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Fantasías urbanas en el
cine de los años veinte
Vicente Sánchez-Biosca
Las sinfonías urbanas de la vanguardia cinematográfica encadenan y orquestan imágenes que no son más que
un reflejo del pensamiento frenético de su tiempo: maquinismo, preocupación por la masa, el ritmo, la técnica...
Fritz Lang, Walter Ruttmann o Robert Wiene elaboraron cantos a ciudades observadas desde esa perspectiva y a
urbes nacidas de la imaginación y la libertad.
En la página anterior: Columna izquierda, imágenes de Berlín, sinfonía de una gran ciudad de Walter Ruttmann (1927); columna central, imágenes de El hombre con la cámara de
Dziga Vertov (1929); columna derecha, imágenes de Metrópolis de Fritz Lang (1927).
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Fantasías urbanas en el cine de los años veinte
Arriba: imagen de El hombre con la cámara del cineasta Dziga Vertov (1929). En esta página y en la página siguiente, abajo: distintas imágenes del film
El gabinete del Dr. Caligari de Robert Wiene (1920), película fundacional del expresionismo cinematográfico.
de su existencia, desde el despertar en el que un tren las manifestaciones obreras acabarán por perder su como forma artística en el panorama weimariano.
a gran velocidad parte de los extrarradios para pre- identidad. Se diría que Ruttmann ha tomado la de- Berlín, sinfonía de una gran ciudad añadía a esta
cipitarse sobre la urbe todavía desperezándose has- cisión de borrar el contenido (político, social, in- síntesis la superficie pulida e inmaculada de un
ta los fuegos artificiales que coronan la noche con cluso iconográfico) de cada elemento figurado para ritmo creciente, de una orquestación de los objetos
un cielo estrellado y apoteósico. Desde la quietud doblegarlo a un criterio más pertinente (un gesto y los hombres que no en vano recibió el nombre
matutina, los movimientos (un papel, una hoja, en movimiento, un esquema compositivo) para, a de sinfonía.
agitados por el viento, las cortinas de los negocios renglón seguido, someterlo a un orden rítmico y
abriéndose, los primeros obreros que acuden al extático que lo engulle todo. Su herramienta será III
trabajo, los primeros medios de transporte…) van el montaje. Y es que las máquinas que pueblan Sin embargo, la ciudad tentacular, fascinante y
encadenándose, acelerándose, multiplicándose, esta ciudad moderna no huelen a proletario ni a dinámica que preconizaron como objeto de arte
hasta alcanzar un verdadero éxtasis que, periódica- revolución, a protesta ni a clase social, como lo los pintores de principios de siglo (futuristas y
mente, se suspenderá (la hora del almuerzo, la de hicieron las soviéticas de esos mismos años, o como expresionistas, en particular) no desembarcó de
la comida) para retomar su impulso poco después sucederá con Berlin Alexanderplatz poco más tarde manera natural en el cinematógrafo. Por paradó-
y alcanzar una todavía más impactante celeridad (tanto en la novela de Alfred Döblin –1929– como jico que pueda parecer, ya que el cine era hijo de
de torbellino. en su adaptación a la pantalla por parte de Piel la técnica por derecho propio, la pintura se había
Y es que el ritmo deviene en una auténtica Jutzi –1931–), sino a diseño; eran, si se nos apura, comportado de modo más radicalmente moderno
trituradora desde la que se observa todo: lo hu- la primera íntegra apuesta cinematográfica por el que la máquina de filmar y ello a pesar de que su
mano y lo mecánico se funden supeditándose a diseño en los tiempos en los que la Bauhaus se materia expresiva era a todas luces más tradicional
una unidad superior, en cuyo seno los trenes y las hallaba empeñada en la tarea de fusión del arte y clásica. Acaso un ejemplo lo pruebe de manera
fábricas, los andamios y el tráfico, los viandantes y y la industria y la Nueva Objetividad se imponía sintomática.
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Imagen del film La calle (Die Strasse) de Karl Grüne (1923). Durante la persecución a la bella prostituta, el protagonista se encuentra con el reclamo de
una óptica: dos hipnóticos ojos iluminados que le observan y estremecen.
En 1914, Ludwig Meidner proclamaba a los Pues bien, ese mismo artista plástico –Meidner– se proyectan sombras, destellos de una incesante
cuatro vientos sus entusiastas “Instrucciones para fue el encargado de componer los decorados de una agitación exterior. Es el hombre en su vida anodi-
pintar la gran ciudad” en estos términos: “¡Pinte- película de 1923 –Die Strasse, La calle–, dirigida na quien se siente requerido por esa prometedora
mos –animaba a sus correligionarios– lo que está por Karl Grüne. Pese al entusiasmo que estallaba atracción de un abismo de luz; una luz que, pronto
cerca de nosotros, nuestro mundo urbano, las ca- en el anterior manifiesto, e incluso a pesar de que lo descubriremos, entraña corrupción, perdición y
lles tumultuosas, la elegancia de los puentes col- el cine era a todas luces un medio más idóneo para crimen. Así irrumpe la calle, la ciudad, como algo
gantes de hierro, los gasómetros que cuelgan entre la representación de lo moderno; y, lo que es más, fascinante y peligroso, algo que abre los ojos hasta
blancas montañas de nubes, los colores hirientes a despecho del tiempo transcurrido entre estos dos enceguecer, pero también algo abisal. La ciudad
de los autobuses y las locomotoras de los trenes momentos, casi una década, Meidner será presa no es una realidad; es un fantasma que, sazonado
rápidos, los hilos ondeantes del teléfono, lo arle- en sus diseños para la pantalla de una imaginería en la mente del protagonista, despierta infinitos e
quinado de las vallas publicitarias…!”. A nadie se le mucho más arcaizante de lo que hacían presagiar inconfesables deseos que lo precipitarán en la ruina
escaparán los ecos futuristas que tales instrucciones sus anteriores declaraciones. y la desdicha. (continúa)
entrañan y que bien podrán hallarse sin modifica- En efecto, La calle contiene explosiones fas-
ciones importantes en los manifiestos de Marinetti cinantes de agitación festiva, automóviles y ba-
y sus compañeros de escuela, como tampoco en los rahúnda, expresadas por medio de collages, pero
cuadros de Umberto Boccioni. Es un gesto radical está ideada por una mente más anacrónica. En
de transformar en objeto de contemplación esté- el interior de un hogar apacible, hasta la asfixia,
tica el éxtasis del presente técnico y cotidiano, en un hombre reposa sobre el sofá mientras su espo-
detrimento de los géneros y motivos de la tradición sa se emplea en tareas domésticas. Es de noche,
artística. pero sobre el techo de la habitación, iluminado,
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Una imagen condensa esta visión era un caso aislado. Numerosas ciudades IV
inquietante de la ciudad. El protagonista que tomaron cuerpo en el cine producido El panorama es harto complejo, y no
inicia, en plena noche, la persecución de en el primer lustro de la República de menos confuso. Diseño, maquinismo,
una atractiva prostituta. El oscuro Weimar se comportaron con una abstracción urbanística, ritmo frenético,
callejón se asemeja a un túnel por el que aversión muy sospechosa hacia el se codean con el sueño americano de
el errante se encamina a una perdición presente: eran figuraciones góticas o fusión entre naturaleza y urbe, la
fascinante cuando el signo de una tenue neogóticas encerradas en un pasado permeación de la superficie moderna al
luz se ilumina súbitamente: son dos remoto que desataba, por añadidura, animismo y los poderes de la mente...
lentes que anuncian una clínica poderes ocultos y jamás presentidos Decididamente, las contradicciones
oftalmológica o sencillamente una óptica. procedentes de tiempos y estadios enmarañan la visión de la ciudad
Sin embargo, la banalidad del referente antropológicos arcaicos (Nosferatu , de moderna en el cine hasta tornarla opaca y
en nada empobrece la estremecedora Murnau, 1922), telas pintadas, como las viscosa. Si una película es capaz de
sensación que se apodera de nosotros al famosas de El gabinete del Dr. Caligari , resumir esta amalgama y ofrecerla con
sentir esos dos ojos hiperbólicos que proyectaron los terrores primigenios una dosis a un tiempo de grandiosidad y
arrancados del cuerpo y mirando la y la locura misma sobre el decorado de cursilería es, a no dudarlo, Metrópolis.
escena como una premonición siniestra exterior, pero también de sus secuelas, en Esta superproducción en la que la mayor
de lo que no tardará en advenir. Y, al las que la ciudad aparecía amenazada empresa cinematográfica alemana y
propio tiempo, representa la amenaza de por fantasmas del inconsciente de clara europea, la Ufa, quemó sus naves, en la
saberse observado. Sacudido por su inspiración romántica, reconstrucciones que los más modernos y espectaculares
repentina presencia, el hombre queda medievales cercanas a la imaginería judía estudios berlineses de Neubabelsberg
paralizado por la visión. A partir de este de la Cábala ( El Golem , de Paul desplegaron su enormidad, este film que,
instante, penetraremos de su mano en la Wegener, 1921) o parajes románticos en según reza la tradición, tanto gustó a
faz inquietante, telúrica y críptica, de la los que la naturaleza animada excluía Hitler y a Goebbels, se quiso
noche urbana, de sus poderes de toda presencia urbana (Las tres luces , monumental y sobrehumano: en él los
atracción y sus efectos devastadores. Una Fritz Lang, 1921). hombres sucumbían al peso aniquilador
imaginería sale al paso; una imaginería Hubo, pues, que desprender a las calles y de los edificios modernos e inhumanos,
que en nada recuerda la modernidad, la a las ciudades de esas atmósferas todos ellos tallados a escala gigantesca,
técnica, el tráfico y la masa. La anímicas asfixiantes para abrirlas a los en sus puertas y ventanas. Incluso la
conocíamos desde los cuentos infernales mundos reales o simplemente a lo que masa humana se fundía en cuerpos
de E.T.A. Hoffmann, desde los relatos una observación estética medianamente orgánicos y colectivos, como los de los
fantásticos del romanticismo alemán, atenta podía encontrar sin demasiados obreros alienados descendiendo a su
desde los abismos insondables a los que esfuerzos en la pintura, la fotografía o la ciudad de las profundidades, en
nos asomó la pintura de Caspar David arquitectura del Berlín o el París cuidadosa inmersión en el submundo de
Friedrich y, con más razón todavía, desde contemporáneos. Y esta reclamación de la lujosa metrópolis de los amos. Y allí
esa renovación del género fantástico que derechos por parte de la realidad llevó al esos cuerpos se convertían a su vez en
tuvo lugar a principios del siglo XX (a la cine, especialmente al alemán que había arquitectura deshumanizada. Mas si ésta
cabeza del cual encontramos a Gustav sido el más hermético e inquietante, en la era la apariencia de las maquetas, del
Meyrinck, Alfred Kubin o, incluso, el dirección de un realismo cada vez más futurismo de inspiración y fantasía
tortuoso universo de Hanns Heinz radical e indómito, dando cuerpo a los neoyorkinas, Metrópolis coqueteaba,
Ewers). De todo este asfixiante arsenal actores sociales, pero también a los caprichoso o irresponsable, con otras
bebió El gabinete del Dr. Caligari, la objetos, a los decorados de calles y fuentes arquitectónicas, con otros
película fundacional del expresionismo fiestas, etc. En ocasiones, esta progresiva modelos históricos que chocaban con el
cinematográfico que dirigió Robert presencia escoró hacia el melodrama, en colosalismo moderno e, incluso, lo
Wiene en 1920, hasta convertirlo en su otras apuntó en la dirección de la desmentían.
manifiesto y su programa. denuncia obrera y la militancia de
El hecho es que esta visión se halla más izquierdas, sin excluir, claro está, el Estilos arcaicos que tan adheridos habían
cerca de las inquietudes del espíritu que vanguardismo formal. En todos estos estado al cine alemán anterior
de la faz moderna de sus decorados y casos, muy diversos entre sí, asistimos a reaparecían conquistando un terreno que
ambientes. Los alemanes denominaron una corporeización de lo abstracto, a la parecía olvidado. La catedral gótica
este efecto la Stimmung, atmósfera, deslumbrante emergencia del mundo ubicada extrañamente en el corazón de la
entendiendo por tal una irrespirable y contemporáneo que nace de entre las metrópolis es el núcleo donde se
envolvente aura que rodeaba a las brumas de la inmaterialidad telúrica corporeizan los pecados capitales y
personas y a los objetos, abstrayéndolos anterior y acabará imponiéndose de donde se resuelve la alegoría social de la
de cualquier materialidad y haciendo manera rabiosa e hiriente. película que preconiza la superación de
recaer sobre ellos un peso cósmico. No la lucha de clases en aras de una
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hermandad cristiana; allí mismo tiene recordaba y anhelaba. Ésta es su
lugar la batalla final en la que el siniestro prerrogativa: gracias a esta
inventor acaba sus días a manos de inconsistencia, el cine aportó tanto a la
Freder, el redentor. Las catacumbas del topografía imaginaria de las ciudades. La
arte paleocristiano describen, por su paradoja tomaría la forma de un
parte, un trazado subterráneo, resto del capricho: cuanto menos documenta el
pasado de la antigua ciudad, y sobre el cine respecto a los hechos, es decir,
que se construyó la nueva megalópolis; cuanto más impotente se revela para
en ella enuncia la beatífica María su materializar aquello que idea, más aporta
promesa de redención cristiano-social, la sobre los sueños que no fueron, más libre
llegada del Mesías que, en inverosímil se siente, en suma, para soñar e inventar.
alianza, se convertirá en su amado. Más Pues los sueños más profundos -eso
extraña todavía es la arquitectura nadie lo ignora- son aquéllos que jamás
imaginaria que convoca la casita del se hicieron realidad.
inventor, casita de golem, apuntaba
certeramente el guión original de Thea
von Harbou, en la que se perpetra una
fechoría que está a caballo entre la
sofisticación técnica futurista y el
misterismo alquímico de tiempos
remotos: la creación del doble de María
para soliviantar a los obreros en un gesto
de sadismo incomprensible y derrotarlos
definitivamente.
Y es que Metrópolis se comporta como un
verdadero pastiche de figuras y alusiones
arquitectónicas en el que parecen
conjugarse o, si se prefiere, mal trabarse,
como en un collage, las fantasías más
diversas de la ciudad vista por el cine a
mediados de la década de los veinte, de
sus ansias modernistas y de sus fallas
arcaizantes, de sus fantasías románticas y
de su espíritu kitsch. En su incompletitud,
en su incoherencia extrema (que no es
otra que la de la película misma y la de
sus componentes formales), Metrópolis
exhibe menos la realidad arquitectónica
de los años veinte que lo que muchos
hombres soñaron por aquellas calendas.
De ahí su valor de documento.
A fin de cuentas, el cine de estos años no
fue reflejo de las urbes que se edificaban
y se planeaban en la realidad. Ni siquiera
lo fue probablemente de los proyectos
abortados. Estuvieran o no estas
realidades en su norte, el cine tuvo un
poder del cual la arquitectura carecía, un
poder derivado de su impotencia factual,
de su inconsistencia material, si se nos
permite la expresión. Fue por ello
expresión de anhelos, sueños y fantasías
de ciudades que no habían existido
nunca o que habían desaparecido para
siempre, pero que una vaga nostalgia
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