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Crónica de una muerte anunciada, novela corta publicada en 1981, es una de las obras más
conocidas y apreciadas de García Márquez. La historia contada se inspira en un suceso real, ocurrido en
1951, del que el autor tomó la acción central (el crimen), los protagonistas, el escenario y las
circunstancias, alterándolo narrativamente, pero sin descuidar nunca los datos y las precisiones obligadas
en toda crónica periodística.
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Adaptado de Luis Alonso Girgado, «Crónica de una muerte anunciada». Guía de lectura, Oleiros, Tambre, 1993.
Los hermanos Vicario, Pedro y Pablo, se mueven en función de la ofensa que salpica a toda la
familia y que, como hombres, se ven obligados, por el código de honor, a vengar. Sus bravuconadas
machistas, la exhibición de los cuchillos y su decisión en el momento de matar a Santiago Nasar
contrastan con la publicidad que dan al cumplimiento de su obligación, la borrachera y las vueltas e
indecisiones por las que atraviesan. La carga que pesa sobre ellos los convierte en fantoches, en
autómatas dirigidos a una meta única, en definitivos asesinos a su pesar. Como su hermana Ángela y
como el mismo Nasar, a un tiempo son victimarios y víctimas. Bayardo es la única víctima pura de la
tragedia.
Un segundo nivel de personajes es el de los testigos que adquieren voz a través del narrador. Su
función es la de coadyuvantes de la información en cuanto testigos y partícipes secundarios de los hechos,
de unos hechos que unos no saben y otros no quieren modificar.
En un tercer nivel se encontraría el personaje-grupo, anónimo, que es el pueblo. Su mezquindad
se manifiesta en la serie de autoexculpaciones con las que tratan de justificarse.
A diferencia de los personajes centrales, los de segundo y tercer nivel aparecen reflejados desde lo
desmesurado. Las hipérboles a través de las cuales son presentados tienden a crear efectos de comicidad,
convirtiéndolos en peleles grotescos, ridículos: Lázaro Aponte es espiritista por correspondencia; Pablo
Vicario sufre una incontenida diarrea tras el asesinato; Aura Cisneros sufre un espasmo mingitorio
crónico; el viudo de Xius muere de tristeza; María Alejandrina expresa su tristeza con un desaforado
apetito, etc. El pueblo entero es el personaje testigo de los acontecimientos, y su pasividad, su impotencia
o su escondido deseo de que la amenaza se cumpla son parte esencial del aciago destino, del fatum que
pesa sobre la víctima. Dice el narrador que a la muerte de Santiago Nasar acude la gente “como en los
días de desfiles”, dispuesta a tomar posiciones en la plaza para ver el espectáculo; la mayoría “pudieron
hacer algo por impedir el crimen y sin embargo no lo hicieron”.