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de la Iglesia- que posibilitó ya una apologética a dos niveles: el tratado De Vera Religione y,
después, el De Vera Ecclesia.
Con todo, el movimiento filosófico y cultural que representa la Ilustración en el siglo XVIII
remueve los fundamentos del pensar teológico y prepara el “nacimiento” propiamente dicho,
ya en el siglo XIX, de una nueva disciplina académica, ya sea con el nombre de teología
fundamental, ya sea con el de apologética. En efecto, como consecuencia de la nueva
situación espiritual, cultural y política de la ilustración, en la cual el cristianismo y la religión
dejaron de identificarse y éste pasó a ser algo particular con relación a la sociedad, a
principios del siglo XIX la Apologética quedó constituida en una disciplina teológica
autónoma. Y esto sucedió tanto en campo protestante, donde F. Schleiermacher (1768-1834)
fue el primero que habló de un prolegómeno apologético a toda la teología siendo el iniciador
de la filosofía de la religión, así como por el fundador de la escuela católica de Tubinga y
verdadero iniciador de la Apologética, J. S. Drey (1777-1853). Contemporáneamente en el
Colegio Romano -la Universidad Gregoriana de aquel momento- G. Perrone S. J. (1794-
1876) y la escuela romana, aislaron definitivamente la Apologética. Pero veamos con más
detención el contexto del nacimiento de esta disciplina para comprender mejor su enfoque y
características iniciales.
a) El contexto del nacimiento de la Teología Fundamental: La Ilustración
La Ilustración se ha convertido en un término que no sólo indica una época (del siglo XVII
hasta el XIX), sino también un movimiento histórico-cultural. Tal movimiento es concebido
como el inicio de una transformación mundial, como una nueva época que intenta cambiar
radicalmente el pensamiento y el actuar de los hombres, así como las instituciones estatales
y sociales. De esta forma la historia de la humanidad es una historia del progreso y de libertad
creciente, de ahí que razón y libertad configuran una fuerte alianza: la razón se pone como
fin la libertad y ésta quiere vincularse sólo a la razón. Con la Ilustración además el Occidente
deja de ser inequívocamente cristiano y emergen tendencias de tipo deísta -es decir, un dios
sólo natural-, y sucesivamente, tomas de posición filosóficas y científicas de talante ateo o al
menos agnóstico. De esta forma se produce una gran fractura y contraposición entre el
universo religioso, por una parte y, por la otra, el universo cultural en el cual, aun cuando
permanece la referencia a la trascendencia, es prevalente el reclamo a la autonomía de la
razón crítica. En este sentido, el título y la obra de E. Kant (1724-1804) es emblemática: La
religión dentro de los límites de la razón (1793), como realización de la religión siguiendo
la insistente invitación de la Ilustración: ¡Sapere aude! (¡atrévete a pensar!, es decir, ¡ten el
coraje de usar tu cabezal), invitación que después asumirá un tono mucho más amenazador
en las páginas del padre del ateísmo de masa, L. Feuerbach (1804-1872).
Ahora bien, la crítica ilustrada en cuanto verificación de las condiciones de posibilidad de la
revelación, del reconocimiento de su acontecer histórico y de determinación de su valor
referido al conocimiento y relación con Dios, no tiene un significado exclusivamente
negativo y destructor de la revelación, sino también un significado positivo. De hecho, las
repercusiones de la moderna crítica de la religión y de la revelación sobre la autoconciencia
de la fe cristiana son enormes, de tal forma que se puede decir que a causa, aunque no sea la
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última, de su insistencia se ha reforzado el interés por la revelación. Así, junto con la crítica
ilustrada aparecen los primeros tratados sistemáticos sobre la revelación, llegándose a crear
una nueva disciplina: la Apologética de la religión y de la revelación. De hecho, lo que
interesa, tanto a la Ilustración como a la Revelación, es la iluminación, ya que ambos se
refieren a experiencias de luz y, al fin al cabo, a Dios como fuente de toda luz y, a su vez,
ambos se comprometen en el servicio a la verdad, planteándose, pues, la cuestión permanente
sobre la relación entre fe revelada y pensamiento ilustrado.
Nótese además el hecho que la crítica iluminista del concepto de revelación se mueve en una
relación de odio y amor en relación con el cristianismo, pasando con frecuencia de una
posición inicialmente más reduccionista a un final más abierto. Por eso no es extraño que el
paso hacia una nueva apologética fuera iluminado por la crítica de Kant. Su dualismo entre
la razón especulativa y la razón práctica llega a ser el eje filosófico para muchos apologetas
del siglo XIX, especialmente protestantes. Muchos siguen su sugerencia de que la fe ha de
basarse en la voz de la conciencia y en el sentido de obligación moral. El efecto más claro de
esta reflexión fue el plantear la religión como distinta forma de conocimiento, disimilar a las
ciencias puramente especulativas. Para algunos apologetas eso llevó a un cierto fideísmo,
como imposibilidad de justificar el asentimiento de la fe por un proceso racional, sobre todo
en el mundo protestante (Kierkegaard). Para otros, la influencia de la Filosofía crítica condujo
a una apologética del corazón, como F. Schleiermacher en Alemania, S. Kierkegaard (1813-
1855) en Dinamarca, S. T. Coleridge (1772-1834) en Inglaterra, F. R. de Chateaubriand (17
68-1848) en Francia, basada en las aspiraciones del espíritu humano, iniciada ya por B. Pascal
(1632-1662). Otros, finalmente, optaron por el intuicionismo o por algunas formas de
pragmatismo religioso basadas en los postulados de la razón práctica, como los discípulos de
Kant, G. Hermes (1775-1831), condenado más tarde por el Santo Oficio, y el neo-kantiano
protestante A. Ritschl (1822-1889).
b) Los fundadores de la nueva disciplina: J. S. Drey y G. Perrone
Johann Sebastian Drey (1777-1853), iniciador de la Escuela católica de Tubinga, publica su
Die Apologetik als Wissenschaftliche Nachweisung der Gottlichkeit des Christentums 1-3
(1838-1848)1, que la concibe como una nueva disciplina que tiene como objetivo, tal como
dice su título, la demostración científica de la divinidad del cristianismo. El nacimiento de
esta joven disciplina, o al menos su nueva estructuración, era para Drey fruto de un
sentimiento general de su necesidad. Su articulación es triple: Apologetik 1: filosofía de la
revelación; Apologetik 2: la religión en su evolución histórica hasta el cumplimiento en la
revelación de Cristo; ambos tratados se combinan entre sí a causa de la interdependencia del
concepto de religión y de revelación; Apologetik 3: la revelación cristiana en la Iglesia
católica, tratado que, en cambio, sigue la forma clásica del De Vera Ecclesia.
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La apologética como prueba científica de la verdad del cristianismo.
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En este sentido es significativo el cambio experimentado por la obra de J. B. Schwetz, Theologia generalis
(1850), que en su segunda edición asume ya el título de Theologia Fundamentalis (1862).
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Así, los escritos de A. Gardeil, La crédibilité et l'apologétique (1908) y de R. Garrigou-Lagrange, De
Revelatione (1930), con el influyente Dictionaire Apologétique de la Foi Catholique (1909-1928), junto con
los diversos manuales más difundidos en los centros teológicos (A. Tanquerey, C. Mazzella, G. Van Noort, C.
Pesch, H. Diekmann, S. Tromp, A.C. Cotter, M. Nicolau, A. Lang, Fr. B. Vizmanos), marcan decisivamente
esta época.
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como tratado dogmático, pero quedó huérfana de la dimensión de credibilidad y del necesario
diálogo con las otras religiones, el mismo tema de los signos se marginó a la exégesis al tratar
de los milagros, así como la misma cuestión de la fe se redujo a su ámbito de virtud teologal
y sin la repercusión que tiene en la epistemología creyente. Finalmente, los temas clásicos de
eclesiología fundamental se traspasaron a una nueva disciplina postconciliar: la eclesiología
dogmática, centrada sobre el misterio y la estructura de la Iglesia.
En este sentido son paradigmáticos dos encuentros de especialistas en teología fundamental
que manifiestan claramente esta situación. El primero publicado en 1965 que manifiesta
claramente las aporías de la teología fundamental en el momento “conciliar”. El segundo
encuentro realizado en la Pontificia Universidad Gregoriana en 1969 donde constata que
“después del Concilio surge una crisis que parece agravarse”, y augura que la nueva
estructura de los estudios teológicos en tres ciclos posibilite una mejor articulación y estudio
de la teología fundamental.
Vista esta situación que muestra la gran dificultad de los inicios de la teología fundamental
después del Vaticano II se puede comprender mejor esta etapa como de larga transición entre
la Apologética clásica y la lenta articulación de diversos elementos para construir una nueva
disciplina que asuma plenamente el nombre y la realidad teología fundamental. En esta etapa,
se incluyen cinco grandes corrientes no excesivamente distintas pero que ponen de relieve
algún aspecto más relevante.
a) Continuidad de la Apologética previa a la dogmática como disciplina
En los primeros años del posconcilio empieza una larga transición que comporta inicialmente
una continuidad de la Teología Fundamental entendida como Apologética clásica previa a la
Teología Dogmática. En este sentido no es extraño que el manual latino más divulgado antes
del Vaticano II, el de los jesuitas M. Nicolau y J. Salaverri, Theologia Fundamentalis: Sacrae
Theologiae Summa I (BAC, Madrid 1950), continúe muy presente. En efecto, su difusión es
obvia dadas sus cinco ediciones, con una venta de 62.000 ejemplares hasta el año 1970, y su
valor había recibido esta calificación por parte de K. Rahner: “no hay en el mundo ninguna
Teología Fundamental que sobrepuje esta Summa en el equilibrio al proponer esta materia,
en la proporción de la bibliografía abundante, en tener al día el suministro de la Escuela.
Evita que uno olvide la herencia teológica de los últimos siglos”. Se trata pues, del máximo
representante de la teología fundamental de cariz apologético, que se convierte en el último
manual de primera línea de estas características.
Esta orientación viene representada en el posconcilio por A. Beni, A. Kolping y A. Lang.
Esta comprensión comporta la continuidad de las tres clásicas demonstrationes: la religiosa,
donde se forja una teoría del conocimiento de la credibilidad de la Revelación; la
demonstratio christiana, como exposición de la historicidad concreta de la Revelación de
Dios y la demonstratio catholica, como desarrollo de la Iglesia católica como portadora de
la revelación de Dios. La insistencia es, pues, en una disciplina que muestre el carácter
racional de la fe y que utiliza básicamente argumentos de razón y no tanto pruebas
dogmáticas.
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Tal perspectiva releída en clave católica dio sus frutos, por ejemplo, en el divulgado manual de R. Latourelle,
Teología de la Revelación.
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Este, con todo, era el intento de R. Latourelle al distinguir que la teología fundamental debe hablar
dogmáticamente del misterio y apologéticamente del acontecimiento, pero este último aspecto no encontró la
difusión esperada.
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algunos aspectos de forma diferenciada, de tal manera que su descripción puede ser útil para
una mejor comprensión del momento presente:
a) Las dos escuelas actuales de Teología fundamental
- La Teología Fundamental como “teología de la credibilidad” de la Revelación
(escuela de la Universidad Gregoriana de Roma).
Tal comprensión con acento en la Cristología y en la semiología es el forjado por la que
podríamos llamar “escuela de la Gregoriana”. Su iniciador es, sin duda, R. Latourelle y su
máximo continuador es R. Fisichella, autor del manual La Revelación: evento y credibilidad
(1985; Salamanca 1989), ambos directores del importante Diccionario Teología Fundamental
de 1990, donde se encuentran en síntesis sus aportes más significativos.
- La Teología Fundamental como "teología de los fundamentos" de la Revelación
(escuela alemana)
Este modelo con claro acento en las cuestiones propias de los tratados sobre la Religión y
sobre la Iglesia, recoge la típica tradición alemana de la teología fundamental como teoría de
los principios teológicos e introducción a la gnoseología teológica.
b) Dos bloques de referencia
- La epistemología de la teología fundamental: la concepción sintética de la
credibilidad
La renovación de la teología fundamental va muy ligada a las componentes epistemológicas
“humanas” del acto de fe: en definitiva, la función de la credibilidad y la de los signos en
ella. Se parte, pues, de una visión más personalista del acto de fe y de la función iluminadora
de la gracia que comporta una concepción sintética de la credibilidad en la que la luz de la fe
efectúa la “síntesis” de unos signos o motivos de credibilidad que no adquieren pleno valor
sino es gracias a esta luz. Por tanto, la credibilidad, ni es un estadio previo al acto de fe ni un
aspecto irrelevante en el proceso creyente, sino que es un aspecto formal, distinguible por la
reflexión como punto de mira o perspectiva, aunque identificado en la realidad viviente del
proceso creyente. Es sin duda esta última concepción de la credibilidad que hace posible una
nueva imagen de la Teología Fundamental.
Esta concepción comporta un replanteamiento de la función de los signos de credibilidad
vistos desde una perspectiva que, junto con una elaboración filosófica de las más recientes
reflexiones sobre semiología, proponga nuevas perspectivas teológicas. Paralelo a la
epistemología corre la importante perspectiva hermenéutica, que ha tenido después del
Vaticano II una gran relevancia especialmente para nuestra disciplina.
- La sistemática de la teología fundamental: la “monstratio religiosa, christiana y
catholica”
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Para percibir la renovación de la teología fundamental es útil partir de la triple división, pero
no ya como demonstratio, sino como mostración, entendida como propuesta y oferta de sus
tres dimensiones: la religiosa, la cristiana y la católica:
Monstratio Religiosa:
La monstratio religiosa aparece situada en diversos ejes. Por un lado, influye en ella de forma
preeminente el giro antropológico de la teología contemporánea. Por esta razón no es extraño
que la figura de M. Blondel continúe teniendo mucha influencia tal como puede verse en los
sucesivos Congresos sobre este autor, así como los planteamientos influidos por la teología
trascendental, la propuesta de J. Alfaro, De la cuestión del hombre a la cuestión de Dios
(1988) -un nuevo v actualizado Horer Wortes- donde aparece con fuerza una antropología
personalista en diálogo con los filósofos más recientes y con el ateísmo. A su vez, el estudio
de la experiencia aparece como relevante en esta etapa, aunque sus resultados continúan
siendo poco precisos.
Diversos manuales de esta etapa acentúan varios aspectos de esta dimensión antropológica
como nueva forma de monstratio religiosa. El otro eje de esta monstratio es la que se refiere
al estudio de la religión y de las religiones. Las orientaciones en este campo son complejas,
aunque en el fondo aparecen como tres grandes de comprensión en su relación con Cristo: la
teoría exclusivista, la inclusivista y la pluralista, o, si se prefiere, eclesiocentrismo,
cristocentrismo y teocentrismo (cf. el Documento de la CTI de 1996 sobre cristianismo y las
religiones).
Monstratio Christiana:
Una las novedades importantes de la teología fundamental tanto en la primera etapa de
después del Concilio Vaticano II como en la reciente es el impulso de esta monstratio, vista
no desde una perspectiva abstracta sino concreta en la revelación cristiana realizada por
Jesucristo. En esta etapa debe ponerse de relieve también el crecimiento en la reflexión
teorética sobre la Revelación, especialmente en la línea de la filosofía reflexiva y
fenomenológica, y aún la misma analítica. Existen además importantes síntesis académicas
sobre la Revelación y, de forma relevante la prestigiosa propuesta del teólogo evangélico W
Pannenberg en su Teología Sistemática I-III, sin duda la mejor obra de la teología evangélica
de la segunda mitad del siglo XX.
Monstratio Catholica:
Sobre esta monstratio es donde aparecen más diferencias en el momento presente. Se constata
que la eclesiología que surge de esta reflexión teológico-fundamental es una visión de la
Iglesia que, enraizada en el Vaticano II, combina la reflexión teológico-hermenéutica con la
empírico-histórica, dada su “compleja realidad” (LG 8). En ella aparecen como relevantes
las cuestiones sobre Jesús y la Iglesia, la perspectiva del Reino de Dios y la de su servicio al
mundo. Eje decisivo de esta perspectiva de la monstratio catholica postconciliar es la
reflexión eclesiológica sobre el ecumenismo presente en un buen grupo de teólogos
ecumenistas también reconocidos especialistas en teología fundamental. Es aquí donde el
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tema apologético clásico sobre las notas de la Iglesia adquiere nueva relevancia como núcleo
vertebrador de toda la sistematización eclesiológica, tal como sugirió ya la síntesis magistral
de Y. Cangar en Mysterium Salutis IV/1 (1972).
Finalmente, el tema de la misión de la Iglesia ocupa aquí también su espacio y es, sin duda,
el proyecto de teología fundamental práctica ya citado de J. B. Metz, el que se ha convertido
en paradigmático.
En este marco se sitúan los autores propiamente latinoamericanos forjadores de la teología
de la liberación, aunque debe observarse que esta disciplina aparece como tal y de forma
novedosa y clara en 1981 con el teólogo laico catalano-chileno A. Bentué, La opción
creyente: Introducción a la teología fundamental. La presenta sucintamente en su manual el
colombiano A. Ruiz, Jesús, Epifanía del amor de Padre. Teología de la Revelación. Por su
lado, el jesuita colombiano A. Parra ofrece quizá la más manifiesta propuesta de “teología
fundamental de la praxis latinoamericana” con Dar razón de nuestra esperanza. Un esbozo
sugerente es el del uruguayo J. L. Segundo en Mysterium Liberationis y, finalmente, el
brasileño J. B. Libanio le ha dado consistencia con un título expresivo y propositivo en su
Teología de la Revelación a partir de la Modernidad.
c) El Congreso Internacional de Teología Fundamental de 1995
La etapa, que comienza a partir de la Encíclica Fides et ratio, representa un nuevo desafío
para la teología fundamental, ya que relanza y plantea una serie de cuestiones decisivas para
su específica reflexión teológica en torno a la fe y la razón ante la Revelación con la pregunta
clásica de Tertuliano: “¿Qué tienen en común Atenas y Jerusalén? ¿La Academia y la
Iglesia?” (FR 41). De hecho, esta Encíclica viene precedida por el Congreso Internacional de
Teología Fundamental celebrado en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma en 1995.
La celebración de este Congreso Internacional marca un hito decisivo por razón de la amplia
convocatoria que suscitó, así como por sus ponencias, que vistas globalmente invitan a una
convergencia en torno a tres conclusiones. En primer lugar, se constata la consolidación de
una comprensión positiva de la Dei Filius del Concilio Vaticano I, gracias a una lectura
hermenéutica de sus textos.
En segundo lugar, se constató, especialmente a partir de las ponencias históricas que partían
del Vaticano II, la existencia de las dos grandes modelos o escuelas de Teología Fundamental
ya mencionadas. Ahora bien, ambas escuelas comparten una epistemología común gracias a
su afirmación central de que la Teología Fundamental es una disciplina de claro enfoque
teológico, superada ya la visión pre-teológica propia de una cierta apologética de viejo estilo.
Finalmente, la tercera aportación más significativa del Congreso Internacional es su
comprensión de “la relación de la Teología Fundamental con la Teología Dogmática”, donde
aparece con maestría las reflexiones de M. Seckler a las cuales se pueden asimilar las
aportaciones finales sobre “la identidad del teólogo fundamental” de K. H. Neufeld y sobre
“el futuro de la Teología Fundamental” de G. Ruggieri. En efecto, M. Seckler precisa que
debe entenderse como Teología Fundamental aquella reflexión fundamental que tiene como
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“disciplina que da razón de la fe (cf. 1 Pe 3 ,15)”, que “justifica y explicita la relación entre
la fe y la reflexión filosófica”, y que, finalmente, “estudia la Revelación y su credibilidad,
con el acto de fe”.
La descripción como “disciplina” significa que ésta se considera como ciencia en cuanto
reflexión sistemática para su enseñanza y, en este sentido, se explicita algo que quedó
ausente, al menos de forma explícita, en los textos conciliares, especialmente en Optatam
totius n. 16, y que ya la Constitución Apostólica Sapientia christiana apuntó más
formalmente al tratar de la teología fundamental como “disciplina teológica con referencia a
las cuestiones de ecumenismo, las religiones no cristianas y el ateísmo” [Ordinationes: n.
51). En las normas especiales se subraya que se debe mostrar “cómo la fe y la razón se
encuentran en la única verdad” siguiendo la afirmación del Concilio Vaticano II en GS 10.
El texto clásico de la primera carta de Pedro es citado indirectamente con la fórmula rationem
fidei reddendi; en clave paralela a 1 Pe 4,5 (reddent rationem) y Rom 14,12 (rationem reddet)
-recogida así en el Vaticano II por LG 10 (rationem reddant) y se refiere a la fe, aunque su
texto original griego tan sólo hace referencia a la esperanza. Con todo, el texto latino de la
“Vulgata Sixtina”, citado así tanto por san Agustín como por santo Tomás, une la fe a la
esperanza así: rationem de fíde et spe nostra [cf. respectivamente, 120, 1, y ST II-II, q.2 a.
10].
La palabra latina ratio significa “explicación, consideración, motivo y causa” y traduce el
griego logos cuyo sentido es “dar cuenta de, razón, reflexión racional, resultado de la
reflexión o motivo racional mesurado”, particularmente importante para el uso cotidiano y
para la filosofía como “reflexión, motivo o condición”. Esta referencia a l Pe 3,15 recoge a
su vez el sentir común de los especialistas recientes que ven en este texto la “'Carta Magna”'
de la Teología Fundamental.
La Encíclica al sostener que esta disciplina debe “dar razón de la fe, justificar y explicitar la
relación entre la fe y la reflexión filosófica”, recoge una larga tradición teológica. En efecto,
es sabido que la cuestión de la relación entre la fe y la ciencia filosófica fue el tema central
en el proceso de formación de la teología como ciencia en la escolástica medieval, y ya santo
Tomás la resumió con precisión así al afirmar que debe: “demostrar lo que son los
praeambula fidei”; “dar a conocer por mediación de comparaciones lo que pertenece a la fe”,
y “oponerse a lo que se dice contra la fe, manifestando que es falso o que no es necesario”
[In Boeth. de trin. q.2.a.3.].
Sobre este tercer servicio de la razón en otro lugar Tomás de Aquino precisa agudamente que
ante “un adversario con el cual no queda medio para discutir con él la tarea que resta es actuar
para resolver sus argumentos u objeciones, puesto que es imposible demostrar lo contrario
ya que las pruebas que se aportan contra la fe no son verdaderas demostraciones, sino
argumentos solubles” [ST I, q.l a.8]. Santo Tomás, pues, comprende toda esta función de la
razón en el interior de la reflexión creyente y teológica, aún en su misma Summa contra
Gentiles, donde en su inicio observa que reflexionará sobre “la verdad que la fe profesa y que
la razón investiga” [1,9].
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En el contexto esta primera escolástica la razón no es vista como alternativa a la fe sino como
la capacidad humana para las operaciones discursivas del espíritu, que se ejercita por
excelencia en la ”demostración” o en el procedimiento silogístico, al ser la razón la fuerza
interpretativa de la fe, ya que por su mediación la fe se constituye en ciencia. Por eso, la razón
es “el sujeto de la fe”, como portadora de la fe que es, lo cual significa que es la capacidad
de verdad del espíritu humano. No es extraño, pues, que toda esta etapa haya sido vista
también como los inicios de la apologética tanto por la metodología empleada bajo el eje de
la relación entre fe y razón, como por sus primeros esbozos sistemáticos en la triple
demostración religiosa, cristiana y católica que quizá ya se vislumbra a finales del s. XIV y
que se articula definitivamente en el s. XVI.
Con referencia a la tercera tarea asignada a la Teología Fundamental, aquella de “estudiar la
Revelación y su credibilidad, con el correspondiente acto de fe”, nos encontramos ya en la
formulación más propia que comporta el surgimiento de esta disciplina teológica específica,
especialmente por parte del fundador de la escuela de Tubinga, J. S. Drey y por el profesor
del Colegio Romano, G. Perrone.
Ahora bien, la expresión “creíble” había aparecido sucintamente ya en santo Tomás y
comenzó a usarse a partir del siglo XVII, siendo divulgada en torno al Concilio Vaticano I
que la usó de forma significativa cuatro veces en la Dei Filius y siempre en el apartado sobre
la fe. La perspectiva de la credibilidad a partir de entonces se ha convertido en la
característica más propia de la teología fundamental, aunque su articulación concreta ha
conllevado diversos enfoques tal como la misma relación entre fe y razón. De hecho, la
palabra “credibilidad” pone de relieve de forma muy concreta la característica de la fe
cristiana como obsequium rationi consentaneum, afirmado por el Vaticano I que cita Rom
12,1 (cf. DH 3009), y a su vez sugiere su carácter habitual de oferta dialogal, aunque en
ciertos planteamientos apologéticos se convirtiera en polémica, pero que, con todo y en sus
diversos acentos, mantiene siempre una significativa fuerza misionera.
Por otro lado, el estudio de la Revelación tipifica el objeto material de esta nueva disciplina
surgida en los albores de la modernidad, que ya desde el siglo XVI había comenzado a
desarrollar un inicial tratado sobre la Revelación con una parte teórica y una parte histórico-
práctica. A su vez se desplegó, además de la finalidad apologética más divulgada, un enfoque
positivo-fundante de carácter intra-teológico para garantizar los principios de la teología y
de la fe. Esta nueva finalidad teológico-fundamental, sobre todo presente en los teólogos
protestantes, se fue combinando progresivamente con la apologético-fundamental que era la
dominante católica en su enfoque sobre la revelación. Más adelante, ya en el Concilio
Vaticano I, este concepto de revelación fue introducido por primera vez en el lenguaje oficial
de los concilios dentro de un contexto complejo y marcado primariamente por el enfoque
apologético. No será hasta la Constitución sobre la Revelación Dei Verbum del Vaticano II
donde tal concepto asumirá claramente una perspectiva teológico-dogmática. En efecto,
leyendo DV 1, el misterio cristiano de la salvación mediante el concepto de revelación -como
movimiento histórico de la auto-comunicación del Dios trino- la convierte en uno de los
conceptos fundamentales en la historia de la auto-comprensión del cristianismo y muestra a
su vez la importancia de enfocar teológicamente el tema de la revelación.
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No es extraño, pues, que después del Vaticano II fuera éste el enfoque predominante y casi
único del espacio que antes ocupaba la teología fundamental. Progresivamente se recupera
también el antiguo enfoque apologético, pero ahora ya claramente teológico, sobre la
revelación a partir de una relectura de la categoría de la “credibilidad”. En este reencuentro
se sitúa la recuperación del tratado De Fide que comprende un análisis histórico y una
aproximación sintética, de acuerdo con la perspectiva típica del tratamiento tradicional sobre
la fe, situado en la teología fundamental como epistemología, y no sólo como una
antropología teológica.
En definitiva, las indicaciones de la Encíclica sobre el objeto material de la teología
fundamental pueden orientar hacia una disciplina teológica que asume como centro la
Revelación y el correspondiente acto de fe desde la perspectiva de la credibilidad. Tal
orientación conllevará lógicamente tanto un estudio histórico-sistemático de la Revelación,
como una epistemología propia como expresión del “dar razón de la fe”. A tal doble
dimensión se la podrá calificar, la primera, como función fundacional-hermenéutica (en clave
de una Teología Fundamental “dogmático-fundamental”) y, la segunda, como función
dialogal-contextual (en clave de una Teología Fundamental “apologético-fundamental”).