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LEONEL PADILLA
0. Introducción
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2. Identidad personal
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cuanto tales podrían muy bien quedarse en sus lugares, como las
montañas de Tito Monterroso cuando no son conmovidas por
imprudentes actos de fe.
Muhanti en cambio, pone el acento en la capacidad de
distanciamiento frente a los roles y funciones obligantes. Re-
cuerda la posibilidad de incompatibilidades que conduzcan a la
disidencia, como la expresada en el drama de Antígona, casos de
crisis de identidad originada en conflicto de valores, ―mi identi-
dad, debo sin embargo añadir, no se agota con mi yo social. Yo
no soy un mero punto de intersección de innumerables relacio-
nes sociales; puedo reflexionar con criterio sobre el origen social
de mis creencias e interpretaciones lo que implica cierto distan-
ciamiento, cierto rechazo a sumergirme yo mismo en mis rela-
ciones sociales‖103. Y continua diciendo Muhanti, ―soy una uni-
dad altamente compleja de conciencia unificada por su estructu-
ra intencional‖104. Inserto ciertamente en un plexo de roles y
exigencias sociales, pero mi ser no se agota en esto último. La
estructura formal de la identidad como persona puede contra-
ponerse pues, según Muhanti, al componente actitudinal adapta-
tivo al ámbito social. ―En la identidad de yo se expresa la para-
dójica circunstancia de que —sostiene Habermas—, en cuanto
persona el yo es, por antonomasia, igual al resto de las personas,
mientras que en cuanto individuo es, por principio, distinto de
todos los otros‖105; o, en términos Hegelianos, ―el yo es absolu-
tamente general y también, inmediatamente, individuación abso-
luta‖106.
Moviéndonos hacia la esfera del poder, es conocida la dis-
tinción entre hombre y ciudadano, entre persona con dignidad y
1985), p. 88.
106 J. Habermas, La reconstrucción del materialismo histórico.
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3. Identidad nacional
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5. Consideraciones finales
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ral, entre otras razones porque como ya fue señalado atrás, las
culturas deben valorarse en su dinamismo y en su capacidad de
construir un futuro, ―la conciencia de un pueblo no es sólo una
recuperación del pasado sino la valorización de aquellas formas
tradicionales o de relativamente reciente adquisición que el gru-
po haya asumido como propias‖136. Toda cultura, recuerda tam-
bién Fornet Betancourt, está compuesta de una pluralidad de
tradiciones, alberga en su interior interpretaciones divergentes y
en conflicto, razón por la cual debemos estar dispuestos, cuando
el caso lo requiera, a practicar la desobediencia cultural, lo que
en la propuesta de Habermas significa abrir el discurso a la ar-
gumentación para encontrar en la propia cultura el rasgo univer-
salizable.
En conclusión podemos afirmar que las formas de vida
culturalmente estabilizadas sólo tienen valor en la medida en que
permiten a sus integrantes construir un futuro mejor apoyándo-
se en la expansión y consolidación de los derechos básicos de
sus miembros individuales.
En Guatemala existen claramente dos opciones: continuar
siendo una sociedad agraria dominantemente preindustrial pre-
capitalista, con un sector feudal fuerte que por bloquear con éxi-
to el advenimiento de la modernidad, tolera una acentuada di-
versidad lingüístico-cultural, y por excluyente genera y reprodu-
ce pobreza. En él, las clases subalternas estiman que el creci-
miento demográfico es la única estrategia de supervivencia. La
otra alternativa es adoptar una estrategia de desarrollo endógeno
sostenible, que incluya políticas de población, manejo racional
de recursos, levantado de infraestructuras físicas y energéticas
para industrializar y modernizar en general todos los sectores.
Dentro de esta dicotomía se puede enmarcar la cuestión de la
identidad como nación. Para ello tenemos otras dos alternativas:
concebirnos como una nación unificada, o bien en calidad de
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Leonel Padilla
Iripaz
iripaz@itelgua.com
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