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LA PERSISTENCIA DE LA MEMORIA

ANDANTE CON VARIACIONES SOBRE SANTA INÉS,


UN LUGAR PERIFÉRICO EN EL CENTRO DE BOGOTÁ

Diego Alejandro Romero Sánchez


LA PERSISTENCIA DE LA MEMORIA
LA PERSISTENCIA DE LA MEMORIA.
ANDANTE CON VARIACIONES SOBRE SANTA INÉS,
UN LUGAR PERIFÉRICO EN EL CENTRO DE BOGOTÁ

Composición para habitante urbano

Diego Alejandro Romero Sánchez

Directora
Silvia Arango Cardinal

Universidad Nacional de Colombia


Facultad de Artes
Maestría en Historia y Teoría del Arte, la Arquitectura y la Ciudad
Bogotá, Colombia
2020
Tesis presentada como requisito parcial para optar al título de
Magister en Historia y Teoría del Arte, la Arquitectura y la Ciudad.
© Diego Alejandro Romero Sánchez, 2020

Directora Silvia Arango Cardinal

Rectora Dolly Montoya Castaño


Vicerrector de Sede Jaime Franky Rodríguez
Decano Carlos Eduardo Naranjo Quiceno

Maquetación Natalia Acosta Bello

Imagen de portada Carvajal León, Julio (Fdo.); Bautista,


Luis M. (Fdo.); Arboleda, Gonzalo (Fdo.).
Planos cartográficos. Plano de La ciudad
de Bogotá - 1929. Plancha No. 8 y Plancha
N° 10. MdBP00060. Secretaría de Obras
Públicas y Municipales. 1929. Museo
de Bogotá

Imagen de portadilla Anónimo. Escudo del Monasterio de


Santa Inés de Montepulciano.

Primera edición, septiembre 2020

Universidad Nacional de Colombia


Sede Bogotá
Facultad de Artes
2020
Para Susana y Adriana, por el
infinito valor de nuestra hermandad
La entrega de esta tesis implica concluir toda una vida en la Facultad de Artes de
la Universidad Nacional de Colombia, primero como estudiante de piano del Progra-
ma Básico de Estudios Musicales, luego como estudiante de Arquitectura y, finalmente,
como maestrante en Historia y Teoría del Arte, la Arquitectura y la Ciudad. Expreso mi
gratitud a las personas que contribuyeron, en diferentes tiempos y de diferentes maneras,
a la finalización de este documento.
A mi maestra Silvia Arango, por haber manifestado profundo interés y dedicación
como asesora de este trabajo, no solo con intuiciones perspicaces, sino también con mu-
chas de las fuentes que se presentan, que provienen de su archivo personal. También por
ayudarme a formarme como investigador y por transmitirme la importancia de expresar
criterios que permitan formular hipótesis, sin miedo a errar.
A la Maestría en Historia y Teoría del Arte, la Arquitectura y la Ciudad, que me
permitió encontrar un horizonte de sentido a mi elección profesional. A mis compañeros
de la decimosexta cohorte y a los profesores Aurelio Horta, Beatriz García, Jorge Ramírez,
Ricardo Rivadeneira, Sandra Reina, Germán Mejía y Luis Carlos Colón, que aportaron,
desde sus clases y sus observaciones, valiosas perspectivas para este trabajo.
A Susana Romero, por haberme asesorado con la escogencia del tema de esta in-
vestigación, con la revisión del texto y con un muy diverso arsenal de fuentes de todo
tipo, justamente por haber coincidido, desde lugares diferentes, en inquietudes e intereses
comunes.
A las profesoras María Clara Vejarano y María del Pilar López, quienes aportaron
al contenido de la tesis desde sus valiosos criterios. A Juanita Barbosa, por ser un apoyo
constante desde los duros años de Arquitectura.
A los investigadores William García, Diego Buitrago, Juan Carlos Gómez, Hassen
Nicolás Bermúdez, Alfredo Barón y a Olga Acosta, por contribuir con diversas fuentes
e informaciones.
A Federico Ruiz, por el gusto común de visitar archivos y bibliotecas inesperadas,
a Luis Carlos Barrera, por su fe en la causa que nos une, a Daniela García, por compartir
siempre momentos de luz y oscuridad, a Santiago Eslava, por su infinito repudio a los
mataderos, a Kátherin Triana, siempre atenta de cualquier referencia a Santa Inés que
apareciera cuando íbamos al archivo, a Ángela Salamanca, por hacer los seminarios más
entretenidos, a Paula Cano, por sus constantes aportes, a Jorge Alarcón, por su enorme
disposición al conocimiento de iglesias antiguas y a su representación, y a Natalia Acosta,
por su ayuda con la diagramación de este documento.
A mis papás, Marle, Adriana, Danielita, Valentina, Ale, Fede, Lina y David, por su
amor, apoyo y compañía incondicional.
CONTENIDO

Obertura 14

Estructura narrativa: variaciones sobre un mismo tema 21

Andante 27

Reverberaciones en el espacio de la memoria 27


El péndulo entre la transformación y la permanencia 34
Resonancias en las formas de pensar y leer la ciudad 38
Algunos lugares y la reproducción de su memoria 43
La composición de una armonía para un nuevo arte de la memoria 45

Adagio 49

Cuando los cantos de flautas se transformaron en sonidos de armaduras 50


Después, los sonidos de armaduras se transformaron en cantos litúrgicos 52
Cuando las campanas de Santa Inés sonaron por primera vez 57
Los estruendos del dolor en el San Juan de Dios 65
Cuando sonaron fusiles en la Huerta de Jaime 66
¡Silencio! La patria necesita sus propiedades 69
Un constante y bullicioso barullo en el mercado 70
Una armonía cada vez más compleja y en ebullición 72
Cacofonías en el cada vez menos borde occidental 76
El establecimiento de una gramática de sonidos predeterminados 85

Allegro ma non troppo 91

Las imágenes del arte de la memoria: del santoral a los desheredados 93


Imágenes agentes: los desheredados de la tierra 95
Un lugar de la ciudad con olor de santidad 97
Un lugar de la ciudad de singular fealdad 101
Una incipiente salubridad frente a una fealdad apabullante 104
Un lugar de la ciudad de infecciones y putrefacción 109
Un lugar de la ciudad de construcciones lamentables 121
Las imágenes literarias de los desheredados 123

Prestissimo 135

Orden 136
Escasez 139
Arremetidas 142
Proyectos urbanos 145
Fuego 159
Planes urbanos 165
Polémicas 171
La aceleración final 177

Coda 184

Resonancias en crescendo de un lugar de martirio 184


La memoria del Cartucho: entre la desaparición y la conmemoración 188
El Bronx y la amnesia de la economía naranja 192
El enmascaramiento mnémico de la renovación urbana 193
La memoria de los desheredados y el derecho a la ciudad 194
La ciudad histórica contra la demolición amnésica 197
La lectura de Santa Inés a partir del arte de la memoria 200

Fuentes consultadas 204

Lista de figuras 212

Lista de tablas 216


Figura 1. Andrés Chaves. Fotograma de Cartucho - Documental (fragmento) 2017.
OBERTUR A

El tema es la memoria,
lo demás son variaciones

= 80 ppm

¿Dónde está Santa Inés? En el centro de Bogotá, al occidente de La


Candelaria. ¿De dónde viene su nombre? Del monasterio de Santa Inés
de Montepulciano, un monasterio femenino de clausura de la Orden de
Predicadores, fundado en el siglo XVII. ¿Aún existe? No, la iglesia fue de-
molida para continuar la Carrera Décima hacia el sur, mientras que el claus-
tro cedió su lugar para la construcción del nuevo edificio de la Imprenta
Nacional. Entonces, ¿dónde estaba Santa Inés? En la esquina suroccidental
de la carrera 10ª con la calle 10ª, frente a la Plaza Central de Mercado, en
diagonal al monasterio de La Concepción, dos cuadras al oriente del río
San Francisco. ¿Y qué quedó de Santa Inés tras su demolición? El nombre
de un barrio de la localidad de Santa Fe, fotografías, ilustraciones, obras
de arte, relatos e, inclusive, fragmentos materiales. Pero, sobre todo, quedó
una memoria del lugar que persiste.
Al igual que el resto de ciudades latinoamericanas, Bogotá es una
ciudad que cambia constantemente. Podemos dejar de pasar por una calle
durante un par de años y, al recorrerla nuevamente, ver su paisaje urba-
no completamente transformado. Las casas desaparecieron para dar paso a
nuevos edificios, más altos, más modernos. Las tiendas, las cafeterías y las
panaderías son otras. Además, algún burgomaestre tuvo la brillante idea
de talar sus árboles. “Es normal. La transformación está en la esencia de la
ciudad”, dirían algunos expertos. Esta idea, decididamente promovida a lo
largo del siglo XX , ha justificado la pérdida de múltiples arquitecturas del

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La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

escenario de nuestra ciudad, que van desde hechos urbanos relevantes hasta
construcciones anónimas que recordamos con cierta nostalgia: el convento
de Santo Domingo, el Hotel Granada, el Instituto Pedagógico en la Ave-
nida Chile o el Parque del Centenario son algunos ejemplos, entre otras
innumerables arquitecturas que han configurado, históricamente, diversos
lugares bogotanos.
Sin embargo, dos decididas intervenciones demolicionistas en la his-
toria reciente de la ciudad trataron de transformar radicalmente dos caóticos
y dantescos lugares que albergaron algunos de los horrores más oprobiosos
de la metrópolis contemporánea: el Cartucho y el Bronx. La primera, en
los albores del tercer milenio, se llevó por delante dieciséis manzanas de la
Bogotá histórica, en el barrio Santa Inés, para dar espacio para el parque
homónimo, el “de mostrar”, pues ¿cómo era posible que ese horror estuviera
a pocas cuadras del centro de poder político colombiano? No habían pa-
sado veinte años de esa primera arremetida cuando se intervino de forma
análoga el Bronx, ahora acompañada de renovación urbana en el Voto Na-
cional, a una cuadra del borde occidental del fantasmal parque. Tampoco
habían pasado quince años de la inauguración de ese céntrico vacío urbano
cuando se tuvo que construir nuevamente, ahora circundado por una reja
verde que lo aísla de los peligros que lo acechan, configurando un enclave
más. A su vez, el Proyecto Ministerios, al occidente de la carrera Décima,
consolidará a través de una nueva imagen urbana el centro del gobierno
nacional, mientras, hacia el sur del parque, se hace tabula rasa con el barrio
San Bernardo, con el fin de construir edificios más altos.
La intervención en el barrio no era la primera irrupción ocurrida
en Santa Inés, pues la iglesia y el claustro ya se habían demolido en 1933
y en 1957, en esta última fecha para abrir la Décima, la carrera de la mo-
dernidad. ¿Fueron grandes pérdidas? Para los nostálgicos, quizás. Más la
iglesia y el claustro, pues el barrio ya estaba en un estado verdaderamente
decadente y la prioridad era sanear este tétrico y central lugar de la ciudad.
Luego, contra todos los pronósticos, la misma operación se tuvo que repetir
en el Bronx quince años después. ¿Por qué, pese a todos los esfuerzos ins-
titucionales por transformar esta zona de la ciudad, sigue persistiendo este
carácter marginal, de degradación y miseria? ¿Por qué, pese a las diferentes
intervenciones hechas a lo largo de su historia, persisten las circunstancias
que se quieren sanear y las formas de eliminarlas?
El devenir y el progreso han relegado un sinfín de arquitecturas,
cuya presencia ahora se hace visible solo a través del recuerdo. En Santa
Inés, las huellas físicas sobre el territorio pueden haberse borrado, aunque

15
Obertura

aún subsisten las presencias humanas y las memorias particulares de este


lugar: las lentas estructuras de la ciudad que tienden a permanecer. Pese a
que la arquitectura en nuestra ciudad parezca ser una mera circunstancia,
siempre quedan vestigios, como menciona Jaime Salcedo en el siguiente
fragmento:

A pesar de los cambios que la urbanización moderna ha introducido en el


paisaje y en la arquitectura, nuestras viejas ciudades y pueblos conservan
huellas que, si las miramos con atención, nos permiten reconocer el cauce
de la quebrada en el trazado sinuoso de la calle, los linderos de antiguas
estancias en el contraste de los estilos y épocas de las construcciones de
barrios contiguos o, en fin, lugares mencionados en viejos documentos que
han quedado fijados en los nombres. Al examinar esos rastros, la cara del
pasado se revela fantasmal, a veces admirable, a menudo horrenda, intrigante
siempre1.

En las ciudades latinoamericanas, vvivimos en un eterno presente


producto de rápidas transformaciones. Sin embargo, aunque muchas veces
no sea evidente, la ciudad es histórica: de ahí que conserve una memoria
que le es intrínseca. El problema de la larga duración 2 se manifiesta es-
pacialmente en la ciudad como un asunto histórico, entendido desde su
carácter espacial y geográfico3. Las inercias propias de la ciudad, que cons-
tituyen permanencias de larga duración, según Marina Waisman, incluyen
la estructura del parcelario, “la traza urbana, la vocación urbana y el sentido
vital de la calle”4. Sin embargo, cabe preguntarse cuáles son los elementos
que permanecen cuando la arquitectura desaparece y, en muchos casos, la
modernización de la ciudad deja, como residuos, ruinas de vocación efí-
mera 5.
Uno de los problemas de esta tesis es que la materia que configuraba
Santa Inés ya no está presente. No obstante, existen huellas de diverso tipo
y, en muchas ocasiones, son humanas: constituyen imágenes que transmi-

1 Jaime Salcedo Salcedo. “Un vestigio del cercado del señor de Bogotá en la traza de Santafé”. Ensayos.
Historia y Teoría del Arte n°20 (2011): 155.
2 Fernand Braudel. “Histoire et Sciences sociales: La longue durée”. En Annales. Economies, sociétés, civilisa-
tions. 13e année, n° 4 (1958): 725-753.
3 Daniel Hiernaux. “Paisajes fugaces y geografías efímeras en la metrópolis contemporánea”. En La construc-
ción social del paisaje, ed. Joan Nogué (Madrid: Biblioteca Nueva, 2007): 243-264.
4 Marina Waisman. El interior de la historia (Bogotá: Escala, 1993): 63.
5 La tesis de David Barbosa, “La ruina efímera como artefacto y posibilidad de construcción de ciudad con
sentido de lugar” (Maestría en Historia y Teoría del Arte, la Arquitectura y la Ciudad, Universidad Nacional
de Colombia, 2018), es un trabajo que permite comprender el carácter y el sentido de los vacíos urbanos
que relegan las obras de modernización en la ciudad contemporánea.

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La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

ten significados asociados a este lugar de la ciudad. En ese sentido, la ciudad


conserva en su memoria otras formas de presencia, más allá de los hechos
físicos evidentes, que otorgan a los lugares de la ciudad un carácter, una
vocación, un sentido. La aproximación a este lugar de la ciudad debe ser
necesariamente histórica, porque los procesos de transformación han lega-
do huellas, aunque indelebles, imperceptibles. Sin una lectura hacia el pasa-
do, el análisis de este lugar no daría cuenta de su complejidad como hecho
urbano, teniendo en cuenta, además, que este ha sido un lugar más o menos
habitado desde los primeros siglos de existencia de la ciudad.
Para entender esas resonancias de la historia en la ciudad del presente
hemos recurrido al concepto de memoria. ¿Qué es la memoria de la ciudad?
¿Está asociada necesariamente a la idea de ubicación? ¿A su espacialidad?
¿A su carácter? La ciudad está viva: por esta razón, la memoria de la ciu-
dad hace referencia a una relación de sentido que configura el carácter de
un lugar construido históricamente. Las diferentes temporalidades urbanas
establecen un diálogo entre la larga duración de las estructuras -los ritmos
que permanecen- y la corta duración de las coyunturas -los tiempos de
ruptura-. Para la tesis, se asumirá el pasado vivo de las largas duraciones
en el presente como memoria, pues son realidades cuya presencia no es
material ni formal y, por tanto, no es evidente. La que se plantea aquí es
una forma de entender la ciudad del presente, cuyas formas de presencia
más evidentes han sido borradas y, por lo tanto, su lectura histórica -hacia
el pasado- se hace particularmente difícil. Sin embargo, en el caso de Santa
Inés, se trata de una memoria que persiste en el tiempo.
La organización formal y material de la arquitectura y la ciudad que
se configuró en torno a Santa Inés durante tres siglos de existencia física
contribuyó a la construcción de una memoria particular caracterizada por
su condición de borde, constituida en una larga duración a partir de dife-
rentes hechos, acontecimientos, prácticas y significados; pero también, de
diferentes intentos de transformar su carácter. Existe el lugar de memoria,
en términos de Pierre Nora, de que el Cartucho era un barrio muy elegante
de la ciudad, que se degradó cuando las élites bogotanas huyeron despa-
voridas del centro tras el 9 de abril de 1948. Sin embargo, este lugar de
memoria contrasta con la hipótesis central de esta investigación: en Santa
Inés se construyó una memoria del lugar de los desheredados de la tierra
de larga duración que persiste, cuya lectura se puede abordar a través de la
vocación, la connotación y las irrupciones. En ese sentido, ¿cómo se con-
figuró en torno a Santa Inés una memoria de larga duración asociada a los

17
Obertura

desheredados de la tierra? Por otro lado, una hipótesis tangente a lo largo


del texto es que la ciudad indiana fue concebida como un artefacto para el
arte de la memoria.
La motivación principal de esta investigación es entender qué de la
ciudad del pasado se hace presente, teniendo en cuenta, sobre todo, la exal-
tación por lo nuevo y la transformación del espacio urbano en el tiempo,
particularmente en un caso tan polémico como el de la renovación urbana
en Santa Inés. La transformación se plantea como condición inherente e in-
trínseca a lo que se ha denominado la construcción de la ciudad moderna.
Por otro lado, esta investigación también busca comprender el fundamento
histórico en el espacio de la emergencia de fenómenos contemporáneos
asociados a la miseria en torno a Santa Inés como hecho periférico del
centro de Bogotá. Este fundamento histórico se busca profundizar, en par-
ticular, en aquellos lugares que son objeto de continuos intentos de trans-
formación, que llevan al desarraigo de sus comunidades y suponen un
desgaste para la ciudad: la comprensión de este fenómeno es un aporte de
esta investigación.
De esta manera, a lo largo del texto se reconstruye la memoria de
Santa Inés a través de presencias y eventos acumulados históricamente en el
espacio, a partir de la lectura de la vocación, la connotación y las irrupciones
en su larga duración. Estas lecturas suponen la elaboración de un panorama
para la comprensión de fenómenos de la ciudad del presente como hecho
histórico. A su vez, interesa comprender los lugares de la ciudad como ar-
tefactos para el arte de la memoria, la información contenida en los lugares
de la ciudad a través de su historia que determina su carácter.
La duración de los fenómenos en la historia pone de manifiesto la
tensión entre lo que cambia y lo que permanece, y esto se manifiesta en
diferentes ámbitos de la cultura (el lenguaje, las costumbres, la geografía o
la arquitectura). Por ejemplo, el nombre Santa Inés es una manifestación de
una presencia de larga duración, pese a sus transformaciones: el lenguaje
es, en tanto toponimia, una forma de presencia duradera. El agudo lector
de este texto seguramente encuentre cierta ambigüedad de la referencia de
Santa Inés como topónimo en Bogotá. Teniendo en cuenta que esta inde-
finición es, de alguna manera, histórica, no se ha intentado dilucidar o de-
finir un límite concreto de su ámbito espacial o geográfico en la ciudad. La
delimitación del objeto de estudio de la presente tesis parte de la considera-
ción de Santa Inés como permanencia del nombre de un lugar originado en
el conjunto conventual de las monjas dominicanas y luego asumido como
topónimo de un barrio de la ciudad. Antes de la década de 1960, no existe

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La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

referencia a este entramado de presencias urbanas como “barrio Santa Inés”.


Por esta, y otras razones, recurrir a una unidad urbana, como puede ser la
delimitación de la parroquia como unidad en la historia de la ciudad, no
es suficiente, pues las presencias que se configuraron en torno a Santa Inés
durante su historia se localizaron en las parroquias de la Catedral, de San
Victorino y de Santa Bárbara. De esta manera, resulta pertinente utilizar
el concepto de nebulosa, planteado por Margareth da Silva Pereira6, para
construir el entramado espacial de relaciones y de procesos en el lugar,
cuyos límites no son fácilmente identificables. Por tanto, en esta tesis se
construirá la nebulosa espacial de Santa Inés para comprender su memoria.
Para la perspectiva que se quiere estudiar, de la memoria, que muchas veces
resulta nebulosa, este concepto resulta particularmente acertado.
La delimitación temporal también resulta nebulosa en la configu-
ración del objeto de la presente investigación. Si bien se hace particular
énfasis en los años limítrofes de las presencias del conjunto conventual de
Santa Inés (1645, año de su primera fundación y 1957, año definitivo de
la demolición de la iglesia para la apertura de la carrera Décima), existen
eventos anteriores necesarios para la explicación del borde occidental de la
ciudad histórica (como los elementos tenidos en cuenta en la fundación),
así como las reverberaciones del tiempo en la ciudad del presente. Sin em-
bargo, además del tiempo establecido por el monasterio de Santa Inés, otras
duraciones relevantes son la del Hospital San Juan de Dios (1723-1926),
la de la Plaza de Mercado (1864-1954), la de la Carnicería (siglo XVII a la
década de 1920), la de la Escuela de Medicina (1868-1927) y la del carácter
de alcantarillas de los ríos San Francisco y San Agustín (desde el siglo XVIII
hasta la canalización en las primeras décadas del siglo XX), entre las que se
sitúan otra serie de presencias y acontecimientos. Es de esperar que, desde
la perspectiva de la larga duración, haya algunos detalles que se obvien en
esta narración, porque lo que se quiere dar cuenta es, justamente, de las
continuidades que perduran.
Las presencias en Santa Inés configuraron una constelación armónica
de eventos que funcionarían como fundamento histórico para la emergen-
cia de procesos como el de la Calle del Cartucho y la del sector del Bronx,
que no tenían antecedentes en terribilidad en la historia de la ciudad; es
decir, una nebulosa de presencias de diversa índole que contribuyeron a la
configuración de una memoria localizada. Sin embargo, en esta tesis no
se pretende ahondar en estos sucesos. Los fenómenos del Cartucho y del

6 Margareth da Silva Pereira. “Inocência e reflexividade: ou notas sobre as construçoes narrativas da história
da arquitetura e do urbanismo”. En P. Berenstein y F. Dultra (Ed.). Experiências metodológicas para com-
preensão da complexidade da cidade contemporânea, 17-46. Salvador: EDUFBA, 2015.

19
Obertura

Bronx tienen sus propias lógicas, asociadas, en gran medida, a la delincuen-


cia y al narcotráfico como fenómenos sociales, económicos y políticos. Lo
que se busca responder con la tesis es cuáles fueron las condiciones espa-
ciales previas que sirvieron de soporte para la existencia de un fenómeno
propio de las últimas décadas del siglo XX . La historia de Santa Inés in-
cluye comercio, chicherías, hospitales, cadáveres y ríos como alcantarillas.
La versión contemporánea incluye tiendas de cosas robadas, expendios de
droga, renovación urbana y medicina legal.
La fuente primaria de esta tesis es, en cualquier caso, la ciudad misma.
Sin embargo, para la reconstrucción de la memoria, es fundamental recu-
rrir a fuentes documentales, al igual que a la historiografía que existe sobre
los diferentes momentos de la historia de Bogotá, con el fin de construir el
relato histórico. La metodología seguida para esta tesis consistió, principal-
mente, en la documentación histórica a partir de diversos tipos de fuentes.
Para comprender la densidad de un presente que se manifiesta en la me-
moria, en esta investigación se ha recurrido a crónicas, novelas, artículos
de prensa y revistas, cartografía histórica, informes oficiales y licencias de
construcción, entre otras.
La perspectiva de la historia espacial7 ha motivado que muchas de
las fuentes que aquí se presentan sean bien cartografías históricas o bien
nuevas cartografías, reconstrucciones del espacio en distintas facetas, que
permitan entender la memoria como un fenómeno localizado. Se entiende,
también, que los datos históricos recogidos en el espacio dan información
de la sociedad que habita cada lugar particular de la ciudad8. En algunos
momentos de la tesis me centraré en la arquitectura de la nebulosa en torno
a Santa Inés como conjunto conventual; sin embargo, la escala será predo-
minantemente urbana.
Santa Inés es un lugar histórico de Bogotá de larga duración. Por esta
razón, la elaboración de la narración desde la historia supone un escenario
no solo para la comprensión de procesos del pasado, sino de trasfondos
temporales con repercusiones en el presente denso de la historia. En este
trabajo, la teoría ocupa un lugar fundamental para la lectura de este lugar
de la ciudad. La teoría que en este trabajo se propone sobre la memoria, que
se profundizará en Andante, permite entender lo que sucede en el espacio
de la ciudad.

7 Richard White. “What is Spatial History?”. Spatial History Lab (2010). Recuperado de https://web.stanford.
edu/group/spatialhistory/media/images/publication/what%20is%20spatial%20history%20pub%20
020110.pdf
8 Laura Vaughan. Mapping Society. The Spatial Dimensions of Social Cartography (London: UCL Press, 2018):
205.

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La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

Estructura narrativa: variaciones sobre un mismo tema

Un elemento fundamental de la metodología de esta investigación es la


estructura narrativa. La necesidad de buscar formas de narrar alternativas,
planteada en el Seminario de Investigación de la Maestría en Historia y
Teoría del Arte, la Arquitectura y la Ciudad, me llevó a plantear la analogía
con la forma musical de variaciones sobre un mismo tema como un recurso
que permite expresar los problemas de la presente investigación relacio-
nados con el tiempo y la memoria. La música y los sonidos, así como los
olores, son potentes activadores de la memoria. Por tanto, a través del aná-
lisis de la forma musical de tema con variaciones, propongo una estructura
narrativa análoga y su función determinante de la construcción teórica de
este proyecto como recurso de análisis respecto del tiempo.
El trípode conceptual para leer la memoria de Santa Inés -voca-
ción, connotación e irrupciones- se asumirá como tres variaciones sobre
un mismo tema. La memoria, que se construye paso a paso en el tiempo,
es el tema (Andante); la vocación, los lentos ritmos de la estructura de la
ciudad, es la primera variación (Adagio); la connotación, las imágenes no
tan alegres asociadas a los desheredados y a los lugares infectos, es la se-
gunda variación (Allegro ma non troppo); y la tercera variación, los deseos
de transformación, constituye las irrupciones (Prestissimo). La persistencia
de la memoria, en el presente, se asumirá como una Coda, que resuelve y
concluye el relato.
Las variaciones sobre un mismo tema son una forma que consiste en
la definición de una idea musical formada por uno o más motivos, el tema,
al que se le hacen diferentes variaciones, en términos de los elementos del
lenguaje de la música (melodía, ritmo, armonía, tempo, modo). La estruc-
tura que define el tema con variaciones está definida por una repetición
con variación que necesita de la activación de la memoria para su com-
prensión, haciendo énfasis en su dimensión temporal; por otro lado, dada
su condición arquetípica del pensamiento, esta forma musical se ha utili-
zado durante muchos siglos en la música occidental académica. Una obra
ejemplar compuesta a partir de esta estructura son las Variaciones Goldberg
de J.S. Bach, de 1741, en la que, en cada variación, se repite la secuencia
melódica del bajo presentada en el aria -la estructura-. Sin embargo, como
se ha mencionado, tema con variaciones es una estructura arquetípica y no
exclusiva del lenguaje de la música. Está presente en diversos ámbitos poé-
ticos, de muy diferentes momentos de la historia. Por esa diversidad de
posibilidades y de perduración es que resulta tan pertinente la analogía de
esta forma con la estructura narrativa de la tesis.

21
Aria

Tonalidad de Sol Mayor. Compás de 3/4. Tipos de ornamentación: mordentes, apoyaturas, notas de
paso y bordaduras.

Bajo

El tema constante del bajo, descrito por la secuencia melódica sol, fa#, mi, re, si, do, re, sol, determina
la secuencia armónica de la composición (I, V, V 7, V, I, II, V7, I).

Primera variación

El compás y la tonalidad se mantienen. Aumentan las notas y la velocidad, manteniendo la estructura


armónica.

Cuarta variación

La tonalidad se mantiene, pero el compás cambia a 3/8. Ornamentación: notas de paso,


exclusivamente.

Figura 2. Primeros ocho compases de algunas piezas de las Variaciones Goldberg, BWV 988, de J. S. Bach.

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La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

La narratividad musical es relevante por su estrecha relación con la


memoria. La memoria se vincula con la idea del eterno retorno, de la per-
manencia, y la música tiene implícita esta condición, pues su estructura
melódica y armónica se construye a partir de los mismos elementos, las
notas musicales, las escalas, las estructuras rítmicas y las tonalidades: cada
composición musical es un eterno retorno a la idea musical primigenia,
que se manifiesta a través de su forma general. En ese sentido, la narrativa
musical asume el problema de la temporalidad en la repetición y en el esta-
blecimiento de secuencias9. De esta forma, entiendo la narrativa musical a
partir de arquetipos narrativos emotivos, cuyo significado se ha construido
a través de la repetición y su impresión en la memoria, como ha sucedido
en Santa Inés.
La secuencia dramática de eventos en un orden regular, a partir de la
relación gramática de motivos (patrones abstractos), implica la descripción
de la música como una serie de acciones. Esa secuencia define la narración
a través del equilibrio y desequilibrio que supone ir y venir a una situación
estable. A medida que una pieza musical avanza, el paradigma de la memo-
ria, de lo que ya ha sonado, y el paradigma de las expectativas, de lo que
va a sonar, junto con la subida o caída de tensiones y la sensación de fina-
lización constituyen los elementos narrativos fundamentales. Este recurso
del paradigma de la memoria y de las expectativas se pone de manifiesto en
las diferentes variaciones de la tesis: el lector quedará con la expectativa de
entender algunos aspectos que serán recordados en distintos momentos de
la narración. En términos de una narración cronológica, el entramado de
presencias configura una escritura contrapuntística que relaciona las dife-
rentes voces que dan cuenta de lo que ocurre.
Las estructuras musicales se han presentado en otros diversos esce-
narios poéticos: en la literatura, en la filosofía, en la antropología, en las
ciencias duras (la física, por ejemplo) y en la historia. El capítulo XI del Uli-
ses de James Joyes, Contrapunto de Aldous Huxley y “La lección de canto”
de Katherine Mansfield son algunos ejemplos de obras literarias definidas
por una estructura contrapuntística “compuesta por un elemento musical
y otro narrativo, donde se da el juego de correspondencia-contraste entre
la música y el pensamiento del protagonista”10. Por otro lado, desde la An-

9 Acerca de la narrativa en música, consultar Fred Everett Maus. “Music as Drama”. Music Theory Spectrum 10:
56-73, 1988; “Music As Narrative”. Indiana Theory Review 12: 1-34, 1991. “Narrative, Drama, and Emotion in
Instrumental Music”. The Journal of Aesthetics and Art Criticism, 55, n°3: 293-303, 1997.
10 Marta Jiménez Garcerán. “La estructura musical en la narrativa de Katherine Mansfield y James Joyce”. Acta
literaria 54, 2007: 199.

23
Obertura

tropología, Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, de Fernando Ortiz11,


es un ensayo de 1940 en el que el autor emplea el contrapunto, recurso
frecuente en la literatura sobre el Caribe para hablar sobre contrastes, para
explicar el impacto de las plantaciones en Cuba.
Gödel Escher Bach: un Eterno y Grácil Bucle (Gödel Escher Bach: an
Eternal Golden Braid, en su título original en inglés y abreviado GEB por
el mismo autor) es un libro de Douglas R. Hofstadter que estudia la rela-
ción entre la producción de Kurt Gödel, lógico, matemático y filósofo,
M.C. Escher, artista y J. S. Bach, músico. En este libro se construye una
interacción entre formas de narrar diferentes, estableciendo una analogía
entre el conocimiento científico con imágenes de Escher y de Bach. Este
texto constituye, por tanto, una traducción, a partir de la elaboración de in-
tertextos. Estructurado como “un contrapunto de Diálogos y Capítulos”12,
muchos de los apartados del libro, particularmente los diálogos, hacen re-
ferencia a composiciones de Bach (Invención a dos voces, invención a tres
voces, Preludio y…, Suite anglofrancogermánicoespañola). El autor asume
la idea de unas estructuras formales primigenias que se constituyen como
arquetipos poéticos: “Pero al final me di cuenta de que Gödel, Escher y
Bach no eran, para mí, sino sombras proyectadas en distintas direcciones
por alguna esencia sólida central”13.
Los recursos musicales que utilizo en la narración son la estructura
de tema con variaciones -junto con la Obertura y la Coda-, la construcción
de paisajes sonoros, palabras que hacen referencia al sonido, la elaboración
de “partituras de arquitectura y ciudad” (abstracciones y representaciones
de las cualidades en una secuencia temporal) y, en efecto, el documento
que usted está leyendo es una partitura. Además, los fragmentos de texto
con los que inicia cada variación invitan al lector a situarse en un tempo
particular.
Esta es una composición elaborada con notas precedentes de fuentes
diversas. Su estructura musical es clásica: sin embargo, los sonidos a los
que se recurre como eventos de ciudad no se suceden según una armonía
tonal, pues la ciudad aparece tan inasible que esa estructura no daría cuenta
de la complejidad del espacio que es la ciudad y de sus lugares. Nuestro
agudo lector podrá preguntarse por qué escribir un poema sinfónico para
la narración de lo más horrible de una ciudad, si puede tener la estructu-
ra de un corrido, una ranchera, una electrocarrilera o una bella pieza de

11 Fernando Ortiz. Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar (Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1978).
12 Douglas R. Hofstadter. Gödel Escher Bach: un Eterno y Grácil Bucle (Barcelona: Tusquets, 1995): 31.
13 Ibid.: 32.

24
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

death metal. Pues bien, así como en una misa de Réquiem, en una marcha
fúnebre o como Modest Mussorgsky, en Cuadros de una exposición, que
escribió la Promenade en memoria de su amigo desaparecido, la estructura
narrativa propuesta busca ensalzar la memoria dramática de Santa Inés de
forma clara, a través de las tres lecturas recogidas en cada una de las varia-
ciones.
La noción de orden urbano, que permite el soporte espacial de la me-
moria en lugares, se manifiesta en las tres variaciones sobre Santa Inés en
sus diversas facetas. Tanto la vocación como la connotación y las irrupcio-
nes dan cuenta de la pervivencia de larga duración de esos procesos en este
sector de Santa Inés. La estructura de estas tres variaciones, como formas de
conocer la memoria de Santa Inés, es análoga a la que Juan Carlos Pérgolis
plantea en Las otras ciudades14: fantasía (la dimensión literaria que se estudia
en la connotación), utopía (las ideas de ciudad que intentaron llevarse a
cabo en las irrupciones) y realidad (la vocación de los lugares de la ciudad).
Esta tesis es un recorrido por las diferentes permanencias y transformacio-
nes de la historia bogotana manifestadas en un lugar periférico de la ciudad
histórica.
El tema de esta tesis es la memoria. Sus variaciones son la vocación,
entendida como una relación gramática de elementos, la connotación, en-
tendida como la repetición de arquetipos narrativos, y las irrupciones, que
suponen tiempos veloces que irrumpen en una narración. En la Coda se
verán las resonancias del tiempo, tanto de Santa Inés como de la escritura
de la tesis. Esta es una composición a partir de presencias y hechos urbanos,
que configuran paisajes multisensoriales, chillidos, oscuridad y el rítmico
golpe de la piqueta demoledora.
Estimado lector: invitamos a escuchar la persistencia de la memoria de
Santa Inés que, cuidadosamente, se ha compuesto para su lectura.

14 Juan Carlos Pérgolis. Las Otras Ciudades (Bogotá: Editorial Universidad Nacional, 1995).

25
Figura 3. Robert Fludd. Ars memoriae. Teatro secundario (fragmento).
ANDANTE

La memoria del lugar es un


documento en el territorio

= 76 ppm

La memoria es el espacio donde suceden las cosas por segunda vez. La me-
moria es una estructura temporal. El problema de la memoria es el tiempo.
El problema de la duración es el tiempo. La narratividad de la historia tiene
que ver con el tiempo. La música está definida por una secuencia temporal.
La persistencia va más allá de un tiempo lineal y causal. La temporalidad
inherente a la memoria manifiesta el problema de la presencia y de la dura-
ción. La dimensión temporal, en relación con la permanencia y la duración,
remite necesariamente al problema de la memoria. La memoria, si bien
tiene que ver con el tiempo, se manifiesta en el espacio. La duración de las
cosas se entiende en el espacio. Los cambios que implican la desaparición
recurren a una forma de presencia que no es necesariamente evidente. La
memoria implica una información duradera que se conserva en el espacio.
La memoria es, entonces, un documento en el territorio.

Reverberaciones en el espacio de la memoria

La memoria es una facultad que consiste en el establecimiento de vínculos


temporales, haciendo presente contenido del pasado, mediante su retención
y posterior reproducción y recuerdo. Como sustantivo, memoria es una pa-
labra de la que se recogen, en el diccionario de la Real Academia Española,
catorce acepciones como palabra simple y veintidós como parte de palabras

27
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

compuestas. Esta característica polisemia significa tan solo el origen de la


diversidad de horizontes que se han abordado para estudiar la memoria,
tanto en disciplinas de las ciencias como de las artes: la filosofía, la psicolo-
gía, la teoría literaria, la historia, la antropología, la sociología, la historia
del arte, la neurociencia o las ciencias informáticas han encontrado en la
memoria un ámbito central de sus investigaciones.
En tanto facultad del entendimiento, los estudios de la memoria han
centrado su atención en la comprensión del fenómeno psíquico -episte-
mológico y neurológico- del sujeto, cognoscitivo y de experiencia1. Sin
embargo, el problema del recuerdo como hecho compartido por varias per-
sonas es también uno de los bastiones de la investigación de las ciencias
sociales de la segunda mitad del siglo XX , a partir del concepto de me-
moria colectiva2, desde una aproximación interdisciplinar como categoría
central en la investigación cultural. En el ámbito de las prácticas poéticas,
“[l]a memoria del arte/la literatura se basa en una resemiotización de los
signos, en un “recargar” de significado los elementos de las obras de arte
y de los textos tradicionales”3; es decir, no es casualidad que Mnemósine
sea la madre de todas las musas, pues la creación de obras de arte implica
la construcción de vínculos intertextuales, fundamentados en la memoria
cultural que supone la historia de las disciplinas artísticas. Por ejemplo, el
Atlas Mnemosyne de Aby Warburg es la colección de símbolos presentes en
las imágenes de la historia del arte: la repetición de cada uno de estos sím-
bolos configura pathosformeln, tropos visuales cargados emocionalmente4
que almacenan “energía mnémica”, entendiendo el símbolo como “acervo
de energía cultural”5. En la música sucede algo similar: el constante retorno
a la estructura musical primigenia que define el lenguaje musical implica la
reproducción constante de la memoria. Nuestro lector6 recordará que este
carácter ya fue expuesto en la Obertura.
La arquitectura y la ciudad no son escenarios ajenos a la memoria,
cuya presencia puede estudiarse en muy diversas frecuencias y duraciones.

1  Sergei Rubinstein, Principios de Psicología General (México: Grijalbo, 1974): 19.


2  Este concepto, que fue planteado por Maurice Halbwachs en el libro Les cadres sociaux de la mémoire, en
1925, y, posteriormente, en La Mémoire collective, en 1950, significa tan solo el germen del horizonte epis-
temológico que ha resonado a partir de asumirlo como categoría de investigación y análisis.
3  Astrid Erll, Memoria colectiva y culturas del recuerdo: (Bogotá: Universidad de los Andes, 2012), 87.
4  Colleen Becker. “Aby Warburg’s Pathosformel as methodological paradigm”. Journal of Art Historiography (9),
2013: 1.
5  Astrid Erll. Óp. Cit.: 26.
6  El plural ficticio que se repetirá a lo largo del texto tiene un sentido puramente afectivo, no es una manifes-
tación de un trastorno esquizoide del investigador.

28
Andante

Una de las más recurridas es la referencia a la memoria como una de las siete
lámparas de la arquitectura, los fundamentos de la creación arquitectónica
que definió John Ruskin en el siglo XIX . Al respecto, Ruskin menciona
cómo “[l]a arquitectura es como el hogar y la protección de esta influen-
cia sagrada, y a título de ello debemos consignarle nuestras más graves
meditaciones. Podemos vivir sin ella, pero no podemos sin ella recordar”7.
Esta relación de sentido con la tradición tiene resonancias en el patrimonio
cultural. Por otro lado, la intertextualidad que implica la conservación de
energía mnémica en torno a la producción de objetos arquitectónicos en
tipologías, entendidas como grupos de objetos caracterizados por la misma
estructura formal8, es otro de los ámbitos que tienen relación con la memo-
ria que se conserva a través de la práctica.
Una de las dimensiones que con grande frecuencia se asumen de
la relación entre memoria y la arquitectura es aquella relacionada con la
construcción de monumentos y otro tipo de lugares conmemorativos que,
posteriormente, en muchos casos, habremos de ver sacralizados en ruinas9.
Pierre Nora ha estudiado a profundidad este aspecto en los denominados
lugares de memoria, explorando las complejas relaciones que existen entre
historia y memoria10. En el tiempo presente, son sobresalientes los discursos
en torno a la memoria que reivindican la construcción de un lugar relevan-
te en la historia de diferentes grupos sociales, particularmente en episodios
hegemónicos y violentos, teniendo en cuenta su condición de víctimas11.
Desde esta perspectiva, existe una línea de investigación en torno al papel
del arte y de la arquitectura, como poéticas de la memoria, en la creación
de estos nuevos lugares conmemorativos12 en consonancia con su historia
y sus territorios:

Existen ejemplos desde la arquitectura y el arte que han enfrentado de manera


excepcional el papel de la memoria. Son intenciones arquitectónicas que

7  John Ruskin. Las siete lámparas de la arquitectura (Buenos Aires, El Ateneo, 1956): 235-236.
8  Rafael Moneo. “On Typology”. Oppositions (13), 1978: 23.
9  Gaston Gordillo, Rubble: the afterlife of destruction (Durham: Duke University Press, 2014): 9.
10 Pierre Nora. Pierre Nora en Les lieux de mémoire (Montevideo: Trilce, 2008).
11 Para profundizar en este aspecto en el caso colombiano, consultar Los “teatros” de la memoria, editado por
Luis Gonzalo Jaramillo y Manuel Salge Ferro (Bogotá: Universidad de los Andes, 2012).
12 En Fragmentos, Doris Salcedo (2018) asumió el carácter del contramonumento para conmemorar la firma
del acuerdo de paz entre las FARC y el gobierno colombiano a partir de las armas fundidas entregadas por
la antigua guerrilla.

29
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

construyen una narrativa, donde algunas directrices son deliberadamente


escogidas y presentadas por los arquitectos y artistas, conexas con tiempos
pasados, que traen al presente impresiones sensoriales13.

Sin embargo, fuera del ámbito de la conmemoración, que en el es-


pacio de Santa Inés resulta ausente14, dos perspectivas resultan particular-
mente nítidas para comprender la energía mnémica acumulada en lugares
de la ciudad en función del tiempo, como sucede en Santa Inés. Es decir, la
ciudad entendida como un artefacto de memoria: la memoria acumulada
como información, expuesta por Luis Fernández-Galiano en El fuego y la
memoria, y la relación de lugares e imágenes en un orden espacial, estudia-
da por Frances Yates en El arte de la memoria.
Fernández-Galiano examina la historia del espacio térmico en ar-
quitectura a la luz de la termodinámica y la ecología. Pone de manifiesto
cómo la arquitectura y la ciudad suponen sistemas termodinámicos abiertos
que intercambian materia y energía con el exterior, pues “[l]a arquitectura
puede entenderse como organización material que regula y ordena flujos
energéticos; y al propio tiempo, e inseparablemente, como organización
energética que estabiliza y mantiene formas materiales” 15. La materia, tras
someterse a la acción de fuerzas externas, se convierte en el soporte de
huellas, que configuran un registro histórico de la acción de esas fuerzas
que se extiende en el tiempo. De esta manera, la materia es un potente con-
tenedor de información acumulada a lo largo de la historia, como sucede
con la memoria de los computadores, con la inteligencia artificial o con los
organismos biológicos16. La energía que intercambian los diferentes siste-
mas termodinámicos se almacena en la materia como información que es
recordada, pues “se almacena indistintamente como forma (organización
material del espacio) y como información (organización mental del mismo
espacio)”17: Es decir, es memoria:

13 Camilo Isaak. “Sobre la memoria y la arquitectura: construir la ausencia”. Dearq (18), 80-87. El autor men-
ciona seis monumentos contemporáneos a las víctimas del Holocausto: el Memorial de los niños del Yad
Vasehm (Moshe Safdie, 1987), el Museo Judío de Berlín (Daniel Libeskind, 1993-1998), Stolpersteine (Gunter
Demnig, 1997), el Monumento a los judíos asesinados en Europa (Peter Eisenman, 1998-2005), el Memorial
a los romaníes y gitanos asesinados por el nacional-socialismo (Dani Karavan, 2012) y el Memorial a las
víctimas de la masacre de Noruega (Jonas Dahlberg, 2014-2015).
14 Sin embargo, en la Coda, se presentan al lector las diferentes obras que Mapa Teatro llevó a cabo entre
2001 y 2011 tras la demolición del barrio Santa Inés, y los nuevos intentos de construir memoria en este
espacio de la ciudad.
15 Luis Fernádez-Galiano. El fuego y la memoria (Madrid: Alianza, 1991): 24.
16 Sergei Rubinstein, Óp.Cit.: 319.
17 Luis Fernádez-Galiano: Óp. Cit.: 78.

30
Andante

No se olvide nunca que la materia también recuerda, también archiva


información. Los estratos recuerdan las edades geológicas, los anillos del árbol
recuerdan primaveras y otoños, el montículo arqueológico recuerda el paso
de las culturas y el rostro es la memoria de la biografía. El edificio construido
recuerda hábitos de vida y procesos productivos, contiene información sobre
vicisitudes históricas, forma el soporte material de la memoria colectiva 18.

Los lugares y las imágenes que se imprimen en la memoria son el


fundamento de la técnica mediante la cual se enseña a memorizar: el arte de
la memoria. Frances Yates, en su libro homónimo de 1966, estudió y escri-
bió la historia de este arte, desde su origen en la Antigüedad clásica hasta
el siglo XVII. Conforme los libros impresos se fueron estableciendo como
el principal soporte físico de la memoria y, más aún hoy en día, en que
cantidades que escapan a nuestro entender de bits de memoria informática
almacenan todo tipo de datos, la antigua ars memoriativa se mantiene en
silencio por su irrelevancia. Sin embargo, Yates da cuenta de cómo “en el
mundo antiguo, carente de imprenta, sin papel en el que tomar notas o en
el que mecanografiar conferencias, el adiestramiento de la memoria era de
extraordinaria importancia”19. Resulta relevante que, en el libro de Yates,
hay tantas nociones de memoria como diferentes momentos y artes de la
memoria estudia20.
El origen del arte de la memoria se encuentra en el relato del poeta
griego Simónides de Ceos, quien fuera salvado de morir21 por causa del
tejado que se derrumbó sobre todos los asistentes a un banquete que daba
Scopas, un noble de Tesalia 22, en su casa. Los cuerpos de todos los asis-
tentes, muertos, quedaron desfigurados e irreconocibles. Sin embargo, el
poeta pudo identificarlos, pues recordaba la posición en que los invitados
estaban dispuestos en el banquete, poniendo de manifiesto que “una dispo-

18 Ibid.: 78-80.
19 Frances Yates. El arte de la memoria (Madrid: Siruela, 2005): 20.
20 “La palabra «mnemotecnia» recuerda a duras penas lo que pudo haber sido la memoria artificial de Cicerón,
con sus desplazamientos entre los edificios de la antigua Roma, viendo los lugares, viendo las imágenes al-
macenadas en los lugares, con una visión penetrante, que al punto ponía en sus labios los pensamientos y
palabras de su discurso. Por mi parte prefiero emplear la expresión «arte de la memoria» para este proceso.
En Frances Yates, Óp. Cit.: 20.
21 A partir de De Oratore de Cicerón, Yates cuenta cómo Simónides de Ceos fue requerido por dos jóvenes
fuera de la casa de Scopas, donde se celebraba el banquete. Esos dos jóvenes eran Cástor y Pólux, quienes
pagaban el elogio que el poeta les hiciera en el poema lírico en honor al anfitrión, quien, celoso, solo le
pagó la mitad, aduciendo que la otra parte se la podría pedir a los mencionados dioses.
22 Tesalia es una región de los Balcanes, situada en el centro de los límites de la actual Grecia.

31
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

sición ordenada es esencial para una buena memoria”23. Si bien la tradición


reconoció a Simónides de Ceos como el fundador del arte de la memoria,
no se han encontrado escritos de su autoría sobre esta materia. Fueron los
textos De oratore, de Cicerón, Instituto oratoria, de Quintiliano, y el anóni-
mo Ad C. Herennium libri IV las tres fuentes latinas del arte de la memoria
que tuvieron una influencia significativa en los siglos posteriores. En estos
textos, se describen técnicas para que el joven estudiante de retórica24 de-
sarrolle sus habilidades para recordar. La importancia de la creación de
una sucesión ordenada de lugares (loci) -ficticios o reales- destaca en el
texto de Quintiliano, pues “los loci permanecen en la memoria”25, es decir,
pueden ser utilizados, posteriormente, para recordar materiales diferentes.
Esta idea permitió la composición de arquitecturas que funcionaron como
dispositivos de memoria artificial26 durante el Renacimiento: el Teatro de la
Memoria de Giulio Camillo o el sistema del teatro de la memoria de Robert
Fludd.
Las imágenes27 constituyen el otro elemento necesario del arte de la
memoria. Estas imágenes pueden ser cosas o palabras, si bien se prefiere, por
su facilidad, que se escojan cosas. Para los autores de las tres fuentes latinas
del arte de la memoria, es importante asociar imágenes agentes a los lugares,
es decir, de excepcional belleza o fealdad singular: “imágenes sorprenden-
tes y desacostumbradas, hermosas o deformes, cómicas u obscenas”28. La
asociación de imágenes humanas es parte integrante del conocimiento que
Grecia transmitió a Roma en este sentido.
Entender la ciudad como el soporte espacial para la memoria, que
se configura a través de una sucesión ordenada de lugares, a través de un
recorrido, es un aporte fundamental de lo estudiado por Yates, pues “sabe-
mos por experiencia que un lugar convoca asociaciones en la memoria”29.
A su vez, la información contenida en la materia como memoria, aporte de
Fernández-Galiano, puede ser entendida como las imágenes persistentes

23 Frances Yates. Óp. Cit.: 17.


24 La memoria era una de las cinco partes de la retórica. En el Ad Herennium, estas partes son inventio, dispo-
sitivo, elocutio, memoria y pronunciatio.
25 Frances Yates. Óp. Cit.: 23.
26 La memoria artificial hace referencia al ejercicio del arte de la memoria, en contraposición a la memoria
natural.
27 En un sentido más literal de la palabra imagen, Ilan Vit explora cómo la arquitectura ha sido soporte de
imágenes a lo largo de la historia, en el artículo “Ars memoriativa o la manera de reconocer lugares con
memoria” (sin publicar). Los monumentos suponían verdaderos lugares de memoria en la Antigüedad,
pues la escritura en sus superficies era la única que no era para un público reducido.
28 Frances Yates. Óp. Cit.: 27.
29 Ibid.: 43.

32
Andante

asociadas a una secuencia ordenada de lugares: la ciudad. Los lugares guar-


dan imágenes, y cuanto más excepcionales sean esas imágenes, más logran
perdurar en la memoria.
Considerando la necesidad de un orden espacial para la memoria en
el espacio de la ciudad, se desprende la pregunta sobre el orden urbano: ¿de
qué manera cada lugar de la ciudad, con un carácter particular, está aso-
ciado con imágenes que lo caracterizan y lo diferencian dependiendo de
su posición en una sucesión ordenada de lugares? Es decir, ¿cuáles son las
relaciones de sentido particulares que, históricamente, conserva cada lugar
respecto del resto de lugares de la ciudad? Las formas en que se ha construi-
do el carácter de los lugares que configuran la nebulosa de Santa Inés, en
una secuencia ordenada de lugares, se profundizará en Adagio, la primera
variación de esta lectura de la memoria, a través de la lectura de la vocación.
Las terribles imágenes asociadas a los desheredados de la tierra pueden ayu-
dar a preservar persistentemente los significados en los lugares de la ciudad.
Esta frecuencia de análisis se profundizará en la segunda variación, Allegro
ma non troppo, la connotación.
A partir de lo estudiado por Yates y Fernández-Galiano, propongo la
memoria del lugar como un concepto que hace referencia a la información
contenida históricamente en cada lugar particular de la ciudad. Es decir,
se entiende como un estado durativo acumulado y persistente en el tiempo
a través de la asociación de lugares e imágenes. La memoria de la ciudad,
de esta manera, implica un vínculo temporal entre el pasado y el presente.
Estas perspectivas buscan comprender la dimensión histórica de la ciudad y
de la arquitectura desde el horizonte de la larga duración; es decir, la me-
moria como proceso intelectual o cognoscitivo ya no es fundamental, pues
el fenómeno excede la duración de una generación y el interés fundamental
no es el de comprenderlo como un relato que se manifiesta en la memo-
ria colectiva 30. El horizonte de análisis no es precisamente subjetivista 31; es
materialista u objetivista, si se quiere, en tanto se privilegia la complejidad
del soporte físico del lugar teniendo en cuenta su larga duración, pues es en
el espacio que se manifiesta la memoria como realidad material tangible32.
No es tarea fácil dilucidar si la memoria de los lugares se construye por el

30 La contradicción que existe entre el lugar de memoria en torno a Santa Inés y su historia, que ya se ha ma-
nifestado en la Obertura, es algo que se quiere exponer a lo largo de esta investigación.
31 Denise Jodelet. “La memoria de los lugares urbanos”. Alteridades 20 (59): 81-89, 2010. En este artículo, la au-
tora presenta un panorama general de los tipos de relaciones que se pueden establecer entre la memoria
y los lugares de la ciudad en las ciencias sociales.
32 David Harvey. Space as a key word. En Spaces of Global Capitalism: Towards a theory of uneven geographical
development (New York: Verso, 2006): 119-148.

33
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

sentido que se les da o por la misma potencia de las cosas. En cualquier caso,
es evidente que los lugares conservan una memoria que les es intrínseca,
sobre todo en Santa Inés, donde la memoria no se ha creado, al menos in-
tencionalmente.

El péndulo entre la transformación y la permanencia

Se preguntará nuestro agudo lector qué valor tiene la memoria de la mate-


ria en un caso como el de Santa Inés, definido por sucesivas demoliciones,
en el que ya no hay edificaciones que funcionen como soporte material de
información acumulada históricamente -aunque sí existan imágenes foto-
gráficas y audiovisuales que funcionen como una recolección del lugar33-.
Sin embargo, sí persisten prácticas asociadas que se conservan como imá-
genes humanas. Las personas, también, como sistemas termodinámicos
abiertos, intercambian materia y energía con la arquitectura a través de
las relaciones sociales que establecen, pues son quienes construyen, defi-
nen, delimitan y practican el espacio. Las relaciones entre arquitectura y
sociedad se entienden en la medida en que “[t]anto los objetos materiales
como las prácticas sociales y culturales se transmiten, y parcialmente mo-
difican, de generación en generación; unos y otras pueden considerarse,
pues, como soportes de una memoria social permanentemente renovada”34.
Por otro lado, la relación del edificio construido con su ambiente35 pone
de manifiesto la producción de una memoria del lugar a partir de los flujos
energéticos entre ambos, que pueden conservarse, así la forma del edificio
ya no persista.
Las ciudades se construyen y se destruyen sobre sí mismas constan-
temente: la duración, la durabilidad y lo móvil36 de sus arquitecturas dan
cuenta de este carácter de la ciudad en el tiempo. Al respecto, Françoise
Choay reflexiona sobre conservación y demolición como constitutivas de
todo proceso urbano: “(…) demoler y conservar son, conjuntamente, partes
integrantes del proceso de edificación en su función fundamental”37. Sin

33 Shelley Hornstein. Losing Site: Architecture, Memory and Place (Farnham: Ashgate, 2011): 3.
34 Fernández-Galiano. Óp. Cit.: 83-84.
35 Fernández-Galiano. Óp. Cit.: 159-161. Esta lectura se privilegia a partir de la metáfora biológica, entendien-
do los lugares a partir de poblaciones de edificios. Según el autor, la metáfora biológica y la metáfora meca-
nicista son las dos grandes metáforas de la arquitectura.
36 Shelley Hornstein, Óp. Cit.: 82.
37 Françoise Choay, “De la démolition”, en Métamorphoses parisiennes, ed. Bruno Fortier (París: Pierre
Mardaga, 2006): 17. “(…) demolir et conserver sont ensamble parties intégrants du procès d’edification
dans sa function fondatrice”. La traducción es nuestra.

34
Andante

embargo, destaca los sofismas que se producen como actitudes irreflexivas y


exacerbadas de cada una de estas condiciones. El que podría denominarse
sofisma de la demolición ocurre en el caso de las ciudades latinoamericanas,
que viven en una constante y exacerbada exaltación por la transformación,
como señala José Ignacio Cabrujas en “La ciudad escondida”, un recorrido
literario por Caracas, la ciudad de su infancia:

Vivo en una ciudad nueva, siempre nueva, siempre reciente, que solo puede
conocerse a través de una nueva arqueología […].

La arqueología a que me refiero es la del derrumbe. Porque así como hay


personas que proclaman con orgullos pertenecer a un pueblo de grandes
constructores, me atrevo a exhibir hasta con cierta jactancia, que provengo
de un pueblo de grandes “derrumbadores”, un pueblo demolicionista que
hizo del escombro un emblema. Ese es el paisaje que he visto, por no decir,
que en el fondo, mis ojos no han visto ningún paisaje. 38

La demolición implica una reconfiguración material del espacio


construido, motivada por muy diversas causas: el principio de la entropía,
un transcurso irreversible, un principio de ruina y degradación de la mate-
ria produce la obsolescencia de arquitecturas y otro tipo de construcciones;
densificación y verticalización, construcción de nuevas formas: en definiti-
va, querer algo nuevo. La celebración estética de la transformación, por un
lado, y la concepción de la inestabilidad como una enfermedad que debe
ser curada a través de una tábula rasa, por el otro, son las dos actitudes que
Jorge Francisco Liernur denomina una liquidación del tiempo en las ciuda-
des latinoamericanas. Ambas actitudes implican asumir el tiempo de una
ciudad como un presente continuo sin ningún otro referente la vincule con
el pasado y con la historia; en ese sentido, “la metrópolis contemporánea
se concibe como un repositorio de marcas en continua transformación;
ninguna huella puede aspirar aquí por propio derecho a una legítima per-
manencia porque, extremada la lógica de lo nuevo, ningún valor la separa
de las restantes”39.
La arqueología a la que Cabrujas se refiere es la que aquí se propone
y permite leer las marcas en continua transformación que Liernur mencio-
na, a cuya legítima permanencia no pueden aspirar. En tanto potencia de

38 José Ignacio Cabrujas. “La ciudad escondida”. Caracas (Caracas: Fundación Polar, 1988): 9-10.
39 Jorge Francisco Liernur. “El tiempo en las manos. Pasado, presente y futuro en la arquitectura de las ciuda-
des latinoamericanas” en Escritos de arquitectura del siglo 20 en América Latina (Madrid: Tanais, 2002): 210.

35
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

las cosas, la memoria del lugar pone de manifiesto la existencia de estados


durativos en los que se establece un vínculo temporal entre el pasado y el
presente, que no resultan particularmente evidentes. Ese vínculo pone de
manifiesto el carácter permanente o mutable en cada uno de esos fenóme-
nos, localizados, estableciendo la continuidad o la ruptura entre el pasado
y el presente. De esta manera, la memoria, como información contenida,
puede dar cuenta de las permanencias y de las transformaciones de las pre-
sencias de la arquitectura y del espacio urbano en el tiempo.
Permanencia y transformación son antónimos. La dicotomía entre
ambas es fundante de una tradición filosófica que vio en el pensamiento
de Parménides de Elea y Heráclito de Éfeso sus exponentes primigenios.
Mientras que Parménides, que desde una concepción positiva del ser im-
posibilitaba el pensamiento del no-ser, defendía la inmutabilidad, la esta-
bilidad y la eternidad de las cosas, Heráclito enunciaba cómo la realidad
es variable, mutable y contradictoria, en la que no existe el ser sino solo el
devenir. Es decir, la identidad de las cosas se pone en crisis cuando sufren
sucesivos cambios40. Para Parménides, quien daba mayor importancia a la
razón, entendía que toda referencia al cambio constituía un engaño de los
sentidos.
La dicotomía que se plantea, sin embargo, supone la abstracción de
los extremos de un péndulo entre los que hay muy diferentes matices. La
relación que se establece entre permanencia y transformación es, al final,
un problema de lectura, en el que no es posible ver una dimensión sin la
otra. Es decir, en esas lecturas se debe tener en cuenta que lo que se trans-
forma da cuenta de lo que permanece. En nuestro caso, las transforma-
ciones en Santa Inés son evidentes: la búsqueda de sus permanencias tiene
en cuenta, como ya se ha manifestado, las imágenes que se han asociado
históricamente (y se siguen asociando) a este lugar en relación con el resto
de la ciudad, en términos de un orden urbano particular.
En tanto péndulo, la dicotomía entre transformación y permanencia
ha generado, en el transcurso de la historia, diferentes horizontes epistemo-
lógicos, movimientos culturales, artísticos, políticos, sociales e ideológicos:
en esencia, dos formas de entender la realidad. En nuestro tiempo, es muy
difícil defender una postura parmenidiana de la realidad, pues vivimos en
un mundo en el que, hasta el clima, cuya mutabilidad parecía imposible, ya

40 En la tradición clásica, sobre la paradoja del cambio y de la identidad, es destacable la paradoja de Teseo
de Plutarco.

36
Andante

no escapa de la experiencia humana. Sin embargo, una lectura de la dimen-


sión histórica de la ciudad que se hace presente no puede llevarse a cabo
sin buscar las permanencias, en sus diferentes formas de presencia.
El vínculo de los fenómenos localizados entre el pasado y el presente,
en el péndulo entre la permanencia y la transformación, plantea la pregunta
de qué significa la presencia. Presencia y presente son palabras que encierran
diversas acepciones, vinculadas, por un lado, con la existencia de algo en el
espacio y, por el otro, vinculadas con la idea del tiempo. La etimología de
ambas palabras remite a un “estar adelante”, es decir, sobresalir en el con-
junto de las cosas que se perciben al mismo tiempo. Sin embargo, resulta
interesante la quinta acepción de presencia del diccionario de la RAE, “[m]
emoria de una imagen o idea, o representación de ella”. La presencia im-
plica un ser y estar en el mundo en un espacio y un tiempo de una manera
particular.
La memoria y las nociones asociadas a la huella dan cuenta de la pre-
sencia como una condición que se manifiesta no de forma absoluta, sino de
diferentes formas, en el mismo sentido en el que Walter Benjamin habla
de fantasmagorías o Jacques Derrida habla de la différance. Una forma de
presencia particular es la que Rosalind Krauss explora a partir del concep-
to de índice, entendido como “señales o huellas de una causa particular, y
dicha causa es aquello a lo que se refieren, el objeto que significan”41. Este
concepto lo abstrae del arte, particularmente de la fotografía, como cua-
lidad presente en las obras de setenta y cinco artistas expuestas en 1976 en
P.S.1, en Long Island City (Nueva York); en ese mismo sentido, la presencia
indéxica42 la entiende María Margarita Malagón como una característica
del arte colombiano de los años noventa. Las formas de presencia en el arte
relacionadas con la demolición y la ruina ha sido exploradas por diferentes
artistas, como Gordon Matta-Clark en varias de sus obras, en tanto poética
de la anarquitectura. En consecuencia, la memoria del lugar es una forma de
presencia que está en la ciudad -presente-, además de los edificios, las calles
y otros objetos que configuran su carácter en el tiempo que le es contem-
poráneo.

41 Rosalind Krauss. “Notas sobre el índice” en La originalidad de la vanguardia y otros mitos modernos (Madrid:
Alianza, 1996): 212.
42 Es a la luz de este concepto de lo indéxico que María Margarita Malagón (2010) escribe Arte como presencia
indéxica (Bogotá: Uniandes, 2010), un libro en el que analiza la obra de Beatriz González, Óscar Muñoz y
Doris Salcedo. Si bien estos tres artistas continúan la temática de la violencia del arte colombiano que les
precedió en las décadas anteriores, su manifestación es diferente, menos explícita: es a partir de algo pre-
sente en la obra que se hace referencia a una situación violenta que está afuera, es decir, la obra funciona
como un índice.

37
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

La memoria del lugar en Santa Inés es una resonancia de la presencia


más evidente, su arquitectura, que se ha borrado del espacio de la ciudad.
La persistencia de esa memoria puede entenderse en el espacio de la misma
manera en la que se reconoce en una secuencia ordenada de lugares: porque
transfiere una identidad y un carácter particular. Dar cuenta de las trans-
formaciones en Santa Inés, exclusivamente, no tiene mayor mérito. Sin em-
bargo, según se ha mencionado, es imposible entender las transformaciones
sin las permanencias, pues así como lo ausente da cuenta de lo presente, lo
que se transforma da cuenta de lo que permanece. La demolición, como
transformación de la forma de la ciudad, en algunos casos, no solo no sig-
nifica una transformación de la información contenida en la arquitectura
sino la acumulación de nueva información, sobre todo cuando la actitud
de demoler se repite constantemente; es decir, la demolición da cuenta de
las imágenes particulares que se asocian a un lugar de la ciudad y ponen
de manifiesto los profundos y constantes deseos por su transformación. La
definición de una sucesión de imágenes es fundamental para entender la
memoria en contextos donde ni se busca crearla, donde hay una historia
de destrucción y donde se ha buscado, sucesivamente, borrar esa memoria
de destrucción. En Santa Inés sucede todo lo contrario a la construcción
intencional de memoria: su memoria se ha configurado gracias a las irrup-
ciones que la municipalidad ha pensado y ejecutado en su ámbito. Esta
dimensión de su memoria particular se estudiará en la tercera variación,
Prestissimo.

Resonancias en las formas de pensar y leer la ciudad

En el péndulo entre la transformación y la permanencia, diferentes arqui-


tectos y teóricos reaccionaron frente a la pretensión de tabula rasa, de-
molición y arquitectura universal del primer movimiento moderno, para
reconocer el lugar, la ciudad histórica y su memoria como elementos im-
portantes a la hora de pensar la ciudad del futuro. Las reflexiones del Team
X , el entorno de la revista Casabella, a la cabeza de su director Ernesto
Nathan Rogers, Kevin Lynch, Christopher Alexander, entre otros auto-
res, contribuyeron a la construcción de un aparato teórico que permite
leer los lugares de la ciudad. La reflexión acerca de la información que se
conserva en la arquitectura y en la ciudad, como memoria del lugar, es
eco de esas investigaciones llevadas a cabo en torno a los lugares urbanos.
En este caso, es particularmente relevante abordar el genius loci, estudiado

38
Andante

por Christian Norberg-Schulz y el locus, en los términos de Aldo Rossi;


estos dos conceptos fueron recogidos por Beatriz García Moreno, quien
buscaba comprender la experiencia de la arquitectura latinoamericana a la
luz de los conceptos de región y lugar, proponiendo el sentido de lugar como
carácter de la poética de esa arquitectura latinoamericana. En este caso, no
sobra mencionar que el concepto de lugar, si bien ha significado toda una
reflexión en la tradición disciplinar de la arquitectura (y de otras disciplinas
como la antropología, la historia o la geografía) se asume desde la simplici-
dad -y complejidad- de los lugares del arte de la memoria, sin olvidar que
“[l]os lugares son historias fragmentarias y replegadas, pasados robados a la
legibilidad por el prójimo, tiempos amontonados que pueden desplegarse
pero que está allí más bien como relatos a la espera y que permanecen en
estado de jeroglífico”43.
A partir de la filosofía de Heidegger, Christian Norberg-Schulz
construye una metodología de análisis de las ciudades a partir de su genius
loci, el concepto romano que hace referencia al espíritu guardián de los
lugares que los acompaña desde el nacimiento hasta la muerte y determina
su carácter o esencia44. Este espíritu está definido por las cualidades parti-
culares de cada lugar, tiene su origen en la geografía y se potencia en la
construcción de obras de arquitectura. Para Norberg-Schulz, el sentido de
la construcción de lugares supone que los hombres se identifiquen con un
espacio y puedan orientarse, destacando la obra de Kevin Lynch, en la que
se puede entender la construcción de los esquemas perceptuales de orien-
tación, fundamentales para recordar. En el caso de Santa Inés, la relación
oriente-occidente y la retícula cartesiana, definida por la presencia de los
cerros orientales, determinan la estructura de lugar que permite la orien-
tación en Bogotá y que pone a este lugar en una posición particular de lo
que se entiende por centro.
A su vez, la identidad del lugar y el genius loci se manifiestan como
localización, configuración espacial y articulación característica45. Es fun-
damental explorar este carácter en los capítulos centrales de la tesis, es decir,
cómo el entramado urbano de Santa Inés ha funcionado en relación con el
resto de la ciudad. Por otro lado, no es ninguna sopresa que Norberg-Schulz

43 Michel de Certeau. “Andares de la ciudad”. En La invención de lo cotidiano (México: Universidad


Iberoamericana, 2000): 283.
44 Christian Norberg-Schulz. Genius loci. Towards a phenomenology of architecture (New York: Rizzoli, 1980):
18. “Genius loci is a Roman concept. According to ancient roman belief every “independent” being has its
genius, its guardian spirit. This spirit gives live to people and places, accompanies them from birth to death,
and determines their character or essence”
45 Christian Norberg-Schulz. Óp. Cit.: 18.

39
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

también se plantee el problema de la permanencia y la transformación. Para


preservar el genius loci, propone el concepto de tema y variaciones46: una
grata casualidad. Si la arquitectura logra inscribirse en este patrón, el espí-
ritu del lugar puede persistir.
El locus es la “singular relación existente entre edificios y situaciones
locales”47. Está conformado por la arquitectura, las permanencias y la his-
toria, y constituye el “principio característico de los hechos urbanos”48. Su
lectura es manifestación de la tradición tipológica y formal de los artefactos
urbanos de la urbanística italiana instituida por Aldo Rossi49, quien com-
prende los elementos de la forma urbana como permanencias de diverso
tipo. Particularmente, hace un énfasis en la teoría de las permanencias de
Marcel Poëte y Pierre Lavedan, que destaca la persistencia de los trazados y
del plano50 de la ciudad. Rossi destaca que “la ciudad misma es la memoria
colectiva de los pueblos; y como la memoria está ligada a hechos y a luga-
res, la ciudad es el locus de la memoria colectiva”51. En este mismo sentido,
Fernández-Galiano pone de manifiesto que la “acumulación de energía
como forma/información se expresa en fenómenos tales como la persis-
tencia de determinadas organizaciones del espacio a lo largo del tiempo:
la tenaz pervivencia de los trazados urbanos o las tipologías edificatorias,
la insólita constancia de algunas disposiciones formales o bien la adhesión
continuada a ciertas soluciones constructivas, evidencian la existencia de
una memoria morfológica; y una memoria que no reside sólo en las cabezas
de los constructores, los usuarios o los críticos, sino que se halla también
incorporada en la propia arquitectura existente”52.
Para Beatriz García Moreno, la arquitectura con sentido de lugar es
“un sentido de pertenencia en cuanto parece convertirse en representante
de la identidad de un pueblo, remitirse a un mundo local, configurado
por una historia específica, enmarcado dentro de ciertos límites geográ-
ficos, económicos, políticos y/o culturales que se han ido conformando y
transformando a través del tiempo, en contraposición con un mundo de
pretendidos lenguajes conceptuales universales, enmarcados en diferentes
paradigmas de pensamiento, donde las particularidades del hecho concreto

46 Ibid.: 179-180.
47 Carlos García Vásquez: Teorías e historia de la ciudad contemporánea (Barcelona: Gustavo Gili, 2016): 122.
48 Aldo Rossi. La arquitectura de la ciudad (Barcelona: Gustavo Gili, 1982): 226-227.
49 El problema de las permanencias morfológicas está desarrollado ampliamente en La arquitectura de la
ciudad.
50 Aldo Rossi. Óp. Cit.: 99.
51 Ibid.: 226.
52 Luis Fernández-Galiano. Óp. Cit.: 78.

40
Andante

parecen minimizarse hasta desaparecer”53. La autora construye esta teoría a


partir del contextualismo, una de las cuatro metáforas raíz del pensamiento
occidental54 planteadas por Stephen Pepper en World Hypothesis:. Desde
esta perspectiva, la arquitectura se configura en relación con otras cosas del
mundo.
Se volverá a preguntar nuestro agudo lector por qué no se emplearon
los conceptos mencionados para expresar las permanencias Santa Inés. La
respuesta es sencilla: porque si bien hay similitudes relevantes, también hay
diferencias considerables. La relación más importante entre la memoria del
lugar y la tríada genius loci-locus-sentido de lugar es la enfática considera-
ción de las cualidades particulares y propias de los lugares, entendidos como
únicos y particulares; es decir, su lectura asume una comprensión histórica
del fenómeno localizado y un vínculo entre el espacio y las personas que lo
habitan, configurando un lugar antropológico55. Sin embargo, en la tría-
da conceptual de Rossi, Norberg-Schulz y García Moreno, la búsqueda
fundamental es la de encontrar un sentido de la poética contemporánea 56
de la arquitectura, situada en un rechazo tajante a la modernidad desloca-
lizada y globalizada, que hizo de la tabula rasa y de la transformación su
bandera fundamental. En Santa Inés, un lugar en el que ha primado una
poética completamente deslocalizada, destructora, motivada por sus deseos
de transformación radical, la memoria que se propone busca comprender
las fuerzas propias de la ciudad histórica; si bien Rossi hace énfasis en ese
sentido, no deja de vincularlas a condiciones de la forma urbana.
Norberg-Schulz entiende que el genius loci se define en un primer
momento desde la geografía y los modelos de asentamiento. La memo-
ria del lugar puede surgir de esas condiciones geográficas particulares. Sin
embargo, entiende la historia como una circunstancia del lugar, sin tener
en cuenta que el lugar es, justamente, histórico. La historia es constitutiva
e inherente de la memoria que aquí se propone. Por esta razón, escribir el
relato histórico a partir de las tres variaciones de la memoria propuestas
resulta fundamental.
La memoria que las ciudades tienen de sí mismas implica la inercia
de elementos de la forma urbana como de fuera de ella. Marina Waisman

53 Beatriz García Moreno. Región y lugar en la arquitectura latinoamericana contemporánea (Bogotá: Centro
Editorial Javeriano, 2000): 35.
54 Las cuatro metáforas raíz propuestas por Stephen Pepper son el formismo, el mecanicismo, el organicismo
y el contextualismo.
55 Marc Augé. Los no-lugares (Madrid: Gedisa, 2000).
56 Contemporánea en el sentido de la práctica que se lleva a cabo en cada presente.

41
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

menciona las persistencias que Franco Purini identifica en el caso de las


ciudades europeas, constituidas “[…] por el régimen fundiario, las parcelas
catastrales, que resisten durante siglos a distorsiones y traslaciones; por los
hábitos de vida de calles y centros de manzana, las predilecciones de la ciu-
dad por cierto desarrollo de calles y plazas, de ubicación de comercios, etc.,
etc.; por los hábitos constructivos, los materiales usuales, la estabilidad de
las formas de trabajo; por restos de demoliciones que sirven de fundamento
a nuevas construcciones y modifican la pureza de las tipologías propuestas;
por la incidencia de la localización; por la extrema lentitud de las variacio-
nes habitacionales; por las grandes obras colectivas que expresan el sentido
colectivo de las ciudades” 57. En el caso de las ciudades latinoamericanas,
señala Waisman, estos elementos persistentes conservan su validez solo en
parte.
En la ciudad contemporánea existen diferentes formas de permane-
cer. Sin embargo, así como el río sigue siendo el mismo río, la ciudad sigue
siendo la ciudad y cada ciudad sigue siendo sí misma; es decir, la ciudad
como ciudad implica una dimensión de longue durée como primer esce-
nario de permanencia. En el caso bogotano, esa condición se hace mani-
fiesta, particularmente, en la definición de sus límites y sus bordes desde
su fundación hasta el siglo XIX . La pervivencia de las toponimias y de una
ubicación geográfica son manifestaciones de esa larga duración. Las per-
manencias, justamente, implican un juego de distintas temporalidades y
duraciones de los distintos elementos que conforman el espacio urbano, y la
lectura a través de lo que permanece permite establecer diversas duraciones
en un mismo tiempo: es decir, pone en evidencia el carácter histórico de la
ciudad.
De esta manera, ¿qué lecturas se deben tener en cuenta para escudri-
ñar las capas de la memoria del lugar en Santa Inés? ¿Cómo se puede cono-
cer la información acumulada en su ámbito? Si la ciudad es carne y piedra,
como sugiere Richard Sennett, las permanencias del escenario urbano se
pueden entender según esas dos dimensiones: en permanencias morfoló-
gicas, de piedra, y permanencias sociales culturales, de carne; ambas con-
figuran permanencias socioecológicas (“formas de pensar, instituciones,
estructuras de poder y redes de relaciones sociales, así como objetos mate-
riales como la propia ciudad”58). Es decir, la analogía de lo propuesto por

57 Marina Waisman. El interior de la historia. Historiografía arquitectónica para uso de latinoamericanos. (Bogotá:
Escala, 1993): 57.
58 David Harvey. “Mundos urbanos posibles”, en Lo urbano en 20 autores contemporáneos (Barcelona: Edicions
UPC, 2005), 177-198.

42
Andante

Yates a partir de lugares e imágenes adquiere resonancia en esta dimensión


de análisis. En Santa Inés, aparte de su posición en relación con el resto de
la ciudad -histórica-, las permanencias de piedra no son más que un fan-
tasma. Las huellas de trazados, tejidos, tipologías y lenguajes arquitectóni-
cos59 son menos que evidentes; sin embargo, algunos aún son visibles, por
ejemplo, los rieles del tranvía de la calle 10. Las prácticas y los personajes de
la cotidianidad, como parte de permanencias de carne, son también fenó-
menos en transformación constante; sin embargo, también se pueden leer
las permanencias en esta frecuencia. Es pertinente tener en cuenta que estas
permanencias se configuran en función de un orden urbano cuya perma-
nencia también debe entenderse.

Algunos lugares y la reproducción de su memoria

Numerosos y diversos casos de persistencia de memoria de los lugares se


pueden encontrar en ciudades de todo el mundo. La lectura histórica de sus
permanencias, de larga duración, puede corroborar el argumento que se ha
presentado a lo largo de este capítulo. No obstante, vale la pena destacar
que no existen numerosos estudios sobre la relación persistente de lugares e
imágenes en lugares concretos, más allá de las permanencias arquitectóni-
cas o morfológicas que puedan encontrarse. Sin embargo, a continuación,
se presentan algunos ejemplos que permiten expresar la dimensión de aná-
lisis que se ha elaborado a lo largo de este capítulo.
Las transiciones de las ciudades en la España musulmana son ejem-
plos bastante esclarecedores. La catedral gótica de Sevilla se construyó, en
el siglo XV, en el lugar en el que estaba la antigua mezquita, conservando
el alminar y convirtiéndolo en su torre. La mezquita de Córdoba se cons-
truyó sobre el complejo tardorromano de la Basílica de San Vicente Mártir,
que databa del siglo VI, y, una vez cristianizada, se construyó la catedral en
las naves centrales de la mezquita, a través una particular hibridación tipo-
lógica60. En Granada, el palacio de Carlos V que Pedro Machuca construyó
en la Alhambra significó un sello imperial, según Tafuri; es evidente que
la relevancia del lugar era clara para el emperador. Los casos de Sevilla y

59 Manuel de Solá-Morales. “Contra el modelo de metrópolis universal”, en Lo urbano en 20 autores contempo-


ráneos (Barcelona: Edicions UPC, 2005), 99-104.
60 Antón Capitel. Metamorfosis de monumentos y teorías de la restauración (Madrid: Alianza, 1988): 53-81.

43
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

Córdoba refieren a los lugares asociados a las imágenes del poder religioso,
mientras que el caso de Granada representa un lugar de las imágenes aso-
ciadas al poder político.
Al otro lado del Atlántico, una vez cayó Tenochtitlán, en la funda-
ción de México, “el emplazamiento del centro ceremonial fue elegido para
situar la plaza de la ciudad española”61. A su vez, “la catedral fue erigida
sobre el Templo del Sol y que el altar cristiano remplazó el altar pagano,
prácticamente en el mismo lugar”62. Por otro lado, algunos investigadores
señalan que el barrio de Tepito, caracterizado por ser la corte de los mi-
lagros de la Ciudad de México contemporánea, se emplaza en un antiguo
barrio del Tlatelolco prehispánico donde había un antiguo mercado63, que
se configuraría como barrio indígena periférico en la posterior ciudad es-
pañola. En el caso del Cuzco, no solo se emplazó la nueva ciudad teniendo
en cuenta los lugares de la ciudad incaica, sino que “conservó mucho de su
antiguo trazado”64.
Más allá de la perspectiva del conquistador, que arrasa de diferentes
maneras y a diferentes escalas, ¿no será posible que, tanto en los casos de la
España musulmana como en los casos americanos, se construyeron nuevos
edificios y emplazamientos a partir de la potencia de lugares constituidos,
en órdenes urbanos existentes, con imágenes asociadas?
Es particularmente apropiado exponer el caso de la memoria de los
lugares intelectuales en Buenos Aires que Adrián Gorelik estudia en “La
ciudad y la villa. Vida intelectual y representaciones de Buenos Aires en
la larga década del sesenta”65. Desde el siglo XIX hasta la década de 1970,
los focos culturales de la ciudad, la Manzana de las Luces, la zona de Flo-
rida y Viamonte y la zona de Corrientes, permanecieron en un triángulo
equilátero distanciados por no más de un kilómetro, pese al crecimiento
de la ciudad y a sus diferentes transformaciones. Si bien Gorelik no explica
espacialmente este fenómeno, aquí se propone la memoria de la ciudad que
permanece, asociando estos lugares con esas imágenes de la intelectualidad.
Qué tanto afectó el crecimiento de la ciudad al orden que ocupaban estos

61 Jaime Salcedo Salcedo. Urbanismo hispanoamericano. Siglos XVI XVII y XVIII (Bogotá: Pontificia Universidad
Javeriana, 2018): 76.
62 Ibid.: 77.
63 Marco Antonio Escareño Sánchez. Historia del barrio de Tepito: desde la fundación de Tlatelolco en 1337 a
la gran inundación de 1555 (Tesis de Licenciatura en Historia, Universidad Nacional Autónoma de México,
2013): 15.
64 Jaime Salcedo Salcedo. Óp. Cit.: 79.
65 Adrián Gorelik. “La ciudad y la villa. Vida intelectual y representaciones de Buenos Aires en la larga década
del sesenta”. En Ciudades sudamericanas como arenas culturales (Buenos Aires: Siglo XXI, 2016): 324-345.

44
Andante

lugares de la intelectualidad, es decir, las relaciones que, como influjos, en


ellos se establecieron con el resto de la ciudad, no es una pregunta que es-
temos en capacidad de responder.
Santa Inés es uno de esos casos en el que se asocian, de manera histó-
rica, lugares con imágenes particulares. En nuestra Bogotá de hoy en día,
la zona de los almacenes de música en la Carrera 7ª en Chapinero, los ta-
lleres mecánicos y de bicicletas en el 7 de agosto, las prostitutas en el barrio
Santa Fe, las telas en el Policarpa, como sucedía en las calles de las ciudades
medievales en las que se agrupaban los gremios, han constituido memorias
características cuya resonancia el tiempo se encargará de comprobar. En las
zonas más antiguas de la ciudad, este carácter es aún más evidente: Julián
Vargas Lesmes señala que, en la antigua Plaza de las Hierbas -hoy Parque
Santander-, la casa del fundador Gonzalo Jiménez de Quesada se emplaza-
ba en su costado oriental, donde hasta hace unos años era la sede del Jockey
Club. Esta sucesión pone de manifiesto que “desde entonces la aristocracia
santafereña y bogotana tendió a fijar y mantener su cuartel general en ese
lugar”66. Además, el centro y la periferia del “centro histórico” conservan
significados asociados, y en cada uno de los costados de la Plaza de Bolívar
se mantiene una vocación particular: al occidente, antes estaba el cabildo
y hoy la alcaldía; al sur estaba antes la sede de la Real Audiencia, que al-
bergaba el palacio virreinal durante el siglo XVIII, y hoy está el capitolio; al
oriente se construyó la catedral y, tiempo después, el palacio arzobispal. Es
importante tener en cuenta que, si Santa Inés es resultado del orden urbano,
se debe poner con relación a esa sucesión ordenada de lugares; es decir, a lo
que ha sucedido en el resto de la ciudad.

La composición de una armonía para un nuevo arte de la


memoria

La interpretación que aquí se formula, cuando se habla de la ciudad como


una arquitectura de lugares para la memoria según un orden espacial, se
constituye a partir de la idea de lugares encontrados. Es decir, los diferentes
lugares de la ciudad acumulan, con el tiempo, imágenes asociadas que los
caracterizan, convirtiéndose así en memoria. No se está asumiendo la cons-
trucción de la ciudad indiana como un artefacto creado intencionalmente
para el arte de la memoria, aunque esta posibilidad resulte particularmente

66 Julián Vargas Lesmes. Historia de Bogotá. Conquista y colonia (Bogotá: Villegas Editores, 2007).

45
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

interesante y pueda resonar en nuevos horizontes investigativos, pues “[e]l


arte de la memoria fue un creador de imágenes que debieron seguramente
de emerger en creativas obras de arte y literatura”67, así como de arquitec-
tura. ¿No sería posible, entonces, que las ciudades indianas de nueva planta
constituyeran una expresión de este antiguo arte? Desde esa perspectiva, el
“demolicionismo”68 latinoamericano podría ser manifestación de un tiempo
en el que el arte de la memoria es innecesario y no se requiere ya de lugares
para recordar. Las imágenes están contenidas en otro tipo de soportes: por
ejemplo, los millones de fotografías que se reproducen cotidianamente de
diversos escenarios de nuestra urbe.
Este arte de la memoria que se propone para la ciudad permitirá en-
tender las imágenes guardadas en los lugares, que se han transformado en
la carrera de irrupciones que la ciudad ha corrido para transformar esas
imágenes, a través de la reconstrucción de los lugares de la ciudad a partir
de la lectura de su memoria. Así como “[l]a arquitectura imaginaria del
arte de la memoria ha conservado la memoria de un edificio real, pero hace
tiempo desaparecido”69, el Teatro del Globo de Shakespeare, las variaciones
de la memoria de Santa Inés permitirán reconstruir los lugares que desapa-
recieron pero que resuenan en el presente.
Esta reconstrucción no puede dejar de lado el carácter de los lugares.
El gueto de Praga, que se localizaba al noroccidente de la ciudad antigua,
fue demolido a partir de 1893 por sus condiciones de barrio bajo, aun sien-
do una de las partes más características de la ciudad70. Sin embargo, Franz
Kafka menciona cómo la presencia del carácter perdido del lugar es, inclu-
sive, más real que las condiciones que se lograron configurar a partir de una
idea específica de ciudad, desde ese momento:

They are still alive in us, the dark corners, the mysterious alleys, blind
windows, dirty courtyards, noisy taverns and secretive inns. We walk about
the broad streets of the new town, but our steps and looks are uncertain. We
tremble inwardly as we used to do in the old miserable lanes. Our hearts
know nothing yet of any clearance. The unsanitary old ghetto is much more
real to us than our new hygienic surroundings. We walk about as in a
dream, and are ourselves only a ghost of past times.71

67 Frances Yates. Óp. Cit.: 113.


68 Esta palabra que inventa Cabrujas debería usarse más y apropiarse en los discursos de la ciudad
latinoamericana.
69 Frances Yates. Óp. Cit.: 12.
70 Christian Norberg-Schulz, Óp. Cit.: 85.
71 G. Janouch, Gespräche mit Kafka (Frankfurt am Main, 1951): 42. Citado en Christian Norberg-Schulz, Óp.
Cit.: 109.

46
Andante

De la misma forma en se demolió el gueto de Praga, Santa Inés se ha


demolido y se seguirá demoliendo, y la experiencia de recorrer sus lugares
parece no haber desaparecido. Los lugares infectos cerca del San Francisco
y el San Agustín, el Hospital San Juan de Dios, las chicherías en torno a la
Plaza Central de Mercado, el matadero, el trasegar del tranvía, los pasajes,
las pensiones y las personas que los habitaban son más reales que el vacío
paisaje que ocupa hoy el Parque Tercer Milenio, frecuentado por sus an-
tiguos moradores. En Santa Inés pareciera no haber un espíritu del lugar,
sino el demonio maldito de ser la periferia del centro de poder en un país
en conflicto; de la misma forma, no ha habido sentido de lugar, sino con-
trasentidos e irrupciones de todo tipo.
En los siguientes capítulos, se reconstruirán las permanencias de
Santa Inés a partir de la lectura de las tres variaciones de la memoria que
se han definido: la vocación -los lugares-, la connotación -las imágenes- y
las irrupciones -información que aporta nuevas relaciones de sentido a esas
imágenes-. De esta manera, la memoria de Santa Inés es un documento en
el territorio bogotano. Sus variaciones las podrá conocer nuestro lector en
los tres próximos capítulos.

47
Figura 4. Anónimo. Portada de Santa Inés. En Colombia. País de ciudades (fragmento) 1947.
ADAGIO

La vocación es una relación


gramática de elementos

= 66 ppm

La vocación es la voz interior, esa que clama, constantemente, a dar un sentido


particular a la vida. La vocación se manifiesta, en un primer momento, en el lla-
mado que Dios hace a los hombres para la vida religiosa. En la ciudad, la vocación
está definida en una estructura espacial, que se extiende en el tiempo, hacia un
futuro más o menos lejano. Ahora bien, cada uno de los fragmentos de ciudad está
definido por una secuencia espacial de vocaciones diversas, bien convergentes,
bien divergentes, que constituyen aquello que los caracteriza. La ciudad, como
lugar centrípeto de subjetividades de todo tipo, da lugar a vocaciones quizás no
infinitas, pero sí numerosas, propias de la complejidad de la vida urbana. La vo-
cación de los lugares permanece a través de su memoria, inclusive cuando las
aparentemente duraderas estructuras físicas que la soportan se transforman o des-
aparecen. Las vocaciones de la ciudad que permanecen permiten hacer evidentes
lecturas históricas de la ciudad, más allá de su arquitectura y, en general, de lo
construido. Los profundos y, a veces, poco evidentes vínculos que se configuran
en una estructura espacial construyen, así, un entramado característico de voca-
ciones en la ciudad. La vocación es, por consiguiente, una relación gramática de
elementos.
La vocación es la potencia interna de las cosas. Su etimología refiere al sus-
tantivo latino vocatio, que traduce “acción de llamar”: por esta razón, se entiende
como la voz interior, que motiva en un sentido particular. La vocación en la ciu-
dad se configura a través de las prácticas que se llevan a cabo en cada uno de sus
lugares: arquitecturas y espacios abiertos de todo tipo, en escalas, proporciones y

49
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

formas muy diversas. Así como hay personas que reciben el llamado de servir a
Dios o de ser grandes artistas, científicos o deportistas, la vocación también es el
llamado que tienen los lugares de la ciudad para ser soporte de usos, actividades y
prácticas particulares.
En la lectura de la memoria de Santa Inés, entendida como la información
acumulada a través de la asociación de lugares e imágenes, la vocación es la prime-
ra variación. Como se mencionó en Andante, la vocación está determinada a partir
de la posición de los lugares en una secuencia ordenada, la estructura que consti-
tuye el sustento espacial para la asociación con imágenes y otros significados. De
esta manera, la relación entre lugares y usos, prácticas y actividades es aquello que
permite comprender la estructura subyacente que constituye el fundamento espa-
cial para la vida urbana. A su vez, la lectura histórica de esas relaciones particulares
entre actividades, usos y prácticas y lugares de la ciudad, que dan cuenta de su
carácter, permite comprender esta dimensión de la memoria. Los límites entre los
diferentes lugares urbanos se definen según las variaciones de su carácter, que los
particulariza y, al mismo tiempo, los sitúa en el conjunto de lugares que define
una secuencia ordenada: la ciudad en su conjunto.
Invitamos a nuestro lector a hacer un recorrido a través de los paisajes so-
noros asociados a los diferentes lugares de la ciudad, y cómo estos dan cuenta de
vocaciones diversas en el transcurso de su historia.

Cuando los cantos de f lautas se transformaron en sonidos de


armaduras

La estructura de los lugares de la Santafé colonial, su orden urbano, de la cual


Santa Inés formó parte en sus primeros siglos de presencia física, se estableció a
partir de los límites que aportó la geografía y a través de la retícula que se im-
plantó para la definición de la traza de la ciudad. Así como sucede con el genius
loci, la geografía constituye las condiciones fundantes para la construcción de la
memoria de la ciudad y el elemento primigenio de la vocación de sus lugares, y
es a partir de la geografía que se establece un orden urbano particular. El lugar
escogido para la fundación de Santafé discurre de oriente a occidente desde los ce-
rros, una instancia de referencia, hacia la Sabana, su horizonte, y tanto el cauce de
las fuentes de agua como los vientos siguen esta dirección. Jaime Salcedo Salcedo
sugiere que el sitio más favorable para establecer Santafé estaba ocupado por el
cercado del cacique Bogotá, localizado “en el parteaguas de los dos ríos que se
unen más abajo […], es decir en el altozano, la mejor localización para la plaza y
la iglesia de un poblado, porque a partir de allí las aguas lluvias tienen tres vías de

50
Adagio

desagüe”1. Lo favorable de un lugar para establecer una nueva fundación incluía


“[l]a consideración de los vientos predominantes, de la constelación celeste, de la
situación de la ciudad respecto del sol y del agua” 2, criterios que compartían tanto
españoles como muiscas con un sentido religioso y formaban parte de antiguas
tradiciones. En ese sentido, si la fundación se hizo, efectivamente, a través de esa
transición del cercado a la plaza, Santafé comenzó su existencia a partir de una
memoria heredada de la construcción de un lugar prehispánico, principalmente
porque, en dos momentos diferentes, la geografía sugirió una ubicación más pro-
picia para llevar a cabo la construcción de un lugar.
La traza constituye el segundo elemento esencial para la configuración de
la estructura de la ciudad. La retícula cartesiana no solo implica la geometría
fundamental de su forma, sino una representación de una serie de ideas, pues “al
tiempo que es funcional incorpora nociones nacidas en los niveles más profundos
de la mentalidad católica medieval”3. Las personas que llegaron a tierras america-
nas, entre ellas el adelantado don Gonzalo Jiménez de Quesada, fueron quienes
lograron materializar diversas ideas sobre la forma de construir ciudades:
“[c]onquistadores, pobladores, alarifes y jumétricos [geómetras] trasladaron a
América un rico bagaje teórico, que comprendió influencias del Antiguo Egipto,
los fueros castellanos, las urbes cuadradas mallorquinas y la ciudad mística dividi-
da en cuatro barrios autosuficientes del franciscano Eiximenis”4. No sería sorpresa
ninguna que la concepción de la ciudad como artefacto para el arte de la memoria
hubiera constituido un criterio para las nuevas fundaciones americanas, en parte
si se consideran los influjos del pensamiento europeo del momento. En el arte de
la memoria artificial tomista, “no hemos de ir necesariamente a la busca de figuras
puestas sobre lugares diferenciados al estilo clásico, sino que tales figuras pueden
ir en un orden regular de lugares”5: efectivamente, la traza cartesiana constituye el
mencionado orden regular de lugares para la disposición de imágenes, y esta idea,
en el ámbito de la concepción ideal de la ciudad, estaría presente en libros como
el mencionado Lo crestià de Francesc Eiximeniç6. Si bien esta hipótesis es muy
sugerente, no es el propósito de esta investigación corroborarla, e insistimos en

1  Jaime Salcedo Salcedo. “Un vestigio del cercado del señor de Bogotá en la traza de Santafé”. Ensayos. Historia y Teoría
del Arte n°20 (2011): 187.
2 Jaime Salcedo Salcedo. Urbanismo hispanoamericano siglos XVI, XVII y XVIII (Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana,
2018): 53.
3 Germán Mejía Pavony. La ciudad de los conquistadores 1536-1604 (Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, 2012): 124.
4 Manuel Lucena. A los cuatro vientos: las ciudades de la América hispánica (Madrid: Marcial Pons, 2006): 67.
5 Frances Yates. Óp. Cit.: 121.
6 El duodécimo volumen de esta obra, redactada entre 1379 y 1392, está dedicado al gobierno de las ciudades y las
comunidades en novecientos siete capítulos, entre los que se incluye lo relativo a la forma correcta de la ciudad.

51
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

que esta analogía entre lugares e imágenes hace referencia a lugares encontrados,
producto de la construcción de la ciudad en el tiempo y de la información que ha
guardado.

Después, los sonidos de armaduras se transformaron en


cantos litúrgicos

Una vez fundada Santafé, se llevó a cabo la repartición ordenada de lugares, a


través de la adjudicación de solares a los conquistadores, a los poderes civiles y
eclesiásticos y, posteriormente, al establecimiento de las órdenes religiosas. Cada
uno de los lugares que se fueron construyendo en la ciudad constituía su carácter
a partir de su posición en la traza y según las referencias a los límites definidos
por la geografía. De esta manera, durante el siglo XVI se fueron conformando las
cuatro parroquias que supusieron el orden fundamental de la ciudad colonial: la
Catedral, en torno a la Plaza Mayor, las Nieves, al norte del río San Francisco,
Santa Bárbara, al sur del río San Agustín, y San Victorino hacia el occidente. En
ese sentido, a partir de las diversas consideraciones que se tenían para la dispo-
sición de los diferentes lugares de la ciudad, que dependían de la conveniencia
geográfica de su establecimiento y de la cercanía a ciertos espacios, a cada lugar de
la ciudad le correspondía una imagen particular que lo caracterizaba.
La vida de la ciudad se fue gestando en torno a las cuatro parroquias y los lu-
gares religiosos que se fueron fundando impregnaron de su carácter a los espacios
que incorporaron al tejido urbano. Este carácter se manifiesta, fundamentalmen-
te, en ser el centro de la vida urbana, imprimiendo sentido de pertenencia7 con el
lugar en el que se habitaba:

La parroquia estaba definida por las actividades que se realizaban en los edificios
religiosos. Alrededor de ellos se generó una vida urbana de mucha intensidad, lo cual
producía diversas dinámicas de sociabilidad citadina. Es decir, los edificios religiosos
calificaban el espacio urbano de su entorno. Por ejemplo, un convento era, entre
otras cosas, centro de servicios financieros y de mercado, lo que animaba la vida
urbana de la calle donde estuviera, pues los censos, las capellanías y las hipotecas,
construían una compleja trama que vinculaba a los feligreses con el convento. 8

7 Germán Mejía Pavony y Fabio Zambrano Pantoja. “La parroquia y el barrio en la historia de Bogotá”. En Textos 9.
Escritos de historia y teoría 2 (Bogotá: Maestría en Historia y Teoría del Arte y la Arquitectura. Facultad de Artes.
Universidad Nacional de Colombia, 2003): 56.
8 Ibid.: 48.

52
Adagio

Santafé creció, en un primer momento, en dirección sur-norte, a través del


eje definido por la Calle Real entre la Plaza Mayor y la Plaza de las Hierbas, al
norte del río San Francisco, donde se menciona la presencia de una zona de mer-
cado de origen prehispánico. Este río suponía una frontera que se superó con la
construcción del puente de San Miguel, para conectar la calle Real hacia la ciudad
más allá de su ribera norte. El carácter diverso de los fragmentos de ciudad entre
ambos costados, las parroquias de la Catedral y las Nieves, se pone de manifiesto
en la discontinuidad en el trazado de las actuales carreras. La continuación hacia
el sur de la calle Real, la calle de la Carrera, vinculaba la parroquia de la Catedral
con el convento de San Agustín en la parroquia de Santa Bárbara, atravesando la
otra frontera entre ambas parroquias, el río San Agustín, sobre su puente homó-
nimo. Por otro lado, en torno a la plaza de San Victorino se configuró un área de
ocupación importante, vinculada a la parroquia de la Catedral a través del Puente
de San Victorino en la actual calle 12, mientras el crecimiento hacia occidente se
limitó a los dos costados del camellón de Fontibón, la vía de comunicación de la
ciudad hacia el río Magdalena. El río San Francisco, que discurre de oriente a oc-
cidente, dibuja una curva en este punto para dirigirse hacia el sur, configurando,
en este caso, un límite de la ciudad construida entre oriente y occidente.
En este momento de la narración, es preciso mencionar que las referencias
de los nombres de las calles que en esta variación se presentan provienen del libro
Calles de Santa Fe de Bogotá de Moisés de la Rosa9, una investigación que formó
parte de las publicaciones que llevó a cabo el concejo de Bogotá con motivo de
la celebración del cuarto centenario de la fundación de la ciudad en 1938. Moisés
de la Rosa se valió principalmente de documentos notariales para determinar los
antiguos nombres de las calles de la ciudad, para así construir la cartografía de sus
toponimias en las parroquias y los barrios santafereños. Además de dar informa-
ción de su ubicación, en muchos casos consigue transmitir el carácter de las calles
y de los lugares que las configuraban.
En conclusión, la estructura de la ciudad, en sentido oriente-occidente, es-
tuvo determinada por la pendiente que establecía el curso de los ríos y de los
vientos y por la relación con el territorio, que se extendía más allá de la parroquia
de San Victorino. La relación norte-sur entre la Catedral, las Nieves al norte y
Santa Bárbara al sur constituyó una continuidad definida por las calles Real y de
la Carrera. La Catedral se configuró como el principal centro, Las Nieves como
un segundo centro hacia el norte (con su correspondiente arrabal hacia occiden-
te), mientras que Santa Bárbara y San Victorino fueron, esencialmente, arrabales,
hasta bien entrado el siglo XIX . Los ríos San Francisco y San Agustín supusie-

9 Moisés de la Rosa. Calles de Santafé de Bogotá (Bogotá: Ediciones del Concejo, 1938).

53
N

Figura 5. Vocaciones en torno a Santa Inés en tiempos de la colonia, a partir del “Plano geométrico de Santafé de
Bogotá”, elaborado por Vicente Talledo y Rivera (1814).

54
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Santa Inés
6
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Figura 6. Luis Carlos Jiménez. Adaptación


de un fragmento del plano “Crecimiento
Ca
rre urbano de Bogotá D. E.”, 1989. Si bien este
ra
30
plano involucra las reformas urbanas del siglo
Ca
Av rre
6

ra XX , da cuenta de cómo la urbanización en


lle

en
ida 1
Ca

0
Ca
rac N torno a Santa Inés comenzó en el siglo XVII y
as
13
lle

concluyó en las últimas décadas del siglo XIX .


Ca

55 56
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

ron los límites geográficos que soportaron la configuración de las parroquias, al


mismo tiempo que dificultaron la construcción de un tejido urbano continuo.
Por otro lado, como es evidente, este orden urbano de la ciudad colonial estuvo
determinado por la presencia de lugares y toponimias de lugares religiosos, que
contribuían a la construcción de un carácter particular y distintivo del resto de
lugares de la ciudad.

Cuando las campanas de Santa Inés sonaron por primera vez

La ciudad fue, paulatinamente, convirtiéndose en sede de espacios monásticos,


que “contribuirían a su demarcación urbanística, separada de otros territorios ale-
daños y en especial rurales”10; es decir, cerca de los arrabales. El espacio entre los
ríos San Francisco y San Agustín, previo a su desembocadura y posterior curso
hacia el occidente, se dispuso, en ese sentido, como una margen de la ciudad. En
esta zona, al occidente de la actual carrera décima, existía un barranco11 hacia
la ribera del San Francisco que acentuaba esta condición limítrofe, y fue en este
borde occidental de la parroquia de la Catedral donde se fundó el monasterio que
otorgaría en la segunda mitad del siglo XX la toponimia característica a este lugar
de la ciudad: Santa Inés.
Es conveniente hablar de vocación referida a esta zona de la ciudad por-
que, según se ha mencionado, la primera presencia evidente e identificable en este
lugar es religiosa, definida por la fundación del primer convento femenino de
Santafé en 1595, el Monasterio de la Concepción, que había comenzado su cons-
trucción en 1583. Mientras la fundación de conventos masculinos se financiaba
con recursos eclesiásticos, la fundación de conventos femeninos se debía llevar a
cabo del producto de obras pías impulsadas por laicos y, en ese momento, no había
recursos suficientes para construir en la ciudad un número considerable de con-
ventos. Finalmente, tras un proceso de décadas que buscó el nacimiento del mo-
nasterio de Santa Inés, caracterizado por cierta tensión institucional, económica y
de voluntades con la fundación del convento de Santa Clara, que abrió sus puertas
en 1630, el 19 de julio de 1645 continuaron los cánticos que ya habían iniciado
las monjas concepcionistas. Santa Inés de Montepulciano, el nuevo monasterio
femenino de clausura de la orden de predicadores12, se fundó y se estableció en la

10 Óscar Londoño. “Habitar el claustro. Organización y tránsito social en el interior del monasterio de Santa Inés de
Montepulciano en el Nuevo Reino de Granada durante el siglo XVIII”. Fronteras de la Historia 23, n°1 (2018): 191.
11 Julián Vargas Lesmes. Historia de Bogotá. Conquista y colonia (Bogotá: Villegas Editores, 2007): 103.
12 El adjetivo relativo a la orden de predicadores es “dominico” o “dominicano”, en honor a su fundador Santo Domingo
de Guzmán.

57
Adagio

manzana contigua al sur de la Concepción, configurada por las calles de Santa


Inés, la Concepción, los Chorritos de Santa Inés y San Romualdo. El fundador,
que era el donante de la propiedad donde se iba a construir el convento13, fue Juan
Clemente de Chávez y, tras su muerte, en torno a 1629, prosiguió las labores su
hermana Antonia de Chávez14.
Para comenzar sus actividades, la construcción del convento debía tener ya
terminados “sus altares, ornamentos y sacristía, rejas, coros, tornos, locutorios,
puerta seglar, vivienda, dormitorios, refectorio, enfermería, oficinas y cercas”15,
lo necesario para una vida de clausura. Juan Flórez de Ocáriz describe la entrada
de las tres monjas que provenían de la Concepción al nuevo monasterio:

“[…] con repique de campanas y música de ministriles pasaron a la nueva iglesia,


donde hicieron oración, y volvieron a dar la obediencia al Ordinario, y de allí a su
portería, en que repitieron la acción de obediencia tercera vez, y entraron por la
puerta reglar que cerró por dentro la madre Beatriz de la Concepción, con lo cual
el Provisor declaró estar hecha la fundación de convento de religiosas y quedar en
clausura; y fue en 19 de julio de 1645.”16

Por pleitos legales, las monjas fueron evacuadas quince años después de la
fundación del convento, y todo lo que se había construido tuvo que ser demoli-
do17. El arzobispo de Santafé, Juan de Arguinao, quien provenía de Lima, conoció
la situación de las ineses; compró los terrenos y “les ofreció de nuevo edificar la
iglesia y convento con todas sus oficinas”18, propiciando la construcción de una
nueva fábrica de mejores condiciones. A pesar de tener toda una serie de méritos,
el arzobispo era muy humilde y de “corazón generoso”19, pues después de la cons-
trucción del convento, fue su principal benefactor durante mucho tiempo: por
esta razón, se le considera su segundo fundador. El esplendor material y espiritual
del convento se dio en los años en que Arguinao fue arzobispo de la ciudad, entre
1661 y 167820.

13 Sofía Brizuela: 172.


14 Sobre la fundación del Monasterio de Santa Inés de Montepulciano, consultar los trabajos de Sofía Brizuela (2017 y
2018) y Óscar Londoño (2018).
15 Óscar Londoño. Óp. Cit.: 192-193.
16 Juan Flórez de Ocáriz. Genealogías del Nuevo Reino de Granada. Tomo I (Madrid: Joseph Fernández de Buendía, impre-
sor de la Real Capilla de su Magestad, 1674): 136. Recuperado de http://babel.banrepcultural.org/cdm/ref/collection/
p17054coll10/id/2518.
17 Pedro Andrés Calvo de la Riba. Vida, y admirables virtudes de la Venerable Madre Sor Maria Gertrudis Theresa de Santa
Inès (Madrid: Imprenta de Phelipe Millán, 1752): 39.
18 José Manuel Groot. Historia eclesiástica y civil de la Nueva Granada. Tomo II (Bogotá: Ediciones ABC, 1953): 531.
19 Ibid.
20 Sor Ma Angélica de San José, OP. “El monasterio dominicano de Santa Inés de Bogotá en tiempos de la Exclaustración”,
en Los dominicos y el Nuevo Mundo. Siglos XVIII y XIX. Actas del IV Congreso Internacional, Santafé de Bogotá, 6-10 sep-
tiembre de 1993. Editado por José Barrado Barquilla OP. (Salamanca: Editorial San Esteban, 1995): 387.

58
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

La arquitectura de Santa Inés se dispuso a través del tipo propio de la ar-


quitectura religiosa conventual femenina de la América Hispánica: la memoria
acumulada se manifestó desde un primer momento en la organización de sus dife-
rentes espacios. La iglesia era de una sola nave, a la que se accedía transversalmente,
con elementos de cantería en las portadas y ornamentos florales y geométricos en
su interior. La vida conventual de clausura se llevaba a cabo en un claustro de dos
plantas, la primera adintelada y la segunda con arcadas de medio punto rebajadas.
Alrededor del claustro se dispusieron sus diferentes estancias: refectorio, oratorios,
dormitorios y otros espacios para el servicio. El coro se vinculaba directamente
con el monasterio y estaba separado del resto de la nave por la reja y la cratícula, la
abertura por donde las monjas recibían la comunión. Sobre la construcción de los
diferentes elementos de la iglesia, Flórez de Ocáriz escribe lo siguiente:

“[…] el dinero de la obra, con que se consiguió ahorro en él y de tiempo y acabar con
toda perfección la capilla mayor y dos tercios del cuerpo de la iglesia, que es de alegre
vista y buena disposición en tamaños y altura, con techos dorados y tabernáculo
de cuatro órdenes en alto y cinco en ancho, de muy buena obra, con bustos de
santos y pinturas; cuatro altares, dos hermosas puertas con clavazón de bronce en dos
suntuosas portadas de primorosa labor de cantería; púlpito dorado con imágenes de
media talla, confesonarios, comulgatorio y dos tribunas que sostituyen como encima
de las sacristías, que son en proporción a los demás y a costa de la piedad y limosnas
magníficas del Arzobispo maestro don fray Juan de Arguinao”21

Pedro Andrés Calvo de la Riva, confesor de Sor María Gertrudis Teresa


de Santa Inés, priora del convento que se destacó por llevar una vida venerable,
describió exhaustivamente el espacio construido por Juan de Arguinao, de quien
también exalta sus innumerables virtudes. Calvo de la Riba expresa, con la misma
floritura, las condiciones materiales y formales de la fábrica promovida por Ar-
guinao. tanto en la iglesia (“Por su heroyca humildad, no quiso poner sus Armas
en el frontispicio de sus grandes portadas. Siendo dos de primorosa cantería, po-
dian servir de blasòn a su liberalidad, en tan rico, y hermoso templo”22), como
en el convento (“Quien magnifico empezó tambien la Fabrica de su Convento,
con quatro Claustros, y corredores de arqueria altos, y baxo, Dormitorio, Celdas,
y Porteria, y demás Oficinas”23). Mediante el uso de términos como “adorno” y
“hermosura”, se pone de manifiesto cómo la arquitectura de este período definía
su carácter a través de un particular énfasis en el ornamento. En el texto, a su vez,

21 Juan Flórez de Ocáriz. Óp. Cit.: 149.


22 Pedro Andrés Calvo de la Riba: Óp. Cit.: 41.
23 Ibid.

59
0 2 5 10 N
0 2 5 10

Figura 7. Planta baja. Reconstrucción de la iglesia y del claustro de Santa Inés de Montepulciano.0 Esta2reconstrucción,
5 que
10
se ha llevado a cabo a partir de planimetría, algunas fotografías y del análisis de la arquitectura monástica de la colonia, es
esencialmente imaginaria y pretende mostrar cómo podría haber sido la arquitectura de este conjunto religioso.

60
Figura 8. Fachada sobre la carrera. Reconstrucción de la iglesia y del claustro de Santa Inés de Montepulciano.
0 2 5 10

Figura 9. Fachada sobre la calle. Reconstrucción de la iglesia y del claustro de Santa Inés de Montepulciano.
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Figura 10. Corte transversal. Reconstrucción de la iglesia y del claustro de Santa Inés de Montepulciano.

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Figura 11. Corte longitudinal. Reconstrucción de la iglesia y del claustro de Santa Inés de
Montepulciano.
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61
Adagio

se narra la erección de una torre para las campanas. Sin embargo, no existen regis-
tros de la mencionada torre: en las noticias del terremoto del 12 de julio 178524, no
se reportan daños en Santa Inés; a su vez, Pedro María Ibáñez señala que no existe
noticia alguna de la construcción de esa torre25.
La celebración de los oficios litúrgicos constituyó un paisaje sonoro caracte-
rístico en el mundo interior del convento, pues Arguinao “[l]as compró Organo, y
otros Instrumentos musicos, teniendo asalareado Maestro de Musica, para que en-
señase à las Religiosas el Canto Llano, y de Organo, para que con más devoción,
y consonancia celebráran los Oficios Divinos, y Horas Canonicas”26. Una vez
Santa Inés se situó en la ciudad, su presencia comenzó a resonar durante siglos. La
configuración de una toponimia a partir de este conjunto conventual no es casual,
pues “[a]unque desde una perspectiva actual resulta difícil imaginarlo, las monjas,
en muchos sentidos, fueron el centro de la vida urbana”27.
Tres de los cuatro conventos de clausura femenina que existieron en Santafé
hasta el siglo XVIII, La Concepción, Santa Clara y Santa Inés, se situaron en la pa-
rroquia de la Catedral, hacia el occidente, a excepción del Monasterio de San José
de las madres carmelitas, que estaba hacia el oriente, en la margen izquierda del río
San Agustín. Los conventos femeninos se ubicaron en lugares menos destacables
que los masculinos Santo Domingo y San Ignacio e, inclusive, San Francisco y
San Agustín, que se construyeron sobre el mencionado eje norte-sur definido por
las calles Real y de la Carrera.
Santa Inés se situó en el límite occidental de la parroquia de la Catedral. La
zona dispuesta más hacia el occidente de ese límite correspondía a la parroquia
de San Victorino, que abarcaba todas las manzanas desde la que fue la carrera 11
hacia abajo. Se ha mencionado ya la presencia destacable de una barrera natural
que separaba dos de sus zonas: las dos riberas del río San Francisco. En la mencio-
nada carrera 11 comenzaba una zona particularmente suburbana de esta parroquia
que, separada por el río San Francisco, estaba únicamente vinculada por el puente
de San Victorino; por lo tanto, se encontraba en una situación de continuidad
más clara con la parroquia de la Catedral. Por otro lado, esta zona configuraba el
borde occidental que recibía las aguas lluvias, los desechos y las emanaciones que
provenían del oriente de la ciudad.

24 “Aviso del terremoto sucedido en la ciudad de Santa Fe de Bogotá el día 12 de julio del año de 1785”. Recuperado de
http://babel.banrepcultural.org/cdm/ref/collection/p17054coll26/id/2808
25 Pedro María Ibáñez. Crónicas de Bogotá Tomo I (Bogotá: Ediciones ABC, 1945): 113, nota a pie de página número 6.
Recuperado de http://babel.banrepcultural.org/cdm/ref/collection/p17054coll10/id/2400
26 Pedro Andrés Calvo de la Riba: Óp. Cit.: 41.
27 Cristina Ratto. “La ciudad dentro de la gran ciudad. Las imágenes del convento de monjas en los virreinatos de Nueva
España y Perú”, Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, n° 94 (2009): 92.

62
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

El convento de Santa Inés se fundó en el momento de mayor actividad cons-


tructora en Santafé, la primera mitad del siglo XVII, en el que se construyeron diez
obras públicas, diecinueve edificios religiosos y seis civiles28. Entre las menciona-
das obras públicas se encuentra la carnicería29 y su plazuela contigua, la principal
de las tres con las que contaba la ciudad (las otras dos, de menor tamaño, se si-
tuaban en las Nieves occidental y en Santa Bárbara). La carnicería constituía una
presencia fundamental situada a tres cuadras de Santa Inés, en la parroquia de San
Victorino junto al río San Francisco, en el límite del borde que se ha venido men-
cionando a lo largo de esta variación. La ubicación de la carnicería en este lugar
no es casual, si se tiene en cuenta su carácter arrabalero, limítrofe entre la ciudad
construida y el mundo rural. Los animales, que estaban en las fincas de la sabana,
se conducían hasta la carnicería a través del puente de San Victorino y por las
calles contiguas al San Francisco. Una vez se mataban, la carne se distribuía hacia
el resto de la ciudad por las calles cercanas. A su vez, los gallos también hicieron
presencia en esta zona de la ciudad. La gallera vieja y la gallera nueva estaban a
escasas tres cuadras de Santa Inés hacia el sur, según aparecen en los registros de
sus calles homónimas (calle 8 entre carreras 10 y 11 y carrera 9 entre calles 7 y 8,
respectivamente). Por otro lado, existe evidencia de la existencia de presidios ur-
banos sobre la calle del Hoyo de San Victorino (actual calle 8ª), al oriente de esta
carnicería 30, en tiempos coloniales.
Una presencia religiosa que fue itinerante en la nebulosa de Santa Inés es la
de la ermita de las Cruces, construida en 1655 en la ribera norte del río San Agus-
tín, sobre la calle de los Votos (la que fuera la carrera 11 antes de la demolición del
barrio a comienzos del siglo XXI). Esta ermita fue uno de los lugares religiosos de
Santafé situado más hacia el occidente que Santa Inés, junto con la iglesia de San
Victorino y el tardío monasterio de los capuchinos, que se terminó de construir
en 179131 y albergó el primer hospicio de la ciudad 32. Si bien la ermita se trasladó
en las primeras décadas del siglo XIX a su ubicación actual, donde se convertiría
en parroquia con el paso de los años, los nombres antiguos de muchas de sus calles
cercanas (las Cruces, Cruces viejas, Cruz verde, Camarín de las Cruces) hacían
resonar su presencia perdida.

28 Julián Vargas Lesmes. Óp. Cit.: 97.


29 En la historiografía y en las fuentes del siglo XIX y anteriores aparece el término “carnicería” para hacer referencia
al espacio de la ciudad donde se mata y se desuella el ganado para abastecer a la ciudad, mientras en el siglo XX
predomina el uso de “matadero”. En este relato, se utilizarán ambos términos como sinónimos, privilegiando el uso
término predominante en cada momento.
30 Moisés de la Rosa. Plano de San Victorino, s.p.
31 Julián Vargas Lesmes. Óp. Cit.: 112
32 José Manuel Groot. Óp. Cit.: 11.

63
N

Figura 12. Calles en torno a Santa Inés. A partir de Calles de Santa Fe de Bogotá de Moisés de la Rosa (1938) sobre
el Plano topográfico de Bogotá y sus alrededores, elaborado por Agustín Codazzi (1849).

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La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

Los estruendos del dolor en el San Juan de Dios

Después de vivir un profuso tiempo de construcción durante el siglo XVII, la ciu-


dad inició el siglo XVIII con una única obra de importancia: la construcción de
la nueva sede del Convento Hospital de San Juan de Dios para ampliar su capa-
cidad, entre 1723 y 173933, en toda la manzana configurada por las calles de San
Juan de Dios, de la Enfermería, de San Rafael y de los Dolores. El hospital de San
Pedro, que hasta ese momento se había situado en la manzana de la catedral, en
su parte posterior, pasó a ser administrado por los padres hospitalarios, quienes le
otorgarían su nuevo nombre. La presencia de la principal institución de asistencia
de la historia de la ciudad, a dos cuadras de Santa Inés, sería el primordio de la
construcción de una vocación hospitalaria, de caridad y posterior beneficencia y
asistencia, en esta zona de la ciudad. Se sabe que las monjas de Santa Clara iban a
ayudar al San Juan de Dios, sin embargo, no hay noticia de que así lo hicieran las
monjas de Santa Inés.
Por otro lado, las reformas del virrey Manuel Guirior de 1774 implicaron
modificaciones en el orden de la ciudad. Con la división por barrios del mismo
año, mientras las parroquias de San Victorino y Santa Bárbara se convertían en
barrios conservando sus límites anteriores, las Nieves se dividió en las Nieves
oriental y occidental y la antigua parroquia de la Catedral se dividió en cuatro
barrios: la Catedral, San Jorge, el Príncipe y Palacio. Santa Inés se ubicó en los lí-
mites del barrio de Palacio, mientras el San Juan de Dios quedó en el barrio de San
Jorge. En ese momento, ya había una creciente preocupación por la acumulación
de basuras e inmundicias en las calles, acentuada por la presencia de chicherías.
Se prohibía botar basuras en las zonas céntricas y se obligaba a que se arrojaran
en los arrabales. Sin embargo, pese al escaso alcantarillado, había conciencia del
beneficio de la inclinación de oriente a occidente para el desagüe de las aguas de
los caños. Por tanto, no es casualidad que por esta condición geográfica y por las
alcantarillas que supusieron San Francisco y San Agustín, con el tiempo, se hayan
convertido rápidamente sus bordes en zonas infectas.
San Victorino era, al final del siglo XVIII, una parroquia con un gran núme-
ro de manzanas deshabitadas. De las sesenta cuadras que las conformaban, “cinco
que limitaban los costados de la plazuela de San Victorino y cuatro los orientales
y del norte de las plazuelas de la Carnicería y Huerta de Jaime, no tenían nom-
bres particulares; cinco, o sean los de las calles 10 y 11, entre la antigua Ronda
del Río (actual carrera 12-B) y la plazuela de Jaime y una de la carrera 11, entre

33 Estela Restrepo Zea: Historia del Hospital San Juan de Dios 1635-1895. Una historia de la enfermedad, pobreza y
muerte en Bogotá (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2011): 63.

65
Adagio

calles 12 y Ronda del río, quizás tampoco los tenían por ser callejones anónimos y
extramuros”34. De este carácter suburbano da cuenta la presencia de casas de paja
en la calle Honda de San Victorino (Carrera 13 entre calles 11 y 12)35: ni el tejido
ni las manzanas en este borde occidental se hallaban particularmente formados.
¿Por qué esta zona, pese a estar particularmente cerca de la Plaza Mayor, no se
consolidó urbanamente durante estos primeros siglos de existencia de la ciudad?
Porque la memoria de la construcción de un lugar de borde, marginal, pervivió
durante todos esos años.

Cuando sonaron fusiles en la Huerta de Jaime

La estructura de la ciudad que se había establecido a través de la retícula


cartesiana persistió como presencia fundamental a lo largo del siglo XIX ,
pues “[c]iertamente, desde los cerros, la ciudad aparecía delineada como si fuera
un tablero de ajedrez”36. De esta forma, se acentuó el orden urbano que se había
implantado, con su correspondiente secuencia de lugares, mientras se vivían lentas
transformaciones de la larga duración que había caracterizado a Santafé duran-
te los años de la colonia. Aparte de las transformaciones políticas y sociales de
ese momento, son destacables aquellas relacionadas con la transformación de la
geografía de la Sabana de Bogotá y la adaptación a otro tipo de actividades agro-
pecuarias. Por otro lado, en ese sentido transformador, el siglo XIX fue un siglo
de considerable densificación de la ciudad, pues si bien la población se multiplicó
por cinco, el área construida de la ciudad solamente se duplicó, “la ciudad se hizo
más compacta. En ella desaparecieron los pocos lugares libres de construcción,
además de incorporar en forma definitiva los antiguos arrabales de la ciudad”37.
De esta manera, “[…] la mayor actividad constructiva se sintiera primero sobre los
abundantes lotes que al interior de la ciudad eran utilizados como huertas, y en la
progresiva división de las pocas viviendas que inicialmente estaban comprendidas
en cada una de las manzanas que componían el área urbana”38.
Este fenómeno del aumento de la densidad urbana ocurrió, efectivamente,
en nuestro borde occidental de la ciudad. La cartografía histórica resulta tan am-
bigua como el carácter urbano de esta zona, pues algunos señalan las manzanas

34 Moisés de la Rosa. Óp. Cit.: 248.


35 Ibid: 257-258.
36 Germán Mejía Pavony. Los años del cambio. Historia urbana de Bogotá 1820-1910 (Bogotá: Centro Editorial Javeriano,
2000): 141.
37 Ibid.: 298.
38 Ibid.: 300-301.

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La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

construidas y otros como huertas. Los planos de Richard Bache (1822-1823), José
María Lanz (¿1824?), Agustín Codazzi (1849) e Isaac Holton (1853) muestran a
esta como una zona característicamente suburbana, mientras el de Vicente Talle-
do y Rivera (1810) junto con el resto de planos de siglo, particularmente a par-
tir de 1853, representan manzanas construidas39, que siguen el trazado reticular
implantado desde tiempos coloniales. Esta información contrastante demostraría
cómo, a lo largo del siglo, este borde se fue haciendo más denso. Los espacios
monásticos, según el Plano Topográfico de Bogotá y sus alrededores dibujado por
Agustín Codazzi en 1849, manifestaban este doble carácter, pues toda la manzana
de Santa Inés pertenecía al convento, siendo la huerta una parte considerable. De
igual manera sucedía en los espacios de La Concepción y Santa Clara. A su vez,
el espacio entre nuestro borde occidental hacia el sur, hasta Tres Esquinas, estaba
ocupado por huertas.
John Farfán, en su investigación acerca de la transformación de los ejidos
de occidente, señala cómo en el siglo XIX ya había un carácter diferenciado de los
lugares de la ciudad. Aunque menciona que “[…] al contrario de lo que podría-
mos pensar por el artículo de Ospina, los arrabales paupérrimos de la ciudad no
se encontraban propiamente al occidente de la ciudad, próximos a los ejidos, sino
al oriente, norte y sur, es decir en la falda de los cerros orientales y en los sectores
de San Diego y Santa Bárbara”40, es relevante revisar lo que sucedía en nuestro
borde occidental, porque aparte del carácter arrabalero, el potente límite geográ-
fico del río San Francisco configura, además, una alcantarilla, un lugar infecto.
Efectivamente, otra incógnita que aún resuena es la presencia de terrenos ejidales
en este borde entre los dos ríos, pues John Farfán no menciona este lugar en su
tesis.
El artículo “¿Estamos en creciente o en menguante?”, publicado en el pe-
riódico El Símbolo el 31 de mayo de 1865, es producto de la polémica que existía
en ese momento respecto de la concepción sobre el crecimiento de la ciudad, en
términos de población y de área urbanizada. La ciudad, aunque parecía conservar
una imagen estática, veía cómo muchos de los lugares de sus antiguas parroquias
se transformaban profundamente:

Ha de saber, pues, Silvio que los límites de esta ciudad no son hoy los mismos que a
principios de este siglo. Una gran parte del barrio de San Victorino que se extiende
largo trecho en todas direcciones es enteramente nuevo, y a fines del siglo pasado no
pasaba de las casas llamadas de Ugarte y de la iglesia de los capuchinos…

39 Marcela Cuéllar Sánchez y Germán Mejía Pavony. Atlas histórico de Bogotá 1791-2007 (Bogotá: Planeta, 2007).
40 John Farfán. Del ejido a la urbanización. Transformaciones socio-espaciales en Bogotá, 1847-1922: (Tesis de la Maestría
en Historia y Teoría del Arte, la Arquitectura y la Ciudad, Universidad Nacional de Colombia, 2018): 57.

67
Adagio

Por el norte llegaba la población hasta el convento de San Diego, y no existían hace
treinta años la multitud de casas que hoy se extienden hasta la quinta de Tequenusa,
y diseminadas por las colinas de San Diego. Por el oriente todas las faldas de los
cerros están llenas de casitas que no existían ni en tiempo de la verdadera Colombia;
y el camino que conduce de la ciudad a La Peña está, de diez años a esta parte,
literalmente cubierto de casas, humildes, pero que no por eso dejan de ser casas…

Por el sur la ciudad llegaba el año de 25 hasta la iglesia misma de Las Cruces. Hoy
se ven esparcidas alrededor de ellas en todas direcciones multitud de casas pajizas
que forman un verdadero barrio nuevo; tanto que se ha solicitado ya hace algún
tiempo que esa parte se erija en parroquia, como igualmente ha sucedido con la parte
que se llama Las Aguas, por no poder ya atender los señores curas de la Catedral a
desempeñar con desahogo su ministerio…

Agreguemos a esto que todas las orillas o rondas de los riachuelos de San Francisco
y San Agustín han sido ocupadas en ese tiempo por un inmenso número de casas,
miserables la mayor parte, por en fin, habitadas por racionales como los que habitan
en el corazón de la ciudad. Agreguemos aún, que una gran parte de las manzanas o
cuarteles de la ciudad, aun las centrales, eran hace veinte años solares inútiles y baldíos,
que hoy están convertidos en habitaciones más o menos elegantes y cómodas…41

El mencionado carácter distintivo de los lugares de la ciudad se puede en-


tender desde diferentes escalas. Por ejemplo, que cada calle tuviera un nombre
particular en cada cuadra durante la colonia y en la primera mitad del siglo XIX
daba cuenta de esa aura particular con cierto color inconexo, que se manifestaba,
ciertamente, de otras maneras. En 1818, según el plano de Francisco Javier Caro,
había tres puentes sobre el río San Francisco (Las Aguas, San Francisco y San Vic-
torino, considerablemente distantes entre sí), y cuatro sobre el San Agustín (Er-
mita, Lesmes, San Agustín y del Quartel, correspondientes a las actuales carreras
5ª, 6ª, 7ª y 8ª). Esta frecuencia se alteró por la idea de continuidad y de un orden
urbano considerablemente más cartesiano en los tres cambios de toponimias de las
calles que tuvieron lugar en 1849, 1876 y 1886. Los puentes que se fueron constru-
yendo durante esos años permitieron el acento de una continuidad más definida
entre los diferentes barrios de la ciudad. Según la cartografía histórica, a medida
que se fueron construyendo los puentes que comunicaban la ciudad en sentido
sur-norte, el único puente que seguía existiendo hacia el occidente era el puente
de San Victorino en la calle 12.

41 “¿Estamos en creciente o en menguante?”. El símbolo n° 56, mayo 31, 1865. En Germán Mejía Pavony (2000): 317.

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La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

En el proceso de expansión urbana de la ciudad hacia sus periferias, se es-


tableció la Plaza de los Mártires en la antigua Huerta de Jaime, en la ribera occi-
dental del San Francisco, durante la segunda mitad del siglo XIX; no deja de ser
llamativo que esta fuese la única huerta de la zona nominalmente reconocida.
Por haber sido el lugar en el que se fusilaron a varios líderes de las guerras de in-
dependencia, se escogió para construir un lugar de memoria, de representación
de la historia patria. Sin embargo, en este lugar existía una vocación hospitalaria
anterior, pues se conoce la existencia en este espacio de la ciudad de una casa que
funcionaba como lazareto, que fue adaptada como hospital para los enfermos de
las guerras de independencia en 181842, justamente.

¡Silencio! La patria necesita sus propiedades

Las profundas transformaciones sociales que se vivieron en la ciudad a lo largo


del siglo XIX implicaron tensas relaciones con la estructura de la propiedad de la
tierra. Los bienes de la iglesia católica significaban para el incipiente Estado posi-
bilidades de crecimiento económico en el marco del naciente capitalismo, por un
lado, y espacios para la construcción del estado y su representación, por otro. En
ese sentido, la desamortización de bienes de manos muertas, que llevaron a cabo
los gobiernos liberales en Colombia durante la década de 1860, implicó una trans-
formación de la vocación en el escenario urbano. En Santa Inés, las monjas fueran
exclaustradas en 1863, y tanto el claustro como la iglesia pasaron a ser controlados
por el Estado, junto con otras 84 propiedades urbanas y rurales43. Al año siguiente,
las ineses compraron una casa en la calle 11 para poder continuar su vida monás-
tica, aunque muchas se fueron a Cuba y no pudieron regresar sino hasta 187844.
De esta manera, los antiguos claustros de las órdenes religiosas comenzaron a ser
sede de edificios públicos: ministerios, congreso, cuarteles y facultades de la recién
creada Universidad Nacional.
El claustro de Santa Inés se convirtió en la primera sede de la Escuela de
Medicina de la Universidad Nacional, a partir de 1868, tras haber sido adecuado
para este propósito. No es casual que esta tipología claustral proveniente de la vo-
cación religiosa se haya destinado a un edificio universitario. El tipo propio de su
arquitectura ya se había escuchado en Santafé para la educación en varios casos,
como el edificio de las aulas de los jesuitas, el claustro universitario de los agusti-

42 Roger Pita Pico. “Los hospitales militares y la atención a combatientes y heridos en las guerras de independencia en
Colombia”. Medicina 41, n°2 (2019): 175.
43 Informe del ajente jeneral de bienes desamortizados e inventario de los mismos (Bogotá: Imprenta de Gaitán, 1872).
44 Sor Ma Angélica de San José, OP. Óp. Cit.: 393.

69
Adagio

nos o el claustro del Rosario de los dominicos. Sin embargo, Santa Inés era el lugar
indicado para establecer la Escuela de Medicina, pues era esencial su cercanía con
el hospital. No se trata, por tanto, de un centro universitario cualquiera: se trata
de un espacio con vocación de hospital.
La relación consonante entre San Juan de Dios y Santa Inés se hizo evidente
y manifiesta a partir de ese momento, pues la nueva Escuela de Medicina tendría
al Hospital San Juan de Dios como escenario fundamental de formación académi-
ca. Los historiadores de la medicina denominan “escuela anatomoclínica” a la en-
señanza de la medicina que se implementó en el país en ese momento, consistente
en el estudio de los cadáveres de los hospitales y sus patologías, aunando ciencia
con práctica clínica. El vínculo institucional entre la Universidad Nacional y el
San Juan de Dios permaneció durante más de cien años, hasta el cierre del hospital
ad-portas del siglo XXI, inclusive en todos los diferentes espacios que tanto escuela
como hospital fueron ocupando, en muchas ocasiones distantes entre sí. En el es-
pacio urbano que nos reúne, este vínculo acentuó la vocación hospitalaria y de la
salud que se había iniciado hacía más de un siglo. A partir de entonces y hasta la
tercera década del siglo XX , el claustro de Santa Inés albergaría los espacios de la
Escuela de Medicina y Ciencias Naturales de la Universidad Nacional, diferentes
momentos de organización administrativa.

Un constante y bullicioso barullo en el mercado

En la misma década de 1860, de transformaciones de una vocación religiosa a una


estatal-institucional, nuestro borde occidental experimentó la consolidación de
una vocación comercial, que ya existía en las calles cercanas a San Victorino desde
tiempos coloniales, a partir de la construcción de la Plaza de Mercado, inaugu-
rada en 1864,45 en el antiguo huerto de la Concepción que Juan Manuel Arrubla
hubiera comprado en 1849 para ser la nueva sede del mercado de la ciudad. Una
relación de sentido se puede entretejer entre el fundador del convento, Luis López
Ortiz, y la vocación mercantil de este lugar: la memoria del rico mercader de ul-
tramarinos46 se manifestó 250 años después de su fundación en la construcción del
lugar dedicado al comercio de víveres y todo tipo de enseres. La construcción de
la plaza de mercado involucró la separación de las dos manzanas que ocupaba el
convento de La Concepción, al desligar su antiguo huerto. Esta separación generó

45 La biografía de la Plaza Central de Mercado de Bogotá está ampliamente desarrollada en el libro de William García
Ramírez Plaza Central de Mercado. Las variaciones de un paradigma, 1849-1953 (Bogotá: Pontificia Universidad
Javeriana, 2017).
46 Julián Vargas Lesmes. Óp. Cit.: 107.

70
Tabla 1. Puentes sobre los ríos San Francisco y San Agustín, a partir del Plano Topográfico de Bogotá
de Carlos Clavijo (1894).

id Nombre Dirección id Nombre Dirección

1 Puente de San Francisco Carrera 7, cuadra 16 10 Puente de Arrubla Calle 8, cuadra 13


Puente de Cundina- 11 Puente de Caldas Calle 7, cuadra 10
2 Carrera 8, cuadra 15
marca
12 Puente de Uribe Carrera 13, cuadra 4
3 Puente de Tequendama Carrera 9, cuadra 14
13 Puente de La Lira Carrera 12, cuadra 2
4 Puente de Filadelfia Carrera 10, cuadra 13
14 Puente de Ricaurte Carrera 11, cuadra 4
5 Puente del Telégrafo Calle 13, cuadra 10
15 Puente de Córdoba Carrera 10, cuadra 6
6 Puente de San Victorino Calle 12, cuadra 12
16 Puente de Cualla Carrera 9, cuadra 6
7 Puente Acevedo Gómez Calle 11, cuadra 14
17 Puente de los Soldados Carrera 8, cuadra 8
8 Puente de los Mártires Calle 10, cuadra 15
18 Puente de San Agustín Carrera 7, cuadra 9
9 Puente de Núñez Calle 9, cuadra 13

Figura 13. Puentes sobre los ríos San Francisco y San Agustín, a partir del Plano Topográfico de Bogotá
de Carlos Clavijo (1894).

71
Adagio

la apertura de una nueva calle, la calle de la Ropa, que acrecentó la continuidad


espacial entre Santa Inés y San Juan de Dios, al hacer por primera vez continua la
que posteriormente sería carrera Décima, entre calles 10 y 11.
Además de la característica confluencia de proveedores, vendedores, com-
pradores y todo tipo de personajes que constituyen su cotidianidad, en torno al
mercado se desarrollaron actividades que tenían relación con la itinerancia y, sobre
todo, con modos de vida asociados al pasado indígena y a la ruralidad: chicherías
y galleras. En el entorno de esta plaza, en las calles 10 y 11 y la carrera 11, Ricardo
Moreno destaca una presencia de importante de chicherías; también en la carrera
11 y en el cauce del San Francisco, y continuando por la carrera 13 hacia el sur. El
orden de la ciudad significaba controlar el consumo de chicha, un problema con
el que la ciudad estuvo luchando desde las reformas borbónicas. La conciencia del
problema de higiene y salubridad que implicaba la presencia de chicherías en la
ciudad se acentuó, justamente, por la densidad en la ciudad, que aumentaba rá-
pidamente. De esta manera, se establecieron sucesivos perímetros de prohibición
del consumo de chicha47, siempre delimitando fuera de las manzanas centrales su
expendio. Las chicherías, además, significaron lugares de encuentro político. El
asesinato de Rafael Uribe Uribe se planeó en las chicherías de la nebulosa de Santa
Inés; además, en el número 162 de la calle 9 estaba el taller de carpintería de Leo-
vigildo Galarza, uno de los autores del magnicidio48.

Una armonía cada vez más compleja y en ebullición

En las últimas décadas de la segunda mitad del siglo XIX , se fue conectando nues-
tro borde occidental con el resto de la parroquia de San Victorino a través de la
construcción de los puentes sobre el insalubre San Francisco. La versión de 1894
del Plano Topográfico de Bogotá de Carlos Clavijo muestra la aparición de tres
nuevas parroquias en las periferias: Las Aguas, Egipto y Las Cruces, mientras la
antigua parroquia de la Catedral se había dividido en las parroquias de San Pedro
y San Pablo, esta última vinculando algunas manzanas hacia el norte, que hasta
entonces habían pertenecido a Las Nieves. Por otro lado, el plano también muestra
cómo el tejido urbano se había cosido con la construcción de esos puentes sobre
todas las calles que conectaban ambas riveras de los dos ríos, que se construyeron
en este período (aparte del Puente de San Victorino). A su vez, la ciudad se ex-
pandía: por ejemplo, las manzanas hacia el occidente de la Plaza de los Mártires

47 Ricardo Moreno. La ciudad de los enchichados (Bogotá: Fundación para el Desarrollo Audiovisual y Cultural El Criollo
Producciones, 2019): Plano 1, Plano 3, Plano 4.
48 Ibid.: 34.

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La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

están dibujadas a partir de calles trazadas con líneas punteadas, es decir, para ese
momento, no se habían urbanizado. El directorio de Cupertino Salgado de 189349
da cuenta de cómo, en torno al Río San Agustín y a la carrera Caldas, la densidad
habitacional era aún bastante baja y en las que no aparecen registrados usos aparte
de habitación. Sin embargo, en el plano de Clavijo se registran algunas fábricas de
velas y de jabones sobre el San Francisco.
Los lugares en torno a Santa Inés y a la plaza de mercado eran ya para este
momento bastante concurridos. El directorio de Cupertino Salgado recoge la pre-
sencia de tiendas en el claustro de Santa Inés, de origen colonial, cuya relación con
la calle, hacia la fachada, no interfería con el desarrollo de la vida de clausura. Si
bien la desamortización supuso un silencio, una pervivencia de la vocación reli-
giosa se manifestó en la apertura del monasterio de las Bethlemitas en la manzana
de Santa Inés, detrás del antiguo claustro, en las últimas décadas del siglo XIX . Las
hermanas bethlemitas llegaron a Colombia a finales del siglo XIX , y en Bogotá es-
tablecieron su colegio en el número 213 de la carrera 10ª 50. La vocación educativa
se potenció con el Colegio de las Bethlemitas y el Colegio Pestalozziano de Eva
de Gooding, ambos señalados en el plano de Carlos Clavijo.
Si bien en la versión del Plano de Clavijo del 94 no se señalan las chicherías,
a diferencia de su primera versión del 91, sí aparece la gallera de Carlos Abondano
en el 214 de la carrera 10ª, en diagonal a Santa Inés. La presencia institucional se
sigue poniendo de manifiesto con la paradójica presencia de la dirección de la Po-
licía Nacional sobre la calle 10 en la manzana de Santa Inés. Mientras la carnicería
de la ciudad permanecía en el lugar que había ocupado desde el siglo XVII, en 1893
se inauguró el moderno pabellón de carnes en la manzana de Santa Inés, sobre la
carrera 11, buscando regular la proliferación de carnicerías por la ciudad con los
problemas de salubridad que este comercio implicaba; por esta razón, se expidió el
Acuerdo 7 de 1895, que definió un cuadrilátero de prohibición de venta de carnes
(entre las carreras 4 y 13 y calles 4 y 22). En el ámbito de la vocación hospitalaria,
se señala también en el plano el Hospital Militar en la cuadra 11 de la calle 5ª, en
el lugar que luego fuera asilo de locas en 1937.
El trasegar del tranvía fue una de las presencias urbanas fundamentales que
definió el carácter de la calle 10 durante la primera mitad del siglo XX . A partir
de 1884, comenzó a funcionar el primer tranvía de la ciudad. La construcción de
la línea del tranvía entre la plaza de Bolívar y la Estación de la Sabana en 1892
aportó a la condición itinerante del lugar, en su paso constante, cotidiano y sonoro
pasando por la Plaza de los Mártires y luego frente a la Plaza Central de Mercado
y al antiguo claustro de Santa Inés y su iglesia.

49 Cupertino Salgado. Directorio General de Bogotá. Año IV-1893 (Bogotá: Imprenta de la Luz, 1893).
50 Información recuperada de https://www.bethlemitaspscj.org.co/quienes-somos/historia-bethlemitas/

73
Figura 14. Presencias en la nebulosa de Santa
Inés en la década de 1890, a partir del “Plano
Topográfico de Bogotá” de Carlos Clavijo
(1894) y del “Directorio General de Bogotá”
de Cupertino Salgado (1893).

74 75
Adagio

Santafé fue una ciudad que no sobrepasó sus límites históricos hasta bien
entrado el siglo XIX , una gran parte del tiempo en el que la iglesia y el claustro
estuvieron construidos. En definitiva, la urbanización del borde occidental entre
los ríos San Francisco y San Agustín es tardía, en el sentido de que está a esca-
sas tres cuadras de la Plaza de Bolívar: esta tardanza da cuenta de un lugar poco
propicio para una vida urbana adecuada, higiénica y salubre, configurado esen-
cialmente como margen no solo de la ciudad como hecho construido, sino de su
centro, la Plaza Mayor. Nuestro borde occidental se estableció como un lugar de
tradición hospitalaria, de plaza de mercado, de matadero, contiguo a una barria-
da que se había acentuado, donde a finales de siglo XIX parecía insoportable. De
esta manera, se fue conformando la definitiva vocación de la zona para tiempos
posteriores.

Cacofonías en el cada vez menos borde occidental

El siglo XX comenzó con la guerra de los mil días. Durante estos años, en los que
la Universidad Nacional estuvo cerrada, Santa Inés funcionó como cuartel. A
partir de ese momento, se llevó a cabo la definitiva consolidación urbana de este
borde occidental entre los ríos San Francisco y San Agustín, sobre todo tras la
canalización de los ríos. Durante las primeras décadas del siglo XX , se construyó
un gran número de habitaciones en las riberas de los ríos mientras, en el resto de
la ciudad, por la densidad poblacional y las diferentes medidas higienistas, se dejó
de habitar en tiendas. También se construyeron barriadas hacia el oriente, en las
faldas de los cerros orientales, configurando la posterior y problemática presencia
de habitaciones infectas sobre el Paseo Bolívar. El orden urbano, a partir de estos
años, se haría cada vez más complejo y confuso.
La vocación hospitalaria se amplificó en las primeras décadas del siglo XX
con la construcción del Hospital de San José a partir de 1905, en el eje definido
por la calle 10 hacia el occidente, en la antigua Plaza de Maderas (luego Plaza
España). También destacó la presencia del Hospital Barberi en la Calle de las Cu-
nitas, desde 1896 hasta su traslado en 1906 al nuevo Hospital de Maternidad en La
Hortúa 51. A su vez, en 1909, se adaptó la casa n°11 de la carrera 12 para albergar
el hospital de mujeres atacadas de enfermedades venéreas52. Estas presencias dan
cuenta de cómo la primigenia vocación del San Juan de Dios fue haciendo eco en
toda esta zona.

51 Alfonso Vargas Rubiano. “Conferencia «José Ignacio Barberi». Las etapas prenatales del Hospital de La Misericordia”.
Revista de la Facultad de Medicina. Universidad Nacional de Colombia 44, n°3 (1996): 167-171.
52 Archivo General de la Nación. Fondo Ministerio de Obras Públicas, Negocios Generales Varios, Segundo semestre,
1909. Tomo 3, folio 70.

76
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

Figura 15. Bogotá. Fotografía 7 (anónimo, c/a 1880-1890). La zona hacia el occidente de Santa Inés aparece aún
particularmente deshabitada. Fuente: Álbum de fotografías Colombie. Colección Biblioteca Nacional de Francia.
Departamento de Fotografía y grabados.

77
Adagio

En la Memoria del Ministerio de Instrucción Pública al Congreso de 1912 se


describe, para ese momento, qué espacios de la Escuela de Medicina están en
Santa Inés y cuáles están en San Juan de Dios. En Santa Inés “están instalados los
laboratorios de Química Mineral, Química Orgánica y Biológica, Histología,
Farmacología y Bacteriología”, entre otros espacios académicos. Por su parte, en
el Hospital San Juan de Dios “se dan las enseñanzas prácticas de Anatomía, Me-
dicina Operatoria, Anatomía Patológica y de Clínicas. Estas últimas se dan en
las enfermerías del Hospital, con las que nada tiene que hacer, como locales, la
facultad […]”. Por otro lado, con la construcción del Hospital de la Misericordia,
se empezó a dictar allí la Clínica Infantil. El mencionado informe también da
cuenta de la crisis de sanidad que había entonces, pues “la deficiencia del Hospital
es notoria, tanto para el número de los enfermos que solicitan entrada como para
la enseñanza”53. En 1909 fueron entregados los nuevos anfiteatros del Hospital
San Juan de Dios, cuyos planos para su construcción habían sido aprobados desde
1902 54 tras las quejas que implicaba el tráfico de cadáveres entre San Juan y Santa
Inés. La crisis de sanidad intentó solucionarse con la construcción del nuevo edi-
ficio para la Escuela de Medicina en Los Mártires, que se llevó a cabo en un local a
cargo del ministerio de guerra 55. A partir de 1919, la Escuela de Medicina tendría
varios espacios en diferentes lugares de la ciudad:

El edificio para la escuela práctica se construyó en un lote de la plaza de Los Mártires


pero solo empezó a funcionar a comienzos de 1919. Tenía cuatro anfiteatros y
una máquina refrigeradora de cadáveres a la que fueron trasladados los cadáveres
provenientes del HSJD [Hospital San Juan de Dios]. Para transportarlos, más adelante
fue necesario adquirir un vehículo. Hacia 1920, la Facultad de Medicina tenía tres
sedes, el Claustro de Santa Inés -donde funcionaba el Laboratorio de Química, la
Biblioteca y el Salón Rectoral-, el HSJD y el nuevo edificio de Los Mártires. 56

Algunos cambios importantes en la concepción del centro de la ciudad y


de su imagen urbana se comenzaron a gestar en las décadas de 1920 y 1930,
ocasionando el fin de vocaciones de larga duración que habían caracterizado a los
lugares en torno a Santa Inés. En 1926 57 se cerró definitivamente el Hospital San
Juan de Dios. La manzana en la que había funcionado durante casi 200 años se

53 Memoria del Ministerio de Instrucción Pública al Congreso de 1912 (Bogotá, Imprenta Nacional, 1912): 167.
54 Carlos Arturo Florido Caicedo. “La anatomía en la Facultad de Medicina”. En Facultad de medicina. Su historia. Tomo II,
editado por Juan Carlos Eslava Castañeda et al. (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2018), libro electrónico,
capítulo I.
55 Alberto Escovar Wilson-White, Hugo Delgadillo y Marcela Cuéllar Sánchez. Gaston Lelarge- Itinerario de su obra en
Colombia (Bogotá: Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, 2018): 166.
56 Carlos Arturo Florido Caicedo. Óp. Cit.: libro electrónico, capítulo I.
57 Eduardo Posada. “Apostillas: Hospital San Juan de Dios”. Boletín de Historia y Antigüedades 15, n°173 (1926): 312-314.

78
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

despojó de su vocación de hospital, pues en ese mismo año se inauguró su nueva


sede en La Hortúa. En el proceso de expulsión del centro de la ciudad de las ins-
tituciones de beneficencia (el hospicio, los asilos) y el matadero, durante la década
de 1920, muchas de los centros de asistencia se establecieron en Sibaté. Por otro
lado, el nuevo matadero se construyó en la Aduanilla de Paiba entre 1925 y 1929,
una zona periférica por la calle 13 hacia el occidente, donde también funcionó la
Casa de Corrección entre 1905 y 1935, “en una vieja casona ubicada en los extra-
muros”58. Sin embargo, como se ha puesto de manifiesto hasta ahora, la vocación
hospitalaria pervivía: por ejemplo, “[p]uede considerarse como de asistencia pú-
blica el servicio que presta una botica gratuita que para el público tiene establecida
la benéfica Sociedad Central de San Vicente de Paúl, en la calle 10ª”59.
En 1917, año del terremoto en el que se vieron afectados tanto el conjunto
de Santa Inés como el Hospital San Juan de Dios60, se inauguró la línea del tran-
vía por la carrera Décima hacia el sur, pronosticando en el tiempo inmediato la
transformación del paisaje urbano y la aparición y desaparición de nuevos usos en
nuestro borde occidental. En 1918 se construyó el barrio Liévano, en el entorno
de la canalización de la desembocadura de los ríos San Francisco y San Agustín.
En 1926 se inauguró el Laboratorio Nacional de Higiene, obra del arquitecto José
María Coral61, construido entre 1920 y 1925, evocando la memoria sanitaria de
este lugar. A su vez, en un fragmento del antiguo lote del matadero, se construyó
el nuevo edificio para la Escuela de varones de la calle 7 con carrera 12, un pro-
yecto de Pablo de la Cruz construido entre 1925 y 192762 por la Casa Ulen & Co.,
una compañía estadounidense que llevó a cabo diferentes obras de ingeniería y
arquitectura en Colombia durante la década de 1920. En ese mismo año de 1927,
cuando la Escuela de Medicina ya estaba instalada en su nuevo edificio en Los
Mártires, se trasladó la Imprenta Nacional al edificio de Santa Inés, después de
haber estado en el claustro de Santa Clara entre 1894 y 1914 y, a partir de ese año,
en una casa en la calle 10 entre carreras 8 y 9.
En 1929 la Secretaría de Obras Públicas y Municipales elaboró el Plano de
la Ciudad de Bogotá63, que representa fragmentos de la ciudad por planchas y
muestra su estructura predial. El fragmento que corresponde a parte importante
de la nebulosa de Santa Inés muestra tipos de predios bastante heterogéneos. En las
manzanas orientales, hay predios que rondan casi los 20 metros de frente, prove-

58 Ximena Pachón. “La Casa de Corrección de Paiba en Bogotá”, en Historia de la infancia en América Latina, coordinado
por Pablo Rodríguez y María Emma Mannarelli (Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2007): 323-339.
59 Registro Municipal de Higiene, número extraordinario (Bogotá: 20 de julio de 1919): 35.
60 J. B. R. “Crónica del colegio”. Revista del Colegio del Rosario (1917): 575.
61 Carlos Niño Murcia. Arquitectura y Estado (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2019): 138.
62 Juan Carlos Gómez. “La firma Pablo de la Cruz y Cía., 1921-1931”, en Pablo de la Cruz (Bogotá: IDPC, UNAL, 2019): 159.
63 Julio Carvajal León, Luis M. Bautista y Gonzalo Arboleda. Secretaría de Obras Públicas y Municipales. Plano de la ciu-
dad de Bogotá (1929): Plancha No. 8. Museo de Bogotá.

79
Figura 16. Frente del almacén “Ernesto Castellanos R”, en la calle 12. Fuente: Almanaque de los hechos colombianos
o Anuario colombiano ilustrado (Tercer año: 1920-1921): 634.

Figura 17. Frente del almacén “El otro mundo”, en la calle 12. Fuente: Almanaque de los hechos colombianos o
Anuario colombiano ilustrado (Tercer año: 1920-1921): 635.

80
Figura 18. Plaza de Mercado, Bogotá. El claustro de Santa Inés permanece sobre la calle 10, donde, a lo lejos, se ve
la desaparecida torre de La Concepción. Fuente: Index Colombia. Anuario Ilustrado e Informativo de la República.

Figura 19. Claustro colonial – Antiguo Convento de Santa Inés, hoy edificio público. Fuente: Roberto Prada
O.P.: Historia de un convento (Bogotá: Imprenta Salesiana, 1945).

81
Adagio

nientes de la estructura predial de tiempos coloniales. Hacia el occidente, el ancho


de los predios se va reduciendo considerablemente, llegando a un promedio de 7
metros en su mayoría, e inclusive menos. Además, quince tiendas aparecen en la
manzana de Santa Inés sobre la carrera 10ª y la calle 9ª, y veintitrés predios de no
más de 2,5 metros de frente se disponen frente al cauce del río San Agustín, entre
carreras 9ª y 12. La subdivisión de la manzana colonial dio lugar “[…] a un nuevo
tipo de lote más pequeño y de proporción alargada (1:3 o 1:4) […] Este mismo
lote, de unos diez metros de frente por unos treinta de fondo, en promedio, será
también el predominante en las áreas nuevas que se desarrollan por expansión del
área urbana ocupada”64.
A su vez, existe la referencia de los denominados pasajes en esta zona de la
ciudad. Silvia Arango describe en qué consistía este tipo de distribución de vi-
vienda:

Una de las modalidades arquitectónicas que se realizaron con la solución de vivienda


para niveles de ingresos muy bajos fueron los pasajes, que consistían en un conjunto,
generalmente cerrado por una puerta o verja, con una serie de piezas alineadas a
lado y lado y cocinas, lavaderos y sanitarios comunes. Una familia ocupaba uno o
dos cuartos y compartía los servicios con otras diez o quince familias. Los intentos
contemporáneos de diseñar inquilinatos poseen, pues, un antecedente histórico en
estos pasajes.65

En 1930, los padres redentoristas llegaron a Bogotá y se establecieron en la


iglesia de Santa Inés tras ser cedida por la arquidiócesis 66. Los padres redentoristas
se harían cargo de la iglesia hasta su demolición.
En 1937 se estableció el Asilo de locas en Ningunaparte, “una vieja casona
que sirvió de polvorería en la época de la Colonia, ubicada en la calle quinta con
carrera doce, donde permaneció hasta 1980”67. Resulta interesante que, mientras
la mayoría de instituciones de beneficencia había empezado a trasladarse desde el
centro a otros lugares periféricos, inclusive fuera de Bogotá, aún se escogiera un
lugar tan central para un establecimiento de este carácter. La carnicería, que fue
escenario de imágenes sonoras y olfativas particularmente aterradoras, permane-
cería hasta la década de 1920, y tendría unas resonancias evidentes de las imágenes
en torno al expendio de carne y del oficio carnicero. Posteriormente, en 1940, se
estableció la sede de Medicina Legal en un fragmento del lugar que ocupaba el

64 Silvia Arango. Historia de la arquitectura en Colombia (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2019): 199.
65 Ibid.: 207.
66 Recuperado de https://www.señordelosmilagros.org/nuestra-parroquia/nuestra-historia/
67 Periódico UN, diciembre de 2019: 20.

82
Figura 20. Secretaría de Obras Públicas y Municipales. “Plano de la ciudad de Bogotá. Plancha No. 8” (1929).

83
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2

3 4
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6
7

9 N

1. Hospital San Juan de Dios (1723-1926) | 2. Iglesia de la Concepción | 3. Plaza de San Victorino |
4. Plaza Central de Mercado (1849/64-1953) | 5. Iglesia y convento de Santa Inés | 6. Antiguo cauce
del río San Francisco | 7. Plaza de los Mártires | 8. Escuela de Medicina (1918) | 9. Finca La Estanzuela

Figura 21. Aerofotografía de la zona de Santa Inés (fragmento). Vuelo 46, 1936 (Bogotá. Un vuelo
al pasado. IGAC y Villegas Editores, 2010): 26-27.(1929).

84
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

matadero municipal hasta hacía una década, contigua al mencionado Colegio de


la calle 7. La vocación carnicera persistió en el sentido de ya no realizar cortes de
animales sino de personas.
La estructura del lugar de Santa Inés, definida como margen urbano que se
fue modificando durante el siglo XIX , no se transformó completamente hasta que,
primero, se construyó la Avenida 7 de agosto (Carrera 13) a finales de la década
de 1910 y se urbanizó la hacienda de La Estanzuela, al occidente de nuestro borde
occidental, primero al sur de la calle 6 en 1922 68 y, posteriormente, en los años
40, hacia la calle 10. En 1919, se planteaba la posibilidad de urbanizar la hacienda
y de construir el mercado central y el matadero en este lugar69. Sin embargo, esta
iniciativa “no se pudo llevar a cabo por el excesivo costo de saneamiento del pre-
dio”70 . Este barrio se convertiría en la segunda mitad del siglo XX en una zona de
inquilinatos71. Si bien aún persisten dudas acerca de esta tardía urbanización, Luis
Carlos Colón y Germán Mejía dan algunas explicaciones al respecto:

Las zonas bajas, tradicionalmente vinculadas con la agricultura pero contaminadas


por las aguas servidas de la ciudad (lo que probablemente les hizo perder valor para
la explotación agrícola), fueron objeto de un proceso de especulación resultado de
la necesidad de encontrar una inversión segura para evitar la devaluación del papel
moneda.72

El establecimiento de una gramática de


sonidos predeterminados

El siglo XX implicó una transformación de la concepción del orden urbano en la


ciudad histórica, cuya vocación estaba determinada por la memoria que implica-
ban las prácticas y las asociaciones de actividades a lugares específicos. A partir
de los años 40, la vocación se comienza a definir previamente a través de la desti-
nación de grandes zonas de la ciudad para ciertas actividades (como lo que había
ocurrido con el traslado del Hospital San Juan de Dios a La Hortúa, que dio pie a
la consolidación de un centro hospitalario importante), a a través del zoning, uno
de los principios funcionales del urbanismo moderno.

68 Luis Carlos Colón Llamas y Germán Mejía Pavony. Atlas histórico de barrios de Bogotá (Bogotá: IDPC-UN): 139.
69 Registro Municipal. Segunda época. Año XLII. Número 1386 (22 de febrero de 1919): 3428.
70 Registro Municipal. Segunda época. Año XLII. Número 1393 (12 de julio de 1919): 3546.
71 Información procedente de una conversación con Luis Carlos Jiménez en marzo de 2020, a partir de un estudio de
urbanismo que se hizo en la década de los ochenta.
72 Luis Carlos Colón Llamas y Germán Mejía Pavony. Óp. Cit.: 21.

85
Figura 22. Asilo de locos en Ningunaparte. Fuente: Archivo José Vicente Ortega Ricaurte, Tomo IX, n° 688a.

86
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

En el plano de zonificación de Bogotá del Acuerdo 21 de 1944, a la zona


de Santa Inés se le asignó el valor A 2, correspondiente a la zona comercial que se
configuró como periferia en torno a las zonas cívico-comerciales del centro. En
ese mismo sentido, se fue configurando la idea de “centro histórico”, que tiene
antecedentes en la definición de ciertos límites para la prohibición de ciertas acti-
vidades (consumo de chicha o expendio de carne). A partir de esa idea de “centro
histórico”, lo que se quiso fue establecer una prohibición de la demolición y de la
construcción de cierto tipo de arquitecturas de ciertas características, con valores
estéticos particulares. A su vez, lo que evidencian los límites definidos de la ciu-
dad, en torno a la presencia legal de las chicherías y de los límites de la prohibición
del expendio de carne, es que, efectivamente, desde el siglo XIX se ha querido
construir la imagen del centro según parámetros de elegancia e higiene -física,
social y moral-, libre de las prácticas propias de la vida rural y de los sectores bajos
de la sociedad. Santa Inés, en esencia, es una zona que es y no es centro.
La segunda mitad del siglo XX trajo consigo nuevas denominaciones de ba-
rrios para las zonas del centro de la ciudad. En el plano de 1958 se hace una men-
ción de La Candelaria, un topónimo que no había excedido el ámbito del mundo
interior del monasterio de los padres candelarios, pero que comenzó a configurar
los límites para la creación del mencionado centro histórico73. En el caso de Santa
Inés, con la apertura de la carrera Décima y la avenida Caracas en el centro de
la ciudad, se configuró una nueva entidad urbana a la que, posteriormente, se
la conocería como barrio Santa Inés, cuyos límites actuales están definidos por
esas avenidas. La primera mención de Santa Inés como barrio que aparece en la
cartografía de Bogotá es en el plano “Bogotá” de 1966, de Luis Carlos Ortiz. No
es ninguna sorpresa que esta zona de la ciudad se haya excluido desde un primer
momento de los lugares de la ciudad histórica cuya arquitectura valía la pena ser
conservada. Sin embargo, sería también esta exclusión un factor importante del
devenir del barrio Santa Inés durante la segunda mitad del siglo XX.

En este capítulo, se han puesto de manifiesto las duraciones de las actividades


propias de la vida urbana que, hasta el comienzo de la expansión urbana de la
ciudad, se llevaron a cabo en los límites definidos de la ciudad histórica: en ese
sentido, la ciudad como ciudad implica un fenómeno de larga duración. A su vez,
las variaciones del orden urbano durante estos siglos permitieron la construcción
de una secuencia de lugares diferenciados que albergaron imágenes de diversos

73 María Clara Vejarano. “Bogotá 1940 – 2000. Uma interpretação das raízes e consolidação de um urbanismo antirre-
formista e conservador. Planejamento urbano geral para a cidade e políticas de patrimônio urbano para o centro
tradicional” (Tesis del Doctorado en Urbanismo de la UFRJ, 2016).

87
Adagio

tipos y permitieron la orientación de las personas que habitaron la ciudad en ese


tiempo.
En tanto diversas presencias y lugares que configuraron una nebulosa en
torno a Santa Inés, existe una persistencia de múltiples vocaciones que dan cuenta
de la complejidad de la ciudad histórica, y esta zona en particular, la definida por
el borde occidental entre los ríos San Francisco y San Agustín, estaba relacionada
con la ciudad desde su fundación. Por ejemplo, el hecho de que solo haya habido
un hospital durante los primeros siglos de la ciudad da cuenta de una vocación de
carácter duradero y persistente en este lugar. En nuestro tiempo, en un escenario
de permanencia material de rupturas. la vocación de los lugares puede relacio-
narse con lo que se denomina “patrimonio inmaterial”, aquel relacionado con las
prácticas, principalmente aquellas relacionadas con el comercio en torno a San
Victorino.
En ese sentido, las vocaciones en torno a Santa Inés fueron primero religiosa
y conventual, luego hospitalaria y, posteriormente, educativa y comercial, enmar-
cadas en una noción espacial de borde urbano. La persistencia de la memoria del
lugar de los desheredados puede encontrar en esas vocaciones primordios parti-
culares: por ejemplo, mientras el claustro de Santa Inés fue sede de la Escuela de
Medicina, albergaba en sus espacios el anfiteatro, en el que iban a parar los cuer-
pos de las personas que no tenían la posibilidad de una tierra para su sepulcro. Las
calles más cercanas a la Plaza de San Victorino y a la Plaza Central de Mercado se
han caracterizado por manifestar una vocación predominantemente comercial,
manifestada en la presencia de pasajes (Rivas, Mercedes, Gómez y Hernández),
que va atenuándose hacia el sur. Esa vocación comercial del lugar, a su vez, genera
una condición de itinerancia de los habitantes urbanos en este lugar, inclusive
después del cierre de la plaza en 1954.
La vocación religiosa, que caracterizó a este lugar de la ciudad desde su
construcción, se fue silenciando en la medida en que el Monasterio de Santa Inés
se trasladó a otros lugares: desde 1868 hasta 1948 en la calle 11, en la manzana
que hoy ocupa la Biblioteca Luis Ángel Arango, luego en el parque de Chapinero
y, desde 2013, en la nueva sede de su convento en Tenjo. Esta vocación se silenció
definitivamente cuando los padres redentoristas se trasladaron al lote que Roma
les autorizó comprar en el nuevo barrio de La Soledad. Con la demolición de la
iglesia de Santa Inés, desaparecieron los cantos religiosos que, durante tres siglos,
habían resonado en la esquina de la carrera 10 con calle 10.
El entramado de presencias que a lo largo de esta variación se ha presentado
es la base histórica que permitió la denominación de barrio Santa Inés en la se-
gunda mitad del siglo XX. De esta manera, las presencias más duraderas -la iglesia
y el claustro de Santa Inés, los ríos San Francisco y San Agustín, la carnicería, el

88
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

Hospital San Juan de Dios y la Plaza de Mercado- fueron las más resonantes para
la construcción de la memoria particular de este lugar de la ciudad. A su vez, la
configuración de un borde urbano en tanto margen (¿zona marginal?) se entiende
en función de la larga duración de los límites de la ciudad colonial, que se exten-
dieron hasta finales del siglo XIX y, en el caso de Santa Inés, hasta la urbanización
de la finca La Estanzuela, situada inmediatamente al occidente, a partir de la déca-
da de 1930. Las largas duraciones de los siglos de la Santafé colonial dan cuenta de
esa estructura del lugar que ha permitido la permanencia de algunos elementos de
la ciudad colonial en los siglos XX y XXI. De esta manera, la vocación implica una
relación gramática de elementos.
La secuencia de lugares ubicada en la estructura definida por la traza y la
geografía que se ha expuesto en este capítulo constituye el soporte espacial de dife-
rentes imágenes. A partir de esta relación gramática de elementos que configuran
los lugares en torno a Santa Inés, invitamos a nuestro lector a escuchar las imáge-
nes contenidas en ellos en la siguiente variación, Allegro ma non troppo.

89
Figura 23. Anónimo. Sor Gertrudis Teresa de Santa Inés (fragmento). Siglo XVIII.
ALLEGRO MA NON TROPPO

La connotación es una repetición


de arquetipos narrativos

= 120 ppm

La connotación es un significado adyacente que se asocia a algo. El


problema de la connotación implica entender valores e ideas pues-
tas en algo, como si de un ornamento se tratase. En la ciudad, po-
demos encontrar cierta connotación sobre cada uno de sus lugares,
porque constantemente se emiten juicios apreciativos de su carácter.
Un lugar puede ser lindo o feo, divertido o aburrido, recomendable
o no recomendable, bueno o malo: cada uno de los matices de cual-
quier rango dicotómico de valor. La connotación también implica
la presencia de cierto tipo de personas y de actividades en la ciudad,
precisando una dimensión sensorial e intuitiva importante: los senti-
dos se adelantan a lo que allí puede ocurrir. Esas experiencias com-
partidas por los habitantes urbanos, tanto sensibles como imaginadas,
se reproducen constantemente en diversos soportes: desde el relato
voz a voz hasta los grandes medios de comunicación y los libros im-
presos. Por todo esto, la connotación es una repetición de arquetipos
narrativos.
La connotación es un significado añadido indirecto. Su etimo-
logía remite al sentido de señalar o marcar; en ese sentido, esta va-
riación de la memoria adquiere relevancia en su carácter simbólico,
pues hace referencia a la valoración y al sentido de los lugares de la
ciudad, más allá de su dimensión formal y funcional, aquella que
se ha explicado en Adagio. Por tanto, lo simbólico de este análisis

91
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

implica la comprensión de las imágenes contenidas en Santa Inés y


de sus significados asociados. Si nos adherimos al sentido que
Norberg-Schulz da a la palabra significado, que consiste en lo que el
objeto reúne1, en la ciudad los lugares reúnen objetos, entendidos
como presencias de diverso tipo, y personas, quienes construyen sen-
tidos de los objetos; de esta manera, la connotación es un significado
que implica características que pueden muchas veces no ser física-
mente evidentes. Esa reunión de sentidos implica la construcción de
significados particulares, que se repiten y, por tanto, se imprimen en
la memoria.
La dimensión ético-estética del valor, vinculada a un juicio
moral, está considerablemente presente en la concepción sobre los
lugares de los habitantes de nuestra ciudad: numerosas descripcio-
nes hablan de la nebulosa de Santa Inés como un lugar de degra-
dación, podredumbre, miseria, fealdad, un foco de infección donde
poco o nada es rescatable. En tanto arquetipos narrativos, interesa,
justamente, escuchar la repetición de esas valoraciones en las mencio-
nadas descripciones para comprender una de las voces de la memoria
contenida en nuestro borde occidental de la ciudad histórica. Si
bien muchas de esas descripciones corresponden a la segunda mitad
del siglo XX , es nuestro interés, efectivamente, recurrir a relatos más
antiguos, para entender la connotación que se ha grabado en esta
memoria de larga duración.
Invitamos a nuestro lector a escuchar las imágenes contenidas
en los paisajes sonoros de la secuencia de lugares que se presentó en
Adagio, y a descubrir cómo estas imágenes dan cuenta de significados
particulares y persistentes. En este capítulo, usted escuchará cacofo-
nías, ruidos estremecedores y chillidos aterradores. A su vez, la fuerte
carga sensorial de la connotación de este lugar transformará, en al-
gunos casos, los paisajes sonoros en fuertes y desagradables imágenes
olfativas, acompañadas de una tenebrosa oscuridad.

1 Christian Norberg-Schulz trabahó el concepto de significado en distintos momentos de su obra


teórica (Intentions in architecture, Meaning in western architecture o Architecture, meaning and
place. Su sentido lo retoma en Genius loci. Towards a phenomenology of architecture (New York:
Rizzoli, 1984): 5.

92
Allegro ma non troppo

Las imágenes del arte de la memoria: del santoral a los


desheredados

En Adagio, ya se ha mencionado cómo la ciudad concebida como


artefacto para el arte de la memoria es un criterio que pudo haber
sido considerado en las nuevas fundaciones americanas. En el caso
santafereño-bogotano, esa hipótesis se refuerza si se tiene en cuenta
que una vez los lugares de la ciudad quedaron dispuestos en una se-
cuencia ordenada, definida por su posición respecto de la geografía
y de la traza cartesiana, se llenaron de santos, vírgenes, cristos, ale-
gorías y todo tipo de representaciones pictóricas y escultóricas de la
imaginería cristiana, al mismo tiempo que los mencionados lugares
de la ciudad quedaron embebidos de su presencia en sus respectivas
toponimias. La preeminencia de las imágenes humanas que Grecia
transmitió a Roma para el arte de la memoria, en el caso del espacio
de la ciudad colonial, se habría manifestado en esas representaciones
de los personajes de la iglesia.
El tímpano de la iglesia de La Bordadita, del claustro dominico
del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, es un gran ejem-
plo de la disposición de imágenes religiosas volcadas hacia el espacio
de la ciudad. Cinco figuras representativas de la Orden de Predicado-
res, la Virgen y el Niño, fray Cristóbal de Torres, santo Domingo de
Guzmán, santa Catalina de Siena y santo Tomás de Aquino, contri-
buían a la construcción del carácter particular de este lugar.
Sin embargo, si el arte de la memoria implicaba la construcción
de una secuencia de lugares en el espacio de la ciudad, las imáge-
nes humanas podrían también haber correspondido, justamente, a
sus habitantes. La necesidad de imágenes agentes, “de excepcional
belleza o fealdad singular, […] sorprendentes o desacostumbradas,
hermosas o deformes, cómicas u obscenas”2, habría logrado su co-
metido con las diferentes escenas que se configuraron en el espacio
de la ciudad. La sociedad colonial tenía una taxonomía de individuos
tan diferenciada que podría haber permitido recordar muy diferentes
materias, asociando la diversidad de personajes a su presencia en cada
uno de los lugares de la ciudad. Por lo tanto, la configuración de un
lugar de los desheredados de la tierra involucra la asociación con imá-
genes humanas de fealdad singular.

2 Frances Yates. El arte de la memoria (Madrid: Siruela, 2005): 27.

93
Figura 24. Tímpano de la Iglesia de la Bordadita, del siglo XVII , atribuido a Antonio Pimentel.
En Julián Vargas Lesmes. Historia de Bogotá (Bogotá: Villegas Editores, 2007): 21.

94
Allegro ma non troppo

Para comprender la connotación, a lo largo de esta variación se


expondrán las imágenes producidas en el espacio monástico de Santa
Inés y sus significados asociados. A su vez, se explorará una relación
de sentido entre esa imaginería y los significados asociados a los des-
heredados en este lugar de la ciudad. En muchos casos, las imágenes
humanas serán sobrepasadas por imágenes sensibles muy poderosas,
casi dantescas, asociadas a los diferentes lugares infectos en esta ne-
bulosa de Santa Inés.

Imágenes agentes: los desheredados de la tierra

Querido lector: después de haber transitado superficialmente en


torno a este concepto, ha llegado el momento de explicar, por fin,
quiénes son los que hemos decidido llamar desheredados de la tierra.
No es tarea fácil definir a un segmento tan grande y amplio de la his-
toria de nuestra sociedad. Sin embargo, resulta esclarecedor recurrir
al concepto de “sujeto excluido”, construido por Ángela Robledo y
Patricia Rodríguez a partir de las relaciones de poder que propician
su emergencia en Bogotá, desde una perspectiva genealógica: llá-
mese a este sujeto “[…] perezoso y suelto, en la ciudad dual; inútil y
subversivo, en la ciudad mestiza; vago e improductivo en la ciudad
compacta; y por último, “ñero”, “desechable”, habitante de calle, en la
ciudad fragmentada”3. Esta lectura permite entender, fundamental-
mente, que la presencia de estos sujetos tipificados y la estructura que
sustenta sus representaciones constituye una permanencia en la histo-
ria de nuestra ciudad. Sin embargo, la noción de desheredados incluye
también, además de ese sujeto excluido, a quienes han sido maldeci-
dos con alguna enfermedad contagiosa y todo tipo de miserables y
desvalidos4: personas para quienes se han constituido mecanismos e
instituciones de control (asilos, hospicios, hospitales), enmascaradas
en los conceptos de caridad, beneficencia o asistencia social, y cuya
presencia, aparentemente, resulta incómoda para otras esferas de la

3 Ángela María Robledo Gómez y Patricia Rodríguez Santana. Emergencia del sujeto excluido. Una
aproximación genealógica a la no-ciudad en Bogotá (Bogotá: Pontifica Universidad Javeriana,
2008): 13.
4 Estela Restrepo Zea describe estos sujetos de manera más cercana a lo que se pretende en esta
tesis en el artículo “Vagos, enfermos y valetudinarios. Bogotá: 1830-1860”. Historia y sociedad n°8
(2002): 83-127.

95
Figura 25. Desheredados de la tierra, a partir de dos ilustraciones de José María Espinoza, “El
bobito Susunaga” y “Solo en el mundo palatín loco” (ca. 1845) y de los diferentes calificativos
que aparecen en el artículo “Vagos, enfermos y valetudinarios. Bogotá: 1830-1860” de Estela
Restrepo Zea.

96
Allegro ma non troppo

sociedad. En este capítulo, resulta bastante acertado hablar de margi-


nalidad, pues nuestro borde occidental fue durante muchos años su
margen, su borde, su límite, donde se dispuso todo un entramado de
lugares infectos, los únicos que tienen permitido habitar los deshere-
dados de la tierra.
La presencia de los desheredados es un problema sociológico
cuya complejidad merece un análisis mucho más profundo que el
planteado en esta investigación: por el momento, interesa entender
su presencia como una constante que se repite en los discursos socia-
les plasmados en diversas fuentes. A su vez, también interesa ver que
hay lugares de la ciudad que son particularmente habitados por los
desheredados, siendo el mejor ejemplo el Hospital San Juan de Dios,
contribuyendo fuertemente a su connotación, a través de la asocia-
ción con significados negativos.

Un lugar de la ciudad con olor de santidad

El uso del término desheredados de la tierra parece propicio si se tiene


en cuenta que, a los pocos años de la fundación de Santa Inés, las
monjas fueron desalojadas y obligadas a mendigar por la ciudad: “la
priora y religiosas, quienes privadas de sus rentas y destruido su mo-
nasterio, pues se le mandaba demoler con su iglesia, se veían en el
caso de pedir limosna […]”5. Aparte de la imagen de mendicidad,
producida por las vicisitudes económicas de la existencia primera del
conjunto monástico, la apertura del monasterio de clausura de Santa
Inés de Montepulciano en 1645 se llevó a cabo a través de una imagen
fundante. Santa Inés es el nombre de dos santas de la Iglesia Católica.
La primera es la mártir romana del siglo IV, quien fuera degollada
por mantenerse virgen y firme en la fe cristiana. A su vez, Inés de
Montepulciano6 es una de las santas de la Orden de Predicadores.
Fue una abadesa dominica que vivió entre 1268 y 1317 en Italia, para
ser finalmente canonizada en 1726. Si bien la intención del fundador
Juan Clemente de Chávez fue la de construir un convento con ad-
vocación a Inés de Montepulciano, por no haber sido reconocida su

5 José Manuel Groot. Historia eclesiástica y civil de la Nueva Granada. Tomo II (Bogotá: Ediciones
ABC, 1953): 531.
6 La traducción de esta ciudad italiana de la Toscana como Monte Policiano es común en algunos
textos.

97
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

santidad en ese momento, para el convento se adoptó la iconografía


de Santa Inés mártir, el cordero. Es importante señalar que cada co-
munidad religiosa constituía imágenes espirituales identitarias que la
diferenciaban del resto de comunidades7.
La fundación de monasterios de monjas implicaba una obra
de piedad y redención de los pecados del resto del mundo, al igual
que “la asistencia a los pobres, el otorgar limosnas, erigir capellanías,
fundar cofradías, hospitales […], en favor del aumento de la piedad y
la fe en la comunidad”8. Santa Inés, primero como espacio monástico,
luego como espacio universitario-hospitalario y luego como barrio
de la ciudad, sería, efectivamente, el nombre del lugar de redención
de los pecados de la ciudad. En ese aspecto se profundizará más ade-
lante.
Los conventos femeninos se destinaban para albergar a mujeres
de la élite del momento. Sin embargo, su funcionamiento implicaba
la existencia de una estructura piramidal jerarquizada, reflejo de la
estructura social, compuesta por monjas de velo negro en la cúspide,
más abajo monjas legas, y hacia la base mujeres pobres y esclavas que
hacían las labores del servicio: en realidad, en los conventos habitaban
mujeres de todas las extracciones sociales, constituidos como lugares
donde guardar su moral. Sin embargo, como sucedía en el resto de la
ciudad, “no todo era recogimiento y sentido estricto en la vida. En su
gran mayoría, los santafereños no cumplían con el precepto del ma-
trimonio y llegaron a desarrollar un submundo en lugares poco con-
trolados”9. Hubo momentos en la historia del monasterio en los que
“la desmesura y la libertad […], representadas en los grandes gastos de
las celebraciones religiosas, la salida y entrada de algunas de las muje-
res, especialmente esclavas y seglares, que habitaban los claustros, ha-
bían creado una sensación de desorden”10. Resultaba particularmente
inquietante la presencia de mujeres seculares, pues muchas veces las
monjas insistieron en que no se las dejara entrar al convento11. La

7 Sofía Brizuela. “¿Cómo se funda un convento? Algunas consideraciones en torno al surgimiento de


la vida monástica femenina en Santa Fe de Bogotá (1578-1645)”. Anuario de Historia Regional y de
las Fronteras 22 n° 2, 2017: 167.
8 Ibid.
9 Julián Vargas Lesmes. La sociedad de Santa Fe colonial (Bogotá: CINEP, 1990): 3.
10 Óscar Londoño. Habitar el claustro. Organización y tránsito social en el interior del monasterio de
Santa Inés de Montepulciano en el Nuevo Reino de Granada durante el siglo XVIII. Fronteras de la
Historia (23) 1, 2018: 200.
11 Londoño. Óp. Cit.: 207.

98
Allegro ma non troppo

necesidad evidente de mantener una imagen social, moral y religiosa


elitista contrastaba con la posibilidad de que muchos conventos obtu-
vieran algunas rentas de prostíbulos12, como parte de las propiedades
sobre las que tenían dominio en la ciudad y en su territorio.
Pese a todas las licencias que se dieron en el convento en dife-
rentes momentos, se promovía decisivamente un ideal de santidad,
no solo entre las religiosas, sino en la sociedad en su conjunto, repre-
sentado en las narraciones hagiográficas de las vidas ejemplares. Una
de estas es la de Sor María Gertrudis Teresa de Santa Inés, conocida
como el Lirio de Bogotá, quien murió en olor de santidad tras haber
vivido los martirios de haber estado posesa por el demonio durante
40 años. Sor Gertrudis nació en Pamplona (actual norte de Santan-
der) en 1668, ingresó a Santa Inés en 1684 y murió en Santafé en
1730. Pese a que el proceso que buscaba su santificación, esperado
con gran entusiasmo en la década de 1940 no prosperó13, Sor Ger-
trudis es una de las figuras que la comunidad de Santa Inés aún lleva
en su memoria como ejemplo de vida.
Las imágenes pictóricas conformaron una parte fundamental
de los significados contenidos en Santa Inés mientras fue sede del
monasterio. Inclusive hoy en día, la colección pictórica de Santa Inés
es única en el patrimonio colombiano, al estar conformada por más
de 200 obras14. Entre estas pinturas destacan el ciclo pictórico de la
vida de Santa Inés de Montepulciano, posiblemente elaborada para
conmemorar su canonización en 1726 (si bien no se sabe con certeza
cuándo fue elaborada) y la colección de las Monjas coronadas muertas,
que “retrata a las difuntas religiosas más virtuosas de la institución
durante los siglos XVIII y XIX”15. Sor María Gertrudis Teresa aparece
retratada dos veces en esta serie16, en un caso visiblemente más joven
que en el otro. La exaltación de la muerte, presente en esta serie, es el
epítome de una vida de martirio.

12 Conversación con la profesora María del Pilar López Pérez, del Instituto de Investigaciones
Estéticas de la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Colombia. quien ha estudiado las
herencias de bienes muebles entre las mujeres en tiempos de la colonia.
13 Roberto Prada O.P. Historia de un convento 1645-1945 (Bogotá: Tipología Salesiana, 1945).
14 Olga Isabel Acosta Luna y Laura Liliana Vargas Murcia. “Imágenes sobrevivientes. Reflexiones so-
bre la colección pictórica del monasterio de Santa Inés de Montepulciano de Santafé de Bogotá”.
Boletín de monumentos históricos, tercera época, n°40 (mayo-agosto de 2017): 58-85.
15 Olga Acosta y Laura Vargas. Una vida para contemplar. Serie inédita: vida de Santa Inés de
Montepulciano, O.P. (Bogotá: Ministerio de Cultura, 2012): 43.
16 Para profundizar en la dimensión pictórica de estos retratos, consultar Myriam Ximena Hernández
Daza. “El retrato de Sor María Gertrudis Teresa de Santa Inés, un testimonio de la voluntad de
Dios” (Tesis de Historia del Arte, Universidad de los Andes, 2014).

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La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

El martirio era la forma en que la corporeidad se vinculaba


“[…] con la experiencia mística, enriqueciendo su espiritualidad:
trances, enfermedades y mortificaciones, aparecieron en la escena,
una ascesis que se entendía más desde el sufrimiento del cuerpo”17.
Sin embargo, lo que se buscaba con ese sufrimiento era la expiación
de un pecado compartido a través de un sacrificio personal para el
bienestar del cuerpo social. De la misma forma en que Gertrudis de
Santa Inés se mortificaba, también “intercedía con oraciones por unos
ladrones condenados a muerte”18: es decir, perseguía la redención de
los pecados del mundo. El martirio también implicaba la negación
de cualquier tipo de estímulo agradable y una tajante negación del
placer. Los libros de vidas ejemplares “[…] instruían cómo se podía
disfrutar que se hablara mal de uno mismo; alegrarse de la comida
desabrida y escoger la menos gustosa, escuchar con agrado los rui-
dos desagradables, o por caridad oler los olores desagradables de los
enfermos”19.
Sor María Gertrudis Teresa de Santa Inés murió con olor de
santidad, tratando de expiar los pecados del mundo, tan presentes
también en la sociedad santafereña. Si en muchos casos las vidas
ejemplares pretendían acercarse a los hábitos y circunstancias de los
menos favorecidos, se podría decir que los desheredados de la tierra
son mártires del cuerpo social. De alguna manera, la sociedad ca-
tólica-barroca-colonial y sus resonancias en tiempos más próximos
se basan en la idea del martirio y del sufrimiento como mecanismos
para la purificación del alma. No es casualidad, por tanto, que uno de
los lugares de la nebulosa de Santa Inés reciba el nombre de Los Már-
tires, por los héroes que se sacrificaron por el nacimiento de nuestra
patria.

17 Jaime Humberto Borja. “Cuerpo y mortificación en la hagiografía colonial neogranadina”.


Theologia Xaveriana 57, n°162 (abril-junio de 2007): 262.
18 Ibid.: 266.
19 Ibid.: 276-277.

100
Allegro ma non troppo

Un lugar de la ciudad de singular fealdad

El antecedente de mendicidad que vivió el monasterio quince años


después de su fundación se puede asociar, justamente, a la connota-
ción de martirio de este lugar. Si bien las imágenes del martirio o de
las monjas muertas pueden considerarse como bellas imágenes, con
su muerte están redimiendo la fealdad de la sociedad por la cual se
están sacrificando. El martirio es el antecedente para la configuración
de otra serie de imágenes que se caracterizaron por ser lo contrario a
agradables en torno a este feo lugar de la ciudad.
Umberto Eco recopiló en la Historia de la fealdad un amplio
repertorio de imágenes de la historia del arte que representan lo feo.
El sufrimiento del martirio, en particular el de Cristo, contiene de-
formidades que implican una fealdad característica, junto con “[…]
imágenes de la muerte, del infierno, del diablo y del pecado […]”20.
Si en estos casos la fealdad se trata de un asunto teológico, la fealdad
en la ciudad es un problema sociológico. Por ser el lugar de exal-
tación del martirio, Santa Inés no es un lugar bello, sino feo. Es el
infierno, y hay monstruos. Suciedad, enfermos en el San Juan de
Dios, mendigos, borrachos en las chicherías, prostitutas obscenas. Un
lugar donde la muerte ha triunfado para salvar al mundo. Si lo feo
es necesario para constituir la bella armonía del universo, lo mismo
sucede en la ciudad, donde los espacios necesarios para la vida de su
comunidad incluyen espacios para albergar horrores.
Es necesario comprender esta característica fealdad bajo la lec-
tura de una sociedad impregnada de una moralidad católica profun-
damente arraigada. Los desheredados de la tierra, en el caso bogotano,
no están representados en el arte (salvo algunas excepciones) sino que
forman parte de la representación de un sistema social -colonial- en
el escenario urbano, en el que las diversas subjetividades que habi-
taban el espacio de la ciudad colonial estaban claramente jerarqui-
zadas. Por ejemplo, “[l]a ciudad resultó ser, desde sus comienzos, un
atractivo lugar para la gran cantidad de transeúntes que venían de
los alrededores, quienes finalmente se instalaban en ella como men-
digos”21.

20 Umberto Eco. Historia de la fealdad (Barcelona: Lumen, 2007): 52.


21 Robert Ojeda Pérez Óp. Cit.: 85.

101
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

Eco nos recuerda cómo “[y]a hemos visto que la enfermedad


lleva consigo la fealdad”22. El Hospital San Juan de Dios, como prin-
cipal institución de asistencia de la ciudad a lo largo de su historia,
era uno de los principales lugares de la ciudad donde se albergaba la
fealdad. Vergonzantes, enfermos y locos, “discriminados según su
condición social, recibían la ayuda espiritual requerida para alcanzar
la templanza, como los cuidados corporales necesarios para restaurar
su complexión”23. El San Juan de Dios se ubicaba cerca del borde oc-
cidental de la parroquia de la Catedral. En ese sentido, no sorprende
que la parroquia de San Victorino haya sido el lugar para hospedar
en 1795 a Ignacio Bermúdez, un presunto lazarino que provenía del
Socorro24. Un lazarino constituía un enorme foco de infección, pues
la lepra era una enfermedad epidérmica asquerosa, y la ciudad no
podía correr el riesgo de que sus emanaciones corrompieran a su po-
blación: hacia el occidente el lugar más adecuado para ubicarlo, al
igual que la mencionada casa que funcionaba como lazareto cerca de
la Huerta de Jaime. Así como hay lugares infectos, quienes habitan
estos espacios se definen bajo ese mismo calificativo. Si la pretensión
de santidad que existía implicaba prácticas y hábitos como las de los
desheredados, estas personas suponen una suerte de mártires de la
sociedad.
En una ciudad llena de fealdad, las reformas borbónicas de fi-
nales del siglo XVIII buscaron, entre otras cosas, la limpieza de la ciu-
dad, teniendo en cuenta que, para ese momento, la ciudad estaba más
densa y poblada, y el aseo se convirtió en un asunto de preocupación
predominante. Las basuras que se arrojaban constituían un grave
problema; la medida que se tomó fue la de obligar a las gentes a sacar-
las a los arrabales para que no permanecieran en las zonas céntricas.
El problema de higiene de la ciudad fue descrito por el regidor don
Manuel de Hoyos en una carta enviada al virrey, quien enfatizaba en
la presencia del aire corrompido que infestaba la ciudad:

Hago presente a V[uestra]. E[xcelencia]. que las casas y calles están


llenas de inmundicias, o por mejor decir, convertidas en muladares
que apestan; que los cerdos y demás animales corren en manadas

22 Umberto Eco. Óp. Cit.: 302.


23 Estela Restrepo Zea (2011): 30-31.
24 Archivo General de la Nación. Sección Colonia. Fondo Lazaretos. Legajo 34. Folios 12- 26
(1795-1796).

102
Allegro ma non troppo

por las calles principales; que por las noches no se puede caminar sin
tropezar a cada paso con los burros que hacen su alojamiento, o en
los zaguanes o junto a las paredes, que es por donde se camina para
aprovechar mejor el piso. Los perros incomodan de noche, no menos
que de día, habiendo llegado el caso de acometer uno al señor don
Juan Martín, superintendente de la Real Casa de Moneda con grave
peligro de su salud. Los carros y maderas arrastrados por las calles
y las perjudiciales chicherías han arrancado las piedras de las calles,
dejando el piso desigual e incómodo, a lo que también ha contribuido
la frecuencia con que se abren las cañerías y el poco discernimiento
con que esto se ejecuta, causándoles un considerable quebranto a los
vecinos que gastaron su dinero en los empedrados, y a mí el dolor
de ver introducido el desorden, detenido mi trabajo y aún perdidos
muchos pesos que invertí en estas obras por el bien público. Por
último, concluyo manifestando a V[uestra]. E[xcelencia]. que la salud
pública padece mucho con este abandono, pues respirándose un aire
corrompido, no es posible dejar de contraerse muchas enfermedades,
y aún las fiebres que han ocurrido en los días pasados se atribuyen a
otra causa, de que probablemente resultarán peores consecuencias, si la
autoridad de V[uestra]. E[xcelencia]. no pone término a tan grave mal,
haciendo que los cuerpos encargados de la policía salgan del letargo
en que yacen…”. 25

Por otro lado, las chicherías eran no solo un lugar de diverti-


mentos clandestinos sino un foco de infección desde el siglo XVII26.
Su presencia caracterizaría muchas de las calles de la ciudad hasta el
siglo XX , embebidas en un aire de todo tipo de emanaciones y humo-
res que se depositaban en las calles a su alrededor.
La implantación de un nuevo orden urbano impulsado por las
reformas borbónicas era necesario, como ya se ha puesto de manifies-
to, por el crecimiento de la población de la ciudad. En este momento
también crecieron los arrabales, “conjuntos de ranchos agrupados al-
rededor de una pulpería o de una capilla” 27, donde vivían los más po-
bres, en contraste con el centro de la ciudad, en donde “algunas calles

25 Archivo General de la Nación. Sección Colonia. Fondo Milicias y Marina. Tomo 130. Folio 481. En
Vargas Lesmes (2007): 121.
26 Julián Vargas Lesmes. Óp. Cit.: 20.
27 Robert Ojeda Pérez. Ordenar la ciudad. Reforma urbana en Santafé de Bogotá de 1774 a 1801 (Bogotá:
Archivo General de la Nación, 2007): 59.

103
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

alineaban las casas de las familias más importantes y otras reunían a


los comerciantes o artesanos de un mismo ramo”28. El crecimiento de
nuestro borde occidental, en un entorno de ríos como alcantarillas,
miasmas contagiosos y matadero, serían habitados por nuestros des-
heredados.

Una incipiente salubridad frente a una fealdad


apabullante

Una ciudad que debe lidiar con los problemas de higiene y salubridad,
con basuras e inmundicias en las calles y emanaciones que hacen su
aire más densos, no puede recibir otro calificativo que no sea “fea”. Y
esa es la Bogotá del siglo XIX , el siglo de la connotación, de diversos
problemas sociales, políticos y también de higiene. Sin embargo, esta
no es ninguna sorpresa, pues el crecimiento demográfico y la densifi-
cación de la ciudad acarrearon también el aumento de la suciedad y la
densificación de las inmundicias, lo que ocurría en todas las ciudades
decimonónicas. Además, “[c]on el argumento de que las costumbres
de los pobres conspiraban contra la higiene pública, entre los años 60
y 80 del siglo XIX , la administración les delegó -por la fuerza- gran
parte de las tareas de aseo de la capital”29. La presencia de enfermos en
el San Juan de Dios potenciaba enormemente la fealdad. Las enfer-
medades circulaban libremente por sus calles. Soluciones definitivas,
sin embargo, no se harían tangibles sino hasta el siglo XX .
Los desheredados de la tierra caracterizarían los espacios de la
ciudad que medianamente podían habitar, acentuando las diferencias
del carácter entre los lugares más céntricos de la ciudad y sus peri-
ferias. El entorno de Santa Inés no era ajeno a su presencia, puesta
como una imagen característica, pues el San Juan de Dios, ahora
Hospital de Caridad, continuaba como el principal centro de asis-
tencia de la ciudad. Como lugar de margen y desecho, el borde oc-
cidental de la ciudad es preciso para que los desheredados de la tierra
lo ocupen.
Por otro lado, el paisaje sonoro en la carnicería, de bramidos
y chillidos de animales agonizantes, era casi tan aterrador como los
malos olores que producía la carne podrida. Una imagen de cómo

28 Ibid.
29 Estela Restrepo Zea (2011): 260.

104
Figura 26. Matadero público (c/a 1926). Fuente: Fondo fotográfico Luis Alberto Acuña.
Museo de Bogotá.

Figura 27. Expendio de carnes (c/a 1940). Fuente: Fondo fotográfico Daniel Rodríguez.
Museo de Bogotá.

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La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

podría haber sido este lugar de la ciudad la transmite el cuento “El


matadero”30, del argentino Esteban Echeverría, escrito entre 1838 y
1840. En este relato, el escritor elabora una alegoría política del con-
flicto entre federales y unitarios que vivía Argentina bajo el régimen
de Juan Manuel de Rosas. a partir de una descripción un tanto carica-
turesca de lo sórdido del matadero de Buenos Aires. La diferencia con
el matadero bogotano no debía ser mayor: un espacio lleno de cuchi-
llos, vísceras y sangre que discurre hacia el San Francisco. Hombres
degolladores y perros hambrientos que esperan que algún pedazo de
animal muerto caiga al suelo para poder ser devorado. Todo un re-
pertorio de prácticas de la muerte. Este lugar era, además, otro lugar
de martirio: el de los animales. Imágenes tan dantescas no podrían
ser eliminadas del espacio urbano tan fácilmente, teniendo en cuenta,
además, que la presencia del matadero en este lugar de la ciudad fue
de una larga duración de tres siglos, una larga duración. Según se ha
mencionado en Adagio, la imagen del oficio carnicero perviviría en
este lugar con la construcción del Instituto Colombiano de Medicina
Legal, cuya presencia continúa hasta nuestro presente.
Es fundamental entender todas las teorías higienistas desarro-
lladas a lo largo del siglo XIX para comprender la vocación sanitaria.
La tríada higiene moral-física-social, manifestada en la tríada con-
ceptual aseo, salubridad y ornato, se manifestaba constantemente en
las negativas descripciones que se hacían de la ciudad y en las solu-
ciones que se planteaban para los problemas que se identificaron a lo
largo de la mencionada centuria. Aseo, salubridad y ornato son los
valores que pone de manifiesto Vicente Lombana en su “Informe del
gobernador de Bogotá a la cámara de provincia en su reunión ordina-
ria de 1849”31. Este informe presenta una descripción de los focos de
infección de la ciudad, entre los que se encuentran los hospitales, los
ríos y las cárceles, siendo la peor de la provincia la de Bogotá, situada
contigua al actual claustro de San Agustín (“[h]acinados los infelizes
presos en un local incómodo, estrecho, insalubre i a medio construir,
sufren todos los rigores del hambre, del desamparo i de la desnudez,
careciendo hasta de aire respirable […]32. Algunas de las soluciones
propuestas por Lombana se expondrán en Prestissimo.

30 Esteban Echevarría. “El matadero”. Biblioteca Virtual Universal (2003). Recuperado de https://www.
biblioteca.org.ar/libros/70300.pdf
31 Vicente Lombana. Informe del gobernador de Bogotá a la Cámara de Provincia en su reunión ordina-
ria de 1849 (Bogotá: Imprenta del Neo-granadino, 1849).
32 Ibid.: 18.

106
Allegro ma non troppo

Lombana, sobre el Hospital de Caridad (San Juan de Dios),


mencionaba el inconveniente de tener que albergar al número cre-
ciente de mendigos:

La indebida retencion de lo que a la casa se debe, ha producido i está


produciendo, entre otros inconvenientes, el de tener que dar puerta
a los infelices que quieren dejar la casa, i que cerrarla a los que van a
buscar en ella un asilo contra la desgracia, plagando de esta suerte a la
capital de mendigos […]. 33

Al igual que en tiempos coloniales, en el siglo XIX Bogotá fue


destino de todo tipo de menesterosos y bandidos. Lombana puso de
manifiesto la necesidad de “[r]ecojer esos focos ambulantes de infec-
cion que vagan por las calles con el nombre de mendigos […]”34. Por
esta razón, en 1849 se creó la Sociedad Filantrópica, “destinada espe-
cialmente a sostener los fueros i derechos de las clases menesterosas i
desvalidas de la sociedad, contra las vejaciones, estafas i extorciones
que contra ellas se cometen”35. En ese mismo sentido, en 1855 se cons-
truyó la Casa de Refugio, también llamada Hospicio, sobre la carrera
7ª entre calles 18 y 19; esta institución funcionaba antiguamente en
San Victorino, administrada por los padres capuchinos. A su vez, en
1857 se fundó la Sociedad Central de San Vicente de Paúl.
Miguel Samper escribió en 1867 La miseria en Bogotá, expo-
niendo el problema de la miseria, dando una explicación de sus causas
y planteando algunas soluciones, con un sentido eminentemente po-
lítico. Samper menciona cómo la miseria está presente en muchos es-
cenarios de la sociedad, como en las habitaciones paupérrimas donde
habitan sujetos miserables, más allá de la evidente mendicidad de las
calles:

Pero no todos los mendigos se exhiben en las calles. El mayor


número de los pobres de la ciudad, que conocemos con el nombre
de vergonzantes, ocultan su miseria, se encierran con sus hijos en
habitaciones desmanteladas, y sufren en ellas los horrores del hambre
y la desnudez. Si se pudiera formar un censo de todas las personas a

33 Ibid.: 11.
34 Ibid.: 28.
35 Ibid.: 13.

107
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

quienes es aplicable en Bogotá el nombre de vergonzantes —entre las


cuales no faltan descendientes de próceres de la Patria— el guarismo
sería aterrador y el peligro se vería más inminente. Las escenas que
pasan en esas familias a quienes el pudor mantiene encerradas, que se
alimentan como por milagro, o que perecen de hambre, antes que salir
a importunar en las calles, conmoverían el corazón de todos aquellos
que directa o indirectamente han contribuido a crear esta situación.
¡Cuánto saben a este respecto las caritativas señoras y los que manejan
los escasos fondos de la Sociedad de San Vicente de Paúl! Un rápido
examen de sus cuentas nos ha permitido levantar en parte el velo que
cubre tanta miseria; circunstancia que no es acaso extraña al propósito
que nos ha puesto la pluma en la mano. 36

Por otro lado, Samper destaca las circunstancias que han lleva-
do al aumento de la mendicidad, como la desamortización de bienes
de manos muertas que expulsó a las hermanas inesitas de su antiguo
recinto:

La ley y las nuevas costumbres políticas han venido a aumentar el


número de los vergonzantes. Las religiosas que fueron arrojadas a la
calle en 1863, después de haber sido despojadas de cuanto tenían; los
sacerdotes regulares y los que servían beneficios o fundaciones dotados
con rentas de los bienes llamados desamortizados; los enfermos que
en número de más de doscientos eran constantemente asistidos en el
Hospital de la ciudad, y que no hallando el remedio de sus dolencias
no pueden trabajar y se convierten con sus familias en mendigos; en
fin, los numerosos empleados cesantes, así civiles como militares, a
quienes el espíritu de partido arroja sin piedad de sus empleos; todas
estas clases han venido, más o menos, a pesar con sus necesidades sobre
los recursos de la sociedad en general. 37

Existían muchas facetas de esta fealdad en Bogotá. José María


Cordovez Moure relata las peleas de gallos que se llevaban a cabo en
las fiestas carnavalescas en diferentes lugares de la ciudad, como San
Victorino y, sobre todo, hacia las periferias orientales. Esas fiestas
eran, para Cordovez Moure, realmente feas. Por otro lado, señala

36 Miguel Samper. La miseria en Bogotá (Bogotá: Colseguros, 1998): 8.


37 Ibid.

108
Allegro ma non troppo

cómo vivir a la orilla de los ríos no era solo un martirio sensible


sino un riesgo inminente. Un fuerte aguacero seguido de una grave
inundación ocurrió el 6 de noviembre de 1872, afectando a muchas
casas de la parroquia de Santa Bárbara:

En la orilla Sur del río San Agustín, frente al cuartel, había unas
pocilgas miserables, construidas sobre terreno más bajo que el nivel del
río: naturalmente quedaron inundadas. Allí vivía Piñeres, postrado en
el lecho del dolor y en tan lastimosa situación, que ya no podía darse
cuenta de lo que pasaba en la ciudad. La avenida alcanzó a empapar
el colchón en que reposaba: pocas pulgadas más que hubiera subido el
agua, habrían bastado para ahogarlo38.

En una de estas casas se encontraba el desventurado Piñeres,


de quien se narran sus últimas y trágicas horas de vida después de la
destrucción de su hogar. Las imágenes de los desheredados y de las
inundaciones iban en conjunto cuando de las habitaciones insalubres
en las orillas de los ríos se trataba, constante que se repetiría hasta
bien entrado el siglo XX .

Un lugar de la ciudad de infecciones y putrefacción

En 1886 se creó la Junta Central de Higiene, que continuaba con la


constante búsqueda de implementar medidas higiénicas en la ciu-
dad que había iniciado con las reformas borbónicas. No es difícil
imaginar que en los últimos años del siglo XIX la ciudad vivía una
crisis sanitaria sin precedentes. Max Hering construye un panorama
olfativo de lo que ocurría en Bogotá en 1892 que, en esencia, olía a
mierda:

[…]. Los tufillos eran tan penetrantes que un viajero, ante tanta
hediondez, alguna vez dijo que si le tocara recetar algo al universo
enfermo, empezaría con una medicación para Bogotá. La fetidez
era un “escarnio de la higiene” porque provenía de los “excrementos
públicos, de la descomposición de materias orgánicas, de las letrinas y

38 José María Cordovez Moure. Reminiscencias de Santafé y Bogotá (Bogotá: Imprenta de “El
Telegrama”, 1892): 100.

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La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

excusados privados, del mal sistema de alcantarillas, de la proximidad


de los cuarteles y del Hospital Civil [y] de los retretes públicos”. El olor
parecía tan intenso que incluso se describía para verlo. En un intento
por conciliar teorías miasmáticas y microbiológicas se planteaba una
traducción de sentidos, el cambio se lograba mediante la representación
del mal olor como “polvillos que flotaban en la atmósfera”. Ese olor, en
teoría solo visible gracias al polvo, transportado por el aire y, a veces,
como veneno por insectos, especialmente por moscas, era lo que los
bogotanos respiraban. 39

El olor era el principal estímulo sensible que daba cuenta de la


salubridad de un lugar. O insalubridad, en el caso bogotano. Sin em-
bargo, Hering da cuenta de cómo “no todos los sectores de Bogotá
eran tan lúgubres; su epicentro, el barrio La Catedral (San Pedro y
San Pablo), ajeno a estas incomodidades”. Tampoco eran lúgubres la
Calle Real ni Chapinero con su ambiente sosegado, “[n]o todo era
mal olor, no todo era enfermedad”40. Entre estos lugares, por supues-
to, no se encontraba nuestro borde occidental. Por un lado, el mata-
dero continuaba emanando sangre y putrefacción. La proliferación
de carnicerías en la ciudad41 llevó a que en 1895 se promoviera el lí-
mite de prohibición de expendio de carne en las zonas centrales de la
ciudad, gracias a la inauguración del moderno pabellón de carnes dos
años antes: el olor de la carne podrida resultaba insoportable. Por otro
lado, las chicherías de la plaza de mercado estaban a la orden estaban a
la orden del día con las inmundicias de los borrachos y el relajamiento
de la higiene moral. A su vez, la presencia de fábricas de velas y de
jabones en la ribera oriental del San Francisco permite imaginar una
atmósfera de residuos industriales bastante desagradable.
Las imágenes de oscuridad también estaban presentes en la ne-
bulosa de Santa Inés. En 1895, según el Prontuario de Disposicio-
nes de Policía42, nuestro borde occidental no se caracterizaba por la
iluminación nocturna que proveía la presencia de focos eléctricos,
como sí sucedía, en justas proporciones, en las manzanas orientales
de la Catedral. No es extraño que estos lugares infectos de fatal olor,

39 Max S. Hering Torres. 1892: un año insignificante. Orden policial y desorden social en la Bogotá de fin
de siglo (Bogotá: Crítica , 2018): 19.
40 Ibid.: 20-21.
41 William García Ramírez. Plaza Central de Mercado de Bogotá.: 70.
42 Antonio María Osorio. Prontuario de las disposiciones de policía que deben conocer los empleados
subalternos de este ramo (Bogotá: Imprenta Nacional, 1895): 297-301.

110
N

Figura 28. Localización de los focos eléctricos, a partir del “Plano Topográfico de Bogotá de
Carlos Clavijo” (1894) y del “Prontuario de las disposiciones de policía que deben conocer los
empleados subalternos de este ramo” de Antonio María Osorio (1895).

111
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

literalmente, estuvieran acompañados de una particular penumbra


y oscuridad aterradora. La atmósfera de todos esos lugares infectos
que están hacia el límite occidental de la ciudad para ese momento
se constituye en torno a los ríos, que bajaban cada vez más llenos de
todo tipo de residuos.
Por otro lado, las actividades propias de la Escuela de Medicina
implicaban un trasegar constante de cadáveres entre el Hospital San
Juan de Dios y el Claustro de Santa Inés, según lo señala el informe
del ministro de instrucción pública de 189843. La exaltación de la
muerte que se había instituido en la imaginería colonial ahora se veía
constantemente en el entorno de Santa Inés. Si bien se mencionó en
Adagio que ese problema se solucionó, no es de fácil olvido la terrible
y poderosa imagen de un lugar que se caracteriza por el tráfico de
cadáveres. Cadáveres que fueron cuerpos pertenecientes a personas
que, generalmente, no tenían un lugar donde caer muertas.
La descripción de las fiestas carnavalescas que hace Cordovez
Moure, mencionada anteriormente, hace referencia a distintas peri-
ferias de la ciudad que ciertamente tenían una connotación negativa,
hacia las zonas altas en Egipto, hacia el norte en San Diego y hacia el
sur en las Cruces. Esta connotación es persistente en otras fuentes di-
versas durante los siglos XIX y XX . Sin embargo, ya se ha mencionado
cómo la reiterada mención a la necesidad de saneamiento de las zonas
altas hace referencia a su cercanía a las fuentes de agua que abastecían
a la ciudad (el Paseo Bolívar). Esta repetición, que en algunos casos
implica cierta ausencia de descripciones, no debe impedir pensar en
nuestro borde occidental como un lugar infecto por excelencia. En
el siglo XX , la connotación de este borde occidental ya es verdadera-
mente explícita.
La lengua popular hace constante referencia a la prostitución
como “la profesión más antigua del mundo”. Las mujeres públicas
eran llevadas a las cárceles santafereñas en tiempos coloniales. Sin
embargo, fue con el advenimiento del higienismo que se hicieron los
primeros recuentos sistemáticos de la prostitución en Bogotá. An-
drés Olivos Lombana construye un panorama de esta práctica en la
ciudad entre 1886 y 1930, basándose en diferentes informes, como el
Decreto 35 de 190744 y el documento Estudio sobre la prostitución en

43 Informe del Ministro de Instrucción Pública de 1898 (Bogotá: Imprenta Nacional, 1898): 21.
44 La tesis “La prostitución en Bogotá a través del Decreto 35 de 1907”, de Juan Felipe Otero Alvarado

112
Figura 29. Río San Francisco con Puente de Caldas. A la izquierda está el Matadero Público.
Fuente: El Gráfico, 18 de agosto de 1917.

113
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

Bogotá45 de 1924, que brindan información de cuáles eran los luga-


res de la ciudad en los que se llevaba a cabo esta actividad. El autor
menciona cómo “[c]on base en las direcciones de las casas y tiendas,
se puede establecer que los lugares de prostitución se concentraban en
las carreras 7ª, 8ª y 9ª, y en las calles 6ª, 7ª y 10ª”46. Si bien no es nin-
guna sorpresa que en la nebulosa de Santa Inés estuviera, justamente,
esta concentración de casas de prostitución, es interesante que, a di-
ferencia de los límites de prohibición de chicherías y del expendio de
carne, en torno a las manzanas centrales, el perímetro de prohibición
que estableció el Decreto 35 de 1907 estaba configurado enteramente
en Las Nieves.
En 1912, con la construcción del nuevo anfiteatro de la Escuela
de Medicina, ya no se vivía cotidianamente el tráfico de cadáveres
entre el San Juan de Dios y Santa Inés. Sin embargo, lo que provo-
có este nuevo anfiteatro fue que aumentara la condición infecciosa
del hospital: “[l]as enseñanzas de los cuerpos prácticos se dan en los
anfiteatros, situados en el patio sudoeste del Hospital, los que por su
acumulo en un pequeño espacio y en un solo cuerpo de edificio, son
verdaderos focos de infección para los que los frecuentan y para los
enfermos de las enfermerías vecinas, a pesar de los cuidados de aseo
que se tienen en ellos”47. Las emanaciones de estos lugares infectos no
podían sino generar un entorno absolutamente putrefacto.
Lo infeccioso de los lugares en torno a los ríos hacia el occidente
era cada vez más explícito y problemático. En las siguientes páginas,
una serie de fotografías tomadas por la municipalidad, acompañadas
de un texto, muestran el carácter de ocho “lugares infectos” en torno
a los ríos San Agustín y San Francisco. La relación de esos lugares
infectos que se presenta a continuación era, justamente, consecuen-
cia de la presencia de letrinas públicas que se habían instalado en las
márgenes de los ríos. Las descripciones que acompañan las imágenes
refieren “muladares” de “olor no calificable”: es decir, la mierda se
queda corta para expresar lo inefable de esta experiencia sensible, tan
supremamente desagradable.

profundiza sobre este asunto (Tesis de Historia, Pontificia Universidad Javeriana, 2018).
45 E.R.T. Estudio sobre la prostitución en Bogotá (Bogotá: Editorial Minerva, 1924).
46 Andrés Olivos Lombana. Prostitución y “mujeres públicas” en Bogotá, 1886-1930 (Bogotá: Pontificia
Universidad Javeriana, 2018): 230.
47 Memoria del Ministerio de Instrucción Pública al Congreso de 1912 (Bogotá: Imprenta Nacional, 1912):
167-168.

114
N

Figura 30. Localización de los lugares infectos sobre el plano “Bogotá”, de Manuel Rincón (1923).

115
Figura 31. Fotografías 1 y 2 con descripciones de lugares infectos cerca de los ríos San Francisco
y San Agustín, antes de ser canalizados. Fuente: Archivo de Bogotá.

116
Figura 32. Fotografías 3 y 4 con descripciones de lugares infectos cerca de los ríos San Francisco
y San Agustín, antes de ser canalizados. Fuente: Archivo de Bogotá.

117
Figura 33. Fotografías 5 y 6 con descripciones de lugares infectos cerca de los ríos San Francisco
y San Agustín, antes de ser canalizados. Fuente: Archivo de Bogotá.

118
Figura 34. Fotografías 7 y 8 con descripciones de lugares infectos cerca de los ríos San Francisco
y San Agustín, antes de ser canalizados. Fuente: Archivo de Bogotá.

119
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

Si bien en los años subsiguientes se llevó a cabo la canalización


de los ríos, sobre todo del San Agustín entre carreras 11 y 13, los doc-
tores Tiberio Rojas y Pedro María Ibáñez señalaban en 1919 la con-
dición aún infecciosa y de emanación nauseabunda de los ríos como
alcantarillas de depósito de todo tipo de desechos; describen, en par-
ticular, las letrinas instaladas en el río San Agustín. Los problemas del
mal olor se vendrían a solucionar con la canalización de los ríos, pero
su memoria se manifestaría eventualmente en el futuro:

En Bogotá las aguas de las alcantarillas que entran a los lechos de los
ríos dentro del perímetro de la ciudad van cargadas de innumerables
desperdicios orgánicos de toda clase, arrastran corchos, papeles,
legumbres, cabellos, etc. A veces las aguas de los ríos se detienen o
se estancan, como sucede al presente en Bogotá en la calle 6ª, entre
las carreras 10 y 11, donde desaguan los wáter closets de los cuarteles,
formándose allí una verdadera laguna de aguas infectadas: en
ellas la fermentación es activa; en su superficie se forman burbujas
innumerables producidas por los gases que llegan a su superficie; allí se
ven materias negras infectas que no desaparecen de esa localidad sino
mediante las grandes lluvias, única época en que no se perciben olores
tan nauseabundos.

Las materias orgánicas detenidas sufren transformaciones: absorben


oxígeno y dan nacimiento al ácido carbónico, y en las aguas, a
carburos de hidrógeno, amoníaco e hidrógeno sulfurado que torna
demasiado pestilante (sic) la atmósfera.48

Las imágenes de oscuridad de esta zona de la ciudad no habían


cambiado en 1918. De este carácter da cuenta el acta de la sesión del
17 de abril de 1918 de la Sociedad de Embellecimiento de Bogotá,
que menciona cómo, a través del oficio 12, los dueños de los almace-
nes de la calle de San Miguel, entre la carrera 8ª y la Plaza de Mer-
cado, solicitan mayor alumbrado público para evitar los frecuentes
robos49.

48 Tiberio Rojas A. y Pedro M. Ibáñez. “Contribución al estudio de la higiene pública en Bogotá”.


Registro Municipal de Higiene (Bogotá: Concejo de Bogotá, 20 de julio de 1919): 19-20.
49 Archivo Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá. Acta de la sesión del 17 de abril de 1918. Libro 2.

120
Allegro ma non troppo

Un lugar de la ciudad de construcciones lamentables

La epidemia de gripa de 1918 fue la punta del iceberg de los problemas


de sanidad de Bogotá. En el mismo año en el que ocurrió este trágico
episodio, un artículo publicado en El Tiempo el 7 de noviembre re-
coge las impresiones negativas de Laureano Gómez cuando visitó el
Paseo Bolívar, un lugar con vivienda -obrera- de malas condiciones
de habitabilidad y aseo, emplazada en lugares igualmente deplora-
bles. En este artículo también se menciona lo indignante que es que
haya barriadas tan miserables cercanas al centro de la ciudad: es posi-
ble que se trate de la nebulosa espacial de Santa Inés.

[…] A nuestro modo de ver esa necesidad, en que va envuelta la


defensa de la vida, la moralidad y el decoro de miles de personas, es
más urgente, más inaplazable que la de catequizas en lejanas selvas
unos centenares de indígenas menos desvalidos, menos desgraciados,
mil veces menos expuestos al pecado y al crimen que esos miles de
proletarios amontonados en tugurios infectos a pocas cuadras del
Capitolio Nacional. 50

En 1919 se constituyó la Junta de Saneamiento de Bogotá, en


la que se planteó una división de la ciudad en varias zonas para poder
atender a los menesterosos. Esta división transversal se hizo a par-
tir de calles y barrios (San Façon, Paiba, San Victorino y Ricaur-
te).
La memoria del agua se manifestaría nuevamente en 1932,
cuando los ríos ya habían sido canalizados casi en su totalidad. El
aguacero que cayó el 19 de noviembre de 1932 51 fue la catástrofe, y la
prensa, justamente, hace mención del episodio de 1871 narrado por
Cordovez Moure. Este aguacero ocasionó la muerte de 7 personas y
el derribo de muchas construcciones cerca del San Francisco y en La
Jangada (calle 1ª con carrera 6ª, en Las Cruces), entre ellas el Hotel
Lafayette en la calle 14 con carrera 9ª (sobre la recién construida Ave-
nida Jiménez). En la zona de Santa Inés, una casa situada en la carrera
12 entre calles 10 y 11, una casa en la calle 11 entre carreras 12 y 13
y varias casas en la carrera 12 entre calles 11 y 12 quedaron absoluta-

50 “La cuestión social”. El Tiempo, 7 de noviembre de 1918: 2.


51 El Tiempo. 20 de noviembre de 1932: 1 y 9.

121
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

mente destruidas, según muestran las fotografías en la prensa. Si bien


a lo largo del San Francisco se presentaban frecuentes inundaciones,
las imágenes de la inundación son potentes y quedaron en la memo-
ria de este lugar de la ciudad:

SIETE CADÁVERES DE LAS VÍCTIMAS DE LAS


INUNDACIONES DE AYER HAN SIDO ENCONTRADOS
BAJO LOS ESCOMBROS

Hay sí que hacer una observación. Los daños sufridos ayer no se


registraran en una ciudad con buenos servicios de alcantarillado y
construcciones bien hechas. Periódicamente, a cada invierno fuerte
se repiten en las mismas partes los mismos desastres. La experiencia
no sirve aquí de nada. Vuelve la época de verano, y las márgenes del
San Francisco y del San Agustín y los sitios sometidos a inundaciones
vuelven a ser ocupados por gentes pobres, humildes trabajadores que
son las víctimas de su imprevisión y de la del municipio, que no ordena
la desocupación de todos estos lugares, el derribo de las edificaciones
allí construidas y las obras de defensa necesarias. El municipio no ha
construido sino colectores, que tan pronto como la lluvia sale del nivel
normal, se revientan. 52

De los sectores afectados por el desastre, se reseñaba el desastre


ocurrido en la calle del Cartucho:

En la calle llamada del “Cartucho”, o sea carrera 12, entre las calles 11
y 12, el desastre fue completo. Todas las casas de esa vía se inundaron
y la mayoría de ellas tuvieron derrumbamientos que hacen precisa una
reconstrucción total. En la calle del “Cartucho” vivía gente muy pobre
y por lo tanto la tragedia es mucho más dolorosa. Más de 20 familias
quedaron en absoluta misera 53.

52 Ibid.
53 Ibid.

122
Allegro ma non troppo

Las imágenes literarias de los desheredados

Las narraciones literarias aportan una dimensión esencial de la com-


plejidad de la ciudad, sobre todo cuando de comprender las imágenes
contenidas en sus lugares se trata. Las fuentes literarias son fun-
damentales para entender la connotación, sobre todo si se entiende
como la repetición de arquetipos narrativos, que aparecen una y otra
vez en diferentes textos. La novela urbana que se escribió a partir de
la década de 1920, en estrecha relación con el periodismo, se conso-
lidó como un género que da cuenta de la vida urbana bogotana 54 en
ese tiempo. En este apartado, nos detendremos en las descripciones
que hicieron José Antonio Osorio Lizarazo y Manuel Zapata Olivella
de este, nuestro borde occidental.
José Antonio Osorio Lizarazo era periodista y novelista: por
esta razón, sus narraciones muchas veces están en el límite entre
ambos tipos de relato55. Esa es la estructura que se sigue en La cara de
la miseria, un recorrido ficticio por las instituciones de beneficencia
de la ciudad y otra serie de lugares que configuran “la cara de la mise-
ria” bogotana: el manicomio de hombres y de mujeres, el panóptico,
asilos de mujeres, el ancianato, el cementerio, las chicherías del Paseo
Bolívar, el hospicio y la cárcel de menores en Paiba. Además, describe
la presencia de personajes como limpiabotas, revendedores de casas
de empeño rateros, ladrones, estafadores y toda clase de lumpen ur-
bano. Muchas de las instituciones que visita serán desocupadas en esta
década. El tono de Osorio Lizarazo en la narración es de denuncia de
la precariedad que se vive en muchos lugares de la ciudad.
En esta narración destacan mismos los vergonzantes que Mi-
guel Samper había descrito en 1867, que viven en diferentes “pasajes”
en la ciudad. Osorio Lizarazo hace una exhaustiva descripción de
estas formas de habitación:

Ahora vamos a pasear un poco por entre la miseria. La miseria


urbana, que es tan horrible y tan monstruosa. Vamos a ver esos antros
de pobrería donde se aglomeran familias enteras con sus chiquillos,
sus perros, sus cerdos y sus harapos. Vamos a contemplar las fauces

54 Andrés Vergara Aguirre. Historia del arrabal. Los bajos fondos bogotanos en los cronistas Ximénez y
Osorio Lizarazo, 1924-1946 (Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, 2014): 55.
55 Algo similar sucedía con los escritos de José Joaquín Jiménez y Felipe González Toledo, de este
mismo período.

123
Figura 35. Recorrido de Osorio Lizarazo en La cara de la miseria sobre el plano “Bogotá” de
Manuel Rincón (1923).

124
Allegro ma non troppo

hambrientas de esos pobres perros que no tienen segura la comida. Y


vamos también a escuchar los gruñidos de los cerdos enflaquecidos por
las privaciones, que moran dentro de las mismas pocilgas donde viven
sus amos. Vamos a escuchar los cantos triunfales del gallo, los anuncios
ruidosos de las gallinas, los murmullos trémulos de las palomas, los
gritos de los niños sucios y todos esos ruidos confusos, todas esas voces
multiformes de la fauna que se aglomera en los sitios denominados en
el argot bogotano pasajes56.

Además de los pasajes reseñables, como el Paúl (hoy Rivas), de


la Flauta, Copete, Perú o Medellín, muchos de ellos se encontraban,
según el mismo Osorio Lizarazo, en la ribera del San Francisco al
occidente, en nuestro borde occidental:

Abajo, el que fue río San Francisco, corre en ondas negras,


perezosamente, a perderse por la oscura boca de la alcantarilla. Las
riberas abruptas se han poblado de casitas. Casa hechas con restos de
derribos, cuyos agujeros se han cubierto con pedazos de tablas, con
latas, con cartones, alojan una población de miserables. Por la orilla del
río un agente de policía ambula con la misma pereza con que corren
las aguas negras. Y desde las puertas de las chozas, donde se desarrolla
una enfermiza actividad, arrojan sobre el transeúnte aguas sucias,
basuras, trapos, cosas informes, que van a encargar más la decrepitud
del río y que esparcen por el ambiente un fuerte olor a amoníaco57.

En uno de estos pasajes, el Pasaje Hernández, tenía lugar el


decadentismo y el hedonismo de la vida bogotana de la década de
1920: era el epicentro del consumo de toda suerte de drogas químicas
que, según el autor, se conseguían clandestinamente en las farmacias
de la ciudad.
En La casa de vecindad, Osorio Lizarazo narra la historia de un
tipógrafo que queda desempleado y comienza a habitar un inqui-
linato cerca de Los Mártires. En esta casa de vecindad, de un piso,
con varios patios y habitaciones, ocurren la vida de desheredados y
vergonzantes. Diversas presencias urbanas se manifiestan a lo largo
del texto, como los expendios clandestinos de chicha y los restau-

56 José Antonio Osorio Lizarazo. La cara de la miseria (Bogotá: Talleres de Ediciones, 1926): 119.
57 Ibid.: 119.

125
N

Figura 36. Partitura de ciudad a partir de “El subway de Bogotá” de José Antonio Osorio Lizarazo.

126
Figura 37. Fotogramas 1 y 2 de Reel n°4 – Oceania, de Mrs. J. Shipley Dixon en torno a
la Plaza Central de Mercado. En estos fotogramas se captura el trasegar de todo tipo de
personajes urbanos en este lugar, caracterizado por su ajetreo cotidiano.

127
Figura 38. Fotogramas 3 y 4 de Reel n°4 – Oceania, de Mrs. J. Shipley Dixon en torno a la
Plaza Central de Mercado.

128
Allegro ma non troppo

rantes baratos cerca de la plaza de mercado: “Todavía no habían ce-


rrado todas las asistencias que están cerca de la Plaza de Mercado.
Y tenía una hambre!... Comí con treinta centavos y guardé veinte
para hoy”58. Es importante mencionar que, en 1936, la Sociedad de
Mejoras y Ornato estaba preocupada por el estado del Parque de los
Mártires, del que se dice estaba muy descuidado59.
La capacidad descriptiva de Osorio Lizarazo aporta enorme-
mente a la comprensión del carácter de la ciudad en todos sus escritos.
En el artículo “El subway de Bogotá” de 194760, manifiesta lo excesi-
vo que resultaría construir un subway en Bogotá, mientras la ciudad
tenía aún graves problemas de higiene. En cambio, dice, deberían
solucionarse primero los asuntos más elementales del saneamiento,
principalmente, en el entorno de la Plaza Central de Mercado, en el
que se encuentra la aún en pie Iglesia de Santa Inés. Osorio Lizarazo
establece unos límites, el área comprendida entre las carreras 9ª y 14
y entre las calles 12 y 9ª, que configuran una nebulosa espacial con
condiciones deplorables, con presencia de mendigos que pululan y
prostitutas que se exhiben en las calles. La demolición y posterior
construcción de vivienda obrera, como El Silencio en Caracas, es la
única solución que encuentra para este sector.
¿Qué se puede esperar de una novela que comienza con la ima-
gen de un niño decapitado por un tranvía frente a la iglesia de Santa
Inés? La narración de La Calle 10 61 de Manuel Zapata Olivella es
un texto de pretensión realista, heredero de la novela urbana que ya
había instituido Osorio Lizarazo, cuya técnica se basó en el beha-
viourismo de la novelística norteamericana. Zapata Olivella la es-
cribió a partir de registros cinematográficos que realizó recorriendo
la calle 10 mientras fue estudiante de medicina de la Universidad
Nacional:

Había en la novelística norteamericana el interés de que el autor se


inmiscuyera lo menos posible en el relato y que asumiera la postura
de un simple camarógrafo que miraba los hechos sin intervenir en
una forma decisiva en el pensamiento de los personajes, que en cierta

58 José Antonio Osorio Lizarazo. Casa de vecindad (Bogotá: Editorial Minerva, 1930): 249.
59 Sandra Reina Mendoza y Lina Esmeralda del Castillo. La Paz y el Sagrado Corazón. Iglesia del Voto
Nacional (Bogotá: Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, 2014): 52.
60 José Antonio Osorio Lizarazo. “El subway de Bogotá”. El Tiempo, 9 de abril de 1947: 4.
61 Manuel Zapata Olivella. La Calle 10 (Bogotá: Casa Editorial El Tiempo, 2003).

129
N

Figura 39. Lugares descritos en La Calle 10 de Manuel Zapata Olivella, sobre el “Plano
aerotopográfico de Bogotá” del Instituto Geográfico Militar (1938).

130
Allegro ma non troppo

manera continúa siendo la actitud del escritor latinoamericano de


coger los personajes como portavoces de sus propias ideas, de su propia
vida y de sus propias experiencias (...) y esto en el caso particular de
La calle 10 es muy cierto porque yo cogí mi cámara y la puse en la
calle 10 y comencé a filmar durante siete años, durante mis estudios de
médico, teniendo como sede la facultad de medicina que estaba en la
calle 10, rodeada de prostíbulos, de plazas de mercado, de tranvías, de
iglesias, etc. Todo esto está en La calle 10 fotografiado y fue un primer
intento de la nueva novela, como lo dice Gochum, en la novelística
colombiana62.

La Calle 10 relata diversas situaciones que sucedían sobre esta


calle al occidente de la Plaza de Bolívar, principalmente en torno a
la Plaza Central de Mercado. Si bien se trata de una obra literaria, las
escenas son absolutamente verosímiles, pues se construyen en lugares
concretos de la ciudad o, al menos, inventados a partir de condi-
ciones y características de la ciudad del momento de la narración,
la década de 1940. El clímax del relato ocurre cuando sucede una
revuelta popular similar al Bogotazo, cuyo epicentro es la plaza de
mercado.
Esta novela transmite de manera clara las imágenes del entorno
inmediato de Santa Inés antes de su demolición y contribuye a la
transmisión, de forma cinematográfica, de las terribles condiciones
de este lugar de la ciudad. Además de configurar una nebulosa es-
pacial para ese momento, contribuye a identificar y caracterizar a los
desheredados de este lugar: los personajes que habitan de diferentes la
calle 10 son una clara representación de los desheredados que habita-
ban este sector en la década de 1940.
Osorio Lizarazo nos recuerda algo fundamental: que la ciudad
no es solo los lugares más representativos de la memoria honorable de
una sociedad. Es también la ciudad de los miserables:

También eso es la ciudad. Todas esas casas pequeñas, cuyas paredes


de bahareque han visto morir de hambre a sus habitantes y los han

62 José Luis Garcés González. Manuel Zapata Olivella, caminante de la literatura y la histo-
ria (Bogotá: Ministerio de Cultura, 2002): 104-105. Citado por Lida Marcela Pedraza Quinche,
“En Bogotá no mataban a nadie, menos a un político como Gaitán”. El Espectador, 12
de octubre de 2016. Recuperado de https://www.elespectador.com/noticias/cultura/
en-bogota-no-mataban-a-nadie-mucho-menos-a-un-politico-como-gaitan/

131
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

impulsado al crimen, forman parte de la ciudad. Lo mismo que aquellas


miserias que se recogen en los hospitales, en los asilos de incurables y
de mendigos. Lo mismo que todos los entes amorfos que se mezclan
con los habitantes de la urbe y pasean por las calles centrales, ocultando
su impudicia bajo grasientos vestidos. Lo mismo que aquellos grupos
que se han clasificado por sí mismos o que han sido clasificados por las
leyes que defienden a la sociedad. Lo mismo que todos los miserables
y que todos los vagos. Eso también es la ciudad, que reviste nuevos
aspectos.63

Santa Inés fue el lugar del martirio social, donde se depositaron


los lugares más incómodos, pero profundamente necesarios para el
funcionamiento del cuerpo social que es la ciudad en su conjunto (el
Hospital San Juan de Dios, las alcantarillas, la carnicería, el merca-
do). Nuestro borde occidental se configuró como una pieza urbana
de connotación negativa, pero de gran utilidad para el resto de la
ciudad.
Las imágenes del cuerpo mártir permiten construir relaciones
de sentido con cierto tipo de personajes de la vida urbana. La memo-
ria del martirio que llevó a cabo Sor Gertrudis de Santa Inés perma-
neció como el barrio de la ciudad que viviría el martirio corpóreo de
la ciudad de ser el lugar de los desheredados de la tierra, una forma
de martirio diferente a la promovida para alcanzar la santidad. Sería
demolido en la segunda mitad del siglo XX , tras múltiples intenciones
de hacerlo.
Esta metáfora da cuenta de cómo, al igual que hay ciertos cuer-
pos que se martirizan para la salvación del mundo, hay lugares que
sirven como depósitos de lo terrible para el funcionamiento del resto
de la ciudad, y ese es el caso de Santa Inés. En su memoria, se están
expiando los pecados de una sociedad desigual y en conflicto en un
lugar particular de la ciudad, a través de formas ásperas de autovio-
lencia, de privación del placer y de exaltación de lo desagradable. La
historia de Santa Inés es la historia de la fealdad en el caso bogota-
no, que se ha puesto de manifiesto en momentos muy diferentes de
su existencia. Por las razones aquí expuestas, la connotación es una
repetición de arquetipos narrativos que se imprimen en la memo-
ria.

63 José Antonio Osorio Lizarazo (1926): 8.

132
Allegro ma non troppo

En conclusión, las licencias de la vida monástica, las imágenes


del martirio, el lugar de la posesión demoníaca, los enfermos, los
cadáveres, los malos olores, la suciedad, la carne podrida y las in-
mundicias de las chicherías y las que arrastraban los ríos, poblados de
habitaciones miserables, contribuyeron a construir una memoria del
lugar caracterizada por una connotación negativa. Tras haber senti-
do las diferentes imágenes sensoriales de la connotación, invitamos a
nuestro lector a escuchar los tiempos veloces que intentaron transfor-
mar las imágenes contenidas en este lugar de la ciudad en la próxima
y última variación, Prestissimo.

133
Figura 40. Daniel Rodríguez. Sin título (Campanas de Santa Inés. Fragmento). 1954.
Fuente: Fondo fotográfico Daniel Rodríguez. Museo de Bogotá.
PRESTISSIMO

Tiempos veloces que irrumpen


en una narración

= 200 ppm

Irrupciones. Velocidad. Aceleración. De- es entonces cuando sucede lo fundamen-


moler. Destruir. Construir. Transformar. tal de nuestra historia. Para comprender
Cambio. Acción. Nuevas imágenes. ¿Con- el fenómeno urbano, generalmente se re-
servar? Nada permanece. Todo es móvil. curre a análisis formales, funcionales, de
Nada sigue igual. Todo cambia. Y ojalá sus habitantes y de algunos significados
cambie. Porque es horrible. Eso hay que que dan cuenta de su carácter, y eso es lo
tumbarlo. Para hacerlo elegante. Digno de que se ha hecho en Adagio y en Allegro ma
una ciudad moderna. ¿Los pobres? A las non troppo. Sin embargo, la pretensión de
periferias. El centro tiene que ser de mos- transformar la imagen y el contenido del
trar. Eficiencia. ¿La historia? No importa. borde occidental de la ciudad histórica es
No existe. ¿Era feo? Hay que tumbarlo de una constante que se ha repetido durante
nuevo. ¿Cuál es el tiempo en la ciudad? El años y, pese a haberse llevado a cabo en
eterno presente. Son solamente los tiem- varias ocasiones, sus resultados no han sido
pos veloces que irrumpen en una narra- los esperados. El ciclo de transformación y
ción. persistencia de antiguas imágenes de feal-
Prestissimo es la variación de la me- dad son un eterno retorno, la persistencia
moria de Santa Inés que expresa lo más ca- de su memoria.
racterístico de su historia. Como en toda No es posible comenzar este capí-
narración, el clímax llega con la velocidad, tulo, como sucedió en los tres anteriores,
y el clímax en Santa Inés se ha definido, ofreciendo una definición claramente aco-
justamente, por sus irrupciones. El drama tada de lo que significa la palabra irrupción;
se devela en un momento de aceleración; sin embargo, en este caso, es importante

135
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

esbozar un panorama de cuál es el sentido dulo es confuso, en este momento de la


que tiene esta palabra cuando hace refe- historia se reconoce un poco más el valor
rencia a las intervenciones que se hacen en de la ciudad histórica como patrimonio de
la ciudad. La pretensión transformadora de nuestra sociedad. Pero la ciudad se sigue
la realidad está en la esencia del urbanismo, ensañando con Santa Inés, haciendo gran-
del gobierno urbano y del proyecto urba- des esfuerzos para cambiar su imagen y su
no desde sus orígenes. La ciudad como contenido constantemente. Las diferentes
lugar centrípeto de subjetividades diversas intervenciones que se han planteado en
implica la existencia de cierta entropía que este espacio de la ciudad han tenido como
hace necesaria la definición de un orden objetivo borrar cualquier tipo de memo-
particular, que suele ser posterior a la ciu- ria, bajo la bandera de la transformación de
dad construida históricamente: de ahí que su carácter. Estas intervenciones han sido
sea necesario, efectivamente, intervenir en disrupciones temporales rápidas, deseos de
la ciudad que ya existe. A lo largo de la transformar a profundidad tanto la voca-
historia del urbanismo, las ideas de cómo ción como la connotación del lugar que
transformar la ciudad se han situado en provienen de las imágenes asociadas que se
el péndulo entre el reconocimiento de la han guardado históricamente.
historia y la exaltación de lo nuevo: ejer- Invitamos a nuestro lector a escuchar
cicios de lectura y reescritura del espacio el sonido de la piqueta demoledora que ha
urbano1. Por tanto, si bien Le Corbusier fantaseado con transformar las imágenes y
planteó la demolición de prácticamen- los lugares de nuestro borde occidental de
te la ciudad entera con el Plan Piloto en la ciudad histórica. Escucharemos los ante-
1951 (ya lo había hecho en pleno centro cedentes de este fenómeno tan particular,
de París en 1925, ¿cómo no hacerlo en el la construcción de un lugar en contrasen-
villorrio bogotano?), esa era una idea de tido, que las fuerzas internas de la ciudad
ciudad que resonaba con el entusiasmo y el se resisten a cambiar.
optimismo característico del primer mo-
vimiento moderno de los CIAM . La exal-
tación de la tabula rasa se vio reevaluada Orden
por las reflexiones en torno al sentido de la
arquitectura y de la ciudad sustentada en En Allegro ma non troppo, se ha mencio-
el reconocimiento del lugar como cons- nado cómo Santa Inés comenzó su histo-
trucción particular e histórica (la produc- ria con una demolición inminente, cuya
ción teórica que ha sido mencionada en memoria se vendría a manifestar en varias
Andante). Si bien en nuestra realidad del ocasiones. La primera fábrica que se cons-
demolicionismo latinoamericano el pén- truyó tuvo que ser demolida por pleitos le-
gales, para luego ser salvado el convento
1 Mario Gandelsonas. “La ciudad como objeto de la ar- y ser reconstruida una fábrica de mejores
quitectura”, en Lo urbano en 20 autores contemporáneos,
editado por Ángel Martín Ramos (Barcelona: Edicions UPC,
condiciones, gracias al benevolente Juan
2005): 159-170.

136
Prestissimo

de Arguinao. Esa historia ya la conocemos. impulsar la construcción y mejoramiento


Sin embargo, en el siguiente fragmento se de templos, ermitas y capillas destinadas a
hace referencia a la reparación de la que diversas devociones específicas”4.
tuvo que ser objeto la iglesia por problemas Durante los años de la ciudad co-
constructivos: lonial, los lentos tiempos permitieron la
continuidad en el espacio de la ciudad de
Reconocióse después deslince en parte de la ciertas formas y estructuras, como Santa
obra por culpa del artífice, y a causa de no ser Inés, definidas por su simultánea trans-
fijo el suelo de la cepa y cimientos, y flaquea- formación-permanencia, producto de los
do éstos en el último del edificio que halló necesarios influjos de energía de mante-
menos firmeza para asentar con el peso. Re- nimiento y construcción. Sin embargo,
paróse con fortificación de entrepaños y es- durante los últimos años del siglo XVIII,
tribos al claustro y dos arcos torales a trechos ocurrió la primera gran irrupción en la
de 150 proporción en el cuerpo de la iglesia. 2 historia de la ciudad, las Reformas Borbó-
nicas, que tenían como objetivo general
La entropía que caracteriza a toda or- controlar las prácticas de la población, a
ganización formal hace necesarios influjos través de la transformación del orden ur-
constantes. La arquitectura “[…] necesita bano manifestado en aparatos de control
de un suministro continuo de materiales y vigilancia e instituciones de reclusión5,
y energía que le permitan reconstruir su con la creciente necesidad de construir
forma”3. Fernández-Galiano denomina a infraestructura para el saneamiento de
estos influjos energía de mantenimiento una ciudad que generaba cada vez más
(servicios) y energía de construcción (re- residuos. La implantación de esta nueva
paración). Si bien esta energía de cons- forma de manejar la ciudad y la necesi-
trucción contribuye a la persistencia de las dad de reparar muchos de los edificios
formas materiales, y por tanto el mante- que se vieron afectados tras el terremoto
nimiento no constituye una irrupción en de 1785 promovieron la presencia del in-
sentido estricto, la necesidad de mejorar geniero militar Domingo Esquiaqui en
las condiciones materiales de un lugar sí Santa Fe quien, además de llevar a cabo las
forma parte de las intenciones transforma- obras de reconstrucción tras el terremoto,
tivas, sobre todo en estos primeros años de la mayoría de edificios religiosos, dirigió
existencia física del conjunto monástico de la construcción de otras múltiples de ca-
Santa Inés. Justamente para eso eran útiles rácter civil, como el cementerio6, además
las cofradías, “cuya finalidad primordial fue
4 Julián Vargas Lesmes. Óp. Cit.: 102.
5 Robert Ojeda Pérez. Ordenar la ciudad: reforma urbana en
Santafé de 1774 a 1801 (Bogotá: Archivo General de la Nación,
2007).
6 Sobre la obra de Esquiaqui, consultar Ricardo Andrés
2 Juan Flórez de Ocáriz. Óp. Cit.: 149. Blanco Quijano. “La materialización del proyecto bor-
3 Luis Fernández-Galiano. Óp. Cit.: 24. bónico en la obra de Domingo Esquiaqui en Santafé de

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La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

de haber dibujado el primer plano que se situación que podría haber implicado tra-
tiene de la ciudad, justamente, para poder bajos de Esquiaqui, sí existe la mención
controlar la ciudad desde una comprensión de una posible intervención que Domin-
cartesiana de su espacio. go de Petrés pudo haber hecho en Santa
Aunque no hay noticia de ninguna Inés12.
intervención de Esquiaqui cerca de Santa La transformación del sentido del
Inés, sí existe la referencia de la polémica orden urbano y de la limpieza daba un
por la apertura de su alcantarillado7, en vuelco a las prácticas de la ciudad. En ese
comunicación hecha el 8 de octubre de momento, también se llevó a cabo la cons-
1789. Este sería el primer vestigio efectivo trucción de los primeros enlosados a partir
que plantearía la necesidad de transformar de 1789, que “traía consigo el inmenso be-
este lugar. A su vez, en otro documento neficio de los desagües, indispensables para
de 1785, la priora del monasterio pone de evacuar toda suerte de aguas sucias y dese-
manifiesto la falta de rentas para cons- chos”13. Robert Ojeda Pérez hace referen-
truir los andenes de las calles8. El viajero cia de un caso en el que la policía urbana,
estadounidense Isaac Holton nos cuenta a que debía matar a todos los animales calle-
través de sus relatos de 1853, décadas des- jeros, asesinó a un hombre e hizo pasar el
pués, que “no hay nada peor que pasar por homicidio como si lo hubieran confundido
el frente de un convento de monjas por- con un perro. En la mencionada declara-
que nunca construyen aceras decentes”9. ción, se hace referencia a asuntos como la
Por otro lado, Fray Domingo de Petrés, recolección de basuras y el alcantarillado
el arquitecto capuchino que trabajó en las como hechos fundamentales para la cons-
obras más importantes de los últimos años titución de un orden particular:
de la colonia, dirigió la construcción de la
cañería nueva de San Victorino10. Aunque Con este tipo de declaración, además de po-
no existe mención en la prensa de daños en der observar un sentido de orden y limpieza
Santa Inés durante el terremoto de 178511, urbano, se puede apreciar también que la ciu-
dad tuvo espacios de basura en varios lugares
Bogotá 1784-1794” (Tesis de la Maestría en Conservación establecidos, pues siempre se acostumbraba
del Patrimonio Cultural Inmueble, Universidad Nacional
de Colombia, 2018). dejar que el agua lluvia se llevara los desper-
7 “Convento de Santa Inés: comunicación sobre el alcantari-
llado de él”. Archivo General de la Nación. Sección Colonia.
Fondo Milicias y Marina. Legajo 133, n° de orden 127. Folio de Bogotá el día 12 de julio del año de 1785”. Recuperado
687 (1789). de http://babel.banrepcultural.org/cdm/ref/collection/
8 “Manuela Nicolasa de Sanmiguel, priora del monasterio de p17054coll26/id/2808. También revisar Gazeta de Santa Fe
Santa Inés de Santa Fe; aduce la crisis fiscal de él, para no de Bogotá Capital del Nuevo Reyno de Granada. N°1. 31 de
construir los andenes del mismo”. Archivo General de la agosto de 1785. Imprenta Real de D. Antonio Espinosa de
Nación. Sección Colonia. Fondo Milicias y Marina, Legajo los Monteros.
136, n° de orden 016. Folios 137-138 (1795). 12 Germán Mejía. “Santafé en el siglo XVIII, aires de transfor-
9 Isaac Holton. En Germán Mejía Pavony (2000): 313-314. mación”, en Fray Domingo de Petrés en el Nuevo Reino de
10 Estela Restrepo Zea. El Hospital San Juan de Dios 1635-1895 Granada (Bogotá: Instituto Distrital de Patrimonio Cultural,
(Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2011): 272. 2012): 36.
11 “Aviso del terremoto sucedido en la ciudad de Santa Fe 13 Julián Vargas Lesmes (2007): 99-100.

138
Prestissimo

dicios hacia las fuentes de los ríos, aprove- positiva consiste, sin duda alguna, en las dos
chando la falda de la montaña, lo que explica magníficas hornillas de reverbero que acaban
la presencia referida en la declaración de una de montarse con sus competentes baterías de
canal en medio de la calle.14 cocina, para el servicio de las dos enferme-
rías. Resta ahora proveer de agua permanente
al establecimiento, montando el número de
bombas que fuere suficiente para su servicio.
Escasez
La idea de establecer una sala de maternidad i
El orden urbano que intentó implantarse a de mejorar el tratamiento de los locos, es alta-
finales del siglo XVIII hizo eco durante todo mente filantrópica, i estoi dispuesto a favore-
el siglo XIX , un tiempo en el que, según se cerla hasta donde lo permitan mis facultades.
ha mencionado, se caracterizó por la es- Con tal objeto i con el de salvar este único
casez de recursos que impidieran llevar a asilo de los indijentes, de la segura ruina que
cabo grandes transformaciones. Mientras le amenaza, os ruego que soliciteis del próxi-
tanto, la población de la ciudad crecía, se mo congreso la derogatoria de la lei de 27
hacía cada vez más densa y afloraban todo de mayo de 1846, que contra todo principio
tipo de problemas sociales e higiénicos. Las de equidad i de justicia desapropió a los en-
irrupciones en el siglo XIX hacen referen- fermos pobres de la provincia de la mayor i
cia a la gestación de importantes iniciativas mejor parte del Hospital de Caridad que les
que, si bien no se concretaron, pusieron de pertenece por fundaciones particulares, para
manifiesto la necesidad de hacer cambios convertirla en escuela de medicina sin la pré-
en la ciudad que garantizaran la salubridad via indemnización que presupone el artículo
y la higiene. 102 de la Constitucion.15
En cualquier caso, las mejoras en los
edificios de la ciudad continuaron lleván- Lombana, además, plantea la necesi-
dose a cabo. Vicente Lombana, en su in- dad urgente de sacar los focos de infección
forme de 1849, menciona algunas reformas del espacio de la ciudad:
llevadas a cabo en el San Juan de Dios, el
entonces llamado Hospital de Caridad, po- Finalmente, se necesita para proporcionar
niendo de manifiesto la necesidad de sacar aires puros a los habitantes de esta ciudad,
a los indigentes para convertirlo en escuela situar fuera de ella las cárceles, los hospita-
de medicina. Más allá del mantenimiento, les, las tenerías, las carnicerías, las piaras de
se pretende cambiar la imagen del lugar, cerdos i todos los fócos de infeccion, cuia
de alguna manera. idea podrá llevarse fácilmente a efecto sobre
el plano de la nueva ciudad que bondadosa-
Entre las diversas mejoras introducidas re-
cientemente en el Hospital de Caridad, la más
15 Vicente Lombana. “Informe del gobernador de Bogotá a
la Cámara de Provincia en su reunión ordinaria de 1849”
14 Robert Ojeda Pérez. Óp. Cit.: 153. (Bogotá: Imprenta del Neo-granadino, 1849): 9.

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La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

mente ha ofrecido trazar el Sr. Poncel cuando Para la obtención de rentas, Lomba-
concluya sus trabajos el Señor Codazzi. 16
na sugiere que “[…]los terrenos vacantes
en las orillas de los rios, que pudieran ce-
Además, el gobernador saliente in- derse en propiedad a los que quieran tomar
siste en la necesidad del aseo de las calles y a su cargo la canalizacion, que en mi con-
casas centrales: cepto debe ser una obra correlativa de la de
las esclusas”.19
Una vez determinado que el depósito de las La construcción del Parque de los
basuras se haga sobre los rios, viene a ser im- Mártires fue una de las pocas irrupciones
practicable el aseo de las casas i calles situadas que se llevaron a cabo en la nebulosa de
en el centro i en los extremos de la población. Santa Inés durante la segunda mitad del
Mas no es esta la única dificultad con que hai siglo XIX , desde su creación en 1850, pa-
que batallar. Teniendo aquellos dos riachue- sando por la construcción del monumento
los tan poco caudal de aguas, las basuras no conmemorativo en 1880 hasta la construc-
podrán ser arrastradas por ellas; i siendo esto ción de la Basílica del Voto Nacional20.
así habrá que sacarlas de una de tres maneras: Este parque significó la constitución de
por medio de carros, a mano, o aumentando un espacio republicano para la sociabili-
las aguas de los ríos, sea ocasionalmente rete- dad burguesa en los límites de la ciudad
niéndolas por medio de esclusas colocadas en construida hasta el momento. A lo largo
la parte alta de la ciudad, o sea de una manera de su existencia, hay múltiples referencias
permanente incorporandoles otras vertien- de la necesidad de su transformación, pues
tes.17 se construyó en un entorno ligeramente
hostil: por ejemplo, el antecedente de la
También Lombana da cuenta de la casa que funcionaba a comienzos de siglo
situación de oscuridad de muchas de sus como lazareto no es un buen referente de
calles: un lugar para sacar a pasear a la burguesía
criolla. Esta transformación paisajística del
Ademas de estos inconvenientes, la Ordenan- espacio de la ciudad se vio en Santa Inés,
za no ha satisfecho la necesidad que la capital donde fueron sembrados eucaliptus en el
tiene de un alumbrado sistemático, decente, patio del antiguo claustro a comienzos de
uniforme i bien distribuido, a fin de que las la década de 188021.
calles mas retiradas estén tambien alumbra- En 1855, Juan Manuel Arrubla, re-
das, porque es en ellas donde particularmente cordado como el principal impulsor de
hai mas riesgo de que se cometan crímenes a la construcción de obras civiles duran-
favor de la obscuridad.18
19 Ibid.: 32.
20 Sandra Reina y Lina Esmeralda del Castillo. La Paz y el
Sagrado Corazón. Iglesia del Voto Nacional (Bogotá: Instituto
Distrital de Patrimonio Cultural, 2014).
16 Ibid.: 30. 21 Hugo Delgadillo. El Parque del Centenario. Transformación
17 Ibid.: 29. urbana, itinerario y significado (Bogotá: Instituto Distrital de
18 Ibid.: 31. Patrimonio Cultural, 2019): 194

140
Prestissimo

te el siglo XIX , propuso canalizar el río Paseo Bolívar, que se sanearon después. Es
San Francisco desde más arriba de la ac- posible que la prensa y el gobierno de la
tual carrera 7ª hasta la Plaza de San Vic- ciudad haya prestado más atención a esos
torino, entre otras cosas, para solucionar focos insalubres hacia el oriente porque se
el problema de salubridad que implicaba situaban cerca de las fuentes de agua que
que se hubieran constituido como alcan- iban a abastecer a la ciudad; los focos de
tarillas a cielo abierto en medio de la ciu- infección hacia el occidente, por su ubica-
dad. ción geográfica, no implicaban la transmi-
sión de la infección hacia otras zonas de la
Sabemos que el señor Juan M. Arrubla, que ciudad.
tan incansable i solicito se ha mostrado por En la mencionada conferencia del
mejorar el aspecto i la arquitectura de nues- ministro Insignares a la Academia Nacio-
tra capital, se propone acometer una empresa nal de Medicina de 1898, recogida en el
que será, sin disputa, de la mayor utilidad. El “Informe del ministro de Instrucción Pú-
Sr. Arrubla ha propuesto al Cabildo de Bo- blica al Congreso de la República de 1898”,
gotá lo siguiente: Canalizará el rio San Fran- se pone de manifiesto la necesidad de tras-
cisco, desde mas arriba del puente del mismo ladar el anfiteatro anatómico del San Juan
nombre, hasta cerca del de San Victorino, por de Dios, que crea una atmósfera viciada
medio de altos i sólidos muros: cubrirá l ca- perjudicial para los estudiantes de Medici-
nalizado con una gran bóveda i terraplén al na, “[y]a que no ha sido posible haber esta-
nivel de las calles adyacentes. 22 blecido el Hospital de San Juan de Dios en
otro lugar, á pesar de la amenaza que, por
Aparte de la constitución de los pri- su colocación y malas condiciones higié-
mordios del higienismo, durante el siglo nicas, ese antiguo establecimiento de Be-
XIX se creó la policía de la ciudad en 1877. neficencia hace constante mente á la salud
A su vez, Higinio Cualla propuso la crea- general de esta población”24. Este traslado
ción de un barrio para pobres en 1889 (idea traería, para el ministro Insignares, la me-
que se materializaría con los barrios obre- jora de las condiciones sanitarias del hospi-
ros en las primeras décadas del siglo XX) tal y de la ciudad.
y en 1892 se demolieron barrios insalu- Por otro lado, la predisposición a la
bres en el occidente de la ciudad, por ser transformación y a la amnesia es una pa-
menos numerosos que los que había hacia tología cultural de la sociedad bogotana,
el oriente23, como las barriadas en torno al según Cordovez Moure. Este trastorno

22 “Revista Industrial”. El Neo-Granadino, n°355, 11 de octubre


de 1855: 2-3.
23 Concejo Municipal de Bogotá, 1892: 11. Citado por Luis
Carlos Colón. “Ingeniería, medicina y urbanismo: el pa- Universidad Nacional de Colombia, 2017): 455.
pel de las ideas higienistas en los cambios urbanos de 24 Informe del Ministerio de Instrucción Pública al Congreso
Bogotá en la primera mitad del siglo XX”, en La hegemo- Nacional en sus sesiones de 1898 (Bogotá: Imprenta
nía conservadora, editado por Rubén Sierra Mejía (Bogotá: Nacional, 1898): 17-26.

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La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

potenciaría la construcción de esa ciudad ciudad se centró en la implementación de


moderna que tanto se anheló durante el diferentes medidas higienistas, muchas en-
siglo XX: focadas al tratamiento del agua (desinfec-
En todos los países se conservan ciertos usos ción y protección de las fuentes de agua,
y costumbres tradicionales que nada ni nadie construcción de acueductos, alcantarilla-
pueden reformar, quizá para rendir tributo de dos y letrinas en las márgenes de los ríos,
piadoso recuerdo a los que nos precedieron la canalización de los ríos) combinadas con
en el camino de la vida, en este valle que, con la desodorización del espacio público (con
ser de lágrimas, no deja de tener momentos ideas que aún mezclaban preceptos de las
de goces más o menos puros y tranquilos, teorías miasmáticas con las teorías micro-
que nos arraigan al terruño en que nacimos. bianas de la enfermedad)26 y en la cons-
Pero, por causas que no podemos explicarnos trucción de barrios obreros que suplieran
satisfactoriamente, esta regla universal ha te- la demanda habitacional producto de la
nido y tiene aún su excepción en la que fue imposibilidad de habitar en tiendas. En ese
Santafé y hoy se llama Bogotá. Es posible que mismo sentido, sanear la ciudad implica-
el carácter pacífico y dócil de los habitantes ba también la implementación de medidas
de esta altiplanicie haya contribuido en mu- que garantizaran la higiene moral de su
cho para hacer de ellos una especie de materia población, principalmente la de los pobres.
plástica como la cera, que recibe la impresión Con la corriente de estas transformacio-
de lo último que se le graba, dejando desapa- nes, uno de los lugares más dantescos de la
recer la anterior imagen que existía en ella. 25 ciudad a tres cuadras de Santa Inés, el ma-
tadero público, fue objeto de una reforma
estructural en 190227.
Arremetidas Por otro lado, las reformas en Santa
Inés que se señalan en el Informe del Minis-
Si el siglo XIX es el tiempo la connotación, terio de Obras Públicas de 1911 reiteran la
el siglo XX es el de las irrupciones: nunca frecuente y necesaria práctica constructiva
se había visto tal velocidad de transfor- del mantenimiento, como se ha mencio-
mación en la historia de Bogotá. Todo lo nado anteriormente. El influjo de energía
sucedido durante las últimas décadas de de construcción permitía la permanencia
1800 fue el caldo de cultivo para lo que de un hecho arquitectónico de más de dos
ocurriría durante las primeras de 1900, siglos en el escenario urbano:
profundas aceleraciones disruptivas, nece-
sarias como producto del crecimiento de Escuela de Medicina – Está situado el edificio
la población y de la expansión urbana. A de la Escuela en la calle 10, entre las carreras
partir de este momento, el gobierno de la
26 Luis Carlos Colón Llamas. Óp. Cit.
27 William García Ramírez. Plaza Central de Mercado de
25 José María Cordovez Moure. Reminiscencias de Santafé y Bogotá. Variaciones de un paradigma (Bogotá: Pontificia
Bogotá (Bogotá: Ministerio de Educación, 1942): 41-42. Universidad Javeriana, 2017): 67.

142
Prestissimo

10 y 11, y en él se han hecho las siguientes del Parque de los Mártires, un accidentado
mejoras: proyecto iniciado por Gaston Lelarge, in-
tervenido por Pablo de la Cruz y termina-
Se arregló parte del enmaderado de un do por Casanovas y Mannheim.
salón; se blanquearon seis salones, los corre- Mientras se llevaban a cabo esfuerzos
dores y las columnas; se enlucieron algunas para conservar algunos edificios, la ciudad
paredes; se cementó el piso de dos salones, continuaba con el ímpetu de sanear todo
adaptándolos para clases; se abrieron huecos el espacio urbano, enfocado en transfor-
en otros salones para darles luz y ventilación, mar las imágenes olfativas que lo caracte-
colocándoles sus respectivas puertasventanas; rizaban. Los esfuerzos del higienismo se
se reconstruyó un tabique de ladrillo; se hizo centraron, justamente, en desodorizar el
un techo de chusque, y unas gradas de ladri- espacio urbano. La canalización de los ríos
llo para comunicar dos piezas. Como algunas San Francisco y San Agustín significa-
paredes amenazan ruina, hubo necesidad de ba un esfuerzo prioritario en este sentido.
construir unos machones de ladrillo tolete La idea que Juan Manuel Arrubla hubiera
dentro de ellas, construcción que ascendió á presentado de manera visionaria en 1855
diez y ocho y medio metros cúbicos. Se en- se materializó definitivamente en la déca-
lucieron dos tabiques y el techo, lo mismo da de 1920. Los primeros momentos de la
que los blanqueamientos, en una extensión canalización de los ríos habían iniciado a
de ochenta y dos metros cuadrados; se hizo partir de 1881, cuando se llevó a cabo el
un pavimento en ladrillo tablón (diez y seis amurallamiento del primer tramo del río
metros cuadrados). Todas estas reparaciones San Agustín frente a la iglesia y los cuar-
se hicieron para aprovechar una pieza que no teles29. En 1887 también se amuralló el
prestaba servicio alguno y estaba en comple- primer tramo del río San Francisco entre
to abandono, y para situar allí un laborato- los puentes de Cundinamarca y San Fran-
rio. Por último, se entablaron los corredores cisco30 (entre carreras 7ª y 8ª). En 1911 se
oriental y sur del patio principal, en una ex- tiene la primera noticia de la canalización
tensión de doscientos siete metros cuadrados. del San Agustín desde la Plaza de Ayacu-
cho hasta la carrera 9ª 31, mientras que en
El costo de estas obras asciende á la 1917 se llevó a cabo la canalización del San
suma de $1,005 oro. 28 Francisco en el tramo comprendido entre
calles 11 y 12, a lo largo de la carrera 12.
Pese a los esfuerzos para garantizar En 1924 ya se había completado la canali-
su buen funcionamiento, la Escuela de
Medicina resolvió definitivamente trasla- 29 Hugo Delgadillo. Óp. Cit.: 25.
darse a su nuevo edificio en el costado sur 30 Ibid.: 26.
31 María Clara Torres. “El alcantarillado de Bogotá, 1886-1938:
institucionalización de un problema ambiental” (Tesis de
Maestría en Medio Ambiente y Desarrollo, Universidad
28 Informe del Ministerio de Obras Públicas (Bogotá: Imprenta Nacional de Colombia, 2009): 41. Citada en Delgadillo
Nacional, 1911): 122-123. (2019): 26.

143
Figura 41. Construcción de alcantarillado. Fuente: El Gráfico. Serie XVII, año IV, n° 161. 29 de noviembre de 1913: 87.

144
Prestissimo

zación del mencionado río entre carreras ría, desligándolo del proyecto que valía la
5ª y 8ª, y el tramo entre calles 7 y 11 se pena hacer visible, de la misma forma en
completó entre 1927 y 1929. El orden en el que Arrubla lo había planteado hacía 70
que se llevó a cabo la canalización no fue años.
coherente con las técnicas de ingeniería,
pues se tendría que haber empezado por la
cuenca alta del río: esta incoherencia pro- Proyectos urbanos
cedimental llevó a que se desbordara el río
en múltiples ocasiones32. Cuando la ciudad se quitó el cinturón
A través del Acuerdo 31 de 1917, se que contenía su crecimiento y empezó a
denominaría Avenida Jiménez de Quesa- expandirse a través de urbanizaciones, un
da a la nueva calle que ocuparía el espacio curioso proceso de adecuación urbana se
en superficie del trazado del río San Fran- llevó a cabo en nuestro borde occidental,
cisco. Esta avenida se constituyó como siempre tan cercano al centro, pero de
un importante centro financiero y de co- ambiguo carácter urbano. En el punto en
mercio de la ciudad hasta la Plaza de San el que confluyen los ríos San Francisco y
Victorino, luego llamada Plaza de Nariño, San Agustín, cerca del matadero, se pro-
donde se conectaría con la Avenida Colón movió una transformación para contri-
(antiguo Camellón de Fontibón, actual buir al mejoramiento estético de la ciudad,
calle 13). Sin embargo, el tramo del río justamente auspiciada por la Sociedad de
hacia el sur de esta plaza, justamente el más Embellecimiento: el barrio Liévano35. Esta
cercano a Santa Inés, “fue reemplazado por irrupción se valió de un lugar horrendo,
una calle demasiado estrecha para cumplir justamente donde estaban los lugares in-
con las condiciones de una avenida monu- fectos que han sido descritos en Allegro
mental; ubicada en una zona cuyas carac- ma non troppo, aprovechando el proceso de
terísticas sociales no eran las de orgullo ni canalización de los ríos para llevar a cabo
las de mostrar […]”33. El contraste entre la una operación de carácter inmobiliario.
nueva avenida y “[el] comercio informal y Las revistas de la época exaltaban la cons-
las actividades “ocultas” que tenían lugar trucción de las nuevas calles con amplios
pocas cuadras al occidente de la gran Ave- perfiles con faroles de alumbrado eléctri-
nida”34 era considerable. La memoria de un co36, el Bulevar Manuel José Mosquera y el
lugar infecto y anodino no se transforma-
35 Aunque no hemos encontrado una cronología exacta, al
igual que con “Barrio Santa Inés”, la denominación “Barrio
32 María Atuesta Ortiz. “La ciudad que pasó por el río. La ca- Liévano” es posterior a la construcción de este conjunto
nalización del río San Francisco y la construcción de la urbano. Sin embargo, para dar cuenta del carácter unitario
Avenida Jiménez de Quesada en Bogotá a principios del de esta irrupción, hemos decidido referirnos a ella, justa-
siglo XX”. Territorios n° 25 (2011): 200. mente, como Barrio Liévano.
33 María Atuesta Ortiz. Óp. Cit.: 205-206. 36 Registro Municipal. Año XLIII. Número 1409 (27 de diciembre
34 Ibid.: 206-207. de 1919): 3809.

145
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

Bulevar Francisco José de Caldas37, confi- formaría parte de la Compañía de Desa-


guradas por arquitecturas ciertamente ele- rrollo Urbano, una empresa dedicada al
gantes. negocio inmobiliario en nuevos barrios de
Muchos de los proyectos que se hi- la ciudad, en la que justamente figuraría
cieron entre 1916 y 1926 fueron firmados Nicolás Liévano como gerente en 1920. El
por el ingeniero Manuel Rincón, quien tesorero de la junta de canalización duran-
también elaboró el Plano de Bogotá de te esos años era, justamente, Nicolás Lié-
1923. Las fachadas de estas casas, de dos vano40.
pisos, estaban decoradas con todo tipo al- De manera sincrónica al Barrio Lié-
mohadillados, rejas y yeserías. La compo- vano, se llevó a cabo la construcción de la
sición estaba organizada a partir de uno o Avenida 7 de Agosto (carrera 13), desde
dos patios, en torno a los que se disponían la calle sexta hasta Tres Esquinas en la
los diferentes espacios que, en su mayoría, Hortúa. La avenida, posteriormente, se
incluían baño, salón para el piano y habi- prolongaría hasta el Luna Park, el nuevo
taciones para el servicio. A su vez, fue en el espacio de divertimento urbano que la
ámbito de esta intervención que se cons- Compañía de Desarrollo Urbano constru-
truyó el mencionado Laboratorio Nacio- yó con propósitos inmobiliarios. El tranvía
nal de Higiene en 1926, proyecto de José de oriente, que iba desde la calle 10 hasta el
María Coral, según los mismos principios puente Restrepo, se emplazó también por
estéticos de esta arquitectura: la afrance- esta avenida41. El 28 de septiembre de 1918,
sada mansarda puesta sobre un volumen Cromos publicó una nota acompañada de
achaflanado configuraría un hito en este una serie de fotografías que mostraban la
conjunto edilicio. La intervención que prometedora transformación de este lugar,
terminaría convirtiéndose en el barrio mientras aún se construía la canalización
Liévano fue impulsada por Liévano Her- del río San Agustín:
manos38, una sociedad conformada por
Félix, Enrique y Nicolás Liévano Danies, AVENIDA 7 DE AGOSTO
los hijos del reconocido ingeniero Indale-
cio Liévano Reyes y de su esposa Margari- La Sociedad de Embellecimiento ha resuelto
ta Danies39. Esta sociedad, posteriormente, acometer la construcción de una gran aveni-
da que se denominará 7 de agosto, y se propo-
ne terminarla para el centenario de la batalla
37 Sin embargo, el nombre de estas calles ya aparecía en la de Boyacá.
cartografía de años anteriores.
38 Pese a que la Sociedad de Embellecimiento aparece como
promotora de esta intervención, ninguno de los hermanos El sitio elegido es hoy el más falto de higiene
Liévano Danies fue miembro de número de esta sociedad
ni asistió a sus reuniones durante los años en los que se y de estética que hay en Bogotá. La aveni-
llevó a cabo la construcción del barrio Liévano.
39 Juan Carlos Gómez. “La rueda de la fortuna en Bogotá.
Parques de diversiones y renta urbana en el Lago Gaitán y 40 Registro Municipal. Año XLIII. Número 1402 (6 de spetiembre
el Luna Park” (Tesis de la Maestría en Historia y Teoría del de 1919): 3688.
Arte, la Arquitectura y la Ciudad, Universidad Nacional de 41 Almanaque de los hechos colombianos o Anuario Colombiano
Colombia, 2012): 106. Ilustrado. Tercer año (1920-1921): 483.

146
Figura 42. Facsimilar de Cromos 6 n°133 (28 de septiembre de 1918): 181.

147
Figura 43. Imágenes del barrio Liévano. Fuente: Cromos.

148
Prestissimo

da tendrá nueve cuadras de largo y un ancho La arquitectura del barrio Liéva-


mínimo de veinte metros. Partirá del Puente no se corresponde con las formas del
45

Núñez para terminar en Tres Esquinas, y dos período de la historia de la arquitectura


plazoletas adornadas adornarán sus extremos. colombiana que ha sido denominado por
la historiografía como “arquitectura re-
Para esta obra se ha solicitado el apoyo de los publicana”. Esta arquitectura se caracte-
gobiernos nacional, departamental y muni- rizó por la combinación de un repertorio
cipal y de todos los vecinos del barrio que va de elementos formales, provenientes de la
a ser directamente favorecido. Es de esperarse arquitectura europea, que permitieron la
una magnífica esplendidez en la ayuda parti- construcción de una imagen urbana de
cular y oficial. elegancia, “de sentimiento urbano, de espí-
ritu cosmopolita y de sentido de actualiza-
Poco conocida es de los habitantes del centro ción” a partir de su “cáscara ornamental”46.
de la ciudad la región vecina a la que se va Silvia Arango señala la emergencia de esta
a embellecer la nueva avenida. Para nosotros arquitectura como “un fenómeno social,
ha sido una verdadera sorpresa el adelanto de un acontecimiento colectivo convertido
ese barrio y lo será para muchos lectores de en impulso estético”47 que se vivía como
Cromos con sólo ver las ilustraciones de esta “voluntad de estilo”. Este ímpetu se ponía
página.42 de manifiesto en diferentes facetas de la
cultura urbana del momento, como en la
La primera acepción de avenida que moda, y “[a]sí era también la arquitectura:
aparece en el Diccionario de la RAE es decoración, adorno, gesto, estilo. En un
“creciente impetuosa de un río o arroyo”43. amplio movimiento que incluye a todas las
No sería extraño que a esta nueva calle de la clases sociales, las ciudades cambian su faz;
ciudad se le haya dado este nombre, tenien- literalmente no queda rincón sin decorar
do en cuenta las inundaciones que tenían […]”48.
lugar en esta zona cuando crecía el cauce En la nebulosa de Santa Inés, no fue
de los ríos, como el episodio narrado por solo el barrio Liévano el escenario donde
Cordovez Moure y expuesto en Allegro ma se pudo explayar este espíritu estético.
non troppo. De hecho, en el mismo 1918, Proyectos nuevos, adecuaciones y remo-
la Sociedad de Embellecimiento discutía delaciones de fachadas fueron el producto
en sus reuniones la necesidad de mejorar la de este impulso de estilo sustentado en un
condición de esta vía, llena de zanjones y lenguaje que permitía su reproductibili-
charcas, para contribuir a su higienización
y facilidad para el tráfico44. de la reunión del 18 de abril de 1918 de la Sociedad de
Embellecimiento. Libro 2.
45 Secretaría de Obras Públicas. Archivo fotográfico de Silvia
42 “Avenida 7 de agosto”. Cromos 6 n°133 (28 de septiembre Arango (1980).
de 1918): 181. 46 Silvia Arango. Historia de la arquitectura en Colombia
43 Diccionario de la Real Academia Española. https://dle.rae. (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2019): 189.
es/avenida 47 Ibid.: 246.
44 Archivo Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá. Acta 48 Ibid.: 198.

149
Licencias de construcción

Figura 44. Localización de las licencias de construcción en torno a Santa Inés, entre 1914 y 1926, sobre el plano “Bogotá”
de Manuel Rincón (1923)

150
Tabla 2. Licencias de construcción de la Secretaría de Obras Públicas.

Secretaría De Obras Públicas

Fotos de Silvia Arango


Foto Proyecto Propietario Dirección Fecha Incluye Arquitecto
Calles 5A 6A 7A 8A 9A
1 Proyecto de construcción de la fachada Lucía Molina Calle 5 n° 176 15 de junio de 1917 Plantas, fachada, Corte AB Manuel Rincón
F7 R1 F8 Calle 5 n° 208 (Bulevar Manuel José Mos-
2 Licencia para casa alta Ricardo Acevedo Bernal 23 de agosto de 1916 Licencia. Planta alta. Fachada (3) Ricardo Acevedo Bernal
R1 F9 R1 quera)
3 Casa alta Justo Posada Calle 6 (entre 12 y 13 - Bulevar Caldas) 8 de septiembre de 1916 Fachada, planta alta, planta baja Manuel Rincón
Calle 6 y 6bis con la ronda del Río San Corte longitudinal por AB. Planta
4 Casa alta Germán Penagos Mayo de 1920
Agustín (Cra 12 bis) alta, planta baja
M. Rincón G. (Desarrollo de
5 F26 R7 Casa alta Liévano Hermanos Calle 6 con Carrera 12 12 de diciembre de 1916 Fachadas, plantas
Bogotá)
6 F11 R16 Proyecto de edificaciones (casas bajas) Antonio Calderón Arjona Calle 6 n° 129 27 de febrero de 1914 Fachada, corte, planta Alejandro Manrique
7 Proyecto de edificación de una casita Enrique Duque Calle 6 n° 166B 23 de enero de 1919 Fachada, corte, plantas Ignacio Duque
Manuel Rincón (Desarrollo de
8 F33 R6 Dos casas altas Honofre Ruiz Calle 6 n° 171 a 179 4 de noviembre de 1916 Fachada, corte, plantas
Bogotá)
9 Proyecto de una edificación Leopoldo Castaño Calle 7 Carrera 11 6 de septiembre de 1918 Fachada, plantas Epifanio Rincón
10 Reforma a la casa Samuel Fonseca Calle 7 n° 159 (entre 13 y 14) Julio de 1921 Frente, corte longitudinal, planta Carlos Julio Rodríguez
11 F22 R26 Reforma de fachada Julia Sánchez Calle 7 n° 203 Abril de 1923 Fachada J. González Delgado (I.C.)
12 Proyecto de reconstrucción Daniel Valdiri Calle 7 n° 271 a 279 con Carrera 12 Agosto de 1923 Cortes. Fachadas, planta (2) Manuel M. González
Emiliano Salgado - Miguel To-
13 Casa alta Manuel G. González Calle 8 n° 152A y B (entre 12 y 13) Agosto de 1922 Corte, plantas. Fachada (2)
más Quijano
F30 R27
F31 R27
14 Edificio Policía Nacional Policía Nacional Calle 9 n° 215 a 215D Noviembre de 1923 Fachada. Plantas. Plantas. Corte. Alberto Manrique Martín
F32 R27
F33 R27
F10 Demolición de casa anterior y edificación
15 Julio A. Flórez Calle 5 Carrera 8, Barrio Santa Bárbara 1 de julio de 1918 Plantas. Fachadas (2) Cipriano Rubio
RD(10) nueva
Calles 10a 11a 12
16 Casa Belisario Quintana Calle 10 Cra 16 n° 455 17 de enero de 1917 Planta, corte longitudinal, fachadas Roberto Olarte
17 Modificación de fachada Tomás Fernández Calle 10 n° 389 11 de noviembre de 1919 Fachada Miguel Tomás Quijano
18 F27 RB Gallera dentro de una casa Leopoldo Tocora Calle 10 n° 292 4 de octubre de 1917 Planta, cortes Zoilo E. Cuéllar
19 Proyecto de edificación (talleres - vivienda) Colombo Ramelli Calle 10 n° 379 Enero de 1920 Plantas. Fachada (2)

151 152
Tabla 2. Licencias de construcción de la Secretaría de Obras Públicas.

Secretaría De Obras Públicas

Planta. Planta. Planta. Sección


20 Edificio B. Botero y Cía Calle 11 n° 326 (existe) Noviembre de 1922 Robert Farrington
transversal. Fachada. (6)
21 Construcción Carlos García Calle 11 n° 345 Junio de 1924 Fachada. Planta
F2 RC F3 Calle 11 n° 372 (sobre canalización del río Fachada, planta baja. Plantas, corte R. J. Cardona (ingeniero).
22 Proyecto de casa alta Sebastián Daza 1 de mayo de 1917
RC San Francisco) (2) Agencia de construcción
23 Casa - Modificación de fachada Jesús M. Arteaga Calle 12 n° 301 1 de junio de 1917 Fachada
24 Reconstrucción de casa Alfonso Palou Calle 12 entre Carreras 11 y 12 23 de abril de 1918 Fachada. Plantas (2) Alberto Manrique Martín
Carrera 10a
25 Casa alta Ysaac Pulido Carrera 10 n° 130 (entre calles 7 y 8) 22 de diciembre de 1916 Corte, plantas, frente Ysaac Pulido
26 R15 F29 Reparación de fachada Federico Sheller Carrera 10 n° 194 7 de noviembre de 1919 Fachada ¿Manuel Rincón?
Carlos A. Tapia (Compañía de
27 Proyecto de casas (reconstrucción) Carlos Faux Carrera 10 n° 272 Diciembre de 1923 Planta baja. Planta alta. Fachada (3)
Cemento Samper)
28 Casa (¿Inquilinato?) Andrés Salgado Carrera 10 n° 385 (entre 14 y 15) Agosto de 1925 Fachada. Planta (2) J. A. Huyard (levantó)
Carreras 11a 12a
29 Modificaciones a casa Pedro Albornoz Carrera 11 n° 8 22 de agosto de 1917 Plantas José M° Corral
30 Reforma a casa baja Custodio Méndez Carrera 11 n° 19 Agosto de 1921 Fachada Constantino León
31 Casa Gustavo Santos Carrera 11 n° 100, 100A y 102 1 de abril de 1917 Fachada, corte, plantas José M° Corral
32 Proyecto de reforma (alero) Andrés Pombo y hermanos Carrera 11 n° 183 Diciembre de 1922 Fachadas, corte Julio Mendoza R
Carrera 12 n° 2 (Bulevar Manuel José Mos-
33 F8 R13 Proyecto de edificación de una casa alta Liévano Hermanos 12 de enero de 1918 Fachada, plantas, corte por fachada Rincón & Zerrate
quera)
34 Garajes Carrera 12 n° 4 Enero de 1925 Planta, sección, alzado Diego Tovar
Fachada por la Carrera 12. Planta
35 Casa alta y 5 apartamentos Rafael Rodríguez Cra 12 n° 4 (entre calles 4 y 5 - existe) SB Febrero de 1926 Manuel Rincón
baja, Planta alta (2)
Bulevar Manuel José Mosquera (Carrera 12)
36 Proyecto para la construcción de una casa Liévano Hermanos 21 de julio de 1918 Plantas, fachadas
con Calle 5
Carrera 13
37 Proyecto de construcción para una casa Carlos Díaz Carrera 13 n° 28 (entre calles 7 y 8) 27 de junio de 1918 Plantas, fachada, corte J. A. Ferreira

153 154
Figura 45. Plano Nolli de la nebulosa de
Santa Inés, a partir de las planchas 8 y
10 del “Plano de la ciudad de Bogotá”
(1929) y de las plantas de las licencias de

N construcción de la Secretaría de Obras


Públicas.

155 156
Casa Lucía Molina Casa Manuel G. González Casa Leopoldo Castaño Casa Ricardo Acevedo Bernal Casa Melquíades Robayo

Casa Germán Penagos Casa Calderón Construcción Carlos García Casa Palou Casa Justo Posada

Taller Ramelli Casa Arteaga Edificio Botero Casa Villaveces


Figura 46. Fachadas de las licencias de
construcción de la Secretaría de Obras
Públicas y Municipales.

157 158
Prestissimo

dad: “arquitectos menores o maestros de gotá de 1929 y de los planos de las licencias
obra, armados de un repertorio fácil de de construcción de la Secretaría de Obras
imitar, podían vestir de “lenguaje republi- Públicas.
cano” a la arquitectura”49. En ese sentido,
actividades de borde propias de este sector
de la ciudad se revistieron de ornamento: Fuego
sobre la calle 10, una gallera dentro de una
casa, en el número 292, o un proyecto de Los embates de la municipalidad que bus-
edificación de talleres y vivienda para Co- caban el saneamiento de los sectores más
lombo Ramelli en el número 379 que, pese céntricos de Bogotá consiguieron expulsar
a ostentar una elegante fachada, se compo- la mayoría de las instituciones de benefi-
nía de un gran galpón con pequeñas habi- cencia (el Hospicio, el Hospital San Juan de
taciones para obreros. Varios garajes para Dios, el Asilo de Indigentes de San Diego,
carros sobre la carrera 12 y algunos pasajes el Asilo de Locas del Aserrío) y el matadero
cerca de Los Mártires se construyeron de- público durante la década de 1920. Lo que
corosamente. Aunque la mona se vista de Vicente Lombana había planteado en 1849
seda, mona se queda. se hacía realidad setenta años después. A su
La imagen de esta importante irrup- vez, se remodeló con fugaz éxito la Plaza
ción en nuestro borde occidental, caracte- Central de Mercado, bajo los principios
rizada por la construcción de arquitecturas de higiene, elegancia y comodidad de la
con yeserías, cornisas, rejas ornamentadas arquitectura de este momento, inaugurán-
y estucados sería la que permanecería en dose el 6 de junio de 192750. Por otro lado,
la memoria de la ciudad, manifestada en los habitantes de este lugar solicitaron la
los lugares comunes de barrio de élite y pavimentación de calles y la construcción
otras perogrulladas sin sentido, como que de alcantarillados y canalizaciones51. El
la Calle del Cartucho recibe su nombre de consumo de chicha, el comercio de carne
las flores que se ponían en los balcones de y la prostitución se excluían de los secto-
las casas de esta anodina calle. res más centrales. Mientras el centro estaba
Para dar cuenta de las intervencio- saneado, San Diego, Las Cruces, San Vic-
nes municipales y privadas que se hicieron torino y el Paseo Bolívar eran periferias
en esta zona de la ciudad, hemos elabora- insalubres52.
do un plano Nolli con las primeras inter- Durante esta década, también se ha-
venciones parciales que se llevaron hasta la blaba de lo inadecuado que era el local de
década de 1920, que incluyen proyectos
nuevos, reformas y adecuaciones de facha- 50 William García Ramírez. Óp. Cit.: 207
das, a partir del Plano de la Ciudad de Bo- 51 Lena Império Hamburger. “Entre el concejo y el vecino: co-
rrespondencia y peticiones sobre las condiciones urbanas.
1919-1929” (Tesis de la Maestría en Historia y Teoría del
Arte, la Arquitectura y la Ciudad, Universidad Nacional de
Colombia, 2016).
49 Ibid.: 189. 52 Luis Carlos Colón. Óp. Cit.

159
Figura 47. El Hospicio, desocupado y desolado. Fuente: Archivo particular.

160
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

Santa Inés para llevar a cabo las labores de configurando un nuevo acceso54. El nuevo
la Imprenta Nacional, por las inundaciones coro se limitó a una estrecha franja en la
que ocurrían frecuentemente en sus insta- parte posterior de la nave.
laciones y, principalmente, por su cercanía El claustro se demolió inmediata-
a la Plaza Central de Mercado. Sin embar- mente después del incendio, pues este anti-
go, pocos años después, el deseo de irrum- guo edificio colonial ya no era útil para las
pir se manifestó de manera azarosa a través actividades de soporte de una ciudad cada
del fuego, que propició la demolición del vez más moderna. El lote estuvo vacío
claustro que llevaba casi trescientos años mientras Pablo de la Cruz, arquitecto ase-
en pie (con las intervenciones necesarias sor de la sección de Edificios Nacionales
para adaptarlo a los diferentes usos que al- del MOP, estuvo a cargo del proyecto para
bergó y con los correspondientes flujos de el nuevo edificio de la imprenta nacional.
energía de construcción). El incendio que Según Carlos Niño, en este edificio “[el]
ocurrió en la manzana de Santa Inés el 26 lenguaje es moderno, pero más simplifi-
de marzo de 193353 afectó tanto el claus- cado que el de la Biblioteca [Nacional] y
tro como el edificio de la Policía Nacional, de menor interés”55. Sin embargo, el 27 de
el colegio de las Bethlemitas y una parte enero de 1934, el director de Edificios Na-
considerable de la iglesia. cionales, Jorge Quiñones, escribió un in-
A comienzos de la década de 1930, forme de actividades de la sección durante
los padres redentoristas, de la Congrega- el año anterior al Ministro de Obras Pú-
ción del Santísimo Redentor, tras solucio- blicas Alfonso Araújo. La comunicación
nar un conflicto con las inesitas en el que no deja duda de que para Quiñones no era
tuvo que interceder el Vaticano, compra- buena idea reconstruir la imprenta en este
ron la iglesia por $10000. Tras el incen- lugar de la ciudad:
dio, la nave se restauró cuidadosamente,
y hasta 1936 se construyó una desconcer- Imprenta Nacional
tante modificación que consistió en el en-
samblaje de un nuevo cuerpo sobre el área Insisto en mi idea que te expuse en mi
que ocupaba el coro de la iglesia antes del carta de hace varios días. Ayer estuve viendo
incendio, siendo posiblemente ocupado el sitio de Santa Inés donde se va a hacer el
por dependencias curales en varios pisos. edificio, y para pasar por la acera de enfrente
Mientras para el sacerdote Roberto Prada tuve que pasar por entre canastos, montones
era una modernización de muy buen de basura y varias recuas de mulas, con grave
gusto, para Emilia Pardo Umaña parecía peligro para las espinillas.
“un palomar”. Esta intervención modifi-
có la fachada de la iglesia sobre la calle 10, 54 No encontré mucha información sobre esta intervención.
Sin embargo, en la aerofotografía de 1936 se puede ver el
nuevo volumen.
55 Carlos Niño Murcia. Arquitectura y Estado (Bogotá:
53 El Tiempo (26 de marzo de 1933): 1. Universidad Nacional de Colombia, 2019): 203-204.

161
Figura 48. La iglesia de Santa Inés tras el incendio. El Tiempo, 27 de marzo de 1933: 1.

162
0 2 5 10
0 2 5 10 N
0 2 5 10

Figura 49. Planta baja. Planos de Santa Inés con la reforma y el edificio de la Imprenta Nacional.

163
0 2 5 10
0 2 5 10

Figura 50. Fachada sobre la calle. Planos de Santa Inés con la reforma y el edificio de la Imprenta Nacional.

0 2 5 10
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Figura 51. Fachada sobre la carrera. Planos de Santa Inés con la reforma y el edificio de la Imprenta Nacional.

0 2 5 10
0 2 5 10
Figura 52. Corte. Planos de Santa Inés con la reforma y el edificio de la Imprenta Nacional.

164
Prestissimo

Por qué no hacemos este edificio don- dernidad, y esto implicaba continuar con
de están las bodegas del ferrocarril del norte, las políticas de saneamiento que se habían
sobre la carrera 13? Nos quedaría sobrando iniciado desde las últimas décadas del siglo
el lote de Santa Inés, que puede venderse y, anterior. Un caso reseñable ocurrió en
con su producto, aumentar un poco lo que se 1936, cuando el Departamento Municipal
dispone para la imprenta. La ley 50 de 1931 de Urbanismo logró llevar a cabo la solu-
autoriza al gobierno para hacer esta opera- ción para una de las mayores preocupacio-
ción. 56 nes en torno a la salubridad y la higiene de
la ciudad: el saneamiento del Paseo Bolí-
Sin embargo, la construcción del var. La modernidad significaba higiene y
proyecto se llevó a cabo, y el 1 de mayo salubridad.
de 1936 se inauguró el nuevo edificio para Alberto Saldarriaga distingue los
la Imprenta Nacional57. Todo el influjo de planes urbanos del siglo XX en tres ten-
energía de construcción de siglos se perdió dencias: planes de ensanche entre 1925 y
en una gran irrupción convenientemente 1944, como el Bogotá Futuro, planes re-
ocasionada por el fuego. Una irrupción guladores modernos, entre 1938 y 1953,
que nació con mal augurio. y planes de soporte a la acción financiera
e inmobiliaria, desde 195758. Los planes
reguladores modernos que se elaboraron
Planes urbanos desde 1938 fueron los siguientes: el Plan
Vial de Karl Brunner de 1936, el Plan del
Los ritmos de transformación nunca vistos Centenario en 1938, el Plan Vial Soto-Ba-
en la ciudad vinieron con los planes urba- teman de 1944, el Plan Vial de la Socie-
nos, visiones generales sobre la ciudad que dad Colombiana de Arquitectos de 1945,
procuraban su correcto funcionamiento a el Plan Vial de la Revista PROA de 1946, el
través de su transformación. El nacimien- Plan Piloto de 1951 y el Plan Regulador de
to de la disciplina urbanística en la ciudad Wiener y Sert de 1953. A partir de estos
tenía un propósito principal: construir una planes, se gestaron las ideas y los proyec-
ciudad moderna. El significado que tuvo tos que buscaban, de diferentes maneras, la
la modernidad en nuestra ciudad ha sido modernización del centro de la ciudad y su
estudiado a profundidad, por lo tanto, no conexión con el tejido urbano que se había
nos detendremos en este aspecto. Los pla- construido con la expansión de la ciudad
nes urbanos tenían, por tanto, el propósito en las décadas anteriores. En estos planes
de la construcción de una imagen de mo- era explícita la necesidad de construir vías
amplias que atravesaran el congestionado
56 Archivo General de la Nación. Sección República. Fondo
Ministerio de Obras Públicas. Edificios Nacionales. 58 Alberto Saldarriaga. Bogotá siglo XX. Urbanismo, arquitec-
Correspondencia Bogotá. Parque Nacional. Legajo 293. tura y vida urbana (Bogotá: Departamento Administrativo
Folios 212-213. de Planeación Distrital, 2000): 82-159. Citado por Ana
57 El Tiempo. 30 de abril de 1936: 7. Montoya y Esteban Solarte (2017): 94.

165
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

centro Bogotano. Por su carácter totali- 1950 alcanzó Tres Esquinas en la Hortúa60,
zador, muchas veces contrario a las diná- continuando el eje definido por la Avenida
micas de la ciudad, estos planes contadas 7 de Agosto. En esta irrupción, la Plaza de
veces se han llevado a cabo completamen- los Mártires quedó torpemente dividida en
te. dos. Mientras la Avenida Caracas se abría
En 1939 el Departamento Munici- paso por el centro de la ciudad, una nueva
pal de Urbanismo, a cargo del ingeniero avenida se gestaba cuatro cuadras hacia el
Joaquín Martínez, elaboró el proyecto de oriente.
transformación para el sector del merca- Sin duda alguna, la mayor irrupción
do central, que planteaba la eliminación de Santa Inés a mediados de siglo XX fue la
del mercado en esta zona de la ciudad 59. apertura de la carrera Décima. La biogra-
La construcción de un centro cívico im- fía de esta avenida está narrada con detalle
plicaba la apertura de las manzanas entre por Carlos Niño y Sandra Reina en el libro
las calles 10 y 11, desde la Plaza de Bolívar La carrera de la modernidad. La Carrera Dé-
hasta la carrera 11. Además, se proponía cima en Bogotá (1945-1960) 61. El trazado
la apertura de dos calles diagonales, que de esta vía implicó la desaparición de edi-
conectaban el centro cívico con la Plaza ficaciones a lado y lado de la antigua ca-
de Nariño y con la Avenida 7 de Agosto, rrera 10ª, desde la calle 26 hasta la Avenida
respectivamente, rompiendo las manzanas Jiménez. Por otro lado, es interesante que,
que estaban hacia el occidente de la carrera en un principio, el trazado de la avenida,
11. Este proyecto no construido conserva- al sur de la Jiménez, contemplara la demo-
ba la iglesia de Santa Inés. lición tanto de San Juan de Dios como de
Lo que buscaban todos los planes Santa Inés. Sin embargo, al final se decidió
era romper el centro, caracterizado por afectar exclusivamente el costado occiden-
sus estrechas calles de origen colonial que tal. La Iglesia de San Juan de Dios se man-
impedían un tráfico fluido. En los planes a tuvo en pie, no corriendo Santa Inés con la
partir de 1944, principalmente en el Plan misma suerte.
Piloto y en el Plan Regulador, la iglesia de En 1946, el tercer número de la re-
Santa Inés, el último reducto del antiguo vista PROA publicó el proyecto de reno-
conjunto conventual, era un obstáculo vación urbana en la zona de Santa Inés
para la realización de los planes de la ciu- “Bogotá puede ser una ciudad moderna
dad. – reurbanización de la plaza central de
La apertura de la Avenida Caracas
se llevó a cabo a lo largo de la década de
60 Diego Buitrago. “La Caracas Escénica. Una calle bogotana
1940. La Avenida, en 1946, se había exten- para la sátira, la tragedia y la comedia” (Tesis de la Maestría
dido desde la calle 26 hasta la calle 13. En en Historia y Teoría del Arte, la Arquitectura y la Ciudad,
Universidad Nacional de Colombia, 2018): 211-214.
61 Carlos Niño Murcia y Sandra Reina Mendoza. La carre-
ra de la modernidad. Construcción de la Carrera Décima.
Bogotá (1945-1960) (Bogotá: Instituto Distrital de Patrimonio
59 William García Ramírez. Óp. Cit: 221-224. Cultural, 2010).

166
Prestissimo

mercado y de las 16 manzanas vecinas”62, verde, que “no es ni el Parque Monceau,


empapándose del entusiasmo que generaba ni el Central Park, ni los Jardines de Pa-
la prometedora construcción de la Avenida lermo”65:
Décima. Luz Amorocho, Enrique García,
José J. Angulo y Carlos Martínez propu- PROA con el deseo de colaborar en la em-
sieron la demolición del horrible sector presa “pone en Flandes esta primera pica” y
de la plaza de mercado un año antes de propone: Reurbanizar oficialmente el sector
que Osorio Lizarazo volviera a plantear más desaseado, el llamado Plaza de Merca-
de nuevo su necesidad inminente, descri- do, comprendido entre las calles 11 y 7ª y
biendo detalladamente las escenas que allí entre las carreras 9ª y 12-B. El conjunto son
cotidianamente ocurrían. Una nebulosa de 16 manzanas que claman por demolición,
connotación negativa sobre este lugar era incendio o terremoto. En esos terrenos se
omnipresente para la sociedad bogotana puede alojar, en edificios de 4, 6 y 8 pisos,
del momento. Sin embargo, tenía un po- seis veces la población actual, la que para co-
tencial de transformación importante, por modidad contaría con higiénicos almacenes
estar en el centro de la ciudad: y confortables apartamentos, y para su delei-
te, verdes jardines y alegres y anchas calles;
Sucede que en el centro de la ciudad están y como emolumento a tan meritoria obra, el
sus más desaseados y sórdidos barrios, pero su Municipio colocaría en su escarcela una bo-
existencia es una gran riqueza, una estupenda nita millonada.66
mina que puede y debe ser aprovechada por
la colectividad; se llama VALORIZACIÓN.63 Este ingenuo y optimista urbanismo
permite entender cómo, en ese momento,
Para los autores del proyecto, valo- se consideraba necesario una nueva forma
rizar significa urbanizar en el centro de urbana para poder transformar las imáge-
la ciudad: “[l]a operación para obtener nes contenidas en sus lugares. El carica-
grandes riquezas es sencilla, consiste en turesco contraste entre una pesadilla y un
valorizar por medio de urbanizaciones sueño, comparando las dantescas imáge-
oficiales, caracterizadas por anchas calles, nes de la plaza de mercado con las limpias
algunos sectores de la ciudad”64. De esta imágenes de los mercados modernos, rei-
manera, presentan su proyecto, que busca tera cómo las imágenes asociadas a la ru-
hacer tabula rasa para construir una serie ralidad también debían transformarse. En
de barras horizontales sobre una gran área 1947, la Ciudad del Empleado, publicada
en el séptimo número de PROA, plantea-

62 PROA n° 3 (1946): 15-26.


63 PROA n° 3 (1946): 16. 65 Ibid.: 21.
64 Ibid. 66 Ibid.: 16.

167
Figura 53. Facsimilar de PROA n°3, 1946: 20.

168
Figura 54. Facsimilar de PROA n°3, 1946: 21.

169
Figura 55. La ciudad del empleado en Bogotá. Proyecto de los arquitectos Jorge Gaitán, Álvaro
Ortega, Gabriel Zolano, Augusto Tobito y Alberto Iriarte. PROA n° 7, 1947: 7 y 9.

170
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

ba un proyecto de condiciones similares tura republicana, cuyo valor de permane-


entre la Décima y la Caracas y las calles cer en el escenario urbano no reconoce (el
4a y 9a. Palacio de la Gobernación, por ejemplo, le
Si los proyectos de PROA manifiestan resulta feo).
el entusiasmo de la tabula rasa moderna, el En 1953 se llevó a cabo la anhelada
plan para el centro de Bogotá de Angiolo demolición de la Plaza Central de Merca-
Mazzoni, desarrollado entre 1951 y 1953, do, pues el aprovisionamiento de abastos
rescata los valores de la arquitectura histó- centralizado en el centro de Bogotá resul-
rica -colonial- a partir de la noción de mo- taba cada vez más inoficioso e inoperante.
numento y de su integración a un nuevo La irrupción que había permitido la cons-
tejido urbano. El interés de Mazzoni “no trucción del elegante edificio que hoy la
estuvo en la transformación de la ciudad, ciudadanía añora había dado resultados
al contrario, se mantuvo en la observa- fugaces. Ese sería el destino de Santa Inés
ción minuciosa y prudente de la relación unos años después, tras haber sido objeto
espacial de monumentos arquitectónicos de polémicas que abogaban por su conser-
como lugares de memoria, donde cobró vación. El péndulo entre los ejercicios de
gran valor la experiencia del habitante”67. lectura y reescritura del espacio urbano es-
Este plan, que abarca todo el centro de la taba presente en Santa Inés.
ciudad, coincide justamente con los pri-
mordios de la configuración de un centro
histórico, incluyendo diferentes conjuntos Polémicas
de arquitectura histórica que se ven poten-
ciados por las intervenciones que Mazzoni La dualidad entre los proyectos de PROA y
plantea. el plan de Angiolo Mazzoni es manifesta-
De esta manera, Mazzoni pensó “la ción de la tensión que se vivía en el ímpetu
Carrera 10ª como eje histórico-artístico modernizador de la ciudad en la primera
de la capital”, cuyo remate sería la iglesia mitad de siglo XX que, justamente, generó
de Santa Inés. Una plazoleta y una serie de una reacción que defendió la arquitectura
arcadas para recorridos peatonales la vin- histórica a partir la década de 1930. Duran-
cularían espacialmente con las iglesias de te la república liberal, entre 1930 y 1946, la
San Juan de Dios y La Concepción. Maz- polémica entre los liberales y los conserva-
zoni reconocía el carácter monumental de dores utilizó el terreno de la conservación
la arquitectura colonial; sin embargo, no de la arquitectura como escenario de dis-
piensa de la misma forma de la arquitec- cusión política, según menciona Catalina
Muñoz, pues “al apoyar las demoliciones
en nombre de la modernización, los libe-
67 Ana Patricia Montoya Pino y Esteban Armando Solarte
Pinta. “Construir sobre lo construido. Una idea de ciudad rales reclamaban un lugar privilegiado en
moderna”, en Angiolo Mazzoni. Acercamiento de la cultu-
ra arquitectónica en Colombia (1948-1963), editado por
la historia nacional como los líderes del
Olimpia Niglio (Bogotá: Ediciones UTadeo, 2017): 95.

171
Figura 56. Angiolo Mazzoni. Dibujo de la plazoleta a lo largo de la Carrera Décima con el conjunto de las iglesias Santa Inés,
San Juan de Dios y la Concepción, 1951. Fuente: Museo MART, Archivo Angiolo Mazzoni (en Montoya y Solarte: 99).

Figura 57. Angiolo Mazzoni. Dibujo de intervención del Centro Histórico sobre un plano de Bogotá, 1948. Fuente: Museo
MART, Archivo Angiolo Mazzoni (en Montoya y Solarte: 101).

172
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

progreso, legitimando su poder político”68. monumento. A su vez, en el Registro Mu-


Sin embargo, según la autora, las políticas nicipal, en los años 30, hacían “especiales”
liberales fueron efectivamente continuis- sobre la arquitectura colonial de la ciudad,
tas de las reformas modernizadoras de los denominados “Estampas de Santafé y Bo-
gobiernos conservadores. La pregunta por gotá”71. La dimensión de la polémica por la
la conservación se hizo efectiva solo hasta conservación de la arquitectura colonial se
la llegada de los liberales, quienes defen- hace cada vez más evidente y explícita en
dían el progreso de la ciudad frente a los diferentes espacios.
conservadores, que comenzaron a exaltar El 27 de diciembre de 1933, Karl
los vínculos con el pasado hispánico que Brunner, recién llegado a Bogotá, conce-
manifestaba la arquitectura de ese tiempo. dió una entrevista a El Tiempo desde su
La arquitectura colonial entendida como primera posada en el Hotel Pacífico. En
remanso frente a la hipermodernización esta entrevista menciona que en la ciudad
de la ciudad implica un tono nostálgico no existe propiamente ni la arquitectura
evidente. colonial ni la arquitectura moderna, pero
En efecto, ya había sido demolido el sí una arquitectura bogotana cuyo valor
claustro de Santa Clara a comienzos de la debería garantizar su permanencia en la
década de 1910, y la demolición del claus- ciudad:
tro de Santa Inés no parece haber generado
mayor interés. Sin embargo, la demolición - Quiere usted decirnos, doctor, qué impre-
del claustro de Santo Domingo a partir de sión le ha causado Bogotá, como ciudad mo-
mayo de 1939 y la de iglesia en 1946 69 gene- derna?
raría un fuerte impacto entre la población.
La Academia Colombiana de Historia y - Francamente, todavía es muy temprano
la Sociedad de Mejoras y Ornato interce- para adelantar concepto alguno sobre este
dieron fuertemente por su conservación. delicado punto. Sin embargo, en los paseos
La Academia Colombiana de Historia fue que he venido haciendo he podido obser-
fundamental para construir escenarios var que, entre todas las ciudades de Améri-
para la valoración del patrimonio en Co- ca que conozco, que son muchas, me pare-
lombia70, justamente a partir de la idea de ce que Bogotá es la que tiene características
más homogéneas y propias. Aquí no existe el
estilo propiamente arquitectónico colonial,
68 Catalina Muñoz Rojas. “Redefiniendo la memoria nacio-
nal: debates en torno a la conservación arquitectónica en ni tampoco el moderno. Es una arquitectu-
Bogotá, 1930-1946”. Historia Crítica, n°40 (enero-abril de
ra que debiéramos llamar bogotana, que se
2010): 23.
69 Sobre la demolición del Convento de Santo Domingo, debe indiscutiblemente al clima, altura y ca-
consultar Liliana Rueda Cáceres. Modernización urba-
na y monumentos históricos. El caso de la demolición del
antiguo Convento de Santo Domingo. Bogotá 1925-1946 Inmueble”. Ensayos. Historia y Teoría del Arte n°24 (2012):
(Bucaramanga: Ediciones UIS, 2013). 134-154.
70 Juanita Barbosa. “El papel de la Academia Colombiana 71 Ver Registro municipal. Año LIII n° 7 (15 de abril de 1933) y
de Historia en la Conservación del Patrimonio Cultural Año LVII n° 106 (31 de mayo de 1937).

173
Prestissimo

racterísticas raciales, pero que, en todo caso, apartado Portadas y puertas, incluye las de
debe conservarse y cultivarse como la más la Iglesia de Santa Inés, de las que hace un
apropiada para la ciudad futura, y así deben análisis de su forma e incluye dos fotos (fi-
indicarlo los profesores de la materia, en la guras 28 y 30).
Facultad de Ingeniería.72 Guillermo Hernández de Alba, de
la Academia Colombiana de Historia, fue
Si bien Brunner no denomina a la uno de los grandes defensores de la con-
arquitectura bogotana como colonial, en servación de la arquitectura colonial. En
los años posteriores hubo un estudio im- una serie de documentos mecanografia-
portante sobre la arquitectura del período dos, Hernández de Alba describe y valo-
colonial y su defensa, principalmente por ra algunas iglesias coloniales de Bogotá,
académicos, historiadores y antropólogos, junto con sus calles, pues “[n]ada hay tan
que vieron en la arquitectura pasada un amable en una ciudad de ímpetu moderno
signo de identidad importante. Este fue el iconoclasta como sus calles viejas. Las que
caso de Santa Inés, cuyo valor como arqui- parecen ocultarse a la demoledora pica, se
tectura fue reconocido en diferentes docu- refugian en la parte alta y sur de la ciudad
mentos. antigua, silenciosas, errumbrosas, diríase
Alfredo Ortega, en Arquitectura de tendidas, fatigosamente venciendo cuestas
Bogotá, menciona la inconveniente verti- y hondonadas […]”74. Una de las iglesias
calización de la ciudad en los años 20, y que describe es Santa Inés, edificio cuya
añora la ciudad de la colonia. Exalta la ar- conservación defendió en múltiples instan-
quitectura tradicional bogotana -colonial- cias y para lo que escribió varios artículos.
por sus cualidades vinculadas a un pasado Sin embargo, no menciona ni su situación
bucólico, rechazando la arquitectura que ni sus circunstancias en el escenario urba-
tiende a verticalizarse en un trazado obso- no bogotano de mediados de siglo XX . De
leto que, no obstante, presenta varias cua- Santa Inés dice lo siguiente:
lidades: “La arquitectura colonial, al huir
de la pica demoledora que la persigue de Su aspecto exterior, como el de Santa Clara,
continuo, se ha refugiado en la parte alta presume de fortaleza. Son dignas de atención
de la ciudad, donde pueden verse aún ca- las dos portadas de cantería. La arquitectura
lles de estilo pintoresco, estrechas y sinuo- muestra originalidad por estar sostenida toda
sas, sobre las cuales se levantan enormes la fábrica por dos ámbitos que demarcan al
caserones, de estructura tosca y pesada”73. ámbito. La interesante decoración interior es
Desde la perspectiva de los estilos, en el obra de maestros y artesanos conocidos, que

72 “Brunner declara que hay en Bogotá arquitectura propia”. 74 Guillermo Hernández de Alba. “Arquitectura colonial”.
El Tiempo (28 de diciembre de 1932): 1 y 12. Manuscrito. Biblioteca Luis Ángel Arango. Libros Raros y
73 Alfredo Ortega. “Arquitectura de Bogotá”. En Anales de inge- Manuscritos. Fondo Guillermo Hernández de Alba, s.f. (¿c/a
niería n° 373 y 374, 1924: 286. 1950?).

174
Figura 58. Puerta de Santa Inés. En Alfredo Ortega. Arquitectura de Figura 59. Portada de Santa Inés. En Alfredo Ortega. Arquitectura de
Bogotá (Figura 28). Bogotá (Figura 30).

175
Figura 60. Interior de Santa Inés. En Francisco Gil Tovar. Trayecto y signo del arte en Colombia (1957).

176
Prestissimo

labraron en el siglo XVIII el sobrio altar, los había tanta polémica entre su conservación
florones y veneras del atrayente artesonado, y la construcción de la ciudad moderna,
las tallas del revestimiento del arco toral. Un no es casualidad que hayan surgido múl-
clérigo artista hizo los tableros del púlpito y tiples estudios de arte y arquitectura colo-
algunas de las imágenes coloniales. En esta nial, como los de Francisco Gil Tovar, Luis
iglesia fue enterrado –el 11 de septiembre de Duque Gómez, Guillermo Hernández de
1808- el sabio naturalista español José Celes- Alba y, posteriormente, los de Alberto
tino Mutis, de nombre inmortal. 75 Corradine y Jaime Salcedo, coincidiendo
con el nacimiento de la disciplina de la
La descripción de Hernández de restauración en Colombia. La restauración
Alba se enmarca en las corrientes de la his- surgió al ver cómo diferentes irrupciones
toria del arte del momento sobre arte co- promovían la caída de edificios coloniales
lonial, que analizan los elementos formales que, en muchos casos, pretendían cambiar
del arte de forma taxonómica. Francisco las imágenes que contenían.
Gil Tovar es otro autor que se guía por
estos principios estilísticos, quien señala
cómo ciudades como Tunja conservan aún La aceleración f inal
un carácter colonial, y sus templos “no sólo
no están desplazados y aplastados como los La última irrupción que se presenta en esta
de Bogotá, sino que parecen presidir aún la variación es la construcción de la Carrera
tranquila vida local”76. De Santa Inés des- Décima. El edificio de la Imprenta Nacio-
taca estos aspectos: nal, que no alcanzó a cumplir 20 años en
pie, fue demolido junto con muchos otros
Ilustración IX . Interior del templo de Santa para dar paso a la Décima. La presencia
Inés. Segunda mitad del siglo XVII . Demo- de la iglesia de Santa Inés, sin embargo,
lido en 1956-57. Bogotá. Los florones del era un elemento en tensión con la cons-
alfarje, obra de los artesanos Marcos Suárez trucción de esta amplia y moderna vía. La
y Francisco de Ascucha, así como el retablo cronología de esta confrontación la relatan
principal de Pérez del Barco, mantienen, con precisos detalles Carlos Niño y Sandra
dentro de su mudejarismo y barroquismo, el Reina en su libro78. Diversas voces sona-
equilibrio renacentista.77 ron en defensa de esta reliquia colonial79:
se mencionaba que la iglesia se demolería
En este momento, en el que se esta- “porque sí”, pues “los monumentos que tie-
ba destruyendo la arquitectura colonial y nen un valor histórico, mayor o menor, no

75 Ibid.
76 Francisco Gil Tovar. Trayecto y signo del arte en Colombia 78 Carlos Niño Murcia y Sandra Reina Mendoza. Óp. Cit.
(Bogotá: Ministerio de Educación Nacional, División de 79 Guillermo Hernández de Alba. “Cenizas de la patria. La
Extensión Cultural, 1957): 22. Iglesia de Santa Inés”. El Tiempo, 12 de septiembre de 1952:
77 Ibid.: 24. 4.

177
Figura 61. Facsimilar de la revista Semana n°536. 1 a 8 de marzo de 1957: 11.

178
Prestissimo

se tumban”80. Se sugería hacer una rotonda Cuando en Andante se hacía referen-


que desviara el tráfico, conservando Santa cia al carácter móvil de la arquitectura, no
Inés en su centro. Sin embargo, es posible se hacía referencia, precisamente, a casos
que para los padres redentoristas resultara sonados, como el del edificio Cudecom
mejor asentarse en un nuevo lugar alejado o la casa Santa Clara de Monserrate, que
de los sensibles inconvenientes que tenía fueron trasladados para dar paso a nuevos
este, nuestro antiguo borde occidental espacios para la movilidad vehicular de la
de la ciudad histórica, que recientemente ciudad. Se hacía referencia a que, dadas las
había sido sobrepasado. circunstancias, la arquitectura se trans-
La demolición de la iglesia inició el forma muy rápidamente. Sin embargo, el
14 de noviembre de 1956 81; sin embargo, lo sentido más literal de lo móvil sí ocurre en
que permitió detenerla durante un tiempo Santa Inés, pues muchos de los elementos
fue la necesidad que manifestó la Acade- materiales que la constituían se reutili-
mia Colombiana de Historia, justamente, zaron en la iglesia de San Alfonso María
de encontrar los restos mortuorios de José de Ligorio para los padres redentoristas y
Celestino Mutis, que se hallaban enterra- en la restauración que se hizo de la Casa
dos bajo el suelo de la iglesia. El arqueó- del Florero en 1960 84. La persistencia de
logo Luis Duque Gómez fue el encargado las formas materiales constituye, efecti-
de hacer los levantamientos y excavacio- vamente, una forma de persistencia de la
nes para encontrarlos. La tumba del Sabio memoria.
Mutis fue encontrada entre decenas de En 1954, dos años antes de comen-
otras tumbas en febrero de 195782. De esta zar la demolición de la iglesia, Alfredo Ro-
manera, la piqueta demoledora llevó a la dríguez Orgaz elaboró el proyecto “iglesia
desaparición de la iglesia de Santa Inés el 3 y convento de Santa Inés de los RR PP re-
de abril de 195783, después de tres siglos de dentoristas”, que se construiría en el lote
presencia física en el escenario urbano. La que Roma autorizó comprar a la congre-
imagen de esta iglesia colonial moderni- gación en el nuevo barrio de La Soledad.
zada, enfrentándose al ángel de la historia, Lo particular de este proyecto, además del
es la que se ha conservado en la memoria clasicismo ecléctico de Rodríguez Orgaz
de la ciudad, al ser retratada por Paul Beer en plena década de 1950 y su construcción
antes de su demolición. en espejo respecto del proyecto, es que en
la planimetría se hace explícita la inclusión
de varios retablos preexistentes, así como
80 Emilia Pardo Umaña: “Las viejas iglesias. El templo de
una reconstrucción del arco toral del tem-
Santa Inés”. Intermedio, 25 de mayo de 1956: 4 plo colonial85. En algún momento, la igle-
81 El Tiempo, 15 de noviembre de 1956: 3.
82 Luis Duque Gómez. El descubrimiento de la tumba del Sabio
Mutis. Informe sobre las excavaciones practicadas en el anti-
guo Templo de Santa Inés. Prólogo de Guillermo Hernández 84 Revista del Ministerio de Obras Públicas, Bogotá, 1962.
de Alba (Bogotá: Academia Colombiana de Historia, 1960): 85 Biblioteca Luis Ángel Arango. Libros Raros y Manuscritos.
83 Intermedio (3 de abril de 1957): 1. Archivo Alfredo Rodríguez Orgaz.

179
Figura 62. Alfredo Rodríguez Orgaz. Corte transversal. Iglesia de Santa Ynes para los PPRR (1954). Fuente:
Archivo Alfredo Rodríguez Orgaz. Libros raros y manuscritos. Biblioteca Luis Ángel Arango.

Figura 63. Alfredo Rodríguez Orgaz. Corte longitudinal. Iglesia de Santa Ynes para los PPRR (1954). Fuente:
Archivo Alfredo Rodríguez Orgaz. Libros raros y manuscritos. Biblioteca Luis Ángel Arango.

180
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

sia cambió su nombre a San Alfonso María meritoria para la estética”86. Pero en 1956
de Ligorio, en honor del fundador de la todo cambió. No fueron las columnas que
congregación del Santísimo Redentor, y debían demolerse para hacer andenes, sino
se construyó en simetría especular respec- la iglesia entera para dejar pasar una ave-
to de los planos dibujados por Rodríguez nida de 40 metros de ancho, que permi-
Orgaz. Actualmente está en la memoria tiera, por fin, el saneamiento enmascarado
de la ciudad que Santa Inés se trasladó a de modernidad de este lugar de la ciudad.
San Alfonso y, efectivamente, ahí se pue- Lo que no se tuvo en cuenta fue la persis-
den ver los retablos, celosías, dos portadas tencia de una memoria acumulada durante
de piedra, el arco toral y una sutil adap- siglos.
tación de la cubierta del antiguo templo El proyecto que significaba la carre-
colonial. Si rescatar obras de arte (pintu- ra Décima como hecho urbano, configu-
ras, esculturas e, inclusive, retablos) puede rado por altas torres de volúmenes y líneas
ser una tarea relativamente sencilla, resulta puras, no se construyó definitivamente,
bastante particular que se hayan recupe- sobre todo hacia el sur de la Avenida Ji-
rado elementos eminentemente arquitec- ménez. Hoy en día existen arquitecturas
tónicos, que constituían parte de la iglesia previas a las que se pretendía construir con
tanto como sus muros. De esta manera, la la apertura de la avenida, como la iglesia
iglesia de San Alfonso conserva en su espa- de San Juan de Dios o el Pasaje Rivas, en
cio interior la memoria material de Santa el costado oriental. Sin embargo, una vez
Inés, como huellas, rastros o indicios de la se terminó la avenida, ya no estaban ni el
presencia de otra iglesia desaparecida. Cuál Hospital San Juan de Dios, ni la Plaza de
fue la cronología precisa de este tránsito y Mercado, ni las Bethlemitas, ni la Impren-
sus motivaciones particulares es aún una ta Nacional ni la iglesia de Santa Inés. En
incógnita porque, actualmente, los padres todo caso, su presencia ha resonado hasta
redentoristas no parecen muy dispuestos a nuestros días en su memoria contenida en
abrir las puertas de su archivo a investiga- este lugar de la ciudad.
dores. La estructura formal que determinó
La defensa de Santa Inés no pros- la arquitectura del conjunto conventual de
peró. En 1919, la Secretaría de Obras Pú- Santa Inés permaneció sin mayores modi-
blicas Municipales solicitaba a la Sociedad ficaciones hasta su demolición. Las refor-
de Embellecimiento su concepto para la mas para el mantenimiento del claustro
demolición de columnas del frontis de la fueron constantes, si bien se sabe que se
iglesia de Santa Inés para hacer andenes. hicieron adecuaciones importantes para
La Sociedad de Embellecimiento no lo convertirlo en sede de la Escuela de Medi-
emitió, por “tratarse de destruir una obra
antigua, y no creyendo que con la destruc-
ción proyectada fuera a hacerse una labor 86 Archivo Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá. Acta
de la sesión del 19 de agosto de 1919 de la Sociedad de
Embellecimiento. Libro 4. Folio 21.

181
Prestissimo

cina y, posteriormente, para hacerlo esta- modas, se manifestarían eventualmente,


blecimiento de la Imprenta Nacional. Por pese a los intentos de eliminarlas, por su
otro lado, la modificación más importante larga duración.
de la iglesia de la que se tenga registro fue Santa Inés se ha configurado como
la desconcertante remodelación de la fa- una pieza urbana que resulta incómoda
chada sobre la calle 10. La demolición del para la planeación de la ciudad. Su ambi-
claustro de Santa Inés no es un caso aisla- gua ubicación como periferia del centro la
do, pues casi todos los claustros coloniales hace objeto de deseos fetichistas de trans-
sucumbieron ante la piqueta demoledora formación de su imagen, justamente por
en diferentes momentos de la primera su cercanía al centro que sí es “de mos-
mitad del siglo XX (de los claustros co- trar”, justamente en consonancia con la
loniales, solo se conservan las aulas de San configuración de un centro histórico. Esta
Agustín, las aulas de los jesuitas, el claustro memoria del deseo de transformación de
del Rosario, el de los candelarios y el de las sus imágenes, de su carácter y de su voca-
Aguas). Sin embargo, la demolición de la ción se ha impreso en su historia repetidas
iglesia fue polémica porque, por un lado, veces. ¿Hasta cuándo los tiempos veloces
la demolición de los claustros, ya despo- seguirán irrumpiendo en la memoria de
jados de su antigua vocación religiosa, no este lugar de la ciudad?
implicaban tanta polémica ni herejía como
la demolición de las iglesias, aún casas de
Dios; por otro, todavía traía a la memoria
la reciente demolición de Santo Domingo.
Si bien la destrucción de Santa Inés signi-
ficó para muchos la pérdida de un edificio
colonial de gran importancia, la necesidad
de transformar el carácter de los luga-
res aledaños se impuso sobre el valor que
podía tener una pieza de arquitectura del
pasado.
Por supuesto, la memoria de las
irrupciones tiene que ver con las formas en
las que la ciudad ha lidiado con sus lugares
problemáticos, siendo las irrupciones más
potentes las llevadas a cabo durante la se-
gunda mitad del siglo XX y los albores del
siglo XXI. Las memorias de la carnicería,
del hospital, de los ríos, presencias incó-

182
Figura 64. Mapa Teatro. Testigo de las ruinas (fragmento) 2005.
CODA

La persistencia de la memoria

= 80 ppm

Santa Inés continúa en el centro de Bogotá, al occidente de La Candelaria.


Ya nadie recuerda de dónde viene su nombre, pues su existencia está puesta
en entredicho. Ahora no están ni la Plaza Central de Mercado ni el Hospital
San Juan de Dios, solo quedan la iglesia del monasterio de La Concepción
y las imperceptibles huellas del río San Francisco en el trazado de algunas
sinuosas callejuelas de San Victorino. Todo se ha demolido. En apariencia,
todo ha cambiado. Y, aunque la memoria que se ha querido construir ha
buscado dar un nuevo sentido a este lugar vacío, la memoria que se ha acu-
mulado durante siglos en el espacio persiste tercamente.

Resonancias en crescendo de un lugar de martirio

La aparente paradoja de esta historia es que, una vez se demolieron la igle-


sia y el claustro, se haya comenzado a llamar barrio Santa Inés al borde
occidental de la ciudad histórica, del que hemos estado hablado a lo largo
de este texto, ahora configurado por sus nuevos límites con el oriente y
el occidente, la Décima y la Caracas. Sin embargo, si se tiene en cuenta
cómo las irrupciones han definido la memoria de este lugar, no resulta tan
paradójico. La situación de Santa Inés hacia el occidente permitió construir
una relación de sentido entre su nombre y el borde occidental como hecho
periférico. En ese sentido, en el movimiento final de esta composición

184
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

estudiaremos las resonancias contenidas en torno a este barrio Santa Inés


y otras irrupciones que se siguen planteando en torno a esta nebulosa de la
ciudad.
Existe el mito de que el barrio “se dañó” una vez se demolió la iglesia
de Santa Inés, como si una maldición hubiera caído por la herejía cometida.
Sin embargo, en los anteriores capítulos hemos demostrado cómo la con-
notación negativa estaba presente desde hacía tiempo. En 1958, San Victo-
rino era descrito como una “zona irredenta”1: prostitución, cafés, coperas,
hoteluchos donde se llevaban a cabo actividades ilícitas y vida nocturna
caracterizaban a las calles cercanas a la antigua plaza, que se había amplia-
do recientemente. El 6 de marzo de 1959, Agustín Maldonado enviaba al
correo de El Tiempo comunicación epistolar en la que ponía de manifiesto
la necesidad de sanear toda la “zona negra” de Bogotá, cuyos límites define
entre las calles 7 y 13 y entre las carreras 10 y 212. Ese calificativo perdu-
raría en la prensa bogotana de la década de 1960, bajo una característica
noción periférica y arrabalera extendida ad infinitum en el tiempo. En un
reporte del 1 de abril de 1967 del mismo periódico, se insistía en su carácter
delictivo y en la inminente necesidad de su erradicación:

EN UNO DE LOS MÁS PELIGROSOS SECTORES DE LA CIUDAD


se ha convertido la zona de la carrera 11, entre calles 8ª a 11. La calle 10, de
la carrera 11 a la 14 y la calle 9ª, entre las mismas carreras mencionadas, es
nido de gentes indeseables, mujerzuelas, raponeros, etc., que urge erradicar,
en una campaña de saneamiento indispensable, de un lugar ubicado en pleno
centro de la ciudad. 3

La antigua finca de La Estanzuela se había urbanizado desde la dé-


cada de 1940. Por tanto, la pieza urbana que configuraba históricamente
Santa Inés, de carácter de borde y arrabalero, ya no era una periferia de la
ciudad construida. En ese sentido, conservaría este carácter periférico con
el surgimiento del notorio fenómeno de la Calle del Cartucho, objeto de
repetidas denuncias por parte de la prensa a lo largo de la década de los
noventa. En 1942, Ximénez escribía una crónica de esta calle: aunque ya
habitaban personas miserables4, tenía aún “sabor colonial”. Sin embargo,
toda idea sobre lo colonial debe tratarse con cuidado. Como se ha explicado

1 Carlos Cabrera Lozano. “San Victorino, una Zona Irredenta”. El Tiempo. 30 de enero de 1958: 9.
2 Agustín Maldonado. “Saneamiento de un Sector”. Correo de El Tiempo, 6 de marzo de 1959: 16.
3 “Zona “Negra” en Pleno Centro”. El Tiempo, 1 de abril de 1967: 10.
4 José Joaquín Jiménez “Ximénez”: “Relato de la Calle del Cartucho”. El Tiempo, 7 de noviembre de 1942: 4
y 6.

185
Coda

a lo largo del documento, las calles cercanas al río San Francisco, hacia el
occidente, eran característicamente suburbanas hasta bien entrado el siglo
XIX .
Algunas voces explican el surgimiento del Cartucho a partir de la
apertura de las avenidas Décima y Caracas en el centro de la ciudad, vías
modernas que se configuraron como fronteras invisibles y habrían frag-
mentado esta zona rompiendo cualquier posibilidad de continuidad con
el tejido urbano contiguo. Otra de las explicaciones que se suelen dar para
explicar el deterioro de Santa Inés es el de ser un punto de afluencia de via-
jeros, promovido por la presencia de una terminal de transportes intermu-
nicipales sobre la Caracas. Por ejemplo, Olga Lucía Pico, antigua habitante
del Santa Inés, entrevistada por Ingrid Morris, “recuerda que su tía tuvo un
motel y que su mamá le contaba cómo entre los años treinta y los cuarenta,
ella, su madre, se crio en el Hotel Doima, que era una residencia de paso a
donde llegaban los conductores de las empresas de transporte”5. La memo-
ria de itinerancia, que se había configurado desde tiempos coloniales por su
relación con el territorio hacia el occidente y por la consecuente presencia
de viajeros, de clase baja, se seguía manifestando durante las décadas cen-
trales del siglo pasado:

La Plaza de los Mártires, ubicada entre la calle 10ª y la 11 con carreras 13


y 15, era a finales de los años cuarenta, el paradero de buses que llegaban y
salían de la ciudad. En 1953 el cronista González Toledo informó que más
de doscientos buses entraban diariamente a este lugar de la ciudad. Describió
como esta cualidad fomentaba la expansión de un conglomerado de servicios
de hostería y lugares de piquete, frecuentados por los choferes y viajeros que
arribaban a la zona, siendo el ingreso y circulación de viajeros un factor que
convertía el territorio en un terreno atractivo para el robo, el embuste y la
prostitución.6

Las feas imágenes humanas del arte de la memoria perduraron pese


a la nueva secuencia ordenada de lugares de la ciudad, producto de la ex-
pansión urbana y de las transformaciones en la ciudad construida. Santa
Inés, que ya había perdido su vocación periférica para ser pleno centro de la
ciudad, conservaba una persistente connotación negativa. En ese sentido,
durante la segunda mitad del siglo XX se plantearon diferentes iniciativas
de transformación de la zona, que incluían, desde luego, proyectos de re-

5 Ingrid Morris. En un lugar llamado El Cartucho (Bogotá: Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, 2011): 35.
6 María Atuesta Ortiz. “La ciudad que pasó por el río”. Territorios n°25 (2011): 204-205.

186
Coda

novación urbana7. En 1972, la manzana de Santa Inés se había demolido


por completo y la que ocupaba la Plaza Central de Mercado continuaba
vacía8. Las irrupciones en Santa Inés han pretendido, justamente, construir
un lugar vaciado, despojado de todo contenido real, transformando radi-
calmente la vocación y la connotación que lo han caracterizado histórica-
mente.
En los capítulos centrales de la tesis he estudiado cómo las diferentes
presencias en torno a Santa Inés configuraron una constelación de eventos
que funcionarían como fundamento histórico para la emergencia de fenó-
menos complejos que constituyen, esencialmente, el persistente y eterno
retorno al lugar periférico: las chicherías de antes son las ollas de expendio
de estupefacientes actuales, en versión metápolis contemporánea del tercer
mundo. Las teorías higienistas del siglo XIX y de comienzos del siglo XX se
volcaron en la higiene moral y legal, mientras en el presente el saneamiento
se sigue repitiendo, enmascarado de “renovación urbana”. Santa Inés, du-
rante la segunda mitad del siglo XX , continuó como el lugar del martirio
de la ciudad, un martirio extremo, donde todo lo más terrible tenía lugar.
A finales de siglo, esta situación se tornó insostenible para la administra-
ción, y tuvo que llevar a cabo lo que se había planteado 60 años antes: su
demolición.

La memoria del Cartucho: entre la desaparición y la


conmemoración

La intervención en la Calle del Cartucho, demolida junto con el barrio


Santa Inés, comenzó con una decisiva arremetida de la fuerza pública lle-
vada a cabo por la primera administración de Enrique Peñalosa, para la
construcción del parque Tercer Milenio. Este parque está constituido por
16 hectáreas de las 251 hectáreas propuestas del polígono del Acuerdo 6 de
1990, que definió las políticas de renovación urbana para Bogotá, políticas
que “[…] tenían como fundamento el fomento a la inversión extranjera y
el impulso al gran capitalismo”9, es decir, la gentrificación, basándose en la

7 Por ejemplo, ver Unidad Coordinadora de Programas Especiales “Plan Centro”. Programa para la recupera-
ción urbana del sector de San Victorino – Santa Inés (Bogotá: Alcaldía Mayor de Bogotá, 1993).
8 Aerofotografía del vuelo C-1415 de 1972. Bogotá. Un vuelo al pasado (Bogotá: IGAC y Villegas Editores,
2010): contraportada.
9 Carlos Martín Carbonell Higuera. “El reordenamiento del espacio urbano en el sector de San Victorino y
Santa Inés (Bogotá) en relación con las dinámicas de informalidad y marginalidad (1948-2010)”. Territorios
n°24, 2011: 133.

188
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

construcción de espacios públicos para erradicar el desorden10. Los límites


de este nuevo equipamiento de escala metropolitana están configurados
por la carrera 10ª y la avenida Caracas, y las calles 6ª y 9ª, si bien las man-
zanas entre las calles 9ª y 10ª también fueron parte de la demolición y, aún
hoy en 2020, no se han construido completamente. En ese sentido, esta fue
una “intervención incompleta”.
Es difícil encontrar en el repertorio de ciudades latinoamericanas es-
cenarios similares de degradación y violencia que, además, hayan tratado
de resolverse a través de irrupciones rápidas y decisivas. La demolición del
Cartucho y la construcción del Parque Tercer Milenio no tiene operación
comparable en suelo latinoamericano. Es solo superada por la grandilo-
cuente demolición de Kowloon, el hiperdenso vecindario en Hong Kong,
en la década de 1990, en donde ahora se emplaza el Kowloon Walled City
Park.
El parque Tercer Milenio se comenzó a gestar desde 1998, junto con
otras intervenciones que la administración Peñalosa llevó a cabo en el cen-
tro de la ciudad: el desalojo de las casetas de la Plaza de San Victorino y
la construcción del Eje Ambiental en la Avenida Jiménez. Tras diversos
enfrentamientos entre la policía y sus habitantes, se adquirieron los predios
y se demolieron todas las construcciones de dieciséis manzanas históricas,
a excepción de Medicina Legal y el Colegio Santa Inés, con el pretexto de
eliminar la delincuencia y borrar de la memoria de la ciudad uno de los
episodios más absurdos de su historia reciente. El parque, en el que difícil-
mente se encuentran huellas físicas pasadas, se inauguró en 2004. El único
rastro persistente de la iglesia de Santa Inés en el espacio físico que ocupaba
es el nombre del barrio como unidad de planeamiento zonal -UPZ- de la
localidad de Santa Fe, que comprende la zona de San Victorino, hasta la
calle 13, y el mencionado parque.
La violencia que implicó no solo la tétrica historia que tuvo lugar en
el barrio Santa Inés, sino también la expulsión de sus habitantes, motivada
por el deseo de la ciudad de sanear para construir una imagen particular de
ciudad, fue la motivación de Mapa Teatro, agrupación liderada por Heidi
y Rolf Abderhalden, para llevar a cabo un ejercicio de construcción de me-
moria en torno al Cartucho y al barrio Santa Inés en el momento de su des-
trucción 11. Este fue una iniciativa, justamente, en el ámbito de las poéticas

10 Federico Pérez. “Peopling space: contemporary redevelopment in Bogotá” (openDe-


mocracy, 2013). Recuperado de https://www.opendemocracy.net/en/opensecurity/
peopling-space-contemporary-redevelopment-in-bogota/
11 José Antonio Sánchez. “C’úndua” (Documento inédito, 2005). Recuperado de http://archivoartea.uclm.es/
textos/cundua/

189
Coda

contemporáneas de la memoria mencionadas en Andante. El proyecto reci-


bió el nombre de C’úndua, e implicó un proceso de creación intersubjetiva
que incorporó a los antiguos del barrio con sus diversos afectos. Durante
cuatro años, Mapa Teatro llevó a cabo “C’undua, un pacto por la vida”
(2001), “Prometeo, Acto I y II” (2002-2003), “Re-corridos” (2003), “La lim-
pieza de los establos de Augías” (2004) y “Testigo de las ruinas” (2005),
experiencias retomadas en “Archivo vivo” (2011). Estas obras se valieron de
fragmentos materiales, registros filmográficos, relatos y de la participación
de personas que contribuyeron a la reconstrucción de la memoria de este
barrio, a través de las poéticas transdisciplinarias de las artes vivas que ca-
racterizan las exploraciones de Mapa Teatro12. Sobre “Testigo de las ruinas”,
Hernando Valencia Villa menciona lo siguiente:

[…] Testigo de las ruinas es antropología moral en estado puro, es decir,


recreación reflexiva de las peripecias de los desechables y desheredados de
la tierra, atrapados en la vorágine del llamado «desarrollo urbano», que en
ciudades como Bogotá y países como Colombia no ha sido otra cosa que un
incesante proceso de demolición y de exclusión. Y esta vívida reconstrucción
de la destrucción de la calle del Cartucho y del barrio Santa Inés se vale del
viejo y del nuevo arte teatral, entendido ante todo como imaginación ética,
para contarnos una historia memorable, la de un puñado de testigos de las
ruinas cuya dignidad ejemplar desafía nuestras buenas conciencias mucho
tiempo después de que se enciendan las luces y caiga el telón.13

La memoria audiovisual y fotográfica de un lugar se puede emplear


para garantizar su persistencia en el tiempo a través de sus registros. Sin
embargo, mientras la memoria se reconstruye, las fuerzas internas de la
ciudad continúan latentes. Por ejemplo, la persistencia de la memoria co-
mercial que dejó la Plaza Central de Mercado sigue latente en la ciudad,
no se logra desprender de esta zona. De este carácter da cuenta el siguiente
fragmento:

Como principal plaza de mercado de la ciudad hasta mediados del siglo


XX , la plaza central siempre tendió a ejercer un efecto centrípeto sobre
los ciudadanos, en particular sobre los comerciantes que veían en la gran
afluencia de público una oportunidad para instalar en las inmediaciones

12 Sobre el proyecto C’úndua, consultar Natalia Gutiérrez Echeverri. Ciudad espejo (Bogotá: Universidad
Nacional de Colombia, 2009).
13 Hernando Valencia Villa. “Testigo de las ruinas” (Madrid, febrero de 2008). En Mapa Teatro. Recuperado de
https://www.mapateatro.org/es/cartography/testigo-de-las-ruinas-0

190
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

nuevos almacenes y negocios, que complementaban y enriquecían la ya


amplia variedad de productos que se ofrecían. Lo especial de esta situación
era que, si bien el edificio de la plaza central era trasladado de lugar cada
cierto tiempo, estos negocios complementarios no fueron reubicados; por el
contrario, permanecieron allí, como es el caso de los almacenes que integran
los pasajes Mercedes y Rivas, por citar apenas dos ejemplos.

Es a través de estas permanencias como es posible rastrear la estela que la


Plaza Central de Mercado dejó en su desplazamiento hacia el occidente y que
configura su área de influencia efectiva desarrollada en el tiempo.14

En 2014 comenzó la construcción de un desconcertante edificio de


colores, pensado formalmente como una aglomeración de containers, para
albergar vivienda de interés social, en el costado oriental de la Caracas entre
calles 9ª y 10ª. Este lote fue uno de los que se demolieron en la intervención
del barrio Santa Inés, que quedaron vacíos durante años. Sin embargo, la
pretendida vocación residencial se ha visto frustrada por la memoria co-
mercial de la ciudad, pues los apartamentos ahora se alquilan para bodegas
de mercancías de San Victorino. Este edificio, en un tejido denso y muy
activo, lleno de gente y de transeúntes, no va a cambiar por sí solo la me-
moria del entorno que lo caracteriza. Las fuerzas de la ciudad son difíciles
de cambiar; esto requiere, muchas veces, de esfuerzos titánicos cuyo valor
no resulta claro, pues implica resistirse contra la memoria de la ciudad. Por
otro lado, así como hace 60 años la vocación religiosa desapareció con la
demolición de la iglesia de Santa Inés, el colegio Santa Inés, que sobrevivió
a la renovación urbana, cerró sus puertas en 2012: de esta forma, la voca-
ción educativa desapareció definitivamente.
Cartucho, un documental dirigido por Andrés Chaves y estrenado en
2017, hace una lectura del Tercer Milenio y de su memoria más reciente
a partir de fuentes documentales. En los lugares que se retratan, viven no
solo los fantasmas de los lugares sino los fantasmas de personas que mu-
rieron en este espacio de la ciudad y viven latentes, en un tremor frío que
recorre un parque vacío que es aún morada de los desheredados. El Tercer
Milenio implicó un vaciado de toda forma material que pretendía también
el vaciado de su contenido, aunque no ocurriera de esta forma. Por ejem-

14 William García Ramírez. Plaza Central de Mercado de Bogotá. Variaciones de un paradigma, 1849-1953
(Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, 2017): 328.

191
Coda

plo, el parque ha sido el espacio que han usado comunidades en diferentes


ocasiones para acampar en la ciudad, mientras intentan reclamar por sus
derechos15.
Cuando se demolió el barrio Santa Inés, lo que se quería era, efec-
tivamente, borrar la memoria de ese lugar de la ciudad, fingiendo que el
problema que este lugar reunía no existía más. Pero esa memoria está en la
ciudad, en sus habitantes, y en múltiples imágenes y relatos que dan cuenta
de una recolección del lugar pese a su demolición. De esta forma, el parque
tuvo que ser objeto de una completa renovación sin que hubieran pasado
20 años de ser inaugurado. Ahora una reja verde que lo circunda lo con-
vierte en un enclave más de la ciudad, protegiéndolo de los peligros que lo
acechan.

El Bronx y la amnesia de la economía naranja

Una de las principales motivaciones para llevar a cabo esta investigación


fue ver cómo la segunda administración de Enrique Peñalosa, tras un es-
cándalo mediático que anunciaba los más terribles horrores, llevó a cabo
una intervención análoga a la que había hecho en su primera administra-
ción en el Cartucho 2.0, el Bronx o la L, a partir de 2016. Algo llamativo
fue que, pese a haber sido demostrada la poca efectividad de la demolición
del Santa Inés y de la construcción del Tercer Milenio, se pretendiera llevar
a cabo una renovación urbana bajo los mismos principios policivos que
desean transformar la imagen de este lugar, a una cuadra del mencionado
parque.
A lo largo de este texto hemos puesto de manifiesto el sustento histó-
rico-espacial de por qué no es ninguna sorpresa que el Bronx fuera un fe-
nómeno análogo y contiguo al Santa Inés. Donde estuvo la antigua Quinta
de Segovia y luego el circo de toros en el siglo XIX , cerca de la decorosa
Escuela de Medicina de comienzos de siglo XX , se repetían los horrores del
Cartucho de la década de los noventa. Por lo tanto, la fuerza pública in-
tervino y se demolió un área equivalente a tres manzanas, hay que decirlo,
mucho menor a la del Parque Tercer Milenio.

15 Ver, por ejemplo, “Lo que exigen los desplazados del Parque Tercer Milenio. Semana, 27 de julio de 2009.
Recuperado de https://www.elespectador.com/noticias/bogota/lo-que-exigen-los-desplazados-del-par-
que-tercer-milenio/. Ver también “El drama de 360 indígenas que amanecieron en el parque Tercer
Milenio”. Semana, 8 de agosto de 2020. Recuperado de https://www.semana.com/nacion/articulo/el-dra-
ma-de-360-indigenas-que-amanecieron-en-el-parque-tercer-milenio/662604/?fbclid=iwar3e1jywlhhb9ov-
gusq0cy2noc1zahifmsgvkcon4onmpdrlcrx7z28g7jw.

192
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

La Esquina Redonda, la poética de la memoria del Bronx, se ha vali-


do del único edificio que quedó en pie tras la intervención. Una curaduría
hecha por el Museo Nacional con sus antiguos habitantes, en la que se
hicieron maquetas para reconstruir un espacio de memoria de este lugar,
tendrá su nicho en este edificio, mientras el “nuevo Bronx” es el nuevo
“distrito creativo” de la “economía naranja”. Por supuesto, no puede faltar
la renovación urbana, con el planteamiento de torres rentablemente altas.
Por tanto, lo que le suceda al Bronx aún está por verse. Habría que ver si
en este caso, en el que se hace un ejercicio de memoria in situ un poco
más consciente, se logra transformar, aunque sea levemente, la memoria del
lugar. Sin embargo, es difícil augurar un buen futuro, sobre todo, teniendo
en cuenta que la arquitectura que se plantea es una arquitectura amnésica,
no una arquitectura que configure un lugar de memoria de lo sucedido en
este lugar:

Es tarea de la arquitectura construir la ausencia de los actos que quedarán en


el pasado, de aquellos que vivieron y sufrieron el conflicto, de las víctimas.
Construir la memoria para los que quedarán, un lugar para que esa ausencia
sea evocada y recordada.16

El enmascaramiento mnémico de la renovación urbana

Tanto las obras de Mapa Teatro como el ejercicio de la Esquina Redonda


son intenciones de construcción de memoria en el sentido más contem-
poráneo de reparación a las víctimas de una situación conflictiva e inhu-
mana. Sin embargo, sin realmente solucionar el problema de fondo, las
circunstancias que propician el surgimiento de ollas, estas poéticas de la
memoria enmascaran una realidad tangible mucho menos poética: la de la
renovación urbana, el Prestissimo del siglo XXI. Lo que hizo Peñalosa en su
segundo mandato fue continuar con la política de renovación urbana que
se había planteado desde la década de 199017, privilegiando la ciudad hecha
por los grandes constructores y para su beneficio, no el de la comunidad ni
el de la ciudadanía.
El Tercer Milenio es una zona que sigue estando en tensión con otras
zonas contiguas. Este es el caso del barrio San Bernardo, previsto como

16 Camilo Isaak. “Sobre la memoria y la arquitectura: construir la ausencia”. Dearq 18: 84.
17 Yency Contreras Ortiz. Renovación urbana en Bogotá. Incentivos, reglas y expresión territorial (Bogotá:
Universidad Nacional de Colombia, 2019).

193
Coda

sector de renovación urbana en el Decreto 880 de 1998, que está siendo


demolido por completo. Los modernos renders que la alcaldía hace para
mostrar el orgullo de la renovación urbana muestran tipologías arquitectó-
nicas verdaderamente similares a las que se planteaban en PROA en 1946,
solo que unas cuadras más al sur y de considerable peor calidad.
La intención de construir un “centro histórico” ha significado la
paradójica destrucción de muchas arquitecturas históricas, justificada por
no corresponder con una imagen urbana lo suficientemente digna para el
mercadeo internacional. Ese fue el caso del barrio Santa Bárbara que, tras
diferentes iniciativas, fue demolido en la década de 1980 para la construc-
ción de la Nueva Santafé, pese a que muchas de las propuestas proponían
la conservación de la arquitectura del barrio. Este caso fue un antecedente
importante de transformación de un barrio del centro, en el que tampoco
se cambiaron sustancialmente las imágenes contenidas, antes de que se de-
moliera el Santa Inés y se construyera el Tercer Milenio.
Por otro lado, el Proyecto Ministerios, que busca reunir el poder eje-
cutivo en torno al centro histórico de poder del gobierno, se plantea sobre
el borde oriental del Tercer Milenio, en la localidad de La Candelaria, el
centro histórico jurisdiccionalmente definido. El proyecto ganador tiene
cierto respeto por lo que considera valioso, aunque el proyecto, desde su
planteamiento, tiene como objetivo transformar radicalmente la imagen
de la ciudad en este lugar, con la construcción de torres y barras, tipologías
propias de la ciudad moderna. En ese mismo sentido, la intención de múlti-
ples proyectos, aún vigentes, de transformar la arquitectura de San Victori-
no y de Las Cruces está presente en las ideas que se tienen de construcción
de ciudad hacia el futuro. A su vez, la renovación urbana en Las Nieves es
llevada a cabo por constructores privados.

La memoria de los desheredados y el derecho a la ciudad

La ciudad es un escenario de producción y manifestación de subjetividades


múltiples. Por esta razón, se hacen visibles grandes brechas sociales, econó-
micas y culturales. Sin embargo, la ciudad también crea las condiciones en
las que surge un grupo vulnerable. Los lugares infectos y otros no lugares
se vuelven propicios para ser habitados por los desheredados de la tierra,
quienes no pueden acceder plenamente al derecho a la ciudad. Bogotá ha
evolucionado con un tejido social completamente desgastado, y la renova-
ción urbana no es la solución a este problema.

194
Figura 66. Comparación entre la renovación del mercado de PROA en 1946 y la arquitectura propuesta
para el sector de San Bernardo, al sur del Tercer Milenio.

195
Coda

La ruptura del tejido urbano propicia los lugares para los deshere-
dados de la tierra (los que se podrían denominar “espacios residuales” en
la ciudad): el barranco de un río que no se podía cruzar es hoy la reja con
cerca eléctrica o los espacios bajo los viaductos de las grandes avenidas,
que están en el imaginario de la ciudadanía como espacios de habitación
marginales. En la ciudad contemporánea, no solo los caños, debajo de los
puentes vehiculares y viaductos, sino en zonas enteras de la ciudad, como
Santa Inés, los desheredados encuentran los pocos espacios donde se les es
permitido habitar: los únicos de la ciudad en los que los desheredados pue-
den acceder al derecho de permanecer en el espacio urbano.
En términos del arte de la memoria, la secuencia ordenada de lugares
de la ciudad del siglo XXI es bastante diferente a la que existía hasta finales
del siglo XIX: es mucho más grande y compleja. En la ciudad contemporá-
nea, se viven las tensiones a otra escala. La ciudad es gigantesca, y la segre-
gación socioespacial ha llevado a que haya zonas de la ciudad drásticamente
diferenciadas. Con la expansión urbana, se construyeron muchos nuevos
lugares, pero el orden urbano anterior a la expansión urbana de la ciudad
se mantiene como presencia reverberante. La persistencia de la memoria
de la ciudad impide que se vacíe el contenido de sus lugares, pese a que sus
arquitecturas se transformen y se expanda la ciudad. De esta manera, los
desheredados permanecen porque encuentran lugares en los que, histórica-
mente, han podido habitar.
En esencia, lo que ha sucedido con nuestro borde occidental de la
ciudad histórica es que es centro y no es centro. Es decir, durante mucho
tiempo, Santa Inés se configuró como un lugar periférico a partir de las
condiciones espaciales y geográficas que condicionaron la emergencia de
su carácter, como se ha explicado en las tres variaciones de la tesis, pero con
la expansión urbana quedó vinculado a la noción de centro en su totalidad.
¿Por qué no ha cambiado el contenido de sus imágenes asociadas? Porque
la ciudad no ha dado muchos más lugares para los desheredados de la tierra.
Estos lugares de los desheredados son parte esencial de cualquier ciudad,
pues la ciudad es refugio y albergue para todo tipo de subjetividades. La
ciudad no solo puede ser lugares bellos para que se pasee la burguesía del
momento. Esa, más que una utopía, es una gran distopía. Eso ya lo tenía
claro Osorio Lizarazo en 1926.
Las irrupciones en torno al centro de la ciudad se han justificado
en sanear y construir una imagen de ciudad moderna para un modelo de
subjetividad muy particular, específico y hegemónico: no la verdulera, ni el
mendigo, ni el que hoy llamaríamos “habitante de calle”. Las expectativas

196
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

de quienes conciben la ciudad consisten en definir espacios donde la vida


es regulada y decorosa, donde las prácticas imaginadas distan de la realidad
de las prácticas de las personas y las comunidades que van a habitar estos
espacios. Es por esta, entre otras razones, que la memoria de la ciudad se
resiste a cambiar.
¿Cómo debe lidiar nuestra ciudad con la memoria de su fealdad?
Hasta que nuestra sociedad no plantee una solución profunda para los des-
heredados, a partir de diferentes políticas sociales, económicas, que reco-
nozcan su ciudadanía en pleno ejercicio de derecho, la ciudad, de igual
manera, va a seguir siendo su albergue. La planeación urbana debe tener en
cuenta la disposición de lugares para que los desheredados puedan habitar
dignamente.

La ciudad histórica contra la demolición amnésica

La estructura metafórica de querer olvidar y no poder hacerlo se corres-


ponde con las fuerzas de la ciudad que se resisten a su cambio: lo que se ha
puesto de manifiesto en Prestissimo. En el caso de Santa Inés, la memoria
de la ciudad ha sido más fuerte que las diversas irrupciones que han tratado,
a lo largo de su historia, modificarla o borrarla. Considerar su presencia
como hecho tangible es una tarea que implica plantear algunas preguntas
importantes.
Por ejemplo, la pregunta de cuál es el sentido de construir lugares y
ciudades, y de cuál es el sentido de demoler por demoler y volver a cons-
truir, es relevante en el escenario de las discusiones sobre la ciudad. Anti-
guamente, y se puede constatar en la ciudad anterior al siglo XX , construir
lo más pequeño significaba un gran esfuerzo. Con la aceleración del tiempo
en el siglo XX , se ha desvanecido de la memoria el esfuerzo que impli-
có construir algunas de las arquitecturas más antiguas de nuestra ciudad.
Santa Inés, que duró 300 años construyéndose y conservándose para man-
tenerse en pie, se demuele en cuestión de días. La arquitectura tiene una
vocación de permanencia que se desvanece de manera fugaz.
En ese sentido, la pregunta acerca de la valoración para la conser-
vación de la arquitectura es importante abordarla, sobre todo en casos de
fealdad considerable, como en el caso de Santa Inés. La vocación que con-
figura la memoria de los lugares es importante, pero la estructura material
que la soporta también lo es, en muchos casos. Profundizar en la historia
de la conservación de la arquitectura, desde perspectivas teóricas, éticas y

197
Coda

políticas, resulta relevante. En el caso bogotano, sería interesante escribir


una historia de la arquitectura teniendo en cuenta lo que se decide demo-
ler y por qué, pues estas transformaciones dan cuenta de ideas de ciudad
particulares, sobre todo las que tienen que ver con el valor que se le da al
pasado. Un pasado que se manifiesta en la arquitectura que configura his-
tóricamente la ciudad:

A través de la arquitectura podemos percibir y entender lo que nos pertenece


de nuestro pasado. Para así recordarlo, para “colocarnos en el continuum de
la cultura y del tiempo”. La arquitectura en su esencia trata con las cuestiones
existenciales del ser humano, y en ese sentido, se convierte en depositario de
una memoria incorporada en un espacio físico, un recuerdo de un lugar y un
tiempo.18

En nuestros tiempos, la transformación versus conservación es una


bandera política, de manera similar a como lo fue en la década de 1930. En
el 2020, está presente en la polémica del Hospital San Juan de Dios, en el
que se discute si se debe conservar o no la torre central de Cuéllar Serrano
Gómez. Muchas voces aún manifiestan que el progreso, que no se define
con exactitud ni a quién beneficia, es más importante que un edificio de
cuestionable valor. En nuestro contexto, esta afirmación se puede exacerbar
hasta que decidan tumbar el capitolio. El urbanismo de la renovación ur-
bana, que cree que con grandes intervenciones de tabula rasa se va a trans-
formar el carácter de la ciudad per se, es más ingenuo que el de PROA. O
nos cree ingenuos a la ciudadanía, pues los únicos que resultan beneficiados
con este tipo de intervenciones son los grandes constructores.
Para quienes construyen la ciudad desde arriba, no está bien oponerse
al progreso, sobre todo de cuando suciedad, horror y fealdad se trata. En ese
sentido, y partiendo de la pregunta de quién construye la ciudad, ¿cuáles
serían las formas de pensar la necesaria transformación de ciertos lugares
de la ciudad, sin caer en la gentrificación? ¿A través de la planeación par-
ticipativa? ¿Cómo lidiar, en la vida urbana, con las imágenes que, desde la
municipalidad, se crean sobre cierto tipo de lugares? ¿Se justifica intervenir
en cualquier caso? Lo que demuestran las experiencias recientes en Bogotá,
materializadas en la política de la tabula rasa, como la del Tercer Milenio, es
que la renovación urbana no ha traído sino discontinuidades y desarraigo a
la ciudad y pérdida de su identidad arquitectónica, social y cultural; además
de, por supuesto, el enriquecimiento de las grandes constructoras.

18 Camilo Isaak. Óp. Cit: 83.

198
Figura 67. Póster de Architectural Workers (2016), un colectivo de arquitectos británico
que se manifiesta en contra de las políticas demolicionistas. Voces contra las políticas de
transformación de arriba hacia abajo se manifiestan en diferentes ciudades del mundo.

199
Coda

La lectura de Santa Inés a partir el arte de la memoria

En los lugares históricos de la ciudad, se pone de manifiesto el presente


denso de la historia. Muchas de las presencias y procesos que tuvieron lugar
en Santa Inés, un lugar bogotano cuyos tiempos coinciden con la historia
de la ciudad desde su fundación, fueron de larga duración durante los pri-
meros siglos de su existencia. De esa manera, conservaron una memoria
característica que se ha resistido a transformar, pese a las irrupciones lleva-
das a cabo en su ámbito en el último siglo, el de las rápidas aceleraciones.
Un sistema de orientación cartesiano tan claro como el bogotano propicia
que, históricamente, a cada lugar de la ciudad se le asigne un significa-
do particular, a veces, inclusive, más allá de su carácter o apariencia física
evidente.
El problema de la memoria de Santa Inés no se traduce exclusivamente
en el hecho físico presente de la demolición del barrio y de la construcción
del Parque Tercer Milenio ni en la demolición del Bronx. Esta es solo una
de las sugerencias del presente sobre unos límites nebulosos de un lugar de
la ciudad, pues Santa Inés es una pieza urbana que sigue teniendo una rela-
ción conflictiva con La Candelaria, que se ha configurado arbitrariamente
como el centro histórico bogotano. Otros barrios de la ciudad tienen ese
mismo carácter de ser antiguas periferias del centro, como San Bernardo,
Los Mártires, Las Cruces o el entorno de la Estación de la Sabana. El occi-
dente de la ciudad, en todo el centro, particularmente debajo de la Caracas
(y de la Décima en algunos puntos) tiene imágenes asociadas con el peligro
y la delincuencia en la Bogotá del siglo XXI. Ese borde occidental, desde el
Santafé hasta el San Juan de Dios, tiene un carácter maldito, excluido del
centro como realidad urbana “de mostrar”. No se llegó a estudiar a profun-
didad cuál ha sido la relación histórica de esas periferias del centro, sobre
todo aquellas situadas hacia el occidente; sin embargo, contrastar estos he-
chos urbanos enriquecería profundamente este análisis, sobre todo porque,
tanto como Santa Inés, son hechos urbanos duraderos.
La persistencia de la memoria no deja de ser un concepto bastante
metafísico, cuya ontología es difícil de determinar: sin embargo, es posible
ver sus consecuencias en el espacio-tiempo de la ciudad, como lo he de-
mostrado a lo largo de la tesis. Por otro lado, existe una tensión constante
entre la memoria que se quiere construir, manifestada en las poéticas de la
memoria, y la memoria de las fuerzas internas de la ciudad. La memoria
está atada a realidades materiales y físicas que, en muchos casos, son difíci-
les de desligar. Además, en la dimensión histórica de la ciudad, la constante
geográfica implica una memoria territorial.

200
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

A partir de las diversas y complejas experiencias de Santa Inés, cabe


plantear algunas preguntas que, si bien son de difícil respuesta, indagan por
el sentido de construir y transformar los lugares de Bogotá, como acciones
fundantes del hecho urbano. En ese sentido, ¿cuál es el arte de la memoria
que queremos construir en la ciudad del presente? ¿Cuáles son los lugares
que ameritan permanecer en la secuencia ordenada de lugares que es la
ciudad? ¿La ciudad va a seguir defendiendo la conservación exclusiva del
“centro histórico”? Pero, por otro lado, ¿cómo debe enfrentar la ciudad los
lugares de característica fealdad, si se tiene en cuenta, por ejemplo, el per-
sistente fracaso transformador en Santa Inés? ¿El mercado inmobiliario va a
seguir siendo predominante en la construcción de una imagen amnésica de
los lugares, pese a su dimensión histórica que se resiste a cambiar? ¿Se va a
demoler para tratar de transformar la memoria de un lugar, para luego sen-
tir culpa y recurrir a la construcción de poéticas de la memoria, mientras
este tipo de operaciones contribuyen a la desterritorialización y desarraigo
de múltiples comunidades, mientras los problemas persisten?
Fue una decisión acertada haber situado el lugar de partida de esta
investigación en Santa Inés, para así haber determinado una serie de pre-
sencias y acontecimientos en su entorno nebuloso, así no implicaran una
relación directa con el edificio del antiguo conjunto monástico. De igual
manera, considero conveniente haber utilizado diferentes tipos de fuentes
que permitieran dar cuenta de diferentes aspectos de la vida de este sector
de la ciudad. En ese sentido, la lectura a través de las tres variaciones, vo-
cación, connotación e irrupciones, a través de la analogía con el lenguaje
musical, fue una decisión bastante afortunada pues, como se ha explicado,
guarda una estrecha relación con la memoria. Después de esta investiga-
ción, quedo con la inquietud de llevar a cabo lecturas históricas de los luga-
res en otras ciudades colombianas y latinoamericanas a través del sugerente
método del arte de la memoria de asociar lugares e imágenes, de lugares
que hayan sido objeto de renovación urbana y, sobre todo, de aquellos que
se han constituido históricamente como lugares de la fealdad y de los des-
heredados.
En esta tesis se ha hablado de poéticas de la memoria, de desheredados
de la tierra, de higienismo, de vida monástica, de arquitectura republicana.
La presencia de estos temas, transversales a Santa Inés, da cuenta de la com-
plejidad que implica la lectura de la ciudad histórica desde sus diferentes
capas de memoria. Santa Inés reúne muchos otros problemas: larga dura-
ción, transformación, fealdad, demoliciones, periferias, teorías infecciosas.
Las fuerzas internas de la ciudad determinan su devenir en el tiempo y en la
sociedad, y es menester, por parte de quienes construyen ciudad, escuchar-

201
Coda

las e interpretarlas. Las implicaciones de considerar la secuencia ordenada


de lugares para el arte de la memoria son múltiples, y pueden ser objeto de
múltiples investigaciones en el campo de la historia urbana y también para
pensar y construir la ciudad.
Esta investigación pone de manifiesto cómo las poéticas de la ciudad
y de la arquitectura deben tener en cuenta la dimensión histórica de sus lu-
gares. No solo en un sentido existencial, que es también fundamental, sino
en un sentido práctico: es muy difícil luchar contra la memoria de la ciudad.
Si las intervenciones que se han hecho a lo largo de la historia hubieran sido
más inteligentes en este ámbito, no se habrían llevado a cabo proyectos y
planes destructores e incompletos en los que se gasta una gran cantidad de
recursos, se desarraiga a poblaciones enteras y no se consigue el ideal de la
transformación de las imágenes en esos lugares. Es tarea de la arquitectura
y el urbanismo pensar los lugares a través de su carga mnemónica.
De esta tesis queda, sobre todo, el valor de la atenta escucha del so-
nido de la ciudad, que guarda memoria más antigua y profunda.

202
Figura 68. Planos cartográficos. Plano de La ciudad de Bogotá - 1929. Plancha No. 8 y Plancha N° 10.
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cer lugares con memoria”. No publicado, sin

211
LISTA DE FIGUR AS

Obertura partir de planimetría, algunas fotografías y del


análisis de la arquitectura monástica de la co-
Figura 1. Andrés Chaves. Fotograma Cartucho - Do- lonia, es esencialmente imaginaria y pretende
cumental (fragmento) 2017. mostrar cómo podría haber sido la arquitectura
Figura 2. Primeros ocho compases de algunas piezas de este conjunto religioso.
de las Variaciones Goldberg, BWV 988, de J. Figura 8. Fachada sobre la carrera. Reconstrucción de
S. Bach. la iglesia y del claustro de Santa Inés de Mon-
tepulciano.
Andante Figura 9. Fachada sobre la calle. Reconstrucción de
la iglesia y del claustro de Santa Inés de Mon-
Figura 3. Robert Fludd. Ars memoriae. Teatro secun- tepulciano.
dario (fragmento). Figura 10. Corte transversal. Reconstrucción de la
iglesia y del claustro de Santa Inés de Monte-
Adagio pulciano.
Figura 11. Corte longitudinal. Reconstrucción de la
Figura 4. Anónimo. Portada de Santa Inés. En Co- iglesia y del claustro de Santa Inés de Monte-
lombia. País de ciudades (fragmento) 1947. pulciano.
Figura 5. Vocaciones en torno a Santa Inés en tiempos Figura 12. Calles en torno a Santa Inés. A partir de
de la colonia, a partir del “Plano geométrico de Calles de Santa Fe de Bogotá de Moisés de la
Santafé de Bogotá”, elaborado por Vicente Ta- Rosa (1938) sobre el Plano topográfico de Bo-
lledo y Rivera (1814). gotá y sus alrededores, elaborado por Agustín
Figura 6. Luis Carlos Jiménez. Adaptación de un Codazzi (1849).
fragmento del plano “Crecimiento urbano de Figura 13. Puentes sobre los ríos San Francisco y San
Bogotá D. E.”, 1989. Si bien este plano involu- Agustín, a partir del Plano Topográfico de Bo-
cra las reformas urbanas del siglo XX , da cuenta gotá de Carlos Clavijo (1894).
de cómo la urbanización en torno a Santa Inés Figura 14. Presencias en la nebulosa de Santa Inés en
comenzó en el siglo XVII y concluyó en las úl- la década de 1890, a partir del “Plano Topográ-
timas décadas del siglo XIX . fico de Bogotá” de Carlos Clavijo (1894) y del
Figura 7. Planta baja. Reconstrucción de la iglesia y “Directorio General de Bogotá” de Cupertino
del claustro de Santa Inés de Montepulciano. Salgado (1893).
Esta reconstrucción, que se ha llevado a cabo a Figura 15. Bogotá. Fotografía 7 (anónimo, c/a 1880-

212
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

1890). La zona hacia el occidente de Santa Julián Vargas Lesmes. Historia de Bogotá (Bo-
Inés aparece aún particularmente deshabitada. gotá: Villegas Editores, 2007): 21.
Fuente: Álbum de fotografías Colombie. Co- Figura 25. Desheredados de la tierra, a partir de dos
lección Biblioteca Nacional de Francia. Depar- ilustraciones de José María Espinoza, “El bo-
tamento de Fotografía y grabados. bito Susunaga” y “Solo en el mundo palatín
Figura 16. Frente del almacén “Ernesto Castellanos loco” (ca. 1845) y de los diferentes calificativos
R”, en la calle 12. Fuente: Almanaque de los he- que aparecen en el artículo “Vagos, enfermos
chos colombianos o Anuario colombiano ilustrado y valetudinarios. Bogotá: 1830-1860” de Estela
(Tercer año: 1920-1921): 634. Restrepo Zea.
Figura 17. Frente del almacén “El otro mundo”, en la Figura 26. Matadero público (c/a 1926). Fuente: Fon-
calle 12. Fuente: Almanaque de los hechos co- do fotográfico Luis Alberto Acuña. Museo de
lombianos o Anuario colombiano ilustrado (Ter- Bogotá.
cer año: 1920-1921): 635. Figura 27. Expendio de carnes (c/a 1940). Fuente:
Figura 18. Plaza de Mercado, Bogotá. El claustro de Fondo fotográfico Daniel Rodríguez. Museo
Santa Inés permanece sobre la calle 10, don- de Bogotá.
de, a lo lejos, se ve la desaparecida torre de La Figura 28. Localización de los focos eléctricos, a par-
Concepción. Fuente: Index Colombia. Anuario tir del “Plano Topográfico de Bogotá de Carlos
Ilustrado e Informativo de la República. Clavijo” (1894) y del “Prontuario de las dispo-
Figura 19. Claustro colonial – Antiguo Convento de siciones de policía que deben conocer los em-
Santa Inés, hoy edificio público. Fuente: Ro- pleados subalternos de este ramo” de Antonio
berto Prada O.P.: Historia de un convento (Bo- María Osorio (1895).
gotá: Imprenta Salesiana, 1945). Figura 29. Río San Francisco con Puente de Caldas. A
Figura 20. Secretaría de Obras Públicas y Municipa- la izquierda está el Matadero Público. Fuente:
les. “Plano de la ciudad de Bogotá. Plancha No. El Gráfico, 18 de agosto de 1917.
8” (1929) Figura 30. Localización de los lugares infectos sobre
Figura 21. Aerofotografía de la zona de Santa Inés el plano “Bogotá”, de Manuel Rincón (1923).
(fragmento). Vuelo 46, 1936 (Bogotá. Un vue- Figura 31. Fotografías 1 y 2 con descripciones de lu-
lo al pasado. IGAC y Villegas Editores, 2010): gares infectos cerca de los ríos San Francisco y
26-27. San Agustín, antes de ser canalizados. Fuente:
Figura 22. Asilo de locos en Ningunaparte. Fuente: Archivo de Bogotá.
Archivo José Vicente Ortega Ricaurte, Tomo Figura 32. Fotografías 3 y 4 con descripciones de lu-
IX, n° 688a. gares infectos cerca de los ríos San Francisco y
San Agustín, antes de ser canalizados. Fuente:
Allegro ma non troppo Archivo de Bogotá.
Figura 33. Fotografías 5 y 6 con descripciones de lu-
Figura 23. Anónimo. Sor Gertrudis Teresa, Santa gares infectos cerca de los ríos San Francisco y
Inés (fragmento). Siglo XVIII San Agustín, antes de ser canalizados. Fuente:
Figura 24. Tímpano de la Iglesia de la Bordadita, del Archivo de Bogotá.
siglo XVII , atribuido a Antonio Pimentel. En Figura 34. Fotografías 7 y 8 con descripciones de lu-

213
Lista de figuras

gares infectos cerca de los ríos San Francisco y Figura 45. Plano Nolli de la nebulosa de Santa Inés,
San Agustín, antes de ser canalizados. Fuente: a partir de las planchas 8 y 10 del “Plano de la
Archivo de Bogotá. ciudad de Bogotá” (1929) y de las plantas de
Figura 35. Recorrido de Osorio Lizarazo en La cara las licencias de construcción de la Secretaría de
de la miseria sobre el plano “Bogotá” de Ma- Obras Públicas.
nuel Rincón (1923). Figura 46. Fachadas de las licencias de construcción
Figura 36. Partitura de ciudad a partir de “El subway de la Secretaría de Obras Públicas y Munici-
de Bogotá” de José Antonio Osorio Lizarazo. pales.
Figura 37. Fotogramas 1 y 2 de Reel n°4 – Oceania, Figura 47. El Hospicio, desocupado y desolado. Fuen-
de Mrs. J. Shipley Dixon en torno a la Plaza te: Archivo particular.
Central de Mercado. En estos fotogramas se Figura 48. La iglesia de Santa Inés tras el incendio. El
captura el trasegar de todo tipo de personajes Tiempo, 27 de marzo de 1933: 1.
urbanos en este lugar, caracterizado por su aje- Figura 49. Planta baja. Planos de Santa Inés con la
treo cotidiano. reforma y el edificio de la Imprenta Nacional.
Figura 38. Fotogramas 3 y 4 de Reel n°4 – Oceania, Figura 50. Fachada sobre la calle. Planos de Santa Inés
de Mrs. J. Shipley Dixon en torno a la Plaza con la reforma y el edificio de la Imprenta Na-
Central de Mercado. cional.
Figura 39. Lugares descritos en La Calle 10 de Ma- Figura 51. Fachada sobre la carrera. Planos de Santa
nuel Zapata Olivella, sobre el “Plano aeroto- Inés con la reforma y el edificio de la Imprenta
pográfico de Bogotá” del Instituto Geográfico Nacional.
Militar (1938). Figura 52. Corte. Planos de Santa Inés con la reforma
y el edificio de la Imprenta Nacional.
Prestissimo Figura 53. Facsimilar de PROA n°3, 1946: 20.
Figura 54. Facsimilar de PROA n°3, 1946: 21.
Figura 40. Daniel Rodríguez. Sin título (Campanas Figura 55. La ciudad del empleado en Bogotá. Pro-
de Santa Inés. Fragmento). 1954. Fuente: Fon- yecto de los arquitectos Jorge Gaitán, Álvaro
do fotográfico Daniel Rodríguez. Museo de Ortega, Gabriel Zolano, Augusto Tobito y Al-
Bogotá. berto Iriarte. PROA n° 7, 1947: 7 y 9.
Figura 41. Construcción de alcantarillado. Fuente: El Figura 56. Angiolo Mazzoni. Dibujo de la plazoleta a
Gráfico. Serie XVII, año IV, n° 161. 29 de no- lo largo de la Carrera Décima con el conjunto
viembre de 1913: 87. de las iglesias Santa Inés, San Juan de Dios y
Figura 42. Facsimilar de Cromos 6 n°133 (28 de sep- la Concepción, 1951. Fuente: Museo MART,
tiembre de 1918): 181. Archivo Angiolo Mazzoni (en Montoya y So-
Figura 43. Imágenes del barrio Liévano. Fuente: Cro- larte: 99).
mos. Figura 57. Angiolo Mazzoni. Dibujo de intervención
Figura 44. Localización de las licencias de construc- del Centro Histórico sobre un plano de Bogo-
ción en torno a Santa Inés, entre 1914 y 1926, tá, 1948. Fuente: Museo MART, Archivo An-
sobre el plano “Bogotá” de Manuel Rincón giolo Mazzoni (en Montoya y Solarte: 101).
(1923) Figura 58. Puerta de Santa Inés. En Alfredo Ortega.

214
La persistencia de la memoria · Andante con variaciones sobre Santa Inés, un lugar periférico en el centro de Bogotá

Arquitectura de Bogotá (Figura 28). Figura 66. Comparación entre la renovación del mer-
Figura 59. Portada de Santa Inés. En Alfredo Ortega. cado de PROA en 1946 y la arquitectura pro-
Arquitectura de Bogotá (Figura 30). puesta para el sector de San Bernardo, al sur del
Figura 60. Interior de Santa Inés. En Francisco Gil Tercer Milenio.
Tovar. Trayecto y signo del arte en Colombia. Figura 67. Póster de Architectural Workers (2016), un
Figura 61. Facsimilar de la revista Semana n°536. 1 a colectivo de arquitectos británico que se mani-
8 de marzo de 1957: 11. fiesta en contra de las políticas demolicionistas.
Figura 62. Alfredo Rodríguez Orgaz. Corte trans- Voces contra las políticas de transformación de
versal. Iglesia de Santa Ynes para los PPRR arriba hacia abajo se manifiestan en diferentes
(1954). Fuente: Archivo Alfredo Rodríguez ciudades del mundo.
Orgaz. Libros raros y manuscritos. Biblioteca Figura 68. Planos cartográficos. Plano de La ciudad
Luis Ángel Arango. de Bogotá - 1929. Plancha No. 8 y Plancha N°
Figura 63. Alfredo Rodríguez Orgaz. Corte longi- 10. Secretaría de Obras Públicas y Municipales.
tudinal. Iglesia de Santa Ynes para los PPRR 1929. Museo de Bogotá.
(1954). Fuente: Archivo Alfredo Rodríguez
Orgaz. Libros raros y manuscritos. Biblioteca
Luis Ángel Arango.

Coda

Figura 64. Mapa Teatro. Testigo de las ruinas (frag-


mento) 2005.
Figura 65. Aerofotografía de la zona de Santa Inés
(Vuelo C-1991 de 1981). Bogotá. Un vuelo al
pasado (Bogotá: IGAC y Villegas Editores,
2010): 174.

215
LISTA DE TABLAS

Adagio

Tabla 1. Puentes sobre los ríos San Francisco y San


Agustín, a partir del Plano Topográfico de Bo-
gotá de Carlos Clavijo (1894).

Prestissimo

Tabla 2. Licencias de construcción de la Secretaría de


Obras Públicas.

216

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