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La transición del esclavismo al feudalismo

Marc Bloch

En la época de las invasiones y durante los primeros tiempos de los reinos bárbaros, aún
persistían, en comparación con los primeros tiempos del imperio, muchos esclavos por toda
Europa.
El hombre de guerra, que con su espada ganaba gran número de cautivos, no los reservaba
todos para su séquito; el principal provecho que perseguía era el de comerciar con ellos. También los
bárbaros llegaban a las tierras que todavía eran romanas a ofrecer esclavos de sangra romana: este caso
era tan frecuente, que en el año 409 un ley imperial se vio obligada a reconocer su validez, de estas
ventas- pero con la reserva de que el esclavo siempre pudiera recobrar su libertad, bien reembolsado a
su nuevo amo la suma invertida en él, bien sirviéndole durante cinco años.
Los grandes desórdenes ocurridos en Europa llevaban a un aumento del tráfico. La pobreza de
las poblaciones conducía a lo mismo. A pesar de las leyes romanas, los padres vendían a sus hijos: este
hecho se ve en el siglo VI, en Córcega. Mientras que en el siglo primero de nuestra era, Plinio el joven
se quejara de que la mano de obra servil fuese escasa, -en tanto que aún en el siglo III el esclavo
resultaba bastante caro. Al principio de la edad media la mercancía humana volvía a ser abundante y
de un precio accesible.
El comercio siguió siendo muy activo durante la época de los reinos bárbaros y hasta los
carolingios. Gran Bretaña, desgarrada por frecuentes guerras, abastecería al continente de muchos
esclavos que llegaban hasta Provenza e incluso Roma.
Objeto de frecuentes intercambios, servían de precio en las transacciones, entonces tan
numerosas, en las cuales la moneda sólo era utilizada como patrón, y a veces, para saldar los picos de
las cuentas. Al enumerar las principales “especies” que los mercaderes solían vender, un capitular cita
al oro, las telas y los esclavos. El ganado servil contaba entre los principales productos de exportación.
Desde el siglo IX la esclavitud estaba lejos de ocupar en las sociedades europeas una plaza comparable
a la que anteriormente había ocupado.
Dos métodos se ofrecían al amo deseoso de sacar partido de la fuerza de trabajo que el
derecho ponía a su entera discreción. El más simple consistía en mantener al hombre como si fuera
un animal doméstico y hacer con él lo que con este se hacía, usar arbitrariamente de su trabajo.
Pero el esclavo también podía establecerse por su propia cuenta; en este caso, el amo se veía
desprendido de la carga de su manutención, apropiándose, bajo formas diversas, una parte de su
tiempo y de los productos de su trabajo. Será este último el que más se difunda.
También en la industria se habían mezclado estos dos procedimientos. Los ricos, que poseían
grandes manadas de esclavos, siempre habían reclutado en sus filas obreros domésticos, ahorrándose de
esta manera, para muchos trabajos y productos, el recurso al asalariado o al comercio.
En el mundo romano de los primeros siglos de nuestra era se encontraban en todas partes
verdaderas manufacturas. Es probable que al lado de los obreros libres, hubiera en ellas trabajadores
esclavos que pertenecían al patrono, o bien eran alquilados a otros amos. Estos establecimientos
declinaron a partir del siglo III. El esclavo ejercía su profesión para el público, se alimentaban y vestía
con sus ganancias, entregando el resto, bajo diversas formas que a veces se fijaban de antemano, al
amo. Pero fue sobre todo en la agricultura donde la transformación se reveló más profunda donde se
produjo una división de lotes en latifundium, declive de las manufacturas serviles.

Al principio de la era cristiana, inmensos dominios eran cultivados por verdaderos ejércitos
de esclavos. Hacía finales del imperio este sistema se abandonó. Los grandes propietarios,
reservándose entre sus bienes amplios espacios, los dividían en multitud de pequeñas granjas,
cuyos ocupantes debían pagar una renta por su disfrute.
La creación de pequeñas parcelas había reducido considerablemente la extensión de la
explotación directa. Hacía la época final del imperio, y hasta el siglo IX, la mayoría de los grandes
señores territoriales conservaban aún bajo su directa administración extensas superficies de cultivo.
Ahora bien, los procedimientos para su aprovechamiento se habían modificado. El amo no había
dejado de alimentar, alojar y vestir a los esclavos que continuamente le servían y ayudaban en las tareas
del campo. Pero eran cada vez menos necesarios para estas últimas; fue a los terrazgueros a quienes se
les exigía en lo sucesivo, la mayor parte del trabajo preciso para su prosperidad: una parte de estos serian
pequeños propietarios antiguamente habituados a vivir bajo la dependencia de un gran propietario; otros
serían aquellos que habían ocupados los nuevos lotes hacía poco tiempo. Al abandonar una parte de la
tierra, el gran propietario se había asegurado, en contra partida, las fuerzas humanas necesarias que el
resto exigía. Entre estos terrazgueros de reciente creación había muchos esclavos. La tierra que él les
cedía era como el salario del que debían vivir.
El esclavo era mal trabajador; su rendimiento se estimaba muy bajo en todas partes. Constituye
un capital perecedero. El patrón que hoy, por muerte o enfermedad, se ve privado de un obrero, puede
ser que encuentre alguna dificultad para reemplazarlos, el salario permanecerá igual. El amo cuyo
esclavo moría debía comprar otro y perdía la suma que había pagado por el primero.
Estos inconvenientes no se habían dejado sentir cuando la mercancía servil era abundante y
su precio poco elevado. No resultaba costoso ni penoso encontrarle un sustituto. Esta era la
situación que habían creado hacia comienzos de la era cristiana. Pero pronto se hizo difícil su
reclutamiento. Su valor se acrecentó. Fue entonces cuando se camino hacía el régimen de la
tenencia.
Su rendimiento no era excelente, y puede que esta fuera una de las causas que mas tarde, a
partir del siglo x, favorecieron su abandono en un momento dado.
Los jefes germanos, estaban dispuestos a adoptar en este momento, y a continuarlo después,
el sistema de arrendamiento. El noble, el rico, disponía de muchas tierras, muchas de ellas sin
cultivar. Para poner en marcha de la mejor manera posible estas amplias extensiones de tierra, nada
mejor que dividirlas; para alimentar a tantos hombres, y como no era nada rentable mantenerlos en el
hogar del amo, se imponía la asignación de lotes individuales.
Aunque las corveas (servicios personales) eran ilimitadas en teoría, sin embargo, en la práctica,
el amo se veía obligado a dejar al corveable el tiempo libre necesario para trabajar la tenencia.
Como tenía que vivir y pagar sus rentas se imponía a todas luces que las corveas no
ocuparan toda su jornada.
Entre los esclavos casati, es decir, proveídos de una casa y las tierras circundantes a ella, y los
que no habían llegado a esa situación, el derecho carolingio maraca una distinción que merece ser
resaltada: los primeros eran considerados como bienes inmuebles y los segundos como bienes muebles.
En los dominios señoriales de la Galia franca y de Italia, la mayor parte del suelo que estaba en
manos de las pequeñas explotaciones campesinas dependientes del dominio central estaba ocupado por
tenencias indivisibles llamadas “mansos”. No todos eran iguales, había diversas categorías. La
clasificación más aceptada tomaba como punto de partida el estatus personal del ocupante que podía
ser libre o servil, el manso era llamado servil o ingenuo. Cualquiera que fuera la situación política del
colono, el manso conservaba su condición primera, ingenuo o servil según los casos.

¿A qué se debió que tantos esclavos recibieran entonces su libertad?.


La necesidad de responder esta pregunta nos impulsa a intervenir un factor: las
representaciones del orden religioso.
El cristianismo occidental había fijado sus posiciones frente a la esclavitud. El problema tenía
dos aspectos según que miremos a los orígenes de la esclavitud o a la institución ya formada. Había
que preguntarse bajo que condiciones era legítimo reducir a la esclavitud a una criatura humana. La
actitud de la opinión religiosa para con los esclavos de otro tiempo y ahora libertos se resumió en
unos puntos bastantes claros: Que la esclavitud en sí fuera contraria a la ley divina nadie, lo dudaba.
Los paganos convertidos al cristianismo podían reconocer una idea que sus filósofos y sus
jurisconsultos les habían hecho familiar y que le había dejado sentir su influencia en el pensamiento
cristiano: solo que donde la iglesia hablaba de ley divina, el paganismo había dicho derecho natural.
Aunque este principio impulsaba a dar un mejor trato a los individuos, todas las jerarquías y hasta la
propiedad, ¿no estaban amenazadas por esta condenación teórica? Ante dios el esclavo era igual a su
amo. Sin embargo, tanto el amo como el soberano no pensaban abdicar de su autoridad y nadie se lo
exigía.
La ley no había reinado sobre la tierra si no antes de la gran tragedia de la pareja ancestral;
todas las desgracias de la humanidad eran consecuencia del pecado original, “no es la naturaleza la
que ha hecho a los esclavos, sino la culpa”.
Los concilios de la época franca reducen sus ambiciones a prohibir la exportación de eslavos,
sobre todo su venta al otro lado de los mares, es decir entre los musulmanes y los paganos, y en
impedir a los judíos la posesión o el comercio de esclavos cristianos, pues era necesario, contra las
posibles conversiones, proteger su fe.
La legislación eclesiástica consolidaba la familia organizada que multiplicaba sobre los grandes
dominios las necesidades de la vida ordinaria; ésta medida aportó su ayuda al movimiento general que
estaba transformando a la esclavitud. Sobre todo, la manumisión, que la moral pagana de los últimos
siglos había tenido siempre por un gesto misericordioso ahora pasa al rango de obraría.
Conceder la libertad constituía para el amo no solo u deber imperioso sino un acto
infinitamente recomendable, por el cual el creyente, alzándose hasta imitar la vida perfecta del
salvador, trabajaba por su salvación. Dos canones de concilio prohibían al obispo, sino indemniza a
su propia iglesia, ante todo con sus propios bienes, la manumisión de esclavos, y al abad otorgar la
libertad a aquellos que habían sido dados a sus monjes.
Se debe pensar que si el liberar a los esclavos era, indudablemente una buena acción,
el conservarlos bajo su dominación, no era, a pesar de todo una mala acción.
El esclavo liberado había sido a menudo, desde los tiempos de su esclavitud, un terrazguero;
al dejar la esclavitud, conservaba naturalmente su tenencia, sometida a las obligaciones
acostumbradas; por eso la manumisión de un esclavo se expresaba muchas veces en los textos de
esta forma: hacer de él un colono pero sujeto todavía estrechamente al amo de la tierra.
Al llegar a este momento de la evolución, se debe corregir un problema: las fuentes no son muy
explícitas.
En las cartas del siglo XI y XII aparece la vieja palabra de “Servus” (el que sirve), y en los
diccionarios, es común verlo como el concepto de “esclavo”. Desde la época post-romana los notarios
de lenguas vulgares (derivadas del latín, como el francés o el italiano) se limitaron a acatar la idea
popular que la gente tenía sobre los siervos: población de gentes humildes privadas de su libertad, y
sujeta a la servidumbre.
El término siervo, en realidad, engloba a colonos libres y descendientes de esclavos y
terrazgueros, que por diferentes razones (por voluntad propia, amenazas, hambre, necesidad de
protección, o por herencia) se convierten en “libertos con obediencia”.

Sin embargo, hay que diferenciarlos de los “hombres libres”: pues lo que cambió no fue que
no haya más esclavos (en la Edad Media todavía existían), sino el concepto de libertad, en adelante,
hombres que tenían ciertas obligaciones o relaciones de dependencia con otros. Así, las causas que
originaban nuevas relaciones de dependencia, podían ser: guerras civiles, rupturas de familias, la
crisis de la administración pública, militarismo, la falta de un estado central. Todas situaciones
originarias de los señoríos que nacieron de las invasiones germánicas.
El nuevo esquema que se originó luego de las invasiones (señorío feudal) se basaba en la
confianza de un reducido grupo familiar, y las relaciones de dependencia verticalistas (todo hombre
sujeto a uno más poderoso que él), en una sociedad que discriminaba el origen o linaje de una
persona.
Las nuevas relaciones de dependencia, se podían dar en dos categorías. La primera, pertenecía
a los hombres que se anudaban voluntariamente a un señor, y debía cumplir ese compromiso de forma
vitalicia (para toda la vida, ya que en la práctica, no fue obligatorio el traspaso de ese compromiso a
los niños, o sea, por herencia. Al menos en el derecho...). La segunda, eran relaciones obligatorias,
producto de contratos que establecían la sucesión hereditaria; y no se podían negar, por el solo hecho
de haber nacido dentro de la familia dependiente. En el caso de los campesinos (muchos de ellos
hombres libres), podían disfrutar de las tierras del señor, a cambio de tareas de campo pesadas, pero
solo en eso estaban ligados: podían rotar a otros feudos si así lo quisieran, de forma totalmente libre.
Distinto era el caso de los hijos de libertos (esclavos o siervos liberados por manumisiones), los
cuales estaban sometidos a relaciones de dependencia de segunda categoría.
En el caso de los descendientes de esclavos terrazgueros, con la Edad Media, eran considerados
siervos; debido a la crisis de la administración pública, que no supo definir claramente la diferencia
entre un hombre libre (ciudadano, podía participar en el reclutamiento de tropas o en los tribunales,
entre otros beneficios) y el esclavo. Tanto había fracasado el sistema público, que algunos notarios
francos mediocres, consideraban “servi” (siervo) a los colonos libres. Ya con los visigodos y españoles,
no se consideraban esclavo a un siervo, pero los documentos oficiales romanos eran más ortodoxos,
más tradicionalistas al respecto. Con los señoríos feudales (como se vio), surgidos tras la caída de
Roma, la situación cambia totalmente.
El concepto de esclavo mismo, favoreció las relaciones de los siervos, que mantuvieron en
común solo las manumisiones (libertad autorizada por el patrón) y la dependencia hereditaria; sin dejar
de hablar de los casos de discriminación: un siervo, no podía participar en los tribunales de justicia ni
hacer de testigo, tampoco era admitido en las órdenes eclesiásticas. Nombrar la palabra “siervo” era
una injuria, aunque se era siervo de un señor, a los ojos de la alta sociedad también se era siervo de ella
(eran considerados dentro de los más bajos estratos sociales) ver acepciones a la palabra “siervo” en
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Con todo, tenía también, ciertos beneficios: No era ante la ley, un esclavo, pues poseía la tierra
a título de tenencia o como propiedad propia (pudiendo darla, venderla, y por ciertas condiciones
heredarla); por el solo hecho de ser parte de la hueste de su señor y tener obligaciones rutinarias.
Además, su fuerza de trabajo no pertenecía a su amo (más bien este debía pedirla en casos extremos,
como la guerra o la enfermedad), y si bien las corveas eran elevadas, recibía tierras igual de buenas y al
mismo precio que un colono libre. Su trabajo ante el señor, estaba reglamentado por tiempo y normas.
Un ejemplo (aunque algo confuso), puede ser los Tageschalken (siervos alemanes) que ocupaban las
corveas diarias con toda su familia (versión más probable)
La mano de obra servil, favoreció el sistema de señoríos feudales. El capital- trabajo obtenido
fue mucho mayor, gracias a ellos. El esclavo había sido como un buey en el establo, el siervo en
cambio, era un obrero que se mantenía solo, que se lo veía llegar algunos días, para volver tan pronto
terminara la labor encomendada.

Que la servidumbre era algo diferente que la esclavitud, lo establecía ya algunos vocablos
romances derivados del concepto “Servus” (Así en Inglaterra, la palabra “knist” que significaba
servidor armado, evolucionó a “knight” nada menos que el rango de caballero). La nueva clasificación
semántica origina en Francia, el vocablo de “vassal” (vasallo: hombre libre obediente) La historia de
esta última definición es más oscura, pero se cree que ya se utilizaba popularmente, en el siglo X, en
Italia y Alemania (y su posterior difusión). Allí se comenzaba a sentir la diferencia entre el esclavo y el
siervo, pero al saberlo, justifica que la esclavitud todavía seguía existiendo (siglos XI y XII). En aquel
momento, se aplicó la etiqueta de “esclavo o slaves” a hombres privados de su libertad, pero en
esencia, eran extranjeros (por lo cual el concepto viró a una discriminación étnica).
En un primer momento, se era esclavo por razones excepcionales: por causas penales, deudas, o
entregados por el padre o la familia. En un segundo momento, (Edad Media) la noción de extranjero,
sugería esclavitud, y estaba amparada por la influencia religiosa. La ley de la Iglesia, no amparaba más
que al vencedor que redujo a servidumbre a su vencido, aunque fuera hermano de Cristo. Aunque había
favorecido las manumisiones, no había atacado a al esclavitud. Podían ser sometidos de esta forma: los
infieles, paganos, y apóstatas o herejes. En la práctica, siempre se dispuso así, pues la idea de elevar a
un hombre a una condición mejor, iba en contra de las viejas tradiciones de las razzias (guerras étnicas
o incursiones bélicas) y el espíritu de lucro.
Cuando los anglosajones se convirtieron al cristianismo, las luchas internas significaban un
excelente surtido de esclavos de alta categoría, para el mercado. Una guerrilla incesante hacía
estragos entre sajones y celtas, que ante el resto de Europa, no eran vistos como verdaderos cristianos
conversos. Por eso no es casual que muchos de los nombres de esclavos son de origen céltico, ni que
la palabra “Wealth” (Galo) tenga una alusión a “esclavo”.
Las nuevas relaciones de dependencia (señor- siervo) se dieron recién con los reyes francos
o normandos. Las instituciones de derecho público germanas se mostraron más ortodoxas al
concepto de esclavo del antiguo imperio romano.
Pero no solo la guerra era la fuente de esclavos: los padres ponían en venta a sus hijos. Y en
tiempos del Domesday Book, ya se sabía que se “vendían a los hombres”. En la Francia de Luis el
piadoso, no parece haber signos de esclavitud.
Muchos de los esclavos extranjeros, entonces, llegaban de los confines orientales de Alemania.
Dos estados se había formado allí desde el siglo X: Bohemia y Polonia. Pero zonas extensas entre esta
última y Alemania, subsistían polvareda de tribus paganas en constantes guerras internas y contra las
naciones cristianas también. Esta tierra de razzias fue un depósito de esclavos, y un excelente
mercado, donde en Praga se podían comprar esclavos y concubinas de origen eslavo.
En el caso de Francia, todo parece indicar que se prefería conseguir eslavos como cautivos, pero
estos no significaban, por otro lado, una gran mayoría. Pues había que traerlos desde muy lejos, y esto
era muy caro para el común de los amos. Sobre el Rin, para el caso de los germanos cristianos, hacia el
1200 la conquista física y espiritual, resultó en un enorme almacén de “servi ancillae” (hombres y
mujeres, de origen eslavo) con rumbo al comercio exterior en Italia.
En los siglos X y XI en la España Musulmana, estos esclavos eran muy necesitados, porque los
árabes hacían uso del trabajo esclavo. Los comerciantes de Verdún acostumbraban castrarlos para el
comercio con los harenes. También muchos eslavos se comerciaron desde Venecia, a los puertos
bizantinos y egipcios. Así cualquier casa que se consideraba de la nobleza en estos reinos, disponía de
un eslavo, tártaro, berebere, o negro del Magreb.
Con el comercio de las especias, característico de la época, si un comerciante quería algo de
Oriente, o debía sacrificar su oro, o más bien, sus esclavos. Los cruzados (a partir del siglo XI) también
tenían esclavos, sobre todo en Siria y Palestina. Y en la España Musulmana, era frecuente que alguna
persona debía prestar servicio personal tanto a un señor cristiano, como musulmán.
De esta forma, Europa Occidental o central, nunca dejó de tener esclavos, si bien en
poco número: Ni Francia, Alemania, Castilla, Aragón, y León mantenían grandes
explotaciones.
La esclavitud post-romana, se usaba para tareas domésticas, y pocas veces, de taller. O
también para algún intercambio entre señores feudales, no tanto para fuerza productiva.
La Edad media, así, nunca destruyó ni suprimió las desigualdades de hecho o nacimiento, solo
les dio una tonalidad más humana.

Las sociedades sin esclavos verían con mucha menos frecuencia la renovación de su
sangre. Desde este punto de vista, la civilización europea se ha estabilizado y como encerrado en
sí mismo en el curso de los siglos.

Bibliografía: BLOCH, MARC: La transición del esclavismo al feudalismo, Akal Editor, Madrid, 1981.

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