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El Deus Trinitas que es en sí mismo Amor, comunión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo,
quiere comunicar su propia vida divina. La única razón de la creación y de la existencia es el amor
divino.
Dios Padre, antes de la creación del mundo, concibió comunicar y hacer partícipes de su propia vida
divina a los hombres para hacer de ellos, en su Hijo Único, hijos adoptivos (Ef 1, 3-6). Esta
comunión-participación en la vida divina se realiza mediante la convocación de los hombres en
Cristo por el Espíritu Santo, y esta convocación es la Iglesia.
El primer hombre fue constituido en amistad con su Creador y en armonía consigo mismo y con la
creación. El pecado rompe esta armonía. El hombre se prefirió a sí mismo en lugar de Dios y, contra
su estado de criatura, quiso ser como Dios pero sin Dios. La muerte hizo su entrada en la Historia
de la Humanidad como consecuencia del pecado.
Todos los hombres están implicados en el pecado de Adán. La universalidad del pecado reclama la
necesidad universal de salvación. Es así que ningún ser humano puede salvarse a sí mismo. La
salvación proviene sólo de Dios Padre por medio de Jesucristo en el Espíritu Santo, a través de la
mediación de la Iglesia y su ministerio sacramental. La Iglesia es, por tanto, necesaria para la
salvación en cuanto mediación histórica de la obra redentora de Cristo (la redención llega a nosotros
a través de la Iglesia).
Dios nos predestinó a ser alabanza de su gloria; la gloria de Dios consiste en que se realice esta
manifestación y comunicación de su bondad para las cuales el mundo ha sido creado. En la persona
humana, Dios es glorificado por un vida en santidad, en plena conformidad con la voluntad de Dios,
a imitación de Jesucristo.
El Verbo se encarnó para realizar el plan de salvación de su Padre. Por el Misterio Pascual (pasión,
muerte, resurrección y ascensión), Cristo nos libera del pecado y de la muerte realizando la nueva y
eterna Alianza. “Sentado a la derecha del Padre y derramando el Espíritu Santo sobre su Cuerpo
que es la Iglesia, Cristo actúa ahora por medio de los sacramentos” (CIC 1084).
Cuando el Hijo cumplió la obra que el Padre le encargó, fue enviado el Espíritu Santo el día de
Pentecostés para que santificara continuamente a la Iglesia y los creyentes pudieran ir al Padre, por
medio del Hijo en el Espíritu Santo.
El don del Espíritu Santo inaugura un tiempo nuevo: el tiempo de la Iglesia, durante el cual Cristo
hace presente y comunica su obra de salvación mediante la liturgia de su Iglesia. En ella “Cristo
significa y realiza principalmente su misterio pascual” (CIC 1085). Cristo actúa por los
sacramentos; lo que conocemos por “economía sacramental consiste en la dispensación o
comunicación de los frutos del Misterio Pascual de Cristo en la celebración de la liturgia
sacramental de la Iglesia” (CIC 1076).
Lo específico del Espíritu Santo es realizar la santificación (comunicación de la vida divina) a
través de los signos sacramentales de su Iglesia, especialmente la Eucaristía. La finalidad de su
El Espíritu de comunión permanece en la Iglesia y hace que ella misma sea sacramento de la misión
es poner en comunión con Cristo para formar su Cuerpo. El Espíritu es como la savia de la vid que
vivifica los sarmientos. comunión divina, como la define el Vaticano II, reuniendo a los hijos
dispersos de Dios.
La misión de Cristo y del Espíritu Santo se realiza en la Iglesia, Cuerpo de Cristo y Templo del
Espíritu Santo.
Los Padres conciliares entendieron la palabra sacramento como equivalente a misterio. La Iglesia es
un misterio divino porque en ella se realiza el designio divino de la salvación de la humanidad. Esta
obra de la salvación se lleva a cabo en la Iglesia mediante los sacramentos en torno a los cuales gira
la vida litúrgica. Los siete sacramentos son los medios de santificación, los medios por los que llega
a nosotros la vida divina.
Por la Liturgia Cristo continúa en su Iglesia la obra de la Redención, actúa por medio de los
sacramentos instituidos por Él y confiados a la Iglesia para comunicar su gracia. De esta
manera los sacramentos están ordenados:
– a la santificación de los hombres (participación de la vida divina)
– a la edificación del Cuerpo de Cristo
– y a dar culto a Dios.
En la comunidad cristiana, es donde podemos oír, ver, contemplar y tocar el cuerpo de Cristo
resucitado y hecho presente en la Eucaristía, de la que vive la Iglesia.
En conclusión, si el principio del plan benevolente de salvación es la Trinidad, el fin último de toda
la economía divina es el cielo: la entrada de la criatura en la unidad perfecta de la Bienaventurada
Trinidad, en la vida divina.
2. LOS SACRAMENTOS DE LA IGLESIA.
Los sacramentos son signos eficaces de la gracia (realizan la gracia que significan por la acción de
Cristo y el poder del Espíritu Santo) instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia por los cuales nos
es dispensada la vida divina.
Es la comunicación de los frutos de la Redención de Cristo hasta que vuelva. Los sacramentos están
ordenados a:
– la santificación de los hombres,
– la edificación del Cuerpo de Cristo
– dar culto a Dios.
Además tienen un fin instructivo: no sólo suponen la fe también la fortalecen, la alimentan y la
expresan con palabras y acciones (estructura sacramental).
Jesucristo instituyó los sacramentos en número de siete, no la comunidad primitiva cristiana. Sólo
Dios (Cristo) puede producir la gracia en el alma y únicamente Él puede determinar el medio por el
que la gracia llega hasta el hombre. En un planteamiento teológico, los sacramentos nacen del
costado abierto de Cristo, es decir reciben su eficacia del sacrificio y redención de Cristo.
Hay una correspondencia entre las etapas de la vida natural y las de la vida espiritual; pero, ojo, no
hay que olvidar que la Iglesia no celebra acontecimientos humanos sino los misterios de la vida de
Cristo. Los sacramentos son fuente y cima de la vida cristiana.
El primer gran sacramento, llamado original o protosacramento, es el mismo Cristo, porque hace
visible personalmente el amor y la gracia de Dios Padre. Los sacramentos sólo tienen sentido en la
sacramentalidad de Jesús y por medio de ello, también es así con la Iglesia como sacramento. Por
tanto, la Iglesia es entendida como sacramento en cuanto que es el Cuerpo del que Cristo es la
Cabeza, en comunión con Él y en dependencia de Él.
La gracia es una participación en la vida de Dios, es el auxilio que Dios nos da para responder a su
llamada a ser hijos de Dios, partícipes de la vida divina.
La gracia sacramental es la gracia del Espíritu Santo, dada por Cristo y propia de cada sacramento.
Ayuda al fiel en su camino de santidad y también a la Iglesia en su crecimiento en la caridad y el
testimonio.
La gracia sacramental tiene un doble efecto:
– Redención o sanación de los pecados.
– Divinización o santificación y unión con Dios.
Es la marca o el sello indeleble (permanece para siempre sin que se pueda eliminar) por el cual el
cristiano participa del sacerdocio de Cristo y forma parte de la Iglesia según estados y funciones
diversas; es garantía de protección divina; el cristiano queda configurado a Cristo y consagrado al
culto divino y servicio de la Iglesia. Para explicar el carácter los Padres de la Iglesia acudieron
también a otras analogías como la marca de las ovejas, la señal de los soldados o esclavos, la
impresión del anillo sobre la cera, etc. Los sacramentos que imprimen carácter son bautismo,
confirmación y orden sacerdotal. El carácter confiere una consagración identificadora con Cristo,
por la cual el sujeto recibe una aptitud para ejercer el culto en la comunidad eclesial. Estos tres
sacramentos no pueden ser retirados ni repetidos, producen un efecto permanente en el cristiano y lo
unen para siempre con Cristo. El carácter sacramental es dogma de fe definido por el Concilio de
Trento.
En los sacramentos, la Iglesia recibe ya un anticipo de la vida eterna por la inclusión de los fieles en
el Misterio Pascual de Cristo, muerto, resucitado y ascendido a los cielos.
3. LOS SACRAMENTOS DE LA INICIACIÓN CRISTIANA.
Los sacramentos fueron instituidos por Cristo y son siete: Bautismo, Confirmación, Eucaristía,
Penitencia, Unción de los enfermos, Orden sacerdotal y Matrimonio. Existe una correspondencia
entre los siete sacramentos y las etapas o momentos importantes en la vida del cristiano: dan
nacimiento y crecimiento, alimento, curación y misión. Siguiendo esta analogía entre las etapas de
la vida natural y las de la vida espiritual, el Catecismo de la Iglesia Católica explica en primer lugar
los sacramentos de la iniciación cristiana (Capítulo Primero), luego los de la curación (Capítulo
Segundo) y, por último, los sacramentos que están al servicio de la comunión y misión a la vida de
fe de los cristianos (Capítulo Tercero). La Eucaristía ocupa un lugar único, en cuanto “sacramento
de los sacramentos”; como enseña santo Tomás de Aquino: “todos los otros sacramentos están
ordenados a éste como a su fin”.
Mediante los sacramentos de la iniciación cristiana se ponen los fundamentos de toda vida cristiana.
Inician el proceso que deben seguir los fieles para convertirse en cristianos. El cristiano es un
“iniciado”, alguien que ha sido introducido por la fe en el Misterio de Cristo Muerto y Resucitado.
La iniciación implica también hacerse miembro del Cuerpo de Cristo, esto es, entrar en la Iglesia;
por último el iniciado está llamado a vivir conforme a esa nueva vida en Cristo que ha recibido. Los
fieles renacidos en el Bautismo se fortalecen con el sacramento de la Confirmación y reciben su
alimento de la Eucaristía, el manjar de la vida eterna, y, así, por estos sacramentos de la iniciación
obtienen los tesoros de la vida divina.
En la revelación bíblica y en la enseñanza y tradición litúrgica de la Iglesia primitiva no se
distinguen como sacramentos diferentes el Bautismo y la Confirmación. Cuando los textos hablan
de Bautismo se sobreentiende que tienen en cuenta el don del Espíritu Santo, bien porque aluden al
gesto de la imposición de manos, bien porque utilizan los vocablos sello o unción del Espíritu. A
esta donación del Espíritu se le llama también perfeccionamiento del Bautismo.
VOCABULARIO:
Por el Bautismo somos liberados del pecado, regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser
miembros de Cristo, somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión.