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Marinetti era bien conocido por entonces en París, donde residía habitualmente aunque
su domicilio legal estaba en Roma. Se había destacado, precisamente, por su prédica
destructiva de la tradición clásica o el remedo de ésta tal como había procurado
recrearla -en términos puramente arqueológicos- el fin del siglo XIX. La intención es
clara desde sus primeros poemas, reunidos en un volumen titulado Uccidiamo il chiaro
di luna (Asesinemos el claro de luna), contra el abuso de los lugares comunes del
romanticismo, y de una obra de teatro, contemporánea del Manifiesto, Le Roi Bombole ,
claramente inspirada en el Ubú Rey , de Alfred Jarry (1873-1907), farsa cruel, estrenada
en 1896 con repercusión de escándalo.
Boccioni llevó sus inquietudes también a la escultura, donde propuso la figura que "va y
viene, rebota, aparece y desaparece", solicitada por la "vibración universal", y que se
presenta simultáneamente en varios momentos y en varias posiciones, vista desde los
costados y de atrás, "en una síntesis óptico-mnemónica -dice el crítico Maurizio
Calvesi- de puntos de vista y de momentos". Las esculturas de Boccioni parecen hoy
hechas de una sustancia plástica (generalmente, eran de madera) que se estuviera
derritiendo ante los ojos del espectador, quien experimenta una sensación ambigua, casi
de repulsión: son figuras fantasmales, parecidas a las fotografías de ectoplasmas que los
espiritistas difundían en la misma época.
Lugares habitados por lo divino: los trenes, los vagones comedor (comer velozmente).
Las estaciones ferroviarias, los puentes y los túneles, las autopistas. Los motores a
explosión y los neumáticos son divinos. Las bicicletas y las motocicletas son divinas. La
nafta es divina. Éxtasis religioso inspirado por los cien caballos. Alegría de oprimir el
acelerador, pedal rugiente de la musical velocidad... Yo rezo cada noche ante mi
lámpara eléctrica, porque una velocidad se agita en ella, furiosamente.
Otro de los próceres del futurismo fue Gino Severini (1883-1966), el más francés de los
seguidores de Marinetti, como que vivió casi toda su vida y murió en París: se había
casado con la hija de Paul Fort, el "príncipe de los poetas" franceses. ...l fue quien puso
en contacto por primera vez, en aquella ciudad, a los futuristas y los cubistas; pero
ambas tendencias no simpatizaron, en absoluto, aunque en principio parecían buscar
algo semejante. ¿No propone la pintura cubista, acaso, la visión simultánea? Los
procedimientos difieren, sin embargo, y bien pronto Boccioni, en 1912, fijará los
límites. Ataca a los cubistas, acusándolos de formalistas, cuyo "espíritu de sistema" y el
"riguroso control mental" son totalmente opuestos al futurismo: "Se empeñan en pintar
lo inmóvil, lo congelado y todos los aspectos estáticos de la naturaleza". Los cubistas ni
se molestaron en contestarle; y, sin duda, hay telas futuristas de esa época que podrían
haber firmado, tranquilamente, Picasso o Braque. Quien concretará una genial fusión de
ambos movimientos será un pintor argentino: Emilio Pettoruti (1892-1971). Denostado
y perseguido en la Argentina desde su primera exposición en Buenos Aires (Witcomb,
1924), empieza a ser reconocido hoy en el mercado internacional de las artes como el
gran artista que fue y que la crítica italiana consagró, hace muchos años, como figura
representativa del futurismo.
Severini era tímido, gentil, educado y sobrio. Lejos de cualquier retórica nietzscheana o
dannunziana, concuerda en el plano de las ideas con sus colegas, pero, íntimamente, su
poética es distinta. Su pintura inicial lo vincula a los puntillistas franceses, con los que
nunca pierde contacto; más adelante, el sentido del arabesco y el desarrollo rítmico de
sus formas lo inclinan a reflejar esencialmente movimientos de danza, como lo
acreditan los títulos de muchas de sus obras: Jerogífico dinámico del Bal Tabarin (está
en el MOMA neoyorquino) o Ritmo plástico del 14 de julio . Su búsqueda fundamental
es la convergencia de los innumerables estímulos que sin pausa atraviesan la materia:
"La materia, considerada en su acción, pierde su integridad [?]. Las formas y los colores
abstractos que pintamos pertenecen al Universo, fuera del tiempo y el espacio [?]. Tan
sólo el recuerdo de la emoción perdura, y no el de la causa que lo produjo". Esta última
declaración lo ubica en las antípodas de Proust y, sin embargo, es el más proustiano de
los futuristas. Tras una suerte de crisis mística terminó pintando, entre 1924 y 1934,
escenas sacras en iglesias suizas.
Giacomo Balla (1871-1958) era mayor que sus colegas y había empezado como
retratista mundano, con resabios impresionistas; luego adhiere al puntillismo y, si bien
se une a los futuristas, termina por alejarse de ellos hacia 1930. Tal vez su obra más
conocida sea Dinamismo de perro con correa , de 1912: es la visión, desde arriba y
lateral, de un perrito salchicha llevado por su dueña (de la cual se ven la larga falda y un
pie) con una correa. Para sugerir la ilusión de movimiento, las patas del perro se
multiplican hasta asemejarlo a un ciempiés canino (Boccioni decía que un caballo al
galope no tiene cuatro patas, tiene veinte).
Boccioni, Balla, Carrà y Severini son las cuatro figuras fundamentales del futurismo en
pintura, acompañadas de algunas, sin duda importantes, pero menores, como Luigi
Russolo (1885-1947), cuya mayor contribución a la tendencia se dio, antes que en la
pintura, en la música. Con su obra como compositor y su texto teórico El arte de los
ruidos , de 1916, sería el precursor del norteamericano John Cage (1912-1992).
A primera vista, el arte más propicio a las efusiones futuristas, el más afín a su visión
dinámica del mundo, al culto de la velocidad y la búsqueda de la simultaneidad -además
de su íntima vinculación con la electricidad- sería el cinematógrafo. Por descontado que
hay un manifiesto ad hoc , "La cinematografía futurista", del 11 de septiembre de 1916,
del que vale la pena transcribir los primeros párrafos. Entre otras razones, porque ya
entonces se vislumbraba un tema muy actual, ligado a las modificaciones tecnológicas.
Dice así:
Pese al retumbante enunciado de tales propósitos, lo cierto es que poco o nada se hizo
de concreto en materia de cine futurista, al menos en Italia, que antes de la Primera
Guerra había sido, junto con Francia, la más importante productora de films en el
mundo (además de inventar nada menos que a la mujer fatal: Lyda Borelli, Francesca
Bertini, Italia Almirante Manzini y compañía). Se hicieron algunos films curiosos en
Rusia, donde la influencia del futurismo pesó sobre todo en la plástica: dos pintores,
Larionov y Gontcharova, por ejemplo, protagonizaron para una productora moscovita
Drama en el Cabaret 13 . Pero acaso el film más futurista jamás realizado sea Entr´acte
(Francia, 1923), la travesura de René Clair, donde aparecen todos los presupuestos del
grupo: la simultaneidad, la superposición de imágenes, las máquinas, la velocidad y el
gusto del disparate y el azar. Marinetti había escrito:
Si, en cambio, miramos la propuesta teatral del futurismo, nos parecerá leer algo tan
rigurosamente actual que nuestra noción del tiempo vacila. El manifiesto respectivo se
titula "El Teatro de Variedad" (referido al varieté francés) y apareció en el Daily Mail
de Londres, el 2 de noviembre de 1913. Dice así:
¿Qué diferencia hay entre esta propuesta y la de cualquier grupo experimental de hoy,
aquí y en todas partes? El grotesco, el absurdo, lo interdisciplinario, el uso de
tecnología, y hasta Ionesco y Beckett están implícitos en ese manifiesto. Y por cierto
que el movimiento Dadá, de principios tan similares, se creó en el Cabaret Voltaire de
Zurich tres años después, en 1916.
Un activo colaborador del futurismo en teatro estuvo largos años vinculado a la escena
porteña: Antón Giulio Bragaglia, actor, director, músico y pintor, visitante asiduo del
Odeón con su compañía. Hizo escenografías para elencos nacionales: en Italia se
conserva un boceto para Las traquinianas , de Sófocles, firmado en Buenos Aires, 1930.
Bragaglia escribía:
Marinetti visitó dos veces la Argentina. La primera en 1926, en pleno apogeo polémico
de sus propuestas, habló en Amigos del Arte e hizo una gira triunfal por el interior.
Volvió en 1936, para el célebre Congreso del PEN Club, cuando ya no era sino una
lamentable caricatura, a fuerza de egolatría y fascismo. Sus colegas del resto del mundo
no lo tomaron en serio; él, imperturbable y parlanchín, les ofreció un banquete en el
Plaza Hotel, en cuyo menú constaba: "Ensalada de violetas con nafta". Podrían acusarlo
de muchas cosas, pero no de infidelidad a sus principios.
© LA NACION
Notas relacionadas
14.03.2009 |
15.03.09
21:10
Movilizante estupor produce esta centenaria mas no vieja apología del furor
traumatico de la vida electromecanica. Ahora que la maquina parece
desactivarse, caduca por casualidad y no por eleccion ese universo que parecia
imparable. Pensando en Hong Kong, Tokio, Vieja York, Madero Port y sabiendo
que las bombas de agua, los elevators y demás sistemas computarizados que
hacen al funcionamiento de las innumerables torres hormiganeras, los arcaicos
airbus consumidores de sangre dinosauria, los sofisticadamente irreparables
compu-cars y toda la virtual infinita memoria Fenezca que ha envejecido
instantáneamente me cuestiono angustiado no por ello sino por la provocadora
llamada de la guerra y el Discovery impertinente ¿con qué fin despegó?
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