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Deseo de realidad.

Algunas notas sobre experiencia y alteridad para comenzar a desenjaular la


investigación educativa. Jorge Larrosa. (Fragmento)

La experiencia no es otra cosa que nuestra relación con el mundo, con los otros, y con nosotros
mismos. Una relación en la que algo nos pasa. El deseo de realidad, entonces, está ligado a la
experiencia en el sentido de que lo real sólo se da en tanto que experimentado: lo real es lo que nos
pasa en la experiencia. La experiencia, por tanto, es ese modo de relación con el mundo, con los otros
y con nosotros mismos en la que eso que llamamos realidad adquiere esa validez, esa fuerza, esa
presencia, esa intensidad y ese brillo de los que hablaba antes. El deseo de realidad no es muy
diferente del deseo de experiencia. Pero de una experiencia que no esté normada por las reglas del
saber objetivante o crítico, o por las reglas de la intencionalidad técnica o práctica.

Por último, lo real, es decir, el “lo” de lo que nos pasa, el “acontecimiento” de lo que nos acontece,
“eso” de lo que hacemos o padecemos en la experiencia, sólo se da en tanto que otro, es decir, en
tanto que escapa a lo que ya sabemos, a lo que ya pensamos, a lo que ya queremos. Lo real de la
experiencia supone una dimensión de extrañeza, de exterioridad, de alteridad, de diferencia. Por eso
el deseo de realidad es también un deseo de alteridad. Pero de una alteridad que no haya sido
previamente capturada por las reglas de la razón identificante e identificadora. Una alteridad que se
mantenga como tal, sin identificar, sin apropiar, en su dimensión de sorpresa, en su exterioridad, en
su diferencia.

Por eso la dificultad de lo real (el hecho, o el sentimiento, de la que lo real está difícil) no es muy distinta
de la dificultad de la vida (del hecho, o del sentimiento, de que la vida está difícil), de la dificultad de
la experiencia (del hecho, o de la sensación, de que la experiencia está difícil), y de la dificultad de la
alteridad (del hecho, o del sentimiento, de que la alteridad está difícil).

Y esa dificultad no tiene que ver con lo real, sino con nosotros mismos. Tal vez, con esa manera de
relacionarnos con lo real que estoy llamando, en general, investigación educativa. Por eso, se trata de
una dificultad que sólo podemos abordar en primera persona, en una relación con nosotros mismos,
es decir, interrogando y transformando nuestras formas de mirar, de hablar, de pensar. Como dice
Peter Handke en el aforismo que he utilizado aquí como emblema, cuando lo real deja de ser válido
como tal, la transformación de sí se hace necesaria. Porque si no hay tal transformación, uno
mismo se vuelve irreal, es decir, sucumbe. Aunque siga haciendo bulto y caminando por el mundo.

(…)

Hace ya tiempo, en un texto a propósito de la infancia, del enigma de la infancia, cité un aforismo de
Handke que dice lo siguiente: “nada de lo que se dice sobre la infancia es real, sólo lo es aquello que,
encontrándola, lo cuenta”. Tal vez por eso los realidófilos son los que siempre hablan sobre, los que
tienen ideas y opiniones sobre todo, sobre cualquier cosa, los que saben… pero que precisamente por
eso no encuentran. Imagino al pobre Peter acosado por los que saben qué es un niño y que habría que
hacer con él, por los que saben cómo es y cómo debería ser una relación con un niño… y viéndose
obligado a negarles la entrada, precisamente para que la realidad de la infancia, y de su relación con
la infancia, fueran todavía posibles.

(…)

Quizá podamos contrastar la figura del realista con la del sujeto atento. Tal vez podamos explorar
brevemente la atención como una relación con el mundo, con los otros y con nosotros mismos que no
pase por la intención, ni por la representación, ni por el juicio, ni por la categorización, ni por la
tematización, ni por la contabilidad, ni por el cálculo, ni por la guerra, ni por la objetivación.
La atención se relaciona, en primer lugar, como el estar presente. En inglés, attending… por ejemplo
a meeting, or a conference, significa estar ahí. Por eso, desde la atención, lo real es el resultado de una
cierta forma de estar presente en nuestra relación con el mundo, con los otros y con nosotros mismos.
Y estar presente es lo contrario de estar ausente, de estar distraído, de estar desconectado.

Hay una frase de Kafka que dice así: “la vida es una distracción permanente que ni siquiera permite
tomar conciencia de aquello de lo cual distrae”. De lo que la vida distrae, parece decir Kafla, no es de
algo que pudiera estar fuera de la vida, o en otro lugar que la vida, sino de la vida misma. La vida, las
exigencias y las rutinas de la vida, determinadas formas de vivir y de sentir y de contar la vida nos
hacen ausentarnos de la vida. Y lo mismo podríamos decir de la realidad: la realidad, ciertas maneras
de construir lo real, ciertas maneras de estar en relación con el mundo, con los otros y con nosotros
mismos, nos distraen de la realidad. Y lo peor es que, cuando esos modos se convierten en totalitarios,
cuando agotan todo el espacio y todo el tiempo, cuando saturan cualquier forma de relación, ni
siquiera podemos tomar conciencia de aquello, lo real, de lo cual nos distraen. Como si la manera que
tienen los realidófilos, en el texto de Handke, de ser realistas respecto a la infancia y a la relación con
la infancia, les impidiera, justamente, estar presentes en esa realidad, es decir, encontrarla.

La atención se relaciona, en segundo lugar, con el cuidado. En español, atender a algo o a alguien
significa tratarlo bien, cuidarlo, estar atento a lo que le gusta, a lo que necesita, a lo que le hace sentirse
bien. Por eso, desde la atención, lo real es el resultado de una cierta forma de cuidado del mundo, de
los otros y de nosotros mismos. Y cuidar es lo contrario de descuidar, de esa actitud que implica
indiferencia y, sobre todo, in-deferencia.

Cuidar, en ese sentido, tiene que ver con el arte de las distancias, con el saber guardar las distancias.
Hay un poema de Antonio Cícero en el que podría cambiarse “guardar” por “cuidar”. El poema dice
así:
Guardar una cosa no es esconderla o encerrarla.
En cofre no se guarda cosa alguna.
Guardar una cosa es ojearla, observarla, mirarla por
admirarla, o sea iluminarla o ser por ella iluminado.
Guardar una cosa es vigilarla, o sea hacer vigilia por
ella, o sea velar por ella, o sea estar despierto por ella,
o sea estar por ella o ser por ella.
Por eso se guarda mejor el vuelo de un pájaro
que un pájaro sin vuelos.
Por eso se escribe, por eso se dice, por eso se publica,
por eso se declara o se declama un poema:
para guardarlo.
Para que él, a su vez, guarde lo que guarda.

El cuidado (del otro, del mundo, de nosotros mismos) podría ser algo parecido a ese guardar (el vuelo
de un pájaro, y no a un pájaro sin vuelos). Cuidar no tiene que ver con encerrar, definir, determinar,
tematizar, analizar, investigar. El cuidado se da en un entre, es algo que se da entre las personas, entre
los lenguajes, entre los cuerpos, entre los lugares, entre los saberes. Entonces cuidar es una forma de
guardar las distancias… de perder las distancias malas (las del poder, las de la indiferencia, las de la
hostilidad, las de la vigilancia, las que nos separan mal de nosotros mismos, del mundo y de los otros)
y de tomar las buenas (las de la conversación, las de la libertad, las de la compañía, las de la atención,
las de la hospitalidad, las que nos acercan bien a nosotros mismos, al mundo y a los otros). Cuidar exige
buscar y conseguir la justa distancia: ni demasiado cerca ni demasiado lejos, en el equilibrio justo entre
el estar y el no estar, entre las presencias y las ausencias, entre las palabras y los silencios, entre el
hacer y el no hacer, entre la intervención y el dejar en paz. Cuidar supone mantener la diferencia como
diferencia. Y desde ahí, desde la diferencia, establecer una relación.
La atención se relaciona, en tercer lugar, con la escucha. En francés, attendre es escuchar. Y también
en español se puede decir atiende a lo que digo en el sentido de escucha lo que digo. Por eso, desde
la atención, lo real es el resultado de una cierta forma de escuchar el mundo, a los otros y a nosotros
mismos.

Pero escuchar no es lo mismo que comprender: la escucha no está necesariamente normada por la
voluntad de explicación, ni siquiera por la voluntad de comprensión. Hay una frase de Derrida que
podría ilustrar este punto: “…sin comprender nunca, ¿escuchas?”. Algo así como: ¿hay una forma de
escuchar que mantiene al otro inexplicable e inexplicado, inaccesible en su incomprensibilidad? A
veces nos pasa que no queremos que nos expliquen, que nos comprendan. Lo que queremos es,
simplemente, que nos escuchen. Como si sólo en esa escucha atenta, respetuosa, silenciosa, que sabe
guardar la distancia, pudiéramos ofrecer (y encontrar) lo que verdaderamente somos y lo que
verdaderamente nos pasa, es decir, lo que ni siquiera nosotros sabemos que somos y que nos pasa.
(…)

La atención se relaciona, en cuarto lugar, con la espera. En francés, attendre es esperar. Por eso, desde
la atención, lo real es el resultado de una cierta manera de esperar, de dar tiempo y espacio para que
lo real, tal vez, aparezca. Una cierta manera de darle tiempo al tiempo y espacio al espacio para la
venida del mundo, para la venida del otro, y para la venida de nosotros mismos.

Por eso la atención exige también saber respetar los tiempos y espacios de cada uno: darse tiempo y
dar tiempo (al otro, al mundo, a uno mismo), darse espacio y dar espacio (al otro, al mundo, a uno
mismo). Y crear espacios y tiempos libres de cualquier función, de cualquier utilidad: lo
suficientemente anchos y largos para que permitan los entres, las relaciones, los movimientos, las
transformaciones. Para que algo pase entre nosotros, para que algo nos pase.

Lo real no puede darse por supuesto, sino que es el resultado de una cierta actitud que aquí he llamado
atención. Y tal vez las formas dominantes de fabricar lo real en nuestros saberes y en nuestras prácticas
constituyen obstáculos para el estar presente, para el cuidado, para la escucha o para la espera. Sólo
si les negamos la entrada podremos impedir que nos cierren el paso al mar y podremos tratar de
percibir el murmullo de una realidad.

Larrosa, J. (2008): Deseo de realidad. Algunas notas sobre experiencia y alteridad para comenzar a
desejaular la investigación educativa. FLACSO, Argentina

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