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FOTONOVELA

Canción de perdedores
 

Elder Silva

civiles iletrados, 1996


 
 
 
"Entrar, ficar em ti
Tem sido o meu melhor perigo"
Belchior
CANCIÓN DE PERDEDORES
 
campo de aviación en salto
 
Salen Cesnas,
DC 3,
pequeñas avionetas.
Vickers de entreguerras.
Y vuelan bajo sobre los naranjales.
O van subiendo hasta nunca perderse de vista.
Bandadas de tordos disparadas hacia el oeste.
Hacía el río.
Del campo de aviación de Nueva Hespérides vuelan
pájaros y aviones.
Y yo voy con tío Mariano por los arenales
en un carro.
Las golondrinas en los alambrados
iban y venían en mi memoria de siete años,
las manzanillas blanqueando los campos en la
primavera.
Gente sin techo durmiendo bajo los puentes.
Y aquellos potreros de Corralitos en el
fin de la ciudad.
Y los de Daymán, verdeazulados.
Bajo el engranaje de un sol
que hervía en nuestros sueños.
 
 
 
encuesta. mayo de 1990
 
El 2.4% de las mujeres que leen libros,
prefieren libros de poesía.
En tanto solo
el 0.4% de los hombres se inclinan por este género
que algunos de nosotros cultivamos con afán.
Dejando de lado a los varones, que en este caso
solo interesan como dato estadístico,
tendremos el siguiente cuadro:
De las 600.000 mujeres que inquietan Montevideo,
comercian a sabiendas con la poesía,
apenas unas 14.400.
Cifra irrisoria si se tiene en cuenta
la abundancia de poetas
y que ven TV un 20% de las damas de esta ciudad,
pero nada despreciable si se considera
que uno escribe con el único objetivo de seducir,
y lo hace con la buena fe, de que de una vez por todas
la poesía se ponga del lado utilitario de las cosas.
 
 
de ida

Una muchacha en un ómnibus


escuchando el walkman.
Lleva el pelo largo.
Y el viento le golpea en el rostro
como en un aviso de wellapon.
 
 
zoom
 (para Malí)

Estás en la cocina abriendo una lata de arvejas:


de espaldas, los jeans ajustados son fácil tentación
para mis ojos de animal aturdido.
Entro y siento ganas de besarte en el cuello descubierto,
levantar tu blusa y tomarte por lo pechos
casi dulcemente.
Pero el abrelatas avanzando por el círculo filoso
detiene mis impulsos venales. Es decir, tus dedos rojos
apretando el abrelatas en el borde del tarro,
cambian calles pasos veredas omnibuses
por ese pequeño y maquinal movimiento
que vos ejecutás con cierta devoción y encanto.
Al fin cierras el círculo
y como fulminada,
la tapa cae sobre los azulejos de la mesa.
 
Meto la mano en el tarro y te doy una arvejita
en la boca.
Y te toco los dientes con la lengua
en un poema con final feliz.
 
 
sayago
 
Frías paredes,
veredas desvencijadas:
por donde van las hijas del barrio,
pensando
en cómo será transitarlas de a dos.
 
la última atajada
 
Los tiempos se ponen duros
y uno no tiene donde caerse un miércoles de noche.
Te sentás frente al televisor
y entonces te dicen que ha muerto Lev Yashin.
La última atajada de la araña negra.
Con un cáncer comiéndole el estómago
y una pierna amputada hace dos años, se murió
el héroe deportivo de la unión soviética.
El hombre al que sólo le hicieron seis goles
en veintisiete partidos cuando el Dínamo de Moscú.
El electricista que se enroló en los tres palos de
un equipo de jockey.
Veo las atajadas siempre en blanco y negro.
paró cien penales dice el periodista.
Como si dijera:
"El muchacho se comió dos docenas de peras".
Era el mejor golero del mundo.
Pero Darnauchans lloraba arriba de un taxi.
Y el chofer no entendía las lágrimas de un cantor flaco
a las nueve de la mañana.
Y no supo, que apenas escuchada la noticia me fui
a vomitar al baño, como si con el alcohol que se iba
por la pileta, pudieran irse los doce años,
cuando uno también cuidaba el área chica.
Y ella y yo teníamos tanto miedo
como Yashin ante el tiro penal.
 
 
página de infancia
 
El General Custer matando sioux en eastmacolor.
los indios defendiéndose.
Ringo cabalga de nuevo por las estepas de Castilla
la Vieja, aunque de veras parece que fuera el far west.
Los indios urdiendo venganzas tras su rostros cheyenes,
haciendo de cheyenes para la compañía.
O de sioux.
Los indios vengándose.
Emboscando en las Rocosas como guerrilleros.
Engañando a los blancos.
Volando trenes.
violando diligencias donde viajaban los pioneros.
Y los muchachos abriéndose paso con el Colt
en los "saloones".
Poniendo en jaque al sheriff.
Ganando al pócker entre ruidos de fichas.
Entre una balacera y otra.
La posterior fuga.
 
El General Custer matando sioux en cinemascope.
Y nosotros comiendo maní con chocolate
entre las butacas desquiciadas del viejo Cine "Salto".
 
 
laura
 
Entre las mesas del Rayuela, derritiéndose en nuestros ojos,
bajo las luces de rayón que allí morían, se anunciaba la llegada de tu pelo, los ojos que no puedo
recordar ahora, pero que están fijados en esa foto que te sacaste en una calle de La Habana.
Y los autos estacionados en fila india, los pajaritos que se refugiaban del verano, otorgaban
frescura a la garganta, mientras vos comías pollo con la mano y chupabas tu dedos colorados de
salsa.
No se como te recuerdo ahora. Si en las discusiones sobre Trosky o buscando un hotel para poner
en movimiento los engranajes del sexo. Sí, una noche conversando con un veterano en un boliche.
O en Valizas, como en un set publicitario: traje de baño amarillo contra un mar de noctilucas,
viniendo a hundir tu lengua en mi boca, y tus manos en mi pobre pantalón.
Negando de alguna manera eso de que hacer el amor conmigo era como someter el placer a los
estatutos del partido.
 
 
dos postales de tacuarembó
 
1.-
 
La mierda de un pájaro deshecha
en el parabrisas del ómnibus.
Un lagarto muerto al costado de la ruta
con la cola amputada y el vientre
aplastado entre el macadam.
Y el sol cuando amanece:
lento,
lento,
lentísimo,
fermentando en el aire del verano.
2.
 
Te enviaré cartas cuando regrese a Montevideo.
O escribiré morosamente detrás de
las postales, donde tu nombre aparezca junto al mío
en algún círculo vicioso.
Abreviaré las caminatas en los días soleados
con aquello de "dulce como Sputniks",
que escribí en un poema de otro libro
por distinto motivo.
 
Sólo te pediré una cosa:
No hagas nada
por vivir de los recuerdos.
 
 
secuencia tacuaremboense
 
La Caterpiller deshizo los montículos de tosca
y los ha desparramado como en ráfagas.
(Los motores apaciguando la mañana de la casa.)
Y entre el humo de la combustión
volando urracas y espineros.
Y luego por donde pasaba la máquina, por donde volvía
a rastrillar la carretera.
 
Han pasado omnibuses para Tacuarembó
y camiones del Ministerio de Transporte y
Obras Públicas.
Amarillos.
Y al mediodía una ambulancia.
 
¿Alguien habrá filmado este trajín?
 
Pienso en un encuadre para esas calandrias
picoteando restos de pan sobre los tanques.
En el gasoil derramado entre las piedras.
En la hilera de mariposas.
Y después: un primer plano para el chofer
orinando junto a las ruedas del camión,
hablándole algo al camionero que regresa.
Y en otro plano.
Lento travelin sobre el polvasal que todo lo reseca.
 
(La vida en una postal.)
 
Y en off,
la voz de otro empleado de la compañía
releyendo lo que ella le dice en una carta:
"Nuestras ropas no van a estar nunca más
entreveradas en la máquina de lavar
girando en el agua enjabonada".
 
tiro penal
 
Catorce yardas.
O sea: ocho metros para el peligro.
 
Una tarde en el "Saroldi",
cuando el árbitro medía los pasos
y el golero temblaba, como siempre tiemblan
los goleros, nosotros apretábamos los dientes
contra el cielo de sábado.
El nueve de ellos y nuestra mala suerte en su
botín izquierdo.
O acaso la ansiedad en el
borde del área.
 
Y luego ese shot que ya nos tapará los ojos
como en una línea de cal.
 
El poema se cierra con un tiro de muerte.
 
 
ella leía una fotonovela
 
Yo estaba solo en un rincón del bar, mirando las botellitas de yogur en el escaparate helado
y pensando en como habría sido la muerte de Alfredo.
Ella también estaba sola en otra mesa, leyendo una fotonovela, sin oír ninguna cosa que no
fuera el de las hojas al pasar.
Labios pintados de violeta, uñas pintadas y leyendo un historia de amor mientras esperaba
a que viniera acaso dios o estallara una granada en alguna parte. O que viniera dios con una
granada y se volara el maldito boliche con nosotros adentro.
Yo no podía pasar más alcohol por mi cabeza. Imposible llevarla a una discoteca o
invitarla a treparnos al primer taxímetro que pasara a la deriva.
 
Aún me cuesta registrar esa historia banal, lo que no pudo ser una noche de perdedores en
un bar,donde había un tipo sólo tomándose una grapa, y donde una muchacha hacía alta
poesía, repasando una fotonovela en blanco y negro.
 
LINEAS ROJAS
 
montevideanos & montevideanas
 
1.-
La mejor de tus fans está sola esta noche.
Entonces bajás a llamarla por teléfono,
sabiendo que tus palabras pueden hacerle más daño
que una banda de rocanrroll tocando en
la cocina de su casa.
Mientras discás, te abruma
el recuerdo de un poema que se frustró una vez
y que incluía la palabra tinieblas
y hablaba de ruidos siderales que interceptaban
la conversación.
Ves de nuevo el cajero marcando ticket,
el ruido de la juguera,
un absurdo final pateando piedritas.
¿Porqué apagaron los semáforos?
te preguntás.
El teléfono suena en otra parte de la ciudad
donde ella duerme a la luz de los somníferos.
Seguramente.
Y seguramente está tendida en la cama,
como un negativo de Norma Jean:
sin voluntad para contestar el teléfono.
 
2.-
 
Montevideanos & Montevideanas se precipitan
en medio de la lluvia.
No se quedan en un bar bebiendo café.
Ya no esperan a dios en las esquinas.
Ya no leen poemas en la oficina gris.
Ahora la ciudad tiene otra velocidad
y la nostalgia
es como un electrodoméstico en desuso.
 
 
3.-
 
Entonces va a un boliche a tomarte una cerveza con Eduardo.
Está excitado por las largas sesiones en el estudio
donde está grabando "El trigo de la luna"
y parece más deprimido que un detective sin trabajo.
Vamos amigo Marlowe, le decís, entre el tercer y cuarto trago:
Hay gente sin abrigo afuera y tal vez necesita
una canción.
Miss USA está sola en la otra mesa, y también ella
querrá oírte descifrar aquel graffitti que escribieron
por Guayabos:
Darnauchans: esteta decadente.
 
Pero en la ciudad,
matadora de ensueños para el mundo,
alguien habrá de devolverte al sopor de tus papeles.
 
4.-
 
No tengo aspirinas para este dolor,
escribo.
 
Tu pelo alborotado va por la avenida,
tus sandalias por el asfalto aún mojado,
preguntando qué va a ocurrir.
 
Hay gente que se reúne para voltear a un ministro,
leo en unos apuntes inservibles
y vuelvo a pensar en el viento por tu cara,
y en tus ojos alumbrando la cafetería,
sus grandes ventanales.
 
5.-
 
Montevideanos & Montevideanas no se hacen preguntas
al azar.
Nadie va al estadio
y los veintidós futbolistas se miran sin comprender.
Solos en el campo de juego.
 
Junto a la banda blanca la pelota brilla,
como una granada sin desactivar.
 
6.-
 
En la puesta de sol
alguien anda besuqueándose con la muerte
entre las líneas rojas de cualquier historia.
PLAZA BUDAPEST
 
famoso autorretrato
 
Siempre pensé que Bobby Moore era un ministro inglés,
hasta que lo vi por la TV, jugando a muerte para los
sajones.
Para mi Ezra Pound era un tenaz corredor de Bolsa.
Neruda el gourment más famoso de Chile.
Y Alfonsina Storni, una suicida que tuvo el cuidado
de otorgar un toque romántico a su autoeliminación.
 
Siempre creí que Dustin Hoffman era apenas
el rengo de la película.
Y Michael Jackson una línea de estética facial.
 
Desde siempre estuve convencido que Delmira había sido
la prostituta más famosa del 900.
Y que yo no he sido otra cosa que un miserable fugitivo.
Acaso un personaje inventado por John Urpdike
en "Corre, Conejo".
 
plaza budapest
 
No fue por borracho que perdí el avión a Lima en 1990.
Ni fue la soledad la que llevó a escribir esos dieciocho
poemas sobre tu cuerpo.
Ni acaso era el lustre de la tarde, el que entonces aturdía
mis ojos en Plaza Budapest.
Ni las mujeres aparentemente solas,
o aquellos niños vestidos con kimonos cruzando en el semáforo.
 
Okey. No era mi intención decirlo,
pero tampoco ahora conozco mi lugar.
 
 
mao
 
Mao Tse Tung escribía poemas sobre
las montañas que veía desde Wushan
mientras planificaba el desarrollo de La Larga Marcha.
Hablaba de Loushan ("es fuerte el viento del oeste")
y de otras llanuras que el Ejército Rojo iba quitando
a Chan Kai Sek o a la "secta de los bandidos"
como se los llamó luego en los textos oficiales.
"Las montañas son como el mar: azules
y recuerdan a la sangre del sol en el ocaso"
escribía metido debajo de su gorro verde.
Yo nunca vi a Mao, ni mojé mis pie
en las aguas espesas del Yant Ste Kiang o del Mekong.
Un día en que el ejército revisaba mi casa hace como 20 años,
el jefe de la patrulla, el capitán Morales,
descolgó de la pared una foto del poeta Pablo Neruda.
Se lo llevaba porque esta prohibido tener retratos de
Mao en casa.
 
el viento por la espalda
 
Una pelirroja fumando adentro de un beeme detenido
en Plaza Budapest.
Las luces esfumándose en el techo del auto,
en el asfalto todavía brilloso de la lluvia.
Y yo que cruzo por la vereda silbando una
canción de Cohen.
 
Una mujer fumando un cigarrillo tras otro
con los ojos perdidos en la noche.
 
El viento por la espalda, como una duda.
 
 
recuerdos con insectos
 
Los insectos vienen a suicidarse en la
luz de la sala.
Despavoridos camicazes,
caen entre los papeles que te nombran.
Ensucian las palabras impuras
escritas en las trescientas noches que
duró este pánico.
Ave María Purísima escribiré mañana.
La literatura es veneno, escribiré.
Escribo,
antes de admitir todo el fracaso
y dejar a los coleópteros a un lado,
apenas como una dato zoológico de los boleros.
 
 
crepúsculo en yucutujá
 
A 100 kms por hora se borran los detalles del asfalto.
Todo es como una cinta gris.
A 100 kms por hora los postes del telégrafo,
las sombras.
Voy a solas con mi cabeza dando vueltas.
Y a lo lejos los cerros dando vueltas.
Y el ganado mujiendo en el crepúsculo,
como en otra vida.
 
Yucutujá casi en el vértigo del día.
Dando vueltas.
Vuelo también hacia mi pago entre colinas.
Vuelo con tijeretas entre los flechillales.
Dando vueltas los ranchos, las colinas, las tijeretas
dando vueltas por mi cabeza.
"A felicidade e uma arma quente" canta ahora Belchior.
Enciendo el walkman a 100 kms por hora.
Tenso como un cable.
Subo a la música de los cielos.
 
un set con ilona
 
Me metí en un cine porno y estaban pasando
la escena de la bañera.
Nada mejor que amar
entre espumas perfumadas con Louison Babet,
Mientras las cámaras buscan el mejor encuadre.
Y entonces estaban los tipos muy solos
con el sexo en la mano,
viendo como se gozaba en la pantalla,
como caían una y otra vez los velos de Ilona,
el portaligas blanco.
 
Ahora de nuevo su entrepiernas rubio, los dedos
en el himen, el play back de los gemidos.
 
Veinticuatroorgasmos por segundo,
hasta el paradero del alma,
hasta que reviente una bomba dentro de la cabeza.
 
Ilona Staller abre sus piernas en el último set.
- La cámara registra lentamente.-
para que alguien la penetre como un perro,
pero el The End no llega nunca:
 
El último set será mi pantalón mojado
y una caminata siniestra por la ciudad enferma.
 
 
vidas paralelas
 
Sin una opinión tomada ante tanta lluvia, he dedicado todo el día a leer un dossier sobre la vida de
Raymond Carver, poeta norteamericano (1938 - 1988) nacido en Oregón, al que también un camión le
mató el perro al costado de la ruta. Y tenía un padre bebedor como el mío, que a lo mejor también llegó a
su casa en la madrugada con una radio transistor de regalo.
Me he pasado leyendo en los besos de mi mujer, los olores de una mujer de San Francisco que Carver
amó y que un día lo abandonó por su desidia.
El también olvidaba si había dado una conferencia, había escrito una carta azul o se había pasado en un
hotel con una condiscípula.
El también se masturbó en un pañuelo mientras escribía un poema sobre el deseo de penetrar a una mujer,
y después siguió escribiendo.
El trabajó en una fábrica de neumáticos. Y lo dejaron fuera de casa cuando volvió en desorden. No tuvo
un peso en ocasiones. Se fue a boliches miserables. No supo donde ir. En fin, muchas coincidencias entre
su historia y la mía que yo desconocía hasta que me puse a leer ese dossier, como quien caza moscas en
una habitación cerrada.
 
Tal vez en este instante, como en un zoom diabólico, él este viendo el mapita de mi país y por allí esta
playa de Santa Teresa al este, donde un tipo sin aliento escribe en un cuaderno escolar, mientras su mujer
lee algo acerca de la tumba de Jim Morrison, y la lluvia pertinaz sigue y sigue pegándose a los huesos.
 
gracias, kerouak
 
Un avión carreteando por la pista
en el otoño del 88.
Nosotros con una fe ciega en el vuelo
y el olor que venía de los campos cercanos
al aeropuerto.
 
En esta fotografía no tengo planes respecto
a la carretera de regreso.
 

(Montevideo, 1995).
(Fotonovela, canción de perdedores obtuvo mención en el concurso de obras éditas 1997 patrocinado por
el Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay. Fue editado en formato papel por civiles iletrados, en
noviembre de 1996. La presente versión corresponde al archivo html de la entonces publicación web de
civiles iletrados).

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