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HISTORIAS DE DAYA MATAJI – SÓLO AMOR – HERMANO DEVANANDA

El Hermano Devananda, de Hidden Valley, realizó una visita al Templo de SRF en Phoenix con motivo
de la celebración del centenario del nacimiento de Daya Mataji. Charla dada el 2 de febrero de 2014
(recopilación tomada de las notas de los devotos)

El hermano Devananda contó algunas historias de sus experiencias como joven monje, cuando
ingresó al Ashram, poco después de asistir a su primera Convención en 1970. Daya Mata dio la charla
inaugural en ese momento, y él experimentó el abrumador sentimiento que transmitía Ma de, que
la necesidad principal para encontrar a Dios era el amor. Era el mismo tipo de sentimiento que tenía
por el Maestro. Así que decidió en ese momento convertirse en monje.

Ahora bien, a él se habría podido etiquetar como «el que menos probabilidades tenía de tener
éxito» (para entrar en el ashram) en ese momento. Pero en aquellos días se necesitaba mano de
obra, y siempre que alguien fuera fuerte y tuviera brazos y piernas, lo más probable es que lo
aceptaran. Los cerebros eran opcionales (nota: ¡debéis entender que el hermano Devananda
bromea mucho!)

Se enteró de la Meditación de Navidad de todo el día y el primer pensamiento que le vino fue:
¿tengo que asistir a eso? No era opcional para los monásticos, y estaba aterrorizado con la idea de
una meditación tan larga. Oró fervientemente: “Dios, debes ayudarme”.

Ma dirigió la meditación, y aproximadamente una hora después, escuchó que Ma estaba


hablando, conversando con alguien … con Dios, con la Madre Divina, de la manera más íntima y
personal. Después de eso, ella vio a Jesús y le habló, y las vibraciones en toda la habitación se
elevaron. Después de eso, todo cambió. Supo que allí había un ejemplo de alguien que había
aprendido a construir una relación con lo Divino.

Mientras todavía era una joven devota, Ma estaba a cargo de limpiar el baño en el tercer piso. Y
cuando se convirtió en presidente, insistió en continuar con ese deber durante mucho tiempo. No
vio ninguna razón para no continuar con esa tarea hasta que se volvió físicamente demasiado difícil
para su cuerpo.

Ma se reunía regularmente con los monásticos, era como su madre exhortándolos: deben
llevarse bien unos con otros, deben ser serviciales, deben meditar más.

El Hermano comenzó pronto a liderar el canto, y en meditación grupal todos estaban allí, Ma, la
Junta de Directores, los devotos. Ma siempre marcaba el ritmo: cuando comenzaba a palmear la
velocidad de los cantores trataba de acompasarse, y a veces era casi increíblemente rápido, los
platillos tenían dificultades para ir tan rápido, hasta que de repente alcanzaban el ritmo correcto, el
hermano rezó para que disminuyera la velocidad, pero ella seguía y seguía, hasta que de repente Ma
se detuvo. Toda la sala se elevó a un estado de prathyahara (interiorización). A partir de entonces,
el resto del tiempo pasó volando.

Ma también era disciplinaria. Hubo un monje que sintió que podía tener más familiaridad con
Ma, ya que trabajaban juntos. Ma se detuvo y solo lo miró, por largo tiempo. Sin decir nada, el
hombre se encogió y nunca más volvió a suceder.
Antes de partir para su largo viaje a la India, Ma se dirigió a todos ellos extensamente,
exhortándolos una y otra vez a cooperar, llevarse bien, ser serviciales, meditar más, hasta que todos
se sintieron entusiasmados. Ella pidió que todos se pusieran de pie, levantaran la mano derecha y
repitieran después de ella: lo prometo, ante Dios y el Gurú, que meditaré durante 6 horas una vez a
la semana.

Aquello fue una sorpresa, y para el hermano y la mayoría de los monjes esto parecía una tarea
imposible. Habló con otro monje pidiéndole que meditara con él, luego se unieron más monjes y,
finalmente, un grupo completo se reunió voluntariamente para una meditación de 6 horas. El
Hermano siempre era el que conducía el canto. Al principio fue un desafío, pero después de un
período el tiempo pareció fluir más rápido. Esta larga meditación se convirtió en el punto espiritual
culminante de la semana, y a través de ello realmente aprendieron lo que significa meditar. Si nunca
te esfuerzas más allá de tus límites, nunca llegarás a una meditación real.

Daya Mata fue en verdad una madre compasiva. El Hermano Devananda trabajó en el
departamento de personal de los monjes, en estrecha colaboración con Ma, procesando solicitudes,
atendiendo la correspondencia, etc. El Hermano Anandamoy era su supervisor. Había un joven en el
ashram que era un verdadero creador de conflictos, siempre sabía cómo pasar sus tareas a otra
persona, y finalmente se fue. ¡Qué alivio! Pero un día, él y el Hermano Anandamoy recibieron una
llamada de Ma; el joven quería regresar y Ma les preguntó: «¿Qué os parece?» Los dos sabíamos
que no era más que un problema, y realmente no lo queríamos de vuelta, pero Ma dijo: «Es un buen
chico, ¿lo aceptaríais de vuelta por mí?» ¿Queréis justicia o compasión? Estábamos seguros de que
Ma sabía que no iba a durar, y, de hecho, se fue por segunda vez un tiempo después.

A finales de la década de 1940, el Maestro estaba sentado con un grupo de invitados en la parte
de arriba, dándoles un satsanga. Escucharon a alguien cantando por el pasillo y resultó ser Ma. El
Maestro sonrió y dijo: ahora estoy con invitados, estoy ocupado, así que ella se fue cantando de
nuevo. Era como una vida en familia. Un santo también tiene un lado humano.

Los monjes tienen un refugio en la montaña donde pueden ir de vez en cuando; también hay
otro edificio donde a veces iban Ma, Mrinalini Ma y Ananda Ma. Un día de invierno, todos habían
ido allí, y ellas necesitaban ayuda con leña, quitar la nieve con las palas…, por lo que llamaron a los
monjes que estaban en el retiro para que fueran a ver a Ma y pudieran darles ayuda. Pensaron:
hagamos un pastel de queso y se lo llevamos, así que hornearon uno muy grande, enorme, se
necesitaban casi dos brazos para equilibrarlo, y se lo llevaron. Ellos hicieron lo que se les había
pedido, limpiaron la nieve con las palas, etc. Al terminar, encontraron a Daya Ma y Ananda Ma en la
cocina, con sus delantales puestos, mientras procedían a cortar el pastel en trozos muy grandes para
los monjes (¡eso nos gustó!) Y ella nos sirvió. Todos nos sentamos alrededor, la chimenea ardía y Ma
compartió historias del Maestro. Sentimos un poco de tristeza por no haber conocido a nuestro Gurú
en esta vida, y Ma dijo: «Bueno, muchachos, en su próxima vida, no echarán de menos al Maestro,
estarán con él».

El Hermano luego leyó el libro de Ma Sólo amor, pág. 77, de la charla «Cómo elevar el nivel
espiritual de la vida diaria»:

“Los problemas que se nos presentan cada día nos brindan la oportunidad de practicar la
ecuanimidad. Así pues, en lugar de rechazarlos, irritarnos y dejarnos perturbar por ellos, o
considerar que, a causa de los mismos, no estamos realizando progreso alguno, deberíamos darles
la bienvenida. Recuerda que a menudo el devoto realiza el mayor progreso en la senda espiritual
precisamente en los períodos en los que debe afrontar tremendos obstáculos, ya que estos le obligan
a ejercitar al máximo sus “músculos espirituales”- la fortaleza interior, el valor y el pensar en forma
positiva – con el objeto de resistir los ataques de las circunstancias negativas, el mal o la
incomprensión. Nuestro crecimiento espiritual no siempre se produce durante los períodos en que
todo se desarrolla de manera armoniosa”.

Al final de cada conversación administrativa, Ma siempre la volvía a Dios. Una vez un monje le
preguntó: «Ma, cuando deje el cuerpo, ¿cómo será cuando me encuentre con el Maestro?» Ma se
sentó en silencio durante mucho tiempo. Después ella respondió: “Serás como un poderoso
guerrero, con heridas, cicatrices y una espada rota. El Gurú te verá y verá los esfuerzos que has
hecho. Él abrirá sus brazos y tú caminarás directamente hacia ellos. Así será».

¡Jai Gurú! ¡Jai Ma!

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