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2. La justificación: el corazón del evangelio de la gracia.

La justificación por la fe constituye el auténtico, verdadero y único evangelio de la gracia, que tantos
han tratado de adulterar, y por el que los Reformadores y otros muchos han dado su vida o la
entregarían sin dudarlo.
Juan 3:16:
“Porque de manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en
él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.”
Nuestra justificación ante Dios no es posible sino es por medio de la vida y muerte de Jesús. Él ofreció
su vida por nosotros y alcanzó la victoria sobre el pecado y la muerte, por eso sin Él no existiría
justificación ni salvación. Ser justificado significa apropiarse de los méritos y vida de Cristo, su justicia
en lugar de la nuestra, e implica la salvación. Justificación es sinónima de salvación. Todo justificado
es salvo para siempre, y tiene la vida eterna. El fundamento de nuestra justificación no es nuestra fe
sino Jesús y su sacrificio expiatorio. La fe es el medio para acceder a la gracia de Dios y para aceptar a
Jesús y su obra por nosotros, y esta gracia es permanente (Rom. 5:2: “Por quien también tenemos
entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria
de Dios.”; Rom. 14:4, up.; Fil. 1:6).
Romanos 5:1*:
“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesús.”
Primero de todo es necesario saber a qué nos referimos cuando usamos las palabras, en sentido
bíblico, de justificación, justificado y justo, que indudablemente tienen que ver con justicia, pecado y
ley. Son todas ellas términos morales íntimamente relacionados.
La primera epístola de Juan capítulo 3, versículo 4 dice así: “Todo aquel que comete pecado, infringe
también la ley; pues el pecado es infracción de la ley.” Por tanto, queda claro la definición de pecado
según la Biblia.
6. Resultados de la justificación en nuestras vidas
Posiblemente muchos se hayan sorprendido y otros se hayan decepcionado un tanto, cuando
afirmamos que la justificación no nos transforma en justos realmente. La justificación no nos hace
justos. Ser justificado no significa en absoluto ser hecho realmente justo, sino ser declarado justo. Lo
primero implica una transformación total de nuestra naturaleza, una infusión de la justicia de Dios en
nosotros, que evidentemente no experimentamos en ese momento, ni mientras estamos en este
mundo. Esa es la tarea de toda nuestra vida, ahí si interviene nuestro esfuerzo y nuestro obrar en
armonía con Dios, y el cultivo de una relación íntima con el Espíritu Santo que nos va capacitando y
transformando a la imagen de Jesús.
En párrafos anteriores hemos visto la relación entre ley, pecado, justo y justicia. Citamos a Juan, que
definía el pecado como infracción de la ley. A Pablo, que afirmaba rotundamente que todos somos
infractores de la ley, y por tanto, pecadores, que no había un solo justo, que la paga del pecado es la
muerte, y que recibimos el don de la vida eterna cuando aceptamos por fe la justicia que Cristo ha
obtenido para nosotros.
La justificación, pues, es un acto de Dios que tiene la condición o característica de legal o forense
puesto que consiste, en primer lugar, en el perdón de todos nuestros pecados, pasados, presentes y
futuros, y en segundo lugar, en imputar o acreditar a nuestra cuenta la justicia de Cristo, que es lo
único que permite que Dios nos acepte. Es la base de nuestra relación y reconciliación con Dios.

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