas a los muebles o arrojar
artículos frágiles contra la pared por la frustración. Debería estar agradecido de que el pozo no se
hubiera secado. En cambio pasaba las largas horas nocturnas preguntándose si habría alguna
manera de manipular los ríos subterráneos para que crecieran y regaran las raíces de sus
sedientos arboles.
Si lloviera.
Si Corrupción simplemente empacara su estrella y se marchara.
Si el Cónclave viniera y retirara su espía antes de que ella destruyera completamente su
equilibrio y lo llevara a cometer el error que lo condenaría a muerte.
Ella estaba ahora en la biblioteca, escribiendo sus notas, esperándolo para reunirse para poder
pensar en qué hizo una pandilla de reyes muertos hace mucho tiempo para destruir a un dios
muerto también hace mucho, y como eso podría ayudarle a él o a los sacerdotes a destruir a
Corrupción.
Lanzó una bocanada de humo al aire, manipulándola con la punta del dedo hasta que se
pareció a la insignia espiral del Conclave. El vórtice de la vida en el centro de la eternidad, un
símbolo de benevolencia para un despiadado y avaro canonicato que había olvidado la verdadera
magia del Don que se le había concedido. El símbolo se desintegró, destruido por los incesantes
vientos de verano.
Silhara tenía poca fe en que el Cónclave tuviera éxito en su empeño de destruir a Corrupción.
Birdixan y sus compañeros reyes eran descritos en el frágil pergamino como hombres de gran
posición y nobleza. Salvo por el Luminary, líder del Cónclave, no podía pensar en ningún sacerdote
que pudiera desempeñar el papel de Birdixan y sus hermanos: ninguno con el poder y la habilidad
para luchar contra el dios y ganar.
Birdixan. El nombre lo frustraba. Lo había visto o escuchado antes pero no recordaba dónde.
Martise, con todos sus conocimientos y talento para recordar, no estaba familiarizada con él.
Podía no confiar en ella completamente, pero tenía gran confianza en sus capacidades. Si ella no
reconocía el nombre, pocos podrían.
La espía del Cónclave estaba resultando más útil de lo que previó, y más seductora de lo que le
gustaría.
Había logrado vislumbrarla en el mercado de Eastern Prime mientras ella seguía a Gurn de
puesto en puesto. Ella podía pasar inadvertida en la mayoría de las multitudes, pero él la había
divisado con bastante facilidad numerosas veces. Nunca la había visto tan alegre o relajada como
cuando estuvo haciendo las compras con su sirviente y contemplando el alboroto a su alrededor,
por lo menos hasta que entró en la zona común y oyó a su antiguo amante difamarla en los
términos más crudos.
Observó de reojo como ella se movió lentamente hacia su mesa, sus ojos oscuros con algún
temor no identificado. Él había estado pelando una manzana, esperando pacientemente a que ella

Realizado por GT Página 102


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

y Gurn se encontraran con él. No había prestado atención alguna a los dos hombres sentados al
otro lado, no teniendo ningún interés en las divagaciones de fanfarrones borrachos. Fue la mirada
fija de Martise sobre ellos que le hizo prestar atención.
Los comentarios de Balian y la visión del rostro de Martise, blanco de vergüenza, había avivado
su genio. Por un momento sintió como si el imbécil estuviera insultándolo a él en lugar de a su
aprendiz. La ira, mezclada con una no pequeña cantidad de celos y posesividad, rugieron a través
de él. Enterrar la daga en la mano del vulgar bastardo, le ayudó bastante a calmarse. Marcarlo y
golpearlo hasta hacerlo sangrar, había dejado a Silhara casi alegre.
Martise, visiblemente afectada por lo que presenció, permaneció casi en silencio el resto del
día, lanzándole complejas miradas ocasionalmente. Gurn no estuvo tan tranquilo. Había visto la
pelea también e hizo señas rápidas, queriendo saber lo que había pasado. La cortante respuesta
de Silhara: “Insultó a mi familia”, le satisfizo.
Esa noche en la posada, mientras Gurn dormía cerca de la puerta de la habitación y Martise
dormía en un camastro cerca, Silhara preparó una de sus pipas de mano y fumó tranquilamente
junto a la ventana. Debajo de él, Eastern Prime se oscurecía lentamente, las lámparas
parpadearon apagándose cuando las tabernas cerraron y los hogares se fueron a dormir. Más allá
de la ciudad, la bahía cantaba su arrullo de marea, meciendo a los barcos para dormir.
Se había felicitado por el trato que había cerrado con Fors. A pesar de su fanfarronería, el
hombre sabía de la calidad del producto de Silhara y de su demanda. Incluso con el generoso pago
que le había dado al mago, aún obtendría considerables beneficios en las ventas a la población de
la ciudad.
El peso de la bolsa llena de monedas atada a su cintura lo tranquilizaba. Lo había hecho bien y,
aunque la bolsa estaría considerablemente más ligera una vez que pagara a los vendedores con los
que Gurn había negociado, estaban preparados para otra temporada. Su reputación tenía sus
usos; su Don, sus recompensas, pero ninguno hacía aparecer comida en la mesa. Solo el trabajo
duro, el robo o el beneficio de la primogenitura de la aristocracia lo hacían. Silhara estaba
íntimamente familiarizado con los dos primeros y desdeñaba el tercero.
Un susurro de mantas lo hizo mirar hacia donde Martise dormía. Ella se sentó, lo vio en la
ventana y se levantó. Un disperso rayo de luna dejó ver la sombra de los muslos esbeltos y la curva
de un pecho debajo de su leine antes de que se envolviera en su largo chal y caminara despacio
hacia él. Sus pies desnudos brillaron como el marfil en la oscuridad. Le parecieron bonitos. Olía
demasiado bien… a sueño y hembra cálida.
Él señaló a la estrella de Corrupción, que ahora se cernía sobre la bahía. Su voz era suave.
—Los Kurmanos ya no guían sus rebaños a las Cataratas Brecken. Corrupción ha dejado su
huella. Los ríos son salados, y las cascadas están contaminadas. Los cultivos están muriendo, los
árboles están muriendo y el ganado también. Los pueblos están vaciándose de gente, buscando
comida y refugio en ciudades más grandes.
Ella sacudió su cabeza.
—No lo entiendo. Corrupción espera gobernar el mundo otra vez. ¿Qué habrá que gobernar si
todos están muertos y las tierras arrasadas?
—Se le llama asedio, aprendiz. Matar de hambre a tus enemigos, hacerlos caer tan bajo que la
promesa de la más simple necesidad parecerá un regalo de los dioses. Con la suficiente paciencia
se puede quebrar a un hombre hasta el punto que hará cualquier cosa que se le ordene. —Dio una
calada a su pipa—. Eficaz aunque poco original.

Realizado por GT Página 103


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—¿Cree que el Cónclave encontrará una manera de detener al dios?


—Lo dudo. La mayor debilidad del clero es su vanidad. Registrarán sus bibliotecas buscando el
hechizo que matará al dios, pero no pueden usar lo que sus antepasados usaron. Corrupción ha
tenido más de mil años para considerar como derrotar a sus adversarios si vuelven a intentarlo.
Los sacerdotes no mirarán más allá de sus propios muros para hallar una solución. Ellos son el
Cónclave, los guardianes de todo el conocimiento y el arcano que vale la pena tener. —Su sonrisa
fue burlona—. Por lo menos aquellas cosas que ellos consideran importantes.
Ella frotó el final de su trenza con sus dedos. Silhara imaginó cómo se vería toda esa masa de
cabello rojizo fluyendo libre sobre sus hombros y por su espalda.
—¿Les dirá lo que encontró en Iwehvenn?
—Sí, pero ¿escucharán? No soy un admirador de los sacerdotes, ni ellos de mí. Para escuchar,
tienes que confiar, o al menos respetar.
Dio una calada a la pipa, esperando la verdadera razón por la que ella se había unido a él en la
ventana.
Sus ojos, cuyo color cobrizo se había oscurecido hasta parecerse a la obsidiana en la fría luz de
la luna, reflejaban gratitud y un vestigio de vergüenza.
—Hoy, en el mercado…
Silhara alzó una mano, y ella se calló.
—Cuando tenía nueve años, mi madre servía a un adinerado comerciante todas las semanas. —
Sus labios se curvaron en una mueca de desprecio—. Él se dignaba a descender al mugroso muelle
y pagar por una hora de su tiempo, a veces toda la noche. Ella siempre me mandaba afuera
cuando él acudía a nuestra habitación. —Apuntó con la boquilla de la pipa a Martise—.
Comprende, nací de una hurí, me crie alrededor de hurís y casi me vuelvo uno yo mismo.
La expresión de Martise no mostró desprecio por su revelación.
—No era un inocente sobre la naturaleza de su profesión. Ella no estaba protegiendo mi niñez.
—Una vieja repulsión, mezclada con furia, le ardió dentro—. El comerciante era un tipo extraño y
buscó a mi madre repetidas veces. La última vez ella que me empujó fuera de la puerta, yo esperé
en un hueco y luego volví a hurtadillas a la habitación. —La boquilla de la pipa amenazó con
partirse entre sus dedos—. Él la tenía arrastrándose sobre sus manos y rodillas desnudas,
siguiéndolo y besando el suelo donde pasaba.
Martise jadeó y se cubrió la boca, sus ojos brillantes de compasión y horror.
—Él no la tomó, no la tocó, y no la dejó tocarlo. Obtuvo su placer escuchándola insultarse a sí
misma, diciéndole la escoria indigna que ella era, y lo afortunada que era por respirar el mismo
aire que él.
Silhara hizo una pausa, atrapado entre la necesidad de purgar la vil imagen de su organismo y
tratando de no vomitar al revivir el recuerdo. Un toque de mariposa en su brazo calmó sus
agitadas emociones. Los dedos de Martise se posaron sobre su manga, un susurro de consuelo. Su
estomago se calmó.
—Él se corrió en el suelo y la obligó a lamerlo, luego orinó sobre ella antes de irse.
La mano de Martise apretó su brazo.
—Ningún niño debería haber presenciado eso —siseó en la oscuridad—. Ninguna mujer debería
sufrirlo. Eso era un monstruo, no un hombre.

Realizado por GT Página 104


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

El pasado no podía cambiarse, pero Silhara sintió como si un peso asfixiante se deslizara fuera
de su pecho. Había exigido su venganza décadas antes, impartiendo la justicia callejera sin
clemencia. Pero sólo ahora sentía como si la espantosa sombra de ese recuerdo se hubiera
atenuado. No se preguntó por qué, después de tanto tiempo, optó por desahogarse con una
mujer cuyo propósito estaba controlado por el Cónclave. Lo había usado para dejar algo claro,
pero se había transformado en otra cosa. Confiaba en ella para escuchar y no juzgar. Ella le
correspondió con un tranquilizador apretón. Eso fue suficiente.
—Los monstruos son tan vulnerables como los hombres. Seguí al comerciante cuando se fue. —
Llenó su boca con el humo de la pipa y lo lanzó fuera de la ventana, viéndolo flotar, serpenteando
en el aire antes de disiparse—. Tomar una vida deja su marca en el alma. No tengo ninguna cicatriz
por tomar la suya.
Martise apartó su mano de su brazo, y Silhara al instante añoró su contacto.
—Se lo merecía, lo que usted le haya hecho. Y más.
Él permaneció en silencio, observando los barcos balancearse en la bahía.
—Usted sabía que Balian hablaba de mí.
—Lo supuse. Los hombres no son propensos a hablar poéticamente sobre la voz de una mujer
cuando pueden hablar sobre sus pechos en cambio. Tendría que ser excepcional para ser
comentada. Tu voz es excepcional.
—No tenía que hacer eso.
—¿Qué? ¿Hacerlo sangrar? —Silhara se encogió de hombros—. Disfruto de una buena pelea,
aunque él no fue un gran desafío. Tu amante podría aprender una o dos cosas sobre pelear con
cuchillos.
Sus ensombrecidos ojos destellaron.
—No es mi amante.
Por razones que él se negó a considerar, se alegró de que el detestable Balian hubiera sido
relegado a su pasado.
—Ganaste un poco de sabiduría, ¿verdad?
—La edad y la experiencia hacen eso por una persona.
—Cierto. Debería haber alguna recompensa por los huesos crujientes y el cabello canoso.
Él rio entre dientes y ella se rio por lo bajo. Se quedaron junto a la ventana casi una hora
después de eso, callados, hasta que Martise ocultó un bostezo detrás de la mano y le dio las
buenas noches.
Ahora, la vista en Neith era de llanuras y árboles en lugar de mar, y él disfrutaba del placer de
fumar solo. Hubo un tiempo en que había dado la bienvenida a la soledad, pero las cosas habían
cambiado. Echaba de menos esos momentos de camaradería, la sensación de compañerismo que
ni siquiera Gurn, a pesar de su afable naturaleza, podía proporcionarle.
Los acontecimientos en el mercado continuaron jugando en su memoria. Silhara hundió su
daga contra la mano de Balian con deleite, esperando romper huesos y cortar tendones. Mientras
despreciaba al hombre por sus insultos, no podía desterrar las imágenes que surgían en su mente,
de él en el lugar de Balian, con Martise vestida solo con el sol, con su cabello suelto cayéndole por
la espalda, de rodillas delante de él y su boca tomándolo en una profunda caricia. Presionó una
palma contra su creciente erección.

Realizado por GT Página 105


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Ella lo sorprendía continuamente. Nada especial en la superficie, ella era una muestra de
contrastes. Se sobresaltaba de su propia sombra pero se enfrentó a un lich para salvarlo. Él había
corrido en su ayuda cuando ella había gritado lo bastante fuerte como para echar abajo el techo,
solo para ver a su Don lanzar a Corrupción al otro lado de la habitación. Ya no creía que fuera
sumisa por naturaleza. Tranquila, sí, y buena para ocultar sus emociones cuando quería. Pero esa
mirada baja tenía poco que ver con reconocerlo como su superior y mucho con ocultar el hecho de
que a veces quería golpearlo hasta hacerle tragar los dientes.
Y ella servía en Neith. Incluso conociendo su reputación y el hecho de que estaría sola con dos
hombres en un reducto aislado sin ninguna esperanza de rescate si ellos decidían hacerle daño,
había venido a él como su falsa aprendiz. Cumbria debía haberle prometido grandes beneficios
para arriesgarse tanto. Primero había supuesto que era dinero, pero las semanas pasadas en su
compañía le habían demostrado que estaba equivocado. Martise estaba motivada para actuar
como los ojos y oídos del obispo, pero la promesa de monedas no era el aliciente.
Eso lo complacía. Una mujer así, que no se preocupaba por su pobreza ni por el trabajo
agotador para sobrevivir, haría bien aquí, en Neith. El pensamiento corrió como nieve fundida a
través de él. Arrojó la manguera del narguile a un lado con disgusto.
Un beso, lo suficientemente poderoso como para incinerar hasta el último trozo de su razón e
incendiar su sangre, lo tenía soñando despierto por un futuro ni posible ni deseado. Neith ya
estaba bastante atestado con él, Gurn y Cael en la residencia. La hurí ocasional, comprada para
una noche, era suficiente compañía femenina.
Sus ojos se cerraron. Se dijo que los efectos residuales del Don de Martise deslizándose sobre
él, a través de él, provocaron ese abrazo. Pero no se creía sus propias mentiras. La besó porque la
deseaba, porque la admiraba. Porque quería más que solo su etérea esencia perdurando en su
lengua una vez que su Don se retiró. La había besado por impulso, atraído por la curva tentadora
de sus labios y la sensación ligera de ella entre sus brazos. Había esperado que se retirara de su
invasión. La delicadeza no estaba en su naturaleza, y estaba desesperado por saborearla. Pero ella
no había retrocedido de su rudo abrazo, respondiendo en cambio con una pasión que igualaba la
suya. Solo una pequeña voz interior le impidió llevarla a la cama, bajarse los pantalones y subirse
encima de ella.
Espía. Un medio de Cumbria para atraparte.
Silhara apagó las brasas del narguile. Siempre escuchaba a esa voz. Lo había salvado
innumerables veces. Una mujer silenciosa que no dejaba pasar nada y recordaba todo podría
atraparlo en una herejía que le garantizaría ser arrastrado ante un tribunal del Cónclave,
especialmente si ella asumía el papel de amante además del de aprendiz. Hasta ahora había
tenido suerte de que sus enfrentamientos con Corrupción se hubieran limitado a su dormitorio…
una habitación en la que Martise aún no había entrado. Había visto la sospecha acechante en sus
ojos cuando le preguntó si creía que el avatar había renacido. Si alguna vez fuera testigo de las
breves posesiones a las que Corrupción lo sometía, estaría condenado. Tendría que matarla para
protegerse, y ahora retrocedía ante esa posibilidad.
Afuera, el sol todavía bañaba el occidente con rayos rojos y anaranjados, pero los pasillos de
Neith ya estaban envueltos en la oscuridad. Silhara pasó a través de sus sombras mientras
caminaba hacia la biblioteca.
Perfilada a la luz de las velas, Martise se inclinaba sobre una página de notas, tachando
furiosamente con su pluma. Ella levantó la mirada cuando entró y le brindó una sonrisa vacilante.
Levantó un fajo de pergaminos.

Realizado por GT Página 106


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—He encontrado más información sobre el ritual, lo que alimentó su poder. La colina donde
atraparon a Amunsa era tierra sagrada, un foco de Magia Antigua aún existente en las afueras de
Waste.
Silhara arrastró un banco junto al suyo y se sentó. Las aletillas de su nariz se agitaron. Flor de
naranjo y menta. Gurn había saqueado su reserva de perfumes de nuevo y le había dado una
fragancia a Martise. Sus labios se curvaron. Su sirviente podía ser bastante encantador.
Tomó el papel y examinó lo escrito.
—Ferrin’s Tor es un lugar así. Los pastores que llevan sus rebaños ahí juran que las ovejas que
comen el pasto que crece en la colina dan a luz corderos más saludables y con la mejor lana. ¿Algo
más sobre Birdixan?
—Un poco, aunque no puedo descifrar el significado. —Le entregó dos hojas más de su
montón—. Cada vez que Birdixan es descrito invocando un poder contra Amunsa, este símbolo es
incluido junto a su nombre. Ninguno de los otros magos-reyes tiene ese símbolo, o cualquier
símbolo para el caso, junto a sus nombres. Cerca del final, cuando Birdixan muere, el símbolo ya
no aparece.
Silhara leyó el texto traducido y frunció el ceño. Al igual que el nombre de Birdixan, el símbolo,
un par de cubos entrelazados divididos con líneas, le era familiar.
—He visto esto en alguna parte. En una pared de un templo o tatuado en un sacerdote. ¿No lo
reconoces?
Ella negó con la cabeza.
—No. Solo puedo suponer que no es Helenese. Ellos prefieren los diseños más curvados. Éste
es cuadrado y muy anguloso. La escritura de los pueblos Glimmer es una serie de cuadrados y
líneas. Soy capaz de leer y hablar cuatro dialectos de Glimming y nunca me he encontrado con
algo como esto, así que no me atrevo a hacer una comparación.
Silhara miró fijamente el símbolo.
—Birdixan es descrito aquí como un rey del sur. Creo que es más que una coincidencia que el
símbolo y éste rey olvidado sean una reminiscencia de las tierras lejanas. —Leyó más. Un pasaje
llamó su atención, una frase casi inadvertida en las floridas descripciones del ritual. Birdixan
“tragó” al dios antes de que el ritual empezara. La inquietud se arrastró por su alma como las
patas de una araña.
Se levantó de su asiento.
—Tengo algunos tomos Glimming. En su mayor parte poesía oscura. —Hizo una mueca—.
Cosas horribles, pero a mi mentor le gustaban y coleccionó cada pieza que cayó en sus manos.
Quizás ayuden.
Trabajaron en silencio durante las siguientes tres horas. La lámpara de Martise se atenuó y
Silhara, asqueado de leer varias páginas de odas empalagosas para mujeres quejumbrosas
excesivamente consentidas, dejó a un lado sus libros y se frotó los ojos. Martise aún estaba
inclinada sobre la mesa, escribiendo. Ella hizo una pausa, bajó la pluma y sacudió la rigidez de su
mano.
—¿Algo más? —preguntó él.
—Nada que valga la pena a menos que esté interesado en linajes. He traducido por lo menos
veinte generaciones de antepasados de tres de los reyes. —Le dedicó una sonrisa cansada—. Eran
un grupo prolífico.

Realizado por GT Página 107


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Silhara se estiró en su silla y se puso de pie.


—Cuando tienes una docena de esposas y unos pocos cientos de concubinas, puedes esperar
engendrar un rebaño de niños. —Fue a pararse delante de ella—. Trabajaremos de nuevo mañana.
¿Estás lista para tu lección?
Su expresión fue mucho menos entusiasta que cuando empezaron a trabajar con su Don.
Suspiró.
—Sí, aunque temo que será una pérdida de su tiempo. ¿De qué sirve un Don si uno no puede
usarlo para los hechizos?
Él entendía su frustración. Habían trabajado en el control de su Don desde que regresaron de
Eastern Prime. Ella había tenido éxito convocándolo y dirigiendo su aparición. No obstante, él
quedó desconcertado cuando ninguno de los hechizos que ella intentó funcionó. Su recitación era
perfecta, su ejecución tan buena como la suya, pero no sucedió nada. Habían intentado todo tipo
de hechizos. Movimientos. Ella todavía no podía levitar. Invocaciones de fuego y agua. El fuego
que ardía alegremente en la chimenea de la biblioteca ni siquiera parpadeó cuando ella intentó
convocar a las llamas, y el agua permaneció en la copa. Silhara incluso la animó a cantar,
preparándose para el inevitable maltrato a sus oídos, por si acaso su voz hubiera mejorado y su
Don hechizara cantando. Después de unas pocas notas, la detuvo, seguro de que cualquiera fuera
la magia que su Don controlaba, no era mediante el canto del conjuro.
Ella se paró para ponerse frente a él, sus hombros caídos de cansancio.
—No te enfurruñes —dijo él—. No te favorece.
Su cáustico comentario funcionó para sacarla de su melancolía. Su mirada cayó al suelo, pero
sus hombros estaban rígidos, como si estuviera conteniendo las ganas de darle una bofetada.
Silhara sonrió.
—Vamos a intentar algo diferente esta noche.
Ella lo miró boquiabierta cuando sacó la daga de su bota y se pasó el borde afilado de la hoja
por la palma. La sangre corrió en hilos, chorreando por su mano, deslizándose entre sus dedos y
goteando sobre el suelo. Tendió su mano manchada hacia ella.
—Cura esto.
Indiferente a la sangre, ella tomó su mano, sosteniéndola entre las suyas. Las palmas
encallecidas de Martise eran cálidas sobre su piel, acariciándolo. Escuchó como ella recitaba un
hechizo curativo después de otro. Sus ojos cerrados para concentrarse. Tanto se centró en tratar
de invocar algo que pudiera sanar su herida, que perdió el control de su Don. Un calor instantáneo
bañó el cuerpo de Silhara. Una magia pura se filtró en sus poros, en su espíritu, aun cuando la
mano le dolía y la sangre goteaba de sus dedos. Su propio Don aumentó en su interior,
alimentándose del poder de Martise.
Ella, seducida por su Don tanto como Silhara, levantó su mano y la colocó sobre su pecho
encima de su seno. El latido del corazón contra su palma ensangrentada se hizo eco del pálpito en
su cabeza. Aunque él se hubiera distanciado del encanto de su Don, fue hechizado por la forma en
que la transformó. Su aspecto no había cambiado. La misma barbilla puntiaguda y la pequeña
nariz, el cabello rojizo y la pálida boca. Pero todo fue realzado, embellecido y hermoseado por su
magia.
Estuvo a punto de sucumbir a la tentación, de deslizar su mano por encima de su túnica hasta
tomar su pequeño pecho. Afortunadamente, el escozor de su palma lo mantuvo lúcido lo
suficiente para reprimir su deseo y alejar su mano, dejando una mancha roja en su piel y

Realizado por GT Página 108


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

rompiendo el vínculo entre ellos. El gemido de Martise, tenso y balbuceante, hizo su propia magia
sobre él. Ella bien podría haber estirado la mano y acariciado su polla.
Ella abrió los ojos y vio que su mano seguía sangrando. Sus hombros se hundieron.
—No funcionó.
—No. A pesar de que tu Don puede aplastar a dioses y liches como si fueran ratones en la pata
de un gato, no funciona con hechizos.
Se quedó mirando la sangre en su palma y la mancha en la piel de Martise. Una marca de
territorio, un reclamo, sin importar que hubiera sido ella la que había colocado su mano ahí en
primer lugar. Y mientras estaba concentrada en curarlo. Una poderosa necesidad de alardear, de
proclamar que esta pálida mujer, con sus rasgos prosaicos y extraordinario espíritu, era suya, se
apoderó de él de repente.
Aterrado por sus sentimientos, Silhara se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta.
—Hemos terminado aquí —dijo sobre su hombro.
El tono de Martise fue lastimero.
—Pero su mano…
Él se detuvo pero se mantuvo de espaldas a ella.
—Sigue sangrando. No puedes curarla. Vete a dormir, Martise.
Se marchó, cerrando de golpe la puerta detrás de él. El ocasional plaf de las gotitas de sangre
golpeando en el suelo lo acompañó mientras bajaba las escaleras. La puerta que comunicaba el
gran salón con la cocina se estrelló contra la pared opuesta. El dominio de Gurn estaba más oscuro
que una cripta, pero Silhara encontró infaliblemente su camino al armario que alojaba la botella
de Fuego de Peleta del siervo. Barrió las tazas de los estantes hasta que encontró una copa grande
y se sirvió una generosa porción de licor. Su palabrota fue fuerte y feroz cuando se golpeó la
rodilla contra el banco arrimado a la mesa de trabajo y se sentó.
El Fuego le hacía honor a su nombre, chamuscando el sendero de su boca al estómago. Los ojos
de Silhara se humedecieron.
—Bolas de Bursin —resolló e inclinó la copa para otro ardiente trago.
Vació y rellenó la copa hasta el borde, sin importarle que por la mañana lo vieran tratando de
arrancarse los ojos por el dolor.
Un sonido de pisadas en la puerta le advirtió que tenía un visitante. Levantó su bebida con la
mano herida, el pie de la copa resbaladizo en sus dedos.
—Hola, Gurn. —Luchó para formar las palabras en torno a una hinchada lengua—. ¿Quieres un
trago?
El tintineo de tazas rodando en el suelo, chocando entre sí y el siseo de la leña encendida en la
chimenea rompieron su silenciosa respuesta. Una luz oscilante proyectó una corona sobre la mesa
donde estaba sentado Silhara. Se protegió los ojos de la luz de la vela y maldijo.
—No te podías sentar en la oscuridad conmigo, ¿verdad?
Una vez que sus ojos se adaptaron, bajó la mano para mirar a Gurn sentado frente a él. El siervo
hizo un gesto a su mano herida y la sangre sobre la mesa y la copa.
Silhara pasó una manga sobre la superficie de la mesa.
—Una prueba para mi aprendiz. Ella falló. —Levantó la copa y brindó por la mujer de arriba.
Gurn empezó a levantarse, pero fue detenido por la severa orden de Silhara.

Realizado por GT Página 109


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—No te molestes. Me ocuparé de ello en mi habitación. Quiero que hagas otra cosa por mí.
Apuró lo que le quedaba y alcanzó la botella de nuevo, solo para que Gurn se la arrebatara y la
pusiera de vuelta en el armario.
—No había terminado —dijo bruscamente.
La expresión de Gurn fue elocuente. Sí que había terminado.
Silhara le lanzó la copa.
—Está bien. Me inclino ante los derechos territoriales. —Se levantó lentamente, aliviado de
que la habitación girara solo una vez antes de detenerse.
Gurn lo observaba, una mezcla de preocupación y ligera diversión arrugaba sus rasgos toscos.
—Quiero que vayas a Eastern Prime. Trae a una chica del Templo de la Luna. No me importa su
apariencia, solo asegúrate de que sea de huesos pequeños y de esta altura. —Midió con su mano.
La altura era similar a la de Martise.
Cualquier rastro de humor huyó de la expresión de Gurn. Sus ojos se estrecharon, su azul
brillante se tornó gris. Sacudió la cabeza y sus manos hicieron signos furiosos en el aire cuando
afirmó su negativa en términos muy claros.
Con su propio enojo elevándose sobre su embriaguez, Silhara cruzó sus brazos.
—No te estoy preguntando, Gurn. Te lo estoy diciendo.
Los dos hombres se miraron el uno al otro un largo rato. Finalmente, Gurn gruñó por lo bajo en
su garganta, pateó las copas fuera de su camino y pellizcó la llama de la vela como añadidura. El
portazo fue estruendoso en la implacable oscuridad cuando salió de la cocina.
—Y una buena noche para ti también, bastardo santurrón —gritó Silhara detrás de él.
No era culpa suya que la pequeña espía de Cumbria lo tuviera hecho un lío. Era mejor que usara
el dinero del obispo para comprar el tiempo de una hurí por una noche. Nada de promesas del
corazón, nada de emociones enredadas o vulnerabilidad. Solo una transacción de negocios en la
que los favores comprados de una ramera aliviarían el deseo que lo consumía por la mujer enviada
para traicionarlo.
El Fuego había hecho pleno efecto para el momento en que se tambaleó hacia la puerta.
Desorientado por la bebida y la oscuridad que giraba, chocó una vez contra el armario y luego
contra la pared antes de dirigirse a trompicones al gran salón.
—Gurn, idiota —murmuró, sujetándose a la barandilla de la desvencijada escalera—. Te mataré
cuando te vea de nuevo. Con esa vela que apagaste.
Borracho y todavía sangrando, se las arregló para farfullar el hechizo para la luz bruja, subir las
escaleras tambaleándose hasta su habitación sin romperse el cuello y derrumbarse en su cama. Se
arrancó la ropa, enredándose la mano en la manga hasta que rasgó la camisa para liberarse. El
techo onduló, y cerró sus ojos para no vomitar. El sueño lo sorprendió con rapidez, seguido por
poderosos sueños contaminados por la presencia de Corrupción.
Martise, desnuda y vulnerable ante él. Imágenes de él tomándola en una miríada de maneras,
su verga deslizándose dentro de su boca, en su cunnus12, entre sus nalgas. Gimió en sueños y su
mano sana se deslizó debajo de las sabanas para agarrar la base de su pene erecto y acariciarlo.
La voz del dios revoloteó sobre él como una lengua de serpiente.

12
Coño

Realizado por GT Página 110


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Ella será tuya. Utilízala de la manera que te plazca. Deséchala cuando te canses de ella.
Muchísimas más serán tuyas para mandar y usar. Puedo hacer eso por ti.
Las imágenes se intensificaron, fríamente seductoras. Ella era servil y silenciosa, sus miradas no
se cruzaron mientras él la tomaba, nunca devolvió una caricia o mendigó un beso. El recuerdo se
entrometió en la manipulación del dios de sus deseos. Su madre, miserable ante un hombre
detestable. El vacío en sus ojos. El olor de la orina.
Esto último rompió el control de Corrupción sobre sus sueños. Se quedo inmóvil, su mano aún
curvada alrededor de su pene.
Su estomago estaba revuelto por la combinación del invasivo toque del dios y demasiado Fuego
de Peleta. La sangre obstruía sus fosas nasales. Se echó a reír, el sonido arrastrado y profundo.
—¿Un putero corriente ahora, Corrupción? Ciertamente, eres la personificación de la maravilla
divina.
Un dolor agonizante lo golpeó entre sus ojos, como si alguien hubiera clavado la punta de una
lanza en su cráneo. Se enroscó en sí mismo, jadeando y agarrándose la cabeza. El sudor corrió por
su cuerpo cuando el dolor viajó hacia abajo, desgarrando sus miembros.
Me canso de tus burlas, mago. Y tus reproches. Si no vas a ceder, no importa. Hay otras
maneras.
Su dolor desapareció repentinamente. Silhara se quedó temblando y preguntándose si estaba
muerto. Por un momento las imágenes de Iwehvenn y el rostro delgado de Martise, asustado y
compasivo, pasaron detrás de sus ojos cerrados. Quédate conmigo.
Se quedó dormido de nuevo y se despertó bien pasado el amanecer con una boca llena de lana,
una cabeza llena de astillas y una mano adolorida. La sangre manchaba la ropa de cama.
Entornando los ojos contra la despiadada luz de la mañana, salió de la cama y se tambaleó hasta el
orinal para vaciar su vejiga. Después, se lavó con el agua fría de su palangana y se vistió, plagado
de recuerdos brumosos de discutir con Gurn y copular con Martise en sus sueños.
A pesar del martilleo en sus sienes, lanzó un hechizo de sanación sobre su mano herida.
Esperando solo aliviar el dolor y prevenir la infección, se sorprendió al ver que la herida se cerraba
y desaparecía. Los restos del Don de Martise aún residían dentro de él. Nunca había poseído la
habilidad particular de sanar completamente con magia. Una sospecha echó raíces y creció.
Cuando bajó penosamente al primer piso descubrió a Martise y a Cael en la cocina. Dejándose
caer en el banco, gruñó y apretó los dientes ante el olor de la avena y la mantequilla. Martise se
levantó de su lugar en la mesa y le llevó una tetera de té caliente. El odiado cuenco de naranjas
apareció delante de él junto a la tetera. Su estomago se revolvió, y empujó el cuenco a un lado.
—Aleja eso de mí antes de que vomite.
Él bendijo su silencio cuando lo remplazó con una taza.
—¿Quiere algo más? ―Su voz era compasiva.
El té se derramó sobre el borde de la taza cuando se sirvió de la tetera con mano temblorosa.
—Solo si puedes ofrecerme una nueva cabeza junto con el té. La mía está a punto de estallar.
Ella sonrió, y después hizo una mueca cuando Cael empezó a ladrar al canto mañanero del gallo
en el patio. Silhara casi dejó caer la taza para taparse los oídos.
—¡Fuera! —gruñó al buscador de magos, silenciándolo al instante
El perro se escabulló hacia la puerta y se acostó, mirando a su amo con una expresión ofendida.
Martise tocó su brazo.

Realizado por GT Página 111


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—Encontré las tazas en el suelo esta mañana y el Fuego en un estante diferente. ¿Todavía tiene
algo de ese remedio que me dio?
Silhara asintió y deseó no haberlo hecho.
—Tan pronto como termine el té y pueda caminar en línea recta, iré a la despensa.
Respondió a su pregunta no expresada.
—Envié a Gurn a Eastern Prime. Volverá esta tarde. Mientras tanto tendrás que hacerte cargo
de sus funciones. Yo trabajaré en el huerto solo. Y necesito que prepares una habitación en el
segundo piso. Vamos a tener un invitado esta noche. —Su estomago se agitó aún más al pensar en
ella descubriendo el propósito de su visitante.
Sus cejas se levantaron, pero no curioseó.
—La tendré lista cuando lleguen.
La expresión condenatoria de Gurn destelló ante él, seguida por una oleada de remordimiento.
Silhara gruñó en su taza. Ella solo era una sirvienta aquí, y una secuaz del Cónclave. Él no le debía
ni confianza ni explicaciones.
Una visita a la despensa para una dosis del elixir revitalizante le devolvió su humanidad.
Trabajar en la arboleda le ofreció un respiro de paz. La cosecha y el mantenimiento de los árboles
era un trabajo difícil e interminable, pero él lo aceptaba. El huerto lo validaba, reflejaba hasta qué
punto había ascendido y lo que había superado.
Eligió los arboles más cercanos a la casa. Todas las ventanas estaban abiertas, permitiendo que
la brisa fluyera por las habitaciones, y que a veces oyera a Martise amonestar a Cael por alguna
indiscreción menor cuando él la seguía mientras ella completaba sus muchas tareas. Hizo una
pausa. Había una sensación de que el escuchar su voz, el saber que ella se movía por su mansión
como su gobernanta temporal, era lo correcto. Se imaginó cómo sería si ella viviera aquí
permanentemente, convertida en su amante.
Él interrumpiría su trabajo y el de ella, la tomaría de la mano y la llevaría a la recámara que
ambos compartirían y le haría el amor durante toda la tarde. Martise lo miraría con una sonrisa, lo
tocaría con manos amorosas y lo acariciaría con esa cautivadora voz.
Silhara maldijo y cortó un racimo de naranjas, casi cortándose los dedos en el proceso. Tal
alegría doméstica no era para él. Estaba bastante bien en Neith teniendo únicamente a Gurn y a
Cael por compañía. No obstante, cuando Martise lo llamó para la comida del mediodía, se unió a
ella con entusiasmo.
El tazón de sopa que puso frente a él olía a hierbas y verduras. Ocupada colocando el pan, la
mantequilla y la tetera sobre la mesa, se perdió su suspiro apreciativo.
Le entregó una cuchara.
—Pensé que quizás preferiría esto hoy. También hay vino, si quiere correr el riesgo.
Su estomago se opuso a la idea del vino, pero se las arregló para consumir la mitad de la olla de
sopa y una hogaza de pan. Martise ya no lo miraba con los ojos abiertos de asombro. Estaba
acostumbrada a su apetito y tomó a sorbos su tazón de sopa mientras el devoraba el suyo.
Ella volvió a llenar su taza de té.
—He preparado la habitación dos puertas más allá de la suya. Es la única con una cama todavía
utilizable. Hay una jarra con agua y paños por si su invitado desea asearse cuando lleguen.
También limpié el espejo, aunque no se puede hacer nada con la rotura.

Realizado por GT Página 112


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Él frunció el ceño ante la persistente sensación de culpa. Ella no era ni su esposa ni su amante.
Solo otro sirviente en su casa. Igual que Gurn. ¿Sería ella tan servicial si supiera que su invitado era
una hurí traída para entretenerlo por una noche?
Martise estaba despejando la mesa mientras él terminaba la taza de té, cuando Cael de repente
soltó otra ronda de ladridos.
—Voy a matar a ese maldito perro.
El chirrido de las ruedas del carro anunció el regreso de Gurn. Silhara se preparó para la
desaprobación de Gurn y éste no lo decepcionó. El gigante entró en la cocina, una nube
tormentosa de condena cubría su rostro normalmente afable.
—¡Gurn, bienvenido! —El alegre saludo de Martise solo sirvió para oscurecer su rostro aún
más—. ¿Por qué no entraste por la puerta principal?
Silhara oyó el desconcierto en su voz. Sus ojos se ampliaron cuando el sirviente hizo pasar a su
acompañante a la cocina. El suave jadeo de Martise salpicó su propia sorpresa.
Gurn no había traído a casa a cualquier hurí. Silhara miró boquiabierto a la mujer más hermosa
que jamás había visto. Tenía el cabello largo y negro, ingeniosamente arreglado y sujeto con
horquillas enjoyadas que fueron retiradas dejándolo caer en gruesos rizos por su espalda. La suave
piel del color de la miel pedía ser acariciada. Su rostro era exquisito, con una nariz fina y labios
pintados color bermellón que se curvaban en una sonrisa seductora, realzando los delicados
pómulos. Sus ojos verdes estaban hábilmente perfilados con kohl, realzando su forma exótica.
Tenía un cuerpo para hacer agua la boca de un hombre, de huesos pequeños y generosamente
curvado. Una plétora de finos pañuelos de colores brillantes, cubría su silueta. Excepto por su
estatura y complexión delicada, ella era la completa antítesis de Martise. Y debió haberle costado
una fortuna.
La hurí hizo una reverencia, sus pequeñas manos entrelazadas como si estuviera rezando.
—Es un honor ser convocada para servirle, Señor de Neith. ―Tenía una bonita voz, aguda y
dulce.
Un sonido estrangulado llegó a sus oídos. Cuando miró, Martise estaba ocupada despejando los
platos de la mesa, con la cabeza baja y el rostro vuelto. La gracia que ella usualmente exhibía la
había abandonado, y apilaba los tazones con un torpe traqueteo. Él miró a Gurn cuya fulminante
mirada amenazaba con inmolarlo allí mismo.
Silhara asintió con la cabeza a la hurí en señal de saludo y le hizo señas a Gurn para que se
uniera a él en un lejano rincón de la habitación.
—¿Has perdido la cabeza? —le espetó en voz baja—. Te envié al Templo de la Luna por una hurí
que no tuviera sífilis. ¿Qué hiciste, pediste la prostituta más cara del burdel?
La sonrisa socarrona de Gurn confirmó sus sospechas.
Silhara vio todo rojo.
—Tú, insolente bastardo. Estoy tentado de cargarla en el carro y hacerte devolverla. Pero eso
es lo que quieres, ¿no? Bien, esta noche te puedes sentar en esta cocina y rumiar la idea de que
estoy arriba follando el valor de dos meses de nuestra comida.
No pensó que fuera posible el signo de “comemierda-excusa-de-un-bastardo-de-rata-de-
alcantarilla” pero de alguna manera Gurn lo logró. Antes de que Silhara pudiera soltar otro
gruñido, fue interrumpido por Martise que se dirigió a la hurí.

Realizado por GT Página 113


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—Soy Martise, adané, sirviente y aprendiz aquí. Si me sigue, le mostraré la habitación que he
preparado para su estadía.
Las tripas de Silhara ardían, tanto por su trato cortés, como por el hecho de que ella había
limpiado esa habitación sin saber su uso previsto. El bajo gruñido de Gurn puso de relieve su
disgusto. Pasó al lado de las mujeres y salió airado de la cocina. La hurí sonrió e inclinó su cabeza a
Silhara cuando Martise la guio a las escaleras. Martise no lo miró.
Dejado a solas en la cocina y sintiéndose más bajo que un gusano, huyó al huerto y descargó su
frustración en los avisperos refugiados en los árboles, congelándolos o quemándolos con hechizos
que le hicieron doler la cabeza cuando terminó.
Cuando fue llamado para cenar, se sentó en la mesa y miró fijamente el horror culinario en su
plato. Solamente su comida era un desastre, una mezcla casi incomible de cerdo quemado como
un carbón y un aguado puré de cereales con todo el sabor de un palo de mueble. Gurn se sentó
tan lejos de él en el banco como pudo sin caerse por el borde y lo miró como si fuera un insecto al
que le gustaría aplastar bajo su zapato y restregarlo por el suelo, por si acaso. Martise rehusó
levantar la vista de su plato. Ella comió metódicamente, preguntó a su invitada sobre su viaje a
Neith y después se quedó callada.
Solo la hurí, que se había presentado como Anya, no trató a Silhara como un paria. Ella sonrió,
felicitándolo por la belleza antigua de Neith, la comodidad de su habitación y lo solícitos que eran
sus sirvientes.
Silhara movió la bazofia por el plato con su cuchillo, hasta que finalmente se rindió. Se puso de
pie y encontró la mirada de Anya.
—Cuando hayas terminado, ve a tu habitación. Me reuniré contigo allí.
De vuelta en su habitación, preparó el narguile y fumó el cuenco hasta el final. Martise. La
sonriente mujer que había salido de su capullo de cautelosa pasividad para reír y bromear con él,
tocar su brazo y ofrecerle el fuego de su beso, se había ido. En su lugar, un fragmento de hielo se
había sentado frente a él y había comido su cena como si el mundo más allá de su plato hubiera
dejado de existir. No había levantado los ojos lo suficiente para ver la compasión en la mirada de
Gurn, pero él lo había hecho, y su pecho se oprimió.
—Eres del Cónclave —murmuró en torno al hilo de humo—. Sirves a la voluntad de los
sacerdotes. Yo soy tu mentor. Tú eres mi aprendiz. Nada más.
Si lo repetía lo suficiente, podría empezar a creerlo.
Se quitó la ropa, se bañó y se puso una túnica suelta. Descalzo, se dirigió a la habitación de
invitados que Martise había preparado. La hurí sonrió cuando lo vio. Envuelta en sus sedas
transparentes, estaba recostada en la cama en una postura artificiosa mostrando sus
considerables encantos para su mejor provecho. Ella se levantó, sus caderas balanceándose
seductoramente cuando se acercó y se apoyó contra él, envolviendo sus esbeltos brazos en torno
a sus hombros.
—¿Qué quieres de mi? Soy tuya esta noche.
Ella era suave y flexible en sus brazos. A pesar de su inquietud y la rotunda desaprobación de
sus acciones por parte del resto de su pequeña familia, el deseo creció dentro de él. La abrazó,
recorriendo su espalda con las manos para coger sus redondeadas nalgas.
El inesperado aroma de kohl y bermellón golpeó su nariz. Había esperado flor de naranja y
jabón. Se detuvo. El largo cabello de Anya rozó sus manos, y él lo imaginó rojizo en vez de negro.
Ella se movió en su abrazo, chocando suavemente contra su entrepierna, ampliando su postura

Realizado por GT Página 114


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

para que su verga se apoyara contra la seda que cubría su cunnus. Un bajo gemido quedó
atrapado en la garganta de Silhara cuando su pequeña mano se deslizó entre ellos para cogerlo.
Ágiles dedos jugaron sobre su erección y sus testículos, acariciándolo a través de la larga túnica.
Él hocicó su cuello, dejando un rastro de besos en su mandíbula. Su trasero, redondeado y
firme llenaba sus manos. Era de curvas exuberantes, pechos suaves y manos hábiles. Aun así, un
escalofrío lo recorrió… un desdoblamiento, como si su mente actuara independiente de su cuerpo
y los observara jugar con divertido aburrimiento. Su polla la quería. Su mente no.
Frustrado, buscando el fuego que lamió sus miembros cuando tuvo a otra en sus brazos, Silhara
se apartó. Se le ocurrió una idea, una que podría hacer que la hurí pensara que había algo extraño
en él. No importaba. Le habían pagado para complacerlo, cualquiera fuera su placer.
El espejo roto apoyado contra la pared de enfrente era enorme, un lujo comprado por un
anterior amo de Neith generaciones antes. A pesar del daño, seguía siendo una pieza
impresionante y reflejaba la luz de las velas en su limpia superficie. Ignoró la expresión de
desconcierto de Anya y la volteó para ponerla frente al espejo.
Formaban una pareja llamativa, ambos de cabellos oscuros y sonrojados por el calor de su
abrazo. Él se alzaba detrás de ella, alto y austero. En contraste, ella era pequeña y sensualmente
hermosa. Le recordaba a las fragantes flores que florecen en la costa en tonos rosa, naranja y
magenta brillante. Su mirada perpleja cambió a una de inquietud cuando Silhara hizo un gesto y el
aire onduló alrededor de ella.
Él colocó las manos sobre sus hombros.
—No tengo la intención de hacerte daño. Esto es solo temporal. Observa.
Su mano pasó sobre su rostro, dejando un halo plateado en su estela. El halo resplandeció
alrededor de ella, transformándola, aclarando el cabello de Anya a rojizo y alterando sus rasgos
hasta que su belleza desapareció, de manera que ella pareció fuera de lugar en sus coloridas
sedas. La hurí tocó su rostro. Sus ojos, ahora cobrizos en vez de esmeralda, se ampliaron de
pánico. Ella gimoteó.
Silhara acarició sus cabellos
—Tranquila, mujer. Esto no es nada más que una máscara. Una ilusión. Se desvanecerá en unas
pocas horas o antes si rompo el hechizo.
Sus hombros se hundieron de alivio, y sus cambiados ojos se cerraron por un momento.
Cuando ella los abrió y sonrió, toda su hambre reprimida se liberó. Ella era Martise. Silhara deslizó
sus brazos alrededor de su delgada cintura y la atrajo de vuelta contra él. Sus manos oscuras se
extendieron sobre su corpiño enjoyado, y ardió en deseos de arrancar ese chisme de ella.
Los ojos de Anya se encontraron con los suyos en el espejo.
—Ella no lo sabe, ¿verdad? ¿Que la deseas? La quieres por encima de todas las demás.
Ella lo enfrentó, y él puso un dedo en sus labios.
—Shhh. No hables. Hay cosas bellas que incluso mi magia no puede recrear.
Ella se arqueó en sus brazos, sinuosa y grácil mientras él retiraba sus sedas y permitía que le
quitara su túnica. Sus manos eran expertas en tocar los lugares adecuados, justamente la manera
correcta para provocarle el mayor placer. Él acarició sus pechos, sus nalgas, y deslizó sus dedos por
la suave curva de su cunnus afeitado. No besó su boca, ni ella la suya. Conocía el proceder de las
hurís. Podían usar sus bocas de maneras que desafiaban u horrorizaban la imaginación, pero
nunca besaban a los hombres, o mujeres, que servían, en la boca.

Realizado por GT Página 115


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

La guio a la cama y se acostó. Ella se tendió encima de él, se inclinó e inició un recorrido por su
cuerpo con la lengua y las manos, acariciando y lamiendo. Durante varios minutos aguantó su
toque y miró su largo cabello castaño fluir por su vientre y muslos cuando trazó un camino de
besos hacia su polla. Esa primera chispa de deseo, cuando había transformado sus rasgos, se había
consumido. Era un buen ilusionista, pero no era suficiente. La hurí podía llevar el rostro de Martise
por un breve tiempo, pero no era Martise. Olía diferente, se sentía diferente, se movía diferente.
Incluso permanecer en silencio no ayudaba, y la fantasía que trató de representar en esa
habitación se desmoronó.
Silhara enderezó las rodillas y con cuidado apartó la cabeza de Anya de su reblandecida
erección.
—Basta —dijo, y tiró de ella de modo que quedó tendida contra su costado—. Estoy arruinado.
Frustración, lujuria, necesidad; todas caldeaban su sangre, pero no por la mujer que compartía
la cama con él. Se quedó mirando al techo, preguntándose si Gurn habría guardado bajo llave su
ya diezmada botella de Fuego de Peleta. Si no podía encontrar alivio en el cuerpo dispuesto de una
prostituta, lo encontraría en el olvido de otra borrachera.
Miró a Anya cuando ella se elevó sobre un codo y se cernió sobre él. Cuanto más la miraba,
menos se parecía a Martise, y el hechizo seguía firmemente en su lugar. Sus ojos eran
comprensivos, pero el alma detrás de ellos no era la de Martise.
—¿Puedo hablar?
Él asintió.
Ella le tomó de la mano, y presionó la palma contra su mejilla.
—Ella es más que este rostro. Ansías lo que ningún truco de hechicería o de hurí puede crear.
Tus ilusiones y mis habilidades son en vano. No soy la mujer que quieres.
Sus palabras le hicieron caer en la cuenta de la profundidad de su anhelo. Cerró los ojos,
reprimiendo un terror puro. Ella le besó la mano. Él abrió los ojos y puso un dedo sobre sus labios
perfectos.
—Si dices algo, te cortaré la lengua.
Sus palabras carecieron de cualquier mordacidad, a pesar de su amenaza. Martise lo había
despojado de su virilidad ante una hurí, y ella ni siquiera estaba ahí. Se iría al infierno y Anya con él
antes de permitir que tal humillación se volviera tema para que los chismosos se rieran de él en el
mercado.
Las cejas de Anya se arquearon de diversión.
—No sería la Hurí Principal del Templo si contara los secretos del dormitorio.
Si el fiasco de su deseo frustrado no hubiera matado su erección, su declaración respecto a su
condición lo habría hecho. Silhara gimió de angustia.
—Ah dioses, ¿cuánto me has costado?
Ella se lo dijo, y él gimió más alto. Levantándose, se vistió, revocó la ilusión y le ordenó vestirse
también. Ella lo esperó en la puerta mientras apagaba las velas y uno de los faroles. Tomó la única
luz restante y la guio por el corredor, bajando las escaleras hasta el primer piso. Se paró ante la
puerta cerrada de la habitación a un lado de la cocina, golpeó bruscamente y esperó. La puerta se
abrió. Gurn, con los ojos muy abiertos, desnudo y sosteniendo un garrote en una mano, los
recibió.
Silhara sonrió con suficiencia.

Realizado por GT Página 116


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—Bueno, ¿no eres una visión? Y yo que pensaba que era yo y mi reputación lo que ahuyentaba
a los visitantes de Neith.
No le dio tiempo a Gurn para que asimilara su repentina aparición en su puerta. En lugar de
eso, puso a Anya delante de él y la empujó para que cruzara el umbral.
Los ojos de Gurn se abrieron, redondos como platos. Anya silbó, su mirada de admiración
tomando nota de todos sus atributos.
Silhara ocultó su diversión detrás de un ceño fruncido.
—Será mejor que la disfrutes. Ella es tu cena de los próximos dos meses. —Sus ojos se
estrecharon—. Y si alguna vez me vuelves a servir la misma bazofia de esta noche, colgaré tu
cadáver del naranjo más grande y dejaré que los cuervos te pelen hasta los huesos.
Caminó de vuelta a la cocina, sonriendo ligeramente. Al menos uno de ellos disfrutaría de tan
costoso regalo. La sonrisa murió. Él tenía la intención de pasar una solitaria noche en su
habitación, quemando un cuenco de tabaco y maldiciendo a la aprendiz que lo había humillado
ante una prostituta.
Miró hacia arriba, hacia la oscuridad del hueco de la escalera del tercer piso y se preguntó si
ella dormía. Las sombras se espesaron detrás de él, envolviendo sus pies mientras subía las
escaleras y caminaba por el pasillo a su habitación.

Realizado por GT Página 117


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 1144

Martise se metió un mechón de pelo en la trenza y se preparó para bajar a desayunar. Esperaba
que sus ojos hinchados no llamaran la atención. Por otra parte, solo esperaba encontrar a Gurn y a
Cael en la cocina esta mañana. El amo de la casa estaba ocupado en otra cosa.
Afuera, el cielo era gris y el aire pesado olía a lluvia. Cualquier otro día, ella se hubiera alegrado
por la tormenta que se avecinaba. Neith, los huertos y las granjas de los alrededores estaban
resecos, desesperados por un diluvio. Pero hoy el clima reflejaba su humor y ella cerró los postigos
contra el cielo oscuro.
Su estómago estaba hecho un nudo, y su pecho dolía.
—Él no es nada más que un camino a la libertad —refunfuñó.
Una repetición de las palabras que había recitado la noche anterior mientras yacía en su cama y
derramaba lágrimas silenciosamente. Se había dejado llevar por la creencia de que el Maestro de
los Cuervos no merecía su reputación. Se había equivocado. Su sutil crueldad era impresionante,
recordándole la advertencia de Cumbria cuando llegaron por primera vez a Neith.
Él posee una lengua afilada y ha destripado a más que un desafortunado oponente en una
conversación. Tú no serías rival.
El obispo tenía razón en cierto modo. Silhara había empuñado el cuchillo que la había
destripado, pero no había dicho una palabra. Incluso los insultos groseros de Balian palidecían en
comparación con el desprecio silencioso del mago.
Él la había besado como si hubiese estado hambriento por ella. No fue un beso suave que
engatusaba y preguntaba, sino uno posesivo que exigía pasión recíproca. Ella se lo había devuelto
encantada, arqueándose contra su cuerpo delgado y separando los muslos para sentir su peso
contra ella. Se había ajustado a su cuerpo, como si los dioses la hubiesen hecho específicamente
para él. Él sabía a vino dulce y olía a naranjas de verano. Todos sus sentidos se ahogaron en el
calor de su proximidad y en el contacto de sus callosas manos sobre ella.
En un primer momento Martise culpó a la fuerza de su Don y a la extraña e intensa conexión
que Silhara extraía de él. Él creyó lo mismo que ella, instruyéndola para que controlara su talento
demasiado entusiasta.
Ella había cambiado de idea cuando trató de curar su mano. La conexión de su Don se rompió,
su poder fue limitado por su creciente control sobre él, y aun así los ojos negros de Silhara ardían
cuando descansó su sangrienta palma contra su pecho. Sus dedos se movieron, descendiendo una
fracción, como si fuera a acariciar su pecho.
Martise, sin atreverse a creer que el Maestro de los Cuervos podía encontrarla deseable sin la
bendición de su Don, contuvo la respiración y esperó. Él había huido.
Estaba dividida entre reprenderse por no aprovechar el momento y patéticamente agradecida
por no hacerlo. Silhara de Neith podría haber sentido un deseo fugaz por ella. Pero la había
rechazado al final… y lo había enfatizado del modo más devastador. Prefería pagar por los placeres
de una mujer dotada de una belleza asombrosa que tomar lo que Martise le había ofrecido
gratuitamente.
O tal vez él no había pensado en ella en absoluto.
Este pensamiento la detuvo en seco. Silhara era más que capaz de repartir insultos enigmáticos
e insinuaciones astutas, en silencio o de otra manera. Pero en su experiencia él, por lo general,

Realizado por GT Página 118


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

prefería un enfoque más directo. Si no la deseaba porque la encontraba carente de atractivo,


simplemente se lo habría dicho, ¿no? Y en términos que no dejarían lugar a dudas o a preguntas.
¿Había enviado por la hurí porque quería una mujer y veía a Martise como nada más que un par
de manos extras para trabajar en su arboleda?
La cólera incineró su melancolía. Ella no sabía que la enfurecía más, si la idea de que él la
rechazó porque ella no cumplía sus estándares, o la noción de que no era más notable que un
banco o una silla, y por lo tanto nunca la consideró en su decisión.
Gruñó, enderezó sus faldas con un chasquido y levantó la barbilla. Él no merecía sus lágrimas y,
ciertamente, tampoco sus afectos. Sus acciones le recordaron el por qué estaba en Neith en
primer lugar, y no era para convertirse en su amante.
Se dirigió a la cocina, indiferente al aroma de jamón frito y huevos con mantequilla, y se
detuvo.
Gurn, que tenía el aspecto inequívoco de un hombre muy contento con el mundo, estaba
sentado en la mesa con la hurí a su lado. Su mano grande trazaba espirales invisibles sobre la
espalda de Anya, haciendo a veces una pausa para jugar con su pelo espeso mientras éste caía en
cascada sobre sus dedos. Era tan exquisita a la áspera luz de la mañana como lo era al resplandor
de la vela de la noche. Ella rio y recorrió con su mano las costillas y el abdomen de Gurn,
deslizándose más abajo. Inmersos el uno en el otro, no advirtieron su presencia.
Martise, aturdida por lo que presenciaba, carraspeó. Los dos se separaron como adolescentes
pillados en un rincón del vestíbulo. Gurn enrojeció cuando vio a Martise, pero Anya se limitó a
sonreír y le hizo un gesto para que se acercara a la mesa.
—¡Martise! Buenos días. Ven a sentarte conmigo. Gurn es bueno con las manos, pero todavía
no puedo entenderle. —Ella le guiñó un ojo y se rio cuando él se ruborizó aún más por su
insinuación y se levantó para apartar una sartén de tocino crujiente del fuego.
A pesar de su humor sombrío, Martise sonrió. La hurí era un espíritu amistoso y alegre, y su
único artificio era la pintura carmesí sobre sus labios y el kohl en sus ojos. Aunque la imagen de
Silhara desnudo en los brazos de esta mujer hacía que su estómago se revolviese por los celos,
Martise no podía sentir aversión hacia ella. Había sido contratada para proporcionar un servicio.
La emoción no formaba parte de la transacción. Pero, más allá de eso, Anya parecía una mujer
amable, que le había sonreído dulcemente y se había inclinado con respeto, como si Martise fuera
la señora de la casa en lugar de otro criado.
Entonces, ¿por qué la hurí, pagada para pasar la noche con Silhara, estaba en la cocina
haciéndole arrumacos a Gurn?
Anya dio unas palmaditas en el sitio que había dejado libre Gurn como invitación.
Martise asintió.
—Déjame ayudar a Gurn primero.
Gurn le tendió una taza y le hizo señas para que se sentara. Ella tomó asiento mientras Anya
servía el té y rellenaba su propia taza. Martise contempló al criado agachado frente al hogar,
llenando platos con su fragante guiso.
—Creo que podría visitar Neith de nuevo, por voluntad propia. A juzgar por el olor de esos
platos, Gurn es tan buen cocinero como amante. Tal vez debería ser yo la que le pagara por una
velada tan encantadora.
Confundida por la confirmación de que Anya había pasado la noche con Gurn en lugar de
Silhara, Martise la quedó mirando con ojos de búho.

Realizado por GT Página 119


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—Pero yo pensaba que Sil… que el amo te había traído para complacerlo a él.
Los ojos de Anya midieron a Martise mientras la observaba sobre el borde de su taza.
—Eso parecía. Pero a veces esto —ella movió una mano por su cara y sobre su corpiño— no es
suficiente, o incluso lo que realmente se desea.
Considerando el impresionante aspecto de la hurí, Martise encontró eso poco probable, pero
un ruido en la puerta que conducía al patio le impidió seguir preguntando a Anya. Gurn colocó los
platos sobre la mesa. Abrió la puerta y dejó entrar a Cael. El buscador de magos ignoró a Anya y se
metió debajo de la mesa, para encontrar su lugar habitual bajo los pies de Martise. Gurn echó un
vistazo hacia afuera, sacudiendo la cabeza. Hizo una seña a Martise.
—Oh no.
Anya miró a Gurn, luego a ella.
—¿Qué sucede? ¿Qué ha dicho?
—Las nubes están comenzando a despejarse y a alejarse. Si llueve, no será aquí.
El bramido “¡No!” hizo que las tres personas y el buscador de magos dieran un salto.
Martise y Anya abandonaron sus asientos para seguir a Gurn mientras él corría hacia el gran
salón. Un rápido golpeteo sonó sobre el cielo encima de ellos. Silhara, vestido solo con los
pantalones y con una mirada desorbitada y enfurecida, bajaba a toda velocidad por las escaleras.
Saltó los últimos escalones, apoyándose en la barandilla y aterrizando ágilmente sobre sus pies.
Corrió por el pasillo que conducía a la arboleda. El pequeño séquito lo siguió, con Cael a la cabeza.
Afuera, Silhara patinó hasta detenerse. Encima de él, las nubes de tormenta retrocedían
lentamente, difuminándose poco a poco y revelando un amplio y despiadado cielo azul. Martise se
quedó cerca con Gurn y Anya. Echó un vistazo a Cael. Los ojos del buscador de magos estaban
teñidos de rojo.
Silhara levantó su puño hacia el cielo.
—¡Son mías!
Rebuscó en la tierra con sus pies, sacando a patadas las ramitas de su camino hasta que
encontró un palo largo y robusto.
—¿Qué está haciendo? —La voz trémula de Anya se reflejaba en la inquietud de sus ojos muy
abiertos, mientras buscaba la mirada de Martise.
Martise no contestó, solo observó a Silhara que dibujaba un amplio círculo alrededor de él con
el palo. Una barrera protectora. El mago pretendía invocar magia peligrosa, de la clase que podría
abatir a su invocador. El hombre jugaba con su propia vida tan descuidadamente como los niños
juegan con sus juguetes.
—Gurn, tenemos que volver a la casa —dijo Martise.
Alertado por su tono, el criado condujo a ambas mujeres a que se refugiaran bajo el alero de la
puerta.
Un viento sutil se arremolinó desde las nubes, levantando el pelo de Silhara hasta que lo
envolvió en su cuerpo y ocultó su cara con serpenteantes zarcillos negros. De pie en el centro del
círculo, levantó los brazos, las palmas curvadas hacia arriba en la posición de un invocador. La
barrera circular se iluminó a su alrededor como un anillo de fuego blanco. Martise tomó aire
trabajosamente, su Don se estaba despertando en su interior.

Realizado por GT Página 120


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Nubes obsidianas, hinchadas de lluvia y fracturadas por relámpagos, hervían en el este. El


viento se fortaleció y se abalanzó sobre la arboleda en una aullante tempestad. Los naranjos se
inclinaban a su paso, suplicantes ante un dios malhumorado.
—¿Qué está haciendo?
Las palabras de Anya fueron arrancadas por el torbellino creciente. Se acurrucó detrás de Gurn,
con sus ojos delineados de kohl, redondos y asustados. Cael aulló, intentando morder la trenza de
Martise mientras esta azotaba sobre su hombro.
Martise aferró el brazo de Anya, tanto para mantenerse en pie como para tranquilizarla.
—¡Está convocando a la tormenta! —Su respuesta gritada fue poco más que un susurro en el
gemido del viento—. ¡Esto lo matará, Gurn!
Él agarró su codo en un apretón inflexible. Martise no luchó. A pesar de sus palabras, sabía que
era un esfuerzo inútil intentar detener a Silhara. Interrumpirlo en medio de un conjuro era tan
peligroso como sus tentativas de forzar la tormenta en su dirección.
Su estómago se revolvió. Él era poderoso. Ella había sido testigo de la fuerza de su Don y de la
voluntad de hierro que utilizaba para controlarlo, pero solo un poder divino podría gobernar la
fuerza y la imprevisibilidad del clima. Los pocos grandes magos que habían conseguido doblegar la
Naturaleza a su voluntad durante un breve tiempo eran legendarios y todos, salvo uno, habían
sufrido muertes espantosas haciéndolo.
—Por favor —susurró, y rezó a cualquier dios que pudiese escucharla para que ella y Gurn no
tuviesen que enterrar los restos arrasados de Silhara en el huerto por el que él estaba arriesgando
su vida para salvar.
El polvo volaba hacia arriba en una niebla arenosa, cubriendo la arboleda y todo Neith. Martise
casi perdió de vista a Silhara en medio de la asfixiante nube. Sus labios se movían, recitando
palabras antiguas nunca oídas, pero sentía que la tierra lo anclaba en el lugar. La tierra retumbó,
haciéndose eco de los truenos, y el viento se olía cargado, con el olor del diluvio que se acercaba.
Él dio una palmada. Una luz color añil salió disparada de los espacios entre sus dedos y formó
un arco hacia el cielo. Martise jadeó y cubrió sus oídos cuando el aire a su alrededor se comprimió
en un repentino castigo silencioso. Como ella, Gurn y Anya pusieron las manos sobre sus oídos, y
la hurí gritó. La luz se precipitó hacia la línea de tormenta, estrechó al nubarrón en un abrazo
astillado y lo lanzó hacia la arboleda. Las nubes se desplomaron sobre sí mismas, luchando contra
la atracción implacable del hechizo de invocación de Silhara.
Bifurcándose cada vez más cerca de la arboleda, el relámpago cayó sobre la tierra en lanzas
blancas y carmesíes. La hierba, reseca por la larga sequía, estalló en llamas a su paso. Un naranjo
fue partido por un rayo, estallando en una columna de fuego.
Los truenos retumbaron encima de ellos, mientras las nubes comenzaron a rotar, girando cada
vez más cerca de Neith hasta que se cernieron sobre la casa y la arboleda como el velo de una
viuda, con el viento aullando en protesta por el dominio de Silhara. Una explosión disparó otro
relámpago a través de la parte más vulnerable de la tormenta y el cielo se abrió.
La arboleda, inclinada al viento, fue empapada al instante por ráfagas de lluvia. Reseca y
agrietada por los meses de cocción en el sol despiadado, la tierra sedienta fue recorrida por ríos
de agua. La luz color añil se desvaneció poco a poco entre las nubes oscuras, un último remanente
del hechizo de invocación. Martise observó, con el corazón en la garganta, como Silhara bajaba los
brazos. La lluvia chorreaba por su pecho desnudo y los hombros, mientras se derrumbaba de
rodillas en el barro, con la cabeza gacha.

Realizado por GT Página 121


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—Lo hizo. —La voz de Anya era débil.


Martise se precipitó al aguacero con Gurn y Cael pegados a sus talones. Gurn la pasó y llegó a
Silhara primero. El criado colocó una mano tentativa sobre el hombro del mago y apretó. Silhara
levantó la cabeza y Martise respiró temblorosa. Rezó por que la lluvia que caía ocultara sus
lágrimas mientras permanecía de pie delante de él y se encontró con su negra mirada. Su cara
estaba tensa, brillante por la lluvia. Olía a azufre y tenía el pelo pegado a las mejillas y al cuello en
hebras mojadas, pero su expresión era casi dichosa.
Martise quería gritarle, gritar que era un idiota, y que una hilera de árboles no merecía su vida,
que lo amaba y que no quería llorar la muerte de un hombre que había robado su posesión más
protegida… su corazón.
En cambio, le tendió la mano.
—¿Quiere venir a guarecerse de la lluvia, Maestro? —Su voz fue suave, casi perdida en el
retumbar de la lluvia—. Hay té esta mañana, un fuego caliente en el hogar de la cocina, y aquellos
que celebran y agradecen a Bursin que usted vive.
Gurn flexionó la mano en el hombro de su amo ante sus palabras, y Cael gimoteó.
Silhara miró fijamente su mano durante un momento antes de envolver sus fríos dedos
alrededor de los de ella. Se puso de pie. Gurn rondaba cerca hasta que el mago lo alejó.
—Y tú aprendiz, ¿qué le agradeces al dios alado?
Durante un momento sus ojos reflejaron un relámpago de la tormenta. Contempló a Anya que
todavía permanecía bajo el dosel de la puerta, luego otra vez a Martise.
Ella vaciló, insegura de su pregunta. ¿Acaso él pensaba que ella no estaba tan aliviada como
Gurn de que él no se hubiera convertido en una humeante cáscara quemada por el relámpago? ¿O
había percibido su floreciente esperanza de que hubiera sido a Gurn, en vez de a él, quien Anya
había dado placer la noche anterior?
Ella esquivó su pregunta no formulada.
—Usted está bien y entero, y su huerto tiene agua.
Su boca se curvó en una sonrisa carente de humor ante su respuesta. Caminaron uno junto al
otro de regreso a la casa, precedidos por Gurn y Cael. Silhara hizo una pausa para mirar hacia
atrás, al ahora carbonizado árbol.
Anya se apartó del umbral para permitirles pasar. Miraba a Silhara, maravillada.
—He oído las historias. Es conocido como uno de los más grandes magos que han nacido. ¿Pero
esto? —Sacudió la cabeza—. ¿Un invocador de relámpagos?
Le hizo una reverencia baja, como si estuviese en presencia de un rey.
Silhara se apartó el pelo mojado de la cara y la hizo enderezarse.
—Le das demasiada importancia, adané. Es como seducir a una mujer, nada más.
Martise no estaba de acuerdo, y trató de no mirarlo con la misma expresión sobrecogida de la
hurí. Dos veces había invocado conjuros poderosos, conocidos por matar a sus usuarios, y había
sobrevivido ambas veces. A pesar de su ropa mojada y las rodillas llenas de lodo, él estaba de pie
majestuoso delante de ellos. El poder residual de su Don, mezclado con la furia de la tormenta,
brillaba a su alrededor, arrojándole un pálido resplandor. Incluso Gurn lo miraba con expresión
casi reverente.
Silhara los fulminó con la mirada ante su silencio estupefacto.

Realizado por GT Página 122


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—¿Bien? Salgan del camino. Quiero sacarme estos pantalones mojados. Y mi aprendiz me ha
prometido una taza de té.
Tras revolverse torpemente en el estrecho vestíbulo, con Anya tratando de evitar ser aplastada
entre gente y perro mojados, se dispersaron. Gurn se dirigió a la cocina, con Anya y Cael siguiendo
sus pasos de cerca. Silhara siguió a Martise a la escalera. Ella hizo una pausa, esperando que la
alcanzara para así poder seguirlo. Él le hizo señas con una mano impaciente para que continuara,
goteando charcos de agua y pareciendo más irritado a cada momento.
Martise subió las escaleras, sus zapatos haciendo ruidos mojados en cada escalón. Su espalda
hormigueaba. Silhara subía detrás de ella, tan cerca que podía oler la magia en él, junto con el olor
persistente del azufre mezclado con tabaco.
En el rellano del segundo piso, ella amplió el espacio entre ellos, subiendo la escalera al tercer
piso. Su voz la detuvo a mitad de un paso.
—Martise. —Sus ojos brillaban en la penumbra. Ella contuvo el aliento ante el tono de su voz—.
Seca tu pelo en el fuego de la cocina.
Se miraron el uno al otro, y Martise se hundió en una mirada de medianoche sin estrellas,
atraída por el poder seductor de su presencia. Ella asintió.
—Como desee. —Su propia voz era ronca. Ella siguió subiendo la escalera, con la mirada de él
fija y pesada sobre su espalda.
Sus dedos temblaban cuando se quitó la ropa mojada y la dejó caer en un montón empapado al
pie de su cama. Él la había devorado con esa mirada en la escalera, con sus ojos oscuros ardiendo.
¿Había sido Gurn el único en beneficiarse de las habilidades de Anya? A diferencia de su criado,
Silhara casi vibraba con frustrada tensión y llevaba la mirada de un hombre que no había dormido
durante días.
Seca tu pelo en el fuego de la cocina.
Trabajó rápido para soltar los mechones húmedos de su apretada trenza. No había sido una
petición. Si él le hubiese pedido deshacerse de su ropa en la escalera, ella no habría dudado.
La cocina estaba casi llena cuando regresó, vestida y con el pelo suelto y húmedo sobre los
hombros. Encorvado sobre el banco, con los codos sobre la mesa, Silhara bebía a sorbos su té, y
llenaba meticulosamente la cazoleta de su pipa con tabaco. Él la miró, observó su pelo y volvió a
su tarea. Se había vestido en sus galas habituales, una usada camisa blanca y pantalones de color
gris, que alguna vez habían sido negros. Gurn, seco y cambiado, trajinaba por la cocina,
alimentando el fuego del hogar y retirando el desayuno frío. Anya se apoyaba contra el marco de
la puerta y miraba la lluvia mojar el patio como una cortina de color gris.
Martise se paró junto al fuego y sacudió la cabeza cuando Gurn le indicó que había recalentado
su comida. Su estómago daba saltos mortales bajo sus costillas. Comida era la última cosa que
quería.
Silhara dirigió su atención a la hurí.
—Anya, ¿verdad?
—Sí.
Él se levantó y se paró junto a Martise. Se inclinó hacia el fuego, y puso un pedazo de paja en la
llama que usó para encender su pipa. El crepitar del tabaco ardiendo se unió a los sonidos del
hogar mientras él aspiraba la pipa. El aroma picante del matal llenó la cocina.

Realizado por GT Página 123


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—Esta lluvia puede durar todo el día. No puedo pagarte otra noche. Así que, o Gurn te carga en
mi caballo y te lleva de regreso a Eastern Prime en medio del aguacero, o te quedas y consideras
esta noche como una “visita amistosa”.
Sus cejas bajaron, haciendo sus rasgos severos. Sin dejarse amedrentar por su ceño, Anya le
lanzó una sonrisa amistosa, y a Gurn una más seductora.
—Me quedaré. Mi casa lo consideraría un favor si usted me refugia en este tiempo. —Ella
sonrió abiertamente a Gurn, que se ruborizó—. Me gustaría que su criado me enseñara más del
lenguaje de sus manos.
Martise reprimió una sonrisa y se encontró con la mirada divertida de Silhara.
—Es un hombre de muchos talentos y habla con elocuencia cuando tiene algo en mente.
Los platos se sacudieron en el fregadero cuando Gurn se dio la vuelta para ocultar su
vergüenza.
El humor suavizó la mirada penetrante de los ojos de Silhara y profundizó las arrugas que iban
desde la nariz hasta las comisuras de su boca.
—Deja los platos, Gurn —dijo—. Puedes ocuparte de ellos más tarde.
Gurn hizo una pausa en el traqueteo de los platos, sus ojos azules esperanzados. Silhara miró
significativamente Anya.
—Sugiero que hagas buen uso del clima y de la compañía de Anya.
La cocina se quedó tranquila cuando se fueron, lo único que se oía eran los ronquidos de Cael
bajo la mesa, el fuego que crepitaba en el hogar, y el tamborileo constante de la lluvia afuera.
Martise aventuró una mirada hacia Silhara por debajo de las pestañas. Él la observaba con
expresión enigmática detrás de la nube de humo de su pipa.
Ella se aclaró la garganta.
—Usted es bueno con Gurn. Anya es muy hermosa. Y amable.
Él inclinó su cabeza.
—Y cara. Gurn puede pasar hambre por ella, como yo, pero le debo algo a mi criado.
Recordó la observación de Anya sobre la generosidad de Silhara. La esperanza luchó contra el
reproche. Él le estaba prohibido; era una distracción mortal de su propósito en Neith y de su
objetivo final. El corazón no siempre obedecía, y ella no podía evitar desear que él no hubiese
encontrado alivio entre los muslos de Anya la noche anterior.
El humo de la pipa jugueteó en su nariz mientras ella miraba fijamente el peine en su mano,
mientras lo golpeaba nerviosamente contra su palma.
—Pensé que él la había traído para usted.
—Y lo hizo. —Sus ojos contenían mil secretos oscuros—. Tu pelo está mojado todavía.
Entendiendo que él no diría más sobre Anya, levantó su peine para mostrarle que había
cumplido con su orden y se sentó con las piernas cruzadas junto al fuego para peinarse el pelo.
Afuera, la lluvia caía, y el aire en la cocina se enfriaba.
La luz que lo envolvía cuando entró en la casa se había desvanecido. El hombre que vestía ropas
raídas y fumaba una pipa podría ser cualquier campesino pobre tomando un raro día de descanso,
dependiente de los caprichos del clima, excepto que este agricultor ejercía un poder poco común y
asustaba a los suspicaces sacerdotes que intentaban tenerlo bajo su control… o matarlo si fuera
necesario.

Realizado por GT Página 124


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—Usted va a ser legendario después de esto. Anya volverá a Eastern Prime y contará a todo
aquel que la escuche lo que vio aquí. La historia se extenderá y crecerá.
El disgustado suspiro de Silhara se unió a los reconfortantes sonidos de la cocina.
—Oh sí. De tirar una tormenta a tierra, seré retratado como si hubiese luchado contra un
ejército celeste sin ayuda de nadie para salvar algún tesoro cubierto de herrumbre, que no podría
vender en el mercado aunque quisiera. —Su sonrisa burlona no estaba dirigida a ella por esta
vez—. Salvar un tesoro perdido de los ávidos dioses es mucho más interesante que salvar naranjos
de la sequía.
Él se inclinó para vaciar las cenizas de su pipa en el hogar. Su pelo húmedo se derramó en una
maraña negra sobre las rodillas femeninas. Los dedos de Martise se morían de ganas de tocar las
hebras que se mezclaban con las suyas.
—Podría ser peor —dijo él—. Podría haberla traído a Neith en otoño, durante la matanza de
cerdos. Si todavía estás aquí, me gustaría contar con tu ayuda. Después enviaríamos a casa a la
hermosa hurí de Gurn con cuentos sobre cómo me deleitaba en algún ritual de sangre, que
implicaba sacrificar una cerda y cubrir a mi aprendiz-concubina.
Martise se echó a reír, la euforia la inundaba. Él había llamado a Anya la “hurí de Gurn”.
Animada por esta revelación, no pudo resistirse a burlarse de él.
—Probablemente, ellos lo tendrían sacrificando a la concubina y cubriendo a la cerda.
Su risa resonó con la suya, un sonido gutural, seductor. Regresó a la mesa y levantó su taza de
té en reconocimiento a su ingenio.
—Los conoces bien. —Él se sentó a horcajadas sobre el banco, de modo que quedó
parcialmente frente a ella.
Ella terminó de peinarse, y dividió los espesos mechones en tres partes para unirlos en su
acostumbrada trenza. Se detuvo ante su orden.
—No lo hagas. —Su arruinada voz estaba más ronca de lo habitual, y la miraba fijamente, con la
misma mirada hambrienta que había tenido en las escaleras—. Déjalo suelto.
Ella dejó caer las manos. Su pelo cayó en ondas sobre su regazo. Le ofreció el peine.
—¿Quiere usarlo?
Él miró el peine, luego a ella.
—Tú hazlo por mí.
Su desafío tácito colgaba entre ellos. Si te atreves.
Si él supiera que le estaba ofreciendo uno de sus mayores deseos… tocarlo, sentir las sedosas
hebras de su pelo en sus palmas. Ella dejó su lugar cerca del fuego para sentarse en el banquillo
detrás de él. Separando los enredos con cuidado, peinó lo peor de los nudos, con cuidado de no
tirar con demasiada fuerza. Él se quedó sentado en silencio bajo sus atenciones, recordándole un
león dormido disfrutando del sol.
Una vez que tuvo el pelo suave y libre de enredos, Martise siguió pasando el peine por él por
puro placer. Él tenía un pelo hermoso, lacio y negro, que le caía hasta la cintura. Se extendía por
sus anchos hombros y la fuerte espalda, humedeciendo su camisa hasta dejarla transparente. Ella
deslizó la mano bajo su peso y acarició su nuca con movimientos ligeros del peine.
Sus hombros se hundieron, y bajó la cabeza en una muda invitación para que ella siguiera. Él
respiró profundo, relajándose bajo su tacto. Martise no estaba relajada en absoluto. Ella estaba en
llamas, recordando aquellos momentos en la biblioteca cuando él le había dado una muestra de la

Realizado por GT Página 125


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

pasión que ardía en su interior. Él representaba sus sueños hechos realidad, una estrella brillante y
volátil en un cielo de invierno.
El silencio en la cocina era la calma que precedía a otra tormenta. Incluso Cael dejó de roncar
debajo de la mesa. Ella puso el peine sobre la mesa y se levantó del banco. Silhara no se movió, y
ella pensó que podría haberse quedado dormido sentado. Alcanzó la tetera y atrapó la mirada que
él le lanzó con sus párpados pesados.
—Le traeré más té —dijo ella, y casi dejó caer la tetera cuando de repente extendió su mano, y
la atrapó por la muñeca.
—Di mi nombre.
Ella miró fijamente los delgados dedos que engrillaban su muñeca.
—¿Maestro?
—No. No como se dirige un sirviente a su amo. Mi nombre. —Un oscuro calor se enlazaba con
su voz arruinada.
El deseo la recorrió. Alas de Bursin, ella deseaba a este hombre. Estaban conectados solo por el
apretón de su mano, sin embargo, parecía como si todas sus emociones –su pasión– se centraran
en su estrecha muñeca, extendiéndose en círculos cada vez más amplios, hasta abarcar todo su
cuerpo. Él era la tormenta. Tan letal como el relámpago e igual de impredecible. Se mantuvo de
pie frente a él completamente cautivada.
Ni una sola vez había dicho su nombre, ni a él ni a Gurn. Ni siquiera a sí misma. Dirigirse a él
como Maestro era la última barrera que ella había erigido entre ellos… la única que seguía en pie,
y él le estaba ordenando destruirla. Ella no vaciló e infundió a su voz toda la fuerza de su deseo.
—Silhara.
Él apretó su muñeca con más fuerza. Sus ojos se cerraron, y por primera vez ella notó lo gruesas
que eran sus pestañas contra sus mejillas.
—Le di tu rostro. —Pronunció las palabras con los labios apretados, como si la admisión le
doliera.
La tetera vacía golpeó la mesa. Ella lo miró boquiabierta.
—¿Qué?
Su agarre se apretó, aflojándose tan repentinamente que ella soltó un jadeo de dolor.
—Gurn me trajo una mujer que no quería. Por un momento la transformé, le di el rostro de mi
deseo. —Sus ojos se abrieron, revelando su necesidad—. No fue suficiente.
Sus rodillas se doblaron. Se desplomó en el banco, junto a él, aturdida.
—Maestro… —Sacudió la cabeza—. Silhara…
—Acuéstate conmigo.
El silencio se prolongó, aliviado solo por el tamborileo armónico de la lluvia exterior. Silhara
agarró su taza de té con la otra mano con tal fuerza, que sus nudillos se pusieron blancos. El león
durmiente se había despertado y la estaba mirando como si ella fuera una presa en la hierba alta.
Había acantilados donde los abismos eran tan profundos y amplios, que una persona podría
caer por toda la eternidad. Martise alegremente saltó del más alto.
—Sí —dijo ella.

Realizado por GT Página 126


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Él aspiró de forma audible, un sonido de triunfo. Sus dedos morenos se deslizaron de su


muñeca, recorriendo el dorso de su mano para entrelazarlos con los suyos más pálidos. La atrajo
hacia él de modo que ella se encontró dentro del círculo de su flojo abrazo.
Cael bufó suavemente hacia ellos mientras dejaban la cocina. Silhara le acariciaba la palma con
su pulgar mientras la conducía por la escalera hasta el segundo piso. Suave y reconfortante, pero
no consiguió tranquilizar las ondas que bailaban alocadamente en su vientre, como pájaros
aterrorizados atrapados en jaulas demasiado pequeñas.
Las ondas se convirtieron en náuseas mientras lo seguía por el pasillo del segundo piso.
Por favor, rezó silenciosamente. No en la habitación de Anya.
Él podía tomarla en la cocina, en la biblioteca, incluso en la embarrada arboleda bajo el cielo
sombrío, y ella le daría la bienvenida con entusiasmo. Pero no allí.
Casi se tropezó contra él cuando se paró en la puerta de su habitación. Ella tragó saliva con
fuerza. Su dormitorio. Un bastión de intimidad donde nadie era bienvenido, salvo Gurn, y solo
para limpiar, traer el agua o la cena. El criado le había dado libertad para deambular por toda la
mansión, a excepción de la habitación privada del amo. Esta estaba prohibida y Gurn la castigaría
él mismo si ella rompía esa regla. Sus ojos azules se habían helado mientras le explicaba las
restricciones. Fue la única vez que Martise había temido al criado, y no había querido poner a
prueba los límites, a pesar de su misión.
Al igual que ella utilizaba su formalidad inflexible para dirigirse a él, esta era la barrera de
Silhara contra ella.
Cayó cuando él abrió la puerta.
Fresca y húmeda por el aire que se colaba a través de las rendijas del marco de la ventana, la
recámara olía a lluvia y especias, a seda vieja y a la esencia única y excitante del amo de Neith.
Estando de pie en el umbral, no veía nada en la penumbra de la habitación más allá de los vagos
contornos de una cama y una mesa.
—Adelante, Martise. —La voz de Silhara era casi sibilante en la oscuridad mientras tiraba de su
mano—. No hay ningún devorador de almas aquí.
No, pensó ella. Solo ladrones de corazones.
Ella dejó que la guiara dentro de la habitación. El suelo estaba acolchado bajo sus pies, y su
zapato raspó el pelo de una alfombra. Silhara liberó su mano y murmuró un hechizo. Los carbones
del brasero en el rincón lejano se encendieron con un siseo. El fuego brilló, iluminando la
habitación con un cálido resplandor ámbar. La luz suave reveló un santuario de esplendor
desgastado y desorden académico. Las alfombras, con múltiples parches y raídas en los bordes,
cubrían el suelo y las paredes de piedra, sus otrora brillantes colores, descoloridos por el sol y el
tiempo, y sus hilos carcomidos por las polillas.
Amueblada al azar, la habitación lucía una mesa y una silla repletas de pergaminos y libros de
magia. Un gran cofre y un brasero se encontraban en un lado de la habitación, junto con una pipa
de agua magníficamente ornamentada. Cerca de la entrada al balcón, una gran cama con sabanas
arrugadas y un lavabo con un lavamanos y una jarra ocupaban la mayor parte del espacio.
La puerta se cerró detrás de ella con un chasquido decisivo. Los ojos de Silhara reflejaban las
brasas de la lumbre mientras la enfrentaba. Sus callosas manos acariciaron sus brazos.
—La puerta no está bloqueada ni protegida mágicamente.
Él había sido directo en su necesidad de ella. Ninguna palabra florida o zalamerías gentiles. La
había seducido con su franqueza y ahora le garantizaba que no la detendría si decidía marcharse.
Realizado por GT Página 127
GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Era totalmente simbólico. Él podría obligarla a quedarse con muy poco esfuerzo, incluso con la
puerta abierta de par en par.
Martise pasó un dedo por los labios de Silhara, su seductora suavidad era una tentación para
capturarlos en un beso. Había tiempo suficiente para eso y más. Ella quería saborear estos
momentos, esta intimidad con el hombre vilipendiado por el Conclave y amado por su espía.
Su lengua asomó entre los labios, probando las puntas de sus dedos. Él se quedó inmóvil bajo
su toque inquisitivo, su única reacción a sus errantes manos fue estrecharla más fuerte entre sus
brazos. Ella le acarició la mandíbula y el cuello, explorando la cavidad poco profunda entre el
hombro y la clavícula, antes de pasar a los anchos planos de su pecho. Sus tetillas se erizaron
debajo de la camisa cuando ella frotó los pulgares sobre las sensibles puntas.
Él era sublime bajo sus manos, un estudio de fibrosa fuerza y de piel suave, calor ardiente y
virilidad. Ella escudriñó su rostro duro, más austero por el juego de sombras a lo largo de la
mandíbula y la nariz aguileña.
—No me importa si quiere oscurecer más la habitación —dijo ella.
A ella le resultó difícil encontrarse con su mirada. Él no era Balian. Silhara de Neith tenía más
carácter en su dedo meñique que Balian en todo su cuerpo, pero ella le hizo la sugerencia de
todos modos. Él la había escogido sobre una hurí bendecida con una belleza poco común. Sin
embargo, quería estar segura de que él entendía que incluso a la luz más tenue, más halagadora,
emitida por las brasas del brasero, seguía siendo Martise, simple y modesta.
Él se la quedó mirando de una manera que la hizo ruborizarse.
—Tienes un modo inteligente de insultarme, Martise.
Ella inspiró con fuerza.
—No, esa no era mi intención. Yo solo…
Él puso un dedo sobre sus labios. Ella contuvo el aliento cuando él agarró una de sus manos y la
deslizó hacia abajo, por su pecho y por encima de su estómago tenso, antes de curvar sus dedos
sobre el bulto en sus pantalones. Ambos gimieron cuando ella frotó su palma con cuidado sobre su
miembro duro y acarició sus testículos con los dedos. Él estaba caliente en sus manos, una
tentadora combinación de dureza y suavidad.
—Yo sé lo que veo —susurró en su oído y empujó contra su palma—. ¿Sabes qué es esto? Esto
es lo que me haces.
Ella se habría caído de no ser porque él la estaba sostenido con un brazo alrededor de su
espalda. Ella buscó su boca, tocó sus labios con los suyos. Él se abrió a su exploradora lengua, lo
que le permitió ahondar en su interior y acariciar su boca. Su lengua se entrelazó con la de ella,
devolviendo tanto como tomaba. Él sabía mejor que el vino de verano, mejor que las primeras
frutas de la cosecha de primavera.
El beso se hizo más profundo, un acoplamiento de lenguas que imitaba el empuje lento de sus
caderas. Sus grandes manos vagaron sobre su cuerpo, deslizándose por su espalda, cogiendo sus
nalgas. Dejaron rastros de fuego a su paso e hicieron gemir a Martise en su boca.
Sus dedos trabajaron los lazos de su túnica, tirando hasta que se sintió frustrado y se apartó de
ella. En la penumbra, sus pómulos afilados estaban encendidos y su boca hinchada por sus besos.
—Tengo ganas de ver todo de ti, Martise, y no mucha paciencia para esperar. ¿Quieres salvar
este vestido?

Realizado por GT Página 128


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Si ella no hubiera estado debajo y su falda y túnica no estuviesen recién cosidas, lo ayudaría a
arrancárselas. En cambio, ella sonrió, se ruborizó y desató los lazos con impresionante velocidad.
La falda cayó al suelo. Sus zapatos se deslizaron a una esquina, y Silhara la ayudó a sacarse la
túnica por la cabeza. Ella se quedó de pie, cubierta solo por su cabello suelto y el cálido resplandor
del fuego.
Ella no pensó que fuera posible, pero sus ojos se oscurecieron aún más. Él levantó un mechón
de su pelo y lo deslizó sobre su hombro, dejando a la vista su pecho y la suave curva de su cintura.
No dijo nada, pero su mirada negra y ardiente, mientras viajaba desde la coronilla hasta los dedos
de los pies, lo decía todo. Ella echó un vistazo a la parte delantera de su pantalón y vio la curva de
su erección presionando con fuerza contra la tela.
En un alarde de coraje, se apartó el resto del cabello, dándole una vista completa de ella.
Levantó las manos con las palmas hacia arriba.
—Lo siento —Bromeó—. No hay tercer pecho.
Él parpadeó, y luego se rio ante su recordatorio de su encuentro en la despensa. Ella sonrió,
contenta por haberlo hecho reír otra vez abiertamente, incluso ahora, en este momento de
intensa intimidad. La risa de Silhara cambió a una sonrisa seductora. Martise contuvo su aliento
cuando él cerró el pequeño espacio entre ellos. Sus dedos trazaron un camino por encima de sus
clavículas, demorándose en el hueco de su garganta antes de esbozar una línea entre sus pechos.
Sus pezones se apretaron anticipando su contacto.
—Estoy más impresionado por la calidad que por la cantidad. —En ese momento, incluso su
sonrisa se desvaneció. Rodeó el contorno de cada pecho con sus dedos, tomándolos finalmente en
sus manos.
Ella se arqueó bajo sus cálidas palmas.
—Eres inconmensurablemente bella —susurró él contra su boca.
Este beso fue diferente del que acababan de compartir. Más fiero, más duro, exigía que cediera
a su deseo y saciara la necesidad que lo recorría. Él acarició sus pechos, deslizando las yemas
ásperas de sus pulgares sobre sus pezones una y otra vez, hasta que ella se retorció en sus brazos
y gimió en su boca. Él se adentró en su boca, chupando su lengua. Sus manos dejaron sus pechos,
acariciaron la curva de su cintura y se deslizaron sobre sus caderas para arrastrarla con fuerza
contra él. Ella gimoteó cuando su endurecido pene se meció contra su cunnus. Una ola de calor se
expandió vertiginosamente desde el centro de su cuerpo. Lo quería dentro de ella, lo necesitaba
desnudo contra ella.
Sus manos agarraron su camisa mientras lo besaba. Se separaron, jadeando.
—¿Qué tanto quieres salvar esta camisa? —le preguntó.
Silhara sonrió abiertamente y se sacó la camisa por la cabeza, tentándola de nuevo con la vista
de su pecho y su estómago. A continuación se quitó los pantalones, quedando frente a ella,
bruñido en oro y ámbar. Él era liso y tenso, oscurecido por el sol y musculado por las demandas
del huerto. La prueba de su deseo por ella se erguía desde el nido de rizos oscuros entre sus
piernas.
—¿Te gusta lo que ves?
—Oh, sí —suspiró ella y cayó en un mar febril cuando la aplastó contra él, piel contra piel.
Él causó estragos en sus sentidos y en su cuerpo. Las manos y la lengua, su sedoso pelo
acariciando sus pezones, un dedo largo deslizándose profundamente en su hendidura húmeda,

Realizado por GT Página 129


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

haciéndolo emanar gemidos bajos y ásperos de su garganta. Su verga se presionó a lo largo del
interior de su muslo, y ella separó las piernas, ansiosa por traerlo más cerca.
—La cama —susurró ella entre duros besos.
—Está demasiado lejos. —Él se inclinó y succionó un pezón en su boca, conduciéndola a la
locura con el juego de su lengua alrededor de la punta.
Sus rodillas cedieron por segunda vez, y esta vez él la siguió hasta la alfombra, acariciando y
aprendiendo sus contornos con su lengua hasta que ella se estiró bajo él. A pesar del aire fresco,
cargado de lluvia de la habitación, ella estaba en llamas. El sudor goteaba entre sus pechos, y él lo
lamió antes de blandir su boca sobre cada pecho.
Ella gimió, tan excitada por su toque seductor, que se retorcía sobre la alfombra. Silhara la
sujetó, trazando una senda por su vientre, deteniéndose para sumergir su lengua en el estanque
poco profundo de su ombligo. Cuando llegó a sus muslos, se detuvo.
—Ábrete para mí, Martise. —Se lamió el labio inferior en un movimiento lascivo. —Ansío tu
sabor.
En algún lugar, en la parte de su mente que todavía era capaz de pensar, ella se preguntó si la
mitad de la campiña podría oír sus gritos y gemidos. Silhara la torturó con su lengua, sus dedos,
buscando el centro de su pasión y chupándolo suavemente hasta hacerla lloriquear y corcovear
contra él.
Él solo aceleró el ritmo cuando la espalda de Martise se arqueó en el suelo. El calor
concentrado entre sus muslos, bajo la boca demandante de Silhara, se extendió por todo su
cuerpo. La sangre corría por sus venas, caliente y burbujeante. Sus dedos se clavaron en sus
hombros sudorosos, y sus piernas convulsionaron. Ella gritó mientras se sentía explotar por
dentro, y canturreó su nombre.
Destrozada por el clímax, solo pudo jadear cuando él de repente se elevó sobre ella, apoyando
los brazos a ambos lados de su cabeza. Su pelo negro la cubrió como una cortina de seda. La boca
de Silhara brillaba y sus ojos ardían. Su voz sonó gutural, ronca.
—La puerta aún está desbloqueada.
Ella lo miró fijamente, aturdida. Incluso ahora, con sus labios brillantes de su orgasmo y su pene
empujando suavemente contra su cunnus, él le ofrecía la posibilidad de parar y apagar el fuego
entre ellos.
Ella pasó sus manos sobre sus vibrantes brazos, los esculpidos bíceps y antebrazos musculosos.
Una mano se deslizó sobre su cadera mientras la otra envolvía su pene. Latía en su puño. Unas
gotas de su semilla mojó sus dedos, y ella rodeó la punta, cubriendo la lisa cabeza. Él inhaló
bruscamente.
—Y la cama todavía está demasiado lejos —dijo ella, tirando de él. Elevó las piernas y las deslizó
alrededor de sus caderas hasta cruzar los tobillos en su espalda, anclándolo.
Fue toda la persuasión que necesitó. La montó, hundiéndose profundamente en ella con un
grave gemido, hasta que sus testículos descansaron contra la curva de su trasero. Martise se hizo
eco de sus sonidos, saboreando su hinchado miembro dentro de ella, la fricción y el estiramiento,
la flexión de sus músculos interiores mientras ella tomaba su verga y apretaba. Él la llenaba como
si hubiera sido creado para ella, tocando cada punto sensible hasta que pensó que iba a arder
debajo de él.

Realizado por GT Página 130


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Él aumentó el ritmo, tomándola lo suficientemente duro como para deslizarla al otro lado de la
alfombra con sus embates. Martise se agarró a él, levantando las caderas para llevarlo más
profundo. Los dientes de ambos chocaron en un beso salvaje, y ella saboreó la sangre.
Él rompió el beso.
—Di mi nombre, Martise.
Él gruñó la orden, pero ella no tuvo miedo. Sus caderas se mecían contra las suyas,
empalándola con su pene y deleitándola con su feroz posesión. Durante unas breves horas, él sería
tan suyo como ella de él, y podría decirle lo mucho que significaba para ella, diciendo suavemente
su nombre. Cada ansia, cada anhelo, cada deseo prohibido… ella lo infundió en su voz.
—Silhara.
Él jadeó, un sonido torturado, y sus ojos se pusieron en blanco. Martise se aferró a él cuando se
estremeció, sintió el pulso repentino de su miembro y su liberación seguida de un calor mojado,
cuando él se corrió dentro de ella.
Él se inclinó sobre ella, jadeando mientras se esforzaba por respirar. Ella apretó sus caderas con
las piernas para mantener la conexión, poco dispuesta a renunciar a él. Poco a poco él bajó su
peso sobre ella, con cuidado de no aplastarla.
El pelo le caía por delante de los ojos, y ella lo apartó suavemente con los dedos. Tenía los ojos
cerrados, y su respiración disminuyó a un ritmo más tranquilo.
—¿Todavía está desbloqueada la puerta? —bromeó ella.
Él no abrió sus ojos, pero rodó de costado, llevándola con él. Su mano acarició su cadera y
agarró sus nalgas para acercarla más.
—Sí. Y la cama está definitivamente demasiado lejos.
Martise acarició su brazo, encantada por el sentimiento de estar embutida contra él desde el
hombro al tobillo. Ambos estaban resbaladizos por el sudor. Ella se rio por lo bajo, y luego se
estremeció por el dolor punzante que floreció en su espalda. Se tanteó la espalda hasta tocar el
lugar.
—¡Ay!
Él la miró, sorprendido por su exclamación.
—¿Qué pasa?
Ella siseó cuando el escozor se hizo más intenso.
—Las alfombras Kurmanas no son tan suaves como pregonan.
Él se movió para que ella descansara sobre él y se irguió para mirar sobre su hombro. Cuando
se echó hacia atrás, lucía una sonrisa tímida.
—Tienes una impresionante quemadura de alfombra ahí atrás.
Sus ojos se ensancharon.
—¿De verdad? No lo sentí.
Su sonrisa se volvió petulante.
—¿No? —Él le dio un suave cachete en el trasero, con cuidado para evitar la abrasión—.
Acuéstate en la inalcanzable cama. Tengo un ungüento que te aliviará el escozor y ayudará a que
se cure.
Se deslizó lentamente fuera de ella, mientras ella se despegaba de él, dejando tras de sí un
chorrito perlado en su muslo. Ella juntó las rodillas.

Realizado por GT Página 131


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—Las sábanas. Si me acuesto allí ahora…


Él se levantó y la miró con una mezcla de fastidio y diversión.
—Martise, esa cama y todas sus sábanas estarán completamente destruidas por la mañana.
Un calor agradable la impregnó. Él no había terminado con ella. Sonrió. Bien. Ella tampoco
había terminado con él. Incluso ahora, con los muslos mojados por su semilla y sus entrañas
todavía palpitando, aún lo deseaba. Lo quería dentro de ella, en su boca, dando y recibiendo.
Él caminó hacia el cofre junto a la cama y abrió la tapa. El lento calor del deseo fluyó sobre su
piel mientras lo observaba. Piernas largas y pequeñas nalgas prietas, se complementaban con una
cintura esbelta y hombros amplios. La mirada que le lanzó por encima del hombro le hizo saber
que la había pillado admirando su cuerpo desnudo.
—¿Te vas a quedar ahí todo el día?
Ella se arrastró hasta la cama y se tendió sobre su estómago. El armazón crujió bajo su peso
cuando él se sentó en el borde y colocó un pequeño frasco sobre la mesa que sostenía la jarra.
Martise descansó la cabeza sobre sus brazos cruzados.
—Lo siento —dijo ella.
Él metió los dedos en el ungüento.
—Más disculpas. ¿Ahora, por qué?
Ella soltó una risita ante su exasperación y contuvo el aliento cuando el bálsamo frío tocó su
espalda adolorida. La incomodidad solo duró un momento, sustituida por un calor que alivió el
dolor mientras Silhara extendía el ungüento sobre su abrasión. Sus manos eran mágicas en más de
un sentido.
—¿Por qué lo sientes? —le preguntó.
Ella ocultó un bostezo detrás de su mano, arrullada por las caricias circulares que él dibujaba en
su espalda.
—Por esta herida. No puedo tenderme de espaldas ahora.
La caricia circular se detuvo. Silhara resopló.
—En primer lugar, la raspadura es culpa mía, no tuya. En segundo lugar, a tu Balian, a pesar de
su jactancia, obviamente le faltó imaginación así como inteligencia cuando te enseñó los placeres
de la carne.
Ella levantó sus nalgas automáticamente cuando su mano se deslizó entre sus muslos y ahuecó
su cunnus. Él la besó en el hombro mientras sus dedos la provocaban.
—No te necesito sobre tu espalda para nada, Martise, a no ser que quieras ir a ver las estrellas
conmigo.

Realizado por GT Página 132


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 1155

Silhara colocó la escalera contra las estanterías y maldijo cuando una lluvia de polvo cayó sobre
su cabeza. Entornó los ojos e hizo señas para dispersar la nube de su cara.
—Martise tiene razón —murmuró—. Nos estamos ahogando en polvo.
Subió la escalera hasta el estante más alto y barrió las telas de araña tejidas intrincadamente
que cubrían la fila de los libros de magia. La biblioteca de Neith contenía libros y rollos que el
Cónclave se negó a archivar. Él y su predecesor no tenían tales reservas. Los manuscritos que
hablaban de la magia de Waste estaban archivados junto a los libros que trataban del protocolo
correcto para sacrificar a una víctima y convocar a un demonio.
Hoy buscaba tomos sobre los arcanos negros, hechizos prohibidos e invocaciones, maldiciones
y posesiones. A pesar de las suposiciones del Cónclave y de su propia reputación, él había
incursionado de manera simple en los conjuros más oscuros. La maldición que flotaba sobre los
robles de la entrada de Neith y los encantamientos mortíferos que rodeaban el empedrado que
cercaba la arboleda eran las únicas cosas que alguna vez sacó de estos libros polvorientos y
empleado para su uso. Y absorbían su fuerza. Los hechizos oscuros, poderosos y efectivos exigían
un precio alto y constante.
Sus dedos recorrieron los lomos de los libros, la piel le hormigueaba mientras tocaba las
páginas encuadernadas en cuero. Las tapas eran suaves y estaban desteñidas, desgastadas por el
tiempo y hechas de pieles cuyo origen no quería imaginar. Al encontrar el que quería, bajó la
escalera y encontró un lugar junto a la ventana para leer. En algún lugar, en esos pasajes crípticos,
estaba la respuesta al enigma del Don de Martise.
No había nada oscuro acerca de sus talentos. Nunca se había sentido más vivo o limpio que
cuando ella compartió su Don con él. Ni tan poderoso. La última vez le había dado su primer
indicio de dónde podría encontrar información sobre la naturaleza de su Don. Algo así de fuerte
era codiciado y no siempre por fuerzas benévolas.
La luz del sol se filtraba por las ventanas y las nubes derivaron en un cielo cerúleo. No quedaba
ningún indicio de la tormenta que había llamado dos días antes. Incluso el barro del sombreado
patio se estaba secando. Silhara miraba, sin ver, los libros ante él, perdido en los seductores
recuerdos de las horas que había pasado en su dormitorio con Martise mientras la lluvia caía.
Irse a la cama con ella solo había aumentado su hambre por ella, e incluso ahora, se puso duro
ante los recuerdos de su cuerpo bañado a la luz de las velas y la sensación de ella rodeándolo. La
raspadura de su espalda no le impidió tomarla una y otra vez durante el día y la noche. Era experta
en hacerlo jadear en un éxtasis irracional cuando lo montaba y lo cabalgaba con fuerza.
Cuando descansaban juntos, resollando y sudando después de una racha de encuentros
amorosos, la había acercado contra el costado y satisfecho su curiosidad sobre su vida en Asher.
Le había levantado la mano y pasado un dedo por la piel endurecida de su palma.
—Esta no es la mano de una mujer mimada. Y no ganaste estos callos en Neith. Cumbria no
piensa mucho en sus parientes menos afortunados, ¿verdad?
Ella siguió el camino de sus dedos con los ojos y se encogió de hombros.
—Él no prestaba mucha atención y pasa mucho más tiempo en el Cónclave que en Asher. A
veces me volvía a llamar al Cónclave si quería que tradujera algo privado, pero no era muy a
menudo. Su esposa se encargó de mi cuidado cuando estaba en Asher.

Realizado por GT Página 133


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Se imaginó qué tipo de “cuidado” repartía la loca Dela-fé a las personas sometidas a su
voluntad. También se imaginó clavando a la mujer en la cerca del patio con unas cuantas dagas
bien plantadas.
—Estoy seguro de que lo hizo. Me sorprende que no tengas marcas de latigazos en la espalda.
Incluso el criado más obediente no podía escapar de la malicia de esa mujer.
—Era muy hábil con la vara y podía sacar sangre sin dejar cicatrices.
—Un talento del que estoy seguro se jactaba con todos sus amigos aristócratas.
Su trasero era suave bajo su palma y extendió la mano sobre la curva redondeada.
—¿Qué hacías en Asher?
Solo la más mínima tensión insinuó la incomodidad por su pregunta. Su voz no tenía inflexión e
incluso sonrió un poco.
—Mucho de lo que hago aquí en Neith. Limpiaba, lavaba, hacía jabón, me hacía cargo de los
animales, cosechaba aceitunas, trabajaba en las prensas y servía en las cenas formales. También
actuaba como escribana del obispo.
Algo no le estaba diciendo. Cumbria podía no haberse ocupado de cómo Martise se manejaba
en Asher, pero ella era de valor para él, más allá del trabajo mundano de un criado.
—¿Qué edad tenías cuando te convertiste en una aprendiz del Cónclave?
Lo acarició como él a ella, pasando la mano por la longitud de su pierna y por encima de su
cadera. Él saboreó su toque. Ella se sentía bien, correcta, en sus brazos.
—Tenía doce años —dijo—. Un sacerdote visitó Asher y trajo un buscador de magos con él. El
perro rompió la correa tratando de llegar a mí.
Sus dedos le hacían cosquillas en el lugar donde ella pasaba la mano por su mandíbula antes de
descansar en su mejilla.
—Nunca hablaron de ti en el Cónclave. Ni los sacerdotes ni los estudiantes. Al menos, no por tu
nombre. Había rumores de un estudiante expulsado bajo amenaza de muerte de los sacerdotes.
¿Ese eras tú?
Sus ojos de color cobre reflejaban el resplandor de la luz que emitía el brasero.
—¿Qué? ¿No cantan maravillas sobre mí en las oraciones del amanecer? —Su labio se curvó—.
Me consideraban demasiado peligroso para dejarme suelto, así que me enviaron aquí a Neith, al
Maestro de los Cuervos.
—Mencionaste un primer Maestro de los Cuervos una vez. ¿Heredaste el título?
—El título, la reputación y el propio Neith. —Presionó su mejilla contra la mano de Martise—.
No te equivoques. Me he sobrepuesto al insulto y a su notoriedad. El Cónclave creía que me
enviaba a un mago carroñero que me usaría como carnada del demonio. Mi mentor tenía otros
planes.
Ella cerró los ojos un momento. Cuando lo volvió a mirar, una ira profunda, suavizada con
simpatía, brillaba en sus ojos.
—Entiendo por qué los odias, a los sacerdotes.
Si ella supiera cuán profundamente los odiaba, correría. Desterró los oscuros pensamientos y se
contentó con acariciar su cuerpo caliente. Por derecho, debería despreciarla también. Era un
instrumento del Cónclave, enviada a Neith para espiarlo, y podría tener éxito en su empeño, pero
no la despreciaba. Lejos de eso, y la emoción que brotaba dentro le hacía alejarse de esos
pensamientos más rápido que sus reflexiones sobre el dios.
Realizado por GT Página 134
GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Sus labios se separaron debajo de los suyos, suaves y flexibles. No era la belleza que era la hurí
Anya, pero era valiente e ingeniosa, culta y extraordinariamente observadora. Encajaba en sus
brazos como ninguna otra. Mucho tiempo después de que regresara a Asher, la recordaría, y la
añoraría.
Gruñó en su boca y rodó para que ella se sentara a horcajadas sobre él. Su cabello lo cubrió
como una cortina de ondas perfumadas. Una elevación rápida de sus caderas y estaba dentro de
ella, hundiéndose lentamente en un calor apretado y acogedor.
Los ojos de Martise brillaron y su voz estaba sin aliento.
—¿Puedes contemplar las estrellas ahora, Silhara de Neith?
Él agarró sus caderas con las manos mientras lo cabalgaba, dejando que marcara el ritmo hasta
que enloqueció de necesidad. La bajó hasta él, la besó hasta que ambos estuvieron sin aliento y
temblando. Se hundió en ella una y otra vez, desesperado por acercarse más, desesperado por
poseerla. Tan intenso era su deseo que su Don surgió por voluntad propia, convocado no por obra
de un hechizo, sino por la ferocidad de su pasión. Y el de Martise respondió.
Su Don, libre de su recién desarrollado control, surgió. La indicadora luz ámbar los rodeó y él la
respiró. Su mismísimo espíritu lo llenó. Ella era fuerza a través de la resistencia, resolución y
compasión, todo superpuesto por una tenue melancolía, y amor por él. Su clímax lo golpeó como
una marea de tormenta, corriendo a través de él en un río caliente hasta que se arqueó y gimió,
casi apartando a Martise por su corcoveo. Ella aguantó y siguió después de él, sus gritos más
suaves desvaneciéndose con los suyos mientras se desplomaba sobre su pecho.
Sus miembros se sacudieron debajo de ella, estremecimientos convulsivos acompañados de
puntos negros que bailaban en su visión. Levantó la mano, vio la corona de luz brillando alrededor
de sus dedos y los apretó en su espalda. Su hechizo suavemente murmurado se perdió en el pelo
de ella. Martise tembló y levantó la cabeza para mirarlo.
—¿Qué hiciste?
Él frotó el pulgar sobre la piel suave donde había estado la abrasión.
—Curé tu espalda.
Alcanzó su espalda, tocó el punto que él acarició. Sus ojos se agrandaron y le dirigió una sonrisa
beatífica.
—Eres increíble. Gracias. —Sus ojos se oscurecieron por un momento—. Te envidio, sabes. No
tanto por el poder que posees, sino porque puedes dominarlo a tu voluntad. Ojalá mi Don hiciera
eso.
Silhara no dijo nada, solo le acarició el pelo cuando apoyó la cabeza en su hombro y se quedó
dormida con él todavía dentro de ella. La abrazó con fuerza.
Estaba agotado. Incluso la fuerza del Don de Martise no podría reponer completamente la
fuerza que la tormenta y las horas de hacer el amor habían extraído de él. Tenía que dormir. Tenía
que poseerla otra vez, y cuando ella lo drenara lo suficiente como para quitarle una década de
vida, iría a la biblioteca para confirmar una verdad terrible. Su sospecha respecto a la naturaleza
de su Don se había convertido en una certeza. Sabía lo que ella era. El Don de Martise no era una
bendición; era una maldición.
Un fuerte crujido contra una de las ventanas de la biblioteca sacó a Silhara de sus meditaciones.
Miró a tiempo para ver un aleteo de alas en espiral mientras un cuervo caía al suelo. Negó con la
cabeza.
—Cael disfrutará de ese.
Realizado por GT Página 135
GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

El libro que había sacado del estante alto permanecía sin abrir sobre la mesa. Las runas
decoraban el cuero, símbolos misteriosos que picaban en los dedos de Silhara cuando trazaba sus
contornos. Las páginas amarillentas crujieron al abrir el libro y empezó a leer. No le llevó mucho
tiempo encontrar los pasajes que buscaba y los leyó con amargo triunfo.
—Ah, Cumbria, no tienes ni idea de lo que me has entregado, ¿verdad?
Dicha información devastaría a Martise. Se pasó una mano por el pelo y suspiró.
La encontró trabajando en una esquina del patio con Gurn, colgando ropa y sábanas recién
lavadas en las cuerdas para que se secaran. Parcialmente oculta por el faldón de mantas húmedas,
no se dio cuenta de su presencia hasta que él habló.
—Aprendiz, te necesito en la sala.
Ella se enderezó en un suspiro.
—Me ha sorprendido.
Su sonrisa tentativa se desvaneció al ver su expresión sombría. Asintió y se secó las manos
húmedas en sus faldas.
Pintada en la luz pálida y las motas de polvo, se enfrentó a él en el gran salón, su expresión fija
mientras esperaba sus órdenes. Él leyó la sombría determinación en sus ojos. Esperaba alguna
lección desagradable de él. El remordimiento retorció su estómago en más nudos. Había
practicado una calculada crueldad sobre ella en este salón cuando llegó por primera vez. Sus
intentos de asustarla habían fracasado, pero el miedo que le había inculcado permanecía, incluso
más allá de la intimidad que ahora compartían.
No sabía cómo tranquilizarla, sobre todo cuando su objetivo al traerla era para ofrecerle una
deprimente verdad.
—Invoca tu Don, Martise.
Sus cejas se elevaron, pero hizo lo que le pidió. Podía verla evocar su don mil veces y aún no se
cansaría del espectáculo. Nunca había visto un Don manifestándose de tal manera; un resplandor
brillante que la rodeaba y lo atraía hacia ella.
—¿Y ahora?
Incluso su voz cambiaba, resonando con la sensualidad que enviaba calor lamiendo por su
espalda.
—Ahora, quiero que rompas el cristal de estas ventanas. —Hizo un gesto a los altos paneles de
vidrio, empañados por años de suciedad—. Conoces este hechizo. El Cónclave siempre se lo
enseña a los principiantes.
Ella frunció el ceño.
—¿Estás seguro?
Su pregunta hablaba de su confusión.
—Estoy seguro.
El hechizo era simple, un ejercicio inofensivo utilizado para introducir a aprendices muy jóvenes
en el arte del control y de la manipulación, y para que se familiarizaran con su propio poder. Pero
incluso eso resultaba estar más allá de la capacidad de ejecución de Martise. Ella recitó el hechizo
dos veces sin que siquiera una simple rajadura apareciera en el cristal de la ventana. Sus hombros
se encogieron por la derrota.
—Esto es inútil. Es como antes. Los hechizos no funcionan con mi Don.

Realizado por GT Página 136


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Silhara la rodeó, el chasquido de los tacones de sus botas resonaban en la habitación.


—Funcionan, solo que no de la forma en que pensamos. —Recitó el mismo hechizo y el vidrio
se rompió en tres ventanas—. Un simple hechizo de rotura. Bueno para crear malicia y no mucho
más.
Le tomó la mano. Su Don se precipitó a través de él, llevando su esencia para que cantara en
sus venas. Estaba inundado de poder, por la fuerza que hacía que su propio Don zumbara en
respuesta. Soltó su mano antes de que cayera bajo su encanto y empezara a alimentarse de su
Don y de su alma.
—Observa.
Silhara recitó el hechizo una vez más. Martise se tapó los oídos mientras una onda de
conmoción giraba el aire a su alrededor. Le siguió una explosión de sonido cuando cada ventana
del salón se hizo añicos, volando hacia el patio en una lluvia de fragmentos astillados. Arcoíris
rotos quedaron atrapados en los dentados pedazos de vidrio aún unidos a los marcos de las
ventanas, y la luz del sol inundó el salón. Afuera, Cael aulló, y Silhara oyó que la puerta de la cocina
se abría de repente. Martise lo miró como si se hubiera vuelto loco.
Dio dos palmadas y pronunció una palabra fuerte. Gurn entró corriendo al salón justo a tiempo
para ver el vidrio volar hacia arriba, encajar y fijarse a los marcos de las ventanas. Las ventanas se
veían intactas salvo por la suciedad apelmazada en su superficie. El salón volvió a su estado
melancólico.
—Gurn.
El criado se paró a su lado, mirando las ventanas reparadas. Echó un vistazo a Silhara.
—Vuelve al patio. Tengo algo que decirle a Martise. A solas.
Gurn vaciló por un momento, vio la expresión asombrada de Martise, luego hizo una reverencia
y se marchó. Los dedos de Martise estaban entrelazados, los nudillos blancos contra sus faldas
oscuras. Una mirada inexpresiva, en contradicción con esas manos tensas, se posó sobre su rostro.
—Esto —él agitó una mano para abarcar las ventanas—, no debería haber ocurrido. Al menos
no como lo viste.
Ella frunció el ceño.
—No lo entiendo. Eres muy poderoso. Eso no parecía fuera de tu alcance.
—No lo está. Pero ese particular hechizo de rotura no debería haber hecho más que romper el
cristal. Su propia naturaleza limita los efectos, sin importar el poder del mago. La segunda etapa
era más difícil. Reparar es siempre más difícil que destruir. El hechizo debería haberme hecho
sangrar. No lo hizo. —Levantó sus manos para que ella pudiera ver el brillo de su Don aún en
ellas—. El poder de tu Don, canalizado a través de mí, transforma esos hechizos.
Ella parpadeó, levantó sus manos que ya no brillaban como lo hacían las de Silhara.
—¿Mi Don te prestó poder?
Las tripas de Silhara se retorcieron por la esperanza reavivada en sus ojos.
—Tu Don es raro, Martise. El último Dotado registrado con tu talento nació más de mil
cuatrocientos años atrás, era una mujer costeña. Los Kurmanos llaman a esos dotados bide jiana.
Dadores de vida. Esa dadora de vida tuvo un mal final en manos de su amante, un mago cuervo
que una vez vivió no muy lejos de aquí.

Realizado por GT Página 137


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Martise frunció el ceño. Silhara casi podía oírla buscando mentalmente los muchos archivos
que había leído y traducido, las historias del Cónclave y los variados talentos con los que nacían los
Dotados.
—Nunca he escuchado o leído algo de un… ¿cómo lo has llamado?, bide jiana. Los sacerdotes
nunca nos enseñaron nada de ellos.
—Son legendarios, tan raros que muchos creen que su existencia es solo un mito. El Cónclave
nunca ha tenido un dador de vida sumándose a sus filas sacerdotales. —Sonrió con satisfacción—.
Y lo que el Cónclave no sabe o no reconoce, lo considera una mentira o simplemente
insignificante.
Él mantuvo su voz neutra, sin revelar nada de la agitación que crecía en su interior.
—Tu Don no es una bendición, Martise. No para ti. Los hechizos que has aprendido y
memorizado nunca funcionarán para ti. —Su jadeo de sorpresa interrumpió su declaración, pero él
continuó, implacable con la verdad y decidido a protegerla, sin importar lo mucho que pudiera
sufrir por su honestidad—. Eres un recipiente, nada más. Una fuente para ser usada por magos
como yo. Tu poder refuerza la magia de los demás.
La boca de Martise se redujo a una línea apretada y sus ojos se oscurecieron.
—¿Cómo averiguaste esto? —susurró.
Ella envejeció ante sus ojos, demacrándose por sus palabras.
—Registré la biblioteca. Tengo varios tomos de arcanos negros. Dos hablan de magos cuervo
que esclavizaron un bide jiana y se alimentaron de su poder como las sanguijuelas lo hacen de la
sangre. Uno era el devorador de almas de Iwehvenn.
Su rostro palideció, y se tambaleó. Silhara extendió la mano para sostenerla, pero ella se apartó
de su contacto.
Más rígida que el mango de un rastrillo, enterró las manos en su falda y respiró lentamente. Se
quedó mirando al suelo y luego a él.
—Voy a vomitar —dijo rotundamente y corrió a la cocina pasando por delante de él.
Solo en el gran salón, se preguntó por qué no tenía ganas de celebrar su triunfo sobre el
Cónclave, y sobre Cumbria en particular. Su espía no había sido testigo de nada que lo condenara
como un traidor o un hereje. Y ahora poco importaba si lo hacía. Corrupción podía tomar el té con
él en la cocina y discutir cómo iban a rehacer el mundo a su preferencia, empezando por la lenta
tortura y muerte de todos los sacerdotes del Cónclave. Ahora tenía la llave del silencio de Martise.
Fuera cual fuera el premio que Cumbria colgara delante de ella para entregar a Silhara al Cónclave,
dudaba que valiera el sacrificio de su alma.
Afuera en el patio, Gurn estaba parado junto a su batea y miraba hacia un punto detrás de una
esquina de la casa. El inconfundible sonido de las arcadas violentas se oía por encima de los
graznidos, los balidos y los resoplidos de los animales que vagaban por el recinto. Silhara llegó al
lado de Gurn y respondió a su pregunta hecha con frenéticos gestos.
—Déjala, Gurn. Acaba de enterarse de una verdad cruel.
Los dos hombres esperaron hasta que Martise reapareció en la vuelta de la esquina. Su palidez
le daba una apariencia hundida. Se encontró con la mirada desolada de Silhara.
—¿Qué le dirás al obispo?
Silhara le sostuvo la mirada.
—Gurn, ¿dónde está ese vino que compramos en el mercado?

Realizado por GT Página 138


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Gurn hizo una seña y Silhara tomó la mano de Martise. Sus dedos estaban fríos en el calor del
verano. En la cocina, Silhara abrió la fresquera y volvió con un frasco pequeño.
—¿No sería mejor el Fuego?
Estaba tranquila, pero su voz sensual portaba una nota estridente.
—Es posible. —Levantó la botella de Fuego de Peleta del estante de la despensa y se lo entregó
a ella—. Úsalo para enjuagarte la boca, pero no bebas. Necesito que estés coherente y pensando.
El vino te hará bastante bien.
Él esperó mientras ella se enjuagaba con una combinación de agua y Fuego y escupía en la
escupidera junto a la puerta. Solo el sabor de la fuerte bebida llevó un toque de color a sus
mejillas, y se irguió. Subieron a su habitación. Le hizo un gesto para que se sentara en la cama
mientras él vertía el vino en copas y le daba una. Ella lo vació en dos tragos y le tendió la copa por
más.
Él levantó las cejas y le volvió a llenar la copa. Arrastró la única silla por la habitación y se sentó
frente a ella, sosteniendo su propia copa. Martise lo miró con cautela, tal como lo hizo la primera
vez que lo conoció. Eran adversarios otra vez.
—Hay muchas cosas que tengo pensado decirle a Cumbria de Asher. Ninguna debería ser
pronunciada entre gente educada. —Ella sonrió levemente ante eso—. Esclavizar y usar a otro
mago con el fin de ganar poder es uno de los arcanos más oscuros. Según la ley del Cónclave,
cualquier mago cogido realizando dicha práctica es sometido a muerte. —Se inclinó hacia delante,
apoyando los codos en sus muslos. El poco color que había vuelto a las mejillas de Martise se
desvaneció una vez más.
—Un cautiverio como ningún otro.
—Así es. Y una compulsión para el mago que controla el jiana. Una degustación de ello es más
que tentadora. —Sus ojos se estrecharon cuando ella tragó saliva y apartó la vista—. Para un mago
poderoso, como yo o Cumbria, tu talento vale más que un barco cargado con oro hasta la línea de
flotación.
Él se rio secamente.
—Todo este tiempo sirviendo en su casa, entrenando con el Cónclave y él nunca lo supo.
—Pero tú se lo dirás, o me conservarás para ti.
La amargura afilaba sus palabras.
Había muchas razones por las que le gustaría conservar a Martise para él. Su Don no era una de
ellas. Con la estrella de Corrupción colgando en el cielo fuera de su ventana y la voz del dios
prometiéndole un poder que podría poner reinos de rodillas, su Don suponía solo una pequeña
tentación.
—Aunque es tentador, no tengo necesidad de dicho Don, pero Cumbria podría. Contigo
otorgándole poder, podría controlar el Cónclave. No tendría que esperar a que muriera el
Luminary o que la Santa Sede se reuniera y eligiera al próximo Luminary. Él simplemente usurparía
el poder y gobernaría. Dudo que las leyes del Cónclave o cualquier moralidad imaginaria le
impidieran desangrarte. —Su labio se curvó en una mueca de desprecio—. El hombre que injuria a
los magos cuervo se convertiría en la personificación de todos esos hombres fracasados.
Martise se levantó y caminó hacia la ventana. Enmarcada en el arco curvado y con la luz del sol
iluminándola desde atrás, su rostro estaba en sombras.
—Entonces, ¿ahora qué?

Realizado por GT Página 139


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Frunció el ceño por la nota aburrida de su voz, como si algo más que la esperanza de su Don
hubiera muerto dentro de ella.
—Ya tengo suficiente con que el Cónclave vaya detrás de mí y eso con un Luminary que es
razonable y no tiene mala voluntad. No deseo contribuir a que el obispo alcance mayor
protagonismo. —Se bebió el vino y se levantó. No se alejó cuando se acercó a ella—. Te puedo
enseñar a ocultar tu Don. No solo a controlarlo, sino a sumergirlo. Lo suficientemente hondo como
para que los sacerdotes nunca sientan su presencia. Y yo soy un buen mentiroso. No se necesita
mucho para convencer al Cónclave de que he fracasado buscando tu talento.
La mirada vacía de Martise lo estudió.
—Me puedes usar y yo no puedo detenerte.
Su pelo era suave mientras él acariciaba su trenza.
—¿Qué tiene esto de diferente de cualquier otro día?
Cerró los ojos.
—Tengo miedo.
Le acarició la mejilla. Odiaba su miedo, pero la mantendría con vida.
—Deberías tenerlo. A los bide jiana esclavizados les sacaban sus Dones por la fuerza. Mediante
sexo, tortura, lo que sus maestros consideraran necesario para que se manifestara su poder y
utilizarlo en su propio beneficio.
Una risa hueca, que rozaba la histeria, escapó de ella. Las lágrimas rodaron por sus mejillas y se
tapó la boca. La risa se convirtió en gemidos de agonía. Silhara la rodeó con sus brazos, impulsado
por un deseo desconocido de sostenerla y consolarla. Le frotó la espalda y dejó que las lágrimas
sangraran en su pecho. Ella se sentía bien en sus brazos, incluso en su dolor.
Él no podía recordar la última vez que había llorado por algo, pero entendía sus lágrimas. Eran
de rabia y sueños rotos, frustración e impotencia. La abrazó en silencio hasta que ella hipó y se
irguió lejos de él.
Se enjugó las lágrimas que quedaban con manos temblorosas.
—Seguro que los dioses se ríen.
Los dioses para él no eran más que una manera conveniente por la cual maldecía los
contratiempos de la vida diaria. Solo Corrupción se había elevado por encima de esa filosofía, y
Silhara odiaba a su seductor.
—No hacen mucho más, aprendiz. Ninguno se merece ni una sola genuflexión de cualquiera de
nosotros. —El labio inferior le temblaba bajo su pulgar—. Permíteme darte los medios para que te
protejas, Martise.
Ella le dio un beso suave en el pulgar y suspiró.
—Muchos dirían que sería tonta si confiara en ti.
—Y muchos tendrían razón. Miento bien y a menudo.
La diversión iluminó su rostro sombrío.
—A mí nunca me has mentido.
—¿No lo he hecho?
—No en las cosas que cuentan.

Realizado por GT Página 140


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

El deseo surgió dentro de él. No fiero como antes, pero igual de fuerte, igual de profundo. Salvo
por Gurn, Cael, y su madre hace mucho tiempo, no había sentido la necesidad de cuidar de nadie,
hasta ahora.
La llevó a la cama y le hizo el amor lentamente, diciéndole con sus manos lo que estaba
demasiado asustado de reconocer en lo más profundo de su corazón. Después, la abrazó por la
espalda, amoldándose a su cuerpo y enterró su cara en su fragante pelo. Afuera, los cuervos
chillaban y agitaban los árboles, y Gurn tarareaba un canto desafinado mientras barría el porche
trasero. Silhara había perdido todo el día aquí con Martise y no se arrepentía para nada.
Sus lecciones ahora serían concienzudas. Maldito fuera si la viera derrotada en la rueda de la
esclavitud, aún más maldito si le diera a Cumbria la oportunidad de alcanzar mayor poder.
Entregaría su alma a Corrupción con una sonrisa si fuera necesario para detener al obispo.
Las canciones discordantes de los cuervos se desvanecieron y vagó al borde del sueño,
contento de saborear el calor de Martise. Ella se agitó, deslizó el pie por su pantorrilla. Su voz,
fresca y ligeramente desafiante, lo despertó completamente.
—¿Qué me protegerá de ti?
La tiró con fuerza contra él y le mordisqueó el hombro.
—Nada.

Realizado por GT Página 141


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 1166

Su tiempo aquí había sido un fracaso espectacular. Martise se sentó en un taburete de ordeño
en el patio, ordeñando una de las nuevas cabras y se preguntó qué iba a hacer ahora. Gurn estaba
sentado cerca, reparando una sección de la brida de Mosquito. Silhara se había aislado en la
despensa para embotellar uno de los muchos perfumes que hacía de las flores de naranja.
Ella llevaba más de tres semanas en Neith, sin un verdadero propósito más que el continuar con
sus traducciones para Silhara, y esa siempre había sido una razón débil. Los cuervos de Cumbria no
habían respondido a su llamada, y ella había cantado en secreto tres veces más. No es que algún
mensaje significara mucho. Todo lo que tenía que informar era su viaje a Iwehvenn, que no era ni
un secreto ni un crimen. Si Silhara trabajaba para traicionar al Cónclave de alguna manera, había
mantenido sus maquinaciones bien escondidas.
Hizo una pausa en la ordeña. El Maestro de los Cuervos había asegurado su silencio con el
conocimiento de su Don. Se estremeció ante la idea de que su talento se revelara a los demás. Su
actual esclavitud no era nada comparada con el potencial de este.
Silhara le había ofrecido los medios para ocultar eficazmente lo que ahora ella consideraba era
su maldición. Cada mañana, en vez de alentar a su talento a lograr hechizos, se esforzaron para
suprimirlo, empujándolo de nuevo a los rincones más profundos que ocupaba antes del ataque del
lich en Iwehvenn. El altruismo de Silhara ocultaba una motivación más personal. El Cónclave, bajo
el gobierno de Cumbria, se volvería en su contra sin dudarlo. El Luminary actual era un hombre
justo, un partidario de la ley, e insistía en la justicia basada en pruebas y un juicio. Él podría
sospechar de actividades nefastas por parte de Silhara, pero no lo condenaría sin pruebas.
Cumbria no estaría atado por tales restricciones.
Martise lamentó venir a Neith. Esclavizada la mayor parte de su vida, ya se había acostumbrado
a su rol, pero ella nunca perdió el anhelo de ser una mujer libre, de controlar su propia vida y
recuperar esa pequeña parte de su espíritu encerrado en una joya brillante.
En el momento que había hecho su acuerdo con Cumbria, su propósito era claro, o al menos
eso imaginaba. Un pequeño sollozo se alojó en la parte posterior de su garganta. Traicionar a
Silhara podría haber sido fácil al principio. Ahora no. Incluso sin su conocimiento de su Don, no
podría entregarlo. Ella podría ser nada más que una conveniente compañera de cama para él
mientras se quedara en Neith, pero él era mucho más para ella. El mago rebelde, que se negó a
llevar el yugo del Cónclave y vivió como un mendigo marginado por ello, la había asustado,
instruido, defendido y visto como algo más que un par de manos útiles y obedientes. Cuando la
llevó a su cama, bien podría haber puesto los grilletes de Cumbria en sus muñecas. Él nunca sabría
que se había enamorado de él, y se marcharía de Neith sin nunca decirlo en voz alta. Su libertad
no valía la muerte de Silhara.
Un tirón en la trenza le hizo levantar la vista que miraba ciegamente al suelo. La cabra
masticaba alegremente su extremo. Martise le arrancó la trenza y se la dobló hacia adelante,
sobre el hombro.
—No, no, mi niña. Ya has agujereado dos de las mantas de Gurn. No me roerás a mí hoy.
El aire de repente se deformó a su alrededor, seguido por una ráfaga de viento frío desde el
bosque de robles Solaris. Cael ladró una advertencia, y la cabra baló y corrió a refugiarse en uno
de los aleros del patio.
Martise se levantó de su taburete.

Realizado por GT Página 142


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—¿Qué fue eso?


Gurn se encogió de hombros, mirando sorprendido pero indiferente.
La puerta de la despensa se abrió y Silhara salió a grandes zancadas, limpiándose las manos en
un paño. Su pelo oscuro estaba recogido en una cola apretada, dando a sus ojos una forma más
rasgada.
Él miró más allá de la pared del patio.
—Tenemos visitantes. —Gurn cogió el trapo que le arrojó—. Gurn, tendrán sus caballos con
ellos. Vas a tener que guiarlos hasta acá.
Martise quería preguntar quiénes eran "ellos" pero se mordió la lengua.
Silhara impartió más instrucciones mientras se dirigía a la cocina.
—Coloca una manta y todas las almohadas que puedas encontrar en el patio delantero.
Tomaremos nuestro almuerzo allí. —Torció el dedo hacia Martise—. Ven conmigo.
Una vez en la cocina, la inmovilizó con una mirada curiosa.
—¿Puedes preparar una tetera de té fuerte?
—Sí, ¿por qué?
—Bien. Prepara varias y llévalas afuera donde Gurn servirá el almuerzo. —Sus ojos se
estrecharon—. ¿Qué sabes de las costumbres Kurmanji?
Ah, la identidad de sus visitantes.
—Un poco. La cocinera de Asher era una Kurmana. —Ella enumeró los elementos con los
dedos—. No comas con la mano izquierda, asegúrate de tocar tu corazón cuando des las gracias a
alguien, y si eres una mujer no mires directamente a un hombre, a menos que quieras hacerle
saber que estás interesada.
Él arqueó una ceja.
—Bien. Estás familiarizada con las cosas importantes. Sobre todo la última. Estos hombres que
nos visitan conocen las costumbres de las llanuras y los pueblos de la costa son diferentes a los
suyos. Pero prefiero ser cauto. No me apetece otra pelea sólo para demostrar que eres mía. Y a
diferencia de tu Balian, los Kurmanos son muy buenos con sus dagas.
Él la dejó en la cocina, y ella lo miró irse, aturdida y caliente por su comentario.
"Eres mía".
Él podría haberlo dicho en el sentido de que era un sirviente de su casa, y que no la cedería a un
apasionado miembro de la tribu. Tampoco pensaba que se llevaría a cabo algún reto. Ella no era
Anya. Aun así, aferrarse a la esperanza de su declaración posesiva era más primitivo que práctico.
Martise se reprendió por entretenerse en tales pensamientos. Lo que él haya querido decir, poco
importaba.
Mientras Gurn no estaba, se las arregló para preparar tres grandes teteras de té negro, reunir
varias hogazas de pan, carne de cordero salada, queso, aceitunas y naranjas. Aprovechó el tiempo
restante para correr a su cuarto, lavarse la cara y las manos y volver a trenzar su cabello.
Gurn la encontró en la cocina cuando regresó, y entre los dos reunieron la comida y la bebida,
junto con dos mantas de gran tamaño y varios cojines polvorientos. Afuera en el patio, vio a
Silhara hablando con dos hombres vestidos con el típico atuendo Kurmano, pantalón y camisa de
color pardo, animado por chalecos de cuentas coloridas y zapatos en punta. Ellos eran más bajos y
fornidos que Silhara, de tez morena, y lucían una barba bien recortada. Tenían el mismo color de

Realizado por GT Página 143


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

cabello y ojos que él, igual de negro, y la misma nariz y pómulos prominentes. Si Silhara no tenía
algo de Kurmano en él, ella se comería uno de sus zapatos.
La sombra proyectada en las paredes rotas ofrecía una amplia extensión de frescor. Gurn
distribuyó las mantas y puso los cojines cerca uno del otro mientras Martise colocaba la comida en
el centro y rebanaba el pan. Ella observó a Silhara con los Kurmanos por el rabillo del ojo.
Reconoció al mayor de los hombres como uno que había visto hablando con Silhara en el mercado
de Eastern Prime.
Él se sacó un paquete envuelto de su hombro y lo puso en el suelo. Con cuidado, tirando hacia
atrás la tela que lo envolvía, levantó una ballesta y se la entregó a Silhara. Desde su posición,
Martise vio que era un arma de fina factura. Silhara debía haber ordenado una en el mercado para
remplazar la que perdió en Iwehvenn. Probablemente pagada con el dinero del obispo. Ella sonrió
ante la idea.
Fragmentos de la conversación flotaban hacia ella en la brisa mientras esperaba con Gurn junto
a las mantas. Bendewin, la cocinera de Asher, le había enseñado algo de Kurmanji. Más gutural
que el idioma entrecortado de las llanuras, el Kurmanji era una lengua difícil de aprender y nunca
había sido puesta en escritura. Los dos Kurmanos hablaron con una mezcla de palabras disparadas
y exagerados gestos de mano. Obviamente, Silhara dominaba el idioma y les respondió con
fluidez.
Él se separó de su pequeño grupo, llevando la ballesta con él. Gurn la observó con una mirada
de admiración.
Silhara entregó el arco al criado.
—Hermoso trabajo, ¿no? Cuando hayas terminado de servir, llévala a mis aposentos. Probaré
su tiro más tarde. Y bájame el narguile. —Su rostro se puso serio—. Martise, Gurn servirá a los
hombres. Tú me servirás a mí y solo a mí. Y mírame a los ojos. Sabrán que eres mi concubina, así
como una sirvienta.
—Como quieras, pero no creo que se den cuenta… —Ella se detuvo, sorprendiéndose a sí
misma. Ella nunca había discutido con él ni había cuestionado sus instrucciones antes. Una rápida
mirada confirmó que él estaba tan sorprendido como ella.
—Bueno, bueno —dijo, pero no la amonestaba—. El rango en una tribu Kurmana se basa en el
número de ovejas de tu propiedad, las esposas que tienes y los hijos que has engendrado. Los
hombres más jóvenes tienen que trabajar duro para ganar una esposa Kurmana. Algunos prefieren
conseguir una fuera de la tribu.
Dio un paso más cerca, pero no la tocó. Sus visitantes observaban su interacción con interés.
—No subestimes tu presencia, Martise —dijo en voz baja—. Puede que hayas pasado
desapercibida en Asher. Estás en Neith. Si es posible, trata de no hablar.
Regresó donde los hombres y los llevó al lugar sombreado que ella y Gurn habían preparado
para su comida. Se sentaron en un semicírculo apoyados contra los cojines y partieron el pan entre
ellos. Martise siguió el protocolo Kurmano, sin mirar a los ojos de nadie excepto los de Silhara. Ella
revoloteaba a su alrededor, sirviéndole el té y llenando su plato. Estaba en su elemento y había
hecho esto mismo docenas de veces para Cumbria. Solo que ahora, ella no era ignorada. Los
Kurmanos la observaron mientras ella asistió a su anfitrión, y el más joven de los hombres trató de
mirarla a los ojos.
Martise fingió no entender cuando hizo un comentario sobre ella a Silhara.
—Tu mujer te sirve bien. Ella no estaba aquí la última vez que negociamos en Neith.

Realizado por GT Página 144


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Silhara se metió una aceituna en la boca y masticó antes de contestar.


—Martise llegó a Neith a principios del verano. Enviada por el Cónclave.
Su declaración fue recibida con un silencio de sorpresa antes de que el Kurmano más viejo
hablara.
—¿Estás en paz con los sacerdotes, entonces?
Silhara soltó una breve carcajada.
—Yo nunca estoy en paz con los sacerdotes. Sin embargo, hemos acordado trabajar juntos para
liberar a la tierra del dios. Martise me ayuda con eso. Y otras cosas. —Él corrió sus dedos
suavemente sobre su pantorrilla y le entregó la taza para rellenarla. Los dos hombres asintieron en
reconocimiento a su reclamo silencioso. El mayor habló de nuevo.
—Las Cataratas Brecken siguen cayendo con sangre. Apestan a pescado podrido. La gente está
asustada.
Martise solo podía imaginar la horrible escena que describía. Aunque los no-Dotados no podían
ver su estrella, Corrupción se estaba dando a conocer a lo largo de las tierras lejanas.
Los dedos de Silhara acariciaron los suyos cuando le entregó la taza llena de té.
—Esto solo empeorará. Hay plagas también, y los campos fértiles de pronto se han puesto
pajizos.
El silencio reinó mientras los tres hombres comieron y bebieron el té negro. De nuevo el
Kurmano mayor habló.
—El sarsin ha extendido una invitación para que lo visites. Él tiene algo para ti que podría
ayudarte en tu búsqueda para derrotar al dios.
Las cejas de Silhara se elevaron con interés.
—Me siento honrado por su invitación. Ha pasado mucho tiempo desde que Karduk y yo
compartimos una fumada.
Martise trató de no mirarlo con la boca abierta. Silhara, el ermitaño, nunca había mostrado
antes ningún placer en visitarse con nadie, en Neith, o en cualquier otro lugar. Sin embargo, su voz
era cálida, con genuino placer, incluso entusiasmo, ante la idea de visitar a este Karduk.
—Puedes acompañarnos a casa hoy. —El Kurman miró a Martise—. Trae a tu mujer si lo
deseas, o Karduk se complacerá en ofrecerte una de sus concubinas para una noche o dos.
Ella rezó para que su rostro no traicionara sus pensamientos. Silhara no era suyo, y a pesar de
este pequeño juego en beneficio de los Kurmanos, ella no era de él. Aun así, tenía la esperanza de
que no la dejara atrás y encontrara solaz con una de las mujeres de su anfitrión.
Él no respondió en ningún sentido a la sugerencia.
—Hoy está bien. Le diré a mi sirviente que prepare los suministros y cargue mi caballo.
Bebieron el resto del té y compartieron una fumada del narguile de Silhara. Sentada detrás
Silhara, Martise dio gracias en silencio cuando terminaron de fumar y él ofreció darles un
recorrido por la arboleda y enseñarles algunos de sus perfumes. Su estómago rugía. Estaba muerta
de hambre. La sonrisa de Gurn reveló que había oído las protestas de su vientre.
Justo antes de que los tres hombres salieran de la sala de destilación, Silhara se volvió hacia
ella.
—¿Cuánto de eso has entendido? —Le preguntó en voz baja

Realizado por GT Página 145


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—La mayor parte. Ayudaré a Gurn a empacar. —No iba a preguntarle si la llevaría. Tenía algo de
orgullo.
—Deja que Gurn lo haga. Le diré lo que se necesita. Empaca para ti, y lleva algo de abrigo. Hace
frío en las Dramorins, incluso en pleno verano.
Martise luchó por reprimir la sonrisa de satisfacción que amenazaba curvar sus labios.
—No me tomará mucho tiempo. Todavía puedo ayudar a Gurn.
La mirada de Silhara se posó brevemente en su pelo, sus ojos y su boca.
—Eres muy buena para asumir un papel con muy pocas instrucciones. Creo que eras más
Kurmana que las mujeres Kurmanas, en nuestra comida. —Un destello astuto se mostró en sus
ojos—. Mezdar y Peyan aprobaron tus atenciones hacía mí, y sospecho que Peyan puede
ofrecerme un precio de dote por ti.
Un frío tentáculo de miedo se enroscó en la columna de Martise. Ella no sabía cuál de los
hombres era Mezdar o Peyan, y no le importaba. Ella miró a Silhara, tratando de discernir su
expresión. Podía ser despiadado cuando quería y no dudaba en ejercer ese rasgo. ¿Pero tratar de
venderla? Él no podría hacerlo si quisiera, pero para detenerlo, tendría que revelar su condición de
esclava de Cumbria.
La diversión suavizó sus duros rasgos. Pasó un dedo por su cuello. Ella inclinó la cabeza en una
invitación inconsciente a que hiciera más. Él sonrió.
—Es obvio que piensas peor de mí de lo que lo hace Gurn. —Su toque dejó rastros calientes en
su piel—. No eres mía para venderte, Martise. E incluso si lo fueras… bueno, solo digamos que no
tengo ninguna necesidad de ovejas o alfombras.
Él retrocedió repentinamente, y Martise estuvo a punto de traerlo de vuelta a ella.
—Ve. Tienes mucho que hacer antes de irnos.
Nerviosa por su caricia y las palabras que él casi dijo, Martise hizo una reverencia formal y se
volvió para ayudar a Gurn a limpiar los restos de comida. Se tomó unos minutos en la cocina para
comer antes de correr escaleras arriba.
Tenía curiosidad acerca de los Kurmanos. Un pueblo semi-nómada, vivían la mayor parte del
año en los pasos elevados de las Montañas Dramorin, descendiendo a los llanos para comerciar
durante la temporada de cosecha y cuando el clima se hacía demasiado duro en la montaña. La
cocinera de Asher había sido una Kurmana exiliada, aunque su condición de paria nunca parecía
molestarla. Ella había mantenido las costumbres que la beneficiaban y desechado aquellas que no
lo hacían. Martise le agradecía por haberle enseñado algo de su lengua.
Dobló y metió su túnica y faldas más gruesas en su bolso, junto con su chal y las medias de lana
que no había usado desde su primer día en Neith. Ella deseaba un abrigo más pesado y esperaba
que Gurn empacara un montón de mantas.
Un extraño silencio rompió su concentración. El parloteo interminable y los chillidos de los
cuervos posados en los naranjos, se habían convertido en un aspecto tan habitual de la vida en
Neith, que ya no notaba el ruido. Ahora se dio cuenta de su ausencia. El sol de la tarde entraba a
raudales por la ventana abierta, y se protegió los ojos del resplandor con la mano. A primera vista,
el huerto se veía como cualquier otro día, verde y lleno y disfrutando del calor. Una segunda
mirada más de cerca, y el corazón de Martise se le subió a la garganta.
El suelo se tiñó de rojo con sangre. Ríos escarlatas fluían por los troncos de los naranjos y se
encharcaban en sus bases. Sinuosos arroyos escurrían por los surcos de la tierra, dibujando

Realizado por GT Página 146


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

patrones macabros que se ensanchaban y se extendían hacia la casa. Parecía como si una masacre
hubiera tenido lugar en la arboleda.
—Por las alas de Bursin. —Salió corriendo de la habitación y casi atropella a Gurn cuando pasó
por la cocina—. Gurn ¿está Silhara en la despensa con los Kurmanos?
Ella atravesó la puerta y a mitad de camino del patio antes de que él pudiera asentir. La
despensa estaba oscura y fresca, impregnada del aroma de azahar y el humo del tabaco que
persistía en la ropa de los hombres.
Silhara la miró con sorpresa. Ella hizo una reverencia torpe.
—¿Martise? —Su tono era más preocupado que enfadado.
—Maestro —jadeó—. El huerto. Será mejor que venga ahora.
Ella se aplastó contra la puerta cuando Silhara pasó a su lado con la cara cruzada por líneas
sombrías. Los Kurmanos se miraron el uno al otro y luego a la espalda de Silhara con sorpresa.
Martise se dirigió a ellos en un Kurmanji lento, con cuidado de no mirar a ninguno de ellos
directamente.
—Si me siguen, yo los llevaré donde el amo ha ido.
La siguieron sin cuestionar. Afuera, Silhara y Gurn estaban parados uno junto al otro,
examinando la sangre de la arboleda. Detrás de Martise, los Kurmanos jadearon y parlotearon en
Kurmanji. Silhara se giró, los brazos en jarras. Un frío fuego ardía en sus ojos entrecerrados. Se
dirigió a los Kurmanos con los dientes apretados.
—Estoy ansioso por ver lo que Karduk tiene para que yo pueda destruir esta alimaña.
A medida que se reunían en el salón, Gurn le hizo señas a Silhara. Silhara cerró la puerta detrás
de él.
—No hay nada que hacer al respecto. Los árboles están ilesos. El dios está simplemente
haciendo notar su presencia. Ha asustado a los pájaros, lo que no es una cosa mala en sí misma.
Por desgracia, el olor atraerá a todo depredador en kilómetros. Voy a poner un hechizo sobre la
arboleda para atenuar el olor, pero mantén a Cael adentro esta noche. No lo quiero peleando con
cada carroñero que consiga escalar los muros buscando un cadáver. Pon a los animales en el gran
salón. Lidiaremos con el desastre después.
Llevó a los Kurmanos por la cocina hacia la despensa, volviendo a caer en la lengua gutural de
montaña para discutir un comercio adicional para sus perfumes. Incluso con el dios haciendo
estragos en el huerto, todavía había negociaciones por hacer.
Martise regresó a su habitación para terminar de empacar. Desconcertada por la vista y el olor
flotando de la arboleda, encendió una linterna y cerró los postigos a la visión de los árboles
sangrantes. Volvió al patio y ayudó a Gurn a cargar a Mosquito con los suministros, incluyendo la
ballesta nueva de Silhara. Entre los dos, estaban listos para el momento en que Silhara quiso
partir.
La penumbra de la gran avenida los cercó mientras recorrían el camino de entrada a Neith.
Martise simpatizó con los Kurmanos. Al igual que ella, les molestaba ir bajo la copa de los nudosos
robles Solaris, y constantemente escudriñaban el bosque para una mejor visión de las formas
sinuosas que acechaban. Casi oyó la suave sonrisa de Silhara cuando ella y los hombres de la tribu
dejaron escapar un suspiro colectivo de alivio al final de camino.
Dos caballos robustos y peludos pastaban cerca libremente. Mezdar o Peyan, ella todavía no
sabía quién era quién, silbó, y los caballos trotaron hacia donde esperaban. Junto a Mosquito, se

Realizado por GT Página 147


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

veían como si fueran juguetes, y se maravilló por la facilidad con la que llevaban a hombres
adultos a través de los sinuosos caminos de montaña.
Se pusieron en camino hacia las Dramorins con Martise montando en silencio detrás de Silhara
sobre Mosquito. Ella se limitó a permanecer callada y escuchar la charla de los hombres. Había
pasado gran parte de su vida en este papel y había aprendido mucho. Silhara, sombrío y distraído
por el críptico mensaje del dios en la arboleda, se volvió más afable mientras charlaba con los
Kurmanos. Estaba familiarizado con la gente de la que hablaban, quién era primo de quién, quién
fue padre de otro niño, qué pariente murió de una enfermedad, quién se casó con una mujer de
otra tribu.
Al anochecer, acamparon cerca de la base de las montañas. El Kurmano joven desapareció en la
maleza con sus flechas y ballesta. Martise ayudó a Silhara y al Kurmano restante a preparar el
campamento. Ella recogió madera de los alrededores, y en algún momento se encontró a Silhara
dejando a Mosquito en medio de una parcela de hierba de brotes tiernos.
—¿Dónde ha ido el más joven?
Silhara miró hacia los arbustos.
—¿Peyan? A cazar. Si no regresa con algo, voy a probar mi mano con ella, pero sospecho que
vamos a comer bien esta noche.
Ella cargó más palos en la pila y quedó sin aliento cuando Silhara le sacó la mitad de la leña de
sus brazos.
Ella trató de arrebatárselos de vuelta.
—¡Espera! ¿No piensan los Kurmanos que recoger leña es trabajo de la mujer?
Él agarró dos piezas más de madera de su carga por si acaso.
—Martise, tener hijos es trabajo de la mujer. Gurn y yo estaríamos sentados en la oscuridad
todas las noches si esperáramos que alguna mujer errante recogiera palos para nosotros.
—Pero…
—¿De verdad crees que esos dos hombres van a retarme sobre cómo me ocupo de mi mujer?
Su mujer. A ella le gustó demasiado el sonido de eso.
—Pensé que íbamos a seguir sus costumbres.
—Lo hacemos, y lo haremos. Pero estaré feliz de señalar su idiotez si prefieren esperar y que
sus pelotas se congelen mientras consigues suficiente madera para un fuego decente.
Él tenía razón, y estaba más familiarizado con estas personas que ella.
—Gracias, Maestro.
—Estamos solos aquí, Martise.
—Gracias, Silhara.
Él asintió con aprobación y le indicó que lo siguiera. Regresaron al campamento para encontrar
a Peyan despellejando un par de conejos para cocinar. Pronto tuvieron un fuego encendido, los
conejos ensartados y asándose sobre las llamas. Mezdar encendió aparte un fuego pequeño,
dejando que ardiese bajo hasta que las brasas brillaron. Puso una pequeña hoja de metal sobre el
carbón e hizo tortas planas de una masa granulada que había agitado en un tazón cercano.
Sentada al lado de Silhara, a Martise se le hizo agua la boca. Pan de enjita. Ella había visto a
Bendewin hacer enjita muchas veces en las cocinas de Asher. Los sirvientes se alineaban con
entusiasmo, plato en mano, cuando la Kurmana hacía su pan.

Realizado por GT Página 148


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Silhara se acercó más.


—Cuando bebas tu té, coloca tu mano sobre la taza para que los otros no te vean bebiendo.
—No te he visto hacer eso antes en Neith.
—Solo las mujeres cubren sus tazas.
Comer la última, beber a escondidas, no hablar a menudo. Martise estaba familiarizada con
algunas de esas restricciones en su papel de esclava. No podía decir que ser una mujer Kurmana
fuera muy diferente.
En muchos sentidos, su cena le recordaba a las de Asher. Esta no era para nada como las
suntuosas comidas que Cumbria celebraba para sus compañeros sacerdotes o dignatarios
visitantes, pero ella ocupaba un lugar similar. Permanecía en silencio, escuchaba y aprendía.
Podría incluso haber pasado desapercibida como lo había hecho en Asher salvo por la constante
caricia de los dedos Silhara en la punta de su trenza mientras conversaba, comía y bebía té con sus
compañeros. Ella agradeció que no se entretuvieran en su comida. El olor de la carne asada y el
pan caliente hacía que su estómago royera en su espina dorsal, y se obligó a ir poco a poco una vez
que pudo comer.
Mezdar avivó el fuego, y los tres hombres prepararon sus pipas para su fumada nocturna. Ella
ocultó un bostezo detrás de la mano y se acurrucó en su chal. A pesar del calor del fuego, el aire se
había vuelto frío. Silhara, a gusto en compañía de los Kurmanos no levantó la vista de su pipa que
estaba llenando.
—Busca tu cama, Martise. Me quedaré levantado por un rato. Este es un país de bandidos, y
vamos a hacer guardias. Pon tus mantas con las mías. Estaremos más calientes de esa manera. Y
déjate los zapatos puestos. Me reuniré contigo pronto.
Se había acostumbrado a que él se acurrucara contra ella al dormir. Incluso los suaves
ronquidos susurrados en su oído la confortaban, y siempre existía la posibilidad de que cuando él
despertara, la quisiera debajo de él. O encima de él. Martise se sonrojó ante las imágenes
sensuales que jugaban en su mente.
Ella preparó la cama como él le indicó, se metió bajo las mantas, con sus zapatos puestos, y se
quedó dormida. Se despertó cuando Silhara se deslizó debajo de las mantas y se acostó con su
pecho contra su espalda. Él pasó su brazo por su cintura y encajó su pierna entre las de ella a
través de sus pesadas faldas. Su suspiro le hizo cosquillas en la oreja.
—Sería mucho mejor si estuvieras desnuda, pero esto servirá.
Se levantaron antes del amanecer. Peyan, que había tomado la última guardia, ya había
preparado el té y recalentado el pan de enjita sobrante para desayunar. El sol comenzaba a
asomarse en el horizonte cuando se pusieron en marcha hacia la aldea Kurmana.
El aire se hizo más frío y más delgado a medida que cabalgaban a través de los pasos de
montaña. El sol estaba alto y brillante, pero Martise se envolvió en su chal y se presionó contra la
espalda de Silhara. Mosquito mantuvo un ritmo constante, respirando con más dificultad en el aire
fino. A diferencia de él, los caballos de montaña no sufrían los efectos de la elevación creciente y
pasaron adelante a un ritmo rápido. Parches de nieve se habían derramado de los terraplenes
sobre los caminos llenos de baches. Un fuerte viento gemía como un suave lamento al azotar
entre los altísimos árboles de hoja perenne que cubrían la ladera de la montaña.
Silhara llamó a un alto repentino. Martise miró alrededor de su brazo, esperando ver algún
obstáculo en su camino. El camino estaba despejado, con solo los Kurmanos mirándolos con
curiosidad.

Realizado por GT Página 149


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—¿Qué pasa?
—Estás temblando lo bastante fuerte para hacer castañetear mis dientes. —Él movió su pierna
hacia atrás y desató uno de los paquetes atados a la silla de montar—. Baja.
Martise se deslizó del lomo de Mosquito. Silhara la siguió y sacó una de sus mantas del
paquete.
—Aquí. Envuélvete con esto.
Ella solo había colocado la manta sobre sus hombros cuando él la levantó y la echó al lomo de
Mosquito una vez más, esta vez en el frente de la silla plana. Aferró las crines del caballo con una
mano y la manta con la otra. Silhara saltó detrás de ella, la atrajo contra él y tomó las riendas.
—Mejor —dijo y silbó a los Kurmanos que lo esperaban que estaba listo.
Martise no podía estar más de acuerdo. El calor de la manta y el calor del cuerpo de Silhara
calaba su ropa y en sus huesos. Se apoyó en su pecho.
—Esto es bueno.
Un rumor divertido vibró cerca de su oído.
—Me alegro que lo apruebes. —Su mano se deslizó bajo la manta, vagó por su vientre y anidó
su pecho. Martise contuvo el aliento mientras sus dedos excitaban su pezón a través de su chal y
la túnica. El calor que la rodeaba se volvió abrasador—. Estoy de acuerdo —él murmuró en su
oído—. Esto es bueno.
Detuvo su provocación cuando ella se retorció lo suficiente en la silla para casi desmontarlos a
los dos, pero dejó su mano en el pecho, contento de solo abrazarla. Martise estaba lista para tirar
lejos la manta y su chal. El toque de Silhara la había dejado con un dolor palpitante entre sus
muslos. Ella sonrió un poco al sentirlo duro contra su espalda. Ella no era la única afectada por sus
provocaciones.
Él frotó la parte superior de su cabeza con su barbilla.
—Habrá un banquete esta noche. Los Kurmanos buscan cualquier razón para tener una
celebración. Los visitantes a su campamento es una tan buena como cualquier otra. Los hombres
comen separados de las mujeres, por lo que no te sentarás conmigo.
Una vez más, una separación no solo de roles, sino de proximidad.
—¿Las mujeres Kurmanas son tales parias entre su propia gente?
—No te apresures a juzgar. Puede parecer de esa forma para un extraño, pero las Kurmanas
son bien respetadas. Poseen propiedades independientes de sus maridos. La dote que un hombre
presenta para una novia nueva proviene de la madre de él y es entregada a la madre de la novia.
Ella es la propietaria de los rebaños, las alfombras, incluso de las casas. Las mujeres también eligen
al sarsin.
Martise, aturdida por sus revelaciones, se retorció en la silla para mirarlo.
—Nunca había oído hablar de tal cosa. ¿Poseen propiedades? —Ella no se molestó en ocultar
su envidia. ¿Que era comer después de los hombres comparado con tener algo propio, no
vinculado a un padre o un marido?
El tono de Silhara fue sarcástico.
—La gente de las llanuras podría aprender algo de estos salvajes de las montañas, ¿no te
parece?

Realizado por GT Página 150


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Ella miró al frente y miró a los Kurmanos cabalgando delante de ellos. Incluso la mujer
aristócrata más elevada, no podía reclamar tierras o propiedades. Los bienes siempre pasaban al
pariente varón vivo más cercano. Tal vez, pensó, sería una cosa buena ser Kurmana.
—¿Quién te servirá ya que nos sentaremos separados?
—Si yo fuera un miembro de la tribu, una de mis esposas me serviría. Ya que soy un invitado,
una de las matriarcas lo hará. Tú eres una invitada también. Aunque no te atenderá una matriarca,
no se espera que sirvas en las festividades.
—Me siento más cómoda atendiendo, no siendo atendida.
La diversión perduraba en su voz.
—Hablas como un siervo de nacimiento. —Su voz fue más cauta cuando habló la siguiente
vez—. Estos son parientes de mi padre.
Martise le miró las manos. Llevaban las riendas en un férreo control.
—Pensé que podrían serlo. Cuando te conocí, me pregunté si tendrías sangre Kurmana
corriendo por tus venas. ¿Estará él aquí?
—No. Él murió cuando mi madre todavía estaba embarazada. Su gente ni siquiera supo de mí
hasta que alcancé mi vigésima temporada. Ellos llegaron a negociar a Neith con mi mentor.
Algunos vieron el parecido entre nosotros, hicieron las preguntas correctas. Es difícil pasar por alto
la nariz y los pómulos Kurmanos.
Ella pasó su pulgar por sus nudillos.
—Lo siento.
Silhara se encogió de hombros detrás de ella.
—Fue hace mucho tiempo. Uno no pierde lo que nunca tuvo.
Se sumieron en un silencio cómodo, y ella dormitó a intervalos cortos, envuelta en un capullo
hecho de mantas y del cálido balanceo de Silhara. Estaba despierta cuando finalmente llegaron a
las afueras de la aldea Kurmana. Ubicado en lo alto de las montañas y rodeado de una arboleda de
pinos que lo protegía, el pueblo se extendía por un claro plano. Tiendas negras luciendo banderas
brillantes en tonos rojo y amarillo compartían espacio con viviendas más permanentes,
construidas de piedra tosca, y techadas con ramas entretejidas mezcladas con barro secado al sol.
Los techos eran únicos, construidos en forma de cúpula con un agujero en el centro del cual se
escapaba el humo en espirales perezosos.
Unas pocas ovejas deambulaban por el centro de la aldea, y los niños competían con los perros
para ver quién podía perseguir más rápido a las gallinas que cacareaban. Eran acompañados por
las reprimendas de las madres, mujeres vestidas con ropa colorida que atendían los fuegos para
cocinar o sentadas ante los telares fuera de sus puertas.
Peyan azuzó su caballo al trote y alertó a la población de su llegada con un fuerte, —¡Aiyee!
Como una sola entidad, el pueblo entero se arremolinó para darles la bienvenida. Mosquito se
quedó pacientemente parado mientras muchas manos le palmoteaban el cuello y acariciaban la
cruz. Silhara desmontó y ayudó a Martise a bajar. Él le dio unas palmaditas también, y en medio
del excitado parloteo, ella escuchó la palabra "kurr" varias veces, una expresión cariñosa que
reconoció por "hijo".
Al igual que Peyan y Mezdar, los Kurmanos eran de tez morena, más oscuros que Silhara pero
con el mismo pelo y ojos negros. Sus caras eran más amplias y los ojos más rasgados. Muchos

Realizado por GT Página 151


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

tenían la misma nariz aguileña que él y los mismos pómulos prominentes, pero no su estatura.
Silhara era mucho más alto que el aldeano más alto en la multitud.
Las mujeres vestían chalecos similares a los de los hombres, pero sus camisas eran más
brillantes, y sus faldas caían en un despliegue de colores azulino, azafrán y escarlata. Sus cabellos
oscuros estaban arreglados en intrincadas trenzas y decorados con cuentas pintadas. Todos los
ojos de pronto se centraron en ella.
No habituada a tanta atención, ella se sonrojó y e hizo una reverencia torpe. Por lo menos, no
tartamudeó su saludo Kurmanji.
—Una luna clara sobre ustedes. Me siento honrada de partir el pan.
Más parloteo siguió a su saludo, junto con algunos admirados "ooohs. " Una joven en la
multitud exclamó,
—¡Qué voz tan hermosa! ¿Cantas?
Silhara se puso blanco. Martise trató de no echarse a reír por su expresión horrorizada.
—No, lo siento. No canto para nada bien.
Una ronda de protestas decepcionadas resonó en la multitud, y Silhara dio un audible suspiro
de alivio. Sonrió al ver el ceño indignado que ella le disparó.
Fueron escoltados al corazón del pueblo por toda la población. Había mucha charla entusiasta
acerca de una celebración de bienvenida esa noche y pidieron a Silhara que les diera noticias de
las llanuras. Un repentino silencio cayó sobre los habitantes del pueblo, y la multitud se partió.
Una majestuosa figura se acercó a ellos. Vestido muy similar a los otros hombres Kurmanos con
chaleco bordado y pantalones pardos, se destacaba entre la multitud. Su sombrero de copa añadía
altura a su figura diminuta y lucía un rubí del tamaño de un huevo de petirrojo. La vida y el sol
habían tallado fisuras en una cara oscura, medio oculta por una barba blanca que llegaba a sus
rodillas. Martise se impresionó por su presencia, su tranquilo poder y autoridad.
Silhara se reunió con él a mitad de camino e hizo una reverencia baja con las manos
entrelazadas como si estuviera rezando.
—Me siento honrado, Sarsin.
El sarsin carraspeó. Sus ojos oscuros se arrugaron en las esquinas, y su boca, casi oculta por la
barba, se convirtió en una sonrisa.
—Es bueno tenerte aquí, kurr. —Él miró a Martise—. ¿Has traído a tu mujer?
—La traje. Ella me sirve bien y es un gran consuelo en una noche fría.
Martise se tensó. Ella había hecho más por Silhara que actuar como servidora de té y
calentadora de cama. Con la misma rapidez se relajó. Bendewin algunas veces había mencionado
lo bien valorada que era una mujer Kurmana que atendía a su compañero y lo complacía entre las
sábanas. Mientras Martise juzgaba su valor por su educación, a los ojos de los Kurmanos, Silhara
acababa de hacerle un gran cumplido.
Los dos hombres se estrecharon las manos, y el sarsin lo llevó lejos de la multitud. Silhara le
habló a Martise por encima del hombro.
—Ve con las mujeres. Ellas te mostraran el pueblo y te llevarán a la casa que compartiremos. Te
veré esta noche.
Martise lo vio alejarse, nerviosa pero decidida a dar una buena impresión a sus parientes. Se
puso de pie dentro de un círculo de mujeres y niños que le hicieron numerosas preguntas. El
Kurmanji volaba tan rápido, que tenía que pedirles que le repitieran. En una pausa en la

Realizado por GT Página 152


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

conversación, una mujer Kurmana con el pelo veteado de blanco se abrió paso frente a la
multitud.
—Eso es suficiente por ahora. Ellos han viajado mucho y querrán descansar y tomar un baño. —
Ella miró a Martise quien asintió con entusiasmo.
La vivienda a la que la mujer la llevó era una de las grandes casas de piedra en la aldea. Martise
la siguió al interior y fue inmediatamente inundada de calor. La casa era una gran habitación
individual, iluminada por el fuego que bailaba alegremente en un hoyo en el centro del piso.
Alfombras cubrían el suelo, proporcionando un piso suave. Filas de frascos y baúles estaban
adosados a las paredes, y varias pieles de oveja componían una cama. El humo del fuego se
elevaba hacia el techo y desaparecía por el agujero que permitía que una columna de luz solar se
filtrara. Esquivó las numerosas almohadas y pasó por cadenas de ajos y pimientos secos que
colgaban de las vigas.
Su acompañante señaló el fuego. Hablaba con acento de las Llanuras en vez de Kurmanji.
—Alguien volverá con el té y agua para un baño. ¿Has comido?
—Todavía no.
La mujer se movió por la habitación, enderezando las mantas de la cama y revisando el
contenido de algunas de las jarras. Se volvió a Martise y la evaluó con la misma mirada valorativa.
—Yo soy Dercima, la cuarta consorte de Karduk. Mi hermano era el padre de Silhara.
Martise ocultó su sorpresa con otra reverencia.
—Yo soy Martise de Asher. —Hizo una pausa. ¿Cómo se podía presentar? Silhara ya la había
llamado su mujer, pero ese era más un reclamo que un título oficial. Se decidió por algo aplicable
al momento—. Sirvo en Neith.
La mirada de Dercima era astuta, y aunque no era más alta que Martise, se las arregló para
mirarla hacia abajo por el largo de su nariz. Martise reconoció de inmediato la expresión.
—Tú no eres lo que yo esperaría de mi sobrino.
¿Cuántas veces había oído palabras similares en su vida?
—Sorprendo a la gente a veces.
Los rasgos sombríos de Dercima se relajaron con un toque de diversión.
—Sospecho que lo sorprendiste. —Enderezó una almohada antes de caminar hacia la puerta—.
Descansa por ahora. Silhara volverá más tarde. Mi marido va a querer hablar con él, y Karduk
puede ser de largo aliento.
—¿Se parece Silhara a su padre?
Su pregunta hizo que Dercima se detuviera. Se dio la vuelta. La luz del fuego se reflejaba en su
mirada tranquila.
—Sí, pero los ojos de Silhara son mucho más antiguos de lo que fueron los de Terlan alguna vez.
Es un hombre más duro, uno más oscuro. Abrazas una sombra. —Ella se agachó y salió por la
puerta, poco antes de que Martise pudiera preguntarle más.
Ella no se quedó sola por mucho tiempo. Tres mujeres jóvenes golpearon a la puerta y entraron
en la casa con suministros para un baño, un plato rebosante de comida, un robusto caldero de
agua y una tetera. Martise murmuró su agradecimiento mientras salían. Sola en la casa, puso el té
y el caldero al fuego y se sirvió la comida. No había Kurmanos aquí para reprenderla por comer
antes de que Silhara regresara.

Realizado por GT Página 153


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

La comida era un picadillo de carne molida de cordero, lentejas y pimientos. Ella usó el plano
pan enjita como una cuchara y bebió la mitad de la tetera de té para calmar el fuego picante de los
pimientos en su lengua. Después, comprobó el agua del caldero, se deshizo la trenza y se desvistió
para un baño rápido. Afuera, el aire fresco olía a nieve, pero dentro de la casa hacía calor, y
Martise se tomó su tiempo en enjabonar y enjuagar el polvo del camino de su cuerpo.
—Ser recibido por semejante visión cada vez que entro a una casa.
Ella divisó a Silhara en la entrada con un brillo de admiración en sus ojos oscuros. Martise bajó
los brazos a los lados y le ofreció una vista sin obstáculos de su cuerpo.
—Criado en un burdel, yo diría que semejante visión era común para ti.
Él caminó hacia ella lentamente, acariciándola con la mirada mientras se acercaba.
—Cierto. —Él dibujó un delicado patrón sobre sus pechos desnudos y su vientre—. Pero no eres
común, aunque solo tengas dos pechos.
Él le provocó una risita, al tiempo que le calentaba la sangre con su cercanía y su contacto.
—¿Has hablado con el sarsin? —Ella jadeó y se arqueó cuando él se inclinó, tomó su pezón en
la boca y chupó. Martise enterró sus manos mojadas en su pelo y gimió, sin importarle que
probablemente estuviera mojando el frente de su túnica.
Silhara colocó un último beso en la punta de su pezón antes de alejarse. La luz del fuego
enfatizaba el color en sus pómulos afilados, y sus ojos brillaban.
—Por ahora. Fue más un saludo formal que otra cosa. Él querrá volver a hablar esta noche.
Karduk es de largo aliento.
Ella se rió.
—Eso es lo que dijo tu tía.
—¿Has hablado con Dercima? Ahora, he ahí una mujer para desafiar a un dios. Ella es la cuarta
de las seis consortes, y la más poderosa en la casa de Karduk. Ella los gobierna a todos.
Habló de ella con cariño y mucho respeto. A Martise le gustó ver este lado de él, un hombre
libre del desprecio habitual. Dejó el paño húmedo en el borde de la caldera y cogió otro para
secarse. Silhara le quitó el paño.
—No. Termina tu baño.
—Pero hay comida…
Una ceja negra se arqueó.
—Y comeré mientras te bañas.
La mirada sesgada que le echó la sedujo, y ella respondió a su desafío tácito. En la intimidad de
la casa Kurman, ella no era sierva, ni él era maestro. A él le complacía mirarla. A ella le complacía
que él lo hiciera.
El resto de su baño fue lento y lánguido. Silhara se sentó con las piernas cruzadas apoyado
contra uno de los cojines y comió el resto de la comida de su plato. Ella ocultó su sonrisa cuando,
demasiado distraído por el camino de la toalla en su cadera, estuvo a punto de poner su mano en
el fuego en lugar de en el mango de la tetera. Ella era la simple Martise, pero en esos momentos
se sentía más bella y sensual que todas las Anyas del mundo. Se deleitaba con la decadencia de
tentarlo. Él era el sarsin aquí y ella la consorte actuando para su placer.
El rostro de Silhara se tensó mientras ella corría la tela secando el interior de su muslo, casi
hasta su cunnus. Tiró la taza de té vacía a un lado y la alcanzó, envolviendo una mano alrededor de

Realizado por GT Página 154


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

su pantorrilla. Martise dejó caer el paño y esperó. Él se puso de pie rápidamente, apoyando las
manos en sus caderas.
Ella jugó con los cordones de la túnica.
—¿Las mujeres Kurmanas bañan a sus hombres?
Las callosas manos acariciaron un camino desde sus caderas a su cintura, hasta la curva exterior
de sus pechos.
—A veces. La consorte de un hombre puede optar por hacerlo. El privilegio del matrimonio. —
La sonrisa de Silhara era vacilante.
Uno de los cordones se desplegó entre sus dedos.
—Quiero bañarte.
Él perdió la sonrisa.
—¿Por qué?
Que hombre tan precavido, a pesar de su brusca franqueza para hablar. Su corazón le dolía en
el pecho, aunque su cuerpo ardía de deseo. Ella lloraría por él cuando se fuera de Neith. La punta
de su dedo le recorrió el puente arqueado de la nariz.
—Porque es un placer tocarte, un placer mirarte. El hombre que hace esto… —Ella puso su
mano sobre su pecho, dejándole sentir el pico sensible de su pezón—. Y esto… —Ella guió esa
misma mano entre sus piernas y abrió los muslos para que sus dedos se deslizaran en la humedad
de allí.
Silhara cerró los ojos y gimió. Esos dedos maravillosos trabajaban su propia magia en ella,
deslizándose dentro para acariciar y excitar. Su lengua imitó sus dedos cuando inclinó la cabeza de
Martise hacia atrás y la besó.
Durante varios minutos, Martise se perdió en su contacto antes de que recuperara sus
pensamientos y le apartara la mano. Silhara gruñó en señal de protesta, pero no la detuvo. Los dos
estaban sin aliento.
—Yo no pido mucho —jadeó ella.
Su mirada la desnudó hasta el alma.
—Lo pides todo. —Él continuó mirándola, las sombras girando en las profundidades de sus
ojos. Sus hombros se levantaron en una respiración profunda—. Como quieras.
La euforia se entrelazó con el deseo. Martise lo despojó de sus ropas, tirándolas a un lado con
tal entusiasmo, que él se echó a reír. Hizo una pausa cuando él quedó desnudo delante de ella,
únicamente vestido con la vacilante luz de la llama baja de la chimenea. Su pulida piel que
palidecía bajo la cintura estrecha, los hombros anchos y sus piernas largas. Era hermoso, y sus
dedos cosquilleaban por el ansia de rendir homenaje a esa belleza masculina.
El agua que quedaba en el caldero todavía estaba caliente, y ella mojó un paño nuevo. Silhara
se quedó inmóvil durante sus lentas atenciones, tomando aliento audiblemente cuando la tela se
deslizó entre sus muslos y pasó sobre sus testículos en una suave caricia. Ella se tomó su tiempo,
disfrutando de la vista de su piel reluciente con gotas de agua. Él se tambaleó sobre sus pies
cuando ella lo jabonó y pasó sus manos resbaladizas por sus costillas, su columna vertebral y sus
glúteos apretados. Un suspiro de placer se le escapó cuando ella curvó sus dedos resbaladizos
alrededor de su pene y lo acarició.
Silhara tenía las manos empuñadas a los lados. Su cara, enrojecida por el calor del fuego y el
calor que Martise encendió en él, estaba dibujada en ángulos agudos. Su voz fue áspera.

Realizado por GT Página 155


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—Termina pronto, o habrá jabón en la cama.


Ella se rió suavemente y escurrió agua sobre él para quitar el jabón. Estaba mojado y brillante y
excitado. Martise dejó caer el paño en el caldero. Sus labios revolotearon contra su barbilla.
—La cama está demasiado lejos.
La respiración de Silhara se aceleró aún más cuando ella se aprendió su cuerpo con su boca,
labios y lengua jugando con sus tetillas, pasando por su estómago, el ángulo prominente de su
cadera, hasta los muslos delgados y musculosos. Silhara enterró sus manos en su cabello y
masajeó su cuero cabelludo con dedos temblorosos. De rodillas ante él, Martise se encontró con
su mirada oscura y cerró su boca sobre la punta de su polla. Él fue el primero en romper su
mirada, echando la cabeza hacia atrás para jadear de placer cuando ella lo tomó por completo,
hasta la empuñadura.
Él estaba dotado como cualquier otro hombre, pero encajaba en su boca tan perfectamente
como encajaba dentro de su cunnus, como si estuviera hecho para ella y solo para ella. Martise lo
saboreó, la piel tirante de su miembro contra su lengua, el canto sensible corriendo a lo largo de
ella. Su aroma, de jabón y almizcle, le llenaba la nariz mientras él empujaba suavemente en su
boca. Los músculos de sus muslos largos se estremecían bajo sus manos, su agitación aumentó
cuando ella movió su mano por debajo para acariciar sus pelotas.
Profundos gemidos brotaban de él. Tras la sutil presión de sus manos sobre su cabeza, Martise
lo chupó más duro, arremolinando su lengua más rápido sobre el eje y la cabeza de su polla. Lo
dejaba caer de su boca antes de tomarlo hasta la empuñadura una y otra vez. Su garganta emitía
sonidos incoherentes, y sus manos se apoderaron de su cabello. Dos impulsos profundos a lo largo
de su pene y él le llenó la boca.
Martise lo bebió, saboreando la sal en la parte de atrás de su lengua. Continuó chupando,
drenándolo hasta que su polla blanda se deslizó de su boca y se le doblaron las rodillas. Se
desplomó delante de ella, la cabeza baja, jadeando más fuerte que un caballo sin aliento. Él se
movió lo suficiente como para descansar la frente en su hombro. Estremecimientos residuales lo
sacudieron. Martise pasó las manos por su pelo sedoso, humedecido en las sienes con el sudor.
—¿Te he complacido?
Silhara levantó lentamente la cabeza para mirarla. El color marcaba sus pómulos. Sus pupilas se
tragaron el ligero negro de sus ojos.
—¿Complacido? Me has vencido.
Se puso en pie y la llevó con él a la cama. Se tendieron en las pieles suaves.
—Vas a mantenerme caliente —dijo y la bajó encima de él. Martise se extendió sobre su
cuerpo, recorriendo sus pantorrillas con los dedos de los pies y abriendo sus muslos para anidar su
polla contra su cunnus. Ella lo deseaba. Sus muslos estaban resbaladizos por el deseo, pero podía
esperar. Él estaba agotado por sus atenciones, y era un placer estar acostada con él, besando la
fuerte columna de su garganta y saboreando su boca en la suya. Su lengua envolvió la de ella en
un juego lánguido, los dientes mordieron suavemente su labio inferior.
—Estás mojada para mí —murmuró él contra su boca.
—¿Cómo no podría no estarlo? —Ella lamió la comisura de su boca—. Eres hermoso al tacto y
al gusto. —Ella no se avergonzaba por la sincera pasión por él. Él era su amante, y ella lo deseaba
por encima de todas las cosas.
Un suave empujón contra su cunnus le hizo saber que sus palabras lo afectaban. Él la tumbó de
espaldas y se inclinó sobre ella.

Realizado por GT Página 156


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—A mí también me gusta saborearte, y tengo tiempo suficiente para disfrutar.


Él la tomó como ella lo había tomado, usando sus labios y su lengua para llevarla a la locura.
Ella se deshizo en sus brazos, gritando su nombre mientras arañaba sus hombros y apretaba las
piernas contra sus costillas. El palpitar entre sus piernas no disminuyó cuando él se alzó sobre ella,
la volvió sobre su estómago y la levantó de manos y rodillas. Él no dijo nada, solo separó sus
muslos con sus rodillas y agarró su nuca con una mano.
Martise gimió, arqueando la espalda para alentarlo. Él la montó en silencio, su pene rígido
hundiéndose en ella hasta que fue duro contra ella. Ella se deleitó con la sensación, una plenitud,
un estiramiento cuando su polla bombeó dentro y fuera de ella. Los músculos internos lo
agarraron, tratando de retenerlo dentro de ella, y Silhara gruñó. Apretó más su cuello, y empujó
dentro de ella más rápido, más profundo hasta que Martise pensó que podía sentirlo en la parte
de atrás de su garganta. Despojado del cortejo y los rituales entre hombres y mujeres, esto era
una reclamación, la posesión primitiva del macho de una hembra dispuesta.
Una última embestida, y él gruñó su triunfo. Un flujo de calor pulsó profundo dentro de ella. La
mano que sostenía su nuca se aflojó, deslizándose por su hombro en una lenta caricia. Silhara los
movió a ambos de costado con cuidado, manteniendo la íntima conexión al acurrucarse contra
ella. Su corazón latía fuerte contra la espalda de Martise.
—Si no fuéramos los invitados de honor, no asistiríamos a las festividades de esta noche. —Sus
palabras estaban entrecortadas mientras recobraba el aliento.
Martise, contenta de yacer allí y disfrutar de la sensación de tenerlo dentro y alrededor de ella,
estuvo de acuerdo.
—Yo estaría muy feliz de quedarnos así y que celebraran sin nosotros. Pero ellos nos querrán
allí. Sobre todo a ti.
Silhara pasó la mano por la curva de su cadera hasta coger su pecho. Le hocicó la coronilla.
—Habrá comida y buena compañía, la cerveza lo bastante gruesa para filtrarse entre los dientes
y mucho baile. Se preguntarán por qué no puedo hacer nada más que gatear en mis manos y
rodillas. Me has drenado la vida.
Martise se rio entre dientes.
—Con todo el ruido que hicimos, dudo que se pregunten por qué no estás saltando alrededor
del fuego del pueblo.
Él se rio y le dio una palmada en la cadera antes de rodar. Un chorro de calor húmedo bañó sus
muslos cuando él salió de ella, y ella le dio las gracias cuando Silhara le alcanzó uno de los paños
secos. Cuando uno de los Kurmanos vino a convocarlos para la celebración, ya estaban vestidos, y
Martise había justo acabado de trenzar el cabello de Silhara.
El pueblo se reunió en torno a dos grandes fogatas, los hombres en una, las mujeres en otra.
Silhara asintió una vez hacia ella antes de ser llevado por los hombres. Las mujeres la llevaron a su
redil de buena gana. Martise se alegró de conocer algo de Kurman y pronto se unió a las
conversaciones que, inevitablemente, se centraban en los hombres, los niños y los chismes del
pueblo. Hablar de las propiedades y las especulaciones de la política fue nuevo para ella. Dado que
las mujeres Kurmanas poseían tierra y vivienda y elegían al sarsin del pueblo, tales cosas se
discutían entre ellas. Martise estaba fascinada y envidiosa.
La noche era clara y fría, y su aliento se arremolinaba frente a ella en una nube, pero la comida
era buena, la cerveza espesa como Silhara advirtió y el baile salvaje. Estaba mareada de aprender
los pasos y de aplaudir las manos con las mujeres mientras bailaban en un amplio círculo

Realizado por GT Página 157


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

alrededor del fuego. Ella vislumbró a Silhara, elegante como siempre, mientras bailaba con los
hombres. Se encontró con su mirada a través del fuego, y sus ojos ardían con una mirada que
prometía más de su juego más tarde en la noche. Ella deseó que la noche durara para siempre.
Aquí, en las altas montañas, rodeada por gente extranjera, era simplemente Martise. No de Asher,
sino de Neith. El estigma de la esclavitud no existía, y los parientes de Silhara la aceptaban como
una mujer unida voluntariamente a él.
Para cuando la celebración terminó, estaba caliente en su ropa y achispada por demasiada
cerveza. Silhara se acercó a ella mientras se despedía de sus compañeras.
—Karduk quiere hablar conmigo otra vez. Puede tener algo que nos ayude a derrotar a
Corrupción. —Su rostro era sombrío—. Los Kurmanos tardan una eternidad en terminar una
conversación. Por lo general hay un ritual de compartir una pipa, más cerveza, fumar más y aún
más cerveza. —Sonrió débilmente—. Tendré suerte de ver nuestra cama para el amanecer. Tú
vuelve y duerme un poco. Partiremos mañana, y quiero a uno de nosotros descansado.
Martise quería tocarlo, pero había demasiados observando, y los Kurmanos no mostraban
afecto en público, excepto a sus hijos. En su lugar ella se conformó con una reverencia.
—Estaré esperando.
Ella lo vio salir antes de encontrar su camino a su casa. Amontonó el carbón en el pozo de
fuego, se despojó de su ropa y se metió bajo las mantas que Silhara había tirado a un lado antes.
Se durmió de inmediato.
Un fuerte olor a tabaco la despertó de un profundo sueño. Martise, aturdida por el sueño y los
efectos residuales del exceso de cerveza, rodó de costado. La forma alta de Silhara se recortaba a
la luz del fuego sentado cerca de ella, fumando una pipa.
—Has vuelto —dijo—. ¿Qué hora es?
Las brasas en la pipa crujieron cuando él tomó una bocanada de humo. Ella distinguía solo el
contorno afilado de sus rasgos, pero sus ojos brillaban de color rojo bestial al resplandor del fuego.
—La hora más oscura. Vuelve a dormir. Me reuniré contigo luego.
Martise frunció el ceño, preguntándose si la cerveza había confundido de verdad sus sentidos.
La voz de Silhara era un eco de Corrupción, tan hueco y frío como una cripta.

Realizado por GT Página 158


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 1177

—Debes estar bien borracho. ¿Qué hombre sobrio se sienta afuera en la fría oscuridad,
mientras su mujer duerme sola en una casa caliente? —Dercima estaba de pie, arrojando una
larga sombra sobre sus pies. Con la luna brillante detrás de ella, Silhara no podía ver su expresión,
pero su tono era inquisitivo y ligeramente socarrón—. ¿Cuánto shimiin arkhi has tomado esta
noche?
—No lo suficiente. —Dio unas palmaditas en el suelo junto a él en señal de invitación—.
¿Quieres sentarte, tía? ¿Compartir una pipa? —Sostuvo un odre y una copa—. Incluso hay
suficiente arkhi aquí para adormecernos a los dos.
Su voz era apenas un murmullo, enronquecido por el exceso de humo y el caos arrasando en su
interior.
Dercima aceptó su invitación y se dejó caer a su lado. Asintió con la cabeza en agradecimiento a
Silhara cuando le pasó la pipa. Con la luz de la luna llena bañando sus rasgos bien marcados, él
pudo admirar la valoración sagaz en su mirada, incluso a través de la nube de humo que emergía
de la pipa.
—¿Qué te preocupa sobrino? Esperaba que estuvieras disfrutando entre los muslos de Martise
ahora mismo. ¿Te ha echado de la cama?
Él apuró el lico de su copa, ya sin hacer muecas ante el sabor amargo, y se volvió a servir del
odre. La leche fermentada de yegua no era Fuego de Peleta, pero serviría.
—Martise nunca me ha rechazado.
—¿Y si lo hiciera?
Silhara sonrió en su copa. Su formidable tía lo estrangularía con su propia trenza si le daba la
respuesta incorrecta.
—No tengo ningún interés en tomar por la fuerza lo que puedo comprar o lo que me han dado
libremente.
El humo se arremolinó como una corona turbia alrededor de la cabeza de Dercima.
—¿Entonces por qué estás aquí?
—Yo podría preguntar lo mismo de ti.
Ella se encogió de hombros.
—Karduk en este momento está ocupado con su primera consorte, así que estoy libre hasta el
amanecer.
Él ocultó su diversión detrás de otro trago de arkhi. Ella podría ser la cuarta consorte del sarsin,
pero Silhara sospechaba que Dercima era la que determinaba cuando podía Karduk disfrutar de
sus favores. Le cambió la copa por la pipa.
—No me gustan los arrepentimientos ni los remordimientos —dijo él.
Dercima le ofreció una sonrisa arqueada.
—¿Y cómo te hace esto diferente al resto de nosotros?
No acostumbrado a su propio tipo de burla dirigida en contra suyo, las cejas de Silhara se
elevaron.
—¿Siempre eres tan directa al hablar?
Ella soltó una risita y sorbió de la copa.

Realizado por GT Página 159


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—No heredaste ese rasgo de tu padre. —Su mirada lo mantuvo en su lugar—. Ahora dime,
¿qué estás haciendo aquí? Y no te molestes en ocultarlo. Karduk me lo dirá si le pregunto.
No era ninguna sorpresa. Silhara se encogió de hombros.
—Pensando en la divinidad, la destrucción y el sacrificio.
Le dio una palmadita en la espalda cuando ella se atragantó con la bebida. Lo miró con ojos
llorosos y le golpeó con fuerza el brazo para alejarlo.
—Deja de hacer eso.
—Mis disculpas. —Inhaló tranquilamente de la pipa y se encontró con su mirada.
—La mayoría de los hombres reflexionan sobre qué caballo van a vender, que prometida van a
tomar o a qué juego de dados se unirán.
Silhara inclinó la cabeza hacia atrás y miró el cielo lleno de estrellas. La estrella de Corrupción lo
había seguido, situándose por encima de los arboles con su halo de luz sombría. Sobre ellos,
dentro de la manta de luces centelleantes, la constelación de al Zafira brillaba y se burlaba de él
desde lo alto.
—Yo no soy la mayoría de los hombres.
—No, no lo eres, aunque te he visto jugar a los dados con los mejores. —Dercima le guiñó el
ojo.
Incluso cuando estaba en su momento más melancólico, Dercima aún podía hacerlo reír.
—Si hay tiempo mañana, antes de irme, jugaremos una partida o dos. Siempre estoy en
necesidad de un par de monedas.
—Estás evitando mi pregunta, Kurr.
Si, lo estaba haciendo, y por una buena razón. La información que Karduk le había dado, se
incrustaba como una mancha cruda en su alma. Tenía que tomar una decisión. Ninguna de ellas
buena. Inhaló dos veces más la pipa antes de contestar.
—Pensé que Berdikhan no era más que un demonio Kurmanji.
Dercima dibujó un signo protector ante la mención del nombre.
—Para cuando murió, lo era. Cualquier Kurmano que sacrifique a sus esposas e hijos para ganar
más magia es un demonio. Las tribus tardaron demasiado en exiliarlo. Y a decir verdad, deberían
haberlo matado en lugar de eso.
Dercima alcanzó la pipa.
—¿Por qué te molesta? Berdikhan y sus malas acciones están casi olvidadas por el pueblo. ¿Es
esto lo que te ha traído aquí afuera?
Silhara consideró qué decirle a su tía. Dercima era reservada. Y tenía una gran fuerza de
voluntad. Nada menos que la tortura la haría hablar, y aun así no estaba seguro de que lo hiciera.
Sin embargo, otra persona dependía de su discreción, ella había puesto su fe en su promesa de
guardar el secreto.
—Martise y yo recuperamos los manuscritos de Iwehvenn.
Los ojos de Dercima se abrieron por completo.
—¿Eres idiota? ¿Qué estabas haciendo en el salón de un lich? ¿Y arrastrando a la muchacha
contigo? —Dercima lo miró por encima del hombro en señal de desaprobación.
—¿Quieres escuchar el resto o no?

Realizado por GT Página 160


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Su boca se convirtió en una fina línea pero contuvo su lengua. Silhara observó cómo su
mandíbula se apretaba alrededor de la boquilla de la pipa. Estaría en la puerta del sarsín al alba
exigiendo que le pagaran si su obstinada tía rompía su pipa favorita con los dientes.
—Me llevé a Martise conmigo para que pudiera traducir. Los manuscritos fueron escritos en
Helenese antiguo. Yo no lo leo. Ella sí. —Se terminó la copa de arkhi y la dejó a un lado. Su
estómago estaba revuelto y no quería que lo que había bebido cuajara más de lo que ya lo había
hecho—. Nos encontramos con varios pasajes que describen la muerte de un antiguo dios llamado
Amunsa. Fue atrapado y destruido en una reunión de magos-reyes del norte. Fueron ayudados por
“un rey del sur”. Un hombre al que llamaban Birdixan.
Usó la pronunciación Helenese, alargando la palabra y poniendo énfasis en la primera sílaba.
—¿Y piensas que este era Berdikhan? —Ella esbozó un gesto en el aire una vez más.
—Estoy seguro de ello. Las tierras lejanas no tenían reyes en ese momento, solo jefes y
sarsines. Pero un sarsin que gobernaba varias tribus como Berdikhan sería visto como un rey por
los señores del norte. Y los nombres son lo bastante similares como para tenerlo en cuenta.
—¿Así que Karduk no te dijo nada que ya no supieras? —Resopló Dercima—. Viejo charlatán.
Probablemente solo quería una excusa para que lo visitaras.
Silhara sonrió. Dercima podría quejarse de su marido, pero notó el afecto por él en su voz.
—Lo descubriré con el tiempo y la ayuda de Martise. Pero el tiempo no está a nuestro favor.
Corrupción se hace más fuerte. El Cónclave se impacienta. —Y el dios filtraba su avaricia en sus
sueños casi todas las noches ahora—. Karduk me mostró que yo había pasado por alto lo obvio —
dibujó el símbolo misterioso que aparecía al lado del nombre de Berdikhan en los manuscritos—.
Zafira.
Dercima miró hacia el cielo, y Silhara siguió su mirada. Ambos se quedaron mirando la
constelación, grabada en la oscuridad de la noche en un laberinto de estrellas atravesado por dos
vías de estrellas más, coincidente con el símbolo en los papeles Heleneses.
—Pobre Zafira. —Ella le pasó la pipa a Silhara. —Toma. Fúmate lo último. Ya he tenido
suficiente. —Su falda ondeó cuando sacudió los pliegues de la tela con sus manos—. He aquí una
trágica historia. Me gusta pensar que ella lo amaba y le dio voluntariamente su poder. Pero la
suerte de una bide jiana ha sido siempre una a la fuerza, no con su consentimiento. Sospecho que
Berdikhan la sacrificó de la misma manera que sacrificó a sus otras consortes.
El humo de la pipa le llenó la boca, acre ahora en lugar de picante. El arkhi burbujeaba
amenazante en su vientre. Berdikhan había usado a su esposa dadora de vida para tratar de
utilizar un dios y gobernar el mundo. La historia bien podría repetirse.
—¿Qué vas a decirle a los sacerdotes cuando regreses a Neith?
Nada si podía salirse con la suya, pero era poco probable. Por mucho que ambas partes
pudieran detestar la idea, él iba a necesitar su ayuda, y ellos la suya para derrotar a Corrupción. La
cuestión era si estaba dispuesto a morir en el intento o a sacrificar a otro por la oportunidad de
vivir. Imaginó a Martise durmiendo tranquilamente en la casa a sus espaldas, esperando a un
amante que contemplaba destruirla.
Si Dercima pudiera leer sus pensamientos en este momento, lo habría destripado con su
cuchillo de mesa.
—Tus pensamientos son sombríos. Este conocimiento que posees te preocupa enormemente.
¿Acaso no es bueno conocer alguna manera de derrotar al dios caído?
—Es un conocimiento útil. Ahora tengo que decidir qué hacer con la información.
Realizado por GT Página 161
GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—¿Te consideras un hombre inteligente? —Los ojos oscuros de Dercima reflejaban la luz de las
estrellas.
—Sí.
—¿Eres leal?
Él se rió entre dientes ante la pregunta.
—Eso depende. ¿Leal a quién?
—A ti mismo.
—Siempre. —Su curiosidad creció con sus preguntas.
Ella se levantó y él se puso de pie también.
—Un hombre con una visión clara de su propia alma siempre tomará una decisión sabia.
Silhara le tocó el brazo brevemente.
—Estoy menos preocupado por la sabiduría que por mi beneficio… propio.
Ella rodeó sus nudillos con sus dedos.
—¿Y la mujer que trajiste contigo? ¿Es solo una noche de placer o algo más?
Martise. Espía y amante, sierva y portadora de un inmenso poder sin explotar, que una vez fue
nada más que una molestia. Ahora, era la piedra angular sobre la que tomaría sus decisiones más
fatídicas.
—Ella es más que eso, y menos.
—Esa no es una respuesta muy buena, sobrino.
—Y tú haces demasiadas preguntas, tía.
Dercima sonrió.
—Me voy a la cama. —Su aliento se condensó—. Hace frío y lo siento cada vez más en mis
huesos estos días. Le dio un golpecito en el brazo—. No te quedes aquí afuera mucho tiempo.
Otros pueden despertar y verte. No quiero que la gente me pregunte por qué mi sobrino es un
idiota.
Él sonrió y se inclinó.
—Buenas noches, tía.
Su suave risa se desvaneció cuando emprendió su camino a través del área común abierta y
desapareció dentro de la casa de piedra más grande. Silhara se quedó mirándola unos instantes
antes de regresar a la casa que compartía con Martise.
Ella yacía como él la había dejado, tumbada de espaldas con un brazo estirado en el espacio
dónde él dormiría. Su pelo se extendía en ondas sobre el vellón, algunos mechones flotaban
cruzando sus mejillas y bajaban por su cuello.
No había querido despertarla antes. Su conversación con Karduk lo había dejado con las manos
temblorosas y la necesidad de volver a verla. Aunque había sido silencioso, el olor del humo de la
pipa la había despertado. Sonrojada por el sueño y el calor del fuego, se había girado hacia él con
una mirada soñadora. Él había estado a punto de apartar la mirada y agradeció cuando ella se dio
la vuelta y volvió a dormirse. Había salido huyendo después de eso.
Sus pensamientos giraban mientras limpiaba su pipa y se desnudaba. El fuego ardía bajo en el
pozo, avivó las brasas lo suficiente para calentar un poco la fría habitación. Birdixan de las crónicas
Heleneses no había sido un héroe, solo un hombre consumido por el deseo de poder que vio una
oportunidad de alcanzarlo, sin importar el costo. Berdikhan de los Kurmanos había viajado al

Realizado por GT Página 162


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

norte, no con el propósito de ayudar a los magos-reyes, sino para tomar el poder de Amunsa para
sí mismo. Había llevado a una de sus esposas con él, una dadora de vida y un sacrificio para su
avaricia devoradora. Había fracasado en su intento de ambas cosas, controlar al dios y el ataque a
los reyes. Y Amunsa había sido destruido.
Silhara se quedó pensando en esto último. Las acciones de Berdikhan, egoístas como eran,
habían sido la clave para el triunfo de los reyes. Un poderoso mago, fortalecido aún más por el
sacrificio de la bide jiana, había atrapado a Amunsa el tiempo suficiente para que los reyes lo
destruyeran. La idea había funcionado una vez. Podría funcionar de nuevo. ¿Pero al mismo precio?
Desnudo y frío, se agachó junto a Martise, admirando la forma en que sus mejillas
habitualmente pálidas, estaban sonrosadas por el calor del fuego cercano. Una vez la había visto
como poco agraciada. Ya no. En las sombras ribeteadas de rojo proyectadas por las llamas bajas,
ella era lo más hermoso que había visto jamás.
El recuerdo de su voz cuando lo había hecho volver del borde de la muerte en Iwehvenn
resonaba en su mente. “Quédate conmigo”. Esta petición había originado una necesidad interior,
prometía saborear algo que nunca antes había experimentado. Lo había sacado del abismo con la
tentación de su afecto. Él estaba tentado a pagarle con traición.
Levantó una guedeja de su suave cabello, dejándola caer por sus dedos en una cascada de
ondas rojizas.
—Deberías haberme dejado morir.

Realizado por GT Página 163


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 1188

Al primer indicio de la luz de la mañana dorando las copas de los naranjos de Silhara, Martise se
levantó silenciosamente de su cama para vestirse. Aún tibia por el calor de su cuerpo, inhaló
bruscamente ante el choque repentino de aire frío sobre su piel desnuda. Las mantas susurraron
contra sus piernas cuando extendió un muslo por encima de la cadera de Silhara y se arrastró
fuera de la cama. El movimiento le provocó una mueca de dolor. La noche anterior él había tenido
un voraz apetito por ella. No le había hecho daño, pero sus rudas atenciones habían dejado su
marca en sus caderas y un recordatorio en sus músculos.
Ella miró su silueta bajo las mantas. Tumbado sobre su estómago, con el rostro parcialmente
oculto por el recodo de su brazo. Aún estaba demasiado oscuro para distinguir su rostro. Se lo
imaginó demacrado y ceñudo, incluso durante el sueño. Desde su regreso de la aldea Kurman, él
había sido un caldero de burbujeante y silenciosa emoción, liberada solo en la oscuridad cuando
yacía bajo él.

Extenuado por amarla durante toda la noche, la había arrastrado sobre él y se había dormido
de inmediato. Su descanso no fue tranquilo. Sueños violentos lo hicieron agitarse en la cama, y en
dos ocasiones Martise esquivó por poco un golpe cuando él manoteó, luchando contra algún
demonio invisible. Ella consideró retirarse a su habitación donde podría dormir sin ser golpeada,
pero abandonó la idea. Sin importar cuales fueran los oscuros pensamientos que asediaban al
Maestro de los Cuervos en sus pesadillas, no lo dejaría solo con ellos.
Finalmente se tranquilizó, interrumpiéndose su calma por el ocasional murmullo de una
maldición y el suave ritmo de los ronquidos. Martise había suspirado de alivio y se había
acurrucado contra su costado. Dormir no fue fácil para ella. Había meditado sobre la inquietud de
Silhara y el sutil cambio en su comportamiento desde que regresaron a Neith.
Había notado el cambio la mañana en que empacaron sus cosas y se despidieron de los
Kurmanos. No le había preguntado que discutió con el sarsin, y él mantuvo silencio sobre el
asunto. Ese silencio se extendió por casi todo el viaje de regreso a Neith. Nunca jovial en el mejor
de sus estados de ánimo, estaba incluso más distante. Las pocas veces que habló fue para
comentar sobre su almuerzo o para instruirla en la forma de armar el campamento para mayor
protección; había estado distante, apenas reconociendo su presencia.
Martise estaba acostumbrada a ser ignorada por los demás. Pero no por él. Sus acciones
podrían haberla herido salvo por el hecho de que él la tocó constantemente durante el viaje de
regreso. Ella montaba delante de él, y la mantuvo fuertemente agarrada mientras conducía
Mosquito a casa. La noche que pasaron en la llanura, él se mantuvo vigilante mientras ella dormía.
Había despertado para encontrarlo pasando el pulgar y un dedo por su trenza, como si se tratara
de la cadena de un rosario.
Habían vuelto a Neith hace un día, y él permanecía taciturno y distraído. Incluso cuando la
había tomado tan apasionadamente la noche anterior, dijo poco, aunque sus ojos oscuros ardían
cuando la miraba. Ahora dormía, ajeno a sus movimientos. O eso pensaba.
—No es necesario que vayas de puntillas. Estoy despierto.
El leine se deslizó de sus dedos al oír su voz. Se dobló para recogerlo, e hizo una mueca de
nuevo.
—Perdóname. Traté de ser silenciosa.

Realizado por GT Página 164


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—Te hice daño.


Ella se detuvo. ¿La habría visto encogerse en la oscuridad? Su vista era excepcional. Se movía a
paso firme a través de los oscuros pasillos de Neith, aunque ella pensaba que no era más que una
gracia natural combinada con la familiaridad de sus dominios. Esos astutos ojos negros fallaban
muy poco.
Ella sonrió y se encogió de hombros para pasar el fino leine por su cabeza.
—No me di cuenta en el momento. Y probablemente te dejé uno o dos moretones a ti también.
—Ven aquí. —Su voz no era menos autoritaria a pesar de su ronquera. Las mantas susurraron, y
él se sentó.
Parándose pacientemente entre sus rodillas abiertas, Martise estudió su rostro austero en la
pálida luz que lentamente iba llenando la habitación. Las ojeras bajo sus ojos, revelaban un
cansancio que iba más allá de los músculos y huesos. Sus dedos cálidos tiraron de su leine,
levantando el ruedo hasta que sus piernas quedaron expuestas una vez más al aire frío. Ella jadeó
suavemente por su toque, un cosquilleo de calor revoloteó sobre su piel cuando él acarició las
marcas azuladas en sus caderas y el interior de sus muslos.
—No me refería a estos.
El reavivado deseo la recorrió cuando él dejó un ligero beso donde el muslo se curvaba hacia la
cadera.
—Lo sé.
Él apoyó la frente sobre su vientre.
—Di mi nombre.
Martise tragó el nudo alojado en su garganta. Algo estaba terriblemente mal. El volátil
hechicero que capturaba una tormenta, ridiculizaba a un dios y escupía en la cara colectiva del
Cónclave, estaba sentado delante de ella como un peregrino cansado buscando socorro en su
abrazo.
—Silhara. —Su pelo caía por sus dedos como una cascada de tinta mientras acariciaba su
cabeza. Su nombre se deslizó de su lengua, y ella saboreó la sensación. Amaba su nombre, la
elegancia de este en su boca, el sonido en sus oídos. En antiguo Coastal, su nombre significaba
“Inconquistable”, y el hombre que llevaba ese nombre estaba a su altura en todos los sentidos.
Ella tomó su mentón, e inclinó su rostro para poder mirar dentro de sus ojos. Sus mejillas
estaban ásperas por la barba de un día, y sus labios aún estaban hinchados por sus apasionados
besos de la noche anterior. Él suspiró cuando ella pasó los pulgares por encima de sus pómulos.
—Has dormido mal y has perseguido demonios en tus sueños. ¿Qué te preocupa?
Una ligera sonrisa curvó su boca y desapareció.
—No tengo que dormir para perseguir demonios, Martise. —Sus largos dedos deambularon
suavemente por la parte posterior de sus muslos—. Te preocupas por nada. Acostumbro a tener
mi buena cuota de malas noches. —Dejó caer el dobladillo de su leine.
No como esta. Al menos no desde que llegó a compartir su cama. Él no dormía muchas horas,
pero cuando lo hacía, dormía profundo y permanecía más inmóvil que un muerto entre sus brazos.
Anoche fue muy diferente, y Martise sospechaba que las palabras del sarsin, fueran cuales fueran,
pesaban mucho en los pensamientos de Silhara. El brillo de advertencia en sus ojos le dijo que no
siguiera indagando.

Realizado por GT Página 165


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Ella permaneció en su holgado abrazo durante unos momentos, contenta de simplemente


acariciar su pelo mientras él presionaba su mejilla contra su estómago. El ruido de cacerolas y el
portazo de la puerta del patio en el piso de abajo señalaron la llegada Gurn a las cocinas.
—Tengo que bajar y ayudar a Gurn. Ayer se quemó la mano con una olla caliente y estará torpe
por unos días debido a sus vendajes. ¿Necesitas algo de mí? —Se resistía a abandonarlo.
Los pliegues de su leine amortiguaron su risa.
—¿Puedes darme la salvación?
La extraña pregunta envió otro rayo de miedo a través de ella.
—No.
—Entonces un poco de té estará bien. —Se apartó de ella palmeándole suavemente el trasero.
Un humor sombrío endureció su sonrisa—. Los veré a ti y a Gurn en la cocina. Y dile que voy a
querer echarle un vistazo a esa quemadura.
Ella y Gurn habían casi terminado con el desayuno cuando Silhara finalmente hizo acto de
presencia. Bien afeitado, pero todavía demacrado, se sentó en su lugar habitual, y procedió a
beber tres tazas de té sin decir una palabra. Una mirada de soslayo de Gurn, y Martise movió su
cabeza. Silhara había estado pensativo en la intimidad de su habitación. Ahora estaba esquivo con
nubes tormentosas reuniéndose en sus ojos. Las naranjas estaban sin tocar en su tazón, otra
singularidad. Sólo una vez lo había visto renunciar al ritual de comerse sus dos naranjas, y eso se
debió al estómago aún revuelto por el efecto del Fuego de Peleta.
—¿No quieres naranjas esta mañana?
Su negra mirada brilló.
—Hoy no. —Miró a Gurn, ocupado en el hogar atizando el fuego—. Gurn, muéstrame tu mano.
Después de inspeccionar la quemadura y recitar un conjuro para aliviar el dolor, Silhara
dictaminó que la herida estaba sanando. Estaba envolviéndola nuevamente cuando Martise lo
interrumpió.
—Me puedes usar para curarlo, ¿no? —Ella captó la expresión de desconcierto de Gurn.
—No.
Aturdida, lo miró con los ojos abiertos. Él mintió abiertamente. Los dos sabían que la
combinación de su Don y la habilidad de él podrían sanar la mano de Gurn. ¿Por qué no iba a
ayudar a su sirviente más leal?
—Pero…
—¡Martise! —Su voz, arruinada por el garrote, logró resonar en la cocina—. Te olvidas de tu
lugar. Dije que no.
Indignada por su sorpresivo trato insensible hacia Gurn, casi anula veintidós años de
servidumbre. Apretó los dientes contra las palabras que se precipitaban por sus labios y
finalmente masculló.
—Perdóname, Maestro.
Sus pulmones le ardieron por las ganas de gritarle. Martise mantuvo su mirada fija en el suelo,
asumiendo la ancestral postura del siervo hacia su amo. La quietud de la cocina pulsaba en sus
oídos, tensa y zumbando con una ira silenciosa. Ella saltó cuando Silhara súbitamente la agarró del
brazo y tiró de ella hacia la puerta que conducía al gran salón.
—A la biblioteca. Ahora.

Realizado por GT Página 166


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

La arrastró escaleras arriba y por el pasillo, con un agarre implacable en su muñeca. Martise se
apresuró a seguir el ritmo de sus zancadas. La puerta de la biblioteca golpeó contra la pared
opuesta y Silhara la empujó dentro. Un fuego helado brillaba en sus ojos mientas cerraba la puerta
detrás de él.
—Tu Don es un peligro para todos aquí, Martise. Si Gurn sabe de tu particular talento, mi
voluntad de permanecer en silencio al respecto no significará nada. El Cónclave hará lo que sea
para conseguir la información que necesita. —Se paseó por delante de ella—. Puedo resistir a
cualquier vinculación con el vidente al que un sacerdote del Cónclave pudiera someterme. Ellos no
se enterarán de nada y bien podrían matarnos a ambos en el esfuerzo. Gurn, sin embargo, no es
un Dotado y no tiene los medios para resistir una vinculación. ¿Crees que si ellos no pueden
interrogar al maestro, no interrogarán al sirviente? Ser mudo no protegerá todos sus secretos. ¿Y
dónde estarás tú si se enteran de los tuyos?
El rostro de Martise enrojeció. Durante todo este tiempo viviendo con Silhara y Gurn, ella
debería haberse dado cuenta que Silhara tendría una buena razón para dejar que su sirviente y
amigo sufriera su herida.
—Lo siento, Silhara.
La expresión de Silhara se suavizó.
—No necesitas disculparte. No te culpo por tu compasión, solo por tu indiscreción. —Caminó
hacia la mesa donde los apuntes de Martise estaban cuidadosamente apilados junto a los antiguos
escritos que rescataron de Iwehvenn—. Si el Cónclave tuviera una vinculación con el vidente con
Gurn, sería para recopilar información acerca de mí, no de ti. Pero si descubren algún indicio de tu
talento en sus recuerdos, lo rastrearán. —La mirada que él le dirigió por el rabillo del ojo era de
diversión—. No tienes ninguna razón para sospechar del Cónclave de la manera que yo lo hago.
Estaría asombrado por tu precaución si lo hicieras.
Los hombros de Martise se hundieron por el alivio.
—Estoy más preocupada por Gurn. Nunca le haría daño deliberadamente.
—Lo sé.
Los antiguos pergaminos crujieron bajo sus dedos, mientras los volteaba con cuidado y
estudiaba la escritura.
—Los Heleneses hacían héroes de quienes los hacían tontos.
Ella se paró a su lado, desconcertada por su críptico comentario. Los escritos Heleneses ya
estaban grabados en sus parpados. Había leído los documentos docenas de veces, buscando algo
más en la historia de Amunsa que pudiese aplicarse para derrotar a Corrupción.
—No sé en qué han ayudado estos documentos. El antiguo Cónclave que anteriormente exilió a
Corrupción usó un ritual muy similar, pero no fue suficiente para matarlo. Tal vez los reyes fueron
capaces de destruir a Amunsa porque no era tan fuerte.
La siguiente declaración de Silhara sorprendió Martise.
—Sin estos documentos, la información de Karduk sería inútil. —Él sonrió débilmente ante su
mirada de asombro—. Cuando los Kurmanos eran más numerosos y más poderosos, fueron
gobernados por un único sarsin. Uno que reclamó su lugar por medio del fratricidio en vez de la
elección.
Martise esperó, intrigada. Ella sabía muy poco de la historia Kurmana, pero la encontraba
fascinante, incluso sin sus vínculos a los documentos Heleneses. Silhara continuó.

Realizado por GT Página 167


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—El sarsin era poderoso y unió a las tribus durante un corto período bajo su gobierno. También
era un hechicero, tan hábil como cualquier obispo del Cónclave en lo que a magia se refiere y sin
temor a invocar el arcano oscuro. Pero tales dones no fueron suficientes. Buscó más a través de
cualquier medio, envió espías por todas partes para encontrar los secretos de los otros pueblos.
Incluso sacrificó a dos de sus consortes y media docena de sus hijos para obtener más poder.
—Dioses. —Ella se estremeció al pensar en actos tan monstruosos.
Silhara dio vuelta más de los pergaminos, deteniéndose en la última página que describía la
muerte de Amunsa. Un largo dedo trazó el misterioso símbolo junto al nombre de Birdixan.
—Ese era su objetivo. Ser un dios. Él no era diferente al lich de Iwehvenn, excepto que estaba
motivado por un ansia de gobernar el mundo. El comedor de almas estaba motivado por el miedo
a la muerte y abrazaba algo mucho peor.
—Entonces ¿Por qué iba a ayudar a los reyes del norte a derrotar a Amunsa?
—No quedaba nada para él. Las tribus se levantaron en su contra, lo desterraron a él y a sus
esposas del territorio Kurman. No tenían ningún lugar a donde ir excepto al norte. La única cosa
que había buscado la mayor parte de su vida la encontró en el exilio y por accidente.
Martise frotó el escalofrío en sus brazos.
—Los Kurmanos deberían haberlo asesinado en lugar de exiliarlo.
Silhara soltó una risita oscura y sin humor.
—No eres la única que piensa así. Su nombre era Berdikhan, y engañó a los reyes para que
pensaran que era un viajero peregrino, un hombre de gran poder que buscaba su buena voluntad
al ayudarlos a destruir Amunsa.
Martise jadeó y le arrebató la pila de pergaminos. Fue pasando las páginas y apartó aquellas
que mencionaban el nombre de Birdixan.
—Berdikhan. Birdixan. Lo pasé por alto. El Helenese no tiene ningún equivalente para el sonido
fuerte en su nombre. Por ejemplo, Cumbria se escribiría como “Xumbria”. Debería haberlo visto.
Silhara se encogió de hombros.
—No veo cómo. Puedes encontrar tu manera de decir una oración cuando hablas Kurmanji,
pero ¿Cómo sabrías hacer tal conexión? Los Kurmanos nunca dejaron su lenguaje por escrito. No
tenías nada con que comparar.
Ella agradeció su apoyo, aunque todavía maldecía su estupidez. Uno de los documentos la hizo
detenerse.
—Esta parte dice que él se tragó al dios. Solo puedo pensar que fue una posesión voluntaria.
—Así es, Berdikhan se creía lo suficientemente fuerte no solo para utilizar al dios el tiempo
suficiente para que los reyes le tendieran una trampa, sino también para tomar el poder del dios
para sí mismo.
—Convertirse en dios y destruir a los reyes.
—Sí. Pero sobreestimó su fuerza en ese sentido y su inteligencia. Los reyes sabían lo que se
proponía.
—Aun así, ellos lo recuerdan como un héroe en estos pasajes, no como un traidor. ¿Por qué?
Silhara curvó los labios en una leve sonrisa.
—La gente está menos inclinada a alabarte si conocen a alguien que casi te deja en ridículo.

Realizado por GT Página 168


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Martise lo miró a los ojos, impresionada. Silhara era un astuto observador de la naturaleza
humana. Ese talento por sí solo lo hacía formidable, incluso sin su magia para fortalecerlo. Pasó de
nuevo por el pergamino hasta la última muestra del símbolo junto al nombre de Birdixan.
—¿Sabía Karduk algo sobre este símbolo?
—No.
Hizo una pausa para mirarlo. Nada en su actitud lo traicionaba. La miraba a los ojos con calma,
mantenía su cuerpo vuelto hacia ella, con sus anchos hombros relajados. Sin embargo, sus
instintos revolotearon con inquietud. Silhara estaba mintiendo. Él sabía algo acerca de ese símbolo
y decidió ocultárselo.
Ella mantuvo sus sospechas para sí misma por el momento.
—¿Qué le dirás al Cónclave?
Un sutil cambio en su postura dejó ver su alivio cuando ella abandonó el tema del símbolo.
—Todo lo que acabo de decirte. Por muy repulsivo que nos parezca todo esto, necesito a los
sacerdotes, y ellos me necesitan si quieren derrotar a Corrupción.
El Cónclave sin duda usaría a Silhara en un ritual. No solo era talentoso, era joven y físicamente
fuerte. La magia y la fuerza dependían una de la otra en los rituales de hechizos. Sin embargo, ella
no creía que el Cónclave confiara en él lo suficiente como para invitarlo al asesinato de un dios.
—Van a rechazar tu ayuda.
—No, no lo harán.
Ella le ayudó a apilar los pergaminos, reflexionando en voz alta sobre el ritual.
—El sacerdote más fuerte tendría que actuar como Berdikhan para poseer a Corrupción
mientras los demás lo destruyen. —Sacudió la cabeza, desconcertada—. Algunos de los obispos
más jóvenes son lo suficientemente poderosos para hacerlo, pero no conozco ninguno dispuesto a
sacrificarse a sí mismo.
Las cejas de Silhara se elevaron.
—No estés tan segura. Siempre hay algún idiota dispuesto a sacrificarse por la fama y la gloria.
La inmortalidad a través del martirio no es tan inusual.
Él puso su mano sobre la de ella mientras continuaba jugueteando con el pergamino.
—Suficiente por ahora. Tengo que escribir una carta al Luminary. Estoy seguro de que Gurn te
mantendrá ocupada hasta mediodía.
La extraña inquietud no la abandonaría. Le ocultaba algo. Lo oía en su voz, lo sentía en la
tensión de su cuerpo junto al suyo.
—Silhara…
—Luego, Martise.
Él salió de la biblioteca, dejándola atrás, enferma con una sensación de temor.
Distraída por los pensamientos de su conversación con Silhara, le dijo poco a Gurn mientras
pasaba la mañana ayudándolo con las tareas. Su estómago continuaba revolviéndose con
inquietud. Silhara odiaba al Cónclave, de hecho, no era ningún secreto su odio hacia el clero. Si ella
fuera honesta, simpatizaba con su enemistad. Pero ¿Que si él quería asumir el papel de
Berdikhan? La espuma goteaba de sus manos mientras sostenía un plato sucio y se quedó
mirando, sin ver, en el agua jabonosa. El instinto de supervivencia de Silhara era desarrollado,
demasiado agudo para que diera voluntariamente su vida por tal causa, aunque bien podría

Realizado por GT Página 169


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

sucumbir a la tentación de la venganza. Podría no morir por un mundo, pero, ¿podría hacerlo por
su propio odio?
—¡Oh, dioses! —murmuró—¿Qué estás tramando, Silhara? —Ella había venido a Neith con el
propósito de traicionarlo, para enviarlo a una muerte diferente. Pero eso había sido cuando la
tentación de su libertad dominó la moral de su alma, y cuando Silhara de Neith no era nada más
que un medio para un fin. Todo había cambiado desde entonces. Incluso si él nunca hubiera
descubierto su Don o ella hubiera sido testigo de un centenar de actos traicioneros de su parte, no
lo traicionaría. Severo y desdeñoso, sin embargo, generoso y leal a los suyos, él había tomado su
corazón e hizo que lo amara—. Debes vivir para mí —dijo en voz baja—. No hagas que mi sacrificio
haya sido en vano.
Hablaría con él, le rogaría si era necesario, si esos fueran sus planes. Su esperanza recaía en los
sacerdotes. Silhara podría ofrecerse a actuar como Berdikhan, pero los sacerdotes no eran como
los reyes del norte. Ellos no confiaban en el Maestro de los Cuervos. La idea de que pudieran
permitirle participar en el ritual era totalmente descabellada. Permitirle actuar como jugador clave
estaba fuera de discusión.
Al mediodía, Martise y Gurn tomaron su almuerzo en la cocina sin Silhara. Encerrado en el
estudio del piso de abajo desde la mañana, no había salido con la tentadora fragancia de la sopa
de Gurn. Gurn dispuso una bandeja con un profundo tazón lleno de sopa, dos hogazas de pan y
una jarra de vino. Martise, desesperada por hablar una vez más con Silhara, rápidamente se
ofreció a llevar la bandeja.
La puerta del estudio estaba entreabierta, permitiendo que hebras de luz ondearan por las
oscuras paredes del corredor. Martise equilibró la bandeja de comida sobre un hombro y llamó a
la puerta para anunciar su presencia antes de cruzar el umbral. Vio a Silhara, no en el escritorio,
pero sí de pie cerca de la pequeña ventana que daba al huerto. Una seca y ligera brisa arrastraba
al interior el olor a polvo y flor de naranja. Recorría la habitación, revolviendo con manos invisibles
los pergaminos sobre el escritorio y jugando con el cabello oscuro Silhara antes de desvanecerse
en un suave suspiro.
Martise no habría pensado nada de esto, salvo por la cálida bienvenida que traía. La habitación
estaba helada, con un frío sepulcral que le recordaba el cementerio del Cónclave o peor… esos
breves momentos antes que un invocador trajera un demonio del más allá. El miedo bajó por su
columna.
Desde algún lugar en los laberintos de corredores y habitaciones de la casa, Cael lanzó un
aullido lo suficientemente fuerte para levantar a los muertos. Silhara permaneció en la ventana,
siniestramente inmóvil. Martise trató de tragar y se encontró con la boca seca como la paja. Todos
sus instintos le gritaban que corriera, que tirara la bandeja y buscara refugio. El sudor salpicó su
labio superior, a pesar del frío que entumecía fluyendo a través de la puerta. Rezó porque él no
supiera que se encontraba allí, tenía miedo de lo que pudiera ver cuando finalmente se girara
hacia ella.
Retrocedió hacia las sombras del salón un paso a la vez. Gurn. Tenía que advertir a Gurn. ¿De
qué?, no lo sabía, solo que todos estaban en inminente peligro, y que el amo de Neith de alguna
manera se había convertido en la mayor amenaza para su seguridad.
Su grito resonó por el pasillo cuando de repente una fuerza invisible la golpeó en la espalda,
empujándola dentro de la habitación. Se las arregló para girar justo a tiempo y evitar estrellar su
nariz contra el borde de la puerta. La bandeja que llevaba salió volando de su mano, volcándose,
enviando una lluvia de sopa y vino y salpicándolo todo. Martise fue lanzada hacia adelante,

Realizado por GT Página 170


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

tambaleándose hasta que su cadera golpeó la mesa de trabajo. Se agarró de los bordes, en un
intento por mantener el equilibrio en el ahora resbaladizo piso.
La mano invisible dejó abruptamente de empujarla. Martise corrió hacia la puerta, el terror le
dio alas a sus pies. El crujido de la madera golpeando contra el marco sacudió sus oídos. Resbaló
en un charco y cayó contra la superficie tallada de la puerta. Cuando se giró para enfrentarse a su
adversario, Silhara había abandonado su lugar en la ventana y caminaba lentamente hacia ella.
Iluminado a contraluz por los rojos rayos del sol, no era más que una sombra ágil y siniestra.
—Nos encontramos de nuevo, sierva.
Martise jadeó. El sudor corría en riachuelos por sus costillas a pesar del brutal frío
cristalizándose en su piel. Él ya no era ronco. La áspera voz que normalmente caracterizaba su
dicción dio paso a un timbre profundo tan suave como un pañuelo de seda estrangulándolo. Quién
o qué le estuviese hablando no era Silhara de Neith.
—¿Silhara? —La pregunta se desvaneció por su respiración ahogada cuando él se acercó, y
logró una buena visión de sus facciones.
El rostro duro que ella conocía y amaba, todos los afilados planos e implacables ángulos, habían
adoptado una apariencia esquelética. Sus pómulos prominentes sobresalían en alto relieve,
acentuando las profundas cavidades bajo sus ojos. Se veía muerto de hambre, carente de vida y
espíritu. Sus ojos la hicieron encogerse contra la puerta y bordear su camino por la pared. El
blanco de sus ojos había desaparecido, reemplazado por una sólida y negra mirada desde la que
algo inhumano y antiguo la miraba de vuelta.
Silhara, o la cosa que habitaba su cuerpo, la miraba con imperturbable curiosidad, al igual que
una víbora esperando atacar. Los dientes de Martise castañetearon y un débil gemido escapó de
sus labios. Él ladeó la cabeza, su nariz aleteó, como si quisiera captar el aroma de su terror. Sus
acciones le recordaron la manera en que Corrupción actuó la primera vez que entró en su
habitación como una blanca y anónima abominación.
Él mantuvo el paso con el suyo, mientas ella se deslizaba a lo largo de la pared del fondo, en un
vano intento de mantener la distancia entre ellos.
—Él te anhela. —Largos dedos se extendieron hasta deslizarlos por su clavícula. Ella se encogió
ante su roce—. ¿Por qué? No tienes una belleza digna de mencionar. —Se inclinó hacia ella, y
respiró profundo contra su cuello—. Sin embargo, hay algo dentro de ti… único, apetecible. Algo
sin temor.
El horror casi borró toda razón, y se lanzó lejos de él…, o intentó hacerlo, solo para ser
mantenida firme en el lugar. Su Don, enterrado en las profundidades de su alma, se retorció y
comenzó a reaccionar.
El poder que la había lanzado dentro de la habitación, ahora la encadenaba a la pared. Su
corazón latía contra sus costillas. Por encima del hombro inclinado de Silhara vislumbró la
ventana, a lo lejos el naranjal estaba bordeado por la sombra de un sol de verano, y la opaca
estrella se acercaba cada vez más en el horizonte.
Corrupción había tomado, poseído al hombre cuyas ambiciones y deseos coincidían con la
voluntad del dios caído. Martise quería vomitar. Sus nociones de esclavitud habían sido reducidas
hasta las cenizas más de una vez aquí en Neith. Pero esta superaba a todas ellas. Nunca había
conocido esta forma de esclavitud, singular y angustiosa. Su voz, fina y temblorosa, suplicó
misericordia.
—Por favor. Libéralo. No te servirá voluntariamente.

Realizado por GT Página 171


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

El dios se rió suavemente en su oído, los tonos dulces erizaron el vello de su nuca.
—No estoy de acuerdo. Silhara de Neith es voluntarioso y terco, pero también es ambicioso.
Todas esas cosas que desea, poder, respeto, control, yo puedo dárselas. Él lo sabe. Con el tiempo,
se volverá completamente a mí.
Martise hizo todo lo posible para fundirse en el muro de piedra a su espalda mientras Silhara se
enderezaba. Su demacrado rostro llenó su visión una vez más. El amante intenso y apasionado,
que se había arqueado bajo sus cálidas manos la noche anterior se había ido, doblegado por un
mal cuya sonrisa nunca llegaba a los fríos ojos negros. Él pasó una mano hacia abajo por su
cuerpo.
—Como puedes ver, él ya es casi mío.
La repulsión revolvió la comida de su estómago.
—Tu precio por tal recompensa es demasiado alta.
—No para él. Tendrá dominio sobre el mundo a través de mí, riqueza e inmortalidad. Y tendré
al más grande avatar que jamás haya nacido, más fuerte que aquellos que le precedieron. Uno que
liderará mis ejércitos y conquistará todo para mí.
El terror de Martise se mezcló con el asombro. ¡Alas de Bursin! Silhara, el avatar renacido. Y él
lo sabía. Sin duda, él lo sabía. Lágrimas de desesperación y rabia aguaron su visión. Un hombre
inferior podría muy bien servir a Corrupción, pero no el Maestro de los Cuervos. Un hombre que
se negaba a inclinarse ante el Cónclave no se sometería como el títere de un dios.
Su labio se curvó mientras miraba fijamente a los ojos muertos del dios. Esta no era una
criatura digna de venerar, solo un parásito sin mayor deseo que subyugar un mundo para servir a
sus mezquinos caprichos.
—Te equivocas. —Ella encontró una pizca de fuerza en la firmeza renovada de su voz—. Él no
se rendirá a ti. Has alimentado su tentación y lo has doblegado por un momento, pero no durará.
—Se encontró con su oscura e impávida mirada de reptil—. Libéralo. Eres falso e indigno de
cualquier adoración o servidumbre de Silhara.
Un destello de algo, incertidumbre, duda, siguió a un torbellino de sombras en la mirada
poseída de Silhara. Él atacó, sus dedos se curvaron alrededor de su garganta mientras la levantaba
del piso. Ni siquiera hubo tiempo de gritar. Se balanceó en el aire, asfixiándose y arañando la
mano que lentamente extraía su aliento fuera de ella.
Él tenía una fuerza sobrenatural, que la mantenía en lo alto con facilidad, ajeno a sus uñas
cavando ensangrentados surcos en su mano. Sus pies pateaban en un intento desesperado por
encontrar algún apoyo mientras puntos negros bailaban en su visión. Su lucha fue recompensada
cuando su pie conectó con algo suave. La calculadora expresión de Silhara nunca cambió. La fuerza
de su golpe que debería haberlo puesto de rodillas, no tuvo ningún efecto, lleno como estaba con
el poder del dios.
Él apretó más su cuello, lentamente, con su boca curvada en otra frágil y calculadora sonrisa.
—Tendrás el honor de ser mi primera hereje condenada.
Su visión se nubló. Sus pulmones privados de aire ardían en su pecho. En algún lugar, en el hilo
que se desvanecía de su conciencia, escuchó el sonido de pies corriendo, el ladrido frenético de un
perro. La pared detrás de ella vibró cuando los goznes de la puerta se sacudieron por golpes
incesantes. Gurn y Cael acudían a salvarlos. Demasiado tarde, su mente susurró. Demasiado tarde.
—Por favor —rezó en un silencio ahogado—. Ayúdame.

Realizado por GT Página 172


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Un dios no contestaba, pero sí lo hizo su Don. Liberado de su control, surgió fuera de ella,
bañándolos a ella y a Silhara con una luz ámbar. Una poderosa sacudida golpeó su cabeza contra la
pared cuando Silhara perdió su agarre. Unas manos invisibles levantaron los pies de Silhara del
suelo arrojándolo a través de la habitación. Se estrelló contra el escritorio, lo bastante fuerte para
volcarlo.
Martise cayó al suelo en un jadeo y un montón de arcadas. Luchó por tomar una, dos preciadas
bocanadas de aire antes de volverse de espaldas. El techo giraba sobre ella en un brillante mar, y
los golpes en la puerta eran un monstruoso latido de corazón en sus oídos. Rodó de costado y vio
a Silhara.
Desplomado contra el escritorio volcado, se veía como un muñeco roto. Con su cabeza baja y
los hombros caídos, como si de pronto Corrupción hubiese cortado las cuerdas que lo sujetaban
como su marioneta prisionera. Sangraba desde la nariz hasta la boca. Las gotas salpicaban sus
manos, mezclándose con la sangre que manaba de las heridas que ella había hecho en su piel.
Ella contuvo una dolorosa respiración y se arrastró hacia él, temiendo que Corrupción aún
continuara dominándolo pero desesperada por alcanzarlo. Un suspiro de alivio quemó su garganta
cuando Silhara levantó la cabeza y parpadeó lentamente. Sus ojos, bizcos e inyectados en sangre,
eran humanos de nuevo. Las lágrimas de Martise que caían por sus mejillas, se mezclaron con la
sangre de sus manos. Martise tocó su nariz, su boca, y lo besó en la frente. Ella trató de hablar,
para agradecer a los dioses más clementes que él estuviera entero otra vez, pero estaba muda,
había perdido su voz por su estrangulamiento.
Silhara la quedó mirando, aturdido. Sus labios se separaron. De repente, el poco color que aún
conservaba drenó de su piel. Abrió la boca en un rictus de dolor y se agarró el lugar entre sus
piernas. Martise retrocedió cuando él se desplomó de costado y se curvó en posición fetal,
jadeando en muda agonía.

Realizado por GT Página 173


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 1199

El dolor negro rugió a través de su cuerpo, atacándolo con garras clavándose profundamente
en sus costillas, el cráneo y especialmente en la ingle y la espalda. El rostro contraído de Martise
daba vueltas en su visión. A Silhara le resultaba difícil conciliar que la mujer que ahora le acariciaba
el rostro sudoroso con dedos gentiles era la misma mujer que prácticamente mandó de una
patada sus pelotas a su garganta.
―¡Aléjate de mí, demonio― jadeó él con dificultad.
Los hombros de Martise se hundieron de alivio ante su reprimenda. Las lágrimas pintaban
senderos luminosos en sus mejillas pálidas, y las marcas rojas dejadas por los dedos rodeaban su
cuello como un collar espantoso. Sin embargo, ella había encontrado el valor de acercarse a él
después de lo que acababa de hacer con ella.
Los golpes en la puerta continuaron hasta que la defensa mágica se desvaneció. Gurn,
blandiendo su garrote, y Cael, erizado y con los ojos rojos, irrumpieron en la habitación
preparados para dar batalla. El perro se arrastró hacia Silhara, mostrando los dientes. Cualquier
reconocimiento de su amo había desaparecido, y sus amplias fosas nasales flamearon ante el olor
de Corrupción en el aire.
Demasiado lesionado para esquivar un posible ataque, Silhara espetó a Gurn.
―Sácalo de aquí antes de que decida hundirme los dientes.
Gurn arrastró a Cael hacia atrás, cuidando de mantenerse alejado de sus mandíbulas cuando el
perro se resistió a sus esfuerzos por sacarlo del cuarto. En el momento en que Gurn cerró la
puerta detrás de él, Cael aulló escandalosamente provocándole a Silhara una mueca de dolor.
Contento de estar tendido sobre su costado y de que el dolor disminuyera y saliera de su
cuerpo, miró a Martise. Ella estaba sentada a su lado, con una mezcla de miedo y compasión en la
mirada. Gurn se acuclilló junto a él, sacudiendo la cabeza. Sus grandes manos eran suaves cuando
palpó a Silhara buscando heridas.
Silhara alejó sus manos.
―Estaré bien en un momento. Revisa a Martise. Acabo de tratar de matarla.
Los ojos de Gurn se agrandaron al ver su aspecto desaliñado y las magulladuras oscureciéndose
en su cuello. Ella le dio una breve sonrisa y trató de hablar. El croar que resultó hizo que todos se
encogieran. Gurn emitió un chasquido con compasión. Hizo señas de que volvería con bebidas
para los dos y algo para lavar la sangre de Silhara. Se levantó y le tendió la mano a Martise para
ayudarla a levantarse. Ella se negó con un rápido movimiento de cabeza. Las cejas de Silhara se
elevaron cuando ella usó los mismos movimientos de manos que Gurn, que sonrió e hizo una
reverencia antes de salir de la habitación.
Silhara, tan complacido como Gurn, sonrió a través del dolor residual que repiqueteaba por sus
músculos.
―No podrías haber demostrado mayor amistad hacia él que con eso. Ni siquiera si le hubieras
salvado la vida. ―Ella se sonrojó y le hizo señas de que le tenía mucho cariño a Gurn.
El se levantó hasta quedar sentado y se limpió la sangre de la nariz y la boca con una mano
temblorosa. El sabor metálico en la parte posterior de la garganta le revolvió el estómago, y
escupió en el suelo para librarse de su sabor. Martise se deslizó sentándose frente a él e hizo señas
de una disculpa.

Realizado por GT Página 174


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Silhara gruñó y protegió su entrepierna con una mano.


―¿Quién podría adivinar que una mujer tan pequeña sería tan formidable adversario? ―Él hizo
una mueca―. Tengo suerte de que no me rompieras una cosZlla o dos. ¿Sueles lanzar a tus
amantes por la habitación así?
Martise trató de reírse y se detuvo. Se frotó la garganta.
Silhara extendió la mano para pasar suavemente un dedo sobre una de las marcas en el lado de
su cuello.
―Soy yo quien debe pedirte perdón. He robado y he asesinado en mi vida y lamento muy poco
aquellas acciones. Pero si he destruido esa voz maravillosa…
Él había sido duro con ella. Letal también. Le había dejado marcas al hacerle el amor, y de
nuevo cuando intentó estrangularla. Dos caras de una moneda deslustrada. Un duro nudo se
asentó debajo de sus costillas. El tiempo de Martise en Neith había terminado. También el de
Gurn. El último ataque del dios y la subsiguiente posesión, la peor y la más larga hasta ahora,
consolidó la decisión que había estado ponderando durante los últimos dos días. Para su
protección, enviaría a Martise de regreso con el obispo antes de su tiempo acordado y mandaría a
Gurn a Eastern Prime.
Martise conocía su secreto ahora, y no importaba si se lo contaba a todo el mundo. Él había
ganado sus batallas contra el Cónclave y finalmente había perdido la guerra, y a la mujer que había
llegado a amar.
Ella tocó su mano y entrelazó los dedos con los suyos. Él miró sus nudillos irritados, las uñas de
color rosa bordeadas con su sangre. La historia podría verlo como un héroe, como Berdikhan.
Nadie sabría que él se inmolaría, no por el mundo, sino por esta mujer.
El tiró de su mano.
―Acércate.
Ella vaciló por un instante y luego se acercó más hasta que estuvo casi en su regazo.
Él le acarició el cuello.
―Puedo curar esto con tu ayuda. Pero hagámoslo ahora antes de que regrese Gurn.
Después de lo que su Don acababa de hacerle, él tomaba un riesgo al pedirle que evocara su
magia. Confiaba en que la entidad impresionable hubiese reaccionado a la presencia de
Corrupción dentro de él y no a él mismo. Martise asintió con la cabeza y cerró los ojos. En un
momento el aire a su alrededor brilló con la luz ámbar. Zarcillos serpentinos se enroscaron en sus
muñecas con el asimiento de un amante, tan diferente de la fuerza combativa que lo había
arrojado a través del cuarto antes. El poder, limpiando y redimiendo, fluyó a sus manos y se
extendió por todo su cuerpo. La fuerza de su Don lavó la suciedad de Corrupción y lo llenó de la
esencia de Martise, una llama constante que ardía baja pero fuerte y envolvía su alma en un suave
abrazo.
Hechizado por la sensación seductora del poder vivo, Silhara se deleitó en la unión profunda.
Martise se quedó quieta delante de él, con los párpados a media asta cuando se encontró con
su mirada. Silhara sintió la lengua gruesa cuando recitó un sencillo hechizo de curación, uno que
no hacía más que curar un rasguño. Con el poder de su Don, el hechizo obró una magia mayor. Los
moretones se desvanecieron de su piel y los músculos hinchados y los tendones bajo sus dedos se
suavizaron.
―Basta ―dijo él, y retiró sus manos.

Realizado por GT Página 175


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Martise respiró profundo y cerró los ojos una vez más. La luz ámbar se desenrolló de los brazos
y las muñecas de Silhara, ondulando lejos de él para reunirse en un punto de luz centrado en el
pecho de Martise. Pulsó dos veces antes de desaparecer en la tela de su túnica.
Silhara asintió en señal de aprobación. Ella ahora tenía un buen dominio de su obstinado
talento y lo suprimía con menos esfuerzo. Con la práctica continua, no tendría ninguna dificultad
para ocultarlo de los sacerdotes, de modo que nunca sospecharían que su Don se había
manifestado.
Sin la fuerza reconfortante de su poder corriendo por su sangre, el dolor de sus heridas regresó.
Se movió y maldijo cuando ese pequeño movimiento envió un dolor agudo a través de su costado.
Martise llegó a él, pero él la rechazó.
―Veamos si ese hechizo hizo algo bueno por tu voz. Trata de hablar.
―Gracias ―dijo ella y sonrió cuando las palabras salieron en algo más que un graznido
incoherente. Su voz quedó un poco ronca, pero no peor de lo que podría sonar si estuviera
resfriada.
―Cantas bastante mal, así como es ―bromeó él―. Yo jamás sería redimido si te hiciera sonar
como yo.
Su risa suave lo tranquilizó. Ella no lo odiaba o temía, incluso ahora, después de que casi la
había matado. La desesperación amenazaba con consumirlo. Él la lloraría, incluso más allá de la
muerte. En diferentes circunstancias, él lucharía por mantenerla, mataría a Cumbria de ser
necesario para arrancarla de él y enfrentaría la ira del Cónclave por asesinar a su obispo más
poderoso. Pero el destino le jugó una broma diabólica. Él no sería mejor que Berdikhan o incluso
Corrupción, si sacrificaba su propia bide jiana para tener la oportunidad de sobrevivir al ritual del
asesinato de un dios. Una ira mordaz lo llenó. Él no era noble, solo tenía el corazón atado, y
seguramente lo segundo era más patético que lo primero. Él dejaría ir a Martise libremente y se
destruiría para salvarla. ¿Qué había dicho ella una vez? Los dioses se reían. En efecto ellos lo
hacían.
Él desterró sus auto recriminaciones. No había necesidad de detenerse a pensar en el tonto
débil que se había convertido. Martise alargó una mano una vez más cuando él se
levantó tambaleándose. Una vez más, él la rechazó.
―No lo hagas. He adquirido un saludable respeto por tus pies. Tan pronto como esté seguro de
que no me has castrado completamente, puedes ayudarme.
Ella se ruborizó.
―¿No puedes sanarte a ti mismo de la misma manera que sanaste mi garganta?
La idea de su mano, caliente por la magia de su Don, anidando sus pelotas normalmente lo
tendría erecto. Ahora, con el dolor constante en la entrepierna irradiándose hacia su espalda y por
sus piernas, encontraba la idea menos que atractiva.
―Tu confianza en mí es mayor que la mía en ti. Por mucho que por lo
general pudiera disfrutarlo, creo que es mejor que mantengas tus manos fuera de mi polla por
ahora, Martise.
Su franca declaración extrajo el aguijón que le había clavado por su negativa. Una pequeña
sonrisa cruzó sus labios antes de desaparecer.
―¿Estás bien, Silhara? ― Los oscuros recuerdos velaron sus ojos―. El dios… tus ojos…
Una subida de bilis, mezclada con los restos de sangre, quemó la parte de atrás de su garganta.
Levantó las manos y frunció el ceño por su temblor.
Realizado por GT Página 176
GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

―Ahora ya sabes por qué la estrella se cierne sobre Neith.


Martise juntó las manos delante de ella. Sus nudillos blancos contrastaban con su voz
tranquila.
―Eres el Avatar renacido.
―Sí.
El regreso de Gurn le impidió decir más. El sirviente traía una bandeja con dos
tazas humeantes y una pila de toallas mojadas. Le entregó una taza a Martise y otra a Silhara,
junto con una toalla.
Martise arrebató la toalla de la mano de Silhara.
―¿Confiarás en mí lo suficiente como para lavar tu cara? Prometo no dar patadas.
Ella dejó su taza en el piso cuando él asintió y procedió a limpiar la sangre. La tela se sentía
fresca en sus mejillas y su toque, calmante. Silhara permaneció pasivo bajo sus atenciones, nunca
volviendo la mirada a otro lado mientras ella frotó las manchas de sangre seca de su nariz y
barbilla. La toalla se detuvo en la esquina de su boca. Silhara, en sintonía con cada respiración de
ella, se inclinó hacia ella cuando Martise se puso de puntillas y le besó el lugar.
―Nadie debería sufrir tal esclavitud ―susurró ella contra su boca―. Tomaría esta carga si
pudiera.
Un rayo le atravesó el alma. Tal devoción. Martise era una mujer compasiva, pero
esto iba mucho más allá de la compasión. ¿Ella lo amaba como él a ella? ¿Lo veía como algo
distinto a la amenaza que veía el Cónclave? ¿Lloraría ella su separación en el mismo silencio? La
angustia en sus ojos respondió su pregunta.
Él le acarició la sien con el pulgar.
―Esa es una deuda que no puedo y no voy a pagar. ―El mismo pulgar se apretó contra sus
labios cuando ella trató de discutir―. Siempre hay un costo, Martise.
Tomó la toalla de ella y se limpió las manos cuidadosamente antes de devolvérsela.
―No te olvides de tu taza. Mi hechizo ha hecho la mayor parte del trabajo, pero te puedo
asegurar que la poción de Gurn te curará por completo.
La taza de Silhara estaba llena de un té preparado más negro que la tinta y
endulzado fuertemente con miel. Un restaurador simple pero eficaz. Silhara levantó la taza
en homenaje a Gurn. El dolor sordo en su pecho creció. Pronto perdería a Gurn también, y eso le
dolía casi tanto como perder a Martise.
Gurn, complacido cuando sus pacientes bebieron sus brebajes, comenzó a limpiar el estudio.
Trató sin éxito de espantar lejos a Martise cuando se puso a ayudarlo. Silhara, todavía muy
adolorido para hacer algo más que observar, cojeó hacia el otro lado de la mesa volcada. Los
pergaminos se hallaban esparcidos por el suelo, muchos de ellos salpicados con tinta. Cogió una
página, su carta al Luminary del Cónclave. Una mancha negra ensuciaba la parte inferior de la
carta, pero seguía siendo legible.
Eminencia, le ofrezco la oportunidad de matarme y destruir a Corrupción en un solo acto. ¿Le
interesa?
Silhara, Maestro de Neith
La carta estaba seca, granos de arena seguían atrapados en el papel. Lo sacudió y enrolló el
pergamino apretado. Gurn le hizo un gesto cuando pasó por encima de los charcos de vino y
sopa y se dirigió a la puerta.

Realizado por GT Página 177


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

―Estoy bastante bien, aunque dudo que engendre hijos ahora― Sonrió ligeramente ante el
rubor de Martise.
Al igual que Gurn, ella tenía una expresión de preocupación.
―Corrupción…
―Esperará su momento. Dudo que lo vuelvas a ver.
Tendría que asegurarse de que ella estuviera de vuelta en Asher cuando Corrupción le hiciera la
próxima visita.
Se detuvo en la puerta.
―Estaré en mi recámara. Cuando tú y Gurn hayan terminado aquí, que uno de ustedes me lleve
una copa del Fuego.
Martise sostenía una de las toallas de Gurn, ahora manchada de vino.
―¿Estarás bien solo?
Silhara resopló.
―No soy un niño, Martise. No he necesitado a mi madre en muchos años.
Los dejó en el estudio y se fue cojeando a su habitación. Una vez dentro, gimió y se agarró la
ingle una vez más.
―Por las alas de Bursin, mujer. No había pensado morir siendo un eunuco.
Por un momento lamentó haber rechazado el ofrecimiento de su Don para curar sus propios
dolores y colocarlos en un simple hechizo que adormeciera el dolor entre las piernas. Su camisa
estaba arruinada, con manchas de sangre en el pecho y rasgada en los lugares donde las manos de
Martise se agarraron. Se la quitó y la tiró sobre la cama. Sus manos heridas todavía temblaban,
persistentes señales del brutal control del dios. Silhara gruñó y salió al balcón. Contra el cielo azul,
la estrella de Corrupción brillaba de un blanco brillante ahora.
―¿Complacido contigo mismo, Corrupción?
El dios permaneció en silencio por una vez, pero la estrella pulsó en señal de triunfo. Silhara
frunció el ceño. Corrupción se hacía más fuerte cada día. A pesar de su fuerza y habilidad, no creía
que pudiera resistir mucho tiempo más. Si él no iba al dios voluntariamente, Corrupción con el
tiempo lo tomaría por la fuerza. Si, sin embargo, él permitía la posesión del dios, aún podría
mantener cierto control de sí mismo y de Corrupción por un corto tiempo, lo suficiente
para realizar el ritual que atraparía al dios, matándolo y muriendo él en el proceso.
Cumbria lo vería muerto finalmente, pero no como lo habría deseado. En lugar de un criminal
ejecutado por traición o herejía, Silhara moriría como un héroe martirizado.
A él no le importaba el heroísmo o el martirio o frustrar los planes de Cumbria. Él quería vivir,
para cosechar sus naranjas, para vivir en Neith, sin el Cónclave en la nariz y manteniendo a Martise
a su lado hasta que muriera de viejo en lugar de esta maldita nobleza que de repente lo afligía.
Pero nada de esto sería su destino si él se limitaba a observar a Corrupción hincharse con el
poder hasta consumirlo a él y al mundo que pretendía conquistar. A pesar de lo que pudieran
pensar los demás, o cómo la historia podría dejarlo registrado, Silhara era egoísta. Corrupción no
era diferente al lich de Iwehvenn, y Silhara elegía morir con su alma intacta en lugar de vivir en la
concha de un hombre que había perdido su humanidad.
Una astuta voz interior le susurró.
Podrías vivir. Te acuestas con una bide jiana todas las noches. Úsala para lo que está hecha.

Realizado por GT Página 178


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Semanas antes, podría haberlo hecho sin pensarlo dos veces, cuando Martise no era más
que un instrumento del Cónclave, cuyo propósito era traicionarlo. Las cosas habían cambiado.
―Soy patético ―murmuró―. Me condeno y arriesgo el mundo por una mujer.
Volvió a su habitación. La carta al Luminary yacía en su cama, medio desplegada junto a la
camisa manchada. Silhara releyó la corta misiva antes de enrollarla y transformarla en una esfera
de luz del tamaño de un dedal. Se volvió hacia el balcón y convocó a un cuervo de uno de los
árboles y colocó la esfera bajo el ala del ave embrujada. Las plumas negras brillantes eran
suaves mientras acariciaba la espalda del cuervo.
―Cónclave ―le dijo―. El Luminary.
El pájaro graznó una vez antes de tomar vuelo, aleteando su camino hacia la costa y al Reducto
del Cónclave.
Se esperaba que los sacerdotes estuvieran en su puerta en cuestión de días. El Luminary podía
no molestarse en responder, solo aparecerse con su séquito a la cola para discutir sus planes con
Silhara.
Detrás de él, sonó un golpe suave contra su puerta. La voz de Martise derivó hacia el balcón.
―¿Silhara?
―Por ahora. Estoy en el balcón.
Sus pisadas ligeras se acercaron. Despeinada y sonrojada de ayudar a Gurn en la planta baja,
sonrió y le pasó una copa.
―¿Cómo están…?
―¿Mis pelotas? Adoloridas, pero al menos ya no me estoy atragantando con ellas. ¿Cómo está
tu garganta?
Ella se tocó el cuello.
―Bien. Gurn me hizo beber un poco del Fuego, y ayudó.
Silhara inclinó la copa y apuró la mitad del contenido. La bebida quemó sus entrañas, dejando
una agradable euforia a su paso. Respiró hondo y se frotó los ojos llorosos.
―Nada puede matar el dolor o causarlo como la orina del Dragón. ―Dejó la copa en la baranda
del balcón. ―¿Sabías que los soldados utilizan el Fuego de Peleta para impedir que las heridas de
batalla se envenenen?
Él le hizo un gesto para que se acercara y la atrajo hacia sí. Su espalda era cálida y olía a flores
de naranja. Él le acarició el cuello.
―Ahora tienes algo que decir al obispo.
Martise se puso rígida.
―Seguramente, sabías que yo había adivinado tu propósito aquí el día que llegaste, ¿no?
Él la besó en la sien.
La voz de Martise fue firme.
―Sí, pero no lo habría admitido si me hubieras confrontado antes. ―Ella se volvió en sus
brazos, los ojos cobrizos cautelosos cuando le devolvió la mirada―. Y no tengo nada que decir al
obispo.
Silhara le acarició la espalda y pasó su larga trenza a través de sus dedos.
―No importaría si lo hicieras, Martise. Solo tú y yo sabemos de tu Don. Tu secreto está a salvo.

Realizado por GT Página 179


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Ella se apretó contra él, sus pechos eran suaves debajo de su túnica. El sol de verano
acariciaba su rostro vuelto hacia arriba.
―Incluso si no tuviera un secreto que proteger, no le diría al obispo lo que vi hoy.
Una declaración de cambio de lealtades. Silhara cerró los ojos y la abrazó. Él debería sentirse
triunfante. Había conquistado a la espía y derrotado a Cumbria en su pequeño juego. Pero había
perdido a la mujer en el proceso.
Él la miró hacia abajo.
―¿A qué recompensa estás renunciando por tu silencio?
Ella apartó la mirada.
―Nada vale la vida de un hombre.
Silhara se rió entre dientes.
―Mi bella inocente. Los hombres sacrifican a otros hombres por poder y riqueza, comida, y a
veces solo por diversión.
Ella lo miró con esos ojos sombríos.
―¿Para qué nos sacrificamos nosotros?
La pregunta lo pilló desprevenido. Él no respondió, solo le besó la frente.
―¿Qué significa el símbolo, Silhara?
Más tenaz que un buscador de magos con una presa, ella se negaba a renunciar a la idea de que
él sabía lo que significaba el símbolo junto al nombre de Berdikhan. Gracias a Bursin no estaban
teniendo esta discusión en la noche. Él podría no resistir la tentación de mirar a la constelación
Zafira como había hecho tantas veces desde su regreso del campamento Kurman.
―No lo sé.
Sus ojos se estrecharon.
―Estás mintiendo.
Silhara se rió entre dientes. Le gustaba mucho cuando ella mostraba tal ferocidad. Bajó la boca
a la suya, pasó la lengua por su labio inferior.
―Pruébalo ―susurró.
Ella se hundió en él mientras la besaba. Él saboreó la sensación de ella en sus brazos. Si no
estuviera todavía recuperándose de la posesión de Corrupción y la efectiva defensa de Martise, se
la llevaría a la cama y le haría el amor por el resto de la tarde y la noche.
Él gimió cuando ella se apartó y le dio una mirada penetrante.
―Espera. ¿Qué quieres decir con que no importa si le digo al obispo que eres el avatar?
El alzó los ojos al cielo.
―Esto en cuanto a mi poder de seducción. ―MarZse no esbozó sonrisa alguna―. El primer
intento del Cónclave de destruir a Corrupción solo dio como resultado un largo exilio. Esta vez,
deben confiar en el avatar para derrotar al dios.
La realización la golpeó, rápido y duro. Sus ojos se oscurecieron hasta que fueron casi tan
negros como los suyos.
―¡No!― Ella agarró sus brazos. ―Deja que otra persona sea Berdikhan. El Luminary o Cumbria.
Ellos son tan fuertes como tú. Tan poderosos. ¡Este es el propósito del Cónclave, no el tuyo!
Silhara se soltó de su agarre.

Realizado por GT Página 180


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

―Pero es mi redención. ―Levantó la mano a sus labios y le besó los nudillos―. ¿Qué viste
cuándo miraste mi cara hace una hora?
La mano de Martise tembló en su mano.
―Algo sin alma.
Él inclinó la cabeza.
―Una descripción acertada. El Cónclave me ha acusado de tales faltas muchas veces. Ahora,
estarían en lo correcto ―Soltó su mano―. No tengo ningún deseo de ser reducido a una cifra,
Martise. Moriré antes que eso suceda, y arrastraré a Corrupción conmigo.
Ella inclinó la cabeza.
―Desearía que me amaras ―dijo ella en voz baja―. Tal vez entonces yo podría hacer que
detuvieras esta locura.
Su declaración casi lo puso de rodillas. Era porque la amaba que seguía este camino, pero
diciéndoselo solo haría que protestara más o peor aún, la haría hacer algo estúpido que los
pudiera comprometer a ambos. Cerró los ojos por un momento y le dijo su mayor mentira.
―Yo no te amo. Eres una mujer admirable, más que cualquier otra persona que haya
conocido, salvo Gurn. Pero eso tiene poco que ver aquí.
El más leve gemido flotó entre ellos antes de que la brisa de la tarde lo arrebatara. Martise
juntó las manos.
―¿Tendría alguna importancia si dijera que yo te amo?
Una parte de Silhara, la parte más pequeña que se acordaba de su humanidad y su capacidad
de amar, se estremeció.
―No.
Él levantó su cabeza con un dedo bajo su barbilla. Las lágrimas corrían por sus pálidas mejillas y
goteaban sobre su mano. Le pareció que quemaban.
―Prepara tus cosas. Te devolveré a tu verdadero maestro.
La besó de nuevo, con fuerza. Llevaría el recuerdo de su sabor con él hasta su muerte.
Ella le devolvió el beso brevemente antes de huir del balcón. Una vez que la puerta se cerró
detrás de ella entró en su cuarto con la copa de Fuego de Peleta a medio terminar, se puso una
camisa nueva y preparó su narguile.
El gusto suave del tabaco amortiguó la dureza del alcohol, y Silhara fumó del narguile a largas
chupadas. Exhaló una nube de humo en una exhalación lenta, murmurando palabras
arcanas cuando lo hizo. El humo se arremolinó y giró en los patrones intencionales, dando forma a
una nebulosa réplica del rostro de Martise. La imagen fantasmal flotó en el aire delante de él, y él
trazó su contorno.
―Mi propia Zafira. Me has condenado.

Realizado por GT Página 181


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 2200

—¿Cómo sabemos que podemos confiar en ti?


La pregunta de Cumbria fue descargada a través del ruido de las tazas de té y el susurro de las
túnicas.
Silhara, vestido con su túnica roja y cómodo en su biblioteca en medio de una reunión de
obispos del Cónclave, se reclinó en su silla sonrió.
—No lo saben.
El vapor de la tetera caliente escaldó los dedos de Martise cuando volvió a llenar las tazas. El
contingente de sacerdotes, entre ellos el todopoderoso Luminary, habían estado aquí menos de
dos horas, y ya el obispo y el mago se posicionaban y preparaban para entrar en combate.
Cumbria se volvió hacia el pequeño y calvo sacerdote a su lado. Más joven que Cumbria y no tan
imponente, tenía una cara redonda y jovial, ojos afilados que quemaban agujeros a través de una
persona con su mirada. Martise había estado así de cerca del Luminary solo una vez antes, y había
quedado debidamente impresionada.
El obispo se tocó la frente en deferencia.
—Eminencia, ¿dejaría el destino del mundo a este marginado y a la mitología de esos salvajes,
cuya sangre él comparte?
Las cejas de Silhara se elevaron. Pasó un dedo perezoso alrededor del borde de su taza de té.
—Comparto tu sangre, tío. ¿Eres un salvaje?
Los jadeos ahogados de los otros sacerdotes enfatizaron la pregunta de Silhara. Martise casi
dejó caer la tetera medio vacía en el regazo de un obispo menor. En el aparador improvisado,
apresuradamente preparado para esta reunión, Gurn untaba tranquilamente rebanadas de pan
con mantequilla y sonrió.
—¡Nunca me llames así!
Sus huesudas manos se empuñaron, Cumbria se inclinó sobre la mesa como si fuera a saltar
sobre Silhara y golpearlo.
—¡Cumbria! Este no es el momento para disputas familiares.
La orden del Luminary llamó a todos la atención, incluyendo a Silhara que se enderezó de su
postura indolente.
Martise tomó uno de los platos con las rebanadas de pan de Gurn con un gesto distraído. Sus
pensamientos giraban. ¿El obispo era tío de Silhara? Dudaba que estuviera más sorprendida si
hubiera dicho que Cumbria era en realidad una mujer.
Eran parientes de sangre y se odiaban mutuamente con una ferocidad reservada para quiénes
eran enemigos de nacimiento. Ella entendía un poco la animosidad de Silhara. Había sido
maltratado en el Cónclave, más que la mayoría de los iniciados, y Cumbria había sido el culpable
de cada uno de los abusos.
Silhara solo había insinuado el móvil del obispo en la intimidación de un novicio, y ella había
encontrado extraño el comportamiento. Veintidós años de esclavitud en la casa de Asher, y ella
nunca había visto ni había sido sometida a tal crueldad por su amo. Cumbria, era justo a su
manera, duro cuando era necesario, indiferente a sus siervos la mayoría de las veces. El por qué
habría de actuar tan brutalmente hacia otra persona, especialmente un pariente, la
desconcertaba.

Realizado por GT Página 182


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Rodeó la mesa con Gurn, colocando la comida en el centro para su fácil alcance. Más té fue
vertido, y la tensión en la biblioteca decayó lentamente. Ella estaba a gusto en este papel
conocido. Apenas vista y nunca oída, podía observar cada acción, escuchar cada palabra que
decían y recordarlo todo. Cumbria la interrogaría, una vez que estuvieran solos, la haría recitar
cada frase pronunciada por cualquier persona que contribuyera a la conversación.
El Luminary se sirvió pan. Señaló con un trozo de corteza a Silhara.
—Te conozco desde que eras un niño, Silhara. Un niño incontrolable, rebelde y voluntarioso
con un afilado instinto de supervivencia. El hombre es casi el mismo, excepto por el control. Eres
bastante bueno en eso ahora. El ritual de los reyes del norte podría funcionar, especialmente con
un mártir dispuesto en su centro. Lo que quiero saber es ¿Por qué eliges ser ese mártir?
Silhara empujó su taza, y se encontró con la mirada aguda del Luminary.
—Yo soy el avatar renacido.
Sofocando un débil gemido de desesperación, Martise cerró los ojos. Él se había condenado con
esa admisión.
Cumbria dio una palmada sobre la mesa.
—¡Lo sabía! —Su voz sonó triunfante—. ¿Cuántas veces, Eminencia, le dije que él era el avatar?
Metimos una víbora en medio de nosotros, y ahora nos traiciona.
Silhara puso los ojos en blanco.
—Dime, tío —Enfatizó el título y sonrió cuando los ojos de Cumbria echaron chispas—. ¿Cómo
he traicionado al Cónclave? Acudí a ti por un aprendiz para poder encontrar una manera de matar
al dios. —Por primera vez Martise vio una semejanza entre los dos hombres en el desprecio
manifiesto de Silhara—. Martise es mucho mejor traductora que espía. Estás desperdiciando sus
talentos. —Ella apartó la mirada cuando él la miró—. Juntos, te hemos encontrado un ritual que
funcione y un idiota listo y dispuesto para actuar de ofrenda para el sacrificio.
—Está mintiendo —espetó Cumbria.
—Crean lo que quieran. Utilicen el ritual o no. Úsenme a mí o no, pero tomen una decisión, así
sabré si debo prepararme para morir o prepararme para la cosecha. Tendré azahares listos para
recolectar muy pronto.
Martise negó con la cabeza. No era de extrañar que el Cónclave rechinara sus dientes
colectivamente. Él no mostraba ningún respeto, no ofrecía ningún servilismo. Pragmático hasta la
exageración, incluso ante los hombres más poderosos de las tierras lejanas. El hecho de que estos
mismos hombres se hubieran reunido en Neith en lugar de convocarlo al Reducto del Cónclave
hablaba mucho de su aceptación para negociar con el Maestro de los Cuervos en sus términos.
—¿Estás seguro de que eres el avatar?
El intenso escrutinio del Luminary podría haber incendiado la túnica de Silhara.
Silhara no se acobardó.
—Si no lo soy, entonces Corrupción ha perdido el tiempo cortejando a la marioneta
equivocada. Cuatro días atrás, el dios tomó plena posesión de mí, y casi maté a la pupila del
obispo. —Martise se ruborizó cuando una docena de pares de ojos se volvieron de repente hacia
ella—. Él me quiere, y, me ha nombrado su avatar.
Cumbria se frotó las sienes.
—Eminencia, él se volverá contra nosotros en el ritual.
—Yo puedo volverme contra ti ahora, y no puedes detenerme.

Realizado por GT Página 183


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

El obispo lo ignoró.
—Use a otra persona.
El líder del Cónclave miró a su obispo con un suspiro de frustración.
—¿Quién, Cumbria? ¿Te estás ofreciendo? —Levantó una ceja cuando Cumbria palideció.
Silhara se echó a reír.
—Excelencia, has tratado de clavar o colgar mi cadáver del árbol más cercano por más de
veinte años. Ahora, cuando me ofrezco en un plato, ¿te niegas? ¿Por la esperanza de un poco más
de deporte sanguinario?
El Luminary entrelazó los dedos y miró a cada uno de los sacerdotes sentados delante de él.
—Nos guste o no, Silhara es la clave para el ritual. Al igual que Berdikhan antes que él. Es lo
bastante poderoso como para atrapar al dios dentro de él el tiempo necesario para que hagamos
nuestro trabajo, y suficientemente fuerte físicamente como para resistir nuestro ataque hasta que
el dios muera. Por encima de todo, Corrupción quiere a Silhara. No habrá que hacer ningún
esfuerzo para atraer al dios hacia él.
Cumbria aún se resistía.
—Debemos llevar esto a la Santa Sede.
—No tenemos tiempo, y la mitad de la Sede ya está aquí. Votaremos ahora. Si es sí, entonces
nos organizaremos en Eastern Prime y nos reuniremos de nuevo en Ferrin’s Tor en dos días. —Él
miró a Silhara—. ¿Puedes eludir a Corrupción por ese tiempo? ¿O tengo que hechizarte para
dejarte inconsciente?
El mago se echó a reír.
—Un día o dos no es nada. Un mes, y podría necesitar ese descanso.
El Luminary levantó la mano.
—Emitan su voto. Sí para el ritual. No en contra. Yo digo sí.
Un coro de "sí" siguió a su declaración, incluso Cumbria, quien dio su hosco acuerdo al último.
Martise se miró los pies. Quería vomitar. Silhara había redactado su propia sentencia de
muerte, y los sacerdotes la habían firmado. Qué irónico que el hombre que más quería verlo
muerto había sido el más reacio a dar su aprobación.
Dos días. Si sólo dos días abarcaran la eternidad.
Ella levantó la vista y encontró a Silhara mirándola con esos ojos oscuros tan profundos, tan
llenos de secretos y sombras.
—Por favor —moduló ella.
Él negó con la cabeza antes de levantarse con el resto de los sacerdotes cuando el Luminary se
puso de pie. Él la miró por última vez antes de salir con el Luminary a su lado.
Cumbria se quedó atrás, acorralándola cerca de las ventanas. Gurn rondaba cerca, con el
pretexto de limpiar la mesa y los restos de sus refrigerios. El obispo no llevaba adornos sobre su
túnica de seda gris, excepto la piedra espiritual de Martise en su cadena de plata. Un ansia terrible
se desató en su interior, seguido por la desesperación. Había renunciado a su oportunidad de vivir
como una mujer libre, de recuperar la parte de sí misma tomada de ella cuando era una niña.
Dada la oportunidad, lo haría de nuevo si significara proteger a Silhara del Cónclave, pero la
comprensión de ello no disminuía el dolor.
—Has fallado.

Realizado por GT Página 184


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Martise arrastró su mirada desde la joya azul al rostro de Cumbria.


—Sí, Excelencia.
Ella no tenía excusas, no se disculpó.
Cumbria frunció la boca en disgusto.
—¿Lo intentaste siquiera?
Ella lo hizo. Al principio.
—Sí. Yo canté a su cuervo. Él nunca llegó. Fui testigo de la posesión, pero Sil… —Hizo una pausa
ante su mirada estrecha—. El mago envió un mensaje al Luminary antes de que yo pudiera
enviarle uno a usted.
El movimiento de sus dedos acariciando la piedra la hipnotizó. Martise no ocultó su anhelo.
Ambos sabían lo mucho que la piedra significaba para ella. El rostro demacrado de Cumbria se
suavizó, y dejó caer la mano al costado.
—Nada ha salido como yo esperaba. Para ti tampoco, supongo.
—No —dijo ella simplemente. Su pérdida no era nada comparada con lo que Silhara
enfrentaba.
—No me sorprende que Silhara conociera tu propósito aquí. Me sorprende que te haya
permitido quedarte todo este tiempo. —Una ceja gris se levantó mientras la recorría con una
mirada especulativa—. Y a pesar de tu estancia, no te ves para nada mal. Un poco más delgada,
más morena por el sol.
Su cuerpo estaba bien, su corazón estaba destrozado. Se alisó los pliegues de su falda.
—Fui de alguna utilidad con los tomos Helenese. Y ayudé con la cosecha.
Cumbria se arrebujó en su túnica.
—El Cónclave te recompensará por tu descubrimiento, pero no te liberaré. —Martise se
entusiasmó en su interior, pero mantuvo su rostro carente de expresión—. Necesito tus
habilidades. Y la muerte Silhara nunca estuvo destinada a ser la de un héroe. Prepárate. Partimos
para Eastern Prime en una hora.
Ella le observó alejarse y se quedó sin aliento cuando un gran peso cayó sobre su hombro. Gurn
estaba a su lado, la simpatía se profundizaba en el azul de sus ojos. Había estado tan centrada en
Cumbria y en la confirmación apabullante de que su esclavitud continuaba, que había olvidado
que él aún estaba en la habitación con ellos. Le palmeó el hombro en un gesto reconfortante.
Sus manos dibujaron patrones en el aire, moviendo los labios en palabras sin sonido. Martise se
rió a pesar de su tristeza.
—Matarlo no nos ayudará a ninguno de los dos, Gurn. La justicia del Cónclave es rápida y
despiadada. Tú estarías muerto, y yo probablemente sería vendida a alguien peor. —Ella se
encogió de hombros—. Él no es tan malo. La suerte de un esclavo nunca es fácil, pero la mía ha
sido mucho más fácil que para la mayoría.
Ella le dio una palmadita en la mano.
—Tengo que recoger mis cosas. —Echaría de menos a Gurn y Cael. Ellos, al igual que Silhara, se
habían convertido en su familia. El nudo en la garganta le hacía difícil hablar. Se las arregló para
decir con voz ronca una pregunta—. ¿Nos acompañarás a las puertas?
Él asintió con la cabeza y le palmoteó el brazo una vez más. Martise le dejó para que terminara
de ordenar la biblioteca y regresó a su habitación.

Realizado por GT Página 185


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

La puerta se acababa de cerrar con un clic cuando Silhara salió de un rincón de su habitación en
penumbra. Una oleada de aire fluyó de sus dedos, extendiéndose hasta que abarcó la recámara y
lamió las paredes. Sus oídos se destaparon en señal de protesta. Él había invocado un hechizo de
silenciamiento. Nadie fuera de la puerta oiría nada, ni siquiera un grito.
Sus ojos brillaban en un rostro que pálido de furia.
—Sabía que no eras la pupila de Cumbria. —Las palabras, heladas y afiladas, enviaron
escalofríos por los brazos de Martise. Ella retrocedió mientras él la acechaba—. Una sirvienta, sí.
Una educada y especial. ¿Pero una esclava? —Él arremetió, pateó el único taburete a través de la
habitación estrellándole contra la pared opuesta. Dos de las patas se abrieron con un fuerte
crujido—. ¿Por qué no me lo dijiste? —gruñó.
Los tendones de su cuello se apretaron, enrojeciendo la piel de modo que la cicatriz se destacó
como una banda pálida.
Martise le miró, aturdida por su ira. ¿Por qué debería importar su condición ahora?
—No vi ninguna razón…
—¿Ninguna razón? —Ella se encogió ante el hiriente desprecio en su voz—. Había razones de
más.
Él la apoyó contra la pared cerca de la ventana. Martise, desconsolada al saber que tenía solo
estos pocos minutos con él, no tenía miedo. Le tocó la cara con dedos gentiles.
—¿Por qué estás tan enojado?
Su caricia obró su propia magia. Silhara cerró los ojos y apoyó su frente contra la de ella. El
tupido abanico de sus pestañas descansaba contra sus mejillas. Ella le acarició la dura línea de la
mandíbula, arrastrando los dedos por su cuello hasta la cicatriz blanca del garrote.
Él se enderezó y abrió los ojos pero no se alejó de ella.
—Te ofreció tu libertad, ¿no es así? —Sus ojos se estrecharon hasta convertirse en rendijas—.
No eres codiciosa ni ambiciosa. Tampoco eres de sangre fría. Sino que estás esclavizada. ¿Qué otra
cosa podría motivar a una mujer tranquila y amable a entregar a un hombre a sus enemigos?
Él no le dio oportunidad de responder.
—No podías apartar la mirada de esa baratija que él lucía, no pudo resistirse a lanzarte tu
fracaso a la cara. —Una vez más, su voz se volvió cortante y fría—. Yo sé lo que es ese pedacito de
joyería. Un grillete de alma.
—Sí.
Ella se quedó contra la pared cuando él se apartó y comenzó a caminar.
—Martise, te dije que mi silencio con respecto a tu Don fue dado libremente. —Se detuvo,
extendió los brazos en frustración—. ¿Por qué no dijiste algo? ¿Cualquier cosa? Habría postergado
enviar mi carta al Luminary, dándote tiempo para que enviaras tu propia carta para Cumbria.
Martise se frotó los ojos con el dorso de las manos.
—No sabía que planeabas escribir al Luminary y derramar tus secretos. —Él frunció el ceño
cuando ella levantó las manos para defender su razonamiento—. Quiero dormir por las noches,
Silhara. No puedo, en conciencia, negociar la vida de un hombre a ningún precio.
Él cerró la distancia entre ellos. Martise se apoyó en las calientes manos que agarraban su
cintura. Su aliento le hizo cosquillas en la garganta.
—¿De ningún hombre? —le susurró al oído.

Realizado por GT Página 186


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Sus ojos se cerraron y deslizó sus brazos alrededor de él, se apretó cerca para sentir cada
músculo tenso.
—Especialmente tú. Tú más que nadie. —Su cabello era seda en sus dedos, y ella respiró el olor
a naranjas—. Tú no me amas, pero yo te amo. Nunca te traicionaré.
Silhara la besó, con su lengua persuadiendo y excitando. Él sabía a desesperación y al té de
moras de Gurn. Sus manos cálidas recorrieron su espalda y su trasero. Martise gimió en señal de
protesta cuando él rompió el beso. Una mano subió a su cara, sus dedos largos acariciaron sus
mejillas, el puente de su nariz.
—Si fuera un hombre rico, te compraría.
Su sonrisa sombría reflejaba sus pensamientos igualmente sombríos.
—Cumbria de Asher no te vendería una manta andrajosa si pensara que la quieres, aunque
fueras el hombre más rico del mundo.
—¿El Obispo Supremo tiene mantas rotas?
—No lo creo. —El corazón de Silhara latía fuerte bajo su mano, el corazón de un rey mendigo—.
¿Por qué no me dijiste que el obispo era tu tío?
Él se puso rígido, y su boca seductora se comprimió en una línea delgada.
—Porque nunca pienso en él como tal. Él era el distanciado hermano de mi madre, nada más.
Martise discrepaba. Silhara podría reclamar solo un reconocimiento superficial de su pariente,
pero había mucho más entre ellos, cosas oscuras y dolorosas.
—¿Por qué os odiais?
Silhara miró por encima de su cabeza.
—Ambos culpamos al otro por su muerte. Él me odia porque soy la razón por la cual no le
permitió volver a los brazos de la familia. Ella se casó con un Kurmano salvaje contra sus deseos y
avergonzó el nombre de Asher. Yo le odio porque su orgullo la obligó a vivir una vida corta y
brutal. —Sus labios se curvaron—. Por supuesto, eso no es más que la primera en una larga lista
de razones por las que odio a Cumbria de Asher.
Él gimió suavemente cuando ella apretó sus labios en la piel arrugada de su cicatriz.
—Cumbria era uno de los sacerdotes que observaban como te estrangulaban con el garrote,
¿no es cierto?
—Sí.
Ella se tambaleó en su interior ante tal crueldad. Que un hombre pudiera mantenerse al
margen y ver como el hijo de la hermana, alguna vez amada, luchaba contra las manos del
verdugo, la desconcertaba. La vida a veces dictaba decisiones difíciles. Su propia madre la había
vendido a la esclavitud, pero por la desesperación y la necesidad de alimentar a otros seis niños.
Cumbria, inmensamente rico, no sufría tales dificultades. No era de extrañar que Silhara le odiara.
Sus ojos negros brillaron triunfantes cuando ella le dijo.
—Tú le has superado en todo. —Esa luz se atenuó cuando ella continuó—. Y sin embargo, en
última instancia le darás lo que él más quiere.
Sus dedos se clavaron en los brazos de Silhara. Los ángulos de su cara tallada se pusieron
borrosos.
—Por favor, te lo ruego, no te sacrifiques. —Ella le besó en esa boca inflexible, y su voz
tembló—. Prefiero tener al dios en el mundo que a ti fuera de él.

Realizado por GT Página 187


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—Dulce mujer, yo ya estoy muerto.


Silhara la levantó del suelo, envolviéndola en un abrazo que amenazaba con romperle las
costillas. La besó en los ojos, la nariz, la boca, sin hacer caso de sus lágrimas que hacían que sus
labios brillaran. Martise trató de convocar su Don, ofrecer una última conexión y tomar algo de él
para sí misma. La ola de energía subió en su interior, y sus párpados se estremecieron con la
calidez de la luz sobrenatural que fluía por su cuerpo.
Silhara la bajó, la agarró por las muñecas, y alejó sus manos de la cara, de pronto cortó la
conexión con su Don.
—No.
Martise se asustó, sorprendida por la vehemencia de su negación. Él la suavizó con una sonrisa
nostálgica.
—Y no creas que no siento la tentación de tomar lo que me estás ofreciendo. Pero no debes
convocar tu Don por ningún motivo, no si deseas mantenerlo en secreto de tu amo y sus maestros.
La besó en la palma de la mano con reverencia.
—Voy a enviar a Gurn a Eastern Prime. Irá más o menos un día detrás de ti. Si le necesitas, ve al
Templo de la Luna. —Las cejas de Martise se alzaron. Silhara se rió entre dientes—. La bella Anya
fue muy amable, y está bien dispuesta a ofrecerle un refugio temporal.
—Él no se irá de buen grado.
Silhara se encogió de hombros.
—Pero se irá, incluso si tengo que romperle las dos piernas y echarle sobre Mosquito yo mismo.
Él puede regresar a Neith, en el término de una semana si lo desea. —Su mirada oscura penetró
dentro de ella—. Tú también podrías volver si fueras libre.
Martise se secó las lágrimas de las mejillas.
—Libre o no, no habrá nada aquí para mí en una semana. —Ella agarró firmemente su túnica
escarlata, triturando los hilos gastados bajo sus manos—. Te lo pido de rodillas. No hagas esto.
Él sacó los dedos de su túnica y rozó sus labios en los suyos. Un beso de despedida.
—Tu amo te espera en el patio de la entrada. No te acompañaré a la salida.
Se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta, haciendo una pausa cuando ella le tendió una mano
suplicante y le llamó por su nombre.
—Silhara...
Sus hombros se mantuvieron rígidos, y no se volvió hacia ella.
—Que la Fortuna te favorezca, aprendiz.
La puerta se cerró con un chasquido final.

Realizado por GT Página 188


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 2211

El silencio se cernía sobre Neith, mezclándose con las últimas serpentinas de luz a medida que
la tarde daba paso a la noche. Silhara paseaba por el patio delantero, bordeando el cementerio de
piedra rota y matorrales. Las ramas secas y los trozos de roca crujieron bajo sus botas al pasar por
las puertas de hierro que lo saludaron con un fino gemido de bisagras chirriantes al balancearse
suavemente en la cálida brisa que pasaba por las llanuras circundantes. Su capa ondeaba tras él,
sus bordes raídos acariciaron los rieles y escalones de la escalera astillada cuando pasó.
Durante el tiempo que había residido aquí, esta parte de Neith siempre había sido tranquila.
Los fantasmas de sus constructores descansaban en paz, despreocupados del paso del tiempo y
del destino que la había convertido en ruinas. En ruinas o no, Neith era su hogar. Con su bosque
maldito, muros rotos y un campo de naranjos lleno de cuervos pendencieros, la mansión y sus
tierras eran un paraíso para él, lejos de la inmundicia y la miseria de los muelles de Eastern Prime y
de la crueldad sombría de la antigua fortaleza del Cónclave que estaba junto al mar. Su espíritu
siempre se calmaba en Neith, los bordes dentados de su amargura se suavizaban por el
aislamiento que ofrecía al azote del viento. Hasta ahora.
Silhara se detuvo para mirar el ensombrecido bosque de robles y la franja de camino que
cortaba una cicatriz recta desde su centro hasta más allá de la llanura. Gurn estaba bien avanzado
en su camino a Eastern Prime conduciendo a Mosquito y el carro cargado con el ganado, la única
verdadera riqueza de Neith, a través de un ondulante océano de maleza gigante. Se imaginó a
Cael, con su pelaje desaliñado decorado con semillas de pasto, la punta de su cola como látigo,
azotando de un lado para otro al trotar junto a la carreta.
No había necesitado dejar inválido a Gurn para hacer que se marchara, pero había estado a
punto. La melancolía del siervo por la partida de Martise, se convirtió en confusión cuando Silhara
le ordenó empacar cualquier cosa de valor y viajara a Eastern Prime. La confusión dio paso a la
incredulidad y furia cuando preguntó que implicaba para los sacerdotes los verdaderos planes de
Silhara.
Los dos hombres se sentaron uno frente al otro en la mesa de la cocina. Silhara bebió una taza
de Fuego de Peleta, dando la bienvenida al lento ardor que lamió su cuello y sus costillas.
—Ya has oído los verdaderos planes, Gurn. Me reúno con el Cónclave en Ferrin’s Tor dentro de
dos días. Destrozamos al dios y salvamos al mundo —se encogió de hombros y apuró la última
gota de Fuego. Tenía los ojos llorosos por los efectos del licor, alzó la copa vacía hacia su sirviente.
—Y muero como un héroe —resolló.
Gurn tomó su taza de té con su gran mano. Aparecieron fracturas de tensión por toda la
superficie de la taza cuando la apretó. Su mano libre recortó el aire en un movimiento brusco, y su
rostro se puso rojo.
Silhara empujó su taza y la botella de Fuego hasta el otro extremo de la mesa.
—Nosotros no haremos nada más que cargar el carro y colocarle el arnés a Mosquito. Tú
conducirás a la ciudad. Lleva a Cael. Ya he hecho los arreglos para que te quedes con tu amiga
Anya durante una semana, o más si lo deseas —sonrió ante el rostro sonrosado de Gurn—. Debes
poseer habilidades considerables bajo las sabanas. Ella envió un mensaje expresando su
entusiasmo por tu visita.
Gurn no le devolvió la sonrisa, solo golpeó la mesa con sus grandes manos lo bastante fuerte
para sacudirla, e hizo señas frenéticamente.

Realizado por GT Página 189


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

El entumecimiento instalado en el corazón de Silhara desde que Martise partió con los
sacerdotes empeoró. El Fuego burbujeaba en su vientre. Había perdido a la mujer que amaba y
ahora al amigo que admiraba. Gurn había sido más un compañero que un sirviente, alguien que
entendía la necesitad de estar solo, pero que lo ayudó a mantener a raya años de soledad con su
silenciosa presencia. Silhara apreciaba su lealtad, estaba agradecido por ello. ¿Cómo él, una rata
de muelle, había logrado generar tanta fe en un sirviente convertido en amigo?
—No puedes quedarte, y no puedes ayudar. No aquí. Si eres mi amigo como dices, me harás
este último favor. Cuando llegues a Eastern Prime, encuentra a Martise. Comprueba que esté bien.
Hubo más signos enfadados, y el rostro de Gurn palideció y se volvió suplicante ante la
implacable voluntad de Silhara.
Silhara frunció el ceño. Sus palabras brotaron más duras de lo que pretendía.
—Yo soy fuerte, Gurn, pero no invencible. Y soy solo un hombre. ¿Acaso no viste a lo que
sometí a Martise bajo la influencia del dios? La pregunta no es si Corrupción me poseerá, sino
cuándo. No soy mejor que un cebo de lich, y no voy a vivir como una marioneta. Quiero que te
marches cuando se ponga el sol.
La testaruda resistencia de Gurn lo sorprendió, y Silhara finalmente se vio obligado a poner un
Geas13 sobre él para que se marchara. Lágrimas de rabia frustrada y dolor corrieron por las mejillas
del gigante cuando se paró junto a la carreta cargada y se enfrentó a su amo y amigo una última
vez.
Silhara apretó la mandíbula, encontrando difícil hablar.
—Lo he dicho infinidad de veces. Eres un sirviente deplorable —apretó el antebrazo de Gurn
tanto a modo de despedida como para evitar un abrazo que pudiera aplastar sus costillas—. ¡Larga
vida, amigo mío! Vive bien.
Al igual que antes con Martise, no se quedó mirando la partida de Gurn sino que se retiró a su
habitación y estudió las sombras de la tarde a medida que se extendían por el naranjal. Había
fumado dos tazones del narguile antes de salir a caminar por las fronteras interiores de Neith.
Una oleada inmensa de poder corrió a través de él cuando levantó las defensas mágicas del
bosque. La magia negra, al dejar de ser una fuga constante de su fuerza, golpeó como una
marejada en su sangre. Tambaleándose por la repentina afluencia de energía, Silhara respiró con
dificultad. Un rayo negro salió disparado de sus dedos, chamuscando la maleza seca a sus pies.
El bosque, libre de la maldición de deformación que había mantenido a raya a los visitantes, se
iluminó con la luz del sol que se desvanecía. La oscuridad que lo invadiría en una hora sería debido
al descenso del sol, nada más. Silhara apretó los puños, aprisionando las ondas residuales de la
magia. Necesitaba cada pizca de fuerza que pudiera reunir. Si los medios para ello incluían dejar
sin protección la entrada principal de Neith, que así fuera.
Salió del patio y regresó a la casa, pasando por los corredores vacíos hasta que llegó a la puerta
que daba a la arboleda. Los ecos fantasmales le siguieron, la voz seductora de Martise, el
traqueteo de las ollas y sartenes cuando Gurn trajinaba en la cocina, el clic, clic, clic de las garras
de Cael golpeteando en el suelo mientras patrullaba la casa. Silhara se detuvo un momento y
escuchó. Silencio.
Suspiró y se dirigió a la arboleda. Al igual que los bosques en la entrada de Neith, había
protegido los muros del huerto con poderosos hechizos. Una vez más, Silhara absorbió el oleaje

13
Geas – En folklore irlandés, obligación o prohibición impuesta por arte de magia en una persona.

Realizado por GT Página 190


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

embriagador de poder cuando levantó los encantamientos. Tribus enteras de ladrones podrían
escalar esas paredes ahora y dejar los árboles limpios. La ira le atravesó con esa idea antes de que
sofocara la emoción.
La casa le dio la bienvenida con sus frescas sombras y el aislamiento omnipresente. Silhara
cerró la puerta de su habitación y se dirigió al balcón. Colgando baja en la profundidad añil del
crepúsculo que irrumpía, la estrella de Corrupción se veía más brillante desde que apareció por
primera vez. Silhara miró hacia la manifestación celestial del dios y retrajo su magia. Sus
pensamientos, sus emociones, cada aspecto de su espíritu fueron bloqueados, metidos detrás de
una puerta etérea con goznes encantados y cerraduras protegidas con su magia natural.
Corrupción la atravesaría, pero no antes de que Silhara lo tuviera aprisionado dentro de la
concha de su cuerpo y ofrecido a los sacerdotes con el fin de destruirlo. El rostro pálido de Martise
se alzó en su mente. En el borde del horizonte nocturno, la constelación al Zafira hizo su ascenso
constante con sus estrellas hermanas. Él sonrió. Había hecho lo correcto al no contarle lo del
símbolo. Sería honrado por sacrificarse por el mundo. Nadie sabría que lo había hecho por él
mismo y por una sencilla y esclavizada mujer.
La estrella del dios pulsó en reconocimiento a su consideración. Silhara extendió los brazos y se
enfrentó a su destino elegido.
—¿Me prostituyo para ti ahora, Corrupción? —susurró.
Supo muy poco más allá de esas palabras, salvo una dolorosa agonía, como si una enorme
mano rompiera todos los huesos de su cuerpo y aplastara los restos bajo el tacón de una bota. La
oscuridad explotó en su visión, y quedó ciego ante el mundo a su alrededor. Un antiguo maleficio,
gestado por un millar de años de intenso odio, lo invadió, golpeando la puerta que guardaba su
alma.
Silhara parpadeó y lo que vio frente a él no fue su campo de naranjos ni el cielo color añil, sino
el desolador paisaje de una pesadilla familiar. Estaba de regreso en las orillas negras de un mundo
muerto, frente a un océano igual de inerte. Entre las olas plateadas, la subida y bajada de una
enorme figura oscura ribeteada contra una noche sin luna, se deslizaba en el agua. Se acercó cada
vez a él más para atraerlo hacia las olas.
Contestó su llamada silenciosa, metiéndose en el oleaje. Las olas tibias se arremolinaron
lentamente contra sus piernas, y luchó contra su tira y afloja como si nadara a través de sangre en
lugar de agua. Un murmullo a sus espaldas lo hizo girarse y se quedó flotando en posición vertical,
sintiendo que el leviatán se acercaba por detrás.
Un espectro en un leine blanco, parado en los restos de ceniza y hueso quemado, levantó una
mano haciendo señas. Sobre el ritmo sordo de las olas golpeando contra su cara, su voz lo llamó,
suplicante, un tejido de luz de estrellas caídas.
—Ven a la orilla, mi amor.
Silhara quería responder, quería nadar de regreso, pero la fuerza de la corriente lo arrastraba
sin cesar, lejos de la orilla y de ese último pálido vestigio de esperanza. El agua se cerró sobre su
cabeza, hundiéndolo, hacia las fauces abiertas de la criatura que lo aguardaba.
Atrapado en una vorágine de locura, cerró los ojos solo para abrirlos de inmediato. Esta vez
estaba de regreso en su balcón, frente a un paisaje extraño y retorcido. Vio capas de movimiento y
color; desplazamiento y tiempo como si pasaran a través de un filtro de agua sucia. Su visión,
alterada por la posesión de Dios, le mostró el calor del verano despojado de su vitalidad. El dorado

Realizado por GT Página 191


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

era un descolorido amarillo, el verde era solo un color ceniciento. El cielo del crepúsculo no era
nada más que tonos de gris salpicado por el brillo enfermizo de estrellas moribundas.
La dulzura venenosa del saludo de Corrupción resonó en su interior.
Bienvenido, Avatar. He esperado mucho tiempo por ti.
Silhara, con su voz clara y libre de lo áspero de su cicatriz, inhumana en su claridad, respondió.
—He venido por propia voluntad. Los sacerdotes del Cónclave tratarán de destruirnos en
Ferrin’s Tor.
El Dios se echó a reír.
Entonces jugaremos su juego. Me engañaron mil años atrás. No lo harán esta vez.
Silhara vio sus cuervos revolotear y posarse en sus árboles para la noche. Corrupción se calmó
en su interior y él sintió la esencia del dios.
Te recompensaré, Avatar. Un mundo a tus pies, reinos bajo tu dominio, la inmortalidad más allá
de tu imaginación. —Un frío terrible quemaba las venas de Silhara—. Pero primero, un castigo por
desafiarme.
Los brazos de Silhara se alzaron como si fueran tirados por cuerdas. La magia, más poderosa de
lo que nunca la ejerció, rugió a través de él. Un fuego blanco salió de sus palmas derramándose en
cascadas que corrían por el suelo, y disparó hacia los árboles. Su bosque, prueba de su triunfo
sobre una vida llena de obstáculos y ganadora de su mayor atención y cuidado, explotó en un
infierno de árboles carbonizados y alaridos de aves. Detrás de la puerta protectora, el alma rota de
Silhara gimió de angustia.

Realizado por GT Página 192


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 2222

—No lloraré a un hombre que aún no ha muerto.


Martise se frotó los hinchados ojos. A pesar de su declaración, había pasado toda la noche
alternando entre llorando y paseándose de un lado para el otro en la habitación. Estaba
desesperada por una idea, una solución, incluso un milagro que pudiera liberar a Silhara de la
trampa que se había puesto conscientemente. Para cuando el amanecer llegó a la pequeña
ventana de su habitación del ático, ella estaba medio loca de frustración.
Los sacerdotes seleccionados para participar en el ritual en Ferrin’s Tor habían salido de Eastern
Prime al alba. Cumbria se había ofrecido de voluntario incluso antes de que fuese elegido. Martise
sabía que sus intenciones no eran nobles ni valientes. La oportunidad de ver a su sobrino y
adversario de toda la vida morir a manos del Cónclave valía la pena el riesgo de enfrentarse a
Corrupción.
El sol subió más alto, reflejándose en los tejados de las casas vecinas en ardientes tonos rojos y
naranjas. La franja de mar que se divisaba desde su ventana reflejaba los mismos tonos de
brillante carmesí sobre la superficie del agua. El amanecer era su hora favorita del día, y en otro
tiempo Martise se habría detenido a admirar la belleza de la luz. Pero hoy tenía un caballo que
robar, un viaje que hacer, y un hombre que salvar.
Cumbria se había negado a su solicitud de unirse a aquellos que lo seguían a Ferrin’s Tor.
—Te necesito aquí. Si fracasamos, deberás presentarte al Luminary en el Cónclave. Él será la
última barrera contra el Dios. El tiempo que pasaste en Neith puede ayudarlo. —Él la miró, la
sospecha asomó en su boca de labios finos frunciéndola—. ¿Lo pides porque echas de menos al
mago bastardo?
Ese mago bastardo se había entregado voluntariamente en sacrificio. Aunque Cumbria había
decidido participar en el ritual, ella dudaba que estuviera tan dispuesto como Silhara, enfrentado a
las mismas circunstancias.
—No —dijo, orgullosa de que su voz permaneciera fría e inexpresiva—. Es solo una cuestión de
curiosidad. —Si podía evitarlo, el obispo nunca sabría de su relación con Silhara o sobre el
descubrimiento de su Don. Se lo debía tanto a él como a sí misma. El alma de Silhara estaría
furiosa toda la eternidad si Cumbria lograba usurpar el poder del Luminary por medio de ella.
Enderezó su túnica, se puso los zapatos y respiró hondo para darse valor. Le esperaba una
paliza cuando Cumbria descubriera que no solo había desafiado abiertamente sus órdenes de
permanecer en Eastern Prime, sino también por “tomar prestado” uno de sus valiosos caballos.
Pero se inclinaría ante el látigo y sufriría cada golpe si podía ayudar a Silhara de alguna forma.
La casa estaba tranquila, a cargo de un mínimo personal de sirvientes de la ciudad
desacostumbrados a la presencia del amo. Casi todos los sirvientes de Asher lo habían seguido a
Ferrin’s Tor. Nadie se daría cuenta si se escapaba y desaparecía durante un día o dos.
Mucho más pequeña que su mansión de Asher, la casa de Cumbria en la ciudad no era menos
opulenta. Martise pasó a través de habitaciones y corredores decorados y mantenidos con
exquisito cuidado. Muy lejos de la desaliñada y destartalada de Neith, pero si tuviese que elegir,
prefería estar en Neith, sorteando un traicionero camino de telarañas y agujeros en el suelo para
llegar hasta la acogedora cocina de Gurn.
Se dirigió a la cocina en su camino a los establos. Bendewin la saludó con una mano empolvada
de harina y el ceño fruncido. Una mujer alta y delgada como un rastrillo, tenía los rasgos

Realizado por GT Página 193


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

característicos de una mujer de la tribu Kurmana. El pelo negro veteado de gris y los ojos
igualmente oscuros terminando en una nariz aguileña y pómulos altos.
—¿Y quién prendió fuego a tus faldas a esta hora tan temprana?
Martise se detuvo.
—Tengo que hacer unos recados. Estaré fuera todo el día. ¿Me necesitas?
La cocinera iba a responder pero fue interrumpida por un golpe en la puerta que daba al jardín
trasero. Un niño de pelo muy claro se asomó dentro.
—Lo siento, señora. Saldin me envió. Tiene una visita.
Los ojos de Bendewin se agrandaron. Miró a Martise que se encogió de hombros. Siguió al niño
hacia el jardín ordenándole a Martise,
—Quédate aquí. Quiero saber que estás tramando.
La cocinera se quedó en la puerta, bloqueando la salida hacia los establos. Martise tamborileó
los dedos con impaciencia en la mesa de trabajo, levantando pequeñas nubes de harina. Tuvo la
tentación de sacar a la mujer fuera de su camino y correr, pero no se enfrentaría con la cocinera.
Bendewin guardaría sus secretos y podría incluso ayudarla.
Sus dedos trazaron líneas en la harina, y se sorprendió al ver que había trazado el enigmático
símbolo junto al nombre de Berdikhan en los rollos Helenese.
—¿Qué significa esto, Silhara? —susurró.
Tan absorta estaba tratando de desentrañar el enigma del silencio obstinado de Silhara, que
Martise no oyó el regreso de Bendewin hasta que habló a su lado.
—Niña tonta. ¿Estás intentando darte mala suerte? —Bendewin se asomó por encima de su
hombro y borró rápidamente el símbolo—. Oí que el Maestro de los Cuervos tenía sangre Kurman,
pero pensé que podría haberte enseñado algo mejor que esto acerca de su pueblo.
El fondo del estómago de Martise dio un vuelco con sus palabras y su corazón comenzó a latir
con fuerza. Una cauta esperanza surgió dentro de ella.
—¿Conoces este símbolo?
La cocinera se encogió de hombros.
—Soy una Kurman, por supuesto que lo sé. —Dibujó precipitadamente un símbolo de
protección en el aire—. Un patrón de estrellas. El pueblo de las llanuras no ve el cielo nocturno de
la misma manera que lo hacen los Kurmanos. Para ti, la Constelación Curl es parte del Toro y la
Serpiente. Para nosotros, es única. En Kurmanji, la llamamos al Zafira.
Martise contuvo el aliento. Su visión de las estrellas había sido formada según las enseñanzas
del Cónclave, y este no enseñaba las formas de las tribus de las montañas. Sin los conocimientos
de Bendewin, ella nunca hubiese visto al Zafira.
Se volvió hacia el dibujo en la harina.
—¿Qué significa?
Bendewin se encogió de hombros.
—Nada salvo un poco de mala suerte. La consorte de un antiguo sarsin fue nombrada en honor
a esas estrellas. Su esposo era un mago, como los sacerdotes. Zafira encontró un mal final en sus
manos. Ella era lo que llamamos una bide ijana.
—Una dadora de vida —dijo Martise sin aliento.
Los ojos de la cocinera se ampliaron un poco más.

Realizado por GT Página 194


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—Sí. Los cuentos antiguos dicen que él trató de hacerse del poder de un dios y la utilizó para
hacerlo. Ambos murieron. Ninguna mujer Kurmana le puso a su hija el nombre de Zafira en esa
época. —Bendewin frunció el ceño y posó una pesada mano sobre el hombro de Martise—. Será
mejor que te sientes. Te has puesto más blanca que la leche.
Martise se la sacudió. Su garganta se cerró ante otro ataque de llanto, solo que estas eran
lágrimas de rabia, lágrimas de frustración. Si pudiera subir a la azotea y gritar su rabia, lo haría.
Las palabras de Silhara susurraron en su mente. “Yo no te amo”.
Empuñó las manos. ¡Maldito fuera! Él la había mirado a los ojos con esa mirada fría y sardónica,
y le había dado la espalda a la posibilidad de sobrevivir con esas palabras.
—Mentiroso —espetó, y corrió por la puerta.
El grito de Bendewin de:
—¡Espera! —fue desoído. Martise corrió por el jardín hacia los establos cercanos. Tropezó
cuando vio a un sirviente conduciendo a una figura familiar por el polvoriento camino de carretas
hacia la puerta de atrás.
—¡Gurn! —gritó.
Gracias a los dioses. En su desdicha por el destino elegido por Silhara, se había olvidado que él
había planeado enviar a su fiel sirviente a Eastern Prime por su seguridad. Gurn la encontró a
mitad de camino mientras volaba hacia él. Martise pensó que le iba a sacar todo el aire de los
pulmones y se retorció hasta que él la aflojó. Parecía demacrado, con los ojos hundidos y sin brillo
en un rostro pálido por el dolor. Sospechó que ella tenía el mismo aspecto.
Gurn aún la sostenía con un brazo mientras hacía señas desesperadas con el otro. Martise
atrapó sus dedos, deteniendo sus frenéticos signos.
—Estoy bien, Gurn —dijo tomando su amplio rostro entre sus manos y sonrió—. Me alegra ver
que Silhara no te rompió las piernas para hacerte abandonar Neith.
La expresión lúgubre de Gurn se enfureció. Él gruñó bajo en su garganta mientras gesticulaba.
Martise suspiró. Un Geas era casi tan malo. Obligado por la fuerza de la magia y resistiéndose a
cada paso del camino, Gurn había dejado Neith con Cael a la siga. Se le ocurrió un pensamiento. —
¿El Geas de Silhara solo te prohíbe regresar a Neith?
Él asintió, sus ojos azules brillaban de curiosidad.
Ella bajó la voz para que un sirviente que estaba cerca no escuchara.
—Creo que puedo salvar a Silhara, pero necesito robar un caballo.
Las palabras apenas habían salido de su boca cuando él la arrastró a los establos.
Ella acompasó las zancadas de Gurn. Cuando llegaron a las puertas del establo, tiró de su brazo.
Él se detuvo con los ojos brillantes, encendidos de esperanza.
—El encargado de los establos o uno de los mozos de cuadra podrían estar aquí. Tendrás que
distraerlos mientras consigo el caballo. Sospecho que tu tamaño será suficiente distracción, y ese
talento nunca ha sido el mío.
Entraron en los establos, asustando a las palomas que volaron a las vigas oscuras en un
frenético revoloteo de alas. Adentro, el aire era cálido y penetrante con el olor a caballos y pienso,
cuero engrasado y estiércol. Todas menos tres casillas se encontraban vacías, y dos de los caballos
estiraron sus cuellos sobre las puertas para una mejor ojeada a sus visitantes. Un resoplido en
señal de saludo, y Martise reconoció a la yegua moteada que la llevó la primera vez a Neith desde
Asher.

Realizado por GT Página 195


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

La luz atravesaba la penumbra por la puerta abierta pero no penetraba la oscuridad del desván
o de las casillas al fondo del establo. Martise se asomó a las esquinas más cercanas y escuchó.
—¿Hola? —llamó. Solo la moteada le respondió con otro resoplido. Miró a Gurn, radiante en
una columna de polvo arremolinado iluminada por el sol de la mañana. Él miraba la puerta y el
desván por turnos.
—Estamos de suerte. Solo estamos nosotros. Cumbria salió antes del amanecer. No me
sorprendería si el encargado del establo hubiese vuelto a casa para disfrutar su desayuno. Vigila la
puerta mientras ensillo a la yegua.
El caballo era una criatura amable y fácil de montar. Sus largas patas cubrirían mucho terreno
en poco tiempo. Metió la nariz en el brazo de Martise, resoplando de placer cuando la acción le
valió una rápida caricia detrás de las orejas. Martise le puso las bridas, la ensilló y la sacaba del
establo cuando el crujido de la puerta del establo la advirtió.
Martise se paralizó y echó una mirada por debajo del cuello de la yegua. El encargado del
establo, un hombre enjuto, canoso y con mechones de pelo blanco y trozos de huevo en la barba
la miraba acusadoramente. Solo alcanzó a respirar antes de que una mano gigante saliera
disparada de la oscuridad y lo golpeara. El hombre cayó con un ruido sordo en medio de una nube
de polvo y paja. Martise miró a Gurn cuando este salió de su rincón oculto y se inclinó para posar
sus dedos sobre la garganta del hombre caído.
La idea de Gurn de la distracción no era tan sutil como la suya. Martise hizo una mueca.
—¿Está muerto? —dijo con un susurro y suspiró de alivio cuando Gurn negó con la cabeza.
Le hizo una seña para que se pusiera en movimiento y lanzó al hombre inconsciente por encima
de su hombro como si fuera un saco de grano medio vacío. Martise se montó en el lomo de la
yegua y trotó hacia la entrada. Llegó hasta Gurn y le estrechó brevemente la mano extendida.
—Átalo y amordázalo si es necesario, y luego sal de aquí. ¿Montaste a Mosquito a Eastern
Prime? —Él asintió—. Bien. Cabalgaré duro a esta yegua. Mosquito no será capaz de mantener el
paso, pero podrás encontrarme en Ferrin’s Tor más tarde. —Gurn frunció el ceño, y su mano cortó
el aire. Martise negó con la cabeza—. No, Silhara solo impuso el Geas contra ti en Neith. No hay
magia que te impida ir a la colina.
Los ojos de Gurn se iluminaron. Sonrió y dio una palmada a la yegua en la grupa. Martise agarró
las riendas y las gruesas crines y salió del establo con el animal al galope.
Lograron pasar por las puertas y llegar al corazón de la ciudad sin incidentes. Martise frenó al
caballo al paso, guiándolo a través de las sinuosas y estrechas callejuelas resbaladizas y llenas de
basura.
A pesar del entusiasmo de la yegua por estirar las patas en una carrera a muerte, Martise la
mantuvo controlada hasta que abandonaron la ciudad hacia las llanuras abiertas. Sofocó el
impulso de ceder a la impaciencia del caballo, desesperada por llegar a la colina. Cabalgar rápido
no significaba reventarlo, y así no la llevaría muy lejos. No le serviría de mucha ayuda a Silhara si la
yegua se derrumbaba de agotamiento, la llevaría al trote durante el resto del camino hacia Tor o
esperaría a Gurn y Mosquito.
Kilómetros de pastos altos pasaron volando mientras galopaban en dirección oeste hacia el
montículo sagrado. Se detuvo dos veces para dejar descansar a la yegua y beber en los arroyos
que había en los senderos tallados a la sombra de los picos nevados de Dramorin hacia la costa
sur, y recogió un puñado de fruta de un ciruelo. Recordó otro día caluroso de verano cuando

Realizado por GT Página 196


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

descansaba bajo la sombra de un frondoso ciruelo y admiraba el beso del sol en la piel bronceada
de Silhara.
Martise supo que estaba cerca de la colina incluso antes de ver sus laderas empinadas a la
distancia. Una luz de obsidiana atravesaba el cielo, dejando heridas irregulares en el azul del cielo
y salpicando las nubes con una luminiscencia aceitosa. A medida que se fue acercando, la yegua
comenzó a temblar. Sus pezuñas golpearon el suelo en protesta, y se encabritó cuando Martise la
espoleó con los talones para animarla a seguir adelante.
Más cerca de la colina, el cielo se había oscurecido como una noche falsa. Nubes negras,
sobrenaturales y amenazantes, flotaban encima, tapando el disco rojo del sol que navegaba bajo
en el horizonte occidental. Un viento fuerte y penetrante soplaba a través de la llanura, inclinando
la hierba como si dispararan hacia ellos. El caballo sacudió la cabeza, relinchando de pánico.
Martise luchó por mantenerse en la silla cuando las riendas que se le escaparon de las manos, y la
yegua se desbocó.
El cielo se inclinó, cegada por sus faldas y por el latigazo de las altas hierbas a las que llamaban
colas de venado. Martise cayó de la silla, golpeándose en el suelo polvoriento lo suficientemente
fuerte como para sacudirle los dientes. Un dolor punzante acompañó el sabor ferroso de la sangre
cuando se mordió la lengua. Los cascos de la yegua se desvanecieron dejando huellas en el suelo a
medida que corría para alejarse por su seguridad.
—¡Maldición, maldición, maldición! —Martise se tambaleó sobre sus pies, adolorida por la
caída y el largo viaje. Escupió sangre y se sacudió la falda. El viento aullaba con rabia, y ella quería
aullar con él. Tan cerca. La colina estaba a la vista —a unos pocos minutos a caballo, a una buena
media hora a pie.
El miedo a morir era ahora un asunto irrelevante. Si se las arreglaba para sobrevivir al ritual con
Silhara, Cumbria la mataría por perder su caballo.
Emprendió su camino a la colina, golpeada por la tormenta mágica que estallaba en su cumbre.
El viento le rasgaba la ropa y le secaba los ojos. En la base, divisó a los criados y a sus caballos
apiñados dentro de los límites de un círculo de protección. Ninguno la miró, sus miradas
aterrorizadas estaban fijas en el chorro de fuego haciendo erupción en la cima de la colina.
Rodeó a los sirvientes, teniendo cuidado de no llamar la atención mientras escalaba la colina.
La pendiente era más pronunciada de lo que parecía y mucho más peligrosa. La magia que se
transmitía desde arriba congeló el pasto que la rodeaba, convirtiendo la cara de la colina en un
terreno resbaladizo de hielo y barro. Martise maldijo cuando perdió el equilibrio dos veces y se
deslizó por la pendiente. Limpiándose el barro de las mejillas, trepó agarrándose al camino sobre
sus manos entumecidas y las rodillas mojadas.
Sin aliento y tiritando de frío, llegó hasta la cima y se desplomó contra un monolito. La escena
delante de ella la hizo agazaparse detrás de la piedra.
Las piedras, antiguos centinelas erigidos por manos no del todo humanas de una raza
desaparecida, rodeaban el pico de la colina como una corona de granito. Dentro de su anillo, una
docena de sacerdotes del Cónclave confrontaban el oscuro tornado en el centro. Reducidos a
pálidos espectros de ojos hundidos, se balanceaban en la vorágine de aullidos, lanzas de luz
carmesí se disparaban desde las palmas de sus manos alzadas para encadenarse a la manifestación
terrenal de Corrupción. Cumbria se encontraba entre ellos, con los ojos muy abiertos y velados
debido al ritual mágico.

Realizado por GT Página 197


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Martise se cubrió la boca y gimió. Treces magos luchando contra Corrupción en este lugar
elevado y antiguo, doce dentro del círculo, uno dentro de la propia tormenta. Silhara se
encontraba dentro de la vorágine. Ella solo vio destellos de su rostro severo, oculto por la rotación
de las nubes, demacrado y despojado de su humanidad por la plena posesión del dios. Parecía más
alto que antes, igualando la altura de Gurn y sus ojos eran del mismo negro reptil que cuando la
había atacado en Neith. El viento no lo tocaba, y observaba los esfuerzos de los sacerdotes con
una media sonrisa helada de triunfo. El Maestro de los Cuervos se había convertido totalmente en
el recipiente de Corrupción.
La desesperación y la ira mezcladas con el miedo, disminuyeron de modo que abandonó la
seguridad de la piedra y dio un paso dentro del perímetro de la reunión ritual. Su Don surgió
dentro de ella, hostil, desesperado por participar de la fuerza malévola que llenaba el espacio en el
interior del anillo de piedras.
Martise se acercó lentamente a uno de los sacerdotes, a una mujer que reconoció de sus años
en el Cónclave. La obispo ni siquiera tembló cuando ella le tocó el brazo.
Los relámpagos se dispararon a través de los dedos de Martise, calientes y afilados. Su Don se
sacudió en respuesta, golpeando contra su voluntad. Ella aguantó, pasando su mano sobre el
antebrazo de la mujer hasta que alcanzó la cascada de luz escarlata que se derramaba desde su
palma.
La luz que enlazaba los sacerdotes al dios era el camino hacia Silhara. Martise tomó un aliento
tembloroso, miró a su amante atrapado en el torbellino y tocó la corriente carmesí.
Su Don traspasó la barrera de su control, enterrando etéreas garras en las ataduras mágicas y
arrancó el alma de Martise mandándola hacia un pilar de brillante obsidiana.
Colores —esmeralda y amarillo, plata y óxido nacarado— colapsaron sobre sí mismos en un
loco caleidoscopio. Martise jadeó ante la ráfaga de viento, sacudida por la agonía de su espíritu
dividiéndose de su cuerpo cuando su Don golpeó la negra aguja e hizo añicos la pared del mundo.
Golpeó algo suave con un ruido sordo. Ningún dolor vibró por su brazo o bajó por su espalda.
Rodó y se puso de pie de un salto. El lodo frío que embadurnaba su cara y su ropa habían
desaparecido. Se encontró en una playa, pero una playa diferente de cualquiera existente en el
mundo de los vivos. La arena gris se deslizaba sobre sus pies, ligera como la ceniza y oliendo a
piras funerarias. Detrás de ella, los acantilados tallados de roca torturada se alzaban hacia una
noche infinita iluminada solo por doce estrellas rojas. Un océano se extendía ante ella, con olas
negras rompiendo en la orilla silenciosa.
Este era un lugar muerto, una prisión de recuerdos desvanecidos y no vividos, de una eternidad
que pasaba sin medirse en días. Una tranquilidad desalmada que se devoraba a sí misma como
una serpiente tragándose la cola. Martise estaba en el vientre del dios, y en algún lugar de esta
miserable prisión Silhara esperaba.
Por encima de ella, los doce puntos de luz brillaban en el cielo sin luna. El mar plano que rodaba
desde un horizonte desvanecido repentinamente se dividió en olas agitadas. Martise vislumbró
una forma arqueada y una enorme aleta dorsal más alta que la aguja de un templo antes de que
se hundiera en las profundidades. Algo nadaba entre las aguas muertas, algo titánico que azotaba
con furia. Las olas subían y bajaban, más grandes que los muros de un castillo. Los cantos de los
antiguos hechizos llenaron el aire denso y fueron respondidos por una risa chillona.
Por el rabillo del ojo vislumbró un peñasco surgiendo del agua, no muy lejos de la costa. Una
figura, recortada a la luz de las estrellas rojizas, estaba sentada en la roca y miraba las olas
rompiendo a sus pies.

Realizado por GT Página 198


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—¡Silhara! —Martise gritó su nombre y saltó cuando el eco fantasmal de su voz rebotó en los
acantilados azabaches detrás de ella. Contuvo el aliento cuando el agua se agitó de repente,
dejando una estela de picos blancos cuando la cosa en el agua aceleró hacia el peñasco.
Corrió por el borde de la costa, siguiendo la estela dejada por el leviatán, hasta que se enfrentó
a la cima rocosa de Silhara desde el refugio de la orilla. Él no la miraba, sino que tenía la vista fija
en el horizonte lejano.
—¡Silhara! —gritó una vez más, y él se dio la vuelta lo suficiente como para lanzarle una mirada
aburrida. Martise hizo gestos frenéticamente—. ¡Nada hasta la orilla, Maestro!
Este Silhara era el alma del hombre aún no reclamada por el dios. La observaba con ojos
humanos, ojos llenos de una dura determinación y la aceptación de su propia muerte. La amarga
sonrisa que le dirigió era conmovedoramente familiar.
—¿No fue suficiente que redujeras a cenizas mi huerto, Corrupción? ¿Me torturarás con esta
ilusión? —Al igual que la de ella, el eco de su voz resonó en la bóveda de la prisión del Dios. Le dio
la espalda a Martise.
Martise cerró los ojos por un momento, un dolor compasivo se alojó en su pecho.
Estar dispuesto a ser poseído no fue suficiente. El dios lo había castigado con la destrucción de
lo que más le importaba a Silhara—sus árboles. Tal mezquina crueldad hablaba de seres inferiores
indignos de una oración, mucho menos de devoción. El odio por Corrupción la sacudió.
Aterrorizada hasta los huesos por lo que su futuro inmediato le deparaba, ella aún estaba
contenta por estar aquí, con el hombre que había escogido su vida por encima de la suya propia.
Lo amaba. Valía la pena morir por él.
—Maestro, —lo llamó—. No soy una ilusión.
Silhara la ignoró. Martise apretó los puños y gruñó de frustración. Maldito bastardo testarudo,
la haría nadar hacia él.
Se quitó los zapatos y se enganchó el dobladillo de su túnica en su cinturón. El agua le lamía los
pies, ni fría ni caliente. Solo tenía una sensación de humedad aceitosa, como si la marea llevara
sangre en lugar de agua a la orilla. Este mar no olía a sol, a sal o a pescado, probablemente nunca
había navegado un barco en sus aguas ni había nadado otra cosa que no fuera el Leviatán en las
profundidades. Tomando aire, Martise se metió en él, con la certeza de que caminaba en un
sarcófago líquido.
Las negras olas le golpearon el rostro cuando nadó hacia la roca. Manteniendo la boca
herméticamente cerrada contra el agua, temerosa de que de algún modo tragara la esencia de
dios y manchara su alma para siempre.
Algo enorme se movió debajo de ella, agitando la corriente submarina. Martise sintió su
presencia, una entidad colosal que la observaba desde la negra profundidad. Nadó más rápido. En
este mundo antinatural no se cansó por el esfuerzo y pronto llegó al afloramiento donde estaba
sentado Silhara, con los brazos apoyados de manera casual sobre sus rodillas.
—Silhara, ayúdame a subir. —Ella extendió la mano. Él la miró fijamente, molesto.
—¿Qué quieres de mí, Corrupción?
Martise golpeó la roca resbaladiza con su mano.
—¡Deja de ser tan cabezota! Yo no soy ni el dios ni una ilusión. —Ella siguió arañando para
encontrar un asidero sólido, segura de que el monstruo con su aleta imponente estaba ahora

Realizado por GT Página 199


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

incluso corriendo hacia ella desde las profundidades, con su gran boca, llena de hileras de dientes
afilados, abriéndose para tragarla—. Maldita sea, Silhara. Soy Zafira.
La fuerza de la succión del agua tiraba de sus piernas mientras Silhara la sacaba del mar inerte.
Él la miró, la primera emoción vibrante que ella viera en su rostro desde que había caído en este
lugar alternativo.
Él soltó su mano como si su contacto lo quemara.
—Tengo mala suerte. Descubriste el significado del símbolo demasiado pronto.
Haciendo caso omiso de su estado empapado y su brusca bienvenida, Martise lo rodeó con los
brazos, abrazándolo con fuerza. Al igual que las aguas y la costa, él olía como una pila funeraria.
Ella pudo ver sus manos a través de su espalda y se estremeció. En este mundo, su alma había
tomado una forma física como la suya, pero se estaba desvaneciendo. Al igual que lo sacerdotes,
se estaba convirtiendo en un espectro, drenado por el dios y aferrándose a la vida con un enlace
cada vez más débil.
Aun así, Martise sintió el peso de sus brazos cuando él la abrazó, la ferocidad de su beso. Él no
sabía a naranjas o a té, sino a una terrible desesperación. Su Don, calmado desde que se había
arrojado a través de la barrera de la realidad, se despertó. Martise lo mantuvo bajo, acumulando
su fuerza. Ella capturó la boca de Silhara en un beso, saboreando la sensación de tenerlo en sus
brazos.
—Mujer tonta, —le susurró contra sus labios—. Has hecho que esto carezca de sentido.
La aprendiz regresa.
La voz de Corrupción, burlona y llena de malicia, tronó sobre las olas.
—No carente de sentido —le dijo—. Posible de sobrevivirlo—. Quiso decir más, pero Silhara de
repente la agarró en su abrazo, convulsionándose cuando una lanza de luz roja proveniente de las
estrellas distantes lo golpeó. Sus ojos rodaron, abriendo su boca en un grito silencioso. Martise
gritó con él, luchando para mantenerlo en pie cuando sus rodillas se doblaron. La oscura criatura
que navegaba bajo las olas golpeó con una enorme aleta contra la roca, y el aullido de rabia de
Corrupción la ensordeció.
Martise bajó a Silhara al suelo húmedo, sosteniéndolo como a un niño. ¡Bursin! La fuerza de los
sacerdotes y sus hechizos. Habían atacado como uno, lanzando toda su fuerza contra Corrupción y
el mago que lo contenía en un cuerpo debilitándose por el esfuerzo.
Si este mundo y el tiempo lo hubieran permitido, habría llorado cuando Silhara abrió los ojos.
Todas las estrellas que faltaban en esa falsa noche brillaban en su negra mirada.
—Maldigo el día que llegaste a Neith. —Volvió su rostro hacia su mano, besándole la palma—. Y
maldigo el día que te fuiste.
—Déjame ayudarte. —Ella acarició un mechón de pelo de su mejilla, amándolo con sus ojos, su
tacto—. No quiero tu nobleza, Silhara. No te va.
Él la miró fijo durante un largo momento.
—Podrías morir aquí conmigo. Ni Berdikhan ni Zafira sobrevivieron.
Ella se encogió de hombros, haciendo todo lo posible para ocultar su terror, sabiendo que él lo
veía en sus ojos.
—Hay muertes peores.
Silhara la atrajo hacia él y la besó de nuevo. Esta vez Martise probó la amarga esencia de la
magia luchando. Los sacerdotes continuarían diezmándolo. Mientras él tuviera al dios atrapado y

Realizado por GT Página 200


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

él estuviera atrapado por el dios, el Cónclave seguiría atacando hasta que Corrupción cayera y su
avatar cayera con él.
—No dejé que murieras en Iwehvenn —dijo ella—. Y no voy a hacerlo ahora.
Su boca sensual, estrecha por el dolor, se curvó en una sonrisa superficial.
—¿Qué pasó con ese triste ratón de mujer que se sobresaltaba de su propia sombra cuando
recién llegó a Neith?
—No te amaba por aquel entonces. —Martise le acarició la mejilla—. Y todavía me asusto de mi
propia sombra.
La luz carmesí llovió sobre el mar. El peñasco bajo Martise y Silhara se estremeció cuando la
bestia marina chocó contra la roca. Silhara se movió en sus brazos. Martise lo ayudó a ponerse de
pie, soportando su peso mientras se tambaleaba.
—Me estoy muriendo —dijo con voz áspera.
Martise rodeó su cintura con sus brazos y miró sus marcados rasgos. Sus ojos oscuros,
encendidos con estrellas unos momentos antes, estaban apagados.
—Entonces haz que se detenga —le suplicó—. Utilízame. Utiliza mi Don. No tomé tu sacrificio
en vano. No hagas que el mío sea inútil. —Ella curvó la palma de su mano contra su mejilla—.
Déjame amarte durante este momento. Será suficiente.
Silhara se echó a reír, con un sonido profundo y hueco.
—No, Martise de Asher. —Un halo de luz sangrienta lo bañaba con un macabro resplandor. Sus
manos apretaron sus hombros—. Soy un hombre codicioso. Podríamos vivir mil años más que este
retorcido dios, y aún así no sería suficiente.
Se inclinó hacia ella, acariciando sus labios con los suyos.
—Ábrete para mí, bide jiana. Déjame entrar.
Martise se sacudió de miedo y se echó a reír de alegría. Su Don, estrellándose contra las
puertas de su voluntad, se liberó, corriendo hacia el hombre en sus brazos en una oleada viva de
luz ámbar. Ella cayó en la oscuridad.

Realizado por GT Página 201


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 2233

Ella moriría en sus brazos, y por su mano.


Silhara acercó a Martise y reclamó su alma dispuesta, la atesoró dentro de su propio espíritu
frágil y se enfureció contra el dios por sus acciones. Esto no era una unión, sino una posesión, vil y
parasitaria. El control del dios sobre él era limitado, y la parte más poderosa de su ser permanecía
intacta. Silhara no solo poseía a Martise, la consumía. Casi la dejó caer, retrocediendo ante la idea
de lo que le estaba haciendo a la mujer que lo había salvado, no una sino dos veces.
Esta simple chica sin pretensiones tenía un Don más poderoso que cien soles, un Don corriendo
por él como un rio enorme y torrentoso. Él había tomado lo que ella le ofreció porque le había
ofrecido algo que ninguna otra persona le había dado jamás—esperanza. Su Don se recuperó bajo
la fuerza de Martise que lo impulsaba, llenando su alma de modo que ya no vio el mar y la roca a
través de sus propias manos. Ya no sufría la fuerza contundente de la posesión del dios o el
resuelto odio de los sacerdotes.
Las aguas bramaron alrededor de ellos cuando la criatura en las profundidades sacudió la roca
enviando trozos de piedra que cayeron en las olas. Las estrellas en el cielo, manifestación de los
sacerdotes, se iluminaron, concentrando su magia en preparación para atacar al dios una vez más.
Silhara miró el pacífico rostro de Martise, sus ojos cerrados. En este horrible lugar, ella ardía
suavemente, rodeada de un aura de luz ámbar. El la amaba hasta el punto de la locura, la obsesión
e incluso el sacrificio. No era Berdikhan, y no la haría Zafira. La había privado de su Don, pero ella
viviría. Si él tenía que destruir a Corrupción, al Conclave y a sí mismo, ella viviría.
Se abalanzó sobre su Don como un hombre hambriento en un banquete. La súbita agonía
despedazando su columna lo hizo gritar. Los sacerdotes lanzaron su poder combinado contra él, y
a través de él, al dios. A pesar del dolor, Silhara reunió este poder, lo canalizó, lo fortaleció y lo
afiló hasta que la magia latió en su mano como una jabalina llameante. Arrojó la lanza a las olas,
arponeando la oscura sombra que ondulaba justo bajo la superficie. El asombro de Corrupción, su
repentino terror, lo azotó tan fuerte como el ataque de los sacerdotes. Un chorro de agua
pegajosa se disparó hacia el cielo cuando la criatura salió de las olas en un arco convulsivo, una
enorme cosa parecida a una anguila con oscuras y resbalosas escamas, y su cabeza sin ojos se alzó
sobre ellos. La boca abierta, atravesada por la lanza mágica que Silhara elaboró, era lo
suficientemente amplia como para tragarse la luna.
Corrupción se retorció en el aire mientras se lanzaba sobre Silhara. El mago invocó un hechizo
de escudo, usando la fuerza residual de la magia del Cónclave y el incesante flujo del Don de
Martise. La anguila golpeó contra la defensa mágica antes de caer en el agua, enviando una
marejada alta como una colina hacia la orilla sin vida.
El dios gritó su furia.
¡He sido traicionado!
Los sacerdotes del Cónclave inundaron el océano de luz carmesí. Silhara, triunfante y lleno de
dolor, se rio.
—No lo creías —gritó.
El leviatán agitó las aguas en creciente pánico.
¡Eres mi avatar!
Silhara sonrió una sonrisa adusta.

Realizado por GT Página 202


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—Soy tu ruina y tu verdugo.


Un repentino silencio cayó alrededor de ellos, y el mar se allanó en una quietud cristalina. La
voz de Corrupción susurró comprensión y maldad.
La aprendiz.
Silhara abrazó el cuerpo inerte de Martise, estremeciéndose por su ligereza, la transparencia de
su piel cuando su fuerza vital se desvaneció por la disminución de su Don. Él ya no podía esperar.
El dios ahora sabía la fuente de su mayor fuerza.
—Mi mujer —susurró—. Mi arma.
Más de la luz sacerdotal brilló, y Silhara la aprovechó, tejiendo una red irrompible cuando él no
solo drenó a Martise sino a los sacerdotes también. Una nebulosa oscuridad se elevó desde el
disipado horizonte y emergió sobre la superficie del océano hacia él. Silhara se preparó, sabiendo
que el dios había puesto toda su voluntad y poder en él. Para destruir a Martise, destruirlo a él y
liberarse de la prisión de su propia posesión.
Silhara apretó los dientes cuando la oscuridad se estrelló contra él. Garras invisibles arañaron
su piel. El no podía ver nada, solo oír la cacofonía de chillidos y aullidos demoníacos cuando
Corrupción se esforzó por destruirlo. Silhara contraatacó, ató al dios en cadenas etéreas y
desangró la oscuridad. Un último grito suplicante arremetió contra sus oídos antes de que la
oscura nube se fracturara como cristal y explotara en una lluvia de astillas de obsidiana. El Señor
de los Cuervos se desplomó.
Despertó tendido de espalda con una vista en primer plano de la cara franca y los ojos llenos de
lágrimas de Gurn mirándolo. Un frío húmedo se filtraba en su espalda y piernas. Los entrecortados
gemidos de dolor y angustia lo hicieron recobrar la plena conciencia. Trató de hablar pero solo
consiguió toser una bocanada de sangre. Gurn lo rodó de costado con cuidado para poder escupir.
—Martise. —Él luchó por respirar—. Gurn, encuentra a Martise.
El gigante apartó el húmedo cabello de las sienes de Silhara e hizo un gesto antes de irse.
Silhara permaneció sobre su costado. La molesta humedad era la hierba debajo de él, embarrada y
quebradiza con escarcha derretida. Desde donde estaba acurrucado, vio maltrechas formas
blancas tendidas en el suelo. Los sacerdotes estaban alrededor de él, sus batas una vez
inmaculadas estaban manchadas con suciedad y sangre. Algunos se movieron y gimieron. Otros
estaban inquietantemente inmóviles.
Su visión se hizo borrosa, y entornó los ojos, desesperado por ver otra forma, pequeña y
vestida en lana marrón, entre la concurrencia.
—Por favor, —rezó sinceramente por primera vez en su vida—. Permite que esté viva.
Su oración fue respondida cuando un par de zapatos con barro incrustado y un sucio dobladillo
llenó su visión. Martise cayó de rodillas junto a él. Tan mugrienta y ensangrentada como él, ella lo
miró como Gurn lo hizo, con los ojos muy abiertos y llenos de lágrimas, pero exultante.
—Lo hiciste, —dijo ella. Su mano vagó por su rostro con una caricia ligera como una pluma—.
Derrotaste a un dios, Silhara.
El la tiró hacia abajo y la giró de modo que descansó encima de él. Cada músculo y hueso de su
cuerpo gritó en protesta, pero él ignoró el dolor. Ella estaba helada, cubierta de barro y
benditamente viva. El tomó su rostro en sus palmas y la besó profundamente, indiferente a que
supiera a sangre. Lo mismo hizo ella, y regresó su beso con un fervor desesperado, barriendo su
lengua en su boca y chupando su labio inferior.

Realizado por GT Página 203


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Las lágrimas pintaron huellas de plata en sus mejillas sucias cuando ellos finalmente se
separaron.
—Rendiré un tributo a los dioses cada día en el templo. Eres un héroe, no un mártir.
El resopló en desdén.
—No soy nada de eso, y quiero quedarme de esa manera. Acepta tu mérito. Sin ti, no habría
vivido para celebrar la derrota de Corrupción.
Martise limpió un hilo de sangre bajo su nariz.
—Solo me alegro de que haya terminado.
Silhara no podía estar más de acuerdo.
—¿Puedes convocar tu Don?
Ella frunció el ceño, cerró sus ojos por un momento, luego los abrió. Su sonrisa irónica lo dijo
todo.
—No. Se ha ido.
Ambos sabían que tal sería el resultado, y en el caso de su excepcional magia, ese resultado era
una bendición. Aun así, él recordó el entusiasmo en sus ojos cuando su Don se manifestó por
primera vez y lamentó su perdida. Él acarició su espalda.
—¿Me crearías si te digo que lo siento?
Martise pasó su dedo por su labio antes de besar el lugar que había acariciado. Ninguna
condenación nublaba su mirada.
—Sí. Pero, ¿por qué lamentarlo? Mi sacrificio no es mayor que el tuyo. Soy libre de otro yugo, y
he vivido mi vida hasta ahora sin tal poder. Lo haría así de nuevo. Y tú estás aquí. Entero e invicto.
Soy feliz con eso.
Ella le besó otra vez, su mirada mostrando un dolor como el suyo.
—Te escuché en la playa. Siento lo de tu huerto. Corrupción exigió un terrible castigo.
La angustia se alzó dentro de él, a pesar de sus actuales fortuitas circunstancias. Su huerto. El
corazón de Neith, una vez el corazón de él. Hasta Martise. El pensamiento alivió su pena. Él frotó
la punta de su trenza entre el pulgar y el índice.
—Él no tomó lo que es más importante para mí.
Los ojos de Martise brillaron, casi tan oscuros como los suyos en las sombras de la noche
verdadera.
—Te amo —susurró ella.
Él la abrazó, la besó y aspiró su aroma, casi oculto debajo del olor acre de la lana húmeda y la
sangre. Corrupción no se la había arrebatado, pero Cumbria lo haría. No por mucho tiempo. No si
él tenía algo que decir sobre ello.
Gurn se alzaba sobre ellos, visiblemente entretenido de observar los astros. Miró hacia abajo
cuando Silhara levantó una mano. El sirviente los ayudó a levantarse. Sus ojos estaban llorosos,
pero le sonrió beatíficamente a Silhara e hizo señas.
El mundo se inclinó sobre su eje cuando Silhara se tambaleó. Su estomago se revolvió; quería
vomitar, y sus ropas estaban empapadas y frías. Todas esas cosas palidecían ante la evidente
felicidad de Gurn. Palmeó al gigante en el brazo y le dio un fingido ceño fruncido.
—Un sirviente deplorable y desobediente, como siempre. Pensé que había puesto un Geas
sobre ti.

Realizado por GT Página 204


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Más signos, y Martise parpadeó inocentemente cuando Gurn la señaló.


—Tu Geas le impedía volver a Neith, no a la colina.
Esta vez el ceño fruncido de Silhara fue genuino.
—Normalmente no soy tan descuidado.
El sirviente y la aprendiz se encogieron de hombros.
—Estabas distraído —dijo ella.
Se oyeron más gemidos de los sacerdotes sobrevivientes, junto con el relinchar de los caballos y
el traqueteo de carretas cuando los criados del Cónclave comenzaron su ascenso a la formación
rocosa para ayudar a sus señores.
Él tenía poco tiempo. Incluso con el Don de Martise ahora extinto, el Cónclave nunca debería
saber que Martise estuvo aquí. Ninguna mentira, no importa cuán hábilmente la dijera,
convencería a los sacerdotes de que ella había venido como espectadora si la veían parada a su
lado. Ellos habían sentido el cambio en su fuerza, la sensación de una poderosa magia que no era
la suya. Él despreciaba a los clérigos, pero nunca los subestimaba.
Se moría de ganas de mantener cerca a Martise, de robarla. De volver a Neith, donde él
gobernaba sin oposición y podía defender su derecho a quedarse con ella. Pero ni siquiera él
podría romper la cadena que la ataba a Cumbria. Ella tenía que regresar.
—Sal de aquí, Martise, —dijo él con voz áspera.
Desconcertada por su repentino cambio de humor, lo miró boquiabierta.
—Ellos no deben encontrarte aquí. Nadie debe saber que participaste en el ritual. Los
sacerdotes sintieron el fortalecimiento de mi magia, pero no saben por qué. Si te quedas, ellos lo
sabrán.
Ella sacudió su cabeza, retrocediendo como para impedirle que la forzara físicamente a bajar la
ladera.
—No puedo dejarte aquí. ¿Y si los sacerdotes…?
—Tengo a Gurn para protegerme, y ellos no son más fuertes que yo en este momento. Puedo
defenderme si debo hacerlo. Gracias a ti. —El se volvió hacia su sirviente eludiendo su mirada
comprensiva—. Llévala abajo y tampoco dejes que los sirvientes la vean. Si tienes que matar a uno
de ellos para robar un caballo, hazlo. — Gurn asintió y tocó una daga en la funda en su cinturón.
Martise se paró frente a él con las manos enterradas en su falda, su boca temblaba.
—Por favor —moduló ella.
Él no se atrevió a consolarla, no se atrevió a acercarse demasiado. Si lo hacía, no la dejaría ir.
Sus siguientes palabras lo cortaron como cuchillos, y sangró por dentro.
—Tú no eres mía —dijo en voz baja—. Vete a casa, Martise… de Asher.

Realizado por GT Página 205


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 2244

—Te he vendido.
Las palabras parecían retumbar en los oídos de Martise. Ella miró boquiabierta a Cumbria,
sentado frente a ella como en un trono detrás del escritorio. Los cortos dos meses después de la
derrota de Corrupción no habían sido agradables. El alto y arrogante obispo al que había servido
casi toda su vida se había encorvado en estos días, más débil en cuerpo y en espíritu. Pero sus ojos
eran tan duros y carentes de emoción como siempre.
A Martise le dio un vuelco el corazón. Había sido convocada aquí por un criado aburrido y no le
había dado importancia. Cumbria a menudo la convocaba para asignarle tareas de transcripción o
de menor importancia como espiar a los que venían a visitarlo. La había dejado aturdida con su
declaración.
Juntó las manos por detrás para ocultar su temblor.
—Lo siento, Excelencia —dijo en voz baja—. No entiendo.
El rasgar de una pluma afilada rompió el silencio cuando Cumbria volvió a hacer garabatos en
una pila de documentos que tenía delante de él. No la miró cuándo le contestó.
—¿Qué es lo que no entiendes? Me han ofrecido un buen precio por ti. Uno que no he podido
rechazar —dijo en tono ácido—. Empacarás tus cosas y te marcharás hoy. Uno de mis criados te
escoltará a Ivenyi. Una caravana te llevará el resto del camino. Tu piedra espiritual ya está con tu
nuevo amo.
Martise cayó de rodillas. En algún lugar allí fuera, su piedra espiritual descansaba en las manos
de un amo desconocido. Había deseado ser libre de la esclavitud de Cumbria, pero no así.
—Por favor, amo. Se lo suplico, déjeme quedarme. Asher es mi hogar. Además, sigo siendo de
utilidad para usted —dijo con voz temblorosa.
Cumbria mojó su pluma en un pequeño tintero, impasible ante su súplica.
—Tienes otra casa ahora, y yo siempre puedo encontrar a alguien con habilidades similares a
las tuyas. Tal vez no tan bueno, pero lo suficientemente adecuado para servir a mis propósitos. —
Por fin la miró, la molestia estaba estampada en su rostro curtido—. Estoy ocupado, Martise.
Reúne tus pertenencias y márchate.
Tropezando con sus pies, Martise hizo una reverencia torpe y se retiró de la habitación.
Abrumada por el miedo de un futuro incierto, se dirigió a la pequeña recámara que compartía con
una de las doncellas de Dela-Fé. La habitación era sofocante. Aunque la brisa entraba por la
ventana abierta, no disminuía el calor del sol del mediodía. Los dioses tuvieron un poco de
misericordia ese día con ella. Nadie fue testigo de su llanto silencioso.
Se sentó en el borde de su catre y se quedó mirando sin ver el pedazo de cielo azul que se veía
desde la ventana. A excepción de los años inútiles en el Reducto del Cónclave, Martise había vivido
la mayor parte de su vida en Asher. Ella conocía los ritmos de la vida aquí, incluso los de la misma
casona, cómo el viejo gallo cantaba antes del amanecer y como evitaba el hacha de Bendewin año
tras año, la forma en que las vigas del techo crujían y chasqueaban bajo el sol en las tardes de
verano cuando el sol bajaba y el aire se enfriaba, el cántico a coro que las mujeres repetían,
acompañado por el sonido de los húmedos golpes de la fibra, mientras trabajaban la lana en el
patio.

Realizado por GT Página 206


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

A muchos de los criados los conocía desde su de niñez, y mientras algunos no se dignaban a ser
amistosos debido a su estatus, eran su única familia, así lo entendía. Los echaría de menos tanto
como a aquellos por los que había llegado a sentir afecto. Incluso si hubiera ganado su libertad,
habría pedido quedarse. Amaba Asher; ella solo quería el derecho a irse si así lo decidía. Seguía
siendo una esclava y ni siquiera tenía derecho a quedarse. Se puso de pie y empezó a vaciar el
contenido del pequeño baúl junto a su cama.
La puerta de su habitación se abrió de golpe y Bendewin entró, su rostro afilado salpicado y
espolvoreado con harina. Martise la miró rápidamente y gimió, y continuó metiendo sus escasas
pertenencias en un saco desgastado.
—Acabo de oírlo. ¿Por qué no me lo contaste, niña?
Martise se encogió de hombros.
—Yo misma me acabo de enterar. ¿Quién te lo contó?
Bendewin la miró, con los brazos en jarras, pero con un brillo sospechoso en los vidriosos ojos
oscuros.
—Jarad. Él es quien te llevará a Ivenyi para que continúes con las caravanas
Tratando de no romper a llorar, Martise carraspeó y plegó un leine en su mochila.
—¿Sabes dónde me llevan?
—No. Normalmente toman las carreteras del norte en esta época del año, pero eso es todo lo
que sé. —La cara de la cocinera se endureció—. Puedes huir. Puedo ayudarte. Todavía tengo
parientes Kurmanos que me deben unos favores después de todos estos años. Te pueden ofrecer
refugio seguro.
—¿De qué me serviría hacerlo, Bendewin? El obispo ya ha transferido mi piedra espiritual a mi
nuevo amo. Estoy atada, en alma y cuerpo a otro dueño. —Hizo una pausa al ver la expresión
cabizbaja de Bendewin y le palmeó el brazo—. Gracias de todos modos. —El dolor en el pecho
creció—. Tú has sido mi mejor amiga, incluso una madre cuando yo lo necesité. Te voy a echar
mucho de menos cuando me vaya.
Bendewin le palmeó la mano con torpeza.
—Termina aquí y ve a las cocinas. Voy a preparate un paquete con comida. No me gustan los
restos de las caravanas. Sirven pan agusanado y carne rancia a los viajeros. Por lo menos sabrás
que tendrás una comida decente si lo hago.
Cuando Martise entró en la cocina, se encontró con un pequeño grupo de despedida
esperándola. La abrazaron, lloraron con ella y la bendijeron con hechizos de protección y un
pequeño y maloliente amuleto. Bendewin le entregó un pesado atillo con bultos por todos lados.
—Hay enjita, junto con un poco de pollo, queso y unos cuantos huevos. También ciruelas y una
petaca con vino de albaricoque.
Martise arqueó las cejas ante lo último.
Bendewin resopló.
—El obispo tiene tres barriles de esa cosa. No echará de menos un vaso o dos. El viejo avaro te
debe mucho más.
Martise abrazó a Bendewin una última vez. La mujer la había llevado, ensangrentada y medio
inconsciente, a su habitación, la había cuidado y guardado el secreto de su viaje. Ella incluso se las
arregló para sobornar al maestro del establo para que no hablara del incidente en la cuadra, a
pesar del chichón como huevo de la gallina que lucía en el lado de la cabeza por el golpe de Gurn.

Realizado por GT Página 207


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Bendewin carraspeó y la empujó suavemente fuera de la puerta de la cocina. Jarad esperaba en


el patio con dos caballos, uno de ellos la yegua pinta. Martise sonrió débilmente y acarició a la
yegua en el cuello.
—Me alegro de verte de nuevo, muchacha.
El trayecto hasta Ivenyi fue breve y tranquilo. Jarad permaneció en silencio, excepto para
preguntarle una vez si necesitaba agua o descansar. Cuando llegaron al pueblo, la ayudó a bajar de
la yegua, descargó los paquetes de la silla y le dijo adiós.
Ivenyi no era nada más que una polvorienta parada de descanso para las caravanas comerciales
que parecía cocerse a fuego lento al calor de la tarde. Martise se paró afuera de una destartalada
casa de postas en medio de un círculo formado por vagones pintados de colores brillantes y de
carros cargados con todo tipo de bienes. Los comerciantes, un grupo nómada formado por gente
de todos los clanes, tribus y ciudades se mezclaban, algunos amontonados en grupos haciendo
trueques, otros jugando a los dados, mientras esperaban a que sus paisanos terminaran de comer
en el albergue o de visitar amigos.
Tres caravanas distintas atestaban la casa de postas. Martise no tenía idea de cual la llevaría a
su nuevo hogar. Estaba preparada para buscar al líder de la caravana y preguntar, cuando el
hombre más increíble que hubiera visto se le acercó. Vestido en un chocante arco iris de colores,
brillaba cuando caminaba y los rayos del sol se reflejaban en los muchos hilos de cuentas que
llevaba. Tenía la piel marcada por el tiempo y por el sol. Vio la mirada asombrada de Martise y la
sostuvo con otra dura y astuta de su parte.
—¿Eres Martise de Asher?
Ella asintió con la cabeza.
—Entonces viajas con mi grupo. Te llevaré a tu carro.
No se paró a esperar a ver si ella lo seguía. Martise se echó su mochila al hombro, cogió su
almuerzo y se apresuró a seguirlo.
—¿Dónde me lleva?
La leve sombra de lástima en los ojos que de otro modo serían duros, hizo que se le encogiera
el estómago.
—A un lugar que pocos visitan y nadie es bienvenido.
Caminaron entre los vagones y carros estacionados, pasando por grupos de mujeres que se
agolpaban alrededor de una fogata y que hicieron una pausa en sus conversaciones para verlos
pasar. Los niños corrían a su alrededor, gritando y riendo en el juego. Martise esquivó un perro
arisco que trató de morder sus talones cuando pasó demasiado cerca.
El líder de la caravana se detuvo ante un vagón de pasajeros con un caballo tordillo enganchado
a la parte delantera. Pintado en colores apagados de añil y granate, el carro destacaba
magníficamente para los estándares de la caravana. Amplios ventanales permitían que una brisa
fresca pasara por el interior. Las cortinas de brocado estaban corridas, dando una visión de
alfombras gruesas y almohadas esparcidas para la comodidad del pasajero. Este era el transporte
de una persona rica.
Martise admiró el vagón y miró al líder de la caravana.
—¿Por qué nos detenemos?
Él la miró como si fuera tarada.
—Este es tu carro.

Realizado por GT Página 208


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Ella lo miró y miró de nuevo el vagón. Los esclavos no montaban en alojamientos tan lujosos. La
mayoría no montaban en nada. Su viaje a y desde Neith a caballo, había sido un asunto de
velocidad y comodidad para Cumbria, no de amabilidad. ¿Qué clase de amo gastaría tanto dinero
en una mera posesión?
Martise retrocedió.
—Tiene que haber un error.
Las cuentas tintinearon al chocar entre sí cuando el líder de la caravana se encogió de hombros.
—Monta en él o camina junto a él. A mí me da igual. Ya me han pagado —dijo dejándola con
otro encogimiento de hombros.
Sin querer parecer tan tonta como él asumía, Martise abrió la puerta y subió los dos escalones
con cautela. Una vez en el interior oscuro, estuvo rodeada de una desvaída opulencia. El aroma de
un perfume exótico flotaba en el aire. Dejó caer su mochila y el almuerzo en un rincón, y se
acomodó en los almohadones mientras los comerciantes de la caravana se reunían y se
preparaban para partir.
Una fuerte brisa traía el último aroma de las anémonas y un toque de otoño mientras pasaba
por los amplios ventanales del vagón. Los pastos crecían más altos y gruesos a medida que se
alejaban de la costa y viajaban hacia el interior de las tierras lejanas. A lo lejos, la sombra de las
Dramorins se recortaba en el horizonte. Los clanes de Silhara habían comenzado su descenso a las
llanuras para pasar el invierno.
En estos días todo le recordaba a su amante. Martise lo echaba de menos. Lo anhelaba tanto
que esa ansia ardía en su corazón con un fuego abrasador. No había oído nada de él o Gurn desde
que salió de Ferrin’s Tor, ni esperaba hacerlo. Silhara fue cauteloso, y si Cumbria hubiese llegado a
sospechar que su adversario sentía algo por su humilde esclava, el obispo la habría matado.
Cualquier cosa para hacer sangrar al Señor de los Cuervos.
Aun así, el silencio de Neith le pesaba en sus pensamientos. Las semanas habían pasado
lentamente. Martise se preguntaba si Silhara pensaba en ella tanto como ella pensaba de él. No
dudaba de que la amara. Él había estado dispuesto a sacrificarse para protegerla. Tal devoción no
era debido a arrebatos y arranques bruscos, ella había aprendido que Silhara era tan constante en
su lealtad y afecto como lo era en su odio.
Una súbita comprensión iluminó su melancolía. Ya no pertenecía a Cumbria de Asher. A menos
que Silhara de alguna manera insultara y se creara un enemigo de su nuevo amo, y conociendo a
Silhara, tal cosa no estaba fuera del reino de lo probable, ella podría enviar un mensaje. Algo
corto, imparcial. Algo que le dijera dónde estaba por si lo quería saber.
Animada por su futuro plan, hurgó en el paquete de comida que Bendewin había hecho para
ella. Se comió los huevos con el pan y bebió un poco de vino. El inmutable paisaje, el chirrido
rítmico de las ruedas de las carretas y la potencia del vino hicieron que se sintiese aletargada.
Bostezó, soltó las cortinas en la ventana, dejando el interior del vagón en penumbra. Sintió los
cojines suaves cuando acurrucó su cuerpo contra ellos y se quedó dormida recordando a Silhara
cosechando su huerto, el sol brillando en su pelo largo, oscuro como el ala de un cuervo.
Los sueños la atormentaron. Imágenes de sacerdotes muertos tendidos en el suelo helado de la
colina jugaban en su mente. Silhara en una orilla negra, se convulsionaba y se inclinaba ante los
hechizos de los sacerdotes y la ira del dios. Su Don, desangrándose fuera de ella en un torrente de
sangre de color ámbar, dejando un vacío muy profundo en su alma.

Realizado por GT Página 209


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

El golpe fuerte de nudillos en la puerta de su carro seguido por un igualmente fuerte: "Mujer de
Asher", la despertó de golpe. Aturdida por el súbito despertar, Martise miró en la oscuridad del
vagón. La noche había descendido mientras ella dormía.
—¿Sí? —Respondió con voz ronca.
—Tu viaje ha terminado. Recoge tus pertenencias y hazlo rápido.
Martise enderezó su sobreveste, se ordenó la trenza lo mejor que pudo y recogió sus
pertenencias. El líder de la caravana estaba esperando por ella cuando abrió la puerta. Su rostro
adusto tenía un aspecto fantasmal a la luz de la antorcha que sostenía. Detrás de él, la línea de
carros esperaba. Los conductores la observaron desde sus puestos altos, mientras que las mujeres
y los niños se asomaron desde detrás de la sombra de las cortinas y las puertas de los vagones.
—Tendrás que caminar el resto del camino. Nadie aquí recorre esa carretera. Ni siquiera los
caballos.
Esa última afirmación hizo que se le aceleraran los latidos del corazón hasta que le retumbaron
en los oídos. Martise se alejó del abrigo de la puerta del vagón. A su derecha, el mar de hierba alta
se balanceaba en una danza susurrante bajo la plateada luz de la luna. A su izquierda, un bosque
negro de árboles mutilados se encorvaba en la llanura y chupaba la luz de la luna en sus sombras.
Un camino largo y tenebroso envuelto en una oscuridad más profunda, cortaba una línea a través
de los árboles.
Martise apretó el morral contra su pecho y trató de no gritar su alegría. En lugar de eso sonrió
al líder de la caravana, riendo cuando él arqueó las cejas. Él dio un paso atrás con cuidado y le dio
la antorcha.
—Aquí. Querrás esto. —Él miró las sombras que se retorcían en la gran avenida e hizo una señal
de protección con los dedos—. Que los dioses te favorezcan. Los vas a necesitar en este lugar
maldito.
Ella tomó la antorcha con un gesto de agradecimiento y otra sonrisa radiante.
—Ellos ya lo han hecho.
El bosque que una vez la aterrorizó con sus árboles retorcidos y sombras reptantes, ahora le
daba la bienvenida. Martise sintió su aliento sibilante, el reconocimiento de su presencia en el
momento en que puso los pies en el camino que conducía a Neith. Los silbidos y gritos, el ruido de
los vagones y el traqueteo de las mercancías, se desvanecieron en el silencio a medida que seguía
la oscura avenida a Neith. Las formas sinuosas revoloteaban entre la maleza dispersa, y las
sombras que fluían en la oscuridad la siguieron a su paso. Ya no les temía. Ellos eran guardianes
ahora, escoltas para acompañar a uno de los suyos de regreso a casa.
Su antorcha proyectaba una corona de luz pálida a su alrededor y fue tragada por la ondulante
niebla que acariciaba sus tobillos. El bosque olía a humedad y musgo y el olor latente de las
cenizas.
A lo lejos vislumbró las familiares luces brujas verdes, como luciérnagas extrañas, moviéndose
hacia ella.
Las luces se hicieron más brillantes a medida que se acercaban, revelando dos figuras
familiares.
—¡Gurn! ¡Cael! —Martise echó a correr para encontrarlos a medio camino, casi dejando caer la
antorcha en el proceso.
Gurn la atrapó en un abrazo feroz. Él tenía el mismo aspecto, un gigante de hombre con la calva
brillando como una luna pálida y los ojos azules oscuros en el resplandor espectral de la luz bruja.
Realizado por GT Página 210
GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

Cael gimoteó como saludo. Sacudió la cola de látigo de un lado a otro cuando Martise se inclinó
para abrazarlo y rascarle las orejas peludas.
Se levantó y arrugó la nariz.
—Dioses, hueles aún peor que la última vez que te vi. ¿Es que nadie te va a dar nunca un baño?
Gurn tomó su morral y el almuerzo, olfateando apreciativamente los contenidos del atillo.
Tomó la mano de Martise, casi arrastrándola por el camino hacia la casa en su entusiasmo por su
llegada. Para cuando llegaron a las puertas oxidadas que cerraban el patio delantero, estaba sin
aliento.
Resplandeciendo a la luz de luna, Neith era como ella lo recordaba, una ruina antigua, todavía
elegante y señorial en su decadencia. Aquí, el olor de las cenizas y madera quemada flotaba en el
aire, y atenuó la felicidad de Martise.
—La arboleda. ¿Estoy oliendo lo que queda de ella?
A Gurn le brillaban los ojos con lágrimas. Sus dedos se movieron rápidamente señalando
alrededor.
—Tanto se ha perdido aquí.
Ella asintió con la cabeza ante la respuesta silenciosa a Gurn.
—Tienes razón. Mucho se ha ganado también.
Ella lo siguió a través de las puertas y entraron a la casa, deteniéndose solo una vez para un
rápido vistazo al gran salón, un lugar de duras lecciones y revelaciones difíciles. Gurn la condujo
hacia la escalera, señalándole que el amo la esperaba en su dormitorio.
Un repentino nerviosismo se mezcló con su alegría, se secó las palmas de las manos en su
sobreveste antes de subir los escalones desvencijados a la segunda planta. La luz bruja flotaba
delante de ella abriendo el camino por el pasillo negro, hasta que llegó a la puerta de Silhara.
Estaba abierta, y se deslizó adentro con pasos silenciosos.
Ella había amado y había sido bien amada en esta habitación. Como el resto de Neith, era un
santuario de un esplendor envejecido, regido por un fiero rey pobre de inmenso poder.
Silhara estaba parado en su lugar habitual, frente a la ventana que daba al balcón. Llevaba una
túnica nueva de un terciopelo de un intenso color burdeos. Un cinturón delgado de plata y piedras
preciosas rodeaba su estrecha cintura. Perfilado al cálido resplandor de varias velas encendidas, se
veía delgado y alto. Las manos de Martise hormiguearon por la necesidad de tocar esos hombros
anchos y orgullosos.
No fue tan silenciosa como pensó, o él había percibido su presencia. Él estiró el brazo y le cortó
la respiración ver su piedra espiritual colgando de la cadena entrelazada en sus largos dedos.
—Creo que esto es tuyo.
Su voz arruinada resonó en la recámara, poniéndole los brazos de piel de gallina. Le había
hecho el amor con esa voz tan hábilmente como lo había hecho con sus manos. Ella siguió su
llamada como un sonámbulo, atraída tanto por él como por el zafiro iluminado de plata que
contenía una porción de su alma.
Ella se acercó a su lado, tendiéndole la mano. La cadena cayó en su palma en una cascada
brillante, la cálida joya azul pesaba contra su piel. Martise apretó el collar entre sus dedos.
El perfil de Silhara, brillando a la luz de la luna que atravesaba la ventana era inexpresivo. Se
volvió hacia ella, y ella se quedó estupefacta, olvidando el tesoro que sostenía. Al igual que
Cumbria, llevaba el trauma del ritual en su cara. Las líneas en las comisuras de sus ojos se habían

Realizado por GT Página 211


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

hecho más profundas y sus pómulos estaban más marcados, dando a sus austeras facciones un
aspecto demacrado. Pero lo que le llamó la atención fue su pelo. Una raya blanca corría a lo largo
desde la raíz hasta la punta.
Martise extendió la mano y acarició el sedoso mechón, rozando con los dedos su mejilla.
—¿Cuándo te ha salido esto?
Su boca se curvó en una leve sonrisa.
—Hace unas cuantas semanas. Desperté una mañana llevando esta prueba de mi vejez. Todavía
tengo que decidir si es el resultado del ritual o de lo que Gurn me sirvió de cenar la noche anterior.
—Te sienta bien. Te ves casi civilizado —bromeó ella.
—Un Kurmano salvaje es lo que soy —bromeó de vuelta, y su sonrisa se ensanchó.
Ella alzó el collar.
—Cumbria dijo que le habían hecho una oferta que no pudo rechazar.
La sonrisa se transformó de lleno en una de satisfacción.
—El Luminary te compró. Una de mis recompensas por salvar al mundo y todo eso. El obispo no
osaría rechazar a su superior.
—No supo que fuiste tú.
—No. Te habría colgado de las vigas de su establo antes de que yo tuviera la oportunidad de
recuperarte si él lo hubiera sabido.
Ella se estremeció. Morir en el acto de salvar a un ser amado era una cosa. Morir en un acto
mezquino de venganza era otra.
Le ofreció el collar con suavidad.
—¿No quieres quedártelo?
Él desechó su ofrecimiento con un gesto despreocupado de la mano.
—Yo luché contra un dios para conservar mi libertad, Martise. ¿Por qué desearía yo tener un
esclavo?
Los dedos de Martise se cerraron sobre la joya una vez más, y la sostuvo contra su pecho.
—Nunca podré pagarte por esto. Podría vivir diez vidas sirviéndote, y no sería suficiente.
Silhara estrechó los ojos.
—No hay ninguna deuda. Tomé tu Don para salvarme.
—No tomaste nada que no haya estado dispuesta a dar. Y me das mi libertad a cambio. A mi
manera de ver, uno ha ido siempre más lejos que el otro.
Mariposas revoloteaban locamente en su estómago. Él era hermoso. Parado tan cerca,
iluminado por la luz de las velas y el resplandor de la luna, era como una estrella caída, deslucido,
pero no degradado. Ella se sentía mugrienta y corriente en comparación.
—Por favor, dime que el Cónclave te dio algo además de mí. De lo contrario, es un pobre pago
por un riesgo y un éxito tan grandes.
Él se encogió de hombros.
—Me ofrecieron otra mansión en el sur, donde crecen aceitunas, y la baronía que venía con
ella, aliada al Cónclave por supuesto. —Su labio superior se levantó un poco en desdén—. Yo me
negué. Neith es mi hogar. Mi cultivo son las naranjas. Negocié por árboles jóvenes y mano de obra

Realizado por GT Página 212


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

para ayudar a plantarlos por los próximos dos años. Y una bolsa lo suficientemente grande para
mantenernos alimentados hasta que pueda comenzar la cosecha.
Sus pensamientos le daban vueltas en la cabeza. Él había pedido tan poco. El Cónclave era lo
bastante rico y agradecido para premiar al Señor de los Cuervos con todo lo que pidiera. Una gran
hacienda, la propiedad de una flota de barcos, un obispado, si lo deseaba. En cambio, había
pedido una esclava con exceso de educación, trabajadores para el campo, naranjos y una bolsa de
dinero.
—Siempre pensé que querrías ser un rey.
La risa ahogada de Silhara la acarició. Estiró la mano por detrás de ella para poner su trenza
sobre el hombro. Los párpados Martise casi se cerraron al sentir el suave tirón de sus dedos al
acariciarle el pelo.
—Y quiero serlo, pero de un reino de mi elección, y elijo Neith.
—¿No llevará años para que la arboleda vuelva a ser lo que era?
—Unos cuantos. Estoy en contra de usar la magia para recoger la cosecha, pero no tengo
reparos en emplearla para alentar a los árboles a que vivan.
Sus dedos pasearon por su trenza, bailaron a través de su clavícula con un toque tan ligero que
la hizo suspirar. Se arrastraron por el centro de su pecho, posándose brevemente en su escote
antes de detenerse en la mano que sostenía el collar. La oscuridad de sus ojos se profundizó.
—Eres una mujer libre —dijo—. Te daré el hechizo para romper la piedra y devolverte esa parte
de tu alma. Serás capaz de viajar por el mundo, ver aquellas cosas una vez prohibidas para ti—. Su
otra mano se alzó, el pulgar se deslizó por la línea de su mandíbula mientras sus dedos se curvaron
en su cuello—. Ya no eres una propiedad.
Martise cerró los ojos, y se tambaleó hacia él. Podía no ser una propiedad, pero no era libre, y
él no necesitaba ninguna cadena o piedra espiritual para atarla a él. Abrió los ojos y encontró su
mirada negra.
—¿Qué ocurre si me quiero quedar aquí? ¿Contigo?
La mano en su cuello se tensó, los dedos presionaron su piel. Su voz fue casi gutural en su
intensidad.
—Tienes un lugar aquí si lo deseas.
Él contuvo el aliento cuando ella deslizó sus brazos alrededor de su cintura y lo acercó a ella. Él
era músculo fibroso y huesos largos, era la suave caricia de terciopelo y el olor picante del Matal. Y
era suyo, tanto como ella era de él.
Martise inclinó la cabeza hacia atrás y sonrió a su sombrío y su amado rostro.
—¿Un lugar como qué? ¿Como criada?
Silhara bajó la cabeza, y el mechón de pelo blanco, ganado por el sacrificio duro y la
inquebrantable devoción, le hizo cosquillas en la mejilla.
—Una compañera —susurró él contra su boca—. Una amante. —Le mordisqueó el labio
inferior, y su mano se deslizó desde la nuca a la parte de atrás de su cabeza—. Una amada esposa.
Provocó la comisura de su boca, con suaves toques y ligeros mordiscos. Ella le hizo cosquillas en
el labio superior con la punta de la lengua antes de retroceder lo suficiente para ver sus ojos.
—¿Y tú me amarás por un día? ¿Un año? ¿Toda una vida? —Ella sabía la respuesta, pero quería
oírselo decir con esa voz hermosa y destrozada.

Realizado por GT Página 213


GRACE DRAVEN
El Maestro de los Cuervos

—Más allá de eso —susurró, con los ojos brillando por la tempestad de la emoción que lo había
mantenido a raya hasta ahora—. Más allá del reino de dioses falsos y sacerdotes entrometidos.
Más allá de Zafira cuando sus brillantes estrellas se desvanezcan.
La besó entonces, sopló su vida dentro de su boca, de su corazón, de su espíritu, de la misma
manera que ella había soplado su Don dentro de él mientras estuvieron en el alma vacía de un
dios moribundo.
Martise lo besó con fiereza a su vez, sosteniéndolo con tanta fuerza que le dolían los brazos, y
el collar que tenía agarrado se clavó en su espalda. Cuando se separaron, ella apoyó la frente
contra la suya.
—Eso es mucho tiempo para amar a alguien.
Dedos ágiles trabajaron los lazos de su sobreveste, desatándola con facilidad.
—No lo suficiente.
—Yo sería feliz con hoy.
Silhara separó el cuello de la sobreveste, revelando su leine y la pálida piel de sus pechos bajo
la tela delgada. Un rubor de deseo oscureció sus pómulos afilados y sus ojos brillaron. La áspera
yema de su dedo bajó por el hueco de su garganta, tentando, excitando.
—Entonces será mejor que empiece. —El timbre de su voz fue más profundo aún—. El día se
agota mientras hablamos.
Martise se arqueó en sus brazos.
—Y la cama está demasiado lejos.
Una risa corta interrumpida por un suave mordisco en el lóbulo de su oreja la hizo reír también.
—Como siempre lo está, dulce mujer. Como siempre lo está.

FFIIN
N

Realizado por GT Página 214

También podría gustarte