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Dra. Klett, Dr. Corujo, Dr. Simón, Dr. Balcaldi (r.), Dra. Rossi (d.).
Dr. Marquisio. (Sec. Letrado).
Discordia Dra. Rossi. DISCORDE: anulo por los
siguientes fundamentos.
Entiendo que, en el caso, el Ministerio del Interior se apartó de
reglas a la que estaba sujeto el ejercicio del procedimiento disciplinario,
efectuando la Resolución una equivocada calificación de la situación de
hecho, arribando de esta forma a una sanción desproporcionada.
Recientemente fijé mi posición discorde a la mayoría del Colegiado
en un caso análogo al presente.
Esto consta en la discordia relativa a la Sentencia No. 145/2023
por la que se puso fin al proceso tramitado en los autos caratulados:
“MARINO ALVES, MARCELA LETICIA con ESTADO. MINISTERIO
DEL INTERIOR. Acción de nulidad” (Ficha No. 509/2020).
Por lógicas razones, reiteraré aquí el desarrollo argumental allí
formulado.
Cabe aclarar que – al igual que en dicho caso- tampoco aquí
existen dudas respecto que el funcionario incurrió en falta disciplinaria;
pero la sanción aplicada (cesantía) resulta ilegítima por las razones que
se expondrán.
Transgresión de los principios de legalidad y tipicidad. En primer
lugar, no media controversia respecto de los hechos que son motivo del
procedimiento disciplinario (sumario administrativo) desarrollado por el
Ministerio del Interior. Es un hecho admitido en este proceso que al
accionante se le practicó el día 26.8.2016 una prueba tendiente a la
detección de consumo de estupefacientes (marihuana y cocaína), lo que
arrojó un resultado positivo: “ADVERSO”, detectándose y confirmándose
la presencia de cocaína y de sus metabolitos” (fs. 23 AA).
En consecuencia, no caben dudas en que el funcionario en virtud de
su estatuto policial, incurrió en una falta disciplinaria. La Ley Orgánica
Policial No. 19.315 consagra entre las prohibiciones a las que está sujeto
el personal policial la de “Consumir sustancias ilícitas, de acuerdo al
Decreto-Ley N° 14.294, de 31 de octubre de 1974” (art. 37 Lit. B). El
control al que se vio sometido arrojó como resultado el consumo de una
droga ilegal (cocaína), por lo que su conducta constituye una falta
disciplinaria en los términos del art. 18 de la Ley No. 19.315, pasible de
sanción disciplinaria. Ahora bien, el Ministerio del Interior en
oportunidad de sancionar el incumplimiento constatado vulneró el
principio de legalidad y en concreto la tipicidad legal que en la
emergencia debía regir su actuación administrativa.
La Administración vulneró dichos principios en dos sentidos: a)
respecto al tipo infraccional que resultaba aplicable; y b) la calificación
final de la sanción; en ambos casos desconociendo lo previsto en el art.
123 de la Ley 18.362. Esta disposición -cuya vigencia no se cuestiona-,
fue desconocida por el Ministerio del Interior durante el iter sumarial, así
como en los informes y dictámenes técnicos finales. El art. 123 inc. 1º de
la Ley No. 18.362 dispone claramente: “Cualquier funcionario policial,
previa resolución del Ministerio del Interior, podrá ser sometido en forma
aleatoria o expresa, a un examen de laboratorio o técnico, a efectos de
determinar la presencia de sustancias psicotrópicas o estupefacientes,
prohibidas de acuerdo a la legislación vigente. Constituirá una
presunción en su contra la negativa o la evasiva para someterse al
examen. La comprobación de la existencia de estupefacientes constituirá
falta grave” (el destacado es nuestro).
La disposición transcrita describe un tipo de infracción
administrativa concreta y específica, donde se incluye:
a) una falta disciplinaria o ilícito administrativo, consistente en la
“comprobación de la existencia de estupefacientes”; y,
b) una sanción determinada, consistente en calificar tal comportamiento
como una “falta grave”, por lo que se aplicarán los guarismos punitivos
propios de la graduación establecida.
Los hechos que constituyen el motivo de las actuaciones
sumariales, se subsumen en la descripción típica de la disposición
reseñada, en tanto al funcionario se le detectó la presencia de
estupefacientes (cocaína).
La Administración, por tanto, debió atenerse a tal infracción y
luego a la graduación que la misma norma legal prevé, que reputa como
“falta grave” tal inconducta.
Por consiguiente, el Ministerio del Interior desconoció la
tipificación normativa del ilícito administrativo contenida en una expresa
disposición legal (art. 123 de la Ley No. 18.362), en un doble sentido:
desconociendo la misma tipificación infraccional así como la graduación
sancionatoria que correspondía aplicar.
Vicio en la calificación de la infracción. El Ministerio del Interior
realizó una ilegítima subsunción de los hechos, escogiendo una incorrecta
regla de derecho.
En lugar de aplicar y subsumir los hechos en la norma (art. 123 de
la Ley 18.362) con vocación para regular los hechos constatados
(comprobación de la existencia de estupefacientes); se apartó de la misma
para aplicar la infracción de “Ineptitud en el Ejercicio del Cargo”
prevista en el art. 73 de la Ley No. 19.315 y el art. 33 lit. a) del Decreto
1/016.
El derecho escogido y la infracción invocada resultan inadecuadas,
pues si existe una norma especial que tipifica y describe la inconducta, la
Administración debe ajustarse a la misma.
La demandada incurrió de esta forma en un error de calificación,
los que suceden “cuando no se ha subsumido correctamente la situación
fáctica que se considera probada en el proceso, en el supuesto de hecho
de una norma” (Jorge Malem. El error judicial y la formación de los
jueces. Ed. Gedisa. Año 2008. Pág. 176).
Vicio en la identificación de la sanción. El Ministerio del Interior
incurrió en ilegitimidad al momento de calificar la sanción a ser aplicada.
La inconducta en que incurrió el funcionario (comprobación de la
existencia de estupefacientes), tiene asociada una calificación
sancionatoria preceptivamente establecida en el multicitado art. 123 de la
Ley No. 18.362, consistente en considerar la misma como “falta grave”.
En efecto, la graduación de la sanción se encuentra expresamente
estipulada en la disposición legal para este tipo de inconducta: será
sancionada como “falta grave”.
De esta forma, siendo sancionada con los guarismos propios de una
“falta grave”, corresponde identificar los umbrales sancionatorios que la
Administración podía aplicar dentro de los márgenes de la
discrecionalidad.
A tales efectos, el Ministerio del Interior debe atenerse a la
graduación de las faltas contenida en la Ley Orgánica Policial No.
19.315, cuyo art. 83 clasifica en “faltas leves”, “faltas graves” y “faltas
muy graves”.
Por ende, existiendo una graduación legal de las faltas, resultan
aplicables las mismas de acuerdo a la calificación realizada por la Ley
No. 18.362.
El art. 83 castiga las “faltas graves” con sanciones que van del
“demérito” a la “suspensión en la función hasta tres meses” (art. 83 inc.
2º). Repárese entonces, que entre el elenco de sanciones con que se
castigan las “faltas graves” no se encuentra la cesantía ni la destitución,
por lo que mal pudo el Ministerio del Interior aplicar tal sanción
concreta.
La sanción finalmente aplicada a la funcionaria (cesantía), resulta
ilegítima por exceder la escala de sanciones propia de las “faltas graves”
con que -de acuerdo al art. 123 de la Ley No. 18.362- debe castigarse la
reprobable conducta del funcionario.
La cesantía resulta ilegítima, por no tratarse de una sanción
incluida entre las “faltas graves”.
El Ministerio del Interior desconoció la tipicidad contenida en el
art. 123 de la Ley No. 18.362, lo que hace ilegítima la sanción aplicable
al actor.
En la doctrina española Alejandro Nieto señala que “el mandato de
tipificación se desarrolla en dos planos: primero ha de declarar la ley
cuáles son las conductas que se consideran infracción administrativa y
luego ha de atribuir a cada una de tales infracciones la sanción que le
corresponde. En realidad se trata, por tanto, de un doble mandato -de
tipificación de infracciones y de tipificación de sanciones” (Derecho
Administrativo Sancionador. Ed. Tecnos. Año 1994. Pág. 294).
Si el legislador describe (tipifica) una conducta infraccional y le
asocia una sanción, la Administración carece de márgenes de
discrecionalidad para apartarse de la misma debiendo ajustarse a la
legalidad. En el caso, el art. 123 de la Ley No. 18.362 cumplió
íntegramente tal “mandato de tipificación”, por lo que ha de estarse al
supuesto de hecho y la consecuencia previstos en tal disposición.
Nuevamente Alejandro Nieto señala que: “La Administración, en
efecto, después de haber constatado los hechos y sus circunstancias, ha de
proceder de la siguiente manera: a) Subsunción de la actuación a un tipo
normativo de infracción. b) Subsunción del tipo en una clase de
infracción. c) Determinación de la correlación entre la clase de
infracción y la clase de sanción. d) Atribución de una sanción concreta de
las que se encuentran agrupadas en la clase” (Alejandro Nieto. Op. Cit.
Pág. 310). Trasladando estos conceptos al caso concreto, el Ministerio
del Interior debió subsumir los hechos en el tipo normativo del art. 123 de
la Ley No. 18.362, donde la infracción se encuentra descrita; luego
correlacionar dicha infracción con la clase de sanción (“falta grave”); y
finalmente atribuir la sanción concreta dentro de las propia de dicha
clase, donde no se encuentra la “cesantía” o “destitución”.
Las leyes Nros 18.362 y 19.315 deben interpretarse de acuerdo a un
argumento a coherentia, de manera que dos enunciados legales no
pueden significar normas contradictorias o incompatibles entre sí.
De esta forma, si la Ley No. 18.362 califica una falta como
“grave”, y la Ley No. 19.315 define ostensiblemente cual es el alcance de
las “faltas graves”, la primera debe interpretarse de acuerdo al
significado de la segunda para evitar contradicciones lógicas entre ellas.
El Tribunal ha tenido en el pasado oportunidad de pronunciarse
sobre hechos similares a los que son objeto del presente proceso,
entendiendo: “Cabe recordar que al accionante se le imputó una “falta
grave” por la detección de estupefacientes en su sangre, calificación que
estaba dada expresamente por la propia Ley 18.362. En el momento en
que se dictó el acto sancionatorio, por el cual se declaró cesante al
funcionario, era posible la aplicación de esa clase de sanción a las faltas
calificadas como graves. En cambio, luego del dictado de la Ley 19.315,
ya no resulta posible la aplicación de la máxima sanción para este tipo
de faltas. En efecto, tanto en el art. 81 como en el art. 83 de la nueva ley,
la sanción de cesantía, equivalente a la de destitución, se prevé
exclusivamente para los supuestos en que el funcionario incurre en
“falta muy grave”, no así para los casos en que éste comete una “falta
grave” (Sentencia Nº 221/018 de 26/VII/2018, el destacado es nuestro).
Ausencia de proporcionalidad entre los hechos (falta) y la sanción
aplicada. El Ministerio del Interior incurrió también en una violación del
principio de proporcionalidad entre los hechos calificados y la sanción
aplicada.
En efecto, aun considerando que la inconducta de la funcionaria
constituye una “falta muy grave”, el art. 83 de la Ley No.19.315 prevé
como sanciones concretas la “suspensión rigurosa en la función de cuatro
a seis meses” y la “destitución”; de manera que dentro del espacio de
discrecionalidad que ostenta la Administración en la determinación de la
sanción a ser aplicada, podía imponer una menos gravosa que la cesantía
dispuesta.
De esta forma no se obró con la proporcionalidad o razonabilidad
lógica que debe existir entre la falta y la sanción, imponiéndose al
funcionario una medida expulsiva ante un hecho si bien de gravedad,
podía ser objeto de una sanción más adecuada a las circunstancias de
hecho que surgen del expediente.
En efecto, no surge prueba administrativa que permita inferir que el
funcionario es un consumidor habitual de sustancias; ni que lo haya
hecho durante la jornada de trabajo o antes de iniciar la misma; que el
consumo detectado haya incidido en el cumplimiento de su función o, que
hubiera incurrido en otro incumplimiento propiciado por el consumo.
Más aun considerando que en el Informe del Sector Disciplinario
del Área Jurídico Notarial del Departamento de Asesoría Jurídica de la
Administración demandada de fecha 6.8.2018, se estimó que “no surge
prueba suficiente en cuanto a que el consumo de sustancias
estupefacientes fuera intencional o culposa, como lo exige el artículo 18
del Decreto 1/016 de 4 de enero de 2016.-
Ello, supone a nuestro entender, que no se pudo superar la presunción de
inocencia que ampara a la funcionaria sancionada”
(…)
Sin embargo, de las propias declaraciones del sumariado se
desprende que el pese a conocer la existencia de un protocolo sobre el
manejo de sustancias, no lo siguió (ver fs. 25-26).
Razón por la cual a nuestro entender correspondería la aplicación
de una sanción de dos meses de suspensión en la función con privación de
los medios sueldos respectivos” (fs. 223 y ss. AA).
Debe subrayarse incluso que previo al dictado del acto encausado,
tales conclusiones fueron reiteradas por el mismo asesor actuante en su
dictamen de fecha 8.1.2020.
Sumado a ello, en dicha oportunidad agregó que: “sin perjuicio de
lo anterior, debemos advertir al Jerarca que el Tribunal de lo
Contencioso Administrativo por Sentencia 221/2018, ha anulado, por
desproporcionada la sanción de cesantía ante casos como el de autos”
(fs. 320 AA).
En consecuencia, si bien resulta probado el consumo de sustancia,
la sanción de cesantía resulta desproporcionada en relación a los hechos
relevados en las actuaciones administrativas interpretadas en su contexto.
Asimismo, la sanción también resulta desproporcionada a la luz de
tratar el consumo de sustancias exclusivamente desde parámetros
punitivos, cuando los modernos abordajes sobre la problemática exigen
considerarlo como una cuestión de salud a través de mecanismos de
prevención y tratamiento.
La Organización Internacional del Trabajo ha postulado que “Los
trabajadores que experimentan problemas relacionados con el alcohol o
las drogas deberían recibir el mismo trato que los trabajadores que tienen
otros problemas de salud…”, en virtud de ello “El empleador debería
considerar los problemas de alcohol o de drogas como un problema de
salud. En tales casos, el empleador debería normalmente ofrecer servicios
de asesoramiento, tratamiento y rehabilitación a los trabajadores, antes
de considerar la aplicación de medidas disciplinarias”; añadiendo que
“Los trabajadores que quieran recibir tratamiento y rehabilitación para
sus problemas relacionados con el alcohol o las drogas no deberían ser
objeto de discriminación por parte del empleador y deberían gozar de la
seguridad del empleo usual y de las oportunidades de traslado y ascenso
profesional” (Tratamiento de cuestiones relacionadas con el alcohol y las
drogas en el lugar de trabajo. Repertorio de Recomendaciones Prácticas.
Ed. Oficina Internacional del Trabajo. Año 1996. Págs. 18 y 22).
Esta concepción sanitaria del consumo de drogas se encuentra en
línea con el reconocimiento de los derechos fundamentales del trabajador
– funcionario y el reconocimiento de la “dignidad del trabajador
consumidor”, en lo que se ha denominado un “enfoque humanístico y
social de la cuestión” (Oscar Ermida – Bernardino Espejo. Drogadicción
y derecho laboral. In: Revista Relaciones Laborales y Seguridad Social.
Año I. Nº 6. 1995. Argentina. Pág. 611).
Como ya se señaló no caben dudas en que el funcionario en virtud
de su estatuto policial, incurrió en una falta disciplinaria.
Empero, si desde la perspectiva de la OIT como productora de
reglas sobre Derechos Humanos, esta acción del funcionario debía
tratarse como un problema de salud y se lo destituyó por ineptitud en vez
de requerirle un tratamiento acorde, se lo trató discriminatoriamente.
Vale decir, diferente a la reacción –esperada– del Estado-
empleador ante cualquier otra enfermedad.
En consecuencia, el Ministerio del Interior en lugar de aplicar una
sanción acorde (como advirtió su propia asesoría letrada), e intimar a
que consultara al prestador sanitario, optó por la sanción más represiva
sin considerar alternativas de tratamiento o prevención.
Concretamente lo revictimizó: además del -supuesto- problema del
consumo, lo dejó sin trabajo fundamentando lo resuelto en una regla de
derecho inaplicable para el caso por las razones ya expuestas.
En suma, por todo lo antedicho, concluyo en que corresponde
anular el acto impugnado.