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SI CRISTO NACIO BAJO LA LEY, ¿QUÉ SIGNIFICA ESTAR BAJO LA LEY?

Leroy E. Beskow

El texto principal en discusión es Gálatas 4:4,5: “Pero cuando vino el cumplimiento


del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese
a los que estaban bajo la ley [hipó nómon], a fin de que recibiésemos la adopción de hijos”.

Como veremos, estar “bajo la ley” se aplica tanto a buenos como a transgresores.
Por lo tanto, en primer lugar significa estar bajo su jurisdicción. En su perfección, Adán y
Eva fueron puestos “bajo una ley, como condición indispensable para su propia
existencia”.1 Pero cuando pecaron, también quedaron bajo su condena.
Una definición dice: “Estar ‘bajo la ley’ es estar bajo el dominio del pecado y no
bajo el dominio de la gracia”.2 ¿Entonces Jesús no nació en el dominio de la gracia divina?
En el Comentario Bíblico Adventista leemos: “Bajo la ley” sólo se puede referir a
estar ‘bajo’ la jurisdicción del sistema legal de los judíos”.3
Pero en Gálatas 4:4,5 Pablo está hablando de la salvación de la humanidad, pues
Cristo no vino a salvar sólo a los judíos en su sistema legal, sino “a todos los hombres” (1
Tim. 2:4). “Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo [“en”] la
ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo [no sólo los judíos] quede bajo [to:
sujeto] el juicio de Dios” (Romanos 3:19).
Ùπό (hipó: bajo, debajo, sujeto) se lee en la Biblia con relación a gestión, influencia
o poder (“por el Señor”: Mat. 1:22; de parte o por imposición de judíos 2 Cor. 11:24; Heb.
12:3). En ubicación física, debajo de algo (Mat. 5:15; 1 Cor. 1:10); subordinado o sujeto a
alguien o algo, como el tiempo (Hech. 5:21) y la ley (Rom. 6:14), y dominados de algún
modo (1 Tim. 6:1).
En Romanos 6:14 leemos: “Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues
no estáis bajo (hipó) la ley, sino bajo (hipó) la gracia”. Tanto el versículo anterior como el
que le sigue nos dicen que debemos evitar la acción de pecar. Y si caemos, la gracia de
Cristo nos librará de su condena. Por lo tanto, aquí estar “bajo la ley” es ser culpable por
pecar (kjatá) y ser pecador (kjattá), no por nacer “en pecado” (kjet: Sal. 15:5; Sant. 1:13-
15), ya que Cristo pagó por todos los nacidos en pecado de ignorancia e impotencia, cuando
lo clavaron en el madero (Luc. 23:34).

1
Elena G. de White, Patriarcas y profetas (PP), (Mountain View, California: Publicaciones
Interamericanas, 1955) p. 30.
2
Ángel M. Ridríguez, “El poder de la ley, el poder de la gracia”, Adventist World, febrero de 2018,
p. 26.
3
Francis D. Nichol, ed., Comentario Bíblico Adventista del 7º Día (CBA), vol. 6, (Idaho, EE.UU.:
Publicaciones Interamericanas, 1988), p. 964.
2

Elena G. de White (EGW) escribió: “Esa oración de Cristo [“perdónales porque no


saben lo que hacen”]… Abarcaba todo pecador que hubiera vivido desde el principio del
mundo o fuese a vivir hasta el fin del tiempo.4
Cristo nació con esta inocencia: “Y llamará su nombre Emmanu-Èl [con nosotros
Dios singular, de la Divinidad “Elohím”]…Porque antes que el niño sepa desechar lo malo
y escoger lo bueno…” (Isa. 7:14-16). La ignorancia de los niños no los hace pecadores o
culpables de nacimiento, sino contaminados por el pecado, que es distinto (kjet: Sal. 51:5).
La Biblia es clara: “El alma que pecare esa morirá [de la muerte segunda] el hijo no
llevará el pecado del padre” (Eze. 18:20). Se entiende que el bebé no llevará el pecado de
culpa hasta que sea consciente de lo que hace y peque.
Santiago lo explica así: “Cada uno es tentado cuando de su propia concupiscencia es
atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el
pecado” (Sant. 1:14,15). Por eso en ninguna parte de la Biblia dice que nacemos culpables
de pecado (kjatá, kjattá), sino sólo contaminados por él (kjét). Hay muchos entre nosotros
que todavía no entienden esto, y siguen con la doctrina católica del pecado original; y se
contradicen, pues al mismo tiempo no creen, como Lutero, que sin el bautismo los bebés
van al infierno.
Y es por eso que Pablo correctamente nos pide: “No reine, pues, el pecado [de
culpa] en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias” (Rom.
6:12). Así es: El creyente en Cristo puede y debe vivir sin el pecado de culpa, a pesar que
su naturaleza carnal sigue contaminada por el pecado desde antes de nacer.
EGW escribió al respecto: “Es inevitable que los hijos sufran las consecuencias de
la maldad de sus padres, pero no son castigados por la culpa de sus padres, a no ser que
participen de los pecados de éstos. Sin embargo, generalmente los hijos siguen los pasos de
sus padres”.5
“Si la humanidad hubiese cesado de caer cuando Adán fue expulsado del Edén,
física, mental y moralmente estaríamos ahora en una condición mucho más elevada [...]
Ojalá la humanidad hubiera dejado de caer en el pecado con Adán. Pero ha habido una
sucesión de caídas”.6
Entonces en primer lugar, el pecado de culpa no llegó a nosotros directamente por la
caída de Adán. Nos llegó como consecuencia, no como culpa. Y además, por “sucesión de
caídas” de nuestros ascendientes, pues sabemos que las malas tendencias se transmiten
hasta la cuarta generación (Éxo. 20:5). Si llegó a nosotros es porque “ha habido una
sucesión de caídas” por las siguientes generaciones. Y en segundo lugar, si sólo Adán y
Eva hubieran pecado, estaríamos “en una condición mucho más elevada”, pero no en la
misma inocencia del Edén, porque los genes del pecado igualmente seguirían
contaminándonos en forma inconsciente, haciendo todavía difícil la lucha contra el mal.

4
Elena G. de White, El deseado de todas las gentes (DTG), (Mountain View, California:
Publicaciones Interamericanas, 1966), p. 694.
5
––––, Patriarcas y profetas (PP), (M. View, Calif.: Pub. Inter. 1955), p. 313.
6
––––, CBA, 1:1096.
3

Recordemos que los genes de la conducta se graban en el cerebro químicamente; no se


pueden borrar y se transmiten en código abreviado a la descendencia. Cuando los hijos
ceden a una tendencia heredada, esos genes se despiertan; se hacen conscientes y se
transforman en concupiscencias, que son muy difíciles de vencer.
EGW escribió: “El apetito nos fue dado con un buen propósito, no para ser ministro
de muerte al ser pervertido, y en esta forma degenerar hasta llegar a producir las
concupiscencias que batallan contra el alma”.7
Y por eso el Hijo del Hombre tuvo tentaciones diarias que vencer contra su propio
yo. El caso más claro ocurrió en su tentación en el Getsemaní, cuando dijo: “Mas no lo que
yo quiero” (Mar. 14:36). Sin duda Satanás estaba obrando, pero ya era también el deseo de
su propio yo, sabiendo que para eso había venido. Pero al no ceder ni pecar en ningún
momento, no llegó a tener concupiscencias. Vemos que con Jesús (hablando sólo de la
parte humana) no tenemos una diferencia de nacimiento, sino de conducta. Él no nació
sabiendo lo que hacía. Y como no sabía lo que hacía, María y José tuvieron que enseñarle
lo que creían correcto hasta que él pudo valerse por sí mismo para conocer las verdades de
las Escrituras.8
Pero él pensaba y actuaba como “niño inconsciente”; 9 “como niño impotente, sujeto
a la debilidad humana”.10 “Las facultades de su intelecto y de su cuerpo se desarrollaban
gradualmente, en armonía con las leyes de la niñez”. 11 No era otra niñez, sino la nuestra.
Por eso Pablo dice que participó de la misma niñez (paidíon) de los bebés y la niñez del
siglo primero (Heb. 2:14). Esto es importante, y significa que al principio no sabía
diferenciar lo bueno de lo malo, y podía cometer errores propios de un niño bueno.
Isaías escribió: “He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su
nombre Emanuel. Comerá mantequilla y miel, hasta que sepa desechar lo malo y
escoger lo bueno. Porque antes que el niño sepa desechar lo malo y escoger lo bueno...”
(Isa. 7:14-16). Sí, así como Ud. lo leyó, en sus pensamientos y en sus actos de niño, al
principio Jesús no supo “desechar”, “despreciar” o “aborrecer” (ma’ac) lo malo. Pero los
rituales del santuario nos enseñan que el trato que se le daba a los culpables por yerro, no
era por el arrepentimiento de su desobediencia, sino por medio de una ofrenda de
reconocimiento.
¿Entendemos mejor lo que significa nacer “bajo la ley”, según Gálatas 4:4,5? Por
eso, EGW nos aclara que la ley en Gálatas es “especialmente la ley moral”. 12 Y por eso se
trata de la situación de todo hombre sobre la tierra, incluyendo al Hijo del Hombre, pues
nació bajo su dominio por la herencia humana de 4000 años de pecado.
¿Qué significa esto? El ritual de la vaca roja en el santuario de Moisés, que
representaba a Cristo, nos ayuda a entender mejor lo que significó que Cristo naciera “bajo
7
––––, Mente carácter y personalidad (MCP), vol. 2, (Buenos Aires: ACES, 1990), p. 392.
8
DTG, p. 50.
9
Ibíd., p. 36.
10
Ibíd, p. 33.
11
Ibíd., p. 49.
12
––––, Mensaje selectos (MS), vol. 1, (M. View., Calif.; Pub. Inter. 1966), p. 275.
4

la ley”. En el capítulo 19 del libro de Números, se registra el pedido especial de Dios de


matar fuera del santuario una vaca roja (alazana) que fuera intachable. No era un rito que se
realizaba por un pecado personal, sino por todo el pueblo. Por única vez en el año, este
sacrificio debía expiar al pueblo lejos del altar del sacrificio; lejos del altar del incienso y de
todo lugar sagrado del santuario, en un lugar profano como era el lugar donde se
abandonaba al macho cabrío que representaba a Satanás y sus súbditos.
El lugar profano donde se quemaba la vaca roja, llegaba a ser considerado “limpio”
en medio de lo inmundo, porque se transformaba en el lugar de la “expiación” de todo
Israel (Núm. 19:9). Sin embargo, por ser un lugar profano, tanto el que transportaba y
sacrificaba al animal, como el que luego tocaba sus cenizas para purificar, quedaba
inmundo por el pecado (Núm. 19:7-10) de la misma manera como todo el que abandonaba
allí al macho cabrío por Azazel (Lev. 16:23,24, 26-28).
¿Por qué tenía tanta importancia esta ceremonia? ¿Por qué se la realizaba en lugar
profano? El apóstol Pablo lo dice en pocas palabras: “Porque los cuerpos de aquellos
animales cuya sangre a causa del pecado es introducida en el santuario por el sumo
sacerdote, son quemados fuera del campamento. Por lo cual también Jesús, para santificar
al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta [...] porque no tenemos aquí
ciudad permanente, sino que buscamos la por venir” (Heb. 13:11-14).
A la expresión: “fuera de la puerta”, el apóstol le da una doble aplicación: A la obra
de expiación realizada en el Calvario fuera de la puerta de la Jerusalén terrenal, y a la
expiación de Cristo en esta tierra, muy lejos del santuario celestial donde llegaremos. Es
decir, a la ciudad-santuario del cielo, revelado claramente en la Escrituras (Éxo. 15:17,18;
Sal. 46:4,5; Isa. 33:20,21; 60:13; Eze. 37:26-28; Apoc. 21:3).
El agua de las cenizas de la vaca roja que purificaba salpicando a los pecadores y
sus pertenencias, no purificaba a los sacerdotes que cumplían el ritual, ni al santuario. Al
contrario, contaminaba al que la llevaba al desierto y la mataba; y continuaba contaminando
al sacerdocio después de ser purificada con el fuego, convirtiéndose en cenizas (Núm.19:7-
10). ¿Por qué Cristo, la vaca roja, contaminó el santuario antes, durante su muerte y
después de ella hasta el día del juicio? Porque con el fuego purificador, todavía el pecado
que recibió el gran Sustituto por los pecadores, no ha vuelto a Satanás, el originador del
mal, y a todos sus seguidores para siempre (Isa. 34:9,10; Apoc. 20:10).
Esta es la causa principal por qué en el día del juicio no había sólo una purificación
del lugar santo del santuario, sino también para la santísima shekinah y su ley escrita (Lev.
16:1416). La palabra que emplea Daniel, para lo que hace falta en el día del juicio en el
santuario celestial, es nitsdáq de tsadáq: justicia, recto, equidad, justo, puro (Dan. 8:14). Es
decir que algo que no es justo, debe ser justificado; algo incorrecto debe ser rectificado;
algo que está contaminado, debe ser purificado. El causante es Satanás. Pero mientras tanto,
el que está contaminado es Jesús y el santuario celestial, aunque sin la culpa por este
pecado en su naturaleza Heb. 4:15.
Entonces Pablo pregunta: “¿Qué, pues? ¿Pecaremos, porque no estamos bajo (hipó)
ley, sino bajo (hipó) gracia de Cristo en el santuario celestial? En ninguna manera”
5

(Romanos 6:15). Y explica que seguimos bajo el dominio de la ley, pero entonces por
voluntad propia, como siervos de la justicia, no como una carga (Rom. 6:16-18). Se
entiende que como no hay ningún justo que pueda guardar la ley, después de 6000 años de
pecado, guardamos la ley por el poder de la gracia de Cristo. Es decir, que entonces
estamos bajo gracia o regalo poderoso de Cristo, para resolver nuestro problema por virtud
del Espíritu Santo (Fil. 2:12,13).
Muchos interpretan mal estas declaraciones de Pablo a los Filipenses, pues se valen
de una mala traducción que dice: “Dios es el que en vosotros produce [energón de energés:
dar energía, poder, capacitación], así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil.
2:13).
Cuando el Espíritu nos dice en la conciencia que pecamos y debemos pedir el
perdón en el nombre de Cristo, no es él el que se arrodilla en nuestra mente para pedir el
perdón de nuestros pecados, ni nos fuerza a nosotros para hacerlo, manejándonos como
títeres, sino que nos motiva para que lo hagamos nosotros con su ayuda poderosa (energés).
Por eso en el texto anterior Pablo nos pide: “Ocupaos [catergádsesze de catergádsomai:
trabajar, obrar] en vuestra salvación con temor y temblor” (Fil. 3:12).
Entendemos que no se trata de guardar la ley o realizar obras buenas que nos den
méritos, pues para nosotros sería imposible (Rom. 8:7) y por lo tanto innecesario, sino ser
obedientes al llamado del Espíritu de pedir el perdón arrepentidos, confesando arrodillados
todos los pecados que recordamos. A estas obras Pablo les llama “obras dignas de
arrepentimiento” (Hech. 26:20), explicando de esta manera por qué Santiago dice:
“Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe”
(Sant. 2:24. Dice “justificados, no santificados).
En ninguna parte de la Biblia dice que para la salvación no tenemos que hacer nada.
La salvación es un regalo, pero dentro de los requisitos de un “pacto” donde cada uno debe
cumplir su parte (Heb. 8:6). Pedro no pidió el arrepentimiento al Espíritu Santo, sino a los
que escuchaban el Evangelio con su ayuda (Hech. 2:38). Los evangélicos no toman en
cuenta que la salvación no es una imposición luterana o calvinista, sino un “pacto”
voluntario (Isa. 55:3; 59:21; Jer. 31:33,34; Zac. 9:11; Mat. 26:28; Marc. 14:24; Luc.22:20;
1 Cor. 11:25; Heb. 7:22; 8:6; 9:20; 12:24).
Lamentamos que el gnosticismo y nicolaísmo cristianos que dominaron en la iglesia
por seis siglos, y luego con Agustín, Lutero, y finalmente a nosotros por medio de Hans
Larondelle,13 nos han llevado a dividirnos confundidos.14
Y a los que permanecen en la gracia, Pablo dice: “A los que [están] sin ley, como [si
estuvieran] sin ley, no estando sin ley de Dios, sino en la ley [énnomos] de Cristo, para
ganar a los que [están] sin ley” (1 Corintios 9:21).

13
Juan Calvino, Institutes, III, 16,1, citado por Hans K. LaRondelle, La doctrina de la salvación.
Justifica-ción por la fe, (Libertador San Martín, Entre Ríos, impreso por la Universidad Adventista del Plata,
1982), p. 20.desde 1973
14
Elena G. de White, Review and Herald (RH), 7 de junio de 1887.
6

El Decálogo ya no nos condena, ni necesitamos cumplir las leyes ceremoniales de


Moisés, sino que caminamos por el camino de la santidad, junto al amor de Cristo, hasta
que volvamos a caer, pues “ciertamente no hay hombre justo [justificado] en la tierra, que
haga el bien y nunca peque” (Ecle. 7:20) más de setenta veces Mat. 18:22). Es decir, que el
dicho evangélico: “una vez salvos, salvos para siempre”, no viene de la Biblia.
Ezequiel es claro: “Cuando yo dijere al justo [justificado]: De cierto vivirás, y él
confiado en su justicia hiciere iniquidad, todas sus justicias no serán recordadas, sino que
morirá por su iniquidad que hizo. [En el juicio cada pecado perdonado seguirá en pie, pero
no tendrá Abogado que defienda su causa. Por eso no le servirá]. Y cuando… se convirtiere
de su pecado e hiciere según el derecho y la justicia… vivirá ciertamente.” (Eze. 33:13-16).
Esta es la parte que los evangélicos no entienden, pues si descartan el Decálogo,
¿qué o quién les hará saber que pecaron y necesitan un Salvador? En los dos mandamientos
del amor, no se especifica en qué pecaron. ¿Se da cuenta qué pasaría en el mundo religioso,
si hoy sólo se conocieran los dos mandamientos del amor? Por eso Pablo dice que “la ley
no fue dada para el justo [justificado que no peca porque permanece en Cristo], sino para
los transgresores” (1 Tim. 1:9).
En Gálatas 3:23 leemos: “Pero antes que viniese la fe [en el evangelio de Cristo],
estábamos encerrados bajo [hipó] la ley, custodiados para aquella fe que iba a ser revelada”.
Las leyes del santuario de Moisés, no fueron dadas para encarcelar a los hebreos
como si fueran reos, sino para resguardarlos y custodiarlos (sunkleío) de su ignorancia
dominada por la cultura egipcia, hasta que viniera Cristo como Cordero de Dios y enseñara
el Evangelio de salvación.
En Gálatas 4:21 leemos: “Decidme, los que queréis estar bajo [hipó] [la] ley: ¿no
habéis oído la ley? “Todos los que en [la] ley han pecado, por la ley serán juzgados” (Rom.
2:12).15 Es claro que aquí Pablo no habla del pecado de nacimiento por la herencia de los
padres y ascendientes hasta Adán, pues habla de la decisión de querer estar bajo su dominio
voluntariamente. Y en Gálatas 5:18 dice “Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo
[hipó] [la] ley”. Otra vez es el pecado que podemos evitar por dejarnos guiar por el Espíritu
Santo. “Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne” (2 Cor. 10:3).
Vimos, pues, que la “ley” que menciona Pablo se refiere generalmente a la Toráh,
es decir a todas las enseñanzas de Moisés, pero en primer lugar, o principalmente a los Diez
Mandamientos. El contexto nos ayuda a definir a qué se refiere.
Volviendo al texto de estudio de Gálatas 4:4,5, vimos que Jesús nació como
nosotros, bajo las mismas condiciones que un niño común nace en su inocencia bajo la ley,
pues nació después de la caída de Adán y ha recibido su herencia.
“Él [Cristo], el portador del pecado, soportó el castigo legal que merecía la
iniquidad, y se hizo pecado por el hombre”.16 Entonces viene la pregunta: Este “castigo

15
“Como no hay una regla precisa y sencilla para determinar la identidad de “ley” mediante la
presencia o la ausencia del artículo definido, lo más prudente quizá sea depender mayormente del contexto
para saber cuál es la conclusión a que debe llegarse” (CBA, 6:484).
16
White, La historia de la redención, (Bs. As.: ACES, 1980), p. 234.
7

legal” por el pecado ¿fue por nacer bajo la ley o sólo desde el Calvario cuando cargó
nuestras culpas?
EGW responde: “Y a fin de elevar al hombre caído, Cristo debía alcanzarlo donde
estaba. Él tomó la naturaleza humana y llevó las debilidades y la degeneración del
hombre. El que no conoció pecado, llegó a ser pecado por nosotros"17
Su naturaleza “era humana, idéntica a la nuestra. Estaba pasando por el terreno
donde Adán cayó”.18 Note que habla sólo de la parte humana, pues Cristo nunca podía ser
igual a nosotros sino “semejante” (Heb. 2:17), ya que era Emanuel y nosotros no. Ella
también dice que Cristo “tomó sobre sí la naturaleza caída y doliente del hombre,
degradada y contaminada por el pecado”.19
No tema, no se trata de una blasfemia de EGW, como creen muchos evangélicos,
pues sabemos que hay dos clases de pecado, que eran tratados en el santuario de Moisés
mediante dos clases de expiaciones: Rociando la sangre por el pecado inocente al pie del
altar del sacrificio, y comiendo luego, el sacerdote, de la carne del animal sacrificado, como
ocurría con los sacrificios de agradecimiento (Lev. 4,5). O en caso del pecado de culpa,
además rociando la sangre hacia la ley ofendida, ensuciando el velo (Cristo: Heb. 10:20.
Lev. 6 en adelante).20
Así que Jesús, el Hijo del Hombre, es el único que participó de la humanidad “bajo
la ley”, que no cometió ni un solo pecado de culpa (Heb. 4:15). Sólo en esta condición
podía probar a Satanás y al universo poblado, que su Ley es justa y buena no solo para
Adán y Eva arrepentidos, sino también para todos los nacidos bajo la ley (Rom. 7:12).
Además debió cumplir con una segunda condición, que por 4000 años esperaron los
ángeles y los habitantes de los mundos no caídos. EGW reveló:
“Después de la caída del hombre, Satanás declaró que los seres humanos habían
demostrado ser incapaces de guardar la ley de Dios, y procuró arrastrar consigo al
universo en esa creencia. Las palabras de Satanás parecían ser verdaderas, y Cristo vino
para desenmascarar al engañador [...] Al asumir la forma humana, [...] Cristo, que no

17
MS, 1:314.
18
Idem.
19
CBA, 4: 1169; YI, 20-12-1900.
20
Cuando ”alguna persona” del pueblo de Dios, o “el sacerdote ungido”, pecaba sin querer, pero por
descuido o por olvido de lo que sabía, y al reconocer su mal iba al santuario para pedir el perdón (Lev. 4:12);
o cuando “una persona pecaba con pleno conocimiento del mal (6:1-7), la sangre del sacrificio debía ser
asperjada “delante de Jehová”, rociando sangre “hacia el velo del santuario” (4:5,6), es decir hacia la perfecta
Ley de Dios. Cuando el error era cometido por todo el pueblo, “los ancianos de la congregación” debían
responder como culpables por no haber prevenido el mal (Lev. 4:14,15). Un pecado por ignorancia con cierto
grado de culpa, lo encontramos en el momento cuando los soldados atravesaron la carne de Jesús al clavarlo
sobre el madero (Luc. 23:33, 34; Apoc. 1:7). Pero cuando el pecado era realizado sin tener ningún
conocimiento, y más tarde el transgresor llegaba a conocer su error; o cuando sin querer se contaminaba por la
inmundicia de un animal, o por el pecado de otra persona que lo alcanzaba, también llegaba a ser culpable
desde el momento cuando llegaba a ser consciente del error. Pero la sangre del sacrificio sólo se rociaba
alrededor del altar del holocausto, símbolo de la muerte de Cristo (Lev. 4:22-5:19). Lo mismo ocurría cuando
el creyente presentaba una ofrenda de paz (Lev. 3:1-16).
8

conocía en lo más mínimo la mancha o contaminación del pecado, tomó nuestra naturaleza
en su condición deteriorada” 21
Si hubiera venido con una sola condición humana diferente, o con una pequeña
ventaja sobre la naturaleza que vivieron los hombres después de la caída de Adán hasta su
tiempo, Satanás hubiera tenido razón y el trono perdido para siempre la simpatía de los
mundos no caídos. Pero EGW aclaró:
La naturaleza de Cristo “era humana, idéntica a la nuestra. Estaba pasando por el
terreno donde Adán cayó”, 22 pero sin pecado de culpa (He. 4:15).

Conclusión:
Nacer “bajo la ley” significa nacer bajo su jurisdicción; y bajo su condena cuando se
peca. Esto significa para el bebé nacido “en pecado” la pérdida de la vida eterna, a menos
que sea justificado por Cristo por los pecados de inocencia (ya cumplido en el Calvario). Y
si es culpable de pecado y se arrepiente, ser liberado del juicio en la muerte segunda. Sin
embargo, el justificado no se libra de las consecuencias del pecado, hasta la transformación
o resurrección en la venida de Cristo.
Al nacer Jesús de “carne y sangre” (Juan 1:14) y “bajo la ley”, aunque sin pecado de
culpa (Heb. 4:15), no podía heredar el reino de Dios (1 Cor. 15:50) sin la transformación o
la resurrección mediante la aprobación del Padre (Hech. 2:32). Y si pecaba “quedaría
identificado con el reino de Satanás, y nunca más sería uno con Dios”.23 Pero a pesar que no
pecó, al tomar nuestra naturaleza degenerada por 4000 años de maldad, y vivir fuera del
Santuario de Dios, contaminó como la “vaca alazana” el lugar santísimo, al no poder
cumplir con su mandamiento que dice: “El alma que pecare esa morirá… la justicia del
justo será sobre él, y la impiedad del impío será sobre él” (Eze. 18:20). Pero el santuario
“será purificado” (tsadác: Dan. 8:14), especialmente el santísimo siete veces (Lev. 16:14),
cuando el inocente Jesús que está en el trono, ponga esa carga injusta sobre el originador
del mal. Entonces por fin en el trono se hará tsadác: derecho, justicia por lo injusto de que
un Inocente cargue el pecado, y el santuario quede por siempre purificado de todo mal.
Mientras tanto, y gracias a su gran amor, Jesús sigue estando, por eso, “bajo” su propia
Ley.

21
MS, 1:295,296.
22
Ibid, 3:146.
23
DTG, pp. 637,638.

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