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jue. D. /.su“/¿lnis .

TheJournal of Croatian Literature


3-4/2013 Lengua de ruisefior
Publisher Croatian Writers Society
Editor in chief Roman Simié Bodrozié Panorama del cuento croata
Assistant editor Jadranka Pintari¢ contempordneo
Proofreading Nikolina Zidek, Ana Ojeda

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Croatian Writers Society
Basaricekova 24, Zagreb, Croatia
Tel.: (+3851) 4876 463, fax: (+385 1) 4870 186

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O authors

Design and Layout Crtaona, Zagreb


Prepress by Maja Glusié
Printed by Grafocentar, Zagreb

ISSN 1334-6768
Thejournalisfinancially supported by the Ministry of Culture ofthe Republicof
Croatia and by the Municipal Funds of the City of Zagreb.
Maja Hrcovié

Zlatka

Mi cabeza colgaba del borde del lavacabezas plástico como


un pistilo pesado. Zlatka se abría paso hasta el cuero cabe-
lludoa través del peso mojado de mi melena con movimien-
tos circulares y lascivamente lentosy suaves de sus dedos.
El placer me bajaba por el cuello como un hormigueo; cerré
los ojos. De todas maneras, las yemas de sus dedos estaban
seguras de su experiencia de manera seductora.
Luego me hizo sentar ante un gran espejo. Por él captaba
los chasquidos dela tijera cortando mis puntas desgastadas,
Y las dos comas incrustándose en los bordes de la boca de
Zlatka, que me decía: “Ya pondré en orden esta melena”.

Yo vivía cerca de la estación de ferrocarril, en un barrio


construido hacía varias décadas para el personal ferroviario
y sus familias. De las filas paralelas de las alargadas casas
deunsolo piso resaltaban las chimeneas rigidas como lápi-
das. Las ruinosas y feas criaturas de hormigón, separadas
porestrechas franjas de terreno municipal y algún queotro
castaño salvaje, temblaban ante las ráfagas de rdpidos trenes
provenientes de Budapest y Venecia.
Miapartamento era tan solo una continuación de la mi-
48 Maja Hrgovié Zlatka 49

seria pintoresca del barrio, crecido como una rama


de una tramo. Los indigentes de narices rojas tambaleaban con las
morera vieja y asquerosa. Tenía a mi disposición dos habi- botellas y cargaban tras de síuna pestilencia pesada. Desde
taciones, perouna de ellas olía tanto a humedad y larvas los altavoces chirriaban publicidades para concursos con
que
en seguida renunciéa usarla. Dormía, leía y comía enlaotra, premios, perfumesy la promoción de embutidos en el su-
más grande, en la que -talvez por el sofá-cama rojo, el único permercado del nivel menos uno.
mueble nuevo en el apartamento-, tenía menos la impresión Ese invierno la vida rodaba en un circulo sin fin: borra-
de que alguien había muerto allí hacía poco. El placar se chera, resaca, sueño. A pesar de que estaba prohibido, cru-
parecía a unataúd colocado verticalmente en el quealguien
zabalasvías cerca de la casa del guardavía. Me levantaba los
ingenioso había colocado estantes. La ventana grande y pantalones para que no se me ensuciaran conla espesa grasa
cuadrada tenía vista sobre otra casa de un piso, horrible negra que cubría las vías, y las saltaba mirando a diestra y
como la mía, y la suficiente luz como para hacerme sentir siniestra. En el bar El Ferroviario me quedaba hasta el cierre.
constantemente privada de algo. Alavuelta, cuando me arrastraba ya caída la noche devuelta
El frío de afuera trepaba a través de los carcomidos mar- a casa, borracha, prestaba menos atención a la suciedad de
cos de las ventanas y hacía que, mientras respiraba, las vías: después de unas semanas en el nuevo barrio, las
mi
aliento se evaporara de la nariz en livianas nubecitas. Pare- piernas de todos mis pantalones estaban arruinadas con esa
cía imposible calentar el espacio. Estaba sentada allado del grasa negra, imposible de quitar.
radiador, envuelta en una manta.
Aunque vivía sola, la presencia de otras personas me *E
arropaba constantemente: a través de las paredes, dema-
siado finas, me llegaba cada palabra de las riñas de los veci- ConocíaZlatka el día que en El Ferroviario tocaba el DJ Caos.
nos, y a la noche, cuando hacían las paces y follaban, podía Quería ir al concierto; no tanto para escuchar el drum and
decir quién terminaba primero, dependiendo del grado de bass balcánico, como por el miedo a la soledad que segura-
los gemidos y chillidos de cada uno. mente llegaría a mi núcleo vibrantey triste si me quedaba
encasa sola conmigo misma por la noche, con todos aquellos
pensamientos sobrios y los interminables gemidos del apar-
tamento de al lado.
A través del paso subterráneo mal ventilado, adornado con Otra vez nos quedamos sin agua caliente. Tenía el pelo
publicidades de neóny vidrieras de pequeñas tiendas, en grasoso desde hacía días. Entré en la primera peluquería
ráfagas, imparables como unvirus, trabajadores y estudian- que encontré: de hecho, era poco más grande que un quiosco
tes corrían hacia el centro de la ciudad. Los autobuses en- devidrio, apoyado contra la sala del conjunto folklórico El
clenques en los que llegaban de los suburbios al principio Maquinista. Se llamaba Rin Tin Tin, era unisex y tenía pre-
del paso subterráneo reunían fuerzas para acometer el nuevo cios asequibles.
50 Maja Hrgovié
Zlatka
51

Zlatka estaba sola en el salón. Cuando entré, aplast


ó el
cigarrillo contra el borde del cenicero y dejó la revista que metal de un lado al otro del escenario, y tras él searrastra-
estaba hojeando. ban los cables. Cada dos por tres, Caos se paraba para dar
—¡Pase! -dijo. golpecitos en el micrófono y decir: “Check, check, un-dos,
La belleza de su cara -los pómulos marcados y grande un-dos”.
s
ojos oscuros, la nariz, los labios, el flequillo, el mentó Alguien festejaba su cumpleaños, las bebidas empezaron
n- no
coincidían con el interior de Rin Tin Tin. En un armario que aservirse mds rápidamente, el ambiente dea poco se ponía
parecía sacado de un basural estaban amontonadas las cajas más suelto, las frases se hacían cada vez más divertidas y
de pldstico con ruleros, tijeras y champús, dos ramitos de cómicas. Alguien alabó mi nuevo corte; era raro recibir un
rosas disecados, el listado de precios enmarcado y una foto cumplido, tal vez me hubiera sonrojado un poco. El tiempo
de un perro sonriente. En las paredes de vidrio estaban pe- volaba como cuando nos enamoramos por primera vez: di
gados varios posters pálidos de mujeres con voluminosos la siguiente vuelta y el club ya estaba lleno, la oscuridad
peinados. perforada sólo por las luces estroboscópicas y la voz de DJ
-Sólo lavado y secado, por favor -dije. Caos que finalmente había logrado distribuir sus equipos
Tenerel pelo sucio me hacía sentir incémoda y me daban por el escenario. Tomó el micrófono con confianza y regaló
lástima los dedos de Zlatka, quese abrían pasobajo el chorro al público enloquecido una ráfaga de besos. Prometió: “¡Esta
cálido a través de mis rulos grasosos. nochevamosatener un fiestón!”; lo que generó una serie de
Me dijo que tenía las puntas florecidasy que había que aullidos en las primeras filas del calibre de los que genera,
cortarlas. Le dije que lo hiciera, los precios de Rin Tin Tin en general, la depilación del cavado. Cuando empezó la mú-
eran en verdad bajos. sica, demasiado ruidosa, los fanáticos también comenzaron
a hacer ecoy revolear sus miembros por la pista de baile sin
coordinación. En seguida se hizo evidente la problemática
de la ventilación: la pasión de los fans de DJ Caos, conden-
El temprano y tierno crepúsculo invernal en El Ferroviario sada en gotas de sudor, ascendía hacia el techo y terminaba
no significa mucho: de todas formas, el día no penetra babeando las ventanas.
a
través de los vidrios tapados con las telas pintadas, y enlas Vacié otro vaso de bebida blanca que, mientras no mi-
butacas siempre se estd como en una catacumba. En la barra raba, habían puesto frente a mí.
yo envolvía alrededor de mis dedos mechones de mi De la masa de bailarines surgió ella, que sc abrió paso a
pelo,
brillante y rechinante tras el lavado y el recorte, y dejaba los empujones para llegar junto a mí, en la barra, Llamó
a
que la camarera me llenara la taza con vino caliente que la camarera con un billete arrugado y gritó con una voz
sacaba con un cucharón de una olla grande, comosi hubiera ronca: “jUna cerveza, grande!”. La reconocíen seguida,
aun-
sido sopa. Detrás de mí, el DJ Caos empujaba un cajón que se veía diferente: el pelo suelto, la máscara hermos
de a-
mente corrida bajo los ojos. No podía dejar de mirarla
.
Zlatka 53
s Maja Hrgovié

—¡Ey, hola! -la saludéa como si hubiera querido contarnos un secreto. Tomé otro
los gritos, intentando imponerme
al ruido circundante. sorbo de mi bebida y me corrí. Esperaba que Zlatka hiciera
lo mismo.
Me miró fijamente como si tuviera problemas de vista,
sólo un segundo; en el siguiente "ya sonrió ampliamente, se Pero Zlatka no se movió. Dejó que se sentara a su lado,
inclinó hacia mí y me preguntó con la voz quebrada qué en mi lugar, y hasta se le acercó. La grasienta chaqueta de
quería tomar. Indiqué la olla humeante, ella también pidió cuero la escondió en parte de mi mirada. Pero veo bien que
se ríe coqueta, que disfruta de los halagos. Una ola de des-
un vino caliente y se sentó a mi lado.
ilusión se quedó con la ilusión que había sentido hasta ese
—¿Estás sola? -le pregunté y eso era suficiente para em-
momento por mi nueva peluquera.
pezar, para llenar la conversación con banalidades.
Me sentí abandonada e insegura, parada como estaba,
Estaba sola, había venido al show directo del trabajo. No
sola, detrás de la espalda revestida porla chaqueta de cuero.
le importaba DJ Caos, nunca había escuchado una canció
n Me acerqué a la pista de bailey bailé un poco alrededor de
de él, sólo tenía ganas de salir a algún lado. Dijo que en la
mivasoy luegolo vacié para que no me molestara y dejé que
radio habían regalado entradas, había llamado, contestado
me absorbiera la masa de bailarines. En dos minutos ya me
mala la pregunta, pero igual le habían dado dos entradas.
bamboleaba de un lado a otro y gritaba trozos de versos sin
No había podido convencer a nadie para quela acompañara,
sentido a mi puño cerrado como si hubiera sido un micró-
amitad de semana, sus amigos tenían hijos, trabajaban, no
fono, trozos quese repetían sin cesar, como enun CD rayado.
tenfan ganas... casi había renunciado. Pero ahora estaba
Miflequillo pronto seaflojó por la humedad, el calorallí
contenta de estar allí, conmigo, Por cierto, se llamaba Zla-
dentro era parecido a un derrame cerebral. En el momento
tka.
justo, sacándose de adelante alos jóvenes bailarines de torso
-Quélindo nombre -dije y eso sonó más tierno de lo que
desnudo, Zlatka apareció ante mí con una sonrisa y dos ja-
quería.
rras de cerveza.
Un tipo horrible con chaqueta de cuero se nos acercó
—¡Este DJ estd hecho uncaos! -gritó en mi oído y empezó
cuando se cortó la luz. Hubo un cortocircuito, las luces se
a menearse en una parodia de baile que me hizo reír.
apagaron, paró la música también, la gente empezó a mo-
Sacudía su melena como si estuviera en el concierto de
verse nerviosamente. Todo se resolvió enun pardeminutos,
Sepultura’, movía el cuello al ritmo de la músicay al final de
Caos gritaba un poco al micrófono, toqueteaba los cables y
cada canción gritaba tanto que se le marcaban las venas del
nibien lo arregló, subió todavía más el volumen. De nuevo
azotados por las luces estroboscópicas, los parranderos
cuelloy las mejillas sele ponían rojas. De pronto todo estaba
bien de nuevo, comosi aquel tipo ni siquiera hubiera existido.
reanudaron el chillido agradecidos.
Nibien volvió la luz, el tipo con chaqueta de cuero quiso
a toda costa meterse entre Zlatka y yo. Quería tomarnos
desprevenidas, se nos acercó por la espalda y nos abrazó *Sepultura es una banda brasileña de heavy metal.
54 Maja Hrgovié
Zlatka
55

La gente que nos rodeaba era solo un fondo


en mo-
vimiento, extras de una pelicula que protagon antro, frío, en el sofá-cama con el acompañamiento musical
izdbamos
nosotras dos. Me dejé llevar. Por momentos sentía que del chillido de la caldera, me encogí de hombros un poco
la más. Llevar a Zlatka allí era impensable.
euforia, densa y saturada, se condensaba adent
ro mío, en
los pulmones, enel esófago. Necesitaba abrir la bocay -OK, vayamos a mi casa -dijo ella como si intuyera en
gritar
algo, cualquier cosa, sólo para que saliera de qué estaba pensando yo.
mí, en aquel
ruido, esa cosa. Empezó una canción enérgica y los Hizo sonar sus llaves e indicó un viejo Yugo' blanco apar-
mucha-
chos semidesnudos empezaron a saltar, empu cado en frente de la entrada en el bar.
jándonos la
una contrala otra. Me sostuve de su antebrazo, resba
ladizo
por el sudor. Entonces me dio un beso en la mejil
la, así,
simplemente, Sentf algo por ella que me dio vergi
ienza. Ambas estábamos posponiendo el momento de ataque, ju-
Zlatka sonreía.
Después del concierto la mayoría abandonó gábamos a posponer el placer que -quedó claro ya en el
la pista
rumbo a los baños y la barra. Siguió el repertorio music coche,ya en el ascensor- cuyo advenimiento erainminente
al y seguro, como la sobriedad.
del bar, y nosotras nos quedamos bailando todavía un
poco
más, pateando los vasos de plástico con los pies. El apartamento de Zlatka se encontraba en el octavo piso
—Odio los cierres -dijo Zlatka alicaída. La lengua de un rascacielos de Sopot.
se le
trababa. -En seguida me pongo sobria del horror cuan —Pequeño, pero poderoso -dijo ella, parafraseando el
do anuncio de Daewoo Tico, abriendo la puerta y dejándome
apagan la música y encienden las luces. Y cuan
do veo las pasar primera.
botellasy los vasos por todos lados... Es como un apoca
lip-
sis.
Se entraba por la cocina hacia una habitación espaciosa,
Yo estaba de acuerdo. De alguna manera todo era con una pared de vidrio, que la separaba del balcón, estre-
más cho, con la balaustrada de hormigón. No podíamos hacer
soportable en la oscuridad.
ruido para no despertara Mila, que dormía en la habitación
Cuando salimos, nuestros cuerpos estaban emana contigua. Las fotos enmarcadas de Zlatka y su hija nos son-
ndo calor. reían desde el armario. Sin sacarme el abrigo, salíal balcón
El frío nos hizo esconder nuestros cuellos entrelos hombros,
como los pavos. Estábamos paradas en la puerta para tomar un poco de aire. Estaba un poco mareada; las
del local y
mirábamos la oscuridad que nos rodeaba. Lejos, siguiendo formaciones de hormigón ondeaban ante mí comoel pasto.
las vias, se veía la estación a los lejos. Ahí abajo, en la profundidad, estaba serpenteando la Ave-
—¿Qué quieres hacer? -me preguntd. No tenía ganas de nida Dubrovnik. Los coches pasaban manfacamente los
iracasa. El mero pensamiento de que esta noche, tan
exu-
berantey viva, pudiera marchitarse en la ansiedad
de mi
“Maderca
automóvil producidoen la antigua Yugoslavia.
56 Maja Hrgovié Zlatka
57

semáforos, a la caza del verde. Detrás de mí, Zlatka puso


un son poco interesantes. Las suyas en cambio son pequeñas,
compilado de hits de los años sesenta.
piramidalesy blandas. Las sostenía con los ojos cerrados,
“Why carrt I'stop and tell myself "m wrong, 'mwrong, conteniendo la respiración, hasta que sentí sus pezones
so wrong”, cantaba dulcemente una mujer, quizás
negra. endurecidos contra mis palmas. Entonces los besé, con ter-
Zlatka se acercó a mí y se ubicó junto ala balaustrada.
nura, como si hubiera estado besando a alguien amado por
—Ves este rascacielos -apuntó con el mentón hacia
el edi- no poder tenerlo. Me apretó más fuerte: soy tuya. Su apro-
ficio del que nos separaba una cancha de baloncesto-.
Ayer bación me excitó, quería complacerla como a una deidad
una mujer cayó del balcón del octavo piso, acá enfren
te. Se mítica. Besé su cuello y me moví bajo la sábana como una
agachó y se cayó -Zlatka miró abajo, a la oscuridad-.
Todo el lombriz debajo de la corteza deunárbol. Le quitélas bragas.
tiempo pienso en eso. Me preguntosisetiróa propós
ito, digo, Prestaba atención a cada movimiento de su cabeza, cada
lasbalaus
son tra
bastandas
tealtas y uno no se cae asf nomds. estremecimiento, cada respiración. Gimió. Sólo una caricia
Bajé la mirada al precipicio de la planta baja. Imaginé conmilengua ensu clitoris. Gimió de nuevo. Abrió aún más
a
los policías y forenses empujándose alrededor
del cadáver las piernas, arqueó su cintura y echó la cabeza para atrás.
de una ama de casa obesa y la mancha de sangre sobre
la
acera después de la pesquisa.
—Esta mañana en el ascensor una de sus vecinas
me dijo
que ayer muchos de los que viven ahí no fueron a trabaj
ar Es de mañana, las persianas están levantadas, la habitación
de chusmas, sólo para poder mirar qué pasaba. Estaban llena de luzy Zlatka detrás de mí sigue roncando varonil-
pegados en sus balcones como si hubieran sido palcos
, toda mente.
la tarde ahí. Parásitos primitivos, así es la gentea
cá. Loprimero que veo antemíalsalirde sus brazos esla cara
—Es lo mismo en todos lados -dije. sonriente de una niña de unos diez años. Tiene el pelo castaño
Abajo en la avenida un coche cruzó en rojo.
hasta los hombros y está arrodillada ante mí. Sus ojos som-
nolientos están cerca de los míos, como siun momento antes
Zlatka me ofreció su cepillo de dientes. Me duc

y usé su me hubiera dado un beso o me hubiera olfateado, como un
Jabón líquido, me puse su loción sobre el cuerpo, me
quité perro. Mientras me doy cuenta de que ésta es Mila, ella ya
el maquillaje con su quita maquillaje y su almohadillas
de estádepie, haciendo ruido conlas tazas enla cocina, abriendo
algodón. Cuando terminé, me alcanzó una camiseta
rosa el agua enel lavabo, abriendo las alacenas.
conla imagen de Blancanieves. Abrimos el sofá-cama
entre “¿Quététe gusta? -me pregunta cuando de nuevo apa-
las dos, pusimos las sábanas y apagamos la
luz, rece ante mí. Incómoda, me siento en la cama y en seguida
Yo empecé. Extender las manos hasta alcanzar los pechos el dolor se me incrusta en las sienes. Me siento tonta en la
de Zlatka se sentía natural: parecían hechos a la medida de
camiseta arrugada de Blancanieves.
mis palmas. Mis tetas son redondas y comunes, de
hecho, —-Dementa -le digo conuna voz ronca y rechinante. Estoy
58 Zlatka
Maja Hrgovié
59

confundida y lenta. Le sonrio insegura a Mila, que empieza frente a la cancha donde algunos niño
s juegan al básquet,
a contarme sobre su clase de música y que hoy tiene un exa- A pesar del frío, no tienen puestas sus
chaquetas. Se tiran
men de audición que consiste en que la maestra pondráun Uunos contra otros, con las caras rojas,
gritando. Mila se
CD fragmentos de, por ejemplo, Mozart o Beethoven, para ajusta la bufandya le da un besoa Zlatka, que selo devuelve
quelos descubran el nombre de la composición, por ejemplo sobre la frente. “Frente inteligente”, dice.
Yo digo: “¡Suerte
“réquiem” o “sonata Patética”. Sujovialidad tiene un efecto en la clase de música!”, Mila dice: “Thanks”
y sale del auto.
benéfico sobre mi sensación de molestia. Me relaja. La observamos mientras corre haciaun grup
o de niñas que
Mila deja el tésobre la mesita a milado y sacude el ante- ríe con un bolso cuadrado. Una la saluda con
la mano, ale-
brazo deZlatka, “¡Dale, mamá, que tengo pre-horal” y seva teando como el sefialador de la pista de aterr
izaje con las
al baño, Zlatka abre los ojos lentamente y cuando me vea su banderas de semáforo. Se tira una a los brazos
delaotra, tan
lado, esboza una sonrisa perezosa y de nuevo sumerge la fuerte que los mechones de Mila que sobr
esalen debajo del
cabeza en la almohada. gorro se sacuden con fuerza.
—Así que, la pre-hora - suspira después de un tiempo, -Son compañeras de pupitre -aclara Zlatka,
que en se-
intentando salir dela cama. Cuando se da cuenta de que está guida pone primera y arranca lentamente.
completamente desnuda bajo el edredón, se envuelve en él El resto del viaje es más o menos horrible.
Sentimos la
Y se convierte en una larva. Le paso en silencio la camiseta ausencia de Milyano tenemos cómo reemplazarla
. Como si
estirada que anoche sacó con determinación para abando- lo de anochele hubiera pasado a otras personas
. El embote-
narla en algún lugar de la oscuridad de la habitación. llamiento en el que quedamos atrapadas avan
za a paso de
Desayunamos cereales con yogurt. Desde la caja nos hombre. El atasco camino al centro parece de
una eternidad
sonríeuna ardilla encorvada sobre una gran nuez como una impermeable. -Siempre es así, todas las mañanas
-dice
vidente sobre su bola de cristal. Zlatkyayo compartimos la Zlatka-. Simplemente no se puede evitar. Yo ya
nime pongo
resaca en silencio, pero eso no la hace más soportable. Mila nerviosa. Sin embargo, sus dedos sobre el volante
se mueven
esla única que parece sinceramente feliz: habla de la escuela, inquietos, y cuando los baja a la palanca de camb
io, dejan
cuenta acerca de sus materias preferidasy se autoalaba por su huella húmeda. Tiendo la mano hacia la radio, siento
la
las notas obtenidas al final del semestre anterior. necesidad de una canción, cualquiera, para dist
ender algo
Frentea la puerta del edificio, subimos al Yugo de Zlatka. la situación. Hasta vendrían bien losjingles prom
ocionales
Llevaráa Milaa la escuela, me llevará a mía casay luego se de Konzum.
iráal trabajo. -No funciona -Zlatka dirige una mirada comp
laciente
La escuela estácerca. En el camino por las calles mojadas alaradio-. Murió.
de Nueva Zegreb veo: muchos ángulos rectos, la muchedum-
bre enlacalle, algunos semáforos, las vías del tranvía detrás

de un seto poco podado. En un par de minutos ya estamos “Konzum es una cadena de supermercados.
60 - Maja Hrgovié
Zlatka 61

—¿Anoche no escuchamos la radio, mientras fbamos a tu


casa? tranvía repleto salen jubilados con grandes bolsas de tela.
—En nuestras cabezas, tal vez. Se siente el aroma del café por todos lados.
Seguimos en un silencio opresor. Zlatka ajusta la tem-
Dejo que los semáforos determinen mi ruta: donde se pone
peratura dela calefacción, juega conla palanca de cambios,
mira a lo largo del río amarronado. Yo miro los coches nau- verde, ahí giro. Camino a lo largo de la baranda del jardín
botánico: miro hacia el charco tristey disecado, que en mayo
fragados en el puente. En la mañana de hoy, la mayoría son
se convertirá en un pequeño lago romántico, como en un
de color rojo.
tapicero a punto de cruz. Camino por la franja asfaltada
Zlatka aparca frente al Rin Tin Tin; le dije que no tenía
cruzando el jardín delante de la escuela, un camino hin-
que llevarme hasta casa, que vivía muy cerca de allí, “a la
chado sobre las raíces de los castaños. El comedor escolar
vuelta de la esquina”. Antes de salir del coche, nos queda-
estamañana emanaolora pollofrito, a aceite quemado que
mos sentadas un rato. Deberíamos decir algo, hacer la des-
flotay seadhiere al cesto oxidado de la canchay en los ban-
pedida amena, normal. Sin embargo seguimos calladas y
todo es raro, como inacabado y tembloroso, inseguro. En- cosal lado del seto más alejado.
Entro enunbarcito, en una pequeña plaza. Ya estuveacá
tonces alcanzamos las manijas de las puertas al mismo
alguna vez. Saludo con la cabeza al camarero de manos pe-
tiempo ysalimos. Sonrisa y “hasta ahora”, y eso es todo. En
ludas que da cazaalos vasos sucios en el lavabo lleno deagua
un par de pasos Zlatka llega hasta la peluquería y desaparece
y espuma, dándoles con la esponja enérgicamente. Le digo
detrás de la puerta de vidrio y la pegatina que indica: “Em-
de paso “Un café solo, por favor” y subo por la escalera de
pujar”.
madera al primer piso. Arriba no hay nadie. Miro por la
Me quedo sola.
ventana y observo: la florería, el quiosco, el puesto de sal-
chichas, el barrendero que detuvo su triciclo delante de la
En vez deir hacia mi apartamento, cruzo las vías y me dirijo
panadería para comerse un bollo en paz. En la pared que está
devueltaal centro. Alas ocho dela mañana la ciudad parece
detrás de él, un grafiti dice: “IGOR” en rojo, enmarcado por
suficientemente desconocida como para que me parezca
posible perderme en ella. No recuerdo la última vez que
un corazón atravesado por una flecha.
estuve despierta tan temprano, Todo me parece interesante:
Entoncesveo el reloj de calle. Está arriba del monumento
al soldado parado sobre la punta de los pies, con una ame-
los adolescentes con sus mochilas llenas de dibujos y sus
tralladora en la mano y una mueca en la cara. Las agujas
chaquetas infladas que corren hacia la parada del tranvía:
indican las doce menos cinco. No puede ser tan tarde.
las mujeres y los hombres con ojeras que avanzan por las |
escaleras mecánicas y echan miradas turbiasa las primeras -Perdón, ¿qué hora es? -pregunto al camarero queacaba
planas de los diarios que el canillita gordo agita mientras de traerme el café. Me indica con el mentón el reloj de la
grita los titulares con voz de bajo. Un poco más lejos, del pared de enfrente. Poco más de las nueve. Son las nueve
pasadas.
62 Maja Hrgovié Zlatka
63

Miro fijamente el reloj roto de la plaza y luego la cara del tado. Con él dibujo alrededodel
r nombre de Zlatka un cora-
soldado de latón. Ésta esmi señal, seme ocurre, esas 2ón y una flecha que lo atraviesa. Guardo el
mane- lápiz enel bolso
cillas trabadas. Tomo el café rápidamente, agarro mi bu- y me dirijo hacia mi casa.
fanda y el bolso y bajo; pago, salgo. Delante de la panadería En el camino la imagino sorprendida, acer
cándose al
ya noestá el barrendero, pedaleó más adelante. El cielo está vidrio, abriendo la puertay tocando con los
dedos los gru-
gris, el aire estd peligrosamente frío, y la plaza másviva que mos del lápiz atrapados en las letras. Me imag
ino una son-
antes. risa que le arquea la comisura de sus labios
y le suaviza toda
—Podría nevar -una mujer conversa por su celular. Paso la cara, esas patas de gallo en forma de rayos
de sol. Me río
junto a ella, vuelvo hacia el jardín botánico, hacia la esta- sola, primero de manera contenida, en voz baja,
y luego de
ción, camino rápido, corro. Tranvías, personas, coches. manera incontenible; grito, me río fuerte, estoy
feliz. Un
Corro a través de las imágenes de la ciudad tan rápido que grupo de borrachos sentados frente de una pequ
eña tienda
noalcanzan adherirseme. Luego no me acordaré de nada, ni me miran sorprendidos, apretando las botel
las contra sí,
siquiera de que, al cruzar las vías, me levanto el pantalón y obtusos, frunciendo el ceño.
las salto como enun ensayo de folklore, ni de queallado de
la casa del guardavías ya me falta el aliento, pero de todas (del libro Gana aquel al que menos le importa,
2010)
formas sigo, más rápido, de pronto comprendía que eranlas
doce menos cinco. Para cualquier cosa. Traducción: Nikolina Zidek
En el Rin Tin Tin, miro a través del vidrio, sólo está Zla-
tka. Recuperando aliento la veo muy cerca del espejo, cor-
tándose el flequillo con la ayuda deun pequeño peine. Está
tan concentrada que en ningún momento mira hacia afuera,
tal vez ni siquiera pestañee. Cuando termina, se aleja y se
sopla el flequillo. Entonces desaparece detrás de una pe-
queña puerta, donde debe estar el baño.
El bombeo de mi corazón resuena en mis oídos mientras
busco el lápiz labial en el fondo de mi bolso. Lo saco y apoyo
supunta contra el vidrio. Mis manos tiemblan un poco. Me
zumban los oídos. Nolo plancé, el lápiz comenzóa resbalar
solo por el vidrio: primero una granZ, temblorosa, de color
bordó. Es como liberación de algo. Después escribo: L-A-T-
K-A. Zlatka. Ella todavía está detrás de aquella puerta. Mi
respiración es entrecortada. Mi lápiz labial casi se ha ago-
Maja Hrcovié

El culo de ballena

Los levantamos cerca del mediodía, enla ruta; tan caliente,


que el asfalto brillaba como combustible derramado. Los
tres tenían las camisas y los jeans arremangadosy entrece-
rraban los ojos hacia un sol enceguecedor, por donde vini-
mos nosotros ronroneando en un Skoda. Los uniformes no
me sirvieron para distinguir a cuál de los tres ejércitos
pertenecían, pero el conductor y su mujer sí deben haberlo
sabido: eran más grandes que yo y parecían lo suficiente-
mente sensatos para no levantar a la persona equivocada.
Los soldados no demostraron demasiado entusiasmo
cuando paramos frente a ellos. La mujer del conductor giró
con energía la manivela de la puerta y bajó el vidrio al
máximo.
— ¿Adónde? -gritó intentando tapar el ruido del motor.
Mencionaron la capital y luego uno por uno levantaron
sus mochilas-tubérculo que habían tirado sobre la tierra.
Me corrí hasta el fondo del asiento trasero para hacerles
lugar.
Tenían casi la misma altura y llevaban los mismos
uniformes. Lo único que los distinguía era la cantidad de
lavados que había tenido el color de su camuflaje. El del
uniforme más oscuro se sentó a mi lado y los otros dos se
66 Maja Hrgovié El culo de ballena 67

amucharona sulado. La mujer del conductor subió el vidrio de mi espalday tomarme por la cintura. De a poco ahuecó
hasta la mitad para que no le diera el viento. Seguimos. su mano temblorosa en torno de mis costillas, desnudas
En el auto hacía calor y los soldados, sabiendo que he- bajo mi remera, hasta que llegó a uno de mis pechos. Vaci-
dían, contaron que en el lugar de donde venían no había lando -solo un momento-, apoyó la palma de su manotier-
duchas. Tenían un acento campechano. Ala mujer del con- namente, como si hubiera sido un grano de café en la
ductor leinteresaba saber cuánto tiempo hacía que estaban cumbre de un flan. No alcancéa protestar, ni tampoco que-
en la zona de accióny esto hizo que los dos del otro lado ría hacerlo; el placer que me provocaba su mano casi me
comenzaran a parlotear. Sólo el tipo a mi lado se mantuvo escandalizó. Giré y miréa mi compañero de viaje de manera
callado. A veces agregaba algo para complementar lo que inquisitiva, pero él tenía la vista fija hacia adelante, por
decían sus compañeros, Tenía un lindo tono de voz. Lo miré encima del hombro del conductor, en el camino que serpen-
desde un costado: era buen mozo. Hastalas ojeras le queda- teaba a lo largo del cañón. Era como si lo de su mano y mi
ban bien: un macho sufrido, muy adecuado para una fanta- pecho no tuviera nada que ver con él.
sía sexual. Tenfamos las manos pegajosas, apoyadas sobre Los otros dos le describían a la mujer del conductor la
los muslos: cuando me movi, a lo largo del antebrazo me vida del soldado, hablaban de la guardia nocturna en la
quedó una mancha de nuestro sudor común. montaña, de los osos y los ciervos del bosque, mientras yo
En ese asiento, los cuatro parecíamos dátiles en una caja miraba por la ventana las copas de los árboles, desbordantes
de poliestireno. por ser verano y los pastos, verdes, como el uniforme del
—¿Y vosotros adónde vais? -quiso saber uno delos solda- hombre que me abrazaba. Me acomodé en sus brazosy dejé
dos. queuna sonrisa quedara vibrando en el borde de mis labios.
De nuevo escuché la respuesta a la pregunta que yo Sentía duro mi pezón, enhiesto contra la palma que lo cu-
misma había hecho hacía poco. El conductor y su mujer bría. El conductor subió el volumeny en la radio se escuchó
estaban yendo a la capital a ver a la madre del conductor, una versión dance de una canción de folklore tradicional; él
que tenía una pierna comida hasta la rodilla porla gangrena. se sabía la letra de memoria. Cantabay evitaba con alegría
Algo a había picadoy ella había seguido los consejos -equi- los baches que los morteros habían dejado en el camino.
vocados- de un curandero, que le había puesto una pomada En eso, nos topamos con una pequeña ciudad, realmente
hecha de ajo picado, ortiy ga miel. Lo único que necesitaba pequeña: a la distancia, parecía un puñado de papelitos
era una curita. arrugados, desparramados en el pasto. Cuando nos acerca-
—Le van a amputar la pierna -aclaró el conductor y, mos, vimos edificios medio derrumbados. En uno de ellos,
cuando empezaron las noticias, cambió de radio. justo al lado de la ruta, un letrero: “Cevapi”. Ahí paramos a
~¢Hay espacio? No vaya a ser que te caigas para afuera descansar. El conductor estacionó el Skoda en la tierra pol-
misoldado, y yo me reí. vorienta. Mi soldado sacó su mano de abajo de mi camiseta
Lo tomó como una señal para pasar el brazo por detrás Y dejó un recuerdo cálido y húmedo sobre mi piel. Salimos
68 Maja Hrgovié El culo de ballena 69

y nos desperezamos, caminando hasta el porche de la casa,


mujer del conductor se limpiaba sin cesar las lágrimas que
donde una sombrilla con el logo de una fábrica de cerveza
surisa chillona le hacía salir de los ojos.
fundida antes de la guerra tapaba un par de mesas de plás-
—Se podrían proyectar peliculas sobre ese culo, es tan
tico blanco. Nos sentamos. grande que parece una pantalla de cine -dijo el soldado jo-
Del otro lado de la ruta, había una casa de un solo pisoa
ven, que tenía un flequillo negro y espeso sobre la frente,
la que le faltaba una de las paredes laterales; se veía todo el
como si alguien le hubiera pegado allíun bigote falso, que
interior, o lo que había quedado de él: el fregadero de un contrastaba con el resto de su cabeza, rapada por completo.
lado, el sofá quemado del otroy pilas de revoque y ladrillos —Ésta nologra el estado de ingravidez ni en sueños-acotó
por todas partes. su compañero e inclinándose hacia atrás hizo chillarla silla
-Ésta no la van a reconstruir. La van a convertir en un de plástico. .
memorial de guerra -relató la camarera saliendo del interior
-Cuando va al zoológico, los elefantes le tiran los caca-
oscuro del tugurio con un trapo en la mano. huetes a ella -continuó el primero.
Seinclinó sobrela mesa y empezó a limpiarla con movi- La mujer del conductor se sostenía el estómago con las
mientos bruscos. Sus brazos gordos se tambaleaban mien- manos y los soldados seguían dándole cosquillas con sus
traslo hacía. Era una mole. Se enderezóy se limpió el sudor palabras.
de la frente, como si limpiar la mesa la hubiera agotado.
—¡Y cuando aparece frente a la escuela en un impermea-
—¿Qué van a pedir? ¿Cevapi? -suspiró después de que
ble amarillo, los chicos creen que es el bus escolar!
todos ya habíamos dicho que sí. Mi soldado también se rió. Cuando el conductor se le-
Pedimos las bebidas, ella asintió con la cabeza y se volvió
vantó parairal baño, seacercóa mí para hacerle lugar, pero
tambaleando hacia la puerta.
luego no volvió a su lugar. Apoyó su pierna contra la mía.
—Qué culo de ballena -susurró la mujer del conductor Alotrolado de la mesa, el joven soldado con flequillo se
provocando sonrisas maliciosas en las caras de los solda-
reía de sus propios chistes.
dos-. Parece el Titanic. —Es tan gorda que tiene que usar un reloj en cada uno de
Antes, mientras viajamos, la conversación había sido
los brazos...
entrecortada, llena de largos espacios de silencio; nadie lo-
De pronto se detuvo; parecía no saber cómo terminar la
graba mantener viva la charla por mucho tiempo. Los sol-
frase. La mujer del conductor ya tenía estirada la trompa,
dados, por gratitud hacia quienes los habían salvado del
pronta para la risa, pero el soldado se congeló en su silla.
infierno de la ruta, habían dado su máximo esfuerzo. Pero
Cerróla boca y enfocó fijamente algo sobre nuestras cabezas.
ahora, frente a esa mujer gorda, finalmente lo lograron; su
Parecía horrorizado, estupefacto.
grasa excesiva inspiraba chistes sobre la obesidad, que se
Todos miramos hacia la puerta.
divertían contando, con su acento tosco y campechano. La
~...uisa un reloj en cada brazo porque...¿qué? ¡Termina
70 Maja Hrgovié El culo de ballena 7

la frase! -pidió con calma un hombre con un


fusil en la gesto inapropiado, incluso algo vergonzoso, en ese momento
mano. que parecía ser el último. Por la oscura mirada del fusil, por
Estaba ahí, encajado en el marco de a puerta, apun la manera en que acariciaba el gatillo, realmente parecía
tando
al soldado, que tenía la cara de que una tarán dispuesto a disparar.
tula reptaba
por su pierna. Abajo, en la ruta, un camión destartalado redujo la ve-
—Vamos, a ver, escuchemos el resto del chiste locidad cerca dela entrada del restaurante. El fusil bajó. Con
...
No había ningún indicio de que el hombre fuera a la mano, el tipo se protegió la cara y entornó los ojos hacia
ceder
en su pedido, nada de indecisión en sus ojos. la tartana que vomitaba humo negro. Su conductor, un gi-
El soldado abrió la boca, pero nada salió de gante de pelo espeso, alisado, apagó el motor y salió de la
ella. El sudor
$e escurría de su flequillo flojo y seguía camino cabina sosteniendo blandamente un cigarrillo entre los
por su
frente. El cañón succionó entonces el mundo dientes. Alzó la mano para saludar, dejando a la vista un
, todos los so-
nidos y colores. Lo tinico que quedó por fuera gran círculo de sudor en su camiseta sin mangas estirada y
fue el calor.
Asíboquiabierto, el soldado parecía lelo, retar sedil hacia la casa semiderrumbada.
dado. El ma-
rido de la camarera gorda, probablemente también Por un momento, el dueño del restaurante lo siguió con
dueño
del local, se acercó hasta nosotros a pasolento, firme. la mirada. Luego se dirigió hacia la puerta. Yo soltéla mano
~¢Me escuchas? ¿Por qué mi mujer tiene que usar de mi soldado.
un
reloj en los dos brazos? Vamos, cuéntales —No hay éevapi para vosotros -nos informó sin mirarnos.
a tus amigos
—tronó convoz de que estabaa punto de perderla Entróy cerró la puerta tras de sí.
paciencia.
-Bueno -masculló el soldado.
Su nuez de Adán subía y bajaba.
—Debe usar un reloj en cada brazo porque se extiende en
dos husos horarios. Después, ya en el Skoda, nadie dijo nada durante un buen
El hombre del fusil miró la base de la sombrilla. Desde rato. Las situaciones extremas ticnen ese efecto sobre las
ellasalian gruesos alambres que estiraban la tela sobre personas; la cercanía de la muerte te hace sentir solo. Pen-
nues-
tras cabezas. La mujer del conductor gimoteó en saba en eso y miraba las blandas curvas de las colinasy los
voz baja.
El resto estaba cabizbajo y callado. La idea de que los pocos coches que pasaban a nuestro lado. Mi soldado miraba
seis
seguiríamos el viaje en enclenque Skoda de la parej fijamente hacia adelante.
aamante
delas autostopistas se desvaneció por completo. Alpasar porla gran rotonda a la entrada en la ciudad, le
Meacordé
de mi madre. pedíal conductor a que parara. Ahí se separaban nuestros
El hombre del fusil no se movía. caminos.
Toméla mano de mi soldado; su palma estaba -Bueno, gracias por haberme traido. Suerte con su madre
fríay hú-
meda. Entrelacé mis dedos conlos suyosy los apreté -le deseé, sacando mi mochila del baúl.
. Eraun
7 Maja Hrgovié

El conductor me miró algo confuso, así que


agregué:
—Que se mejore pronto.
-Ah, eso -recordando la amputación.
—Cuídate, niña -dijomi soldado asomándo ZORAN MALKOÉC
se porla ven-
tana.
Parecía un poco triste Y algo tímido. Pequeña Muerte Somnolienta
O eso quería creer
yo.
Caminé hasta el primer cruce, sintiendo más
hambre
con cada paso que daba. Compréun burek
en una panadería
y me lo comí en dos mordiscos. Entonces
crucé la calle, me La conocí después de haber salido del ejercito, durante
pare enunazona de detención y volvía hacer el
dedo, sin poder peorinvierno que recuerdo; las jaurías de perros hambr
dejar de pensar enla casa semiderrumbada, ien-
en las montañas tos bajaban de aldeas cercanas destru
de revoque y ladrillos, en mi soldado. Y y patrul
ida laban
s las
en el momento en calles oscuras, atacando cualquier cosa comestible.
que, bajo la sombrilla, se había arremang Esos
ado y yo alcancéa malditos animales no eran muy diferentes de nosotros. No-
verla marcadalínea que separaba la piel blanc
a de a tostada, sotros patrullábamos los bares, sin un cobre en el bolsill
casi quemada por el sol. o,
y nos ofrecíamos a los soldados de la UNPROFOR, observ
a-
dores de la Misión de la Unión Europea (los llamábamos “los
(del libro Gana aquel al que menos le importa,
2010) heladeros” por sus trajes, tanques y vehículos todote
rreno
blancos) y demás sofisticados merodeadores queaterrizab
an
Traducción: Nikolina Zidek en Eslavonia a la pesca de su porción de cadáveres. Yo
mismo
estuve con una decena. El último fue Bill, un coronel irlan-
dés. Perfumado, cultivado y redondo, maricón como todos
antes que él, franceses, nepaleses, húngaros, argentinos.
A
nosotros, recién salidos de un sangriento matadero,
no nos
entraba en la cabeza que esos tipos fueran soldados. Todos
ellos para nosotros eran nenes de pecho, hasta
los paquis-
taníes que comían gallinas vivas frente a las címara
s. Pero
decualquiermanera, les permitiamos que nosfol
laran. Nos
clavaban sus penes finos, educados en todo
tipo de acade-
mias militaresy policiales, de Karachi a Dublín
. Eso no nos
importaba mucho. Éramos bellos, salvajes y malvad
os, por
lo menos tres veces peores de lo que ellos
se imaginaban.
228 z P
Neven Usumovié

Me detuve junto a una cerca de estacas baja. Pude escuch


ar
los grm?s, mivozentre ellos: “Aguanta, Sinisa
l”, Quédate
conlapiernaenelairel”, “¡Dorotya se estdlevantando!”,
“jTe OLjJA SAVICEVIÉ IVANCEVIÉ
quiere?”, “¡Nosotros te queremos!”, “¡Aguanta, Sinial
”.
Sonreí. Sinia bajó de la barandilla, nos abrazó, perma
- Maricones
necimos abrazados, riéndonos, todos riendo, hasta el último
de nosotros.

(del libro Aves paradisíacas, 2012)

Ya enlaiglesia había fraguado el plan; sabía dónde guardaba


Traducción: Gloria Blazanovié la escopeta de caza mi padre, inclusoya la había disparado,
antes, contra una botella y para asustar gatosy gallinas.
Si Dios querido existiera -ya no estoy seguro-, cierta-
mente no me absolvería, porque se me ocurrió todo delante
del altar, mientras el cura hablaba justamente del perdón.
Y lo único que no puedo perdonarme es no haber apuntado
altío Peko con mayor precisión, pues me tembló un poco el
pulso.
Da igual; Peko recibió su justo merecido, ¡hijo de puta!
y yoya me las voy a arreglar. Voy a terminar el colegio enun
par de años y me las piro a Londres sin escalas. ¡Adiós, cu-
carachas!

Vanjac estuvo una vez en Londresy contaba todo lo que ha-


bía allíy que vio a un negro y un blanco agarrados de la
mano.

-David, ¿por qué iban esos dos de la mano? -le pregunté


a mihermano cuando se fue Vanjac.
-¡Luchan contra el racismo! -David se rió, peroyo sabía
que se estaba burlando de mí.
Mi mamá estaba en la cocina limpiando el horno. De
rodillas, resoplaba.
230
Oljaj: SavitTeevié Ivantevié Maricones 231

. -Ma, ¿por qué en Londres un negro y un A mí, nuestra pequeña ciudad me parecía realmente
blanco pueden
ir por ahí agarraditos de la mano?
hermosa. Hay un montón de vegetación, la gente es fuerte,
—¿Quién te ha dicho eso? las mujeres son lindas, el clima, templado e incluso el mar
—Vanjac. no quedalejos si se va en coche. Hay muchos cafés llenos de
—¡Di
i letúa Vanj
anjac que hubiera
ierasisido mejoj r que se hubi jóvenes y hasta una discoteca. Algunos viven en edificios,
quedado en Londres! pero es más bonito tener un jardín y animales. Se lo enu-
- e
. Ml padre estaba lavando el coche en meré. Dijo que esperaba conimpaciencia el día de supartida,
el patio. Era el primer
lommgo soleado después deun largo invi solo tenía que juntar un poco de dinero. Me imaginaba a
erno. En el jardín,
e. cerezo había florecido y se estaba geni Vanjac caminando por una ciudad grande como las que
al al aire libre. Da-
vid llenaba un balde con agua jabo aparecenenlatelevisión, pasando al lado de vidrieras llenas
nosa.
) —Papá, ¿por qué en Londres un negro de zapatillas Nikey discos de música.
y un blanco pueden
ir de la mano? Me lo ha dicho —A David mi padre nunca dejará que se vaya -lo espeté.
Vanjac.
—Zf)rque sonunos maricones de mierda. ¿Verdad, —¿Quién le va a pedir permiso? -me contestó Vanjac y
David?
—Sip. escupió bastante lejos.
Yo escupí también, pero más flojo.
Yo sabía qué significaba un puto maricón. No quería que David se fuese a aquella ciudad con sus
Significaba: si-
doso. En nuestra ciudad había uno. Petas nos zapatillas de marca, quería que se quedase en casa. Quería
llevó hasta su
edificio. Vivía en el primer piso. que al menos, si se iban, que él y Vanjac me llevasen a mí
-¿Quién lo hará? también, pero esa posibilidad ni siquiera sc les pasó por la
—¡Puesyo! cabeza. Me los imaginaba diciendo: “Olvídate, ni siquiera
Normalmente no soy un energúmeno ni terminastela primaria”. Eso era lo queibanadecir. O talvez
tiro piedras a
las ventanas de la gente, pero esta vez di les gustara ir de la mano como cl negroy el blanco, y no
Davi ; en el blanco. Por
av{dy Vanjac. Para que nadie. pensara que mihermanoera querían que yo los viera así. Sc lo dije a mi padre, como al
unsidoso. pasar. El viejo arregló que, en cuanto acabara la escuela, a
David le reclutasen para hacer el servicio militar.
Vanjac me caía bien porque me grababa disco
s buenísimos,
me contaba historias divertidas y tenía unas
zapatillas de Y de repente un día, al principio del verano, David y Vanjac
cuero azul. Crujían cuando rozaban la una contra la
otra. desaparecieron. Los buscamos por todas partes durante dos
Eran muy buenas. Tenían una línea amari
lla en la mitad. días.
Me dijo que me las daría cuando calzara 43. De
todos modos, Ahora todos callan, pero los periódicos escribían sobre
€l cuando se graduase iba a dejar este lugar inmu
ndo. eso, salió incluso en la television. Los encontramos a la sa-
-¡Adiós, cucarachas! -gritaba. lida de la ciudad, en el campo, colgados cada uno de un ce-
232 Olja Savitevié Ivantevié Maricones
233
rezo. Todo el mundo sabe que
fui yo quien los vio primero,
Pero no saben cómo fue todo, Los demás guardamos silencio. Y así todo el tiempo
Los cerezos que acababan de . Yo
madurar, todavía llenos de también guardo silencio, pero en miinterior estoy nervio
hojas, la hierba crecida y ama so.
rillenta. Lo primero que vi fue - Esta mañana, antes de irnos para la iglesia y al cemen
ron las zapatillas de Vanjac, -
azules conrayas amarillas, terío, tía Rosa sacd del armario mi traje de comunión, que
tambaleándose bajo las ramas
grité:“¡Vanja, Vanjal”, muy con y heredé de David y lo sacudió. Nos pusimos tristes y ella me
tento de haberlos encontrado
porfin. Pensaba que estaban rec abrazó; era suave y cálida, su pelo olía a rosquillas fritas
ogiendo cerezas. Y entonces y
mientr as corría tropecé con el otro dealguna forma eso me puso todavía más triste,
cuerpo. Era David, mi
hermano. Estaba colgado, Peko entró en la habitación para pedirnos que nos apu-
frio, pálido, y conla lengua
afuera Táramos. Yo me estaba vistiendo y él tranquilizaba a Rosa
como si estuviera disgustado
con algo, o aún peor.
enel pasillo, con mucho cuidado para no hacer ruido, pero
No sépor qué todo el mundo igual le of decir:
estaba preocupado por mí, ini
que hubiera sido yo el ahorca -¡Vamos, cálmate! Tal vez así sea mejor, ¿acaso se puede
do! No lloré demasiado; sólo
UN poco, cuando los encontré, llevar una vida así?
de miedo, porque nunca an-
tes había visto un muerto. Sim
plemente no tengo ganas de
hablar con nadie. Porla noche, Tan pronto entramos en casa tras el entierro me fuia buscar
antes de dormir, me esfuerzo
POr imaginar a David: quiero la escopeta y luego al patio, apunté hacia el tío y disparé.
que Vvenga a mi sueño para
poder explicarle que no quer ¡Estoy harto de ti, cabrón! Cuando mi tía y mi madre me
ía soplarle a papá queibaaes
caparse de casa, que estoy arrepe - vieron se pusieron a gritar y mi viejo saltó hacia mí. Yo no
ntido y que lo extraño. Pero
cuando me duermo, no sueño, quería matarlo ni tampoco ir a la cárcel; sólo quería darle
sólo se me aparecen a veces
las zapa tillas de Vanja, asomando enelculooenla pierna. Pero me tembló el pulsoyla balase
por entre las ramas de los
Cerezos, como si estuvieran escondién estrelló contra un árbol justo al lado de Peko.
dose dentro dela copa
del árbol, como el Pdjaro estornino Papá me arrancó la escopeta de las manosy levantó sus
. Yo se los quito y huyo.
enormes palmas como si hubiera querido aplastarme; yo
Tía Rosa y Peko llegaron para escondími cabeza, a la espera de lo que tuviera que pasar,
consolar Y ayudar un pocoa
mamá: no deja de tomar tra pero él sólo apoyó su mano sobre mi hombro, mientras re-
nquilizantes y se pasa el día
entero sentada como una estatua. petía:
A mi padre nisiquiera lo
veo, desde el descubrimiento que -Hijo mío, hijo mío...
se escondió en el cobertizo,
ocupado en algo, afila que te afil
a. Rosa nos cocina y Peko
filosofa. Todos piensan en Davi (del libro Hacer reir al perro, 2006)
d, lo sé, pero nadie lo men-
ciona. Sólo Peko, apesadumbrado,
poco a poco lo suelta:
—Era un buen muchacho, peroandab Traducción: David Prpa
a en mala compañía.
OLJA SAVICEVIÉ IVANCEVIÉ
Nieve

“Teresa, Teresa”, se propagó por la calle,


Aún no había amanecidoy las viejas que esperabana
que
el Albanés abriera ruidosamente la puerta de su
tienda, la
vieron pasar corriendo con una mochila pequeña al
hombro.
Algunas levantaron la cabeza hacia la Calle Larga
y siguie-
ron conla mirada a la joven mujer -muy joven-,
mientras
subía hacia la parada del autobús. Esa mañana el
Albanés
estaba retrasado con el pan porque la noche anter
ior había
empezado a nevary aquí el tránsito colapsa hasta
por un
simple aguacero. El tiempo se congela; el espacioy todo
en
Elsetornarígido. Tampoco hay olas en el mar:1a gente
mira
la nieve enmarcada por la ventana a través de los
postigos
abiertos o de las persianas de plástico, como si
fuera una
pantalla. A través de las persianas también vieron a Teres
a
en zapatillas de lony acon un nuevo pullover rojo abult
ado
en el vientre de frente está redondeado en una gran
bola,
una madeja de lana debajo de la cual duerme un gatito
to-
davía por nacer. Ni aunque quisicra podría Teresa disimular
que se está yendo con la mochila sobre la espalda.
Hacia la
parada del autobús, parece. No logra ya ni abroc
harse el
abrigo de hombre que lleva puesto, el suyo.
¿Va a nevar todo el día, como dicen los metco
rólo-
80s? Todo el mundo habla de eso, porque aquí
nieva una vez
236 Olja Savicevié Ivantevié Nieve
237

cada cinco años, pero nunca lo sufi


ciente como para que —¿Atiquéteimporta? -le contesta Teres
Cuaje. Ya se han teñido de blanco las palm a. Pero suvozes
eras y las flores suavey su rostro infantil, sin expresión
de los balcones debajo de los que ella pasa. de dureza alguna.
Le parece algo -Y deja de excavar la mina -le dice-. No
mágico. vas a encontrar
oro -dice y baja del bus, porque en esta para
Deja tras desílas huellas de unas Alls da tiene que
tartalle37; huellas cambiar de autobús y se despide de Sasa
queatraviesan la playa y continúan como el Pobre con la
si la arena no aci- mano. Él suele viajar a ningún lado en auto
base nunca, como si esa playa se hubiese trag bús para calen-
ado todo el tarse. Hoy hace frío. Un frío sordo, con
camino hasta la carretera, donde las huel el sonido apagado.
las desaparecen Durante un tiempo Teresa Ppermanece
tras el quiosco de comida rápida en el que encogida bajo el
dice Kebab y boca- plástico de la marquesina meada, mirando
tas calientes, tal vez más allá, hasta la carre la carretera que
tera principal y la llevó fuera de la ciudad y el pueblo y luego
detrás de los nuevos edificios de cinco pisos. decide conti-
Si entrecierra nuara pie. “Es posible que el autobús
que necesito hoy no
los ojos y levanta la mirada hacia las colin
as, ellas se con- circule”, piensa.
vierten en arrecifes de espuma de poli
estireno. Ahora que no hay nadie a quien parar y preg
En el autobús hay algunas mujeres sentadas untarle, las
con las na- pisadas de Teresa se vuelven más lentas,
ricesrojas por el frío, mirando hacia el crist sus piernas más
al borroso; pro- pesadas, sus zapatillas están empapadas.
bablemente auxiliares de limpiezay Pisa la nieve, cada
cajeras del nuevo centro vez más profunda. Antes era tan delg
comercial en las afueras de la aldea. Algunas ada que la llamaba
asienten con “lagarta”, y ahora anda porlacarretera, rech
la cabeza en lugar de saludar, otras apenas se oncha, con este
percatan cuerpo que nola obedece, seretrasaola traic
iona, De vez en
cuando Teresa sube. Cuenta las monedas y le comp
ra un cuando maldice a los camioneros si la asustan
boleto al conductor. En el asiento de atrás con la bo-
, como siempre, cina. Están molestos porque tienen que cond
VvaSasa el Pobre. Devez en cuando se topa con él enla ucir de noche
ciudad, “en esas condiciones”. Las matriculas son del sur
y sureste
recorre las terrazas pidiendo limosna y la gente
dice: “Po- de Europa. Grandes trozos de hielo fangoso
brecillo, y ni siquiera es gitano”. Y sacan una mone se deshacen y
da o dos caen de las lonas de los camiones para estrellars
ante los ojos aguados de Sa%a el Pobre. Obse e contra el
rva el vientre asfalto.
grande de Teresa, la luz húmeda que centellea
en su pelo Detrás de la gasolinera se pierden nuevamente las
oscuro, y esa imagen le hace entrecerrar los hucllas
ojos alegre- poco profundas de Teresa, una estrella en el talón
mente, sin control, como un tic. A él le gustaasi . Está ne-
deredonda, vando con más intensidad. Desapareció detrás
de los han-
cáliday radiante; Saja se echa a reír cada vez
que sus mira- garesy almacenes, allí donde ya no hay casas
dasse cruzan. Teresa saca una moneda de cinco kuna ni camino,
s de a entre la espesa ginestray la maleza enmaraña
da en la pra-
billeteray la aprieta contra su puño.
dera descuidaday sobre la cual, porel Oeste, apar
~:A dónde vas, Tere? -le pregunta Sasa meti ecen nubes
éndose un oscuras. Los senderos de las cabras están cubie
dedo enla nariz. rtos, tapados
con espuma de poliestireno que chispea
sobre su blando
238 Olja Savicevié Ivantevié Nieve
239

vientre protuberante, sobre su dura


cabeza: “{Tonta por- gracia:a Teresa no. Por eso, él llevóala per
fiada”. rayla dejó enuna
isla, pero quince días después, con el hocic
o ensangrentado
A Teresa ya no le importa si la culpa ylaspatas heridas, Penélope regresó una
la tiene la perra, él o vez más, probable-
ella, es hora de volver a casa. mente por ferry,
“Tonta porfiada” Selo dijo hace diez -Puede pasar con los perros -decían.
días, agarróal perro Se tiró sobre el felpudo con la lengua fuera
Y desapareció. “La perra tiene .
la culpa” Para él eso fue una señal. Mientras le
La perra se llama Penélope, una pit limpiaba las patas
bull: la criatura más heridas conun trozo de algodón empapado
Tepugnante que Teresa ha visto, en aguardiente,
un monstruo. Teresa los observaba apoyada contra
Desde el principio se llevaron mal. la pared. Dijo quesila
perra sobrevivía, se harfa un tatuaje de
—Eso es porque tú eres gata, milagart un pequeño pit bull
a -dijo él. debajo dela tetilla izquierda. Y que todo
—No es cierto -dijo Teresa-, a mí me gustan algunos el mundo sabía que
los niños la provocaban. No miró niun
perros. a sola vez a Teresa.
~Estdsloco -le dijo. Ni en sueños traig
—Labradores y huskies siberianos. o el bebéa casa, a
Este apartamento. Quitala de mi vista
Entre ella y Peni, como él llamaba . -Ni de broma, vete
ala perra, no se desa- tú también.
rrollé ni simpatía ni tolerancia, aunque
Teresa fuera la que Y ella.
le daba de comer mientras él estaba
en el bar “Pequeño Pa- Pero élno tiene la culpa. La tengoyo. Agua
Taíso”. “Nunca está, día Y noche se ntó los primeros
la pasa trabajando pa- días sin llamarlo. El tercer día lo pasó con
rado. Por eso tiene que quitarse las la cabeza metida
durezas de los talones en la taza del inodoro, vomitando. El
mientras se baña, como las mujeres.”, cuarto también. Lo
piensa Teresa. “Pero llamó, pero él no la atendió. El teléfono
la perra no tiene la culpa. Él es el culpable móvil estaba siempre
”. apagado. Al séptimo día, Teresa le había
La primera vez quelaperra atacóa unos perdonado todo a
niños, él la llevó todos, así era más fácil. Él no tenía la culpa
a casa de sus primos en el pueblo, pero nila perra; ella
la perra regresó al tampoco.
cabo de dos semanas, La encontra
ron delante de la puerta, Al décimo día se dirigió hacia Pequeño Paraí
sentaday agitando la cola, esperando. so, a bus-
Las veces siguientes carlo.
paravolver para Penélope fue más fácil
, tal vez graciasaese Todavía le quedaba un pecho para hacerse
instinto que fue desarrollando. Siempre un tatuaje.
regresaba a casa al Separó debajo deuna higucra quenoleofrec
diasiguiente o después de algunos días. ió ninguna
De alguna manera protecció
sabían que no importaba dónde la hubieran y allís
ne quitó los calcetines mojados, tomó de la
dejado, la en- mochilaunparsecoysclos puso. Luego se
contrarian de nuevo en la parte superior envolvió los pics
de la escalera, de- con bolsas de plásticoy sobre eso colocó sus
lante de la Puerta de calle, la esperaba
n. A él eso le hacía zapatillas de
Jona congeladas.
240 Olja Savitevié Ivantevié Nieve 241

. Entonces se detuvo, tuvo


una sensación extraña, com
o -¿No está? -repitió Teresa con un hilo de voz, como au-
sila estuvieran siguiendo. Dio
unos pasosmás y seescondió
detrás de la antigua estación sente.
.
¡Sasa, joder, no me lo creo! Ava -Saco la basura para Renata dos veces por semana, del
nzaba en cuatro patas, con
los brazos y las piernas extendido Pequeño Paraíso. Tiene cinco gatos, tres de ellos persas. No
s. Tal y como lo hacían en quiere chuchos. Hay tíos altos, pero no hay perros.
la escuela, enla clase de educac
ión física. Renata es la dueña de Pequeño Paraíso. Nadie sabe cuán-
—¿Qué quieres?
tos años tiene, quizá 30, quizá 40; la llaman “Presentadora
—Voy contigo.
de TV” porlas siliconas. Cuando el verano pasado vio a Te-
~Vuelve por dónde has venido.
resa, sevolvió hacia él, que estaba en la barra:
Teresa continuó caminando, pero él
fue detrás de ella. -Es muy dulce tu chica, una auténtica muñeca.
-No hace falta que vayas conmigo, grac
ias, me falta poco Él se echó a reír, no le quedaba otra.
para llegar. Vete ahora. Mi marido me
está esperando en -Para esome paga la Presentadora -le dijo a Teresa-, para
Pequeño Paraiso.
que mería,
—¿Escierto que tu marido se fue? Lo dij
ouna mujer enel Conla boca bien abierta hacia el cielo, Sa3a el Pobre se
autobús,
entretenía tratando de atrapar copos de nieve cayendo:
—Cada uno puede ir adonde le dé la gana
, no estamos en ~¢Atilanieve te parece batido, clara de huevo o palomi-
la Edad Media.
tas de maíz? A mí me recuerda a una gran clara de huevo
—Si se fue, yo puedo ser tu marido
. Me gustaría serlo. firme, a una tarta de claras.
Sasa seincorporó Y se sacudió la
nieve de encima. Teresa Teresa río sin alegría, de repente, como si la risa sc le
apresurd el paso durante un trecho
hasta quese volvió brus- escapara a su pesar.
camente hacia Sasa el Pobre, que se
quedó parado sin saber -A espuma de poliestireno -dijo y durante unos segun-
$1 continuar o no tras ella:
dos tuvo ambas palmas sobre los ojos. Luego relajó las ma-
—Está en Pequeño Paraíso, trabaja
allí, en la barra, Tal Nos, las apoyó sobre su vientre y añadió seria:
vez lo hayas visto, es un tío altoy
flaco con una perra, una -Yatarta de claras.
Pitbull. Su nombre es Penélope
. O Peni.
—No puede ser, allí no hay nadieasí
. ¿A ti la nieve te re- “Teresa, Teresa”, una voz resonó por la calle.
cuerda al azúcar 0 a la sal?
ATeresa lo miró con sus ojos
Una vez más las cabezas que se asomaban tras las esqui-
negros como si lo viera por nas siguieron con sus miradas a la joven, muy joven, que
primera vez.
—¿Cómo que no hay nadie bajaba desdela parada de autobuses hacia el mar, cruzando
así? la playa. La noche llegó tempranoy de repente; la fríay es-
-Alaziicar, teapuesto lo que quieras.
¿Por quéa nadiele pinosa llovizna transformó la nieve en una masa blanda y
sabeasal? Amí, sí: totalmente a
sal. amarillenta, con charcos de agua sucia. Desde los balcones
242
Olja" Savite
P
vié Ivantevié

debajo delos que pasó Teresa


caía agua clara, El marestaba
e¡:¡crespado Y la gente había ba jad
o las persianas, peroatra-
Vés de ellas aún podíavera
Teresa volviendo sola, con
mojado y los ojos húmedos, el pelo
en su nuevo jerseyrojo, de OLJA SAVICEVIÉ IVANCEVIÉ
abombado. Esa frente
Teresa, que no tenía adonde
Casa vacía, comentaron, Volver, sinoasu
Delante de la puerta de Frontera
mento, como si nunca se su aparta-
hubiese movido de aquel
Penélope aguardaba Ppa lugar,
cientemente,
~Entra -le ordenó Teresa ,
a lá perra en tono neutro
Entra. -.
La pequeña perra fea entra, El frío esinsoportable y Rana, conla cabeza rapada, llevaba
olfateando con cautela, con
la cola gacha, Teresa cierra una minifalda.
la puerta rápidamente tras ella
, —¿Notienes frío en la cabeza?
(del libro Hacer reíral Per Estamos de pie sobre el hielo delante de su edificio, hoy
ro, 2006)
ala noche será Navidad. Mis anteojos se empañan con el
vapor de la conversación. Ella lleva una chaquetita con ca-
Traducción: David Prpa puch a tiritando.
y fuma,
-Te pregunto si tienes frío, ¿no tienes un gorro?
~Tienes tú frío? Me cago en ti. ¿Qué pregunta es ésa?
Ella es así, habla así, un hombre normal le daría una
paliza, pero ella sabe que yo no le haría nada. Tira un ciga-
rrilloy enciende otro, haciendo caso omiso de mí. En aquel
momento aparece Hermano en mi coche. Sale, sopla en el
cuenco que arma con sus manos para calentarsey coloca un
bolso femenino en el maletero.
-Jaja, Rana, no seas siempre una idiota -dicey le pone
con fuerza la capucha en la cabeza.
-De verases problemática. Que seacomode en el asiento
deatrás y nola dejes salirde ninguna forma antes de llegar
a Zagreb, porque se va a escapar. Yo qué sé dónde lo hará...
Que mee en una bolsa de plástico. Ayer, la dejé sola dicz
minutos, me dijo que tenía queiral bañoy serapó la cabeza.
244
Frontera 245

Hermano baja el asiento del conductor y ella seaco


modó poco. La última vez que los vi fue hace dos años en Bosnia,
en el asiento de atrás.
en el funeral del hombre que era nuestro padre, mi medio
Rana ha crecido mucho, se graduó el verano pasado, tiene
padre, tal y como ellos son mis medio hermanos. Rccuerd/o
19 años, mide 1,80 m y los ojos verdes delin
eados con ne- que cuando vi por primera vez a Rana tenía 5 años y tenía
gro. Antes de que su hermano cierre la puerta
de golpe, ella puestoun camisón de franela porque tenía gripe, no paraba
le grita:
de gorjear. Ahora todo el camino lo pasa en silencio, como
—¡Eh, Hermano, gilipollas, ojalá te mueras! ¡Gilipollas!
blindada.
Esta más loca que antes -me viene a la cabeza-, aunqu
e Afuera ha empezado a caer nieve nueva, brillante, y el
nunca fue muy normal.
mundo, tan pronto como salimos de la ciudad, se ve increí-
Acelero. El coche ronronea y se desliza, bajando la fan-
blemente bonito a través de los cristales del coche, parecido
gosa colina llena de charcos congelados. Suspiro de alivio
al arte naíf: sólo bonito. Casas en los valles bajo la nieve,
cuando veo a Hermano desaparecer balanceándose hacia
el todas igual de blancas, incluso las que no tienen ventanas
edificio. En el retrovisor veo el perfil rapado de Rana
: semete ni puertas. El humo de las chimeneas se pierde entre las
la uña azul de su pulgar en la boca. Las calles están sucias
y colinas. Hay muchos alminares, nuevos, en los pueblos ad-
desiertas. Aquíyallá, enalguna ventana, bril
lan
los adornos yacentes a la carretera, o las torres de las iglesias, nuevas y
o a cruz hecha de lucecitas navideñas, y un Papá Noel
de altas, que se están construyendo, depende por donde pase-
plástico con la nariz rota escala una cuerda para alcan
zar mos. .
un balcón cualquiera.
-Mira esto, Bosnia con nata -le digo para romper el si-
—Hay hielo enla carretera, pero afortunadamente el viaje
lencio. .
no eslargo -le digo al retrovisor, siempre.
-Claro. Mierda con la nata, el mismo sabor de
El día anterior recibíla llamada de Hermano preocupado
, Trato de sintonizar alguna radio.
pidiéndome que me llevase a su hermana por unos
meses, -Sitúlo dices...
tal vez un año entero, a mi casa de Zagreb. Tal vez
definiti- Eso es asunto de ella, yo no tengo nada que ver con Bosí
vamente -pensé- y no conozco a esa chica.
nia. Aparte del padre que compartimosy de ellos dos, y ni
-Tu hermano me pidió que te llevase -le digo amable-
siquiera nos parecemos. .
mente-. Está muy preocupado por ti. ¿No te das cuenta? Ni
¢ Enla radir; algún cantante de música popular nnl;hcc
siquiera ha podido esperar a que pase la Navidad
para es- elamor. Mejor eso que ella me taladre los oídos consusi en-
conderte. Ahora estás enojada, pero vas a estar bien, no
te cio. Tiene la frente y la nariz pegadas a la vcnta‘mlla. Una
preocupes. Vas a trabajar en mi tienda: la verdad es que ne-
chica grande que parece una nifia, un gran bebé cflvo, Mc-
cesito que alguien me eche una mano.
miro las patillas a través de mis anteojos en el espejo rc.uo
—¡¿Tu negocio no se había hundido?!
visor, a hurtadillas, en la parte plana de la carretera. Tiene
Yo y Hermano no somos Muy amigos
y yo y Rana tam- razón, maldita sea, estoy perdiendo rápidamente el pelo.
246 Olja Savitevié Ivantevié Frontera 247

—¿Quieres pasarte delante? Es más cómodo.


cabeza como para rendirse o para saludary casi sonríc un
Está completamente doblada sobre sí misma en esa
falda. poco, la primera vez que lo hace desde que la recogí.
Niega con la cabeza, que en seguida esconde
entre sus rodi- Frente a la taberna hay un árbol navideño algo mustio
llas, querodea con sus brazos y alza a la altura de sumentón. pero decoradoy en el interior, por encima de la barra, cuel-
Enla coronilla le descubro un arañazo recientey
la pielalgo gan las fotografías de los gencrales de la Guerra Patria cn-
irritada, probablemente de afeitarse. ¿Para quélo
hizo? Rana marcadas con cintas relucientes de año nuevo.
tenía el pelo largo, del color del oro, casi blanco
durante su Mientras espero a Rana, pido café para los dos y me co-
niñez, lo recuerdo bien. Luego lo tuvo rojo y despu
és negro, loco cerca de la estufa. Espero que no huya por la ventana
un piercing en la ceja. Más tarde, verde con un pierci
ng en el del baño, como en las peliculas.
ombligoy todavía más, amarillo canario, ésa
fue la última Hermano dijo:
vez que la había visto.
—Lo de darme vergiienza es lo de menos; el problema es
-Bueno -vuelvo a intentarlo— siempre te ha gusta
do Za- que temo por ella cuando vuelvea casa por la noche, queno
greb. Vasaestar bien, esuna ciudad grande. Cine, compr
as, leden una paliza de muerte.
conciertos, salidas nocturnas, ya verás, mucho
mejor para A casa por la noche: imagino a Rana deambulando por
una chicajoven...
lasoscuras calles de la ciudad con su cabeza antes multico-
Levanta la cabeza y me mira como si yo fuera idiotay
la lory ahora calva, bajo los escasos lampiones de navidad al
vuelvea colocar sobre sus rodillas sin deciruna palabr
a. Se viento. Siempre sopla el viento allí, en esa ciudad.
quedaasítodo el camino, inmóvil. En la radio pasa el infor-
—¿Qué te ha dicho Hermano?
mativovarias veces, predicen una tormenta de nievey veinte
-Me metió un sobre entre las manos: “Aquí tienes sus
grados bajo cero por la noche. Sólo se mueve cuand
o pasa- documentos, escóndelos inmediatamente en un lugar se-
mos por las aldeas cercanas al cruce de la frontera. En aquel
guroenZagreb. El carné de identidad, el pasaporte, la tarjeta
momento le entran los nervios.
sanitaria, el carné de condyucir algo de dincro.
lo demás y,
-Para, venga. Porfa, necesito mear. No seas cabrón, ma-
Será suficiente para los gastos de alojamientoy la comida,
nito. No voy a huir. Te lo juro. ¿Adónde iría?
al menos para los primeros tres o cuatro meses”.
A nuestro alrededor hay un desierto de nieve, campo
Había en el sobre bastante más que para comida: Her-
abierto. Algunas casitas desiertas al lado de la carreteraycl mano sabe lo mucho que necesito el dincro. Y yo tambiénlo
bosque en la distancia. Un kilómetro más tarde vemos una
sé. En aquel momento me hizo un guiño y me dio una pal-
casa grande con el signo de neón que dice “Taberna”. La
madita en la espalda, me apretó el hombro, como de her-
fachada, de color amarillo limón, sólo está terminada enla mano a hermano, como un amigo a su amigo. Tienes que
planta baja. Estaciono cerca de la entrada, parece que está
guardar sus documentos bajo llave. Prométemelo. Por tu
abierta. Al salir del coche, Rana estira los brazos sobre su vida...
248
Olja Savitevié Ivantevié
Frontera 249

-Me lo ha dicho todo y para que quede claro


-le digo a estómago, sube hasta mi garganta. Inhalo con tanta fuerza
Rana-, en esolo apoyo totalmente. No
se puede perseguira que siento dolor.
un hombre casado.
—¿Desde cuándote gustan las mujeres? Antes tenías no-
Meinclino sobre la mesa acercándome a
ella. vio.
—Un hombre casado y encima, uno de ellos.
De verdad -No me gustan las mujeres. Me gusta Senada. Ella es mi
has pasado todoslos límites. Realmente
quieres que alguien mujer, entiéndelo. Queríamos irnos con el niño a la casa de
te déuna palizay te tire a la basura,
su hermana de Sarajevo. Allí encontró trabajo. Pero su ma-
Rana me mira sin pestañear con sus ojos
verdes, el ma- rido se dio cuenta de todo y se presentó en la puerta de la
quillaje se le ha descompuesto.
casa demihermano, Le confiscó sus documentos, como mi
—¿Qué quieres decir con lo de “uno de ellos
”? hermano hizo conmigo para que no podamos vernos, al
—Sabes bien lo que quiero decir. Personalment
e, no estoy cruzarla frontera. Te ha mentido, Éste miente más delo que
nia favor ni en contra de ellos, perotelo digo
por tu propio habla. Pero la verdad, como puedes ver, es aun peor de loque
bien. Has pasado todos los límites. Ni en Zagre
b, ni en Frán- pensabas -dice y dispara otra ráfaga de risa.
cfort, ni en Londres, ni en ningún lugar del
mundo es un —¡Para ya! -le grito-. ¿Fue Hermano quien te rapó la ca-
asunto de poca monta, ni mucho menos
... beza?
—Oye, ¡¿cómo que “uno de ellos”?!
Se sonroja.
En aquel momento Rana ríe, de manera
forzada y entre- —Qué más da -digo secamente, con un suspiro. Tomo la
cortada. Lanza su cuchara de pldstico hacia míy
esa aterriza llave del coche y dejo unas monedas sobre la mesa.
en el mantel,
-Espérame en el coche, está abierto.
—Quieres decir un-a de ellos, Es mujer.
Palpo el sobre con sus documentosy el dinero en el bol-
~Mujer -repito como si estuviera soñando.
sillo interior de mi abrigo.
-Sí, mujer. Se llama Senada. ¿Por qué me miras
con esa En la barra lo envuelvo varias veces con cinta adhesiva
cara de sorpresa? -dice Rana hamacándose
en susilla. Ylo guardo en el mismo lugar.
Senada es la mujer cuyo niño cuidaba Rana
de vez en Tan pronto comobajé por las escaleras de la taberna, me
cuando, eso lo sé. La vi sólo una vez. Una muje
r pálida de golpeó una piedra, o tal vez un trozo de hielo (el golpe fue
ojos negros, dos o tres años mayor que Rana,
fríoy cortante). En el cuello. Me sorprendió la vehemencia
—Y no la estoy persiguiendo. La persigue ese mari
do conla que Rana saltó sobre mí, mordiéndome las mcejillas y
idiota que tieney la estd matando desde que
se casaron. Yo las orejas. Enrolló sus piernas alrededor de mi cintura, se
no persigo a nadie, nosotras dos estamos junta
s. Ahora sí encaramó sobre mi espalda y me pegó y mordió hasta que
que lo sabes todo, toda la verdad.
Siento que la sala gira y mi café, junto con el ácido me quitó los anteojos y me robó las llaves del auto. A duras
del penas logré deshacerme de ella, tirarla al suelo, meterle
250 Olja Savitevié Ivantevié Frontera — 251

nieve en los ojos y la boca. Esto la tranquiliz


ó por un mo- Agarréuna piedray la lancé hacia el coche. Apuntébien: se
mento. Uno de mis oídos sangraba, mi labio
también. En oyó cómo impactaba contra la ventana trasera. Para que
vano traté de encontrar mis anteojos en la
nieve. Bajo mi cuando hablen de esto, no digan que la dejéir sin pelear.
peso Rana lloraba, gemía y gritaba como loca.
Los pocos
clientes de la taberna se apiñaban contra las venta
nas, ob- (del libro Hacer reír al perro, 2006)
servaban todo lo que sucedía: ellos vefan a un loco
estran-
gulando a una chica calva. Me di prisa, antes de
que algún Traducción: David Prpa
idiota tuviera el coraje de intervenir. La apreté con
todo mi
Cuerpo para que no se moviera y con la mano libre
saquéa
tientas el sobre de mi bolsillo:
—Veo que tienes todo planeado, pero te falta algo -le dije
aloído, tumbado sobre ella.
Con la mano le quitéla sangre, mía, que le manch
aba la
cara.

~FelizNavidad, hermanita -le digo-. Y para Senada tam-


bién.
Y lemetí el sobre por detrás, en el culo, muy adentro de
sus pantis para que no se cayeran:
~Sin esto no llegarás lejos.
Me dio una patada entre las piernay syo me revolqué en
la nieve, doblado de dolor. Tumbado en la nieve vi borros
o
aquel árbol navideño mustio y decorado, delante de
la ta-
berna, en la frontera entre Bosnia y Croacia. Las luceci
tas
parpadeaban en rojo-blanco-azul-rojo, o tal vez en algún
otro orden... Y mis anteojos descansaban sobre la
nieve,
milagrosamente intactos. Esperé hasta que llegara
tamba-
leándosc hasta el cochey luego me las puse, con cuidado,
para no dañarme la oreja herida. Habían predicho
muchos
gradosbajo ceroy tormenta con nieve, mucha nieve. Faltaba
por lo menos una hora y media hasta Zagreb. Rana final-
mente encendió el cochey enfiló en dirección opuesta ala
frontera, hacia Senada. Ahora la genteya salió de la taberna.

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