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Comentarios que escucho: -Me quejo de que no paro un minuto, pero cuando me detengo no
sé qué hacer; Cuando llego a casa me enchufo al televisor y no me importa lo que estén dando,
el tema es entretenerme, o que algo esté prendido; A veces me pongo a comer sin hambre y
no sé porque lo hago; Todo el tiempo estoy pensando en mi pareja, si me quiere o no, si
estamos bien o mal; No puedo o no me gusta estar solo; Siento en el día una inquietud,
angustia pero no sé a qué se deberá; Me duermo con la radio prendida, no tolero el silencio;
Me aburro a menudo.-
Podemos ver en estos relatos la dificultad que tenemos para estar solos, en silencio, sin
actividad, mirar nuestro interior, darnos tiempo y espacio, salir de la acción, comprendernos,
tolerar el malestar, conectarnos con lo que sucede de la piel para adentro.
En verdad no lo sabemos, pero lo peor es que ni siquiera queremos averiguarlo. Nos es tan
cómodo seguir para adelante, como si tuviéramos esas anteojeras que le ponen a los caballos
para que no se distraigan en su andar. Y así miramos al frente, el mundo solo está afuera y en
el futuro, pero el costo que pagamos por esta negación es muy alto.
Vivimos en una cultura de la imagen en donde es más importante “parecer” que “Ser”. La
mirada del otro es la que nos condena o corona. Todo lo bueno viene de afuera y lo malo
también. En la escuela aprendemos muchas cosas, pero no nos han educado para conocernos
y aceptarnos a nosotros mismos, para entender y vivir nuestras emociones con naturalidad y
gestionarlas adecuadamente, ni para auto-observar nuestros pensamientos y poderlos afianzar
o cuestionar según nos convenga. Ni en los estudios secundarios, ni universitarios se favorece
“la mirada interior”, se trate de orientaciones y carreras humanísticas o ciencias exactas.
Tampoco he escuchado políticos que reconozcan en sus discursos la importancia de
“conocerse”. Es esperable entonces transformarnos en grandes evitadores, escapistas,
fóbicos del silencio.
Cada tanto algún paciente nuevo, me dice que se siente “raro” o “mal”, y no sabe bien
qué le pasa. Y me sorprendo cuando certeramente me pide le dé razones y explique lo que le
está sucediendo, como si tuviera rayos X y pudiera ver su psiquis, con solo mirarlo y
escucharlo.
Paciente: Pero dígame ¿Por qué me siento mal? Además no encuentro razones para sentirme
así, mi vida marcha bien!!!!
Terapeuta: Ese es un avance importante, acercándote a ese mal o raro, encontraste algo más
distinguible: la angustia. Y seguramente hay pensamientos que acompañan esa emoción, y
posiblemente detrás de la angustia está la raíz de tus problemas o cuanto mucho la punta del
ovillo.
Terapeuta: Y claro, está bien que tengas miedo, lo desconocido siempre da temor, se necesita
algo de coraje. Es todo un proceso el aprender a tolerar ese “sentirse mal”, y dejar de escapar
y quedarte en esa sensación lo más que puedas y observar tu cuerpo que es donde habitan las
emociones auténticas, el cuerpo forma parte de nuestro inconsciente. Y darte cuenta de la
gran cantidad de pensamientos automáticos negativos que circulan por tu mente y te bloquen
y condicionan. Y ya verás que de a poco, con paciencia, humildad y persistencia algo comienza
a cambiar, desde lo profundo de tu Ser, cuando te das permiso a mirarte sin juzgarte.
La superación del miedo a sí mismo implica entrar es una búsqueda de lo auténtico que hay en
nosotros. Pero esa búsqueda, implica un Trabajo: el Trabajo interior, el famoso “conócete a ti
mismo” de Sócrates. Esa Tarea surge de la necesidad de encontrar respuestas a las situaciones
vividas que nos trastornan, que nos hacen sufrir, que nos desequilibran. Surge de la necesidad
de vivir una vida satisfactoria, más plena. Una existencia con Sentido.
Salir del automatismo, de la sensación de incompletud, del círculo vicioso que plantea Guille,
de la superficialidad que vemos a diario, del encierro interior, es posible si conectamos con esa
parte profunda de nosotros mismos, que sabe de qué se trata todo esto.
Lo que tenga que pasar pasará, no lo podremos evitar y todo es parte de nuestro
proceso de evolución. Ahora si nos hacemos conscientes de esa transformación inevitable,
podremos ser partícipes, protagonistas de nuestra película. Si ejercemos esa mirada interior
entenderemos de qué se trata esa trama (y su revés) y dejaremos de resistirnos a la vida y
sentirnos víctimas de ella.
Como dice el tango Naranjo en Flor “…después amar, después partir y al fin andar sin
pensamiento.” Y mi hija Daira (que siempre nada en profundidades) nos alerta: “… lo más
sutil de nuestro Ser son los pensamientos, pero estos se pueden transformar en los más denso
y causar sufrimiento.” Cuando dejamos de temer de nosotros mismos, podemos aspirar a
amar sin dependencia, dejar (y dejarnos) ir cuando sea necesario y andar sin pensamientos, sin
miedo a la vida.-