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Es interesante notar este aspecto clave que nos trae nuevamente a consideración
las consecuencias del aún extendido modelo tradicional de enseñanza donde el
docente es el único poseedor de “la” verdad que han descubierto los
científicos y su rol es trasmitirla a los alumnos, certificando cuanta información
reproducen (Adúriz-Bravo, et al, 2013). Por esta razón, la evaluación reducida a
las instancias de examen, genera lmente a modo de cuestionarios, poco nos
informa qué aprendieron los alumnos y qué cambiaron de lo que ya sabían.
Estas reflexiones nos conducen a la necesidad de atender simultáneamente
dos dimensiones. Por un lado, una evaluación formativa, integrada en la
enseñanza de forma continua, en el sentido de generar información
relevante para la regulación de los procesos de enseñanza y de aprendizaje y la
atención a las diversas trayectorias escolares de los estudiantes. Por otro
lado, una evaluación sumativa, en la que se deben prever e implementar
instancias de evaluación terminal, necesarias para la acreditación y la
promoción escolar en un sistema educativo de carácter federal.
Esto es con el fin de ofrecer una variedad de oportunidades para aprender los
modos de conocer vinculados a propender a una alfabetización científica y
tecnológica. También resulta importante comunicar y aclarar los criterios de
evaluación que serán utilizados en cada instancia (tanto en los aspectos
formativos como sumativos). Aspecto fundamental, asociado a las formas de
comunicación de los resultados de las evaluaciones, tanto a los estudiantes como
a sus familias.