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All content following this page was uploaded by Fernando José Vergara Henríquez on 14 April 2014.
Fernando J. Vergara H.
«Es un error suponer que la verdad de una teoría es lo mismo que su fecundidad. Muchos, sin
embargo, parecen pensar exactamente lo contrario. Creen que una teoría tiene tan poca
necesidad de encontrar su aplicación en el pensamiento que, en general, es mejor que
prescinda de ello. Toman toda afirmación en el sentido de una profesión de fe definitiva, de
una orden o de un tabú. Quieren someterse a la idea como a un dios, o bien la atacan como a
un ídolo. No tienen libertad frente a ella. Pero es esencial a la verdad el estar presente como
sujeto activo. Uno puede oír proposiciones que en sí son verdaderas, pero sólo captará su
verdad pensando y repensando en ellas.»
INTRODUCCIÓN
1
Publicado en Revista Praxis. Revista de Psicología y Ciencias Humanas. Facultad de Ciencias Humanas y
Educación, Universidad Diego Portales, Santiago-Chile, Año 3, Nº 5, 2003, pp. 10-31.
2
2
OYARZÚN, P. La Desazón de lo Moderno. Problemas de la Modernidad, Escuela de Filosofía Universidad
ARCIS/Editorial Cuarto Propio, Santiago de Chile, 2001, pp. 85-86.
3
VATTIMO, G. El Fin de la Modernidad, Gedisa, Barcelona, 1986, p. 92 ss.
5
4
OYARZÚN, P. op. cit., pp. 399-400.
6
condición del saber. Articula su estudio sobre la base de la condición del saber en las
sociedades desarrolladas, y a esta condición la denomina “postmoderna”, pues grafica el
estado de la cultura posterior a la crisis de los relatos. El autor nos explica:
«Al desuso del dispositivo metanarrativo de legitimación, corresponde especialmente la
crisis de la filosofía metafísica y de la institución universitaria que dependía de ella.»5
La tesis central versa sobre la transformación del estatuto del saber acorde a la entrada de
las sociedades en la era post-industrial y la cultura en la edad postmoderna. Ejemplo de lo
anterior es la transformación del estatuto del saber científico al interior de la era de la
información. Manifiesta es la constatación de que el saber pierde su función transmisora de
conocimientos, exteriorizándose respecto del sujeto pensante y que la adquisición del saber es
indispensable de la formación del espíritu, perdiendo su “valor de uso” por el “valor de
cambio”, trasladándose desde la sapiencia a la mercancía informacional del dato.6
El ocaso de los metarrelatos representa el colapso del ideal social moderno y del
creciente individualismo de las sociedades complejas desvinculadas de proyectos políticos y
utópicos. El “poder” del relato se desdibuja, se desvanece y se traslada desde el ámbito
político-partidista al económico-empresarial. El colapso de los metarrelatos omni-explicativos
y vinculantes y del lazo social garantizador de la participación cívica, da lugar al dominio
nihilista del “sí mismo” de un sujeto tensionado entre las redes de comunicación, deslizándose
paradojalmente entre mensajes que lo alejan de sí, pero que le aseguran la permanencia en el
mundo.7
¿Qué es pues, la post-modernidad? Una “asombrosa aceleración” de un peculiar estado
al interior de la modernidad. No es el fin de la modernidad sino, por el contrario, sería su
principio gestacional intra-modernidad el que operaría paradojalmente como el nacimiento y
no el ocaso de la misma modernidad. Siguiendo a R. Follari, «rebasamiento de lo moderno, no
su superación, lo posmoderno no es lo contrario de lo moderno, ni tampoco su continuación
homogénea, es la culminación de la modernidad donde ésta, a través de su propio impulso, se
niega a sí misma.» Castro Gómez indica que la post-modernidad no es lo que viene después de
la modernidad, sino la asunción de la conciencia de crisis que caracteriza a la modernidad
misma. Se trata de un retorno reflexivo de la modernidad sobre sí misma y no de su
rebasamiento epocal. «La crisis de la que hablamos es la de cierta autoimagen de la
modernidad, a saber, la concepción ilustrada que suponía una especie de “armonía
preestablecida” entre el desarrollo científico-técnico, ético-político y estético-expresivo de la
sociedad.» E. Sabrovsky concibe que la postmodernidad no es más que la modernidad que se
ha vuelto consciente de sí misma y, por ello, termina volviéndose contra sí misma: «El
posmodernismo es la modernidad autoconsciente y por ello exacerbada, volcada
autorreflexivamente sobre sí misma; una modernidad que, una vez consumada en lo esencial
su tarea de disolución de los mitos, enfoca sus poderes corrosivos contra sí misma, advirtiendo
que el virus mítico se aloja también en el intento de dar un significado a la propia existencia
moderna.»
Lyotard afirma al respecto:
«La modernidad se desenvuelve en la retirada de lo real y de acuerdo con la relación
sublime de lo presentable con lo concebible, en esta relación se puede distinguir dos modos
5
LYOTARD, J.F. La Condición Postmoderna. Informe sobre el Saber, Cátedra, Madrid, 1984, p. 10.
6
Ibíd., pp. 13-14.
7
Ibíd., pp. 35-37.
8
8
LYOTARD, J.F. La Postmodernidad (explicada a los niños), Gedisa, Barcelona, 1987, pp. 23-24.
9
Ibíd., p. 25.
10
Ibíd., pp. 91-93.
11
S. Hall, por ejemplo, designa a esta época como „postfordista‟, considerándola un estadio posterior del
capitalismo, resultado de una profunda transformación en los modos de trabajo mediatizada por la tecnología, en
los productos y esencialmente en su comercialización y consumo. La sociedad contemporánea está atravesada por
«...la existencia de una gran fragmentación y pluralismo social, el debilitamiento de viejas solidaridades
colectivas y de las identidades concebidas como „bloques‟ ante la emergencia de nuevas identidades.» (Véase
HALL, S. “Nuevos Tiempos”, en DELFINO, S. (ed.). La Mirada Oblicua. Estudios Culturales y Democracia,
Buenos Aires, La Marca, 1993, p. 94.)
S. Lasch sostiene que el «posmodernismo es estrictamente cultural. Es sin duda una especie de paradigma
cultural... un „régimen de significación‟.» (Véase LASCH, S. Sociología del Posmodernismo, Amorrortú Editores,
Buenos Aires, 1997, p. 20.) Para G. Lipovetsky, la cultura postmoderna mediante un “proceso de
personalización” con marcado sesgo narcisista y hedonista acentúa un individualismo cerrado y desvinculante.»
(Véase LIPOVESTSKY, G. La Era del Vacío. Ensayos sobre el Individualismo Contemporáneo, Anagrama,
Barcelona, 1996, p. 114.)
9
la historia pública como privada y la profunda relación entre los rasgos antes mencionados,
que a su vez constituye la materialización de un sistema económico internacional nuevo.12
La noción moderna de “sujeto” individuado-secularizado que protagoniza el proceso de
la modernidad, es el sujeto dueño de la razón y centro del universo que gestado en el
Renacimiento, tiene su arranque en la teoría del conocimiento racionalista de R. Descartes que
hace del “cogito” el punto de partida de todo conocimiento, alcanza su madurez teórica con la
Ilustración y despliega su hegemonía histórica tras las revoluciones burguesas, en las
sociedades capitalistas y liberales del siglo XIX, en la filosofía idealista y en el positivismo
europeo, en la ciencia moderna de la naturaleza, en los procesos de racionalización del Estado,
del derecho y de la economía y en las utopías del Progreso y de la Historia. En palabras de
Habermas, la modernidad «encuentra uno de sus principios determinantes en la razón centrada
en el sujeto: una razón objetivante, homogeneizadora, totalizadora, controladora y
disciplinadora.»
La noción post-moderna de sujeto, por su parte, se funda a partir de una radical
“voluntad de reconstrucción”, de descentramiento, desaparición, diseminación,
desmitificación, discontinuidad, dispersión y diferencia, articulando un rechazo ontológico del
“cogito” racionalista y de los pilares sostenedores del relato moderno ilustrado: progreso en
libertad, progreso en igualdad y progreso en fraternidad. Foster argumenta que la post-
modernidad «asume “la muerte del hombre” no sólo como creador original de artefactos
únicos, sino también como el sujeto centro de la representación y de la historia». Jameson, es
quien introduce una nota sociológica y limita así, el alcance de la supuesta muerte del sujeto.
No se trataría tanto de la muerte del sujeto en general como de «el fin de la “mónada”, del ego
o del individuo autónomo burgués», que se caracterizó por «una subjetividad fuertemente
centrada, en el período del capitalismo clásico y la familia nuclear», que «se ha disuelto en el
mundo de la burocracia administrativa», arrastrándola consigo […] la «soledad sin ventanas
de la “mónada” encerrada en vida y sentenciada en la celda de una prisión sin salida», la de su
propia autonomía.
J.F. Lyotard y, especialmente F. Jameson al relacionar “post-modernidad” con
“materialización de un sistema económico nuevo” y “nuevas reglas del juego” inclinándose
por lo económico, no hacen otra cosa que situar a la primera como la plataforma o escenario
posibilitador de la globalización. Sin embargo, creemos que la globalización13 se manifiesta
como un proceso histórico-cultural de magnitudes impensadas hasta el momento que apunta,
en un primer aspecto, a un fenómeno económico que se define por el intercambio de bienes y
servicios en un mercado de carácter mundial. La actividad económica de los países ya no es
posible en términos de autonomía cerrada en vista de un mercado interno, pues su crecimiento
exige intercambios cuya envergadura sólo puede darse en la apertura a otros mercados. De esta
manera se teje una red dinámica de interdependencia entre los diversos mercados y una
tendencia a la integración en regiones que constituyen sistemas en recíproca competencia
obligatoria e interdependencia, pues germinalmente durante la década de los noventa y,
específicamente, en la actualidad, la transformación de las estructuras sociales se debe
12
JAMESON, F. El Posmodernismo o la Lógica Cultural del Capitalismo Avanzado, Paidós, Buenos Aires, 1992,
p. 162.
13
Por “globalización” entendemos una red de actividades económicas estratégicas caracterizada por su forma de
organización en redes, por la flexibilidad e inestabilidad del trabajo y su individualización, por una cultura de la
virtualidad real construida mediante un sistema de medios de comunicación omnipresentes, interconectados y
diversificados, y por la transformación de los cimientos materiales de la vida, el espacio y el tiempo, mediante la
constitución de un espacio de flujos y de un tiempo atemporal.
10
II
17
Véase HOPENHAYN, M. Globalización y Cultura: cinco miradas para un solo texto. Ponencia para el XX
Congreso de LASA, Guadalajara, México, 17 al 19 de abril de 1997.
12
18
GÜELL, P. “Historia cultural del programa de la identidad”, en Revista Persona y Sociedad, Vol. X, Nº 1, abril
de 1996, p. 24.
19
LARRAÍN, J. “El postmodernismo y el problema de la identidad”, en Revista Persona y Sociedad, Vol. X, Nº 1,
abril de 1996, p. 58.
20
Ibíd., p. 60.
21
GÜELL, P. op. cit., p. 27.
13
la clave que permita interpretar su decadencia o estado enfermo. La crítica de Nietzsche tiene
la marca de despedida del pasado: lo revisa para reaccionar ante él y “despedirse” de él. Por
ello, la crítica debe terminar en un embarcarse en un futuro, en el que hay un “nuevo hombre”.
Para Nietzsche, el “conocimiento” es la suma de todas las perspectivas respecto de un
objeto que no se unifica “en” el objeto, sino en la “voluntad de poder”. Ello sucede en virtud
de la caída no sólo de la apariencia, sino también de la realidad; ésta última cae, en efecto,
porque para Nietzsche ella es “incognoscible”. En Sobre Verdad y Mentira en sentido
Extramoral, aborda el problema de la incapacidad de la ciencia, de la metafísica y de todo
constructo racional por acceder al conocimiento de la “cosa en sí”, de la “esencia”, o de la
estructura sostenedora de la realidad.
Nietzsche formula un “diagnóstico” de nuestra civilización, como resultado del cual nos
propone una civilización “enferma moralmente”, escindida entre el elemento racional y las
raíces terrenales o sensibles de la vida misma en cuanto voluntad de poder.
¿Cómo se originó este problema? Una vía para dilucidar esto es desandar en busca del
origen de los conceptos “bueno” y “malo”, retroceso expuesto en La Genealogía de la Moral,
que muestra que ambos conceptos fueron originariamente estamentales, no gregarios. Estos
conceptos básicos no se refirieron a valores de una forma de vida, sino que sirvieron a un
estamento o clase para identificarse a sí mismo y diferenciarse de aquéllos inferiores. ¿Qué
sucedió entonces en este estado primitivo? Nietzsche considera que el hombre es naturalmente
enfermo; esto lo condena a la experiencia del vacío de sentido: se sufre sin sentido, y ello
potencia al sufrimiento. Surge en este punto un resentimiento, dirigido primero hacia ese
vacío, hacia la nada, pero invertido luego por el sacerdote asceta y dirigido contra el propio
individuo. Se dice: el hombre ha pecado, y debe por ello expiar. Con esto no se “da un
sentido” al sufrimiento, por mucho que la expresión sea en sí misma negadora de la vida. Por
cierto que este remedio es una cura monstruosa que enferma y perpetúa aún más al sufriente;
pero obsérvese sin embargo que tal negación es en el fondo ocasión de una voluntad de poder.
Debe comprenderse, en todo caso, que el propósito de Nietzsche no es, como podría
parecer en una consideración superficial, dirigir su cuestionamiento a “Dios”, al
“cristianismo” o a los “sacerdotes”, ya que todos éstos configuran recursos para situarnos en la
perspectiva respecto de su verdadero blanco: la razón teórica metafísica, y más precisamente
la metafísica misma desde Parménides hasta G.W.F. Hegel, pero encarnada en el idealismo
realista platónico. Recordemos que Nietzsche definió su “filosofía” como un “platonismo al
revés”.
Por tanto, ¿qué entiende por identidad Nietzsche en este panorama post-metafísico? El
problema se desplaza hacia la tensión entre crítica de la “subjetividad moderna” y afirmación
de la “autonomía”. Nietzsche rechaza la identidad entendida sobre la base de un sujeto
sustancial, pero reconoce el valor de que es capaz de darse a sí mismo su propia ley, y este es
para él el “individuo” y el “otro”. Ahora bien, la dificultad que genera el perspectivismo
individualista es el relativismo. R. Ávila plantea buscar un “principio de objetividad” como
algo “absolutamente necesario” que nos permita, partiendo del relativismo, superarlo y
apuntar a una auténtica comunidad humana. El relativismo en Nietzsche es un relativismo
pragmatista, fundado en un perspectivismo pragmático en el que la referencia a la vida como
valor supremo y como “voluntad de poder” constituye ese fondo común que evita la pura
arbitrariedad y nos abre a la tolerancia. Para Nietzsche la comunicación es una necesidad vital,
15
puesto que el lenguaje conceptual es una necesidad biológica para establecer la relación con el
otro. 22
Entonces, Nietzsche concibe la noción de identidad a partir de una multiplicidad de
“yoes” presentes en uno mismo, en un mismo cuerpo. A partir de la fragmentación de la
subjetividad y de la diferencia, Nietzsche desde un principio se aleja de la moderna noción de
identidad, es decir, desmiente toda metáfora de corte metafísico de la identidad, toda
encapsulación y concentración de la identidad en un nombre o idea cerrada de corte
racionalista. Para Nietzsche, la identidad se asemeja a esa máscara trágica de la multiplicidad
de personajes que fuerzan al cuerpo ser hombre.
La noción de “sí mismo” configura la identidad en el entrecruzamiento: no el yo cerrado
en sí mismo, sino el yo que es también los otros de sí mismo y del nos-otros. Es en el “entre”
donde se juegan las fuerzas propias-desapropiadas con las fuerzas de los otros-nosotros y de
todo aquello que tradicionalmente se consideraba como exterioridad de una supuesta
interioridad: el adentro y el afuera, el deseante y lo deseado, el actuante y lo actuado se
entretejen en esa red en el que se asume que el yo no sólo se “dice” sino que también se
“constituye” de maneras diversas y múltiples.
El cuerpo como conglomerado de fuerzas, es el “sí mismo” y el “yo” que se
constituyeron como términos de ordenamiento de ciertos aspectos de la misma corporalidad.
Frente a la disyuntiva alma-cuerpo, la propuesta nietzscheana no pasa por una reubicación en
el cuerpo de todo lo que el alma es o se supone que es, sino por una aceptación “pragmática”
del concepto de alma unida a un reconocimiento de la necesidad de forjar múltiples conceptos
de la misma. Tanto el alma como el cuerpo pertenecen al ámbito de la interpretación, de la
construcción; entonces, ¿por qué no crear otros conceptos de alma y de sujeto? El hombre que
quiso ser todos los hombres con la idea de máscara, esa posibilidad de asumir la subjetividad
desde la pluralidad, posibilidad que se halla en estrecha relación con su idea de la voluntad de
poder como conjunto de fuerzas. Si el hombre es voluntad de poder, y la misma se caracteriza
por las diversas configuraciones que implican una constante tensión de los elementos
aglutinantes y disgregantes que la conforman, la subjetividad es lo que se constituye en el
entrecruzamiento de fuerzas que supone una especial atención a todo aquello que la filosofía
moderna había desdeñado como “constituyentes” del hombre, implica el abandono del
binomio sujeto-objeto, tanto como modelo cognoscitivo como modelo vomitivo, veritativo y
como estatuto epistemológico de la razón moderna.
La idea de máscara apunta el rechazo de la noción de sujeto moderno y a la asunción del
sí mismo como configuración de fuerzas. Esta idea ha de suponer que la “identidad” posible es
la de la “pluralidad”, identidad en la que ningún plano de “realización”significa una
afirmación o negación de un supuesto centro o núcleo identitario. Roto el esquema sujeto-
objeto, se abre el camino a una economía plural, en la que tanto el “sujeto”, el yo, como la
identidad no son más que conceptos que sirven para caracterizar el “punto” de mayor densidad
de las fuerzas, “punto” que no necesariamente es “real” en la vida cotidiana, sino que su
“realidad”, al estar emparentada siempre con el concepto de máscara y ficción, es la de las
diversas arquitecturas posibles desde el cruce de fuerzas.
22
Véase ÁVILA, R. Identidad y Tragedia. Nietzsche y la Fragmentación del Sujeto, CRITICA, Barcelona, 1999,
pp. 246-256.
16
23
Véase VERGARA E., J. y VERGARA DEL SOLAR, J. I. “La Identidad cultural latinoamericana. Un análisis crítico
de las principales tesis y sus interpretaciones”, en Revista Persona y Sociedad, Vol. X, Nº 1, abril de 1996, pp.
77-95.
17
ámbitos subjetivos (individuales) y objetivos (sociales), resulta ser el eje del cual gravitará la
noción de sujeto contemporáneo. Sin embargo, frente a una aparente certeza de esta
constitución o estructura, la post-modernidad ha arrojado la incertidumbre de aquello que
aseguraba la consistencia interna del sujeto, trasladando esta constitución de subjetividades e
identidades a “otros lugares”. En este sentido se debaten actualmente las identidades de los
sujetos, denominándolas “nómades”, lo que nosotros denominamos “identidad errante” del
sujeto contemporáneo.24
En este sentido, la identidad tiene lugar en la frontera del otro. Nos remite al
polimorfismo del ser y a su permanente reconstrucción. Esto tiene un buen fundamento en la
noción de que la identidad es una relación dialéctica entre el “Yo” y el “Otro”. No hay
identidad sin el Otro. Por consiguiente, al hablar de la identidad propia hay que considerar
también la identidad ajena. La identidad personal es básicamente producto de la(s) cultura(s)
que nos socializan, mientras que la identidad cultural se fundamenta por el sentido de
pertenencia a una comunidad en específico.
Creemos que la discusión sobre la identidad está marcada por una suerte de “obsesión
ontológica”, pues es concebida como un “ser” o algo que verdaderamente “es”, que tiene un
contorno preciso, pudiendo ser observada, delineada, determinada en uno u otro sentido. Por
eso la identidad necesita de un centro a partir del cual se irradie su territorio, esto es, su
legitimidad.
La identidad en tanto construcción simbólica dice relación a un referente, es decir, a la
cultura, a la nación, a una etnia, a un color o a un género determinado. En rigor, tiene poco
sentido buscar la existencia de “una identidad”, sería más correcto pensarla en su interacción
con “otras identidades”, construidas según otros puntos de vista posicionados en el horizonte
temporal de la historia.
Para J. Larraín, el proceso de construcción de identidad (cultural, nacional), se debe
entender como un “proceso discursivo”, el cual presenta una multiplicidad de versiones y que
no deben asentarse en una época determinada; proyecto que se construye día a día sin recurrir
a esencias elementales, sino como una superposición de tradiciones, pensamientos e ideologías
provenientes de distintas partes del mundo, aportando una perspectiva sintética de las teorías
programáticas sobre la identidad.25
El concepto de identidad larrainiano se entiende desde la perspectiva histórica en toda su
amplitud, es decir, como historia, como proto-historia, como genealogía, como presente y
futuro. La identidad trans-histórica, es una conformación en el tiempo, en la cual participan
diversas versiones, elementos configuradores, conectándose dinámicamente desde la
fragmentación a la unidad, desde la fijación hacia la integración, a partir de la constatación de
que “el ser” o el “como se es” es una cuestión que se juega en la mecánica siempre viva de la
realidad inserta en la historia.
Creemos que tal concepción tiene insinuaciones más post-modernas que modernas: la
imagen fragmentada o “versionada” del sujeto anti-esencialista concuerda con los actuales
24
El debate en torno a la noción de sujeto, se ha caracterizado por la separación entre construcción de sujetos y
subjetividades como entidades propias de la modernidad. Las especulaciones desde K. Marx hasta M. Foucault,
se han esforzado en perfilar aquellos determinismos de corte económico, sociológico, físico-biológico, filosófico,
epistemológico o simplemente cultural que ingieren sobre el individuo y la sociedad. En la actualidad, el intento
teórico se ha desplazado hacia una síntesis de las antiguas posturas, es decir, realzan el proceso de constitución y
autonomía del sujeto reconociendo los determinismos sociales.
25
Véase LARRAÍN, J. Razón, Modernidad e Identidad en América Latina, Editorial Andrés Bello, Santiago de
Chile, 1996 e Identidad Chilena, LOM Ediciones, Santiago de Chile, 2001.
18
26
Véase PLATÓN, Alcibíades, Editorial Dionysos, Santiago de Chile, 1979, 132b-133c.
21
Conclusión
Nietzsche concibe un sujeto cuya razón y sus productos desconoce o enmascara los
verdaderos impulsos que trabajan dentro de él y a veces contra él: «El que conoce camina
entre los hombres como entre animales, sentencia Zaratustra, Mas, para el que conoce, el
hombre mismo se llama: el animal que tiene las mejillas rojas», y exclama: «Vergüenza,
vergüenza, vergüenza -¡esa es la historia del hombre!»
La idea misma del hombre como sujeto de una razón con la que se autorregula y regula
la naturaleza, resulta para Nietzsche una fábula: el conocimiento mismo está motivado por la
voluntad de poder, expresa el deseo de dominar una cierta zona de la realidad para ponerla al
servicio de esa voluntad. La voluntad de saber es en realidad voluntad de poder y el objetivo
del conocimiento no es saber por saber sino saber para controlar. La realidad es un devenir.
Nosotros somos quienes la transformamos en ser, imponiéndole normas, fórmulas, esquemas,
orden, forma y lo hacemos sólo para poder controlarla. Exactamente igual hacemos con
nosotros mismos: el concepto del “yo”, del “sí mismo”, es la ficción que imponemos a nuestro
devenir moderno: «Todo nuestro ser moderno, en la medida en que no es debilidad, sino poder
y conciencia de poder, resulta pura “hybris” (orgullo sacrílego) e impiedad; pues todo lo
contrario a lo que hoy veneramos es precisamente lo que, durante un tiempo largísimo, ha
tenido a la conciencia en favor suyo y a Dios como guardián. “Hybris” es hoy toda nuestra
actitud hacia la naturaleza, el hecho de que la forcemos merced a las máquinas y a la inventiva
tan imprudente de nuestros técnicos e ingenieros; “hybris” es hoy nuestra actitud para con
Dios, es decir, para con toda araña hecha de finalidad y de moralidad colocada por detrás de la
gran red que teje la causalidad [...]. “Hybris” es nuestra actitud hacia nosotros mismos, pues
hacemos experimentos con nosotros que no nos permitiríamos realizar con ningún animal, y,
con satisfacción y curiosidad, nos sajamos el alma en carne viva: ¿qué nos importa ya la
“salvación” y la “salud” del alma?”»
Bibliografía