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SOBRE EL TEMA DE LA JUSTIFICACIÓN Y LA RECONCILIACIÓN BASADO

EN LA EPÍSTOLA DE SAN PABLO A LOS ROMANOS


Ensayo

Autor: Moisés Rojas

Cumaná, noviembre de 2019


La justificación por la fe: la gran doctrina declarada en Habacuc 2:4 y
posteriormente declarada y expuesta por el apóstol Pablo en su epístola a los
Romanos: “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para
salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego. Porque
en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el
justo por la fe vivirá.” (Romanos 1:16-17).
La Biblia enseña que el hombre está separado de Dios por causa del pecado.
El pecado ha corrompido al hombre tanto en su manera de pensar como en su manera
de actuar. La condición espiritual del hombre es tal que por sí solo no es capaz hacer
nada para resolver su condición. Las Escrituras afirman que toda la humanidad está
bajo pecado y, por lo tanto, bajo condenación. Ni la religión, ni las obras de la ley, ni
la bondad humana pueden restaurar la comunión entre el hombre y Dios. La Palabra
de Dios enseña que Dios ha actuado mediante su gracia y ha provisto el sacrificio de
Cristo en beneficio del pecador. Como producto de su gracia y mediante la fe, Dios
declara justo al pecador que ha creído en la persona de Cristo.
En los albores del Antiguo Testamento, Job formula una interesante pregunta:
“¿Y como se justificará el hombre con Dios? (Job 9:2). Varios siglos después Pablo
de Tarso, como respondiendo a esa importante pregunta, que otros muchos también
se hacen, escribió: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios, por
medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1). La doctrina de la justificación por
la fe, que volvería a recuperar Lutero, es la esencia del plan de salvación previsto por
Dios, conforme al relato de la Biblia.
Pablo, en su epístola a los Romanos, comienza argumentando desde 1:18
hasta 3:20, el tema de la condenación, de la necesidad de la justicia de Dios. Habla
sobre la ira de Dios en contra de la humanidad pecadora concluyendo que todos
somos pecadores y por tanto todos merecemos el juicio de Dios. Y como señala
MacArthur (2012), Dios se ha declarado en guerra contra todo ser humano a causa de
la rebelión pecaminosa del hombre contra Él y sus leyes.
En virtud de la imposibilidad del ser humano salvarse de la ira venidera por
medio de las obras de la ley, pues por su naturaleza pecaminosa no puede ajustarse a
los parámetros divinos de perfección moral debido a su condición caída, Dios en su
gracia ha provisto su justicia perfecta que viene de Él solo con base en la fe en la
persona de Jesucristo.El pasaje bíblico de Romanos 3:21-24, nos proporciona una
explicación que los que van al cielo no van por sus propias buenas obras (Ef. 2:8–9),
sino por su fe en Cristo, que es la base de la salvación y el corazón del evangelio, que
constituye el fundamento de la justificación. Cuando ponemos nuestra confianza en
Cristo, Dios imputa a nuestra cuenta su justicia y sobre la base de esa justicia
imputada, Dios nos declara justos. En ese sentido, si morimos iríamos al cielo, porque
tenemos toda la justicia necesaria para llegar allí, es decir, la justicia de Jesucristo.
Ahora, ¿por qué somos salvos al poner nuestra fe en Cristo? Dios en su amor
puso a Cristo como propiciación por nuestros pecados, esto es; en su sacrificio en la
cruz del calvario, Dios le imputó a Cristo los pecados de todos los que han de creer en
Él a lo largo de la historia y así justificar a los que son culpables de modo que su
justicia no pueda ser cuestionada. En otras palabras, el juicio de Dios se llevó a cabo
sobre la cruz de Cristo. En ella Él fue «hecho pecado» (2 Co. 5:21). Aunque Cristo
nunca pecó, el juicio de todos los pecados del mundo cayó sobre Él (Mt. 27:46). Así
pues, el juicio final de quienes se identifican con Cristo y tienen fe en su sangre, ya se
ha verificado en el Calvario. Como consecuencia, el creyente se considera justo (Ro.
5:18), y no tiene ningún temor del juicio final (Ro. 8:1).
El creyente justificado ahora tiene paz para con Dios por medio de Jesucristo
(Ro. 5:1) y se desprenden una serie de bendiciones. Somos adoptados como hijos de
Dios y de esto también da testimonio a nuestro espíritu, el Espíritu Santo (Ro. 8:16).
El creyente ahora forma parte de la familia de Dios, con todos los derechos,
privilegios y responsabilidades que ello implica. Es ahora heredero de Dios y
coheredero con Cristo de las bendiciones y riquezas del Padre (Ro. 8:17).
Así, en resumen de todo, el hombre es injusto y, por lo tanto, no puede
acercarse a Dios por sus propios méritos. Sólo cuando se acoge a la gracia que Dios le
ofrece a través de Cristo y mediante el evangelio, es recubierto de la justicia de Dios.
Entonces el pecador es declarado justo y recibido en la presencia de Dios. Ya no
habrá condenación para aquéllos por quienes Cristo murió (8:34). Pablo declara que
no hay cosa alguna que pueda separar al creyente del amor de Cristo (8:35-39).
En función de esta salvación tan grande que Dios nos ha dado, el creyente es
llamado a vivir una vida en consagración, es decir, una vida abnegada hacia Dios el
Salvador, presentando su cuerpo como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios (Ro.
12:1). Debe haber un matrimonio perfecto entre doctrina y práctica, de posición a
conducta. Una vida consagrada debe reflejarse en nuestros deberes personales (Ro.
12:9), en nuestros deberes familiares (Ro. 12:10-13), en nuestros deberes hacia los
demás (Ro. 12:14-16) y en nuestros deberes para aquellos que nos consideran sus
enemigos (Ro. 17:21). Ya que el fin supremo de la salvación es dar gloria a Dios,
debemos responder con el ofrecimiento de nosotros mismos para tal fin supremo.
FUENTES BIBLIOGRÁFICAS
[1] Carballosa, E. (1998).Romanos. Una orientación expositiva y práctica. Editorial
Portavoz. Estados Unidos de América.

[2] MacArthur, J. (2012).Biblia de Estudio MacArthur. Grupo Nelson. Estados


Unidos de América.

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