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AvrÉruce LnrrNe y r-a rRANsrcróN rsreoourv¡orNsnl

El año 1988 comenzó con gran actividad en la política de Estados Unidos hacia
América l¿tina. El año anrerior se había cerrado con lo que parecíala primera gran
iniciativa efectiva tomada por la administración Reagan para enfrentar el problema
de fondo de la deuda, al anunciarse la compra de una parte de la deuda mexicana con
bonos de largo plazo avalados por el Tesoro estadounidense. Pocas semanas después,
la Administración se movería en otros frenres, primero, anunciando la renovación de
su pedido de asistencia para la "conrra" nicaragüense -incluida la ayuda militar- y,
luego, lanzando su campaña para obtener la salida del poder del hombre fuerte de
Panamá, Manuel Noriega. El asesinato, en enero, del procurador general de la Repú-
blica de Colombia, Carlos Hoyos, y la subsiguiente anulación, por la Corte Suprema
de ese país, de las leyes que implementaban el tratado de extradición (que permitía la
extradición de narcotraficanres a Estados Unidos) también parecían indicar el inicio
de una crisis eL ese frenre.
'Sin embargo, 1988 era un año electoral en Estados Unidos y los años electorales,
sobre todo cuando se elige presidente, tienen sus propias reglas. Para la administra-
ción de Ronald Reagan, debilitada después del escándalo Irán-Contras, el máximo
de cautela aconsejaba que las prioridades fueran las de dejar para el futuro una mejor
imagen e intentar elegir un sucesor. Un éxito político de envergadura, como habría
sido, por ejemplo, la caída de Manuel Noriega (que involucraba tanro el tema de la
democracia como el del narcotráfico), o el cambio de tendencia en el endeuda-miento,
sin dejar de lado la postura estadounidense de pago roral, o la demostración de gue
la "contra" nicaragüense tenía alguna viabilidad militar habría tenido un alto rédito
electoral. Pero si las políticas no rendían frutos, no parecía convenienre persistir en
ellas a costa de abrirse flancos vulnerables.
Por eso, al surgir los primeros obstáculos serios, el nivel de iniciativa estadouni-
dense disminuÉ. No hubo cambio en las políticas: se siguió presionando a Noriega

t Public¿do en Heraldo Mulioz (comp.), z4 h EEera de ana Nueua Eapa.Anuario


de Políticas Exterio¡s
Latinoamericanas 1988, Editorial Nueva Sociedad, Ca¡acas, 1989.

417
i

i
4I8 ESTRATEGIAS Y PROCESOS DE POLÍTICA EXTERIOR EN ESThDOS UNIDOS, 1981.199I I

y buscando desbloquear la ayuda a los "contras' en el Congreso, pero fiel ," U".- ¡
pragmática impuesta el año pasado,2 la Casa Blanca evitó el enfrentamiento .on h
"
I
región o con el Congreso, ya que existían otras áreas de política exterior donde hatÉ {
mrás posibilidades de éxito y donde parecía más interesante concentrar Ia atención-
I
De ahí, la asimetría entre los resultados globales y regionales de la política exterir I
r estadounidense en 1988. Por una parte, este año se califica como el más exitoso de h I
administración Reagan en el frente externo, aunque se pueda discutir el mérito que cn I
esos avances tuvo la política estadounidense. La consolidación de la nueva distensitón I
con la urss, el retiro soviético de Afganistán, el arreglo para el repliegue sudafricam
I
y cubano de Angola, las perspectivas de estabilización en Kampuchea, la instalacióny I
consolidación de RohThe-\7u en Corea o la tregua en el Golfo Pérsico confirman en
I
percepción. AI iniciarse el período de George Bush, la sensación dominante en F-s* |
dos Unidos es que este enfrenta una situación estratégica mucho más estable q"e h I
que encaró su antecesor al comenzar su mandato, aunque su posición .r, lr..o.o-á |
mundial, en cambio, se ha deteriorado en esta década. Por otro lado, este resulmdo I
global positivo contrasta con la apreciación que los propios analistas estadounidens I
tienen de su política hacia América [,atina. Ahí, la crítica a la Administración saü* |
te no es coyuntural, sino de fondo. Se habla de fracaso en tres áreas fundame"t ks I
-deuda, Centroamérica, incluido el ffasco de Panamá, y narcotráffco- y si la crítice I
no es más destructiva es porque los éxitos globales compensan los fracasos regionak*
|
por la escasa importancia que el público asigna a América Latina y, sobre todo, por h I
ausencia de alternativas claras por parte de los críticos. I
Esta imagen de fracaso hace que, aunque la administración Bush nace bajo h
I
enseña de la continuidad, muchos esperen que, en lo que respecta a América t"d"+ I
ella introduzca cambios de importancia. Antes de examinar esta cuestión, sin embar- |
go, debemos revisar los principales aspectos de las relaciones entre Estados Unidos y I
América Latina en 1988'

r. r-o FArrcA DE LA DEUDA


I
Una ftase se hizo común durante 1988 para diagnosticar el estado de las negocia.ioocs I
sobre la deuda latinoamericana: "fatiga de deuda".3 En realidad, después de mrís dc
I
seis años lidiando con esta crisis, todos los involucrados -países acreedores y deudorcs
!
banca privada, organismos internaciónales de crédito- parecen haberse quedado sin I
ideas vílidas para enfrentar la situación, al menos, con los criterios actuales. A p.sar
I
2 Véase
capínrlo 14 de este libro: "La crisis de la presidencia estadounidense y la política fr".i" ¡-Cr¡cr I
[:tina". I
3 Margaret Daly Hayes, 'The US and t*in Ame¡ica", Foreign Affairs. Americ¿ and the W'orld 1988/89,
Vol.68, n" I l
I
AMÉ,RICALAIINAYLATMNSICIÓN ESIhDOUNIDENSE 419

de miles de horas de negociaciones bilaterales, de sucesivos planes de rcscre a Ia hora


undécima, de nuevas reestructuraciones que luego no pueden cumplirse, de enfoques
"alternativos" y del pago anual de más de 20.000 millones de dóla¡es en intereseq la
deuda latinoamericana está superando los 400.000 millones de dólares y las posibili-
dades de seguir pagando, incluso a co§ta de graves tra§tornos sociales, son femoül§ en
todos los casos.
Como ha anticipado, el año anterior había terminado con lo que parecía un
se
aüacrivo plan con respecto a la deuda mexicana, consistente en el cambio de la deuda
actual por bonos emitidos por el gobierno de México, redimibles a veinte aáos y con
el aval del Tesoro estadounidense. se pensó que, a paftir de este plan, habría un cam-
bio de actitud para atacar el problema de fondo de la deuda, esto es, la disminución
del principal.
Sirr.rrrb".go, las expectativas se diluyeron en parte al conocer§e los detalles. En
primer l,rg"., .l inspiralor no era el gobierno de Estados Unidos, sino un grupo de
L*rr.o, err"aber"dos por el Morgan Guaranty tust' En segundo lugar, el gobierno
estadounidenr. ,.rpJd"b" el plan garantizando el pago del principal de los bonos,
pero no sus intereses, lo cual hacía que la conversión no fuera una operación segura'
ilor ultimo, los bonos no se vendían a un descuento determinado, sino que había que
hacer ofertas por ellos.
Con todo, el plan mantenía el atractivo de constituir, en un Porcentaje, una ga-
rantía de pago superior a las actuales. En cambio, al producirse la subasta (el 26 de
febrero), menos de la mitad de los bonos originalmente proyectados se subastaron,
y ofreciendo porciones de deuda inferiores a lo esperado. La causa principal de ello
hre h reticen"i" d. l" banca estadounidense, hasta el punto de que fueron los bancos
japoneses los que hicieron mejores ofertas y obtuvieron el mayor número de bonos.a
Al marge., d. l, frustración ante la actitud de los bancos, voceada por la Adminis-
tración y el FMr, tampoco el presidente Reagan fue capaz de adoptar nuevas iniciativas
Ade-
o dar impulso al Plan Baker, moribundo también por falta de fondos privados.
más, su prop.r..a" de aumentar el financiamiento del rur se paralizó en el Congreso
y 1", "..g1".; del año electoral no hacían aconsejable presionar. La política estadou-
nidense t,rr*,. el año siguió, enronces, las pautas antiguas, tanto en los paquetes
de rescate para Argentina y México como el retorno de Brasil al redil de los
Para
deudores. Ello vino acompañado por un incremento en las operaciones secgndarias
(swapl en varios países.
io. lo t"rrto, .l prrrrro central traspasado de una administración a la otra es el de
la reducción del principal. A lo largo del ario se hicieron proPuestas desde la banca
(la propuesta del presiJente de American Express de crear un instituto internacional
d.p..rái..r," del rrvrr para comprar deuda tuvo bastante eco) y de otros gobiernos (el

a The Economist,l2 de marzo de 1988.


420 ESTMTEGTAS Y PROCESOS DE POLÍTICA EXTERIOR EN ESTADOS UNIDOS, I98I.I99I

plan japonés anunciado en junio por el primer ministro Thkeshita), pero la adminis-
tración Reagan se mantuvo firme. El argumento contrario de James Baker primero, y
de Nicholas Brady después, consistía en que una operación de rescate con reducción
del monto de las deudas afectaría alalarga "los bolsillos del contribuyente nortea-
mericanos".
Naturalmente trata de un argumento puramente electoral, de hecho, es discuti-
se
ble si la economía estadounidense no se beneficiaría más con una mayor capacidad de

@ compra de las economías latinoamericanas que con el pago de deudas. Por ello, es de
esperar que, eliminada la presión electoral, la nueva Administración, aunque con una
cierta continuidad dada por la presencia de Baker y Brady como secretarios de Estado
y Tesoro, se aparte finalmente del esquema actual, ya fracasado.

z. CnNtroeuÉnrc* DE vuEUrA AL PUNTo DE PARTIDA

Ya desde el año anterior cundía la impresión en Estados Unidos de que la política


cenüoarnericana tendía a escaparse del molde que, con éxito aparente, se había fijado
desde'§l'ashington a parrir de 1983. Esa sensación se reafirmó con la acumulación
durante este año del deterioro de la "contra" y el inicio de Ia pacificación en Nicara-
gua, la declinación del gobierno de Duarte y el crecimiento de la guerrilla y la derecha
en El Salvador, los crecientes problemas con Honduras y el total fracaso en Panamá.
A partir del 20 de marzo,la prensa estadounidense y la oposición han comenzado a
hablar del "colapso" de la política de Reagan en Centroamérica en un tono muy dis-
tinto del que se empleaba en 1986, cuando todo parecía estar bajo control.5
El vuelco en la situación de Nicaragua se produjo en enero cuando, en la reu-
nión de presidentes centroamericanos de San José, el gobierno de Nicaragua acePtó
suspender el estado de sitio y abrir negociaciones con la oposición armada, cosa que
había prometido no hacer. La administración Reagan denunció el cambio sandinis-
ta como una maniobra destinada a impedir el otorgamiento de ayuda militar a los
"contras". Si era así, tuvo éxito: el 3 de febrero, la Cámara de Representantes rechazi
la ayuda a los "contras" y luego, en marzo, la derecha rechazó un Plan demócrata de
ayuda humanitaria con el fin de dramatizar la situación. En la práctica, solo consiguió
desmoralizar aún más a los "contras". De hecho, la ayuda humanitaria sería renovada
meses después, pero en condiciones políticas muy diversas.
A pesar de las objeciones de Estados Unidos, los "contras" acePtaron (el 21 de
rnarzo, en la reunión de Sapoa) ir a la negociación, firmando un acuerdo para el
cese del fuego de 60 días. A partir de entonces, la situación de Nicaragua entró por

5 Véase por ej. Richard Millet, "The United States and Central America: A Policy Adrift" , Cunmt Hismry,

diciembre de 1988.
AMÉRICA IATINAYLATRANSICIÓN ESTADOUMDENSE 421

un doble camino: el fracaso de las negociaciones y el d.eterioro


de la opción mütar
estadounidense.
Los "contras" accedieron a la negociación no solo porque
temían los resulados de
la elección estadounidense y al cese de la ayuda po, p"ra.
iel congreso, sino también
como producto de su precariedad inrerna, en definitiva, su
prinlipal problema- los
sandinistas conformaban un frente sólido y único;
¡ -".gá d. lá, ,trrno.o infun_
dados, no hubo en la dirección de Managua dudas o "l probláas acerca de la negocia-
ción o, si ellas exisrieron, estaban ya resueltas ,.rrt".re a la mesa.
En cambio, f,or el
lado de la "contrd', había quienes asistían a las"lconversaciones
y quienes se mantenían
fuera de ellas para poder criticarlos. Sin embargo, los conflicios internos
habían co-
menzado desde antes y revelaban una contradicción de fondo
entre un sector político
que tiene algún respaldo en Nicaragua y que, anre su evidente
derrota militar, quiere
jugar su carta política; y los antiguos somocistas, que
no tienen otra alternativa que
mantenerse como poder armado. En ese marco, las acciones
de Estados unidos para
bloquear la negociación ruvieron pleno éxito.
La "insurrección de mayo" en los campamentos en Honduras
fue determinante
q".1 .l futuro de la organización. con ayuda de los operativos de la cn y del gobierno
de Honduras, el .¡efe militar de la 'tontra", Enrique Bermúdez,
consiguió d.ominar la
rebelión y, más tarde, de nuevo con ayuda estadounidense y
aliado sector civil,
se convirtió en máximo dirigente dela organización.6 "oi,r,
No fueron los "contras" leales a Bermúdez los que terminaron con la insurrección,
sino tropas hondureñas que, empujadas por la crA, arrestaron
a cinco de los siete prin-
cipales insurrectos y los deportaron a Miami. En el debate
posrerior en el d-irectorio,
la propuesta de Adolfo calero y pedro
Joaquín chamorro je destituir a Bermúdez se
bloqueó, según la versión del propio chaÁorro, porque ,n represenrante
de la cre,
presente en el exterior de Ia reunión, se dirigió a los panicip*io
po, un sistema de
sonido interno exigiéndoles que cambiarán su posición con la amenaza
de que, en el
momento mismo en que se destituyera a Bermúdez, toda la ayuda estadounidense
ce-
saría. Ello ocasionó el reffoceso y la fragmentación de los líderes
civiles de la "conrra,,
hasta que Enrique Bermúdez se convirtió en el jefe máximo
de la Fuerza Democrática
Nicaragüense (r»N).
Aunque Estados unidos haya conseguido bloquear las negociaciones,
ello ruvo un
alto costo. Hasta marzo, la "contra" tenía graves d1ff.,rlt"d.r!ue, sin
embargo, godía
resolver a través del proceso de negociación, optando po. ,,,
,"i.r"orporación alavida
civil en condiciones políticas expectables. con ras divisiones y t.rrion.s
de estos me-
ses, las opciones de los "contras"
-y p* ende de Estados urridor- se han estrechado.
Casi todos sus combatientes han abandonado sus posiciones
en Nicaragua y están en

6 CINAS (Centro
de Investigación y Acción Social), Estados (Jnid¿yCento¿mérica. Bobnn
d¿ Análisis e
Infrmación, n'23, México, junio-agosro de l9gg.
122 ESTRATEGIAS Y PROCESOS DE POLÍTICA EXTERIOR EN ESTADOS
UNIDOS, I98I.I991

los campamentos de Honduras, desde donde volver a movilizarlos es


una rarea diffcil.
La "contra" ha perdido sus ultimos vestigios de unidad interna. r.a mayoríaAlfredo
césar-Enrique Bermúdez es precaria, ya que mientras que el primero aspira a enca-
bezar un partido de oposición dentro de Nicaragua, .l ,.gunJo sabe que ni siquiera
podrá volver a ese país terminada la guerra. por último, no hay posibilidades d" q,r.
r el Congreso de Estados Unidos reanude la ayuda militar.
Así lo reconoció, por lo demás, la administración Reagan, cuando el 5 de octubre
Puso Punto final a su política centroamericana al anunciar que no solicitaría nue-
vos fondos para los "cont.ras", dejando esa tarea a su sucesor. Es casi seguro que la
administración Bush obtendrá fondos limitados para una ayuda .,humanitaria,, que
permita a los "contras" permanecer en sus puesros. Es también diffcil de imaginar, sin
embargo, que ellos vuelvan a combatir.
La precariedad de la operación "contras" se ve agravada además por los múltiples
problemas surgidos con Honduras, donde el sendmiento anti estadounidense y
Lti
rado disposición a seguir cooperando con'§l'ashington, tanto en el abastecimiento
i
'tontras" como en el control del foco de rebeldia que surgió en mayo, pero
a los
no I
tiene el menor interés en entrar en conflicto con Nicaragu" y ,igr. pr.o..rp"do po,
I
la perspectiva de un estacionamiento permanenre de losltontr"i en-la. ,.nio.ro'dd
I
territorio hondureño que ya controla. i
lJn nuevo problema se ha agregado a las dificultades entre Honduras y Estadm I
Unidos a partir de las acusaciones a varios altos jefes de las fuerzas
".-"d.,
d. Hoo- |
duras de estar implicados en el narcotráfico. El iema de las drogas es uno de los más I
relevantes del año electoral y los candidatos de ambos partidos
"Impit..,
para democ- |
trar dureza en su üaramiento; ninguna negociación con supuestos ,"r-trrfi.rrrts I
sería aceptable. Los generales hondureños conocen las lecciones de panamá
dondg I
después de que se lanzaran las acusaciones contra Manuel Noriega, ya
no hubo po- |
sibilidad alguna de modifica¡ el curso de los hechos. Temen ,rri"ri"ilido ,i-ilr* N
no creen en la garantía que se les pueda dar desde F¡tados unidos. El surgimienq,
entonces, por razones estrictas de supervivencia, de un sectof más independienrc
I
c¡ I
una posibilidad en los próximos meses. t
Por encima de esto, además, se encuentra la reticencia hondureña a volver a * o- I
cenario de guerra que les ocasiona multiples problemas de control interno
e insesuri- |
dad exterior. Así como es difícil para vashington rearticular a la ..contra,,u
r."rrrirl. t
es también problemático convencer a Honduras de reasumir su papel
de plauforme I
anti Nicaragua en un conflicto prolongado, en que el apoyo estaáounidense no c¡
I
siempre seguro. t
La situación en El Salvado r era ya dramática antes de que la elección municipel
I
del 20 de marzolapusiera en evidencia y de que la enfermedad de Napoleón
Dg¿fu I
la tornara dramática. Estados unidos ha invertido más de la mitad á. lo, ,..rro

I
AMÉRICA I.flINA Y IATRANSICIÓN ESIADOUNIDENSE

destinados a la región en estos años (incluyendo en esta cifra los fondos asignados a
los "contras") solo en este país. El Sdvador fue, en los primeros anoo el país en el cual
se demostraría el éxito de la política d,.o y donde se obteodría la primera vicmria
militar. Luego, a partir de 1983, fue el lugar donde h¡hía -a iuici,o d€ los e*adouni-
denses- las mejores condiciones para desarrollar la nuer¡a política ba$ante más com-
pl4a (y consensual), que fluía del Informe Kissingec en El Sahador qisrh la fuerza'
de centro que se quería hacer viable gara consolidar un Égimen democático formal'
realizar algunas transformaciones esmrca¡rales, desarrolla¡ una intensa guerra de con-
trainsurgencia y dominar a una derecha irracional y üolenta- La primera polídca
había estimulado y buscado coopüu a esa derecha; la segunda, la excluía y centraba
el apoyo estadounidense en Duame, visto por el Congreso y la opinión pública como
un gobernante democrático que enfrentaríe alavez a la subversión comunista y a los
escuadrones de la muerte.
si comparamos ese proyecto con Ia imagen de El Salvador en 1988, después de
más de cinco aáos de transferencia masiva de recursos, intensas presiones políticas
y escalada militar incesante, los resultados no podrían ser Peores. No es el principal
problema que la derechahayaconservado e, incluso, aumentado su fuerza: al fin y al
cabo, hacía ya tiempo que la Casa Blanca había intentado corregir su desviación hacia
Duarte, abriéndose algo mrís hacia la Alianza Republicana Nacionalista (enrNl). Los
problemas de fondo están en una crisis económica que se percibe como aguda (casi in-
salvable), a pesar de la enorme cantidad de recursos transferidos; en la subsistencia del
Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (rr"rI-N) como una fuer¿a milita¡ de
envergadura capaz decontinuar la guerra indefinidamente; en la incapacidad absolua
(o falta de voluntad real) del gobierno de Duarte pararealizar reformas estructurales; y
en el agravamiento de la situación de derechos humanos, cafactefiT.ado sobre todo por
el pleno resurgimiento de los escuadrones de la muerte en una imagen de corrupción
generalizada en el gobierno. En suma, desde Estados Unidos se percibe una situación
en que, en los marcos de una crisis mucho más aguda que en 1983, las fuerzas reales
del país siguen estando en el n'rN-ron (Frente Democrático Revolucionario), las fuer-
zas armadas y la derecha, y Ia alternativa de centro se debilita cada vez más.
I¿ Administración intentó, en vísperas de la elección de marzo, Presentaf a ARENA
con un nuevo rostro, Cristiani y no D'Aubuisson, pero ello no tuvo éxito. Esa elec-
ción creó la perspectiva de un retorno al pasado, ya que la primera opción prya las
elecciones presidenciales de 1989 las tenía ahora la derecha, encabezada por ARENA
y Cristiani. Ante esta posibilidad real, la Democracia Cristiana, con una división
inrerna, entraba en una crisis mayor. Lafuerzamilitar de la guerrilla aumentaba día a
día y su rechazl^ a las elecciones no es formal, sino que puede derivar en una escalada
de violencia.
Se ha producido así una nueva paradoja, de las muchas que han afectado en estos
aáos a Estados Unidos en esta región. La elección de marzo de 1989 debería ser un
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gran úiunfo de la política estadounidense, yd que en ella participan todas las frul
zas políticas reconocidas, incluso la Convergencia Democrática (encabezada por h:
líderes del Frente Democrático Revolucionario); además, con ella se marcará el Fi-
mer traspaso pacífico del poder en muchos años. Sin embargo, la ruptura del disú
inicial de pacificación es de tal magnitud, que lo único que queda es esta sásca¡e dc
democracia formal, bajo la que hay un potencial de violencia y confrontación, y un
crisis económica y política de proporciones similares a la de ocho años atrás (aunqr
el ejército sea ahora más fuerte), que hace que las posibilidades de una victoria dc h
guerrilla sean menores. Las voces de júbilo, que en 1985 proclamaban que El Saty&
dor había "dejado de ser un problema para Estados LJnidos", han sido reemplazad-
por voces de alarma que se preguntan, hasta ahora sin respuesra, qué es posible hac
en El Salvador.
Es obvio que, sumadas todas estas circunstancias, Estados Unidos requiere reri¡r
a fondo su política hacia Centroamérica.

3. PeNerraÁ, MÉxlco y Los IRoBLEMAS DE LA DEMocRATTZACTóN

A comienzos de marzo, la situación de Panamá parecía haber dado un vuelco decisirq


En febrero, un Gran Jurado en Miami formalizó cargos conrra el jefe de la Gua¡dii
Nacional de Panamá, el general Manuel Antonio Noriega, por estar implicado en d
tráfico de drogas; acusación que, junro con la de auxiliar al terrorismo, es la más grar
que se puede dirigir contra un gobernante extranjero. A ello siguió la demanda oftcid
del secretario de Estado, George Shultz, de que Noriega abandonara su puesro.
[,os cargos no eran nuevos, pero ya no era la prensa la que los formulaba, sino d
sistema judicial avalado por un consenso político nacional. Noriega se transformó e¡r
"enemigo público número 1" y las demandas de actuar decisivamente en su contra s
multiplicaron en todo el arco político. Además, ello ocurría en momentos en que sr
posición interna parecía precaria, dados sus problemas con el presidente Eric Delvalh
y la movilización opositora que demandaba la democratización del país. Si a ello c
agrega la influencia que Estados Unidos ha tenido siempre en la política panameñ+
todo parecía indicar un pronto desenlace. Preguntado en esos üas el presidente R*
gan acerca de la posibilidad de que el general Noriega se exiliara a la República Domi-
nicana, respondió que "no es lo suficientemenre lejos". Por el lado liberal, el senador
Alan Cranston contestaba a la consulta sobre si esto podía perjudicar la presencia dc
tropas estadounidenses en Panamá, afirmando que "Noriega estará fuera de Panamá
mucho antes que nosotros".T

7
José Miguel Insulza: "Punto muerro en Panami', Cono Sur,YoL vrr, n" 5, Santiago de Chile, septiembrc-
octubre, 1988, p. I I
AMÉRICA IATINA Y tA TRANSICIÓN ESIADOI.JNIDENSE

Cuatro son las razones que llevaron a Estados Unidos a mdr¡¡ecer su poición ha-
cia el régimen de Noriega. En primer lugar, el crecimiento de la opcición de oentro y
derecha en Panamá convenció al Departamento de Esmdo de que ci*íe,n¡ qpslf¡
democrática viable y que ella era más cercíura políticamente a Esadm Unidos de lo
que jamás lo sería el régimen militar. En segundo término, Noriega parEcfe ad^ ve
menos confiable, debido a su tendencia a combina¡ el apoyo a actividades de Esmdos
Unidos con sus buenas relaciones con Cuba y Nicaragua En tercer lugar, Estados
Unidos parece interesado, en relación al Canal, en una renegociación que acorte el
plazo de entrega a Panamá a cambio de una permanencia de sus tropas más allá de
1999, objetivo que es más posible con un gobiemo aftn. Por último, la cuestión del
narcotráfico hacía imposible moderar el tono una vez formalizadas las acusaciones,
dada la especial sensibilidad del público estadounidense a este respecto. Lo que hasta
ayer era un elemento de negociación (Oliver North usó aviones del narcotráfico para
abastecer a la "contra"), se convertía ahora en un asunto que el gobierno no podía
ignorar.
En base a la evaluación del Departamento de Estado, especialmente del secretario
adjunto para Asuntos Latinoamericanos, Elliot Abrams,s que aseguraba un éxito a
cofto plazo, la Administración -que venía escalando desde hacía tiempo las declara-
ciones contra Noriega, pero que se resistía a exigir formalmente su salida- tomó pie
en la declaración del Gran Jurado para provocar la ruptura. LJna reunión en Miami a
comienzos de año entre Abrams y el presidente Delvalle convenció a este ultimo del
pleno respaldo de Estados Unidos para sacar a Noriega.
El escenario inicial era simple. La acusación del Gran Jurado, junto a las que ya
circulaban en Panamá, provocaría deserciones en el gobierno y en la Gua¡dia Na-
cional, debilitando a Noriega y permitiendo a Delvalle exigir su renuncia, apoyado
además por la movilizaitón de la oposición. En cambio, en la realidad, la Guardia
mantuvo su unidad -hasta el supuesto "sucesor" de Noriega le manifestó lealtad- y
el Congreso panameño destituyó a Delvalle, sin que Estados Unidos o la oposición
pudieran hacer mucho. Estados Unidos no tuvo más remedio que recurrir entonces a
la presión económica, esperando que la crisis que debía ocurrir en un país, que carece
hasta de moneda propia, terminara por producir la caída.
Por un tiempo, la movilización aumentó fortalecida por los trabajadores que no
recibían su pago mensual debido a que Estados Unidos había ordenado a los bancts
congelar las cuentas panameñas, argumentando que el gobierno legítimo era el de
Delvalle. Se produjo, además, un intento de golpe, pero Noriega no solo no cayó,
sino que a los pocos días retomó el control; no se evitó el deterioro de la economía,
pero sí el colapso gracias, entre otras cosas, a los dólares que llegan desde Estados

s En ma¡zo de 1988 Abrams declaraba que "Noriega está aferrado al poder con la punta de los dedos". Véase

Steve C. Ropp, 'Panamat Defiant Noriegd', Cunent History, diciembre de 1988.


426 ESTRAIEGIAS Y PROCESOS DE POLÍTICA EXTERIOR EN ESTADOS UNIDOS, 198I.199I

Unidos para pagar al personal del Canal. Ante la resistencia de la Guardia, la opci-
ción se desmovilizaba y exigía como única solución la intervención directa de Est¡rl¡x
Unidos y acusando a \Tashington de debilidad.
La intervención se descartó por distintas razones: la posibilidad de una resisteocir
militar importante con gran número de bajas, el daño que ella ocasionaría en h
celaciones con América Latina y el peligro que significaría para el futuro del Ca¡d
el precedente de usar las fi¡erzas estacionadas en su defensa para intervenir en el paft'
Abrams parece haber insistido en esta solución y en otra, aún más descabellada: d
secuestro de Noriega por un comando que lo llevaría a Estados Unidos para juzgarlo
'§l'ashington
Puesto ante soluciones inviables, optó por la negociación, a la cuat d
nuevo gobierno de Panamá y Noriega parecían dispuestos.
l,a negociación fue una nueva frustración. En un primer momento, Estadñ
Unidos exigió que Noriega saliera hacia oro país e, incluso, anunció que pedirü
su extradición; luego, aceptó su salida a un país que no tuviera convenio de extradi
ción vigente con Estados Unidos; después, estuvo dispuesto a aceptar su renuncia sin
abandona¡ Panamá; ¡ al final, que ella no fuera inmediata. En todo este proceso, h
oposición, excluida de la negociación, se sentía traicionada y Noriega se fortalecí+
endureciendo su posición.
Parece claro, entonces, que Estados Unidos se equivocó totalmente en la lím
seguida hacia Panamá.e La fuena que podía movilizar la oposición era escasa y he
sectores populares no estaban presentes en ella, no porque estuvieran de pane &
Noriega, sino porque la dirección opositora está, fundamentalmenre, en manos dc
empresarios y partidos de derecha. Mientras Abrams aseguraba que la Crun;ada Cívicl
se encargaría de echar a Noriega, esta esperaba todo de Estados Unidos, incluso el r¡s
de Ia fuerza. Asimismo, se subestimó la unidad de la Guardia Nacional, que ha dir
frutado en estos años de una posición de priülegio político y económico que no esr.i
dispuesta a abandonar, mucho menos cuando se la convierte en blanco de las crítica¡
de la oposición. Por último, la Casa Blanca menospreció el peso del nacionalismo en
Panamá después de la déc¿da de Torrijos. Entonces; la lucha dirigida por el torrijisrno
en pos de la recuperación del Canal movilizó aI conjunto de la sociedad panameña
que encontró en la revuelta una fuente de nacionalismo que no había tenido antes.
El presidente Reagan, al no darse cuenra de estos cambios, usó un viejo estilo eo
un país disdnto. Lafuerza de'§l'ashington en Panamá no es pocÍr ¡ usada más efecd-
varnenre, hubiera podido desestabilizar a Noriega. En cambio, se prefirió el choquc
frontal y el uso arrogante del poder, dando la apariencia de que Estados Unidos era
aún dueño de Panamá. Por algunos días, pareció que en \Tashington se iba a derermi-
nar cuándo y hacia dónde se iba Noriega, lo que no podía sino provocar alarma, no
solo en Panamá, sino también en América Latina.

e "Anatomy of a Fixcn" junio de 1988, p.22 y


, Time,6 de ss.
AMÉRICA TATINA Y Iá TRANSICIÓN ESIADOUNIDENSE

El balance hasta la fecha no puede ser más desolador para Esados Unidos. Norie-
ga seguirá al mando de la Guardia hasta las elecciones de 1989 e, induso, ha anun-
ciado su candidatura a la presidencia. Seguramente, debeú dejar el poder dgun día
¡ de todas formas, la presencia de Estados Unidos en Panamá esú garandzada por el
Tiatado, al menos, hasta 1999. Sin embargo, por ahora, la oposición es la que Pa¡ece
desmoralizada y todas las negociaciones, en las que Estados Unidos ha cedido cada
vez más, no consiguieron cambiar Ia situación. Panamá salió del primer plano duran-
te la segunda mitad del año y la situación tendió a estabilizarse, aunque los da-áos a
la economía son de carácter mucho más permanente. La decisión de la oposición de
participar en las elecciones es el signo más reciente de la normalización política de
Penamá, en los mismos o peores términos que al iniciarse la crisis'lo
Si Panamá y Centroamérica han demostrado los límites hasta dónde puede llegar
el intento por "imponer democracia" desde fuera, los cambios ocurridos en México
durante 1988 ponen de manifiesto los peligros que, para los intereses estadouniden-
ses, tiene esa pretensión. En el marco de la euforia producida por los supuestos éxitos
en Haití y Filipinas, el sistema político mexicano cayó en la mira de los ideólogos con-
servadores durante la segunda administración Reagan. En realidad, la preocupación
venía de antes, en alguna medida desde el sexenio de Luis Echeverría (1970'1976),
ampliamente criticado en'§7'ashington por sus posturas nacionalistas y tercermundis-
ras, y se había agrandado desde que el gobierno de José lópez Portillo separó aguas
con Estados Unidos en la cuestión de Centroaméricay adoptó más tarde medida*
nacionalizadoras para enfrentar la crisis económica. En esas circunstancias prevalecía
aún la noción de que la estabilidad del actual sistema poütico mexicano era lo que
más favorecía los intereses de Estados Unidos, por lo que era necesario Preservarla aun
a costa de algunos sinsabores en el plano de la política exterior.
Thnto Ia profundidad de la crisis mexicana como el agravamiento de otros temas
bilaterales, como el narcoúáfico y la migración indocumentada, crearon el clima para
cambiar esa percepción. Por una parte, la deseada estabilidad del sistema parecía cada
vez más precaria; por otra, la alternativa que en ese momento patecía la única viable
era arractiva para los conservadores. En efecto, las amenazas de desestabilización del
sistema no provenían de una izquierda fragmentada, sino de una derecha moderni-
zaday con fuerre arraigo, sobre todo, en los Estados más desarrollados del norte del
país. I
En condiciones, la tentación de intervenir más directamente en la política
esas
mexicana para fortalecer la opción conservadora se hizo evidente en los círculos más
extremos de'§l'ashington, si bien nunca fue explícita dada la resistencia del Departa-
menro de Estado, siempre preocupado del nacionalismo mexicano, y del Tesoro, que

10
A partir de las elecciones de mayo de 1989, que Noriega anuló ante la evidencia del trimfo masivo del
candidato opositor, Guillermo Endara, la situación siguió deterioníndose hasta llegar aI 20 de diciembre de
1989, cuando el presidente George Bush decidió la invasión militar de Panamá. (Nota agregada al texto original)
428 ESTMTEGTAS Y PROCESOS DE POLÍTICA EXTERIOR EN ESTADOS UNIDOS, 198 I - I 99 1

otorgaba prioridad a los graves problemas financieros de México y pareciasatisfec-h


con la dispersión del gobierno mexicano en esa mareria. Sin embargo, el gobiemo dc
Miguel de la Madrid debió enfrentar la paradoja de una política estadounidense rnar
distante y agresiva, precisamente cuando se esforzaba mucho más que sus predeceso-
res por abrirse al diálogo y la concerración con Estados Unidos.

. El panorama comenzó a cambiar en 1987, cuando las elecciones estatales en c.


norte del país, especialmente en Chihuahua, mostraron, a pesar de las acusacioncs
de fraude, que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) en el poder era capaz ,jc
controlar las amenazas de la derecha, Ya entonces algunos críticos argumentaron qu.
la única posibilidad realista de cambio en México se daba a través de la negociacioe
con el PRI, con miras a la elección presidencial de julio de 1988.
Esa elección fue, sin embargo, el hecho decisivo que cambió la conducta estadou-
nidense, haciendo olvida¡ cualquier pretensión desestabilizadora. La fuerza mosrad¿
por la coalición nacionalista y de izquierda que apoyó a Cuauhtémoc Cárdenas pasn
a ser la preocupación principal de §Tashington y eliminó cualquier tentación de pa-
trocinar el cambio político en México.
Es probable que, en los próximos años, se vuelva a Ia época del "tratamienro es-.
pecial", otorgando a la administración mexicana un tratamiento comparativamenrc
mejor en temas como la deuda y disminuyendo Ia presión en los aspectos más conflic-
tivos como el narcotráfico y la migración, lo cual significa, en rérminos más simples-
el retorno a la política de estabilidad que ha presidido las relaciones entre México r
Estados Unidos en las últimas décadas. EI problema es que esa política no garanriza
la solución de los problemas de fondo que están en la base de la crisis mexicana v le
confieren particular explosividad.

4. Er lnorrrMA DEL NARCoTRÁFrco

El tráfico ilegal de drogas se ha ido convirtiendo en uno de los principales proble-


mas en las relaciones entre Estados Unidos y América l^atina por varias razones: en
primer lugaa América Latina provee toda la cocaína, gran parte de la marihuana 1'el
40o/o de la heroína que se consume en el mercado estadounidense; en segundo lugar.
numerosos países del continente están involucrados en las fases de producción, proce-
samiento o traslado hacia Estados Unidos. En suma, América Latina es el productor
principal y Estados Unidos el consumidor principal. La decisión acerca de cuál de
los dos aspectos -producción o consumo- debe atacarse prioritariamenre no es, por
consiguiente, secundaria.
En estos años, la política estadounidense se ha centrado en arremeter fundamen-
talmente contra la producción de estupefacientes en América Latina, solicitando para
ello una cooperación que ha resultado ser escasa o insuficiente de parte de América
AMÉRICA LATINA Y LA TRANSICIÓN ESIhDOUNIDENSE

Latina. En la Ley de Drogas de 1986, el Senado estimó necesa¡io menciona¡ a algu-


nos de estos países y determinó la aplicación de sanciones financieras y oomerciales si
el Ejecutivo ceftificaba anualmente que ellos no esEaba¡¡ colaborando efuivamente
en la prevención del narcoüáfico. Por parte de los ladnoamericanoq en cambio, se
argumenta que mientras que Estados Unidos no adopte medidas eftctras Para com-
batir el consumo de drogas por parte de sus habitantes, el na¡cotráfico puede ser com-
batido, pero no controlado. Al mismo tiempo, se quejan de que Por razones políticas
Estados Unidos descarga las responsabilidades en otros países, sin asumir las suyas.
A esta crítica exrerna se unen las que formulan los sectores políticos y académicos
dentro de Estados Unidos respecto a lo que consideran un üatamiento inadecuado
del problema. Desde un lado, se objeta el excesivo énfasis que la Administración ha
puesto en el tratamiento policial del problema, sin incrementar de manera equiva-
lente los recursos destinados a la educación y Ia rehabilitación. Desde el otro extremo
(los partidarios de "la ley y el orden"), se objeta la falta de recursos legales y econó-
micos suficienres para enfrentar a los distribuidores, que a veces cuentan con mejores
armas y más dinero que las fuerzas policiales que los enfrentan.
l¿ alarma en torno al tema es comprensible si se considera la magnitud que él ha
adquirido. En l987,las muertes causadas directamente por el consumo de drogas
alcanzaron a cinco mil personas, pero muchas más fueron las muertes provocadas por
delitos vinculados al narcotráfico. Los consumidores habituales de drogas se estiman
en 32 millones de estadounidenses.ll En el plano económico, los c'álculos acerca de
la cantidad de dinero que circula anualmente en las ventas al detalle llegan hasta
130.000 millones de dólares,12 pero el combate al narcotráfico, si se suman los gastos
directos e indirectos del gobierno federal y los gobiernos estatales y locales, se calcula
en 60 millones de dólares,13 sin contar los fondos de asistencia a programas en el
exterior. Mucho más grande el costo estimado de las pérdidas en la productividad,
es

ausentismo, accidentes y otros rubros. Quienes argumentan que la política de Reagan


fue un fracaso señalan que, a pesar de las operaciones de interdicción y del aumento
del consumo, los precios de la droga han disminuido. Aunque en 1987 se incautó 18
veces más cocaína que en 1981, un kilo de cocaína que hace diez años costaba 70.000
dólares se vende ahora por 10.000 dólares, lo que estaría demostrando más una sa-
turación del mercado que la escasez de oferta resultante de la interdicción exitosa.l4
Como es natural en un año electoral, el tema debía ser agitado, sobre todo, pOr
quienes culpan a la administración Reagan de haber aplicado sobre Ia materia una
política fracasada. Jesse Jackson fue el primero en levantar el asunto y le siguieron

il George Bush, "Building a Better America" (Informe del presidente al Congreso), Government Printing
Ofiice, §l'ashington, I 989.
l2 Margarer Daly Hayes, op. cit-
13 "Report of Drug Control", Dep*tment of Justice, Bureau of Justice Assistance, §l'ashington, 1987.
la "The
Quack Epidemic", The New Republic,14 de noviembre de 1988.
4N ESTMIEGIAS Y PROCESOS DE POLfTICA D(TERIOR EN ESTADOS UNIDOS, 198I.199I

todos los demás candidatos. A pesar de la existencia de sectores académicos y polítim


que proPonen un enfoque radicalmente distinto a través de la legalización control¡<l¡
de las drogas, el enfoque predominante en el debate electoral fue el endurecimiento &
las líneas políticas seguidas hasta ahora. George Bush propuso en su campana me-
didas como la pena de muerte para los delitos con resultado de muerte vinculadc
ol narcotráfico, la coordinación por el vicepresidente de los esfuerzos de las distinus
agencias gubernamentales con competencia en la materia, el uso del ejército en ta¡ez§
de interdicción y la creación de una fuerza internacional anti drogas, que inclus
podría "bombardear las plantaciones de drogas en orros países". Al mismo tiempo,
la administración Reagan incrementó durante el aáo sus acciones internas de inter-
dicción, proclamando como política la "rolerancia cero", es decir, la aplicación dd
máximo rigor de la ley a cualquiera que fuera sorprendido transportando drogas,
incluso, en ínfimas cantidades.ls
En este ma¡co electoral se aprobó, tal como había ocurrido en vísperas de las ela-
ciones de l986,lar,q c-ontra el Abuso de Drogas de 1988. Esta ley recogió algunas dc
las propuestas formuladas ya por Bush durante la campaña: aumenró los presupuestc
para las agencias vinculadas al na¡couáfico y los recursos uansferidos a los gobier-
nos estatales y locales; estableció la pena de muerte para los asesinaros cometidos pa
traficantes mayores y menores, y para el asesinato de un oficial de policía en un crimea
vinculado al narcotráfico; incrementó las penalidades para algunas ofensas; creó ,rr¡
nuwa agencia para coordinar la campaña nacional contra las drogas, cuyo director
tiene rango ministerial (el "zar de las drogas"); recomendó la creación de una fuerz¡
regional latinoamericana antinarcóticos, de una fuerza de Naciones Unidas y de unr
agencia de control de divisas vinculadas al narcotráfico, y de un tribunal internacio-
nal para jwgar crímenes internacionales; y mantuvo la demanda de certificación pare
los países cuya cooperación se solicita por pafie de Estados unidos.r6 Desde luego,
falta ver hasta qué Punto esta legislación pretende realmente elevar la lucha contra d
narcotráfico o es solo una maniobra electoral. Gran parte del efecto de la ley de 1986
se perdió cuando, a comienzos de 1987, en la Ley de Presupuesto se eliminaron las
cantidades que, con gran estruendo, se habían aprobado en vísperas de las elecciones.
A pesar de esta reagudización del debate sobre las drogas con motivaciones elec-
torales, el aáo transcurrió sin grandes novedades en lo que respecra a América Latina
Se entregaron todas las certificaciones, incluso a pesar de la anulación del tratado de
extradición con Colombia ¡ en términos generales, la Administración moderó su
lenguaje para referirse a la cooperación latinoamericana. En parte, ello se debe a qpe
la cooperación real aumentó, lo cual se expresó en un aumento de las destrucciones

r5 Gmrgina Núñez, 'la


imporancia de la política de drogas en Estados Unidos", El Día (suplemena),
Méxicr,,29 de ene¡o de 1989.
16
charles Doyle, Harry Hogan,-et al., "Anti-Drug Abuse Act of 1988 (H.R 5210, 100,h congress):
Highlighs ofEnacted Bill" (Report ofthe Congressional Resea¡ch Service), §l'ashington, noviembre de 1988.
AMÉRICA IATINAYLATMNSICIÓN ESTADoUNIDENSE 431

de embarques y plantaciones en la región. Támbién hubo un cambio de rácdca en la


Administración estadounidense, que se centró en figuras específtcas del n¿rotráfico,
más que en promover políticas generales hacia países. fuí obmvo en 1987 Ia ext¡adi-
ción de Carlos Lehder desde Colombia y en este a-ño (a pesar de las üolenras prctesErs
en las calles de Tegucigalpa) la de Juan Ramón Matta Ballesteros desde Honduras.
Otras figuras prominentes en la mira estadounidense fueron algunos altos funciona-
rios militares y diplomáticos hondureños, el general Manuel Norieg-a y el haitiano
Jean-Claude Paul.
Por último, es posible que la administración Reagan no haya querido busca¡ otros
pleitos con América Latina en el año electoral, sobre todo, después del fracaso de
su acción contra Noriega, pero algunas disposiciones de la nueva ley revelan que la
política general no ha variado. l¿ creación de la fuerza latinoamericana anti drogas
que recomienda la legislación, la persistencia en las certificaciones y, en general, la
consideración de América Latina más como un adversario que como un aliado contra
el narcotráfico seguirán siendo problema en los próximos años.

5. laeourursrRlcróN Busn y EL DrALoco TNTERAMERTcANo

En el año que termina, como durante toda la administración Reagan, el diálogo entre
Estados Unidos yAmérica I¿tina se hizo m:ís complejo y diffcil. Esta tendencia cons-
tituye, en alguna medida, un reflejo de los demás problemas de la relación hemisferi-
ca. Un nuevo diálogo hemisftrico supondría que la parte estadouniderue acepmra la
existencia de mecanismos más relevantes y representativos que los del acnral sistema
interamericano para conducirlo. En los años de crisis, la oEA no ha jugado ningún
papel relevante, no solo porque los latinoamericanos la ven como un foro poco útil,
sino porque de parte de Estados Unidos ha existido un desprecio casi absoluto por las
instancias multilaterales. Como resultado, otras organizaciones como el srLe, Cartage-
na, Contadora, el Grupo de los Ocho o Esquipulas se han ido convirtiendo, para cada
problema, en interlocutores relevantes. Esta nueva realidad de coordinación de Améri-
ca Latina se ha ido fortaleciendo ante el evidente disgusto de Estados Unidos que sigue
considerando las relaciones bilaterales (o el sistema interamericano) como los únicos
referentes válidos. I-as reuniones de presidentes centroamericanos en Alajuela (Costa
Rica) en 1988 y en El Salvador a comienzos de 1989, y la reunión del Grupo de los
Ocho en Punta del Este (Uruguay) acentuaron la tendencia a la cooperación latinoa-
mericana, pero no tuvieron ninguna respuesta de parte de Estados Unidos.
No es, pues, extraño que los presidentes del Grupo de los Ocho hayan afirmado
en Punta del Este que una redefinición de la relación con Estados Unidos está en el
primer lugar de las prioridades de América Latina. Por lo dem¿is, tal declaración pa-
recía oportuna al formularse pocos días antes de la elección de un nuevo presidente
432 ESTMIEGIAS YPROCESOS DE POLÍTICAEXTERIOREN
ESTADOS UNIDOS, 1981-199I

en Estados unidos. Aunque este presidente


se presenre, como George Bush,
signo de la continuidad, er cambio d. bajo er
gobi.rno .,
políticas, modificar_los e*ores (q*. .orr"-,rchos "";;;;;rrr,d"d 0"." rediscurir
en .l ."ro de las relaciones hemisfé-
ricas) y reiniciar el diálogo. por más
que no se pueda ser demasiado optimista
repetición, por tercera vez consecutiva, anre la
de una administració" ;;r;;;;;&.iJ
g! s¡¡ tralv
realista con América Latina. 'ro ,
La voluntad contin.ista de George Bush
parece sincera. Es posibre que, viniendo
de orígenes sociales yporíticos muy
distinto, d. Io. ¿. n lr'", Ilegado a admira¡
e, incruso, la forma "g".,
la capacidad de este. de dar riderazgo
J" il.1. capaz depospG. i
ner problemas y volver a generar confianza. pero
Bush ,o ., R."g*.'El prJ;;;. j

saliente puede ser un reaccionario,


pero no es verdaderamente un conservador.
conservador, en el sentido esrricto, no un Il
habría adoptado las medidas audaces
de la economía que desarrolló el presid.ente respeoo
en sus primeros años, las cuales pro_
voca¡on el déficit, también hayan traído .orr.igo .r.r" {
Thmpoco habría dado 1rr1,r.-
eisarto arvacíodá Jir-irui, "i
basado en una teoría no demostrada
impuestos ,".,.,f,:J:T::lI,tJ: {
se demostró ser falsa). En porítica
que pronosticaba un mayor
ff;1#:t:J: t
ot .i*, un conservado. r. rr"uri"*#"* JLil: I
blemente a las reglas de la contención,
sin financiar de modo
I
luego esta actividad ." ".;;#:..'.;fi
de movimientos irregulares, codiftcando
h ;;;;; *}];f I

m*.m**'*ffil
434 ESTRATEGIAS Y PROCESOS DE POLITICA EXTERIOR EN ESThDOS UNIDOS, 1981-199I

de diálogo y concertación con sus aliados, moderando las consebuencias globales de su


ajuste. Al mismo tiempo, Bush resistirá las presiones proteccionistas mejor que ningrln
demócrata, aunque puede que su voluntad de mantener un buen dirflogo con los países
industrializados y mosmar elavez firmeza, le lleve a dar un escarmiento pait
" "1g""
latinoamericano, como recientemente hizo Reagan con las sanciones a Brasil. Aunque
c posible que, liberada del problema electoral, la nueva Administración flexibilice zu
posición en materia de pago total de la deuda, no habrá salidas ni soluciones dramáti-
cas, a menos que el problema se agrave excesivamente hasta bordea¡ la moratoria en los
principales deudores, como ha ocurrido al menos dos veces en el curso de estos años-
En lo que sí no existirá cambio de fondo es en el tratamiento bilateral de los
remas, manteniéndose la postura básica de rechazo a los foros latinoamericanos y d
multilateralismo. Seguramente, la administración Bush no tendrá frente a las inicia-
tivas multilaterales de la región la actitud despectiva de los reaganianos, pero tras un
trato amable se oculta¡á la misma negativa a entablar nuevas formas de difogo.
El curso conflictivo que han seguido las relaciones en la década de los ochentas no
essolo atribuible a las políticas unilaterales seguidas por la administración de Ronald
Reagan para enfrentar los problemas hemisftricos con un orden de prioridad y a base
de criterios que no consideran la opinión ni los intereses reales de los demás paises.
Junto a este factor innegable está también el fenómeno estructural de la inadecuación,
en los marcos de un orden internacional en profundo cambio, del sistema de relacio-
nes que ha regido el hemisferio desde la Segunda Guerra Mundial.
Confluyen aquí dos elementos incompatibles: por una parte, que Estados Unidos
no dene ya los medios o la voluntad política para resolver los problemas latinoame-
ricanos o arbitrar sus conflictos; por otra parte, que revitaliza su pretensión hege-
mónica, exigiendo de América Latina el mismo grado de adhesión de hace cuarenta
años. El choque simultáneo con diversas crisis (el estancamiento económico, el fin del
autoritarismo, la guerra en Centroamérica), que no consigue resolver, consdtuye una
mezcla explosiva que hace inoperante el sistema. La incomprensión estadounidense
de las raíces más estructurales de la situación y su continuo rechazo a nuevas formas
de difogo no harán sino agudizar esa inoperancia y dificultar una solución.

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