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TÍTULO
PRESENTA
DIRECTOR DE LA MEMORIA
1
TABLA DE CONTENIDO
1. Introducción ………………….…… 3
2. La Iglesia sacramento de salvación ………………….…… 4
2.1. La Iglesia no vive para sí porque es misionera ………………….…… 5
2.2. La misión: potencia de Espíritu y ser de la Iglesia ………………….…… 6
2.3. El rostro de Cristo en la Iglesia de los pobres ……….……………… 7
3. Cristología ………………………. 8
3.1. El llamado de Jesús y el seguimiento ……………………… 10
3.2. Lo que implica el seguimiento “la cruz” …………………….... 11
8. Conclusión ……………………… 33
9. Bibliografía ……………………… 35
2
1. Introducción
Yo he querido organizar esta síntesis desde esta situación: la Iglesia misionera y la cruz. Estos
dos temas son cruciales para cualquier creyente, pero en este particular caso son muy
importantes para mí. Vivo mi llamado y el seguimiento de Jesús en las misiones de la Iglesia
en el norte de Kenia, con las tribus Samburu y Turkana. En estos años de servicio he sido testigo
vivencial de la misión de la Iglesia y de la cruz que acarrea, no como una carga, sino como un
don para anunciar a Jesús entre aquellos que no lo conocen y entre ellos a los más pobres. Es a
partir de esta realidad desde la cual he querido redactar la memoria que presento a continuación.
Es una memoria que procura entablar un diálogo entre la teología y la experiencia.
Los autores y los documentos a los que recurro son muy cercanos en su reflexión a la realidad
en la que he decidido escribir la memoria. Cada uno desde su propia reflexión teológica me
permiten acercarme al objeto de esta memoria con las particularidades del contexto en el que
vivo la misión y la cruz. Las citas de los autores serán la guía para poder comprender el punto
desde el cuál se desarrolla la memoria. Los autores dan pistas de las preocupaciones que
mueven el propósito de la memoria.
He decidido abordar seis tratados teológicos que considero esenciales a la hora de hablar sobre
la misión de la Iglesia y la cruz. Eclesiología, cristología. revelación y fe, antropología, teodicea
y teología pastoral. Estos temas y este orden responden al objeto de la memoria y al contexto
desde el que se escriben.
El primer tema a tratar es la eclesiología, ámbito en el que se incluye todo discurso sobre la
misión. Esta misión no es una tarea a título personal, porque la misión nace de Dios, el primer
misionero. La Iglesia es un sacramento de salvación, signo e instrumento de la unión de Dios
y el género humano. A través de la Iglesia se prolonga la misión salvífica del Hijo. Desde este
punto voy a presentar una reflexión que sitúa a la Iglesia fuera de sí, es decir, una Iglesia que
asume el ejemplo de la cruz, como testimonio del amor entregado y desinteresado.
3
El cuarto tema, antropología teológica, presenta las bases de la condición creatural del ser
humano. Dios que nos crea a su imagen y semejanza por amor. En este apartado intento entrar
en la realidad de incongruencia que el hombre percibe en la realidad. El pecado, el mal y la
gracia serán los temas fundamentales desde los cuales se tratará al ser humano como criatura
limitada.
Por último, haré mención de algunos documentos de la Iglesia que permiten situarnos ante la
tarea misionera y evangelizadora de la Iglesia. Esto es fundamental, ya que la Iglesia necesita
tener método claro para vivir su propia misión. El concilio Vaticano II y el magisterio del papa
Francisco serán la hoja de ruta para la tarea misionera de la Iglesia.
La razón que me lleva a exponer los temas en ese orden se debe a la realidad desde la cual
redacto la memoria. Se trata de una misión de primer anuncio en la que la Iglesia misionera
vive y asume la cruz, en medio del sufrimiento. Cada tema responde a una preocupación: la
Iglesia, Cristo, la revelación y la fe, el ser humano, el problema del mal y la pastoral. Este orden
permite entender mejor el propósito de la memoria. Una Iglesia que nace de la cruz de Cristo,
que se revela y es objeto de fe; que es humana, que encara el mal y que debe estar siempre en
salida.
La Iglesia es vida y signo, no lo digo por llenar renglones, sino por el testimonio que he visto
de ella. Grandes misioneros que se entregan totalmente lo hacen en nombre de la Iglesia. Ésta
es el sacramento de Cristo. Una Iglesia que tiene olor a Cristo, que sana, que se involucra, que
es humana y siente la impotencia ante la cruz del sufrimiento, pero que no deja de tener claro
que a pesar de las vicisitudes Dios se hace presente.
Como un primer momento, es importante recordar que dentro de las diferentes imágenes de la
Iglesia, el concepto “sacramento” tiene una gran importancia. Esta noción tiene relación con el
concepto de “misterio”, el cual puede ser entendido como el designio divino por el cual el Padre
realiza su voluntad salvífica por el Hijo y al mismo tiempo la revela por medio de una realidad
temporal. La Iglesia aparece como el evento que proporciona estructura al “misterio”. El
misterio de la Iglesia desvela su riqueza humana y divina. Es precisamente esta idea de misterio
la que permite afirmar que la Iglesia es como un sacramento.
4
La Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, en su primer número, afirma: “la
Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con
Dios y de la unidad de todo el género humano”. Por medio de esta expresión es posible entrever
la relación que existe entre la Cristo y la Iglesia. Es a través de ella que la misión salvífica del
Hijo sigue desplegándose en el todo el orbe. La Iglesia es signo e instrumento, pero el primer
misionero es Dios. El Dios Padre, Hijo y Espíritu es la fuerza que empuja y orienta la misión
de la Iglesia. Por lo tanto, la Iglesia no es un grupo de individuos espirituales con objetivos
nobles. La Iglesia es de Cristo y su razón de ser no está en una decisión humana, sino en la vida
de Cristo quien la formó como signo sacramental. Allí donde llega el misionero no llega un
ideal humano, sino el mismo Cristo que como sacramento se extiende a través su Iglesia.
La Iglesia es un misterio que procede del misterio de Dios. Este misterio requiere de la fe como
condición para acercarnos a ella, es decir, para poder reconocer en ella no a una empresa
humana, sino a un misterio. La Iglesia es objeto de fe por ser signo e instrumento. Este signo e
instrumento es el propio Cristo, la Palabra encarnada, la señal definitiva. Ahora bien, este
misterio busca la salvación de todos en Cristo y por Cristo a través de la Iglesia que es y será
la continuidad del misterio acontecido en Cristo.
La continuidad histórica nace del instinto misionero de los apóstoles que comienzan a
prolongar el misterio. Hoy, miles de misioneros/as siguen prolongando el misterio teniendo
presente las palabras del Maestro “Id por todo el mundo y proclamad el evangelio a toda la
creación” (Mc 16,15). La misión de la Iglesia encuentra su estructura y forma en el misterio
del Verbo encarnado. Por eso, se puede afirmar que el misterio se hace Iglesia, en ella se revela
y se da el misterio. Ahora bien, también es cierto que la misión de la Iglesia implica un
compromiso personal que muchas veces acarrea la cruz. Una cruz que lleva el misionero ante
la realidad del sufrimiento inocente. Pero, muchas veces imperceptible para el propio
misionero, Dios está más que presente; en el misionero Cristo sufre ante la injusticia y es
precisamente la fuerza de su Espíritu la que vuelca a la Iglesia a llevar la vida en abundancia,
secando las lágrimas para que florezca la alegría.
La misión de la Iglesia procede la fuerza del Espíritu que la empuja a estar siempre en salida.
Un grave error es quedarnos en las parroquias, incluso en las misiones de la Iglesia. Cuando la
Iglesia no sale, huele a mueble viejo, no parece haber novedad y lo más lamentable es que los
5
mismos sacramentos, fuerza creadora y recreadora de la Iglesia, se ven reducidos. De este
modo, la Iglesia se paraliza y pierde su rumbo, sin darse cuenta de que estas actitudes hacen de
ella un lugar fijo a donde ir, pero nunca un signo en el que esperar.
Tanto el Espíritu como Jesús son los iniciadores de la misión de la Iglesia. La misión es una
propiedad de Dios, y solo secundariamente de la Iglesia. Por consiguiente, se trata de una
realidad mistérica. La misión no es algo que le sigue a la comunidad, es decir, no es una
actividad segunda. El documento Ad gentes ve con claridad que ser Iglesia y ser enviada no
son categorías distintas. “La misión no es una tarea, una función, sino un ser-en-función”1. La
vida cristina mira hacia fuera.
La tarea misionera de la Iglesia tiene como punto partida a Jesucristo. Su vida fue misión, Él
mismo es la misión. “Como el Padre me envió, también yo os envío” (Jn 20, 21). La tarea
misionera de la Iglesia viene de la misión del Hijo. Su razón o fundamento: anunciar la buena
noticia (Mc 16, 15). Ahora bien, el salto a la universalidad se debe al empuje del Espíritu Santo.
Él abre las mentes y los corazones para una misión universal.
Durante mucho tiempo se entendió que la acción misionera de la Iglesia era necesaria para
extender el mensaje de la salvación a todos los hombres. Existía la idea Dios-Iglesia-Mundo.
La realidad ecuménica actual ha modificado el orden: Dios-Mundo-Iglesia. El mundo es el
lugar desde el cual se da la relación entre el Padre y los seres humanos. La importancia del
Espíritu en la misión ha permitido una apertura pneumatológica. Toda la creación precisa ser
liberada. La potencia del Espíritu no puede quedar reducida a la Iglesia.
1
García Paredes, J.C.R.: Teología de la Vida Religiosa, Segunda impresión, (BAC: Madrid, 2002), 161.
6
“La Iglesia, en esta amplia concepción de la misión, no tiene el monopolio de
ésta, “tampoco tiene el reino de Dios en monopolio” … la razón principal de la
misión se halla en el anhelo humano de comunión. Lo dicho nada tiene de
extraño, teniendo en cuenta que el origen y el fundamento de la misión es el
Dios trinitario que se define como comunión”.2
Desde la realidad de la misión quiero hacer una pequeña mención sobre la reflexión de Jon
Sobrino, la Iglesia de los pobres. Comparto la reflexión de este teólogo porque pertenece a la
realidad en la cual crecí y de la cual he recibido una gran enseñanza para la misión que
actualmente realizo. La realidad africana en la que vivo, aunque no es la misma que la
latinoamericana, tiene grandes semejanzas, por lo cual, su reflexión me resulta muy adecuada
a la realidad de la misión.
Jon Sobrino, en su libro la Resurrección de la verdadera Iglesia, expresa bellamente que Jesús
se ha vuelto a aparecer, y que muchos cristianos han tenido la gracia de reconocerlo en los
pobres. A estos que han visto nuevamente a Jesús en los pobres, Sobrino los asemeja a los
“testigos” del Nuevo Testamento que apuntan a un nuevo modo de vivir la misión. En su deseo
de darle un lugar a la Iglesia de los pobres, Sobrino expone lo que considera no es la Iglesia de
los pobres.
2
Capitulo 6, La Iglesia: Templo del Espíritu Santo. Manual proporcionado para la materia de eclesiología,
impartida por el profesor, Xabier Larrañaga CFM.
7
Sobrino reconoce el gran valor que el Vaticano II le dio a la categoría “Pueblo de Dios” y con
ello los cambios estructurales que vinieron. Pero, aunque se ven vestigios de la Iglesia de los
pobres en este gran avance, no cree que abarque lo que significa en su totalidad la Iglesia de
los pobres. Tampoco cree que la Iglesia de los pobres sea aquella que se preocupa únicamente
por los pobres. La Iglesia de los pobres no se hace presente asistencialmente. La Iglesia de los
pobres “no es aquella que, estando fuera del mundo de los pobres, le ofrece generosamente su
ayuda”.3
Lo que se plantea como Iglesia de los pobres está en el Espíritu de Jesús que está en los pobres
y a partir de ellos recrea la realidad. Lo que intenta decir es que el Espíritu de Jesús asume la
carne histórica de los pobres y a partir de ellos marca el camino que debe seguir la historia de
Dios. La Iglesia de los pobres no es aquella que se hace para ellos sino desde ellos. Así, los
pobres pasan de ser un análisis para una parte de la Iglesia a ocupar el lugar teológico desde el
cual se comprende la verdad y la praxis cristiana. Estos ninguneados de la sociedad son el
centro que inspira y organiza a la Iglesia.
Este modo específico de entender la misión de la Iglesia responde a una realidad de cruz, donde
las muchedumbres que seguían a Jesús, hoy todavía están presentes, buscando agua viva. La
misión de la Iglesia, más allá de la implantación de estructuras, consiste en testimoniar con la
vida que Dios, a pesar de los sufrimientos y dificultades, se hace presente mediante una Iglesia
que tiene la tarea de continuar la misión del Hijo.
3. Cristología
Hasta ahora hemos dicho que la Iglesia es signo e instrumento de la unión íntima con Dios y
de la unidad del género humano. Por medio de ella continúa la misión salvífica. Ella es toda de
Cristo y su razón de ser está en él. Por lo cual, el misionero no realiza su vocación no a título
personal, sino en nombre de la Iglesia, la cual es el sacramento de Cristo. Allí, en los lugares
más apartados a los que llegan los misioneros, llega la Iglesia, llega Cristo, llega el Dios
Trinitario. Esta Iglesia es objeto de fe por ser presencia, signo e instrumento de Cristo. Su
misión se fundamenta en el misterio del Verbo encarnado, de lo cual, se deduce que la Iglesia
no vive para sí misma, no es antropocéntrica, sino todo lo contrario, sale de sí misma porque
es misionera, porque el Dios Trinitario la empuja y la sostiene, desplegando toda la potencia
del Espíritu.
La Iglesia misionera reconoce que Jesús sigue apareciéndose y que muchos lo reconocen en
los pobres. Estos son los nuevos “testigos” del presente que nos marcan el camino de la misión.
Esta es la Iglesia de los pobres, la Iglesia que está en el Espíritu de Jesús, que vive en los pobres
3
I. Ellacuría, La iglesia de los pobres, sacramento histórico de liberación, (ECA, octubre-noviembre, 1977), p.
717.
8
y en ellos recrea la realidad. El Espíritu asume la carne del pobre, siendo ellos el lugar teológico
para comprender la praxis cristiana. Lo dicho hasta ahora es la consecuencia de una realidad
de Cruz donde las muchedumbres que seguían a Jesús siguen buscando hoy el agua viva.
Si hay un hecho que me causa alegría, a pesar de las carencias de la comunidad a la que sirvo,
es la siguiente oración, en lengua samburu, que los niños aprenden desde su más tierna edad:
“Kesupat Nkai, Ngata Pooki, Ngata Pooki, Kesupat Nkai”. “Dios es bueno, todo el tiempo.
Todo el tiempo, Dios es bueno y esa es su naturaleza”. En varias ocasiones cuando escucho
esta oración y veo que muchos están desnudos, sucios, con hambre, etc. la fe parece
embolatarse, ¿cómo es posible orar de ese modo en tal situación? La respuesta: Dios no deja
de sorprendernos. Ahora sabemos que la mirada y la vida del misionero debe estar fija en Jesús.
Esta bella certeza de fe se ve opacada frecuentemente por la mala comprensión que tenemos
sobre la cruz. Reconocemos que la cruz habla fuerte, pero asumirla provoca escozor, miedo,
incluso terror. Por eso, muchas veces la cruz más que un ejemplo de entrega total por amor, es
considerada una carga y sufrimiento, que obviamente no dejan de serlo, humanamente
sufrimos, pero la cruz no se puede reducir tan pobremente. Joseph Ratzinger, se preguntaba si
el acto expiatorio de Jesús no era ofrecer un sacrificio al Padre, o si la cruz no era un sacrificio
sumiso de Cristo al Padre. Estas preguntas son muy normales y casi que dogmas de fe de gran
parte de los creyentes. En un principio, para los discípulos, la cruz fue, el fin, el fracaso.
Podemos imaginar la impotencia y el miedo que sentían cuando estaban las puertas cerradas el
día de pentecostés. Precisamente fue el Espíritu Santo el que irrumpió y les hizo entender que
la cruz no era un fracaso, que aquel crucificado era rey, era el Mesías. Poco a poco fueron
entendiendo el significado de la cruz. Así es el proceso del misionero. No se trata de magia, de
cruzar los dedos y entenderlo todo, sino de un camino en el que la cruz va dando la respuesta.
Fiel al ejemplo de los discípulos, la Iglesia misionera mira a Jesús, pero a Jesús en la cruz.
4
J. Ratzinger, Introducción al cristianismo, (Salamanca: sígueme, 2023), 76
5
J. Ratzinger, Introducción al cristianismo, 77
9
La Carta a los Hebreos relaciona la muerte en la cruz con el rito y la fiesta judía de la
reconciliación, una verdadera fiesta de reconciliación cósmica. La manera de comprender la
cruz según esta carta permite aclarar el malentendido que aún persiste sobre la expiación. La
cruz rompió paradigmas. Dios ya no busca los sacrificios de animales; no lo necesita porque
todo le pertenece. El autor de la Carta a los Hebreos, fiel al salmo 50, se sitúa en una línea
espiritual de este y otros textos similares. Concluye la caducidad de los ritos, porque Dios ya
no busca eso. Ahora lo que Dios busca es “el “sí” humano sin reservas a Dios”, que “es lo único
que puede constituir la verdadera adoración … el “sí” libre del amor es lo único que Dios
espera, la donación y el sacrificio que únicamente tienen sentido”.6
El culto previo a Cristo consistía en sustituir o representar lo que no es posible, es decir, a Dios.
La Carta a los Hebreos abre los ojos para reconocer que vivimos en medio de sacrificios. Con
Cristo esta idea ha cambiado. Su muerte fue la única liturgia cósmica. Lo que parecía ser una
vergüenza, se convirtió en culto, “ya que, quien eso hizo, rompió el espacio de la escena
litúrgica y se entregó a sí mismo”.7
Ese es el Dios de los cristianos, el Dios que muere en la cruz, “como la concreción del amor
del que dice Juan que llega hasta el fin (Jn 13, 1)”.8 Este es el verdadero significado de la cruz.
No como un peso, un cansancio y un dolor producto de una buena intención, sino un desgaste
y un cansancio y un dolor por amor. Él siempre estará con nosotros.
Teniendo un poco mayor claridad con respecto a la cruz, quiero dar el paso hacia el llamdo de
Jesús. Para algunos autores es extraños el modo como Jesús llama a alguien invitándolo a
seguirle. Es un llamado simple y misterioso que Bonhoeffer describe bellamente: “Jesús el
Cristo mismo. Él es el llamado.”9 El carisma de Jesús debió ser tal que su sola presencia parecía
enmudecer a quien recibía el llamado. Este llamado, bien puede sintetizarse en una sola palabra,
“sígueme”. Pero a la persona llamada no le es sencillo seguir a alguien que no parece tener
ningún programa.
6
J. Ratzinger, Introducción al cristianismo, 112
7
J. Ratzinger, Introducción al cristianismo, 113
8
J. Ratzinger, Introducción al cristianismo, 113
9
Diedtrich Bonhoeffer, Nachfolge, (Munchen, Kaiser, 1982), 28.
10
Joahn B. Metz, La fe, en la historia y en la sociedad, 66.
10
Con lo expuesto hasta ahora es posible comprender mejor lo que implicó para aquel joven rico
el llamado de Jesús “sígueme”. El joven estaba enfrentado contra lo que le proporcionaba
seguridad. El llamado de Jesús implicaba abandonar la seguridad. Caso opuesto son las
palabras de Pedro: “Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido” (Mc 10, 28).
Jesús fue un carismático, y esa cualidad la tradición narrativa del N.T. se la atribuye a un
acontecimiento religioso que Jesús vivió en el bautismo. Además, es posible postular que Jesús,
al igual que los profetas, tuviera una experiencia vocacional. Pedro Trigo afirma que Jesús no
venía programado, “Jesús tuvo que discernir es un modo muy elocuente de afirmar que su
misterio se da en su plena condición humana.”11 Según el estudio de Theissen, Jesús encontró
el carisma por Juan el Bautista, quien fuera su maestro. Jesús trasmitió el carisma recibido a
los discípulos y discípulas. Theissen expone tres características del discipulado: Primero, el
discipulado como autoestigmatización, la cual consiste en compartir el desarraigo social.
Segundo, el discipulado como participación en el carisma, compartiendo la misión y los
poderes de Jesús. Tercero, el discipulado como participación en la promesa de un puesto de
honor en el tiempo final.12
José María Castillo, al igual que Theissen, plantea tres exigencias que Jesús reclama y sobre
las que la seguridad humana está basada: la propiedad, la dignidad y la familia. Estas tres
exigencias son la base para una vida segura. En el trasfondo el seguimiento implica el problema
de la propia seguridad como lo llama Castillo. Jesús fue muy drástico al llamar a alguien a
seguirlo, no admitiendo condición alguna, como en el caso del joven rico (Mt 19,21). Las
palabras de Jesús eran un contrasentido en su contexto, pero su actuar es típico de un
carismático. Jesús llama rompiendo paradigmas. Seguirlo implica la vida y lo que ella conlleva.
En los evangelios hay un llamado tajante de parte de Jesús sobre el seguimiento: “Llamando a
la gente a la vez que, a sus discípulos, les dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese
a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mc 8,34). No es de extrañar que un llamado de tal
magnitud genere perturbación e inseguridad. Warren Carten nos permite entender con mayor
claridad el trasfondo del llamado de Jesús: “en el mundo romano del siglo primero, a nadie se
le ocurría pensar que la religión y la política estuvieran separadas. Roma afirmaba que su
imperio era tal por mandato de los dioses. Aquellos a quienes consideramos jefes religiosos
con sede en Jerusalén, como los sumos sacerdotes y los escribas, eran en realidad los jefes
políticos de Judea y aliados de Roma.”13 Jesús es enfático, quien quiere irse con Él debe cargar
con la cruz. En la Roma de los tiempos de Jesús nadie era crucificado sin más o por ser muy
religioso. Cuando las personas escuchaban a Jesús afirmar que el seguimiento implicaba una
cruz, su reacción en su mayoría, me atrevo a afirmar, era de un acto horrible y humillante. ¿Por
qué? Más allá del dolor era la pena social. La pena era tan humillante que Roma no crucificaba
11
Pedro Trigo, Jesús nuestro hermano, acercamientos orgánicos y situados a Jesús de Nazaret, (Cantabria:
Presencia teológica, 2018), 14-15
12
Gerd, Theissen. Annette Merz, El Jesús histórico (Salamanca: Sígueme, 1999), 241.244.247
13
Warren Carter, El Imperio romano y el Nuevo Testamento, (Estella, Verbo Divino, 2011), 12
11
a sus ciudadanos, sino a quienes eran extranjeros rebeldes o agitadores políticos. Ahora es
posible comprender que seguir a Jesús implicaba una amenaza para el sistema y una cruz para
quien decidía seguirlo. Los poderes político y religioso decidieron la muerte de Jesús por temor
al evangelio. Al respecto afirma Castillo:
“Cuando aparece alguien que responde a los anhelos de justicia que sufren los
sumisos, porque educa y cultiva la libertad y la humanidad que resuelve (o al
menos, alivia) el sufrimiento de la gran mayoría de la población, es cuando el
sistema se siente amenazado”.14
En el evangelio de San Juan, Jesús dice: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en
abundancia.” (Jn 10, 10). La vida que Jesús compartió fue sofocada por el temor a perder la
seguridad. Fueron la religión y el poder político los que impidieron dar vida. Cuando alguien
decide seguir a Jesús, asume un juramento “cargar la cruz”. Ahora sabemos lo que implicaba y
aún hoy conlleva seguir a Jesús. Esto se traduce en vivir en las periferias, untarse de barro,
asumir la injusticia de quienes sufren para mejorarla. No se trata simplemente de estar con
quien padece necesidad o de darle lo que necesita, sino de hacer de él o ella agente de su propia
trasformación. Quien se decide a seguir a Jesús se descentraliza, es decir, sus preocupaciones
o intereses cambian, “si es preciso, se parte la cara y se deja la vida a jirones…”15. Jesús es el
llamado, seguirlo implica un juramento, cargar con la cruz, todo ello es la razón y consecuencia
de llevar la vida en abundancia que Jesús llevó. Las exigencias del llamado se justifican en
función del Reino de Dios.16
Quien decide seguir a Jesús asume que tal decisión, en cuanto le vincula al Jesús del llamado,
ubica el seguimiento desde la cruz. Jesús no impone, propone, “si alguno quiere”. El llamado
y la respuesta indican nuestra libertad, y Jesús mismo es consciente de ello y lo respeta.
Bonhoefer asegura que “la cruz es un sufrimiento vinculado no a la existencia natural, sino al
hecho de ser cristianos.”17 Así como Jesús cargó nuestra carga, el seguidor asume la carga del
prójimo. Quienes se escandalicen de la cruz no podrán seguir a Jesús.
Finalmente, se puede concluir con la certeza de que la cruz no puede ser entendida desde la
lógica del dolor, intentando alejarla para evitar incomodidades. Es cierto, la cruz cuesta, pero
vale la pena. Se trata de una existencia toda entregada, sin reservas, una cruz llena de amor,
que no es indiferente al dolor, que no teme a las consecuencias. En el ambiente de las misiones
muchas organizaciones hacen presencia, intentado solucionar las necesidades de las personas,
pero desde una mirada y un objetivo diferente al cristiano. Se trata de resolver un problema, si
es comida es dar comida, si es salud es dar salud, si es guerra, paz, etc. La gran mayoría de los
trabajadores de estas organizaciones asumen su rol como un trabajo, mientras que el misionero
como una vocación a la cruz, una vocación al amor. El profesional puede afirmar que el niño
llora de hambre, pero el misionero ve en las lágrimas el grito del inocente, el rostro sufriente
14
José María. Castillo, El Evangelio marginado, (Bilbao: Desclée De Brouwer, 2019), 97
15
José María. Castillo, El Evangelio marginado, 97
16
Pedro Trigo, Jesús nuestro hermano, acercamientos orgánicos y situados a Jesús de Nazaret, 133
17
Dieterich Bonhoefer, El precio de la gracia, (Salamanca, Sígueme, 2004), 55
12
de Dios y, por amor, el misionero asume ese sufrimiento desde la cruz, es decir, desde el amor,
intentando hacer lo que puede, atendiendo al llamado de Jesús. Porque “el Rey les dirá: Os
aseguro que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí he lo hicisteis”
(Mt 25, 40).
La Iglesia sacramento de Cristo y la cruz como entrega absoluta por amor son revelación de la
ternura del Padre por la humanidad. Si miramos a la historia, el Dios uno y trino se ha revelado
no por medio de investigaciones, sino a través de experiencias. En el Antiguo Testamento se
hablaba de Dios como Padre de Israel y de la humanidad. En el Nuevo Testamento Dios se
revela de una manera inaudita, encarnándose “en una dimensión que durante largo tiempo
permaneció oculta: en Jesucristo”.18 A este acontecimiento le sigue una nueva experiencia: el
Espíritu, la presencia de Dios en toda la creación. Ya sabemos cómo es Dios porque él mismo
se ha revelado tal cual es.
Hoy Dios se sigue revelando a las culturas más distantes, allá donde los misioneros llegan por
primera vez a anunciar el kerigma. Junto a la Iglesia el misionero carga una cruz de entrega, de
amor, de negación, etc. Las culturas que reciben a los misioneros, reciben a la Iglesia, a través
de ella Dios se revela. Por tanto, el misionero no hace su labor a título personal, sino en nombre
de la Iglesia, cargando su cruz y revelando al Padre a toda creatura.
Ahora bien, la revelación que la Iglesia misionera entrega a las culturas radica en una profunda
confesión de fe. Personalmente, yo no decidí venir al África por un motivo meramente noble.
La decisión se da por el encuentro con una Persona que transforma la vida. Esa persona tiene
nombre: el Cristo crucificado.
El ser humano no puede pretender descubrirlo todo, saberlo todo, entender, todo. Este es un
gran problema para la fe y la misión de la Iglesia. Nosotros tenemos a Jesucristo, el Dios
verdadero, pero su verdad es más grande de lo que imaginamos, no podemos creer que tenemos
el monopolio de la verdad o de la fe. La fe bien cultivada es garantía de humildad ante el
misterio que nos sobrepasa. Ahora bien, esta fe humilde, prudente, pero segura, se traduce en
un sujetarse a Dios, en él el ser humano tiene la certeza de un apoyo total para toda la vida.
18
J. Ratzinger, Introducción al cristianismo, (Salamanca: sígueme, 2023), 58
19
J. Ratzinger, Introducción al cristianismo, 12
13
Por la fe en el Dios que se ha revelado, el misionero se adhiere firmemente a la persona de
Cristo, aquel Dios- Hombre que nos reveló al Padre y nos entregó su Espíritu. Es decir, que
cuando uno se adhiere a la persona de Jesús, asume la cruz, pero una cruz que se vive y se
celebra desde la Iglesia. La fe no se reduce al “creo”, lanzándose al vacío. Tampoco es una fe
retributiva o interesada. La verdadera fe es la certeza profunda que nos lleva a decir con Pablo:
“Sé de quién me he fiado” (2 Tm 1,12) la fe es un permanecer en el Misterio de Dios. Es un
acto de la totalidad del ser humano, en la que entran en juego todas sus facultades tocadas por
la gracia, es una adhesión e identificación con el Misterio.
En la constitución dogmática, Dei verbum, sobre la divina revelación, se dice: “Dispuso Dios
en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad.”20 La revelación
de Dios parte de su propia iniciativa. Así, en el Antiguo Testamento, Dios se reveló a través de
la palabra, los mandamientos, dabar (palabra-acción). Cuando Dios llama a Israel utiliza un
imperativo: “Escucha, Israel”. La palabra guía y determina el camino del pueblo. La palabra se
convierte para el pueblo en alianza, encuentro y presencia. La palabra es performativa, capaz
de ser lo que enuncia.
Los Profetas son revelación de Dios, orientando la relación del pueblo y Yahvé que guía a su
pueblo a través de ellos. Yahvé se fue revelando durante la marcha del hombre, quien fue
escuchando, memorizando, trasmitiendo y plasmando la palabra de su creador. La revelación
de Dios acontece como un encuentro en el que Dios toma la iniciativa. “Yahvé dijo a Abrán:
“Vete de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre a la tierra que yo te mostraré” (Gn 12,
1). Yahvé se revela en un encuentro llamando a Abrán al seguimiento, pero Yahvé no está
pasando por encima de la libertad de Abrán. El seguimiento depende del acto obediencia donde
la fe no es excusa de una gracia que no implica seguimiento. Abrán, dice la escritura, “marchó”
(Gn 12,4). La fe, en el Antiguo Testamento, tenía como base la llamada que recibía el sujeto de
parte de Yahvé, y la respuesta que se daba a la llamada. Precisamente, el mayor exponente del
significado de la fe es Abrán. Su conducta puede entenderse desde la gracia cara que expone
Bonhoefer. La vía a la fe de Abrán fue el acto de obediencia a la llamada y al seguimiento de
Yahvé. Abrán es la prefiguración del seguimiento de Cristo.
Luego de que Dios hubiera hablado de muchas maneras por medio de los Profetas, Dios se
decidió hablarle al ser humano por medio de su Hijo. La palabra antes era proclamada y
escuchada, ahora se puede tocar. “Lo que existía desde el principio, lo que hemos visto con
nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca de la Palabra de vida, os
lo anunciamos. En efecto, la Vida se manifestó, y nosotros, que la hemos visto, damos
testimonio.” (1 Jn, 1-2) Jesús es la palabra definitiva del Padre. Dios se auto-dona y auto-
20
CONSTITUCION DOGMATICA. DEI VERBUM; SOBRE LA DIVINA REVELACION. 1a. ed. LA PAZ:
PAULINAS, 1965.
14
comunica. En Dei verbum se dice: “Cuando Dios revela hay que prestarle la obediencia de la
fe … Para profesar esa fe es necearía la gracia de Dios” (DV 5).
“Caminando por la ribera del mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón,
llamado Pedro, y su hermano Andrés, largando las redes en el mar, pues eran
pescadores. Les dijo: “Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres.” Ellos
dejaron las redes y le siguieron … vio a otros dos … y los llamó. Ellos dejaron
al instante la barca y a su padre y lo siguieron. (Mt 4, 18-22). “Vio Jesús sentado
a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dijo:
‘Sígueme’. Él se levantó y le siguió” (Mt 9, 9).
Como una primera conclusión podemos decir que la revelación es don de Dios, porque es Dios
que se da a sí mismo, que se auto-comunica, que se hace uno de nosotros, que ha hablado de
muchas maneras, pero que al final se nos ha revelado en su Hijo. Esta revelación solamente
puede ser asumida desde la fe, la cual, es un sujetarse y confiarse a aquel que me lleva a mí y
al mundo. El misionero debe agarrarse a aquel por el que puede vivir sin ningún miedo. La fe
a la revelación de Dios en la historia es comprender que nuestra vida, nuestra existencia, es la
respuesta a la Palabra que lo sostiene todo. Significa decir sí a Dios, un Dios al que recibimos
y en el que nos fundamos. Aun en las condiciones más difíciles, en las que la fe parece pender
de un hilo, Dios se revela en el rostro del inocente, en la alegría de quien no tiene nada, pero
sonríe al verte llegar, en las lágrimas ante la impotencia. Dios se revela en esos momentos y es
precisamente en ellos cuando la cruz revela al misionero que su sufrimiento apostólico es por
amor, y que Cristo sufre con él, que no está solo, que no es un sinsentido, sino una confianza,
una certeza, un sujetarse.
21
Gustavo, Gutiérrez, Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente, (Salamanca: Sígueme, 2006), 14-15
15
La segunda conexión descansa en la certeza de que el camino y el método para hablar de Dios,
están en la contemplación y en la práctica de su voluntad. Primero es el campo de la mística y
la práctica y luego el discurso de Dios. El peligro de la religión consiste en creer que tiene el
monopolio de la revelación (Mt 11, 25-26). Cuando esto es así, la fe enferma (tibieza) intenta
protegerse en la ortodoxia, generando una “religión del miedo” donde todo lo que se considera
como bueno y santo se cuida y se resguarda. Lo más paradójico consiste en que la pérdida de
relevancia se la considera como la cruz, y al desaliento, la consecuencia del seguimiento. Este
aporte de Moltmann, sobre la crisis de la identidad de la fe, admite vislumbrar que es la
consecuencia de encapsular la revelación. Fiarse de Jesús gravita en la práctica del Reino del
Crucificado. “La existencia cristiana, en el seguimiento, es una praxis que cambia al hombre
mismo y sus circunstancias.”22 En conclusión, la revelación transforma valores y criterios
independientemente de la disposición moral o espiritual. La fe por su parte, acoge la revelación
fiándose de la dinamicidad del Dios Crucificado.
5. Aproximación antropológica
Venimos de hablar sobre la Iglesia como sacramento de Cristo, la cruz como manifestación del
amor, la revelación y la fe como un don para el ser humano. Ahora, nos detendremos un poco
en el ser humano como tal. La Iglesia, la cruz, la revelación y la fe se dan desde la humanidad.
No es posible dejar a un lado al ser humano. El ser humano es consciente de que todo lo terreno
es transitorio, pero esa certeza trae una contradicción para el ser humano que quiere realizar
algo imperecedero. El ser humano tiene que intentar encontrar en el interior de su finitud un
camino hacia el cual ver, un vestigio que aparece como un principio de respuesta.
Para que lo anterior sea posible, el ser humano tiene que donarse. Lo que anhela lo debe pagar
con su vida, debe abandonarse a sí mismo. Ante tal realidad, el ser humano se pregunta ¿por
qué sacrificar mi libertad en ese momento en el que aparece lo único necesario? La respuesta
de Jesús ante esta pregunta es: “el que no tome su cruz y me siga, no es digno de mí. El que
encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 10, 38-39).
Dicho de un modo más claro y siguiendo la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo
actual, Gaudium et spes: “En realidad, el misterio del ser humano sólo se esclarece en el
misterio del Verbo encarnado.” (GS 22) El Verbo se manifiesta a través de su Espíritu, como
una especie de institno que impulsa al hombre a confiarse a una vocación.
Ahora bien, el ser humano debe reconocer que por ser creatura es limitado. Igualmente debe
aceptar que por un determinado uso de su libertad comete errores y pecados que pertenecen a
la historia humana, no a Dios. El pecado no es querido ni creado por Dios. Es parte de la
historia. El ser humano es hijo, creatura, peca, pero no es porque sea pecador, sino porque es
historia de pecado, sujeto al misterio de iniquidad. Se podría afirmar que se trata de una especie
de segunda naturaleza, pero ésta no proviene de Dios. El mal que percibe el hombre en el
mundo no es consecuencia de un plan divino, sino una realidad que es parte de la historia, una
realidad que se asume desde la cruz.
22
Jurgen Moltmann, El Dios Crucificado, (Salamanca: Sígueme, 2010), 50
16
5.1. La condición creatural del ser humano
La vida humana está llena de incongruencias sobre lo que pasa en el mundo. Desconocerlas es
negar al serhumano. “El ser humano se posee a sí mismo tan solo en la medida en que se
entrega: esta es la “paradoja más grande”23. Esta frase es profundamente verdadera, en la
medida en que el ser humano se entrega y se descubre a sí mismo. El misterio de sí mismo se
hace más claro y la angustia ante el sinsentido se disipa.
La constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, Gaudium et spes, plantea los
desafíos que la sociedad y el ser humano viven. La constitución hace un aporte fundamental
para comprender la realidad: “Una tan rápida mutación, realizada con frecuencia bajo el signo
del desorden, y la misma conciencia agudizada de las antinomias existentes hoy en el mundo,
engendran o aumentan contradicciones y desequilibrios” (GS, 8). Ante tal rapidez el ser
humano parece vivir entre desequilibrios que combaten en su propio interior. El ser humano se
siente limitado en muchos aspectos, pero asimismo se siente ilimitado. Vive inmerso en un
mundo convulso que le pide elegir siempre entre el bien y el mal, sintiendo dentro de sí una
división interior. Ante tal realidad el ser humano constantemente se pregunta sobre su razón de
ser, sobre el sentido del dolor, sobre la muerte, sobre lo que viene tras la muerte. La Iglesia
confiesa que Jesús, quien murió y resucitó da luz y fuerza a través de su Espíritu al ser humano.
(GS,10).
Una de las preocupaciones de esta memoria es el problema del mal que tienen que afrontar
quienes viven inmersos en el seguimiento de Cristo. El tratado de antropología en relación con
la creación hace suya la pregunta de la gran mayoría de creyentes. Si en el Génesis vemos que
Dios da el visto bueno a todo, ¿de dónde procede el mal? ¿Por qué hay experiencia de dolor?
El aporte de la antropología intenta demostrar que es posible creer a pesar de la experiencia del
23
GREGORIO DE NISA, ComCant IX (GNO 293, 3). Cf. PESCH, O.H.; PETERS, A., Einfüh-
rung in die Lehre von Gnade und Rechtfertigung (Darmstadt 1981), 391.
17
mal. De lo anterior se sigue una conclusión fundamental: Dios no crea el mal, Dios es bondad,
es amor, es vida. Creer que Dios crea el mal es totalmente contradictorio, sería un ser malo y
sádico. El mal es la negación de la posibilidad de bien, de lo que debería ser. Es cierto que las
experiencias del mal arrinconan al ser humano hasta tal punto de dudar de la bondad de Dios.
El problema del mal nos supera, pero a pesar de ello, Dios salva y el hombre coopera.
Jesús reconoce el problema del mal, pero no se queda “conversando” con él. La experiencia de
sufrimiento de Jesús no se limita a experiencias ajenas, sino que él mismo vivió la experiencia
del mal social, psíquico y físico. Jesús en su plena humanidad tuvo que dar una respuesta al
mal. La respuesta de Jesús ante el mal consistió en el amor y la fe. Jesús con sus acciones
alimenta la esperanza de quien sufre el mal. Sus actos no son simplemente actos de simpatía,
sino de compasión y acción, el mal no da cabida a la queja sino a la acción. Incluso en la cima
del dolor Jesús pregunta al Padre ¿por qué me has abandonado? Jesús fue tan divino como
humano y su pregunta, me atrevo a afirmar, era necesaria. En aquella pregunta Jesús creía en
Dios, su dolor se dirige a Él. En último término, el silencio de Dios es la incógnita que
solamente la historia resolverá. Es posible creer porque Jesús mismo creyó a pesar del mal que
lo rodeaba. Su vida no fue tanto una queja como una acción.
El problema del mal nos da la oportunidad de aclarar ciertos aspectos en torno al pecado. El
ser humano es limitado, el ser pecador es diferente. La criatura humana, precisamente por ser
creatura, es limitada. Ahora bien, hay un malentendido con respecto al pecado. Es un error
pensar en los siguinetes términos: si la persona es creada por Dios y ella comete pecado, es
porque Dios así lo ha querido. Dios no ha creado el pecado, éste es parte de la historia, no de
la naturaleza humana creada por Dios. Por lo tanto, Dios no crea el pecado, crea al ser humano,
que es creatura e hijo..
El ser humano también se inscribe en la gracia, depende de cómo la entienda será capaz de ser
alguien bueno y confiado, o realmente un ser humano entregado, con radicalidad y voluntad.
Muchos se han excusado en la gracia de Dios para hacer y deshacer. La certeza en su corazón
les confirma que, a pesar de todo, Dios es bueno y nos salva. Estas actitudes hacen mucho mal
porque no dejan que las personas se encarnen, toquen la carne, asuman la cruz y el seguimiento.
Se podrán preguntar ¿qué tiene que ver esto con la misión y la cruz? Miren, el misionero tiene
la responsabilidad no únicamente de anunciar, sino de denunciar todo aquello que está lejos de
la praxis de Jesús. Muchos aseguran “Dios y yo”, pero se olvidan que Dios se encarnó, se
involucró y murió en una cruz por amor. Nos quedamos sufriendo por Cristo y su pasión, pero
no mirando a la cara a quienes siguen sufriendo su pasión. La gracia cara a la que nos invita
Bonhoefer debe convertirse en un imperativo para nuestra vida.
Gran admiración resulta del gran aporte de Dieterich Bonhoefer sobre la gracia y lo que ésta
verdaderamente acarrea. En su libro El precio de la gracia hace una distinción elocuente sobre
la gracia barata y la gracia cara. Afirma que la gracia barata es aquella que no cuesta nada
porque la factura ha sido pagada. Este tipo de gracia justifica el pecado y no al pecador. El
18
cristiano puede estar tranquilo de este tipo de gracia automática. Para el cristiano no hay
necesidad de seguir a Cristo; la gracia le basta. La gracia barata no implica el seguimiento, es
una gracia sin Jesús.
La gracia cara por su parte, es descrita como la perla preciosa; el reino de Cristo, la llamada de
Jesús. “Es cara por que llama al seguimiento, es gracia porque llama al seguimiento de
Jesucristo”24 A diferencia de la gracia barata que no justifica, la gracia cara justifica porque
regala la vida. Es cara porque implica el seguimiento de Cristo. Es un hecho que la gracia se
ha manipulado de tal manera que el aparente seguimiento de Cristo está camuflado en desidia.
Todo se oculta en la premisa de la gracia sin trabajo. La gracia cara involucra el trabajo, hace
imperativa la llamada a seguir a Jesús. Si la gracia es el resultado, ofrecido por Jesús, de la vida
cristiana, entonces esta vida no está exenta del seguimiento.25 Lo que Pesch afirma como
“autoexculpación” es totalmente aplicable a la gracia barata. Algunos creyentes creen que se
puede pecar y confiar en la gracia. Es tajante la afirmación de que la gracia ha sido usada como
pretexto para el pecado. Quien verdaderamente sigue a Jesús reconoce la llamada como gracia.
Lo que Jesús exige a quien llama descansa sobre la certeza de dejarlo todo para abarcar toda la
vida. Quien obedece hace un acto de fe en la palabra de Jesús, así como lo hizo Pedro al dejar
las redes sin ninguna condición. Quien se autojustifica o se perdona a sí mismo ocultándose en
la gracia barata está lejos de seguir a Jesús. Bonhoefer, asegura que quien se ha basado en la fe
para obedecer vive de la gracia barata. Sólo quien obedece cree verdaderamente. El único
contenido de la llamada tiene nombre, Jesucristo.
En conclusión, el ser humano debe reconocer que en la vida y el mensaje de Cristo se resuelve
su misterio. Por lo cual, el ser humano debe seguir a Cristo en su manera de vivir, ya que
viviendo de este modo el misterio propio se aclara en el rostro de Cristo. Para ello es necesario
apostarlo todo, según la idea de la “gracia cara” de Bonhiefer, que consiste en donarse
definitivamente desde las propias limitaciones. Además, hay que recordar que, a pesar de las
contrariedades de la vida, Dios no crea el mal, sino que recrea la realidad a través de la donación
24
Dieterich Bonhoefer, El precio de la gracia, (Salamanca, Sígueme, 2004), 16
25
Dieterich Bonhoefer, El precio de la gracia, 21
26
Dieterich Bonhoefer, El precio de la gracia, 33
19
de la persona. El mal es un misterio que nos sobrepasa y el pecado no viene de Dios, sino que
se genera en la historia.
Vamos a entrar en un tema que es complejo para la teología, pero que a lo largo de esta memoria
se ha ido aclarando a la luz de la cruz de Cristo. ¿Por qué hablar de Teodicea? Personalmente
creo que la teodicea, más allá de intentar justificar a Dios, nos permite ver la realidad tal cual
es. Al ver la realidad en todos sus matices, reconocemos que la vida no marcha como debería.
Y esto es una ganancia, ya que no todos son capaces de ver la realidad como es. Algunos se
acomodan, otros se resignan, otros se miran a sí mismo, pero pocos la cuestionan. Cuestionar
la realidad es un don de Dios. Él se hace manifiesta en las conciencias de quienes ven
inconsistencias en la vida que favorecen a pocos y lastima a muchos.
Cuando la Iglesia misionera llega a los lugares de misión se encuentra con escenas tremendas
de desigualdad y de dolor. Hay momentos, en esos lugares, en los que, lo digo desde el fondo
de mi corazón, parece que no hay vida, las miradas impactan y el corazón del misionero
languidece. La impotencia de no poder hacer nada puede llegar a poner en tela de juicio a Dios
¿No ves lo que pasa? ¿por qué no haces nada? ¡Son niños! ¡Son inocentes! Aunque la teología
y la experiencia dan herramientas para asumir estos momentos, solamente quien los vive sabe
de qué estoy hablando. Todo parece ser negación de Dios, pero lo más trágico es que las
personas han vivido durante generaciones de tal manera que asumieron que ese era el único
modo de vivir, han tenido la fuerza para vivir algo que para nosotros occidentales, seria
invivible.
El misionero ante esta realidad tiene que hacerles entender que no se pueden simplemente
resignar y acomodarse al dolor, que la vida que viene de Cristo, y que la Iglesia transmite,
rompe paradigmas y prejuicios. El mal es un misterio que se camufla muy bien, haciendo que
las personas se resignen. Con esto no quiero negar el valor de la resignación “positiva”. Lo que
no considero tan bueno es un cierto modo de pensar y de proceder que perpetúa el mal, con el
refuerzo ideológico de la resignación en esta vida. Tampoco quiero dar la imagen del
“misionero salvador”. Ahora bien, el misionero es parte de la Iglesia, sacramento de salvación,
que tiene como tarea llevar el Evangelio, un Evangelio que levanta, que dignifica que recrea la
vida. Debemos tener mucho cuidado con caer en conductas imperialistas y religioso-
funcionales. Lo que hacemos lo hacemos en nombre de Cristo no a título personal, respetando
y valorando todo lo bueno. El modo de asumir el mal es como coloquialmente se dice:
“tomando el toro por los cachos”. El mensaje de Cristo libera, abre la mente y renueva la vida.
Estas experiencias del mal muchas veces son mal asumidas por el misionero, quien cae en la
trampa de la duda, intentando responsabilizar a Dios. En tanto dolor y sufrimiento no somos
capaces de ver a Dios. Pero un primer signo de la presencia de Dios es la protesta ante la
injusticia, ante el sufrimiento de quien no tiene voz. La protesta es una manera de orar, de abrir
los ojos a la realidad y tomar conciencia de lo que implica asumir la cruz. Pero aquí es donde
nace el otro problema. Es tal el grado de desigualdad e injusticia que todo parece pesado, todo
20
lo asumimos como una carga, como un dolor. Estas actitudes terminan desgastando la vida y el
sentido mismo de la vida parece flaquear.
A partir del libro de Gustavo Gutiérrez, “Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente”,
quiero exponer las reflexiones que me parecen más cercanas a la realidad de la misión y su
relación con la cruz de Cristo. No es un tema sencillo de tratar y mucho menos de vivir.
Descubrir a Dios en medio del dolor requiere la certeza de que Él siempre está presente en todo
lugar y en todo momento. Dios no nos deja, él se fue y nos dejó al Paráclito, pero también nos
dijo: “Y estad seguros que yo estaré con vosotros día tras día, hasta el fin del mundo” (Mt 28,
20).
La enfermedad que Job lleva en su carne y que le conlleva una muerte social también es una
realidad en la tribu en la que vivo. Quienes tienen VIH o alguna enfermedad que consideran
incurable son puestos lejos de la comunidad, prácticamente para que afronten su realidad y
mueran. La actitud de Job es que a pesar de lo que la enfermedad implica no reniega de Dios.
Incluso su esposa no entiende cómo puede mantenerse fiel a Dios “Todavía persistes en tu
honradez. Maldice a Dios y muérete” (2,9). La mujer se muestra condolida del dolor de su
esposo, pero dentro de su afirmación se esconde el maligno que quiere forzar a Job a renegar
de Dios. El resultado es que Dios sale ganador, Job hace ver que su religión es desinteresada.
El dolor que Job afronta es tal que tres de sus amigos “rompieron a llorar” “y se quedaron con
él, sentados en el suelo, siete días con sus noches, sin decirle una palabra, viendo lo atroz de su
sufrimiento” (2, 13). El silencio de sus amigos junto con su cercanía les merece todo mérito.
Job no maldice, pero si se queja a Dios. El sufrimiento es tal que en el universo parece haber
una ausencia de Dios. “Además, en su experiencia la vida humana aparece tan caótica que las
21
desigualdades sociales no encontrarán solución … sino en el reino de la muerte”27. Un gran
mérito de Job es que a pesar del dolor hay una profunda esperanza en medio de él.
El sufrimiento del inocente no se remite únicamente a la figura de Job: “es un desafío para todo
creyente, de forma especial en situaciones en que ese hecho adquiere proporciones masivas.”28
Con seguridad me atrevo a afirmar, en calidad de testigo, que la situación que actualmente vive
gran parte de África es profundamente dolorosa.
Los tres amigos de Job intentan desde su ortodoxia defender la doctrina de la retribución,
pensando que sus palabras reflejaban la voluntad de Dios. Al final del libro, Dios les llama la
atención, confirmando la inocencia de Job y su rectitud religiosa (42,8). Al respecto, H.
Echegaray asevera:
27
Gustavo Gutiérrez, Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente, (Salamanca: sígueme, 2006), 48
28
Gustavo Gutiérrez, Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente, 53
29
H. Echegaray, Anunciar el Reino, (Lima: 1982), 58
30
Gustavo Gutiérrez, Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente, 56
22
El misionero debe abrir los ojos a los seres humanos menos favorecidos para que exclamen
con toda ecuanimidad que su vida no es justa. Un gran peligro que también hace más profunda
la llaga del sufrimiento es medir la situación con la categoría premio-castigo. Esta tentación no
hace sino justificar el dolor delante de Dios. La religión que se presenta en el libro de Job es
una religión generosa, desinteresada, que cree a pesar del sufrimiento. La conducta que adopta
el misionero ante estas realidades es de impotencia, mientras que la actitud de la gran mayoría
que sufre es de inocencia.
Los tres amigos de Job juegan el rol de quienes protegen la ortodoxia. La doctrina de la
retribución es su gran seguridad. Job cuestiona esta doctrina por injusta y engañosa. G.
Gutiérrez, con mucha razón anota que está doctrina es cómoda para quienes tienen riquezas y
una resignación para quienes carecen de ellas. “Se trata de teólogos competentes, aunque
equivocados; convencidos de su doctrina, pero inconscientes de que ella no tiene nada que
decir del sufrimiento humano”32. Este es un llamado de atención tremendo para todos los
miembros de la Iglesia. Las teorías no están por encima del dolor.
No hay una sola referencia en la escritura en donde Jesús se valga de la doctrina para justificar
el dolor de su pueblo. Esa actitud, así como la de Job, es inherente para quienes han decidido
seguir a Jesús. Job se examina y reconoce que no tiene falta que merezca tal sufrimiento. Job
reconoce que no lo merece. Lo que sus amigos intentan hacerle creer no es cierto. Esa idea de
Dios no es sana.
La vida de Job gira en torno a una teología de la injusticia. Ninguna teología que apoye el
sufrimiento inocente viene de Dios ni habla de Dios. Si la teología no se encarna en la realidad
31
Jon Sobrino, Acción católica obrera de Brasil, Prohibido ser hombre, Navidad,1975, (Signos de lucha y
esperanza: Lima, 1978), 105s
32
Gustavo Gutiérrez, Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente, 82
33
Gustavo Gutiérrez, Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente, 80
23
del pueblo no tiene ninguna autoridad para hablar; de Dios se habla caminando. Esas teologías
huérfanas y sin contacto con la realidad son meros espejismos de Dios.
Job empieza a salir de una ética basada en la meritocracia a una ética puesta en la necesidad
del pobre. La retribución no tiene cabida (21, 6-9). Un gran punto de avance en la visión de
Job es clave hoy para comprender un poco el origen del sufrimiento. Job se percata de que el
sufrimiento es causado por malvados con vidas llenas de prosperidad (24, 1-14). El relato sobre
los malvados prueba que la pobreza y la injusticia no vienen de causas inexplicables; los
responsables de tales males son los malvados que Job menciona: “mueven los linderos, roban
rebaños, toman en prenda el buey de la viuda, etc.” A. Weisser comenta:
“Job demuestra que ve claramente los peligros del contraste social y que posee
una profunda sensibilidad por la miseria de los desheredados … ¿No es acaso
cierto que en la historia de la humanidad el grito dirigido a la justicia divina se
hace más estridente cuando los desheredados del destino están obligados a vivir
en condiciones más duras sin tierra ni casa, sin alimento o vestido, y son
lanzados a la necesidad de robar un pedazo de pan o hacer algo peor?”.34
No existe verdadero amor si éste no acarrea dolor. Sufrimos por la alteridad del otro. G.
Greshake, apunta con razón: “Pero no menos importante, se sufre a causa de Dios. Tampoco
Él es como yo lo concebía”35. La reflexión actual sobre el sufrimiento sigue siendo debatida
con mayor claridad. Pero también es cierto que aún hoy hay quienes continúan defendiendo
doctrinas que intentan compaginar la fe en Dios con el sufrimiento del ser humano. Esta
realidad es calificada por Dorothee Solle, como un “sadismo teológico”.36 En la antigüedad,
San Agustín creía que el orden divino resplandecía en medio del contraste. Los dolores no van
en contra de la bondad de Dios. Otra de las causas del sufrimiento asegura que éste no viene
de Dios, sino del pecado del ser humano. Ya en la modernidad el problema se centró en intentar
compatibilizar al Dios bondadoso con una realidad llena de dolor. El interés es justificar la
existencia de un Dios bueno frente al sufrimiento. Así se dio por iniciada la “Teodicea”, el
34
A. Weisser, (Giobbe: Brescia 1995), 277
35
Gisbert Greshake, ¿Por qué el Dios del amor permite que suframos?, (Salamanca: Sígueme, 2014), 16
36
D. Solle, Leiden, (Stuttgart-Berlin 1973, 32s (version cast.: Sufrimiento, Salamanca 1978)
24
intento de justificar a Dios. Un razonamiento claro da por supuesto que no es posible dar una
respuesta definitiva. Dar una respuesta definitiva sería como crear un ídolo. Como bien
afirmaría H. Küng: “Los que todo lo explican y demuestran con perfecta pulcritud que todo
debe ser precisamente como es y que eso es lo óptimo, siguen dejándonos en el desamparo ante
la miseria personal del pecado y del dolor”37.
Ya se afirmaba más arriba que el modo de actuar de Jesús ante el sufrimiento era la praxis de
la justicia como práctica del amor. La respuesta de Jesús apunta que ante el mal no podemos
perder tiempo en dilaciones, sino que hay que combatirlo. Sentir compasión con quien sufre
significa sufrir-con el otro. Ahora bien, ¿cómo mantener la fe en el amor y la bondad de Dios,
al ver tanto dolor? G. Greshake asegura: “la tarea de la teología es señalar en qué sentido puede
entenderse el sufrimiento y cómo, en consecuencia, puede ser elaborado e integrado
existencialmente”38.
Hay un dolor, el que redime, que se asume libremente.. El ser humano es imagen de Dios en
cuanto es semejanza de su libertad. Al tener tal don, el ser humano es capaz de optar y definir
por sí mismo su propia realidad. Pero el ser humano, a pesar de tal don, no deja de ser una
criatura. Cuando esta opción se malogra, acarrea consecuencias negativas, entre ellas,
inevitablemente, el dolor. Con gran lucidez, Greshake asevera: “Queda entonces claro que el
mal de ningún modo es el objeto de la voluntad divina: en absoluto quiere Dios el mal, el dolor,
la desgracia. Estas cosas son, más bien, el otro lado de la moneda de su infinita bondad: culpa
exclusiva del hombre.”39
Por tanto, el dolor que padece el ser humano no contradice el amor de Dios. Precisamente
porque estos males son consecuencia de nuestra propia decisión. Pero entonces, ¿qué pasa con
quienes, como Job, son inocentes de las condiciones en las que viven? Con total seguridad
quien nace o vive en un ambiente de profundo sufrimiento y dolor no tiene culpa alguna de su
situación. Los culpables son quienes malogran la libertad, forjando inequidad y desorden. Se
trata del pecado que me viene de la culpa ajena. Así pues, muchos imploran a Dios que
intervenga, pero no creo que dentro de esta petición el ser humano esté dispuesto a entregar su
libertad. Kierkegaard aseguraba que la tarea entonces consiste en hacer lo posible por liberar
al ser. Greshake mantiene que el gran pecado del cristiano es la “omisión del bien”40.
Hay un tipo de mal que no viene del todo de la libertad del hombre. Cuando afirmo que “no
del todo” quiero decir que indudablemente quien sufre un cáncer de pulmones, sabiendo lo que
implicaba fumar, ha tomado una decisión libre. Pero normalmente no creo que nadie quiera
37
Hans, Küng, Gott und das Leid, (Einsiedeln-Zürich-Koln 1967), 18 y 39
38
Gisbert Greshake, ¿Por qué el Dios del amor permite que suframos?, 30
39
Gisbert Greshake, ¿Por qué el Dios del amor permite que suframos?, 45
40
Gisbert Greshake, ¿Por qué el Dios del amor permite que suframos?, 60
25
vivir con epilepsia toda su vida. Esta realidad parece venir de la propia estructura de la creación.
Aquella estructura no es más que la consecuencia de procesos evolutivos. Al respecto Teilhard
de Chadin asegurará: “En todos los niveles de la evolución, siempre, en nosotros y a nuestro
alrededor, se constituye lo malo e implacablemente se sigue constituyendo una y otra vez. Así
lo exige, sin que quepa hacer nada, el juego de los grandes números dentro de un conjunto que
se va organizando.”41
Como primera conclusión podemos afirmar que el dolor es el precio del amor. Es decir, que un
Dios que impidiera el dolor, tendría que impedir el don de la libertad. Asimismo, el pecado del
ser humano malogra esta libertad dada por Dios. Por último, la creación posee un campo de
ensayo y error, en el que se va organizando mediante la evolución.
Sobre este relato, Simone Weil dirá: “Ofrézcaseme lo que se me ofrezca en compensación por
las lágrimas de un niño, nada hay que pueda llevarme a aceptarlas. Nada, absolutamente nada
que la razón idee.” A. Kreiner dirá:
“Un Dios que acepta el riesgo de crear seres libres ¿no se nos presenta como un
calculador sin escrúpulos, que sólo mira a la balanza de resultados (dar
participación en su vida a las criaturas) y para nada toma en cuenta a las
víctimas? Y el hombre que acepta ese “Dios” ¿acaso no aparece como cómplice
cínico de un Dios contable, que declara estar ilimitadamente de acuerdo con el
dolor, sin considerar él tampoco para nada a las víctimas?”.42
Ante estas desgarradoras afirmaciones lo primero es volver a ratificar que Dios no quiere el
mal, su omnipotencia no oprime al ser humano. Su amor hacia nosotros permite nuestra libertad.
41
P. Teilhard de Chadin, Der Mensch im Kosmos, 324
42
A. Kreiner, Gotti im Leid. Zur Stichhaltigkeit der Theodizee-Argumente, (Freiburg i.B. 1997), 261
26
Indudablemente las proposiciones anteriores son tajantes, pero la realidad hay que asumirla
como es. Quien a pesar de la cruda realidad del dolor decide involucrarse y asumir el dolor del
otro para procurar sanarlo, es digno de toda admiración y respeto. Así como Jesús se puso a
nuestro mismo nivel por su encarnación, así nosotros creyentes asumimos su conducta. Su cruz
fue su “compromiso contra el dolor; de modo que ella no significa ‘seguir aceptando’ el dolor,
sino que es rebelión contra el dolor”43.
La esperanza cristiana no se fija en el final, cuanto en la plenitud. La única apuesta ante el dolor
está en apostarlo todo, siguiendo a Jesús por la fuerza de su Espíritu, para suprimirlo. Llevamos
sobre nosotros el peso de la cruz, pero con la certeza de una liberación total. “Estamos muriendo
y, sin embargo, vivimos … Estamos afligidos, pero dichosos; pobres, pero damos a muchos;
nada tenemos, pero lo poseemos todo” (2 Cor 6, 9). La experiencia del mal y el dolor que vive
el apóstol queda soportada por la fe. Concluyo con el último párrafo de Greshake: “Se puede
vivir con límites, se puede manejar el dolor no con represiones y silencios, sino mirando
valerosamente el límite y aceptándolo, siempre con la esperanza de que no tiene la última
palabra”44.
Finalmente, podemos concluir que el problema del mal nos supera, pero que esto no quiere decir
que Dios no esté con nosotros. Dios salva y el ser humano coopera. El mal es un misterio que
no puede ser resuelto meramente desde la ética. El problema del mal se debe asumir siguiendo
el ejemplo de Cristo, asumiendo la cruz. Pero la cruz no entendida como algo que duele y que
es mejor esquivar, sino como una entrega total en la cual el ser humano da su sí definitivo al
proyecto de Dios. Este sí debe llevar a la Iglesia misionera a seguir la tarea de Cristo, abriendo
“Effatá” los oídos y la vida para poder escuchar y ver a Dios en todo lugar (Mc 7, 34). Por lo
tanto, cuando el ser humano se encuentra en situaciones que parecen negar a Dios, la respuesta
para contrarrestar esa tentación es la cruz. Cristo actuó al ver el mal, al ver el sufrimiento del
inocente que no tiene culpa alguna. El misionero debe reconocer que Dios está con él, que vive
en él, que no es ajeno al dolor, sino que precisamente se manifiesta en el dolor de quien ve las
injusticias, y ante ese panorama asume la cruz no solo como un peso, sino también como un
don para entregar la vida, un don para renunciar a sí mismo y ser para los demás. Entonces, en
las situaciones límite, al ver morir a personas de hambre, niños asesinados, sin oportunidades,
muriendo de enfermedades, el misionero reconoce a Dios mismo. Es el Dios que le grita en los
rostros de los inocentes, que piden justicia, que reclaman amor. Los rostros humildes de estos
inocentes son el rostro de Dios que clama libertad, y el modo en el que la Iglesia misionera
asuma la cruz va a ser para ellos liberación. Y aunque en la mayoría de las ocasiones no podamos
hacer más, estar junto a quien sufre es garantía, seguridad y paz de que Dios no nos deja a
nuestra suerte. Solamente aferrándonos a él seremos luz.
43
Ch. Duquoc, Das kreuz Christi und das Leid des Menschen, (Concilium: 12, 1976), 592
44
Gisbert Greshake, ¿Por qué el Dios del amor permite que suframos?, 133
27
7. Teología pastoral
Llegados a este momento, quiero resaltar algunos aspectos de la teología pastoral que me
parecen importantes para la misión de la Iglesia. El aspecto principal es la evangelización.
Dado que el título de la memoria es “la misión de la Iglesia y la cruz”, no puedo pasar de largo
el argumento de la evangelización, especialmente en estas áreas tan remotas. “He aquí que hago
todas las cosas nuevas” (Is, 43, 19). La Exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi afirma
que: “La Iglesia evangeliza cuando, por la sola fuerza divina del Mensaje que proclama, trata
de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad
en la que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos.” (EN 18). Soy testigo de
que estas palabras son una realidad en los lugares de primer anuncio. El mensaje de Cristo
recrea las culturas, las abre a la vida, paradójicamente poniéndolas en conflicto. La fuerza del
Mensaje por sí sola es suficiente para poner en crisis ciertas tradiciones que no dan vida y, por
otro lado, para hacer florecer aquellas que dan vida.
El proceso de evangelización para que sea creíble debe ir de la mano del testimonio. La
evangelización sin testimonio es como una comida con los mejores ingredientes, pero sin sal.
“Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa ¿con qué se salará?” (Mt 5, 13).
Asimismo, el proceso de evangelización debe ser ordenado, no se trata del método de ensayo-
error, sino de hacer ver la presencia de Dios dentro de la cultura, a través de su Iglesia y sus
misioneros.
• Todos los asuntos que afecten a la estructura y situación del mundo. Sólo teniendo una
visión general de la realidad, la Iglesia puede comprender y emprender su misión
específica (visión universal)
• Todas las cuestiones en torno a la situación y estructura de las sociedades presentes en
el globo. Los problemas centrales que aquejan al mundo (libertad religiosa, pobreza,
cambio climático, violencia, etc.) (visión universal y particular)
• Todo lo que se refiere al ser humano en general.
28
el reino de Dios en otras ciudades”- es fundamental a la hora de definir la misión de Jesús:
“porque para esto he sido enviado” (Lc 4, 43). Jesús reconoce que el Espíritu está sobre Él y lo
unge para servir a los pobres (Lc 4,18). Jesús es el evangelio, Él es el anuncio. Su vida y
mensaje son el mejor modelo de método y evangelización. Durante el Sínodo de 1975, surgió
la pregunta sobre el significado que para Jesús tenía evangelizar. Al respecto, los puntos
principales que resalta el Sínodo son: el anuncio del reino de Dios tiene tal importancia que lo
demás es relativo. El evangelio es buena noticia que anuncia la salvación, es un don que libera
al hombre de su esclavitud. Este reino y salvación se viven a costa de grandes sacrificios. La
proclamación se realiza por medio de signos que vuelcan al pueblo hacia Dios.
La evangelización comporta una riqueza tal que la misma Iglesia corre el peligro de empobrecer
su significado. Para poder acercarnos a una definición es necesario tener presente algunos
aspectos. Primero, la evangelización es renovación de la humanidad. Esta renovación se lleva
a cabo desde diferentes sectores de la humanidad: la evangelización de las culturas, el
testimonio, el anuncio, la adhesión y el impulso al apostolado. Estos aspectos se complementan
e integran entre sí, lo que permite tener un marco desde el cual entender la evangelización.
Esta renovación que viene a través del mensaje, se da desde distintos sectores de la humanidad.
Un error común es confundir evangelización con expansión. La evangelización, es cierto, debe
abarcar la humanidad, transformando con el evangelio, esto es, con la vida y el mensaje de
Jesús, las conductas y valores que no traen consigo una vida en abundancia (EN 19). La
evangelización en las culturas necesita de tacto y de capacidad de impregnarlas del evangelio
sin llegar a someterlas o someter el evangelio a ellas.
Ahora bien, el proceso de evangelización lleva en sí un contenido que no puede ser modificado
so pena de afectar la propia acción evangelizadora.
29
• Un testimonio de amor del Padre, en el que el evangelizar se traduce en dar a conocer
que el Padre ha amado al mundo por medio de su Hijo.
• El centro del mensaje es la salvación que trae Jesucristo. La evangelización debe
proclamar que, en Jesús, Hijo de Dios, se ofrece a la humanidad la salvación como
gracia y misericordia de parte de Dios. Una salvación que desborda todos los límites.
• La evangelización presupone la predicación de la esperanza en las promesas del Padre
a través de la nueva alianza con Cristo (EN 28).
• Es un mensaje que abarca la totalidad de la vida, un mensaje de liberación que impulsa
la vida del ser humano, que no tiene reducciones ni ambigüedades.
• Una evangelización y liberación centrada en el reino de Dios que exige conversión.
Por otro lado, el papa Francisco nos ha llamado a la nueva tarea evangelizadora de la Iglesia.
Este nuevo proceso se realiza desde tres ámbitos. El primero, es la pastoral ordinaria, que tiene
como tarea animar a los fieles que asisten con frecuencia a la comunidad. El segunda, está
orientada a las personas que no viven las exigencias del bautismo. Su tarea tiene como meta
acrecentar nuevamente la fe y la alegría que viene del evangelio. El tercer ámbito, está en el
anuncio a quienes no conocen a Jesucristo o lo han rechazado. También ellos buscan a “Dios
secretamente”, movidos por la certeza de que Él está presente. La evangelización no puede ser
“como quien impone una obligación, sino como quien comparte una alegría” (EG 14).
El papa Francisco, pide que la Iglesia esté en salida, recordando brevemente los momentos en
los que la Palabra de Dios presenta el dinamismo de la salida. Dios que llama a Abraham a una
tierra nueva (Gn 12, 1-3). Moisés que escucha el llamado (Ex 3,10), Jeremías que recibe la
misión de ir a donde Yahvé lo envié (Jr 1,7). “Hoy, en este “id” de Jesús, están presentes los
45
V conferencia general del Episcopado Latinoamericano y del caribe, Documento de Aparecida (29 junio 2007),
360.
30
escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia, y todos
somos llamados a esta nueva salida misionera” (EG 20)
En ningún relato del evangelio Jesús se detiene a explicar conceptos sobre lo que significa el
reino de Dios. Su modo de describir el reino es con su propia vida y con parábolas que dejan
ver el modo como actúa Dios. En los tiempos de Jesús, la palabra “reino” (basileia), empleada
en los evangelios, se usaba únicamente para referirse al imperio romano. Jesús, al asumir este
término, quería todo lo contrario a lo que significaba en aquel momento. Jesús no proclama
riqueza, poder, honor, etc. sino todo lo contrario: compasión y justicia por las muchedumbres.
Lo evidente de la propuesta del reino por parte de Jesús radica en que quien quiera entrar en
este reino debe dejar a un lado los demás reinos.
Tres parábolas de Jesús nos educan en el modo de hacer pastoral. La parábola del hijo pródigo
y del “Padre bueno” debió ser sin duda una ruptura de paradigmas para sus oyentes. ¿Dios será
así? indudablemente el modo de presentar al Padre creó confusión. Un Dios que no presta
atención a la herencia, no se obsesiona con la moralidad de sus hijos, respeta sus decisiones,
aunque le causen dolor, y no se cansa de esperar. Un Padre que comparte el dolor cuando su
hijo vuelve a casa, que no pierde el tiempo recriminando sino festejando. Un Padre que celebra
la liberación de todo aquello que nos esclaviza. Jesús también narró la parábola del “dueño de
la viña” que al final del día paga un denario a cada uno. Su justicia y compasión está en que le
da a cada uno lo necesario para vivir un día en la Galilea de aquel tiempo. Su compasión es
para todos, sin ninguna distinción.
El “sed compasivos” de Jesús era diferente al “sed santos” del Levítico. La imitación de la
santidad de Dios fue entendida como separación de todo lo no santo, impuro, pagano,
generando una sociedad excluyente. Los varones por encima de las mujeres, dudosas de
impureza ritual. Jesús muestra una nueva cara de Dios, la compasión. Ésta es el principio de
actuación, no la santidad. Dios no excluye a nadie de su compasión. Este modo de actuar es el
único modo de imitar a Dios.
“¿Será verdad que la compasión puede llegar no del templo ni de los canales
religiosos oficiales, sino de un enemigo proverbial? Jesús mira la vida desde la
cuneta, con los ojos de las víctimas necesitadas de ayuda. No hay duda. Para
Jesús, la única manera de parecernos a Dios y de ser humanos es actuar como
aquel samaritano … Lo decisivo no es la teoría, sino la compasión que lleva a
ayudar al necesitado … Su perdición, por el contrario, está en la indiferencia
ante el sufrimiento”.46
46
José Antonio Pagola, Recuperar el proyecto de Jesús, (Madrid: PPC. 2015) 67.69
31
Finalmente, la compasión que practicó y vivió Jesús transformó esquemas mentales de su
tiempo. Para Jesús el prójimo no era únicamente el miembro de Israel, sino todo ser humano,
por lo cual, quien se compadece es capaz de compartir-con el otro su dificultad, es decir, que
no juzga ni condena, sino que con su conducta revela el rostro de Cristo. En este punto quiero
ofrecer un ejemplo actual de lo que considero es un modelo de compasión. Un compañero
sacerdote visitando un día una comunidad, vio a un niño dentro de una canasta. Cuando se
acercó a verlo, el rostro del niño estaba repleto de moscas, parecía una momia y era inválido.
Este compañero, sabiendo lo que implicaría ayudar al niño en esta cultura, decidió alzarlo,
llevárselo y darle vida. Este es uno de los muchos testimonios que permiten anunciar a Cristo,
siguiendo su ejemplo de entrega en favor de los demás. Al misionero se le reveló Cristo en
aquel niño, y sujetándose a Cristo comprendió que la cruz es amor y entrega desinteresada. Esa
es la gracia cara, esa es la fe, esa es la Iglesia misionera, ese es el misterio del mal que se vence
desde la verdadera cruz, ese es Dios que continúa con la misión salvífica en medio de los seres
humanos; esa es la Iglesia en salida, esa es la nueva evangelización, ese es el rostro de Dios.
8. Conclusión
Ya la introducción marcaba la hoja de ruta por la que se iba a desarrollar la memoria. Pero
llegados a este punto presentamos unas breves conclusiones en torno a la misión de la Iglesia
y la cruz.
1. La Iglesia como signo e instrumento de Cristo tiene la tarea de continuar la obra del
Hijo. Pero esta obra se hace desde la certeza de que Dios es el primer misionero. Por lo
tanto, a donde llega el misionero llega el mismo Cristo a través de su Iglesia. El
sacramento propio de Cristo es la Iglesia, de lo cual se deduce que la Iglesia es objeto
de fe por ser presencia de Jesucristo. La misión de la Iglesia encuentra su forma y
estructura en el misterio del Verbo encarnado. Es una Iglesia que no vive para sí, sino
que sale de sí misma.
2. La utopía de Jesús sigue contando con la cruz, pero no como una cruz que únicamente
simboliza dolor, fracaso, vergüenza, etc. sino todo lo contrario, una cruz de la veracidad,
del amor. Se trata, paradójicamente de una cruz que simboliza la victoria frente al odio
y a la muerte. Jesús nos ha llamado a seguirlo porque su persona es el “camino, la
verdad y la vida”. Un camino que en verdad acarrea desapegos, para garantizar el total
espacio para Dios. Muchos han entendido la cruz como algo que se debe evitar, algo no
tan bueno o que solamente le pertenece a Jesús. Otros, la interpretan desde el desapego
a lo material o afectivo. Sin embargo, la cruz es una revolución porque todavía hoy
sigue tocando y provocando a nuestro modo de pensar y de vivir. La cruz es apertura a
Dios y a la vida. La misión de la Iglesia surge de la cruz de Jesús. Por lo cual, una
Iglesia sin cruz no ni misionera ni Iglesia. Es inadmisible entender la misión de la
Iglesia al margen de la cruz.
3. Tanto la Iglesia misionera como la cruz son objeto de fe, por ser revelación de Dios. Él
dio su palabra definitiva en Cristo, mostrándonos su verdadero rostro. Un Dios de vivos,
no de muertos. El misionero debe mostrarse de acuerdo en que la misión de la Iglesia y
la cruz son siempre revelación. Asimismo, Dios sigue revelándose hoy en las culturas
32
donde la Iglesia se hace presente, llena de la fuerza del Espíritu, anunciando la vida en
abundancia. Esta Iglesia -testimonio, coherencia de vida y manifestación del mensaje
de Jesús- es creíble para el ser humano, que puede adherise a Dios por su medio.
4. En los contextos particulares de la misión Dios se revela no solamente a través de las
Escrituras o de los sacramentos, sino a través del sufrimiento del inocente. Este
sufrimiento injusto nos lleva a tener claras algunas certezas en torno a la condición
humana. En primer lugar, el hombre es limitado porque es creatura. Segundo, el pecado
pertenece a la historia humana, no a Dios. Pero no parece que pertenezca
exclusivamente al hombre. Estamos antes un misterio de iniquidad (2Tes 2,7).
5. La cruz es manifestación del amor de Dios, es don, es disponibilidad, es dar la vida por
los demás, es seguir a Jesús, es atender su llamado. Esta certeza de la cruz como amor,
radica en el corazón de la Iglesia misionera, que asume el sufrimiento del inocente y
desde allí proclama que el dolor no es querido ni aprobado por Dios. El problema del
mal es una realidad que nos supera, pero no anula la certeza de que Dios salva y que
nosotros cooperamos. El misterio del hombre se resolverá solamente en el misterio de
Cristo (cfr. GS 22).
9. Bibliografia
Magisterio de la Iglesia:
• Constitución Dogmática. Dei Verbum; Sobre la divina revelación. 1a. ed. La Paz:
Paulinas, 1965.
• Evangelii Nuntuandi; La evangelización, Exhortación Apostólica de su Santidad Pablo
VI, 1975.
• Iglesia Católica. Papa (2013: Francisco). Evangelii Gaudium: Exhortación Apostólica
Del Santo Padre Francisco: Los Obispos, a Los Presbíteros Y Diáconos a Las Personas
Consagradas Y Los Fieles Laicos: Sobre El Anuncio Del Evangelio En El Mundo
Actual.
• V conferencia general del Episcopado Latinoamericano y del caribe, Documento de
Aparecida, 29 junio 2007.
Documentación asignaturas:
Autores:
33
• Ellacuría. I, La iglesia de los pobres, sacramento histórico de liberación, ECA, octubre-
noviembre, 1977.
• Greshake, Gisbert, ¿Por qué el Dios del amor permite que suframos?, Salamanca:
Sígueme, 2014.
• Gutiérrez, Gustavo, Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente, Salamanca:
Sígueme, 2006.
• Kreiner, Gotti im Leid. Zur Stichhaltigkeit der Theodizee-Argumente, Freiburg i.B.
1997.
• Küng, Hans, Gott und das Leid, Einsiedeln-Zürich-Koln 1967.
• Nisa, Gregorio, ComCant IX (GNO 293, 3). Cf. PESCH, O.H.; PETERS, A., Einfüh-
rung in die Lehre von Gnade und Rechtfertigung, Darmstadt 1981.
• Pagola, José Antonio, Recuperar el proyecto de Jesús, Madrid, PPC, 2015.
• Solle, D, Leiden, Stuttgart-Berlin 1973, 32s version cast.: Sufrimiento, Salamanca
1978.
• Theissen, Gerd. Merz, Annette, El Jesús histórico Salamanca: Sígueme, 1999.
• Weisser, Giobbe: Brescia 1995.
34