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LA JUSTIFICACION.

Romanos 5:1-2 1 Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio
de nuestro Señor Jesús el Cristo;  por quien también tenemos entrada por la fe a esta
gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. 

La doctrina más importante de la fe de creer que Jesús es el Cristo


es la justificación por la fe sola.
No hay ninguna otra corriente doctrinal en el mundo que tenga
semejante enseñanza.
La Justificación no solo es una doctrina distintiva, sino que viene a
ser la única solución al problema más importante de la humanidad:
que es la separación de Dios.
La justificación por la fe sola, es el camino que Dios ha puesto
para establecer de nuevo la paz entre Él y sus criaturas. Es el
corazón del evangelio, la buena noticia de la Biblia en el contexto
de creer que Jesús es el Cristo.
Pero a pesar de la importancia de la justificación, el mundo
evangélico habla de ella pero no conoce su verdadero significado.
Y ahí es cuando podemos ver como actúa el diablo para oscurecer
el evangelio de la Biblia, 2 Corintios 4:4 4 en los cuales el dios de este siglo
cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio
de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios. 

En nuestras versiones aparece la palabra justificar como


traducción de una palabra griega, dikaio, que muchas veces hace
referencia no a una declaración del ser humano sobre sí mismo,
sino a una declaración divina. Que ya leímos en Romanos 5:1

En este texto, y en otros más, el verbo se usa en la forma pasiva.


Cuando el texto dice “justificados”, o “habiendo sido
justificados”, significa que no nos justificamos a nosotros mismos,
sino que es Dios quien nos justifica. Cuando Dios justifica, Él
declara que una persona es justa.
La Justificación es una declaración que Dios emite como juez. No
se trata de un cambio dentro de la persona que recibe el veredicto.
La palabra justificar se usa precisamente de esta manera legal o
forense en varios pasajes bíblicos. Un ejemplo claro de este uso se
encuentra en Romanos 8:33-34: 33 ¿Quién acusará a los escogidos de Dios?
Dios es el que justifica.  34 ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el
que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por
nosotros.

¿A quién justifica Dios? pensaríamos que Dios debe justificar a la


gente buena.

Puesto que Dios es un juez omnisciente, Él sabrá quién es bueno y


quién no lo es y, siendo justo, suponemos que Dios debería
justificar a las personas cuyo comportamiento es ejemplar e
intachable, que son justas en sí mismas.

No obstante, la Biblia pinta un cuadro muy oscuro de la


humanidad y su injusticia. Pablo, en la misma carta a los
Romanos, declara lo siguiente en Romanos 3:10-12. 10 Como está
escrito: No hay justo, ni aun uno; 11  No hay quien entienda.  No hay quien
busque a Dios. 12  Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles;  No hay quien
haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.

Aún así seguimos pensando que tenemos méritos propios para ser
justificados, que por nuestro buen comportamiento, o nuestra
actitud, o porque predicamos el evangelio y proclamamos que
Jesús es el Cristo, pero debemos recordar a Himeneo y Alejandro,
a Demas y aún a Judas, quienes teniendo el evangelio se
condenaron, el mejor ejemplo que lo único que puede
garantizarnos esa justificación: Romanos 4.5 más al que no obra, sino cree
en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia. 

Según la Biblia, Dios sí justifica a personas. No a personas


buenas, sino a personas “impías”, personas que precisamente no
merecen ser declaradas justas, sino condenadas. ¡Esto es una muy
buena noticia! Pero, ¿cómo puede ser? ¿No está Dios
quebrantando su propia justicia al justificar a impíos (Pr. 17:15)?
15 El que justifica al impío, y el que condena al justo,  Ambos son igualmente
abominación a Jehová. 

La solución: la imputación
Si Dios no hiciera nada más, sería injusto. ¿Qué es lo que Dios
hace para que su veredicto no sea injusto? Tenemos una pista en
un texto que hemos considerado ya. Romanos 5:1 dice que por la
justificación tenemos paz con Dios por medio de Jesús el Cristo.
La clave de la justificación es Jesús. Pablo amplía esta idea en 2
Corintios 5:21: 21 Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que
nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.

Es gracias a Jesús que Dios justifica al impío, y esto es así porque


Jesús obedece y muere en el lugar del pecador.
Jesús era perfectamente justo. Si ha habido alguien en la historia
que no mereció morir, esa persona fue Jesús.
Jesús no había pecado (“al que no conoció pecado”); no obstante,
Dios le trató como pecador (“lo hizo pecado”). Lo hizo pecado
“por nosotros”, es decir, en el lugar del ser humano. Lo hizo para
que “fuéramos hechos justicia de Dios en Él”.
Así, Dios puede justificar y satisfacer su justicia al mismo tiempo.
Podemos resumirlo de esta manera: Dios trata a Jesús como impío
(cuando Cristo muere en la cruz), y trata al impío como Jesús lo
merece (cuando le son otorgadas todas las bendiciones de la vida
eterna).

Este intercambio entre el creyente y Cristo se conoce


como imputación. Por un lado, Dios atribuye la culpa de nuestro
pecado a Cristo, y Cristo sufre las consecuencias de ella en la cruz.
Y nosotros por otro lado, Dios nos confiere la justicia de Cristo y
considera la paz lograda por medio de la cruz y la resurrección de
Cristo como si fuesen nuestros. Dios realiza una transferencia
doble: nuestro pecado se transfiere a Cristo, y la justicia de Cristo
se transfiere a nosotros.

De modo que Dios justifica a impíos no con base en la justicia


inherente en ellos, sino con base en la justicia de Cristo. Les
justifica no por lo que ellos hacen, sino por lo que Jesús hizo.

¿Qué significa el logro de Jesús con la cruz y la resurrección? La


justificación: una declaración de haber obedecido perfectamente y,
como consecuencia, todas las bendiciones celestiales, porque es
digno de ellas.

Jesús comparte este estatus y estas bendiciones con muchas


personas.

Ro. 4:1-8, 1 ¿Qué, pues, diremos que halló Abraham, nuestro padre según la carne? 
2 Porque si Abraham fue justificado por las obras, tiene de qué gloriarse, pero no para con
Dios.  3 Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia.
4 Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda;  5 mas al que
no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia.  6 Como
también David habla de la bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia sin
obras,  7 diciendo: Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, 
Y cuyos pecados son cubiertos. 8 Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de
pecado.

Ro. 4:23-25; 23 Y no solamente con respecto a él se escribió que le fue contada, 


24 sino también con respecto a nosotros a quienes ha de ser contada, esto es, a los que
creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro, 
25 el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra
justificación. 

Ro. 5:12-21; 12 Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el
pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.  13
Pues antes de la ley, había pecado en el mundo; pero donde no hay ley, no se inculpa de
pecado.  14 No obstante, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés, aun en los que no
pecaron a la manera de la transgresión de Adán, el cual es figura del que había de venir.   15
Pero el don no fue como la transgresión; porque si por la transgresión de aquel uno
murieron los muchos, abundaron mucho más para los muchos la gracia y el don de Dios
por la gracia de un hombre, Jesucristo.  16 Y con el don no sucede como en el caso de aquel
uno que pecó; porque ciertamente el juicio vino a causa de un solo pecado para
condenación, pero el don vino a causa de muchas transgresiones para justificación.  17
Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por
uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia.   18
Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la
misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. 19
Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos
pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos.  20
Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó,
sobreabundó la gracia;  21 para que así como el pecado reinó para muerte, así también la
gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro.

1 Co. 1:30; 30 Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por
Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; 

Fil. 3:7-9). 7 Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida
por amor de Cristo.  8 Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la
excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido
todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo,  9 y ser hallado en él, no teniendo mi
propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios
por la fe; 

¿Qué papel tiene la fe exactamente en la justificación? ¿Podría ser


que la fe misma nos hace dignos de la justificación? No, porque la
fe, por definición, no es una obra. Es precisamente la única actitud
humana que le dice a Dios: “Yo no puedo; necesito que tú me
salves” Lc. 18:9-14 9 A unos que confiaban en sí mismos como justos, y
menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: 10 Dos hombres subieron
al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano.  11 El fariseo, puesto en pie,
oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los
otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano;  2 ayuno
dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano.  13 Mas el publicano,
estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho,
diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. 14 Os digo que éste descendió a su casa
justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el
que se humilla será enaltecido.

La fe mira fuera de sí, se concentra en su objeto y le abraza,


confiando su destino a Él y aferrándose a su capacidad para salvar.
La fe, en este sentido, es como la mano vacía del mendigo que
recibe una limosna. Extender la mano no le hace digno de recibir
el donativo, sino que éste se da puramente por la bondad del
dador. Lo único que hace la mano es recibir. Y la mano está
precisamente vacía, no con un billete en la palma.    

¿Se contradice en Santiago capítulo


2?
Una objeción contra la descripción de la justificación dada aquí es
que la Biblia dice que la justificación no es por la fe sola. Santiago
2:24 dice: 24 Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no
solamente por la fe. 

Hay que leer los textos en sus contextos. Santiago no está lidiando
con el mismo problema que Pablo. Por un lado, Pablo argumenta
con personas que piensan que tienen que aportar algo para efectuar
su justificación.

Por otro lado, Santiago está discutiendo con personas que piensan
que se salvan por una profesión de fe meramente de palabras.

Santiago empieza el pasaje diciendo: “¿De qué sirve, hermanos


míos, si alguien dice que tiene fe, pero no tiene obras? ¿Acaso
puede esa fe salvarlo?” (Stg. 2:14). ¿Cuál era el problema al que
se enfrentó Santiago? Había personas que decían que tenían fe en
Jesús pero cuyas vidas no reflejaban esta fe de ninguna manera.
Esta clase de fe, una fe que no transforma la vida, que no va
secundada por hechos, es una fe que no vale nada.

En cambio, el verdadero creyente es una persona que dice que


tiene fe y lo demuestra por lo que hace. La fe que salva no es solo
de palabras. El corazón dispuesto a confiar en Jesús el Cristo
también está dispuesto a obedecerle.
Los evangélicos siempre han dicho que las obras no son la base de
la justificación. Es decir, Dios no nos justifica porque nuestras
obras lo merecen. Pero, hay un pero, las obras son la evidencia de
una fe verdadera. Si la fe es real, habrá obras que lo comprobarán.
En este sentido, la justificación es por la fe sola, pero no una fe
que está sola. Pablo mismo también lo afirma en Gálatas 5:6. 6
porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión, sino la fe que obra
por el amor. 

La clave para la vida cristiana


¿Por qué la fe no se encuentra sola en la vida de una persona
justificada? Una de las razones es que la justificación por la fe,
bien entendida, se capacita para obedecer. Es contraintuitiva,
porque parece que la justificación sin obras debería dar lugar al
libertinaje y a la desobediencia. Sin embargo, la justificación por
la fe sola resulta ser la clave, la única fuente duradera de
motivación, y el patrón a seguir para vivir la vida cristiana.

La justificación por la fe es la clave para la vida cristiana porque


le da al creyente el derecho legal de participar en las bendiciones
celestiales, incluyendo la obra santificadora del Espíritu.

Gá. 3:6-14) 6 Así Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia.
7 Sabed, por tanto, que los que son de fe, éstos son hijos de Abraham.
8 Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio
de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las
naciones. 9 De modo que los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham.  10
Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues
escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en
el libro de la ley, para hacerlas. 11 Y que por la ley ninguno se justifica para con
Dios, es evidente, porque: El justo por la fe vivirá; 12 y la ley no es de fe, sino que
dice: El que hiciere estas cosas vivirá por ellas. 13 Cristo nos redimió de la
maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito
todo el que es colgado en un madero),  14 para que en Cristo Jesús la bendición de
Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del
Espíritu. 

La justificación por la fe es también el motor que impulsa la


fidelidad a Dios porque garantiza ser aceptado por Él, lo cual
libera al creyente para obedecerle radicalmente, incluso
arriesgando su vida, confiando que Dios estará siempre con él y
obrará todo para bien

Ro. 5:1-5; 1 Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio
de nuestro Señor Jesucristo;  2 por quien también tenemos entrada por la fe a esta
gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de
Dios.  3 Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones,
sabiendo que la tribulación produce paciencia;  4 y la paciencia, prueba; y la
prueba, esperanza;  5 y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado. 

Ro. 8:28-30 28 Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan
a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.  29 Porque a los
que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la
imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos.  30 Y a
los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también
justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó. 

Finalmente, la justificación por la fe provee el patrón para la vida


cristiana porque en ella Dios muestra su misericordia y
generosidad, lo cual motiva asimismo al creyente a mostrar
misericordia y generosidad hacia los demás (Mt. 18:21-35). 21
Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi
hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? 22 Jesús le dijo: No te digo hasta
siete, sino aun hasta setenta veces siete. 23 Por lo cual el reino de los cielos es
semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos. 24 Y comenzando a
hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. 25 A éste, como
no pudo pagar, ordenó su señor venderle, y a su mujer e hijos, y todo lo que tenía,
para que se le pagase la deuda. 26 Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba,
diciendo: Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. 27 El señor de aquel
siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda. 28 Pero saliendo
aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de
él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes. 29 Entonces su consiervo,
postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré
todo. 30 Mas él no quiso, sino fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase la deuda.
31 Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y
refirieron a su señor todo lo que había pasado. 32 Entonces, llamándole su señor, le
dijo: Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. 33 ¿No
debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de
ti? 34 Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo
lo que le debía. 35 Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis
de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas.

¡Gloria a Dios!

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