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En el último tercio del siglo XIX y principios del XX, las mayores potencias industriales de Europa,
Estados Unidos y Japón compitieron con el objetivo de dominar el mundo. Junto con su desarrollo
industrial, desplegaron su fuerza política y territorial en casi toda África y Asia y en casi todas las islas
del Pacífico.
Causas económicas
Hasta la década de 1870, la expansión territorial de los países europeos fue mínima. El auge del libre
comercio, sin embargo, permitió que las potencias vendieran su producción industrial en otros países.
Sin embargo, debido a la caída comercial de 1873, el nacionalismo económico cobró fuerza y la
mayoría de los países industrializados impulsaron políticas proteccionistas. Este cambio coincidió con
la aparición de nuevas potencias económicas (Estados Unidos, Alemania, Japón), lo que incrementó la
competencia. Por tanto, si se iba a dar salida a los excedentes de producción industrial, era
imprescindible encontrar nuevos mercados.
En las colonias, las metrópolis pretendían dotarse de recursos económicos que no poseían,
especialmente materias primas y fuentes de energía baratas. Además, querían buscar algún lugar
donde invertir sus capitales a un tipo de interés superior al de la metrópoli. Pensaban que gracias a
este intercambio entre metrópolis y colonias las metrópolis tendrían un crecimiento constante.
Estos cambios en la población europea, por un lado, y la expansión de la industrialización a finales del
siglo XIX, por otro, provocaron dos acontecimientos de vital importancia: la movilidad masiva de
personas a las ciudades (la urbanización) y la emigración masiva de europeos a tierras de ultramar.
Son varios los factores que explican las migraciones multitudinarias de trabajadores más allá del
océano en el siglo XIX y primeras décadas del XX:
Alta tasa de crecimiento espontáneo que aumentó el porcentaje de jóvenes en edad de trabajar.
Diferencias salariales entre el país de origen y el de destino y deseo de huir de la pobreza.
También jugaron un papel importante los inmigrantes ya asentados en los países de destino, que
enviaban información y dinero para pagar los viajes.
A estos factores hay que añadir otros como el abaratamiento de los precios de los medios de
transporte, la falta de restricciones al acceso de los inmigrantes a la mayoría de los países y el acceso
a tierras en bruto en los lugares de destino.
En el siglo XIX, la mayoría de los emigrantes eran europeos. F (Doc. 16) Unos 60 millones de europeos
emigraron fuera de Europa. Sobre todo a América y especialmente a Estados Unidos. A ese país
llegaron 25 millones de inmigrantes entre 1840 y 1914; muchos entraron por la isla de Ellis, la aduana
de Nueva York. También llegaron inmigrantes a Argentina, Canadá y Brasil.
En menor medida, pero los europeos también emigraron al norte de África -principalmente, a Argelia
y Túnez-, así como a Sudáfrica, Australia y Nueva Zelanda. La emigración a estos tres destinos fue
impulsada por el gobierno británico.
La crisis económica de 1845 a 1846 abrió el primer período de emigración oceánica en algunas
regiones europeas.
Lo que duró hasta 1880. El número de emigrantes superaba los 300.000 anuales. El grupo más
numeroso estuvo formado por irlandeses, ingleses, escoceses y alemanes. Entre 1845 y 1852, los
irlandeses realizaron una emigración masiva debido a la gran hambruna provocada por la "crisis de la
patata".
Entre 1870-1880 y 1914, la emigración de europeos se intensificó: hasta principios del siglo XX, había
más de un millón de emigrantes al año. Desde 1880, la mayoría eran del sur y este de Europa
(italianos, portugueses, españoles, austrohúngaros, etc.).
También fue grande la emigración de indios y chinos. Cuatro o cinco millones de personas se
desplazaron a territorios asiáticos de baja densidad de población
(Ceilán, Birmania, Indias Orientales Holandesas y Malasia). Los indios también emigraron a Sudáfrica
y Madagascar.
Es de destacar la emigración china a los Estados Unidos: entre 1871 y 1878 llegaron en samalda a las
costas del Pacífico.
En los territorios colonizados por los europeos se estableció el control político, social y cultural de la
metrópoli, y los pueblos colonizados quedaron supeditados a los intereses económicos de la
metrópoli.
La gestión local de los territorios coloniales quedó, en primer lugar, en manos de compañías
comerciales privilegiadas, que adquirieron un gran poder. Sin embargo, más pronto que tarde, el
Estado asumió estas funciones. Los sistemas de control de las colonias fueron diversos:
Dominios. Los establecidos por el Imperio británico. Eran colonias de poblamiento, pero con un
sistema de autogobierno. El gobierno designado por una asamblea elegida por los colonos limitaba
los poderes del gobernador. Los dominios gozaron de plena autonomía en política interior, mientras
que las decisiones de política exterior se tomaban en la metrópoli. Así actuaron, por ejemplo,
Canadá, Nueva Zelanda, Australia y la Unión Sudafricana.
Protectorados. Eran territorios coloniales, pero tenían un estado soberano con una estructura política
y cultural propia. Potencias coloniales,
en teoría, respetaba el gobierno y la administración indígenas; sin embargo, ejercía control militar,
dirigía la política exterior, y la explotación económica estaba en sus manos.
Concesiones. En ellas, un Estado cedía territorios a una potencia colonial, temporalmente. Estaba
controlada económicamente por la potencia colonial, pero sin llevar allí a funcionarios ni militares. El
ejemplo más claro de ello fue China.