Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
América Latina no necesita un nuevo poder imperial que solo busque beneficiar a su
propia gente (…) China ofrece la apariencia de un camino atractivo para el
desarrollo, pero esto en realidad implica a menudo el intercambio de ganancias a
corto plazo por la dependencia a largo plazo.
A lo largo de 2018, dos aspectos merecen destacarse como notas salientes del
devenir político de América Latina en el contexto analizado: 1) la fuerte retracción
del diálogo interamericano evidenciado en la VIII Cumbre de las Américas
celebrada en Lima –por primera vez, sin la presencia del presidente de Estados
Unidos–; y 2) la consolidación de la cooperación birregional sino-latinoamericana.
Cabe destacar, asimismo, que la aproximación de la región al gigante asiático no solo se
da en el plano de la retórica, sino que también discurre en el de las acciones.
La disputa global por mayores espacios de poder e influencia entre Estados Unidos
y China también resulta evidente en la dimensión financiera. La región dejó de
tener como prestamistas de última instancia ante episodios de vulnerabilidad
externa únicamente a los tradicionales acreedores occidentales (Fondo Monetario
Internacional, Club de París, banca privada internacional). En los últimos años,
China comenzó a jugar lentamente su rol de gran acreedor internacional. El caso
venezolano es paradigmático, dado que la deuda con China asciende a 23.000
millones de dólares por préstamos del gobierno dirigidos a la estatal Petróleos de
Venezuela (Pdvsa). Estados Unidos es consciente de que cualquier salida a la crisis
del país caribeño deberá matizar los intereses del gobierno y la banca de China,
quienes en términos concretos se han trasformado en los nuevos dueños de la industria
petrolera venezolana.
----------------------------------------------------------------------------------------------------------
----------------------------------------------------------------------------------------------------------
LUIS PÁSARA
Los datos disponibles confirman la tendencia: la ciudadanía
latinoamericana se está volviendo desafecta a la democracia . Y, con cierto
tono de sorpresa, llevado a agudo por la elección de Jair Bolsonaro, se
pregunta por qué .
En efecto, los resultados del Latinobarómetro muestran que, en la región, el
“apoyo a la democracia” ha pasado del 44% de los entrevistados en 2009
al 24% en 2018. La representación gráfica no es una curva sino una
pendiente, que acaso se prolongue en los próximos años. La instauración de
regímenes autoritarios con origen electoral – Chávez en Venezuela, Correa
en Ecuador, Morales en Bolivia, Ortega en Nicaragua , los que más han
durado– ha sido coronada con la elección de Bolsonaro en Brasil. Una
discusión algo descaminada desde el comienzo escogió debatir si aquellos
regímenes eran de izquierda o de derecha, y todavía se pregunta si los
“giros” manifestados en cada elección llevan hacia un lado o el otro.
Probablemente, el asunto es distinto y corresponde a esa pregunta importante
que hizo Guillermo O’Donnell hace ya mucho, tras la resonancia alcanzada
por su texto sobre la democracia delegativa: ¿es esto democracia, o un
animal distinto? Acaso no estábamos entonces en condiciones de profundizar
en la pregunta. El para-qué-la-democracia recibió poca atención de parte
de las élites, que pensaban la democracia como un fin en sí, mientras los
ciudadanos se esperanzaban en ella como un medio para alcanzar un país
y una vida mejores. Aquí, tal vez, se encuentra una de las expresiones de
nuestra característica distancia entre los sectores cultivados y la plebe
mayoritaria.
Advierte Marta Lagos que “usar los conceptos del pasado no clarifica los
fenómenos, más bien confunde y simplemente muestra la lentitud y/o
pobreza de la academia”. Desde el análisis estudioso a menudo se pone un
acento quizá excesivo en la correlación –que las cifras confirman– entre
desaceleración o crisis económica y desafección de la democracia. Quizá
la clave está, más bien, en que los bajones en la economía precipitan, o
hacen más perceptible, la desigualdad. Una desigualdad que,
según Verónica Amarante y Maira Colacce , en los últimos años ha dejado de
reducirse en la región. Se adopta así el mismo curso del resto del mundo,
donde Ronald Inglehart ha notado que el alza en el apoyo a los partidos
autoritarios en las tres últimas décadas corre en paralelo con el
incremento de la desigualdad. Se desvanece la promesa democrática de la
igualdad.
Pero, más allá de los vaivenes de la economía, la pobreza y la desigualdad, en
América Latina resulta crítico el peso –que los otros factores ayudan a
poner de manifiesto– de una cultura y unos hábitos políticos que no son
los democráticos. Y no lo son debido a la falta de experiencia democrática
sostenida. Como argumenta Anne Appelbaum , la democracia no es algo
natural en las sociedades; no hay algo así como un instinto humano
innato favorable a la democracia, que simplemente debe desenvolverse .
La democracia, sostiene, “es más bien un hábito adquirido. Como la mayor
parte los hábitos, la conducta democrática se desarrolla lentamente a lo
largo del tiempo, mediante la repetición constante”. Eso no ha ocurrido
en América Latina. No hemos vivido la práctica democrática durante un
lapso suficiente sino solo en periodos cortos, interrumpidos por gobiernos
autoritarios –elegidos o no– que han crecido desde la decepción temprana
respecto de alguna intentona democrática.
Sin duda, desde América Latina se mira no solo a China sino también a
Trump. Y, frente a esos desarrollos, en nuestros países no hay propuestas .
Hubo épocas en la región cuando había ideas y con ellas se dibujaban –
ilusoriamente en muchos casos– proyectos de país o, cuando menos,
proposiciones de reformas. En los años ochenta las ideas no solo
perdieron vigencia sino que dejaron de producirse . Los cambios
ocurridos en el mundo, que desembocaron en la globalización y la
sociedad de la información, dejaron atrás al pensamiento
latinoamericano. La idea de cambiar el país no está en la agenda porque no
existe. Nadie sabe a ciencia cierta cómo debe ser la escuela de hoy, ni
cómo combatir al crimen organizado con eficacia, por mencionar dos
preocupaciones importantes de los latinoamericanos.
-----------------------------------------------------------------------------------------
El año pasado, América Latina celebró el 35 aniversario del inicio de la “tercera
ola” democratizadora en la región. Asimismo, y en un clima de bastante
normalidad, se inició la segunda fase (2013-2016) de una inédita maratón electoral,
que determina que en un periodo de tan solo ocho años (2009-2016) se llevarán a
cabo 34 comicios presidenciales, de los cuales a la fecha ya se han celebrado 26.
Nunca antes la región había experimentado una agenda electoral tan intensa e
importante en un lapso tan corto.
El tema de este año escogido por la ONU es el de los retos y oportunidades que conlleva
una mayor participación de los jóvenes en los procesos democráticos. Los jóvenes (de
entre 15 y 25 años) constituyen alrededor de 20% de la población mundial, y en
numerosos países (incluidos varios de nuestra región) el porcentaje es incluso
mayor.
Como bien señala las Naciones Unidas, numerosos estudios, tanto relativos a
democracias consolidadas como emergentes, ponen de manifiesto la falta de confianza
de los jóvenes en la política clásica, así como la disminución de su participación en
elecciones, partidos políticos y organizaciones sociales tradicionales en todo el
mundo.
OPORTUNIDADES Y DESAFÍOS
Sin embargo, Latinoamérica presenta una paradoja: es la única región del mundo que
combina regímenes democráticos en la casi totalidad de los países que la integran,
con amplios sectores de su población viviendo por debajo de la línea de la pobreza
(27,9% en el 2013, según la Cepal), con la distribución del ingreso más desigual del
planeta, con altos niveles de corrupción y con las tasas de homicidio más elevadas del
mundo. En ninguna otra región, la democracia tiene esta inédita combinación que
repercute en su calidad.
Como bien señala Augusto de la Torre, economista jefe del Banco Mundial para
América Latina: “Se acabó la década dorada en la que la región creció,en
promedio, 5% y 6%, y con equidad social. Se prevé que este año crecerá, cuando
más, en 2%, lo que podría implicar un posible estancamiento del progreso social”.
Como consecuencia de todo ello, los conflictos sociales seguirán presentes (o,
incluso, aumentarán) con reclamos que, si bien no pondrán en juego la continuidad
democrática, seguramente harán más compleja la gobernabilidad.
Autor
Daniel Zovatto
Nonresident Senior Fellow - Foreign Policy, Iniciativa para América Latina
Zovatto55
MI OPINIÓN
Lejos de ser solo «un Trump», Jair Messias Bolsonaro es un candidato con tintes
fascistas en un país con mucha menos solidez institucional que Estados Unidos y que ya
vive altas dosis de violencia política. Los resultados de ayer expanden el ya existente
bloque parlamentario BBB (buey, biblia, bala) hacia dimensiones hasta hoy
desconocidas. Pero el antiprogresismo no se limita a Brasil. Se expande por toda la
región y pone en riesgo los avances democráticos de las últimas décadas.
Por Pablo Stefanoni
Octubre 2018/Nueva Sociedad
No es solo «un Trump», es un candidato con tintes fascistas en un país con mucha
menos solidez institucional que Estados Unidos y que ya vive altas dosis de violencia
política. Los resultados de ayer expanden el ya existente bloque parlamentario BBB
(buey, biblia, bala, en referencia a terratenientes, pastores evangélicos y ex-integrantes
de fuerzas de seguridad) hacia dimensiones hasta hoy desconocidas. Como dice
un periodista de El País, la «B» de Bolsonaro los terminó articulando a todos ellos. Y
los dejó a las puertas del poder.
La principal razón del crecimiento de Bolsonaro está ligada, para la historiadora Maud
Chirio, «a la construcción de la hostilidad hacia el Partido de los Trabajadores (PT) y a
la izquierda en general. Esta hostilidad recuerda el anticomunismo de la Guerra Fría:
teoría del complot, demonización, asociación entre taras morales y proyecto político
condenable. Bolsonaro se apropió de este simbolismo de rechazo, que se sumó a las
implicaciones del PT en casos de corrupción. No se trata solo de un desplazamiento de
los conservadores hacia la extrema derecha, sino de una adhesión rupturista». Como ya
advirtiera el historiador Zeev Sternhell, el fascismo no solo era reacción, sino que era
percibido como una forma de revolución, de voluntad de cambio frente a un statu
quo en crisis.
Es decir, el actual rechazo a los partidos progresistas que gobernaron tiene una doble
dimensión. En toda América Latina está emergiendo también una nueva derecha que
articula un voto que se opone a los aciertos. El racismo como rechazo a una visión
racializada de la pobreza, y el conservadurismo contra los avances del feminismo y las
minorías sexuales. El crecimiento del evangelismo político y la popularidad de políticos
y referentes de opinión que declararon la guerra a lo que llaman «ideología de género»
son algunos de los vectores para la expresión política de un antiprogresismo
crecientemente virulento.
Las nuevas extremas derechas atraen, además, parte del voto joven y construyen líderes
de opinión con fuerte presencia en las redes sociales. Estos movimientos se presentan
incluso como antielitistas, aun cuando –como ocurre con Bolsonaro– su propuesta
económica sea ultraliberal y sea apoyada con entusiasmo, en la última fase, por los
mercados. Como ha señalado Martín Bergel, ha venido siendo muy eficaz un relato que
asocia a la izquierda con los «privilegios» de ciertos grupos, que pueden incluir hasta a
los pobres que reciben planes sociales, frente al pueblo que «realmente trabaja y no
recibe nada».
--------------------------------------------------------------------------------------------------------
19 diciembre 2017
América Latina está a punto de volver a una situación que le era ajena
desde hace más de una década: todos los países de la región estarán en breve
presididos por hombres.
Cuando Bachelet asumió su primer mandato en 2006, América Latina parecía cambiar
su historia de domino masculino absoluto en los cargos más altos de poder.
Al año siguiente ocurrió la victoria de Cristina Fernández de Kirchner en las
presidenciales de Argentina y en 2010 la tendencia se afianzó con la elección de
Dilma Rousseff en Brasil y de Laura Chinchilla en Costa Rica.
Pero ahora que América Latina se quedará de un día para el otro sin presidentas por un
tiempo desconocido, algunos advierten que podría desandarse al menos parte del
camino recorrido para apoderar a las mujeres.
por un tiempo indefinido.
"Hay un problema muy serio en la región: tratar de avanzar y no permitir que haya
retrocesos", dice Carmen Moreno, secretaria ejecutiva de la Comisión Interamericana de
Mujeres.
"Es una realidad que tiene que ver con que de pronto las mujeres avanzaron mucho y
asustaron a todos: hay una reacción en los partidos políticos que dicen '¿y por qué tienen
que ser mujeres?'", agrega Moreno en declaraciones a BBC Mundo.
Fin de un ciclo
La historia de mujeres presidentas en países latinoamericanos se inició bastante antes de
la última década: la argentina Isabel Martínez fue la primera en llegar al cargo en
la región, en 1974 tras la muerte de su esposo Juan Domingo Perón.
Luego hubo otras mujeres que encabezaron los gobiernos de países como Bolivia,
Nicaragua, Ecuador y Panamá, ya sea como mandatarias electas o interinas.
Rousseff fue destituida el año pasado por el Congreso, en un juicio político por
manipulación presupuestal y en medio de un colosal escándalo de corrupción que
involucró a su partido y a la clase política brasileña en general.
En Argentina, tras concluir su mandato y ser sucedida por su opositor Mauricio Macri
hace dos años, Fernández de Kirchner enfrenta un procesamiento con prisión
preventiva y pedido de desafuero como senadora por presunto encubrimiento de Irán
en el atentado contra la mutual israelita AMIA, que dejó 85 muertos en 1994.
Ambas expresidentas rechazan los cargos y se reunieron este mes en Buenos Aires para
conversar sobre "la utilización del aparato judicial como arma para destruir a la política
y a los líderes opositores", indicó Fernández de Kirchner tras el encuentro.
Y coincidió con Rousseff en que "se hacen diferencias sexistas en cómo se percibe a
hombres y mujeres en posición de liderazgo", al evaluar si son duros o débiles.
"Fundamentalistas"
De hecho, la lucha por los derechos de la mujer en América Latina aun incluye
demandas básicas como el fin de la violencia de género y los feminicidios, problemas
de la región en general.
Y en cuanto a autonomía económica, pese a contar con más años de estudio que los
hombres en promedio, las mujeres tienen una tasa de ocupación menor y salarios más
bajos en similares condiciones, indicó Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), la semana pasada.
Poder y realidad
Otra cuestión es si las presidentas latinoamericanas hicieron todo lo que podían para
reducir la desigualdad entre mujeres y hombres en sus países.
Fernández de Kirchner y Rousseff impulsaron medidas por ejemplo para combatir la
violencia de género, endureciendo las penas previstas para ciertos crímenes.
Pero muchas feministas —incluso quienes coinciden con Rousseff en que su destitución
tuvo factores de misoginia en un Congreso con 90% de hombres— les reprochan
haber evitado el debate sobre el aborto y los derechos reproductivos femeninos.
Bachelet sí libró una batalla en ese sentido y señala como uno de sus logros la
aprobación de una ley que este año despenalizó parcialmente el aborto, por tres
causales: en casos de violación, cuando el feto es inviable o la vida de la madre está en
riesgo.
De todos modos, los expertos advierten que las primeras mandatarias latinoamericanas
tuvieron limitaciones de distinto tipo para gobernar y los fenómenos culturales como el
machismo o sexismo suelen ser difíciles de cambiar.
Tal vez, señalan, el camino haya quedado un poco más despejado para que otras
mujeres vuelvan en el futuro próximo a competir por la presidencia, aunque no la
tengan del todo fácil.
El retorno a viejos estándares puede ocurrir más rápido de lo que muchos creen: Brasil
pasó el año pasado de una presidenta que había nombrado más ministras mujeres en la
historia del país (18), a un mandatario como Michel Temer, que designó al asumir un
gabinete exclusivamente de hombres.
Más allá de todos los errores o aciertos de cada una, Rousseff, Fernández de Kirchner y
Bachelet fueron blancos de críticas, insultos y comentarios sexistas durante sus
gobiernos.
Y si bien las tres lograron ser electas para segundos mandatos, ellas como las
presidentas de Costa Rica y Panamá tuvieron menores índices de aprobación que
los presidentes hombres en los últimos 20 años, señala Reyes-Housholder a BBC
Mundo.
"La pregunta", dice, "podría ser si las presidentas mujeres son juzgadas de manera
diferente en medio de escándalos de corrupción o escándalos que involucran al Poder
Ejecutivo".
Hablar de ciclos y agrupar a los países en áreas geográficas es un recurso muy usual
para un mejor conocimiento de la realidad aunque ello oculte la imprecisión de las
fechas y la heterogeneidad regional. Bajo esa premisa, América Latina, un conjunto de
países extremadamente diverso, en 2014 celebró ocho elecciones presidenciales
culminando un ciclo político que había empezado a articularse una década antes.
En primer lugar, este lapso coincide con la década ganada en términos económicos que
ha vivido América latina sobre la que la gran crisis financiera mundial apenas si la
golpeó únicamente en 2009. El incremento en la demanda de materias primas
(minerales y agrícolas), la subida de sus precios (sobre todo del petróleo) y haber
realizado reformas estructurales antes contando con un sector financiero ya saneado,
permitieron superávits fiscales con los que se atendieron amplias políticas de gasto
público con especial atención a su contenido social.
Una tercera razón tiene que ver con los partidos que se encuentran inmersos en un serio
proceso de desinstitucionalización que trae, como contraparte, que la política siga un
patrón en el que los candidatos se imponen a los partidos. Esto es especialmente obvio
en el mundo andino sin dejar de lado a Guatemala, Panamá o Paraguay y a algunos
casos brasileños.
Muchos continúan mirando hacia otro lado cuando se trata de poner en marcha reformas
fiscales
En último lugar, no hay que desdeñar que América Latina está viviendo una época
política como nunca antes en su historia. Desde la década de 1980, como promedio
general, de manera continuada y afectando a todos los países, con excepción de Cuba, la
región vive un momento en el que la democracia es la única legitimidad plausible. Sus
gobernantes son elegidos mediante procesos electorales periódicos, libres y
competitivos cuyos resultados son aceptados en gran medida por los electores y por
instancias de observación internacional independientes. Esta circunstancia permite
hablar de olas generacionales que se ajustan con los ciclos demográficos de las
sociedades. Pues bien, por razones vegetativas un ciclo generacional está en puertas de
dar paso a uno nuevo.
En este escenario, 2015 es un año de transición. Solamente en el tramo final del mismo,
Argentina y Guatemala tendrán elecciones presidenciales, y El Salvador, México y
Venezuela comicios legislativos. Eso no significa que no se deba prestar atención a
temas que resultan de especial interés a los que la política tiene que confrontar y que
hasta la fecha han sido en gran medida ignorados.
Es el cuarto año consecutivo en que, pese a los teóricos avances y la llegada de nuevas
generaciones que han nacido en democracia, el apoyo a este régimen no mejora. “El
apoyo a la democracia en América Latina tiene tres puntos bajos en estos 21 años en
que Latinobarómetro ha medido este indicador: la crisis asiática en 2001, cuando
alcanzó el 48%; y en 2007 y 2016 con un 54%”, explican las conclusiones. Se podría
decir que “el paciente está delicado con algunas recaídas”, insiste el análisis. Por países,
hay seis en los que la caída de apoyo a la democracia ha sido muy fuerte: Brasil, donde
cae 22 puntos, Chile 11, Uruguay 8, Venezuela y Nicaragua 7 y El Salvador 5.
Los autores de la encuesta, dirigidos por la chilena Marta Lagos, se preguntan por las
causas y encuentran algunas en los datos analizados. “Después de 21 años en que hemos
monitoreado el apoyo a la democracia, la situación es peor que al inicio. ¿Qué le pasó a
la región además de entrar en un período de bajo o nulo crecimiento económico?
¿Acaso el ciclo económico impide que avance el proceso de consolidación de la
democracia? Los datos sugieren algo diferente puesto que el apoyo a la democracia
aumenta durante la crisis subprime, en 2008 y 2009, cuando la economía iba en el
sentido contrario y alcanza un punto más alto en 2010, con el 61%. Recién a partir de
2010 se produce una baja, lo que estaría indicando que la economía no es el único factor
que incide”, señalan.
Hay un dato muy claro. "Entre 2004 y 2011 aumentó del 24% al 36% la percepción que
se gobierna para todo el pueblo, pero desde entonces el indicador viene bajando hasta
llegar a sólo el 22% en 2016, la cifra más baja medida desde hace 12 años. En Brasil,
Paraguay y Chile sólo el 9% y el 10% creen que se gobierna para todo el pueblo. En
2016 alcanzan un máximo del 73% los ciudadanos de la región que creen que se
gobierna para el beneficio de unos pocos grupos poderosos. Esto llega al 88% en
Paraguay, 87% en Brasil y Chile, 86% en Costa Rica, 84% en Perú, 82% en Colombia y
un 80% en Panamá".
El Latinobarómetro analiza la situación país por país. Y ahí detecta que ningún
presidente está fuerte en la región, lo que coincide con esa caída del nivel de apoyo a la
democracia y esa decepción generalizada. “Se podría decir que ningún mandatario
latinoamericano cuenta hoy con capital político acumulado para gastar. En 2009 había 6
presidentes con sobre el 70% de aprobación y sólo 2 con menos de un tercio. Hoy, en
promedio, desde 2010 la aprobación de los gobiernos de la región ha bajado del 60% al
38%, una pérdida de 22 puntos porcentuales. La aprobación de gobierno de 2016 se
parece más a las de 2002 y 2003, cuando América Latina venía saliendo de la crisis
asiática", explica.
En el análisis de los datos se concluye que la sociedad ha cambiado. “Lo que 5 años
atrás era tolerable, hoy no lo es. Las personas aspiran, sobre todo, a que haya soluciones
concretas para problemas concretos, y que se apliquen de inmediato porque no está
dispuesta a esperar las soluciones prometidas para pasado mañana”.