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Esta semana la JEP realizó una dramática audiencia sobre los “falsos positivos” cometidos por

el Ejército en Casanare y en ella aceptaron responsabilidad varios altos oficiales, como el


General (r) Torres Escalante, quien reconoció haberse vuelto “el líder de una organización
criminal”.

Las evidencias de esta audiencia coinciden con otras en Norte de Santander, Dabeiba o la costa
Caribe y muestran que, a pesar de diversidades regionales, los “falsos positivos” siguieron un
patrón criminal común. Estos asesinatos fueron el resultado de la política de premiar las bajas,
por encima de eventuales capturas o del logro de seguridad en un territorio. La presión
asfixiante de altos mandos, como el General Montoya, a las unidades militares para que
presentaran esas bajas, incluso en regiones en que había pocos combates, generó el incentivo
macabro de que oficiales y suboficiales engañaran a jóvenes pobres, que eran secuestrados y
asesinados para ser reportados como muertos en combate. El círculo atroz se cerraba porque
quienes cometían esos crímenes, en vez de ser sancionados por sus superiores, eran
premiados y condecorados y avanzaban en la carrera militar, mientras que quienes se resistían
a esas prácticas eran marginados o incluso asesinados, como le sucedió al valiente subteniente
Suárez Caro.

El resultado: los falsos positivos fueron masivos entre 2003 y 2008, al punto de que superaron
los 6.400 casos, según ha documentado la JEP. Más del doble de todos los asesinatos y
desapariciones ocurridos durante la dictadura de Pinochet.

Frente a estas evidencias judiciales contundentes, el expresidente Uribe ya no niega que esos
crímenes ocurrieron, pero rechaza cualquier responsabilidad. El 28 de junio, en el marco de la
audiencia sobre falsos positivos en Dabeiba, Uribe trinó que se sentía engañado, pues les había
creído a los oficiales cuando negaron los hechos. Y esta semana emitió un comunicado y un
video no solo para cuestionar a la JEP, sino para rechazar cualquier culpa en los falsos positivos,
afirmando que había exigido resultados a los militares pero que nunca demandó ni aceptó esos
crímenes.

Uribe tiene razón en que no ha sido presentada ninguna prueba de que hubiera ordenado esos
falsos positivos. Es más, yo honestamente no creo que los haya ordenado. A pesar de eso,
Uribe tiene una grave responsabilidad.

Uribe era el presidente y comandante supremo de las Fuerzas Armadas, y podría entonces
haber incurrido en la responsabilidad de mando por esos crímenes por cuanto parecen
reunirse los tres requisitos exigidos por el derecho penal internacional: i) tener mando efectivo,
y Uribe tuvo siempre un control claro sobre la Fuerza Pública; ii) tener información disponible
de que esos crímenes estaban ocurriendo, y lo cierto es que, desde 2004, la Oficina de la Alta
Comisionada de Derechos Humanos de Naciones Unidas reportó su preocupación por
denuncias crecientes y creíbles de ejecuciones extrajudiciales por el Ejército; y iii) no tomar las
medidas para evitar esos crímenes. Y Uribe solo reaccionó en octubre de 2008, cuando llamó a
calificar servicio a tres generales y 11 coroneles por posible involucramiento en falsos positivos.

Pero incluso si Uribe no incurrió en la responsabilidad penal de mando, es clara su


responsabilidad moral y política. Los falsos positivos no solo fueron una consecuencia de una
política de su gobierno, sino que fueron masivos. No resulta creíble que un presidente con el
estilo de microgerencia de Uribe haya desconocido semejante macrocriminalidad que fueron
los falsos positivos.

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