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Dios Habla Con Arjuna – El Bhagavad Guita. Capítulo 1 – Estrofa 1.

Las Percepciones Espirituales del Yogui Iluminado. Pgs. 50-54


Cuanto más profunda sea la meditación del yogui y cuanto mayor sea el tiempo que pueda
mantener los efectos de las virtudes y percepciones del alma despierta y expresarlas en su vida
cotidiana, más se espiritualizará su reino corporal. El desarrollo de su realización del Ser en el triunfal
restablecimiento del gobierno del rey Alma. En el interior del hombre común, se producen cambios
extraordinarios cuando el rey Alma y sus nobles cortesanos - la intuición, la paz, la bienaventuranza,
la calma, el autocontrol, el control de la fuerza vital, el poder de voluntad, la concentración, el
discernimiento y la omnisciencia - gobiernan el reino corporal.

El yogui que logra ganar la batalla de la conciencia ha vencido el equivocado apego del ego a los
títulos humanos, tales como “soy hombre, soy estadounidense, peso tantos kilos, soy millonario,
vivo en esta ciudad”, entre muchos otros, y ha liberado de todas las engañosas limitaciones su
atención cautiva. La atención ahora liberada, que antes contemplaba la creación únicamente a
través de los restrictivos reflectores externos de los sentidos, se retira hacia un reino infinito que sólo
puede verse por medio de los reflectores de la percepción interna.

En el hombre común, el ego – la pseudoalma – flota corriente abajo en el río de los placeres
sensoriales, naufragando finalmente en los torrentes de la saciedad y la ignorancia. Pero en el
superhombre, toda la corriente de la fuerza vital, la atención y la sabiduría se eleva desbordante
hacia el alma; la conciencia flota en el océano de la omnipresente paz y bienaventuranza de Dios.

En el hombre medio, los sentidos (los reflectores dirigidos hacia la materia) revelan únicamente
la pseudo-placentera y superficialmente atractiva presencia de la materia densa. En el superhombre,
los reflectores de la percepción, dirigidos hacia el interior, le revelan al yogui el escondite del
eternamente bello y gozoso Espíritu presente en toda la creación.

Entrando por la puerta del ojo espiritual, el superhombre asciende a la conciencia crística (la
unión con la omnipresencia de Dios que se halla en toda la creación) y a la conciencia cósmica (la
unión con la omnipresencia de Dios que reside en toda la creación y más allá de ella).

El que ha alcanzado la conciencia cósmica jamás siente que está limitado a un cuerpo o que su
conciencia sólo es capaz de ascender hasta el cerebro o hasta contemplar la luz de loto de mil rayos
del cerebro; por medio del verdadero poder intuitivo, percibe, en cambio, la Dicha siempre
burbujeante que danza en cada partícula de su pequeño cuerpo, en su inmenso Cuerpo Cósmico del
universo y en su naturaleza absoluta: la unidad con el Espíritu Eterno que se encuentra más allá de
las formas manifestadas.

El hombre que en sus manos puras ha recibido la totalidad de su divino reino corporal ya no es
un ser humano sumido en la limitada conciencia del ego; en realidad, es el alma: la siempre existente,
siempre consciente y eternamente renovada Dicha individualizada, el reflejo puro del Espíritu,
dotado de conciencia cósmica. Sin ser jamás víctima de percepciones imaginarias, inspiraciones
fantasiosas o alucinaciones acerca de la “sabiduría”, el superhombre es en todo momento
intensamente consciente del Espíritu Inmanifestado y también del cosmos entero y de su
extraordinaria diversidad.
Con la conciencia expandida y despierta en cada partícula del espacio infinito circundante, el yogui
que ha experimentado esa elevación siente su pequeño cuerpo y todas sus percepciones no como lo
hace el ser humano común y corriente, sino en un estado de unidad con el omnisciente Espíritu.

Libre de las intoxicaciones que impone la ilusión cósmica y de las engañosas limitaciones
mortales, el superhombre sabe su nombre y conoce sus posesiones terrenales, pero éstas jamás le
poseen ni le limitan. Aunque vive en el mundo, no pertenece a él. Es consciente del hambre, de la
sed y otras condiciones del cuerpo, pero su conciencia interior no se identifica con el cuerpo sino con
el Espíritu. El yogui avanzado puede tener numerosas posesiones, pero jamás se lamenta si todo le
es arrebatado. Si acaso es materialmente pobre, él sabe que posee, en Espíritu, riquezas que superan
todo cuanto un avaro pudiese imaginar.

La persona espiritual lleva a cabo todas las acciones correctas relacionadas con la vista, el tacto,
el olfato, el gusto y el oído sin sentir ningún apego mental. Su alma flota en las fétidas aguas de las
oscuras experiencias terrenales – originadas por la triste indiferencia del hombre hacia Dios – como
un loto inmaculado que se yergue sobre las fangosas aguas de un lago.

El superhombre experimenta las sensaciones, mas no en los órganos sensoriales, sino como
percepciones cerebrales. El hombre medio siente frio o calor en la superficie del cuerpo; en un jardín
contempla sólo externamente la belleza de las flores; oye sonidos con los oídos; percibe en el paladar
y huele por medio de los nervios olfativos; el superhombre, en cambio, experimenta esas
sensaciones en el cerebro. Es capaz de distinguir entre la sensación pura y la reacción de su
pensamiento a esa sensación. Percibe las sensaciones, los sentimientos, la voluntad, el cuerpo y la
percepción misma – todo – en forma de pensamiento, como simples sugerencias emanadas de Dios
cuando Él sueña a través de la conciencia del hombre.

El superhombre contempla el cuerpo no como carne, sino como un conglomerado de electrones


y fuerza vital condensados, pronto a desvanecerse o a materializarse según lo disponga la voluntad
del yogui. No siente el peso del cuerpo, sino que percibe la masa corporal, sólo como energía
eléctrica. Contempla la película cinematográfica del cosmos que avanza y retrocede sobre la pantalla
de su conciencia: de este modo, sabe que el tiempo y el espacio son formas dimensionales del
pensamiento, las cuales permiten el despliegue de películas cinematográficas cósmicas, sueños
infinitamente variados, que se renuevan sin cesar, y son verosímiles al tacto, el oído, el olfato, el
gusto y la vista.

El superhombre comprende que el nacimiento de su cuerpo fue simplemente el comienzo de


ciertos cambios y sabe que la muerte es el cambio que en forma natural sigue a la vida terrenal. Está
preparado y dispuesto a separarse de modo consciente de su morada corporal en el momento que
él elija.

Puesto que es uno con Dios, sueña dentro de su conciencia cósmica todos los divinos sueños de
la creación cósmica.

El cuerpo del superhombre es el universo, y sus sensaciones son todo aquello que ocurre en el
universo.

Quien ha alcanzado la unión con el omnipresente, omnisciente y omnipotente Dios es consciente


de la trayectoria de un planeta que se encuentra a trillones de años luz de distancia y, al mismo
tiempo, del vuelo de un cercano gorrión. El superhombre no percibe el Espíritu como si estuviese
separado de su cuerpo; se vuelve uno con el Espíritu y siente que su propio cuerpo y los de todas las
demás criaturas existen dentro de su propio ser. Contempla el cuerpo físico como un diminuto átomo
que se encuentra dentro de su vasto y luminoso cuerpo cósmico.

Al retirar su atención del mundo externo sensorial, por medio de la meditación profunda, el
superhombre tiene la facultad de percibir con el poder del ojo interno. A través de los reflectores de
los poderes astrales de la vista, oído, olfato, gusto y tacto y de la percepción aún más refinada de la
intuición pura, contempla el territorio de la omnipresente Conciencia Cósmica.

En ese estado, el superhombre sabe que los titilantes átomos de la energía cósmica son sus
propios ojos, a través de los cuales escudriña cada poro del espacio y también el Infinito.

En la creación entera disfruta de la fragancia de la Bienaventuranza e inhala la dulzura de los


capullos-átomos astrales que florecen en el jardín cósmico.

Saborea el néctar astral de la energía cósmica líquida y bebe la fluida miel del gozo tangible que
mana del panal del espacio electrónico. Ya no se siente atraído por el alimento material pues vive
de su propia energía divina.

Siente vibrar su voz no en un cuerpo humano, sino en la garganta de todas las vibraciones y en
el cuerpo constituido por toda la materia finita. Oye su voz – el creativo Om cósmico -, que en
consonancia con el canto del Espíritu resuena a través de la flauta de los átomos y de las
resplandecientes olas de la creación entera, y no desea oír ninguna otra cosa.

Siente que la sangre de su percepción corre por las venas del cuerpo de toda la creación
vibratoria finita. Habiendo vencido los deseos corporales que atan al ser humano a las sensaciones
táctiles de la comodidad material, el hombre divino percibe las sensaciones de toda la materia como
expresiones de la energía cósmica creativa de Dios que danzan en su cuerpo cósmico, en un estado
de gozo que ninguna sensación placentera de contacto físico puede igualar.

Siente que el hogar de su Ser es el océano del espacio y percibe las olas de las islas de universos que
nadan en su propio seno oceánico. Conoce la suavidad de los pétalos de los capullos, la ternura del
amor de todos los corazones y el dinamismo de la juventud que existe en todos los cuerpos. Su propia
juventud, como el alma eternamente joven, perdura por siempre.

El superhombre percibe los nacimientos y muertes sólo como cambios que danzan en el Océano
de la Vida, a semejanza de las olas del mar que se elevan, descienden y vuelven a elevarse una vez
más. Conoce todo el pasado y el futuro, pero vive en el eterno presente. Para él, el enigma del porqué
de la existencia se aclara en esta singular percepción: “Del gozo provenimos. En el Gozo vivimos, nos
movemos y tenemos nuestro ser. Y en ese sagrado y eterno Gozo nos fundiremos de nuevo”.

Ésta es la realización del Ser; el estado natural e innato del hombre como alma, el reflejo puro
del Espíritu. Los sueños de las encarnaciones se proyectan en la ilusoria pantalla de la individualidad;
pero, en realidad, el hombre jamás se encuentra, ni por un instante, separado de Dios. Somos su
pensamiento, Él es nuestro Ser. De Él provenimos. En Él hemos de vivir como sus expresiones de su
sabiduría, de su amor, de su gozo. En Él - en el estado de perpetua vigilia sin sueños inherente a la
Dicha eterna – debe disolverse una vez más nuestra identificación con el ego.

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