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Isaías 5-6

«Entonces voló hacia mí uno de los serafines con un carbón encendido en su mano, que
había tomado del altar con las tenazas. Con él tocó mi boca, y me dijo: «Esto ha tocado tus
labios, y es quitada tu iniquidad y perdonado tu pecado». Isaías 6:6-7

El carbón encendido puede denotar la seguridad del perdón y la aceptación en su obra, que
se da al profeta por medio de la expiación de Cristo. Nada es poderoso para limpiar y
consolar al alma sino lo que se toma de la satisfacción hecha por Cristo y su intercesión.

Los capítulos 5 y 6 presentan el ciclo una vez más en la forma de una parábola y un
llamado de Dios a Isaías. El ciclo comienza con la ya familiar fase primera, los buenos
propósitos de Dios. En este pasaje (5:1,2), como veremos, Israel está representado por la
viña. Es el pueblo del cual Dios esperaba buen fruto. Podemos comparar esto con 1:2a.
Pero Israel no satisfizo las expectaciones divinas. En lugar de ello pecó contra Dios y
produjo mal fruto (vv. 2b-4). Aquí encontramos de nuevo la segunda fase del ciclo, el
pecado y el fracaso del pueblo (cf. 1:2b-5).

A continuación, viene la fase tercera, que es el juicio consiguiente (vv. 5,6). Vemos de
nuevo la selección divina. El versículo 7 resume el pecado de Israel y su fracaso en dar el
fruto esperado. En las traducciones modernas se ha perdido mucho porque aquí hay un
juego de palabras sumamente interesante. Dios buscaba juicio (en hebreo, mishpat), y
encontró opresión (hebreo, mispach). Dios buscaba rectitud (hebreo, sedaka) y encontró
clamor (hebreo, seaka). El juego de palabras es impresionante e inolvidable.

Notemos de nuevo que la voluntad de Dios está expresada en esos mismos términos, juicio
y rectitud (cf. Génesis 18:19). En el resto del capítulo 5 se expone el juicio de Dios contra
Israel. El juicio vendrá bajo la forma de naciones guerreras que destruirán a Jerusalén con
sus asedios (vv. 26-30).

Finalmente, con el capítulo 6 llegamos a la cuarta fase del ciclo, la esperanza para el
remanente. Esta fase incluye aquí el llamamiento y el ministerio de Isaías y explica por qué
pone su llamamiento no al principio sino en su lugar adecuado, como parte de la esperanza
para el remanente de Dios.

El llamamiento de Isaías es en realidad una ocasión de esperanza. Comienza cuando Isaías


tiene una visión del Señor en su gloria y su santidad. Isaías se siente sobrecogido, como lo
estaría cualquier pecador en la presencia del Dios Santo (v. 5).

El Señor le asegura inmediatamente a Isaías que ha sido purificado por él (vv. 6,7). Es
decir, que debido a que Isaías reconoce su condición de pecador y su necesidad de que Dios
lo limpie, Dios le asegura que sus pecados son perdonados (v. 7). Por tanto, para Isaías, las
condiciones expresadas en 1:18 son una realidad.
Así es como el profeta se convierte en un ejemplo de lo que le debe suceder a todo hijo de
Dios auténtico: debe llegar a darse perfecta cuenta de su propio pecado y clamar a Dios
pidiendo ayuda, a fin de recibir el poder purificador que solo Dios tiene.

Su ministerio será difícil, y la mayoría no creerá su mensaje. Pero un remanente sí lo


creerá: la simiente santa (v. 13). Una vez más vemos que la verdadera esperanza se ofrece
solo al remanente.

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