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Capítulo 15 - Insulza
Capítulo 15 - Insulza
El año 1988 comenzó con gran actividad en la política de Estados Unidos hacia
América l¿tina. El año anrerior se había cerrado con lo que parecíala primera gran
iniciativa efectiva tomada por la administración Reagan para enfrentar el problema
de fondo de la deuda, al anunciarse la compra de una parte de la deuda mexicana con
bonos de largo plazo avalados por el Tesoro estadounidense. Pocas semanas después,
la Administración se movería en otros frenres, primero, anunciando la renovación de
su pedido de asistencia para la "conrra" nicaragüense -incluida la ayuda militar- y,
luego, lanzando su campaña para obtener la salida del poder del hombre fuerte de
Panamá, Manuel Noriega. El asesinato, en enero, del procurador general de la Repú-
blica de Colombia, Carlos Hoyos, y la subsiguiente anulación, por la Corte Suprema
de ese país, de las leyes que implementaban el tratado de extradición (que permitía la
extradición de narcotraficanres a Estados Unidos) también parecían indicar el inicio
de una crisis eL ese frenre.
'Sin embargo, 1988 era un año electoral en Estados Unidos y los años electorales,
sobre todo cuando se elige presidente, tienen sus propias reglas. Para la administra-
ción de Ronald Reagan, debilitada después del escándalo Irán-Contras, el máximo
de cautela aconsejaba que las prioridades fueran las de dejar para el futuro una mejor
imagen e intentar elegir un sucesor. Un éxito político de envergadura, como habría
sido, por ejemplo, la caída de Manuel Noriega (que involucraba tanro el tema de la
democracia como el del narcotráfico), o el cambio de tendencia en el endeuda-miento,
sin dejar de lado la postura estadounidense de pago roral, o la demostración de gue
la "contra" nicaragüense tenía alguna viabilidad militar habría tenido un alto rédito
electoral. Pero si las políticas no rendían frutos, no parecía convenienre persistir en
ellas a costa de abrirse flancos vulnerables.
Por eso, al surgir los primeros obstáculos serios, el nivel de iniciativa estadouni-
dense disminuÉ. No hubo cambio en las políticas: se siguió presionando a Noriega
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4I8 ESTRATEGIAS Y PROCESOS DE POLÍTICA EXTERIOR EN ESThDOS UNIDOS, 1981.199I I
y buscando desbloquear la ayuda a los "contras' en el Congreso, pero fiel ," U".- ¡
pragmática impuesta el año pasado,2 la Casa Blanca evitó el enfrentamiento .on h
"
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región o con el Congreso, ya que existían otras áreas de política exterior donde hatÉ {
mrás posibilidades de éxito y donde parecía más interesante concentrar Ia atención-
I
De ahí, la asimetría entre los resultados globales y regionales de la política exterir I
r estadounidense en 1988. Por una parte, este año se califica como el más exitoso de h I
administración Reagan en el frente externo, aunque se pueda discutir el mérito que cn I
esos avances tuvo la política estadounidense. La consolidación de la nueva distensitón I
con la urss, el retiro soviético de Afganistán, el arreglo para el repliegue sudafricam
I
y cubano de Angola, las perspectivas de estabilización en Kampuchea, la instalacióny I
consolidación de RohThe-\7u en Corea o la tregua en el Golfo Pérsico confirman en
I
percepción. AI iniciarse el período de George Bush, la sensación dominante en F-s* |
dos Unidos es que este enfrenta una situación estratégica mucho más estable q"e h I
que encaró su antecesor al comenzar su mandato, aunque su posición .r, lr..o.o-á |
mundial, en cambio, se ha deteriorado en esta década. Por otro lado, este resulmdo I
global positivo contrasta con la apreciación que los propios analistas estadounidens I
tienen de su política hacia América [,atina. Ahí, la crítica a la Administración saü* |
te no es coyuntural, sino de fondo. Se habla de fracaso en tres áreas fundame"t ks I
-deuda, Centroamérica, incluido el ffasco de Panamá, y narcotráffco- y si la crítice I
no es más destructiva es porque los éxitos globales compensan los fracasos regionak*
|
por la escasa importancia que el público asigna a América Latina y, sobre todo, por h I
ausencia de alternativas claras por parte de los críticos. I
Esta imagen de fracaso hace que, aunque la administración Bush nace bajo h
I
enseña de la continuidad, muchos esperen que, en lo que respecta a América t"d"+ I
ella introduzca cambios de importancia. Antes de examinar esta cuestión, sin embar- |
go, debemos revisar los principales aspectos de las relaciones entre Estados Unidos y I
América Latina en 1988'
plan japonés anunciado en junio por el primer ministro Thkeshita), pero la adminis-
tración Reagan se mantuvo firme. El argumento contrario de James Baker primero, y
de Nicholas Brady después, consistía en que una operación de rescate con reducción
del monto de las deudas afectaría alalarga "los bolsillos del contribuyente nortea-
mericanos".
Naturalmente trata de un argumento puramente electoral, de hecho, es discuti-
se
ble si la economía estadounidense no se beneficiaría más con una mayor capacidad de
@ compra de las economías latinoamericanas que con el pago de deudas. Por ello, es de
esperar que, eliminada la presión electoral, la nueva Administración, aunque con una
cierta continuidad dada por la presencia de Baker y Brady como secretarios de Estado
y Tesoro, se aparte finalmente del esquema actual, ya fracasado.
5 Véase por ej. Richard Millet, "The United States and Central America: A Policy Adrift" , Cunmt Hismry,
diciembre de 1988.
AMÉRICA IATINAYLATRANSICIÓN ESTADOUMDENSE 421
6 CINAS (Centro
de Investigación y Acción Social), Estados (Jnid¿yCento¿mérica. Bobnn
d¿ Análisis e
Infrmación, n'23, México, junio-agosro de l9gg.
122 ESTRATEGIAS Y PROCESOS DE POLÍTICA EXTERIOR EN ESTADOS
UNIDOS, I98I.I991
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AMÉRICA I.flINA Y IATRANSICIÓN ESIADOUNIDENSE
destinados a la región en estos años (incluyendo en esta cifra los fondos asignados a
los "contras") solo en este país. El Sdvador fue, en los primeros anoo el país en el cual
se demostraría el éxito de la política d,.o y donde se obteodría la primera vicmria
militar. Luego, a partir de 1983, fue el lugar donde h¡hía -a iuici,o d€ los e*adouni-
denses- las mejores condiciones para desarrollar la nuer¡a política ba$ante más com-
pl4a (y consensual), que fluía del Informe Kissingec en El Sahador qisrh la fuerza'
de centro que se quería hacer viable gara consolidar un Égimen democático formal'
realizar algunas transformaciones esmrca¡rales, desarrolla¡ una intensa guerra de con-
trainsurgencia y dominar a una derecha irracional y üolenta- La primera polídca
había estimulado y buscado coopüu a esa derecha; la segunda, la excluía y centraba
el apoyo estadounidense en Duame, visto por el Congreso y la opinión pública como
un gobernante democrático que enfrentaríe alavez a la subversión comunista y a los
escuadrones de la muerte.
si comparamos ese proyecto con Ia imagen de El Salvador en 1988, después de
más de cinco aáos de transferencia masiva de recursos, intensas presiones políticas
y escalada militar incesante, los resultados no podrían ser Peores. No es el principal
problema que la derechahayaconservado e, incluso, aumentado su fuerza: al fin y al
cabo, hacía ya tiempo que la Casa Blanca había intentado corregir su desviación hacia
Duarte, abriéndose algo mrís hacia la Alianza Republicana Nacionalista (enrNl). Los
problemas de fondo están en una crisis económica que se percibe como aguda (casi in-
salvable), a pesar de la enorme cantidad de recursos transferidos; en la subsistencia del
Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (rr"rI-N) como una fuer¿a milita¡ de
envergadura capaz decontinuar la guerra indefinidamente; en la incapacidad absolua
(o falta de voluntad real) del gobierno de Duarte pararealizar reformas estructurales; y
en el agravamiento de la situación de derechos humanos, cafactefiT.ado sobre todo por
el pleno resurgimiento de los escuadrones de la muerte en una imagen de corrupción
generalizada en el gobierno. En suma, desde Estados Unidos se percibe una situación
en que, en los marcos de una crisis mucho más aguda que en 1983, las fuerzas reales
del país siguen estando en el n'rN-ron (Frente Democrático Revolucionario), las fuer-
zas armadas y la derecha, y Ia alternativa de centro se debilita cada vez más.
I¿ Administración intentó, en vísperas de la elección de marzo, Presentaf a ARENA
con un nuevo rostro, Cristiani y no D'Aubuisson, pero ello no tuvo éxito. Esa elec-
ción creó la perspectiva de un retorno al pasado, ya que la primera opción prya las
elecciones presidenciales de 1989 las tenía ahora la derecha, encabezada por ARENA
y Cristiani. Ante esta posibilidad real, la Democracia Cristiana, con una división
inrerna, entraba en una crisis mayor. Lafuerzamilitar de la guerrilla aumentaba día a
día y su rechazl^ a las elecciones no es formal, sino que puede derivar en una escalada
de violencia.
Se ha producido así una nueva paradoja, de las muchas que han afectado en estos
aáos a Estados Unidos en esta región. La elección de marzo de 1989 debería ser un
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gran úiunfo de la política estadounidense, yd que en ella participan todas las frul
zas políticas reconocidas, incluso la Convergencia Democrática (encabezada por h:
líderes del Frente Democrático Revolucionario); además, con ella se marcará el Fi-
mer traspaso pacífico del poder en muchos años. Sin embargo, la ruptura del disú
inicial de pacificación es de tal magnitud, que lo único que queda es esta sásca¡e dc
democracia formal, bajo la que hay un potencial de violencia y confrontación, y un
crisis económica y política de proporciones similares a la de ocho años atrás (aunqr
el ejército sea ahora más fuerte), que hace que las posibilidades de una victoria dc h
guerrilla sean menores. Las voces de júbilo, que en 1985 proclamaban que El Saty&
dor había "dejado de ser un problema para Estados LJnidos", han sido reemplazad-
por voces de alarma que se preguntan, hasta ahora sin respuesra, qué es posible hac
en El Salvador.
Es obvio que, sumadas todas estas circunstancias, Estados Unidos requiere reri¡r
a fondo su política hacia Centroamérica.
7
José Miguel Insulza: "Punto muerro en Panami', Cono Sur,YoL vrr, n" 5, Santiago de Chile, septiembrc-
octubre, 1988, p. I I
AMÉRICA IATINA Y tA TRANSICIÓN ESIADOI.JNIDENSE
Cuatro son las razones que llevaron a Estados Unidos a mdr¡¡ecer su poición ha-
cia el régimen de Noriega. En primer lugar, el crecimiento de la opcición de oentro y
derecha en Panamá convenció al Departamento de Esmdo de que ci*íe,n¡ qpslf¡
democrática viable y que ella era más cercíura políticamente a Esadm Unidos de lo
que jamás lo sería el régimen militar. En segundo término, Noriega parEcfe ad^ ve
menos confiable, debido a su tendencia a combina¡ el apoyo a actividades de Esmdos
Unidos con sus buenas relaciones con Cuba y Nicaragua En tercer lugar, Estados
Unidos parece interesado, en relación al Canal, en una renegociación que acorte el
plazo de entrega a Panamá a cambio de una permanencia de sus tropas más allá de
1999, objetivo que es más posible con un gobiemo aftn. Por último, la cuestión del
narcotráfico hacía imposible moderar el tono una vez formalizadas las acusaciones,
dada la especial sensibilidad del público estadounidense a este respecto. Lo que hasta
ayer era un elemento de negociación (Oliver North usó aviones del narcotráfico para
abastecer a la "contra"), se convertía ahora en un asunto que el gobierno no podía
ignorar.
En base a la evaluación del Departamento de Estado, especialmente del secretario
adjunto para Asuntos Latinoamericanos, Elliot Abrams,s que aseguraba un éxito a
cofto plazo, la Administración -que venía escalando desde hacía tiempo las declara-
ciones contra Noriega, pero que se resistía a exigir formalmente su salida- tomó pie
en la declaración del Gran Jurado para provocar la ruptura. LJna reunión en Miami a
comienzos de año entre Abrams y el presidente Delvalle convenció a este ultimo del
pleno respaldo de Estados Unidos para sacar a Noriega.
El escenario inicial era simple. La acusación del Gran Jurado, junto a las que ya
circulaban en Panamá, provocaría deserciones en el gobierno y en la Gua¡dia Na-
cional, debilitando a Noriega y permitiendo a Delvalle exigir su renuncia, apoyado
además por la movilizaitón de la oposición. En cambio, en la realidad, la Guardia
mantuvo su unidad -hasta el supuesto "sucesor" de Noriega le manifestó lealtad- y
el Congreso panameño destituyó a Delvalle, sin que Estados Unidos o la oposición
pudieran hacer mucho. Estados Unidos no tuvo más remedio que recurrir entonces a
la presión económica, esperando que la crisis que debía ocurrir en un país, que carece
hasta de moneda propia, terminara por producir la caída.
Por un tiempo, la movilización aumentó fortalecida por los trabajadores que no
recibían su pago mensual debido a que Estados Unidos había ordenado a los bancts
congelar las cuentas panameñas, argumentando que el gobierno legítimo era el de
Delvalle. Se produjo, además, un intento de golpe, pero Noriega no solo no cayó,
sino que a los pocos días retomó el control; no se evitó el deterioro de la economía,
pero sí el colapso gracias, entre otras cosas, a los dólares que llegan desde Estados
s En ma¡zo de 1988 Abrams declaraba que "Noriega está aferrado al poder con la punta de los dedos". Véase
Unidos para pagar al personal del Canal. Ante la resistencia de la Guardia, la opci-
ción se desmovilizaba y exigía como única solución la intervención directa de Est¡rl¡x
Unidos y acusando a \Tashington de debilidad.
La intervención se descartó por distintas razones: la posibilidad de una resisteocir
militar importante con gran número de bajas, el daño que ella ocasionaría en h
celaciones con América Latina y el peligro que significaría para el futuro del Ca¡d
el precedente de usar las fi¡erzas estacionadas en su defensa para intervenir en el paft'
Abrams parece haber insistido en esta solución y en otra, aún más descabellada: d
secuestro de Noriega por un comando que lo llevaría a Estados Unidos para juzgarlo
'§l'ashington
Puesto ante soluciones inviables, optó por la negociación, a la cuat d
nuevo gobierno de Panamá y Noriega parecían dispuestos.
l,a negociación fue una nueva frustración. En un primer momento, Estadñ
Unidos exigió que Noriega saliera hacia oro país e, incluso, anunció que pedirü
su extradición; luego, aceptó su salida a un país que no tuviera convenio de extradi
ción vigente con Estados Unidos; después, estuvo dispuesto a aceptar su renuncia sin
abandona¡ Panamá; ¡ al final, que ella no fuera inmediata. En todo este proceso, h
oposición, excluida de la negociación, se sentía traicionada y Noriega se fortalecí+
endureciendo su posición.
Parece claro, entonces, que Estados Unidos se equivocó totalmente en la lím
seguida hacia Panamá.e La fuena que podía movilizar la oposición era escasa y he
sectores populares no estaban presentes en ella, no porque estuvieran de pane &
Noriega, sino porque la dirección opositora está, fundamentalmenre, en manos dc
empresarios y partidos de derecha. Mientras Abrams aseguraba que la Crun;ada Cívicl
se encargaría de echar a Noriega, esta esperaba todo de Estados Unidos, incluso el r¡s
de Ia fuerza. Asimismo, se subestimó la unidad de la Guardia Nacional, que ha dir
frutado en estos años de una posición de priülegio político y económico que no esr.i
dispuesta a abandonar, mucho menos cuando se la convierte en blanco de las crítica¡
de la oposición. Por último, la Casa Blanca menospreció el peso del nacionalismo en
Panamá después de la déc¿da de Torrijos. Entonces; la lucha dirigida por el torrijisrno
en pos de la recuperación del Canal movilizó aI conjunto de la sociedad panameña
que encontró en la revuelta una fuente de nacionalismo que no había tenido antes.
El presidente Reagan, al no darse cuenra de estos cambios, usó un viejo estilo eo
un país disdnto. Lafuerza de'§l'ashington en Panamá no es pocÍr ¡ usada más efecd-
varnenre, hubiera podido desestabilizar a Noriega. En cambio, se prefirió el choquc
frontal y el uso arrogante del poder, dando la apariencia de que Estados Unidos era
aún dueño de Panamá. Por algunos días, pareció que en \Tashington se iba a derermi-
nar cuándo y hacia dónde se iba Noriega, lo que no podía sino provocar alarma, no
solo en Panamá, sino también en América Latina.
El balance hasta la fecha no puede ser más desolador para Esados Unidos. Norie-
ga seguirá al mando de la Guardia hasta las elecciones de 1989 e, induso, ha anun-
ciado su candidatura a la presidencia. Seguramente, debeú dejar el poder dgun día
¡ de todas formas, la presencia de Estados Unidos en Panamá esú garandzada por el
Tiatado, al menos, hasta 1999. Sin embargo, por ahora, la oposición es la que Pa¡ece
desmoralizada y todas las negociaciones, en las que Estados Unidos ha cedido cada
vez más, no consiguieron cambiar Ia situación. Panamá salió del primer plano duran-
te la segunda mitad del año y la situación tendió a estabilizarse, aunque los da-áos a
la economía son de carácter mucho más permanente. La decisión de la oposición de
participar en las elecciones es el signo más reciente de la normalización política de
Penamá, en los mismos o peores términos que al iniciarse la crisis'lo
Si Panamá y Centroamérica han demostrado los límites hasta dónde puede llegar
el intento por "imponer democracia" desde fuera, los cambios ocurridos en México
durante 1988 ponen de manifiesto los peligros que, para los intereses estadouniden-
ses, tiene esa pretensión. En el marco de la euforia producida por los supuestos éxitos
en Haití y Filipinas, el sistema político mexicano cayó en la mira de los ideólogos con-
servadores durante la segunda administración Reagan. En realidad, la preocupación
venía de antes, en alguna medida desde el sexenio de Luis Echeverría (1970'1976),
ampliamente criticado en'§7'ashington por sus posturas nacionalistas y tercermundis-
ras, y se había agrandado desde que el gobierno de José lópez Portillo separó aguas
con Estados Unidos en la cuestión de Centroaméricay adoptó más tarde medida*
nacionalizadoras para enfrentar la crisis económica. En esas circunstancias prevalecía
aún la noción de que la estabilidad del actual sistema poütico mexicano era lo que
más favorecía los intereses de Estados Unidos, por lo que era necesario Preservarla aun
a costa de algunos sinsabores en el plano de la política exterior.
Thnto Ia profundidad de la crisis mexicana como el agravamiento de otros temas
bilaterales, como el narcoúáfico y la migración indocumentada, crearon el clima para
cambiar esa percepción. Por una parte, la deseada estabilidad del sistema parecía cada
vez más precaria; por otra, la alternativa que en ese momento patecía la única viable
era arractiva para los conservadores. En efecto, las amenazas de desestabilización del
sistema no provenían de una izquierda fragmentada, sino de una derecha moderni-
zaday con fuerre arraigo, sobre todo, en los Estados más desarrollados del norte del
país. I
En condiciones, la tentación de intervenir más directamente en la política
esas
mexicana para fortalecer la opción conservadora se hizo evidente en los círculos más
extremos de'§l'ashington, si bien nunca fue explícita dada la resistencia del Departa-
menro de Estado, siempre preocupado del nacionalismo mexicano, y del Tesoro, que
10
A partir de las elecciones de mayo de 1989, que Noriega anuló ante la evidencia del trimfo masivo del
candidato opositor, Guillermo Endara, la situación siguió deterioníndose hasta llegar aI 20 de diciembre de
1989, cuando el presidente George Bush decidió la invasión militar de Panamá. (Nota agregada al texto original)
428 ESTMTEGTAS Y PROCESOS DE POLÍTICA EXTERIOR EN ESTADOS UNIDOS, 198 I - I 99 1
il George Bush, "Building a Better America" (Informe del presidente al Congreso), Government Printing
Ofiice, §l'ashington, I 989.
l2 Margarer Daly Hayes, op. cit-
13 "Report of Drug Control", Dep*tment of Justice, Bureau of Justice Assistance, §l'ashington, 1987.
la "The
Quack Epidemic", The New Republic,14 de noviembre de 1988.
4N ESTMIEGIAS Y PROCESOS DE POLfTICA D(TERIOR EN ESTADOS UNIDOS, 198I.199I
En el año que termina, como durante toda la administración Reagan, el diálogo entre
Estados Unidos yAmérica I¿tina se hizo m:ís complejo y diffcil. Esta tendencia cons-
tituye, en alguna medida, un reflejo de los demás problemas de la relación hemisferi-
ca. Un nuevo diálogo hemisftrico supondría que la parte estadouniderue acepmra la
existencia de mecanismos más relevantes y representativos que los del acnral sistema
interamericano para conducirlo. En los años de crisis, la oEA no ha jugado ningún
papel relevante, no solo porque los latinoamericanos la ven como un foro poco útil,
sino porque de parte de Estados Unidos ha existido un desprecio casi absoluto por las
instancias multilaterales. Como resultado, otras organizaciones como el srLe, Cartage-
na, Contadora, el Grupo de los Ocho o Esquipulas se han ido convirtiendo, para cada
problema, en interlocutores relevantes. Esta nueva realidad de coordinación de Améri-
ca Latina se ha ido fortaleciendo ante el evidente disgusto de Estados Unidos que sigue
considerando las relaciones bilaterales (o el sistema interamericano) como los únicos
referentes válidos. I-as reuniones de presidentes centroamericanos en Alajuela (Costa
Rica) en 1988 y en El Salvador a comienzos de 1989, y la reunión del Grupo de los
Ocho en Punta del Este (Uruguay) acentuaron la tendencia a la cooperación latinoa-
mericana, pero no tuvieron ninguna respuesta de parte de Estados Unidos.
No es, pues, extraño que los presidentes del Grupo de los Ocho hayan afirmado
en Punta del Este que una redefinición de la relación con Estados Unidos está en el
primer lugar de las prioridades de América Latina. Por lo dem¿is, tal declaración pa-
recía oportuna al formularse pocos días antes de la elección de un nuevo presidente
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ESTADOS UNIDOS, 1981-199I
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