Está en la página 1de 1

“Elegía escrita en un cementerio de aldea”, T. Gray (1751) Epitafio Deja que el sueño caiga sobre tus azules ojos.

Deja que el sueño caiga sobre tus azules ojos. príncipe, haciendo acopio de valor, trató de forzar la puerta
El toque de campana dobla al caer la tarde, Aquí yacen los restos, en la tierra materna, ¡Deja que el héroe se alce en tus sueños! a puntapiés, pero resistía a sus esfuerzos más extremos.
y el balar del rebaño cruza tranquilo el prado; de un joven ignorado por la Fama y Fortuna; -Puesto que el infierno no satisfará mi curiosidad -dijo
Cuthullin está sentado ante el lago Lego,
vuelve a casa el labriego con su paso cansado, bien aceptó la Ciencia su humilde nacimiento, Manfredo-, utilizaré los medios humanos a mi alcance para
viendo el oscuro girar de las aguas.
dejándonos el mundo a la noche y a mí. Melancolía marcólo como si fuera suyo. preservar mi linaje. Isabella no se me escapará.
La noche rodea al héroe.
El desvaído paisaje va perdiendo colores Tan grande fue su entrega como su alma sincera, La dama, cuya decisión había dado paso al terror en el
Sus huestes se extienden por el brezo.
y en todo el aire flota una solemne calma, por eso envióle el Cielo una gran recompensa: momento en que abandonó a Manfredo, continuaba su
¡Cien encinas arden en el centro!
que sólo rompe el ruido del moscardón volando su fortuna (una lágrima) se la dio a la Miseria, huida hacia la parte baja de la escalera principal. Allí se
El festín humea a sus anchas.
y el cencerreo monótono de lejanos rebaños; un amigo (su anhelo) arrebatóle al cielo. detuvo, sin saber a dónde dirigir sus pasos, ni cómo escapar
de la torre a lo lejos recubierta de hiedra Para poder contarlos no examines sus méritos ¡Dulce sea tu descanso en las cavernas, de la impetuosidad del príncipe. Sabía que las puertas del
la afligida lechuza a la luna se queja ni saques sus flaquezas de su feroz morada: Jefe de las guerras de Irlanda! castillo estaban cerradas y que había guardias en el patio. Su
de los que merodean por sus íntimas ramas, allí también reposan con trémula esperanza Bragela no esperará tu vuelta, corazón la impulsaba a acudir junto a Hippolita y advertirla
perturbando su antiguo y desierto dominio. […] el seno de su Padre y el seno de su Dios. Ni sobre la espuma del océano verá tu llegada. del cruel destino que la aguardaba, pero no abrigaba duda
Pueden urnas grabadas o bustos animados Sus pasos no están sobre la playa, alguna de que Manfredo iría allí en su busca, y de que su
hacer volver a casa el efímero hálito? “La muerte de Cuthullin”, J. Macpherson, en Fingal (1762) Ni su oído atento a la voz de los remeros. violencia le incitaría a duplicar la injuria que se proponía,
¿Puede la voz altruista retar al mudo polvo ¿Es el viento sobre el escudo de Fingal? Ella se sienta sola en el salón, dando rienda suelta a sus pasiones. El tiempo tal vez
o ablandar los halagos a la fría y sorda muerte? ¿O es la voz de los tiempos pasados en mi salón? Viendo las armas del que ya no existe. permitiera al príncipe reflexionar sobre los horribles
En este sitio ausente, quizá puede que duerma Porque eres agradable, ¡canta dulce voz! ¡Tus ojos llenos de lágrimas, propósitos que había concebido, o diera lugar a alguna
algún alma insuflada de fuego celestial Te llevas mi noche con dicha. Hija del zurdo Sorglan, circunstancia que favoreciese a la joven, si al menos por
o unas manos que asieran el cetro del imperio, Canta, oh Bragela, hija del zurdo Sorglan. Bendita en la muerte sea tu alma, aquella noche pudiera eludir los odiosos propósitos de
o que a la eterna lira al éxtasis llamaran. Oh, jefe de la umbrosa Tura! Manfredo. Pero ¡dónde ocultarse! ¡Cómo escapar a la
Es la blanca ola de la roca,
Pero el Conocimiento a sus ojos jamás persecución a que infaliblemente la sometería por todo el
Y no las velas de Cuthullin, a menudo la niebla
desplegó su amplia página con el saber del tiempo; El castillo de Otranto (fragmento) de H. Walpole (1764) castillo! Mientras tales pensamientos cruzaban con rapidez
insinuando el barco de mi amado me engaña,
la gélida Penuria reprimió su noble ira, En ese instante, el retrato de su abuelo, que colgaba sobre el por su mente, recordó un pasadizo subterráneo que
Cuando como un espectro se levanta
helando en esas almas su torrente genial. […] banco donde habían estado sentados, exhaló un hondo conducía desde las bóvedas del castillo a la iglesia de San
Y extiende sobre el viento sus grises faldas.
A ti, que te preocupas por los muertos anónimos suspiro e hinchó su pecho. Isabella, de espaldas a la pintura, Nicolás. Podía alcanzar el altar antes de ser detenida, pues
¿Por qué retrasas tu llegada, hijo del generoso Semo?
estas líneas te narran sus sencillas historias; no advirtió el movimiento ni supo de donde provenía el sabía que ni siquiera la violencia de Manfredo osaría
Cuatro veces ha vuelto el otoño con sus vientos,
si alguna vez guiada por su retraída vida sonido, pero se detuvo y dijo, a la vez que se dirigía a la profanar la santidad del lugar. Y si no se le ofrecía otro
Levantando los mares de Torgoma,
se acercara algún alma a conocer tu sino, puerta: medio para liberarse, estaba decidida a encerrarse para
¡Desde entonces has estado en el trueno de las batallas
podría un zagal granado decir alegremente: -¡Escuchad, mi señor! ¿Qué ruido es ese? siempre entre las vírgenes consagradas, cuyo convento se
Y lejos de la remota Bragela!
“Con frecuencia lo vimos al despuntar el alba Manfredo, indeciso entre la huida de Isabella, que ahora hallaba contiguo a la catedral.
¡Colinas de la isla de la niebla!
con paso presuroso evitando el rocío había alcanzado la escalera, y su incapacidad para apartar Con esta resolución, tomó una lámpara que ardía al pie de la
¿Cuándo responderás a tus perros de caza?
para el sol descubrir en los prados del valle. los ojos de la pintura, que empezaba a moverse, había escalera, y corrió hacia el pasadizo secreto. La parte baja del
pese a que las nubes forjen tu oscuridad.
Allí, al pie de aquella combada y lejana haya avanzado algunos pasos tras la joven, pero sin dejar de mirar castillo estaba recorrida por varios claustros intrincados, y
¡La triste Bragela en vano te llama!
que ascendiendo retuerce sus míticas raíces, atrás, al retrato. Vio entonces a éste abandonar el cuadro y no resultaba fácil para alguien tan ansioso dar con la puerta
Mientras la noche desciende girando.
su longitud indolente al mediodía alargaba descender al pavimento con gesto grave y melancólico. que se abría a la caverna. Un terrible silencio reinaba en
Se oscurece el rostro del océano.
y en sonoros arroyos fijaba la mirada. -¿Estoy soñando? -exclamó Manfredo retrocediendo-. ¿O es aquellas regiones subterráneas, salvo, de vez en cuando,
El gallo esconde su cabeza bajo el ala.
Junto a aquel bosque estaba sonriendo desdeñoso, que los demonios se han aliado contra mí? ¡Habla, infernal algunas corrientes de aire que golpeaban las puertas que
La cierva duerme con el ciervo en el páramo.
vagaba murmurando veleidosas quimeras, espectro! Y si eres mi abuelo, ¿por qué conspiras tú también ella había franqueado, y cuyos goznes, al rechinar,
Se levantarán con la luz de la mañana,
cabizbajo, afligido, cual niño abandonado, contra tu atribulado descendiente, que tan alto precio está proyectaban su eco por aquel largo laberinto de oscuridad.
Y en el húmedo arroyo beberán,
de preocupación loco o por amor herido. pagando por...? Cada murmullo le producía un nuevo terror, pero aún temía
Pero mis lágrimas retornan siempre con el sol,
Un día noté su ausencia por la colina amiga, Antes de que pudiera terminar la frase, la visión suspiró de más escuchar la voz airada de Manfredo urgiendo a sus
Y mis suspiros con la noche vuelven.
al lado de los brezos, junto a su árbol querido; nuevo e hizo una señal a Manfredo para que la siguiera. criados a perseguirla.
¿Cuándo volverás con tus armas.
y transcurrió otro día: mas ya no lo encontraron -¡Guíame! -gritó Manfredo-. Te seguiré hasta el abismo de la
Tú, poderoso jefe de las guerras de Erin?
ni al lado del arroyo, en el bosque o el prado; perdición.
Al siguiente, con cánticos y vestidos de luto, ¡Agradable es tu voz en el oído de Ossián, El espectro avanzó con calma, pero apesadumbrado, hacia el
lentamente a la iglesia vimos que lo llevaban. Hija del zurdo Sorglan! final de la galería, y penetró en una sala a mano derecha.
Acércate (tú puedes) y lee esta inscripción Pero retírate al salón ante el rayo de la encina. Manfredo le acompañaba a escasa distancia, lleno de
grabada aquí en la lápida bajo el vetusto espino”. Escucha el murmullo del mar: ansiedad y horror, pero decidido. Cuando iba a entrar en la
Que gira en Duncai contra sus muros, estancia, una mano invisible cerró la puerta con violencia. El

También podría gustarte