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¿Existe el tiempo?

El tiempo es la clave del modo en que lo percibimos todo. Es el tiempo lo que marca cada uno de
los hechos, pensamientos y sucesos en nuestro viaje desde que nacemos hasta que morimos. Nos
podemos imaginar fácilmente un universo sin color o sin luz, pero es prácticamente imposible
imaginarnos un mundo sin tiempo. Sin embargo, hasta donde la física parece saber, puede que
haya que imaginarse un mundo sin tiempo.

En la antigüedad se afirmó que los metales comunes se podían convertir en oro, y se asumió de
forma natural que debería existir una sustancia que realizara ese proceso. Actualmente, asumimos
que existe algo que marca en transcurso de los acontecimientos. De igual modo que el espacio
impide que todo suceda en el mismo sitio, el tiempo impide que todo suceda a la vez. Pero si lo
pensamos más a fondo, es fácil hacer un gesto a través del espacio, ¿pero es igual de fácil hacer un
gesto a través del tiempo?

La naturaleza real del tiempo, sigue siendo un concepto esquivo. Aunque a lo largo del siglo XX se
realizaron grandes avances en este campo, en lo que concierne a qué es exactamente el tiempo,
podríamos decir que no somos más sabios que los antiguos griegos. Platón, después de todo, creía
que el tiempo era una ilusión.

Es muy común oír hablar que el tiempo fluye, pero ¿fluye a través de qué? ¿A qué velocidad fluye?
Tenemos claro que la tierra se mueve a través del espacio, y su movimiento ha sido
detalladamente descrito respecto a otros puntos de referencia tales como el sol. Sin embargo, el
paso del tiempo no puede describirse más que con respecto a sí mismo.

Si nos abstraemos de términos físicos, podemos llegar a la conclusión de que nuestra forma de
considerar el tiempo está ligada al modo en el que pensamos. Después de todo, nosotros no
vemos realmente el paso del tiempo, sino que, simplemente, sufrimos una serie de experiencias
distintas de las que tenemos almacenadas en nuestros recuerdos y es esta diferencia o que
nuestra mente consciente percibe como tiempo.

Ahora, si intentamos volvernos un poco más racionales, podemos pensar que el pasado ya no
existe, y no es más real que nuestra imaginación. Del mismo modo podemos establecer que el
futuro no existe, pues aún no ha sucedido. Entonces, todo lo que es real es, simplemente un punto
infinitesimal que se sitúa entre el pasado y el futuro, que conocemos como presente. Como el
tiempo nunca se detiene, podemos determinar que la cantidad que define a esta rodaja
infinitamente fina es cero. Así, el tiempo es real, pero nada más lo es.

Trasladándonos ahora a un entorno más científico, la ciencia históricamente siempre ha


perseguido el medir el tiempo, otorgándolo un símbolo y situándolo en sus ecuaciones mediante
la letra t, mientras que han intentado simultáneamente ignorar los horrores filosóficos que crea su
mera existencia. Pero con Michelson, Morley, Lorenzt o Einstein todo esto cambió.

Albert Michelson y Edward Morley descubrieron que la velocidad de la luz medida por un
observador es la misma con independencia de la velocidad a la que se mueva dicho observador
con respecto a la fuente de luz. Más tarde, el físico irlandés George FitzGerald y el físico holandés
Hendrik Lorenzt sugirieron que este fenómeno se podía explicar si suponemos que, en realidad, el
tiempo transcurre más lentamente para los objetos que se encuentran en movimiento,
introduciendo por primera vez la posibildad de que el tiempo fuera algo muy distinto al concepto
históricamente conocido.

La relatividad de Einstein trajo el nuevo concepto del espacio-tiempo, demostrando que ambas
magnitudes no son más que dos caras de una misma moneda. Según esta nueva teoría de Einstein
cada punto del espacio pasa a poseer un tiempo personal, desapareciendo el concepto de tiempo
absoluto. Con estas ideas, Einstein llegó a la lógica conclusión de que el tiempo no fluye, y por
tanto el pasado, presente y futuro no existen como tal, volviendo a un concepto tan antiguo como
el tiempo imaginario en el que creía Platón.

Siguiendo la revolución de la relatividad de Einstein, podemos representar gráficamente un objeto


en movimiento en el espacio-tiempo del mismo modo que lo hacemos en las tres dimensiones
espaciales. La física considera que el tiempo más bien como una etiqueta, un modo de pensar
sobre los sucesos y, en concreto, una relación entre los sucesos que puede ser descrita
matemáticamente. Un punto por ejemplo, sucede tanto en el espacio como en el tiempo. Si
tomamos dos puntos, X e Y, aunque se puede establecer entre ambos una serie de relaciones
tanto espaciales como temporales, la relación espacial es muy diferente de la temporal.

Si X sucede antes que Y, entonces X puede afectar a Y, pero Y no puede afectar a X. En otras
palabras, podemos hablar del futuro causal, pero no de un pasado causal, o al menos, esto no
concordaría con aquello que hasta ahora conocemos. De hecho, el espacio-tiempo de Einstein
delinea la geometría tanto del espacio como del orden de ocurrencia de los sucesos. A partir de
una ocurrencia cualquiera, sus efectos posteriores en el tiempo vienen representados como un
cono que se extiende hacia la dimensión temporal. En el interior del cono, todos los sucesos son
causales y lógicos, mientras que, en el exterior, la causalidad se pierde y reina la anarquía.

La idea de que el tiempo es un modo de decir que una cosa sigue a otra como resultado de esta
otra, parece que es la clave de la verdadera naturaleza del tiempo.
NOCIÓN DE ESPACIO

Ya en la antigua Grecia, hacia el siglo III a.C, el gran Euclides había postulado su concepción
geométrica sobre el espacio físico real, sin hacer uso de ninguna concepción abstracta o ideal del
mismo. De esta manera, no cabe duda que en Grecia, y en el mundo helenístico, el espacio era
concebido como todo aquello que nos rodea y que es susceptible de ser presentado como una
construcción formal, a saber: la desarrollada por Euclides en su libro “Elementos”, mejor conocido
como “Elementos de la Geometría”.

En el año de 1687, Isaac Newton publica su obra Principios matemáticos de la filosofía natural, la
cual fue elaborada bajo el influjo de los Elementos de Euclides, obra que contenía la única
geometría conocida para la época. Así como la obra euclidiana fue la base geométrica para los
Principia de Newton, igualmente la obra de este último, se convertiría posteriormente en el
paradigma científico de toda la física posterior a su época. En el presente ensayo, veremos que
Isaac Newton presentó su noción del espacio como existiendo de la misma manera en que existen
los cuerpos físicos, pero de una forma absoluta o independiente de ellos; también veremos, que
Newton considerará al espacio como infinito, homogéneo, isotrópico y euclidiano.

Los aportes de Euclides, Leibniz[2] y Newton, forjaron el contexto histórico en el que surgieron las
reflexiones filosóficas de Immanuel Kant, en todo lo que a la noción de espacio se refiere. En el
presente ensayo, veremos que la propuesta epistemológica kantiana postuló que los axiomas de la
geometría no son más que juicios sintéticos a priori, ya que están dotados de una validez
apodíctica [Evidentemente ciertos, y que no requieren demostración alguna]; Así mismo, veremos
que la noción de espacio en Kant es necesariamente euclidiana, y que el conocimiento de la
estructura espacial se adquiere prescindiendo de la experiencia y la observación, ya que para Kant,
el espacio será un constructo elaborado por la estructura cognitiva del hombre.

Finalmente, veremos que con el surgimiento de las geometrías no euclídeas, queda refutada la
tesis que afirmaba que los axiomas de la geometría son juicios sintéticos a priori, ya que no es
posible la coexistencia de varias geometrías igualmente válidas e igualmente a priori; y que con el
surgimiento de la Teoría de la Relatividad de Albert Einstein, pareciera que el conocimiento del
espacio si tiene algo que ver con la experiencia y la observación.

En el libro Principios matemáticos de la filosofía natural de Isaac Newton, además de aparecer los
fundamentos de la física teórica, el gran físico inglés da a conocer la noción que él tenía sobre el
espacio; una noción que se ajustaba, junto con el otro gran coloso de los conceptos físicos –el
tiempo–, a las características requeridas por los postulados que él mismo había anunciado en sus
célebres leyes de la física.

Como primera aproximación, podemos decir que Newton siempre se esforzó por mantener
apartadas sus posiciones religiosas y metafísicas de su producción científica, con una notable
excepción: su posición en cuanto a la naturaleza del espacio. Una de esas entidades que entró por
esa ventana metafísica abierta en su teoría del espacio fue el concepto de “fuerza”, la cual, pasa a
ser “una entidad absolutamente determinada, un ser físico real”. De manera tal, que una fuerza
real aplicada sobre un cuerpo real generaría un movimiento real o absoluto presente en ese
cuerpo, sin necesidad de referirlo a ningún otro objeto, como era la posición sostenida por ese
otro gran físico, contemporáneo suyo, que fue Gottfried Wilhelm Leibniz, con quien sostuvo en
éste y otros temas, acaloradas confrontaciones.

En este orden de ideas, dando por sentada la posición de Newton, y aceptando que existe el
movimiento absoluto, obliga entonces a admitir que si ese movimiento existe en el objeto que lo
experimenta, independientemente de los demás objetos (es no relacional), es porque se ha
trasladado de un lugar absoluto a otro lugar absoluto; y se habla de lugares absolutos porque son
independientes de las posiciones relativas que un objeto ocupa con respecto a los otros objetos
presentes en un sistema. Estos lugares absolutos son, forzosamente, lugares de un espacio que
existe y cuya existencia también es independiente de los objetos que contiene y de los cuales él es
recipiente. Esta noción de espacio es la que Newton llamó “espacio absoluto, real o verdadero”.

Esta realidad objetiva, otorgada al espacio, no es gratuita. Le viene dada por el fuerte realismo
matemático de Newt que le llevaba a afirmar la existencia de las entidades matemáticas
independientemente del sujeto de conocimiento y, porque siendo recipiente de todo cuanto
existe, existe él también; por otra parte, una vez llegado al borde extremo de todo lo que existe,
siempre habrá un “más allá” a donde ir, y ese “más allá” seguirá siendo espacio absoluto, motivo
por el cual, otra de sus características es la infinitud.

Siendo infinito el espacio, no existe un lugar a donde el espacio, como un todo, pueda desplazarse
puesto que él mismo lo abarca todo, y todo posible lugar es ya, de antemano, parte del espacio,
por lo que es imposible su movimiento: es inmóvil.

Dado que el espacio es una sustancia real, éste sigue siendo espacio y existiendo aún si toda otra
sustancia real es aniquilada. Esta condición, unida a la ya explicada de inmovilidad, hace que el
espacio sea inalterable. Además, al no contener como parte de él ninguna otra sustancia masiva o
abstracta se torna indiferenciado y homogéneo, sin experimentar variación en toda su infinitud
(isotrópico), y por lo tanto, imperceptible para cualquier órgano sensorial biológico o artificial
tecnológico. Ante un modelo de espacio como éste, donde todo actúa dentro de él, pero que nada
puede actuar sobre él, es inevitable inferir la última característica que le da Newton: su eternidad.

De tal manera que para Sir Isaac Newton, el espacio es una sustancia real, infinita, inalterable,
inmóvil, eterna, indiferenciada y homogénea, siendo sus partes imperceptibles para los sentidos y
sin ninguna relación con algo externo porque nada le es externo.

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