Está en la página 1de 306

1

Querido CosmicLover ♥ esta es una traducción de


Fans para Fans, la realización de está traducción es sin
fines monetarios. Prohibida su venta. Apoya al
escritor comprando sus libros ya sea en físico o digital.
2
TE DAMOS LAS SIGUIENTES
RECOMENDACIONES PARA QUE SIGAMOS
CON NUESTRAS TRADUCCIONES:
1. No subas capturas del documento a las redes
sociales.
2. No menciones que lo leíste en español ni menciones
a los grupos traductores en tus reseñas de Goodreads,
Tiktok, Instagram u otros sitios de la web.
3. Tampoco etiquetes a los autores o pidas a ellos la
continuación de algún libro en español, ya que las
traducciones no son realizadas por editorial.
4. No pidas la continuación de un libro a otro grupo o
foro de traducción, ten paciencia, ya que el libro será
traducido por quién te brindo las primeras partes.
5. No modifiques el contenido. Contamos con versión
PDF, EPUB y MOBI.
Queremos que cuides este grupo para que nosotros
podamos seguir llevándote libros en español.
Sin más por el momento…
¡DISFRUTA EL LIBRO Y NO OLVIDES
RECOMENDARLO A TUS AMIGOS!
Índice
Staff Capítulo 18 3
Sinopsis Capítulo 19
Capítulo 1 Capítulo 20
Capítulo 2 Capítulo 21
Capítulo 3 Capítulo 22
Capítulo 4 Capítulo 23
Capítulo 5 Capítulo 24
Capítulo 6 Capítulo 25
Capítulo 7 Capítulo 26
Capítulo 8 Capítulo 27
Capítulo 9 Capítulo 28
Capítulo 10 Capítulo 29
Capítulo 11 Capítulo 30
Capítulo 12 Capítulo 31
Capítulo 13 Capítulo 32
Capítulo 14 Epílogo
Capítulo 15 Talia Hibbert
Capítulo 16 Cosmos Books
Capítulo 17
Staff
Traducción 4

Alana

Corrección

Scarlett

Diseño

Seshat
Sinopsis
Es temerario, dominante y deliciosamente sucio. Este príncipe no
es de un cuento de hadas. 5

El príncipe Ruben de Helgmøre sabe exactamente lo que quiere y


su obsesión actual es Cherry Neita. Todo llama su atención, desde
sus curvas de montaña rusa hasta su temible actitud.
¿Y lo mejor de todo? No tiene ni idea de quién es Ruben.
Hasta que los paparazzi los descubren en un callejón oscuro, con el
carmín escarlata de ella corrido y las manos de él en algún lugar
travieso…
Todo lo que Cherry quería era pasar una o dos noches con el
hombre más atractivo que jamás había visto. Resulta que ese
hombre es en realidad un príncipe y ahora necesita que ella haga de
princesa. Bueno, futura princesa. Un año como su falsa prometida y
él hará desaparecer todos sus problemas. Fácil. ¿Cierto?
Falso.
Cuanto más se acerca Cherry a Ruben, más arde su pasión. Pero la
familia real esconde oscuros secretos y el palacio es una trampa
repleta de diamantes.
¿Puede florecer el amor verdadero a partir de falsos comienzos?
¿O acabará este cuento de hadas en un «felices para siempre»?
The princess trap es un tórrido romance independiente de la
realeza.
*Por favor, tenga en cuenta que esta historia contiene escenas de
abuso que podrían afectar a ciertas audiencias.
Capítulo 1
Cherry Neita no era el tipo de mujer que usa voluntariamente las
escaleras. Para ella, eran incómodas, inapropiadas y una molestia 6
pública. A menos que llevara un sujetador deportivo y una botella
de Lucozade en la mano, Cherry evitaba el esfuerzo físico como la
peste.
Por eso había perfeccionado el arte de meterse en la cola del
ascensor. Y sus colegas de la Academia se lo ponían muy fácil.
Benditos sean.
—Disculpen, caballeros, gracias.
Cherry se abrió paso entre los hombres que merodeaban frente al
ascensor del edificio.
No sabía por qué el equipo directivo de la Academia estaba
alojado con el humilde personal administrativo y por qué la torre
que todos compartían tenía un solo ascensor. También evitaba
preguntárselo, porque la mala organización le erizaba la piel.
Sinceramente, si la hubieran consultado durante las malditas fases
de planificación…
—Buenos días, Cherry, cariño —sonrió Jeff, el sonrosado jefe de la
etapa 4 de la academia.
Para ser un hombre que pasaba tanto tiempo trabajando con
adolescentes, siempre estaba extraordinariamente alegre. Cherry
tenía que admirar su fortaleza.
—Buenos días, Jeff. ¿Cómo…? —Su dulce respuesta fue
interrumpida por un murmullo descontento procedente de algún
lugar detrás de ella.
Cherry se dio la vuelta y se encontró con Mike Cousins, Jefe de
Geografía, que le dirigía una mirada sombría. El tipo de mirada que
decía: «He estado esperando aquí durante años. ¿Cómo has llegado
al principio de la cola?»
Era de madrugada y Cherry aún no se había tomado un café. Esa
era su zona de peligro, el momento en el que era más probable que
perdiera el control de la fachada brillante que requería su trabajo y,
en su lugar, insultara a alguien en un Patois1 que había heredado de
sus padres.
7
Pero eso no serviría de nada. Así que se recompuso con gran
esfuerzo, haciendo que sus labios pasaran de una sonrisa recatada a
una sonrisa encantadora. Mike parpadeó bajo la fuerza de sus
hoyuelos y le devolvió la sonrisa, olvidando todo enfado.
Los hombres de este lugar respondían a una cara bonita como los
bebés al biberón. Y se suponía que ella debía respetarlos.
Suspiró.
Volviéndose hacia Jeff, Cherry continuó.
—¿Cómo están Sandra y los niños?
—No están mal, no están mal. —El ascensor llegó con un tintineo
y Jeff se hizo a un lado para dejarla entrar primero. Qué caballero—.
Al pequeño le están saliendo los dientes —continuó—, pero por lo
demás está bien.
—¡Maravilloso!
Un puñado de miembros del personal entraron a la fuerza en el
ascensor detrás de Jeff y Cherry. Miraron al frente como buenos
soldaditos. Cherry, sin avergonzarse, estudió su reflejo en el espejo
de la pared trasera del ascensor. La vida era demasiado corta para
fingir que no quería comprobar su pintalabios.
—¿Y cómo estás tú, Cherry?
—Oh ya sabes. —Se alborotó el pelo, como si la masa de bucles
oscuros no fuera ya lo suficientemente elástica—. Lo mismo de
siempre.
Ding.

1
Del Francés antiguo: esencialmente quiere decir hablar con las manos.
—¡Bien! —Cherry se apartó de su reflejo con una sonrisa. Solo una
pequeña, sin hoyuelos. Ella trató de no dar rienda suelta a ellos en
espacios cerrados—. Te veré más tarde, Jeff.
—Hasta luego, amor.
8
Él le devolvió la sonrisa, genuina como siempre. Jeff era
probablemente el único miembro superior del personal que no le
daba ganas de vomitar. Era dulce, amable y se preocupaba por los
niños, así que Cherry siempre tenía una palabra amable para él.
Los demás, que se jodan.
Salió aliviada del ascensor y entró en la planta de administración.
Era el único lugar de la Academia Rosewood que no parecía un
codicioso conducto corporativo.
Mira, hace mucho tiempo, Rosewood había sido una escuela real.
Hasta que un amigo del Primer Ministro con experiencia en
educación privada se hizo cargo y «academizó» (o sea, monetizó) el
lugar. Ahora los niños eran bombeados a través del sistema como
gallinas en batería y pobre de aquel que cayera por debajo del
estándar de la industria.
Cherry se abrió paso entre las hileras de mesas y despachos que
llenaban la planta, saludando a sus compañeros a su paso. Aquí no
se molestaba en contonearse y sonreír con hoyuelos. De todos
modos, nadie era tan tonto como para tragárselo, ni tan peligroso
como para justificar su actuación de Muñeca Darling. Llegó a la
oficina de Recursos Humanos y se detuvo, frunciendo el ceño al leer
el cartel pegado a la puerta:
CHERRY NEITA, ¡MANTENTE FUERA!
Se encogió de hombros y entró en la habitación.
—¡Oh! ¡Cherry! ¿Qué haces aquí?
En el interior del despacho, dos mujeres se apiñaban
protectoramente alrededor del escritorio de Cherry. Le costó
ubicarlas. Eran de finanzas, pensó… y la pequeña de pelo oscuro
podría llamarse Julie.
La más alta de las dos mujeres miró a Cherry como si fuera un
toro desbocado.
—¿No has visto la señal?
—No —dijo Cherry alegremente—. ¿Qué están haciendo en mi
9
escritorio, chicas?
Al otro lado de la habitación, sentada pulcramente en su
escritorio, Rose McCall resopló. Se llevó una mano pálida y
arrugada a las gafas y miró a Cherry por encima de los cristales de
media luna.
—¿Qué te parece que hacemos, cariño?
Cherry contuvo un suspiro. Le costó un gran esfuerzo, pero lo
consiguió.
—Lo siento, Cherry —insistió la alta—. Es solo que Julie y yo
estábamos hablando y ella…
Cherry levantó una mano.
—No hace falta que me lo expliques. ¿He arruinado la sorpresa?
—Un poco —admitió Julie—. No sé cómo se te pasó la señal.
—Es un misterio para la posteridad —murmuró Rose.
Cherry le dirigió una mirada a la mujer mayor.
—Bueno, de todos modos —dijo Julie. Intentó sonreír, pero
parecía más una mueca de dolor—. ¡Sorpresa!
La pareja se separó como las chicas del espectáculo, agitando sus
manos hacia el escritorio de Cherry. O mejor dicho, hacia el
monstruoso desastre que habían hecho.
Su ordenado espacio de trabajo estaba cubierto de purpurina y
confeti. En el centro de la mesa había un enorme número 30 de
cerámica en un tono rosa chillón. Como si no supiera exactamente
cuántos años tiene.
Dios, Cherry odiaba los cumpleaños. Eran tan… innecesarios.
—Oh, ustedes dos —dijo, pegando una sonrisa tímida en su
rostro—. No deberían haberlo hecho.
—De verdad —se hizo eco Rose—. No deberían haberlo hecho.
La mujer era una maldita molestia. Una maldita molestia
10
brillante, pero una molestia, al fin y al cabo.
El rostro esperanzado de Julie cayó.
—Sé que odias el alboroto, pero…
—¡No! —dijo Cherry con firmeza—. Esto es precioso. Se los
agradezco mucho—. Se interrumpió al ver una cajita junto al
adorno—. ¿Es Hotel Chocolat2?
—¡Sí! —dijo Julie con orgullo.
Rose se sentó recta en su silla.
—¿Dónde? —preguntó, entrecerrando los ojos a través de la
habitación.
—No te preocupes. —Cherry se adelantó y recogió la caja con una
sonrisa—. De verdad, señoras, muchas gracias. Qué afortunada soy.
El personal de administración se empeñaba en hacerle la pelota
porque Rose, la jefa de Recursos Humanos y dueña de todo lo que
supervisaba, era imposible de adular. Normalmente era bastante
molesto, pero en este caso, a Cherry no podía importarle. Cuando
las chicas se marcharon, bastante satisfechas de sí mismas, abrió su
caja de bombones.
—No seas golosa, amor.
Rose se levantó y se acercó, sus movimientos fluidos eran tan
engañosos como sus mejillas regordetas y sonrosadas. Cherry sabía
que Rose McCall tenía sesenta y siete años. No aparentaba más de
cincuenta, a pesar de su moño gris lavanda.
—Si tú lo dices —murmuró Cherry, con la boca llena.

2
Fabricante británico de chocolate y productor de cacao. La empresa produce y distribuye chocolate y
otros productos relacionados en línea o a través de una red de negocios diversos.
Pero le tendió la caja y ni siquiera se quejó cuando Rose sacó dos
trufas a la vez.
—Lo siento —dijo Rose en tono de conspiración. Se sentó en el
borde del escritorio de Cherry—. No tenía ni idea de que te iban a
dar una sorpresa. La verdad, no creía que alguien supiera tu 11
cumpleaños.
—Facebook —dijo Cherry con desgana.
—Oh, sí. —Rose se metió una trufa en la boca—. Bueno ya sabes
que yo tampoco aguanto esas tonterías.
—No lo sé —reflexionó Cherry—. Puede ser molesto. Pero hay
muchos vídeos de gatos.
Antes de que Rose pudiera responder, la puerta de su despacho se
abrió de golpe. Otra vez. Realmente, todo este contacto humano era
demasiado para una mañana.
Era Louise, una de las recepcionistas, con las mejillas rosadas y los
ojos muy abiertos.
—¡Rose! —jadeó—. ¡Cherry! ¡Oh, no van a creer lo que ha pasado!
—Cálmate —Rose frunció el ceño—. ¿Estás bien?
—¡No! —chilló Louise—. Es tan probable que me desmaye
como… —se interrumpió, con los ojos entrecerrados—. ¿Esas son
del Hotel Chocolat?
Cherry volvió a tapar la caja.
—Se acabaron. Lo siento.
—Maldición. De todos modos, ¡escucha esto!
Cherry escuchó. Rose escuchó. Louise hizo una pausa dramática.
—Vamos, entonces —le espetó Rose.
No era conocida por su paciencia. Louise finalmente cedió. Ella
dijo, su tono en voz baja.
—Hay un hombre.
Cherry miró a Rose. Rose miró a Cherry. Puede que trabajaran en
una escuela, perdón, en una academia educativa, pero de vez en
cuando aparecían hombres. Es cierto que solían pertenecer a la alta
dirección y no, por ejemplo, al equipo de administración. Pero no
era raro verlos.
12
—¿Un hombre? —preguntó Rose.
—Sí. —Louise asintió como un bobo—. Un hombre nuevo. Un
visitante. Y es absolutamente hermoso.
Cherry se inclinó hacia delante.
—¿Lo es?
—Su trasero es increíble —respiró Louise.
Su voz era reverente. Sus ojos estaban ligeramente desenfocados.
El interés de Cherry estaba firmemente despertado.
—¿Y quién es este hombre? —exigió Rose—. ¿Qué está haciendo
aquí?
Louise dudó.
—Oh, por el amor de Dios. ¿Ese es todo el chisme que tienes?
—Me temo que sí, Rose. Acaba de entrar ya ves y Chris se lo ha
llevado…
—Bueno —resopló Rose—. Será mejor que vuelvas a recepción,
antes de que te pierdas algo más.
—Tienes razón —murmuró la mujer más joven, casi para sí
misma—. Podría volver a salir. Puede que haya más.
Desapareció sin despedirse. Cuando la puerta se cerró, Cherry se
preguntó lo guapo que podría ser aquel hombre. Tal vez ella
podría…
Ni se te ocurra. Eres una adulta sensata que no hace el ridículo en
el trabajo. Eres una mujer madura que entra en la flor de su vida,
que no se distrae por…
—Ve a investigar, ¿quieres, cariño?
Cherry se puso en pie.
—Si insistes.

13
Capítulo 2
Su Alteza Real el Príncipe Magnus Ruben Ambjørn Octavian
Gyldenstierne de Helgmøre (conocido popularmente como Ruben) 14
hacía todo lo posible por no parecer aburrido. Al fin y al cabo, en
contra de la creencia popular, tenía modales.
Pero es casi seguro que estaba fallando.
Aun así, supuso que no importaba. Chris Tabary, la fuente del
aburrimiento actual de Ruben, estaba tan metido en su propio culo
que probablemente no se daría cuenta si Ruben se quitaba los
pantalones y los tiraba por la maldita ventana.
—Después de comer —dijo el anciano—, empezaremos a visitar el
nuevo edificio, que pronto será la rama de élite de la Academia,
para nuestros alumnos más prometedores…
La mente de Ruben, que estaba decidiendo cuándo era demasiado
pronto para marcharse, se fijó en la palabra «élite» como un gato en
un ratón.
—¿Qué significa eso? —preguntó, inclinándose hacia delante.
Casi podía sentir los ojos de su mejor amigo, Hans, clavándose en
su nuca. Casi podía oír la voz del otro hombre: «No dejes que se te
vaya la lengua. Otra vez».
Carraspeando, Ruben intentó sonar cortés.
—Quiero decir… cuando dices 'élite', ¿te refieres a…?
Tabary parpadeó. Estaba claro que no estaba acostumbrado a que
le interrumpieran. Pero se recompuso en un tiempo récord,
juntando sus delgadas manos y ofreciendo lo que probablemente
consideraba una sonrisa encantadora. Era un poco demasiado
ancha, un poco demasiado plástica y mostraba demasiados dientes.
—Por «élite», Su Alteza…
Ruben hizo un gesto de dolor.
—Por favor. Nada de títulos. Supongo que Demetria te envió los
materiales.
Era una pregunta retórica. Demetria siempre enviaba los
materiales.
15
—Ah, sí. —Tabary parecía un poco inquieto por su error. Se
estremeció un poco, su sonrisa se tambaleó, pero luego la devolvió a
su lugar—. Mis disculpas. Debería decir, señor Ambjørn. Aquí, en la
Academia, prestamos especial atención a los alumnos identificados
como de élite mediante nuestro sistema de pruebas estratificadas.
Los alumnos son controlados durante todo el curso y examinados
una vez al año…
—¿Aparte de las pruebas nacionales, quieres decir?
—Precisamente. Cada septiembre, realizamos pruebas en toda la
escuela para asegurarnos de que nuestros intelectuales más elitistas
están separados de los demás alumnos.
Las alarmas de Ruben no solo sonaban, sino que chirriaban.
—Por prueba —dijo con cuidado—, ¿te refieres a… a… exámenes?
¿En una habitación? —Ante el ligero ceño fruncido de Tabary,
añadió—: Mi inglés. Ya me entiende.
El inglés de Ruben era perfecto, cortesía de tres años de estudio en
la Universidad de Edimburgo. Pero seguro que no lo entendía bien.
Seguramente Tabary no insistió en realizar pruebas adicionales solo
para crear algún tipo de sistema de clases basado en la inteligencia
en su escuela.
Tabary esbozó una sonrisa benévola.
—Bueno, sí, los exámenes. Se lleva a los alumnos a una sala y se
les pide que completen un cuestionario en silencio. Luego
corregimos los exámenes… ¡y voilá!
Se rio entre dientes.
Ruben asintió cortésmente. Mentalmente, estaba planeando la
forma más fácil de salir de esta situación.
La Academia Rosewood no era un candidato adecuado para el
programa de becas que pensaba crear. El exceso de exámenes era
algo que Ruben desaprobaba de todos modos, pero enviar a los
niños a los que atendía su fundación (niños de entornos
desfavorecidos y necesidades únicas) a una escuela que se refería
16
abiertamente a los alumnos con mejores exámenes como alumnos de
élite…
Demetria se pondría muy contenta cuando se enterara de esto.
¿No le había dicho que dejara de aceptar aspirantes basándose
únicamente en las redes sociales?
Ruben se revolvió en su asiento y miró a su guardaespaldas. Hans
estaba de pie, como siempre, junto a la puerta, con un aspecto más
adusto y peligroso que nunca. Ruben daría la señal y Hans
inventaría alguna excusa…
El sonido de voces entró flotando por la puerta del despacho de
Tabary. Era amortiguado, pero lo bastante claro como para distraer
a Ruben de su plan.
—¡Oh! Hola…
La voz se suavizó y se convirtió en un murmullo bajo que no
pudo captar. Entonces llegó otra voz en respuesta, mucho más baja
que la primera. Era uno de sus guardias. ¿Con quién hablaban?
—¿Se encuentra bien, Sr. Ambjørn?
Ruben se volvió hacia Tabary y se encontró con que el hombre le
miraba con el ceño fruncido.
—Sí, sí —dijo Ruben—. Sólo… me pareció oír algo.
—Oh, a menudo hay bullicio por estos pasillos. —Tabary hizo un
gesto con la mano—. Compartimos la torre con el personal
administrativo. Andan por ahí cacareando como gallinas, benditas
sean. A nuestras chicas les encantan el chisme.
Las cejas de Ruben se alzaron. «¿A nuestras chicas les encantan el
chisme?» Pequeña mierda condescendiente.
Que se jodan los modales. Se iba.
Pero antes de que pudiera moverse, llamaron a la puerta. Tuvo
tiempo de preguntarse si se trataba de alguna emergencia, ¿acaso no
había pedido Tabary que no le molestaran?, antes de que se abriera
la puerta y entrara un huracán.
—¡Chris, cariño! —Entró tambaleándose sobre tacones altos, 17
cerrando la puerta tras de sí con un golpe de caderas. Y Dios mío,
qué caderas—. Siento mucho molestarte, pero esto no podía esperar.
El huracán era una mujer. Una mujer de ojos risueños, rostro en
forma de corazón y una figura que podría matar a un hombre. Una
mujer cuyos rizos oscuros y elásticos brillaban como la medianoche,
de mejillas incongruentemente regordetas y piel morena como el
azúcar.
Pasó junto a Hans como si éste no estuviera allí y Ruben se
preguntó qué les habría pasado a los hombres apostados fuera.
Luego observó el contoneo de sus caderas al caminar y decidió que
probablemente se habían desmayado al verla.
—Cherry —dijo Tabary, frunciendo el ceño. Ruben se preguntó
por qué la llamaba Cherry ¿un apodo cariñoso? ¿Acaso no tenía
sentido común?—. Es una reunión muy importante —continuó
Tabary.
—Lo siento mucho —dijo la mujer, con un tono lleno de
disculpas.
Pero Ruben tuvo la extraña impresión de que no lo sentía en
absoluto. Entonces, por primera vez desde que había entrado, sus
ojos se posaron en los de él.
Y se dio cuenta de que hermosa era poco.
Su rostro era casi antinaturalmente perfecto. Por un momento le
recordó a su hermana, pero la belleza de Sophronia era fría. Tan
jodidamente fría.
Esta mujer podría estallar en llamas en cualquier momento.
Dejó un montón de papeles sobre el escritorio de Tabary y se
dobló por la cintura, inclinándose sobre su hombro mientras
señalaba algo en la primera página. Su escote ya de por sí magnífico,
se hinchaba contra el escote del vestido. Ruben se recordó a sí
mismo que debía seguir respirando.
—Si pudieras echarle un vistazo a esto —dijo, con voz suave—.
No consigo entenderlo… 18

El ceño de Tabary desapareció y dirigió a la mujer una mirada de


afecto. Aquella mirada hizo que Ruben apretara los puños, que
rechinara los dientes, lo cual era tan ridículo como inevitable. Puede
que no conociera a esa mujer, pero había algo en ella que le
provocaba un pensamiento único e inquietante.
«Tengo que tenerla».
Confundido. Sorprendido. Había visto a mucha gente guapa y
nunca había reaccionado así. Pero Ruben no tenía la costumbre de
ignorar sus instintos.
—Oh, Cherry —Tabary chasqueó—. Chica tonta. Mira, has
estropeado las sumas. Eso es todo.
La mujer se llevó los dedos a los labios. No, los acercó a sus labios,
que estaban pintados de rojo escarlata. Sus ojos se abrieron como los
de una cierva mientras jadeaba.
—¡Oh, Chris! Tienes razón. ¿Cómo lo he podido hacer?
Tabary puso los ojos en blanco y una sonrisa se dibujó en su
estrecho rostro. El tipo de sonrisa que sueltan los hombres débiles
cuando se les ofrece la oportunidad de corregir a una mujer
supuestamente estúpida. Olvidado su enfado, le devolvió los
papeles con una sonrisa afectuosa.
—Vete, Cherry, querida. Estoy en medio de algo.
La mujer se enderezó, apretando los papeles contra su pecho. Sus
ojos se posaron en Ruben con exagerada sorpresa, como si acabara
de darse cuenta de su presencia. Y él supo al instante que ella había
orquestado todo aquello.
—Oh, Dios —dijo—. Qué grosera soy. —Y luego, bordeando el
escritorio de Tabary, se acercó a él y le tendió la mano y dijo—:
Cherry Neita.
Cherry. Se llamaba Cherry.
19
Ruben se levantó y le tomó la mano. Su piel era cálida y suave,
sus dedos tenían las uñas más extravagantes, largas, rosas y
brillantes, todas tachonadas de piedras preciosas. Ridículas. Él las
adoraba. Se inclinó sobre su mano y le dio un beso fantasmal en los
nudillos.
Entonces Hans, el cabrón, se aclaró la garganta. En voz alta.
Oh. Cierto. Besar las manos de las mujeres no era la mejor manera
de pasar desapercibido.
Intentando no hacer una mueca de dolor, Ruben se enderezó y le
dedicó su mejor sonrisa. No era el príncipe azul, como le gustaba
recordarle la prensa, pero haría todo lo que estuviera en su mano
por aquella mujer.
—Ruben Ambjørn —respondió.
No era mentira, se dijo a sí mismo. Técnicamente, no.
—Encantada de conocerte —murmuró.
Y por un momento, su voz pasó del tono ligero y etéreo que había
utilizado con Chris a algo grave y terrenal que le sentaba mucho
mejor. Luego bajó la mirada hacia sus manos, arqueando una ceja y
él se dio cuenta de que seguía agarrado a sus dedos como un niño
perdido.
Probablemente debería dejarla ir.
No, le susurró su nueva mente animal. Nunca la dejes ir.
Hm. Su mente estaba empezando a sonar como un acosador.
Ruben la soltó, tratando de no hacer evidente su reticencia.
—¿Qué hace aquí, señorita Neita?
Se imaginaba que sería una profesora excelente. Su clase no sabría
qué les golpearía.
Pero Dios, si alguna vez hubiera tenido una tutora como ella…
—Estoy en RRHH —dijo ella, rompiendo sus fantasías—. Y
20
realmente debería volver arriba. Lamento interrumpir. —Se volvió
hacia Tabary y le dedicó una sonrisa, esta vez más amplia y por
Dios, tenía hoyuelos. Eso simplemente no era justo—. ¡Hasta luego,
Chris!
Desapareció con las caderas contoneándose bajo la ajustada falda.
La puerta se cerró tras ella y la oficina se sumió en un silencio
aturdidor.
La jodida Cherry Neita. Imagina eso.
Capítulo 3
Cherry se abrió paso a través de los grupos de maestros que
llenaban la sala de profesores, manteniéndose en sus grupos tan 21
firmemente como los niños en el patio de recreo. Encontró a Rose
esperando en primera posición, por supuesto, en la mesa junto a la
tostadora. A su lado estaban Beth y Jasleen. Sería un interrogatorio
completo, entonces.
Cherry se acomodó en el último asiento vacío y les dedicó su
sonrisa más desenfadada.
—¡Ya estamos comiendo! El tiempo vuela.
Al menos, lo hace cuando estás merodeando por el Departamento
de Informática para no tener que volver a tu planta.
La única respuesta de Rose fue una ceja arqueada. Jas resopló y
Beth se inclinó sobre la mesa, sosteniendo su taza con ambas manos.
—No seas tímida. ¿Dónde has estado toda la mañana? Lo has
visto, ¿no?
Cherry se encontró con la mirada de Rose al otro lado de la mesa.
—No sé a qué te refieres.
—Suéltalo. No te lo quedes para ti sola, zorra.
Cherry fingió un grito ahogado.
—Eres nadie para hablar, Elizabeth Briggs. ¿No te descubrieron
con ese tímido profesor de matemáticas en la fiesta de Navidad…?
—¡Cállate! —Beth siseó.
—… en la sala de reprografía, en la fotocopiadora, ¡nada menos!
Beth resopló.
—Debes estar confundiéndome con otra persona.
—Imbécil —sonrió Jasleen—. Fui yo quien te atrapó.
—¡Muy bien! ¡Basta de hablar de mí! Háblanos del hombre,
¿quieres?
Cherry puso los ojos en blanco. Fingió vacilar. En realidad, no
tenía que fingir.
22
Ruben Ambjørn. Era extranjero, por su acento, escandinavo o algo
así. Solo que no parecía escandinavo, como los de la televisión. No
era rubio y de ojos azules.
Pero era singularmente guapo. Y deliciosamente ancho. A Cherry
le gustaban los hombres grandes. Especialmente los que tenían
sonrisas torcidas, confianza perezosa, ojos oscuros y…
Rose chasqueó los dedos delante de la cara de Cherry.
—¿Te hemos perdido, cariño?
—Oh, vete a la mierda —dijo Cherry, pero no había calor en ella—
. Estoy segura de que la mitad de los profesores ya lo habrán visto.
Escuché que estaba haciendo el gran tour.
—Puede que lo hayan hecho —dijo Jasleen—. Pero prefieren
morir antes que decirnos nada.
Había una estricta jerarquía en la Academia. Bueno, no una
jerarquía, sino un límite claro. El personal docente por un lado y
todos los demás: administración, informática, finanzas, limpiadores
y jardineros, por otro lado.
A Cherry no le importaba. Su lado de la línea era, después de
todo, mucho más divertido.
—Bien —suspiró, claramente, no se iba a librar de esta—. Él es…
Rose llenó el vacío.
—¿Alto, moreno y guapo?
—Bueno, sí —admitió Cherry—. Eso lo resume todo. Ah, e…
—¿Increíblemente bien vestido? —Jas facilitó.
—Sííí —dijo Cherry. Por lo general, ella y Rose eran las únicas que
se preocupaban por el sentido de la vestimenta de un hombre—.
Y…
—¿Un poco sexi e intimidante? —murmuró Beth.
23
—Cristo, ¿lo has visto ya?
—Cherry —dijo una voz familiar.
Era profunda y ahumada y venía justo de detrás de ella.
Oh. Oh.
Despacio (tenía que mantener cierta dignidad), Cherry se giró en
su asiento para mirar a Ruben Ambjørn.
Se alzaba sobre su pequeño grupo como un ángel amenazador.
Ciertamente tenía la estructura ósea para ello, como una de esas
estatuas terriblemente hermosas. Griego, francés, o lo que fuera.
Probablemente debería dejar de pensar en tonterías y decir algo,
pero su mente parecía haberse fijado en sus cejas. Eran casi negras,
un tono más oscuro que la barba incipiente de su mandíbula. No le
gustaba el vello facial, pero…
Rose la pateó por debajo de la mesa.
Ah, sí. Hablar.
—Señor Ambjørn —dijo para ocultar que no sabía qué más decir.
La mudez no era algo que Cherry experimentara. Nunca. Sin
embargo, aquí estaba, aleteando como un pez.
Era culpa suya. La había sorprendido.
Tuvo la delicadeza de intervenir y salvar la conversación del
colapso.
—¿Podría robarte un segundo? Tengo una pequeña pregunta y sé
que eres la mujer indicada para responderla.
—¡Oh! Por supuesto.
Cherry se volvió hacia la mesa y tomó su bolso. Luego se levantó
con toda la elegancia que pudo, evitando la mirada de Rose, la
sonrisa de Jasleen y la mirada boquiabierta de Beth. Realmente, la
mujer tenía medio sándwich en la boca.
El parloteo constante de la sala de profesores se calmó cuando
Cherry siguió a Ruben a la salida. Supuso que hacían una pareja
llamativa. Ella era alta, muy alta con tacones. 24

Y él, inusualmente, era más alto.


La sacó por la puerta doble de la sala de profesores y la condujo a
un pasillo lateral abandonado que llevaba a los aseos. Debería haber
estado más preocupada por el olor a lejía industrial que por la forma
en que él la miraba. Pero no lo estaba.
Oh, vaya.
—Cherry —volvió a decir, con voz suave.
La gente solía pronunciar mucho su nombre, como si no pudieran
creerse que realmente se llamara así. Lo cual, para ser justos,
probablemente no podían.
La comisura de sus labios se levantó en una sonrisa perezosa, lo
bastante segura de sí misma como para acelerarle el pulso. La
confianza era otra cosa que a Cherry le encantaba. No es que
importara.
Se aclaró la garganta y adoptó su voz más profesional, no el trino
infantil que le había puesto a Chris aquella mañana, sino algo más
parecido a su forma de ser habitual.
—¿En qué puedo ayudarle, Sr. Ambjørn?
Sus labios se torcieron, en parte divertidos y en parte incómodos.
—Ruben. Llámame Ruben.
«Preferiría que no. Me da ideas».
—De acuerdo, Ruben.
Se pasó una mano por el pelo y se apartó los mechones oscuros y
ondulados de la cara. Volvieron a su sitio de inmediato.
—Escucha —dijo lentamente—. No quiero que te sientas
incómoda. Siéntete libre de decirme que me joda… —¿Que te jodas?
Sería un desperdicio terrible—. Pero me preguntaba si podríamos
almorzar juntos.
Cherry parpadeó. 25

—¿Quieres decir… que te gustaría tener compañía en la cafetería?


Se lamió los labios y volvió a sonreírle.
—Quiero decir que me gustaría tu compañía. En cualquier sitio.
—Oh.
Oh. Cherry no solía ser tan lenta. Culpó a la anchura de sus
hombros bajo su traje azul oscuro. Jas tenía razón. Estaba
increíblemente bien vestido.
Pero se vería mucho mejor desnudo.
La miraba como si no hubiera nada más en la habitación. Nada
más en el mundo. Pero ella no debería sentirse halagada. Él era ese
tipo de hombre, probablemente centrado. Se preguntó si la besaría
así, con toda esa intensidad ardiente. Si lo hacía, podría desmayarse.
No, no se desmayaría. Estaría demasiado ocupada arrancándole la
ropa.
—No lo sé —dijo finalmente—. Soy la Subdirectora de RRHH ya
sabes.
Puso los ojos en blanco.
—Directora de esto, Subdirector de aquello. Esta escuela es
ridícula.
—Academia —corrigió.
Sonrió con satisfacción.
—Ah, sí. ¿Cómo podría olvidarlo?
Entonces alargó la mano y tomó entre las suyas la mano de ella.
Así, sin más. Cherry solía hacer caricias casuales, a menudo,
después de todo, hacían maravillas psicológicas, pero ¿esto?
Su piel era cálida y ligeramente áspera, su mano empequeñecía la
de ella. Le pasó el pulgar por el dorso de los nudillos y una chispa
de electricidad recorrió desde el punto en que se tocaban hasta la
punta de sus pezones, que se tensaban. Con cada pasada del pulgar,
la corriente latía con más fuerza. Mierda.
26
—Déjame invitarte a salir —dijo en voz baja.
No era tanto una sugerencia como una orden. Todo lo que decía
tenía un toque de confianza, del tipo que dejaba claro que estaba
acostumbrado a ser obedecido. Eso no debería haber aumentado la
atracción de Cherry, pero ya era una mujer adulta; hacía tiempo que
había aprendido que el debería y el no debería tenían poca relación
con la realidad.
—¿Es así como sueles hacer las cosas? —preguntó—. ¿Encuentras
a una mujer, le dices lo que quieres y ella simplemente… te sigue la
corriente?
Le dedicó una sonrisa casi depredadora.
—Algo así.
Tenía sentido. Tenía algún tipo de séquito de celebridades y
estaba siendo cortejado por Chris, por lo que probablemente era un
posible patrocinador. Lo que significaba que debía ser muy rico y
poderoso.
Abrió la boca para decir:
«De ninguna puta manera voy a salir contigo».
Pero lo que en realidad dijo fue:
—De acuerdo.
Oh, vaya.
Antes de que ella pudiera pensar en una forma educada de
retractarse, él sonrió. Sonrió de verdad, una sonrisa plena y brillante
y totalmente despreocupada. Parecía feliz. Menos como un
despiadado seductor de mujeres no tan inocentes y más como un
niño al que se le ha permitido un capricho.
Y luego, para empeorar aún más las cosas, dijo:
—Gracias.
Bueno, se dijo a sí misma. No podía cambiar de opinión ahora. Él
podría estar triste. Y ella odiaría entristecerlo.
27
«Claro, porque siempre pones las necesidades de hombres
cualquiera por encima de las tuyas».
Cherry apartó ese pensamiento. Era su cumpleaños, por el amor
de Dios. Podía tomarse un día libre de sensatez. ¿No podía?
—De nada —consiguió decir—. Um… —Su voz se entrecortó,
repentinamente insegura—. ¿Quieres decir ahora?
—Oh, sí —dijo él. Y bajo la dulzura de su sonrisa, ella captó algo
grave, cálido e intenso que le hizo respirar entrecortadamente—.
Definitivamente me refería a ahora.
Capítulo 4
Ruben no podía creer su maldita suerte.
28
Ni siquiera el hecho de saber que Hans merodeaba por esa calle,
acechando cada uno de sus pasos, fue suficiente para borrarle la
sonrisa de la cara. Se dirigía a la ciudad con Cherry Neita. Cherry
Neita.
Esta mañana, ni siquiera conocía ese nombre. Ahora tenía tanto
significado para él como el de Jan Amos Komensky.
Aunque nunca había querido follarse sin sentido al padre de la
educación moderna. Así que tal vez no es lo mismo.
Ella se pavoneaba a su lado, con las caderas contoneándose
dentro de los límites de aquella falda ajustada hasta la rodilla,
aunque él no podía ver gran cosa, gracias al abrigo que llevaba.
Maldito tiempo de enero.
Pero su imaginación rellenaba bien los huecos.
—¿Seguro que quieres caminar? —le preguntó—. Hace frío.
Ella lo miró con extrañeza.
—El centro de la ciudad está a la vuelta de la esquina.
Cierto ya oía el tráfico. Pero no quería que caminara ni un metro si
no era necesario. Ruben miró con preocupación sus tacones.
—¿No te duelen los pies?
—No. —Sonrió ella. No lo suficiente para los hoyuelos, pero lo
suficiente para hacerle sentir ligeramente mareado—. No son tan
altos.
Levantó las cejas, escéptico.
—No lo son —insistió ella riendo—. Solo soy alta.
—¿Cuánto mides?
—Un metro ochenta. ¿Cuánto mides tú?
En casa, la mayoría de las mujeres conocían su estatura exacta. Era
parte de su supuesta elegibilidad y uno de sus únicos aspectos
positivos.
Pero aquí, en Inglaterra, a nadie le importaba un carajo la familia
real de una diminuta isla escandinava y por eso venía tan a menudo. 29
Nadie lo conocía hasta que él los conocía a ellos. Así era como debía
ser.
—Mido 1.90 —dijo—. Me gusta que seas alta.
—Oh, bueno, si te gusta, puedo estar tranquila.
Miró hacia ella y la vio frunciendo los labios, con los ojos
arrugados en las comisuras.
—Siéntete libre de reírte de mí —le devolvió la sonrisa—. Sé que
soy arrogante.
Se rio entre dientes.
—Mientras lo sepas.
—Lo que quería decir —dijo—, es que me gusta hablar con gente
que está a la altura de los ojos. —Giraron hacia el centro de la
ciudad, justo en la pequeña calle principal—. Por cierto, ¿dónde
quieres comer?
Se encogió de hombros.
—La verdad es que no me importa. En algún sitio con tarta.
—¿Te gusta la tarta?
—Me encanta la tarta. Además, es mi cumpleaños.
La palabra terminó en voz baja, su voz se desvaneció, como si
quisiera recuperarla. Sus ojos volaron a los de él y él tuvo la clara
impresión de que ella no había querido decirle eso.
Bien. Demasiado tarde.
—Tu cumpleaños —repitió lentamente, deteniéndose.
La tomó de la mano y la giró hacia él. Cada vez que la tocaba, algo
en su interior se activaba, como si, ahora que habían establecido
contacto físico, la fiesta pudiera empezar de verdad.
Cierto. Porque las mujeres siempre iban de la mano al dormitorio
en cuestión de minutos. 30

Ella lo miró, pero no hacia arriba. Ella era realmente alta y a él


realmente le gustaba. Mucho.
—Deberíamos hacer algo para celebrarlo —dijo.
Sacudió la cabeza. El pelo le rebotaba alrededor de la cara. Le
entraron ganas de hundir la mano en los rizos, pero probablemente
ella lo abofetearía.
Sin duda, de hecho.
—No lo celebro —dijo ella, con voz grave.
—¿Nunca?
—Cumpleaños no.
—¿Por qué no?
Se encogió de hombros.
—Bien hecho, ¿sigues existiendo? Es ridículo. Los cumpleaños son
para los niños. Yo no soy una niña.
—Pero tú quieres tarta de cumpleaños —murmuró.
¿Se dio cuenta de que la acercaba más? No lo creía. Ella se acercó
como flotando, medio soñando y ahora él imaginaba que podía
sentir el calor de su cuerpo, incluso a través de los abrigos de ambos.
Apenas había un suspiro entre ellos. Podía besarla. ¿Se había dado
cuenta? ¿O estaba tan inconsciente como él?
—Siempre quiero tarta —respondió ella, con voz ausente—. Todo
el mundo quiere tarta.
Pero sus ojos estaban fijos en los labios de él. Quizá debería
besarla.
Un autobús pasó a toda velocidad, con el motor atronando y las
pesadas ruedas chapoteando en los charcos dejados por la lluvia de
la noche anterior. En un instante, Cherry pasó de estar medio
hipnotizada a estar muy alerta y se apartó de la carretera hasta
colocarse firmemente detrás de él.
31
Ruben parpadeó, desarmado.
—¿Qué estás…?
—Un autobús me salpicó una vez —dijo—. Me estropeó las
medias. De todos modos, ¿nos vamos? Solo tengo una hora ya sabes.
Su corazón se desplomó. Ya no parecía hipnotizada. Pero por el
lado bueno, ahora sabía que llevaba medias en lugar de leotardos.
Era una información valiosa.
—Sabes —dijo—, estoy seguro de que a Tabary no le importaría
que te mantuviera fuera un poco más. No es como si tuvieras un
horario de clases, ¿verdad?
Puso los ojos en blanco.
—¿Hablas en serio? Chris es todo puntualidad. Tendría que ser la
Reina de la maldita Inglaterra para salirme con la mía.
Ruben sintió que se le movían los labios.
—Me parece bien. —Volvió su atención a la calle principal,
escaneando las filas de tiendas y cafés ante ellos—. Ese lugar se ve
bien.
—¿Copper? —Ella le bendijo con una sonrisa—. Tienes buen
gusto. Vamos.

Cherry no era ajena al flirteo.


De hecho, lo consideraba un hobby. Al menos el 60% de su
interacción social diaria consistía en flirtear y a veces incluso se
volvía loca y lo seguía con citas y sexo y… bueno, eso era todo, en
realidad. Pero la cuestión era que, cuando se trataba de ligar, Cherry
era una especie de experta.
O eso creía. Pero durante los últimos treinta minutos, lo único que
había hecho era atragantarse con el bocadillo, evitar el contacto
visual e intentar no retorcerse las manos. Era todo muy embarazoso. 32

Ruben estaba sentado al otro lado de la mesa, irritantemente


guapo y exasperantemente seguro de sí mismo. No había
mencionado su repentino silencio. Tampoco había intentado sacarla
de él. Tenía un brillo en los ojos que le decía que sabía exactamente
qué la tenía tan callada.
Ella creyó en ese destello. Parecía el tipo de hombre que sabe
cosas. Un hombre capaz, con una confianza ganada a pulso que le
producía escalofríos y le hacía pensar en cosas peligrosas. Por eso de
repente no podía coquetear, ni siquiera hablar.
Cherry provocaba escalofríos. Cherry inspiraba pensamientos.
Cherry enloquecía a la gente. Cherry no se olvidaba de sí misma en
la vía pública por la curva de los labios de un hombre o la longitud
incongruente de sus pestañas.
Sí, todo era increíblemente embarazoso. Podría estar
encaprichada.
Se dio unas palmaditas en los labios con una servilleta y rebuscó
en su bolso, que había escondido en el asiento de al lado. En aquel
momento, pensó que lo mejor era que él no se sentara a su lado.
Pero ahora estaba sentado frente a ella y se había pasado toda la
comida intentando no babear por sus manos. ¡Sus manos, por el
amor de Dios!
Ella sacó un lápiz de labios y un espejo compacto, pero él cruzó la
mesa y le agarró la muñeca. Fue el más leve roce de piel contra piel,
apenas una restricción, pero liberó un torrente de imágenes oscuras
en la mente de Cherry. Podía sujetarla, si quería. Si ella se lo pedía.
Dios, era ridícula.
—¿Qué? —interrumpió.
—Tarta —dijo simplemente.
Y a su pesar, se ablandó. Se acordó de la tarta.
«Claro que sí», le espetó su voz interior. Sonaba sospechosamente
como su madre. No le des puntos por recordar cosas básicas.
33
Agarró una carta de postres del centro de la mesa y se la entregó
con una floritura. Era extraño: todo lo que hacía parecía totalmente
natural y sin afectación, pero a la vez resultaba completamente
encantador. Según la experiencia de Cherry, el encanto requería
trabajo. Quizá a él se le diera especialmente bien fingirlo. La idea
debería haberla hecho desconfiar, pero en lugar de eso, empezó a
pensar en él como un alma gemela.
Un alma gemela con unos hombros deliciosamente anchos y una
hermosa sonrisa. Y unas manos muy grandes.
—¿Qué te gustaría? —preguntó.
—Um…
Estudió el menú, como si no hubiera venido aquí mil veces. Era
un poco caro para un almuerzo entre semana, pero sus gemelos eran
de nácar. No tenía sentido llevarlo al maldito Greggs.
—¿No puedes elegir?
—Puede que me cueste —admitió, permitiéndose una pequeña
sonrisa. Y entonces, antes de que pudiera pensarlo mejor, Cherry
deslizó el menú hacia el centro de la mesa y se inclinó hacia
delante—. ¿Qué piensas?
Parecía encantado. Como si hubiera estado esperando este
momento para que ella hiciera un movimiento, para acercarse a él.
No lo había hecho, se dijo a sí misma con firmeza. Solo quería un
consejo. La tarta era un asunto serio.
Pero estaba claro que Ruben no había recibido ese mensaje. Él
también se inclinó hacia delante, hasta que sus cabezas estuvieron
peligrosamente cerca y le dedicó otra de aquellas hermosas sonrisas.
Unas finas líneas se abrieron en abanico desde las comisuras de sus
ojos castaños y su aroma limpio y fresco, como el lino, con un toque
de algo picante, la envolvió.
Acercarse a él había sido una muy mala idea. Pero no podía
retractarse ahora. Sería grosero. Y estaba disfrutando de la
proximidad. 34

—La opción obvia es el chocolate —dijo—. Pero me pareces una


mujer con gustos individuales.
Su mirada se clavó en la de ella y la sostuvo.
Debajo de la mesa, Cherry cruzó las piernas y apretó los muslos.
El tacón de su zapato se soltó, colgando de sus dedos…
Y entonces desapareció. Se cayó completamente de su pie. No, fue
empujado.
—¿Me acabas de arrancar el zapato? —preguntó.
Sacudió la cabeza.
—No sé a qué te refieres. Oh, mira; tienen Cherry Bakewell3.
—Muy gracioso —murmuró, mientras su pie con medias se
deslizaba tímidamente por el suelo bajo la mesa. ¿Dónde diablos
estaba ese zapato?
En lugar de su tacón de charol, se encontró con… otro pie.
También sin zapatos. Pero mucho más grande que el suyo.
Los ojos de Cherry volaron hacia los de Ruben. Su mirada era
firme como siempre.
—¿No te gusta el Cherry Bakewell? —preguntó.
—Claro que sí —resopló—. Bakewell está al final de la carretera.
Mis padres nos llevaban allí todos los veranos.
—¿Nos? —preguntó, inclinándose más cerca. De hecho, estaba tan
cerca ahora, que bien podría no haber ninguna mesa entre ellos.
¿Cuándo había ocurrido eso? Su mano se acercó a la de ella, que

3
Postre clásico inglés, es una tartaleta con una capa superior de fondant y rellena de mermelada de
cereza.
descansaba sobre el tablero de la mesa y acarició con un dedo las
gemas de sus uñas—. ¿Tienes hermanos?
—Tengo una hermana —dijo.
Debajo de la mesa, su pie rozaba el de ella. Era un roce lento y
35
rítmico, casi tranquilizador. Pero era difícil sentirse calmada por un
hombre que te ponía los pelos de punta.
—¿Mayor o menor? —preguntó.
—Um… Más joven. Maggie. Está en Estados Unidos.
Por lo general, a Cherry le encantaba presumir de su hermana,
incluso cuando venía con la habitual punzada de preocupación.
Siempre se preocupaba por Maggie.
Pero hoy, sus palabras eran tan confusas como sus sentimientos.
—Quiero decir, ella va a Harvard. Es muy inteligente.
—¿Se parece a ti, entonces?
Las cejas de Cherry se alzaron.
—No soy lista.
—Oh, es verdad. —Puso los ojos en blanco y su voz se aplanó
imitando a la de Chris Tabary—. «¡Cherry, chica tonta, has
estropeado las sumas!» —Volvió a su tono grave habitual y sonrió—
. Sé que lo has hecho a propósito.
A pesar de sí misma, sonrió.
—Bien, sí. Estaba en una misión.
—¿Y esa misión era…?
—Verte —admitió—. Todo el mundo estaba hablando del hombre
guapo en la oficina de Chris. Me enviaron a investigar.
—¿Y cumplí tus expectativas? —preguntó.
El arco arrogante de su frente y esa sonrisa perezosa, le dijeron
que ya sabía la respuesta.
Pero, aun así, solo dijo:
—¿No te gustaría saberlo?
—Sí —dijo simplemente. La mirada de sus ojos oscuros se tornó
ardiente, su intensidad totalmente en desacuerdo con la
despreocupada confianza que exudaba. Pero entonces apartó la
mirada y recuperó su sonrisa fácil—. Me gustan tus uñas —dijo. 36

Al parecer, estaban cambiando de tema.


—Gracias. Tengo chispitas extra. Ya sabes, por mi cumpleaños.
Se rio.
—Para una mujer a la que supuestamente no le gustan los
cumpleaños…
—Lo sé —admitió—. Es que me gusta sentirme lo mejor posible,
empezando un nuevo año y todo eso.
Solo era 9 de enero. Podía atribuir las uñas, el nuevo pintalabios y
el encaje de sus ligas, a la alegría de Año Nuevo más que a una
extravagancia de cumpleaños.
—Tienes que elegir tu pastel —dijo—. O volverás tarde.
—Oh, sí.
Él tenía razón. Ella había perdido la noción del tiempo. Cosa que
nunca hacía.
Pero no llegarían tarde, porque tenía las cosas bajo control. Y,
aparentemente, le importaba una mierda su horario. Qué
refrescante.
Cherry se dio cuenta tarde de que su nivel de exigencia parecía
bastante bajo.
—Chocolate —dijo con firmeza—. Ahorrará titubeos. Solo
chocolate.
—Solo chocolate será —murmuró.
Pero cuando llegó la tarta, era un trozo más grande de lo que
jamás había visto en una cafetería de clase media, lugar de raciones
notoriamente escasas.
Y venía con dos tenedores.

37
Cherry miraba el par de tenedores de tarta como si hubieran
saltado de la mesa y se hubieran puesto a bailar el cancán. Ruben
reprimió una sonrisa. Tenía la sensación de que a ella no le gustaría
que se rieran de ella.
Él no habría pensado, basándose en las primeras impresiones, que
ella sería… así. Directa en algunos aspectos, tímida en otros. Casi
tímida. Tal vez ella necesitaba llegar a conocerlo. Quizá le resultaba
más fácil someter a la gente con esos hoyuelos y ese escote que
simplemente… hablar.
O tal vez ella estaba tan sorprendida por esta atracción como él y
tenía menos experiencia siguiendo sus instintos. Todas esas
explicaciones le parecían correctas, pero le gustaría estar seguro. Le
gustaría conocerla.
Ruben tomó un tenedor (ya que estaba claro que ella no iba a
hacerlo) y dijo:
—¿Te importa?
Las palabras parecieron sacudirla y ponerla en acción. Si Cherry
era un rompecabezas, los modales eran su clave.
—Oh, no. Claro que no.
Agarró su propio tenedor y, tras la más mínima vacilación, hurgó
en el plato.
Y aquí venía la parte que realmente había estado esperando. Ver a
Cherry comer tarta.
Talló un trocito con el tenedor y le echó todo el glaseado de
caramelo que pudo. Él lo aprobó. Se deslizó el bocado entre los
labios, o, mejor dicho, entre los dientes. Parecía haber perfeccionado
el arte de comer sin mancharse el carmín. No sabía por qué se había
molestado en sacar aquel espejito. Debía de saber que seguía
estando perfecta.
Le gustaría mancharle el pintalabios. Se preguntaba si ella se lo
permitiría. Por supuesto, se estaba adelantando.
38
La visión de sus pestañas aleteando de placer, de su lengua
deslizándose para trazar su labio inferior escarlata, haría eso a un
hombre.
Soltó un pequeño suspiro de satisfacción mientras masticaba.
Luego sus ojos se posaron en los de él y alzó las cejas. Tragó saliva.
Dijo:
—¿No comes?
Él, por supuesto, dijo lo primero que se le vino a la cabeza.
—Estaba disfrutando de la vista.
Puso los ojos en blanco.
—Predecible.
—Supongo que oyes ese tipo de cosas a menudo.
—Desde luego que sí. —Sonrió con satisfacción, ensartando otro
bocado de pastel—. En serio, come. No puedo terminar todo esto yo
sola.
—No tenía ni idea de que fueras una flor tan delicada.
—Vete a la mierda.
Se rio mientras finalmente hurgaba.
—Si Chris, cariño, pudiera oírte ahora.
—Dios —resopló—. Me despellejaría viva. Insultando a las visitas
importantes.
—¿Cómo sabes que soy importante?
Arqueó una ceja.
—Esos hombres en la puerta de Chris esta mañana. ¿Qué eran,
guardaespaldas?
Ruben se atragantó con su pastel.
—¿Por qué…?
—Mi tío por parte de mi madre y todos sus hijos, están en el
ejército. Principalmente, en las fuerzas aéreas. —Se dio un golpecito
39
en la sien—. La ropa sencilla no puede ocultar ese entrenamiento.
Puedo verlo en ti también.
—Sí —dijo débilmente.
Sentía un ligero picor en la garganta. Tomó un poco de agua.
—Y eres rico a más no poder. —Señaló con la cabeza su traje—. Sé
que es un Ricci.
Estupendo. Había pasado de atragantarse con su tarta a
atragantarse con su bebida.
—¿Cómo sabes que es un Ricci? —balbuceó.
—Ocúpate de tus asuntos —resopló.
—¿Ocuparme de mis asuntos?
—Sí. Un consejo: si quieres pasar desapercibido, prueba a ponerte
Armani o algo así.
Ruben suspiró.
—Tomo nota.
—¿Qué pasa con eso? ¿Estás patrocinando la Academia?
Si no hubiera estado tan atento al tono de su voz, a la inclinación
de sus labios y a la luz de sus ojos oscuros, no habría notado el
matiz de desaprobación en sus palabras. Pero Ruben había pasado el
almuerzo observándola tan de cerca como había observado sus
caderas aquella mañana. Así que se dio cuenta. Y quería saber por
qué.
—Si no lo fuera —dijo con cuidado—, ¿intentarías persuadirme?
—¿Persuadirte?
Ella dio otro mordisco al pastel. Él observó su mandíbula
mientras masticaba. La vista no debería ser erótica, pero
aparentemente su libido estaba alborotado hoy.
—Convencerme para que me una a la causa —dijo—. Alistarme.
Lo que sea. 40

—Ah. Um… ¿Por qué, me escucharías?


—¿A ti? —Debajo de la mesa, su tobillo estaba enganchado al de
ella. Casi distraídamente, su pie había empezado a frotarse contra él,
sedoso y lento, como un gato—. Sabes que lo haría.
—Oh, lo sé, ¿verdad? —Sonrió y esos malditos hoyuelos
aparecieron—. ¿Porque somos tan buenos amigos?
Se inclinó hacia él, con voz grave.
—Podríamos ser buenos amigos. —Se encogió de hombros—. O
algo así.
—¿O algo así? —repitió, con voz suave.
Extendió la mano para agarrar su muñeca. Por nada, excepto
porque le gustaba ver cómo sus dedos la sujetaban y a ella también
parecía gustarle. Cada vez que lo hacía, sus ojos se abrían de par en
par y sus labios se entreabrían y él se preguntaba si ésa sería su
mirada cuando él…
—Mierda —dijo ella, girando la cabeza para leer su reloj—. Voy a
llegar tarde.
Bueno, mierda. Demasiado para sus habilidades de seducción.
—No te preocupes. Todavía tenemos quince minutos.
—Deberíamos empezar a caminar —dijo. Sacó el pintalabios y el
espejo del bolso, abrió la polvera con una facilidad que denotaba
práctica. Lo miró arqueando una ceja mientras se colocaba el
pintalabios—. Llama a un camarero, cariño, ¿quieres?
Ruben pidió la cuenta con solo una mirada. De nuevo: práctica.
Luego se volvió hacia Cherry y le dijo:
—No me digas cariño.
Se detuvo, con el pintalabios a medio camino de su recorrido por
la boca. Tenía un arco de cupido ridículamente definido. Él quería
trazarlo con la lengua.
—¿Cómo dices?
41
—No necesitas manipularme. No soy Tabary.
Sus labios se fruncieron, un lado brillante, el otro apagado.
—Ningún hombre quiere pensar en sí mismo como un Chris
Tabary. Pero está por ver si tú lo eres o no.
Luego guiñó un ojo.
Guiñó un ojo.
Esta mujer sería su muerte.
—Me parece justo. —Suspiró y ella le dedicó una sonrisa.
Como si estuviera orgullosa de él por ser tan razonable. ¿Cómo se
sentiría, se preguntó, una mujer como Cherry Neita al entregarle
todo su brillante poder? ¿Someterse voluntariamente?
Si él le preguntaba, ella probablemente diría que prefería morir.
Pero él no preguntaría.
Lo haría.
Ruben pagó la cuenta mientras ella se ponía el abrigo y se
abrochaba los botones. Se había apiadado de ella y le había puesto el
zapato debajo de la mesa. Ninguno de los dos mencionó el hecho de
que se lo había robado.
Cuando salieron de la acogedora calidez de la cafetería, Ruben
alargó la mano para sostener el brazo de Cherry. Ella se volvió hacia
él y era tan ridículamente hermosa, que él casi se olvidó de respirar.
Su cuerpo gritaba:
«Bésala».
Pero, por una vez, consiguió ignorar sus instintos más bajos. En
su lugar, simplemente dijo:
—Dos preguntas.
—¿Qué?
—Primero: no crees que deba patrocinar la Academia. —Por
supuesto, no era su intención, pero ella no necesitaba saberlo—. ¿Por
qué no?
42
Giró los labios hacia dentro. Cambió de un tacón a otro.
—No quiero hablar de eso.
Bastante justo. Pero ella no lo había negado y eso era todo lo que
él necesitaba saber. Sus sospechas se confirmaron.
No se asociaría con la Academia para la beca de su fondo
fiduciario.
—De acuerdo —dijo—. Segunda pregunta: si te espero, después
del trabajo, ¿volverás a salir conmigo?
—No —dijo inmediatamente.
«Mierda».
Pero luego continuó.
—Primero tendría que cambiarme. No me visto así todo el tiempo
ya sabes. —Sonrió—. Quizá podrías venir a mi piso. Mientras me
preparo.
Ruben se movió, tratando de aliviar la repentina presión de su
polla contra la cremallera. No sirvió de nada; no con la forma en que
ella lo miraba, con picardía, desafío y lujuria en los ojos. Así que se
limitó a decir:
—Sí. Definitivamente iré contigo.
—Bien —dijo en voz baja. Y luego giró en esos zapatos de tacón y
se dirigió a la calle.
Capítulo 5
Por Cherry, Ruben aguantó a Tabary un día entero. Sonreía,
asentía y fingía interés y un par de veces sorprendió a Hans 43
lanzándole miradas de aprobación.
Por supuesto, la aprobación de su amigo fue revocada muy
pronto.
—¿Por qué estamos dando vueltas en el aparcamiento de un
colegio?
—¿Acaso importa?
Ruben se movió hacia abajo en su asiento, a pesar de que las
ventanas del Hummer estaban tintadas. No tan oscuras como le
hubiera gustado, pero había normas nacionales que cumplir.
Por supuesto, siempre podría viajar con una congregación real y
quedar exento de las normas. Pero eso equivaldría a mear encima de
su último bastión de privacidad.
Los niños habían empezado a salir de la Academia hacía media
hora, pero Ruben había esperado. Luego vino un goteo de personal
y él siguió esperando, porque ella se lo había pedido. Le hubiera
gustado subir a la planta de administración de aquella monstruosa
torre y bajarla en brazos por las malditas escaleras, pero ella había
insistido en que esperara afuera.
Lo cual era justo, pensó a regañadientes. Pero su lado animal, el
instinto que tantos problemas le había causado a lo largo de su vida,
no estaba de acuerdo.
«Tráela. Ahora. No importa quién vea».
Ignoró la voz de su cabeza y se hundió más en su asiento.
—Alteza —dijo Hans.
Ruben suspiró. Viniendo de cualquier otra persona, ese título
sugería respeto. De Hans, que siempre le había llamado Ruben,
significaba un sermón inminente.
—No empieces —dijo Ruben sin rodeos, deslizándose en su
lengua materna. 44

Sus ojos recorrieron el aparcamiento. Se sintió ligeramente


desquiciado. ¿Realmente tenía tantas ganas de volver a ver a esa
mujer?
Sí. Vergonzosamente ansioso. «Date prisa».
—Alteza —repitió Hans, ignorando firmemente las palabras de
Ruben. Como siempre—. Sabe tan bien como yo que el rey…
—¿En serio, Hans? ¿Crees que quiero oír hablar de mi hermano
ahora mismo?
—Bien. Iba a recordarle que el rey no soportará otro escándalo,
pero eso no importa. Usted no soportará otro escándalo.
Ruben se puso rígido.
—¿Quién ha hablado de escándalo?
—No me trate como a un tonto. Sé que está esperando a esa
mujer.
Una chispa de ira brotó en las entrañas de Ruben ante el tono
burlón de su amigo. Pero controló su temperamento, porque sabía
de dónde venía la inquietud de Hans.
Su amigo estaba preocupado por él.
Y por eso mantuvo un tono cuidadosamente uniforme, casi
burlón, cuando dijo:
—¿Por qué no debería esperarla? Es bastante brillante. ¿No te
parece?
—Oh, sí —espetó Hans—. Estoy de acuerdo. Cegadoramente
brillante. Una puta trampa sensible…
—Cierra la boca.
—Sabes que es igual que tu hermana.
—Si fuera como mi hermana, no la estaría esperando. Así que
calla. Tu. Maldita. Boca.
Hans lo fulminó con la mirada.
45
—No. No me escuchaste con Kathryn…
—Por Dios —espetó—. Primero Sophronia, ahora Kathryn… ¿con
quién la vas a comparar ahora? ¿Con mi madre?
—Claro que no. —Hans frunció el ceño—. No me has entendido.
El problema no es tanto la mujer en sí como tu afán de… de hacerte
vulnerable.
—Han pasado ocho meses —le recordó Ruben.
—Sí, han pasado ocho meses. Apenas nada de tiempo. Recuerdo
exactamente lo malo que fue, aunque tú no lo recuerdes y me
preocupa la posibilidad de que ocurra algo parecido.
Ruben resopló.
—¿Algo parecido? No puedo exponerme dos veces, Hans. Eso es
lo bueno. Todo Helgmøre sabe todo lo que hay que saber sobre mí.
Su voz era tan firme como siempre, pero el corazón de Ruben
retumbaba contra su pecho como los cascos de un caballo. Por
primera vez en los últimos ocho meses, se había sentido atraído por
alguien sin pensar inmediatamente en Kathryn. En el desastre que
había traído a su puerta.
Y Hans tuvo que arruinarlo. El hombre tenía en mente su
seguridad, por supuesto. Pero el deseo de Ruben de conocer a
Cherry (conocerla en todos los sentidos) había sido tan puro. Libre
de sospechas, desconfianza, ansiedad y malos recuerdos. Ahora
estaba teñido de nuevo por experiencias pasadas. Ahora, cuando
pensaba en el poder de su belleza, se sentía menos como algo que
admirar y más como algo que temer.
Maldito Hans. Maldita Kathryn. Maldita vida.
—Ruben. —La voz de Hans era suave—. No quiero sugerir que
no deberías… volver a la normalidad. Buscar relaciones. Pero actúas
sin pensar.
«Error», pensó Ruben. Simplemente pensó con rapidez, sencillez y
decisión. Siguió sus instintos. 46

«Y mira a dónde te llevó eso la última vez».


Apretó los dientes, encontrándose por primera vez con la pálida
mirada de su amigo.
—Lo comprendo. Pero no puedo permitir que una mala
experiencia cambie lo que soy.
Eso iría en contra de todo por lo que había luchado. Todo lo que
había luchado por convertirse.
Hans asintió.
—Me parece bien, viejo amigo. Sólo… ten cuidado. Le prometí al
rey que no habría más escándalos.
La mandíbula de Ruben se tensó.
—Ni siquiera sabe quién soy. Esto es Inglaterra, por el amor de
Dios. Tienen su propia realeza.
—Parece una mujer capaz. Estoy seguro de que lo resolverá por sí
misma. Y entonces…
Ruben levantó una mano en señal universal de alto. Hans, por
supuesto, ignoró aquella señal cristalina y continuó su discurso.
Pero Ruben no oyó ni una palabra más.
Ella estaba ahí. Salió por la puerta de la escuela con ese contoneo
familiar, su escultural figura reconocible al instante. Ruben salió del
coche y se dirigió a su encuentro.
—¡Su Alt… Ruben! —llamó Hans.
Sonaba irritado, pero normalmente lo estaba. A Ruben le
importaba una mierda.
En cuanto le vio, Cherry sonrió. No la sonrisa encantadora y llena
de hoyuelos que desplegaba como un arma, sino algo más suave,
casi involuntario. Sus mejillas redondas se hincharon y sus labios
rojos se curvaron y Ruben se permitió imaginar que ella estaba tan
contenta de verlo como él.
47
—Estás aquí —dijo.
Como si algo pudiera haberlo alejado.
—Por supuesto que estoy aquí. Vamos. —Tomó su mano,
tratando de ocultar la forma en que incluso ese pequeño toque lo
afectó. Tratando de actuar como si fuera normal, casual, cuando en
realidad sintió ganas de alegrarse cuando ella no se apartó—. ¿Qué
tal el día?
Ella deslizó sus ojos hacia los de él.
—¿Estás tratando de ser todo considerado, encantador y lo que
sea?
—No tengo que esforzarme. Me sale de forma natural.
—De verdad —resopló ella.
Pero él vio la risa bailando en sus ojos, aunque ella no la dejara
escapar.
—Sí, de verdad. Espero que estés tomando notas.
Se detuvieron delante de su coche. La puerta estaba cerrada,
claramente por obra de Hans. Con un poco de suerte ya se había
bajado. Puede que Cherry se hubiera dado cuenta de lo del
guardaespaldas, pero no sabía cómo reaccionaría al compartir el
asiento trasero con uno.
Se quedó mirando el coche. Luego frunció el ceño, apretó los
labios, ladeó la cabeza y las caderas.
—¿Es un Hummer? —preguntó por fin, con el mismo tono que
emplearía para decir: «¿Es una cucaracha?»
Ruben levantó las cejas.
—¿No te gusta?
A la mayoría de las mujeres les gustaba el Hummer. ¿Por qué
carajos no le iba a gustar a ella?
—Es muy… grande —dijo finalmente—. ¿Estás compensando
algo?
48
Sonrió.
—En absoluto.
Los ojos de Cherry se deslizaron por su cuerpo, lo suficientemente
atrevidos como para hacer que se le tensaran las bolas.
—Sin embargo, no me dirías eso, ¿verdad? —murmuró.
—Es verdad. Entra en el coche y con mucho gusto te
proporcionaré pruebas contundentes.
Sus ojos oscuros bailaban. Pero su voz era seria cuando dijo:
—¿Y mi coche?
—Puedo hacer que alguien se encargue de eso por ti.
Sus cejas se alzaron y, demasiado tarde, se dio cuenta de su error:
ella no sabía quién era realmente. Y, desde luego, no tenía motivos
para confiar su coche a ninguno de sus empleados.
Pero lo único que dijo fue:
—No, creo que no. —Y entonces se le iluminó la cara—. ¡Oh! ¡Ya
sé lo que haremos!
—¿Qué?
«Haré cualquier cosa con tal de que me lleve a donde necesito
estar. Solo. Contigo».
—Iremos en mi coche —dijo—. Alguien puede manejar el tuyo.
¿Verdad?
Había desafío en su sonrisa irónica, en el suave beso de aquellos
hoyuelos.
Y eso fue tan jodidamente sexi para Ruben, que ni siquiera pensó
antes de decir:
—Lo que quieras.
Solo cuando ella lo condujo a su viejo y destartalado Corsa se dio
cuenta: Hans iba a matarlo definitivamente por esto.

49
Capítulo 6
El viaje fue rápido y silencioso, un trayecto de diez minutos
cargado de tensión. El aire entre ellos se hinchaba como fruta 50
madura: a punto de estallar, exuberante y reluciente, pero bajo la
dulce anticipación, estaba la amenaza de algo podrido. Algo que
había ido demasiado lejos.
Lo malo era la creciente ansiedad de Cherry. Cuando entraron en
el cuadrado de asfalto que servía de aparcamiento a su pequeño
piso, su excitación se desinfló como un globo.
Aparcó y dejó caer las llaves sobre su regazo, mirando fijamente
hacia delante. Justo en la pared de ladrillo desnudo de su pequeño
edificio. Probablemente parecía una zombi. No importaba. Estaba
pensando.
Ruben se sentó a su lado en silencio. Tal vez estaba esperando
pacientemente, tal vez estaba enloqueciendo, o tal vez había sido
abducido por extraterrestres mientras ella estaba atrapada en una
batalla interna. No lo sabía y no le importaba.
¿Realmente estaba haciendo esto?
La primera voz en su cabeza fue, como era de esperar, la de Rose.
No una respuesta imaginaria, sino un recuerdo de las palabras que
había dicho cuando Cherry mencionó casualmente que volvería a
ver a Ruben, esa misma noche. «No hagas ninguna tontería, cariño».
Traer a un casi desconocido a su piso significaba que ya estaba
haciendo alguna tontería. Eso era una mala señal y Cherry era lo
suficientemente consciente de sí misma como para saberlo. Los
hombres que eran tan deliciosos como para hacerte perder la cabeza
debían beberse con sensatez. Como el rosado o Lemsip. Ella no
estaba bebiendo con sensatez.
La siguiente voz en su cabeza, la de su madre, estuvo de acuerdo.
Gritó:
«¿Intentas matarme, niña? ¿O intentas suicidarte?».
Y luego, como papá nunca estaba lejos de mamá, también oyó su
voz:
«Sé sensata, Cherry pay».
Pero la última voz era la de su hermana pequeña. Sabía
51
exactamente lo que Maggie diría en ese momento.
«Consigue lo tuyo, hermana».
Sus labios se torcieron. Maggie ya lo tendría dentro.
Por supuesto, no tuvo que invitarlo a entrar. Él la había invitado a
salir. Ella fue quien lo trajo aquí, todo porque algo en el tono de su
voz, en su mirada y en la forma en que la tocó hizo pensar a Cherry
que podría…
Ella apretó los labios. Luego se volvió hacia él.
No había sido abducido por extraterrestres; estaba allí mismo,
donde ella lo había dejado, esperando pacientemente. La forma en
que dominaba el pequeño espacio la hizo pensar en una bestia
enjaulada, pero sus ojos, por una vez, eran suaves.
—¿Estás bien? —le preguntó.
Ella tragó saliva.
—Sí.
—¿Quieres que espere aquí?
—No.
—¿Puedo besarte?
Dos palabras. Su voz era tan suave como sus ojos. Estaba todo
doblado en el pequeño asiento delantero del coche, sus largas
piernas dobladas, sus poderosos muslos haciendo fuerza en sus
pantalones de traje y… oh.
Algo más le tensaba el pantalón, duro y grueso. Dejó que sus ojos
se posaran en su erección durante un segundo antes de volver a
mirarlo. Él la miró con facilidad, sin hacer ademán de ocultar su
excitación y los nervios de Cherry desaparecieron. La expectación
era un peso al rojo vivo en su pecho y el deseo le retumbaba en el
pulso.
Levantó una mano y le agarró la nuca, apartándole el pelo. El
cálido peso de la palma de la mano se posó sobre su piel y luego se
inclinó hacia ella por encima de la consola central. Su frente chocó 52
suavemente contra la de ella.
—Tienes que decírmelo —susurró—. Sí o no. ¿Puedo besarte?
Y sonó vergonzosamente sin aliento cuando dijo:
—Sí.
Apenas la dejó terminar la palabra. En un instante, sus labios
estaban sobre los de ella, suaves y delicados. Tan, tan suaves. Pero
aquella mano en su cuello era grande, áspera y exigente. Sus dedos
se hundieron en su pelo, apretando ligeramente las raíces y tiró de
su cabeza hacia atrás, solo un poco. Lo suficiente para dejar claro
que él mandaba. Y, aun así, sus labios rozaron los suyos como los de
un fantasma. Ella se estremeció ante el contraste. Quería más.
Mucho más.
Como si le hubiera leído el pensamiento, se lo dio. Sacó la lengua
para recorrerle el labio inferior y luego gimió suavemente en su
boca, como si le gustara el sabor… Oh, sí, le gustaba el sabor,
porque ahora le estaba chupando el labio inferior, tirando de sus
pezones tensos, de su clítoris repentinamente sensible. Cherry
apretó los muslos, moviéndose en el asiento, persiguiendo la
presión que necesitaba para aliviar aquel delicioso dolor entre las
piernas.
Rompió el beso y tiró de su cabeza hacia atrás, dejando al
descubierto su garganta. Quiso gemir por la pérdida de su boca,
pero la expresión de él le hizo tragarse la protesta.
Parecía… hambriento.
—Dime lo que quieres. —Su voz era áspera, su respiración
ruidosa en el espacio silencioso, agitado—. Tienes que decírmelo.
—Yo… Esto —susurró—. Me gusta esto.
Subestimación.
Le apretó la mano en el pelo. Le dio un beso caliente en la
garganta, con la boca abierta y en el último momento lo convirtió en
un mordisco. Con la firmeza suficiente para hacerla gemir, para que
se le entretuviera la respiración en el pecho. 53

Se echó hacia atrás.


—¿Así?
—Sí —jadeó—. Eso. Todo lo que quieras.
Un lado de su boca se levantó en una mueca.
—Cuidado, amor. No tienes ni idea de lo que quiero hacerte.
Ella lo miró a los ojos.
—Creo que sí, de hecho. Y lo estoy deseando.
Murmuró algo en voz baja. Sonaba mucho a: Mierda. Luego dijo:
—Sal del coche.
Creía que ya estaba mojada. Pero al oír su voz, el deseo se
acumuló caliente y pegajoso entre sus muslos.
Oh, vaya.

Ruben había perdido la cabeza.


En cuanto se dio cuenta de que su equipo de seguridad no los
seguía a la salida del aparcamiento (y decidió no hacer nada al
respecto), supo que se estaba volviendo loco. Probablemente no se
habían dado cuenta de que se marchaba ya que se había saltado el
protocolo y había desaparecido en el coche de otra persona, pero
debería haberse detenido en ese momento. Solo que no lo había
hecho, porque tocar a Cherry era más urgente que el maldito
protocolo.
Se sentía más urgente que cualquier cosa que hubiera hecho antes.
La guio a través del aparcamiento por una pequeña callejuela, con
las manos entrelazadas.
—Un atajo —dijo, tirando de él.
Sus tacones chasqueaban con fuerza contra el cemento. Se estaba
54
dando prisa. Estaba tan desesperada como él y eso lo puso más duro
que nunca.
El sol de invierno estaba bajo sobre el horizonte, el cielo era un
moratón nublado y las farolas se encendían a su alrededor. En el
pasillo entre dos bloques de apartamentos, la luz se desvanecía y las
sombras crecían. Las caderas de Cherry se balanceaban frente a él,
su mano apretada alrededor de la suya y los recuerdos de sus
pequeños gritos jadeantes le atormentaban la mente.
Ruben dejó de caminar.
Se giró hacia él, con una arruga entre las cejas.
—¿Qué?
Sin mediar palabra, tiró de ella para acercarla. Cuando lo hizo con
una sonrisa curvando sus labios, quiso rugir de triunfo. Incluso la
más mínima aceptación de esta mujer le parecía un premio. Le
rodeó la cintura con las manos y la atrajo contra él, su suavidad era
como un bálsamo para el filo de su lujuria. Pero no era suficiente.
Ruben la arrinconó contra la pared, cubriendo su cuerpo con el
suyo. Le tomó las muñecas con una mano y se las subió por encima
de la cabeza. Sus ojos se clavaron en los de ella. Buscando algo
indefinible.
Lo encontró.
Ella se arqueó contra él y le dijo:
—Date prisa.
Así que la besó, porque tenía que hacerlo.
Sentía que estaba al borde del control, como algo salvaje, pero
cuando sus labios se encontraron, su desesperación se calmó. Lamió
su boca, deleitándose con su sabor. Ya debía de estar cubierto de su
maldito carmín. Le gustaba la idea. Que ella lo marcara.
Trazó con el pulgar la línea de su mandíbula, su piel
aterciopelada.
55
—Maquillaje —murmuró ella contra sus labios, apartándose, pero
él apretó con más fuerza.
—Si no quieres estropearte el maquillaje —dijo en voz baja—, has
traído a casa al tipo equivocado.
—No quiero que te manches la ropa.
—Está bien —dijo—. De todos modos, pronto se habrán ido.
—Dios, eres tan jodidamente…
Al parecer, ella no tenía ni idea de lo que era, porque con un
pequeño gruñido adorable se acercó y lo besó. Su lengua se encontró
con la de él y ella suspiró, arqueándose hacia él, apretando las
caderas contra su erección.
Mierda. Chupó su carnoso labio inferior, imaginó que hacía lo
mismo con las tetas que tenía apretadas contra el pecho… y
entonces ella soltó un gemido y le rodeó la cintura con una pierna.
Ruben sentía que se ahogaba. Como si cada movimiento fuera
más lento y duro de lo que debería ser, de lo que necesitaba ser y
estuviera desesperado por que las cosas se aceleraran. Le agarró el
muslo con la mano que le sobraba, le subió la pierna, luego le subió
la gruesa tela del abrigo porque solo le estorbaba, mierda. Luego le
subió la falda y entonces sus dedos entraron en contacto con la
suavidad de sus medias. Pero ni siquiera eso fue suficiente.
Le saqueó la boca mientras sus manos subían, buscando el cielo.
Buscando su piel. Finalmente, la encontró, suave y casi vulnerable.
Le rompió el elástico de los ligueros y se apartó de sus labios.
—No bromeabas con lo de las medias.
Parpadeó, deliciosamente aturdida. Su pintalabios estaba hecho
un desastre. Pero se recuperó en un instante, sus ojos brillaron
mientras sonreía.
—Una figura como la mía requiere la base adecuada.
56
—Oh, sí, ¿eh? —Se mordió el labio, esperando que el agudo borde
del dolor controlara la llamarada de su excitación. Pero no fue así—.
Jesús. Ojalá pudiera follarte aquí mismo.
—Ya sabes lo que dicen de seguir tus sueños.
Exhaló, aferrándose a lo último que le quedaba de control,
sintiendo que se le escapaba el agarre.
—Te encanta presionar, ¿verdad?
—Sí. —Levantó la barbilla como si fuera ella la que mandara.
Como si su mano no estuviera atando sus muñecas ahora mismo—.
¿Quieres que pare?
—Mierda, no.
Sus dedos abandonaron los tirantes y subieron, pero no lo
suficiente.
—Así que… —respiró ella, la palabra brillando en el aire entre
ellos, al rojo vivo.
—Así que no pares —repitió y entonces su mano encontró el
borde satinado de su ropa interior, lo recorrió hasta que ella gimió—
. Presiona.
Sus ojos se encontraron y él vio su propia necesidad reflejada en
las sombras. En ese segundo supo que haría todo lo que ella le
pidiera.
Entonces oyó los pasos, rápidos y pesados, chapoteando en los
charcos del callejón.
Y entonces oyó su peor maldita pesadilla.
—¡Su Alteza!
Esa voz no pertenecía a Hans.
Capítulo 7
—¡Alteza! —Una cámara parpadeó en blanco brillante en la
oscuridad, iluminando todo lo que siempre había deseado ocultar—. 57
¿Quién es? ¿Quién es ella? ¿Me das una sonrisa, cariño?
La última frase estaba en inglés, las primeras, gracias a Dios, en el
anticuado danés de Helgmøre.
Ruben se giró, utilizando su cuerpo para ocultar a Cherry de la
vista, arrastrando una mano por su mandíbula, que probablemente
estaba cubierta de carmín escarlata.
—Por el amor de Dios —gruñó, deslizándose en su lengua
materna.
Otro destello.
—Vamos, Su Alteza. ¿Dónde están los látigos y las cadenas?
Ruben sintió que un gruñido le subía al pecho, sintió que el pulso
le latía con fuerza y vio que el mundo a su alrededor se volvía rojo.
La rabia teñida de pánico le inundó la garganta, el sabor fantasma
de la sangre y el arrepentimiento inminente. Apretó los puños.
Pero entonces sintió un leve roce en la espalda, como una
mariposa que se posa. Y recordó. ¿Cómo podía olvidar?
Cherry.
—No puedes hacernos una foto —dijo con voz ronca,
recuperando el sentido común. La alarma chirriante de su cabeza se
desvaneció. Entrecerró los ojos en la oscuridad—. ¿Niklaus?
—¡Ay, te acuerdas de mí!
Por supuesto que sí. Los paparazzi le perseguían a menudo, pero
este fotógrafo en particular había sido su propio poltergeist personal
en los últimos meses.
Hasta que Demetria obligó al hermano de Ruben a hacer un trato.
—No puedes hacernos una foto —volvió a decir, ahora más alto.
Más seguro—. O perderás los privilegios que te prometió mi
hermano.
—Ah, ah. No puedo hacerte una foto. —Flash—. Entonces te
difuminaré. El rey no dijo nada de tus putas… 58

—Ten un poco de maldito respeto —soltó Ruben—, antes de


que…
—¿Qué, Su Alteza? Cuidado. —Los dientes blancos brillaron en
las sombras—. Estoy grabando.
Claro que sí.
—Así que vamos, ¿quién es ella?
Detrás de él, Cherry susurró:
—¿Qué está pasando? ¿Por qué está haciendo fotos?
—No te preocupes —susurró Ruben en inglés—. No es nada.
Yo…
—¡Su Alteza! ¿Quién es ella?
Otro flash de cámara y Ruben fue arrojado de nuevo a los peores
días de su vida adulta. Los días en que todos los aspectos de su
identidad habían sido arrojados a los lobos y desgarrados para ser
consumidos, para ser analizados. Juzgado y encontrado deficiente.
Como siempre. Sintió un dolor visceral en las tripas.
—Ella es mi prometida —dijo—. Y si no borras esas fotografías,
perderás todo acceso a la boda e incumplirás tu acuerdo con la
Corona. ¿Es eso lo que quieres, Niklaus?
Los destellos cesaron. Ruben parpadeó como si saliera de un
sueño, con un brillo fantasmal que seguía floreciendo sobre su
visión.
Entonces llegó la voz familiar de Niklaus, filiforme y quejumbrosa
como el zumbido de una mosca.
—¿Prometida?
—Así es. Lo que la hace parte de la familia. No puedes tomar
nuestra foto.
Antes de que Niklaus pudiera responder, llegaron más pasos.
Más rápidos y familiares que los primeros, provocando una sonrisa
de alivio en los labios de Ruben. 59

Hans encabezaba el pelotón, acorralando a Niklaus con una


sonrisa sombría, más intimidante que nunca.
—¡Guau, guau! —El fotógrafo levantó las manos, una de ellas
todavía aferrada a su cámara—. ¡No nos emocionemos demasiado,
caballeros! Acabo de hablar con el príncipe…
—Hans —interrumpió Ruben—. Niklaus ha accedido a borrar
todas las fotografías de mi prometida. Ya que son una violación de
su acuerdo con el patrimonio de mi hermano. Por favor, encárgate
de que lo haga.
Esperó con la respiración contenida en la oscuridad, el silencio
ensordecedor. Pero entonces Hans dijo, con voz monótona como
siempre:
—Por supuesto, Alteza.
Solo un hombre que conociera a Hans de toda la vida detectaría el
hilo de incredulidad oculto en aquellas palabras. O el trasfondo de
furia.
Pero ya se ocuparía de eso más tarde.
Satisfecho, Ruben se volvió y rodeó a Cherry con el brazo,
cambiando al inglés.
—Lo siento. Ven; tenemos que irnos.
Caminó deprisa, sin apenas vacilar. Pero tenía los hombros
rígidos y la mandíbula desencajada.

Ruben se dio cuenta de que ella no quería que la tocara.


Cherry se paseaba por su sala de estar diáfana con los pies en
medias y la mente agitada.
Ruben estaba recostado en su sofá como si fuera el dueño del
lugar, observándola con una sonrisa exasperante en la cara y una
inquietante cautela en los ojos. 60

Finalmente, Cherry se recompuso y se volvió hacia él.


—Así que eres… una especie de celebridad. —Puede que no
hablara sueco, o cualquier otro idioma que usaran allí, pero eso era
obvio—. Y no te dignaste a decírmelo antes de hacer… cosas.
Conmigo. En un lugar público. ¿Correcto?
Apoyó despreocupadamente una mano en el respaldo del sofá y
arqueó una ceja.
—Supongo.
—¿Supones? ¿Supones?
Sonaba como la madre de alguien. Dominando su malestar y su
ira, Cherry se obligó a relajarse. Se alisó el pelo, probablemente
había aplastado los rizos de la parte de atrás contra aquella maldita
pared y entonces recordó su maquillaje. Mierda.
Agarró su bolso de la mesita y rebuscó en él un espejo. No había
ninguno en las paredes de su piso, salvo el del cuarto de baño. No
necesitaba estar guapa cuando estaba sola.
—Cherry —suspiró—. Te ves bien.
—Vete a la mierda.
Espera, se suponía que tenía que estar encantándolo. Esbozó una
sonrisa para suavizar las palabras y luego estudió su reflejo. Tenía el
pelo encrespado y el pintalabios demasiado manchado. No importa.
Pondría cara de acabo de follar y esperaría que a él le gustara.
Cerró el espejo, se acercó al sofá y se sentó a su lado. Subió las
piernas a su regazo y le tomó la mano, jugueteando con sus dedos
largos y gruesos. Pero no era el momento de concentrarse en esas
cosas. Por debajo de su seguridad habitual, parecía inquieto, casi
asustado. Y abajo había estado absolutamente frenético.
Levantó la vista de debajo de las pestañas y estudió su rostro.
Tenía los rasgos dibujados y la mandíbula dura.
61
—¿Estás casado? —le preguntó—. Puedes decírmelo.
Sonrió ligeramente.
—¿Puedo?
Mierda. Ella asintió seductoramente.
—Sí —dijo—. Estoy casado.
Saliendo disparada de su regazo, Cherry agarró el cojín más
cercano y se lo lanzó a la cabeza.
—¡Pedazo de mierda! Tú…
Demasiado tarde, se dio cuenta de que se estaba riendo.
Histéricamente.
Cherry lanzó otra almohada.
—No estás casado, ¿verdad?
—Claro que no —se atragantó.
Seguía riéndose. Maldito engreído.
—¡No es gracioso!
—Sí, lo es —resolló—. «Puedes decírmelo». Dios, ¿alguien se traga
eso?
—Sí, la verdad. —Cruzó los brazos y levantó la barbilla—. Mucha
gente.
—Mucha, ¿eh? —Recuperó el aliento, sin dejar de sonreír. Luego
extendió una mano y dijo—: Ven aquí.
Ella ignoró la forma en que su pulso saltó a su orden.
—No. Dime qué está pasando.
—Lo haré. Si vienes aquí.
—Dímelo, o lo próximo que te tire a la cabeza no será una
almohada.
Arqueó una ceja, pero dejó caer la mano.
—Está bien. Pero deberías sentarte.
62
Oh, vaya. Eso sonó siniestro.
Antes de que pudiera entrar en pánico, llamaron a la puerta. Un
golpe inapropiadamente fuerte, de esos que hacen los hombres con
grandes puños y poco sentido común. Soltó un resoplido.
—¿Serán tus misteriosos guardaespaldas?
—Sí —dijo Ruben, sin una pizca de disculpa.
¿De verdad estaba dispuesta a acostarse con ese hombre? Era
jodidamente irritante.
Cherry salió al pasillo y abrió la puerta de un tirón. Un hombre
enorme estaba de pie en la puerta, vestido completamente de negro.
El hombre que había estado en la oficina de Chris con Ruben esa
misma mañana. El hombre que había irrumpido en el callejón
después del fotógrafo.
Lo miró con recelo.
—¿Hablas inglés? Porque yo no hablo sueco.
Sus finos labios se movieron en algo que podría haber sido una
sonrisa.
—Danés —dijo.
—Oh, lo siento. No se me dan bien los idiomas.
—No hay ningún problema. Soy Hans. ¿Puedo pasar?
Cherry, que había renunciado a toda pretensión de encanto (las
fotografías sorpresa y los orgasmos negados harían eso a una chica),
se apartó con un suspiro maleducado y dijo:
—Si es necesario.
El enorme hombre empequeñecía el estrecho pasillo de su
pequeño piso. Se dirigió hacia el salón como si ya hubiera estado
aquí mil veces, sin molestarse en quitarse los zapatos.
Malditos hombres.
63
Cherry cerró la puerta de un portazo.
Cuando volvió al salón, encontró a Hans junto a la ventana,
mirando hacia la noche y a Ruben en el sofá con… su gato, Whiskey.
El gordito atigrado estaba estirado en el regazo de Ruben,
ronroneando. Manchando de pelo su traje de 3,000 libras. A él no
parecía importarle. Le frotó la barriga y ni siquiera se inmutó
cuando le clavó todas las garras en la mano.
Cherry intentó no impresionarse.
—Así que —dijo, aplaudiendo—. Esto es acogedor.
Hans se apartó de la ventana para mirarla desapasionadamente.
Ruben seguía jugando con Whiskey, que ni siquiera había
reconocido la presencia de Cherry. Maldito traidor.
Cherry recogió los cojines que había tirado, tratando de recuperar
el aplomo que le quedaba.
—Les ofrecería una taza de té —dijo—, pero no me apetece.
Hans inclinó la cabeza.
—Está bien, señora.
Qué irritante.
Pero Ruben la miró con ojos muy abiertos y dolidos.
—¿De verdad, Cherry? ¿Nos niegas el té? ¿Es necesario?
Tardó un segundo en darse cuenta de que le estaba tomando el
pelo. Lo fulminó con la mirada. Él le respondió con una sonrisa
perezosa que hizo que su corazón traicionero diera un brinco al
tiempo que se enfurecía.
—¿Puede alguien decirme qué demonios está pasando? —Soltó.
Hans parpadeó. Luego miró a Ruben con el ceño fruncido.
—¿No se lo has dicho?
—Me estaba relajando.
—No, no lo hiciste —balbuceó Cherry—. ¡No me has dicho una 64
mierda!
Con un suspiro, Ruben sacó a Whiskey de su regazo y dejó a la
gata en el suelo. Ella, mortalmente ofendida, levantó el hocico y los
bigotes antes de marcharse.
—De acuerdo —dijo Ruben—. Me pondré manos a la obra.
—Sí, por favor.
—Soy un príncipe —dijo.
Capítulo 8
Cherry parpadeó.
65
—No, no lo eres.
—Sí, lo soy.
—No —insistió ella—. No lo eres. Hay como cinco príncipes.
Carlos, Felipe, Will, Harry…
—No soy un príncipe inglés. —Puso los ojos en blanco—.
Obviamente.
—Oh, cierto. Olvidé que no somos el único país ridículo del
mundo.
Arqueó una ceja.
—¿Supongo que no eres monárquica?
—¿Estás ofendido?
—No. —Una comisura de sus labios se levantó en esa media
sonrisa perezosa—. Tampoco soy monárquico. No soy mucho un
príncipe.
Desde su lugar junto a la ventana, Hans soltó un resoplido
irritado.
—Sí, lo eres. Eres Su Alteza Real el príncipe Magnus Ruben
Ambjørn Octavian Gyldenstierne de Helgmøre y eres todo un
príncipe.
Las cejas de Cherry se alzaron.
—¿Magnus? ¿Te llamas Magnus?
Por alguna razón, la idea de que lo hubiera estado llamando mal
todo este tiempo la molestaba más que el hecho de que,
aparentemente, fuera de la realeza. ¿Y dónde carajos estaba
Helgmøre? Esperaba que fuera de Mónaco.
Pero negó con la cabeza con vehemencia.
—No me llamo Magnus.
—Hans acaba…
—Mi nombre no es Magnus. Me llamo Ruben.
Perdió la calma de golpe, como si se rompiera una maldición. Sus 66
ojos ardían brillantes y sus puños estaban apretados a sus costados.
Bueno… Ya era hora de que alguien más perdiera la cabeza ya
que ella había estado perdiendo la suya durante los últimos veinte
minutos.
—Bien —dijo ella—. Ruben. Lo que sea. —Ella sacudió la cabeza,
tratando de capturar todos sus pensamientos dispersos—. Mira, lo
que realmente importa aquí es… Cristo, eres famoso. Como,
realmente famoso. ¿Verdad? —Miró a Hans en busca de
confirmación. El enorme hombre asintió—. ¿Y dónde está
Helgmøre? ¿Aparecerán esas fotos en la prensa británica? Porque…
Ruben levantó una mano.
—No tienes que preocuparte por las fotos.
—¿No? ¿Por qué no?
Hans y él compartieron una mirada.
—Ya se han ocupado de ellas.
Cherry frunció el ceño.
—Dios, ¿qué has hecho?
—¡Nada! Nada malo. —Luego pareció reevaluar esa frase—.
Bueno, en realidad…
No le gustaba cómo sonaba eso. Ni la forma en que la miraba, con
cautelosa preocupación, como si fuera un animal peligroso que
pudiera volverse contra él en cualquier momento. Sus ojos volaron
hacia Hans, que parecía compartir la preocupación de Ruben.
—¿Qué? —Ella estalló—. ¡Solo dímelo!
—Bueno… Puede que necesitemos conseguirte un equipo de
seguridad o… algo. No estoy seguro. Ahora que lo pienso… —
Frunció el ceño de repente, como si le doliera, pellizcándose el
puente de la nariz—. Hm. Esto podría complicarse.
—¿Qué? —preguntó.
La ignoró y se volvió hacia Hans.
67
—¿Qué crees que deberíamos hacer?
—¿Qué? —repitió Cherry.
Hans frunció el ceño.
—No me preguntes a mí. Está claro que hoy has perdido la puta
cabeza, así que dudo que escuches mis consejos.
—Oh, no seas pesado, Hans. No es un buen momento.
—¿Me estás diciendo que no es un buen momento? Te dije…
A media frase, Hans cambió de idioma.
Cherry apretó los labios, escuchando sus voces crecientes durante
un momento. Luego buscó en el salón algo que lanzar.
Se acercó a la estantería y levantó una enciclopedia con las dos
manos. ¿Era lo bastante fuerte como para tirársela a alguien a la
cabeza? No estaba segura. Era bastante pesada.
—Cherry.
Pasó a un bulldog ornamental que su padre le había dado como
una especie de extraño regalo de inauguración de piso. Tenía un
peso decente. Fuerte, pero lo suficientemente ligero como para
lanzarlo con fuerza. Ahora a elegir la primera víctima.
—Cherry.
Levantó la vista, con el bulldog en una mano.
—¿Qué?
Ruben miró el adorno con recelo.
—¿Podrías bajar eso?
—¿Por qué?
—¿Por favor?
Vio cómo apretaba la mandíbula. Y dijo:
—No.
—Bien —suspiró—. Bien, esto es lo que hay. Le dije al fotógrafo 68
que eras mi prometida… ¡Dios, mujer! —Él saltó a un lado mientras
ella le lanzaba el bulldog a la cabeza.
Cayó sobre la mesita con un ruido sordo y siniestro. Hans se
acercó a la mesa y recogió el adorno, que mostraba una ligera
abolladura y un amasijo de barniz desconchado.
Cherry fulminó a Ruben con la mirada.
—Me debes una mesa de café nueva.
—¿Qué?
—Cállate. ¿Por qué dirías eso?
—Porque…
—¡He dicho que te calles! Dios —escupió, levantando las manos.
Sin permiso, sus pies empezaron a caminar. No le importaba.
Parecía apropiado—. ¿Y ahora qué pasa? ¿Vienen un montón de
paparazzi extranjeros y me acosan? ¿Acamparán fuera de mi piso?
Brillante, malditamente brillante. Dios, ni siquiera me eché un
polvo.
—Bueno, aún podríamos…
—Juro por Dios, cállate la boca o te amordazaré con tu propia
polla.
¿Había gritado la última parte? Más bien pensó que sí.
Oh, vaya. Estaba perdiendo los estribos.
Pero Ruben no parecía comprender el peligro. Se cruzó de brazos,
la miró fijamente y le dijo:
—Lo hice para protegerte. ¿Está bien? No sabes cómo…
Se le cortó la voz y durante un minuto pareció casi… perdido. Tan
perdido que ella se olvidó, en ese mismo minuto, de estar furiosa.
Cuando volvió a hablar, su voz era rígida y formal.
—No, tienes razón. Te he puesto en una situación insostenible, sin
tu conocimiento o consentimiento y por eso te pido disculpas. 69

—Oh —dijo dulcemente—. Te disculpas. Eso es estupendo.


¿Puedes garantizarme también que mi vida no va a cambiar por
culpa de tu maldita boca?
Tragó saliva.
—No. Realmente no puedo. Pero yo…
Levantó una mano.
—Creo que es suficiente charla por hoy. Puedes irte.
—Espera, Cherry…
—Fuera. —Su voz era dura—. Ahora.
No esperaba que la escuchara. La verdad es que no. Pero al cabo
de un momento, asintió con firmeza y giró sobre sus talones,
ladrándole:
—Kom
A Hans. El hombre grande vaciló un momento junto a la ventana,
con los ojos fijos en Cherry. Luego dijo, con voz suave:
—Volveremos mañana.
—No estaré aquí.
—Sí —dijo con firmeza—. Lo harás.
Antes de que pudiera superar la indignación que le bloqueaba la
garganta, él se marchó.
«Mierda. Mierda, mierda, mierda».
Cherry se tiró en el sofá, hundiéndose en unos cojines mullidos
por el paso del tiempo. Sus padres le habían regalado este sofá
cuando se mudó. Casi todos sus muebles eran de segunda mano.
Dios, era un príncipe.
Cherry apretó las mejillas y mordió con fuerza. Nada de su
situación actual se aclaró.
Había dicho que se habían ocupado de las fotos, pero no podía
70
saberlo con seguridad. Era la era moderna. La tecnología en la nube
y toda esa mierda significaba que nada desaparecía realmente.
E incluso si se las habían borrado, ¿importaba eso? Le había dicho
a un periodista o lo que fuera, que estaban comprometidos. Un
periodista que los había encontrado entre dos bloques de pisos.
Todo lo que el tipo tenía que hacer era quedarse hasta la mañana y
descubriría rápidamente quién era la supuesta prometida de Ruben.
Por supuesto, eso podría no importar. Nunca había oído hablar de
Ruben, ni de Helgmøre (la geografía no era su fuerte), así que por
muy famoso que fuera allí, a nadie en Inglaterra le importaría,
¿verdad?
Pero era inglesa. Así que tal vez a la gente le importaría. Mierda.
Cherry se levantó del sofá, sacó el celular del bolso y abrió los
mensajes. Lo primero que apareció fue el chat de grupo de su
familia.
Mamá: Netflix, cita esta noche, Maggie
Magz: ¡No lo he olvidado!
Papá: Cherry, ¿dónde estás? Empezamos a las 10 en punto. Aquí.
Papá: Maggie empezamos a las 5 en punto para ti.
Cherry consultó su reloj. Eran poco más de las cinco, GMT. Hora
del almuerzo para su hermana. Sus padres, como de costumbre, se
preocupaban por nada.
Imagina cómo se preocuparían si se enteraran de lo de esta noche.
Cherry: No te preocupes, voy a estar allí
Tras comprometerse a su cita virtual en Netflix, abandonó el chat
y buscó el nombre de Maggie.
Cherry: Problema
Se mordió el labio y continuó.
Cherry: Secreto
Magz: Mierda, nunca tiras del secreto. ¿Al final has hecho algo 71
mal?
Cherry: Cállate. No exactamente
Magz: Así que escúpelo.
Con un suspiro, Cherry tecleó una versión abreviada de los
acontecimientos de la tarde.
No mencionó el comentario de la prometida de Ruben. La
indignación de Maggie sería algo temible y agotador.
Pasó un minuto. Luego otro. Y entonces sonó el teléfono.
—Dios mío. ¿Un príncipe?
—No deberías llamar. Es demasiado caro.
—Relájate. Es una llamada por internet y estoy en wifi.
Cherry casi podía oír la mirada de ojos blancos de su hermana
pequeña y eso le hizo crispar los dientes.
Quería a Maggie, pero a veces envidiaba la capacidad de su
hermana para relajarse. Era difícil relajarse con la ruina financiera
respirándote en la nuca.
Pero entonces, Maggie no sabría nada de eso. No quería que nadie
lo supiera.
—Sí, es un príncipe —suspiró Cherry, apartando su envidia—. Y
conociendo mi suerte, habrá fotos nuestras salpicando los periódicos
mañana por la mañana.
—Difícilmente —resopló Maggie—. Nunca he oído hablar de él,
así que dudo que alguien más lo haya hecho. No es que sea un
príncipe. Ya sabes que a la gente solo le importan los británicos.
Cherry había pensado lo mismo, pero oírlo de labios de Maggie le
calmó el pulso. Respiró hondo y dejó que las palabras calaran
hondo.
—Tienes razón. Nadie lo sabrá. A nadie le importará. Se olvidará.
72
—Exacto. No te preocupes. Pero ya que estamos en el tema,
¿cuánto tiempo han estado tú y él…?
—Debería irme —soltó Cherry. Cualquier cosa para evitar decirle
a su hermana pequeña que había estado planeando una
improvisada aventura de una noche—. Todavía estoy en mi ropa de
trabajo. Y prácticamente puedo sentir mi maquillaje obstruyendo
mis poros.
Maggie, que nunca se maquillaba y se paseaba alegremente por
las calles en pijama manchado, le espetó:
—Quítate esa mierda. Cómete un helado. Pero no creas que te has
librado de esto y no faltes a la cita familiar, ¿bien?
—Nadie lo sabría si lo hiciera. Podría simplemente buscar en
Google la sinopsis del episodio.
—Mamá lo sabría. Lo sentiría con sus extraños instintos mágicos
de madre. Y entonces estarías en serios problemas.
Cherry puso los ojos en blanco.
—Bien, es verdad. Pero antes de irme, ¿cómo estás?
Casi sintió que Maggie se ponía rígida a través del teléfono.
—¿Estas controlándome?
—Soy tu hermana mayor. Por supuesto que te estoy controlando.
—Pues no hace falta. Como verduras, tomo mis medicinas, acudo
a las citas con el médico… soy una ciudadana modelo.
Lo dijo con aire vagamente herido, como si no fuera razonable
que Cherry se preocupara por su hermanita, enferma crónica.
—¿Algún dolor, recientemente?
—¿Qué harías si dijera que sí? —exigió Maggie—. ¿Salir volando
solo para forzarme a tomar analgésicos? No, estoy bien. Ahora ve y
prepárate. O desprepárate. Lo que sea.
—¡Bien, bien! Hablamos luego.
73
—Adiós, Cherry Pay.
—Adiós, Magnolia.
Colgó ante el chisporroteo indignado de su hermana.
Capítulo 9
Ruben se deslizó en la parte trasera del Hummer que le esperaba,
con el corazón en un puño. No era raro que tuviera problemas, pero 74
en los últimos meses había empezado a superarse a sí mismo.
Esta vez, como siempre, se trataba de una mujer. No importaba lo
que le gustara pensar, estaba claro que estaba haciendo algo mal en
ese departamento.
Hans se acomodó a su lado, lanzándole una mirada que
congelaría el infierno.
—Te lo advertí.
—No empieces. Estoy pensando.
—Para variar.
—¿Quieres parar? Tenía que decir algo. No podía dejar que
salpicara fotos de nosotros dos por todas las putas noticias. Sabes…
Hans puso una mano tranquilizadora en el hombro de Ruben.
—Sí. Sí, lo sé. Sí, lo sé, lo siento. Pero, por Dios, Ruben, te das
cuenta de que no puedes volver atrás, ¿verdad? Tu hermano
probablemente ya lo sabe. Todo el mundo probablemente ya lo sabe.
De hecho…
Agarró el teléfono, pero Ruben sacudió bruscamente la cabeza.
—No lo hagas. No te molestes. Ambos sabemos que está en todas
las noticias.
Sabía por experiencia lo rápido que se difunden estas cosas.
Aunque, la última vez que había sido quemado por la prensa, había
sido por algo mucho más salaz. Tal vez ese tipo de noticias se
propagan más rápidamente…
Ah, ¿a quién estaba engañando? ¿La oveja negra de la familia real,
comprometida? Hans tenía razón. Su hermano lo sabría. Todo el
mundo lo sabría.
Dejó caer la cabeza contra el reposacabezas, soltando un suspiro.
—La he cagado, ¿verdad?
—¿Qué parte? —dijo Hans suavemente.
—No te hagas el listo. 75

—Uno de nosotros tiene que serlo.


Quizás fue una bendición que su teléfono sonara en ese momento.
O al menos, eso es lo que pensó Ruben, hasta que se dio cuenta de
quién debía estar llamando.
Hans se quedó mirando la chaqueta de Ruben, de donde emanaba
el chirriante tono de llamada, como si hubiera una bomba escondida
en el forro de seda. Ruben, como era de esperar, compartía esa
sensación.
—Será mejor que contestes —dijo Hans—. O sonará sin parar.
Y entonces el rey perderá la cabeza con toda la gracia de un niño
pequeño ametrallado. Y todo será un millón de veces peor.
—Bien —dijo Ruben con gesto adusto y sacó el teléfono.
Se tomó un segundo para serenarse antes de contestar. Aunque
probablemente seguiría metiendo la pata. Su hermano tenía ese
efecto.
Resignado, se llevó el teléfono a la oreja y dijo:
—Ambjørn.
—Haces eso solo para irritarme. Es patético.
La voz era un barítono profundo, del tipo que debería ser
tranquilizador. Atravesó a Ruben como clavos en una pizarra.
—Lo creas o no, hermano, no todo en mí está diseñado
únicamente para decepcionarte.
—Si eso es cierto, ¿por qué insistes en llamarme hermano? —El
Rey de Helgmøre hizo una mueca con la palabra—. Provincial hasta
el final. Si los lazos importan tanto, entonces por favor, usa el
término correcto.
Ruben se mordió el interior de la mejilla.
—¿Medio hermano? Es un trabalenguas.
—Entonces te sugiero que te atengas a Su Majestad.
Las palabras del rey Harald fueron afiladas como un látigo. Tan 76
afiladas que Ruben creyó sentir el fantasma del interruptor de su
hermano contra sus pantorrillas. Incluso los sirvientes se veían
obligados, encantados, a llamar Harald al rey, aunque, por
supuesto, nunca lo harían. Pero Ruben no era un criado.
A los ojos de su hermano, no era una persona en absoluto.
—Su Majestad —gritó—. Oh, gran señor, ¿en qué puedo servirle?
—Puedes servirme —dijo Harald—, explicando tu última
desgracia. Según los medios, estás comprometido.
Y Ruben, con los recuerdos asfixiándole y el odio ardiendo como
ácido en sus venas, dijo con total despreocupación:
—Sí.
A su lado, Hans se puso rígido.
Su hermano expulsó un ruidoso suspiro, como un dragón que se
prepara para arrasar alguna aldea.
—¿Y es la primera vez que me entero, porque…?
—Entiendo tu preocupación, Harald. Tú y yo somos tan cercanos,
después de todo.
—Yo soy el cabeza de esta familia y tú tienes suerte de que se te
reconozca.
La voz de su hermano era un siseo venenoso.
Podía imaginarse la expresión exacta que acompañaba a ese tono
en particular: los labios despegados de los dientes como si fueran
colmillos, los ojos azules entrecerrados peligrosamente de una
forma que aún ponía nervioso a Ruben. Aún le producía ansiedad.
Aún le recordaba los días en que era mucho más pequeño y su
hermano parecía una montaña.
Pero ahora él era la montaña.
—Con el debido respeto, Su Majestad, ¿qué carajo quiere?
—Cuidado muchacho. Quienquiera que sea esta mujer… es una
mujer, ¿no?
77
—Sí —dijo Ruben con rigidez—. Es una mujer.
—Gracias a Dios. No eres un completo idiota, entonces. Sea quien
sea, no he accedido a esa unión.
—No sabía que necesitaba permiso para casarme, Majestad.
Mentira.
—Necesitas mi permiso para respirar. Considérate afortunado de
tenerlo todavía.
Ruben apretó tanto los dientes que su mandíbula chasqueó con un
estallido de dolor. No se detuvo. No podía parar. Porque lo único
que no iba a hacer en absoluto era darle a su hermano la satisfacción
de una respuesta.
Harald odiaba el silencio. Cuando hablaba, lo que quería, más que
nada, era una reacción. Así que, mientras el silencio se alargaba y
Ruben se mordía la lengua, fue el poderoso rey quien lo rompió
primero.
—Bueno —dijo Harald finalmente—. Al menos ésta es más lista
que la anterior.
Ruben tragó saliva, con su propia rabia agriándole la garganta.
—¿Qué quieres decir?
—A diferencia de Kathryn, ésta realmente logró atraparte. Lydia
está muy preocupada.
Ruben ignoró la referencia a Lydia, su dulce cuñada, sin duda
diseñada para mantenerlo desequilibrado. Harald no valoraba a su
esposa lo suficiente como para mencionarla sin un motivo oculto.
—Cherry no me tendió una trampa —dijo Ruben, con voz
intencionadamente llana.
Y luego se pateó a sí mismo. Mierda.
—¿Cherry? —Harald soltó una carcajada—. ¿La fruta? ¿Kirsebær?
¿Qué, ahora follas con strippers?
—Cuida tu puta boca.
78
—Baja tu espada, Príncipe Encantador. No es más que un tablón
de madera y tú no eres más que un campesino. —Harald resopló
con deleite ante su propia broma—. No importa. Ya es demasiado
tarde; debemos proyectar unidad. Fingirás que conocí a esta Cherry
hace mucho tiempo. Y me la traerás.
—No.
—Eso no fue una petición, muchacho. No lo olvides: necesitas mi
permiso. ¿A menos que quieras renunciar a tu derecho al trono de
Helgmøre?
Ruben apretó los dientes, el pulso le latía en la cabeza con tanta
fuerza que resultaba doloroso. Este era el juego al que jugaba, la
línea sobre la que bailaba. Era el quinto en la línea de sucesión al
trono de Helgmøre, lo que otorgaba a Harald cierto control legal
sobre él. Escapar del poder de su hermano significaría renunciar a
su reclamo.
Y nunca renunciaría a su jodida reivindicación. No sería borrado
de los libros de historia ni barrido, por mucha gente que pensara
que su existencia era un error.
—No —dijo—. No renunciaré a mi reclamo.
Ahora le diría la verdad a su hermano. Nunca se enteraría del
final, por supuesto: le llamarían a casa inmediatamente,
restringirían sus actividades con el Fondo fiduciario y, una vez más,
la prensa pasaría meses respirándole en la nuca. Despedazándolo y
gloriándose en sus sangrientas entrañas.
Al pensarlo, su piel se puso demasiado caliente y tensa para su
cuerpo. Su ritmo cardíaco se aceleró y su respiración fue rápida,
superficial y aguda. Otra vez. Volvería a ocurrir.
No podía decírselo a su hermano. No podía decírselo a nadie. No
podía pasar por otro maldito escándalo. Se lo comerían vivo.
—La llevaré —ahogó en el teléfono—. ¿De acuerdo? La llevaré.
Pronto. En algún momento. Me voy ahora.
79
—¿Perdón? Ruben…
—¡Tengo que irme!
Colgó el teléfono y lo arrojó al hueco para los pies del coche.
Luego lo miró fijamente, aquel pequeño rectángulo inocuo de cristal
y metal, con el que acababa de cavar un agujero aún más profundo.
Mierda.
Miró a Hans en busca de algún tipo de consuelo. En lugar de eso,
se encontró con la visión de su guardaespaldas y compañero de toda
la vida con los ojos y la boca muy abiertos, mirando a Ruben como si
le acabara de crecer otra cabeza. Del trasero.
—¿Qué carajo acabo de hacer? —Ruben restregó.
—No lo sé. Mierda. No lo sé. ¿En qué carajos estabas pensando?
—Yo… me di cuenta de que, si me retracto, podría empezar todo
de nuevo. Igual que antes. Y no puedo volver a hacerlo. No puedo.
Los recuerdos se agolpaban en su mente, mezclándose como un
paisaje visto desde un tren a toda velocidad. Los titulares, los
artículos, el puto documental, toda la mierda que había aparecido en
los últimos ocho meses. La gente sacando a relucir el drama de su
pasado, sus orígenes, la historia de sus padres, su madre. Todo
porque había arrastrado el apellido por el fango y había resultado
ser exactamente lo que la gente siempre pensó que sería.
«Indigno de la Casa Real de Helgmøre».
—Eh. —La voz de Hans era tan dura como el agarre que tenía en
el hombro de Ruben. Apretó, sus dedos rechinando contra el
músculo y el hueso, hasta que el dolor devolvió a Ruben al
presente—. Deja de entrar en pánico. No hace falta que te asustes.
Esto es bueno.
Ruben soltó una carcajada.
—No lo es, mierda.
—Lo es. Así que le dijiste al mundo que Cherry es tu prometida.
¿Sabes en qué te convierte eso?
80
—¿Qué?
—Aburrido. Normal. Algo que no sea la oveja negra de la familia
real. Y también la protege de demasiado interés mediático, siempre
y cuando piensen que es tuya. Así que… ¿Por qué no lo haces real?
Ruben miró fijamente a su guardaespaldas.
—¿De qué carajos estás hablando?
—Hazla tu prometida. Entonces todo es simple, ¿sí? Sin mentiras.
Es solo tu prometida.
—Hans —dijo Ruben con paciencia—. Me doy cuenta de que no
sabes mucho acerca de las mujeres…
—¡Eh!
—… Pero Cherry no quiere casarse conmigo. En absoluto. Ni por
asomo.
—La verdad es que me he dado cuenta. —Hans dijo esto con
demasiada suficiencia para el gusto de Ruben—. Pero no estoy
hablando de un compromiso real.
Ruben miró a su amigo con recelo.
—Continúa.
—Es decir, le pides que haga el papel de prometida. Por un
período de tiempo, no sé; un compromiso largo. Lo suficiente para
que la prensa se aburra de ella y tu hermano se olvide de que
existes.
—Ojalá —murmuró Ruben.
—Como sea. Entonces ella te deja, ¿no? Y te conviertes en una
figura trágica. Todo el mundo siente lástima por ti. Se olvida.
¿Entiendes?
Ruben se golpeó los muslos con los dedos mientras meditaba el
plan.
—No sé. Es un poco ridículo.
—¿Tienes una idea mejor?
81
—Es extremadamente ridículo.
—De acuerdo. Dame una alternativa. Otra forma de salir de esta
situación sin que se repita lo de los últimos ocho meses.
Ruben apretó los dientes.
—No lo sé. Ella nunca estaría de acuerdo con eso.
—Puede que lo haga. Si le ofreces la motivación adecuada. —
Luego, ante la mirada desconcertada de Ruben, añadió—: Dinero.
La gente necesita dinero, Alteza.
Seguía enfadado, entonces, a pesar de todos sus consejos.
—Oh. Claro. Claro. ¿Crees que lo haría? ¿Por dinero? ¿Ponerse en
esa posición?
—Ya la has puesto en esa situación. Bien podría sacar algo de ello.
Y creo que verás que la mayoría de la gente, hoy en día, necesita
dinero desesperadamente. Ofrécele lo suficiente y a ver qué pasa.
El silencio se extendió entre ellos mientras los segundos se
convertían en minutos.
Entonces, finalmente, Ruben habló.
—Puede que estés en lo cierto.
Capítulo 10
Cherry pasó el día siguiente en vilo. Esperaba que alguien con
una cámara saliera de entre los arbustos y la llamara zorra en danés. 82
O que Chris la despidiera por confraternizar de forma inapropiada
con el príncipe personal de la Academia. O algo así.
Nada de eso ocurrió. De hecho, no pasó nada raro. Hasta que salió
del trabajo esa tarde.
Bajó a toda velocidad la larga y suave colina hacia las afueras de
la ciudad y dobló la esquina en dirección a su piso, pero tuvo que
frenar en seco cuando se encontró cara a cara con una horda de
gente gritando.
Parpadeó, confusa. ¿Qué carajo estaban haciendo, arrastrándose
por la calle como un nido de hormigas? Era una curva cerrada;
podría haber atropellado a alguien. ¿No tenían sentido de la
autoconservación?
Entonces apareció el primer flash de la cámara, enviando estrellas
a través de su visión.
De ninguna manera. De ninguna puta manera.
—¡Es ella! ¡Es el coche!
Oh, mierda.
Un puño golpeó su ventanilla y, a continuación, un tipo se
desparramó con todo su maldito cuerpo sobre el capó de su pobre
Corsa, con la cámara enfocándole a la cara.
Parecía que la confianza de Maggie había sido equivocada. Al
parecer, algunas personas se preocupan por la realeza extranjera.
Cherry sonrió. Era su sonrisa más bonita, no seductora ni
encantadora, sino encantadora y recatada. Giró ligeramente la
cabeza para mostrar el lado izquierdo de su rostro. Si estaba a punto
de protagonizar un artículo de chisme, al menos deberían sacar su
lado bueno.
Les dedicó tres segundos de belleza. Luego apretó el acelerador.
Se apresuraron. Tuvo que reconocer que fueron rápidos. Aunque,
el tipo que había estado tumbado sobre su capó rodó fuera del coche
y directo a la carretera.
83
Oh, vaya. Eso tuvo que doler. Tal vez su maldita cámara de lujo se
había roto por la caída.
Recorrió a toda velocidad el resto del camino hasta su casa,
derrapó en el aparcamiento de su piso y se metió temerariamente en
una plaza de aparcamiento.
Bien, tres espacios. Horizontalmente. Lo que sea.
Pisó el freno y bajó el espejo retrovisor para comprobar su reflejo.
Seguía perfecta. Bien. Porque allí, merodeando cerca de la entrada
del aparcamiento, había un Lincoln MKT negro. Puaj.
Bueno. Hans le había dicho que volverían.
Con un suspiro, Cherry salió del coche y se acercó a la limusina
justo cuando se abría la puerta y salía el enorme cuerpo de Hans.
—Señora —dijo.
—¿Has venido a secuestrarme? Tengo que advertirte, se sabe que
mi grito revienta tímpanos.
Frunció los labios, pero mantuvo la mirada perdida. Era todo
profesionalidad y silencio intimidatorio.
—Bien —suspiró—. Que así sea.
Se deslizó junto a él y subió al coche.
Cerró la puerta tras ella.
—Me alegro de verte —dijo Ruben.
Cherry cerró los ojos, solo por un segundo, mientras contenía los
sentimientos que la frase había desatado. Eran muchos, brillantes y
variados como el cielo de una noche de hogueras, pero la emoción
más apremiante era la rabia.
Entonces seguía enfadada. En caso de que hubiera tenido alguna
duda.
Cuando volvió a abrir los ojos, él la miraba con el ceño fruncido.
Estaba recostado en los asientos de cuero de la limusina, con el
tobillo derecho cruzado sobre la rodilla izquierda y la tela del 84
pantalón ceñida sobre los muslos poderosos. No llevaba chaqueta y
tenía las mangas de la camisa arremangadas, dejando al descubierto
los antebrazos. Por un momento, consideró la posibilidad de
disfrutar de la vista de aquellos antebrazos, objetivamente ya sabes.
Separar el arte del artista.
Luego se recompuso y se aferró a su ira, una barrera ardiente
contra la retorcida atracción que aún sentía. Estaba claro que su
mirada le hacía cosas terribles en la cabeza. Y necesitaba tener la
mente despejada para esta conversación.
Cherry apartó la mirada de su rostro y se obligó a hablar.
—Creí que habías dicho que la prensa me dejaría en paz.
—En Helgmøre existe un acuerdo entre mi hermano, el rey y los
medios de comunicación. La familia real está protegida de ciertas
invasiones de la intimidad. Lamentablemente, ese acuerdo no se
extiende a las actividades de la prensa británica.
—Estupendo —dijo con voz inexpresiva—. Perfecto. Justo lo que
necesito.
—Lo sé —dijo en voz baja—. Lo siento.
Frunció los labios. Francamente, eso no era una disculpa. Tenía
todas las partes clave:
«Lo» y «siento». Pero ella quería algo un poco más impactante.
Algo que implicara escribir en el cielo y una gran banda, tal vez.
Solo algunas ideas. Tal vez debería escribirle una lista.
—Cherry —dijo, después de que su silencio se prolongara
demasiado—. ¿Vas a hablar conmigo?
Antes de que pudiera contenerse, soltó una carcajada. Y luego se
sintió completamente mortificada. Dios, sonaba como su madre.
La comisura de sus labios se torció en una sonrisa.
—Supongo que eso es un no. —Ante la mirada perdida de ella, su
sonrisa se desvaneció. Suspiró, se sentó más erguido y apoyó los
pies en el suelo—. Tienes razón, obviamente. ¿Por qué deberías
hablar conmigo? —Sacó la lengua para mojarse el labio inferior—. Y 85
tengo mucho que decir. ¿Te importa si conducimos?
Se encogió de hombros. Se acercó y pulsó uno de los botones
alineados ante la ventana ennegrecida más cercana.
—Køre.
El coche se movió, se deslizó tan suavemente que ella casi no se
dio cuenta.
—De acuerdo —dijo Ruben, juntando las manos—. Sé que te
gusta ir al grano…
—Y, sin embargo —murmuró ella—, sigues balbuceando.
Sonrió. Aparentemente, no le importaba lo que ella dijera,
siempre y cuando hablara.
—Lo hago, ¿verdad? Es natural, me temo.
Arqueó una ceja.
—Ahora lo haces a propósito.
—¿Qué puedo decir? —Su voz se hizo más profunda, más oscura,
rica como la melaza—. Parece que me comporto mal a tu alrededor.
Cherry tragó saliva. Apretó las rodillas y trató de olvidar la
sensación de sus manos tirando de sus tirantes. No funcionó. Así
que habló por encima de las imágenes que se agolpaban en su
cerebro.
—Sea lo que sea lo que estás tratando de decir, sigue con ello. Por
favor. Antes de que me mates de aburrimiento.
Por primera vez aquella mañana, sus ojos se clavaron en los de
ella y ya no los soltó. Su mirada era firme, impenetrable, inevitable,
mientras le dedicaba aquella devastadora media sonrisa.
—Por supuesto. Vengo a hacerte una oferta.
Oh, vaya.
—¿Una oferta, como en…?
—Tienes un problema —dijo, lo cual era un eufemismo si alguna 86
vez había oído uno—. Yo también lo tengo. Mi… indiscreción nos
afecta a los dos, lo creas o no.
Ella resopló.
—No.
Pero él la miró fijamente, sin sonreír.
—No deseo llamar la atención, Cherry. Tuve una mala
experiencia, no hace mucho, que me dejó con pocas ganas de causar
otro… —Su boca se torció mientras buscaba la palabra—. Otro
escándalo. Así que, sí, esto me afecta. Tengo cierta reputación, de la
que parece que no puedo escapar y lo deseo desesperadamente.
Puedes ayudarme a cambiar la narrativa. Y, a cambio, tal vez yo
pueda ayudarte a ti. ¿Entendido?
Cherry rodó los labios hacia dentro y los dedos de los pies se le
curvaron dentro de los zapatos. En menos de un día, había
conseguido olvidar lo que se sentía al soportar toda la fuerza de
aquella intensidad. Pero se obligó a concentrarse en lo que
importaba; en el significado de sus palabras, no en el hilo de acero
de su voz ni en el aura de autoridad que le retorcía algo en el pecho.
—Así que, ¿qué hiciste? —preguntó.
Frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir?
—¿Qué has hecho? ¿Para conseguir esta terrible reputación tuya?
Se pellizcó el puente de la nariz.
—Nada… inmoral.
—Bueno ya sabes, la gente rara vez se considera inmoral. Hitler se
consideraba un gran tipo. ¿Sabes? Así que me gustaría saberlo.
Prácticamente podía oírlo rechinar los dientes.
—Estaba… relacionado con mis inclinaciones sexuales. —Luego,
al ver la expresión de su cara, se apresuró a añadir—: Nada de eso.
No hice daño a nadie. Yo no… —Suspiró—. Jesús, Cherry. Tuve
sexo. Eso es lo que hice. 87

—Oh, por favor —se burló—. Eres un hombre. Podrías follarte a


la Reina y te darían palmaditas en la espalda.
—Bueno —dijo irónicamente—, mi reina es también mi cuñada.
Así que quizás no.
—Sabes lo que quiero decir. La única vez que los hombres se
cagan por sexo es si están en alguna mierda realmente retorcida, o si
son cualquier otra cosa que no sea heterosexual. —Ella levantó la
vista para encontrarlo mirándola con tranquila diversión y algo en
sus ojos la hizo darse cuenta—… Oh. Tú…
—Yo, ¿qué? —preguntó, con una ceja levantada—. ¿Me follo a
quien quiero, como quiero? Correcto. Eso es lo que hice. ¿Hemos
terminado?
Cherry se mordió el interior de la mejilla, sintiéndose de repente
un poco… mierda.
—Sí. Bien.
Inclinó la cabeza y murmuró con voz suave:
—Bien.
Pero sus ojos volvieron a apartarse de los de ella y pareció
replegarse sobre sí mismo. El aire entre ellos ya no se hinchaba con
la fuerza de su personalidad. Todo estaba quieto y en silencio, como
debía ser.
Alargó la mano hacia un maletín de cuero negro que tenía a su
lado, revelando que en realidad era una enorme carpeta. Abrió el
cierre de plata y sacó una gruesa vaina de papeles, la mitad de los
cuales le entregó a ella.
—Esta es mi oferta —dijo—. Puedes estudiarla cuando quieras,
pero en resumidas cuentas… bueno. Me gustaría que fueras mi
prometida. Durante un año.
En el silencio que siguió, Cherry fue muy consciente del bajo
zumbido del motor del coche, de su suave deslizamiento hacia 88
delante. Se preguntó, de repente y sin sentido, dónde estaban.
¿Estaría el conductor dando vueltas a la manzana? Probablemente
no. Eso llamaría innecesariamente la atención. Quizá se dirigían
hacia la ciudad, donde un coche así no llamaría tanto la atención.
Tal vez.
—Cherry —dijo Ruben suavemente—. ¿Estás bien?
¿Estaba bien? Ahora que lo pensaba, daba golpecitos con el pie
con bastante rapidez. Y apretando los puños con fuerza. Sus uñas
debían estar tallando lunas crecientes en sus palmas. Probablemente
le dolería, si su mente no estuviera demasiado ocupada volviéndose
loca como para notar cosas menores como el dolor.
—Cherry.
Su mano volvió a posarse en su hombro, apretando esta vez. Lo
suficientemente fuerte como para captar su atención, para sacarla de
su propia cabeza.
Ella parpadeó.
—¿Podrías repetirlo? ¿Por favor?
Tragó saliva.
—Te pedí que fueras mi prometida durante un año.
—Creía que sí —asintió—. Realmente pensé que sí. Pero luego
pensé, ¿por qué diablos me pedirías que hiciera eso?
—Bueno… hay, ah, varias razones…
Se echó hacia atrás en su asiento, aclarándose la garganta.
—¿Es una broma? —preguntó bruscamente—. Porque no tiene
mucha gracia. Acabo de tener fotógrafos arrastrándose sobre mi
coche como hormigas y estoy esperando… una llamada histérica de
mi madre…
—No es una broma —interrumpió—. Te lo dije; necesito tu ayuda.
—Bueno, no, no dijiste eso en absoluto. Dijiste un montón de
89
mierda misteriosa y complicada que no tenía ningún sentido…
—Quizá no estabas escuchando.
—Y tal vez eres una mierda explicando cosas.
Sonrió, repentina e inesperadamente.
—Tienes razón. Se me da fatal explicar las cosas. No tengo
delicadeza.
—¿En serio? Yo hubiera dicho que tu problema era ir al grano.
—Bien. —Extendió las manos, como en señal de súplica—. El
punto es este: Necesito una prometida, específicamente tú, por el
espectáculo de mierda de ayer. Y, sí, me doy cuenta de que fue sobre
todo culpa mía.
—Completamente tu culpa.
Le guiñó un ojo. Realmente le guiñó un ojo.
—Bueno, puede ser. Pero nunca asumo toda la responsabilidad si
puedo evitarlo.
—Vaya. Realmente eres un príncipe.
—Sí. Ahora, me doy cuenta de que no hay mucho en este acuerdo
para ti…
—No hay nada en este trato para mí.
—Así que añadí un incentivo financiero.
Cherry hizo una pausa. Miró el papel que tenía en las manos.
Luego lo ojeó, cada vez más rápido, hasta que llegó a la parte que
importaba.
El número de la página le hizo fruncir el ceño. Entonces Ruben se
inclinó y sacudió la cabeza.
—No, no es eso. Eso es lo que te voy a dar si te niegas.
Levantó la cabeza.
—¿Cómo dices?
—Si no firmas. Esa es la cantidad que te voy a dar de todos modos 90
ya sabes, para compensar la probable repercusión mediática. —
Sacudió la cabeza y pasó unas páginas—. Pero si firmas, pierdes esa
cantidad y en su lugar recibes esto.
Ella parpadeó.
—¿No es la misma cantidad?
—Mensual.
Cherry se quedó mirando. Mierda. Mierda. Mierda.
Su mente hizo cálculos en una fracción de segundo. Los gastos
sanitarios de Maggie en Estados Unidos (sus transfusiones de
sangre, sus antibióticos, su hidroxicarbamida) y los gastos de
matrícula que sus becas no cubrían…
Cherry podría pagarlas. Fácilmente.
No más deudas. No más pánico. Toda su familia, sus padres, su
tío y sus tías, podría dejar de invertir todo su dinero en la educación
y la atención sanitaria de Maggie, podría dejar de ocultar la forma
en que los destruía a todos. Y su hermana podría seguir viviendo la
vida que se merecía, sin preocuparse por las limitaciones de su
enfermedad.
Pero no puede ser tan fácil. ¿No?
Se lamió los labios, que de repente se le secaron.
—No sé si un compromiso conmigo… te ayudaría a evitar un
escándalo. O lo que sea que quieras.
Se cruzó de brazos, observándola con toda la paciencia del
mundo.
—¿Y por qué no? Explícate, por favor.
—Bueno… —Ella titubeó, incómoda.
¿Qué quería que hiciera? ¿Exponer todas las cosas de sí misma
que la mayoría de la sociedad encontraba desagradables?
¿Recordarles a todos que no era considerada material de princesa?
Al diablo con eso.
Pero entonces empujó. 91

—Dime. ¿Qué hay en ti que es tan terrible?


—Nada —dijo ella inmediatamente—. Estoy bien. Estoy muy
bien. Eso no significa que los demás me vean así. Tú eres un
príncipe y yo soy ya sabes, normal. —Ella hizo una mueca—. No te
ofendas. Además, no se me considera muy femenina. Porque…
Hizo un gesto vago hacia su cuerpo.
Siguió el movimiento de su mano con ojos fríos y evaluadores.
Luego dijo, con voz suave:
—No veo ningún problema.
Lo fulminó con la mirada.
—Dios, eres molesto.
—Eso me han dicho. De verdad, deja de preocuparte. Sé cómo
funcionan estas cosas.
—Créeme —dijo ella sombríamente— yo también.
Suspiró.
—Cherry… La gente, en general, es amoral, hipócrita lameculos.
Si eres una mujer a la que besé en un callejón, te despreciarán; una
vez que seas una futura princesa, descubrirán un sentimiento liberal
sin límites. Seré un pionero de la era moderna. Ya ves lo que dicen
de la familia real de tu país, ¿no?
Ella apretó la mandíbula, negándose a permitir ese punto.
—Pero no soy una futura princesa. No he aceptado esto.
—Pero lo harás —dijo en voz baja—. Si no fueras a hacerlo ya me
lo habrías dicho. ¿Verdad?
Cherry miró el contrato. Se miró las manos. Recordó la cara de su
madre dos años atrás, el día en que Maggie recibió la carta de
aceptación de Harvard. Recordó la última vez que se había quedado
con sus padres, en Navidad, cuando se negaron a encender la
calefacción central. Actuando como si no fuera necesario.
92
Cuando en realidad no podían.
Le dijo:
—¿Cómo sé que este contrato es real?
—Sabes que es real —dijo con calma—. Pero es solo un borrador
del contrato que firmaríamos, en caso de que aceptaras. Sé que lo
entiendes.
Apretó los labios. Trabajaba en Recursos Humanos, así que sí,
sabía leer un maldito contrato. Pero confiaba en que la gente
supusiera que ella no sabía. Siempre era más fácil controlar una
situación cuando nadie te creía capaz de hacerlo.
—Echa un vistazo —le dijo, señalando los papeles que tenía en el
regazo—. Comprueba si todo el acuerdo te satisface.
Lo ojeó, escaneando cada página con la facilidad que da la
práctica. No era el tipo de documento que encontraba a menudo,
pero eso no importaba. Todas estas cosas se basaban en los mismos
principios y ella los conocía como la palma de su mano.
No fue engañoso. No había doble lenguaje, nada que sugiriera
que intentaba confundirla o manipularla. Solo términos básicos,
advertencias, detalles concretos. Permanecerían comprometidos
durante un año, momento en el que ella lo dejaría… interesante.
Durante ese año, ella tendría las mismas obligaciones que él, en
cuanto a deberes reales. Deberes reales, ¿no era eso un maldito
viaje? Pasaría la mayor parte del tiempo en Helgmøre, pero no todo.
Podía visitar a su familia cuando quisiera, hasta dos semanas
seguidas. Ella no podía decirle a nadie de su acuerdo, bla, bla, bla…
Cherry levantó la vista.
—Sabes que me has obligado a esto. Lo entiendes, ¿verdad?
Parecía afligido.
—Yo…
—Me dejaste pensar que eras un tipo cualquiera. Me besaste
sabiendo que algo así podía pasar. Entonces abriste tu gran boca e
93
hiciste que pasara. Tienes todo el maldito poder del mundo
comparado conmigo y yo… —Soltó una carcajada—. Necesito
dinero. ¿Alguna vez has necesitado dinero?
Su rostro era solemne cuando dijo:
—No. Nunca he necesitado dinero.
—Qué suerte tienes, mierda. —Se quedó mirando el contrato—.
No quiero hacer esto.
—Cherry…
—Pero voy a hacerlo. Voy a mentir a todos los que conozco,
mentir al mundo. —Solo pensarlo le revolvía el estómago—. Y vas a
pagarme. Y dentro de un año, me marcharé y haré todo lo posible
por fingir que esto nunca ha ocurrido, aunque todo en mí habrá
cambiado. Que sepas que firmaré este contrato y cumpliré con mis
obligaciones, pero… ¿tú y yo? Eso no va a pasar. Ni siquiera un
poco. Ya no.
Tragó saliva, con fuerza. Asintió. Y dijo:
—Sí. Lo entiendo. Lo comprendo.
—Bien. Le puso el contrato en el regazo.
—¿Así que vamos a Helgmøre, entonces?
—Lo antes posible, sí.
—Mierda. —Se le ocurrieron varios problemas, aunque parecían
mundanos a la luz de lo que acababa de acordar—. Tendré que
llevar a Whiskey, obviamente. Dios, tendré que dejar mi trabajo.
Rose se escandalizará. Pero no tendré que volver a trabajar con
Chris. —Sonrió—. Hm. Ver el lado positivo y todo eso…
Ruben se inclinó hacia delante, con el ceño fruncido y preguntó:
—¿Whisky?
Ah, claro.
—Mi gato —explicó Cherry.
Ruben suspiró. 94

—Ya veo.
Capítulo 11
El jet privado descendió poco a poco y Ruben mantuvo la mirada
fija en Cherry. Ella, a pesar de su evidente repugnancia hacia él, no 95
apartó la mirada. No; lo miró fijamente como si fueran pistoleros
rivales en el salvaje oeste y ella disparara a matar.
Podría excitarlo si no fuera por el hecho de que a ella realmente le
desagradaba. Y tenía una buena razón para ello.
Mientras el avión rodeaba la pequeña pista de aterrizaje de su
familia, Ruben luchó contra la sensación de terror que había estado
creciendo desde el momento en que ella había aceptado esta farsa.
No tenía sentido: ella había hecho exactamente lo que él esperaba
que hiciera. Exactamente lo que él quería que hiciera.
Pero no podía dejar de pensar en cómo le había sonreído cuando
se conocieron, hacía solo tres días. Él ya sabía que ella nunca
volvería a sonreírle así.
Esta fue probablemente la vez que más rápido había jodido algo.
Arrastrar a Cherry a su vida era como arrastrar a una princesa a su
guarida. Él era casi seguramente el dragón en este cuento de hadas.
Cuando el avión aterrizó por fin, se recompuso con enérgica
eficacia. Solo habían sido dos horas de vuelo, pero Ruben se sentía
como… bueno, como si se hubiera metido en una jaula de metal
gigante, hubiera cruzado el mundo a una altura y velocidad
antinaturales y lo hubieran vuelto a dejar en tierra. Cherry, sin
embargo, parecía una versión algo más informal de su glamour
habitual. Tenía el pelo lleno de rizos y bucles, la cara tan perfecta
como siempre y la mirada más fría que el aire de enero que les
llegaba cuando una azafata abría la puerta del avión.
—Bienvenida a Helgmøre, señora —dijo la anfitriona con una
sonrisa alegre.
Y Cherry, maldita sea, dejó caer el hielo en un instante y
respondió con una devastadora sonrisa propia.
—Gracias, Ida. —Hizo una pausa, mirando por la puerta abierta el
asfalto desnudo, repleto de seguridad y el campo helado más allá—.
Es tan… refrescante. Qué hermoso país.
La sonrisa de Ida se ensanchó y sus pálidas mejillas se sonrojaron
de placer. Se quedó mirando a Cherry como hipnotizada. 96

—Gracias. Eres muy amable.


Ruben se adelantó para ayudar a Cherry a bajar la escalerilla del
avión y, por un momento, pensó que ella se resistiría. Que
protestaría, se apartaría o haría algo que alertaría al personal del
avión de la profundidad del abismo que los separaba. Pero,
afortunadamente, ella lo permitió, rígida e inquebrantable al sentir
su mano en la de él.
Él, totalmente patético, la bañó en calidez, en sonrisas, en
consideración. La condujo escaleras abajo, sintiendo la mirada
desaprobadora de Hans a su espalda. Qué mortificante era darse
cuenta de que él estaba desesperado por un solo rayo del sol que
ella repartía tan generosamente. Si ella compartiera una gota de
aquel encanto con él, se moriría de gratitud.
¿Cómo lo hizo? ¿Cómo le había hecho esto?
—¿Te gusta mi país? —preguntó, tratando de inyectar algo de
humor en su voz.
Quería hacerla reír, por razones que no podía explicar. Lo había
hecho antes, así que seguramente podría hacerlo de nuevo.
Ella sonrió y murmuró:
—Oh, sí.
Era una sonrisa practicada y eran palabras practicadas.
Indistinguibles de la fachada que había ofrecido a la azafata hacía
unos momentos.
Así que así sería. Ruben se aclaró la garganta con torpeza, la
vergüenza recorriéndole la espina dorsal como un ciempiés,
erizándole la piel. ¿Qué había estado pensando? ¿Que ella se
ablandaría, que las cosas volverían a ser como antes? ¿a cómo
podrían haber sido?
Su vida había cambiado para siempre porque él la había elegido y
había sido demasiado arrogante para pensar en las consecuencias.
Le había quitado su poder, su control, las cosas que él ya sabía que 97
ella más valoraba. Y ahora, para colmo, la estaba utilizando.
Bajaron los escalones en silencio. Gracias a Dios que, cuando
llegaron abajo, Demetria estaba allí esperando.
—¡Hola! —gritó, mostrando sus dientes cegadoramente blancos
en una sonrisa maníaca—. ¡Soy Demetria Karzai, la ayudante de
Ruben! —Ruben nunca la había oído sonar tan alegre en su vida. Y
eso que la conocía desde hacía muchos, muchos años—. Puedes
llamarme Demi. Encantada de conocerte.
Dio un paso adelante para estrechar la mano de Cherry y su hiyab
brilló a la luz del sol. ¿Por qué demonios llevaba un hiyab brillante?
¿Y dónde estaban sus gafas? ¿De verdad llevaba lentillas solo para
encontrarse con él en el maldito aeropuerto?
Mientras las dos mujeres intercambiaban saludos, Ruben dirigió
una mirada interrogante a Hans. El hombretón se encogió de
hombros con impotencia.
Entonces Demi soltó por fin la mano de Cherry y le dirigió a
Ruben una dura mirada de reojo mientras trinaba:
—¡He oído hablar tanto de ti!
Ah.
—Demi —dijo—. Entra en el coche.
Cherry frunció el ceño.
—No seas grosero con ella.
Oh, así que ahora eran mejores amigas. Malditas mujeres.
—Ustedes dos suban al coche. Vamos.
Se adelantó, Hans iba detrás y Cherry murmuraba ácidamente
sobre los imbéciles autocráticos. Ruben reprimió una sonrisa.
Una vez acomodados en la parte trasera de la limusina, dijo:
—No estamos comprometidos.
—Oh, mierda —murmuró Cherry.
Pero apenas lo oyó por encima del grito de Demetria: 98

—¡Lo sabía! —Luego se volvió hacia Cherry con una mirada de


disculpa—. No te ofendas.
Cherry contesto, muy dulcemente:
—No lo hago.
Casi seguro que mentía.
—Lo que Demi quiere decir es que, si estuviéramos realmente
comprometidos, ella ya sabría quién eres. Es mi amiga.
—Soy tu asistente personal y tu niñera.
—¿Qué, no eres mi amiga?
—Sin comentarios.
La gélida conducta de Cherry se descongeló ligeramente y le
ofreció a Demi algo parecido a una sonrisa.
—Ya veo.
Demi asintió.
—El otro día me desperté con mil titulares sobre la misteriosa
prometida de Ruben, ¡y él ni siquiera contestaba al teléfono!
—Tenía mucho que hacer —murmuró irónicamente Ruben.
—Sí, lo que sea. Así que le mandé un mensaje a Hans y me dijo:
«Ruben está comprometido».
Todas las miradas se dirigieron a Hans, que estaba sentado en
silencio en un rincón. Levantó las cejas.
—¿Qué? Están comprometidos.
—De todos modos —dijo Demi, con un tono muy sufrido—.
Pensé que algo pasaba o… no sé, que Ruben había encontrado a su
alma gemela y se había enamorado a primera vista.
Hans resopló.
99
—¿Es por eso que tu hiyab es todo… brillante?
—¡Ah, te diste cuenta!
—Pareces una bola de discoteca.
—No me odies porque no eres como yo.
Ruben se dio cuenta de que Cherry observaba el intercambio de
palabras con una extraña sonrisa en la cara. Entonces lo miró y, en
lugar de apartar la vista, arqueó una ceja. Casi como una
conspiración.
Ahora, si pudiera averiguar cuál era la conspiración…
Cuando él solo pudo responder con la mirada perdida, ella puso
los ojos en blanco y miró hacia otro lado.
Mierda.
—En fin —dijo Demi, apartando la mirada de Hans—. ¿Qué está
pasando?
—Sí, Ruben —dijo Cherry con dulzura—. Díselo. Explícale la
situación. Por favor.
Ruben ahogó un suspiro. Esto no iba a ser fácil.

El sol se estaba poniendo cuando llegaron a la finca de Ruben.


Porque, según Cherry, esa era la única palabra adecuada para
describirla: finca.
Puede que estuvieran en Escandinavia, pero la imponente
mansión de ladrillos grises que se vislumbraba a lo lejos parecía tan
inglesa como un pastel de carne y riñones. O el clasismo. O el
pescado con patatas fritas.
Un enorme muro rodeaba la propiedad, más allá de lo que Cherry
podía ver, pero el coche se detuvo ante un par de puertas góticas de
hierro. Las puertas se abrieron sin ayuda, como sacadas de una 100
película de terror y entraron.
¿Por qué parecía que Cherry marchaba de cabeza hacia su propia
perdición?
En el coche se produjo una tensa discusión. Demi, como era de
esperar, se había horrorizado con la explicación de Ruben y ahora lo
reprendía con pasión por haber puesto a Cherry en «una situación
tan horrible».
A Cherry le gustaba Demi.
Pero la discusión era cíclica, como las discusiones entre hermanos
durante un viaje por carretera y Cherry ya estaba bastante nerviosa.
Ese mismo día, antes de salir para el aeropuerto, había tenido una
llamada rápida y desagradable con sus padres.
No había ido bien. No es que estuvieran enfadados con ella. No.
Pero cuando mintió torpemente sobre un noviazgo relámpago y un
compromiso repentino, cosa que nunca había hecho, decidieron que
estaba sufriendo una especie de crisis precoz de la mediana edad y
que Ruben se estaba aprovechando de ella para sus nefastos y
principescos propósitos.
Esperaba que su estatus real convenciera a sus padres. Al parecer,
fue todo lo contrario.
Así que respiró hondo e hizo caso omiso de la discusión que
llenaba el coche, entrecerrando los ojos por las ventanillas
oscurecidas mientras subían por el camino de grava. Podía oírla
crujir bajo las ruedas del coche. ¿Quién demonios tenía un camino
de grava, por el amor de Dios? Y además tenía kilómetros de largo y
una glorieta. ¡Una glorieta!
Se mordió el interior de la mejilla mientras se acercaban a la casa.
Y entonces…
Pasaron de largo.
Cherry frunció el ceño.
—¿Adónde vamos?
Ruben hizo una pausa en su discusión con su asistente personal 101
para decir:
—A casa.
—¿No es esa tu casa?
Puso los ojos en blanco.
—¿La mansión? No. Odio ese lugar.
—¿Dónde vives? —preguntó Cherry.
En cuanto las palabras salieron de su boca, apareció otra casa.
Escondida entre la hierba del vasto jardín de la mansión, esta casa
era más bien una casita de campo. No era exactamente pequeña,
más o menos del tamaño de una casa familiar, pero sí acogedora.
Cálida y acogedora y nada gótica.
—Yo vivo allí —dijo Ruben.
Cherry asintió con la cabeza. Apartó la mirada de la casa, con sus
alegres ladrillos rojos, sus amplios ventanales y la hiedra trepando
alegremente por las paredes, e hizo todo lo posible por no sentirse
satisfecha.

Magz: Mamá piensa que enloqueciste.


Cherry se recostó en la gigantesca cama de cuatro postes que
ahora parecía pertenecerle. Era un nido de gruesas mantas de color
púrpura oscuro y almohadas demasiado mullidas que quería odiar
desesperadamente, pero que le resultaban inquietantemente
cómodas.
Lo que sea. Ella todavía no quería estar aquí.
Cherry: Lo sé. ¿Tú lo crees?
Magz: Todavía no me has contado lo que está pasando, así que
me reservo mi opinión.
Cherry soltó una carcajada y volvió a acomodarse sobre las
102
mantas, mientras la seda de su pañuelo se deslizaba sobre las
almohadas satinadas. No había cerradura en la puerta, así que
estaba tumbada a oscuras a las diez de la noche. Así no tendría que
mostrar su cara desmaquillada, su pelo recogido y sus mullidos
calcetines de cama a quien decidiera pasarse por allí.
Vivir con gente era extraño, al menos con gente que no era de la
familia. Tendría que estar alerta constantemente. Por milésima vez,
Cherry empezó a preguntarse si realmente podría hacer esto
durante un año.
Cherry: ¿Confías en mi juicio?
Magz: Sí
Magz: 100%
Cherry sonrió. Había algo que decir sobre las hermanas pequeñas.
Cherry: No puedo contártelo todo, pero quiero saber qué
opinas… Tenía que tomar una decisión y analicé todas las pruebas
disponibles y creo que elegí la mejor a largo plazo. Pero a corto
plazo va a ser incómodo. No dejo de preocuparme por si he
entendido algo mal y es demasiado bueno para ser verdad o no
merece la pena. ¿Tú qué opinas?
Se quedó tumbada, con los brazos doloridos de sostener el
teléfono sobre la cara, esperando la respuesta de Maggie a aquel
críptico enredo.
Magz: Eso fue un ensayo, LOL
Cherry puso los ojos en blanco.
Magz: Eres super inteligente. Tú eres la sensata. Probablemente
elegiste bien.
La idea de que su hermana pequeña, que estudiaba Ingeniería
Biomédica en Harvard, pensara que Cherry era inteligente la hizo
sonreír. Pero, aun así, no pudo evitar preguntar…
Cherry: ¿Probablemente? ¿Y si no es suficiente?
103
Magz: Probablemente tiene que ser lo suficientemente bueno. La
vida es probabilidad, hermana.
Cherry: Guau. Realmente estás aprendiendo mierda por ahí.
Magz: Lo que sea. ¿Así que eres una cazafortunas para tu príncipe
o qué?
Cherry resopló. Si al menos lo supiera.
Magz: Porque si lo haces, preséntame primero con un primo del
príncipe.
Cherry: ¡¿Presentarte?! ¡Será mejor que te enfoques en tus
malditos libros!
Maggie respondió con varios emojis de ojos en blanco. Cherry
resopló.
Cherry: Debería irme. Sueño de belleza.
Magz: Pero no lo necesitas porque ya eres taaaaan guapa.
Cherry: Chica, cállate. No me voy a quedar despierta para
mandarte mensajes sobre Lobo Adolescente4
Magz: Guau, no me amas en absoluto, ¿verdad?
Cherry se quedó mirando el mensaje más tiempo del que debería.
Era una broma. El tipo de comentario desechable que hacían todo el
tiempo, totalmente sarcástico. Pero de repente se dio cuenta de lo
mucho que quería a Maggie. Lo feliz que le hacía pensar en su
hermana pequeña viviendo su mejor vida friki al otro lado del
charco yendo al colegio cada día con todos los demás frikis,
aprendiendo a ser la mejor friki que podía ser. O lo que fuera. Y
aunque toda la familia había movido cielo y tierra para que así

4
Serie de televisión de drama sobrenatural que sigue a un estudiante cuya vida cambia al ser mordido
por un hombre lobo.
fuera, la posibilidad de que un día se les acabaran el cielo y la tierra
siempre había existido.
Pero ya no existiría.
Cherry: ¿Te tomas la medicación?
104
Magz: Yo soy la que sufre si no lo hago, ¿tú qué crees?
Cherry: LOL. Abajo, chica. Buenas noches x
Magz: Buenas noches hermanita, te quiero x
Cherry: Yo también te quiero de verdad.
Capítulo 12
A la mañana siguiente, Hans arrastró a Ruben al comedor muy
temprano para «una reunión». 105

Encontró un consejo de guerra sentado a la mesa de caoba, con la


luz del sol entrando por las altas ventanas de cristal como un foco
difuso.
Demi se sentó a la cabecera de la mesa, con los hombros caídos y
las cejas oscuras y aladas que le daban un aire militante. Llevaba de
nuevo las gafas y su habitual hiyab liso, por lo que resultaba
familiar y austera a la vez.
A su derecha había una anciana redonda y descolorida con un
delantal de flores y una cálida sonrisa: Agatha. Y a la izquierda de
Demi estaba Hans, que miraba fijamente al lado de la cabeza de
Demi con expresión melancólica. Probablemente porque odiaba las
reuniones, pensó Ruben. Aquellos dos eran polos opuestos.
Al final de la mesa, había dos asientos más uno frente al otro. Uno
estaba vacío. El otro estaba ocupado por Cherry y verla fue como un
puñetazo en las tripas.
Hoy su pintalabios era color melocotón, en lugar de rojo y
brillante en lugar de… lo que quiera que fuera lo contrario de
brillante. Su piel aterciopelada brillaba a la luz del sol y sus rizos
apretados temblaban con cada movimiento de su cabeza, como
innumerables pequeños resortes enrollados con energía. Recordó lo
suaves que se habían sentido aquellos rizos en sus manos y quiso
darse una patada. ¿Cómo había metido la pata hasta el fondo con
aquella mujer? ¿Esta mujer, entre todas las mujeres?
Sus ojos se posaron en él, brillando cobrizos a la luz y él apartó la
mirada. Puede que estuviera encaprichado, pero no había necesidad
de que ella lo supiera. Solo la incomodaría.
Ruben se inclinó sobre el hombro de la anciana de camino a su
propio asiento, apretando un beso contra su suave y arrugada
mejilla.
—Agatha.
106
—Buenos días, perezoso.
Se llevó una mano al pecho, fingiendo dolor.
—¿Perezoso? ¿Yo? ¿Cómo puedes decir tal cosa?
—Llegas tarde —resopló Agatha.
—Sí —dijo Demi—. Así que siéntate, Ruben, por favor. —Le
recordó a Ruben al personal del Fideicomiso acorralando a los niños
más pequeños con una sonrisa rígida—. Pensé que podríamos tener
esta pequeña reunión para, ah, ¡reconectarnos! Poner la casa en
orden. Ya sabes, desde…
—Desde que Ruben se sumergió en un espectáculo de mierda y
nos arrastró al resto con él —dijo Hans sombríamente.
Hubo una ligera pausa. Agatha puso cara de asombro. Cherry
parecía estar luchando contra una sonrisa burlona. Él quería
arrancarle a besos la sonrisa de la cara. Entonces recordó que se
suponía que estaba mirando a Hans.
—No —dijo Demi, lidiando con Hans por su cuenta—. Iba a decir
ya que queremos estar a tope para el baile del mes que viene.
Ruben se sentó erguido.
—¿Baile?
—Sí —suspiró Demi—. ¿No revisaste tus emails?
—He estado ocupado.
—¿En serio? —preguntó dulcemente—. ¿Durante las dos horas de
vuelo de ayer?
Se pellizcó el puente de la nariz.
—Demetria.
Con un suspiro, ella lo dejó ir. Ella sabía cuánto odiaba él los
putos bailes. Y las veladas. Y las fiestas en el jardín. Y…
—Harald celebrará un baile para presentar a tu prometida en
sociedad. Te espera en palacio una semana después del evento, para
que Cherry se instale —dijo estas palabras con naturalidad, como si 107
fueran verdad. Como si Harald se preocupara por cosas como
acomodar a la gente. Más bien quería tiempo suficiente para
destrozar a Ruben—. Así que tenemos alrededor de tres semanas
para prepararnos. Si esto va a funcionar…
Miró a Cherry, que le devolvió la mirada con una ceja arqueada y
la barbilla levantada. Era vagamente aterradora e injustamente
atractiva.
Demetria pareció estar de acuerdo, porque apartó la mirada y
empezó a revolver torpemente los papeles que tenía delante.
—Si esto va a funcionar —repitió—, tienen que pasar por una
pareja. Harald es muy observador, cosa que tú ya sabes, Ruben, pero
esto requiere… mantenerse bajo presión.
—Enfatizarlo —ofreció.
—¡Sí! Enfatizarlo. —Lanzó a Cherry una mirada de disculpa—.
Leo mejor de lo que hablo.
—Hablas muy bien —murmuró Cherry.
Y entonces, maldita sea, sonrió. Con hoyuelos y todo.
Demi parpadeó, ligeramente aturdida. ¿Se había equivocado
Ruben o su incondicional ayudante se había ruborizado de verdad?
Miró a Hans quien, olvidando momentáneamente su mal humor, le
devolvió la mirada con las cejas levantadas.
Se preguntó si Cherry era capaz de atenuar su encanto o si
simplemente lo desprendía como una rosa desprende aroma.
Entonces recordó lo fría que había estado en el vuelo y decidió que,
sin duda, podía apagarlo cuando fuera necesario.
Pero si le pidiera que fuera menos devastadoramente encantadora
con su ayudante, probablemente le daría una patada en la espinilla.
—Bien —murmuró Demi, revolviendo entre sus papeles.
No tenía ni idea de por qué era necesario el papeleo para este tipo
de cosas, pero a Demi le encantaba el papeleo.
—Bueno —carraspeó Agatha en el silencio. Su hábito juvenil de
108
fumar nunca la había abandonado del todo—. Esto es muy
emocionante, pero creo que no tan relacionado conmigo. Es la hora
del desayuno. Ruben, ¿quieres comer?
Si decía que no, le daría de comer a la fuerza de todos modos;
tenía ese brillo decidido en sus ojos pálidos, el que tenía siempre que
él había estado viajando o trabajando demasiado y estaba convencida
de que solo un filete y muchas verduras podrían revitalizarlo. Por
suerte, él tenía bastante hambre. Así que dijo:
—Sí, por favor.
—Bien. Demetria, Hans, ¿han desayunado?
—Oh, lo siento, Agatha —dijo Demi—. Ya lo he hecho. Y tengo
una reunión para almorzar de todos modos…
—Estoy bien —retumbó Hans.
Inusualmente, Agatha parecía bastante complacida por ese hecho.
—¿Así que solo Ruben y tú, Cherry? —preguntó—. ¿Qué te gusta
comer, min kære?5 ¿Tenemos huevos y tocino o tenemos ah, los
cereales, o algo más? ¿Pasteles?
Cherry frunció los labios pensativa y se golpeó la barbilla con un
dedo de punta rosa. Parecía una fantasía, aunque la pose debía de
parecer ridícula. O al menos vagamente pretenciosa. Finalmente
dijo:
—Apuesto a que eres una excelente cocinera. Y no soy exigente.
Estaré encantada de comer lo que quieras.
El rostro arrugado de Agatha se desdobló en una amplia sonrisa
mientras se levantaba y se alisaba las manos sobre el delantal.

5
Del danés: estimada o querida.
—¡Vidunderlig6! Voy a empezar a desayunar. Ruben, pórtate bien,
¿ja7?
Puso los ojos en blanco.
—Haré lo que pueda.
109
—Hm —resopló, claramente dudosa.
Pero salió corriendo de la habitación.
—Así que —dijo Demetria alegremente—. Cambiando de tema.
Estoy segura de que ustedes dos llegarán a conocerse muy bien,
traqueteando por esta casa, pero…
—Espera —interrumpió Cherry. No con su encanto habitual, tan
suave que no te darías cuenta de que había interrumpido. No; la
palabra fue contundente, casi de golpe—. No vamos a ser los únicos
aquí —dijo.
Su voz no se elevó en forma de pregunta, sino que parecía
pronunciar las palabras como si pudiera hacerlas realidad por pura
fuerza de voluntad.
Por quincuagésima vez, Ruben se dio cuenta de lo mucho que
deseaba a aquella mujer.
—Más o menos —dijo Demi—. Hans y yo estamos aquí la mayor
parte del tiempo y también Agatha, pero todos vivimos en la casa
principal, así que…
—¿Por qué? —preguntó Cherry, con el ceño fruncido.
Parecía adorable. ¿Cuándo no había estado adorable? Por
supuesto, también estaba claro que no quería estar a solas con él.
Pero por el momento él pensaría menos en las punzantes
implicaciones de eso y más en la pequeña línea entre sus cejas.
—Bueno… —Demi comenzó.
Miró a Ruben. Y entonces él, con gran esfuerzo, puso su cerebro
en marcha.

6
Del danés: maravilloso
7
Del danés: sí.
—Podemos arreglar una cerradura en la puerta —le dijo a Cherry,
con voz enérgica—. Si eso es lo que quieres. Y puedo ponerte un
guardia. O lo que prefieras.
—¿Qué? Espera, no, no me refería a eso. Yo no… quiero decir, no
estaba diciendo… —Se interrumpió y por un momento él pensó que 110
de algún modo había conseguido que a la formidable Cherry Neita
se le trabara la lengua. Pero no. Se sacudió y dijo, mucho más
calmada—: Un guardia es innecesario y no requerimos más gente
involucrada en este engaño. Yo sólo… entonces, ¿nadie estuvo aquí
anoche? ¿Excepto nosotros?
—No —dijo—. Nadie. Pero la seguridad de la finca es excelente.
Estás completamente a salvo aquí.
Cherry resopló.
—Ya lo sé. No importa. —Pero luego añadió—: ¿Por qué todo el
mundo se queda en esa casa menos tú?
Ruben se encogió de hombros, tratando de ocultar que su simple
pregunta le erizaba la piel. La ansiedad que ya le era familiar chocó
contra él como dientes contra dientes, pero sonó tan sereno como
siempre cuando dijo:
—Soy una persona. Tengo mucho personal. Esta casa es pequeña.
Esa casa es grande.
Arqueó una ceja, esperando más. Pero eso era todo lo que
obtendría de él. Al cabo de un momento, se dio cuenta, porque se
encogió de hombros, el más pequeño levantamiento, su mirada era
plana, como si apenas le importara. Tan fría que casi olvidó el toque
de pánico que había en su voz hacía unos minutos.
No quería estar a solas con él. ¿Por qué?
—Bueno —dijo Demi. Hurgando en la incomodidad una y otra
vez, bendita sea—. Como he dicho, estoy segura de que llegarán a
conocerse. ¡Pero pensé que podríamos cubrir lo básico y
asegurarnos de que todo el mundo está a bordo con el plan!
Hans gimió, dramáticamente, frotándose la mandíbula con una
mano.
—Planes, siempre planes contigo, mujer.
Ella entrecerró los ojos y perdió toda su alegría.
111
—No tienes que estar aquí, ya sabes.
—Bien.
Golpeando la mesa con las manos, Hans se levantó de la silla de
madera. La silla crujió ligeramente, liberada de su enorme peso.
—Ruben ya sabes dónde encontrarme. —Luego dirigió una
sonrisa ganadora a Cherry. O más bien, una mueca con los labios
cerrados, que fue su mejor esfuerzo—. Sra. Neita.
Le dio la sonrisa con hoyuelos a Hans. Ruben estaba convencido
de que se los mostraba a todo el mundo menos a él, solo para
molestarlo. Y funcionaba.
—Hans —murmuró, con voz de whisky y miel, rica, cruda y
dulce—. Llámame Cherry.
Ruben intentó no tener pensamientos irracionales. Aun así, le
asaltaron imágenes de darle un puñetazo en las tripas a su mejor
amigo.
¿Cuándo se había convertido en el tipo celoso? ¿Y por una falsa
prometida que apenas lo soportaba?
Hans salió de la habitación, dejando atrás a Ruben, Demetria y
Cherry. Pobre Demi. Su sonrisa se derretía como el plástico que se
deja sobre el hornillo.
Pero, aun así, lo intentó.
—Así que necesitarás tener lo básico cubierto: antecedentes,
intereses, etcétera. Una historia en la que todos estemos de acuerdo
ya sabes, cuándo y dónde se conocieron. Y…
—Demi —interrumpió Ruben. Volvía a hablar sin pensar, pero
estaba demasiado cansado para preocuparse. Necesitaba un afeitado
y una fuente de tocino antes de poder tener este tipo de
conversación—. Deberías ir a hacer… lo que sea que estés haciendo
hoy.
Parpadeó.
—Pero…
112
—Está bien. Tú tienes planes. Cherry y yo podemos
arreglárnoslas. —Miró las hojas de papel atrapadas en sus hábiles
manos—. ¿Hiciste listas, supongo?
—Oh, sí —admitió, bajando la mirada como si hubiera olvidado
que estaban allí—. Pero…
—Seguiremos la lista —dijo—, e informaremos más tarde.
Prometido.
Soltó un suspiro de sufrimiento. Era un sonido familiar.
—¿Estás seguro?
—Sí, madre.
Puso los ojos en blanco.
—Bien. Si insistes. —Deslizó los papeles sobre la mesa hacia él
antes de asentir con la cabeza—. Tienes un teléfono en tu habitación.
Puedes llamarme a casa si necesitas algo, lo que sea. Solo tienes que
pulsar «02».
—Gracias —dijo Cherry y realmente parecía agradecida.
Porque estaba en una casa extraña, en un país extranjero, con un
hombre al que apenas conocía y en el que no confiaba y él debería
haberlo pensado bien, ¿no? ¿Por qué no pensó en nada?
El pensamiento brilló, se retorció, se transformó en su mente,
renació con la voz de su hermano y el rencor silencioso de su
hermana. «¿Tienes medio cerebro en esa cabeza, Ruben? ¿Acaso
funciona la parte campesina, hermanito?».
—¡Hasta luego!
Parpadeó para volver a la realidad justo a tiempo de ver a Demi
marcharse.
Lo que significaba que él y Cherry estaban solos. Completamente
solos.
Bueno, excepto por el canto de Agatha, que flotaba por el pasillo
desde la cocina. Se aferró a esa voz ronca y vacilante como a un
talismán. Contrólate. 113

—Así que —dijo, escaneando los papeles. Y ahora sonaba como


Demi—. Tenemos la… la lista. Lo básico, los antecedentes, cosas así.
Levantó la vista. Cherry estaba sentada justo enfrente de él, con
los brazos cruzados bajo los pechos, mirándolo desde debajo de sus
largas pestañas. Si no fuera por la dura línea de su boca, podría
parecer seductora.
Ruben sacudió la cabeza con fuerza. Si no podía dejar de pensar
así en ella, nunca llegarían a ninguna parte.
—Entonces —empezó—. ¿Cuánto… cuánto tiempo hemos estado
juntos?
Se encogió de hombros.
—Depende de ti.
—¿Estás segura? ¿No tienes ninguna preferencia? ¿Algo que te
gustaría decirles a tus padres?
—Oh, sí —murmuró—. Importa tanto que les diga a mis padres la
mentira más sabrosa posible. Realmente me importa.
Reprimió una sonrisa.
—Entendido.
—Mira —suspiró—. No estoy tratando de ser rara. Es solo que…
Tú sabes lo que necesitas de esto, ¿verdad? Yo no. Así que cuando se
trata de la historia de fondo y toda esa mierda, depende de ti. En
cuanto al resto, la información personal, si me das la lista, o lo que
sea que Demi hizo, lo escribiré para ti.
—Pero si no hablamos —dijo—, no nos sentiremos cómodos
juntos. Eso también es importante.
Ella arqueó una ceja.
—¿Crees que no puedo encenderlo? ¿Crees que no puedo
coquetear contigo?
«Sé que puedes. Ojalá lo hicieras. Ojalá lo dijeras en serio».
—No —admitió—. Sé que estarás bien con todo eso. Pero yo…
114
—Eres más coqueto que yo —dijo—. Y los dos lo sabemos.
Ruben pensó en fingir indignación. Luego vio el brillo peligroso
en sus ojos y decidió no molestarse.
—De acuerdo, es justo. Pero si fuéramos novios, no te haría la
mierda de siempre, ¿verdad? Sería diferente.
—Qué romántico —exclamó.
En ese momento, Agatha entró en la habitación con un plato en
ambas manos.
—Allá vamos —dijo, dejándolos en la mesa con una floritura—.
Ahora regreso.
Ruben se levantó con la intención de ayudar con el resto de los
platos ya que Agatha no entendía muy bien el tamaño de las
porciones. Entonces se dio cuenta de que Cherry también estaba de
pie y entrecerró los ojos.
—Siéntate tú —insistió—. Eres una invitada.
—Exacto —replicó ella—. Los invitados ayudan. Es de buena
educación.
—No, los anfitriones lo hacen todo.
—Eso es ridículo. Tú…
—Ves, este es el tipo de cosas que Demi quiere decir. No podemos
limitarnos a apuntar las mierdas de su lista y conocernos —insistió
Ruben—. Tenemos que pasar tiempo juntos.
Agatha apareció de nuevo. En el tiempo que les había llevado su
ridícula discusión, había traído una pequeña montaña de muesli. Y
un plato de ensalada de frutas. Jesús, ella realmente iba a por todo.
—Bien —dijo Cherry, sentándose lentamente. Murmuró su
agradecimiento a Agatha y tomó un trozo de pan de centeno
tostado, mirándolo como si fuera algún tipo de sustancia extraña.
Finalmente, sacudió la cabeza y miró a Ruben a los ojos—. Lo
haremos, entonces. Comeremos juntos. Los dos tenemos que comer,
115
después de todo.
A Ruben le dio un vuelco el corazón. Se dijo a sí mismo que se
sentía aliviado. Quería que todo saliera bien. Eso era todo.
—Suelo salir a comer. Y a desayunar. ¿Cenamos?
Ella arqueó una ceja.
—¿Qué haces en el almuerzo?
—Estoy en el trabajo.
—¿Trabajo? —balbuceó, alcanzando un vaso de zumo de
naranja—. ¿Tienes trabajo?
Se encogió de hombros.
—Tengo una ocupación. Todo hombre necesita una.
—Bien… De acuerdo. Entonces, um… ¿Qué debo hacer?
Ruben intentó no sentirse decepcionado por el hecho de que ella
no le hubiera preguntado por su trabajo.
—Eso depende de ti. Puedes ir a donde quieras, siempre y cuando
se lo digas a Hans primero, para que él se encargue de la seguridad.
Y Demi te dará acceso a mi cuenta bancaria…
—¿Por qué iba a necesitar acceso a tu cuenta bancaria? ¿No me
estás pagando?
—Por supuesto. Pero si decides que quieres pasar las próximas
semanas, no sé, redecorando mi biblioteca…
—¿Tienen una biblioteca? —exigió, su voz aguda—. ¿Dónde?
—Ah, no es nada importante. Es solo una habitación con un
montón de libros.
—¿Libros de quién?
Se encogió de hombros.
—De nadie. De Agatha. Quiero decir, ella los eligió, ella y Demi.
—Bien —asintió Cherry.
—Genial. —Se bebió su zumo de naranja y se levantó—. Me voy. 116

—Um…
—¡Adiós!
Ruben se sentó y observó cómo ella salía a toda prisa de la
habitación.
Esto no iba bien.
Capítulo 13
Y así siguió. Y siguió y siguió y siguió, durante casi una semana.
Cherry lo evitaba con una convicción impresionante y se abría paso 117
con hielo a través de sus cenas; Demetria lo regañaba sobre listas de
control y actuaciones convincentes como una maestra de escuela; y
Ruben se desesperó. Realmente estaba desesperado.
Él no quería que fuera así. Mierda, nada de esto era ideal y era
completamente culpa suya, pero…
No dejaba de pensar en la mujer que había conocido en la
Academia. Su chispa, su humor cómplice, la confianza que bailaba
en todo lo que hacía. Ahora esa mujer estaba atrapada en su jaula
dorada, haciendo todo lo posible por mantenerlo a distancia y eso le
estaba pasando factura. Parecía un poco más cansada, un poco más
apagada, cada día.
Así que una noche, una semana después de firmar el maldito
contrato, tomó una decisión.
¿Fue una decisión sensata? Probablemente no. Pero entonces, él
no era conocido por su sentido común.
Ruben estaba tumbado en la cama, mirando al techo,
preguntándose qué decía de su vida el hecho de que estuviera
metido bajo las sábanas antes de las 22:30. Nada bueno,
probablemente.
Y entonces la idea lo golpeó y no lo soltó.
«Deberías ver a Cherry. Habla con ella sin la lista de Demi y
Agatha respirándote en la nuca».
«Pero Agatha es lo único que lo hace soportable. Si ella no está
cerca, Cherry probablemente no hablará contigo en absoluto».
«O perderá los nervios y te gritará durante media hora».
Eso sonó bien. Eso sonaba muy bien. Ruben no quería sus miradas
vacías o sus respuestas educadas o su evasión directa. Quería que le
arrancara la puta cabeza de un mordisco.
Tal vez se sentiría mejor después.
118
Saltó de la cama, abrió la puerta de un tirón y salió al pasillo.
Entonces recordó que estaba desnudo y dio media vuelta. Si
aparecía en su puerta sin ropa, había un 98% de posibilidades de
que saliera con las pelotas metidas en el trasero.
Se puso un pantalón de pijama, una bata y emprendió de nuevo el
corto viaje. Marchaba por el pasillo con una disciplina que no había
sentido desde su época más bien anodina en las fuerzas aéreas.
Pero cuando llegó a su habitación, el fuego de sus entrañas se
apagó cuando la realidad lo inundó.
Esto no iba a funcionar. ¿Qué iba a hacer, obligarla a hablar?
¿Pincharla hasta que obtuviera la respuesta que quería? Porque eso
la haría sentir mucho mejor.
Con un suspiro, Ruben apoyó la cabeza contra la fría superficie de
la puerta firmemente cerrada. Estaba tan jodidamente cerca y ni
siquiera importaba. La había arrastrado a su mierda y le había
jodido la vida, solo porque la deseaba. Por muy diferente que
quisiera creerse, en realidad era igual que sus hermanos: un mocoso
malcriado que trataba a la gente como juguetes.
¿Por qué Cherry querría tener algo que ver con él?
Se dio la vuelta, dispuesto a marcharse. Pero entonces le asaltó un
pensamiento.
Si él no disfrutaba, ella tampoco. Pero si llegaban a conocerse, tal
vez podrían llevarse bien durante un año sin que ella se sintiera
atrapada, siempre en guardia.
Quizá alguien tenía que dar el primer paso.
Dudó, rondando la puerta como un fantasma. Su sentido común
le decía que diera media vuelta y volviera a la cama, pero sus
instintos no estaban de acuerdo.
«Sigue siempre tus instintos».
Es curioso, ese mantra le seguía fallando últimamente. Pero le
habían servido tan bien durante tanto tiempo que no podía
renunciar a ellos tras unos cuantos fracasos, ¿verdad?
119
Quizá algo bueno aguardaba al final de todos estos aparentes
errores.
Respirando hondo, Ruben llamó suavemente a la puerta.
Por un momento, no pasó nada. Pero entonces una voz llamó:
—¿Demi?
Ah, mierda. Definitivamente debería haberse ido.
—Soy yo.
Otra pausa y luego dijo:
—Oh.
Eso fue todo. Oh. Él no podía decir si ella estaba enojada o
simplemente sorprendida. Él no podía decir si ese Oh significaba
«ya veo» o «vete a la mierda».
Así que dijo, con voz vergonzosamente tentativa:
—Um… ¿Puedo pasar?
—¿Por qué?
—Cherry —suspiró—. Déjame entrar.
Por un largo, largo momento, pensó que ella lo mandaría a la
mierda. No le sorprendería. Pero cuando finalmente habló, todo lo
que dijo fue:
—Bien. Adelante.
Se quedó helado. ¿Realmente quería decir eso? ¿Había oído mal?
O…
—Por el amor de Dios —le espetó—, date prisa. Antes de que
cambie de opinión.
Por una vez, Ruben hizo lo que le dijeron.
La habitación estaba cubierta por una oscuridad tenebrosa.
Cuando cerró la puerta tras de sí, su visión se apagó por completo.
Pero esperó, sabiendo que sus ojos encontrarían la más mínima luz
en alguna parte, si les daba la oportunidad. De niño había pasado
mucho tiempo encerrado en habitaciones oscuras.
120
Sin duda, los contornos de los muebles aparecieron, tan tenues y
oscuros que no estaba seguro de si los veía realmente o los intuía de
algún modo. Pero ésas eran las fantasías que le habían reconfortado
de niño: «tal vez soy especial, tal vez tengo poderes y algún día los
utilizaré para hacer pagar a todo el mundo».
Ahora era adulto y sabía que su supuesta visión nocturna era
gracias a las rendijas en las cortinas y debajo de las puertas y a unas
pupilas lo suficientemente anchas como para beber esas gotas de luz
y ponerlas en uso.
Se movió con cautela por la habitación, consiguiendo engancharse
a una mesa auxiliar con la cadera, pero sin caerse ni deshonrarse.
Cuando llegó a los pies de la cama de Cherry, se sintió un poco
presuntuoso al sentarse, pero la oscuridad le desorientaba
demasiado como para seguir con ceremonias.
—Oh, por supuesto —dijo ella ácidamente mientras él se hundía
en el colchón—. Siéntete como en casa.
—Hay al menos metro y medio de espacio entre nosotros, así que
no tengas un ataque.
—¿Por qué demonios te dije que entraras?
Ruben suspiró.
—No lo sé. Soy insufrible. Pido disculpas.
Solo recibió silencio como respuesta. No pudo comprender la
calidad de ese silencio. ¿Estaba ella de acuerdo, o simplemente
sorprendida por sus palabras, o demasiado cansada para molestarse
en conversar? Supuso que daba igual.
—Lo creas o no —dijo—, no he venido aquí para irritarte.
Las palabras le recordaron las conversaciones con sus hermanos.
Empezaba a pensar que tenía problemas. Sentía el aguijón del
rechazo con demasiada intensidad y, sin embargo, lo perseguía.
—Entonces, ¿por qué has venido? —preguntó.
121
Aunque había estado tumbada en la oscuridad, no parecía
cansada. Pero entonces, por lo que él podía decir, ella pasó todo el
día en la biblioteca leyendo libros y jugando con su gato.
Así que le dijo:
—Nuestras reuniones no van bien.
—Reuniones —murmuró—. ¿Así es como las llamamos?
—No veo de qué otra forma podríamos llamarlas —dijo
razonablemente—. ¿La preparación para el Gran Engaño?
Ella resopló. Lo que era casi una risa, ¿no? La había hecho reír una
vez. Antes de que aprendiera a desconfiar de él.
Espoleado por aquel bufido, aunque burlón, volvió a intentarlo.
—¿Mejorando el Umbral Ruben de Cherry?
—Algo así —admitió ella.
Ella se movió ligeramente en la cama y él sintió el movimiento a
través del colchón como si estuvieran tumbados uno al lado del
otro. Había dicho que había distancia entre ellos, pero tuvo la
extraña sensación de que, si alargaba la mano, encontraría su tobillo,
o su pantorrilla. Entrelazó los dedos y los puso firmemente sobre su
regazo.
—Sé que esto es difícil —dijo—. Y sé que no te gusto y que no
confías en mí. Pero esto será más fácil para ambos si sabemos algo el
uno del otro una vez que salgamos de este lugar. Y mierda, ojalá no
tuviéramos que hacerlo, pero lo hacemos. Tengo que hacerlo.
—Y yo también —murmuró—. Yo decidí hacer esto. Estuve de
acuerdo. Y supongo que he estado… eludiendo mis obligaciones.
Que no es la forma en que normalmente me comporto.
Eligió sus palabras con cuidado.
—Creo que podrías ser perdonada por sentirte diferente a ti
misma, en este momento.
—Seguro que tienes razón —dijo secamente—. Pero el mundo
sigue girando y todo eso. Creo que ya me he revolcado bastante.
Realmente no me queda bien. 122

—Si has estado revolcándote, ha sido el revolcón más elegante y


glamuroso que he visto nunca.
Ella se rio; una risita adorable que brotó como el agua de una
fuente. Intentó disimularlo, pero él se dio cuenta. Él no podía verla,
pero apostaría dinero a que se había tapado la boca con una mano.
No importaba. En la tranquilidad de la noche y con la forma en que
ella captaba su atención tan minuciosamente, él no podía
perdérselo. Y el sonido le hizo atreverse.
—Quiero conocerte —le dijo con toda sinceridad.
Pero se subió a la cama mientras lo decía y se apoyó en el
cabecero con las manos extendidas antes de acomodarse a su lado.
Ella chasqueó la lengua.
—Crees que eres tan ligero.
—No sé a qué te refieres.
Tiró de las mantas.
—Estás acaparando las mantas.
—Ni siquiera estoy bajo las mantas.
—Espero que no. Pero estás tumbado sobre ellas y me las estás
quitando.
Sintió su pie golpearle la pantorrilla a través de las mantas, un
golpe de refilón. No estaba seguro de si ella lo había pateado a
propósito o si se había topado con él por accidente y se había
quitado de encima en el siguiente suspiro. Quería que volviera a
hacerlo.
Pero no había venido para eso, se recordó con severidad.
—Creo que deberíamos jugar a las veinte preguntas —dijo.
Su respuesta estaba impregnada de sarcasmo.
—Ah, ¿sí? ¿Vas a preguntarme si alguna vez he besado a un
chico?
123
—No. Guardo ese tipo de cosas para verdad o reto.
—Eres ridículo.
—Desde luego que sí. ¿Voy yo primero?
—Puedes preguntar. No te garantizo que responda.
—Me parece justo.
Hizo una pausa, fingiendo pensar en una pregunta. En realidad,
no tenía que pensar. Su mente no era más que un revoltijo de
preguntas cuando se trataba de ella; había mil cosas que quería
saber y tan pronto como sus preguntas fueran respondidas pensaría
en mil más. Por alguna razón, había desarrollado una leve fijación
por aquella mujer. Probablemente porque ella no lo quería.
«Pero, hace un tiempo, ella te quería. Y tú no eras mejor
entonces».
Ignorando firmemente la voz de su cabeza, Ruben dijo:
—Primera pregunta. ¿Quién es tu persona favorita en el mundo?
—Mi hermana —dijo inmediatamente—. ¿Quién es la tuya?
—Agatha —dijo, igual de rápido.
—¿El ama de llaves? —Sonaba incrédula—. Quiero decir, ella es
realmente encantadora, pero…
—No es el ama de llaves —se rio—. Es mi abuela.
—Um… ¿Qué? —Su voz salió como un chillido—. Guau.
Realmente tenemos que llegar a conocernos. ¿Qué demonios? ¿Por
qué hace ella toda tu comida?
—Porque es mi abuela.
Se burló.
—Ignoraré eso. ¿Por qué no la llamas abuela? O como ustedes le
digan.
—Mormor —añadió—. Y nunca adquirí el hábito. Solo la conocí…
—Calculó rápidamente—. Hace siete años.
124
—¿Qué?
—Bueno, no, eso no es exacto. La conocí durante los primeros
cinco años de mi vida. Luego no la vi. Luego, hace siete años, la
volví a ver.
Ella se movió a su lado, el colchón rodó. Imaginó que ella lo
miraba ahora. Entonces no lo había hecho antes.
—Olvida las veinte preguntas —dijo ella—. Explícame eso.
—Bueno… Es la madre de mi madre.
—De acuerdo. ¿Y?
—¿Me has… buscado en Google?
Casi podía oírla poner los ojos en blanco.
—¿Crees que eso es lo que hago en mi tiempo libre? ¿Investigarte?
—La verdad, había imaginado que lo harías. Quiero decir, ¿por
qué no lo harías?
Hizo una pausa. Luego, con un resoplido, admitió:
—Más o menos. Empecé a hacerlo, pero lo primero que salió
fue…
—Kathryn —terminó con gravedad.
Puede que hayan pasado ocho meses, pero ese escándalo en
particular nunca se desvanecería. Se preguntó cuánto había visto.
Cuánto había leído. Si había visto…
—No miré —dijo rápidamente—. Yo no lo haría. Solo vi los
titulares. Y entonces me detuve.
—Ya veo.
Se echó hacia atrás, mirando fijamente a la oscuridad. Esperando
preguntas. Pero ninguna llegó.
Al parecer, ella no iba a insistir en ese tema en particular. Sin
embargo, sintió la necesidad de seguir adelante antes de que ella
cambiara de opinión. 125

—Así que, mi hermano, Harald. El rey. Y mi hermana, Sophronia.


Son mis medios hermanos. Tenemos diferentes madres.
—Bien —dijo ella, suavemente.
Como si fuera con cuidado. Como si ya supiera que era un tema
difícil. ¿Lo había delatado su voz? Le había parecido
admirablemente firme.
En realidad, probablemente fue el hecho de que había estado
separado de su propia abuela durante la mayor parte de su vida lo
que le dio la pista. Sí. Eso tenía sentido.
—Mi madre era criada. Luego conoció a mi padre y supongo que
se enamoraron. Él se divorció de su esposa, la reina consorte, la
madre de mi hermano. Esto fue cuando mi hermano tenía, supongo,
quince años y Sophronia debía tener trece. Mi padre abdicó al trono
y mis padres se casaron. Yo llegué poco después.
—Tu padre abdicó —murmuró—. ¿Eso no significa…?
—La madre de Harald fue reina regente durante cinco años —dijo
Ruben. Sentía la lengua embotada, entumecida, demasiado gruesa
para su boca—. Luego Harald se convirtió en rey.
—¿Solo cinco años? Eso es mucha responsabilidad para un
veinteañero.
—Sí. Pero no había muchas opciones. Después de cinco años,
Johanna, la Reina Regente… —Dudó—. Bueno, ella se quitó la vida.
Cherry exhaló suavemente. Apenas fue un suspiro, pero contenía
un gran significado. Antes de que ella pudiera decir nada, él
prosiguió:
—Lo hizo al día siguiente de la muerte de mi padre… y mi madre.
La oyó tragar saliva. El pequeño sonido fue fuerte como un trueno
en la quietud de la habitación. Y entonces, desde el negro vacío, sus
dedos rozaron su mejilla. Tentativos, buscando. Después de aquel
primer contacto, ella lo tocó por completo, su suave mano acunó su
rostro como si fuera un niño. Se dio cuenta demasiado tarde de que
126
ella sentiría la humedad. Demasiado para mantener su voz firme.
—¿Qué pasó? —preguntó en voz baja.
Ah, qué pregunta. Aun así, había llegado hasta aquí con un
espíritu de honestidad. Y algo le decía que Cherry valoraba eso.
Ruben recitó la historia que había cambiado su vida con la menor
inflexión posible.
—Les gustaba navegar. Tenían una casa en la costa. Y a mi madre
le gustaba salir a escondidas, es decir, odiaba que la vigilaran todo el
tiempo, que la siguieran todo el tiempo.
Él también lo odiaba, aunque comprendía la necesidad de
seguridad. Debería aprender de los errores de sus padres y dejar de
intentar desaparecer.
Pero entonces, si no fuera el imprudente hijo de su madre,
probablemente no estaría aquí con Cherry ahora mismo.
—Salieron a navegar en medio de la noche, se desató una
tormenta y se ahogaron. Trágico accidente. Mundano, en realidad.
—Ya veo —susurró—. Yo… lo siento.
—Solo se casaron por mí. Nací seis meses después de la boda.
Ocho meses después del divorcio. Y solo murieron porque estaban
juntos…
—Basta —dijo suavemente—. Ya basta.
Respiró hondo, los pensamientos familiares y oscuros como un
cuchillo dentado hiriéndolo en las tripas. Abriendo el mismo tejido
cicatricial.
—¿De veras? Debería contarte todos los detalles sórdidos, de
verdad…
—Ruben.
—Al menos entonces entenderás por qué no puedo… por qué
tengo que evitar deshonrarme más. El nombre de la familia ya sabes.
Mi sola existencia ya hace las cosas… complicadas. Si pudiera,
renunciaría a mi título por completo. Pero no puedo. Porque 127
entonces sería como…
—Ruben.
—Me parezco demasiado a mis padres, a mi madre, es lo que
siempre dice Harald. Imprudente. Pero lo sé y lo controlo. Tenía
todo bajo control. Todo iba bien, hasta que elegí mal.
Su respiración se entrecortó y su mano se apartó y él tardó un
minuto en darse cuenta de lo que ella creía que quería decir.
—¡No, no! —Le tomó la mano y se la llevó a la mejilla. Como si lo
necesitara. Como si la necesitara a ella—. No me refiero a ti. Me
refería a otra cosa. Antes.
No quería decir el nombre de Kathryn. Estaba cansado de oírlo,
incluso de sus propios labios.
—Está bien —dijo finalmente.
La tensión de su muñeca desapareció y volvió a tocarlo. Luchó
contra el instinto de frotarse contra ella como un animal. Ya se había
avergonzado bastante por una noche.
Estuvieron un rato en silencio. Tanto, que él podría haber pensado
que se había dormido, de no ser por el lento deslizamiento del
pulgar de ella sobre su mejilla. Entonces, de repente, ella dijo:
—He estado intentando que no me gustaras. Pero he decidido
dejar de hacerlo.
Dudó.
—¿Qué quieres decir?
—Ya sabes lo que quiero decir. —Había una sonrisa en su voz—.
Quería odiarte por hacerlo todo tan complicado, pero sinceramente,
me aburre. Estar enfadada todo el tiempo es agotador. Y tienes
razón; tenemos que conocernos.
—Lo hacemos —dijo lentamente, luchando por calmar los rápidos
latidos de su corazón—. Pero es más fácil así, ¿no?
128
—Por supuesto que sí —dijo simplemente—. Todo es más fácil en
la oscuridad.
Ruben rodó hacia ella y le rodeó la cintura con un brazo. Y por
una vez, incluso cuando sintió las suaves curvas de su cuerpo bajo la
manta, su mente se mantuvo alejada de la cuneta. Simplemente la
acercó y le susurró en la frente:
—Volveré. Si tú quieres. Mañana.
No creía haber imaginado la forma en que se inclinó hacia él.
—De acuerdo.
—De acuerdo.
Le dio un beso en la frente. Luego la soltó, se levantó y se fue.
No le pareció bien, pero lo hizo de todos modos.
Capítulo 14
A la mañana siguiente, Cherry dedicó quince minutos más a
maquillarse. No para Ruben, se dijo apresuradamente; los hombres 129
nunca aprecian el delineado con alas. Ella estaba de ese humor.
Cherry parpadeó al mirarse en el espejo del baño. Los focos del
techo proyectaban sombras poco favorecedoras sobre su rostro. Pero
al menos la luz era buena: blanquecina, en lugar de amarilla o
anaranjada. Y su delineador estaba bien afilado. Definitivamente,
estaba preparada.
Salió de su cuarto de baño, ignorando deliberadamente su cama.
La cama donde, justo anoche, había hablado con Ruben. Lo había
tocado. Lo había consolado.
También había pensado en follárselo a fondo. Pero eso, se aseguró
a sí misma, era un impulso natural cuando se enfrentaba a un
dolorosamente atractivo y dominante idiota. Bueno, al menos para
ella.
«Una debilidad no es una debilidad mientras la aceptes».
Por primera vez desde que había llegado, Cherry salió de su
habitación sin una sensación de miedo abrumador. No temía
encontrarse con Ruben en los pasillos ni compartir una comida con
él. No temía el momento en que tuviera que rechazar todos los
sentimientos que él le provocaba y sustituirlos por una muestra de
desdén.
Sí, había necesitado sentirse desgraciada durante un tiempo,
aunque solo fuera por su propia tranquilidad. Y sí, estaba resentida
con él. Porque a pesar de que ella había aceptado todo esto, todavía
se sentía como una trampa.
Pero ésta era su realidad y lo seguiría siendo en el futuro
inmediato, así que más le valía sacar algo de ella. Como… flirtear
con un hombre que era lo suficientemente guapo como para hacer
que su corazón tartamudeara. Sí, eso se sentía como un beneficio
sólido.
Y el dinero, por supuesto. Pero en ese momento, sus padres
estaban siendo terriblemente tercos en aceptarlo.
130
Entró en la cocina en busca del desayuno y su expectación
aumentó cuando oyó que alguien hurgaba en la despensa. Pero
entonces la puerta de la despensa se abrió, dejando ver dentro a
Agatha y no a Ruben.
La anciana esbozó una sonrisa al ver a Cherry. Fue lo bastante
dulce como para casi hacerla olvidar su decepción.
Casi.
—¡Cherry! Buenos días. —La voz de la mujer mayor era áspera,
su acento cantarín tranquilizador—. ¿Cómo estás? ¿Has dormido
bien?
—Sí —sonrió Cherry.
Estudió el rostro de Agatha en busca de ecos del de Ruben y
encontró algunos: la nariz aguileña, las cejas espesas… aunque las
de Agatha eran rubias.
—Siéntate, siéntate. Te prepararé el desayuno.
—Oh, no, está bien. —Cherry estaba segura de que había
engordado dos kilos en la semana que llevaba aquí. Lo que estaría
bien, si su ropa no fuera tan… a medida. Pero ahora era rica. Podía
comprarse más ropa—. En realidad, eso sería genial. Pero puedo
hacerlo yo.
—¡No, no, no seas tonta! —gritó Agatha.
—De verdad, me gusta cocinar.
Eso hizo reflexionar a la mujer.
—¿En serio?
—Sí. Quiero decir, sobre todo hornear, pero…
—Oh, ¿tú horneas?
—Sí yo…
—¡Demetria! —bramó Agatha, su voz áspera de repente fuerte
como una manada de elefantes. Dios santo. Cherry resistió el
impulso de taparse los oídos cuando la mujer volvió a gritar—:
¡Demetria! Ven aquí. 131

Hubo una pausa. Luego el suave sonido de unos pies avanzando


por el pasillo.
—¿Qué? —gritó Demi, corriendo a la cocina—. ¿Qué pasa?
—Nada, nada. Tranquilízate. Cherry solo me dice que le gusta
hornear.
Demi exhaló.
—Agatha ya hemos hablado de esto. Cuando gritas así, la gente
piensa que algo va mal.
—Oh, silencio. Tus nervios son tan delicados. Jóvenes. —Agatha
chasqueó la lengua y puso los ojos en blanco—. De todos modos, sé
que quieres aprender a hornear, ¿no? Pero mi repostería es una pila
humeante de mierda de caballo.
Cherry parpadeó. De acuerdo; así que la anciana abuela de
Ruben, con su delantal de flores y su amor por la cocina, tenía boca
de marinero. Claro. Por qué no. No importaba.
—Chicas —dijo Agatha—, ninguna de ustedes se divierte.
Deberían divertirse juntas. Hornear, ¿ja?
—Um… —Demi miró su reloj—. Estoy un poco…
—Oh, basta. Todo lo que mi nieto hace es complacer a los niños
todo el día. No puede tener tanto trabajo.
¿Niños? Cherry se dio cuenta de que nunca había preguntado por
la supuesta ocupación de Ruben. Cuando él lo mencionó por
primera vez, ella estaba desesperada por alejarse de él, por terminar
la conversación antes de que él hiciera algo absolutamente adorable
o insoportablemente sexi y arruinara su decisión de odiarlo.
«Quizá pueda preguntárselo esta noche».
Pero su mente no imaginaba su cita para cenar cuando pensaba en
esta noche. Imaginaba la oscuridad, el calor de su cuerpo, el
zumbido bajo y ahumado de su voz.
—Bien —suspiró Demi—. Quiero aprender a hornear.
132
Cherry sacudió ligeramente la cabeza, apartando sus
pensamientos tan inapropiados. La abuela del hombre estaba allí,
por el amor de Dios.
—Hornear ¿un…?
—Pastel —dijo Demi—. Me encanta la tarta. Así que pensé que
debía aprender a hacerla, pero… Bueno, no se me da bien seguir
instrucciones.
A Cherry le pareció bastante sorprendente, teniendo en cuenta lo
buena que era Demi dando instrucciones. Pero la perspectiva de
tener algo que hacer aparte de jugar con Whiskey, enviar mensajes
de texto a Maggie o evitar las llamadas de Rose, a quien era mucho
más difícil mentir que a Jas y Beth, hizo que el día de Cherry
pareciera más alegre.
—De acuerdo —dijo—. Me gustaría eso. ¿Cuándo quieres
empezar?
Demi estudió su reloj. Era negro, elegante y caro y no tenía
ningún número en la esfera lisa y brillante.
—¿Una hora? —dijo.
—Claro. Una hora —sonrió Demi.
Cuando se marchó, Agatha puso un plato de beicon y pan de
centeno sobre la mesa con una sonrisa.
—Ya está. ¿Está todo bien, ja?
—Sí —murmuró Cherry, algo feliz y esperanzado floreciendo en
su pecho—. Todo está bien.
Ruben llegó a casa de mal humor.
Era curioso; había estado tan preocupado por Cherry durante la
última semana que ni siquiera se había dado cuenta de que Hans
seguía enfadado con él. Pero ahora que Cherry ya no quería matarlo
(esperaba) se le abrían los ojos a todo tipo de cosas. Como el hecho 133
de que su mejor amigo seguía al borde de la furia.
—¿Eso es todo, Su Alteza?
—Deja de alabarme —gruñó Ruben, quitándose el sombrero y la
bufanda tirándolos junto a la puerta.
Hans lanzó una mirada habladora a los guantes.
—Si los dejas ahí, Agatha los ordenará.
—No paro de decirle que deje de limpiar, mierda. —Ruben miró
el montón de lana—. Vivo aquí porque no quiero que la gente
ordene mi desorden.
—Entonces no deberías haberle dado una llave.
—Oh, mierda. —Agarró el sombrero y la bufanda del suelo y los
colgó junto a la puerta—. ¿Contento?
Hans se limitó a olfatear antes de relajarse.
Había que hacer algo. Discutir era una cosa, pero estaba claro que
Hans seguía furioso.
Lo cual era bastante justo. Si Ruben lo hubiera escuchado desde el
principio, nada de esto estaría pasando.
Deambuló por el pasillo, obligando a su mente a centrarse en
temas más sencillos, como la reunión que acababa de tener con un
director de una escuela local. No quería hablar antes de tiempo,
pero creía haber encontrado otro socio para su programa de becas
en Helgmøre.
Su fundación tenía seis sucursales internacionales (hasta ahora) y
había empezado a ofrecer becas a escala nacional el año pasado. Iba
bien y crecía rápido. Así que se fijó en el Reino Unido, su segunda
patria…
Y encontró a Cherry, cuya risa flotaba por el pasillo como música.
La concentración de Ruben se desvaneció y su mente se convirtió en
un torbellino de fantasía y recuerdos, los dos entrelazados como
amantes. Cherry en la oscuridad, tocándolo con amabilidad, se
convirtió en Cherry a la luz del día, tocándolo porque simplemente
134
no podía parar.
Su risa sonaba como el océano, cuando Ruben era niño y sus
padres lo llevaban a la costa. Bajaba la ventanilla y escuchaba con
impaciencia el suave y lejano murmullo, cada vez más fuerte y
potente, como un zumbido de excitación.
Sus pies siguieron el sonido y su mente no se molestó en discutir.
Estaba en la cocina, de espaldas a él, con un delantal atado a la
cintura. El lazo que llevaba a la espalda le cubría el trasero y sus
rizos rebotaban mientras reía. Ruben se cruzó de brazos y se apoyó
en el marco de la puerta, aprovechando la oportunidad para
observarla sin ser detectado.
Al menos, pensó que no había sido detectado. Ni siquiera se había
dado cuenta de que Demi también estaba en la habitación, no hasta
que ella dijo:
—Hola, Ruben.
Su tono era ligeramente burlón, ligeramente petulante y cuando
por fin la localizó, de pie junto a la nevera, su sonrisa era socarrona.
¿Quién necesitaba hermanitas cuando tenía asistentes personales
arrogantes?
—Hola, Demi —suspiró, justo cuando Cherry se dio la vuelta.
Dios, era tan jodidamente guapa. Le mostró su sonrisa perfecta, la
de los concursos de belleza, con los dientes justos y la insinuación de
un hoyuelo. Si se había preguntado cómo reaccionaría después de lo
de anoche, ahora tenía la respuesta: estaba nerviosa.
Bien. Él también estaba nervioso.
—Hola —dijo, sonaba ligeramente sin aliento.
Lo cual, se dijo, no tenía nada que ver con su llegada. Llevaba un
enorme cuenco apretado contra el pecho y removía su contenido con
un vigor alarmante. Así que tal vez había estado allí de pie,
revolviendo y riendo y hablando con Demi y ahora estaba sin
aliento.
135
O tal vez estaba recordando cómo se sentía al tocarlo en la
oscuridad.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó, intentando sonar
despreocupado.
Creyó que lo había conseguido. ¿Por qué bajó la mirada hacia su
cuenco en lugar de mirarlo a los ojos? ¿Era bueno o malo?
—Hornear —dijo.
—¿Hornear…?
—Nada emocionante. Pasteles de hadas ya sabes.
—Cupcakes —dijo Demi.
—¡No son cupcakes! —Cherry sonrió a Demetria, sonrió de
verdad. Sus mejillas se hincharon, sus hoyuelos brillaron y todo en
ella se relajó—. Los pasteles de hadas son más pequeños. Y menos
dulces. Y simplemente… mejores.
—¿Cómo puede ser menos dulce y mejor en la misma frase? —
Demi sonaba indignada.
—La sutileza lo es todo —dijo Cherry descaradamente—. No
esperaría que lo entendieras.
—Te pondré glaseado en el pelo. Lo haré.
—¡No te atreverías!
Ruben las observó bromear con una sensación desconocida en el
estómago. Tardó unos segundos en identificar ese sentimiento como
celos.
Estaba perdiendo el puto control. Apretó los dientes y se dijo con
firmeza que no fuera ridículo. Pero ahora la vocecita de su cabeza le
susurraba:
«En realidad, no es tuya y Demi lo sabe. No tienes ningún derecho
sobre ella…».
—Demi —dijo bruscamente—. La reunión ha ido bien.
Dejó una jarra y la botella de leche que había estado vertiendo en
136
ella, su sonrisa se desvaneció cuando levantó la vista hacia él.
—Eso es… bueno.
—Quiero que participen.
Lo miró fijamente durante un momento, con el rostro inexpresivo.
Pero entonces sus labios se curvaron en una leve sonrisa y dijo:
—¿Quieres que empiece con el papeleo?
¿El papeleo que ya había hecho doce veces y que podía preparar
mientras dormía?
—Sí, por favor.
—Sí, sí, capitán. —Se quitó el delantal y se desempolvó las manos
en la parte trasera de los vaqueros—. Hasta luego, Cherry. El deber
me llama.
—Oh, bien. Hasta luego, entonces.
Cherry sonaba demasiado decepcionada para el gusto de Ruben.
Pero Demi parecía extrañamente complacida, su mirada oscura lo
escrutaba con una intensidad que normalmente reservaba para la
correspondencia oficial y los partidos de fútbol. Chocó ligeramente
con él al pasar por la puerta y, cuando miró por encima del hombro,
le estaba sacando la lengua mientras se alejaba.
Era un tonto. Como si Demetria de todas las personas lo intentaría
con Cherry.
Claramente, los celos eran una emoción impredecible.
Aun así, había un lado positivo. Ahora, tenía a Cherry sola. Ella
había vuelto a darle la espalda y removía el contenido de aquel puto
cuenco como si su vida dependiera de ello. Pero por la postura de
sus hombros, por su inusual silencio, por la forma en que el aire
brillaba entre ellos como si la habitación estuviera caliente, él sabía
que ella estaba esperando.
Y nunca haría esperar a una dama.
Cruzó la habitación antes de que pudiera dudar de sí mismo. Sus
137
manos se posaron en las caderas de ella y sintió como todo lo que
siempre había necesitado, pero eso no tenía sentido. Nada tenía
sentido. Hasta que ella dejó el maldito cuenco y se dio la vuelta en el
círculo de sus brazos y lo miró con ojos grandes, oscuros e infinitos.
Entonces, de repente, todo fue perfecto.
—Sigues sin gustarme —susurró, con los labios fruncidos.
—Sí que te gusto. Si no lo haces, se me romperá el corazón.
—Ajá. Cómprate uno nuevo. —Ella le puso las manos en el pecho
y él pensó, por un momento, que podría apartarlo. Pero ella se
limitó a juguetear con los botones de su camisa, deslizando los
dedos bajo su corbata. Luego dijo—: ¿Adónde has ido?
—A una escuela en la ciudad.
—¿Por qué?
—La misma razón por la que estuve en la Academia. Elaboré
programas de becas para los chicos que asisten a mis A.P.s8.
Ella levantó las cejas y él pensó que podría estar impresionada.
—¿Manejas provisiones alternativas?
—Sí. Para niños de entornos desfavorecidos que están
desmotivados o tienen necesidades únicas de aprendizaje, etcétera.
Pero algunos de ellos son jodidamente inteligentes y empecé a
pensar en lo que conseguirían asistiendo a escuelas como la
Academia. Quiero decir, no escuelas como la Academia:
probablemente se asfixiarían.
—Cierto —murmuró ella. Tenía los ojos clavados en su pecho y
ahora jugueteaba con su corbata. Él bajó la mirada hacia las pestañas

8
Provisiones alternativas: es educación fuera de la escuela, organizada por las autoridades locales o
las propias escuelas cuando un niño o joven no puede acceder a la escuela ordinaria por motivos que
incluyen exclusión escolar, problemas de conducta o enfermedad.
de ella. Tenía una especie de maquillaje oscuro alrededor de los ojos
que la hacía parecer una gata. Bueno, incluso más gata que de
costumbre—. Entonces, ¿por qué estabas mirando una escuela en
Inglaterra? —preguntó.
—El Fondo Fiduciario opera en varios países europeos. 138

Finalmente levantó la vista, con ojos cálidos.


—¿El Fondo Fiduciario?
—La Fundación Abmjørn.
—Ambjørn es tu apellido, ¿verdad?
—De mi madre.
—Ah.
Ella lo miraba con una expresión que él no reconocía. Tenía los
ojos brillantes, los labios ligeramente entreabiertos y una media
sonrisa, como si lo viera por primera vez.
Pero entonces un tintineo hizo estallar la burbuja que los rodeaba
y ella levantó las manos, apartándolo.
—¿Dónde está ese maldito paño de cocina? —murmuró,
recorriendo la cocina.
Lo tomó de la isla y se acercó al horno. Ruben se apoyó en la
encimera y la observó agacharse. Sí, era un cerdo, pero valía la pena.
Sacó una bandeja de pastelitos y luego otra y las colocó en el
mostrador con una floritura.
—¡Ya está! Tres y cuatro.
—¿Tres y cuatro?
Se dio la vuelta y señaló con la cabeza un armario.
—Uno y dos están ahí.
Lo abrió y encontró dos recipientes de plástico llenos de pastelitos
decorados en lavanda, rosa y crema, con purpurina, ¿es comestible
la purpurina?
—Has hecho muchas tartas —dijo finalmente.
—Hay un montón de cosas aquí. ¿Horneas?
—Ah, no. Sé cocinar, pero no hornear. Agatha lo intenta, pero se
le da fatal.
139
—Hm. —Había vuelto a su cuenco, pero ahora estaba sirviendo la
mezcla en bandejas llenas de cajitas de papel—. Sabes, ¿nunca
llegaste a explicar cómo ustedes dos… se separaron?
—Nos separaron —dijo. Entonces se dio cuenta de que su voz
había sido demasiado aguda, demasiado dura—. Quiero decir…
quiero decir que ella no me habría dejado.
—No —dijo Cherry suavemente—. Estoy segura de que no.
¿Separados por quién?
Suspiró y se puso a su lado. Ella sacó la mezcla con movimientos
seguros y experimentados, sin derramar ni una gota mientras la
transfería a los moldes. Estaba claro que lo hacía a menudo.
—Mi hermano —dijo finalmente—. Mi hermano cortó todo
contacto con mi familia materna, después de la muerte de mis
padres.
No era algo que le gustara contar a la gente. Revelaba demasiado
sobre la dirección que había tomado su vida, una vez que se había
convertido en propiedad de su hermano. O responsabilidad, como
diría Harald.
Pero Cherry no hizo ninguna expresión, no dijo ni una palabra, ni
siquiera levantó la vista. Se limitó a asentir y a seguir sirviendo la
masa del pastel.
—Entonces… cuando fui mayor le pedí a Hans que la encontrara.
Por supuesto, ella estaba en el mismo lugar de siempre. En este
pueblo. —Se humedeció los labios. Sentía la garganta seca, de
repente—. La casa principal era de mi padre. Una especie de
escapada al campo. Es donde él y mi madre se conocieron.
—Ya veo. ¿Y esta casa?
—Oh, la construí yo mismo. No quería vivir ahí.
—¿Por qué?
—No me gusta… —se interrumpió, dándose cuenta de repente de
que había dicho demasiado. Pero el movimiento de las manos de
140
ella y la suavidad de su voz eran casi hipnóticos y ella seguía sin
mirarlo y las palabras se le escaparon de repente con
desesperación—. No me gustan las casas grandes. Parecen un
palacio.
Finalmente, su mirada oscura se volvió hacia él y bien podría
haberlo clavado a la pared.
—¿Te criaste en un palacio?
Tragó saliva.
—Sí.
Asintió pensativa. Luego dijo, con un tono repentinamente
brillante:
—¿Quieres ayudarme a decorar estos pasteles cuando se enfríen?
Dudó. No porque la respuesta fuera no, sino porque de repente
sintió miedo. Miedo de las palabras que ella le arrancó sin siquiera
intentarlo, miedo de la forma en que ella lo miraba como si leyera el
significado detrás de cada una de sus respiraciones. Lo último que
necesitaba era que alguien lo entendiera.
Cualquiera que lo entendiera se iría.
Pero levantó las cejas y dijo:
—Le dije a Demi que habíamos decidido pasar tiempo juntos. Así
que ahora tenemos que hacerlo, o se llevará una gran decepción.
—Me parece justo —dijo y a pesar de sus preocupaciones, sintió
que sonreía—. Dime qué tengo que hacer.
Tras un par de horas en la cocina con Cherry, Ruben comprendió
por qué le encantaba hornear.
Era casi terapéutico seguir sus instrucciones murmuradas,
remover los ingredientes y programar los tiempos. Después de que
demostrara ser poco eficaz en el aspecto estético de las cosas (sus 141
arreglos de glaseado parecían más bien accidentes), Cherry lo puso
a trabajar con una esponja.
Sus instrucciones eran claras y sonreía cuando se equivocaba. Lo
obligaba a lavarse las manos antes y después de cascar huevos, le
golpeaba el trasero con una cuchara de madera cuando no se
apartaba lo bastante rápido y se reía cuando le echaba azúcar glas
por la nariz, aunque, para su decepción, no tomaba represalias ni se
peleaba por la comida. Él esperaba restregarle azúcar en el escote en
nombre de la guerra.
De alguna manera, le enseñó la receta de los puddings9 de
chocolate mientras ella se sentaba en la barra del desayuno y
jugueteaba con el glaseado jaspeado. No tenía ni idea de lo que
significaba, pero tenía muy buena pinta.
—Deberías ser profesora, Cherry.
—Oh, no —se burló—. Al diablo con eso. No me llevo bien con los
niños, por eso me quedo en la torre todo lo que puedo.
Ruben se rio.
—Bien. Me parece justo. Una conferencista, entonces.
Ella arqueó una ceja.
—¿En serio, Ruben? ¿Eso no requiere tres o cuatro o los títulos
que sean?
—Podrías hacerlo.
—Dentro de mil años, tal vez. No soy el cerebro del equipo
administrativo.

9
Dulce hecho con bizcocho o pan deshecho en leche, con azúcar, huevos y frutos secos, también es
conocido como budín.
Suspiró, la exhalación puntuada por el trino del temporizador.
Sus budines estaban listos.
—Eres más inteligente que la mayoría de la gente que conozco —
dijo a la ligera—. Puedes hacer lo que quieras.
142
Ella no contestó. Miró hacia ella y la vio jugueteando con un
puñado de arándanos, conteniendo una sonrisa. Satisfecho de que al
menos le estuviera escuchando, Ruben sacó los budines del horno
con una floritura y los presentó como una ofrenda.
—Oh, bien hecho —dijo, sonando bastante sorprendida.
Todas las esponjitas se habían levantado, sin quemarse, e incluso
parecían algo ligeras y aireadas. Él mismo estaba bastante
sorprendido.
—Gracias —sonrió, dejándolos sobre la encimera—. Todo gracias
a tu experta guía, por supuesto.
Resopló. Luego se inclinó sobre los budines de chocolate y cerró
los ojos, aspirando el aroma de las almendras y el cacao con una
expresión de puro placer en el rostro. Durante la última hora, Ruben
había estado demasiado ocupado siguiendo instrucciones como
para acordarse de lo mucho que deseaba a la mujer que tenía
delante. Ahora volvía a estar en primer plano.
El calor de la cocina dejó resplandeciente la rica piel de Cherry y
pequeños mechones de pelo brotaron alrededor de su cara con
particular entusiasmo. Cuando volvió a abrir los ojos, Ruben la
miraba con lo que él sabía que era pura lujuria.
Se mordió el labio.
Se acercó más, con voz grave.
—¿Qué quieres hacer? Profesionalmente, quiero decir.
Preguntó porque llevaba un rato sintiendo curiosidad. Ella no
había parecido disgustada por dejar su trabajo y no estaba
entusiasmada con la educación, claramente.
Cherry parpadeó. Probablemente no era eso lo que esperaba que
dijera. Pero incluso cuando la deseaba, cuando el deseo lo acosaba
sin tregua, Ruben seguía queriendo conocerla. Quería eso más que
cualquier otra cosa.
Se encogió de hombros, dándose la vuelta ligeramente. 143

—No lo sé.
—Oh, vamos. Debes hacerlo.
Le dirigió una mirada sombría.
—¿Debo hacerlo? Supongo que debería. Soy una mujer adulta,
después de todo.
—¿De verdad no lo sabes?
—Bueno —suspiró—. Tengo algunas ideas. De niña quería hacer
tartas de boda. Pero luego cumplí dieciocho años y necesitaba un
trabajo y… Bueno, se me da bien decirle a la gente lo que tiene que
hacer y engatusarla para que lo haga. Así que fui a Rosewood.
Asintió lentamente.
—RRHH, ¿verdad? ¿No te gustó?
—Me gusta y realmente se me da bien. Pero he estado
pensando… Ahora soy rica. Ya sabes, gracias a ti. —Esbozó una
sonrisa irónica—. Puedo hacer lo que quiera. Como… ¿empezar un
pequeño negocio? No lo sé. Solo estoy jugando con las ideas. Tengo
un año para pensarlo.
Ruben ignoró el recordatorio del plazo de su… asociación, porque
pensar en ello le incomodaba de algún modo. Pero todo lo demás
que ella había dicho le intrigaba.
—Puedo verte como una mujer de negocios. Estás pensando en tu
sueño de la tarta nupcial, ¿verdad?
Puso los ojos en blanco.
—No es un sueño. Es solo una idea.
—Bien. —Sonrió—. Pero, aunque fuera un plan de negocios en
toda regla con capital inicial, ¿me lo dirías?
Ella lo miró con picardía.
—No se lo diría a nadie. Al menos hasta que ganara mi primer
144
millón.
Ruben se rio, deslizando una mano por su pelo. No pudo evitarlo.
—Realmente eres algo, Cherry.
—Sí. Eso me han dicho.
Capítulo 15
No la tocó en la cocina. No la tocó cuando se cruzaron por los
pasillos, ni cuando se sentaron a cenar con Demi, Hans y Agatha. 145

Pero aquella noche, cuando entró en su habitación, se tumbó a su


lado y rezó a todos los dioses que se le ocurrieron para que ella
pudiera tocarlo.
No lo hizo, por supuesto. Pero la sonrisa en su voz cuando habló
se sintió casi tan bien como sus manos podrían haberlo hecho.
—Hoy llamé a mis padres.
—¿Sí? —Se pasó las manos por debajo de la cabeza para no
tocarla—. ¿Cómo están?
—Bien. Siguen vagamente confundidos con todo esto, pero mi
madre disfruta presumiendo ante los vecinos. Mi padre todavía está
un poco atascado en el hecho de que nunca se conocieron.
—Mmm. Apuesto a que sí.
La fácil comodidad de la compañía de Cherry no fue suficiente
para amortiguar la alarma que se disparó en las tripas de Ruben.
Cherry era una niña de papá. Y su padre casi seguro que le odiaba.
—Todo el mundo ha estado debatiendo acerca de ti en el chat del
grupo familiar.
—¿Tienes un chat de grupo familiar?
—Sí. Maggie lo creó.
Intentó sonar despreocupado mientras decía:
—¿Y qué piensa tu padre de mí?
—Um… Se reserva el juicio.
—¿Lo hace?
—No. Cree que eres un vividor malvado que me va a romper el
corazón, pero se alegra de que pueda viajar.
Ruben no pudo contenerse. Se echó a reír.
—Supongo que el sentido práctico te viene de su lado de la
familia.
—Algo así. Aunque está siendo muy poco cooperativo sobre…
146
Ruben frunció el ceño y se volvió hacia ella. Alargó la mano y
posó la palma en la cintura de ella, suave y perfecta.
—¿Sobre qué?
—Um… La matrícula de mi hermana y… cosas. Quiero decir, te
dije que Maggie está en América, ¿no?
—Sí. Tu hermanita genio.
—Bien. Bueno, todos contribuimos a su matrícula y su… Bueno,
tiene anemia falciforme. ¿Sabes lo que es eso?
—Ah… —Buscó en su mente. Se quedó en blanco—. He oído
hablar de ella, pero no realmente.
—Bien. Bueno, básicamente, es una cosa genética, una
enfermedad de por vida y ella necesita medicamentos y citas
regulares con el médico y esas cosas. Pero ya sabes, en Estados
Unidos, tienes que pagar mucho. Y con el tipo de estudios que hace
y su enfermedad, no queremos que trabaje. De todos modos, no
ganaría lo suficiente para pagar las facturas.
—Bien. Entonces… —Cerró los ojos mientras la verdad se hundía
en sus entrañas como un puño—. Así que por eso necesitabas el
dinero. Para tu hermana.
—No —dijo ella seriamente—. Me lo voy a gastar en mi colección
de zapatos.
Resopló.
—Claro. ¿Qué pasa con tu padre?
Si seguía hablando, su creciente culpabilidad podría tardar un
poco más en asfixiarlo.
«La arrastraste a tus problemas para salvar tus putos delicados
sentimientos y ella lo hace por su hermana enferma. Eres un puto
villano de Disney».
—Bueno —dijo Cherry—, iba a usar el dinero que me das, pero…
147
—Pero él no quiere que lo hagas.
La voz de Ruben sonaba tan sombría como él se sentía. Cada vez
que se permitía olvidar lo imbécil que había sido, algo sucedía para
recordárselo. Esta vez, se dio cuenta de que la había atrapado más
con la oferta de dinero que con sus palabras a aquella maldita
periodista.
—Pagaré los gastos directamente —dijo—. De todas formas, no
deberías gastar tu dinero en eso.
—¿De qué estás hablando?
—El dinero es para ti. Es lo que te debo. Pagaré la matrícula de tu
hermana y lo que sea.
Se burló.
—Eso no tiene ningún sentido. El dinero es para mí y quiero
gastar mi dinero en…
—Hablaré con Demetria sobre ello. Y ella hablará contigo. ¿De
acuerdo?
Hubo una pausa. Casi podía oír su mente dando vueltas,
considerando la oferta desde todos los ángulos. Porque
probablemente no confiaba en él ni en sus motivaciones.
Le quitó la mano de la cintura.
Pero luego dijo:
—Bien. Tienes razón. Me lo debes.
Exhaló, aliviado.
—Bien. Lo arreglaré mañana. —Entonces un pensamiento lo
golpeó—. Tu padre me va a odiar aún más, ¿verdad?
—Oh, sí.
—Genial. —Soltó una carcajada—. Supongo que a los padres
nunca les gustan sus yernos. —Se congeló al darse cuenta de lo que
había dicho—. Quiero decir… no es que nosotros… obviamente no
somos realmente…
—Lo sé —interrumpió ella—. En realidad, no nos vamos a casar. 148
No te preocupes. No es probable que lo olvide.
Su voz era tensa, ligeramente distante y aunque estaban lo
suficientemente cerca como para que él pudiera sentir el calor que
irradiaba de ella, la brecha entre ellos se ensanchó.
Porque, por supuesto, ella no tenía ni idea del lío que tenía en la
cabeza. Lo fácil que sería para él olvidarlo. Lo mucho que la
deseaba, aunque no debiera.
—Cherry —dijo y luego se le cortó la respiración mientras
buscaba las palabras. El momento se alargó hasta que tuvo que
hablar, pero sabía que sus palabras serían inadecuadas—. Si digo
cosas así —explicó—, no es por ti. No es por tu beneficio. Es por mí.
¿Bien? Es solo por mí.
Suspiró.
—¿Qué significa eso?
—Solo que… me gustas. Si no hubiera jodido tanto las cosas,
habría intentado… No sé. Volver a verte, definitivamente. El día que
nos conocimos, sentí como si me hubieran golpeado en la cabeza. —
Se sintió aliviado al oírla reír—. No debería haber hecho ninguna de
las cosas que hice ese día. Cometí un montón de errores. Pero
invitarte a salir, no fue uno de ellos.
Porque era importante que ella lo supiera. Muy, muy importante.
Ella alargó la mano y buscó la suya a tientas. Él la dejó forcejear
un segundo, sus dedos rozaron su pecho desnudo, a lo largo de su
brazo, antes de capturar su mano con la suya. Pero, para su
sorpresa, ella no la tomó como una madre que ofrece consuelo. No,
se la volvió a poner en la cintura, como si le perteneciera. Como si la
quisiera allí.
Los últimos vestigios de incomodidad desaparecieron cuando el
deseo de Ruben cobró vida. Apartó las mantas; si ella iba a darle
esto, fuera lo que fuese, lo aprovecharía mientras durase. Una vez
quitadas las mantas, exploró la profunda curva de su cintura y el
contorno de su cadera. Con su respiración fuerte en el silencio y su
149
calor abrasándole por dentro, tiró del algodón suave y desgastado
de su camiseta hasta que la palma de la mano se encontró con la piel
desnuda, las caderas ribeteadas por el encaje de su ropa interior.
Pero no pasaría demasiado tiempo pensando en su ropa interior.
Si lo hacía, el dolor de su polla se agudizaría hasta convertirse en
algo realmente insoportable.
Así que se centró en su cintura. En las pequeñas colinas y rollitos
de su carne y en la textura sedosa de su piel.
—Eres tan jodidamente suave —susurró—. Quiero tocarte por
todas partes. Ni siquiera puedo malditamente decírtelo.
Ella se estiró como un gato, un pequeño suspiro flotando en la
oscuridad entre ellos. Dijo:
—Me lo debes, Ruben.
Había algo en su voz, un borde desesperado, un toque de
diversión, que captó su atención y le apretó las bolas. Cuando ella
hablaba así, él pensaba que podría ser todo lo que siempre había
deseado.
—¿Qué te debo, cariño?
—Lo que yo quiera. —Apoyó la mano en su pecho y sus dedos
juguetearon ligeramente con el vello—. Pero no sé si puedes
soportar lo que quiero.
Le puso una mano alrededor de la muñeca, con fuerza y ella
jadeó. Fue el sonido más dulce, apenas un suspiro y aun así fue
directo a su polla.
—Sé lo que quieres —dijo—. Y sabes que puedo dártelo. ¿Verdad?
Esperaba que ella discutiera. Que se defendiera. Que le diera esa
maldita actitud que tanto le gustaba, incluso cuando ella la usaba
para alejarlo.
Pero no lo hizo. Solo dijo:
150
—Sí. Lo sé.
Y perdió el control. Con un gruñido, rodó sobre ella y le tapó la
boca con la suya.
Capítulo 16
Cherry hundió las manos en los sedosos mechones de pelo de
Ruben, rodeó su cintura con las piernas e intentó no perder la 151
cabeza. No era fácil.
Sus labios eran insistentes, devorándola con cada centímetro de la
pasión que ella había visto hervir a fuego lento bajo su superficie. La
intensidad que él mostraba con cada mirada, cada caricia, cada
palabra, se canalizaba a través de su beso. Había esperado esto todo
el día y toda la noche, había estado aquí tumbada pensando en ello
mientras esperaba a que él viniera y ahora estaba ocurriendo de
verdad, mierda.
Sus manos recorrían su cuerpo como si le perteneciera. Le
agarraba los muslos, las caderas, los dedos se clavaban en la carne
durante un instante antes de alejarse, deslizándose por su cintura, a
lo largo de su caja torácica, peligrosamente cerca de sus pechos… y
luego, una vez más, desaparecían. Era un maldito provocador. Pero
jadeaba contra sus labios, presionando con su dura polla el dolor
entre sus piernas y su lengua acariciaba la suya como si la
oportunidad fuera un regalo. La deseaba. La deseaba de un modo
que la hizo estremecerse, que le apretó el vientre, que le hinchó el
clítoris y que le estremeció los pezones. Y la estaba tomando.
La apretó contra el colchón con el tamaño de su cuerpo y sintió su
torso desnudo como el paraíso contra su piel. Por primera vez deseó
que no estuvieran a oscuras. Quería verlo.
Pero no; era mejor así. Porque si lo hubieran intentado a la luz ella
nunca hubiera podido decir…
—Te gusta el control.
Se rio sombríamente.
—Me alegro de que te hayas dado cuenta. ¿Me has estado
observando como yo te he estado observando a ti?
Se mordió el labio.
—¿Me has estado observando?
—Todo lo que puedo hacer es mirarte. Eres magnética. Pero eso
ya lo sabes, ¿verdad, cariño? —Le tomó la barbilla con los dedos y le
giró la cabeza hacia un lado. Sus dientes se cerraron alrededor del
lóbulo de su oreja y su lengua salió para trazar el contorno—. 152
Dímelo.
Se humedeció los labios, trató de ignorar el estruendo de su
corazón y el palpitar entre sus piernas y la desesperada necesidad
de soltar todos sus secretos.
—Deja de intentar que diga cosas. No puedo decir esas cosas.
—Di lo que quieras —susurró—. Eso ya lo sabemos. ¿Me estás
pidiendo que pare?
Tomó aire.
—No.
—Bien. Date la vuelta.
Ella no desobedeció, porque la voz de hierro con la que él emitía
sus órdenes la puso jodidamente húmeda.
Ella rodó bajo él y él no se lo puso fácil. Cada centímetro de sus
caderas, de su trasero, de sus muslos entraba en contacto con la
gruesa cresta de su polla. Se molió con fuerza y, cuando por fin
acabó boca abajo sobre la almohada, le puso una mano en la nuca
para mantenerla quieta y le dijo:
—Buena chica.
Ella reprimió un gemido al oír aquella voz profunda, al sentir su
mano. Controladora, exigente, protectora.
Le colocó la polla en la hendidura del trasero y empujó hacia
delante y hacia atrás, moviendo las caderas, demostrándole que
sabía lo que hacía. Su peso empujó las caderas de ella contra el
colchón, creando una dulce presión contra su clítoris hinchado y
dolorido.
Se inclinó sobre ella y le susurró:
—Te oigo gemir. ¿Lo sabías?
Ella apretó los dientes.
—No lo hago.
—Lo haces. —La mano de él se deslizó bajo el pañuelo, 153
desprendiéndolo ligeramente, para agarrarle el pelo. Le levantó la
cabeza de la almohada y le dijo con voz firme—: Ahora mando yo.
No me mientas. Deja de joder y toma lo que necesitas.
Tragó saliva.
—¿Qué necesito?
Como si alguien más tuviera que decirlo para que fuera real.
Pero sus palabras no eran exactamente lo que ella esperaba. «Que
obedeciera. Que te sometieras. Que se rindiera ante mí». Él dijo:
—Tienes que saber que te tengo. Y lo hago. Lo sabes, ¿verdad?
—Sí —admitió.
Su voz era un susurro. Parecía un grito. Aquí y ahora, en esta
cama, sabía sin ninguna duda que él la tenía.
—Podría sacarme la polla —dijo—, apartarte la ropa interior y
llenarte ahora mismo. Y tú me dejarías. Lo tomarías de maravilla, lo
sé. Tu precioso coño se tragaría mi polla y tú ni te inmutarías.
Se molió con fuerza, como para demostrarlo y aquel pequeño
movimiento casi la ahogó en deseo.
La insistente presión de su dureza se desplazó desde su trasero
hasta su coño, presionando el algodón de su ropa interior. Sus
brazos aún la rodeaban y la dura longitud de su cuerpo la oprimía,
sofocándola hasta que lo único que le quedaba eran sensaciones.
Sensaciones y el sentimiento de estar protegida. Protegida y
poseída.
Metió una mano por debajo de ella, levantándole las caderas y
colándose entre sus piernas hasta que el talón de la palma le
presionó el clítoris. Ella gimió, entrecortada y desesperada y él rio
por lo bajo en su oído.
—Eso es, cariño. Eso es lo que quieres. Sé una buena chica y
cabalga sobre mi mano.
Ella obedeció, olvidándose de fingir vacilación. La vergüenza, los
nervios o la incomodidad que pudiera haber sentido ya no eran un
problema, porque era él quien tenía el control. Cherry movió las 154
caderas contra la presión de su mano sin pensar en nada más que en
la búsqueda del placer. Él le besó el cuello mientras ella frotaba
contra él su clítoris dolorido, el movimiento que llevaba la cabeza de
su polla contra su coño cubierto de algodón una y otra vez, hasta
que ella se sintió casi delirante de sensaciones.
—Te sientes tan jodidamente bien —gruñó—. Tan bien. Puedo
sentir lo mojada que estás. Empapada hasta la ropa interior.
Giró las caderas, su dureza separó sus pliegues incluso a través
del algodón y ella gimió sin poder evitarlo.
Debajo de ella, su mano empezó a moverse, como si no pudiera
evitarlo. Le frotó el clítoris con rudeza a través de la ropa interior,
rápido y fuerte, ella jadeó, arqueándose contra él, incitándolo sin
palabras porque apenas podía recuperar el aliento y cada
terminación nerviosa se encendía como una jodida llama blanca
hasta que…
Su orgasmo fue rápido, duro y desorientador. La única constante
mientras era golpeada por una oleada tras otra de placer
despiadado era Ruben, cubriéndole el cuerpo con el suyo, aliviando
su piel enfebrecida con sus besos, susurrándole adoración al oído.
—Cherry —murmuró—. Vamos a hacer esto otra vez. A la luz del
día.
—Ummm…
Intentó protestar, pero su mente se había vuelto papilla. El
cansancio arrastraba los bordes de su sentido.
Le dio un suave beso en la mejilla.
—Así es. Ahora a dormir.
Nunca se le había dado bien seguir instrucciones, pero estaba
claro que las órdenes se le daban bien. Porque obedeció
inmediatamente, sin esfuerzo, rodeada de él y satisfecha.

155
Capítulo 17
Cherry se sentó en un taburete junto a la isla de la cocina y comió
sus cereales. Mantenía los ojos clavados en el pequeño televisor de 156
la encimera, la columna recta, bueno, ligeramente arqueada y los
tobillos cruzados. Llevaba unos vaqueros ligeramente subidos a la
altura de las pantorrillas. Llevaba una camisola de seda debajo de
una rebeca abotonada. Llevaba el pelo recogido en la parte superior
de la cabeza con un peinado que parecía desenfadado y sin esfuerzo,
pero que en realidad requería un coletero industrial, cincuenta
pinzas para el pelo y medio bote de gomina.
«Vamos a hacer esto otra vez. A la luz del día».
Había parecido tan sencillo. En la oscuridad.
Pero ahora se sentía enjaulada, esperando encontrarse con él en su
casa ridículamente normal. Lo haría, más pronto que tarde. ¿Por qué
no podía tener una maldita mansión, por el amor de Dios?
Se recuperó a sí misma. No importaba. No importaba que, ahora
que no lo evitaba ni se quedaba en su habitación, casi seguro que
estarían uno encima del otro. No importaba que él pudiera entrar en
cualquier momento, o que ella no estuviera completamente segura
de lo que le diría si lo hacía. No pasaría nada. Estaría…
—Buenos días, Cherry Pay.
Apretó los dientes, pero eso no impidió que un aullido
estrangulado saliera de su boca. Tampoco impidió que se le cayera
la cuchara en los cereales y la leche saliera volando.
En un instante, Ruben estaba a su lado, con una mano en el
hombro.
—¿Estás bien?
La miró con el ceño fruncido, observando las salpicaduras de
leche en la mesa y… vaya. En su rebeca. Demasiado para la perfecta
armadura sartorial.
—Bien —se las arregló. Dios, podría hacerlo mejor. Forzó su
sonrisa, obligó a su voz a ser ligera y etérea—. Estoy bien. Me has
sorprendido. Uy.
Una suave risita salió de sus labios y dejó que sus dedos se
acercaran a su mejilla. Luego esperó a que él la mirara encantado. 157

No parecía encantado.
Siguió frunciendo el ceño, mirándola como si pudiera ver a través
de ella. No, no a través de ella, sino dentro de ella. Detrás de la
versión cuidadosamente maquillada de sí misma que había elegido
esgrimir, hasta la persona real y auténtica. Esperó a que él la
desmintiera. No lo hizo.
En lugar de eso dijo:
—Lo siento. Agatha siempre dice que necesito campanas.
Y luego sonrió. Fue encantador y devastador. Un regalo.
—Lo haces. Alguien tan grande no debería ser tan sigiloso.
Ella le dedicó una sonrisa, una de verdad, él alargó la mano y se la
pasó por la nuca. Cherry trató de no arquearse hacia él, pero pensó
que había fracasado.
Por un momento permanecieron así, conectados por el calor de su
piel contra la de ella, por secretos susurrados en la oscuridad y
miradas compartidas a la luz del día. Pero entonces se apartó,
sacudiéndose ligeramente y cruzó la cocina.
—Toma —le dijo, agarrando un paño que había junto al
fregadero.
Pero no se lo dio, sino que limpió el desastre que ella había hecho
en la mesa. Luego levantó el paño hacia ella, vaciló y volvió a bajar
la mano. De repente, Cherry notó la fría humedad que se extendía
por su ropa. Vaya. Molesta consigo misma (en realidad, miraba
como un silbón10 mientras la leche empapaba la cachemira), se
apresuró a desabrocharse la rebeca y a quitársela de un tirón.

10
Grupo de aves, patos chapuceros también conocidos como Mareca.
Decidió que la leche no estaba nada mal, examinando las
salpicaduras. Podía enjuagarla. Dejó la tela húmeda a un lado y se
volvió hacia Ruben, con un gesto de agradecimiento en los labios.
La mirada de él le limpió la mente. Y luego la ensució.
158
Le miraba el pecho como si nunca antes hubiera visto unas tetas.
Claro, su sujetador era algo visible a través de la seda blanca, pero
no era nada erótico.
Y sin embargo… la miró, con la mandíbula desencajada y unos
ojos grises atronadores. Sus fosas nasales se abrieron ligeramente
mientras respiraba hondo y hambriento, con los puños apretados a
los lados. Si no lo conociera, podría pensar que estaba enfadado.
No estaba enfadado. Estaba concentrado. Tan, tan concentrado.
—¿Qué? —dijo en voz baja, arqueando una ceja.
Sus movimientos eran rápidos y bruscos, depredadores. Se inclinó
sobre ella, apoyó una mano contra la isla y con la otra agarró un
puñado de su pelo amontonado.
—Tú sabes qué —ronroneó, con los ojos clavados en los de ella.
Luego los bajó—. ¿Sin pintalabios?
—Son las 9 de la mañana —respiró—. ¿Por qué…?
—Siempre llevas pintalabios.
—Me estoy relajando —esbozó, como si él no estuviera llenando
su espacio y exponiendo su garganta—. En casa.
Sonrió, el brillo de la expresión atravesó su intensidad,
suavizando las duras líneas de su rostro.
—En casa, ¿eh? Interesante.
—Oh, no seas petulante.
Puso los ojos en blanco.
—Lo siento mucho —murmuró burlonamente.
Su mano se movió, arrastrando la cabeza de ella hacia atrás. Ella
tragó saliva, dolorosamente consciente de la vulnerabilidad de su
posición, del control que él tenía sobre sus movimientos. Consciente
y… excitada. Mierda. ¿De verdad era tan fácil? Seguro que no
debería ser tan fácil.
Pero así era. Se inclinó sobre ella, sus labios a un centímetro de los
suyos, su mirada ineludible, llenando su visión como un cielo 159
tormentoso.
—No quería hacer esto —susurró—. Intento ir despacio.
—¿Ir despacio?
Él sonrió. Tenía los ojos cerrados, pero lo sintió, sintió el roce de
sus labios contra los suyos cuando las comisuras se inclinaron hacia
arriba.
—Sí. Despacio. Llegamos a conocernos, tú confías en mí y
entonces te beso bajo un muérdago…
—¿Muérdago?
—Pensé que la confianza tardaría un poco. Pretendía que fuera en
Navidad como muy tarde.
Se dio cuenta de que intentaba hacerla reír. En lugar de eso, su
estómago se hundió como una piedra. Porque faltaba casi un año
para Navidad. Para cuando llegara, quedarían 30 días de su falsa
relación.
—No lo hagas —susurró—. Deja de pensar en cosas.
—Sabes que no puedo.
—Tú puedes. Podría obligarte. ¿Debería obligarte, Cherry?
—Inténtalo —le susurró ella y las palabras se desvanecieron como
humo entre sus labios.
La besó. Así se llamaba, los labios de una persona contra otra: un
beso. Él tenía una mano en el pelo de ella y la otra flotaba sobre su
mejilla y su boca se inclinaba sobre la de ella y eso era un beso.
Pero se sentía como algo más que eso. Sentía como si él se
estuviera derramando dentro de ella y ella no quería que se
detuviera.
La mano en su mejilla desapareció y volvió a su cintura. La tiró
del taburete y la atrajo hacia sí, abrazándola con fuerza. Su cuerpo
estaba duro contra el de ella, su erección aún más dura. Bajó la
mano y le agarró el trasero, apretando y amasando toda la carne
firme que podía a través de la tela elástica de sus vaqueros,
160
reclamando su derecho.
Apartó los labios de los suyos y su boca caliente recorrió la línea
de su mandíbula, dejando a su paso el brillo de la cola de una
estrella fugaz.
—Me gusta tu pelo —gruñó.
—No me importa.
—Mentirosa. También me gusta el sabor de tus labios. No vuelvas
a pintarte los labios.
Ella suspiró cuando la lengua de él se deslizó por la línea de su
garganta.
—¿Estás seguro de eso?
Él se detuvo un momento, como si pensara. Ella trató de no gemir
y exigir más de su boca.
—No —dijo finalmente—. Te dejo a ti todas las decisiones sobre
pintalabios. Está claro que sabes lo que haces.
Y entonces, benditamente, hundió sus dientes en la parte más
suave de su hombro.
Ella soltó un grito y él se quedó inmóvil. Entonces le soltó el pelo,
la agarró por la cintura, le dio la vuelta y la levantó sobre la isla. Le
puso las manos en las rodillas y las separó. Se metió en el espacio
que los separaba antes de que ella se diera cuenta de que se habían
movido.
Le agarró la mandíbula y le clavó las puntas de los dedos en las
mejillas, obligándola a mirarlo a los ojos. Su voz era cruda y tensa
cuando dijo:
—Quiero quitarte los vaqueros, arrodillarme y lamerte el coño.
Dime que lo deseas.
—¿Y si no lo hago?
—Entonces dime lo que quieres y te lo daré. —Se agachó y se
161
agarró la polla a través del grueso algodón de sus joggers, los
músculos de sus bíceps ondulando mientras se apretaba. Con
fuerza. Sus caderas se movieron hacia delante entre las piernas de
ella y él le gritó—: Dímelo. O al menos dime que me vaya a la
mierda antes de que me corra en los pantalones como un
adolescente.
—Tal vez quiero que hagas eso.
Apretó un pulgar contra sus labios, forzándola entre los dientes.
—Dime lo que quieres y te lo daré. Cualquier cosa. Ahora mismo.
Dímelo.
Lo miró a los ojos, con la respiración entrecortada y el coño
apretándose como si estuviera desesperada por que se lo llenara. Al
abrir las piernas, los vaqueros se apretaron contra su entrepierna,
creando una ligera presión sobre su clítoris, pero no la suficiente. Él
la miraba con ojos pesados y lujuriosos, los labios carnosos
entreabiertos, las caderas aún agitadas mientras se acariciaba con
rudeza a través de la ropa. Haría cualquier cosa para hacerla
correrse, ella lo sabía tan bien como sabía su propio nombre. La
haría correrse y lo disfrutaría.
Ella tomó su decisión.
—Quiero…
La puerta principal se cerró de golpe y el ruido reverberó por toda
la casa.
—¡Yuju! ¿Dónde está mi guldklump?11
—Mierda. —Cherry empujó el pecho de Ruben, la risa
burbujeando en su pecho donde debería haber pánico—. ¿Agatha
tiene una llave?
11
Del danés: pepita de oro.
—Por supuesto que tiene una llave. —Se echó hacia atrás,
enderezando su camisola—. Ella es mi abuela.
—Por eso tienes que desaparecer —susurró Cherry, echando una
mirada significativa a su entrepierna.
162
Entonces sus cejas se alzaron al ver por fin la erección que hasta
entonces solo había sentido.
Dios.
Se pasó una mano por el pelo y respiró hondo. Como si tuvieran
todo el puto tiempo del mundo. Los pesados pasos de Agatha
resonaron en la casa.
—¿Ruben? ¿Hans?
«Jesús, Hans». ¿Cómo había olvidado que podía estar por aquí?
—Vete —siseó, golpeando el hombro de Ruben—. ¡Ahora!
—¡Bien, bien! —Dio un paso atrás. Pero entonces, con una sonrisa
traviesa en la cara que era mucho más linda de lo que debería ser, se
inclinó de nuevo y le dio un beso en la mejilla—. ¿Quieres venir a
trabajar conmigo hoy?
Ella parpadeó, estupefacta.
—Um…
—Di que sí, o me quedaré aquí.
—No lo harías.
—Pruébame.
—Bien —susurró ella, conteniendo la risa—. Sí. Ahora vete a la
mierda.
Le besó la otra mejilla. Y luego se fue.
Cuando Agatha entró en la cocina, con los brazos cargados de
bolsas de la compra, Cherry seguía sentada en la isla como una
maldita tonta. Y ni siquiera le importaba.
Cherry no sabía lo que esperaba, pero no era esto.
163
Estaba de pie bajo el sol radiante de enero, envuelta en mil y una
capas (Ruben había insistido) y apoyada contra un enorme arce. Si
levantaba una mano enguantada para protegerse los ojos y los
entrecerraba un poco, podía ver a una pandilla de niños corriendo
por la hierba blanca y escarchada, riendo, gritando y persiguiendo
un balón de fútbol.
Una pandilla de niños y Ruben.
En el coche le había dicho que esos niños tenían entre 9 y 12 años.
Algunos parecían diminutos; otros, enormes para su edad. Había
trabajado en una escuela el tiempo suficiente para darse cuenta de
que algunos de ellos probablemente tenían dificultades de
aprendizaje y una de las niñas podría ser autista. Pero estaban
rodeados de miembros del personal con chaquetas moradas a juego
que se aseguraban de que todos participaran y de que todos los
niños se sintieran cómodos.
Era tan diferente del enfoque de la Academia como todo lo que
había visto. Recordaba su primera cita con Ruben, la única, suponía
ya que acostarse en la cama con tu falsa prometida, susurrando tus
sentimientos en la oscuridad, no contaba. Ruben parecía incómodo
con la idea de patrocinar la Academia, le había pedido su opinión al
respecto. Y ella no había querido decir nada, no había querido
hablar mal de su lugar de trabajo.
Pero cuando pensaba en la educación, éste era su ideal personal.
No es que supiera una mierda. Solo era de RRHH.
Pero a los niños les encantaba. Y cuando veían acercarse a Ruben,
corrían hacia él como si fuera su padre perdido.
Era inquietantemente dulce.
—¿Estás impresionada?
Cherry dio un pequeño respingo, aunque reconoció aquella voz
imposiblemente grave. Hans. Estaba de pie junto a ella, con los
brazos cruzados, los ojos fijos en Ruben y los niños. Y sus finos
labios estaban ligeramente inclinados en esa media sonrisa que
mostraba de vez en cuando.
164
—Sí —dijo ella, sinceramente—. No esperaba que él…
—Diera una mierda. Lo sé. La gente siempre se sorprende.
Se recostó contra el ancho tronco del arce, como ella, como si
fueran amigos. Al principio, había pensado que no le gustaba en
absoluto, pero recientemente se había dado cuenta de que solo era
un tipo espinoso. A ella le gustaba la gente espinosa. Le gustaba la
gente que no podía ser encantada.
—Tú y Ruben son íntimos —dijo.
Hubo una leve pausa, como si estuviera sorprendido. Luego dijo,
despacio:
—Sí… —Y supo que estaba sorprendido—. No hemos actuado
como tal —añadió—. Desde que llegaste.
—Lo sé —dijo ella—. Por eso me di cuenta. La ausencia ocupa
mucho espacio —gruñó—. Entonces, ¿qué pasa? ¿Todavía estás
enfadada con él por… esto?
Hans suspiró.
—Estoy enfadado con él porque nunca mira por sí mismo. Cree
que puede con todo. Cree que, si no puede con algo, es una
debilidad y el fin del mundo, en vez de una limitación humana
normal.
—¿Siempre matando dragones? —sugirió.
—Y volver a casa medio muerto, pensando que a nadie le
importará.
Lo digirió durante un momento. Luego dijo:
—Háblame de su hermano.
Y Hans dijo:
—No.
Cherry asintió lentamente.
—¿Así que es malo?
La voz grave del hombre era casi pequeña, vacilante, mientras 165
murmuraba:
—Mi lealtad es a la corona. Si no fuera así, no podría quedarme
con él. No sería apto para este cargo.
Cherry observó a Ruben riendo bajo aquella fría luz solar, dejando
que los niños le hicieran faltas a diestro y siniestro, separándolos
cuando se ponían demasiado bruscos o se sobreexcitaban. Era
hermoso. Era maravilloso. Era perfecto.
Oh, vaya.

—Creo que esto ya ha durado demasiado.


Ruben levantó la vista de la pila de conos que estaba guardando.
Hans se cernía sobre él como un gigante, con el rostro más serio que
nunca.
Ruben levantó las cejas.
—¿Qué es lo que ha durado demasiado?
—No seas petulante.
Hans se movió ligeramente, la única señal de su incomodidad. El
tipo de señal que solo Ruben notaría.
Aun así, se dio la vuelta, apilando los conos ordenadamente.
—Usa tus palabras, Hans. Creo en ti.
Su guardaespaldas soltó un suspiro tan fuerte que probablemente
Cherry lo oyó desde el aula que había al final del pasillo. La clase en
la que estaba conociendo a los niños mientras Ruben ayudaba a
guardar el material deportivo de la mañana. De vez en cuando oía
su risa. Mucho más a menudo, oía la de los niños.
—Creo que deberíamos superar este… desacuerdo —dijo
finalmente Hans.
166
Ruben se levantó y se quitó el polvo de las manos.
—¿Quieres que nos besemos y hagamos las paces? ¿Ya?
Normalmente, duras más que esto.
Hans se encogió de hombros.
—Me necesitas.
—Ah, ¿sí?
—Sí. Quieres hablar conmigo. Sobre ella.
Ruben sonrió.
—¿Sí?
Hans puso los ojos en blanco.
—Bien.
Se dio la vuelta para marcharse, pero Ruben agarró el brazo de su
viejo amigo en un movimiento que habían ejecutado innumerables
veces a lo largo de los años. Los dos eran demasiado testarudos para
que esta amistad funcionara y, sin embargo, de algún modo,
funcionaba.
A veces, la gente estaba destinada a estar en la vida del otro y
nada más importaba realmente.
—Quédate. Tienes razón. Quiero hablar contigo.
Hans volvió a suspirar. Era un maestro de los suspiros. Luego
cerró la puerta de la pequeña sala de equipos y se apoyó en una
estantería. La estantería, por robusta que fuera, crujió
peligrosamente bajo su peso. Hans se levantó.
—Así que habla.
Qué gracioso. De repente, Ruben no tenía ni idea de qué decir.
Pero en ausencia de certeza, su mente escupió un pensamiento que
parecía tan ridículo como cierto.
—No quiero que se vaya.
167
—No se va a ir. Tiene un año.
—No quiero que se vaya nunca.
Hans parecía ligeramente alarmado.
—La conoces desde…
—Menos de quince días. Soy consciente.
—Hm. —Las toscas líneas del rostro de Hans parecían
inexpresivas como la piedra, lo que significaba que estaba
pensando—. Sabes, tu padre dijo una vez que se enamoró de tu
madre a primera vista.
Ruben arqueó una ceja.
—¿Has estado viendo entrevistas?
—Por favor. Sabes que mi madre está obsesionada con la tuya. La
hermosa y trágica Lady Freja.
—¿Todavía?
—Por supuesto. El pueblo la adoraba.
—Gracias a Dios que alguien lo hizo. —Ruben se sintió traidor en
cuanto las palabras salieron de su boca. Mucha gente había querido
a su madre. Él había amado a su madre, más que a nada en el
mundo. También su padre—. No creo que emular a mi padre sea
algo bueno, cuando se trata de amor. Las cosas le salieron mal.
—Eso no lo sé —dijo Hans lentamente—. Consiguió todo lo que
siempre quiso. Murió, pero todo el mundo debe morir. Y no todos
mueren felices.
Ruben dio vueltas a aquellas palabras en su mente, pero no
conseguía entenderlas. Las sentía efímeras, como algo bello pero
imposible de retener. Algo que no se aplicaba a la gente como él.
Dejó el problema para más tarde y se centró en una cuestión más
apremiante.
—No quiero que conozca a mi hermano.
Hans se encogió de hombros.
168
—Es natural. No me gustaría que Demetria se encontrara con una
pitón.
—¿Demetria? —Ruben frunció el ceño—. ¿Qué tiene Demi que…?
—Ya sabes, la gente que te importa —dijo Hans—. ¿Te gustaría
que conociera a una pitón?
—¿Qué?
—¿Encerrarías a Demi en una habitación con una pitón?
—¿De qué carajos estás hablando?
—¡No! ¡No lo harías! Nadie lo haría. Es todo lo que digo.
Ruben se quedó mirando a su amigo. Hans estaba casi… emotivo.
Y ahora mismo, parecía presa del pánico.
—¿Estás bien?
—Estoy bien. Mira, no te preocupes por Cherry. Tienes todo un
año para convencerla de que eres el amor de su vida.
—Bueno, no sé sobre el amor…
—Cállate. Un año entero, Ruben. Si está destinado a ser…
—No sé si está destinado a ser…
—Cállate. —Hans abrió la puerta y salió al pasillo—. Venga.
Vámonos.
Ruben se sentía un poco aturdido. No sabía muy bien de qué
había ido aquella conversación, ni si se habían puesto de acuerdo en
algo, ni por qué Hans seguía utilizando palabras como amor.
Pero él y su mejor amigo estaban bien de nuevo. Así que se
encogió de hombros.
Capítulo 18
Cherry estaba sentada en la cama con las piernas cruzadas y el
portátil apoyado en las rodillas. Llevaba un auricular blanco en la 169
oreja izquierda y otro rosa en la derecha y sonreía.
—Ooh, mierda. Sentí eso. —La voz de Maggie salió por el
auricular rosa. Un crujido nauseabundo sonó a través del blanco,
cuando Jessica Jones aplastó el puño de algún pandillero con su
mano desnuda. Entonces Maggie dijo—: ¿Te follarías a Jessica
Jones?
Cherry pensó.
—Hipotéticamente.
Su leve interés por las mujeres nunca se había convertido en nada
más concreto, pero Jessica era lo bastante guapa.
—¿Y si ella, como, accidentalmente te matara?
—Ummm… —Eso fue en realidad un buen punto—. Bueno, tal
vez no. Imagina el obituario. Mamá se moriría de vergüenza.
—Exactamente. Aunque me follaría a la actriz.
Cherry dudó. Hablar de acostarse con un personaje de ficción era
una cosa. Hablar de acostarse con una persona de verdad, aunque
nunca se conocieran, era un poco más… real.
Y por alguna razón, como una traición. Lo cual era raro. Muy
raro.
—¿Qué? —Maggie exigió—. ¿No te la follarías?
—Ah… No, lo haría.
En teoría. Pero cuando trató de imaginarlo, su mente arrojó
imágenes diferentes. Recuerdos en lugar de fantasías. Pelo oscuro
que no se quedaba en su lugar, manos ásperas y palabras duras.
—Oh, Dios —dijo Maggie—. ¿Estás demasiado enamorada para
pensar en follar con otras personas?
—¿Qué? No. Quiero decir…
Probablemente debería decir que sí, ¿verdad? Eso es lo que quería
que pensara su familia. Pero mentirle a Maggie era como cuando un
dentista te pone algodón o lo que sea en la boca para que no se
cierre y no puedes controlar tu propia saliva y todo te sabe 170
asqueroso y quieres atragantarte o golpear algo o beberte un litro de
agua de golpe.
—Lo estás —insistió Maggie.
Parecía encantada. La hermana de Cherry tenía veintitrés años,
pero nunca había estado enamorada e insistía en que nunca lo
estaría. Probablemente estaba planeando años de tortura entre
hermanas en torno a este momento.
—Oh, cállate. Nos estamos perdiendo el espectáculo.
—Puedo hacer varias cosas a la vez, hermana. Y esta conversación
me parece mucho más interesante que Netflix ahora mismo.
—Eres la persona más molesta de la tierra, ¿te das cuenta?
—Literalmente te escapaste a un país extranjero para casarte con
un príncipe sin avisar. No me dices una mierda sobre él y tuve que
usar citas bíblicas sobre el juicio para evitar que mamá lo buscara en
Google, ¿y soy la persona más molesta de la tierra?
Cherry hizo una mueca.
—Bien, es justo.
—Bien. —Maggie hizo una pausa—. Así que, lo ha tenido un poco
difícil, ¿eh?
—Espera, ¿lo buscaste en Google?
—Claro que lo hice. Y deberías agradecer a tus estrellas de la
suerte que fue antes que nuestros padres, porque Dios…
—¿Qué? ¿Qué has encontrado?
Hubo una ligera pausa. Luego Maggie dijo, claramente
sorprendida:
—¿No lo sabes?
Cherry se puso rígida. Su hermana tenía buenas intenciones, pero
la incredulidad de su tono iba acompañada de algo más, algo
peligrosamente cercano a la preocupación o la lástima, como si
Cherry no supiera nada. Como si fuera tonta. Quería decir: «Sé lo 171
que hago». Quería decir: «Ni siquiera te das cuenta de lo que
realmente controlo en esta situación». Pero no podía y no solo
porque había firmado un acuerdo de confidencialidad.
No podía decir ninguna de esas cosas porque no estaba segura de
que fueran ciertas.
En lugar de eso, trató de sonar despreocupada mientras decía:
—Oh, sé todo eso. Solo que me lo dijo él. No quería invadir su
privacidad.
Sonaba casual, despreocupada, totalmente segura.
Funcionó. Sintió que su hermana se relajaba a través del teléfono,
a través de los kilómetros que las separaban.
—Me parece justo. Honestamente, lo siento mucho por él. Quiero
decir, esa perra de Kathryn…
Cherry hizo una pausa en Netflix. Recordó los titulares que había
visto, la única vez que había buscado a Ruben en Google.
«Las perversiones del príncipe al descubierto: ¡Vea la transmisión
en vivo de Kathryn Frandsen en las redes sociales!».
Apartando el recuerdo, Cherry cerró el portátil con un clic.
—Debería irme. Me está dando migraña.
—Oh, Dios, ¿en serio? ¿Estás bien?
—Sí, estoy bien. Creo que hoy he pasado demasiado tiempo
mirando pantallas. Probablemente me vaya pronto a la cama.
—De acuerdo. —Era una excusa endeble, pero Maggie pareció
creerla. Probablemente porque Cherry no mentía. Normalmente—.
Espero que te sientas mejor por la mañana, hermanita.
—Seguro que sí —dijo Cherry—. Te quiero.
—Te quiero. Adiós.
Cherry colgó el teléfono y se quedó mirando el portátil durante
unos minutos. Pareció una hora.
172
Pero ella no lo haría. No podía. Por supuesto, probablemente
debería hacerlo; la reacción de Maggie lo demostraba. Investigar a
Ruben sería lo más sensato y podría hacerlo evitando titulares como
el que había visto.
Pero cuando pensó en su sonrisa y su dulzura y en el calor de sus
manos contra su piel…
Luego suspiró y se dio la vuelta. Era hora de irse a la cama.

Se colaba en su habitación como si fuera una costumbre. Dos


noches y ya habían caído en una especie de rutina ilícita. Cherry se
tumbó boca arriba, mirando en la oscuridad y preguntándose si era
débil por desear a un hombre al que apenas conocía. Tal vez.
No le preocupaba el hecho de que quisiera su cara entre sus
muslos, porque eso era de esperar. Él era… Ruben.
Pero también quería que se tumbara aquí y se lo contara todo.
Todo. Todo. Como si tuvieran ese tipo de relación, como si alguna
vez pudieran, en este tipo de situación.
Sí. Probablemente era débil.
Nunca había tenido la oportunidad de ser débil. Tal vez debería
disfrutar de la libertad mientras durara.
Su peso hizo que el colchón se hundiera y ella se dejó rodar hacia
él, solo un poco. Como si no pudiera evitarlo. Pero él no la tocó. Se
tumbó, lo bastante cerca como para que la sensación de estar a
punto de sentirla le punzara en la piel, como esa sensación de
excitación cautelosa antes de una tormenta de verano, cuando el aire
se vuelve caliente y eléctrico.
Si le sorprendió ver las mantas bajadas, como esperando a que
apareciera y se deslizara dentro, no dijo nada. Se quedó tumbado.
Iba a dejar que ella hablara primero. Iba a dejar que ella dictara el 173
tono de aquella reunión de medianoche.
Así que, como estaba siendo débil y todo, dijo:
—Háblame de Kathryn.
Hizo una pausa. Entonces sintió un movimiento a su lado
mientras él… ¿se encogía de hombros? Tal vez. Eso encajaría con el
tono vago de su voz cuando dijo:
—Dormimos juntos. Repetidas veces. Fue divertido, hasta que
dejó de serlo.
—¿Te aburriste de ella?
—Sí —dijo secamente—. Como un niño con un juguete. Me aburrí
de toda una mujer. Eso suena como yo.
Sonrió en la oscuridad.
—Lo siento. Eres un príncipe.
—Difícilmente.
—Definitivamente —dijo con firmeza—. No dejes que nadie te
convenza de que tu derecho de nacimiento está en entredicho.
Cuando contestó, sonaba sorprendido pero complacido. Como un
amanecer temprano, una calidez inesperada que despunta
lentamente.
—Cherry Pay —dijo—. ¿Te has vuelto monárquica?
—Bueno, no. Pero mientras ustedes no dirijan el país…
—Es encantador, estoy seguro.
—No veo ninguna razón para que nadie niegue la realidad de lo
que eres. Tu existencia es tan válida como la de tu hermano y tu
hermana.
Por un momento, se quedó callado. Ella empezó a preocuparse de
que, en medio de su inesperada pasión por este tema, hubiera dicho
algo equivocado. Pero entonces su mano se acercó a tientas a la suya
en la oscuridad, chocando contra su cadera, su hombro, su
antebrazo. Ella le ayudó y deslizó la palma de la mano sobre la suya.
174
Él apretó. No la soltó.
—Kathryn y yo tuvimos un desacuerdo con respecto al, ah, futuro
de nuestro acuerdo. Ella quería algo más serio. Yo no. Discutimos.
No había terminado, al menos no en mi mente. Pero claramente sí
en la suya. Me invitó a su casa, inició nuestras habituales…
actividades. Me animó a ser particularmente ruidoso, aunque no me
di cuenta en ese momento. Solo después, cuando llegué a casa,
descubrí que lo había grabado todo. En directo. Está de moda en las
redes sociales. No había mucho que ver en el vídeo, pero sí mucho
que oír y ella había añadido algunos comentarios útiles. Suficiente
para convencer al mundo de mis… perversiones.
Si esa última palabra despertó una inoportuna llamarada de
curiosidad en las tripas de Cherry, ésta se vio superada por la
oleada de indignación que sintió al procesar aquella información.
—¿Qué carajo? Es horrible. Realmente horrible. ¿Cuándo fue esto?
—Hace unos ocho meses. La mayor parte de la atención se calmó
recientemente, pero… —Ruben se rio. El sonido era amargo—. Sin
duda se quedará conmigo por un tiempo.
—Ya veo. Es por eso que, cuando nos atraparon juntos…
Suspiró.
—No sé. Pensé que lo había superado. Capeado la tormenta y lo
que sea. Pero cuando vi esa maldita cámara sentí que me ahogaba.
—Jesús. Lo siento. —Cherry se mordió el labio, con el estómago
retorciéndose—. Kathryn suena como una puta delicia.
Ruben le apretó la mano.
—Puedo sentirte echando humo por ahí.
—No sé a qué te refieres —dijo alegremente.
—Tengo la teoría —dijo, con voz suave—, de que, en las
circunstancias adecuadas, serías capaz de asesinar. Debo añadir que
este aspecto de tu personalidad es uno que aprecio.
Soltó una carcajada.
175
—Es bueno saberlo. ¿Puedo contar con tu apoyo en mi juicio
entonces?
—Cherry. —Ella podía oír la sonrisa en su voz, lo vio en su mente
sacudiendo la cabeza—. Escucha. Tan fácil como sería dejarte pensar
que soy la víctima… no lo soy. Me merezco todo lo que Kathryn me
hizo.
Frunció el ceño. Sus palabras no tenían sentido, pero su voz era
firme. Percibió su inquietud en la forma en que su mano se
enroscaba alrededor de la suya, en la forma en que el colchón se
movía mientras él se inquietaba. Hablaba en serio. Realmente creía
que se lo merecía. Como si alguien pudiera merecerlo.
—Ruben —dijo, con voz suave.
Era una voz reservada para cosas delicadas, heridas y miedos,
pero ella la usaba con un hombre grande como una montaña,
porque la necesitaba.
«La gente es muchas cosas a la vez; esa es la belleza de la
humanidad».
—Supongo —dijo con cuidado—, que por perversiones te refieres
a…
—Perversiones —interrumpió, con la voz entrecortada—. Y
bisexualidad. Y… no, creo que eso es todo.
Cherry tragó saliva y se le apretó el pecho al imaginar cómo sería
aquello. Tener tu intimidad expuesta a una nación que ya estaba
deseando destrozarte. Empezaba a pensar que, en Inglaterra,
cuando la había arrastrado a su lío, cuando la había atrapado y
atado a él… de algún modo había intentado protegerla. ¿No era una
maldita idea novedosa?
Ella se lamió los labios e intentó hacérselo ver.
—No es posible que pienses que alguien merece ese tipo de trato.
—La utilicé. —Lo dijo claramente, sin vacilar—. La usé y la dejé
pensar… Dios, no lo sé. Kathryn es una mujer difícil. No fingiré que
es agradable, pero nadie me obligó a acostarme con ella. Lo hice,
sabiendo que no sentía nada por ella, porque me convencí de que 176
ella y yo éramos iguales. Y realmente, tenía razón; somos iguales. —
Soltó una carcajada—. Los dos somos una mierda. Cuando le dije
que no quería una relación, asumió que era por su posición. Tiene
dinero nuevo, su familia es desordenada y no le importa. Esa es una
de las razones por las que la quería; respetaba su actitud. Pero ella
pensó que yo no quería algo más porque la menospreciaba o algo
así. ¿Qué se supone que debía decir? No, ¿es que no me gustas?
¿Qué demonios estaba haciendo, acostándome con una mujer que
no me gustaba? —Suspiró—. No debería estar contándote nada de
esto.
—¿Por qué no?
—Porque no estás aquí para escuchar mis retorcidas divagaciones.
—Estoy aquí para conocerte —dijo suavemente—. Y no sé si
tienes mucha experiencia con eso de la amistad, pero suele implicar
escuchar divagaciones retorcidas.
Se puso de lado y el colchón se inclinó hacia ella. Ella pudo sentir
el fantasma de su aliento contra su mejilla mientras susurraba:
—¿Es eso lo que estamos haciendo? ¿Lo de la amistad?
Sentía la garganta seca, rasposa, pero forzó las palabras de todos
modos.
—¿No es eso lo que quieres?
Hubo una pausa. Una larga, larga pausa. Pero finalmente, dijo:
—Te agradecería tu amistad.
No le pasó desapercibida la forma en que él esquivó la pregunta.
Y definitivamente no se perdió la esperanza que se hinchó en su
interior al darse cuenta.
Jodidamente ridículo. Acababa de darle mil razones más para no
confiar en él.
Luego se recostó y dijo:
—Espero que al menos la haya hecho sentir mejor. Eso ya sería
177
algo.
Cherry se incorporó, repentinamente enfurecida por su actitud.
Había oído el titubeo de su voz cuando le describió la situación,
pero aun así actuaba como si la tal Kathryn fuera una jodida flor
delicada, inocente de toda responsabilidad.
—¿Me estás diciendo que le harías esto a alguien? —Se quebró—.
¿Qué, expondrías los momentos íntimos de alguien así? ¿Divulgar
secretos y… y hacer todo lo posible para humillar a alguien que
había confiado en ti?
Él también se levantó y el colchón crujió bajo su peso.
—¡Claro que no! Nunca lo haría.
Nunca lo había oído hablar con tanta vehemencia.
—¡Bien! —dijo, exasperada—. Porque sería condenable y lo sabes.
A algunas personas les gusta decir que en la guerra todo vale. A esa
gente no se le puede confiar el poder. Parece que te portaste como
un auténtico idiota y puedes sentirte culpable por ello, deberías.
Pero lo que ella te hizo es un tema aparte. No te lo merecías. Nadie
se lo merece. ¿Lo entiendes?
Le tendió la mano. Ella lo sintió, igual que sintió su mirada o su
sonrisa. Incluso antes de que sus dedos rozaran su mejilla, supo lo
que estaba haciendo.
—Suenas tan feroz —murmuró—. Cherry Pay.
—Tienes que dejar de llamarme así.
Quería ser firme, pero su voz era preocupantemente suave.
—¿Por qué?
—Mi padre me llama así.
—Podría decir algo inapropiado, pero me contendré.
Se echó a reír.
—Eres ridículo.
—Bien. Nada de Cherry Pay. ¿Qué tal… Flor de Cerezo? 178

Ella fingió una mordaza mientras la mano de él se deslizaba desde


su mejilla hasta la nuca.
—No. Otro apodo de papá.
—No me parece justo que monopolice todos los apodos
relacionados con las Cherrys. Voy a presentar una queja.
—Mencionó que quería hablar contigo…
Ruben se quedó helado.
—Mierda. ¿Cuánto tiempo crees que puedo posponerlo?
Ella volvió a reír. De repente sintió el pecho ligero, pero el peso de
la mano de él sobre su piel le resultaba pesado. Deliciosamente
pesado.
—No lo sé. Ya se me ocurrirá algo. Realmente no da tanto miedo.
—Eso dices tú. ¿Qué pasa con Cherry Pop?
—Tomado.
—Claro que sí —suspiró. Sus dedos encontraron el nudo de su
bufanda en la base del cuello—. ¿Qué es esto?
—Bufanda.
—¿Para dormir?
—Sí. Es de seda, así mi pelo no se seca.
Ella pudo oír la sonrisa en su voz cuando dijo:
—Tan delicada, ¿eh? Una princesa nata.
Puso los ojos en blanco. Intentó no pensar en el hecho de que era
una falsa princesa. Una falsa futura princesa. No importaba.
—Cherry —susurró—. Me gusta tocarte.
Su dedo bajó por su nuca, a lo largo de su columna vertebral. Se
hundió bajo la camiseta, arrastrando la tela. Ella arqueó la espalda y
se estremeció.
—Sé que lo haces.
179
—Oh, lo sabes, ¿verdad?
—Me di cuenta, sí.
Le rodeó la garganta con una mano y empujó, suave pero
insistentemente, hasta que ella se recostó contra la cama. Cherry
trató de ignorar cómo se le tensaban los pezones y le palpitaba el
clítoris, que cobraba vida instantáneamente por… ¿Qué? ¿Por la
forma despreocupada en que la controlaba? ¿Por la fuerza contenida
de su agarre? ¿O por la forma en que se tumbó a su lado, con el
pecho pegado a su costado y el antebrazo musculoso entre sus
pechos?
Sus labios presionaron el hueco justo debajo de su oreja,
encontrando el punto dulce con una precisión desconcertante en la
oscuridad total.
—¿Te gusta cuando te toco, Cherry?
Tragó saliva, con la garganta seca. Y aunque su mente se agitaba y
brillantes estrellas blancas estallaban detrás de sus ojos, se obligó a
hablar.
—Es obvio que sí.
—¿Lo es? —Su voz era baja y tranquilizadora, pero con un hilo de
mando que le aceleró el pulso—. No creo que sea obvio. No hasta
que me lo digas. Así que dímelo.
Le agarró la garganta con fuerza y le apretó el pulso con los
dedos.
Un fuego blanco se disparó por sus venas mientras jadeaba:
—Sí, me gusta.
—Dime lo que te gusta. Dime exactamente lo que te gusta.
Siempre quiso más. Más de ella.
Eso le encantaba.
—No lo sé —sonrió, con la voz ronca—. Enséñame lo que sabes
hacer y te diré lo que me gusta.
Su lengua se deslizó para trazar círculos sobre su piel, el lugar
180
donde se volvía fina y sensible en la base de su garganta.
—¿Es eso un reto, cariño?
—Sí —respiró ella—. Lo es.
Capítulo 19
Ruben cerró los ojos al oír sus palabras, deseando que su pulso
acelerado se ralentizara y su lujuria desapareciera. Solo un poco, 181
hasta que se convirtiera en algo que pudiera manejar, algo a lo que
estuviera acostumbrado.
Porque ahora mismo, su necesidad de Cherry casi lo estaba
asustando.
No pasó nada; ella se quedó tumbada, con la curva de su cadera a
un suspiro de su dolorida polla, su garganta moviéndose mientras
tragaba bajo su mano. A pesar de su maldita boca, le gustaba esto.
Le gustaba el intercambio de poder.
—Creo que sé lo que quieres —dijo en voz baja—. Pero pensar no
es suficiente. Necesito saberlo. Y aún no estás segura. ¿Lo estás?
—Yo… no lo sé. No exactamente. No.
Le tembló la voz. No mucho; el ligero temblor era casi
imperceptible, pero él lo notó. Y, como era un puto retorcido, le
gustó.
—¿Confías en mí?
Dudó.
Ignoró la forma en que aquella vacilación le desgarraba el corazón
y aclaró.
—¿Sabes que no te haré daño? ¿Que no haré nada que no quieras?
—Sí —dijo ella y la certeza de su voz casi calmó el dolor de su
pecho.
Casi.
—Bien. Entonces déjame decirte lo que quiero.
Arrastró la mano desde la garganta hasta el pecho, hasta llegar a
los suaves montículos de sus tetas a través de la fina camiseta. Tenía
los pezones duros y gruesos bajo la tela. Hizo rodar uno entre el
pulgar y el índice y ella arqueó la espalda y dejó escapar un gemido.
La polla de Ruben se hinchó, casi dolorosamente y luchó por no
soltar un gemido.
No podía hacerle saber lo que le hizo. Todavía no.
182
Su voz era tranquila y firme mientras continuaba.
—Quiero el control. Quiero que te entregues a mí, porque sabes
que yo cuidaré de ti. ¿Entiendes?
Tragó saliva.
—Yo… puedo cuidarme sola.
—Claro que puedes —la tranquilizó—. Siempre lo haces. —Le
soltó el pezón y le pasó la mano lentamente por el cuerpo—. Te
cuidas y cuidas a los demás. Eres la persona más inteligente de cada
habitación. Eres la persona más capaz que conozco. Pero no tienes
que encargarte de todo.
Saboreó el oleaje de su vientre, la suave subida y bajada de su
carne, en el camino hacia su objetivo final.
La palma de su mano se deslizó entre las piernas de ella y le
acarició el coño por encima de la ropa interior; el pulgar y el
meñique rozaron la suave piel de sus muslos.
—Puedo hacerlo. Puedo hacer que te corras. Puedo hacerte gritar.
Sus dedos exploraron el fuelle de algodón de su ropa interior, lo
único que le impedía hacer lo que realmente quería.
Estaba mojada. Jodidamente empapada, la fina tela húmeda y
pegajosa. Al saberlo, se le tensaron las bolas, le dolió la polla por
hundirse dentro de ella.
—¿No te cansas de pensar todo el tiempo, cariño? ¿De pensar
cómo debe ir todo y dónde debe estar todo?
—Sí —suspiró.
Sus caderas se levantaron ligeramente, bombeando contra la
palma de su mano.
Gruñó, empujando sus caderas contra el colchón.
—No te muevas. Toma lo que te doy. ¿Entiendes?
—Sí —volvió a decir, con la voz cargada de lujuria.
La frotó lentamente a través del algodón, le dejó sentir cuánto la 183
adoraba. Lo mucho que la necesitaba. ¿Cuándo había ocurrido eso?
No tuvo tiempo de pensar en ello.
—Déjame cuidarte, cariño. No tienes que controlarlo todo. Déjame
a mí.
Contuvo la respiración mientras esperaba su respuesta.
Quizá fuera contraintuitivo, pero Ruben solo había deseado la
sumisión de mujeres que no lo necesitaban. Mujeres que podían
vivir bien sin él, pero no querían. Mujeres para las que entregar las
riendas era tanto un alivio como un sacrificio. Quería poseer a
Cherry, porque ella ya lo poseía. Y ella ni siquiera lo sabía.
Finalmente, lo tocó. Sus dedos rodearon su muñeca, la que estaba
atrapada entre sus muslos. No lo apartó. Apretó, como si quisiera
más.
No quiso darle más. Quería provocarla. Quería que suplicara.
Quería abrirle las piernas y follársela hasta que ambos se
desmayaran.
En su lugar, dijo:
—¿Has hecho esto antes? ¿El juego de poder?
—No —admitió, con voz grave—. Pero conozco la teoría.
Eso lo hizo sonreír.
—¿Has estado investigando, amor?
—Por supuesto que sí.
—Bien. Hablemos de ello.
Tenía la intención de ir despacio, pero su control se estaba
deshilachando. Ella era tan jodidamente dulce, tan afilada y él
quería cada pedazo de ella. Así que metió un dedo por debajo del
borde de su ropa interior, la apartó y arrastró el pulgar por los
pliegues calientes y resbaladizos de su coño.
Mierda, estaba más mojada de lo que él pensaba. Inhaló
bruscamente al contacto con él y sus dedos se apretaron alrededor
de su muñeca. Le sorprendería que no le cortara la circulación. 184
Debería decirle que la soltara, decirle exactamente dónde poner las
manos, pero había algo en ella, en la inesperada inocencia que se
escondía bajo sus sonrisas cómplices y sus caderas oscilantes, que le
resultaba más difícil de controlar. Así que dejó que se aferrara a él
mientras exploraba los sedosos pliegues de su coño, esparciendo su
humedad.
—Me gusta el control —dijo, con la voz ligeramente cruda—. Me
gusta el sexo duro. No quiero aceptar tu sumisión. Quiero trabajar
por ella. —Dudó. Se obligó a continuar, porque la verdad
importaba—. Quiero tomarlo. Ah y tengo un fetiche oral.
¿Entiendes?
—Sí —jadeó.
Pero no se movió. Si no fuera por la forma en que su voz se
deshizo en esa sola palabra, él ni siquiera sabría que ella se estaba
desmoronando.
De repente, lo que más deseaba era verle la cara.
—Dime lo que quieres —dijo suavemente.
Ella dijo:
—Quiero que me folles.
—No. —Arrastró el pulgar hasta el bulbo hinchado de su
clítoris—. Tienes que decirme lo que te gusta. Y tienes que decirme
tu palabra de seguridad. Por si acaso.
Se detuvo sobre su clítoris, esperando a que ella empujara hacia
arriba, hacia él, para forzar la presión que él sabía que ella quería.
Que se comportase mal.
—Yo… quiero que tú estés a cargo.
—Yo siempre estoy a cargo, Cherry. Ya lo sabes.
A pesar de su afirmación, ella respondió con un agudo desafío.
—Desde luego que no.
—Cuidado, cariño. —Su voz era dura y la sintió estremecerse—. 185
Ahora dime tu palabra de seguridad.
—Batido.
—Pegadizo.
—Cállate.
Levantó la palma de la mano y se la puso en el montículo, más
firme que dura. Ella levantó las caderas y soltó un gemido bajo,
clavándole las uñas en la muñeca.
Mantuvo la voz suave al decir:
—¿Límites duros?
—Um… —Ella estaba jadeando ahora—. Nada de dolor serio.
Solo un poco.
No pudo evitarlo. Apretó un beso en su mejilla, encontrándola sin
esfuerzo ahora, incluso en la oscuridad.
—No te haré daño, amor.
—Bueno —dijo ella—. Un poquito.
Sonriendo, volvió a azotarle el coño. Ella chilló, arqueándose
contra él.
—Cherry —dijo en voz baja—. Es la segunda vez que te mueves
sin permiso. ¿Qué dices a eso?
—No puedes tocarme y esperar que…
Ruben le metió el dedo corazón en el coño hasta el fondo. Mierda,
estaba apretado, suave, húmedo y más caliente que el puto infierno.
Sus paredes se aferraron a él, se apretaron y soltaron alrededor de
ese único dedo mientras ella siseaba:
—Oh, Dios mío, sí.
—¿Te gusta, amor? —Empujó hacia adelante y hacia atrás,
sintiendo cómo ella se abría a su alrededor—. ¿Es eso lo que se
necesita para mantener tu bonita boca cerrada? ¿Solo tengo que
llenarte el coño?
—Jódete —jadeó, con una sonrisa en la voz. 186

Encontró la línea de su garganta con los labios y la mordió. Ella


jadeó y él mordió más fuerte, la folló más deprisa, convirtió un dedo
en dos y luego en tres mientras ella abría las piernas para él.
—Buena chica —susurró, soltándole el cuello. Su lengua acarició
la mordedura que había dejado, sintiendo las ligeras hendiduras en
su piel. No creía que fuera a salirle un moratón, pero una parte
oscura y posesiva de él esperaba que así fuera. Le sacó los dedos del
coño y ella gimió, moviendo las caderas—. Shhh —murmuró él—.
Te cuidaré. ¿Recuerdas?
—Sí —susurró en la oscuridad.
Su corazón se hinchó casi tanto como su polla. Dios, quería verla.
Tenía tantas ganas de verla.
—Déjame encender la luz, Cherry.
—No —dijo ella, con un tono ligeramente asustado—. No. Yo…
Todavía no. Por favor…
—Bien. Está bien. —Le besó la mejilla, la mandíbula, la comisura
de los labios, hasta que ella se quedó callada y quieta y el aire entre
ellos volvió a calmarse—. No te preocupes. ¿Cuál es tu palabra de
seguridad?
—Batido —dijo inmediatamente.
—Bien. Recuerda usarla. Para cualquier cosa. Quiero decir eso.
Cualquier cosa.
—Cierto —susurró ella—. Sí. Lo siento.
—No lo sientas. Nunca lo lamentes.
—De acuerdo.
La mano de ella subió para acariciarle la mandíbula y solo ese
roce lo llevó al borde de la desesperación. Tocarla era una cosa.
¿Pero que ella lo tocara? ¿El hecho de que lo deseara? ¿Que lo
deseaba lo suficiente como para dárselo todo, incluido el control que
mantenía tan apretado contra su pecho? Podría correrse ahora
187
mismo.
Entonces ella le agarró la mano, se la llevó a los labios y se metió
los dedos en la boca. Y Ruben estuvo a punto de correrse.
Su lengua caliente se deslizó por su piel, lamiéndolo, lamiendo
sus propios jugos. Dios, su boca, sus labios, tan llenos, exuberantes,
suaves y el tirón de cada firme chupada, casi salvaje… No había
sido su intención, no esta noche, pero Ruben tuvo que sacarse la
polla del pijama y apretar, fuerte, justo en la base. Ella le soltó los
dedos con un chasquido y él dijo, con voz de fantasma:
—Buena chica. Mierda, buena chica.
—Fetiche oral, ¿eh?
Ruben se rio, pero el sonido era áspero y entrecortado.
—Fetiche oral como en: si pongo mi boca en tu coño ahora mismo,
me correré.
—Quieres decir…
—Quiero decir que me correré. Inmediatamente. Eres
jodidamente perfecta. Mierda, ven aquí.
Rodó encima de ella y ella abrió las piernas casi automáticamente,
su cuerpo floreciendo para él. Porque ella lo quería. Esta mujer lo
deseaba. Su camiseta se había subido, de modo que la suave piel de
su vientre presionaba su polla desnuda y Ruben siseó entre dientes.
Empujó contra ella, esparciendo su semen sobre su piel y ella le
puso una mano en el pelo y lo besó.
Nunca volvería a ser el mismo.
Capítulo 20
Cherry no había querido besarlo. No había querido hacer nada de
esto, pero sus sucias palabras estaban sacadas directamente de todas 188
las fantasías que había tenido y la forma en que la tocaba,
dominante pero cariñoso, desesperado, exigente y tan jodidamente
hambriento, la llevó al borde del abismo. Así que lo había besado. Y
se alegró de haberlo hecho.
Su boca se inclinó sobre la de ella, dura y dominante, áspera como
siempre. Le metió la lengua entre los labios y la deslizó suavemente
por los suyos, como si se tratara de una presentación. Si no hubieran
estado ya a oscuras, le habría robado la vista; la rodeó con sus
poderosas piernas, rodeando las suyas y sus frentes se tocaron
ligeramente. Apoyaba su peso en los antebrazos, tan cerca que ella
podía sentir el roce de su piel contra los pómulos.
Una de sus manos se dirigió a la garganta de ella, con el pulgar y
el índice rodeando su mandíbula, forzándola a echar la cabeza hacia
atrás. Lo suficiente para enjaularla, para controlarla, para sugerirle
que podía hacerle daño. Para demostrar que nunca lo haría.
Aprovechó su ventaja, disfrutó de la vulnerabilidad de su posición,
se adueñó de su boca con la lengua. Y todo el tiempo sus caderas
bombeaban contra ella, la dureza abrasadora de su polla
presionando su vientre.
Su presemen facilitó el deslizamiento contra su piel,
embadurnándola de pegajosidad, sucia y decadente. Dejó que sus
manos recorrieran las crestas y los valles de su musculosa espalda,
la piel caliente, la carne tensa. Luego bajó más, se metió por debajo
de la cintura del pantalón del pijama, encontró las redondeadas y
poderosas curvas de su trasero y apretó.
Apartó la boca de sus labios.
—Compórtate —dijo, con una voz tan jodidamente grave y
pesada que ella la sintió entre las piernas.
Sintió su pulso, lo sintió todo entre las piernas.
—Sí, señor —bromeó.
Él la recompensó mordiéndole el labio inferior, dándole el más
leve y dulce dolor para agudizar toda esta nebulosa y pesada
lujuria.
189
—Buena chica.
Las palabras hicieron que le llovieran chispas de calor por el coño
y se sintió eufórica, jodidamente colocada, porque lo había sabido.
Todo el tiempo había sabido que eso era lo que quería, lo que
acabaría encontrando. Y sabía que sería él. Sabía que él se lo daría.
Volvió a besarla, más suave ahora, pequeños toques de gotas de
lluvia de sus labios contra los de ella, como migas de pan que le
mostraban el camino. El camino a la desesperación.
—Entiende esto —dijo. Un beso—. Eres mía. —Beso—. Sé lo que
necesitas. —Beso—. Y ahora mismo, tienes que abrir las piernas
como una buena chica y dejarme hacer todo el trabajo.
—Sí —gimió ella, arqueándose contra él, tensándose contra la
dureza de su poderoso cuerpo—. Por favor.
Lo sintió sonreír contra sus labios. Era el tipo de sonrisa sucia que
había visto en su cara miles de veces, el tipo de sonrisa que la había
desesperado por él en primer lugar.
—Dime, Cherry. Sé que estás mojada, pero ¿cuánto? —Le pasó los
labios por las mejillas y la mandíbula, susurrando—. ¿Ahora está
peor? ¿Te chorrea por los muslos? ¿Haciendo un desastre para mí?
¿Preparándote para que te use? —Metió la mano entre sus cuerpos y
ella pensó que se desmayaría si la tocaba. Pero no lo hizo; se limitó a
ponerle la ropa interior en su sitio, sobre el coño dolorido. Cuando
ella gimió, él se rio sombríamente—. Lo siento, nena. Pero no tengo
condones, así que tenemos que ponérnoslos. La próxima vez, te
follaré. ¿Te gustaría?
—Sí —soltó—. Por favor.
De repente, su peso desapareció y ella pensó por un terrible
instante que iba a detenerse. Pero entonces su voz volvió a atravesar
la oscuridad.
—Has sido una maldita mocosa esta noche, debería dejarte así.
190
No lo haría. ¿Lo haría? Ella no lo sabía. Tal vez. Su mente estaba
frenética, desesperada, pero mantuvo la boca cerrada.
Finalmente dijo:
—Pero no lo haré. No podría dejar a mi bebé así. —Los dedos de
él le acariciaron el coño a través de la ropa interior, el único punto
de contacto entre ellos y ella se estremeció—. A la mierda —gruñó y
entonces sus manos, grandes y enérgicas, le quitaron el algodón de
las caderas.
Arrastró la ropa interior por sus muslos, por sus pantorrillas y se
la quitó de los pies. Ella no sabía qué había hecho con ella. No le
importaba.
Entonces el colchón se movió mientras él se acomodaba entre sus
muslos y cuando volvió a hablar ella sintió su cálido aliento contra
su coño desnudo. Mierda.
—La primera vez que te vi —le dijo—, haciendo sudar a hombres
adultos con solo una sonrisa, todo lo que pude pensar fue… ¿Qué
tendría que hacer para que tomaras todo ese poder y me lo
entregaras? Y pedirme amablemente que te lo guardara. Que lo
cuidara. —Su voz bajó a un susurro—. Eres tan dulce, Cherry.
Apuesto a que todos los hombres con los que te has acostado te
tenían miedo.
—Solo un poco —admitió, con la voz ronca—. Así es como me
gustan mis hombres.
Mentira.
—Menos mal que no soy uno de tus hombres. —Le pasó la lengua
por el interior del muslo, justo en el pliegue sensible antes de que se
hinchara en su montículo y ella casi gritó—. Eres mi mujer.
¿Entendido?
—Sí —jadeó, arqueándose ciegamente hacia él. Necesitaba más de
esa puta lengua y no le importaba lo que tuviera que hacer para
conseguirlo—. Por favor.
—¿Me lo estás suplicando, nena?
191
—No.
—Sí. —La lamió de nuevo, por el otro lado, con su lengua ancha
recorriendo el borde exterior de los labios de su coño—. Suplica.
Dime cuánto lo deseas.
Quería negarse, mandarlo a la mierda. Pero le dolía mucho el
clítoris, estaba desesperada y todo por él.
¿De verdad conocía tan bien su cuerpo? ¿Realmente podía llevarla
a ese punto con nada más que sus manos y esa puta boca asquerosa?
Aparentemente, sí, podía. Entonces, ¿qué otra cosa podía hacer?
Pensó en lo que él había dicho antes. «Si pongo mi boca en tu
coño, me correré». ¿Podría hacerle eso?
Ella quería hacerlo. Y sabía que lo había dicho en serio. Sabía que
él la deseaba tanto y nada la había hecho sentir más poderosa, más
lujuriosa, en su vida. Así que suplicó.
—Por favor, Ruben. Necesito…
Por eso no podía dejarlo encender las luces. Ella quería esto y lo
sabía, pero incluso en la oscuridad sus mejillas ardían y sus palabras
tartamudeaban.
Pero él estaba allí, su voz firme, su dominio atravesando sus
confusos pensamientos y conduciéndola directamente a la verdad.
A su verdad.
—Tienes que correrte en mi lengua.
—Sí. Necesito que me hagas correrme.
—Buena chica. ¿Fue tan jodidamente difícil?
—Oh, vete a la mierda.
No sabía si las palabras se le habían escapado o si ella las había
liberado. Un segundo quería empujar, al siguiente sus venas ardían
de miedo, su aliento atrapado en sus pulmones mientras esperaba
su reacción. ¿Se negaría? ¿Cambiaría de opinión?
Le clavó los dientes en la carne sensible de la cara interna del 192
muslo y ella chilló. Luego le metió dos dedos en el coño,
abriéndoselo, estirándola.
—Cuida tu jodida boca —gruñó—, o te meteré la polla.
¿Entendido?
Ella ignoró la oleada de excitación, el retorcido deseo de ponerlo a
prueba.
—Sí, señor. Lo siento.
—Bien.
El áspero deslizamiento de sus dedos dentro de ella desapareció.
Casi gimió ante el repentino vacío.
Luego deslizó las manos por debajo de su trasero, apretando
mientras empujaba sus caderas hacia arriba, forzando su coño más
cerca de su cara. Ella se agarró a las sábanas y sus dedos retorcieron
la tela con anticipación. Su aliento se volvió frío al soplar contra su
entrada y ella se dio cuenta de lo mojada que estaba. Ridículamente
mojada. Vergonzosamente mojada. Pero lo único que sentía era una
necesidad desesperada.
Y luego la besó.
Sus labios eran suaves pero firmes, separando sus pliegues con la
misma delicadeza con la que besaba su boca. Sacó la lengua para
explorar su entrada, lamiendo sus jugos y apretó los dedos
alrededor de las curvas de su trasero. Gimió en voz baja, con un
sonido crudo y gutural. Entonces sus labios se separaron de ella y su
lengua se hizo más firme, trazando un camino de fuego por la
entrada de su coño hasta llegar a su clítoris.
Utilizó la punta de la lengua, rígida, firme y húmeda, para rodear
el hinchado nódulo. Ella casi grita. Dio vueltas y más vueltas, hasta
que ella sacudió las caderas en un intento desesperado de cabalgarle
la cara. No funcionó. Él se apartó por completo y le mordió el
muslo, como advertencia. Ella intentó quedarse quieta. Apretó los
dientes. Se pellizcó los pezones, tratando de alimentar el hambre
lujuriosa de su interior.
193
Aparentemente satisfecho de que se hubiera comportado, volvió a
su coño. Y finalmente, por suerte, su lengua presionó su clítoris,
haciendo rodar la carne necesitada de un lado a otro, justo como ella
lo necesitaba. Cherry suspiró y abrió más las piernas para acomodar
la anchura de sus hombros.
Se rio, con suaves bocanadas de aire caliente contra la humedad
de su coño.
—¿Te gusta eso, amor?
—No te detengas.
—Exigente, ¿verdad?
Pero él la lamió otra vez y otra, luego introdujo un dedo en su
interior. Era grueso, largo y deliciosamente áspero, pero un solo
dedo, después de cómo la había estirado, parecía una provocación y
él lo sabía. Ese cabrón. Estaba a punto de gritar hasta que él giró la
mano, con la palma hacia arriba y enroscó la yema del dedo contra
la pared superior de su coño.
Acarició aquel suave lugar de su interior, aquel lugar que hacía
que la electricidad chisporroteara por sus venas y que un fuego
candente recorriera su espina dorsal, sin dejar de acariciarle el
clítoris con la lengua. Luego cerró los labios en torno al bulto
hinchado y succionó con tanta, tanta suavidad, mientras su dedo la
acariciaba con firme confianza.
Se corrió. Se corrió más fuerte de lo que creía posible, su cuerpo se
fracturó, se deshizo y volvió a unirse, fundido y líquido. Se corrió
tan fuerte que respirar le pareció innecesario y, si hubiera tenido
algo de vista en la oscuridad, probablemente la habría perdido por
un segundo. Se corrió tan fuerte que todo a su alrededor se
desvaneció hasta convertirse en un cuerpo que flotaba en una brisa
de satisfacción.
No se dio cuenta de que Ruben se había movido hasta que sintió
que le besaba la mejilla. Sus labios eran suaves, pero su mandíbula
estaba pegajosa y olía deliciosamente sucio. Olía a ella. Mierda. 194

—¿Estás bien, cariño?


—Mmm.
Aparentemente, ella no podía hablar.
Se rio suavemente.
—Bien. —Sus dedos recorrieron sus labios, como si estuviera
aprendiendo su forma. Volvió a besarla, esta vez en la frente—.
¿Estás cansada?
—Mmm.
Si él dejara de hablar, ella ya estaría dormida.
—Bien. Debería irme.
Eso la hizo reflexionar.
—¿Por qué? —preguntó.
Sostuvo una de sus manos entre las suyas y la arrastró hasta su
cintura. La presionó contra la parte delantera de su pijama. El suave
tejido estaba estropeado por una mancha de humedad bastante
importante.
—Oh.
—Te lo dije —murmuró, con la voz teñida de humor.
—Sí —rio ella, intentando no sonar engreída—. Lo hiciste. Oye,
¿dónde están mis bragas?
Su voz, que había sido juguetona como de costumbre, volvió a ser
dura como el hierro.
—Ahora son mías. ¿De acuerdo?
Y aunque todo su cuerpo se sentía agotado, una chispa de
excitación parpadeó en su interior al oír su tono.
—De acuerdo.
Volvió a besarla y ella sintió que el colchón se movía mientras él
195
se levantaba. Pero no oyó que la puerta de su habitación se abría y
cerraba tras él. Apoyó la cara en la almohada cuando se encendió la
luz del cuarto de baño. Solo un destello de luz antes de que él
cerrara la puerta, sumiéndola de nuevo en la oscuridad. Se oyó el
sonido del agua corriente, otro destello de luz y luego él volvió a
hundirse en la cama junto a ella.
Intentó recordar por qué era una mala idea y fracasó.
La estrechó entre sus brazos y su aroma la envolvió, lino limpio y
especias con el filo de la excitación y el sudor. Ella se lo había hecho.
Lo besó y se sintió reconfortada.
—Duérmete, Cherry.
—No me digas lo que tengo que hacer —murmuró.
Él se rio. Ella sintió las vibraciones en su pecho. Se durmió.
Capítulo 21
Ruben siempre se levantaba temprano, pero tenía la sensación de
haber dormido más tarde de lo habitual. 196

El sol se abría paso a través de los huecos entre las cortinas de


Cherry, bañando la habitación con una suave luz. Lo primero que
sintió fue el cálido peso de su pierna, colgada sobre él como si le
perteneciera. Y así lo parecía. Su mano estaba apoyada en la cadera
de ella y se dio cuenta con una sacudida de que sus dedos estaban
entrelazados con los de ella.
Nunca había oído que la gente se tomara de la mano mientras
dormía. Sin embargo, le gustó. El pánico que solía atascarle la
garganta al pensar en este tipo de cosas, este tipo de intimidad
casual, no aparecía por ninguna parte. Quizá Hans tenía razón.
Quizá estaba enamorado de ella.
Pero tenía esta idea de enamorarse que implicaba… terremotos y
fanfarrias, francamente, un desastre. Todo esto se sentía muy…
normal. Como si hubiera estado esperando toda su vida para
sentirse así. Para querer a alguien así. ¿No debería ser el amor
trágico, tenso y toda esa mierda? No estaba seguro.
Ruben miró la cabeza de Cherry, con el pelo recogido en un
bonito pañuelo de seda. Estaba un poco alborotado. Tuvo la
sensación de que era culpa suya. Luego se apartó un poco para verle
la cara. Realmente quería verle la cara.
Tenía el mismo aspecto de siempre: hermosa. Inusualmente bella.
El tipo de belleza en la que la gente se fijaba, en la que se detenían a
mirar, por la que hacían el ridículo. Tenía el rostro relajado por el
sueño, los labios carnosos ligeramente fruncidos y las mejillas
regordetas y suaves. Pero su piel era diferente.
Su tez, normalmente impecable, se veía interrumpida por
pequeñas marcas, ligeramente más oscuras que el resto de su piel.
Como pecas, pero más grandes, más suaves, menos frecuentes y
dispersas. ¿Cicatrices?
Le pasó el pulgar por algunas marcas, como una constelación en
el pómulo. Su piel parecía de seda. Le gustaba; le gustaba tocarla sin
el maquillaje que solía llevar, el polvo aterciopelado o lo que diablos
fuera.
Quería que se despertara. Quería ver su cara cuando se viniera. 197
Pero debía dejarla dormir.
Por supuesto, en cuanto pensó eso, ella se despertó.
Ella suspiró suavemente, se movió ligeramente y sus pestañas se
agitaron. Él sintió que su mano se estrechaba alrededor de la suya y
entonces sus ojos se abrieron de golpe y ella dijo:
—Mierda.
Lo cual no sonaba bien.
—¿Qué? —dijo.
—Sigues aquí.
—Por supuesto que sigo aquí. —Sintió que la suave y satisfecha
sensación de su pecho se desvanecía—. ¿Querías que me fuera?
Frunció el ceño.
—No. Pero…
Sus ojos se apartaron de los de él y, si no la conociera mejor,
habría pensado que se estaba ruborizando.
Le tomó la mejilla con la palma de la mano, empujó suavemente
hasta que ella levantó la vista hacia él.
—¿Qué? —preguntó en voz baja.
No sabía qué esperar. Tal vez el karma había llamado a su puerta
y ella estaba a punto de darle un discurso acerca de cómo esto no
era serio y ella no estaba lista para una relación. Pero entonces, él no
había pedido una relación, exactamente. Todavía.
Además, tenían una especie de relación. Estaban comprometidos,
por el amor de Dios.
Se le ocurrió que no le había dado un anillo. De repente, sintió el
deseo urgente de regalarle uno. Concretamente, el que estaba en su
habitación, en un cajón, junto a un viejo álbum de fotos de sus
padres.
Estaba enamorado de ella. Estaba enamorado de ella. Mierda. 198

¿Qué carajo iba a decir?


Cherry se mordió el labio y susurró, como si no estuvieran solos:
—¿Y si viene Agatha?
Ruben parpadeó.
—Bueno… Ella viene todos los días. A hacer el desayuno.
—¡Exactamente! ¡Así se dará cuenta de que estamos en la misma
habitación!
—¿Por qué se daría cuenta de eso?
—¿Crees que no te vigila como un halcón?
Intentaba no reírse. Cherry parecía realmente preocupada. No
creía que le hiciera gracia que se riera.
—De acuerdo —dijo lentamente—. ¿Pero por qué le importaría?
Cherry parpadeó. Por un segundo, pareció perpleja. Luego dijo:
—A mí me importa.
—¿Qué es lo que te importa?
—Que tu dulce abuelita sepa que me he estado follando a su
nieto. —Ella le golpeó el pecho—. Vete. Vuelve a tu habitación.
Ruben sonrió.
—Pero no me has estado follando. La verdad es que no. ¿Por qué
no lo hemos…?
—Ooooh Dios mío, ¿quieres parar? ¡Fuera!
—Bien, bien.
Ruben se quitó las mantas de encima y trató de contener la
enorme sonrisa de comemierda que se le estaba dibujando en la
cara. Entonces se dio cuenta de que Cherry le miraba el pecho
desnudo con una expresión más bien vacía y dejó de intentar
contener la sonrisa.
199
Estaba enamorado y el objeto de su afecto no le odiaba ni se
arrepentía de él y parecía disfrutar con la visión de su pecho.
Realmente, ¿qué más podía pedir un hombre?
«A toda ella».
Dejó de lado ese pensamiento.
—La próxima vez que pueda —dijo—, te voy a follar.
—Lárgate.
Se incorporó, la miró con el ceño fruncido y tomó el móvil de la
mesilla.
—¿Estás diciendo que no?
Puso los ojos en blanco.
—Si no sales, no volveré a hablarte.
—Sabes, Cherry, estamos comprometidos. Realmente no hay
necesidad de avergonzarse…
Le tiró una almohada a la cabeza. Se marchó y era más feliz que
nunca en su vida.
Capítulo 22
Su buen humor no duró mucho.
200
Ruben se dirigía a desayunar, y ya llegaba tarde a su almuerzo en
otra ciudad, cuando Demi apareció de la nada para agarrarlo del
brazo.
—Dios, mujer. —Se pasó una mano por el corazón, apoyándose
en la pared del pasillo—. ¿De dónde demonios has salido?
—Del estudio —dijo brevemente—. Necesito hablar contigo.
Y entonces lo arrastró a dicho estudio que él nunca usaba,
mostrando mucha más fuerza de la que era natural en una mujer de
su tamaño.
Cerró la puerta tras ellos y la miró con el ceño fruncido. Parecía
que alguien había muerto.
Entonces ella dijo:
—El rey te ha convocado.
Lo último del buen ánimo de Ruben se evaporó.
—Dile que he dicho: que se joda.
—¿Ah, sí? ¿Eso es lo que quieres que haga? —Demi se sentó en la
silla que había detrás del enorme escritorio de la sala y le miró con el
rostro deliberadamente inexpresivo—. ¿Le mando un correo
electrónico a su ayudante o le llamo para transmitirle el mensaje
directamente? Y de paso, ¿quieres que invite a tu hermana a tomar
el té? Ya que al parecer estás intentando hacerte la vida imposible.
Ruben se pellizcó el puente de la nariz. Llevaba menos de una
hora despierto y ya le latía la cabeza.
Maldito Harald.
—Pensé que teníamos otra semana —dijo finalmente.
—La teníamos. Está intentando meterse con tu cabeza. —Demi se
puso de pie y su rostro era casi insoportablemente amable—. No se
lo permitas.
—En realidad no es tan sencillo. —Ruben se pasó una mano por el
pelo, recorriendo la habitación con ojos desencajados—. Él controla 201
casi todo lo que hago.
—Mientras mantengas tu posición en la casa real, claro.
Levantó la mirada bruscamente.
—No voy a dejarlo.
—Ruben… —Ella suspiró—. Sabes lo que Hans y yo pensamos.
Siempre serás hijo de tus padres, con título o sin él. Él no puede
quitarte eso.
Ruben tragó más allá del nudo en la garganta.
—No tienes ni idea de cuántas cosas me ha quitado ese hombre.
No voy a renunciar a nada más.
Ella dijo algo, pero él apenas oyó las palabras. Ya se estaba yendo.

Esperar a un hombre no era lo suyo. Así que se dijo a sí misma


que no estaba esperando nada; estaba desayunando y si Ruben
aparecía, que así fuera.
No es que se quedara sin aliento por la expectación ni nada
parecido. Aparte de los momentos en que su mente dejaba de
pensar en el muesli de canela, el café y el zumbido de Agatha para
pensar en su sonrisa, en el aroma de su piel por la mañana. Entonces
se quedó sin aliento.
El sonido de pasos rápidos sacó a Cherry de su ensimismamiento
y a Agatha de su tarea, que parecía ser blanquear el fregadero.
Cherry estaba bastante segura de que la mujer mayor había hecho
eso dos veces ayer, pero cada una a lo suyo.
Demi apareció en la puerta, con la boca apretada en una fina línea
y el ceño fruncido.
—¿Demetria? —Agatha frunció el ceño—. ¿Cuál es el problema?
—¿Ruben no está aquí?
202
La preocupación de Cherry se disparó ante el tono preocupado de
su voz.
—No. Creo que está arriba. ¿Qué está pasando?
Demi negó con la cabeza, dándose la vuelta para irse, pero
entonces Agatha dijo con voz de hierro:
—Demetria. Dime. ¿Cuál es el problema?
Las dos mujeres compartieron una mirada antes de que Demi
dijera:
—A Harald se le ha acabado la paciencia. O se ha adelantado, o
nos ha dado una fecha equivocada a propósito. Sea cual sea la razón,
nos ha convocado.
Se alejó a toda prisa por el pasillo, dejando esas palabras tras de sí
como una bomba.
Cherry frunció el ceño. Ya sabía que Harald era, francamente, un
cabrón de primera. Pero el rostro rubicundo de Agatha se había
vuelto gris ante la noticia de su supuesta «convocación». La anciana
se retorcía las manos con una preocupación poco habitual en sus
ojos y encorvaba la cintura.
—¿Qué? —preguntó Cherry.
La otra mujer levantó la vista bruscamente, inyectando brillo a su
voz y forzando una sonrisa en su rostro con evidente esfuerzo.
—Nada. Es solo que Ruben odia el palacio y se enfadará.
—Ruben nunca se enfada.
Agatha miró a Cherry. Una mirada que decía: «No creas que lo
conoces. No lo haces».
Algo estaba pasando aquí. Algo que a Cherry no le gustaba una
mierda.
—Sé que Ruben y su hermano no se llevan bien —dijo ella—. Y sé
que lo mantuvieron alejado de ti.
203
Agatha se estremeció como si la hubieran golpeado. Cuando
levantó la vista, sus ojos estaban oscuros por la ira y… algo que
parecía vergüenza.
—Se lo llevaron —dijo pesadamente—, pero yo los dejé.
Cherry se tomó un momento para ajustar las implicaciones de esa
declaración.
—¿Tú… no querías ningún contacto?
—No es eso. No es eso en absoluto. Es sólo… —Agatha se
interrumpió, su rostro grave—. Sabes, mi familia nunca fue rica, no
antes de que mi Freja se casara con Magnus. El padre de Ruben.
Pero siempre fuimos felices. Los niños siempre fueron amados.
Siempre cuidados. Y yo creía… —se le trabó la voz, pero se aclaró la
garganta, sacudió la cabeza y continuó—. Creía que todo el mundo
sería así. Especialmente la realeza. —Soltó una pequeña carcajada—.
Me equivoqué.
Cherry apartó el desayuno y se apoyó en la isla de la cocina, con
el miedo acumulándose en el estómago como cemento líquido.
—No debería haberlo permitido —dijo Agatha, casi para sí
misma—. Pero fui egoísta en mi dolor, demasiado débil para luchar
por él. —Siguió retorciéndose las manos, con movimientos
espasmódicos—. Así que un año se convirtió en dos y luego en tres
y pensé: ¿qué derecho tengo sobre él? Ya se habrá olvidado de mí. Si
no me quieren cerca de él, quizá tengan razón. —Agatha tragó
saliva y sacudió la cabeza—. Si hubiera usado mi cerebro, podría
haberme dado cuenta. Mi Ruben, él representaba todo lo que ese
chico había perdido. Ese chico que se convirtió en rey. —De repente,
las emociones escritas en su rostro desaparecieron, dejando atrás
una estudiada blancura. Se golpeó los muslos con las manos y se
irguió—. Bueno —dijo enérgicamente—. No te preocupes por eso.
Irás a palacio y lo verás. Lo verás por ti misma.
Cherry abrió la boca para presionar, para preguntar, desesperada
por obtener una información que no merecía, pero Agatha tomó un
paño y le dio la espalda con firmeza. 204

Hubo un momento de silencio antes de que Cherry recogiera su


tazón de cereales a medio comer y se dirigiera al fregadero. Pero
Agatha se limitó a agitar una mano enrojecida y decir:
—No, deja eso. Lo haré yo. Ve a buscar a mi nieto.
—Pero…
—Te equivocas, ¿sabes? A menudo está enfadado. Pero solo
consigo mismo.
Cherry lo pensó durante un minuto. Y luego fue a buscar a su
prometido.

Estaba en su dormitorio. La puerta estaba ligeramente


entreabierta, dejando ver un suelo de madera fría y una cama baja,
cubierta de sábanas blancas. Un par de pies descalzos descansaban
en el borde de la cama. Cherry se asomó a la puerta y vio los tobillos
de aquellos pies. Y luego las pantorrillas, las poderosas pantorrillas,
salpicadas de vello.
Ruben dijo:
—Sé que estás ahí, Cherry Pay.
Contuvo una sonrisa y empujó la puerta, entrando.
—Te lo dije, tienes que dejar de llamarme así.
—Bien —dijo. Estaba tumbado contra la cama, con los brazos
cruzados detrás de la cabeza y el pecho desnudo. También tenía las
piernas desnudas. Solo llevaba unos calzoncillos azules ajustados y
ella mantuvo los ojos muy alejados de su entrepierna—. Te llamaré
Tarta de Cherry —dijo él—. Apuesto a que tu padre nunca te llamó
así.
—Cállate.
Se acercó a la cama, dudó un momento antes de sentarse en el
205
borde.
Resopló y le rodeó la cintura con un brazo.
—Ven aquí. ¿Qué, no puedes acostarte conmigo a la luz del día?
Había algo en su voz, algo que ella no oía a menudo, si es que oía
algo. Un filo que no le gustaba, una agudeza que no solía estar ahí.
La puso a su lado y la metió bajo su brazo como si fuera su lugar.
Dejó que su cabeza descansara sobre su pecho e intentó no pensar
en las marcas que dejaría su maquillaje o en el hecho de que su pelo
probablemente le hacía cosquillas en la cara.
—¿Demi habló contigo? —preguntó.
Se rio. Ella sintió el sonido tanto como lo oyó, retumbando en lo
más profundo de su pecho, pero no había luz en él. No había
humor.
—Sí, me habló. No tienes que preocuparte, cariño. Estoy bien.
Con cuidado, le dijo:
—¿Qué le pasa a tu hermano?
Se incorporó ligeramente, apoyándose en los codos y miró a
Cherry con confusión en los ojos.
—¿Por qué dices eso? —preguntó, con la voz ronca—. ¿Qué le
pasa a Harald? ¿Por qué le pasaría algo a Harald?
Ladeó la cabeza.
—Él te convoca y Demetria entra en pánico, tu abuela casi
empieza a derramar secretos familiares…
—¿Qué ha dicho? —exigió, su voz aguda.
Cherry levantó las manos.
—Nada. No te enfades con ella.
—No lo estoy —suspiró, desinflándose ante los ojos de ella—.
Claro que no. Estoy enfadado con él. Estoy enfadado por la forma en
que puede interrumpir una jodida mañana perfectamente buena a
kilómetros de distancia y estoy enfadado conmigo mismo por 206
permitírselo.
—No lo estés. —Se mordió el labio, insegura de sí misma con este
nuevo Ruben, más oscuro, la comodidad en la que habían crecido
parecía ahora distante. Pero luego se recompuso y decidió ser
valiente. Le tomó la mano y él se la tendió. Sus dedos se
entrelazaron, la palma de él empequeñeciendo la de ella, su piel
extrañamente fría—. Escucha —le dijo—. Las emociones son
naturales. Reaccionar forma parte de la vida. Lo que te pregunto
es… ¿Qué tiene este tipo que causa tanto caos? No puedes decirme
que no hay razón. Quiero decir, no es como si realmente tuviera
algún poder…
Ruben la interrumpió con un bufido.
—Eres más lista que eso, Cherry. No creas que solo porque
estemos en la era moderna, un hombre con riquezas, un título, un
sinfín de conexiones y siglos de buena puta crianza es impotente.
—Me parece justo —murmuró ella—. ¿Pero no eres igual?
Le soltó la mano.
—No. No soy igual. —Por un momento, su aspecto fue tan
sombrío, sus facciones tan demacradas y duras, que ella pensó que
había dicho algo terrible. Pero entonces, de repente, su rostro se
suavizó y le dedicó una sonrisa—. No te preocupes por todo esto,
Cherry. Necesitaré que vuelvas a hacer las maletas. Siento tener que
cambiarte de sitio. Pero cuanto antes te presente y veamos qué más
quiere, antes podremos volver a casa.
Intentó no pensar demasiado en el hecho de que, cuando él decía
casa, este lugar le venía a la mente antes que su antiguo piso.
No. No este lugar. Su cama, en la oscuridad, con él en ella.
—¿Ahora? —preguntó ella—. ¿Tenemos que irnos ahora?
—El monarca tiene poder legal sobre el resto de la familia real en
muchos ámbitos, incluido el matrimonio. —Frunció el ceño y
sacudió la cabeza—. No es que nos vayamos a casar. Lo que digo es
que si no acudo cuando me llama, habrá consecuencias. Pero… — 207
Volvió a acomodarse en la cama, tirando de ella hacia abajo con él—.
No tengo que ir inmediatamente. No soy un puto perro.
Qué gracioso. Sonaba como si hubiera dicho esas palabras antes.
—Mañana —dijo finalmente—. Iremos mañana.
Cherry se quedó mirando el techo. No tenía una gran cama con
dosel como ella. Su habitación parecía casi normal. Le puso la mano
en el pecho, sintió los latidos de su corazón y dijo:
—Bien. ¿Crees que Agatha cuidará de Whiskey?
—Por supuesto. —Ruben sonrió ligeramente—. Aunque esa
criatura no necesita muchos cuidados. Apenas la veo.
—Es la reina del sigilo.
—Cierto. —Se rio, pero luego su humor se desvaneció—. Se
supone que debo prepararme para ir a trabajar —dijo.
—¿En serio? ¿Vas a salir hoy?
—Tendré que reorganizar un montón de reuniones mientras
pierdo el tiempo complaciendo los caprichos de mi hermano, así que
sí. Voy a salir. Puede que vuelva tarde. —Se apartó de ella, con
suavidad, pero dolió igualmente—. Demi puede ayudarte a
empacar. Ella mencionó que ustedes dos ordenaron algo de ropa.
Se levantó, dejándola atrás en la cama, caminando hacia su
armario.
—Sí —dijo Cherry, sentándose—. Para la corte. O lo que sea. La
mayor parte ya está aquí, así que…
—Estupendo. —Sacó un traje gris acero, lo miró un momento,
luego se encogió de hombros y lo tiró sobre la cama—. Lo siento por
esto, Cherry. De verdad.
Se encogió de hombros. Intentó sonreír.
—No pasa nada. No me importa.
—A mí sí —dijo en tono sombrío.
Luego suspiró y forzó una sonrisa. Era forzada, demasiado 208
brillante, demasiado amplia. Se acercó a ella y ella respondió,
porque tal vez eso le ayudaría a sacudirse la preocupación que
llevaba como cadenas.
La atrajo hacia sí y le hundió la cara en el pelo, rodeándole el
cuerpo con sus brazos de hierro. Durante unos largos minutos, se
preguntó si alguna vez la soltaría. Y si ella quería que lo hiciera.
Pero entonces, con un suspiro, la soltó. Le besó la frente. Y dijo:
—¿Puedo ir a verte esta noche? ¿Cuando vuelva?
Si tuviera que describir cómo la hizo sentir aquella pregunta,
Cherry habría fracasado. Eran demasiadas emociones, que la
golpeaban demasiado deprisa, fundiéndose unas con otras para
crear una vorágine de sentimientos puros, como nunca antes había
experimentado.
De lo único que estaba segura era de su respuesta.
—Sí.
—Bien —susurró—. Bien. —La besó. Sus manos acunaron su
rostro, sus labios suaves y escrutadores. La tocó con cada centímetro
de su formidable concentración, como si ella fuera lo único que
importaba en el mundo. Luego se apartó y dijo—: Deja las luces
encendidas. ¿De acuerdo?
Ella se lamió los labios, saboreó el fantasma de su deseo. Y dijo:
—De acuerdo.
Capítulo 23
Cherry llevaba puesto su pijama, o, mejor dicho, una camiseta
vieja de un grupo de música y algo de ropa interior, que para ella 209
hacían las veces de pijama. Por mucho esfuerzo que hiciera durante
el día, no quería estar guapa solo para irse a dormir.
Y, sin embargo, llevaba toda la cara maquillada.
Se sentó en el centro de la cama, con las luces principales
apagadas pero la lámpara de la mesilla encendida. Eso contaba, ¿no?
Estaba segura de que sí. Una lámpara era una luz.
Esto era ridículo. Como si nunca antes hubiera tenido sexo con las
luces encendidas.
Nunca así. Nunca con alguien como él.
Cherry sabía que era insegura. Francamente, no creía que
importara. Se gustaba a sí misma, sabía exactamente quién era y
sabía exactamente cómo era. Así que, si prefería enfrentarse al
mundo con unos sólidos cimientos como escudo, ¿a quién carajos le
importaba?
No es que le importaran sus cicatrices, exactamente. Ni siquiera le
importaba lo que los demás pensaran de ellas. Cristo, había tenido
acné el tiempo suficiente como para superarlo.
Pero lo que sí le importaba era el control. Controlar la percepción
de sí misma. Y no podía controlar lo que la gente pensaba, cómo la
miraban, a menos que fuera perfecta. Porque una vez que era
impecable, qué podía pensar nadie excepto… «Vaya. Esa es la
maldita Cherry Neita».
No tenía segundo nombre. Pero follar lo hacía bastante bien.
El único problema era que Cherry no se iba a dormir maquillada.
No se sentaba en su habitación a hacer sus cosas maquillada. Y si
Ruben llegaba a casa y la encontraba sentada en la cama con los ojos
ahumados y los labios rojos, probablemente pensaría que eso
significaba algo.
Como… que ella no confiaba en él. O alguna mierda así. La gente
tenía pensamientos. Esos pensamientos no siempre tienen sentido.
210
Pero tal vez ella no confiaba en él. Cherry realmente no estaba
segura.
Así que hizo lo único que podía hacer, o, mejor dicho, lo único
que le apetecía hacer. Agarró el teléfono y llamó a Rose.
Sonó tres veces. El tiempo suficiente para que ella pensara: «¿Qué
demonios estás haciendo? Eres la peor clase de amiga.
Prácticamente desapareces y luego la llamas cuando la necesitas…».
—Cherry, cariño. Dios mío, cuánto tiempo.
Cherry suspiró.
—Hola, Rose. Lo sé. Sé que sí.
—Bueno, Señor, no suenes así. No vas a ser ejecutada, ¿sabes? —
La voz de Rose bajó ligeramente—. ¿O sí? Tengo amigos en
Finlandia, querida. Si necesitas un rescate de emergencia…
Cherry se rio. Rose también lo hizo. Y todo fue más fácil.
—De verdad que lo siento —dijo, las palabras chocando entre sí—
. Quería llamarte, pero todo es tan jodidamente raro y no sabía qué
decirte.
Le había mandado un mensaje a Jas, otro a Beth, pero Rose era
más avispada que las dos y solo aceptaba llamadas. Nada de «esa
tontería de los mensajes de texto».
Y Cherry había tenido la extraña idea de que, si Rose oía su voz,
sabría que algo iba mal.
Pero esa preocupación había sido en vano, claramente.
—No te preocupes, amor —le tranquilizó Rose—. Lo comprendo.
Es todo bastante abrumador, ¿no?
Si ella lo supiera.
—Sí —dijo Cherry, recorriendo con la mirada la habitación que
había llegado a considerar suya.
El lujo informal de los muebles, las cortinas de terciopelo, la
maldita cama con dosel en la que estaba sentada. Sin embargo, lo
que más le preocupaba era… 211

—¿Cuándo supiste que tu marido era diferente?


La voz de Rose era cuidadosa cuando dijo:
—¿Diferente?
—Como, que las cosas serían diferentes con él. Que él no era como
cualquier otra persona que hubieras querido. Que era especial.
—Ah. —Rose sonaba vagamente divertida—. Ya veo. —Por un
momento, se quedó callada. Pero luego dijo—: Creo que la primera
señal fue el hecho de que… empecé a hacer preguntas como la que
estás haciendo ahora. Primero a mí misma, luego a mis amigos, a mi
madre. Volvió mi mente hacia la cuestión del para siempre. De la
confianza, de la unión. Nadie me había hecho pensar en cosas así
antes. La verdad es que no.
—Correcto. —Cherry asintió, como si Rose pudiera verlo. Luego,
recordándose a sí misma, añadió—: Eso tiene sentido.
Y realmente lo tenía.
—¿Estás segura? Porque a mí me pareció una tontería.
Cherry se rio entre dientes.
—No, me gustó. Y entendí el punto.
—Oh, bien. Ahora, dime; ¿cómo es ser una princesa?
—No soy una princesa, Rose.
—También podrías serlo. ¿Es muy glamuroso? Dímelo, o te
torturaré con historias de tu reemplazo.
Cherry hizo un gesto de dolor.
—¿Es mala?
—Es jodidamente horrible. No tiene el sentido común que Dios le
dio a una cabra. Chris insistió en que la contratáramos; no sé en qué
estaba pensando.
Durante la media hora siguiente, Rose le contó a Cherry historias
de la planta de administración de la Academia Rosewood y Cherry 212
trató de inventar historias lo bastante interesantes como para
entretener a su amiga, que era un poco exigente.
Y cuando finalmente colgaron, Cherry se dirigió al baño y se lavó
la cara.

—Ha sido un día infernal. Descansa un poco.


Ruben puso los ojos en blanco.
—Sí, sí, capitán.
Luego intentó mantenerse en pie mientras Hans lo golpeaba en la
espalda con una mano que parecía un ladrillo.
—Lo digo en serio, Su Alteza. Nos vemos mañana.
Lo que sería aún peor ya que pasarían la mitad del día viajando y
la otra mitad con Harald. Jodidamente fantástico. El mal humor de
Ruben se hundió aún más en las profundidades turbias cuando le
hizo un gesto a Hans para que se fuera y entró en la casa.
Entonces recordó, de golpe, quién lo estaba esperando. Y sin más,
sintió que sonreía.
Se dirigía al piso de arriba cuando vio la puerta de la biblioteca
entreabierta, con la luz derramándose como una estela dorada. El
corazón de Ruben golpeó contra su caja torácica mientras se dirigía
a la pequeña habitación y empujaba la puerta para abrirla. Todos los
oscuros pensamientos que le habían perseguido durante el día
fueron destruidos, incendiados por aquellos retazos de luz. No le
quedaba más que una hambrienta expectación.
Ella lo estaba esperando. Así que será mejor que la espera
merezca la pena.
Cherry estaba acurrucada en el sillón del centro de la pequeña
habitación llena de libros que llamaban biblioteca, con un libro de
bolsillo en el regazo. Llevaba el pelo recogido sobre la cabeza, como 213
a él le gustaba y a la tenue luz de la lámpara podía ver la camiseta
de algodón suave y desgastado que una vez apartó en la oscuridad.
—¿Dolly Parton? ¿En serio?
Levantó la cabeza sobresaltada y una pequeña sonrisa curvó sus
labios.
—Has vuelto.
—Y no estás en la cama.
Dejó a un lado el libro que estaba leyendo.
—No podía dormir.
—Bien.
Se acercó más, se sintió merodeando la habitación como un
depredador, pero no pudo detenerse. Podía ver el contorno de sus
pezones, a través de aquella camiseta, oscuros y gruesos,
arrastrando su mente a lugares peligrosos. Sus piernas estaban
desnudas y solo su suave ropa interior azul ocultaba el coño de su
mirada.
Era ropa interior muy fina. Del tipo que podría arrancarle si
realmente quisiera.
Su polla pasó de interesada a dolorosamente dura en el espacio de
un segundo.
Ella le miró con ojos de color obsidiana en la penumbra.
—Pareces…
—¿Qué?
Se atragantó. Su voz era casi un gruñido, pero no le importó. Ya
no podía ocultar sus sentimientos, si es que alguna vez lo había
conseguido.
Cherry negó con la cabeza.
214
—Es tarde. Deberíamos subir.
Empezó a levantarse, pero Ruben le puso una mano en el pecho y
la empujó hasta que se hundió de nuevo en el sofá. Se quitó la
chaqueta y la dejó caer al suelo, remangándose la camisa. Luego se
sentó a su lado y tomó el libro que ella había abandonado.
—Abrazo del Diablo —leyó en voz alta—. Suena… En realidad,
no estoy seguro de cómo suena.
Cherry sonrió, le arrebató el libro de las manos y lo dejó en el
suelo.
—Es un auténtico rompecorazones. Muy dramático. Muy
anticuado. No sé qué me parece.
—¿Lo encontraste aquí?
Puso sus piernas en su regazo y ella lo permitió, relajándose en él.
Olvidándose de sentirse cohibida. Tenía los dedos de los pies
pintados del mismo rosa que las uñas.
—Lo hice. Creo que Agatha…
—Realmente necesito que no termines esa frase.
Se rio.
—Me parece justo.
Entonces ella se movió en su regazo y su risa se desvaneció, sus
ojos se abrieron ligeramente cuando su pie desnudo rozó la
inconfundible hinchazón de su erección. Intentó no gemir ante el
contacto, pero no pudo evitar que sus ojos se cerraran o que sus
caderas se movieran hacia ella.
Estaba más al límite de lo que pensaba. La necesitaba más de lo
que creía. No era ninguna sorpresa.
Pero fue una sorpresa sentirla acercarse a él. Fue una sorpresa
cuando se puso de rodillas, cuando le puso las manos sobre los
hombros y se sentó a horcajadas sobre sus muslos. Ruben abrió los
ojos y vio que Cherry lo miraba mientras se acomodaba en su
regazo, observándolo con aquella mirada oscura e infinita.
215
Se inclinó hacia delante y la besó, rápida y suavemente. Solo
probó su dulzura, le pasó la lengua por el labio inferior hasta que
ella gimió suavemente, moviendo las caderas.
Agarró el dobladillo de su camiseta con la mano y susurró:
—Déjame verte. Por favor.
Dejó que su frente se apoyara en la de él un momento. Luego se
enderezó y le quitó la tela de los dedos.
Se la quitó ella sola.
No miró. No podía. Mantuvo la mirada en su rostro mientras ella
se movía contra él, jugueteando con algo que no podía ver.
—¿Qué estás haciendo?
—Estoy tratando de quitarme la ropa interior.
Ruben deslizó las manos por el plano liso de su espalda hasta que
se curvó en su trasero. Tenía hoyuelos por todas partes. Agarró su
ropa interior con ambas manos y la rasgó.
Ella dio un gritito y miró hacia abajo. Él también quiso bajar la
mirada, pero pensó que podría morir si lo hacía.
—Sabes —dijo—, creo que tienes que rasgar ambos lados.
Movió las manos alrededor de sus caderas hasta llegar a la parte
delantera de su cuerpo. Atrapó la tela allí. La rasgó.
—¿Así está mejor? —carraspeó.
Sonrió. Luego se metió la mano entre las piernas y sacó los restos
de su ropa interior, agitándola como una bandera.
—Muy eficiente.
Deslizó la palma de la mano por el montículo y metió el dedo
corazón entre los pliegues hinchados. Todo lo que pudo decir fue:
—Estás mojada.
Su mano le acarició la mandíbula y él se sintió como en casa.
216
—Te estaba esperando.
—Bien.
Ruben la penetró con el dedo, se deleitó con el apretón de sus
paredes a su alrededor, la acarició hasta que la opresión disminuyó
y su piel se empapó del deseo de ella. Luego salió de su
aterciopelado coño y frotó su dedo resbaladizo sobre el clítoris,
masajeando el nódulo rígido en un círculo lento y fácil.
Se agarró a sus hombros y gimió por él. Sus manos flotaron hasta
los botones de su camisa. Dejó que se desabrochara el primero, el
segundo, antes de sujetarle la muñeca con la otra mano y decirle:
—No.
Dejó de tocarle el clítoris.
—¿Por qué? —preguntó, con frustración en los ojos.
—Tú no mandas, cariño. Recuérdalo.
Con un pequeño gruñido, le tomó la cara entre las manos y la
besó. Él se permitió disfrutar de su boca exuberante, de su lengua
caliente y escrutadora durante unos segundos antes de apartarla.
Luego le golpeó el culo con la palma de la mano. Con fuerza.
Ella se mordió el labio en un gemido, apretando el coño contra su
erección, a través de la ropa y él la azotó de nuevo.
—Vas a estropear mi traje, amor.
—Vete a la mierda.
Otra bofetada. Antes de que ella pudiera reaccionar, él le agarró
un puñado de pelo y tiró de su cabeza hacia atrás, con la fuerza
suficiente para impedir que se moviera.
—No me presiones, Cherry.
Se echó a reír, con un sonido entrecortado y ronco.
—Pero eso es lo que hago. Empujo, presiono.
Sus manos no dejaban de recorrer la fría seda de su carne, pero
bien podrían seguir en la oscuridad, porque aún no había bajado la
217
mirada. Su rostro era devastador, bellamente desnudo, su lujuria
imposible de pasar por alto.
Esa voz animal en su cabeza, la que había cobrado vida en el
momento en que vio por primera vez a esa mujer, canturreaba al
ritmo de su pulso acelerado: «Tómala. Ahora mismo».
La había deseado toda. Ahora podía tenerla.
—Levántate —ordenó, sonando tan desesperado como se sentía.
Demasiado para el maldito control—. Déjame verte.
Su lengua se deslizó para humedecer sus labios y él imaginó cómo
se sentiría su boca en su polla. La deseaba. Entonces ella se bajó de
su regazo, él le soltó el pelo y ella se puso de pie. Y él no pudo
apartar la mirada.
Al ver su cuerpo desnudo, se le secó la boca y se le quedó la
mente en blanco.
Dios.
Completamente vestida, Cherry ya era una fantasía andante.
Desnuda, se convirtió en algo inimaginable. Por mucho que lo
intentara, Ruben nunca podría haber soñado algo así.
Sus ojos siguieron las curvas de su cuerpo, desde aquellas anchas
caderas hasta aquel vientre suave y redondeado, hasta la suave
caída de sus pesados pechos con sus pezones gruesos y oscuros. Era
como una rosa en flor, delicadamente decadente.
Bajó una mano por su vientre hacia el vértice de sus muslos.
—Será mejor que tengas condones.
—Tengo malditos condones.
Se llevó la mano a la polla a través de la ropa, apretando con
fuerza hasta que el dolor de su propio agarre le quitó el borde de su
deseo salvaje. No iba a meterle la polla como un puto animal, pero
eso era lo que le pedían sus bolas.
De repente, se puso en pie, con la intención de agarrar los
malditos condones de la chaqueta del traje que había desechado.
Pero resultó que era físicamente incapaz de pasar junto a ella en 218
aquel momento. Cuando lo intentó, sus pies se negaron a moverse y
sus manos la trajeron hacia él. Ruben se aferró a su control como si
fuera el borde de un acantilado, se aferró a ella como si fuera la
cordura. Y la besó y la besó y se preguntó cómo demonios podía
desear a una mujer más que a nada en el mundo.
Capítulo 24
Cherry se arqueó ante el cuerpo poderoso de Ruben, la presión de
su desnudez contra la ropa de él resultaba extrañamente erótica. Su 219
beso era duro y sin refinamiento, sus manos recorrían su cuerpo
como si nunca lo hubiera sentido antes, agarrando su trasero, sus
muslos, su vientre, sus pechos. Como si tuviera hambre. Como si
estuviera desesperado.
Pero lenta y gradualmente, algo cambió. Mutó. Su beso se
suavizó, su lengua se deslizó por sus labios como si la estuviera
saboreando, probándola. Le metió una mano en el pelo y le echó la
cabeza hacia atrás hasta dejar al descubierto la línea de la garganta.
Cuando arrastró los labios por aquella sensible columna hasta que
su boca se posó sobre su pulso, ella sintió su lengua caliente como si
estuviera entre sus piernas.
Luego la besó más abajo, recorriendo su pecho. Acercó uno de los
pechos a la cara y le chupó el pezón dolorido. Ella gimió, con un
sonido entrecortado e incontrolado y él la miró con aquella sonrisa
exasperantemente sexi en su sitio, completamente en desacuerdo
con la lujuria de sus ojos.
—Me gusta que gimas por mí —gruñó. Atrapó el otro pezón entre
el dedo y el pulgar, haciendo rodar el apretado nódulo—. ¿Te gusta
esto, mi amor?
—Sabes que sí —jadeó.
—Pero quiero oírtelo decir. Necesito oírtelo decir.
Antes de que ella pudiera pensar demasiado en eso, él volvió a
meterse el pezón en la boca, chupándolo, cada tirón jalaba de algún
modo de su clítoris además de su pecho. Mierda.
Su mano se deslizó por su cuerpo, trazando los contornos de su
cintura, sus caderas, como si no pudiera dejar de tocarla. Como si
tuviera que recordarse a sí mismo que ella seguía ahí, que era real.
El leve roce de sus dedos se sentía como una dulce tortura, una
carga eléctrica que aumentaba a cada segundo, patinando por las
terminaciones nerviosas de ella.
Entonces, tan repentinamente como había empezado su tortura
erótica, se apartó. Ella abrió los ojos y lo encontró mirándola
fijamente, con la mandíbula desencajada y algo peligroso en su 220
mirada oscura.
—Ven aquí —le dijo y la orden en su voz la estremeció.
Le puso una mano en la nuca y la condujo hacia el sillón que
acababan de dejar.
—De rodillas —ordenó, su voz aguda como un látigo.
Se arrodilló sobre los lujosos cojines de terciopelo y sus manos se
posaron automáticamente en el alto respaldo del sillón.
Se colocó detrás de ella, metió la mano entre sus muslos y la
acarició con su enorme mano, cálida e íntima. Luego se inclinó sobre
ella y le susurró al oído:
—Abre las piernas, cariño. Todo lo que puedas. Quiero verlo
todo.
Cherry se estremeció cuando su aliento rozó la piel sensible justo
debajo del lóbulo de su oreja, cuando su mano la acarició con
firmeza, íntimamente. El contacto era tan casual y a la vez tan
completo, como si el espacio entre sus piernas fuera suyo para
usarlo a su antojo.
Ella le había dado esto. Ella le había dado el control. Y él sabía
cómo usarlo.
—Buena chica —dijo, su voz era tan profunda, tan áspera, casi un
gruñido.
El único indicio de que se estaba volviendo loco, igual que ella. Le
gustaba la idea de que los dos se deshicieran juntos. Si él sentía lo
mismo que ella…
Sintió el deslizamiento de su camisa contra su espalda cuando él
se arrodilló detrás de ella. Entonces la mano entre sus piernas
desapareció, dejándola extrañamente fría. Un segundo después,
volvió a sentirlo, esta vez empujándola hacia delante, de modo que
sus pechos se apoyaron en el respaldo del sofá. Y ahora, de rodillas,
con las piernas abiertas y el cuerpo arqueado como un arco, estaba
completamente expuesta.
221
Sentía cómo sus pliegues se entreabrían, cómo su entrada húmeda
y caliente se hacía sensible al aire fresco. Su respiración se
entrecortaba y su corazón latía con fuerza a medida que aumentaba
la expectación. El deseo crudo la sofocaba como un calor bochornoso
en el día más caliente del verano.
Su voz estaba ronca cuando dijo:
—Eres tan jodidamente hermosa.
Tragó saliva. Intentó no acercarse con fuerza hacia la fuente de
aquel sonido, hacia su boca, la boca que ella ya sabía que era capaz
de hacer cosas maravillosas.
Mierda, lo que daría por su lengua ahora mismo.
—Qué bonito —susurró. Ella podía sentir su aliento contra su
coño y estaba tan desesperada por él que el aire cálido y apenas
perceptible se sentía como una caricia. Entonces él dijo—: Quiero
ver tu coño estirado alrededor de mi polla.
Ella gimió.
—Y tú también —dijo él. Ella pudo oír la sonrisa en su voz. Sus
dedos, largos, gruesos y ásperos, recorrieron sus pliegues, tan
ligeros que ella apenas los sintió—. Estás tan mojada que goteas. ¿Lo
sabías, cariño?
Le dio un beso en la espalda, luego otro, más abajo y otro.
Creando un rastro ardiente por su columna vertebral. Le separó el
trasero con ambas manos y continuó, rozando con sus labios la
sensible hendidura.
Y entonces, de repente, desapareció.
Cherry no pudo evitar gruñir su protesta con un sonido sin
sentido y crudo. Él se rio.
—No te preocupes, amor. Voy a volver.
Ella lo odiaba. Casi tanto como lo deseaba. Si no se la follaba
pronto, lo odiaría más.
Pero cada momento de tortura la impulsaba más alto, apretando
222
el nudo de deseo en su núcleo, aumentando la necesidad que
recorría su cuerpo.
Cuando volvió, había cambiado de postura, se había dado la
vuelta. Debía de estar sentado en el suelo, porque deslizó la cara
entre sus muslos y ella sintió el suave roce de su pelo contra su
clítoris, como un susurro, su aliento contra su entrada.
Casi gritó cuando la lengua de él se deslizó sobre sus pliegues,
ancha, caliente y tan jodidamente buena. Le dolía el clítoris, pero él
no lo tocó. En lugar de eso, lamió su entrada, gruñendo por lo bajo
en el fondo de su garganta.
—Me encanta tu sabor —murmuró—. Siempre estás tan húmeda
para mí, cariño. Eres perfecta. Eres jodidamente perfecta.
Volvió a lamerla y luego introdujo los dedos en su coño,
separando sus pliegues hinchados y sensibles. Y finalmente,
finalmente, su lengua acarició su clítoris.
Cherry echó la cabeza hacia atrás, hundió los dedos en el sofá y
giró las caderas contra su lengua, cabalgándole la cara, follándose a
sí misma sobre su mano, incapaz de preocuparse de nada más que
de las deliciosas sensaciones que él creaba entre sus muslos.
Trabajó su carne hinchada y enfebrecida hasta que se hizo casi
insoportable, su clítoris tan sensible que la dejaba sin aliento y sus
caderas se agitaron ante el ritmo rápido e inflexible de su lengua. La
rodeó con un brazo, la aprisionó contra sí, la folló con más fuerza, la
lamió más deprisa, hasta que se hizo añicos. Completa y
absolutamente indefensa.
Sus gritos resonaron en la pequeña habitación, casi lo bastante
fuertes como para hacerla volver en sí, pero no del todo. Porque él
seguía lamiendo y acariciando y el placer crecía como las olas
rompiendo contra la orilla. Cuando la soltó y retrocedió, Cherry
estaba destrozada.
Suspiró y dejó caer la cabeza hacia delante mientras él salía de
entre sus muslos. El agotamiento y la saciedad crearon un cóctel
embriagador. 223

Pero entonces sintió que los cojines se movían ligeramente cuando


él cubrió su cuerpo con el suyo. Miró hacia abajo y lo vio hundir el
pie en el asiento, junto a la rodilla de ella; su poderoso muslo,
grueso y espolvoreado de vello oscuro, le rodeaba el cuerpo. Su
brazo serpenteaba sobre su torso como una banda de hierro,
manteniéndola firme y su mano se aferraba a su pecho. Su otra
mano se posó junto a la suya en el respaldo del sofá. Sus labios le
apretaron el cuello, su pecho le calentó la espalda y su dura polla le
presionó la entrada.
Mierda.
Su voz retumbó en su oído.
—Méteme dentro de ti.
Cerró los ojos, conteniendo el gemido que le arrancaron esas
cuatro palabras.
Ruben le besó el punto sensible bajo el lóbulo de la oreja y sacó la
lengua para acariciarle la piel. Luego dijo:
—Sé lo desesperada que estás porque te folle, cariño. Yo te lo
daré. Sé lo que necesitas. Pero quiero que metas mi polla en tu
bonito coño, que sientas cómo te estiro. Quiero que te toques, que
me toques y que sepas cómo se siente tu coño cuando está lleno de
mi polla. Así que no me hagas decírtelo dos veces.
Cherry soltó un suspiro tembloroso.
—Creo que te odio.
—Ódiame todo lo que quieras, mientras te vengas por mí.
Con un gemido, metió la mano entre las piernas y encontró la
gruesa y palpitante longitud del pene, con el condón apretado y
resbaladizo sobre la piel. Y entonces lo introdujo en su dolorido
coño, incapaz de contener sus pequeños y quejumbrosos suspiros.
La penetró con un calor abrasador, lento, constante y jodidamente
perfecto. Su polla la llenó, centímetro a centímetro, con una fricción
casi insoportable. Ruben se hundió en ella con la misma jodida 224
concentración que utilizó para lamerla hasta el orgasmo, la misma
concentración que utilizó para besarla hasta dejarla sin sentido.
Cuando sintió el aterciopelado roce de sus bolas contra su clítoris,
estaba tan dentro de ella que apenas podía respirar. Hasta el más
mínimo movimiento le producía chispas de placer.
Luego le besó la nuca, el fuerte brazo que la sujetaba se tensó casi
imperceptiblemente y él susurró su nombre como si fuera una
plegaria, con la voz quebrada.
—Dios —respiró entrecortadamente—. Te necesito tanto,
maldición.
—Me tienes.
—¿Lo hago? —Se echó hacia atrás, gimiendo por el lento
deslizamiento—. Mierda. Eres increíble. Lo supe en cuanto te vi.
Supe que eras mía.
Empujó dentro de ella y la mente de Cherry se agitó, toda su
concentración robada por la creciente cresta de placer dentro de ella.
—Ruben. Más.
Le tomó la mano y se la metió entre las piernas.
—Juega contigo misma. Vente en mi polla. —Ella frotó su clítoris
en círculos ásperos y desesperados, él siseó, empujando dentro de
ella de nuevo, más fuerte esta vez—. Buena chica. Buen coño. Dios
mío, siento cómo te aprietas contra mi polla…
Se interrumpió con un gemido y el agarre de su pecho se volvió
salvaje. Su otra mano se aferró con tanta fuerza al respaldo del sofá
que sus nudillos se blanquearon.
Y entonces se la folló de verdad. Más fuerte de lo que nadie lo
había hecho, más fuerte de lo que ella pensaba que podría soportar.
Gruñía sobre ella con cada potente embestida, su polla clavándose
en ella, obligándola a abrirse para él. Ella abrió más las piernas, se
arqueó bajo él y recibió cada feroz bombeo de sus caderas con un
grito sin sentido. Se acarició el clítoris con los dedos y su segundo
orgasmo fue más fuerte de lo que esperaba.
225
Ella gemía sin poder evitarlo mientras él la follaba con cada
estremecimiento y el asiento, por pesado que fuera, se deslizaba por
el suelo con la fuerza de sus movimientos.
—Dios, te sientes tan jodidamente bien —jadeó, su voz casi
irreconocible, estaba tan cerca del borde—. Mírame. Mírame.
Cherry había cerrado los ojos bajo la sensual fuerza de su
contacto, pero giró la cabeza y los abrió para encontrarse con su
mirada. Tenía los ojos entintados en las sombras y los rasgos duros
por la lujuria. La besó con fuerza y rudeza, sus embestidas
desenfrenadas la encendieron incluso cuando su lengua saqueó su
boca.
Cherry jadeó contra él cuando otro orgasmo la sacudió y él gruñó
en lo más profundo de su pecho, separando los labios de los suyos.
—Mierda —espetó, sus embestidas y su respiración eran
entrecortadas—. Mierda yo…
Sus palabras se convirtieron en un grito áspero cuando se corrió,
estrechándola contra su pecho. Le clavó los dientes en el hombro
mientras su polla se sacudía dentro de ella, agitando las caderas.
Luego se calmó y la tensión desapareció de sus músculos. Su
abrazo se suavizó, se volvió casi protector cuando soltó un suspiro
largo y tembloroso. Le besó el hombro, rozando con los labios la piel
que había mordido.
—Mierda —suspiró.
Cherry se desplomó contra el respaldo del sofá, aún de rodillas,
con sus cuerpos aún unidos, la piel de él aún caliente contra la de
ella.
Le dio un beso en la cara.
—¿Estás bien, amor?
Se obligó a abrir los ojos, aunque el cansancio se había apoderado
de ella como una manta en algún momento de los últimos segundos.
—Sí —susurró—. Estoy bien. Estoy muy bien.
226
Sonrió. Así, pasó de ser el hombre que acababa de follársela sin
sentido al hombre que ella…
Bueno… No estaba segura de cómo terminar la frase. Solo sabía
que la visión de su sonrisa hacía cosas en su corazón, liberaba
mariposas en su estómago y la hacía querer besarlo. En la nariz. Y
llamarlo bebé o cariño, o algo igual de vergonzoso.
Oh, vaya. Ella estaba muy lejos. Y tan bien follada, que ni siquiera
le importaba.
Apretó sus labios contra los de ella, con una suavidad dolorosa,
luego se apartó y susurró:
—Me gusta cómo me miras ahora.
Se echó a reír.
—Qué gracioso. Me gusta cómo me miras tú.
—Bien.
Volvió a besarla, suave y casi reverente. Ella no pudo ignorar la
forma en que su corazón se hinchó en respuesta, pareciendo el doble
de su tamaño habitual e inexplicablemente más ligero, todo a la vez.
Entonces él cambió su peso y salió de ella, mirando hacia abajo
entre sus cuerpos…
Y su cara cambió. Se quedó en blanco. Completamente sin
emociones. Todo en él se puso rígido, se apartó de ella, aunque no se
había movido en absoluto.
—¿Qué?
Preguntó ella, con la ansiedad recorriéndole la columna vertebral.
De repente, el aire que les rodeaba le pareció frío y poco acogedor.
Se volvió hiperconsciente de su desnudez, de la vulnerabilidad de
su posición.
—¿Qué pasa?
Y dijo, con la mirada aún fija en algo que ella no podía ver:
227
—Se rompió.
Cherry frunció el ceño, confusa.
—¿Qué se rompió?
—El condón —se atragantó—. Se rompió, mierda.
Se levantó de golpe, como si no pudiera soportar tocarla.
Cherry también se levantó y se giró justo a tiempo para verle la
cara. Estaba pálido, horrorizado, como si fuera a vomitar. Su pecho
subía y bajaba a medida que aspiraba aire y su respiración se
convertía en una serie de jadeos.
—Ruben —dijo ella, manteniendo la voz lo más uniforme
posible—. Tienes que calmarte. Tienes que calmarte. Respira.
Cuando él no respondió, ella alargó la mano para tocarlo, para
calmarlo. Él se apartó como si ella estuviera ardiendo.
El movimiento, por pequeño que fuera, le sentó como un
puñetazo en la cara. Cherry dejó caer la mano y con ella el corazón.
Luego endureció la mandíbula, levantó la barbilla y se dio la vuelta.
Necesitaba ropa. Inmediatamente.
—Espera, Cherry, lo siento. —Su voz sonaba como un eco de sí
mismo, débil y cargada por esas respiraciones ansiosas y
arrastradas—. Lo siento. Yo sólo…
—¿Qué carajo?
Exigió, girando a su alrededor para enfrentarse a él, su
temperamento apareciendo de la nada.
—Así que se rompió. ¿Por qué estás tan…? —Ella señaló con un
gesto de impotencia su cara, retorcida por la miseria, el brillo del
sudor en su frente—. ¿Hay algo que no me estás diciendo?
Frunció el ceño como si ella hubiera hablado otro idioma.
—¿Qué quieres decir?
—¿Tienes… algo?
Tardó un segundo en comprender de qué estaba hablando. 228

—Dios, no. Te lo habría dicho. Quiero decir, te lo habría…


—¿Crees que tengo algo?
—No —dijo él, con voz más firme, más cercana a la de siempre.
Alargó la mano para agarrarle la muñeca, pero ella se apartó de un
tirón. Porque no podía borrar la expresión de su cara, la forma en
que había evitado tocarla. Como si le diera asco—. Cherry —dijo y
ahora tenía el maldito descaro de parecer molesto—. No tiene nada
que ver contigo. Es que… no puedo dejarte embarazada.
Oh, Dios. ¿Dónde carajos estaba su ropa?
Se abalanzó sobre el sofá y encontró su maldita camiseta de Dolly
Parton junto a una estantería. Su ropa interior era una causa
perdida, pero la camiseta era lo suficientemente larga como para
cubrir las partes importantes. Si tiraba del dobladillo hacia abajo y lo
sujetaba con una mano. Que era exactamente como quería continuar
la conversación. Estupendo. Jodidamente genial.
—Cherry —suspiró, como si ella estuviera siendo poco
razonable—. Tienes que entender… Quiero decir, ¿qué haríamos?
¿Si hubiera un bebé? No podríamos separarnos. Tendría que…
—Tendrías que casarte conmigo —terminó—. Por Dios, que
maldita oferta.
¿Y de dónde demonios había salido eso? Ella no quería casarse
con él de todos modos. Esto era un trato de negocios. Un acuerdo
contractual. Pero fue culpa suya por permitir que las líneas se
difuminaran, por dejarse llevar. Debería haber utilizado su nueva
riqueza para invertir en un mejor vibrador.
—No —insistió Ruben—. No me refería a eso. Iba a decir que
tendría que… No sé. No lo sé, mierda. —Su tono se volvió suave, de
disculpa, como si le estuviera rompiendo el maldito corazón cuando
dijo—: No puedo manejar a los niños, Cherry.
—Nadie te lo ha pedido —espetó—. Por cierto, tomo la píldora.
No te preocupes. Nada se interpondrá en tu camino para dejarme
una vez que se acabe nuestro tiempo. 229

—No me refería a eso —volvió a decir y ahora sonaba enfadado.


¡Él! ¡Enojado! Ella se reiría de su maldita audacia si no estuviera tan
furiosa—. Entré en pánico —gritó—. Fue un reflejo. Y lo siento.
Nunca… nunca había estado en esta situación.
—Claro —dijo ella, dedicándole su sonrisa más dulce, su tono
más razonable—. Porque finjo compromisos con la maldita realeza
extranjera cada dos semanas.
—No estoy hablando del compromiso. Estoy hablando de… —
Hizo un gesto salvaje entre ellos, algo brillante y peligroso e
incontrolado en sus ojos—. ¡De esto! De nosotros.
—¿Nosotros? —Se obligó a reír, como si estuviera realmente
divertida. Como si no le importara una mierda—. Suenas como un
niño, Ruben. Tuvimos sexo. Eso no significa que haya un nosotros.
Su mandíbula se tensó.
—No hagas eso, mierda.
—Oh, ¿es una orden?
—Cherry.
—Ruben. Déjame aclarar algo: no estoy aquí para atraparte. De
hecho, tú me atrapaste a mí. Y puede que sea nuevo para ti que no
todas las mujeres de la tierra quieren llevar a tus jodidos bebés
reales…
—Cherry…
—¡Pero no lo hacen! ¿Bien? ¡No! ¿Crees que estoy desesperada?
¿Como si fuera a perseguir a un hombre que no me quiere? ¿Quién
carajos te crees que soy?
Se pasó una mano por el pelo, con expresión casi de impotencia.
—Lo siento, ¿bien? Lo siento.
—Yo también —dijo ella—. Porque no voy a volver a hacer esto.
No contigo. Está claro que tenemos que mantener las cosas lo menos
complicadas posible. Pero será un jodido año largo sin alguna polla
para pasar el tiempo. 230

Se estremeció como si ella lo hubiera golpeado. Pero no la detuvo


cuando pasó junto a él y salió al pasillo.
Y Cherry casi se convenció a sí misma de que no le importaba.
Capítulo 25
Pasar horas en un coche con una mujer que lo odiaba era
doloroso. Pasar horas en un coche con una mujer a la que amaba 231
hasta la distracción, una mujer a la que conocía desde los rizos de su
pelo hasta las uñas de los pies pintadas de rosa, una mujer que no
siempre lo había odiado pero que sin duda lo hacía ahora, era una
tortura.
Ruben realmente deseaba haberle dado el anillo antes. Pero no
podían reunirse con su hermano sin él y en pocos minutos estarían
allí. En el palacio. El telón de fondo de todas sus pesadillas.
—Cherry —dijo, rompiendo la gruesa losa de silencio que había
entre ellos.
Ella apartó la cabeza de la ventanilla y miró a través del oscuro
interior de la limusina para encontrarse con sus ojos, con
movimientos robóticos. No respondió. Solo miró, con su mirada
ardiente, hermosamente furiosa y rompiéndole el maldito corazón.
Con las manos más torpes que de costumbre, Ruben rebuscó en el
bolsillo interior de la chaqueta del traje durante unos pesados
segundos antes de sacar el anillo. No había caja; no sabía dónde
estaba la original y no le importaba. Lo único que importaba era el
anillo y su madre querría que Cherry lo tuviera.
Él quería que Cherry lo tuviera.
Pero Cherry miraba el anillo de diamantes y zafiros que tenía en
las manos como si fuera una serpiente venenosa.
—Tienes que llevarlo —dijo suavemente—. Para Harald.
—Maldito Harald —murmuró ella, tendiendo la mano para
agarrar el anillo.
Quiso sonreír al oír su estribillo personal en los labios de ella. Aún
no había conocido al rey, pero ya lo odiaba.
Casi hizo que Ruben olvidara que Harald no era al único
miembro de la realeza que odiaba en ese momento. Casi.
Cuando el coche aminoró la marcha, la sensación de pánico y
urgencia que había asfixiado a Ruben durante toda la mañana, de
hecho, desde la noche anterior, alcanzó su punto álgido. Debió de 232
perder la cabeza por un momento, porque en lugar de entregarle el
anillo, alargó la mano para tomar la suya.
—Cherry —dijo, su voz baja—. Escúchame, ¿bien? Solo
escúchame.
Ella lo miró, intentó apartar la mano, pero él no podía soltarla. No
podía.
—Por favor. Por favor, déjame explicarte. Anoche…
—No quiero hablar de anoche —dijo bruscamente.
Su boca, tan exuberante y llena, estaba apretada en una línea dura
y delgada. Y percibió algo vulnerable en sus ojos, un recelo que él
había puesto allí. Aquello amenazó con partirle el corazón en dos.
—No estaba pensando —dijo—. No tenía nada que ver contigo.
Siempre he sido así. No puedo soportar la idea de tener hijos…
—Te encantan los niños —dijo ella y por primera vez él percibió
un destello de dolor en su voz.
Sabía que estaba ahí, pero oírlo…
Ella también lo oyó, porque puso cara de horror durante un
segundo y luego se quedó completamente en blanco. Cuando volvió
a hablar, su voz era dura como el acero.
—No tiene importancia. Es ridículo. No creo que sea prudente
que sigamos difuminando las líneas de esta manera.
—Te hice daño —dijo—. Sé que lo hice. Y eso es lo último que
quería hacer, porque no creo que esto sea difuminar las líneas,
Cherry. Eso no es lo que estamos haciendo. Estar contigo es un
regalo.
El coche se detuvo y Cherry le dirigió una mirada rebelde, tirando
de sus manos unidas.
—Basta ya. Dame el puto anillo.
Quería decirle que la amaba, pero probablemente ella le daría un
233
puñetazo en la cara. Así que la soltó con un suspiro, le dio el anillo y
ella se lo puso en el dedo como si fuera algo secundario.
Por lo que ella sabía, era falso, algo que Demi había encargado
con el propósito de esta retorcida farsa. No tenía ni idea de lo mucho
que ese anillo y ella significaban para él.
Pero se lo diría. La haría ver. De algún modo. Y le hablaría de los
pensamientos que lo atormentaban, de la ansiedad que le asfixiaba
cada vez que pensaba en niños, en crear otra alma que algún día
podría acabar como él: vulnerable. Solo. Maltratado
La puerta del coche se abrió y una mano anónima que formaba
parte del equipo de seguridad, ayudó a salir a Cherry. La oyó
saludar al hombre con su encanto habitual, su risa chispeante
flotando en el coche en cuestión de segundos. Ya estaba haciendo
magia. Y Ruben se quedó congelado en el tiempo, luchando por
respirar. Porque se le acababa de ocurrir que podía fracasar. Podría
no llegar a ella. Podría no demostrarle sus sentimientos ni recuperar
su confianza.
Y luego, cuando acabara el año, se iría.

Ruben estaba acostumbrado a tener a Hans a su lado. No estaba


acostumbrado a tener a Cherry a su lado.
Pero allí estaba ella, caminando con él por ese maldito pasillo
dorado, igualándolo paso a paso. Aunque sus pasos eran más bien
un pavoneo.
El pasillo que conducía a la sala de recepción de su hermano era
tan espléndido como el resto del palacio, lo que lo hacía
jodidamente aborrecible para Ruben. Pero no iba a fingir que los
techos abovedados, los querubines de mármol y los tapices de
terciopelo eran una jodida dificultad para algo que no fuera su
gusto. No, no era el lujo lo que hacía que una gota de sudor le
recorriera la espalda bajo el maldito uniforme de gala que llevaba.
234
Fueron los recuerdos.
—Buenos días, Ruben. ¿Estás listo para tus lecciones?
Magnus, de cinco años, parpadeó al ver a su hermano mayor.
—Ya he recibido mis lecciones, Harald. ¿Quién es Ruben?
—Tú —dijo su hermano con una voz que Magnus no reconoció.
Una voz que no le gustaba. Le recordaba un poco a cuando su papá lo
regañaba. Pero cuando papá le reñía, él nunca tenía miedo.
—¿Cuándo vuelve papá? —preguntó.
El rostro de Harald se endureció.
—No va a volver, pequeño idiota. No se vuelve del cielo.
Magnus sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas.
—¿Por qué no? Dios es bueno. Dios dejará que papá y mamá bajen a
verme…
De repente, Magnus sintió que le levantaban los pies del suelo. El
estómago le dio un vuelco, como cuando mamá lo levantaba y lo hacía girar.
Pero entonces la sensación desapareció y fue sustituida por el dolor. Su
espalda y su cabeza se estrellaron contra la pared y Harald lo sujetó con
manos duras como la piedra.
Magnus sintió que las lágrimas le corrían por las mejillas, pero le faltaba
el aire para gritar de dolor. Mientras boqueaba, vio que su hermano se
burlaba.
—Llorando como un bebé —espetó—. Sé un hombre. Los hombres no
lloran.
Magnus no podía dejar de sollozar. El dolor de espalda y de cabeza era
punzante, abrasador, lo peor que había sentido nunca y Harald lo asustaba,
con la cara torcida y las manos tan duras.
—¡Ruben! —Harald chasqueó y lo sacudió, con fuerza.
235
Magnus gritó:
—¡Ese no es mi nombre! ¡Me llamo Magnus! Mi nombre es Mag…
—Harald.
La puerta se cerró con un chasquido agudo y unos pasos ligeros
repiquetearon por el suelo. Magnus conocía esa voz. Era su hermana,
Sophronia. Ella lo ayudaría. Ella le curaría la cabeza. Extendió los brazos
hacia el sonido de su voz, con la vista nublada por las lágrimas que aún no
podía detener.
—¡Sophy! ¡Sophy!
—Oh, por el amor de Dios, Harald. Ya hablamos de esto.
Magnus no sabía lo que eso significaba, pero sabía que Sophy lo
ayudaría. Ella era la que siempre jugaba con él y papá, cada vez que venía
de visita. Siempre sonreía y era dulce. Ella lo alejaría de Harald, que se
había vuelto tan malo.
—No puedes dejarle marcas —dijo Sophy.
—No lo hice. Está llorando sin razón. Está mimado.
—Alguien lo oirá gritar.
—Déjanos. Necesita aprender. ¿No es así, Ruben?
Otra sacudida, más fuerte que la primera y la cabeza de Magnus sonó y
sonó como una gran campana de iglesia, el dolor extendiéndose como una
tela de araña.
Aun así, gritó, con voz entrecortada y ahogada:
—¡Me llamo Magnus!
Entonces sintió a su hermana. Su tacto frío y suave en sus mejillas,
secándole las lágrimas hasta que su visión se aclaró y su respiración se
calmó. La miró con alegría en el corazón. Era tan guapa, diferente a mamá,
pero un poco igual. Mamá también era guapa.
Pero no se lo llevó. Miró fijamente a Harald, pero luego le dijo a
Magnus, con voz firme:
236
—No debes llorar, Ruben.
Su cara se arrugó y volvieron las lágrimas.
—¡No! ¡No Ruben! Me llamo Magnus.
—Shush —dijo enérgicamente—. Deja de hacer eso. Sé un niño grande.
Escucha: uno de tus nombres es Magnus, pero ese es el nombre de papá. No
podemos llamarte con el nombre de papá, ¿verdad?
Las lágrimas disminuyeron ligeramente mientras Magnus pensaba en
esto. Miró a Harald. Harald miraba al techo, con expresión aburrida, como
cuando papá solía hablarle de tareas escolares y otras cosas. Su agarre
seguía siendo duro, pero ya no zarandeaba a Magnus ni gritaba.
Receloso, Magnus volvió los ojos hacia Sophy.
—¿Por qué no? —preguntó—. Papá dijo…
—No importa lo que dijo papá. Harald manda ahora y ha decidido que te
llames Ruben. Ruben es tu segundo nombre. Me haría muy feliz si lo
usaras. ¿De acuerdo?
Magnus asintió lentamente.
—De acuerdo —susurró—. Lo intentaré.
—Bien.
Se dio la vuelta y salió de la habitación con su vestido largo como una
princesa de cuento. Pero espera, ¿por qué lo dejaba?
—Sophy —llamó—. Vuelve. Me duele la cabeza.
Se detuvo en la puerta, mirándolo por encima del hombro. Y le dijo:
—Madura, Ruben.
Luego desapareció.
—Su Alteza Real el Príncipe Ruben y su prometida, la Srta.
Cherry Neita. 237

Ruben no reconoció al mayordomo jefe, el hombre alto y enjuto


que los presentó. Pero eso no significaba que no lo conociera. Solo
que tenía la vista un poco borrosa y le dolía un poco la cabeza.
Dudó en el umbral de la sala de recepción, repentinamente
desorientado. Pero entonces sintió que una mano suave le
estrechaba la suya. Miró hacia abajo y vio las brillantes uñas rosas
de Cherry que resaltaban en el dorso de su mano. Sintió la fría
banda del anillo de su madre en el dedo. Luego levantó la vista y
miró a la mujer más formidable del mundo.
Su visión se aclaró. El zumbido de sus oídos se desvaneció. Le
agarró la mano, apretó la mandíbula y entró en la puta habitación.
La puerta se cerró tras ellos con un ruido sordo que resonó en la
mente de Ruben como un presagio. La habitación estaba en silencio,
los muebles de nogal y las paredes azul hielo daban una impresión
de tranquilidad que Ruben no podía creer. Frente a la ventana, por
la que entraba la luz del sol invernal, la familia estaba sentada como
en una fotografía antigua.
Las niñas se sentaron en el suelo, con las faldas dispuestas a su
alrededor. Niñas, ambas. Y Harald no las odiaba. Fueron
traicionadas con un destello de excitación ante la aparición de
Ruben antes de educar sus expresiones, inclinando sus doradas
cabezas sobre algún tipo de juego de mesa.
Encima de ellos, acomodados en varios sofás de felpa, estaban los
adultos. Sophronia, vestida de seda rosa, como si fuera a un baile de
debutantes, diamantes brillaban sobre su pecho con el valor de un
rescate. Harald, con la mirada aburrida en el techo, vestido solo con
una chaqueta de terciopelo y pantuflas.
Una falta de respeto, por supuesto. Ruben se lo esperaba, pero no
la furia aguda que lo atravesó al verlo. Estaba acostumbrado a este
tipo de cosas.
Pero no le gustaba la idea de que a Cherry también le estuvieran
faltando al respeto. 238

Lydia estaba sentada a la derecha de Harald, la única adulta del


grupo que vestía adecuadamente. Sus vaporosas faldas azul marino
le llegaban hasta las rodillas y llevaba el pelo recogido en un moño.
Ruben resistió el impulso de sonreírle, o a cualquiera de sus
sobrinas. Solo causaría problemas.
—Harald —dijo, su tono bailando al borde del respeto, como
siempre.
Harald apartó los ojos del techo y los pasó por encima de Ruben
con la misma displicencia con que miraría una mota de polvo bajo la
cama. Entonces Ruben esperó, conteniendo la respiración, a ver qué
trato recibía Cherry. En un instante se dio cuenta de que, si era algo
menos de lo que ella merecía, podría hacer algo imprudente.
Pero Harald intentó parecer entusiasmado cuando se acercó a
Cherry. Se puso en pie, como debe hacer un caballero y extendió las
manos en un gesto que contradecía la expresión de desdén y
desprecio de su rostro.
Ruben no se lo echaría en cara. Era su expresión natural.
—Señorita Cherry Neita —dijo, con una voz entre la sorpresa y la
fascinación—. ¿Taler du dansk12?
—Lo siento —dijo Cherry—. El inglés es mi único idioma, me
temo.
Y entonces sonrió. Era tan jodidamente hermosa que Ruben pensó
por un segundo que podría desmayarse. Sus hoyuelos eran
profundos, sus labios rubí exuberantes y carnoso, sus ojos tenían ese
brillo indefinible que decía: «Lo sé. Realmente soy algo». El brillo
que atraía a la gente hacia ella como moscas.

12
Del danés: ¿Hablas danés?
Harald parpadeó como si le hubieran golpeado en la cabeza.
Sophronia se puso rígida y se sentó un poco más erguida. Y Lydia,
bendita sea, le devolvió la sonrisa, tan indiferente como siempre.
Las niñas ignoraban a todo el mundo.
239
Cherry se adelantó, tirando sutilmente de la mano de Ruben y lo
condujo a la habitación.
«Contrólate, hombre. Santo Dios».
Mantuvo sus ojos en ella, como si su brillo pudiera protegerlo de
la fealdad de esta situación. De este lugar.
Su atuendo era modesto, sencillo: un vestido con escote corazón y
falda en forma de campana, de color marfil brillante sobre su piel
morena. Sin embargo, su aspecto era tan decadente y pecaminoso
como siempre.
Llegó al grupo de familiares y ejecutó una reverencia perfecta, ni
mucho menos tan baja como para parecer anticuada, pero un poco
más que la moderna inclinación de cabeza. Con la misma sonrisa
soleada, besó la mejilla de Sophronia, luego la de Lydia y, por
último, tomó la mano de Harald y bajó ligeramente la cabeza sobre
ella.
Ruben se quedó mirando, casi estupefacto. Los incoherentes y
patéticos consejos que había sido capaz de dar en el coche eran
atroces. Y, sin embargo, lo había acertado todo.
—Qué chicas más encantadoras —trinó, mirando a las cabezas
doradas que seguían concentradas en el suelo—. Qué hermosas.
Sonaba totalmente convincente, como si pudiera ver sus caras.
—Gracias —sonrió Lydia.
Sophronia soltó un bufido sin gracia. Estaba claro que su hermana
se sentía incómoda.
Normalmente, el título de mujer más guapa de la sala era para
ella.
—Por favor, siéntate —dijo Harald grandilocuentemente.
Cherry lo hizo, hundiéndose en un sofá libre con el tipo de gracia
que suele encontrarse en el escenario. Luego lo miró con la sonrisa
más dulce, el tipo de sonrisa que comparten las parejas de ancianos
casados y le dijo:
—Siéntate, amor. 240

Tragó saliva y se sentó.


—Encantado de conocerte —dijo Harald, con su encanto de
siempre—. ¿Té?
—Sí, por favor —dijo Cherry, igual de encantadora.
Tanta cortesía en una habitación y toda falsa.
Harald no le preguntó a su mujer en voz alta, ni siquiera la miró;
Lydia sirvió el té automáticamente, con eficacia practicada. Pero
nada para Ruben. Sabía que él no querría.
Pero entonces Harald dijo:
—Sirve a mi hermano, Lydia.
Ruben frunció el ceño.
—Sabes que no…
—Lydia —dijo Harald de nuevo, su voz de hierro—. Sírvele a
Ruben un poco de té.
Ruben podía sentir los ojos de Cherry clavados en él,
probablemente confundido, pero sin duda disimulándolo bien.
Apenas podía darse la vuelta y explicar que a su hermano le gustaba
ver cómo le temblaban las manos. Que el mayor se alimentaba de
cualquier signo de incomodidad como un parásito. A Ruben se le
había caído la taza una vez, se había escaldado y manchado los
pantalones, se había avergonzado firmemente en buena compañía
después de una palabra mordaz de Harald, cuyo significado nadie
había llegado a comprender. Harald esperaba con bastante
desvergüenza el día en que el suceso pudiera repetirse.
No lo haría, por supuesto. Ruben había sido un hombre joven
entonces, todavía bajo el pulgar de su hermano.
Y, sin embargo, había permitido que las cicatrices mentales que le
había infligido su hermano alejaran a Cherry. Harald todavía tenía
el poder de destruir todo lo que Ruben apreciaba. Así que las cosas
no habían cambiado mucho, ¿verdad?
—Estamos encantados de que nos presenten —dijo Lydia, 241
sirviendo el té a Ruben.
Tuvo cuidado de no llenarlo demasiado, porque era muy amable
y sabía exactamente lo que quería su marido.
Cómo había acabado Lydia atrapada con un hombre como
Harald, Ruben aún no estaba del todo seguro.
—¿Cómo se conocieron? —preguntó mientras Cherry sorbía su té.
Ruben intervino.
—Cherry trabaja en el sector educativo —dijo.
Esperaba que fuera suficiente.
—¿Sigues rescatando erizos, hermano? —Harald murmuró—. Es
bueno mantenerse en contacto con las raíces de uno.
—Sí —dijo Cherry alegremente, bajando su taza—. Estoy de
acuerdo. La caridad es tan noble. Es la ocupación perfecta para el
hijo de un rey. —Sus palabras tiñeron el aire como vino tinto sobre
seda blanca. Sin apenas respirar, prosiguió—. Conocí a Ruben en el
ámbito profesional, pero él me persiguió fuera del trabajo, por
supuesto.
Le dirigió una mirada cálida y burlona, como si estuvieran
compartiendo una broma secreta.
Con una sacudida, se dio cuenta de que sí. El recuerdo de entrar
en la sala de profesores y llevársela a rastras para comer le hizo
sonreír. Y entonces, de algún modo, incluso con el peso de la
presencia de su hermano aplastándole los pulmones, Ruben
consiguió reír.
—Algo así —dijo él y ella sonrió y él se sintió él mismo.
Se sintió él mismo. Qué jodido regalo.
A medida que avanzaba la reunión, entrecortada e incómoda y
acosada por los golpes de Harald, Ruben se llevó esa bendición al
pecho y se convirtió en su escudo.

242

Tras media hora de dolor, por fin los soltaron. Cherry sonrió
amablemente cuando se excusaron y se fue agarrada al brazo de él
como si estuvieran unidos por la cadera. Permaneció así mientras un
asistente los conducía por los pasillos hasta sus aposentos privados,
mientras les mostraban su suite y les informaban de la hora de la
cena, como si Ruben no lo supiera.
Pero en cuanto la puerta de sus aposentos se cerró, ocultando el
mundo exterior, Cherry lo soltó. Se apartó de él. Y la risueña
intimidad que le había mostrado momentos antes, la sonrisa en sus
labios y la calidez en su voz, desaparecieron.
—Mierda —murmuró—. No pensé que tendríamos que compartir
habitación.
Ruben trató de ocultar la forma en que aquellas palabras lo
golpearon, como puñetazos en las tripas. Estaban justo donde
habían empezado. No quería estar a solas con él.
—Estamos comprometidos —dijo—. Por supuesto que nos
pondrían juntos.
Entonces se dio cuenta de que había dicho precisamente lo
equivocado.
La mirada que le lanzó podría haber derribado un puto árbol.
—¿Cómo podría olvidarlo? ¿Y dónde demonios está Demi? ¿O
Hans?
Ruben se encogió de hombros.
—Intento que mi hermano no conozca mis conexiones personales.
Por un momento, su mirada se suavizó y asintió. Pero luego,
como si se recordara a sí misma, apretó la mandíbula y le dio la
espalda.
—Tomaré el dormitorio.
243
La vio marcharse furiosa por el sofocante y lujoso salón, en
dirección al enorme dormitorio que debían compartir.
Tenía la sensación de que esta vez no iría tan bien.
Capítulo 26
—Neita.
244
La hermana de Ruben arrastró el nombre, su acento suavizando la
t. Cherry sonrió amablemente y cortó su pechuga de pollo salteada
en jodidos trocitos, esperando el remate.
A su lado, sintió que Ruben se ponía rígido. Oyó esa cualidad
depredadora en la voz de su hermana, un tiburón olfateando sangre.
—Qué nombre tan interesante —continuó Sophronia, con voz
burlona. Ella era una jodida habladora—. ¿De dónde viene?
—Sophy —dijo Ruben, con tono de advertencia.
—Cálmate, hermanito. Estoy hablando con mi futura cuñada.
La verdadera cuñada de Sophronia, la pálida y pajaril Lydia,
había pasado la primera mitad de esta tensa cena haciendo todo lo
posible por evitar la atención de Sophronia. Y la de su marido.
Cherry pensó que eso lo decía todo.
Aun así, se obligó a sonreír a la dolorosamente bella hermana de
Ruben. Se enfrentó a la piel de porcelana, los ojos azul hielo y el pelo
dorado, tan discretos en Lydia y tan devastadores en Sophronia.
—El Caribe —dijo.
—¡Ah! Eres de las Indias Occidentales.
A Cherry se le desencajó la mandíbula. Qué extraño; el nombre
colonial sonaba bien en boca de sus abuelos emigrantes, pero
corrosivo en la de Sophronia.
—Soy una jamaicana británica —dijo lentamente—. Tercera
generación.
—¿Así es como lo llaman? Fascinante.
—Sophronia —dijo Ruben con calma—. Cierra la maldita boca.
En la cabecera de la mesa, lo que le situaba a unos dos metros de
Cherry, el rey golpeó con una mano la madera lisa y oscura.
Se hizo el silencio. Sophronia puso los ojos en blanco. Lydia miró
fijamente su plato, aún más pálida que de costumbre.
245
—No permitiré maldiciones en mi mesa —dijo Harald.
Ruben suspiró, reclinándose en su asiento. Se llevó las manos a la
nuca como si estuviera tumbado al sol en vez de cenando con un
rey. Miró a su hermano y dijo:
—Que te jodan.
Cherry se esforzó por no sonreír.
Pero entonces Harald se inclinó hacia delante con una mirada que
borró todo humor. Sus ojos pálidos brillaron con furia maníaca
durante un segundo, solo un segundo, antes de que el inquietante
destello de ira se ocultara tras una sonrisa benévola. Una sonrisa
que parecía más bien una máscara. El monstruo que había debajo
aparecía y desaparecía, una retorcida fusión de lo real y lo falso que
le produjo escalofríos.
Harald miró fijamente a Ruben durante un largo instante. Pero
luego su mirada se deslizó hacia Lydia.
—Levántate —dijo.
Lydia se puso en pie.
También Ruben.
—Harald. ¿Qué estás haciendo?
Sophronia se sentó en su silla y observó la escena con evidente
satisfacción. Era realmente hermosa. A Cherry no le importaría si
ella muriera.
Harald sonrió suavemente a Ruben, como si estuvieran hablando
del tiempo.
—Parece que has olvidado cómo funcionan las cosas aquí,
hermanito. Permíteme que te lo recuerde. Lydia, ven aquí.
La pálida mujer mantuvo la mirada fija en el suelo mientras
rodeaba la mesa en dirección a su marido. Ruben parecía a punto de
vomitar. A Cherry se le subió el corazón a la garganta, amenazando
con ahogarla.
Harald se levantó y tomó la mano de su mujer, pero su mirada 246
permaneció clavada en Ruben.
—Recuerdas cómo nos divertíamos, hermanito. Ahora eres
demasiado grande para esos juegos, pero Lydia no. Creo que esta
noche nos retiraremos temprano.
—¿Qué carajo? Harald, no. —Ruben echó hacia atrás su silla—.
Basta.
—¿O qué? —El rey sonrió—. Dime, hermanito. ¿Qué pasará si no
lo hago? ¿Qué harás?
Un músculo saltó en la mandíbula de Ruben, que apretó los
puños y tensó el cuerpo como un resorte.
—No creas que voy a permitir esto. Te arrancaré la cabeza de tu
puto cuerpo antes de dejarte salir de esta habitación con ella.
Harald se encogió de hombros.
—Sé cómo te dominan tus bajos instintos. Siempre tan violento.
En esta sala hay suficientes guardias para garantizar mi seguridad.
Tus amenazas no me molestan.
Ruben cerró los ojos, con el dolor escrito en el rostro. Cherry sintió
los ecos de su pánico, su furia, su impotencia, como si sus
sentimientos estuvieran conectados.
Ella se levantó y se unió a él, apoyando la mano en su hombro. Y
él la miró, primero con asombro y luego con admiración, como si
hubiera obrado un milagro.
Pero Cherry no podía concentrarse en eso. Dirigió su mirada a la
temblorosa mujer del brazo de Harald y dijo, con voz suave:
—Ven con nosotros, Lydia. Ven con nosotros ahora y nos iremos.
Lydia negó con la cabeza.
—Las chicas…
—Las traeremos —dijo Ruben—. Las traeré yo mismo. Nos iremos
todos ahora.
Antes de que pudiera responder, unas carcajadas tintineantes
247
rasgaron el aire. Sophronia los observaba con evidente deleite,
mientras daba vueltas a su copa de vino en la mano.
—¿Llevarse a las herederas del rey? —dijo—. Ruben, querido. Sé
sensato. Vale la pena saber cuándo te han vencido.
Al oír esas palabras, el rostro de Lydia se contrajo sobre sí misma.
Sacudió la cabeza.
—Tu hermana tiene razón, Ruben. No es una buena idea.
—Me importa una mierda. Dilo, Lydia.
Sacudió la cabeza.
—No es para tanto. Estoy siendo dramática. Si tan solo… —
Sonrió, sus ojos brillaban con lágrimas no derramadas—. Si dejaras
de provocarle… Si pudiéramos ser civilizados, todo iría bien.
Ruben tragó, con fuerza.
—Lydia…
—Por favor —susurró, la palabra resonando en la gran sala.
—Está bien —dijo Ruben, su voz era un fantasma—. Lo siento. —
Luego se volvió hacia su hermano y lo repitió—. Lo siento.
Harald ladeó la cabeza.
—¿Cómo dices?
Con los dientes apretados, repitió.
—Pido disculpas por mi comportamiento, Su Majestad.
Harald asintió amablemente.
—Ya veo. Acepto tus disculpas.
Volvió a la mesa y se sentó con elegancia. Al otro lado de la mesa,
Sophronia sorbía su vino. Lydia se hundió miserablemente en su
asiento y tomó el cuchillo y el tenedor, con las manos temblorosas.
A Cherry se le subió la bilis a la garganta, pero mantuvo el rostro
cuidadosamente inexpresivo. 248

—Disculpen —murmuró—. No me encuentro bien.


Se dio la vuelta y se dirigió a la puerta, sin molestarse en esperar
el permiso de Harald. Si le hablaba ahora, podría perder la cabeza y
clavarle un cuchillo de mantequilla. Y seguía siendo ciudadana
británica. Probablemente provocaría un incidente político.
Al llegar a la puerta, se dio cuenta de que Ruben no la seguía. Se
dio la vuelta y lo encontró de pie, mirándola con algo de
desesperanza en los ojos.
Aclarándose la garganta, Cherry llamó:
—Ruben, necesito que vengas conmigo. No sé cómo volver.
Asintió con rigidez. Fue a reunirse con ella.
Y se fueron juntos.

Recorrieron los pasillos en silencio y cada pisada reverberaba en


la mente de Ruben como el sonido de una puerta al cerrarse.
Cuando estuvieron a salvo en sus propios aposentos, contuvo la
respiración, esperando el golpe. Las palabras, o la falta total de
palabras, que le dijeran que todo había terminado. Que ni siquiera
podía mirarlo y mucho menos preocuparse por él, porque ¿qué clase
de hombre se encontraba en esa situación?
Se volvió hacia él, con la piel desprovista de su brillo habitual. Y
dijo:
—Explícate.
¿Por dónde carajos empezar?
—No sé qué acaba de pasar —admitió, con la voz temblorosa—.
Harald nunca… él nunca…
—¿No es algo habitual, entonces?
Levantó la vista bruscamente.
249
—No. Nunca pensé… Pensé que la amaba. Un tipo de amor
retorcido, el único del que es capaz, pero… pensé que yo era el
único al que él…
Cherry le tomó las manos con las suyas. Se las llevó a los labios,
grandes y ásperas y claramente inútiles como eran. Le besó los
nudillos.
—Te hizo daño. Cuando eras un niño.
Se sintió libre al decir:
—Sí.
—Los hombres así nunca están satisfechos —susurró—. Están
vacíos y el dolor de los vulnerables es lo único que los sostiene.
Tenemos que hacer algo.
Ruben rechazó el pánico que nublaba su mente, los recuerdos que
lo asfixiaban y se concentró en sus palabras.
—Tienes razón. Dios, quién sabe cuánto puto tiempo lleva
haciendo esto. Nunca debí marcharme. ¿En qué estaba pensando?
—Pensabas que este lugar es un infierno y necesitabas escapar —
dijo Cherry—. Eso se llama supervivencia. Nunca te arrepientas.
Se acercó a él y le acarició la cara con las manos. En medio del
horror, la confusión y la culpa, deseó, solo por un segundo, que ella
lo tocara como solía hacerlo. No por lástima u obligación, sino
porque se preocupaba por él.
Lo había arruinado. Añádelo a la puta lista.
—Escúchame —dijo en voz baja—. Estaremos aquí una semana.
¿Conoces bien a Lydia?
Asintió tembloroso.
—Se casaron cuando yo era un niño. Ella siempre fue buena
conmigo.
—Bien. Pasa esta semana convenciéndola. Asegúrale que
podemos protegerla, cueste lo que cueste.
250
Ruben asintió con la cabeza y el significado de la frase le fue
calando poco a poco.
—Y si ella está de acuerdo, nos las llevaremos a todas. Fuera del
país. Incluso a Inglaterra.
—Exactamente.
La opresión de su pecho se alivió ligeramente. No se detuvo a
pensar en el hecho de que este plan causaría el colapso de todo a lo
que se había aferrado. No le cabía duda de que Harald haría todo lo
posible por tergiversar la situación y presentarla como un acto
criminal, probablemente un secuestro. El lugar de Ruben en la
familia real desaparecería y se convertiría oficialmente en la
vergüenza como siempre había sido tratado.
Pero eso ya no importaba. De repente, le costaba entender por qué
había importado tanto.
Un pensamiento se apoderó de él.
—¿Y si ella no está de acuerdo? ¿Y si no quiere arriesgarse?
Cherry respiró hondo.
—Entonces nos quedaremos. Pondremos alguna excusa y nos
quedaremos el tiempo que haga falta.
Ruben miró su rostro, la férrea convicción de sus ojos. Esto
funcionaría. Funcionaría, porque ella haría que funcionara, por pura
fuerza de voluntad, por el poder que zumbaba en su interior como
un latido. Quería caer a sus pies. Quería decirle exactamente lo que
sentía por ella, pero no era tan tonto como para pensar que lo
escucharía.
Esto no cambió nada entre ellos. Era el tipo de mujer que hacía lo
correcto, independientemente de las circunstancias.
Así que asintió, le apretó las manos y la soltó.
—Deberíamos dormir un poco —dijo en voz baja.
—Sí —estuvo de acuerdo—. Deberíamos.
Ella se apartó de él sin dudarlo. Le dolió más que nunca. 251

Cherry se deslizó aún más bajo las sábanas de su enorme cama,


mirando fijamente a la oscuridad. Hizo todo lo posible por no
imaginarse a un Ruben de cinco años, huérfano y solo, abandonado
al cuidado de aquellas víboras, pero era difícil. Casi imposible.
Esperaba más que nada en el mundo que se marcharan de aquí al
final de la semana con Lydia y sus hijas a cuestas. Pero había visto
suficientes relaciones abusivas como para saber que las cosas
podrían no salir según lo planeado.
Mierda.
Ruben se había preparado para ir a la cama y se había tumbado en
el sofá de aspecto rígido del salón sin que nadie se lo pidiera. No se
había quejado ni una sola vez desde los horrores de la cena.
No le gustaba. No le gustaba nada.
Ella no lo quería callado y aceptando. Lo quería enfadado,
protestando, tentando a su maldita suerte.
Y claro, en ese momento, cuando se sentía débil, un recuerdo flotó
en la superficie de su mente. Ruben, explicándole por qué vivía en
una casa normal en los terrenos de su enorme y maldita mansión.
«No me gustan las casas grandes. Parecen un palacio».
Bueno, ahora estaban en un palacio. Y ella sabía que se estaba
asfixiando.
Con un suspiro, Cherry apartó las mantas y se levantó. Tropezó
en la oscuridad, buscando a tientas la ornamentada manilla de
cristal que marcaba la pesada puerta de la habitación. Cuando la
encontró, tiró de ella y susurró a través del hueco:
—Ruben.
Por un momento, el silencio fue tan pesado como la oscuridad.
252
Pero entonces oyó un leve crujido cuando el delicado sofá se tensó
bajo su cambiante peso.
—¿Cherry?
—Ven aquí —dijo en voz baja.
Se movía más rápido de lo razonable en la oscuridad, en mitad de
la noche, cuando debería haber estado al borde del sueño. Pero ella
sabía que no dormiría. Probablemente no podría.
Él chocó contra algo, maldijo y ella contuvo una risa. No podía
caer en la trampa de reírse con él en la oscuridad, como si fueran
algo más que… socios. Socios que debían mantener un cierto nivel
de intimidad, pero no excesivo.
Cuando sus manos se posaron en sus hombros, Cherry estuvo a
punto de saltar.
—¿Estás bien? —preguntó suavemente—. ¿Me necesitas?
Ella resopló.
—Nunca he necesitado a nadie y no tengo intención de empezar
ahora.
—Cherry —murmuró y sus manos se deslizaron por sus brazos,
trazando fuego blanco sobre su piel—. Oh, Cherry. Eres perfecta.
Ella se echó hacia atrás, alejándose de su contacto.
—Deja de hacer eso. Pensé que podríamos compartir la cama ya
que es tan grande, pero si no puedes mantener tus manos para ti…
—Puedo —dijo inmediatamente—. Puedo. Lo que tú quieras.
—Ujum. —Se dio la vuelta y tanteó el camino de vuelta hacia la
cama—. Ya veremos.
Al final se guardó las manos. Pero eso no impidió que sus cuerpos
se deslizaran juntos mientras ambos se acomodaban en el colchón.
No impidió que el fantasma de su calor la envolviera, ni el aroma de
su piel. Y no impidió que los recuerdos la ahogaran, provocando su
renuente excitación, incluso cuando apretó los dientes y se tumbó
253
rígida boca arriba con las manos a los lados.
Fue una mala idea. Terrible. No había forma de que pudiera…
Estaba dormido.
Cherry permaneció quieta y en silencio un momento más,
escuchando atentamente la cadencia lenta y uniforme de su
respiración. Sin duda estaba dormido. Así, sin más. Dios, era
irritante.
Pero, aun así, se encontró buscándolo en la oscuridad, trazando
los contornos de su rostro con dedos suaves. Con gusto incendiaría
este maldito palacio, con sus dos hermanos atrapados dentro. Eso
probablemente decía algo sobre su moral y definitivamente decía
algo sobre su apego a él.
Sin embargo, no podía preocuparse por ello con él a su lado. Poco
a poco, Cherry sintió que se relajaba, que su mente y su cuerpo se
volvían pesados, que sus ojos se cerraban.
Y de alguna manera, ella también dormía. ¿Quién lo hubiera
pensado?
Capítulo 27
A lo largo de la semana, surgió un patrón. Podía decirse que era
más interesante que la rutina que había seguido en casa de Ruben, 254
pero no era ni la mitad de agradable.
De hecho, era absolutamente horrible.
Cada mañana Cherry se despertaba y encontraba sus dedos
entrelazados con los de Ruben, sin importar cómo se hubiera ido a
dormir. Cada mañana abría los ojos y lo veía mirándola como si
fuera algo precioso. Y cada mañana se daba la vuelta y fingía que
eso no la mataba.
Luego se dedicaría a sus quehaceres diarios, con la esperanza de
pasar mucho tiempo con Lydia y ella sufriría la completa tortura de
la atención exclusiva de Magda Jansen.
En su primer día completo en palacio, Sophronia había apartado a
Cherry durante el desayuno para hablar de su presentación. A la
sociedad. Es decir, el baile.
Los labios suaves y rosados de Sophronia se habían torcido en
una sonrisita socarrona mientras murmuraba:
—Comprendo que no estés acostumbrada a acontecimientos de
esta magnitud, así que he dispuesto que alguien supervise los
preparativos.
Cherry había devuelto la sonrisa socarrona con el ceño fruncido.
—¿Qué preparativos?
—Por tu presentación, cariño. Tu aparición. Es realmente un baile,
entiendes. Necesitarás un comprador personal, un estilista…
—Bien, bien. Como quieras.
Un destello de irritación había cruzado el rostro de Sophronia,
como una serpiente deslizándose por aguas tranquilas.
—Procura estar disponible y en tus aposentos hacia el mediodía.
Magda llegará para discutir los arreglos iniciales.
Se alejó en un remolino de faldas antes de que Cherry pudiera
preguntar quién demonios era Magda.
255
Pero pronto lo descubrió.

Magda Jansen había llamado a la puerta de Cherry como si fuera


un gigante con puños como tapas de cubo de basura. Cherry abrió la
puerta y se encontró con una mujer mayor, diminuta y morena, que
la miraba con el ceño fruncido. Cherry se dio cuenta de que las
manos de la mujer eran de un tamaño perfectamente normal.
Incluso más pequeñas que la media. Cherry no tenía ni idea de
cómo se las había arreglado para armar tanto alboroto sin
magullarse los malditos nudillos.
—¿Tú? —ladró Magda. Su acento era más marcado que el de
Ruben, Hans o incluso Agatha—. ¿Tú eres mi lienzo?
Cherry arqueó una ceja.
—Soy Cherry Neita. Una persona, no un lienzo.
Magda resopló. Luego murmuró algo en danés que sonó
ligeramente venenoso y entró a empujones en la habitación.
Magda y Cherry, basta con decirlo, no se llevaban bien.
En los días siguientes, Cherry se familiarizó con un tipo de
miseria que nunca antes había experimentado.
Durante el día, Magda la desarmaba pieza por pieza, todo con el
fin de recomponerla, de algún modo mejor que antes. Demi y Hans
seguían ausentes, aunque de vez en cuando le parecía ver a un
hombre enorme y ceñudo que marchaba por los pasillos como un
soldado de juguete gigante.
Pero lo peor fue Ruben.
Compartían un espacio. Compartían habitación. Compartían una
cama. Compartían un plan.
Y absolutamente nada más.
Ella lo había hecho. Quería levantar un muro entre ellos,
256
recuperar el control de una situación que se le había ido de las
manos. Y cada vez que recordaba la forma en que él la había
mirado, el horror en su voz aquella fatídica noche, el hecho de que
ni siquiera pudiera soportar su contacto, volvía a sentir el dolor.
Pero el tiempo que había pasado en esta casa dorada de putos
horrores había añadido otra dimensión a su perspectiva.
Recordó lo que le había dicho:
«No puedo soportar la idea de tener hijos».
Y empezó a pensar por qué podía ser.
Quería preguntarle. Quería oír sus explicaciones, ahora que el
escozor del rechazo y su maldito orgullo no dominaban sus
pensamientos. Quería, más que nada, perdonarlo.
Pero claramente el orgullo seguía jugando un papel en sus
emociones, porque no se atrevía a iniciar esa conversación. No se
atrevía a dar el primer paso. Y él, respetando sus deseos, hizo
exactamente lo que ella le había pedido. Mantuvo las distancias.
Incluso cuando yacían juntos en la oscuridad sin nada entre ellos
excepto su maldita terquedad.

El día antes del baile, la preocupación de Cherry era casi


asfixiante. En algún lugar de este palacio había una mujer atrapada
en una situación imposible, temiendo por sí misma y por sus hijas…
Y Cherry estaba sentada en una silla, delante de mil luces
brillantes, maquillada y peinada por un grupo de desconocidos.
Magda revoloteaba por el salón transformado, rebuscando entre
bastidores de elaborados vestidos, todos ellos en tonos grises o
lavanda. Un hombre alto y delgado estaba de pie junto a Magda,
sobresaliendo por encima de su pequeña estatura y ambos charlaban
en danés, gesticulando desenfrenadamente entre los vestidos y
257
Cherry.
Probablemente discutían sobre el hecho de que la bata que llevaba
puesta, o más bien, en la que la habían metido, no subía la
cremallera. En absoluto. Ni por asomo.
A Cherry no le importaba. Era jodidamente feo.
Se estremeció cuando la chica que la maquillaba le pinchó en el
ojo con el rímel.
—¡Ay!
—Deja de mirar para todos lados. Ojos por aquí, por allá, bah.
Mira hacia arriba —dijo la chica bruscamente—. Arriba.
Era la cuarta prueba de maquillaje que hacían esa semana. Si le
decían a Cherry que levantara la vista una puta vez más, se tiraría
por la maldita ventana.
Sobre todo, porque sabía que, al igual que las tres últimas veces,
su base de maquillaje quedaría apelmazada y cenicienta. Al parecer,
Helgmøre no tenía bases de maquillaje más oscuras que una bolsa
de papel.
Bueno… O eso, o la maquilladora, cuyo nombre Cherry aún no
recordaba, era pésima en su trabajo.
—De acuerdo —anunció una voz estridente desde detrás de ella.
La peluquera. Ana, podría llamarse—. Ya sé lo que vamos a hacer.
Lo haremos, lo haremos, ah… glatte13.
Magda interrumpió su conversación para asentir con aprobación.
—Ja, ja. Bien. Y luego un buen, ah… —Ella agitó su mano
alrededor de la parte posterior de su cabeza—. ¿Así?

13
Del danés: liso.
—Oh, sí —dijo Ana—. Precioso, sí.
Bueno. Cherry se alegraba de que Ana y Magda estuvieran de
acuerdo, pero le ayudaría tener alguna idea de qué puto libro
estaban leyendo.
258
—¿Qué quieres decir con glatte? ¿Qué significa eso? —Se revolvió
en el asiento y volvió a mirar al peluquero.
La maquilladora se irritó.
—¡Ven aquí! ¡Mira hacia arriba!
Cherry la ignoró. Era eso, o decir algo muy descortés.
Ana estaba inclinada sobre su carrito, lleno de misteriosos
productos para el cabello. Miró a Cherry con una sonrisa y sacó una
plancha.
—Con esto —dijo servicialmente—. Stijltang14.
Cherry retrocedió.
La maquilladora levantó las manos y escupió:
—¡For fanden15! ¡Ven aquí!
—No. —Cherry se levantó, agarrando el corpiño de su vestido
desabrochado—. De ninguna manera. No me vas a alisar el pelo.
Ana la miró con evidente alarma.
—No pasa nada. No… ¿duele?
—¡Sé que no duele! —Cherry estalló—. No me he alisado el pelo
desde que era una maldita adolescente y no pienso hacerlo ahora.
¿Sabes cuánto tiempo tardó en crecer todo ese daño por calor? Dios
santo. —Se agarró los rizos como si quisiera comprobar que seguían
ahí, elásticos y ásperos, rebotando contra su mano—. No.
Rotundamente no. Dios, ¿qué estoy haciendo aquí?
Sintió como si le hubieran echado un vaso de agua helada en la
cara. Se volvió para mirar a Magda, la mujercita la miraba con un

14
Del danés: plancha
15
Del danés: maldita sea
persistente desagrado que, hacía apenas cinco minutos, Cherry se
había contentado con ignorar. No quería montar un escándalo. No
quería hacer nada más difícil de lo que ya era.
Pero no iba a permitir que una pequeña tirana maleducada la
enviara a un baile con el aspecto de una caricatura de sí misma. 259

—Magda —dijo, poniéndose en pie. Ser alta era realmente útil en


momentos como éste—. No me gusta la dirección que estamos
tomando. Quiero probar algo nuevo. —La cara de Magda era
pellizcada y agria. Estaba claro que este discurso no le iba a gustar.
Pero en realidad, una mujer tenía que tener normas—. Quiero
probar un nuevo estilista. Y un nuevo maquillador. Un nuevo todo,
en realidad.
Magda la miró con los ojos entrecerrados.
—No.
—¿No? —Cherry frunció el ceño—. ¿Qué demonios quieres decir
con no?
—Quiero decir lo que he dicho, señorita Neita. No tiene ni idea de
lo que se espera de usted en términos de apariencia y yo sí.
Cherry lanzó una mirada habladora a los estantes de vestidos
tenues y demasiado pequeños.
—¿Se espera que me presente con aspecto de viuda victoriana?
¿Sin el corsé?
Magda echó un vistazo al cuerpo de Cherry.
—Pensé que lo mejor sería desviar la atención de tu tipo de
cuerpo.
Cherry se puso rígida. Su paciencia ya agotada por los
acontecimientos de la semana, corría serio peligro de quebrarse. Las
consecuencias, a estas alturas, podían ser fatales. Si meter la plancha
de Ana por el trasero de Magda podría considerarse como fatal.
—¿Sabes qué? —dijo con fuerza, obligándose a mantener la
calma—. No tengo que escucharte. Efectivamente trabajas para mí.
Magda arqueó una ceja.
—Trabajo para la corona —le espetó—. Y no creo que tu futuro
marido quiera que lo avergüences en el baile. ¿Verdad?
¿Su futuro marido? Cherry abrió la boca para preguntar a quién
260
carajo le importaba lo que pensara Ruben, pero entonces se dio
cuenta de lo que implicaba el tono de la otra mujer, de la creencia
errónea en la que estaba claramente sumida. Y sintió que sonreía.
—De acuerdo —dijo—. ¿Por qué no le preguntamos, entonces?
A Magda se le encendió la nariz y se le desencajó la mandíbula.
—De acuerdo. Lo haremos.
Y así, Cherry salió de sus aposentos privados, con un feo vestido
gris sobre el pecho y una pequeña bruja a la retaguardia. No tenía ni
idea de dónde estaba Ruben, pero por suerte preguntó a un lacayo
cercano, sí, realmente tenían malditos lacayos y obtuvo resultados
rápidos.
Cinco minutos más tarde, llegaron al despacho improvisado de
Ruben en un remolino de faldas demasiado cortas e indignación
contrapuesta.
Ruben levantó la vista de su escritorio, con el rostro demacrado y
cansado. Por un segundo, Cherry olvidó la razón por la que lo había
buscado. Le entraron ganas de acercarse y masajearle los hombros o
besarle la frente o algo igual de repugnante.
Luego se pasó una mano por la cara y parpadeó con el ceño
fruncido, tan guapo como siempre, aunque un poco apagado.
—Cherry. Magda. ¿Está todo bien?
—Desde luego que no, Alteza —dijo Magda, antes de que Cherry
pudiera articular palabra—. Su prometida está siendo muy difícil…
Cherry se erizó.
—¿Estoy siendo difícil? He aguantado tu mierda durante días…
—Su Alteza, usted sabe que tengo una amplia experiencia con…
—¡Quiere alisarme el pelo!
Ruben levantó una mano, cortándoles el paso.
—Un momento. ¿Quién está alisando el pelo de quién?
Cherry se cruzó de brazos. 261

—Ella. Quiere. Alisar. Mi pelo. Así que la mandé a la mierda.


Magda soltó un suspiro de indignación. Los labios de Ruben se
crisparon un segundo antes de aplanarse en una línea anodina.
Agarró uno de los papeles esparcidos por su mesa y dijo:
—No veo el problema.
A Cherry se le encogió el corazón. Luego se enfadó. Ese maldito…
—Es el pelo de Cherry. Si ella no lo quiere alisado, eso es todo.
Oh. Cherry desplegó los brazos y se agarró la parte delantera del
vestido, que amenazaba con deslizarse. Resistió el impulso
inmaduro de sacarle la lengua a Magda.
—¡Y otra cosa! Quiero diferentes vestidos para elegir.
Ruben se encogió de hombros.
—¿Por qué me lo preguntas? Sabes que puedes tener lo que
quieras.
—Magda aparentemente no confía en mi juicio.
La mirada oscura de Ruben se clavó en Magda con tal ferocidad
que le sorprendió que la otra mujer no se inmutara.
—No necesitas microgestionar a mi prometida, Magda. Te lo
aseguro. Cherry sabe cómo quedar bien.
Bueno, pues… Aunque le molestaba estar allí, preguntándole a
Ruben por sus malditos vestidos como si fuera su guardián, Cherry
decidió presionar su ventaja.
—Quiero un maquillador negro.
—¡¿Qué?! —chilló Magda—. ¿Cómo se supone que voy a
encontrar un nuevo maquillador en un día? Ni hablar de un…
Ruben levantó la vista.
—No son unicornios, Magda. Sueles ser muy buena en tu trabajo.
No me decepciones ahora.
Las pequeñas fosas nasales de Magda se encendieron como las de
262
un caballo jadeante. Pero estiró sus finos labios en una sonrisa y
dijo:
—Por supuesto, Alteza. Le pido disculpas.
Ruben le dirigió una mirada sosa.
—No creo que necesites disculparte conmigo.
Cherry casi podía sentir la furia de Magda, que irradiaba de su
cuerpo en oleadas. Pero, aun así, la mujercita se volvió rígidamente
hacia Cherry e inclinó la cabeza.
—Siento mucho haberla incomodado con mi comportamiento,
señorita Neita. A partir de ahora procuraré satisfacer mejor sus
necesidades.
Cherry parpadeó. Al menos la mujer sabía disculparse.
—Está bien —dijo—. Quizá podríamos empezar de nuevo.
Magda asintió bruscamente.
—Se lo agradecería. Con su permiso, Alteza, me ocuparé de hacer
los arreglos necesarios…
—Por supuesto —asintió Ruben.
Magda se fue, pero Cherry la siguió, porque era patética. Porque
esperaba que él hiciera algo o dijera algo para salvar la creciente
distancia que las separaba.
Pero el silencio se prolongó mientras ella se alejaba y él no volvió
a llamarla. Claro que no. Cherry se quedó en el umbral, se obligó a
agarrar el ridículo pomo de cristal…
—Cierra la puerta.
Capítulo 28
Inspiró mientras las palabras se hundían en su piel, como la lluvia
fresca después de una sequía. Luego hizo lo que Ruben le había 263
pedido y cerró la maldita puerta.
Ella oyó cómo su silla se deslizaba contra la gruesa alfombra
cuando él se puso en pie. Se acercó a ella, le puso las manos en la
cintura, le dio la vuelta y la empujó contra la fría madera.
—Dios —dijo, una pequeña sonrisa curvando sus labios—. Te han
dejado la cara hecha un desastre.
Soltó una carcajada, como si su corazón no latiera a mil por hora.
—Parezco medio muerta.
—La zombi más guapa que he visto nunca —murmuró con ironía.
Sonrió. Y cerró los ojos, frunciendo el ceño como si le doliera.
—Hacía días que no me sonreías. De verdad, no para beneficiar a
otra persona. —Abrió los ojos y la estudió, con un rostro más serio
que nunca—. He estado pensando mucho, desde que llegamos aquí.
Sobre… las cosas que he valorado en mi vida. Y las cosas que he
permitido que me definan.
Cherry se tragó el nudo que tenía en la garganta, se obligó a
reprimir todo lo que quería decir y lo dejó hablar. Le apretó la mano
en la cintura y luego se retiró cuando sus dedos rozaron su piel a
través de la cremallera abierta.
—No estás vestida —dijo, con la voz ronca.
—Por supuesto que sí. Simplemente no es la medida correcta.
Él negó con la cabeza, con la mirada clavada en el trozo de piel
desnuda expuesto por la tela abierta. Ella quiso que volviera a
tocarla, pero él apartó la mano.
—Cherry —dijo suavemente—. Sé que metí la pata. Dos veces.
Probablemente más de dos veces, pero soy demasiado despistado
para hacer un seguimiento eficaz de estas cosas.
Se rio.
264
—No eres despistado. ¿Bien?
—No tienes que sentir lástima por mí. Seguro que no lo parece,
pero no soy una víctima. Ya no. —Ella no estaba segura de lo que
Ruben estaba hablando hasta que él continuó—: Tomé la decisión de
quedarme en esta retorcida situación y empiezo a darme cuenta de
que fue una mala decisión. Le doy a Harald poder sobre mí y siento
que yo tengo poder sobre él porque… Porque le mata que yo esté
aquí. Pero es un ciclo sin sentido. Es infantil. No soy yo.
Cherry rodó los labios mientras trataba de ordenar sus
pensamientos, trató de poner esto de una manera que él entendiera.
—No te compadezco, en primer lugar. Quiero decir, aparte de ser
literalmente de la realeza, eres muy guapo, muy rico y tienes una
familia amorosa…
Resopló.
—No, no la tengo.
—Sí, la tienes. Agatha es tu familia, también Demi y Hans. Así
que no, no te compadezco. Me gustaría matar a todos los que te han
hecho daño, pero no te compadezco.
Sonrió ligeramente al oír esas palabras y Cherry sintió que había
hecho algo bien. Le dio confianza para seguir adelante.
—Cuando empezó todo esto, no entendía por qué estabas tan
pendiente de lo que pensaban los medios, de tu apellido y de tu
hermano. Ahora lo entiendo. Lo comprendo. Pero también creo que
ahora eres lo suficientemente fuerte como para dejarlo ir. Tu
hermano está tan desesperado por convencerte de que eres indigno,
porque sabe que eres mejor hombre de lo que él nunca será. Y nunca
conocí a ninguno de tus padres, pero si cinco años con ellos te
convirtieron en el tipo de niño que puede crecer con Harald,
sobrevivir, preocuparse por la gente y… sentir cosas, entonces
deben haber sido increíbles. Y deben haberte amado muchísimo.
Ruben la rodeó con los brazos y la atrajo hacia la seguridad de su
amplio pecho, enterrando la cara de ella contra su camisa. Sus ojos
se cerraron mientras se ahogaba en su aroma familiar y relajante, 265
sentía su mano posarse en su pelo.
—La otra noche —susurró—, me asusté porque hace tiempo que
decidí que no podía tener una familia. Sobre todo, niños. Veo todas
las formas en que los niños son vulnerables, incluso los niños que
son amados, cuyas familias quieren protegerlos. Y nunca he sido
capaz de manejarlo. Simplemente no pude. Pero cuando estaba
contigo y pensé que había una posibilidad de que pudiera dejarte
embarazada, pensé… pensé: «No hay necesidad de entrar en pánico.
Ella podría estar tomando la píldora, o algo así». Pero no quería que
lo estuvieras. Tuve esta idea, por medio segundo, debo haber
perdido la maldita cabeza. Pero tuve la idea de que te quedarías
embarazada y entonces estarías atrapada conmigo. —Se rio—.
Ridículo, lo sé. Y entonces me entró el pánico. No entendía lo que
pasaba por mi cabeza.
Se encogió de hombros y Cherry se apartó lo suficiente para verle
la cara. Parecía apenado y más que un poco avergonzado.
—Oh, ¿así que estás diciendo que quieres dejarme embarazada?
—bromeó.
Puso los ojos en blanco.
—Deja eso. Mocosa.
—Lo has dicho tú, no yo.
—Es que… —Agitó una mano—. Fue instinto. Un reflejo. No sé.
Olvídate de eso. Estoy tratando de disculparme.
—Lo estás haciendo muy bien —sonrió. Y lo dijo en serio—. Pero,
en serio, Ruben. Me gustas. —Subestimación—. Mucho. Y aunque lo
entiendo, realmente no sé si esto es una buena idea. No creo que
pueda mantener mis sentimientos separados de lo que sea que esto
es.
Le pasó una mano por debajo de la barbilla y le echó la cabeza
hacia atrás hasta que ella no pudo evitar sus ojos.
—No creo que debas mantenerlos separados —dijo—. Yo no lo
hago. No puedo.
266
Se mordió el interior de la mejilla, apartando la esperanza que
desesperadamente se desbocaba.
—¿Qué significa eso?
—Significa que siento algo por ti. Significa que después de
mañana, si Harald no me quita el título, lo dejaré. Y a nadie le
importará con quién me acueste o con quién me comprometa,
pero… seguiré queriendo estar contigo.
Encontró su mano izquierda y se la llevó a los labios. Y luego besó
el anillo que le había dado con tanta reverencia que ella supo que no
era la baratija que había supuesto.
—¿Qué es esto? —preguntó, señalando con la cabeza el arreglo de
zafiros y diamantes.
—Era de mi madre —dijo en voz baja—. Mi padre se lo dio y ella
me lo dejó a mí.
Se obligó a preguntar.
—¿Por qué me diste esto?
Y dijo, completamente tranquilo:
—Porque te amo.
Cherry se mordió el interior de la mejilla con tanta fuerza que le
sorprendió que no sangrara.
—No puedes…
—Para —dijo—. No lo hagas. Te amo. ¿De acuerdo? Puedes hacer
lo que quieras con esa información, pero no puedes cambiarla.
Sonrió, aunque sintió que las lágrimas se deslizaban por sus
mejillas.
—De acuerdo.
Chasqueó la lengua, pasándole el pulgar por el pómulo.
—Hasta yo sé que debes usar rímel a prueba de agua. ¿Qué clase
de maquilladora te trajo Magda?
—Oh, Dios. Estoy hecha un desastre. —Se limpió inútilmente las
267
mejillas—. No sé mucho sobre bailes, pero tengo que advertirte, este
probablemente será un desastre.
—Oh, lo sé —dijo alegremente. Y luego apretó el oído contra sus
labios y susurró—: Si Lydia está de acuerdo, nos iremos esa noche.
Todo está arreglado.
Ella asintió. Había visto el fuego en sus ojos cuando se dio cuenta
de que Lydia se enfrentaba a lo que él había pasado una vez. No
dudaba de que lo conseguiría.
Siempre y cuando Lydia se sintiera lo suficientemente segura
como para aceptar. ¿Lo estaría? De repente, el pecho de Cherry era
una tormenta de ansiedad.
—Debería irme —dijo—. Tengo mucho que hacer.
La soltó de la cintura y dio un paso atrás, fuera de su espacio. Se
sintió extrañamente despojada. Aun así, se obligó a marcharse,
porque mañana por la noche había un baile y ésa debía ser su mayor
preocupación. Al menos, tenía que parecer su mayor preocupación.
Pero al salir de la habitación, Cherry cedió al impulso de mirar
hacia atrás. Él la miraba, con algo suave y cálido en su mirada y eso
le dio valor para hablar.
—Yo también siento algo por ti.
Sonaba forzada, robótica, pero no estaba acostumbrada a eso. En
absoluto. Estaba acostumbrada a ser adorada y a no sentir ninguna
inclinación a corresponder a ese sentimiento. No estaba
acostumbrada a preocuparse, a desear el afecto de un hombre.
A lidiar con conceptos enormes e imposibles como el amor.
Por la sonrisa de su cara, cualquiera diría que le había confesado
su devoción eterna.
—Bien —dijo y por primera vez desde que se conocieron, su
acento apenas perceptible se acentuó—. Bien. ¿Te lo quedarás?
Asintió hacia su mano con la cabeza. Al anillo. Ella oyó el resto de
la frase, las palabras que no había dicho. «¿Después? ¿Cuándo todo
esto acabe y la farsa se desmorone?». 268

Intentó ocultar su sonrisa, pero se le escapó. Solo un poco. Y


murmuró:
—Lo cuidaré por ti.
Su rostro se iluminó como el amanecer.

Ruben se sentó junto a la cama de su sobrina menor y estudió su


dulce carita a la luz de la lamparilla. Hilde tenía nueve años, pero
seguía teniendo miedo a la oscuridad. No la culpaba. Él también le
había tenido miedo de niño.
Esperaba que esa fuera la única similitud entre ellos.
La puerta de la habitación de la niña crujió al ser empujada por
unas manos suaves. Levantó la vista y encontró a Lydia en el
umbral, con rostro resignado.
—Estás aquí —dijo.
Sonrió.
—No digas que te sorprende verme.
—¿Cómo podría estarlo? Llevas persiguiéndome toda la semana.
Ruben se levantó y alzó las manos.
—Sabes que quiero ayudar, Lydia. Solías ayudarme. ¿Recuerdas?
Tragó saliva.
—Claro que me acuerdo.
—Entonces entiendes por qué no puedo dejarte aquí. Nunca debí
haberme ido en primer lugar.
Ella negó con la cabeza. Pero se acercó sin miedo, pasando junto a
él para mirar a su hija. Eso ya era algo. La primera vez que la había
dejado sola, le había tenido miedo. 269

Y lo había entendido.
—No empezó enseguida —dijo en voz baja—. Las cosas fueron
bien durante los primeros años.
—¿Bien?
—Bueno. —Se encogió de hombros—. Tan bien como pueden ir
las cosas con un hombre como mi marido. Pero al final se volvió
contra mí. Me lo esperaba, al final.
—Lydia —susurró—. No entiendo por qué no me dejas ayudarte.
Le sonrió, cansada pero amable como siempre. Desesperanzada y,
sin embargo, tan amable.
—Siempre has sido temerario, Ruben. Intrépido. Admiro eso de ti,
pero no puedo convertirme en ti. Soy una madre. No permitiré que
mis hijas huyan de su propio padre, su rey, sin protección ni
seguridad…
—Te mantendré a salvo —insistió.
Pero, aun así, negó con la cabeza.
—La seguridad reside en la certeza. Si sigo adelante con este plan
que has ideado, ¿es seguro el resultado? ¿Tanto como para arriesgar
la seguridad de mi familia por tu palabra? Esta es una isla pequeña,
gobernada por funcionarios corruptos, fácilmente influenciables por
el dinero y el poder de Harald. ¿Qué tienes? ¿Un jet privado, una
facción leal de la guardia real de tu lado? Lo siento, Ruben. No es
suficiente.
Ruben tragó saliva. Lo entendía y sin embargo…
—No puedo renunciar a esto —dijo.
Sonrió.
—Te conozco. Te conozco, hermanito.
Era la primera vez que alguien le llamaba así con amor en la voz.
Por un segundo, apenas pudo respirar.
Luego le dio la espalda y pasó una mano por la cabeza dorada de
270
su hija.
—Déjanos, ahora. La niñera podría venir.
—Mañana —dijo—. En cualquier momento. Dilo, cuando quieras.
Ella no contestó. Se marchó.

Llegó a la habitación que él y Cherry habían compartido


incómodamente durante tantas noches y la encontró esperándolo.
Estaba acurrucada en la cama con la lámpara encendida, con
aquella maldita camiseta de Dolly Parton, las mantas subidas sobre
el regazo.
—Me estás convirtiendo en un fan de Dolly Parton —dijo.
—Bien —respondió ella—. Tengo al menos cuatro de estas
camisetas.
Se acercó a la cama como si fuera a desaparecer en cualquier
momento. Una pequeña parte de él temía que así fuera. Que la
visión de Cherry esperándolo, sonriéndole, como si aquello fuera
normal, natural y para siempre, fuera un puto espejismo. Se sentía
como una bestia en comparación con su belleza, con la forma en que
estaba sentada, totalmente serena, mirándole con un brillo en sus
ojos infinito. Esto no era más que un cuento de hadas. Una fantasía.
Tenía que serlo.
Pero se sentó y era real.
Apartó las mantas, gateó hasta él y se sentó en su regazo. Le
ayudó torpemente a quitarse la corbata, se rio cuando perdió la
paciencia con los botones de la camisa y se la sacó por la cabeza.
Entonces ella lo besó. Suave, lento y dulce, como una bendición.
Una bendición que le encendió la sangre, lo dejó satisfecho e
insaciable.
Se echó hacia atrás, le acunó la cara entre las manos y la miró a los
ojos. 271

—¿Crees que hay algo malo en mí?


Ella frunce el ceño.
—¿Qué quieres decir?
—La forma en que te deseo. Las cosas que necesito de ti. ¿Crees
que estoy jodido por…?
—No —interrumpió bruscamente—. No. No lo creo. Mi infancia
estuvo bien. Perfecta, en realidad. Y quiero esto tanto como tú. Es tu
forma de ser. No hay nada malo en ello.
No necesitaba que lo convencieran. Ya lo sabía, lo había decidido
hacía tiempo. Pero la idea de que ella pudiera pensar lo contrario le
había golpeado como un camión y había necesitado saberlo.
—Bien —dijo. La besó de nuevo—. Bien.
Luego lo besó. Parecía estar disfrutando. Él la dejó tomar el
control durante un rato, pero finalmente, la necesidad se hizo
demasiado grande.
La levantó, se dio la vuelta y la tiró contra la cama. Si hubieran
estado a oscuras, se habría centrado en la pequeña exhalación que
ella hizo, casi un grito ahogado, pero no del todo. Sin embargo, no
estaban a oscuras, así que, en vez de eso, se quedó absorto en la
forma en que se entreabrieron sus labios carnosos, en la amplitud de
sus ojos de cierva.
—Abre las piernas para mí, cariño.
Sonrió, mostrándole esos malditos hoyuelos, tan dulce y sexi a la
vez. Y luego hizo lo que le dijo.
Esta noche no podía jugar. No podía hacer otra cosa que hundirse
en ella, en sus brazos, en su cuerpo, en la sensación de plenitud que
solo ella podía proporcionarle. Besarla era como renacer. Cada
caricia era fresca, ligera y limpia, incluso cuando se deslizaba entre
sus muslos y le susurraba obscenidades al oído.
Cuando ella se corrió, él susurró:
272
—Te amo.
Y luego no pudo dejar de decirlo. Ni cuando ella se corrió por
segunda vez, ni cuando le mordió el hombro y le arañó la espalda,
ni cuando él se corrió, tan fuerte que vio las estrellas.
Él la amaba. La amaba.
Nada podía salir mal.
Capítulo 29
Ruben sonreía con fuerza a la aristocracia, a los dignatarios
extranjeros, a algún que otro multimillonario de nacimiento 273
común… cualquiera que se le pusiera por delante recibía el mismo
trato. Su mejor esfuerzo de encanto.
Probablemente fue atroz, teniendo en cuenta la masa de nervios
en que lo había convertido la noche.
El salón de baile estaba lleno de joyas, risas y copas de champán,
los vestidos se arremolinaban en un arco iris de colores sobre la
pista de mármol. Ruben flotaba por encima del glamour y la alegría
como si observara desde otro lugar. No perdía de vista a Lydia en
ningún momento, pero su hermano se pegaba a ella como una puta
lapa, con sonrisas y cortesía en público, por supuesto. Siempre el rey
benevolente.
Parte de la mente de Ruben estaba ocupada repasando el plan, el
plan de contingencia, el plan de emergencia de última hora y las
muchas cosas que podían salir mal. Hans y Demetria estaban
preparados, trabajando entre bastidores para que todo encajara,
pero él había fracasado en su única tarea.
No había hecho que Lydia se sintiera segura.
Y maldita sea, ¿dónde carajos estaba Cherry?
Pasó otros diez minutos trabajando en la habitación, esperando
que su ansiedad se percibiera como una especie de carisma
melancólico, antes de que ella llegara.
Y cuando llegó, Señor… vaya que llegó.
No hubo un silencio repentino que le alertara de su presencia, ni
susurros de asombro cuando la orquesta se detuvo. No; fue una
oleada de ruido a su alrededor lo que hizo que Ruben se volviera
hacia la gran escalera del salón de baile, un pico agudo en las voces
excitadas que llenaban la sala.
«¿Es ella?».
«Debe ser».
«Bueno, no me lo esperaba».
«Pero es muy guapa, ¿verdad?». 274

Ruben se quedó mirando a la figura que descendía por la amplia


escalera. Sí, lo era, mierda.
El pelo de Cherry se amontonaba en lo alto de su cabeza en un
alboroto de rizos, de los que se escapaban algunos mechones dulces
y enroscados. Tenía los ojos grandes y oscuros y los labios rojos.
Rojos como el día que la conoció. E igual de tentadores.
Llevaba un vestido de seda arrugada que le cubría el escote,
dejándole los hombros al descubierto y que se ensanchaba desde la
cintura como salido de un cuento de hadas. Pero el vestido era tan
rojo como sus labios. A cada paso, destellaba a la luz, Cherry con
negro por aquí y escarlata brillante por allá, un derroche de matices
que iban del clarete a la amapola.
Los pies de Ruben lo llevaban a través de la multitud como por
costumbre, pero nunca había hecho esto, sentido esto, amado así, en
toda su maldita vida. Llegó al pie de la escalera y ella dio los últimos
pasos con una sonrisa en la cara, tendiéndole una mano.
La sostuvo, como había hecho el día que se conocieron,
agachándose para darle un beso en la piel. Y cuando se levantó, ella
lo miraba como si fuera la única persona de la habitación.
Alguien la había anunciado, pero él apenas la había oído. Ahora,
notó que la misma voz decía algo más sobre ellos, la pareja de
novios, pero no se molestó en escuchar. Se limitó a seguir el sonido
de la orquesta que crecía en un vals.
—¿Bailas conmigo? —susurró.
Ella sonrió, sus mejillas se hincharon y sus hoyuelos le hicieron
gracia.
—Si es necesario —murmuró.
Él sonrió, olvidando su preocupación, olvidando sus nervios y
tiró de ella hacia la pista.
—Eres muy bueno en esto —dijo ella, mientras se acomodaban en
el ritmo familiar, la mano de él un poco demasiado apretada en la
cintura de ella. 275

Pero no se atrevía a soltarla. Si lo hacía, ella podría desaparecer.


—Tú también —respondió con sinceridad—. ¿Obra de Magda,
supongo?
—Sí. Es una mujer muy útil. Solo tiene un gusto terrible.
Se rio.
—Me parece justo. Al menos ella escuchó al final. Estás
absolutamente impresionante.
Ella sonrió, sus ojos se apartaron de los de él. Como si fuera
tímida. Pero Cherry nunca era tímida.
—Gracias —dijo en voz baja.
—Gracias a ti. Estaba a punto de desmoronarme esta noche antes
de verte.
Arqueó una ceja.
—¿Y ahora?
—Ahora estoy increíblemente duro y algo menos nervioso.
—Eres absolutamente horrible —se rio—. No te soporto.
—Sí, sigues diciendo eso. Pero no pareció importarte cuando yo…
—¡No termines esa frase! —Sus ojos bailaron y sus labios se
dibujaron en una sonrisa reacia—. Estamos en público, Ruben.
—Bien —suspiró—. Tendré que guardar mis técnicas de
seducción para más tarde.
—Sí —dijo ella secamente—. Supongo que sí.
Dios, amaba a esta mujer.
Cherry saludó cortésmente con la cabeza al Archiduque de no sé
qué. Era muy viejo, tenía la voz muy ronca y hablaba en danés. Pero 276
decidió fingir que estaba siendo encantador y completamente
halagador. Tendía a suponer lo mejor de las personas mayores.
Y la barrera del idioma tenía su lado positivo: permitía a su mente
divagar libremente.
Sus ojos la siguieron.
Ruben estaba a pocos metros, inmerso en una conversación con
una pareja de aspecto intimidantemente adinerado: diamantes por
todas partes. Francamente, era demasiado.
Cherry frotó con el pulgar los diamantes y zafiros que decoraban
su dedo anular. Nunca le habían gustado las joyas, pero pensó que
podría llevar estos diamantes durante mucho tiempo.
En ese momento, Ruben giró ligeramente la cabeza y la miró a los
ojos. Su expresión seria vaciló, algo ligero y alegre se apoderó de él.
La había sorprendido mirándolo. Ella nunca escucharía el final. No
pararía de decir tonterías sobre lo encaprichada que estaba. Por
extraño que pareciera, se moría de ganas de que llegara un
momento lejano en el tiempo, más allá del filo de la navaja, en el que
todos estuvieran a salvo, felices y Ruben no tuviera nada mejor que
hacer que intentar sonrojarla.
Ella quería eso. Quería ese futuro sin forma ni fin en su mente, en
el que la única certeza era su presencia. Empezaba a darse cuenta de
que el resto no importaba.
—Vaya —dijo en voz alta—. Estoy… enamorada.
El Archiduque asintió con la cabeza y dijo algo en danés.
—De Ruben —le dijo—. Estoy enamorada de Ruben.
El Archiduque se excitó mucho al oír el nombre de Ruben y el
ritmo de su danés aumentó exponencialmente.
—Lo siento —dijo Cherry, agarrando la mano del anciano—. Ha
sido un placer hablar con usted, pero creo que necesito un poco de
aire.
Inclinó la cabeza sobre sus nudillos nudosos, esperando que
hubiera quedado suficientemente claro. 277

Pareció funcionar; él le devolvió el saludo con la cabeza y su


danés se ralentizó. Ella captó una sola palabra: prinsesse.
No, pensó mientras se abría paso entre la multitud. Ella era algo
más grande que eso. Era amada.

Cherry fue en busca de una pequeña habitación privada donde


instalarse, solo por un rato. Necesitaba recuperar el aliento,
controlar sus pensamientos desbocados, tal vez pedir un té. Al darse
cuenta de que estaba enamorada de su prometido, necesitaba
fortalecerse.
Pero se equivocó al girar en una esquina, luego nuevamente tomo
el giro equivocado y las sombras del palacio, más vacío que de
costumbre con todo el personal concentrado en el baile, empezaron
a sentirse como una amenaza.
Cherry caminaba muy deprisa, tratando de recordar que aquí
nadie le haría daño. Y que, si lo hacían, tenía dos zapatos de tacón
perfectamente buenos en los pies, cuyos tacones de aguja podían
meterse en la nariz de un hombre con facilidad.
O de una mujer, pensó sombríamente, fijando su mente en
Sophronia.
Estaba casi lista para empezar a arrancar retazos de seda de su
vestido y dejar un rastro tras de sí cuando oyó… algo. Algo que
sonaba prometedoramente humano. Cherry siguió el sonido,
esperando encontrarse con un grupo de búsqueda armado con un
mapa del palacio y uno o dos pasteles. En lugar de eso, encontró lo
que parecía ser una sala de música, con la puerta ligeramente
entreabierta y la luz de la luna inundando los instrumentos
esparcidos por sus estrechas paredes.
Bueno, estrecho para un palacio. Bastante decente para cualquier
otro sitio.
278
Cherry frunció el ceño y se quedó inmóvil, tratando de captar el
sonido que había creído oír. No veía a nadie y, al cabo de un
momento, decidió que tampoco oía a nadie.
Pero entonces el sonido volvió, esta vez más suave. Una especie
de sonido ahogado, pequeño y agudo.
Cherry entró de lleno en la habitación y dijo:
—¿Hay alguien aquí?
El silencio fue lo único que escuchó. Pero sus ojos captaron algo
que no había visto la primera vez. Debajo del piano, una pequeña
figura acurrucada estaba sentada en el suelo, medio oculta en la
sombra.
Se acercó más.
—Estoy un poco perdida. ¿Crees que podrías ayudarme?
La figura olfateó. Levantó la vista, revelando un par de ojos azules
muy familiares. Una de las hijas de Lydia, la mayor. ¿Cómo se
llamaba…?
—Ella —recordó finalmente Cherry—. Hola. ¿Sabes quién soy?
La chica olfateó ruidosamente, lanzando a Cherry una mirada
desdeñosa.
—Claro que sí. No soy una niña.
Cierto. Esta era la adolescente. Cherry reprimió una sonrisa
mientras se acercaba y se hundía para mirar bajo el piano de cola.
—¿Qué haces ahí debajo, Ella? ¿No deberías estar en la cama?
—Este es mi piano —dijo la niña cabizbaja, con un acento tan
marcado como el almíbar—. Ésta es mi habitación especial. Yo
vengo aquí.
—Bien —murmuró Cherry—. De acuerdo. Me parece justo.
Bueno…
Fuera, las nubes se movieron ligeramente y la luz de la luna que
entraba por las ventanas se hizo aún más intensa. Lo suficiente para
que Cherry pudiera ver la cara de la niña. Y la huella de una palma 279
contra su mejilla.
Cherry se tragó la maldición que quería escupir y mantuvo la
sonrisa en su sitio.
—Ella —dijo suavemente—. ¿Qué te ha pasado en la cara?
La chica se dio la vuelta.
—Nada —resopló.
—Puedes decírmelo —dijo Cherry, intentando sonar
tranquilizadora. Dios, ¿dónde estaba Ruben cuando lo
necesitabas?—. Te prometo que puedes confiar en mí. Estoy
comprometida con tu tío y sabes que puedes confiar en él, ¿verdad?
Ella volvió a mirar a Cherry, como si estuviera reflexionando.
—El tío Ruben es amable con mi madre.
—Eso es porque él la quiere. Las quiere a todas. Y si alguien les ha
hecho daño, le gustaría saberlo.
La chica negó con la cabeza.
—No te lo voy a decir.
Antes de que Cherry pudiera responder, oyó el pesado ruido de
pasos en el pasillo. Unas voces bajas murmuraban palabras que no
entendía, pero que hicieron que Ella abriera los ojos y se acurrucara
más en las sombras.
Cherry se enderezó y retiró el pequeño asiento de felpa que había
frente al piano, colocándolo en el ángulo justo. Cuando se sentó,
acomodando sus enormes faldas a su alrededor, el espacio bajo el
piano quedó completamente oculto a la vista.
Capítulo 30
Y justo a tiempo. La puerta se abrió, dejando ver a un par de
hombres con el mismo traje negro que prefería Hans, con 280
auriculares transparentes enroscados en las orejas.
Ambos parpadearon al verla, claramente confusos. El hombre más
alto se recompuso primero y dio un paso adelante.
—Señorita Neita —dijo, inclinando la cabeza—. Sentimos
molestarla. —No mencionó lo extraño que era para ella estar
sentada frente a un piano de espaldas a las teclas, en la oscuridad,
durante un baile celebrado en su honor—. Estamos buscando a la
princesa Ella. No está en su habitación y al rey le preocupaba que
vagara por los pasillos cuando tenemos invitados.
Vagando por los pasillos con el contorno enrojecido de su mano
en su cara. Sí, eso le preocuparía, ¿verdad?
—No he visto a ninguna niña pícara —dijo Cherry con dulzura—.
Pero me alegro de que me encontraran. Buscaba a mi prometido y
me perdí. —Dejó escapar una risa chispeante—. ¿Crees que puedes
hacer que venga a buscarme? ¿Poner esos pequeños auriculares en
uso?
El hombre se movió ligeramente.
—Señorita Neita, estaremos encantados de acompañarla…
—Oh, no —dijo ella alegremente—. No es necesario. Me gustaría
mucho ver a mi prometido. —Apoyó las manos en las rodillas y se
inclinó hacia delante, sonriendo cuando los ojos de ambos hombres
volaron hacia su escote—. ¿Por favor?
El hombre más alto se aclaró la garganta.
—Ah, sí. Sí, claro. Transmitiremos el mensaje de inmediato.
Buenas noches, señorita Neita.
—Buenas noches, caballeros.
Sonrió solemnemente hacia ellos. Salieron corriendo de la
habitación como si estuviera ardiendo.
Cuando la puerta se cerró tras ellas, Cherry se bajó del pequeño
taburete y se hundió en el suelo. Se encontró con los ojos de Ella,
aún brillantes por las lágrimas no derramadas y dijo: 281

—¿Fue tu padre o fue tu tía?


Ella resopló, pasándose una mano por la nariz.
—A tía Sophy le gusta crear problemas —dijo la niña—. No le
gusta sentir los problemas.
Hm. Sorprendentemente apto.
—De acuerdo —dijo Cherry—. Tu padre. ¿Quieres salir de ahí
abajo?
La niña negó con la cabeza.
—¿Ha hecho esto antes?
Ella dudó. Pero luego dijo, con palabras sueltas:
—Así no. Pero a veces me hace daño y ahora peor. Esta noche le
he preguntado demasiadas veces por qué no puedo ir al baile. Y
perdió los estribos. Así que…
Se llevó un gesto de impotencia a la mejilla.
Cherry asintió.
—Ya veo.
Las interrumpieron más pasos y, una vez más, Cherry se
arremolinó ante el piano.
Pero al final, el subterfugio no fue necesario. La puerta se abrió y
apareció Ruben, con el rostro tenso por la preocupación. Jugueteó
con la luz, bañando la habitación con un resplandor dorado.
—¿Cherry? ¿Qué pasa?
—Bueno —empezó, intentando mantener la calma.
Antes de que pudiera seguir, Ella salió disparada de debajo del
piano y corrió por la habitación, rodeando la cintura de Ruben con
los brazos.
La miró con el ceño fruncido.
282
—¿Ella? ¿Qué haces fuera de la cama?
Cherry vio el momento exacto en que Ruben vio la cara de su
sobrina.
Todo en él se endureció en un instante. Incluso cuando trató de
suavizar su expresión, de mantener la voz firme y calmada, ella lo
vio.
Echó la cabeza de Ella hacia atrás con manos temblorosas y se
quedó mirando la marca de su mejilla. A la luz era aún peor. Era
casi seguro que le saldría un moratón. Las siguientes palabras que le
dijo fueron en danés, incomprensibles para Cherry. Tenía que
aprenderlo.
Luego dijo en inglés:
—Ve y siéntate con Cherry. Quédate aquí. Volveré pronto.
La niña obedeció, Ruben se dio la vuelta y salió de la habitación
sin decir una palabra más.
Cherry se quedó mirándolo.
—¿Qué ha dicho?
No esperaba respuesta. Pero Ella respondió con satisfacción en su
voz.
—Dijo que nos íbamos y que nunca volveríamos.

Ruben se abrió paso entre la multitud, concentrándose en la


pareja que ocupaba el centro de la sala.
Lydia y Harald bien podrían estar unidos por la cadera; él no la
había soltado en toda la noche y claramente no tenía intención de
hacerlo. Ahora Ruben sabía por qué. Harald no quería que su esposa
se enterara de que Ella andaba correteando por el palacio ni, lo que
era más importante, por qué.
283
No querría una escena delante de toda esta gente, ¿verdad?
Ruben confiaba en que eso le daría lo que necesitaba. Se acercó a
su hermano con la mayor sonrisa que pudo esbozar, evocando cómo
imaginaba que sonaría un saludo fraternal.
—¡Harald! Si me prestas a mi encantadora cuñada un momento…
Lydia le dirigió una mirada amotinada, moviendo
infinitesimalmente la cabeza.
Pero Harald no mostró ni un segundo de sorpresa. Sonrió a
Ruben con la misma naturalidad que si fueran viejos amigos, como
si realmente fueran familia y no solo consanguíneos.
—¡Por supuesto, hermanito! No la retengas mucho tiempo,
¿quieres? —Se inclinó para besar la mejilla de Lydia, deteniéndose
unos segundos interminables. Luego levantó la vista y se encontró
con los ojos de Ruben, los suyos fríos, la amenaza allí clara—. Sabes
que odio estar sin ella.
El público se puso a arrullar como si aquello fuera lo más
adorable que jamás hubieran oído. Ruben trató de no parecer tan
asqueado como se sentía y pasó un brazo por los hombros de Lydia,
alejándola.
—¿Qué haces? —murmuró en voz baja, con una sonrisa dibujada
en la cara—. Te lo dije, no puedo…
—Lo harás —dijo Ruben—. Lo harás.

Sacó el teléfono mientras Lydia y él se apresuraban por los


pasillos y envió un mensaje rápido a Hans. Una señal.
La respuesta fue rápida.
«Estamos listos».
Ruben deslizó su teléfono en el bolsillo mientras se acercaban a la
puerta de la sala de música. Se volvió hacia Lydia y le dijo:
284
—No puedo llevarte allí sin advertirte. Harald…
Levantó una mano. En algún momento de los últimos minutos, se
había vuelto fría y distante. Ahora su mirada era acerada, su
mandíbula dura como la piedra. Ella dijo:
—¿Cuál de mis hijas está en esta habitación?
La miró a los ojos y le dijo:
—Ella.
Tragó saliva. Asintió. Respiró hondo y abrió la puerta.
Cherry y Ella estaban sentadas una al lado de la otra en el
pequeño taburete del piano. Al ver a su madre, Ella se soltó de las
voluminosas faldas de Cherry y echó a correr por la habitación.
—No tenía que decir nada —sollozó.
—Shh. —Lydia estrechó a su hija entre sus brazos, su diminuta
figura parecía de repente de tres metros de altura—. Está bien.
Debes contarlo siempre. Ya hablamos de esto, ¿recuerdas? No
importa lo que digan, siempre debes contarlo.
Ruben dejó a madre e hija por un momento, volviéndose hacia
Cherry. Dejándole ver cada centímetro de su gratitud por las cosas
que había hecho esta noche.
Ella se levantó y él la abrazó, concediéndose unos segundos de
felicidad para fundirse con su suavidad y su dulce aroma a canela.
Cherry le pasó una mano tranquilizadora por el hombro y solo
entonces notó la tensión en sus músculos, el martilleo en su cabeza.
Solo entonces se dio cuenta de lo agotada que le había dejado su
furia.
Le susurró al oído:
—Todo saldrá bien. Este es el momento más oscuro. A partir de
ahora, todo irá bien.
Le gustaría poder creerlo. Pero solo oír las palabras de sus labios
le daba fuerzas.
285
Le dio un beso en la frente antes de volverse hacia Lydia. Ella lo
observaba por encima de la cabeza de Ella, con la mirada dura.
—Esta noche —dijo.
Lydia asintió.
—Debería haberte escuchado.
—No. Tu prioridad eran tus hijas, igual que ahora. Las cosas han
cambiado. Cambiamos con ellas. Acuesta a Ella y vuelve al salón de
baile.
Se puso rígida.
—No puedo…
—Tienes que hacerlo. Acércate a él. Sonríele. Nosotros también lo
haremos. Retírate temprano, esta noche y prepara a las niñas. Hans
vendrá a buscarte.
Asintió lentamente. Pero luego preguntó, como si no pudiera
evitarlo:
—¿Estás seguro? ¿Seguro que esto funcionará?
—No —dijo Ruben—. Pero estoy seguro de que de una forma u
otra, saldrás de aquí esta noche. No importa lo que tenga que hacer.
Capítulo 31
El vestido de Cherry era precioso, pero en retrospectiva, debería
haber elegido algo un poco menos… dramático. 286

Vio a Lydia acomodar a sus hijas en la parte trasera del Hummer


que la esperaba. Primero Ella, luego Hilde, que había salido
dormida del palacio en brazos de Hans.
—No te preocupes —dijo Demi, poniendo una mano en el
hombro de Cherry. Tuvo que levantarse para hacerlo, pero aun así
consiguió sonar como una madre que consuela a su hijo—. Lo
hemos planeado todo. Nada saldrá mal, inshallah16.
Cherry exhaló, su aliento condensándose en el aire de
medianoche.
—Me sentiría mucho mejor con esto si te hubiera visto en algún
momento de la última semana.
—Estaba por aquí —sonrió Demi.
Su mirada se desvió hacia Hans, como por costumbre.
Cherry consiguió esbozar una sonrisa.
—No lo dudo.
Las niñas se acomodaron y Lydia subió al coche. Ruben apareció
con algunos miembros de su guardia que le resultaban familiares.
—Estamos listos —dijo—. Iremos a la entrada principal y nos
deslizaremos con todos los coches que salen esta noche. No se dará
cuenta de que nos hemos ido hasta que lleguemos al aeropuerto.
Con un gesto de la cabeza, Demi se adelantó y se sentó en el
asiento del copiloto. Hans se dirigió al otro lado del coche, dejando a
Cherry a solas con su príncipe.
Después de esta noche ya no sería un Príncipe.

16
Si Dios quiere u ojalá.
Ruben le tendió la mano.
—Vamos.
Ella puso su mano en la de él. Y fue entonces cuando todo se vino
abajo.
287

—Qué dulce —dijo Harald.


Su voz resonó en la oscuridad. Y entonces los focos ahogaron a
Ruben en su resplandor blanco y brillante, cegándolo durante un
segundo. Apretó la mano de Cherry y sintió que ella se la devolvía.
Luego se dio la vuelta para mirar a su hermano.
Harald estaba en la entrada del garaje subterráneo ante el que
habían aparcado. Estaba flanqueado por una docena de miembros
de la guardia real, vestidos con el uniforme negro de Hans. También
ellos compartían su intimidante inexpresión, pero la mirada muerta
de sus ojos los hacía verdaderamente aterradores.
—Tienes a tus chicos, hermanito. —Harald levantó las manos,
indicando los hombres detrás de él—. Y yo tengo a los míos.
Ruben se armó de valor. Calculó todas las posibilidades en su
mente. Los hombres de su hermano estaban armados, pero no
podían causar ningún daño real, ¿verdad? Harald no se arriesgaría a
las complicaciones.
Por supuesto, si lo hacía, Lydia y las niñas estarían a salvo. Ya
estaban en el coche, un vehículo oficial real, a prueba de balas.
Pero Cherry estaba aquí.
—Harald —dijo Ruben, su voz baja—. Podemos discutir esto con
sensatez, ¿no?
—¿Discutir qué? —Harald siseó—. ¿Qué secuestras a mi esposa?
¿A mis herederas?
—Solo me llevo a las niñas de viaje. No quieren verte ahora. —
Ruben suavizó su tono—. Entiendes, Ella está en shock. Lydia está…
—¿Crees que soy idiota?
Harald escupió las palabras con los ojos desorbitados, la furia
288
enrojeciendo bajo su pálida piel. Avanzó por el asfalto con las
manos en los costados. Aún llevaba el uniforme de gala con trenzas
doradas que prefería para los compromisos formales y las medallas
militares prendidas en el pecho. Ninguna de ellas la había ganado.
Pero entonces, no había tenido la oportunidad de hacerlo. Para
cuando alcanzó la mayoría de edad, el trono era esencialmente suyo.
—Si te la llevas —dijo Harald—, nunca volverá. —Por un
momento, Ruben pensó que su hermano podría echar de menos a su
mujer. Pero entonces Harald gritó, con la voz desgarrada por el
pánico—: ¿Qué pensará la gente de mí?
La voz de Cherry sonó antes de que Ruben pudiera abrir la boca.
—Sospecharán lo que ya sabemos. Que eres un hombre débil y
patético que les pega a sus propias hijas…
Ruben la acercó más a él, le cortó las palabras y colocó su cuerpo
frente al de ella.
—Para —susurró con fuerza—. No sabes lo que va a hacer.
—No me importa —siseó—. Las chicas están en el coche. Dile a
Hans que se vaya. No las seguirá con toda esa gente como testigos.
Incluso ahora, justo al este del ala saliente del palacio, podían oír
el parloteo y las risas de los invitados, los motores arrancando
mientras la gente se amontonaba en sus coches y limusinas.
Tardarían segundos en llegar a la seguridad de la multitud, si Hans
se ponía firme.
Lo que dejaría a Cherry aquí para enfrentarse a la ira de su
hermano y a Ruben sin nada más que sus propias manos para
protegerlos a ambos. Toda su vida había irrumpido en situaciones
basándose únicamente en el instinto, la pasión, la pura sangre fría.
Ya no podía seguir haciéndolo.
—Harald —gritó a través del asfalto—. Debes darte cuenta de que
has ido demasiado lejos. Esto es ridículo. Me llevaré a las niñas a
casa conmigo, solo por un tiempo y todo pasará. Sé razonable,
¿quieres?
Su hermano frunció el ceño, como Ruben esperaba. 289

—¿Te atreves a darme órdenes? Tú, el hijo de una puta nacida en


las cloacas.
Escupió las palabras familiares, elevando la voz a medida que se
ponía a tono. Ruben no se molestó en escuchar. Conocía la esencia:
«Tu mera existencia es una mancha en la gran historia de esta
orgullosa nación, tu madre la seductora destruyó nuestras vidas,
bla, bla, bla».
Mientras su hermano despotricaba, lanzando las palabras que una
vez habían destrozado a Ruben, éste giró ligeramente la cabeza para
captar la mirada de Cherry. Mantuvo los labios tan quietos como
pudo y murmuró en voz baja:
—El teléfono en el bolsillo.
Cherry lo miró como si hubiera perdido la cabeza. Pero,
evidentemente, decidió confiar en él de todos modos, porque su
mano se deslizó hacia el bolsillo izquierdo de él y luego hacia el
derecho, sus movimientos ocultos por sus faldas. Encontró el
teléfono y lo miró, abriendo los ojos en interrogación. «¿Y ahora
qué?».
—¿Me estás escuchando? —rugió Harald, desgarrándose la faja
que le cruzaba la cintura, con el pelo bien peinado hacia atrás
cayéndole sobre la frente sudorosa.
Ruben dijo:
—Kathryn.
—¿Qué? —Harald siseó.
—He dicho que sí. Te escucho. —Apretó la mano de Cherry. Con
fuerza. Esperaba que ella entendiera el mensaje—. Pero creo que es
hora de que escuches, Harald.
Respiró hondo. Rezó a todos los dioses que pudo pensar que de
alguna manera, esto funcionará. Y luego comenzó.
—Cuando murieron nuestros padres, tú, Sophronia y yo,
estábamos solos. Deberíamos habernos consolado mutuamente. Y
me doy cuenta de que odiabas a mi madre. Que estabas enfadado 290
con nuestro padre por tirarlo todo por la borda por un amor que no
podías entender. Lo comprendo. De verdad que lo entiendo. Pero no
tenías que desquitarte conmigo, Harald. Yo era solo un niño y tú
hiciste todo lo posible para romperme. En cuerpo y espíritu. ¿Sabes
lo jodido que estaba, el día que me fui de este lugar? ¿Cuánto
tiempo me llevó dejar de odiarme a mí mismo? Demasiado tiempo.
Pero mejoré. Descubrí cómo ser yo mismo, en lugar del saco de
boxeo de otra persona. Y juré que no importaba lo que hicieras, no
importaba cuánto te despreciara, nunca renunciaría a la única cosa
que juraste que no merecía. Nunca dejaría que me echaras de esta
familia. ¿Pero sabes qué? Este lugar es veneno. El puto nombre de la
familia, la puta casa real, es veneno. Sigo esperando que cambies
como yo, que te conviertas en una mejor persona, pero eso nunca va
a pasar, ¿verdad? Porque esto no se trata de nuestros padres y esto
no se trata de lo que soy o cualquier cosa que he hecho. Se trata de
ti. Tú eres el problema. No puedes dejar de herir a la gente. Hieres a
Lydia, que te quiere, no tengo ni idea de por qué, pero te quiere.
Demasiado. O al menos, lo hacía. Pero no pudiste parar con ella.
Golpeaste a tu propia hija, Harald. Ella tiene trece años. Es tu hija.
¿Qué clase de supuesto rey se aprovecha así de su propia familia?
Estás tan obsesionado con los títulos, el poder y con lo que piensa
todo el mundo… ¿Qué harías si el hombre que realmente eres se
expusiera al mundo? ¿Qué harías?
Harald estaba de pie ante ellos, con el rostro torcido en una mueca
de desprecio.
—Muy filosófico, Ruben. Estoy totalmente avergonzado. Muy
avergonzado. Ahora saca a mi mujer de ese puto coche, antes de que
uno de mis chicos pierda el control de su arma y dispare a tu
querida prometida.
Cherry bajó una mano sobre el hombro de Ruben cuando éste
empezó a reaccionar, con la vista nublada y el mundo enrojecido. Le
clavó las uñas con fuerza.
—Para —susurró.
291
Y luego le puso el teléfono en la mano.
Miró la pantalla y sintió un gran alivio.
Había una lucecita roja parpadeando en la esquina izquierda,
junto a las palabras RETRANSMISIÓN EN DIRECTO.
Ruben se encaró al rey con una sonrisa, sosteniendo el teléfono
entre los dos.
—Bueno, mira eso —dijo—. Parece que todo el mundo lo sabe.
—¿Saber qué? —exigió Harald.
—Quién eres en realidad.
Ruben lanzó el teléfono al otro lado de la pista, viendo cómo su
hermano lo arrebataba del aire y miraba la pantalla.
La forma en que sus ojos se abrieron, frenéticos y asustados, fue
casi la visión más dulce de la vida de Ruben.
Casi.
—Dime —dijo Ruben—. ¿Puedes ver cuánta gente está
escuchando ahora mismo?
Harald levantó la vista, con el rostro desencajado.
—El número… el número sigue cambiando.
—Ah, eso significa que la gente sigue viéndolo. No soy muy
bueno con las redes sociales, pero creo que el vídeo se mantiene
durante las próximas 24 horas. Además, ya sabes, todavía…
Harald arrojó el teléfono contra el asfalto. Lanzó un grito
sobrenatural y golpeó el aparato una y otra vez, con movimientos
feroces y brutales.
Los hombres que estaban detrás de él empezaron a murmurar
entre ellos, observándolo con recelo, como si se preguntaran si
debían actuar. Cuando se arrodilló y empezó a golpear el teléfono,
estrellando los puños contra el suelo, Ruben retrocedió hacia el
coche que los esperaba.
292
—Ve —le dijo a Cherry, sin dejar de mirar a Harald.
—Pero…
—Ya voy. Pero no voy a darle la espalda. Vete.
Para su alivio, ella se fue. Oyó el movimiento de sus faldas
cuando las metió por la puerta del coche. Y entonces, con pasos
vacilantes y hacia atrás, él mismo llegó al coche.
Las manos de Cherry lo guiaron hacia dentro. No apartó los ojos
de su hermano, un amasijo de harapos que gritaba contra los
fragmentos de cristal y plástico del suelo.
No hasta que Cherry cerró la puerta y gritó:
—¡Hans!
El motor rugió. Y así como así, estaban lejos.
Capítulo 32
—¡Agatha! —Cherry no pudo contener la sonrisa al ver a la
anciana, sentada pacientemente en la parte trasera del jet de Ruben. 293
En su regazo había un familiar transportín de plástico—. ¡Trajiste a
Whiskey!
—Hola, min kære. ¡Claro que sí! Y mírate, tan hermosa esta noche.
Cherry se acarició torpemente el pelo. La montaña de enormes
pinzas que había utilizado para sujetarlo había desaparecido en su
mayor parte. Brotaba alrededor de su cabeza como una nube.
—Gracias, Agatha.
—De nada. —El rostro cansado de la anciana se iluminó cuando
apareció Lydia, conduciendo a Ella al avión. Ruben la seguía con
Hilde en brazos. Aquella niña era capaz de dormir de un tirón.
Cherry estaba impresionada—. Niñas —susurró Agatha con
alegría—. ¡Qué maravilla! Lo pasaremos muy bien.
—Cierto…
A Cherry se le ocurrió que no tenía ni idea de a dónde iban. Un jet
privado y un montón de dinero eran una cosa, pero ni siquiera sabía
si Agatha tenía pasaporte. A menos que Helgmøre formara parte de
la Unión Europea. ¿Cómo funcionaba eso? ¿Libre circulación, o algo
así?
Demi lo sabría, seguro. Cherry exploró el estrecho espacio en
busca de la presencia tranquilizadora de su amiga y no encontró…
nada. Allí estaba Lydia, atando a la dormida Hilde a un asiento y
Ruben manteniendo una charla muy intensa con Ella, pero ni rastro
de Demi.
Bueno, no había muchos lugares para esconderse en un avión.
—Un segundo, Agatha —murmuró—. Tengo que preguntarle
algo a Demetria…
Con una sonrisa, Cherry se dirigió a la parte delantera del avión.
Cuando apartó la gruesa cortina de color crema de la cabina de
vuelo, lo primero que vio fue a Demi, con la cabeza gacha, ante los
innumerables mandos de la cabina. Luego miró hacia abajo y vio a
Hans arrodillado a los pies de Demi.
Los enormes brazos del guardaespaldas rodeaban la cintura de 294
Demi, con la cara pegada a su estómago. Demetria le pasó una mano
tranquilizadora por el pelo dorado.
—No pasa nada —susurraba—. Yo estoy bien. Todo el mundo
está bien. Hans, tienes que levantarte.
Cherry volvió a colocar lentamente la cortina en su sitio.
—¿De qué te ríes?
Casi se sobresalta al oír la voz de Ruben.
—Silencio —siseó, apartándolo de la cabina.
Normalmente, cuando ella intentaba moverlo, él tenía la
delicadeza de fingir que funcionaba. Esta vez, sin embargo, no se
movía.
Cherry observó horrorizada cómo, con una sonrisa burlona en la
cara, se acercaba a la cortina.
—Ruben, no…
Demasiado tarde. ¡Uy!
Hans y Demi se separaron de un salto y Cherry ahogó un suspiro.
Oh, vaya.
Ruben miraba a la pareja como si los hubiera sorprendido
practicando un ritual satánico. Balbuceó inútilmente durante un
segundo antes de atragantarse:
—¿Qué demonios está pasando?
—Nada —dijo Demi.
Precisamente al mismo tiempo, Hans dijo:
—Nos vamos a casar.
Incluso Cherry tosió al oírlo, pero fue una tos de satisfacción. Le
preocupaba que nunca sacaran la cabeza del trasero y se pusieran
manos a la obra. Claramente, se había preocupado
innecesariamente.
Demi pateó a Hans en la espinilla con un grito de indignación. 295

—Eres la perdición de mi existencia.


—Yo también te quiero.
—¿Quieres callarte?
—¡Silencio! —Ruben exigió. Al parecer, había recuperado el
sentido. La cara de asombro que había puesto hacía unos segundos
ya no estaba. Miró con dureza a su mejor amigo—. ¿Te casas con ella
o no?
—Sí —insistió Hans.
Ruben miró a Demetria.
—¿Te preguntó?
Ella asintió en silencio.
—¿Correctamente?
—Um… ¿Sí?
—Y tú estuviste de acuerdo.
Demi se llevó las manos a las mejillas.
—¿Quieres parar? Esto es muy embarazoso.
El rostro de Ruben se suavizó ligeramente.
—Lo siento —dijo—. Solo quiero asegurarme de que estás bien.
Hans resopló.
—Encantador.
—Cállate. No hablaba contigo.
Demi intervino antes de que estallara una verdadera discusión.
—Sí, estoy de acuerdo —dijo con firmeza—. Estoy bien. Todo está
bien. Todos estamos bien. Ahora, si pudieras irte, Ruben, sería
maravilloso.
Con estas palabras, se dirigió hacia la entrada y corrió la cortina.
Justo delante de la cara de su jefe. 296

Ruben parpadeó. Por un momento, pareció un poco


conmocionado. Pero entonces sus labios se abrieron en una sonrisa.
Se volvió hacia Cherry con cara de júbilo.
—¡Se van a casar!
—Sí —respondió ella, conteniendo una sonrisa—. Eso parece.
—No tenía ni idea —dijo—. Dios, es mi mejor amigo y no tenía ni
idea. ¡No puedo creer que no me lo dijera! Voy a retorcerle el
maldito cuello… —Se interrumpió con el ceño fruncido—. No
pareces sorprendida. ¿Por qué no te sorprende?
Cherry puso los ojos en blanco.
—No sé. Culpa a mis afilados instintos, o algo así.
Ruben sacudió la cabeza. Su rostro se suavizó y, de repente, el
estrecho espacio entre la cabina y el resto del avión le pareció aún
más pequeño que antes. Sus manos se posaron en la cintura de ella y
sus ojos recorrieron su rostro como si nunca antes la hubiera visto.
—Cherry —susurró.
Ella lo miró, hipnotizada.
—¿Sí?
La besó. Con fuerza.
No había delicadeza, solo desesperación. Y sin embargo, seguía
siendo tierno. Aún amoroso. Todo lo que ella necesitaba.
Cuando la soltó, ambos jadeaban. Él le sonrió, parecía
imposiblemente, dolorosamente joven. Le dijo:
—Te amo muchísimo. —Luego le tomó la cara con las manos y
volvió a besarla.
Cherry se olvidó de sí misma por un momento. Era muy difícil
concentrarse cuando su lengua acariciaba la suya, sus labios
dolorosamente suaves. Pero al final se apartó, con las mejillas
encendidas.
—Detente—murmuró—. ¡Agatha está mirando! 297

—Dudo mucho que esté mirando.


—¡Está en la habitación!
—No estamos en una habitación, cariño.
—Oh, vete a la mierda. Yo también te amo. Por cierto, ¿a dónde
vamos?
Una sonrisa se dibujó en su rostro, lenta y segura, absolutamente
hermosa.
—¿Qué acabas de decir?
—¿Adónde vamos? Además, ¿quién pilota el avión? Porque, sin
ofender, pero…
Le deslizó una mano por el pelo.
—Dijiste que me amabas.
—Bueno… —Puso los ojos en blanco—. Sí. No le des importancia.
—Tú, Cherry Neita, eres la persona más desconcertante que he
conocido —se rio.
Pero tiró de ella para darle otro beso y esta vez ella no se lo
impidió.
Epílogo
Magz: ¿Oyes algo?
298
Cherry miró con recelo hacia la puerta del salón. El estudio de su
padre estaba al final del pasillo. Ciertamente lo suficientemente
cerca como para oírlo maldecir a Ruben. Y sin embargo…
Cherry: Nada. Callado como un ratón.
Magz: ¿Qué está haciendo mamá?
Petra Neita estaba sentada en un rincón del salón, en su sofá
favorito, haciendo ganchillo. Cherry no tenía ni idea de qué estaba
tejiendo, pero el hecho de que lo estuviera haciendo le parecía…
vagamente siniestro.
Cherry: Está haciendo ganchillo
Magz: ¿Desde cuándo hace ganchillo mamá?
Cherry: Al parecer, la Sra. Jeanne de al lado ha comenzado un
club. Todas eligen algo de ganchillo y se pasan un mes haciéndolo.
Y luego van a casa de la Sra. Jeanne y se emborrachan y se prueban
los sombreros de mierda de las demás. O algo así.
Magz: Bueno, pero ¿está hablando contigo?
Cherry: No. Está haciendo ganchillo.
Magz: No estoy segura de si eso es bueno o malo.
Cherry tampoco. Ella nunca había traído un chico a casa. Su
hermana nunca había traído una chica a casa. No tenían ningún
punto de referencia para este tipo de cosas.
Magz: Espero que papá no le arranque la cabeza.
Magz: Pero, considerando todas las cosas, creo que podría.
Porque el vídeo que habían grabado aterrorizados se había
convertido en un escándalo que conmocionó al mundo, o al menos a
la mayor parte de Europa occidental. Cuando la grabación del
discurso de Ruben y el sentimiento de culpa de Harald llegó al salón
de casa de sus padres a través de las noticias de la BBC, Cherry
recibió una llamada telefónica de sus queridos padres.
Si preocupado significaba suspicaz, furioso y exigiendo una
explicación. 299

Así que se sinceró. Sobre todo. En realidad, todo había salido a


borbotones.
Pero eso fue hace… ¿cuánto, tres meses? Las cosas se habían
calmado un poco desde entonces.
Ruben estaba aprendiendo a hacer frente a la especulación de los
medios de comunicación, junto con los efectos duraderos de su
educación. Y esta vez lo hacía con ayuda profesional. Al parecer, él,
Ella y Lydia habían hecho un pacto: si ellas hablaban con alguien, él
también lo haría.
Cherry pensaba que iba bastante bien.
La propia Cherry había pasado los últimos meses organizando la
próxima boda de Hans y Demi y también iba bien. Aunque Demi no
estaba cooperando mucho con el vestido. Cherry nunca sabría qué
tenía en contra de las colas de seda.
Y, entre todo eso, Cherry había hecho visitas regulares a casa. Solo
para asegurar a sus padres que estaba bien y no… ya sabes,
atrapada en un falso compromiso con un príncipe extranjero para
pagar la carrera de su hermana, o algo así.
Pero ésta era la primera vez que Ruben la acompañaba en una de
esas visitas. No es que no hubiera querido venir. Solo que, después
de las cosas que su padre había dicho de él por teléfono, Cherry
dudaba un poco de ponerlos juntos en una habitación.
Magz: ¿Dónde estás? ¿Qué está pasando? ¿Papá mató a tu novio?
Porque si es RIP, era lindo o lo que sea
Cherry: ¿Te han dicho alguna vez que eres muy pesada?
Magz: Tú, todos los días desde mi nacimiento. Los celos son una
enfermedad, hermanita.
Cherry estaba buscando los emojis apropiados para su respuesta
cuando su madre habló por encima del suave zumbido del televisor.
—Así que —dijo Petra, con los ojos todavía puestos en su aguja de
ganchillo—. ¿Ese es tu amigo caballero, entonces?
300
Era la primera vez que Petra mencionaba a Ruben desde que
había llegado a la casa con Cherry casi una hora antes. Cherry se
tomó el extraño momento con calma. A su madre le gustaba poner
nerviosa a la gente.
—Sí. Es él.
Se pasó las palmas de las manos por delante de los vaqueros. De
repente las sintió húmedas.
—Mm —dijo Petra. Impregnó esa única sílaba con una riqueza de
significado que Cherry no podía ni empezar a descifrar, pero que le
preocupaba ligeramente—. ¿Arregló su problema familiar?
—Sí —dijo Cherry por milésima vez—. A él y a su familia se les
ha concedido permiso de residencia indefinido.
Petra miró por encima de sus gafas de lectura plateadas.
—¿Su pobre hermana está bien?
Cherry no se molestó en decir que Lydia era cuñada de Ruben, ni
que pronto dejaría de serlo una vez que se divorciara. No parecía
pertinente.
—Sí. Le va bastante bien. A las niñas también.
Petra asintió con los labios fruncidos. Tenía unos hoyuelos
parecidos a los de Cherry, pero no eran indicio de buena voluntad.
—Mamá, ¿podrías dejar de hacerte la misteriosa y decirme si te
gusta o no?
Petra miró a su hija con aparente sorpresa.
—¿Por qué no iba a gustarme?
—Um… —Cherry titubeó—. No sé. No estabas muy contenta
cuando te enteraste de… El compromiso.
—El falso compromiso —corrigió Petra con un resoplido—. ¡No es
de mi sangre, que me mintió y desapareció del país sin avisar! ¿Por
qué no me iba a gustar?
Cherry suspiró.
301
—¿Quieres que me disculpe de nuevo?
Petra cortó el extremo de su estambre.
—No te hará daño, Cherry Pop. Sigue así hasta que te diga que
pares. —Desvió la mirada hacia su hija, con una leve sonrisa en la
comisura de los labios—. Y ven aquí. Siéntate a mi lado. Quiero
volver a ver ese anillo.
Justo cuando Cherry se acomodó junto a su madre, la puerta del
estudio se abrió por fin.
Tardó un momento en darse cuenta de que las voces que flotaban
por el pasillo eran de exaltación amistosa y no de desacuerdo.
Cherry se llevó una mano al pecho y exhaló un suspiro de alivio.
—Debemos ir en bicicleta. ¿Tú andas en bicicleta, Ruben?
—En realidad no, señor, pero puedo hacerlo. Me gustaría.
—Excelente, excelente. Voy en bici todas las mañanas. Es bueno
para mi tensión, dice el médico.
Como siempre, la voz de David Neita entró en la habitación antes
que él.
Ruben fue el primero en entrar y sonrió a Cherry. Por la expresión
de su cara, ella supo que las cosas habían ido bien.
Entonces miró la cara de su padre y se dio cuenta de que las cosas
habían ido muy bien. A pesar de lo tierno que era por dentro, su
expresión solía oscilar entre un vago disgusto y un doloroso enfado,
a menos que estuviera de muy buen humor.
Ahora mismo, parecía positivamente alegre. ¿Qué demonios le
había dicho Ruben?
Petra dejó a un lado su labor de ganchillo y dio una palmada.
—¡Bueno! Ahora que han terminado, voy a poner la mesa. Ven,
Cherry, ayúdame a servir las bebidas.
—Ya voy.
Antes de seguir a su madre a la cocina, Cherry sacó su teléfono y
302
respondió a Maggie.
Cherry: Todo bien. Parece que a papá le gusta.
Magz: Este es un verdadero príncipe azul ;-)

Ruben no era ajeno a las situaciones de mucha presión, pero


conocer a los padres de Cherry le había quitado al menos cinco años
de vida.
Aun así, ya había terminado. Y nada había salido mal. De hecho,
pensó mientras se sentaba en el asiento del conductor de su nuevo
BMW, las cosas habían ido bastante bien.
Cherry estaba en el asiento del copiloto, jugueteando con su pelo
en el espejo de la visera. Era tarde, pero aún quedaba algo de luz en
el cielo. Suficiente para proyectar sombras sobre los suaves planos
de su rostro, las curvas de sus labios, sus mejillas.
—Eres tan hermosa —susurró.
Se volvió hacia él con una sonrisa. Tenía los labios de color rosa
chicle. Llevaba todo el día deseando saber si sabía tan bien como
parecía.
Pero no iba a ceder a esa tentación. No ahora. Tenía algo
importante que decir y si no lo hacía mientras aún estaba en la cresta
de la ola, quién sabía cuándo encontraría el valor.
—Tú también eres bastante guapo —dijo—. Se ve bien, Sr.
Ambjørn.
Nunca se cansaría de oír ese nombre. Ahora era realmente suyo y
le sentaba mejor que su título. Sobre todo porque era quien había
sido cuando se conocieron.
O quién intentaba ser. Le había costado a Cherry convertirse
finalmente en ese hombre. Un hombre que era realmente libre. 303

Le tomó la mano. Su mano izquierda, donde brillaba el anillo de


su madre en el cuarto dedo. Ninguno de los dos lo había
mencionado en los últimos meses, en el caos de adaptarse a una
nueva vida, capeando la atención mediática. Pero cada mañana,
cuando se despertaban tomados de la mano en el piso de Cherry, él
sentía las piedras presionando sus dedos.
—Cuando te di esto —dijo—, estaba enamorado de ti. —Se llevó
la mano a los labios y la besó suavemente—. Nunca antes había
estado enamorado. Pensé que lo que sentía entonces era imposible
de superar. Que mi corazón no podría soportar nada más intenso.
Pero me equivocaba. Cada día que paso contigo, mi amor crece. Me
voy a dormir pensando que no puedo necesitarte más de lo que te
necesito en ese momento. Pero cada mañana, sin falta, me despierto
y te veo y me vuelvo a enamorar, cada vez con más fuerza. Te amo.
Te amo. Y nunca quiero estar sin ti, Cherry. Jamás. Te he dado el
anillo, te he hecho desfilar delante de familiares y desconocidos
como mi prometida, pero nunca te lo había pedido de verdad. Así
que te lo pido ahora.
Respiró hondo, como si fuera la primera vez que lo hacía desde
que empezó a hablar. Sus ojos se centraron en el anillo, su anillo, en
el dedo de ella. No se lo había quitado y eso significaba algo. Tenía
que significar algo.
—Cherry Neita —dijo y se preguntó si ella podía oír su voz
temblorosa, o si todo estaba en su cabeza—. Te he esperado toda mi
vida. —Se obligó a levantar la vista y a mirarla a los ojos mientras le
preguntaba—: ¿Quieres casarte conmigo?
Su rostro esbozó una sonrisa. De todas las sonrisas que había visto
en el rostro de aquella brillante mujer, su rostro de mujer, ésta era la
más dulce. Sus profundos ojos marrones se llenaron de lágrimas,
pero ella sonrió sin poder contenerse, alegre como el sol.
—Sí —dijo y su voz también temblaba—. Dios mío, sí.
Le agarró la nuca y tiró de él hacia delante, besándole con pasión
304
temeraria, sin dejar de sonreír. Probablemente fue el beso más
incómodo que se habían dado nunca, llorosos y riendo entre dientes
y él nunca había sido tan feliz.
—Oh, Señor —soltó una risita—. ¿Le contaste a mi padre sobre
esto?
Ruben se encogió de hombros, conteniendo una sonrisa.
—Puede que haya pedido la mano de su hija en matrimonio…
—¡No me extraña que le gustes tanto! Dios, Ruben, ¿qué año es?
Le dio un beso en la nariz.
—El año que me case con el amor de mi vida sin que su padre me
frunza el ceño durante el servicio.
Ella resopló.
—Eres imposible.
—Por eso te gusto tanto.
Cherry le puso una mano en la mandíbula.
—No —dijo, con voz suave—. Por eso te amo.
EL FIN
Talia Hibbert
305

Talia Hibbert es una autora de bestsellers del New York Times,


USA Today y Wall Street Journal que vive en una habitación llena
de libros. Supuestamente hay un mundo más allá de esa habitación,
pero aún tiene que despertar suficiente interés para investigar.

Escribe novelas románticas picantes y diversas porque cree que


las personas con identidades marginadas necesitan una
representación honesta y positiva. Sus intereses incluyen el
maquillaje, la comida chatarra y el sarcasmo innecesario. Talia y sus
numerosos libros residen en las Midlands inglesas.
306

También podría gustarte