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“Nacionalidad, Ciudadanía y Derechos Políticos, la posibilidad de un nuevo

enfoque”.
Matías Silva Alliende.1

Resumen:
La plena inclusión de los pueblos indígenas con el resto de la ciudadanía debe
vincularse con una cultura política universalista, la que no puede sobrepasar los
derechos individuales reconocidos y garantizados, los cuales son el fundamento
del estado en toda democracia. Estas identidades individuales están vinculadas
con las identidades colectivas, que logran su equilibrio a través de una red cultural
cohesionada.
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Palabras Claves:
Nacionalidad, Ciudadanía, Derechos Políticos, Patriotismo Constitucional.

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1.-Introducción.
La noción clásica a seguir en materia de nacionalidad es aquella que la define
como “el vínculo jurídico que une a una persona con un Estado determinado
dando lugar a derechos y deberes recíprocos”2, este vínculo jurídico da origen
también al concepto de ciudadanía y de derechos políticos.

Antes de insertarnos con mayor profundidad en el estudio que nos convoca, es


conveniente aclarar que en relación a la garantía constitucional de igualdad ante la
ley con la que cuentan los seres humanos, el hecho de que sea necesario en un
país que se distinga a sus nacionales y a los que no lo son, no debe entenderse
como una discriminación en contra de este derecho fundamental: tanto nacionales

1
Abogado Universidad Diego Portales. Magister en Derecho Constitucional. Profesor Derecho
Constitucional Universidad de las Américas y Universidad Católica Silva Henríquez.
2
NOGUEIRA, (2005) p. 141.

1
como extranjeros deben responder de igual manera ante la ley. La importancia de
esta distinción radica en las obligaciones y derechos ciudadanos a los que puede
optar un nacional. En atención a lo resuelto por la Corte Interamericana de
Derechos Humanos es necesario señalar que “el deber de respetar y garantizar el
principio de la igualdad ante la ley y no discriminación es independiente del
estatus migratorio de una persona en un Estado”3. Cada país cuenta con la
libertad para establecer su propio régimen que permite a las personas optar a la
nacionalidad, en virtud de la soberanía interna del Estado. Sin embargo, todo esto
debe enmarcarse en un contexto de desarrollo político determinado y de las
tendencias contemporáneas sobre la materia.

Para establecer ahora la noción de ciudadanía y derechos políticos, debemos


entonces comprender previamente su relación con la idea expuesta de
nacionalidad y con los derechos humanos.

Según la Corte Interamericana de Derechos Humanos, los aspectos que reúne el


derecho a la nacionalidad son dos: “por una parte significa dotar al individuo de un
mínimo de amparo jurídico en las relaciones internacionales, al establecer a través
de su nacionalidad su vinculación con un Estado determinado. Por otra parte
implica protegerlo contra la privación de su nacionalidad en forma arbitraria,
porque de ese modo se le estaría privando de la totalidad de sus derechos
políticos y de aquellos derechos civiles que se sustentan en la nacionalidad del
individuo.” 4

Retomando la materia de nuestro interés, nacen los derechos políticos, los cuales
deben entenderse como todos aquellos que le corresponden a la persona humana
en cuanto miembro de un Estado, y el sujeto titular de estos derechos es la
persona humana en cuanto ciudadano. En relación a la ciudadanía, ésta puede

3
Repertorio de la Corte Interamericana de Derechos Humanos 1987-2005, Caso Bulacio contra Argentina,
sent. Septiembre 2003.
4
Repertorio de la Corte Interamericana de Derechos Humanos 1987-2005, Propuesta de modificación a la
Constitución Política de Costa Rica relacionada con la naturalización.

2
entenderse en su concepto más amplio en tanto comprende las diversas formas
de intervención en los negocios públicos reservadas a quienes participan de tal
cualidad5. Se define también como “el estatuto de derechos y deberes atribuidos
por el Estado- Nación al ciudadano”6 y en virtud de esto es que “al ciudadano se le
conceden las herramientas para la existencia de una efectiva democracia, de un
pleno Estado de Derecho, con un respeto y protección efectiva de los Derechos
Humanos”7.

En materia de nacionalidad, a grandes rasgos podemos considerar que la


tendencia mundial es a ampliar el ius sanguinis, principalmente por el tema de la
globalización, fenómeno que va mas allá de las nociones económicas,
convirtiéndose en un fenómeno político, tecnológico y cultural, que nos convierte
en una sociedad común e interconectada8. Sin embargo esta especie de amplitud
para poder optar a la nacionalidad del país en que no se reside aun no es una idea
del todo aceptada; ya que hay opiniones en la doctrina que consideran la
necesidad de una relación directa y una familiarización con la realidad cultural del
país del cual se quiere ser nacional.

Por otra parte, en relación a la tendencia que se da en materia de ciudadanía,


también es un concepto que ha comenzado a ser revisado por la doctrina, porque
se entiende que si se concede la ampliación de la nacionalidad, esto deberá
interpretarse como una ampliación a la ciudadanía, lo cual en virtud del concepto
clásico de ciudadano que desde siempre ha identificado a éste como aquel ligado
a una nación, en principio puede traer ciertas inconveniencias del tipo dogmático9.

La noción de ciudadanía que se mantiene hoy en día, en cuanto limitación del


ejercicio de determinados derechos sólo a quienes se vinculen a una determinada
nacionalidad, va perdiendo sustento lógico y solicita con urgencia una

5
SILVA BASCUÑAN, (1997) p. 231
6
MARTINEZ DE PISON, ( 2003), p. 30
7
QUINZIO, (2005), p..280
8
GIDDENS, (2000),p.19-95
9
MARTINEZ DE PISON, ( 2003), p. 45.

3
reformulación que se ajuste a la realidad mundial en cuanto a globalización,
migración y nacimiento de sociedades multiculturales.

Francisco Zúñiga Urbina expresa que en materia de nacionalidad y ciudadanía


hace falta una reforma que incluso “tiene el carácter de idea-fuerza propia del
discurso político- constitucional progresista es el refuerzo de los derechos de
ciudadanía, instituyéndose los derechos siguientes: derecho a la nacionalidad,
derecho de protección del Estado a sus nacionales, derecho a una buena
administración y derecho de acceso a documentos, entre otros”10

2.-Un nuevo enfoque de la nacionalidad.

En buena medida comparto la tesis de Jürgen Habermas sobre la idea de que hay
que reformar algunos de los criterios de adquisición de la nacionalidad. Este
pensador afirma que el criterio para la adquisición de la nacionalidad en el futuro
debería basarse en una especie de contrato o pacto social, que admita la voluntad
de las personas sobre si quieren cambiar de nacionalidad al trasladarse a un
nuevo país de acogida. La única condición sería exigirles la aceptación de unos
valores políticos comunes, cuestión que se ha denominado por Habermas como
patriotismo de la Constitución. Comparto algunas de estas tesis de inclusión de
Habermas, pero es preciso articular este discurso con soluciones jurídicas
concretas y factibles, de un modo realista.

Cuando Habermas y otros hablamos de cultura política común es preciso


concretar qué entendemos como común, y cuál es el contenido de esos valores
comunes. El cosmopolitismo debe consistir en la aceptación de esos valores
universales, transversales y transculturales. En este sentido, se asumiría la idea
que de que la actualidad es cosmopolita y se necesita una mirada cosmopolita
para observar el aumento de la interdependencia y entender los nuevos paisajes
de la identidad.

10
ZUÑIGA, (2005), pag. 7.

4
A mi juicio, la idea de nación como comunidad de destino, étnicamente
homogénea e integrada mediante tradiciones comunes, resulta hoy insuficiente.
Pero ese nuevo modelo de nacionalidad, unida a una nueva concepción de
democracia, esa cosmopolitización jurídica aunque es abstracta debe apoyarse y
hacerse con unas bases culturales, insertas en unas tradiciones jurídicas, y en
tanto que jurídicas también culturales. Porque el derecho forma parte de la cultura,
es también cultura, con su formalismo y abstracción. Eso se concreta en una idea
que caracteriza la nueva propuesta de Habermas; lo que une a los ciudadanos es
una cultura política común, reflejada en la Constitución, pero no la étnia: “Pues
bien, los ejemplos de sociedades multiculturales, como Suiza y Estados Unidos,
muestran que una cultura política en la que los principios constitucionales logren
echar raíces, de ningún modo tiene que apoyarse en un origen étnico, lingüístico y
cultural común a todos los ciudadanos. Una cultura política liberal sólo constituye
el denominador común de un patriotismo de la Constitución que simultáneamente
agudiza el sentido para la pluralidad y la integridad de las diversas formas de vida
coexistentes de una sociedad multicultural. También en un futuro estado federal
europeo habrán de interpretarse los mismos principios jurídicos desde la
perspectiva de tradiciones nacionales diversas e historias nacionales diversas. La
propia tradición habrá de ser en cada caso objeto de una apropiación hecha desde
un punto de vista relativizado desde las perspectivas de los demás, de suerte que
pueda quedar inserta en una cultura constitucional europeo-occidental compartida
en términos supranacionales. Un anclaje particularista de este tipo no quitaría a la
soberanía popular y a los derechos humanos ni una tilde de su sentido
universalista. Tenemos, pues, que la ciudadanía democrática no necesita quedar
enraizada en la identidad nacional de un pueblo; pero que, por encima de la
pluralidad de formas de vida culturales diversas, exige la socialización de todos los
ciudadanos en una cultura política común”.11

11
HABERMAS,( 1997). p. 144.

5
La tesis que por mi parte propongo es que esa cultura política común son los
derechos humanos universales, y estos derechos además de reconocerse en los
tratados internacionales deben reflejarse en la Constitución-ojalá nueva- de
nuestro país como derechos fundamentales constitucionalizados. Esa cultura
común debe impregnar también los derechos estatales, los cuales deben realizar
un esfuerzo de inculturización, de ajuste de sus tradiciones a esos principios, pero
impregnándolos de su propia cultura. No se puede escindir un derecho abstracto
de las culturas jurídicas y tradiciones históricas de un país.

El cosmopolitismo jurídico se encarna en el derecho internacional y en los


derechos nacionales, pero no de espaldas a las culturas jurídicas propias, sino en
diálogo con ellas, expresándose a través de ellas, sin reducirse a ellas,
transcendiéndolas.

La mirada de un patriotismo constitucional, desde la óptica de Habermas, no


puede estar situada en lo étnico, cultural o en un nacionalismo. Este patriotismo se
contextualiza en los principios democráticos de una Carta Constitucional que
respeta los derechos humanos y confiere un estatus de ciudadano, y va más allá
de la situación legal o jurídica de los individuos, como el mismo autor alemán lo
expresa: “Por tanto, deberíamos aprender finalmente a entendernos no como una
nación compuesta por miembros de una misma comunidad étnica, sino como una
nación de ciudadanos (…), pues la república no tiene, en definitiva, otra
estabilidad que la que le confieren las raíces que los principios de su constitución
echan en las convicciones y prácticas de sus ciudadanos”.12

Esto significa que el patriotismo constitucional tiene, en esencia, la aceptación de


diversas formas de vida y culturas, las que tienen cabida en el contexto de una
república que no excluye –dado que es pluralista y abierta a diferentes formas de
culturas, y porque no decirlo plurinacional–reforzando el sentimiento de
pertenencia a una ciudadanía inclusiva y participativa.

12
HABERMAS (1989). p 265.

6
Este proceso se ve consolidado por el fenómeno de la globalización, que exige,
para poder ser viable, una identidad postnacional, que pueda incluir valores de
corte universal que trasciendan la propia cultura. Para hacer posible este proceso,
la cultura mayoritaria debe desprenderse de su situación histórica excluyente,
logrando así la identificación de todos los ciudadanos con la cultura política de su
país. Esta desvinculación de la cultura política de la cultura mayoritaria permite la
solidaridad de los ciudadanos.

En la mayoría de los países latinoamericanos se confunde el concepto de


patriotismo nacionalista con el de “patriotismo constitucional”. Éste último busca la
inclusión del “otro”, la igualdad, la equidad y el reconocimiento de sus derechos
desde una perspectiva de solidaridad entre los ciudadanos que defiende los
valores comunes del sistema democrático.

En el patriotismo nacionalista, los resultados han sido desastrosos y sus


consecuencias se han traducido en guerras, golpes militares e ingobernabilidad
política, lo que a su vez han acentuado la exclusión y el racismo en el caso de
América Latina. Estos aspectos se afirman en las concepciones militares de los
distintos países respecto a cierta superioridad racial, en lo cual Chile no ha sido la
excepción.

Ahora, la propuesta de un “patriotismo constitucional”, tiene como fundamento la


inclusión de todos los ciudadanos a partir de un pluralismo que comprenda los
ámbitos cultural y jurídico, y que pasa necesariamente por una constitución
democrática que contemple dichos derechos.

En el caso particular de Chile, debemos considerar un patriotismo basado en una


concepción nacionalista, que excluye toda diferencia en favor de una visión
histórica militarista homogénea, situación que produce una oposición con los
pueblos indígenas.

7
Dicha concepción del patriotismo es lo que ha excluido a los pueblos originarios y
ha permitido la usurpación de sus tierras, infringiéndoles una derrota político
militar. Así, el patriotismo de la Constitución en Chile, no acepta en la práctica la
heterogeneidad, multiculturalidad e interculturalidad, dado que entiende que
desarrollar dichas concepciones fragmentaría la sociedad nacional.

De esta realidad se desprende, que no existe reconocimiento del “otro” en la


política, lo que significaría la inclusión del derecho de su alteridad, que es el
derecho a la diferencia.

El concepto de nacionalidad chilena actualmente es una construcción que


siguiendo el modelo europeo implicó un proceso de culturización en el cual se
consideró lo “indígena” como sinónimo de todo aquello que se busca dejar atrás.

Desde una mirada del Estado-liberal, asegurando la igualdad ante la ley, la


propiedad privada y más prosperidad económica se acabaría el conflicto. Los
movimientos indígenas nos recuerdan que de la diversidad cultural se pueden
seguir diferencias en la priorización de derechos, justificación de los mismos y
legitimización de órdenes político-institucionales distintos a los de las democracias
liberales occidentales.

Por el contrario, nuestra estructura jurídico-política parte de la consideración de la


autonomía de los individuos y la asignación de derechos naturales a estos de
modo a-histórico y descontextualizado. El problema de esa distribución de
derechos es cuando se ve confrontada con versiones históricas que rechazan sus
pilares básicos, por ejemplo, el cómo se entiende la propiedad privada. Por eso,
en el mal llamado conflicto mapuche, de los aspectos de mayor complejidad de
solución a largo plazo son aquellas reivindicaciones que de una u otra forma
afectan a la propiedad privada y la estructura legal que la resguarda.

8
3.-Un nuevo enfoque de la ciudadanía y los derechos políticos.

A pesar de la imagen generalizada del caso chileno en los rankings


internacionales como un proceso ejemplar de transición hacia la democracia y de
la vida política democrática, Chile es una “democracia incompleta”13 debido a los
enclaves autoritarios heredados de la dictadura y no superados en su totalidad. La
democracia chilena, analizada a través de las dimensión constitucional presenta
debilidades. Estas debilidades se explican por los límites fundantes en la
soberanía popular observados a partir de la Constitución, que consagró la
exclusión política a través del sistema binominal, de lo que se derivan los límites
de la democracia electoral sujeta a restricciones fácticas y normativas en un
diseño institucional deficiente. Asimismo, la dimensión ciudadana de la
democracia se enfrenta a problemas de derechos civiles específicos de las
minorías, desigualdades socioeconómicas, participación electoral y ausencia de
instituciones de participación.

De lo afirmado anteriormente se desprende que la institucionalidad de la


democracia chilena fue en gran parte impuesta por la dictadura, por lo que
estaríamos frente a gobiernos elegidos de manera legítima, con vigencia de
libertades pública, pero difícilmente el régimen institucional en cuanto tal pasaría el
test de la blancura democrática.

En materia de derechos políticos en el Congreso Nacional no se encuentran


representadas todas las alternativas políticas. Prueba de ello es que desde 1990

13
El estudio del estado de la democracia en las tres dimensiones (constitucional, electoral y ciudadana) que
propone la Red de Investigación de la Democracia Andina (en adelante el Proyecto RIDA), se hace aquí a
partir de la hipótesis central de democracia incompleta. Ésta se caracterizaría por las herencias institucionales
del régimen militar y las tensiones que ello provoca en el funcionamiento democrático durante los gobiernos
de la Concertación de Partidos por la Democracia, coalición que ha gobernado el país desde la recuperación
democrática en 1990. Con ello se busca ir más allá de responder a una lista de preguntas o de la descripción y
evaluación de una serie de indicadores, intentando explicar el origen, evolución y significado de éstos en el
marco de la problemática propia del modelo político chileno de democracia vigente hoy. (M. A. Garretón y R.
Garretón. La democracia incompleta en Chile: La realidad tras los rankings internacionales. Revista de
Ciencia Política /Volumen 30/N° 1/2010/ pp.116.

9
hasta la última elección de 2009, cercano al 100% de los parlamentarios elegidos
han pertenecido a dos coaliciones de partidos que debaten entre sí y se
distribuyen los cargos parlamentarios, marginando a las demás fuerzas y
favoreciendo el empate.

El binominalismo le otorga poder de veto a la minoría, excluye a una tercera


fuerza, asegura la reelección permanente y reemplaza la competencia entre las
diversas fuerzas por la competencia al interior de los bloques.

Carlos Huneeus lo retrata brillantemente al señalar “Se trata de un sistema que


difícilmente puede pasar un test democrático, en el sentido de que distorsiona la
voluntad popular y el principio de representación. Esta distorsión tiene a su vez
efectos perniciosos sobre la calidad de la democracia, ya que al ser tan fácil
predecir quiénes serán los diputados y senadores electos en los distritos y
circunscripciones (salvo un puñado de excepciones), repercute en una alta
desafección, baja participación y competencia. El resultado es la generación de un
empate político entre las fuerzas que apoyaron la dictadura y las que se opusieron
a ella, haciendo imposible un cambio significativo en la institucionalidad heredada
de la dictadura.”14

Este empate político se proyecta también a través de diversas instituciones cuyos


miembros son propuestos o decididos por el Senado-Corte Suprema, Tribunal
Constitucional, Banco Central, etc) y cuyas LOC no pueden ser modificadas
debido a los altos quórums exigidos.

Además del sistema binominal, nos encontramos con otras restricciones


normativas para el cuerpo electoral. Por un lado no existe el derecho a voto para
los chilenos en el extranjero, lo que deja fuera del sistema de participación a cerca
de un millón de potenciales ciudadanos. Reconozco que el proyecto de ley de
reforma constitucional rechazado el 2011adolecía de una serie de problemas de

14
HUNEEUS, ( 2006). p 115.

10
una perspectiva teórica, Marshall opina al respecto “Su inconsistente jerarquía
constitucional, su afectación al derecho a la igualdad y la total falta de tratamiento
del caso de los exiliados, fueron el diagnóstico que una nueva introducción en la
agenda parlamentaria debe considerar.”15

El otro problema a tener en cuenta es el acuerdo entre las dos grandes coaliciones
que llevó a reformar la Constitución, estableciendo la inscripción automática pero
el voto voluntario, lo que es sin duda es la más contradictoria y absurda de las
fórmulas. Si bien lo primero es un gran avance y parece una medida obvia, lo
segundo es un retroceso. Se sabe que el paso del voto obligatorio al voluntario
implica a la larga la reducción de la participación electoral y al mismo tiempo, la
elitización del voto, por cuanto tienden a participar los de mayor capital social y
cultural. En opinión de Garretón y Garretón, “Ello tenderá a aumentar lo que
hemos llamado la reducción fáctica del electorado que se ha dado en la situación
actual (con implicancias en su representatividad), en que sobre el total de la
población en edad de votar hubo en la elección de diputados de 2005 un
porcentaje de no inscritos de 27,4% y de votantes de 63%. En el 2008 el
porcentaje de no inscritos alcanzaba a 32,2% de la población mayor de 18 años,
es decir, cerca de 4 millones de personas. La participación electoral de los jóvenes
es dramáticamente baja, lo que disminuye la representatividad del electorado, por
cuanto los jóvenes entre 18 y 29 años de edad, que en 1998 eran el 36% del
padrón electoral, en 2008 fueron solamente el 8% del mismo. Ello se modificó
apenas para la elección de 2009.”16

La ausencia de mecanismos de participación en la sociedad chilena tiene su


origen en la ausencia de consenso sobre la Constitución, su legitimidad de origen,
su contenido y su representación o no de la voluntad del pueblo chileno, así como
en la permanencia de leyes y prácticas que obstaculizan la movilización social.

15
MARSHALL (2011) p. 158.
16
GARRETON y GARRETON.(2010) p.131.

11
En materia de ciudadanía, Gabriel Salazar indica algunos hitos históricos que han
influenciado negativamente en la construcción de ciudadanía en nuestro país: “La
tendencia centralizadora del estado moderno, el cual se construyó sobre la base
de cercenar la soberanía de las comunidades civiles locales. La exclusión histórica
de la ciudadanía frente a los procesos constructores de estado: La construcción
del estado es el ejercicio del derecho humano más importante, y nunca ha sido
construido con participación plena de la sociedad civil”. El estado, siempre ha sido
construido por poderes fácticos que no han recogido los intereses de la pluralidad
de ciudadanías existentes (ejemplo de lo anterior es el proceso de
descentralización, que no fue una medida propuesta, ni por la sociedad civil, ni por
la ciudadanía, sino un artificio impuesto por el estado)”.17

Esta exclusión histórica de la ciudadanía en la construcción del Estado, sin duda,


ha repercutido en los imaginarios políticos democráticos. Así, Castoriadis
argumenta, que en los antiguos predominaba la idea de “la ley somos nosotros, la
polis somos nosotros18”. En los tiempos modernos, y por su puesto en Chile
también la idea es “El Estado son ellos”. Este imaginario político es relevante,
porque la colectividad social no se reconoce como fuente de la institución,
quebrantando los principios democráticos basados en la autonomía individual y
social.

Reafirma Castoriadis: “El carácter de la época, tanto del nivel de vida cotidiano
como el de la cultura, no es el ‘individualismo’ sino su opuesto, el conformismo
generalizado y el collage. Conformismo que es posible sólo con la condición de
que no haya núcleo de identidad importante y sólido. A su vez, este conformismo,
como proceso social bien anclado, opera de manera tal que un núcleo de
identificación semejante ya no pueda constituirse”19

17
SALAZAR (1999) p. 4.
18
CASTORIADIS (1997). p208.
19
CASTORIADIS (1997). p166.

12
4.-Conclusiones.

Desde mi perspectiva, la democracia constitucional define el carácter esencial de


la democracia como expresión de la soberanía popular, el que a su vez se define
en la Constitución como el consenso fundamental en torno a los principios o
fundamentos de convivencia de una sociedad.

Chile es el único país en las olas recientes de democratización que hereda una
Constitución de la dictadura previa y que, pese a sus reformas bajo los gobiernos
democráticos, no ha generado una Constitución enteramente democrática, en
otras palabras, no ha tenido lo que Ackerman denomina como momento
constitucional. La cuestión a resolver en el caso chileno es el de la legitimidad
constitucional que plantea la siguiente interrogante ¿De qué manera la naturaleza
del sistema constitucional chileno y su incidencia en la democracia electoral y
ciudadana representan la voluntad del pueblo chileno?

En los términos de los Pactos de Naciones Unidas respecto de DDHH, no hemos


recuperado como pueblo chileno nuestro derecho a la libre determinación, que al
final de cuentas se traduce en el derecho de todo pueblo a establecer libremente
su condición política y proveer así mismo su desarrollo económico, social y
cultural.

En relación a nacionalidad y pueblos originarios, el Tribunal Constitucional se ha


pronunciado en dos oportunidades sobre la constitucionalidad del Convenio 169
de la OIT. En ambos casos hizo pronunciamientos acerca de su aplicabilidad y
contenido.

Uno de los aspectos esenciales de este Convenio es que les asignó el carácter de
pueblos a los indígenas, reconociéndoles la titularidad de los derechos que en él

13
se señalan, modificando el tratamiento de minorías que hasta la fecha el derecho
internacional les otorgaba.20

El Tribunal Constitucional consideró a los pueblos indígenas como grupos de


personas con características culturales propias y no como un sujeto autónomo de
los derechos que el tratado reconoce. Además, según su criterio, si les reconocía
el carácter de sujetos de derecho público, se estaría reconociendo un Estado
dentro del Estado de Chile. Así, el Tribunal en su interpretación, niega algo que el
Convenio 169 establece con toda claridad; que a quienes se confieren derechos y
se transfieren potestades y atribuciones públicas es a los pueblos.

El razonamiento del TC para llegar a esta conclusión se apoya en dos


argumentos. Por un lado, el contenido del artículo 1.3 del Convenio 169 limita el
alcance internacional de la palabra pueblos.21 Sin embargo este fallo, elude que
este artículo fue incluido en el Convenio 169 para deslegitimar eventuales
procesos separatistas, pero no para debilitar la naturaleza colectiva de los pueblos
indígena a la autodeterminación.22

Esta última cuestión reafirma el alcance del artículo 35 del Convenio 169 que
establece el principio de interconexión, universalidad e indivisibilidad de los
derechos humanos. Gómez señala, “la aplicación de las disposiciones del
presente Convenio no deberá menoscabar los derechos y las ventajas
garantizadas a los pueblos interesados en virtud de otros convenios y
recomendaciones, instrumentos internacionales, tratados o leyes, laudos,
costumbres o acuerdos nacionales”.23

Cabe recordar que los instrumentos internacionales a los que hace referencia la
OIT son bastante evidentes en la materia. Tanto el Pacto de Derechos Civiles y

20
Sin perjuicio de esto, el propio Convenio señaló que la voz pueblos utilizada para designar a los sujetos de
los derechos enunciados no tenía el alcance que se le da en el derecho internacional (art. 1.3).
.21
Fallo nº 309, considerando 42 y 45.
22
OIT, Pueblos indígenas y tribales: Guía para la aplicación del Convenio 169, pp13.
23
GOMEZ. p 145.

14
Políticos como el de Derechos Económicos Sociales y Culturales-ambos vigentes
y ratificados por Chile-reconocen el derecho de la libre determinación de los
pueblos.

Por otra parte, el Gobierno de Chile en la declaración conjunta con la OIT,


realizada al momento de la entrada en vigencia del Convenio 169, señaló que éste
recoge la aspiración de los pueblos originarios de querer asumir el control de sus
propias instituciones, sus formas de vida y de su desarrollo económico, también
estableció que la no discriminación es uno de sus elementos esenciales para este
reconocimiento y posterior ejecución.

Ambas afirmaciones ratifican el reconocimiento de la autonomía de los pueblos


originarios, pues de otra manera esto supondría un desconocimiento de su
derecho a controlar su forma de vida y al mismo tiempo constituiría una
discriminación al no permitirles ejercer los derechos que les corresponden en su
calidad de pueblos.

La plena inclusión de los pueblos indígenas con el resto de la ciudadanía debe


vincularse con una cultura política universalista, la que no puede sobrepasar los
derechos individuales reconocidos y garantizados, los cuales son el fundamento
del estado en toda democracia. Estas identidades individuales están vinculadas
con las identidades colectivas, que logran su equilibrio a través de una red cultural
cohesionada.

Por tanto se hace necesario que el Estado permita el desarrollo de la ciudadanía


en la que los individuos sean corresponsables en las diferentes decisiones
políticas públicas, creando una conciencia solidaria.

Esta ciudadanía solidaria y democrática va más allá de su situación legal o


jurídica, Habermas lo explica así; “…deberíamos aprender finalmente a
entendernos no como una nación compuesta por miembros de una misma

15
comunidad étnica, sino una nación de ciudadanos (…), pues la república no tiene
en definitiva, otra estabilidad que la confieren las raíces que los principios de su
constitución echan en las convicciones y prácticas de los ciudadanos.”24

Se requiere la aceptación de diversas formas de vida y culturas, las que tienen


cabida en una nación que no excluye. En conclusión, nuestra Constitución no
permite que se desarrolle el reconocimiento del otro en la toma de decisiones
respecto de las políticas públicas en temas que les afectan directa e
indirectamente a los ciudadanos, lo que hace necesario realizar un nuevo enfoque
en estos temas, en un nuevo texto constitucional.

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24
HABERMAS (1989), p265.

16
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