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NOSOTROS, LOS TRASTORNOS

LÍMITE DE PERSONALIDAD

N A R R A T I VA S Y RELATOS DE AFLICCIÓN
LORENZO MARIANO JUÁREZ
JUAN ANTONIO FLORES MARTOS
CARMEN CIPRIANO CRESPO

NOSOTROS, LOS TRASTORNOS


LÍMITE DE PERSONALIDAD
NARRATIVAS Y RELATOS DE AFLICCIÓN

Círculo rojo – Investigación


www.editorialcirculorojo.com
Primera edición: mayo 2013

© Derechos de edición reservados.


Editorial Círculo Rojo.
www.editorialcirculorojo.com
info@editorialcirculorojo.com
Colección Investigación

© Lorenzo Mariano Juárez


© Juan Antonio Flores Martos
© Carmen Cipriano Crespo

Edición: Editorial Círculo Rojo.


Maquetación: Juan Muñoz Céspedes
Fotografía de cubierta: © Exvoto Mexicano, 19
Cubiertas y diseño de portada: © Luis Muñoz García.

Impresión: Círculo Rojo.

ISBN: 978-84-9050-101-6

DEPÓSITO LEGAL: AL 464-2013

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cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmi-
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del autor. Todos los derechos reservados. Editorial Cír-
culo Rojo no tiene por qué estar de acuerdo con las opi-
niones del autor o con el texto de la publicación,
recordando siempre que la obra que tiene en sus manos
puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el
autor haga valoraciones personales y subjetivas.

IMPRESO EN ESPAÑA – UNIÓN EUROPEA


ÍNDICE

A modo de advertencias...................................................................... 13

El Trastorno Límite de Personalidad. Versión oficial...................... 19

Narrativas de aflicción. Versiones alternativas................................. 27

Mar. La vida sin piel............................................................................. 37

Cambiando de tinte a cada rato: Amanda......................................... 59

María, una vida cortada....................................................................... 79

Indicios y desarrollos. A modo de conclusión................................ 95


Hola me llamo Felisa, soy TLP.
Es una enfermedad que es un trastorno de conducta, puedes ser una anomalía
al nacer, una mala conducta adquirida durante años, o algo congénito. Según
un psiquiatra de los que me ha atendido, lo mío es una anomalía al nacer. Yo
la infancia no la veo como mis hermanos, yo me he pasado la vida sufriendo, un
sufrimiento que es como si te abrieran en canal.
Todavía sueño con que existe una pócima mágica en la farmacia para dejar
de ser TLP pues he pasado por la drogadicción, por el alcohol, me he cortado
por todo el cuerpo y he estado 3 veces en coma dicen que hay bebés dicho por psi-
quiatras de Barcelona que se le saltan las lágrimas de dolor, esa enfermedad ha
interferido en mis relaciones interpersonales tanto de amistad como de pareja,
también sueño con que venga el hombre del saco y se lleve la enfermedad para
siempre.
De repente estoy en mi habitación y paso de ser una heroína imbatible a
sombra gris que se arrastra, somos como una montaña rusa que sube que baja
y que en cualquier momento podemos salir despedidas.
Mientras, caras vacías que te preguntan cómo estás; tu que vas a decir, bien,
ellos que sabrán.
Manuscrito de Felisa. Vivir el TLP.

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A MODO DE ADVERTENCIAS

N o debería juzgar de manera precipitada el libro que ahora está


leyendo. A pesar de parecer un tanto liviano, las paginas que
siguen sirven de refugio a historias y vidas – aquí el lector permitirá
cierta licencia por la incapacidad ocasional de alguno de los autores
de separar experiencia y narración- mucho más grandes, mucho más
densas. Páginas que hablan de un padecimiento concreto – el Tras-
torno Límite de Personalidad (TLP)- a través de los relatos y expe-
riencias de tres personas que nos invitaron a adentrarnos en sus
vidas, que nos permitieron aprender sobre el mismo a partir de sus
relatos de vida1. Y a pesar de esa cierta apariencia marasmática, se
trata de un libro con varias partes y que admite por tanto diversos
lectores y lecturas.
El primero de los relatos nos adentra en un tímido repaso a la
versión hegemónica e institucional del TLP, ofrecida por la Psiquia-
______________________________
1
El libro es el primer resultado publicado del proyecto “Del cuerpo a un mundo
que tiembla. Narrativas, significados y experiencias en torno al Trastorno Límite
de Personalidad”, que hemos desarrollado durante los años 2011 y 2012, en las
comunidades autónomas de Extremadura y Castilla-La Mancha. Se han utilizado
nombres ficticios para las personas que nos han brindado su tiempo, su confianza
y sus historias de vida.

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NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

tría, la Psicología y otras ciencias médicas. Es, por así decirlo, la ver-
sión oficialista, el relato del trastorno en términos alopáticos. Aquí
ofrecemos un vistazo general a las definiciones, síntomas, criterios
de diagnóstico o evolución de la enfermedad de acuerdo a la biblio-
grafía médica sobre el mismo. No se trata de una revisión exhaustiva,
sino más bien ofrecer una contextualización de la versión autorizada
–al menos hasta hace bien poco- de la enfermedad. Esto es, la ver-
sión soberana del discurso biomédico. Es, por así decirlo, una pre-
sentación de la enfermedad en las historias de los médicos y
profesionales encargados del diagnóstico, la atención y el cuidado.
Aquellos que esperan encontrar en este libro alguna aportación den-
tro de este marco se verán, ciertamente, insatisfechos. Sin embargo,
la bibliografía médica al respecto es ingente y existen multitud de
recursos que hacen de esta información bastante accesible a todos
aquellos -especialistas y legos- interesados en profundizar en ese tipo
de conocimiento. En cualquier caso, este libro pretende mostrar la
necesidad de incluir entre los relatos “autorizados” las voces de
aquellos que sienten y padecen el trastorno.
Esta primera aproximación no es, hay que ser franco desde el ini-
2
cio , el asunto central de este libro. Muy por el contrario, nos interesa
sobremanera otra parte de la historia, una versión negada hasta hace
bien poco: la de la narrativa de aquejados y familiares. La segunda
de estas lecturas nos adentra entonces en el contexto de la “medicina
narrativa” –Narrative Based Medicine- y los esfuerzos de este para-
digma emergente por afianzar las voces y versiones de la experiencia
de enfermedad como una “evidencia” de primer orden de cara a una
práctica médica verdaderamente eficaz. Aquellos lectores familiari-
zados con la crítica sociológica y antropológica de la Medicina en-
contrarán en estas páginas un repaso un tanto apresurado a las
______________________________
2
Ninguno de los autores forma parte del elenco de voces “autorizadas” del dis-
curso psiquiátrico o psicológico. Este apartado es una revisión de la visión oficial
del trastorno, a fin de contextualizar a cualquier neófito sobre el tema. Para una
visión más especializada el lector deberá acudir a la cada vez más notoria biblio-
grafía médica al respecto.

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LORENZO MARIANO, JUAN ANTONIO FLORES Y CARMEN CIPRIANO

teorías culturales de la enfermedad, pero quizás se asombren del im-


pacto que ha tenido en una parte –residual o alternativa, según se
mire- de la propia Medicina y esa emergencia de la narrativa en sus
aproximaciones. Para los lectores enmarcados dentro de la corriente
oficial, este capítulo quizás sirva de punto de arranque para lecturas
posteriores que puedan llevar a una “ruptura de los cimientos” de
sus firmemente asentadas epistemologías. En este apartado tratare-
mos de afianzar la importancia epistemológica de estos relatos de
aflicción y la importancia del giro narrativo en la medicina contem-
poránea, así como la relevancia de esta cuestión en la salud mental
en general y los trastornos límite de personalidad en particular.
La tercera de las lecturas nos propone un acercamiento a tres
“biografías de aflicción”3, esto es, la aceptación tácita de la invitación
a unas vidas a través de las palabras de un grupo de mujeres diag-
nosticados de TLP. Se trata de la parte central del libro, un acerca-
miento etnográfico a los mundos de experiencia, las visiones e
ideologías sobre el trastorno desde la perspectiva del que lo sufre
en sus carnes. A través de estos relatos, proponemos un acerca-
miento a las metáforas del padecimiento, los sentidos que otorgan
a la enfermedad, las tramas y la elaboración de las tramas de cada
relato, las definiciones particulares sobre la etiología o las expectati-
vas sobre la curación. Esta parte otorga un papel protagonista a las
voces de los afligidos, tradicionalmente situadas en la periferia, en
los márgenes de lo irrelevante o lo anecdótico, pero que aquí en-
cuentran un lugar preferencial. Se trata de una aproximación a los
______________________________
3
Hemos preferido esta denominación frente a otras más clásicas dentro de la tradi-
ción de la Antropología Médica como “Sickness Career” referida en la literatura
de diferentes formas diversas -dependiendo de los autores o las definiciones par-
ticulares- como “carrera moral”, “help seeking behaviour”, “proceso asistencial”,
“itinerario terapeútico” o “proceso del padecimiento”. Para una discusión sobre
el término véase, por ejemplo Haro Encinas, (2000:138-141). Nuestra denomi-
nación se basa en que el término escogido explicita o remite a un tipo de relato
biográfico articulado a través de la irrupción de la enfermedad en la vida de los
afligidos, dando énfasis a la versión de un tiempo biográfico incardinado en la ex-
periencia de aflicción.

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NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

relatos que hablan de una vida de vaivenes y de falta de control emo-


cional, de vivir con un vacío que desgarra la carne, una vida con la
piel al descubierto. Vuelos y caídas emocionales que irrumpen tam-
bién en las entrevistas, en el punto desde el que se narran los acon-
tecimientos: a veces desde la euforia, a veces desde el optimismo, a
veces desde la desesperación o el llanto. Mar, una de las aquejadas
por este padecimiento, nos comentaba en cierta ocasión cómo du-
rante un tiempo estuvo pegada a la lectura de libros que trataban la
dolencia. Alguno escrito incluso desde la piel de los que lo padecían,
nos dijo medio sorprendida y medio indignada: una versión “subje-
tiva” a la que ella misma negaba valor. La voz de la experiencia arrin-
conada por el relato de la interpretación. Invertir esta lógica de la
jerarquía de evidencias es el objetivo central de este volumen.
La última de las secciones nos sitúa en un plano más analítico y
reflexivo. A partir de la etnografía de estas “biografías de aflicción”,
el último de los capítulos se construye alrededor del intento por ca-
pitalizar tales relatos como una evidencia de primer orden, no sólo
desde un punto de vista simbólico, hermenéutico, interpretativo o
sujeto al análisis narrativo clásico, sino también desde el punto de
vista de la atención y la práctica médicas. Construido de forma que
intenta sugerir más que revelar verdades, este capítulo se esfuerza
por delimitar escenarios de trabajo donde las narrativas de aflicción
y los relatos de experiencia de enfermedad abandonan el estigma de
lo subjetivo y lo carente de valor para convertirse en un relato im-
prescindible. Puestos a hablar de enfermedades, que menos que
ofrecer un espacio para la versión de los enfermos. Puestos a hablar
de evidencias, que menos que dejar espacio a la del sufrimiento.
Una última advertencia. Cada una de las tres biografías de aflic-
ción son el resultado de la participación colaborativa entre los in-
vestigadores y los entrevistados, verdaderos protagonistas de tales
relatos. Las estrategias y los modos de escritura de esos encuentros
son, también, diferentes. Por ejemplo, Lorenzo Mariano intenta per-
filar un texto donde la voz del entrevistador se funde con las res-

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LORENZO MARIANO, JUAN ANTONIO FLORES Y CARMEN CIPRIANO

puestas de Mar. Lejos de separaciones y distinciones más clásicas y


academicistas, este texto intenta ir sin descanso de las notas a pie de
página sobre el contexto, las impresiones del entrevistador o algunas
tímidas interpretaciones a la voz de la protagonista, donde se cuelan
sus vacilaciones o incluso sus lágrimas. En el caso de Juan Antonio
Flores, se opta por diferenciar la voz de la protagonista de esta na-
rrativa biográfica sufriente - la de Amanda-, y su voz como investi-
gador. Se establece un diálogo entre la voz de Amanda registrada en
las entrevistas, y la voz entrecortada de ella misma, balbuceante pero
que emite nítidas palabras, registrada en su voluminoso historial mé-
dico –que se explora con una mirada extrañada- a lo largo de más
de veinte años. Este autor intenta mostrar el papel que otros tras-
tornos físicos de salud que padece, y en especial sus habilidades y
actitudes en unas relaciones sociales conflictivas, pueden estar ju-
gando en su trastorno y diagnóstico como TLP. Carmen Cipriano,
por otro lado, pretende que el lector pueda comprender las necesi-
dades de hacerse daño que María tiene en su vida. Esa búsqueda de
paz y calma en su vida diaria a través de prácticas autolesivas. Se in-
tenta comprender la ambivalencia de sentimientos que verbaliza ante
lo que hace, sus lágrimas y alegrías ante las diferentes situaciones vi-
vidas. Pequeños retazos de vidas como montañas rusas, tramas sub-
alternas a un diagnóstico médico.

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(I)

EL TRASTORNO LÍMITE DE PERSONALIDAD


VERSIÓN OFICIAL

D e un tiempo a esta parte, y cada vez con más frecuencia, llegan


a las consultas de psiquiatras y psicólogos, y también a los ser-
vicios de urgencia4 de los hospitales casos de personas que expresan
y narran el sufrimiento de una especie del caos personal que, en oca-
siones, les lleva a poner en peligro su vida5. Afecta a alrededor de un
2% de la población (Torgersen et al. 2000). Su diagnóstico es Tras-
torno Límite de la Personalidad (TLP), con mucho, el más frecuente
de los trastornos de la personalidad (Gunderson y Zanarini, 1987).
Se conoce también como trastorno límite o fronterizo, definido
por el DSM-IV (DSM-IV 301.831) como “un trastorno de la per-
sonalidad que se caracteriza primariamente por inestabilidad emo-
cional, pensamiento extremadamente polarizado y dicotómico y
______________________________
4
Swartz et al. (1990) destacan un uso elevado de los servicios de asistencia
psiquiátrica y salud mental entre los pacientes con TLP, mayor que el de otros
grupos diagnósticos, exceptuando los pacientes afectados de esquizofrenia, cuyas
cifras de utilización fueron muy similares.
5
La tasa de suicidio entre los TLP, antes de los nuevos y más eficaces fármacos
era de un 10% (Stone, 1989), con una incidencia 50 veces superior a la observada
en la población general –puede verse una revisión en Oumaya et al. (2008)-. La
mayoría ocurren en los cinco primeros años, probablemente la incidencia más
alta entre los diagnósticos psiquiátricos (De Flores et al., 2007:36).

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NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

relaciones interpersonales caóticas”. Se incluye dentro del grupo B


de trastornos de la personalidad, los llamados “dramático-emocio-
nales”. Se ha dicho de él que probablemente que no haya trastorno
mental que haya suscitado tanta literatura, aunque muy poco de ella
sustentada en investigación empírica (Koenigsberg et al., 2002). La
literatura contemporánea y diversos grupos de trabajo han puesto
en cuestión la pertinencia de la denominación y la adscripción del
diagnóstico. Actualmente sólo conserva esta denominación el DSM-
IV-TR, pero ya en la 10ª revisión de CIE lo divide en dos apartados,
denominándolo “Trastorno de inestabilidad emocional de la perso-
nalidad” con dos variantes según el síntoma predominante, llamadas
de “tipo impulsivo” y de “tipo borderline”. Se espera que en la pró-
xima edición del DSM desaparezca su denominación actual y se revise
el peso de los criterios diagnósticos (Bernstein et al. 2007).
Como decíamos, la característica principal de este trastorno es un
esquema de comportamiento y funcionamiento alterado de forma es-
table y duradera, un patrón persistente de inestabilidad en las relaciones
interpersonales, el afecto y la autoimagen y un escaso control de los im-
pulsos. Poseen un sentido inestable de la personalidad y mecanismos
de defensa inmaduros (De Flores et al., 2007). Viven constantemente
en los extremos, pasando de la euforia a la depresión, de la ingenua cre-
dulidad a la desconfianza paranoide, del amor al odio, y todo porque su
estructura mental no les permite integrar, psicológicamente hablando,
los matices, las gradaciones ni las ambivalencias. Es un todo o nada.
El concepto “border” tiene ya una densa historia. Los pacientes
“limite” fueron descritos por primera vez por Stern (1938) y sería
Kernberg (1967) quien etiquetaría los rasgos de estos pacientes como
“organización límite de la personalidad”, más grave que el observado
en los trastornos neuróticos, pero menos que en los trastornos psicó-
ticos. Esa idea de frontera entre lo neurótico y lo psicótico sirvió para
acuñar la etiqueta de “límite”, hoy puesta en cuestión.
La definición del Trastorno Limite de la Personalidad parte del tra-
bajo de Gunderson y Singer (1975) y se liga a la clasificación del Ma-
nual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, 4ª Edición,
Revisado (DSM-IV-TR). Su manejo y su tratamiento son uno de los

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LORENZO MARIANO, JUAN ANTONIO FLORES Y CARMEN CIPRIANO

retos más difíciles con los que se enfrenta la salud mental. En la prác-
tica clínica, diagnosticar los TLP no resulta sencillo y la impresión ge-
neral es que se infra-diagnostica o se diagnostica erróneamente.
Cuando se acompaña de otros trastornos, el diagnóstico se complejiza.
El DSM-IV-TR6 propone el uso de 9 criterios diagnósticos es-
pecíficos7, divididos en síntomas afectivos, impulsivos, interperso-
nales y síntomas cognitivos:
Inestabilidad afectiva debida a una notable reactividad del estado
de ánimo (episodios de intensa disforia, irritabilidad o ansiedad, que
suelen durar unas horas).
Ira inapropiada e intensa o dificultades para controlarla.
Sentimientos crónicos de vacío o inutilidad.
Comportamientos, intentos o amenazas suicidas recurrentes o com-
portamiento de automutilación.
Un patrón de relaciones interpersonales inestables e intensas carac-
terizado por extremos de idealización y devaluación.
Impulsividad en al menos dos áreas que es potencialmente dañina
para sí mismo (Como en las relaciones sexuales, el control de los
gastos, abuso de sustancias…)
Esfuerzos frenéticos para evitar un abandono real o imaginado.
Alteración de la identidad: autoimagen o sentido de sí mismo acu-
sada y persistentemente inestable.
Ideación paranoide transitoria relacionada con el estrés o síntomas
disociativos graves.
______________________________
6
El ICD-10 de la Organización Mundial de la Salud tiene un diagnóstico compa-
rable, llamado "Trastorno de la Personalidad Emocionalmente Inestable-Tipo
Borderline" (F60.31).
7
Se cuenta también con instrumentos de evaluación psicológica como los cues-
tionarios de personalidad. Algunos de los más empleados son el Diagnostic Interview
for Borderline Personality- Revised ® (DIBR); Kernberg's Borderline Personality
Inventory ® (BPI); Millon Clinical Multiaxial Inventory III ® (MCMI-III).

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NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

Para realizar un diagnóstico de TLP se necesitan cumplir al menos


cinco de estos nueve criterios, siempre que al mismo tiempo estén
presentes durante un periodo considerable de tiempo. La combinación
de las 256 posibles combinaciones de síntomas ha servido para las
tesis revisionistas basadas en la tesis de constructo de la enfermedad.
De acuerdo con las cifras del DSM-IV-TR, tres de cada cuatro diag-
nósticos son mujeres (Torgersen 2000, Zanarini et al. 1999).8 Se ha
escrito que esta disparidad de cifras también puede explicarse por las
reticencias masculinas a la búsqueda de atención especializada por
miedo al estigma, marcando un itinerario diferente para cada género:
mientras las mujeres acaban en las consultas hospitalarias, los hombres
acaban en la cárcel por conductas derivadas de su tendencia a las adic-
ciones. También se han señalado diversidad en el curso de la enfer-
medad entre mujeres y hombres (Zanarini et al., 2003), la preminencia
de unos síntomas u otros o incluso el tipo de comorbilidad (Black et
al., 2007). En este aspecto, se ha escrito sobre el trastorno que es el
“paradigma de la comorbilidad (Cervera et al., 2005)9. En la actualidad,
los pacientes diagnosticados ocupan un espacio bastante amplio de la
salud mental. La prevalencia de los trastornos límite se sitúa entre el
1,1% y el 4,6% y la media se establece en un 2% de la población ge-
neral, esta cifra dobla la de la esquizofrenia10.
______________________________
8
Se han aducido sesgos poblacionales debidos a los porcentajes de búsqueda de
atención de hombres y mujeres para los problemas psicológicos, mayores en las
mujeres. Otros trabajos han apuntado hacia la caracterización sexista de la con-
ducta femenina como patológica, de forma que los síntomas –salvo la ira- pueden
ser más característicos de las mujeres que los hombres (Sprokc, 1996). La inci-
dencia de los factores sociales, culturales y biológicos están aún en discusión, y
hay quienes ponen en cuestión la validez del diagnóstico habida cuenta del sola-
pamiento con otros trastornos.
9
Se observa una elevada co-morbilidad con diagnósticos sintomáticos y es fre-
cuente que reciban tres o cuatro diagnósticos diferentes antes de llegar al de TLP.
La mayoría de pacientes cumplen criterios diagnósticos para otros trastornos de
la personalidad (Zanarini et al., 1999). Diagnósticos paralelos como depresión
mayor en el 71% (Linehan, 1993), distimia en un 63% o trastorno de pánico en
un 50% (Bateman y Fonagy, 1999)
10
La producción científica es, no obstante, asimétrica. Por ejemplo, una búsqueda
simple en Medline arroja 5313 resultados para “borderline personality” frente a los
90600 para “schizophrenia”. En cualquier caso, estas cifras son una aproximación
media a la bibliografía disponible, en continua revisión.

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LORENZO MARIANO, JUAN ANTONIO FLORES Y CARMEN CIPRIANO

El TLP es un trastorno de inicio temprano y de curso crónico.


El momento de máxima expresión clínica se sitúa al inicio de la vida
adulta, aunque encontramos las primeras manifestaciones de este
trastorno en la adolescencia y la pre-adolescencia. Los casos en que
aparece más precozmente suelen tener peor pronóstico sobre todo
si van acompañados en la adolescencia de abuso de sustancias, con-
ductas suicidas y parasuicidas y conductas auto destructivas. Los
años de mayor virulencia del trastorno suele ser entre los 20 años y
los 35 años. Se estima que aproximadamente un 70% de los TLP
han tenido conductas de tipo suicida o parasuicida y entre un 8 y un
10 % consuman el suicidio. Los síntomas se atenúan con la edad y
alrededor de los 40 o 50 años declinan los más relacionados con la
impulsividad. Al llegar a este punto de la vida, la mitad de los pa-
cientes se habrán estabilizado, pero la otra mitad se aislará progre-
sivamente y es muy probable que acabe con un severo deterioro
personal y relacional.
Los factores etiológicos del TLP siguen siendo motivo de discu-
sión11. Los modelos teóricos vigentes en la actualidad se centran en
diversos determinantes biológicos, psicológicos y sociales, pero el
bagaje empírico precisa ser aumentado. Entre esos factores, el aba-
nico es amplio y diverso, y encontramos elementos como la “hipe-
ractividad” en la infancia, las actitudes educacionales de los padres,
desestructuraciones familiares, abusos sexuales, “reactividad de la
neurotransmisión”, nivel socioeconómico, genes o factores y cog-
nitivos. Un conglomerado de posibilidades que acentúan el carácter
multidimensional del trastorno, aunque la mayoría de los trabajos
publicados se centran en las visiones biológicas y el tratamiento far-
macológico.
______________________________
11
El abanico de teorías es aquí ingente y excede, como advertíamos, el repaso
sumarial de este capítulo. Entre ese conglomerado se encuentra el modelo biológico,
el ecléctico-descriptivo, el modelo cognitivo, la Teoría Biosocial del aprendizaje
propuesta por Millon, los modelos convergentes o la más reciente teoría Poli-
vagal.

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NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

Una característica del TLP es la gran variabilidad de los síntomas


interindividual e intraindividualmente, lo que conlleva que este sea
un grupo heterogéneo y, al mismo tiempo, presente unos síntomas
cambiantes en el tiempo. En la vida adulta aparecen las crisis emo-
cionales intensas, según la bibliografía, a causa de la especial valora-
ción que estos pacientes suelen atribuir a las relaciones
interpersonales. No es infrecuente el consumo de tóxicos y la ines-
tabilidad personal les lleva a los servicios de urgencia y el contacto
con los recursos de salud mental. Hacia la mitad de la vida adulta se
observan dos procesos evolutivos diferenciados que esquemática-
mente podríamos describir así:
-Mejora sintomática. A pesar de que la persona presenta un cierto
desajuste psicosocial (familiar, laboral, etc.) el deterioro no es pro-
gresivo, lo que permite cierta estabilidad, alcanzando suficiente au-
tonomía personal y social.
-Persistencia de la sintomatología. En estos casos el desajuste
personal, familiar y social se mantiene y se acentúa. Aparecen im-
plicaciones familiares (perdida de vínculos, desgaste familiar), socia-
les (vivienda, trabajo), sanitarias (consumo de tóxicos), legales
(arrestos), etc.
Los pacientes aquejados de TLP se muestran dependientes y hos-
tiles12. Tienen un bajo nivel de tolerancia a la frustración y gran di-
ficultad para canalizarla de forma adecuada. Muestran una necesidad
enorme de llevar una vida normal y tener buenas relaciones, pero a
la vez, tienen mucho miedo a la intimidad. La tensión entre esta ne-
cesidad y el miedo causa ansiedad, culpabilidad y rabia. El senti-
miento de caos se traduce en sus actividades cotidianas: tienen
respuestas impredecibles, consistentes en cambios bruscos de
______________________________
12
También se ha señalado en la bibliografía que el personal sanitario destaca su
labilidad emocional y la habilidad o la pretensión a la manipulación. Sobre este
respecto, hay quien sostiene que son formas y expresiones de defensa ante la per-
cepción de amenazas. Tal y como se aprecian en las narrativas, las versiones de
los aquejados de enfermedad ofrecen un espacio a la falta de comprensión que
pueden ser el resultado de este tipo de diálogos.

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LORENZO MARIANO, JUAN ANTONIO FLORES Y CARMEN CIPRIANO

humor o repentinas explosiones emocionales. Pueden mostrar sar-


casmo extremo, amargura persistente o explosiones verbales. Los
sentimientos varían drásticamente en calidad e intensidad de mo-
mento a momento, pueden ser tan intensos que lleguen a distorsio-
nar la percepción de la realidad. Pueden alternar entre sentirse llenos
de sentimientos o bloquearse dando una imagen de apatía total y
absoluta. Con estos intensos sentimientos o pensamientos de tipo
negro/blanco, la desilusión a menudo se convierte en ira, que es di-
rigida hacia otros, en ataques verbales o físicos, o dirigida hacia uno
mismo en intentos de suicidio o conductas auto-lesionantes.
Se considera que el tratamiento más eficaz para estos pacientes
es la combinación de abordajes psicológicos13 y farmacológicos, con
la finalidad de aliviar los síntomas y las conductas que mas alteran
su calidad de vida. No obstante, ninguno de los dos tratamientos ha
demostrado suficiente eficacia terapéutica y a menudo han generado
una notable controversia. Otros trabajos han afirmado que se trata
de un trastorno con mejor pronóstico de lo que se piensa (De Flores
et al., 2007) y que un mayor período de seguimiento conlleva una
mayor oportunidad de mejora (McDavid y Pilkonis, 1993).
La vida se convierte entonces en una montaña rusa que sube y
baja, en un mundo que tiembla, con cimientos siempre inestables.

______________________________
13
Entre las que destacan la terapia dialéctico-conductual de Linehan (1993), de la
psicoterapia psicodinámica de Kernberg (1984) y de la psicoterapia interpersonal.
Por regla general, los objetivos de la mayoría de las psicoterapias que se aplican a
los TLP están orientadas a conseguir la disminución de la intensidad y la preva-
lencia de las conductas autodestructivas, el autocontrol emocional, la mejora de
las relaciones interpersonales del paciente, y la consecución de una mayor inte-
gración y comprensión de sus conflictos internos y relacionales.

25
(II)

N A R R AT I VA S DE AFLICCIÓN. VERSIONES
A LT E R N AT I VA S

“No hay enfermedad sin cuerpo, pero la enfermedad no es


algo que acontece en el cuerpo, sino en la vida”.

B. Good

L a versión oficialista que antes repasábamos comporta también


una jeraquización de los datos empíricos y las experiencias que
entran a formar parte de los elementos “relevantes” para el proceso
terapéutico. Esto es, aquellas cuestiones que se incluyen en la historia
clínica del paciente. Entre ellos, por supuesto, se encuentran los re-
latos de los pacientes y sus intentos por narrar sus experiencias de
enfermedad. En la mayor parte de las ocasiones, este tipo de infor-
mación se emplea en la elaboración de un diagnóstico más que com-
plejo y ocupan una posición marginal a lo largo del resto del
itinerario terapéutico. Desde la sociología del conocimiento o la an-
tropología de la medicina, esto no es más que la constatación de una
forma concreta en que el modelo biomédico construye sus objetos.
El surgimiento de la clínica moderna a finales del siglo XVIII supuso
el escenario de una revolución copernicana en el ethos y la práctica
médica, convertida desde entonces en una disciplina tan científica
como la Física (Foucault, 2007; Rosen, 1985; Ackercknetch, 1986;
Lawrence, 1994; Comelles, 2004). El poliédrico proceso sociohistó-
rico, político y económico que vendría después daría paso a un en-

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NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

torno de medicalización14 y a la primacía de lo que Menéndez ha de-


nominado Modelo Médico Hegemónico (1978, 1980, 1983, 2003). Las
versiones médicas modernas entendían de cuerpos, agentes etioló-
gicos, genes y serotonina, pero desterraban el ámbito de experiencia
del paciente, desde entonces señalado con el color escarlata de lo
subjetivo. Las personas enfermas, en palabras de Illich (1975), se
vieron privadas de la otrora riqueza de palabras significativas para
expresar su angustia cuando los médicos se apoderaron del lenguaje
referido al cuerpo. Mientras, el giro positivista de la nueva medicina
consagraba la investigación experimental como el método de inda-
gación por excelencia y el proceso de salud, enfermedad y atención
(s/e/a) se definía bajo el modelo de la etiología específica y una prác-
tica orientada hacia la curación de las dolencias agudas (Lawrence,
1994). Tal y como anotó Hahn (1995), la patología biomédica dise-
ñaba su progreso en unidades cada más pequeñas de observación,
una moderna “forma de mirar” hacia dentro que reducía cada vez
más el interés y los espacios de la experiencia del afligido y la narra-
tiva que porta. El diagnóstico médico no sería desde entonces otra
cosa que una invitación al paciente a desprenderse de su subjetividad
y a distanciarse de sí mismo (Clavreul, 1983).
La psiquiatría es, con diferencia, la especialidad de la Medicina
donde la palabra ha retenido parte de la importancia otorgada hasta
hace no mucho tiempo. Sin embargo, también aquí se establece esa
distinción jerárquica entre unas palabras –las empíricas de la insti-
tución y el profesional- y otras –las subjetivas de los pacientes-. Éstas
______________________________
14
Entendemos el proceso de medicalización como el fenómeno dinámico de la
extensión continua del dominio y la autoridad de la medicina a todos los órdenes
de la vida social. La medicalización se da cuando un fenómeno social o un aspecto
de la vida cotidiana que hasta el momento no había formado parte de la esfera
médica, empieza a ser traducido en estos términos (Illich, 1975; Foucault, 2001;
Martínez Hernáez, 2008). Tiende a convertir y a reducir los conflictos sociales
en patologías individuales. En ocasiones, este proceso de medicalización adquiere
la forma de la psiquiatrización y la psicologización de conductas sociales (enten-
diendo estas como universales) y se materializa en un control social e ideológico
sobre la población.

28
LORENZO MARIANO, JUAN ANTONIO FLORES Y CARMEN CIPRIANO

últimas resultan relevantes en la medida que sirven para el proceso


diagnóstico o en comentarios sobre la eficacia de la farmacología,
pero rara vez ascienden a la jerarquía de lo que los profesionales de-
nominan “evidencia”. Entre el cuerpo –la enfermedad- y el paciente
–la vida-, de manera tácita se opta por aquél.
Por supuesto, existen versiones alternativas. Si se acepta el tér-
mino, aproximaciones desde la periferia, contra-hegemónicas. Desde
la década de los setenta, la enfermedad constituida como un locus
apropiado para la investigación social ha proliferado de forma expo-
nencial desde perspectivas simbólicas, interpretativas o hermenéuti-
cas. Los trabajos pioneros de los antropólogos de Harvard -Arthur
Kleinman (1973, 1980) y Byron Good (1977)- transformaron los tra-
dicionales enfoques biologicistas sobre la enfermedad, reconvertida
desde entonces en sentido a través de conceptos cada vez más usua-
les, como símbolo, metáfora, narrativa o “red semántica de enferme-
dad”. El ideal de estos trabajos se alejaría entonces de los enfoques
de “explicaciones” (Erklarung) hacia modos de conocimientos ligados
a la comprensión (Verstehen) y la interpretación (Auslegung). Del “ideal
de explicaciones de leyes-y-ejemplos hacia otro ideal de casos-e-in-
terpretaciones” (Geertz, 1991:63). La enfermedad abandonaba el es-
pacio de la naturaleza para llenarse de cultura, definida entonces como
símbolos o textos interpretables en términos de contexto (Martínez
Hernáez, 2008:83) con un marcado interés analítico. Si el modelo
biomédico había erigido su hegemonía a partir de un isomorfismo
entre las categorías médicas (nosología) y los hechos (enfermedades)
que había desterrado al enfermo, a su biografía, a su mundo de ex-
periencia y las condiciones sociales y materiales de existencia, estos
trabajos emprendieron la tarea de rescatar esos sentidos considerados
erróneos o no relevantes. El paradigma hermenéutico (meaning-centered
approach) defendido por los trabajos de Good y Kleinman haría virar
la construcción de los objetos hacia el significado. La ya lejana dis-
tinción ofrecida por Fábrega a partir de su trabajo de campo en Zi-
nacantán (Fabrega 1972, Fabrega y Silver, 1973) entre el disease y la
illness dejaría entonces de posicionar a la biomedicina como árbitro o
moderador: la enfermedad se construía en torno a diversos “modelos

29
NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

explicativos”. La enfermedad no era ya una “entidad”, sino conceptos


explicativos, un “conjunto de significados”. Aprender y definir la en-
fermedad debía incluir la persecución de la realidad aflictiva del afec-
tado (Good y Del Vecchio, 1981:179). Esto es, no una realidad
puramente biológica, sino un producto cultural de un mundo local
de significados. La enfermedad pertenecería entonces a la cultura –
la cultura especializada de la medicina- de tal forma que la medicina
no es sólo un medio de representar la enfermedad, sino que es esen-
cial para su propia construcción como una realidad humana (Klein-
man, 1973, Good y Del Vecchio, 1981). Un giro que no supuso una
mera contraposición al reduccionismo biológico, sino la argumenta-
ción que la enfermedad era una entidad construida y que para la labor
cognoscible era imprescindible la actividad interpretativa. Las pala-
bras de unos y otros se situaron en el mismo plano de conocimiento.
Por supuesto, el modelo alopático mantiene un discurso sobre la vi-
sión holística de la enfermedad, donde se entrecruzan teorías sobre lo
social y lo cultural, aunque en la práctica todo ello se reduce a meros
“epifenómenos”, tal y como han señalado diversos trabajos sobre el
modelo biomédico (Menéndez, 1981, 1982, 1990). Frente a los enfoques
y trabajos biomédicos centrados en el protagonismo de la enfermedad,
los de los antropólogos en las tres últimas décadas han acentuado el ca-
rácter central de la experiencia y el sentido de la enfermedad, inserta en
complejas tramas donde se interrelaciona lo fisiológico, lo cultural y lo
social que devuelven el protagonismo al enfermo. Tal y como ha seña-
lado Byron Good (2003), no puede haber enfermedad sin cuerpo, pero
la enfermedad no es algo que acontece en el cuerpo, sino en la vida.
Estos enfoques, lejos de responder al mero objetivismo humanista de
rescatar esas otras voces desterradas, han resultado de un evidente in-
terés analítico y aplicado, sea en los problemas de comunicación (Fried,
(1982), Ying (1990), Pugh (1991), Blumhagen (1982), las relaciones entre
narraciones e interpretaciones de la enfermedad de acuerdo a las histo-
rias del discurso que las modelan y los contextos de poder (Kuiper, 1989,
Kleinman, 1988, Kleinman y Good, 1985).
El carácter aplicado se acrecentaría con las críticas de la propuesta
del constructivismo social de Young (1982), quien abogaría por la ne-

30
LORENZO MARIANO, JUAN ANTONIO FLORES Y CARMEN CIPRIANO

cesidad de incluir en los análisis lo que él define como una “antropo-


logía de la sickness” o las dimensiones sociales de la enfermedad, esto
es, el proceso de socialización donde entran en juego fuerzas sociales,
económicas, políticas e ideológicas que no pueden ser eludidas. El re-
sultado de todo este proceso histórico ha abocado a nuevas actuales
propuestas que transitan de la mano de conceptos o paradigmas como
“embodiment” o “sufrimiento social”, donde la enfermedad pasa del
“sentido” a la visión de experiencia humana intersubjetiva”, una vi-
vencia corporal existencial (Csordas, 1994, 1997), apuntando a las dis-
tinciones entre el cuerpo y la corporalización. El giro interpretativo
se ha centrado en los últimos años en las experiencias de los individuos
como base y la problemática de las representaciones de enfermedad,
en análisis centrados en esa experiencia y en un cuerpo que se con-
vierte en memoria de la historia y las relaciones sociales, el lugar evi-
dente para estudiar las dolencias, el sufrimiento y la enfermedad
(Pandolfi, 1990). Los trabajos articulados en torno a la “fenomenolo-
gía de la experiencia de la enfermedad” se han erigido como impor-
tantes medios para el análisis de la relación entre significado y
experiencia como fenómenos interpretativos. Bajo el peso de esta tra-
dición, en la actualidad algunos trabajos se han centrado en ofrecer
discursos y paradigmas alternativos al Evidence-Based Medicine (EBM),
como el de la Medicina Basada en Narrativas –Narrative Based Me-
dicine (NBM)-. Diversas voces han alertado sobre la construcción so-
cial, económica y política de las pruebas y “evidencias” médicas y su
carácter biopolítico y en los últimos años ha emergido un paradigma
que, a menudo, no se opone al EBM, sino que busca complementarlo.
¿Por qué desechar otras evidencias cuando las narrativas ofrecen algo
tan central como “la evidencia del sufrimiento? Es en este contexto
donde se encuadran las pretensiones de esta investigación.
Desde un punto de vista más centrado en los trabajos sobre tras-
tornos mentales, las relaciones entre Psiquiatría y la investigación
social no son nada novedosas. Resulta inevitable mencionar las tem-
pranas aportaciones de Benedict (1934) en torno a la relativización
de los criterios de normalidad y anormalidad de los trastornos psi-

31
NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

quiátricos: la uniformidad era algo propio del psiquiatra y su cultura


y no tanto del objeto de análisis. Los trabajos posteriores aliviarían
la carga culturalista de sus trabajos, pero parece claro que entre las
disfunciones cognitivas y neuroquímicas, la cultura había llegado
para quedarse entre los trastornos mentales.

EBM NBM
Disease Illness
Enfermedad: Localización anatómica. Al- Enfermedad como algo que acontece en la
teración fisiológica (Biologización) vida (Socialización)
Individualización Contextualización. Aproximación holística
Diagnóstico: delimitación del sentido. Acto
Diagnóstico: Categorización. Descubrimiento
interpretativo
Evidencia como “hechos” en términos “Evidencia” en términos narrativos, emo-
empíricos. Ensayos clínicos cionales y de experiencia
Autoridad: Biomedicina Autoridad: por construir.
Enfermedad con significado monolítico en
Significado aprendido y colaborativo
el discurso del especialista
Relatos en términos patológicos Relatos en términos biográficos
Protagonismo relato profesional. Jerar- Relato poliédrico. Versiones alternativas.
quización clara Co-saberes
Orientada a la curación Orientada al paciente y su mundo emocional
Aprendizaje de Humanidades, literatura y
Teoría anatómica, fisiológica, bioquímica
la teoría que ilumina los actos narrativos
Atención al dolor Atención al sufrimiento
Números pequeños, epidemiología sin
Grandes números, valores promedios
números
“Conocimiento sobre” (Knowledge about) “Living Through”
Iluminar verdades universales Iluminar verdades universales revelando lo
trascendiendo lo particular particular
“Detached concern” “Engaged concern”
Estudios de cohorte /Ensayos clínicos Estudios de caso
Historiales médicos: relato monológico de Historiales médicos: relatos corales, po-
profesionales lifónicos

Fig. 1. Diferencias entre EBM y NBM. Tomado de Mariano y Cipriano (2012).

32
LORENZO MARIANO, JUAN ANTONIO FLORES Y CARMEN CIPRIANO

La lista de enfoques y trabajos resultaría inabarcable tanto desde


la óptica de la psiquiatría transcultural como desde la más contem-
poránea psiquiatría cultural. A pesar del giro hacia la representación
y la multicausalidad, la psicofarmacología mantiene la hegemonía
frente a los trabajos que abordan los contextos de producción de la
enfermedad. La antropología descubriría en la Psiquiatría a un sis-
tema cultural de y para, erigido en la concepción baconiana del len-
guaje y el empirismo de la corriente conocida como Neokraepelinismo,
con resultados como el DSM-IV o el DSM IV-TR: el saber sería una
mera copia de los hechos, sin interferencias de lo social, lo cultural
o de la economía política. La crítica de la década de los setenta sobre
la construcción cultural de la biomedicina se inspiró en los trabajos
sobre trastornos mentales. Lo que Kleinman denominaría “falacia
categorial” (1977-1988) estaba articulada sobre la idea “errónea” de
que las categorías psiquiátricas eran más bien hechos que “repre-
sentaciones”, como antes comentábamos. La cultura daría formas a
los síntomas emocionales, cognoscitivos y del comportamiento que
son evaluados en el encuentro diagnóstico (Jenkins, 1998). De esta
forma, los nuevos enfoques se han multiplicado en las investigacio-
nes psiquiátricas, y así, por ejemplo, en relación con los pronósticos
de ciertos trastornos mentales, algunos trabajos se han esforzado
por resaltar la importancia de las diversas concepciones culturales
(Guarnaccia et al., 1992) de los pacientes, el impacto de la familia a
partir de variables como la de “emoción expresada” –donde las va-
loraciones de la familia en forma de hostilidad y criticismo empeo-
raban el pronóstico-, el tamaño y la morfología de las redes sociales
(Martínez Hernáez, 1998) o el trabajo y otras variables económico
políticas (Warner, 1985, 1992). Algunos trabajos se han esforzado
en reubicar el padecimiento en nuevos contextos de multidimensio-
nalidad y multicausalidad, como los trabajos de Martínez Hernáez
(1998) sobre la esquizofrenia o las nociones y el sentido otorgado
por pacientes de un hospital psiquiátrico a la noción de locura (Már-
quez Romero, 2010). La idea central de partida es entonces más

33
NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

clara: hablar de enfermedad –también de trastorno mental- es tanto


hablar de lo fisiológico y lo farmacológico como de la experiencia,
del sentido, de la aflicción y de los contextos de producción de la
enfermedad. Además, si como ha señalado Lipson (2000), ese “vivir
con la enfermedad” es mucho más importante para los pacientes y,
por otro lado, desligarse de las implicaciones sociopolíticas es negar
una parte central de la enfermedad, la justificación de rescatar esos
otros mundos de significación es más que evidente. Como se ha se-
ñalado para los avances de la reforma del DSM IV, adolecemos para
una información que se necesita: la historia del paciente, su narrativa
(Tucker, 1998).
La propuesta de esta investigación se encuadra dentro de estas
nuevas premisas que delinean el paradigma complementario de la
Medicina Basada en Narrativas (Mariano y Cipriano, 2012) ó NBM
con el objeto de rescatar la narrativa y la experiencia del paciente
acortando la distancia entre “saber” acerca de la enfermedad y
“comprender” la experiencia (Greenhalgh y Hurwitz, 1998, 1999),
(Charon 1993, 2001, 2006). La NBM definiría y asumiría ciertos lí-
mites de la objetividad en el método clínico, sumando al ejercicio
diagnóstico un asunto menos de “evidencias” en términos de ensa-
yos clínicos y más de historias interpretadas (Greenhalgh y Hurwitz,
1999). Los relatos de las experiencias de los pacientes pasarán en-
tonces a considerarse como “evidencias” intentando dar respuesta
a las cuestiones planteadas por el paciente: ¿Qué me pasa? ¿Por qué
me pasa esto a mí? y ¿qué va a ser de mí? (Charon, 2001).
En este contexto, la narrativa se entiende como el acto de cons-
truir un relato en el que diferentes eventos se muestran en un orden,
permitiendo al paciente mostrar su mundo de experiencia y aflicción
en términos emocionales, sociales, familiares y culturales; pero ade-
más ofrece al profesional una información contextualizada, indivi-
dual y biográfica sobre otros datos no accesibles por otras vías. Las
pretensiones de este libro, al trasladar estos relatos a la primera línea
de las evidencias médicas, se articulan en conseguir trasformar la

34
LORENZO MARIANO, JUAN ANTONIO FLORES Y CARMEN CIPRIANO

enfermedad en sentido, el diagnóstico en los alegatos por ser com-


prendidos y atendidos en la experiencia de sufrimiento. Mostrar, a
través de los mismos, como el TLP debe ser abordado desde un pa-
radigma multidimensional que ligue la tradicional triada de concep-
tos (disease-illness-sickness).
Esto es, transitar de los neurotransmisores a la vida, de las histo-
rias clínicas a las historias de aflicción, de la terapia psicofarmaco-
lógica a los contextos sociales de producción, siendo conscientes
que las diversas versiones serían siempre tan incompletas las unas
sin las otras.

35
(III)

MAR. LA VIDA SIN PIEL

“No…” La pregunta parece cogerle por sorpresa. Un tanto des-


armada, se esfuerza dubitativa en repasar los recuerdos de la infan-
cia, aunque acaba finalmente por desistir. No recuerdo una época
donde haber sido feliz, no recuerda un tiempo sin sentirse enferma.
Seguro que los he tenido, advierte sin mucha convicción, pero,
¿sabes qué pasa? Que nosotros… nuestro cerebro quizás se haya
quedado con lo negativo… no lo sé. El nosotros es la forma en la que
Mar agrupa a los aquejados de Trastorno Límite de Personalidad,
abreviado en las conversaciones como TLP. Cada TLP es un mundo,
cada uno lo vive y lo siente de manera particular, repetirá en muchas
ocasiones, pero a través de ese nosotros parece enfatizar una idea de
comunidad que la impregna y que la separa del resto de personas.
La tinta de un diagnóstico que de un tiempo a esta parte organiza la
trama de su biografía. Tal y como ella escribe, el TLP es la enferme-
dad psicológica y mental más autodestructiva, desconocida y no en-
tendida. Mi vida es como un camino empedrado en el cual me tengo
que enfrentar a problemas, situaciones que intentar que no me hagan
perder el control. Esto es una lucha diaria.

37
NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

Una lucha que empezó algunos años atrás. Mar es una mujer mo-
rena de estatura media, delgada. En nuestro primer encuentro se
presentó tras unas gafas de pasta negras. Luce dos piercing en la cara,
uno atravesado en el centro del labio inferior y otro de anilla, en el
lado derecho de la nariz. Viste con vaqueros, chaqueta de lana os-
cura. Sus manos ofrecen unas uñas largas sin esmalte que se mueven
nerviosas durante las entrevistas, llevándoselas a la boca con aire
preocupado en más de una ocasión. Fuma a cada rato que puede y
nuestro primer día se muestra un tanto nerviosa y emocionada. Suele
llevar un par de anillos y varias pulseras en los antebrazos. En algún
momento de aquella primera entrevista sus ojos enrojecidos soltaron
alguna lágrima. Yo vengo ahora mismo en, en carne viva, comenta
mientras se ríe, una de esas risas nerviosas tan características.
¿Sabes?, pero es que en carne viva es mejor la… la grabación. Pienso,
pienso. Porque si razono no vengo como un TLP, no sé explicarlo,
un TLP que hablaría de otra manera, lo argumentaría de otra ma-
nera, si vengo en carne viva como estoy, como estoy ahora, como
yo digo, a flor de piel, pues te hablo más, con más emoción. Esta es
la metáfora que Mar se empeña en emplear hasta la saciedad para
explicar a los profanos lo que implica vivir con su enfermedad.
Abierta al mundo sin protección, sujeta a los vaivenes contra los que
poco puede oponer.
La vida sin piel.
Mar nos cuenta que no deja de resultarle extraño que alguien se
interese por su vida, a fin de cuentas, admite, se trata de una vida
corriente, de alguien sin importancia. En este tiempo se encuentra
de baja laboral, con una solicitud de incapacidad laboral permanente
pendiente de ser revisada por el tribunal médico. Es la menor de
una familia con una hermana y tres hermanos. Durante el tiempo
de nuestros encuentros, hacía no mucho que había conocido a un
chico de otra ciudad –Tino- con el que mantenía una relación, pri-
mero en la distancia y algo más tarde conviviendo en un pequeño
apartamento. Hasta ese momento vivía de alquiler junto a su madre,
una mujer de 76 años a la que cuidaba y por quien era cuidada.

38
LORENZO MARIANO, JUAN ANTONIO FLORES Y CARMEN CIPRIANO

El compás de su discurso se antoja en ocasiones perezoso, disár-


trico, un tono lento y pausado que parece escoger los silencios. Mar
parece mostrar una marcada pretensión en dispersarse en un relato
en que los acontecimientos se muestran en numerosas ocasiones bo-
rrosos. A mí me gusta cuidarme, y siempre voy cargada con cremas
de todo tipo. Lo comenta mientras rebusca algo en su bolso. Cuidar
un cuerpo con el que parece enfrentada cada día, un yo al que trata
de domesticar. Y un cuerpo en el que aparecen inscritos algunas hue-
llas de su particular itinerario terapéutico: le falta un trozo del tabique
nasal, un recuerdo de sus devaneos sin control con la cocaína, le han
diagnosticado un “megacolon” que relacionan con su adicción a los
laxantes de un periodo obsesivo con el ritmo intestinal dentro de
un historial de trastornos alimentarios. Como si de alguna manera,
su incapacidad para controlar las emociones y los impulsos se viera
compensada por este control de la carne. Y una explicación seme-
jante nos ofrece para dar sentido a las cicatrices de cortes por todo
el cuerpo que intenta disimular con maquillaje o con ropa. Como si
fuera una tarjeta de visita, su presentación no deja indiferente: Yo
tengo cuatro UCIS, cientos de, bueno cientos no perdón, bastantes
lavados de estómago, he tenido cortes por todo el cuerpo, he sido
una alcohólica, he sido una cocainómana, he tenido trastorno de la
alimentación, eh… ¿qué más? Alcohólica, cocainómana, trastorno
alimentario, corte por el cuerpo y cuatro UCIS… Que yo creo que
no es poco lo que les he dicho, aun así sigo luchando cada día, quiero
tener una vida digna, y lo voy a conseguir, yo lo voy a conseguir,
porque el que quiere puede…
Quizás como el de todo el mundo, el discurso de Mar es gregario
de su estado de ánimo. Los días alegres dibujan un relato optimista,
otros acentúan la experiencia del sufrimiento. Pero en nuestras con-
versaciones algunas cuestiones permanecen inamovibles y entre
ellas, una actitud suya a imaginar un futuro mejor. La narración de
la enfermedad – la elaboración de la trama-, se torna entonces un
acto performativo donde los días que están por venir se cincelan

39
NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

alegres y luminosos, frente a un pasado sombrío marcado por los


excesos y el descontrol. Un hacer con las palabras que tiende a pro-
yectar teleológicamente los tiempos del ayer en futuros abiertos a la
curación. Antes era difícil, muy difícil convivir conmigo. Yo he su-
frido mucho, y he hecho sufrir mucho, pero ahora es fácil. Lo dice
con convicción, como si al conjugar las palabras se conjurase la re-
alidad. De esta forma, no es de extrañar que Mar tuviera dificultades
en encontrar en su memoria un tiempo de felicidad, alejada de la en-
fermedad. Ser TLP, vivir la enfermedad resulta extenuante. Pues
mira, un TLP es una persona que siente con las emociones, no con
la razón, es como si no tuviera piel, vive en carne viva, entonces –
las pausas se alargan- ante cualquier persona que le diga cualquier
cosa no va a sentir ni va a pensar como otra persona que no sea
TLP. Se lo va a tomar mucho a la tremenda y lo va a agrandar todo,
eso es un TLP. Una forma de estar en el mundo que arrastra severas
consecuencias. Mar relata un par de ejemplos donde esa forma de
estar en el mundo tan emocional le acarrea graves consecuencias en
sus lazos sociales. En el primero, estuvieron celebrando un cumple-
años con unos amigos, donde alguien sostuvo entre brazos a un
bebé que estaba en la casa. Parece costarle explicar que estos amigos
comentarían más tarde que había sido la propia Mar quien sostenía
al bebé mientras gritaba entre risas “!con lo loca que estoy yo…!”
Al pedirles explicaciones sobre esos comentarios, la contestación de
sus amigos le causaría mucho daño; me dijeron, mira, no queremos
ir contigo porque… no queremos que las niñas… por nuestras hijas,
porque las vas a hacer daño, dos niñas pequeñitas… y yo ese verano
lo pasé sola, en casa pintando – otro silencio largo- era duro, era
muy duro… Son ocasiones donde resulta difícil convivir con el es-
tigma, como cierto día en que se da cuenta que algunas de las per-
sonas con las que entabla amistad se niegan a presentarla al resto de
sus amigos. Como si le dieran vergüenza. Y en esta sucesión de des-
encuentros dolorosos, la enfermedad se cuela también entre repro-
ches e incluso en algún divorcio. Así ocurrió con el de su hermana,

40
LORENZO MARIANO, JUAN ANTONIO FLORES Y CARMEN CIPRIANO

donde su enfermedad entraría en escena causándole un gran dis-


gusto. Cuando se estaba separando, él –su excuñado- se vio deses-
perado porque perdía a sus hijos, llegó a decir que yo no estaba
preparada para cuidar a esos hijos porque yo era una drogadicta.
Eso fue un golpe muy bajo. Entonces ese mismo día cogí y me fui
a beber a beber y beber a beber chupitos… entonces la chica que
trabaja en casa, en casa de mi hermana, me recogió y me llevo a su
casa, y nada… mi vida es un libro…
Un libro de acontecimientos abierto a la mitad que recoge en las
páginas anteriores momentos repletos de sufrimiento e incompren-
sión. Yo no sabía lo que era un TLP, pero ahora sé lo que es un TLP;
¿y saben lo que es lo peor? que no nos entienden. Porque si a mí se
me rompe un brazo, o tengo un cáncer de pecho, pobrecita, ¡pobre-
cita! ¡Pero yo a lo mejor es peor! Porque si le extirpan un seno, te
pueden colocar una prótesis, ya se curan los cánceres de mama, pero
esto no se cura, y encima es un sufrimiento tan grande el que tene-
mos por dentro, que además nos autodestruimos, nos autodestrui-
mos de tal manera que somos como una montaña rusa que sube y
baja, que sube y que baja pero que en cualquier momento podemos
salir despedidas, que es lo que le ha pasado a mucha gente, y puede
que me hubiera pasado a mí, yo he tenido esa suerte, pero me he
destrozado el hígado, pero podía haber quedado hecha un vegetal o
podía haber quedado… La falta de comprensión es la piedra angular
que da sentido a todo el relato. Y en ella parece encontrar la expli-
cación para el anclaje social del padecimiento, la transfusión de la
enfermedad en su vida: los conflictos familiares que ha mantenido,
especialmente con su madre y su hermana. Mar recuerda el día en
uno de los muchos internamientos que ha tenido en estos años.
Aquel día consiguió verse con distancia al verse reflejada en otra
mujer con quien compartía internamiento. Dios mío, como me he
podido poner así…, porque es que es como dar pena, es arrastrarte...
pero bueno, hay que asumirlo hay que aceptarte, pero a mí me gus-
taría que mi familia estuviera conmigo y lo comprendiera, que mi

41
NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

familia estuviera conmigo, que yo no quiero hacer daño a mi madre,


que yo no quiero hacer daño a mi hermana ni mis hermanos, pero
que comprendan que estoy enferma, que estoy luchando – a medida
que en el relato las lágrimas parecen quedarse en la garganta- que
yo no estoy en casa metida en la cama ¿eh? Que todos están ha-
ciendo su vida y yo estoy cuidando a mi madre… y nada... hay varios
tipos de TLP, también hay trastornos límite, el a, el b, de eso ya no
le puedo hablar, pero el límite es horrible, y señores: que nos pode-
mos matar de un día para otro…
Con esa última advertencia, Mar parece querer subrayar los peli-
gros de la enfermedad, su realidad, el borde de esa sensación que la
acompaña desde siempre al sentirse incomprendida. Y especial-
mente tormentosa resulta la relación que mantiene con su hermana,
en ocasiones descrita a través de la admiración y otras tantas desde
el reproche. Vivo con mi madre, desde el… pues desde que me echó
mi hermana, eso fue en el 2008. Me echaron del trabajo, mi hermana
me echó de casa, además me dijo: ya te mandaré la maleta, deja las
llaves de mi casa… y mi madre no estaba en casa, estaba en el
campo. Llamé a mi hermano Julio… todo de golpe y porrazo… des-
pués de que me tragué toda su separación, la mía, le ayudaba con
los niños... Cuando habla de los niños se refiere a sus tres sobrinos,
ahora estudiantes de bachillerato y los primeros años de facultad.
Su hermana es una mujer de cuarenta años que arrastra un divorcio,
como casi todos, doloroso, y que ahora, según Mar, encara la vida
como una quinceañera. Tampoco había vivido nunca antes, nunca
se había divertido, siempre había vivido para trabajar y para sus hijos
y para la casa. Pues que ahora se divierta todo lo que quiera. Aunque
siempre habían estado muy unidas, la irrupción de la enfermedad
en sus vidas derrumbaría esos lazos familiares. Y cuando yo vea,
cuando veamos que podemos tener una buena relación como her-
manas la tenemos, le dije. Y hasta cada uno lo suyo. Ella se distanció
por completo pero es que mi hermana lo ha pasado muy mal con-
migo, muy mal; según tenía yo la cara así lo tenía ella, llegó a pedir

42
LORENZO MARIANO, JUAN ANTONIO FLORES Y CARMEN CIPRIANO

un préstamo para comprarme ropa... Yo quería más ropa, ¿sabes?


Las perennes transacciones de la enfermedad a la vida de los afec-
tados tiene aquí un reflejo paradigmático: del cuerpo a las deudas
contraídas con el banco. Los conflictos personales de Mar se remon-
tan más atrás de esa fecha tan señalada. Continúa hablando de su
hermana. Ella me ha aguantado borracheras, ella me ha tirado un
gramo de coca por el baño, ella… bueno ella ha sufrido muchísimo.
Entonces yo no puedo… La ruptura de esta relación fraternal y el
reclamo posterior por la falta de comprensión convergen en el relato
biográfico de la enfermedad con la crisis que Mar señala como el
inicio del padecimiento, o al menos, del desencadenante del diag-
nóstico. Si, “todo de golpe y porrazo”. Como si todo encajara, la
enfermedad arreciaba como siempre lo hace, derrumbando el
mundo, todo de golpe, todo de una vez. 2008, el año del diagnóstico.
La vida convertida en ruinas.
Los detalles de los acontecimientos que condujeron a que su her-
mana la echara de casa y el posterior diagnóstico se enmarañan en
su relato. Mar trabajaba en aquel entonces como camarera de un co-
nocido restaurante de su ciudad, un lugar frecuente de turistas y vi-
sitantes esporádicos donde uno de sus hermanos trabajaba como
gerente. En los ratos libres, los trabajadores se juntaban para tomar
unas cañas. Y entre ellos había un chico que era homosexual pero
no quería… no quería salir del armario. Ni se le nota ni nada, pero
se enamoró de mí yo de él. Y hubo un enfado muy gordo. Entonces
estuvimos cuatro o cinco días con un tira y afloja… En una descrip-
ción farragosa y en ocasiones desconcertante, Mar explica los mo-
mentos de tensión que vivía en el trabajo con aquel compañero, con
una discusión tras otra. Y él bebía. Se escondía los botellines en el…
yo ese día no había bebido nada. ¡Tú lo que me quieres es arruinar
la vida, no se qué! Me fui al servicio y le dio una hostia a la puerta…
y yo ya le había agobiado mucho, yo le había llamado mucho e in-
cluso rompió el candado. En otra ocasión, Mar nos explicó que su

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NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

incapacidad para lidiar con los impulsos le llevaba también a llamar


y mandar mensajes de manera incansable a amigos, que acababan
siempre hartos de ella. Es otra de las formas en las que la enferme-
dad se incrusta en la vida, derrumbándola. La solución que había
puesto en marcha era desprenderse del móvil, o al menos en el pre-
sente, de alejarlo en los periodos en que notaba que le costaba man-
tener esa batalla cotidiana contra su cuerpo. Entonces yo me puse a
llorar, me puse… y dijo: ¡lo que pasa con esta tía es que quiere es
que quiere que yo me la folle! Y tuve que haberle saltado por dis-
creción: ¡lo que pasa es que tú no puedes! Porque habíamos tenido…
habíamos estado en la cama y no habíamos… y, pero yo no quise
que le diera vergüenza ¿sabes? Bueno yo voy a ser más señora que
tú. Luego me esperé a que saliera uno de los encargados. Pues al día
siguiente yo estaba muy mal y no fui a trabajar. Pues a los dos días
ingresé. Este ingreso supuso también su despido y también la rup-
tura de la relación con su hermana. Le dije, Lola, que me han echado.
Me dijo pues deja las llaves ahí, y te largas.
Aunque Mar prefiere pasar de puntillas sobre esa cuestión, parece
que este acontecimiento no fue, para su hermana, el inicio del tras-
torno, sino la gota que hizo rebosar una relación tormentosa. El día
que su hermana la echó de casa, su madre no estaba en la ciudad.
Tras hablar con su hermano Pedro, Mar se tomó un montón de pas-
tillas… que no me hicieron nada... Me quedé dormida en el sofá.
Entonces a los dos días me ingresaron, ese fue mi primer ingreso.
Salí a la semana y pico diciendo que tenía un trastorno adaptativo,
que lo tengo… crónico. Y en su versión de la historia, es en esos
días de internamiento donde escuchará el diagnóstico por primera
vez, el inicio de ese yo convertido en nosotros. Tú eres TLP. En con-
tra de lo que pudiera pensarse, no fue un médico quien la etiquetó
dentro de los trastornos límites de personalidad, sino su propia her-
mana, que aunque no fue a visitarla, la llamaba por teléfono. Tú eres
esto. Nos conocemos tanto… lo miró en el ordenador. Vio los pun-

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LORENZO MARIANO, JUAN ANTONIO FLORES Y CARMEN CIPRIANO

tos, y como… llamó por teléfono al hospital, y dijo, tú tienes tras-


torno límite de la personalidad Digo no, a mi me han dicho que
tengo trastorno adaptativo crónico y dice ¡no!, que yo lo he estado
viendo y tú tienes esto. Y digo bueno, y ¿qué pasa con eso? Y dijo,
pues que es duro.
Mar cae en ese instante en un largo silencio que parece contener
la memoria del daño, quizás el recordar ese momento o al repasar el
camino andado desde entonces. Por fin continúa. Yo no sabía eso,
nada, nada, y resulta que ha sido horrible, ha sido horrible eso no se
lo deseo a nadie. O sea, es terrorífico, como te autodestruye, como
te… te puedes… ¡de quitarse la vida! El dolor tan insoportable, es
como si te abrieran en canal. O sea, esa es la descripción, el senti-
miento de vacío, nunca estás a gusto con nada, empiezas las cosas
¡no las acabas! Vuelve a caer en el silencio. Es más algo que no se
cómo… no sé, no recuerdo bien cuando fue que el médico me dijo,
enseguida después, me acuerdo que me fui a Barcelona, estuve mes
y pico. Y bebía, bebía, bebía…
Tras el ingreso y la inscripción del nuevo diagnóstico en su vida,
Mar decidió alejarse de su familia y sin apenas recursos estuvo vi-
viendo una temporada en Barcelona. La relación con su hermana
estaba entonces prácticamente rota, pero como se intuía en su relato,
el desgaste procedía de muchos años atrás, en ese tiempo en el que
sus recuerdos intentan desprenderse de otro yo, separando el ayer
del presente y el futuro. Bueno, yo… yo siempre, siempre me pasa,
desde que tengo 16 años he trabajado mucho, yo era una persona
muy… con muy poca autoestima, por ejemplo, si pasaba algo en el
trabajo, o faltaba algo de dinero en las cajas, ay, no pensarán de mi
¿no? No pensarán de mi… y un día, yo decía, yo aquí no voy a
aprender más, llevaba ya... era una empresa, seis años, trabajaba once
y doce horas, tenía buen sueldo, bueno… un buen sueldo, la verdad
es que te explotaban, pero era una empresa que pagaba bien y una
amiga, muy amiga, que nos conocemos desde… hemos hecho la co-
munión juntas, hemos ido al cole juntas, hemos estado siempre jun-

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NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

tas, ella es una egolátra, por no decirle una narcisista, pero como yo
no le bailo el agua, conmigo no lo es, nos fuimos a Ibiza juntas. Yo
siempre he sido doña drogassientanmemal, o sea que yo siempre tenía
que tener dinero para mi taxi para volver, eh… allí tuve un accidente
y entonces me empecé a juntar con una persona que, yo no lo sabía,
era drogadicto de caballo, en una botella, como esta así -señala la
que sujeta entre las manos, de medio litro- como la que tengo en la
mano, de basuco, mezclaba cocaína y heroína, y él empezó, pues ¿te
llevo a la rehabilitación? Sí, no sé qué… el caso es que a mí me invitó
un día a su casa en Madrid y yo quedé maravillada de los libros que
tenía, de lo inteligente que era, tenía cuadros impresionantes que
eran verdaderos, era un… y yo me enamoré por eso, yo no sabía que
era lo que estaba haciendo, él se desanamoró de mi porque decía ¿quie-
res un tiro? Y yo decía no, el caso es que al final el acabó engan-
chándome, al final acabé enterándome de todo, y… me decía venga,
tomo un poco, y yo me fumo una pipa, y… me quedé embarazada.
No deja de resultar curioso como Mar construye el relato del pa-
sado bajo el prisma de cierto locus de control externo. Una vida
compleja y repleta de accidentes en los que ella poco puede hacer,
frente a una versión agencial y optimista del presente. Un accidente
le llevó a rehabilitación y caer en otro al enamorarse de alguien tan
problemático como aquella pareja. Fue este un tiempo de excesos y
descontrol al que la noticia del embarazo sólo vino a complicar las
cosas. La decisión que tomó marca otro punto de arranque en la
trama de adicciones y descontrol. Él ya tenía dos hijos y me decía,
no, no podemos tenerlo, no podemos tenerlo, que mira yo como
estoy y… yo no puedo tener otro hijo... y … yo no quería subir a
ese avión, yo no quería abortar, todavía lo paso mal cuando hablo
de ello… tenía veintisiete, yo no quería abortar, para mi es lo peor
que he hecho en mi vida, y a partir de ahí fue, al día siguiente, fue
decir dame cocaína, y a partir de ahí empiezo a consumir y consumir
y consumir… de hecho me faltan trozos de nariz, si… y llegó un
momento que me volví agorafóbica, no limpiaba…

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LORENZO MARIANO, JUAN ANTONIO FLORES Y CARMEN CIPRIANO

Como en otras ocasiones, la solución propuesta fue la de cambiar


de aires. La biografía del padecimiento se inscribe de esta forma no
sólo en el cuerpo, como la pérdida del tabique nasal, sino también
en los desplazamientos que conlleva, esa especie de exilios terapéu-
ticos que son también trazas de las cicatrices sociales de la enferme-
dad. Bueno, nos fuimos a su pueblo, porque yo pensé, venga, al lado
de tu familia estarás mejor, a ver si así no lo haces, siempre mirando
por los demás, siempre mirando por los demás, nunca he tenido mi
vida propia. A partir de ahora, la cosa cambia, ya se acabó. Pero
bueno, empecemos, sigo con lo que estaba. Encima le dio el chalet
a sus hijos, pero su mujer le tuvo que rembolsar un dinero, su ex-
mujer. Se lo comió todo en droga, se lo comió todo en droga, ¿eh?…
destruyó el piso, yo iba al trabajo con la cara morada, pero yo siem-
pre quería coca, yo siempre quería cocaína, y él se aprovechaba para
fumar.
Aquella historia no terminó bien. Los días pasaban y los esfuer-
zos cotidianos se organizaban alrededor del consumo, con enfren-
tamientos señalados como violencia con su pareja. Mar relata aquí
el día en que acabó desnuda en el portal de la casa que compartían,
así la había dejado al echarla de casa. Hasta un día que llamó a su
hermana y su cuñado se presentó a buscarla. Mi cuñado, el que era,
porque ese me quería con locura, y en cinco horas vino a por mí,
me dijo vámonos, no necesitas nada; y me vine, me vine destrozada.
Ese tiempo es recordado como el del cambio de una adicción por
otra. Al venir utilice el sustituto, el alcohol. Empecé a beber y beber
y beber, y beber... Aquí empezó la rehabilitación en un centro de
atención a las adicciones y empezó a preparar unas oposiciones, un
tiempo recordado ahora como de estabilidad. Nunca he estudiado
tanto para usar lejías y fregonas comentaría en otra ocasión. Poco
después empezó a trabajar en la empresa donde su hermano traba-
jaba como gerente, donde pasaba las tardes tomando cerveza –la
mayoría de las veces pillábamos cocaína- y que acabó en los acon-

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NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

tecimientos que abocaron a su primer ingreso. Cuando yo fui a salud


mental, cuando me vio la enfermera, me dijo no me extraña que
estés así, con todo lo que has pasado.
Con ese primer ingreso se iniciaba su itinerario terapéutico como
Trastorno Límite de Personalidad. El relato de Mar rescata esos frag-
mentos en donde profesionales o conocidos admiten entender por
lo que está pasando, llegando a justificar sus acciones, otro ejemplo
más del sentido que le otorga a la elaboración de su relato. Decenas
de tratamientos e ingresos después, Mar rememora aquellos días.
Me hice muy amiga de una chica pelirroja, jugábamos al parchís, por
la noche y nos reíamos mucho. Y pensaba que iba a ser algo así…
un paso por allí y ya. Pero se convirtió en un infierno. Se convirtió
en un infierno porque esta enfermedad es horrible, o sea es un dolor
emocional enorme es un vacío, es autodestrucción, es no saber por
dónde andas, estar totalmente descolocada, estar totalmente… Por-
que lo que yo os digo: un bipolar tiene su medicación, un psicótico
tiene su medicación; pero nosotros no. ¿Quién me dije a mí que
tanta mezcla de tanta pastilla no se me vaya a mí la pinza? ¿A quién
le pido yo responsabilidades? ¿Eh? ¿A quién se las pido? Porque
vale, de lo que me he creado yo… pero si de tanto fármacos… que
estamos hablando de fármacos muy fuertes, son estabilizadores del
ánimo, antidepresivos, anti psicóticos, inductores del sueño…
El relato de Mar parece fagocitado por el conocimiento experto
de la psiquiatría y la psicología, la encarnación del discurso biomé-
dico en su cuerpo. En su intento de poner en orden los aconteci-
mientos, esto es, a la hora de desplegar su estrategia narrativa, el
peso de la institucionalización resulta abrumador. Desde entonces
convive con tratamientos que le hacen tomar diez o doce compri-
midos diarios. Ha leído multitud de libros y ensayos sobre la enfer-
medad. Los términos médicos forman parte de su jerga habitual,
donde se cuelan de manera cotidiana palabras como neurosis, egó-
latra, disartria, disforia… Un conocimiento experto que se aprecia
también en un episodio que nos relató sobre cómo se percató de un

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LORENZO MARIANO, JUAN ANTONIO FLORES Y CARMEN CIPRIANO

error en el tratamiento que le administraron en uno de los ingresos.


Me puso Transilium 50 mañana, 50 Transilium noche. No tenía sero-
tonina. Yo no sé, yo no sé cómo no se daría cuenta. El vivir con la
enfermedad parece indisociable de la irrupción de ese ámbito de co-
nocimiento en su vida.
Durante un tiempo, Mar comenzó a autolesionarse. Se realizaba
cortes más o menos profundos en diversas partes del cuerpo, algu-
nas como los antebrazos, aún guardan esas huellas del padecimiento
en forma de cicatrices. Durante ese tiempo, cada vez que iba al hos-
pital me quitaban el sujetador porque yo le quite los alambres al su-
jetador y me empecé a cortar con… enseguida me ataron. Pero es
que yo, yo no sabía nada, ¿sabes? y me corté. Mar dirige la conver-
sación hacia Inocencia Interrumpida, la película. Es así, aunque yo
quiero ser la que me cure, que no es cura pero… Mar admite sin ro-
deos que empezó a autolesionarse porque vio hacerlo a una chica
que estaba ingresada en aquel tiempo. Lo hizo en el hospital y tam-
bién en casa, y a partir de entonces todo el mundo se preocupó por
evitar que hubiera objetos cortantes cerca de ella. Como si eso sir-
viera, mirad, cuando quieres cortarte… está el modo carcelero. Da
igual que no tengas cuchillas, coges una boquilla de tabaco, la aprieto
así… y me corto… pero yo ahora veo que no me tengo que cortar
para nada. Cuando la conversación gira hacia las causas de esta prác-
tica, Mar es taxativa: alivio. Alivio. Y enseguida reaparece el asunto
central en sus explicaciones: su familia no entendía, y apenas la iban
a ver en ese ingreso en el que empezó a cortarse. Lo siguiente eran
discusiones por teléfono, reproches y el sentimiento de culpa pos-
terior. Uno de mis hermanos me gritó ¡loca! El otro día le dije, yo
acepto, pero tú estás peor que yo. Y mi madre no le gusta que diga
esto pero porque no quiere aceptar que tiene otro hijo enfermo; mi
hermano está mal, mi hermano tiene un trastorno, no sé de qué
tipo…
El relato se emborrona cuando entran en escena episodios un
tanto más complejos y graves: sus estancias en las unidades de cui-

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NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

dados intensivos tras diversos intentos de suicidio. De manera nada


sorprendente si tenemos en cuenta el proceso de elaboración de la
trama de Mar, este episodio se inicia con cierto consentimiento tá-
cito de un profesional que no es otra cosa que una reafirmación de
su drama. No recuerdo nada de esa vez, solamente que llegó un mé-
dico y me dijo: no te preocupes hija, si yo lo entiendo. Y eso… me
hizo bien. Incluso ante la gravedad de la situación, el reclamo de
Mar a la comprensión de los otros es protagonista del relato. Y con-
tinúa con algunos detalles de aquella experiencia. Lo peor eran los
tubos por la garganta… el entubarte, cuando despiertas… yo he es-
tado hasta tres días, es muy horroroso el tubo, el que te entuben.
Nos comenta que al despertar pasaba poco tiempo en la UCI, la
sensación horrible de tragarse el propio vómito o el proceso de ex-
tubación, para ella verdaderamente traumático. La versión de Mar
reniega de entender estas acciones como una forma de llamar la
atención, sino más bien todo lo contrario, el intento de acabar con
todo, de asumir que no se puede más. Al despertar y ser consciente
que había fracasado, el desasosiego se acrecentaba al asumir que
había dado otro gran disgusto a su familia. Sólo tiene palabras de
elogio para los trabajadores de ese servicio, humanizados, a pesar
de todo el trabajo, no como en otros lados, admite sin pudor. Y de
nuevo el relato es asaltado con ese interés por transformar las pala-
bras en cosas, en futuros reconfortantes. No es que no vuelva a re-
caer en esas ideas, es que todo lo que está por venir es mejor. ¿Sabes?
Siempre pienso que la gente de alrededor siempre tienen más razón
que yo, no tengo autoestima, pero, vamos a por todas, vamos a por
todas, porque quiero vivir con dignidad… ¿que tengo una enferme-
dad? Sí, pero quiero saber llevarla, digan lo que digan mis hermanos
y todo el mundo…
En la medida que el asunto de la incomprensión familiar es el eje
angular de su estrategia narrativa y la que da sentido a su versión del
padecimiento, la incomprensión también se revela en sus relaciones
con los profesionales sanitarios, a algunos de los cuales describe

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LORENZO MARIANO, JUAN ANTONIO FLORES Y CARMEN CIPRIANO

como deshumanizados, a otros a los que directamente acusará de


maltrato. En ocasiones, las luchas de Mar contra su cuerpo y sus vai-
venes emocionales no han encontrado en los profesionales sanitarios
más que hastío y desdén. No en todos ellos, por supuesto, pero
existe cierta tendencia a banalizar los aquejados de TLP, y no es in-
frecuente que enfermeras y auxiliares de enfermería expliquen sus
comportamientos bajo el relato de “las ganas de llamar la atención”.
Mar nos aconseja que estos profesionales debieran rotar cada cuatro
o cinco años, para no quemarse y no dar el mal trato que dan a los
pacientes, no sólo a ella. Los conflictos entre las políticas organiza-
tivas, las actitudes de los cuidadores y sus necesidades se suceden.
Unas veces es por la negativa de los centros de permitir que tenga
consigo sus productos cosméticos. Sé que allí me llaman “doña cre-
mas”, lo sé de veras, comenta entre risas sobre una de esas unidades
de internamiento. Pero es que a mí me gusta cuidarme, arreglarme…
y no me dejan… La idea del autocuidado y las prácticas de satisfac-
ción de la imagen parecen chocar con las medidas de seguridad. Al-
gunas veces, estando allí, ha habido días en que no me han dado el
Roamax. Yo tenía un dolor aquí -señala la parte inferior derecha del
abdomen- pero ellas decían que no me lo daban y no me lo daban.
Mar nos explica entonces otra de las inscripciones corporales de la
enfermedad en su cuerpo. Está aquejada de Megacolon, consecuen-
cia de otra de las caras de su historial del padecimiento, los trastornos
alimentarios. Ya me han dado de alta ahí, en trastornos alimentarios.
Pues otra cosa que he padecido es el trastorno alimentario; más bien
era bulimia, lo que comía lo vomitaba. Me daba igual comerme un
sándwich de atún como patatera, o me comía uno de nocilla, pero
por la noche me levantaba. Además mi sobrino de 11 años me re-
cuerda así. ¿Te acuerdas cuando te levantabas por la noche y comías?
Como si la necesidad de controlar su cuerpo se centrara en su ritmo
intestinal, Mar pasaba muchas horas de internamiento en el control
de enfermería, demandando enemas o fármacos como Duphalac, en
situaciones que vivía con aprensión y estrés. Confiesa que en uno

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NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

de los ingresos consiguió esconder un frasco de Roamax, pero lo


normal era que aquellos días pasaran entre lágrimas por no poder ir
al baño. Yo lo que pretendía era adelgazar. Si, adelgazar, me daba
atracones y luego los vomitaba, porque no quería engordar… como
tenía esa ansiedad comía y luego vomitaba y desapareció la ansiedad.
Lo de ir al baño, no sé, no sé, yo tenía que ir al baño todos los días.
Todos los días tener ir al baño, si no, vamos abusaba la de laxantes,
de todo lo que caía en mis manos abusaba Fave de Fuca, Dulcolaxo,
ah, y de diuréticos… los conseguía muy fácil, hay farmacias lo que
los venden, sin receta.
En sus denodados intentos de usar –con los cortes- o controlar
–con el tránsito intestinal- el cuerpo quizás como forma de controlar
las emociones, Mar se ha dado de bruces con lo que ella denomina
incomprensión de los profesionales médicos. Sí, hay gente allí muy
deshumanizada... ¡algunas! no digo todas, están deshumanizadas y
tratan mal… por ejemplo, yo el lunes –en un ingreso reciente a esa
entrevista- por la noche ya tenía el cólico intestinal aquí y le digo fu-
lanita, dame el Roamax”… tal dame el Roamax… ¡no! Porque a ver
si te va a hacer efecto durante la noche… digo, no, pero si esto se
toma por la noche para el día siguiente... No, no te lo doy, porque
no vayas un día no pasa nada -se esfuerza en que la voz de la enfer-
mera recoja un tono digno- que ya hace tres días, que ya estoy em-
pezando a tener un cólico… bueno, ya veremos... mañana hablas
con tú médico… pero es que yo enseguida me lleno, o sea, además,
allí se come mucho, por lo menos yo… y hay poca actividad… y a
mi empieza a entrarme un dolor aquí, un dolor aquí,… que acabo
teniendo un cólico... me da un cólico abdominal, y lo digo, que me
está entrando un cólico abdominal, que yo sé lo que tengo. Pues me
traes un papel y se lo das al médico; y si no mañana te quejas de
mí… Las lógicas de la institución y los profesionales se alejan de las
lógicas y necesidades del padecimiento, dando pie a esos relatos de
incomprensión. Claro como son tonterías, los TLP todos son ton-
terías, tonterías. Es que es alucinante. O sea si una persona se enfada

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LORENZO MARIANO, JUAN ANTONIO FLORES Y CARMEN CIPRIANO

y se pone un poco brava y no está enferma no pasa nada. Yo no


tengo derecho enfadarme, no..., no puedo, no puedo ni levantar un
poquito la voz, ya se está alterando como está enferma… venga se-
ñores por favor, ¡que estoy hasta las…! no lo voy a decir. Ironías de
estos diálogos entre profesionales y aquejados. Mientras aquellos re-
claman normalidad bajo el discurso de la vida ordenada, les niegan
también esas otras prácticas “normales” como el derecho a enfa-
darse. Ironías y desconciertos desde la experiencia de enfermedad.
Por otro lado, Mar es capaz de hacer autocrítica, y admite, em-
pleando ese plural que parece identificar a todos los TLP, que ten-
demos a interpretar mal las cosas, pensar que la gente nos habla mal,
pienso que me estás hiriendo y no es así. Aunque a veces, esos epi-
sodios de incomprensión y distancia no dejan lugar a la duda. Mar
nos contó que en un internamiento al que acudió voluntaria le co-
mentó a una de estas profesionales que estaba pensando en salir a
comprar. Tú aquí no tienes que pensar, le contestó aquella tajante.
Una respuesta muy reveladora de ciertas prácticas de violencia ins-
titucional y de desdén a los mundos fenomenológicos de los que su-
fren el padecimiento. Desde esa perspectiva, se antoja difícil que la
práctica médica acceda a las inscripciones del sufrimiento en la vida
de los aquejados.
Como antes señalábamos, el relato se esfuerza en separar los
tiempos pretéritos del ahora, pero sobre todo, de la esperanza en el
porvenir, un futuro con algo parecido a la curación. Desde 2008, el
año en que empieza su vida como TLP tras el diagnóstico, los in-
gresos se han sucedido todos los años, aunque Mar admite que cada
vez son menos prolongados. En una entrevista posterior, el opti-
mismo era la nota dominante. Llevaba ya tres semanas conviviendo
con su novio, y su madre había entendido que era una decisión
arriesgada, pero que merecía la pena. Mar se esfuerza en contar este
tiempo rodeada de felicidad, resaltando las cosas pequeñas, que le
haga el desayuno, que hagan pequeños arreglos en la casa o que ten-
gan ideas para decorar. Admite que apenas tienen dinero, pero se

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NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

esfuerzan en llevar una vida ordenada. Se conocieron unos meses


atrás en un viaje que hizo Mar. Estuvieron en contacto por carta y
por mensajes de texto y él se enamoró en seguida. Más que yo. Más
que yo, porque yo, yo veo las cosas más difíciles entre las relacio-
nes… le he hablado de mí, de mi problema, y ha ido a una psicóloga.
Para que le explique lo que es mí, mi enfermedad. Y bueno, está dis-
puesto a… a seguir para adelante. Y ayudarme. Además, el me hace
razonar, cuando se mete una cosa la cabeza, Mar, esto o no sé qué,
no sé cuánto… En el denso relato de su itinerario de enfermedad,
se cruzan con ella personas y acontecimientos “complejos”, na-
rrando una sociabilidad “complicada”. Conflictos con otras aqueja-
das de TLP, amigas que se arrojan al vacío desde la ventana… y su
pareja también parece encuadrar en un perfil nada típico. Es can-
tautor y pinta, lo que hace que Mar se refiera a ellos como “un par
de bohemios”. No tiene trabajo y tiene un historial de adicciones,
especialmente a la cocaína, aunque a Mar no le importa porque es
algo que ha quedado atrás. Como en otras ocasiones, la narración
se empeña por empujar a los actores hacia el futuro, abierto a todas
las posibilidades.
Como si de un mantra se tratara, Mar asume como una norma
vital los consejos de los terapeutas, reclamando un orden para su
vida, acudiendo a los talleres. Nos cuenta que los consejos de psi-
cólogos y psiquiatras caminan por el sendero de la normalización,
aunque ella se resiste a verse normal, generando cierta angustia con
este asunto que se traslada a pequeñas discusiones con su pareja.
Irse a dormir a una hora determinada, levantarse, se convierten en
objetivos de esa vida ordenada. Esto conduce a una cierta paradoja:
en su caso, vivir con TLP no es sólo asumir que la enfermedad
irrumpe en su cuerpo y en su vida, sino que también lo hace –irrum-
pir- todo el discurso institucionalizado de la terapia médica. De ahí
esa obsesión por leer libros que analizan el TLP y despreciando
aquellos que muestras las versiones “subjetivas” de los protagonistas.
Yo tenía uno –libro- muy bueno, pero sólo dejé a una persona fuera

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LORENZO MARIANO, JUAN ANTONIO FLORES Y CARMEN CIPRIANO

de aquí, se llama “Diamantes en bruto”. Pero tengo otro, pero ese


está muy obsoleto, está escrito desde los TLP desde la persona he-
rida, entonces no es objetivo. Además no quiero ya leer libros de
eso… Mar parece haber aprendido que la terapia no es otra cosa
que aprender a luchar contra un cuerpo repleto de impulsos nocivos,
una negación de esa forma anterior de estar en el mundo por otra,
ejemplificada en esa idea de “vida ordenada”. Mientras nos enseña
algunas fotos de los cuadros que pinta en los talleres, admite que
salir con alguien es un riesgo para ella, pero que lo tiene ya contro-
lado y que si sale mal, pues asumirá que las cosas salen mal y seguirá
hacia adelante. Pocos meses más tarde, en el siguiente ingreso, la re-
lación se había acabado. La montaña rusa iniciaba otro descenso
feroz.
Junto al empeño y las energías en negar ese pasado oscuro con
las expectativas en el porvenir, el relato de Mar ahonda en una de
los asuntos centrales en las narrativas de enfermedad. Preguntarse
por el origen, por las causas, el porqué del TLP, y lo que es más im-
portante, por qué a mí. Yo pensaba que... yo no sé vivir, que no en-
cajo, que no encajo en esta sociedad, me encuentro diferente, ¿sabes?
me encuentro diferente, no hay valores en esta sociedad… y además
¿sabes por qué somos TLP? Porque cada vez, esta sociedad, eh…
quiere y quiere, y quiere más, y los niños quieren y quieren más y
los padres le dan todo lo que quieren, todo lo que quieren, al final
se acaban convirtiendo en personas que si no les dan algo, pues se…
se, se ponen… al final acaban enfermos, ¿sabes? Y eso es lo que hay.
Y en vez de decirles, pues no te doy eso, pero claro, como el niño
de ésta tiene una Play, pues como no le voy a dar yo a mi hijo una
Play, y el otro tiene la Xbox 360 pues como no la Xbox… y así esta-
mos... y no le enseñan otros valores… no le enseñan otros valores…
y viven… ya no juegan en la calle como jugábamos, viven que si con
la Wii, la Xbox, la no sé qué… la no sé cuánto… ¿sabes? Mar no
tiene dudas en conducir hacia la infancia el origen de este trastorno.
Enseguida, la reflexión general se vuelve particular. Yo, por lo visto,

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NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

siempre he estado quiero y quiero, y quiero, y quiero, y quiero, y


quiero, y quiero… y me decían la ambulancia. De tanto llorar, co-
menta entre risas, la llorona me llamaban. Yo me he pasado la vida
llorando. Yo creo que de siempre – comenta entre risas- y quiero,
quiero, quiero. Recuerdo la vez que mi madre estaba en una zapatería
y al final me dijo ¡cállate ya! A voces, ¡que no puedo comprártela!
Me daban lo que pedían, me daban. Y así es. Hasta que ella algunas
veces, ya mi madre se ponía: ¡qué no puedo! Pero por ejemplo le
cogía la ropa mi hermana. Yo me las ingeniaba como podía para que
todo lo que quisiera lo tuviese. Ya no. Ya quiero pero veo que no
puedo y me aguanto. Yo me siento más madura... decía pero qué so-
ciedad es esta, pero dónde vivimos, todo es hipocresía. Yo siempre
decía: yo no sé vivir, yo no encajó. Hipocresía, falsedad, vanidad…
¿sabes? no hay valores, yo decía, no hay valores. Y me daba el pun-
tazo… cuando ahora sé que si te sientes mal te tomas tu medicación
y al día siguiente te levantas bien… Mar escapa de esa reflexión per-
sonal para asumir que es un problema de la sociedad en general, ad-
mitiendo la tesis de una futura epidemia de aquejados de TLP.Y cada
vez esto va a ir a más. Esto cada vez va a ir a más, esto está empe-
zando, y ya somos muchas y muchos…, pero cada vez va a ir a más,
los hospitales se van a llenar, las salud mental se va a llenar cada día
más, ya han tenido que abrir uno más... y esto va a ir a más, mi
madre, no sé qué en que canal, ahora no se si está, en la radio escu-
chó, que hay bebés, que se les saltan las lágrimas del dolor, del su-
puesto dolor… lo dijo un psiquiatra de Barcelona, que son los
mejores.
No obstante, es de sobra conocido que las explicaciones sobre
la etiología de una enfermedad no sirven para explicar el verdadero
interrogante, ese fatídico ¿por qué a mí? Mar admite que ha pensado
mucho sobre esas cuestiones, leyendo libros y foros de Internet, in-
tentando encontrar lógicas, significados, explicaciones. Respuestas.
Y no sólo ella. Mi madre la pobre… el otro día escuchaba la radio,
porque ella escucha mucho la radio, decían que las embarazadas con

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LORENZO MARIANO, JUAN ANTONIO FLORES Y CARMEN CIPRIANO

mucha presión, con mucha… muchos nervios, y tal… luego los


hijos suelen salir con problemas… y entonces el otro día cuando
entró conmigo se lo preguntó al psiquiatra… La madre de Mar se
sentía culpable de la enfermedad de su hija, y así se lo preguntó al
especialista. ¡No señora! Como va a tener usted la culpa. Y mi madre
entonces la pobre… ¿tú que culpa vas a tener mamá en la vida? Pues
me ha pasado esto y me ha pasado esto… ¿sabes? La madre no pa-
rece quedarse tranquila y en la conversación admite esa necesidad
de saber, de conocer los motivos, el origen. Es que estamos bus-
cando por la familia a ver quién… a ver quién... de donde viene, de
donde viene y no hay nadie… Mar se muestra entonces tajante.
Bueno, pues ya está, lo tengo yo y ya está. Tú que culpa te echas…
bastante tienes que tu otra hija te está echando todo el día en cara…
Mar se enreda una vez más en las disputas familiares, y el daño que
le hace que su hermana no le deje a sus hijos a la abuela porque está
ella en casa. Ese prolijo discurso se reconduce un poco más tarde.
Y aquí se apunta simplemente al azar. ¿Que por qué a mí? Eso yo
siempre he pensado que mi madre no tiene culpa de nada, y nadie
tiene culpa ha pasao y ha pasao… muchas veces me he preguntado…
de todas maneras en mi familia somos todos muy nerviosos, mi
madre es muy depresiva, yo tengo trastorno afectivo crónico y
tiendo a la depresión…
En otro momento de las entrevistas, el origen del trastorno apa-
rece ligado con ciertos reclamos, esto es, la versión política de la en-
fermedad, mezclada con un tipo de explicación biologicista muy
particular: la ausencia de cierto neurotransmisor. Mar se queja de su
imposibilidad para acudir a una clínica con especialistas en la enfer-
medad porque no tiene el dinero suficiente para pagarlos. No, es
que me indigna, ¡me indigna totalmente! Porque si a mí me hubieran
llevado allí… Yo no hubiera pasado los dos años sicótica como he
estado, me hubieran ayudado mucho, y lo que llevo cuatro años de
mi vida, bueno, dos años los he perdido de mi vida y no me he
muerto de milagro. ¿Hubiera podido pedirle responsabilidades a la

57
NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

seguridad social si me suicido? ¿Qué pasa, que para que te lleven a


esa clínica tiene que haber una demanda? … Ayúdenos ya de una
vez. Esto en la antigüedad se llamaba neurosis. Nos ponemos neu-
róticas. Dependiendo del grado, yo he pasado por todos, por todo
y encima de todo no saben nada: es un neurotransmisor que no
saben cuál es. Y te recetan como, como si fuese un, un conejillo de
indias. Y cada vez más medicación, y cada vez más medicación…
¿y qué quiere decir que se meta tanta medicación en mi cabeza? A
lo mejor me forman otro trastorno. No tienen idea, no tienen ni
idea. Mar nos confiesa que en estos años ha seguido al menos una
docena de tratamientos diferentes, lo que la hace sentir más que
como un experimento que como paciente, además de mostrarse pre-
ocupada por los posibles efectos secundarios. Le gustaría poder
pagar una clínica en Barcelona, donde están los mejores, pero no
puede. De nuevo, el discurso se ve irrumpido por esas ganas de
hacer futuro con las palabras. Lo político y económico se ve colo-
cado de nuevo en una posición subalterna frente a la elaboración de
la trama principal.
Y de nuevo, esa forma de encarar el futuro con optimismo, dando
espacio a un tiempo que está por venir sin enfermedad, junto al re-
clamo principal de su relato, la pretensión de ser entendida. Y la ver-
dad cada vez me siento mejor, pero ahí sigue mi enfermedad; tengo
que seguir luchando, tengo que seguir recibiendo críticas del mundo,
y yo me callo porque ellos que sabrán… ¡que sabrán! De lo que yo
siento, de eso sólo puedo decir a otro chico o a otra chica que lo
viva, que lo viva…
La vida como una montaña rusa, la vida sin piel.

58
(IV)

CAMBIANDO DE TINTE A CADA RATO :


AMANDA

“Tiene los ojos y párpados perfilados a lo Liz Taylor”, es lo primero que


pienso cuando me presentan a Amanda en el Hospital de Día. Desde
el primer momento me queda claro que es una mujer guapa y atrac-
tiva y que cuida mucho su aspecto físico. Muy maquillada, proba-
blemente pasa mucho tiempo arreglándose frente al espejo antes de
salir a la calle –como luego me confirmará en la entrevista-. Lleva
un vestido y botines de tacón, como si fuera a trabajar a una oficina,
como si estuviera como comercial en una reunión o situación de
ventas, o como si hubiera quedado a salir una noche con amigas.
Tiene el pelo corto y de color caoba –aunque era morena original-
mente-. Me sorprenden su sonrisa, su apariencia calmada, jovial, y
sus ganas porque la entreviste y participar en el estudio que estamos
haciendo. En ese momento no podría imaginarme que cobra una
pequeña pensión no contributiva ni que sus múltiples problemas de
salud la han incapacitado para desempeñar un trabajo. Poco después,
y en una conversación aparte, una de las enfermeras en salud mental
que la trata, me comenta que de tanto teñirse el pelo y de tanto usar
amoníacos de los tintes, va a acabar quedándose calva.

59
NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

En la última crisis que impide que realice mi última entrevista a


Amanda, su apariencia física y en concreto el color de su pelo y sus
sucesivos teñidos, se convirtieron en protagonistas. Un viernes es-
taba con el pelo corto teñida de rubio con mechas. El miércoles si-
guiente, ya fue al Hospital de Día teñida de morena a la reunión que
el equipo terapéutico mantuvo con ella y con su pareja, Pablo. Salió
de esa reunión cabreada y sintiéndose mal, por lo que fue esa misma
tarde a una peluquería y se tiñó otra vez de rubio. Al día siguiente
de eso, ella llorando y su madre llamaron por teléfono a la enfermera
responsable del Hospital de Día para contarle que se sentía muy mal
por cómo le quedaba el nuevo “look”, el peinado y tinte para su ca-
bello, y que estaba con un bajón que le impedía acudir al hospital y
a la entrevista que tenía concertada conmigo. Esa fue la última vez
que supe de Amanda, a la que dieron de alta privándola de acudir al
Hospital de Día, hasta que se responsabilizara de ciertas cosas y de
su compromiso con el programa que estaba siguiendo.
A mi pregunta de que me comentara cómo era un día normal
para ella, Amanda empezaba su relato contándome como iniciaba
el mismo, cómo se sentía, sus complejos y la energía y cuidado que
invertía en “arreglarse” antes de salir a la calle y tomar el autobús
rumbo al Hospital de Día.
“Me levanto por la mañana… Entonces me visto y me arreglo, me arreglo
mucho, me pinto porque soy… tengo muchos complejos y no me gusto absoluta-
mente nada, entonces me pongo, como digo yo, la careta, la chapa y la pintura,
y mi tacón y… si es que hay veces que me doy asco, me siento podrida por dentro
y por fuera… Y bueno, pues me arreglo, estoy jugando con mi gatito, le cambio
el agua, la comidita, hago la cama, pongo la lavadora si hay que poner y nada…
cojo el autobús…”
Su grueso historial clínico recogía veintidós años atrás esa sensa-
ción de encontrarse a disgusto con su apariencia y consigo misma,
su percepción distorsionada de la imagen de su propio cuerpo nom-

60
LORENZO MARIANO, JUAN ANTONIO FLORES Y CARMEN CIPRIANO

brándolo como dismorfobia15 –“Hace 1 año, en junio de 1990, inicia


cuadro depresivo con dismorfobia”-, también conocido como trastorno
dismórfico corporal (TDC), como el primer diagnóstico psiquiátrico
de la afección sufrida por Amanda. Llama mucho la atención cómo
no vuelve a aparecer mención a este trastorno en su historial en los
22 años posteriores. O mejor dicho, es curioso como aparece mu-
tado, transformado en un reverso crítico y descalificante, como
“complejo de guapa”, como recogía un año después, en 1991, el in-
forme de un psiquiatra que no trató ni realizó los informes habitua-
les sobre Amanda. En él, identificaba el carácter supuestamente
manipulador de Amanda y su madre, y utilizaba las siguientes pala-
bras que otorgan otra interpretación a la preocupación u obsesión
por su aspecto físico:
“La madre y la niña son “bobas” o “coquetas” y muy obsesivas. Complejos
de guapa. ¡Cuán bravas malas! Manipulan a todo psiquiatra que las trate.
Hay que ser un poco duro con la madre y con la hija.”
Cuando la entrevisté, tenía 38 años, y después de múltiples ensa-
yos de diagnóstico a lo largo de años, es diagnosticada de distimia16,
insistiéndome ella mucho en su baja autoestima –uno de los indica-
dores del trastorno de la distimia-. Según el equipo de salud mental
que la trata desde hace años, el caso de Amanda no cumple con
todos los patrones o pautas características del TLP, no siendo por
______________________________
15
El Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-IV) lo
etiqueta como un trastorno mental que afecta a la percepción del propio cuerpo,
con una preocupación importante y obsesiva, generalmente exagerada, por un
defecto imaginado o real en la apariencia física que genera un malestar intenso
que afecta a sus relaciones sociales, laborales y a las áreas importantes de la ac-
tividad del individuo. Las personas así diagnosticadas tienden a comentar que de-
searían cambiar o mejorar algún aspecto de su apariencia física, aunque en general
ellos tienen una apariencia normal, e inclusive llegan a ser altamente atractivos.
16
Según el DSM-IV, la distimia o trastorno dístímico es un trastorno afectivo de
carácter depresivo crónico, cuyos rasgos principales son la baja autoestima y la
aparición de un estado de ánimo triste y melancólico.

61
NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

tanto una “TLP puro17”. Forma parte de una familia en que son 3
hermanos –tiene un hermano y una hermana-. Reside en Talavera
de la Reina, y tiene “dos casas”.
-La “suya”, en la que vive en pareja con su novio -Pablo- de
modo intermitente. En sus crisis abandona esa casa y se va a vivir a
casa de sus padres, ubicada en la otra punta de la ciudad.
-La de “sus padres”. A la que acaba regresando sucesivamente
cuando ella se siente mal, discute fuertemente con su pareja, o tiene
una “crisis” fuerte.
Establece un contraste y comparación –en que manifiesta sor-
presa, admiración, pero también contrariedad- con aquellos miem-
bros de su familia, en este caso con su hermano, que siendo afectado
por las mismas experiencias vitales que ella y habiendo sufrido de
modo intenso igual que ella, enfermándose incluso de depresión,
han conseguido rehacer su vida, reconducir y superar ese sufri-
miento –olvidándolo en buena medida-. Cuando la familia se tras-
ladó desde Torrijos a Talavera de la Reina, su hermano también
perdió su mundo y sus amistades, y tuvo también depresión, pero
luego lo superó y ha rehecho su vida. De igual modo los abusos se-
xuales y/o violación por un familiar próximo de que fueron objeto
ella y su hermana, a ella parecen haberle afectado de un modo más
intenso y duradero, y ella no se explica por qué su hermana si lo ha
superado, y ella no.
Su pareja actual con la que vive, Pablo, y la relación que mantiene
con ella, parece formar parte del problema de Amanda más que de
la solución -supondría un freno a su curación o mejora- según la in-
formación que maneja el equipo de salud mental que la trata. Él pa-
recería poseer una orientación homosexual o bisexual –“de
armario”- no reconocida. Ellos mantienen una relación amorosa en
público muy de adolescentes y bastante edulcorada, de darse la
______________________________
17
Para el psiquiatra que dirige la Unidad de Salud Mental, en su experiencia apare-
cen pocos casos de TLP puros –que cumplan cada uno de los rasgos definidos
en el DSM-IV-.

62
LORENZO MARIANO, JUAN ANTONIO FLORES Y CARMEN CIPRIANO

mano, de hacerse cariños y estar muy pendientes el uno del otro,


pero luego parece que en el terreno más íntimo o de las relaciones
sexuales, la cosa es bastante insatisfactoria para Amanda. Ella siem-
pre verbaliza y tiene miedo de que su pareja la abandone.
El equipo de salud ha identificado que su novio tiene también
trastornos o problemas anímicos, y que incluso ha sido derivado en
alguna ocasión al psiquiatra, pero que se niega a acudir al mismo y
a ponerse en tratamiento, culpabilizando a Amanda de esa inestabi-
lidad y situación provocada por el trastorno de ella.
Aunque Amanda dice estar contenta de sus relaciones sexuales
con Pablo, apenas las mantienen -su frecuencia es baja-. Éste llega
a decirle a sus suegros que como su hija tiene mucho vello corporal
y no se depila, es por eso que no se excita y no mantiene sexo con
ella. Aquí parece radicar uno de los graves factores que lastran la re-
cuperación de Amanda y forman parte de los agravantes de sus crisis
y estado. Su pareja critica con frecuencia el aspecto de Amanda, sa-
cándole defectos de su físico o su apariencia –que si le ha salido un
grano, que si algo de su maquillaje, de su peinado o de su vestido
no le queda bien-, agravando su depresión y su baja autoestima.

Una mirada extrañada en su historial médico.


Creo relevante resaltar lo que a una mirada antropológica y ex-
trañada, no experta en salud mental y si más atenta a lo social, puede
llamarle la atención de su historial clínico. No se pretende un análisis
ni comentario exhaustivo del mismo, sino destacar algunos aspectos
que ayuden a situar la vida y trastorno de Amanda.
Se trata de un historial muy extenso, que abarca desde 1991 hasta
2011 –año en que realicé su consulta-, comprendiendo una inmensa
cantidad de informes de consultas, ingresos en urgencias, tratamien-
tos y observaciones de su caso -consignándose años de sólo cinco
consultas, y años de más de 20 consultas-, y que está organizado en
dos carpetas: una de un grosor desmedido (de 1991 a 2011) y otra
delgada con la etiqueta “2011”. Amanda además de su trastorno de

63
NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

personalidad, ha experimentado múltiples enfermedades, éstas de


índole u origen más físico, que en buena medida siguen determi-
nando su vida cotidiana, su autoimagen y la composición de su sub-
jetividad. En cierta medida experimenta una polipatología, o
podemos hablar de ella como una persona “politraumatizada”. El
historial refleja que ha padecido quistes (benignos) en el hígado, que
ha sido diagnosticada de fibromialgia, pero lo que más ella enfatiza
que transformó su vida, fue que padeció unos tumores –ganglio-
neuroma- que requirieron cirugía, y que le han generado secuelas
orgánicas serias y permanentes como episodios de diarrea crónica y
de aceleración del tránsito intestinal, trastornos que afectaban bas-
tante a su capacidad para desempeñar sus trabajos anteriores, y que
tanto por sí mismo, como por las numerosas revisiones y citas mé-
dicas que le aparejaban, han sido causa de la no renovación de sus
contratos o despido. Así se refería Amanda a sus otras enfermeda-
des:
“Tuve un tumor y me quedó una, me quedó con una secuela orgánica y aparte
también estoy diagnosticada de fibromialgia, entonces de momento bueno… Si
he trabajado pero ahora mismo no trabajo, estoy con esa pequeña pensión (…)
no desayuno porque la secuela orgánica que me quedó del tumor fue una dener-
vación de unos nervios que van a… vamos, simpático, parasimpático, que con-
trolan el tránsito intestinal… Entonces cada vez que como, el tránsito lo tengo
muy acelerado y lo echo todo… No desayuno para no… para que no me dé
aquí la diarrea fuerte, no desayuno…”
En esos veinte años, además de la distimia, su experiencia de su-
frimiento o “enfermedad” ha sido acotada y nombrada de modo di-
verso por los especialistas que han estado tratándola. Así desde un
cuadro depresivo con dismorfobia (o trastorno dismórfico corporal)
y trastorno adaptativo con ánimo deprimido (1991), he identificado
entre otros los siguientes diagnósticos para Amanda en su historial:
“trastorno de ansiedad con rasgos obsesivo-compulsivos” (1998),
“trastorno obsesivo-compulsivo” (2002), “trastorno adaptativo/sín-
drome depresivo” (2003), y finalmente “trastorno obsesivo compul-

64
LORENZO MARIANO, JUAN ANTONIO FLORES Y CARMEN CIPRIANO

sivo” y “trastorno de personalidad con rasgos obsesivos e histrióni-


cos” (en 2011). Así lo resumía Amanda en una entrevista:
“Yo ahora tengo diagnosticada distimia, pero de pequeña me llegaron a diag-
nosticar neurosis infantil, varias cosas...Trastorno de adaptación también, de la
personalidad, obsesivo-compulsivo, o sea muchas cosas que en cada momento me
han dicho una cosa diferente…”
Para una mirada profana en el ámbito de la psiquiatría –con la
que me conduzco en estas páginas- esta pluralidad de diagnósticos
sugiere que algunos de estos conceptos pueden estar significando
lo mismo (el mal sería el mismo, pero se etiquetaría de modo dife-
rente), o bien una evolución o mutación de la afección que podría
avanzar o experimentar regresiones en intensidad, calidad o grado
de especificidad.
En todos esos años, son registrados continuos cambios de me-
dicación, produciéndose además una intensificación en el número
de pastillas que Amanda debe tomar diariamente para su trastorno
de personalidad. Así en 1991 empieza tomando 2 pastillas, en 2003
toma 3 y 4 pastillas, en 2006 toma 3, en 2008 se le prescribe un tra-
tamiento de 7 pastillas, la misma cantidad de pastillas que aparece
registrada por última vez en 2011 como tratamiento (6 pastillas más
una pastilla de paracetamol).
En otras palabras, parece que las crisis y malestar del problema
que experimenta Amanda se agudizan con el paso de los años. Los
diferentes ensayos de tratamiento farmacológico, el aumento de las
pastillas y las terapias psicológicas y psiquiátricas que se han centrado
en ella durante estos 20 años no parecen haber culminado con éxito
o consolidado mejoras, siquiera parciales, en sus condiciones de vida.
En todo este tiempo Amanda ha tenido malas experiencias y fraca-
sos en el mundo laboral, cobra una pensión no contributiva, ha ex-
perimentado problemas y tensiones importantes con todas sus
parejas, y su independencia del hogar paterno es precaria y efímera,
sujeta a regresos –y en cierta medida regresiones- temporales.

65
NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

Al mismo tiempo su grueso y exhaustivo historial, también re-


gistra una serie de problemas y conflictos que experimenta en sus
relaciones sociales, y que podemos identificar en cierta medida como
catalizadores de sus crisis. Estos conflictos con esos otros actores
próximos aparecen de modo indeleble en su discurso y expresiones
que recogen con precisión el personal sanitario tanto en sus consul-
tas del Hospital de Día, como en los informes de ingreso en Urgen-
cias hospitalarias. Sabemos de la complicada relación que mantiene
con sus padres, sus abuelos, sus hermanos, con sus sucesivas parejas,
con sus suegros y cuñado actual, y con sus amigas. Sus padres apa-
recen descalificándola, insultándola y sobreprotegiéndola, su abuela
amenazándola y mirando para otro lado tras referirle que fue violada,
sus amigas “con actitudes sobreprotectoras e invalidantes” y como modelos
ideales que la hacen sentirse presionada a tener relaciones estables
con sus parejas. Aparece ocasionalmente manteniendo relaciones
sexuales con desconocidos y luego con miedo de que le contagien
alguna enfermedad (se hace pruebas para descartar enfermedades
de transmisión sexual, todas ellas son negativas). Su historial también
registra como no se mantiene mucho tiempo en los sucesivos tra-
bajos que desempeña: como cajera, dependienta, empleada de un
bingo, conserje, celadora, auxiliar de clínica de un dentista, auxiliar
de geriatría en la residencia de Madres de la Esperanza. Como causas
de esta alta rotación en estos trabajos, se recoge que sus jefes o em-
presas no son demasiado comprensivas con el tener que asistir a mu-
chas citas o revisiones médicas.
A la luz de su experiencia en estos veinte años, la lectura del pri-
mer informe psiquiátrico por extenso -cuando ella tenía 18 años-,
parece visionario al registrar su dificultad para las relaciones sociales,
sus pocas habilidades sociales, al referir sobre su personalidad “In-
trovertida. Pocas habilidades sociales.” ¿Pero son las pocas habilidades
sociales o la dificultad para mantener relaciones sociales una realidad
que puede ser clasificada como un trastorno de salud mental? ¿Son

66
LORENZO MARIANO, JUAN ANTONIO FLORES Y CARMEN CIPRIANO

entonces algunos de nuestros compañeros de trabajo, de oficio, fa-


miliares, vecinos, parejas manifiestamente incapaces para las relacio-
nes sociales o con notoriedad manifiesta en “pocas habilidades
sociales” enfermos mentales?

Toma de conciencia de su diferencia y orígenes del trastorno.


“Yo desde pequeña he notado como que era distinta, que era rara, me lleva-
ban al psicólogo, pero tampoco sabían que tenía… Si, era una niña que pillaba
muchas rabietas, muy caprichosa, con un carácter difícil, rebelde, luego también
tenía lo que ahora sé que son episodios de ansiedad pero que entonces no sabía
ni lo que era… Ansiedad, pánico, me ponía fatal… muchos complejos, muchí-
simos complejos… (…) Tenía también manías, pequeñas manías, pensaba
mucho en la muerte, en el sufrimiento, me preocupaba mucho por todo… A todo
le daba vueltas, pensaba en cosas que no eran de niños, pensaba en cosas más
allá de…en problemas incluso de cuando fuera adulta…”
De este modo trataba de explicar –y de reconstruir- Amanda el
modo en que tomó conciencia de su diferencia y de su problemática
en su infancia. Preguntada sobre el inicio de su problema o trastorno
de salud, si atendemos a sus propias reflexiones y énfasis, parece
que el origen de su problema de Amanda se conecta con una per-
turbación y trastocación radical –y en cierto modo traumática- de
su mundo de relaciones sociales, fundamentalmente en los años de
la adolescencia. Desde un punto de vista émic, Amanda sitúa una
serie de hechos como los que están en el origen o son catalizadores
de su trastorno.
Su familia vivía en Torrijos antes de venirse a Talavera, y a la pre-
gunta de cuándo y cómo comenzó su trastorno identifica dos mo-
mentos o circunstancias claves:
1º) En el colegio de Torrijos al que iba, en su adolescencia cuando
la pandilla a la que pertenecía se escindió en dos grupos enfrentados
y ella quería seguir siendo amiga y llevándose bien con las dos fac-
ciones enfrentadas. Se sentía presionada para que optase y eligiese

67
NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

con qué grupo mantener relaciones sociales (sustrayéndose de man-


tenerlas con el otro grupo), pero ella no eligió grupo, y se aisló de
su entorno, dejando de tener “amigas” y “pandilla” con la que rela-
cionarse. A la pregunta de cuándo empieza a darse cuenta de que
tenía un problema, refería lo siguiente:
“Pues quizá cuando más fue en octavo que recuerdo, que bueno que éra-
mos… teníamos como una pandilla de allí del colegio… En Torrijos, y esta
pandilla discutieron… se formaron como dos pandillas… A mí me pilló enme-
dio, yo me quería llevar bien con las dos, porque me llevaba bien de hecho, y me
aislé… Me aislé bastante, de hecho la excursión de fin de curso hablaron los
profesores y todo conmigo cuando la iba a hacer, porque no les cuadraba con
quién la iba a hacer, en la habitación con quién iba a estar, porque eran personas
que tenían… eran más problemáticas y tal, y bueno… Yo era problemática,
pero en el colegio, no siendo en primero… Fui a las monjas [El Colegio de las
Monjas] primero, y ahí sí que… me tuvieron que sacar porque… Me encerra-
ban en el cuarto de la limpieza, que le decían “el cuarto de los ratones”, me en-
cerraban allí, entonces yo cogía la primera oportunidad que tenía para decir
“Puedo ir al servicio hermana”. “Si”, y me iba a mi casa corriendo, total luego
ya pasé al colegio público, ahí todo muy bien, y lo que estaba contando, en octavo
el viaje de fin de curso ¡¡¡fatal!!!, fatal porque… triste… irritable, eh… Entonces
lo pasé mal, porque tampoco me sentía integrada. Yo había sido siempre una
niña muy alegre, y un poco como la payasa del grupillo, siempre se reían conmigo
y tal, y muchas veces me quejaba de que precisamente no me tomaban demasiado
en serio, y ahí en octavo fue cuando ya… me aislaba mucho, en el recreo me
quedaba sola, me… Ahí noté un cambio, y luego ya cuando pasé al Instituto,
ahí me aislé completamente, completamente…”
2º) El segundo hito que enfatiza, es que trasladaron a su padre
de Torrijos a Talavera de la Reina y su familia se vino a esta ciudad
última. Esto coincidió con el tiempo en que empezó a ir al Instituto.
Entonces al perder sus amistades y su mundo de Torrijos, ella dice
que cayó en una fuerte “depresión”.
“Luego ya pasado equis tiempo, cuando estuve en primero de BUP pues…
ya si me integré y con la gente sobre todo con la que había estudiado y recuerdo

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LORENZO MARIANO, JUAN ANTONIO FLORES Y CARMEN CIPRIANO

que es que además los profesores decían “Qué cambio más grande, porque ahora
no te callas ni debajo del agua…” Era, pasaba de estar muy tímida, muy…
retraída y aparte, a volver a lo que había sido antes a… juerguista y tal, y
bueno y la verdad es que cuando me vino ya una depresión enorme, enorme, fue
que con… pues eso de primero de BUP a segundo, ese verano nos vinimos a Ta-
lavera a vivir, el chico que te gustaba, las amigas, los estudios, los profesores,
todo… Entonces me vine aquí, y en principio no quería, no quería estudiar…
quería irme todos los días a Torrijos, ir y venir mis padres no estaban de acuerdo,
vamos no estaban de acuerdo que no me dejaban…”
Esta depresión le afectó mucho, y sus padres la llevaron en Tala-
vera a un psiquiatra que le diagnosticó de depresión. A su hermano
también le afectó mucho el traslado familiar a Talavera, y tuvo tam-
bién depresión, pero luego lo superó y ha rehecho su vida según re-
salta Amanda. Así refleja esa primera consulta y tratamiento con el
psiquiatra:
“Pues con dieciséis años, diecisiete, me llevaron al psiquiatra y me dijo que
tenía una depresión. Me pusieron medicación, que… bueno la primera vez que
me pusieron medicación me tiré, yo no sé… la tanda de días, yo no sé si fueron
una semana, quince días, porque no tengo noción, yo sólo sé que dormía-dor-
mía-dormía-dormía. Me traían a lo mejor la comida, la bandeja… Creo que
Anafranil me pusieron… Fue una de ellas, pero no recuerdo más… Si Ana-
franil, me pusieron varias pastillas…”
En su narrativa hay dos aspectos que están más cargados de lo
que podríamos llamar un discurso psicologizado, o que parecen seg-
mentos de discurso más construidos por la experiencia y la influen-
cia de los años de terapia y trabajo con los profesionales de la unidad
de salud mental: un trauma sexual infantil y la toma de conciencia
de unas relaciones familiares “malsanas” y conflictivas, en concreto
las articuladas en su hogar o núcleo familiar más próximo.
a) Me cuenta también en su autorreflexión o mirada al pasado
para trazar el origen de su problema o trastorno, que una persona
muy cercana al ámbito familiar íntimo –algo así como un tío-, abusó

69
NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

sexualmente de ella y de su hermana, y que cuando se lo contó a su


abuela materna, y que vivía con ellos desde que enviudó, no la creyó
y la regañó, amenazándola para que no se lo contara a sus padres.
Ella no se explica si su hermana también sufrió abusos sexuales
como ella, porque lo superó al contrario de ella.
“Sufrí también mi hermana y yo… abusos por parte de una persona que
era de… de confianza de la familia… Como si fuera un tío nuestro. Yo una
vez lo llegué a decir, y me dijeron que ¡¡¡Era mala, que era una bruja que cómo
me inventaba eso…!!! Mi abuela, más que mis padres… mis padres no sabían
nada…
b) Otro factor que identifica Amanda al reflexionar sobre su tras-
torno (y el origen de su trastorno) es su hogar, lo que ella llama –de
un modo medicalizado o psiquiatrizado- “el núcleo familiar”. Las re-
laciones tensas, de conflicto, e incluso de violencia con las que ella
ha convivido desde pequeña en su casa. Desde que su abuela ma-
terna enviudó joven, ella se vino a vivir a la casa de sus padres, siendo
para Amanda algo así como una segunda madre. Esto generó que
su padre y esta abuela chocaran y no se llevaran bien, llegándose a
veces a insultarse y a pegarse, teniendo que llamar los vecinos a la
guardia civil o a la policía por las voces y ruidos de la pelea. Amanda
comenta que en relación a eso, su madre ha sufrido mucho, dándose
incluso a la bebida. Su abuela vivió con ellos hasta que murió de leu-
cemia –cuando todavía era bastante joven-, y este hecho también le
afectó mucho a Amanda, agudizando su depresión.
“¡Bueno también quería comentar que… el núcleo familiar, la verdad que…
siempre un desastre, un desastre. Mi abuela… (…) El núcleo familiar de mis
padres, mi abuela que vivía con nosotros porque su marido la abandonó, entonces
la relación de mi madre y mi abuela era muy de… amor-odio, mi padre y mi
abuela también, porque desde que se casaron se vinieron a vivir, se fue a vivir
con ellos y también era una relación muy… La consideraba como una madre
pero era muy chocante, se llegaban a pelear de pegarse, y… Yo he asistido a eso,
de tener que llamar a los vecinos… “¡¡¡Qué se matan!!!” Mi madre tuvo una

70
LORENZO MARIANO, JUAN ANTONIO FLORES Y CARMEN CIPRIANO

temporada que bebía… (…) Mi abuela era cómo otra madre, y yo también
tenía conflictos con ella porque teníamos el carácter muy, muy parecido… y bueno
pues… Entonces chocábamos mucho, pero luego nos queríamos mucho, y bueno
pues… la verdad que… Y luego infidelidades por parte de mi padre, o sea todo
muy… bufff!!! Que yo a veces me pregunto “¿Por qué yo, mis hermanos lo han
asimilado tan bien, se han recuperado…? Tengo dos hermanos. Uno mayor que
tiene 40 años, y una de 36… O sea (somos) tres… Tienen su vida muy asen-
tada muy… normal como yo digo… Pero no sé, les veo felices, les veo con su
vida como digo yo normal, con sus hijos… no han tenido problemas… Pero
bueno yo les veo a ellos como que han levantado cabeza. Mi hermano estuvo
también con una depresión fuerte cuando, cuando nos vinimos a Talavera… Si,
a mi hermana pequeña no, no le afectó prácticamente, pero a mi hermano dejó
de estudiar y todo… Yo vine con quince y medio, y mi hermano tenía diecisiete
y medio, dieciocho, por ahí… Y dejó de estudiar, pero bueno él cómo que se lo
guardó más y le salió después cuando murió mi abuela que murió joven de leu-
cemia pero yo… Lo de cuando me vine a vivir, en principio pues… “pobrecita
que triste”, de ponerme ¡¡¡a llorar a llorar todos los días, una desesperación, me
quería morir, una tristeza, una pena!!! Y en principio pues “Pobrecita”, te apo-
yaban… Luego ya pasaba la fase de “¡Ay, si tu padre hubiera sido guardia
civil, vale ya…!!!”, como que ya te estás pasando… Hasta que ya tomaron con-
ciencia de que era un problema, un problema serio y me llevaron a un psiquiatra,
me llevaron de los pelos casi porque yo no quería ir…

Cómo es el trastorno y cómo lo vive Amanda.


Para un antropólogo o investigador social, llama la atención por
un lado la atención y registro escrupuloso que el historial médico
de Amanda contiene sobre cuestiones de vida cotidiana y sobre las
relaciones sociales e interpersonales que ella mantiene con su en-
torno, una rica fuente de datos para tener en cuenta e incorporar al
análisis. Por otra parte, resulta sorprendente la afinidad de situacio-
nes, pequeñas tensiones o conflictos comunes que atraviesa Amanda
y que pueden compartir millones de personas - y en este caso millo-

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NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

nes de mujeres de la misma edad que Amanda-, en nuestra sociedad,


con trayectorias vitales similares, pero que no son contempladas
como potencialmente patológicas, dañinas o susceptibles de generar
alertas. Algunas de estas novedades en las relaciones sociales –coti-
dianas, corrientes y hasta vulgares por su reiteración en la vida social
y familiar- pueden ser las tensiones y discusiones con la pareja, mon-
tar un negocio con un familiar y luego acabar discutiendo y rom-
piendo la sociedad o colaboración en ese negocio, el que la suegra
se entrometa en la vida de la pareja más de lo debido (entre otras),
siendo así recogidas en el historial:
-(19/02/2008) “Vive con su pareja. Ha montado un negocio de productos
cosméticos con su cuñado.”
-(16/04/2008) “En los últimos días refiere problemas con su cuñado con
el que ha estado trabajando. También tensiones en la convivencia con su pa-
reja.”
-(6/08/2008) “Se va a vivir con su novio y su suegra la llama todos los
días por teléfono y la agobia.”
En el caso de Amanda, sus dificultades de relación interpersonal
o problemas de vínculos afectivos no son apreciables en sus rela-
ciones de amistad. Cuenta con una red de apoyo y de relaciones for-
mada por una pandilla de amigas “de las de verdad” que la conocen
bien desde hace tiempo y saben de su trastorno. Ella habla de ellos
como una fuente de apoyo y de confianza, como personas a las que
no ha ocultado su problema, normalizando su situación y eventuales
crisis o recaídas. Señala:
“La verdad es que tengo amigos… de los de verdad. Muy buenas, la verdad,
que han estado conmigo en los momentos buenos, cuando “¡¡Ji,ji,ji!!” que ahí es-
tamos todos siempre, pero en los momentos malos también… también han estado
conmigo siempre a muerte. Y bueno, también es que… por ejemplo, una chica
de la pandilla nuestra, tiene una esquizofrenia paranoide y bueno… en la pan-
dilla esto se ve normal, ni nos ven luego como personas enfermas, sino como per-
sonas con un problema bueno, otro día tienen… y nos apoyamos, nos apoyamos

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LORENZO MARIANO, JUAN ANTONIO FLORES Y CARMEN CIPRIANO

ahora, por ejemplo tenemos un amigo que su madre ha tenido un tumor, le han
cortado un pecho, está más bajo… Siempre nos estamos apoyando, y lo que digo
es que tengo suerte, mucha suerte, porque es muy difícil tener amigos, de los de
verdad…”
En la revisión de su historial, y dependiendo del momento de
bienestar o crisis en su trastorno en que se encuentra, aparecen al-
ternándose al menos dos tipos de discursos en las precisas anota-
ciones que reflejan la voz de Amanda en los informes de las
consultas en la Unidad de Salud Mental. Uno en que refleja un pe-
simismo vital, donde se balbucean sus sensaciones negativas, su su-
frimiento y a veces la desesperación que la invade. Así aparece en
ocasiones su voz:
“Angustiada, llorosa… Tengo miedo, me noto hundida… Nunca me voy
a superar… Siempre voy a estar deprimida… Me veo incapaz de todo”.
(22/12/1998).
“Decaída, triste… No me veo futuro. Si en casa levanto la voz, me insultan,
me quieren amansadita. Me llaman inútil…” (Cuenta que sus padres la
hacen continuamente comentarios despectivos). (12/04/1999).
Pero es el otro discurso el que me resulta más interesante y que
desafía más nuestra comprensión. Me refiero al discurso que refleja
un mayor bienestar, una mejoría –al menos parcial- en su situación,
el mismo que alude a una esperanza en el futuro. Me llama mucho
la atención que entre estas otras palabras que utiliza Amanda –y que
se reflejan también en los informes-, aparecen términos como “aser-
tiva”, “positiva” o “aprendizaje”. También es relevante destacar que
en este caso su voz es glosada, introducida o comentada por las pa-
labras del agente terapéutico que hace dicho informe, también inci-
diendo en esa apreciación positiva de la actitud, palabras y
contenidos que refiere Amanda. Desde esa perspectiva profana y
extraña del analista social, pareciera como si en esos momentos,
Amanda estuviera produciendo un discurso “ad hoc”, para el profe-
sional de salud mental que la está escuchando y valorando. Como si
lo que relatara –ya sea con sus palabras o con esas palabras de la

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NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

jerga técnica y medicalizada- lo hubiera asimilado retóricamente del


discurso de la terapia –y de la cultura terapéutica18-, como si estuviera
contando lo que el agente terapéutico quisiera escuchar en ese mo-
mento. A modo de ejemplo, selecciono algunos de estos fragmentos
de informes del historial. Es importante aclarar que las palabras en
cursivas son las de Amanda, y las otras las del especialista terapéutico
que la trata y cumplimenta el informe:
-“Franca mejoría. Muy satisfecha con la terapia. “Voy siendo más
asertiva, más responsable…, me veo con más futuro.” (25/02/2003).
-“Se encuentra bastante bien. Sigue esperando resultados de di-
versas pruebas finales. “Estoy aprendiendo a ser más positiva”. “En casa,
parece que me van viendo como una adulta…” (18/11/2003).
-“La veo muy bien, eutímica, mas asertiva, esperanzada, más ac-
tiva, más planes de futuro.”“Estoy aprendiendo a vivir con una diarrea”
(16/04/2004).
-“Se encuentra “Muy bien, fuerte… estoy empezando a vivir”. Persiste
insomnio de conciliación. Oferto curso tratamiento de relajación.”
(22/02/2005).
______________________________
18
“La cultura terapéutica de la autoayuda es un aspecto informal y casi rudimentario de nuestra
experiencia social, pero también es un esquema cultural internalizado que organiza la percepción
del yo y de los otros, la autobiografía y la interacción personal” (Illouz, 2010:201). Así en-
tiende Eva Illouz en La salvación del alma moderna. Terapia, emociones y cultura de la au-
toayuda (2010) que la búsqueda del éxito y la salvación personal a cualquier coste no
es tanto un producto de la religión puritana como un efecto de la cultura terapéutica,
que ha pasado a ser la religión civil estadounidense tras las conferencias que dictó
Sigmund Freud –las Conferencias Clark en 1909- en Nueva York y el impacto
de sus teorías ante la élite académica y psiquiátrica norteamericana. Freud sem-
braría la simiente de la cultura de autosalvación terapéutica que habría de colo-
nizar las mentes y las instituciones estadounidenses durante las siguientes
generaciones. Según Illouz “el discurso terapeútico se haya convertido en una forma cultural,
que moldea y organiza la experiencia, y también en un recurso cultural mediante el cual se le otorga
sentido al yo y a las relaciones sociales” (Illouz, 2010:80). En otra obra anterior, Intimidades
congeladas. Las emociones en el capitalismo (Illouz, 2007), la autora analiza esta cultura
terapéutica (de la autoayuda) como una cultura emocional muy especializada que
contribuyó a la edificación del capitalismo en EE.UU –ahora globalizado-.

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LORENZO MARIANO, JUAN ANTONIO FLORES Y CARMEN CIPRIANO

Cuando contemplamos algunos de los aspectos que Amanda en-


fatiza como más problemáticos y desesperantes de su vida cotidiana,
fundamentalmente la secuela orgánica que le dejó la cirugía de un
tumor, su tránsito intestinal acelerado, y cómo éste y la asistencia a
revisiones médicas periódicas se convierten en un lastre o hándicap
en su inserción laboral, estamos tentados de quitar importancia -o
al menos de poner en perspectiva-, su afección o trastorno de per-
sonalidad. Su vida se muestra más afectada por esa diarrea crónica,
y por la dificultad para mantenerse en un trabajo. Considera que
cuando ha tenido un trabajo, se ha sentido mejor que nunca, y que
el trabajo es su mejor terapia. Así lo expresa cuando le pregunto, “Y
cuando estabas trabajando, ¿tú te sentías igual, mejor o peor?”:
“Mucho mejor… Más… más útil, porque yo soy muy insegura y eso, pienso
que no valgo para nada, que no tengo remedio, que… soy un bicho raro y…
entonces cuando he estado trabajando, me he sentido útil. Hacía algo que valía
algo por lo menos… Mucho mejor, la verdad que yo siempre he dicho que era mi
mejor terapia… A no ser que luego ya habido en trabajos que… que nos han
puesto muchas más horas de las que eran y ya, ya no es mi problema psicológico
sino el problema que tengo orgánico pues ya salía… Si, pues yo con eso lo pasaba
muy mal porque luego también te vienes abajo, la frustración, todo así… Pero,
respecto a la pregunta esa, me encontraba mucho mejor trabajando, si…”
Se ve a sí misma como poseedora de un carácter difícil, se con-
sidera como muy cabezona. Pero algunos fragmentos de las entre-
vistas refieren más que una conducta patológica o asocial, un cierto
grado de inmadurez. Una inmadurez que aflora y se entremezcla
con un punto de inseguridad, propia de los adolescentes, cuando se
debate entre la independencia y apuesta por vivir con su pareja, y la
protección y seguridad del hogar paterno. Relata, con un punto de
distancia y de autoironía, sus frecuentes discusiones con su pareja,
con sus padres, y idas y vueltas que éstas generan entre ambas casas.
Así se retrata a sí misma:
“Me han dicho que es una cosa crónica, o sea que mi carácter también es di-
fícil… Está mi enfermedad, pero luego yo tengo un carácter complicado… Soy

75
NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

muy cabezona… Que tengo unos prontos muy fuertes, aunque luego se me pase
y estoy luego pidiendo perdón y tal pero tengo un carácter muy fuerte, soy mú
bruta, muy cabezona y… y es todo o blanco o negro, y voy de un extremo a otro,
soy en ese sentido… Y bueno… de lo que me has preguntado, quizás egoísta-
mente abuso más de mis padres porque pienso que me… que van a estar ahí
siempre… Entonces a mi pareja, como que no… Procuro no contarle tanto, ni
que me vea tan mal por… precisamente por eso, por el miedo… Y bueno, esto
de ir a casa de mis padres es porque muchas veces he estado mal o he discutido
con él, y era coger el teléfono y “Mamá que estoy muy mal y que… me voy para
casa” [Entonando de modo autoparódico una voz entre aniñada y
melodramática] Cojo los medicamentos lo primero, medicamentos, muda o tal
y a casa de mis padres… Pero aquí [el Hospital de Día] me han ayudado
mucho, porque yo era el pronto ese de… una discusión… Es que la más mínima
discusión, pues ya “No podemos seguir juntos”. Se deja, digo “Ya lo dejamos
porque…” ya a casa de mis padres… Y ya me conoce mi pareja, y entonces a
lo mejor cuando tengo el pronto ese de… “¡¡Me voy con mis padres!!!” pues coge
y dice, “Bueno, si al final me voy a quedar ahí en el salón un rato hasta que se
te pase porque luego si no me vas a llamar que vuelva a por ti, porque esto que
lo otro…” Y entonces llega un momento que aquí me dijeron… “Vamos a ver,
si vas a tu casa de tus padres, o en un sitio o en el otro, lo que no puedes estar
es entrando y saliendo, ahora me viene bien esto, ahora me viene mejor lo otro…
” Ahora huyo, y luego vuelvo a huir, porque si discutía con mis padres decía
“Me voy a mi casa”, y a lo mejor íbamos a casa de mis padres y contaba “Porque
me ha pasado esto con Pablo…”, y le daban la razón a él y decía, y entonces
Buff!!! Y entonces me cabreaba con ellos y decía… “¡¡¡Ahora Pablo, ahora me
voy a casa otra vez contigo!!!!” [Lo entona con cierta sorna, autosorna o
ridiculizando su propia conducta] Y era bueno un show, un show, hace
tiempo ya que… Bueno hace tiempo, no tanto tiempo que estoy en mi casa y…
He tenido como fases de estar en casa de mis padres, de volver a casa… o cuando
estaba peor…”
Si no fuéramos conscientes de su edad (treinta y ocho años), es-
taríamos tentados de mirar con toda normalidad las oscilaciones,
problemas, picos y valles que jalonan su vida. Quizás sea su sensa-

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LORENZO MARIANO, JUAN ANTONIO FLORES Y CARMEN CIPRIANO

ción de ser dependiente, de inestabilidad abismal, lo que le hace su-


frir más y dificulta el imaginarse llevando una vida similar a las per-
sonas que le rodean. Me gustaría acabar con sus propias palabras,
en las que trata de fijar y contar qué es lo que la trastorna, cómo se
bloquea ante los problemas que le salen al paso y le dificulta el vivir
de Amanda:
“Por eso digo, que es que si me preguntaran por lo que me pasa, pues les
diría… yo cuando me dicen ¿Y qué es distimia?”, pues yo les digo: Pues es una
serie de depresiones que se mantienen a lo largo del tiempo, también una manera
de ser, de ser muy negativa, de ahogarse en un vaso de agua, de… de hacerlo
todo muy exagerado, de… cuando estoy bien, estoy muy bien, y cuando estoy
mal me hundo que lo veo todo negro, que me quiero morir, que esto no puede
ser... Exagerado, pues una pequeña alegría me causa unos nervios buenos que
es que estoy como… si lo veo todo estupendo, y me hago el cuento de la lechera y
tal, y un pequeño problema ya “¡Uy madre que problema, esto es… vamos el
fin del mundo!” Me bloquean los problemas, necesito siempre ayuda… externa
de mi familia, de mi entorno… para resolver los problemas, ¡¡¡soy muy depen-
diente!!!”

77
(V)

MARÍA, UNA VIDA CORTADA

“… Empecé a no dormir… a no descansar la cabeza y comenzaron las


autolesiones que siempre acabo enseñando a la familia…
porque me siento culpable pues los hago sufrir…”

A sí comienza la historia de María, diagnosticada de Trastorno


Límite de Personalidad. Su vida narrada en primera persona
durante varios días de entrevista ha aportado información muy va-
liosa que nos permite acercarnos y conocer la perspectiva de su vi-
vencia con la enfermedad, de conocer cuáles son los sentimientos y
emociones. Nos permite ver que detrás del diagnóstico se encuentra
una persona real, con sus sentimientos y preocupaciones por todo
lo que le acontece. Relatando todo lo que les traigo en estas páginas,
María se encuentra mejor, se desahoga, disminuye la tensión que
siente en su vida por unos momentos cortos pero intensos de en-
trevista. A medida que se van sucediendo las mismas y ella va ver-
balizando su narrativa, los sentimientos que le produce tener un
TLP, afloran de manera más intensa y le ayuda, de algún modo, a
organizarlos. En algún momento, lo narrado, puede resultar contra-
dictorio, desordenado o incompleto, pero son un grupo de metáfo-
ras que se usan para organizar sensaciones mediantes las cuales
María construye su historia. Tal y como dice Kleinman (1988), en
estos días de entrevistas a María, se le ha tratado de ayudar a que

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NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

construyera su narrativa y que ésta a su vez, le sirva para dar valor a


su experiencia. La Medicina Basada en la Narrativa da importancia
a la escucha activa, al síntoma subjetivo y al mundo significativo de
la biografía. Se pretende recuperar la voz del afligido, su universo
de sentidos, valores y representaciones, en un modelo de salud vi-
gente donde no se tienen en cuenta las realidades personales.
María es una mujer de baja estatura y delgada. Tiene el pelo largo
con mechas de color azul, tiene un piercing en la lengua. Lleva ta-
tuajes en el cuello, el brazo derecho lo lleva también tatuado. La pri-
mera vez que nos vimos parecía nerviosa y emocionada porque yo
me interesara por conocer sus sentimientos, su vida. Me comentó
también que no entendía porque a mí que me dedico a la educación
me podría interesar su vida, pero se mostró encantada con la idea.
Es una mujer que le gusta caer bien a la gente y ser el centro de
atención, por eso el primer día estaba especialmente nerviosa al re-
cibirme. Este primer día llegó con un traje chaqueta de color negro
y ajustado, tacones altos. Se frota las manos constantemente y se
toca el pelo que lleva recogido en una coleta. Va maquillada sin ex-
ceso y lleva las uñas pintadas. Usa reloj y muchos adornos en las
manos, no lleva nada en el cuello, a pesar de tener cicatrices de los
cortes, pareciera que no quiere camuflar los cortes, sino más bien
todo lo contrario quiere que sean visibles. Al inicio de la entrevista
su tono de voz es muy bajo, parece que le da vergüenza o demuestra
timidez al empezar a hablar, esto es algo que a medida que vamos
entablando conversación se pasa, siendo su voz más segura, forma
de lenguaje lenta quizás por los efectos de la medicación.
María vive en un pueblo de la provincia de Cáceres. Vive con sus
padres. Dos de sus hermanos viven en el mismo pueblo. Su hermana
vive en Mérida. Actualmente no trabaja y está cobrando la pensión
de incapacidad. Trabajaba como educadora en una residencia para
personas con discapacidad intelectual. Tiene 26 años de edad, es la
cuarta de cuatro hermanos, su enfermedad se le diagnostica en 2009,
aunque ella refiere que se lesiona desde al menos dos años antes

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LORENZO MARIANO, JUAN ANTONIO FLORES Y CARMEN CIPRIANO

porque sentía que hacía sufrir a sus padres cuando discutía con ellos
o cuando tenía mal comportamiento, “no es que quisiera llamar la aten-
ción sino que lo hacía porque necesitaba que me castigasen por el daño que yo les
hacía a ellos”. El sufrimiento que padece se lo introduce en la familia,
ellos también padecen lo que a ella le está pasando. “De pequeña re-
cuerdo que mi madre siempre estaba triste, apenas pasaba tiempo conmigo que
soy la pequeña, uno de mis hermanos era el que se ocupaba más de mí. Una de
mis abuelas también tuvo depresión, y una de mis hermanas ha estado unos
años en tratamiento por ansiedad. No recuerdo haber tenido nunca amigas, de
pequeña ni salía en pandilla. Iba de casa al colegio y del colegio a casa. A veces
incluso, ponía mil excusas para no tener que ir, no quería ir a estudiar. Prefería
quedarme en casa tranquilamente, no me gustaba estar con las niñas del cole
porque a veces se reían de mí”.
Su enfermedad empieza hace unos cuatro años aproximada-
mente, en el 2007. Recuerda que comenzó a pincharse cuando tra-
bajaba. Cuando se encontraba mal iba a la enfermería y cogía agujas
con las que se pinchaba. Al hacer esto se calmaba la ansiedad que
ella sentía, pero ella entonces no imaginaba que tuviera ningún pro-
blema, se concentraba solamente en la sensación de calma que le
producían las lesiones. Después de los pinchazos esporádicos en el
trabajo, que solían venir motivados por discusiones con otros com-
pañeros, vinieron otro tipo de lesiones; golpes, cortes, quemaduras.
Ella mentía a su familia sobre las heridas que se hacía, siempre estaba
inventando situaciones en las que pudiera explicar los golpes y que-
maduras, hasta que un día ya no pudo más y explotó. Ese día le
contó a su padre lo que le pasaba, como se sentía y desde cuando
llevaba haciéndose daño para calmarse. Fue el primer contacto con
psiquiatría, se le diagnosticó de depresión. Comentaba que las heri-
das se las hacía porque se sentía inútil, se sentía mal. Llegó a tener
ideas firmes de suicidio, no quería seguir viviendo de ese modo, no
se sentía bien en su casa. Ella afirma que sus padres estaban muy
pendientes de ella y la querían mucho, pero no podía evitar sentirse
mal, afloraban muchos sentimientos de culpa por la muerte de un

81
NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

tío suyo con el que tenían mucho contacto, para ella era como su
padre, pensaba que si ella moría purgaría las penas que había causado
a toda la familia.
María no tiene episodios de adicciones como aparece en la lite-
ratura “no tomo alcohol ni fumo porros, ni tomo cocaína, como sé que otros
TLP hacen, el único vicio que tengo es el tabaco y de vez en cuando me tomo
una cerveza. Me he emborrachado nada más que un par de veces celebrando las
fiestas del pueblo y hace ya muchos años de aquello”. Aunque le gusta to-
marse una cerveza por ahí en los bares, no lo hace con mucha fre-
cuencia porque no le gusta salir y en casa sola no le gusta beber,
prefiere hacer otras cosas que la entretengan un poco y le alejen del
mundo en el que le ha tocado vivir. Una de las cosas en las que María
se refugia cuando está en casa y que le mantiene por un rato lejos
de lo sufrido, es ver películas en el ordenador. “Me gustan prácticamente
de todos los tipos, incluso las que hablan de personas parecidas a ella, aunque
no está de acuerdo con el modo en que son reflejados en ellas. Siguen apareciendo
como caprichosos que solo desean llamar la atención de la gente y no se dan
cuenta de que lo que queremos es ayuda”. Tampoco realiza gastos exage-
rados, ni práctica sexo de un modo irrefrenable, ella dice, que cuanto
más lejos esté de los chicos y los chicos de ella, mejor para ambos.
“Bastantes complicaciones tengo ya en mi vida, como para buscarme más aún”.
Los ingresos que ha tenido en la unidad de hospitalización breve
una vez diagnosticada de TLP han sido casi siempre solicitados por
ella por miedo a seguir haciéndose daño en su casa “aunque no me
gusta mucho, me siento segura cuando estoy encerrada”.
En junio de 2009 es diagnosticada con TLP, durante este año
tiene numerosos ingresos voluntarios en la unidad de salud mental
para contención porque ella siente que quiere hacerse daño porque
se siente culpable por hacer sufrir a sus padres. En el año 2010, in-
gresa de nuevo en la unidad por desbordamiento familiar ante ame-
nazas autolesivas continuas.
María es una chica joven, moderna a la que le gustan mucho los
tatuajes, de hecho tiene muchos realizados en diferentes partes del

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LORENZO MARIANO, JUAN ANTONIO FLORES Y CARMEN CIPRIANO

cuerpo con motivos diferentes dotados todos de un significado emo-


cional para ella, (el nombre de un amor pasado, de un familiar, etc.).
También tiene un piercing en la lengua, no le dolió cuando se lo
hizo, dice que aguanta muy bien el dolor, “pensaba que me iba a doler
mucho... porque yo me pellizcaba la lengua… y como lo tengo que hacer sin pen-
sarlo… pues me fui un día... con una amiga que tenía y me acompañó me lo
hice y no me dolió mucho… la verdad… quizás sea por las lesiones que me
hago a mí misma, que ya me he acostumbrado…”19
En los ingresos que tiene en planta le retiran el piercing y todos
sus objetos personales, es un modo de despojarle de lo que más le
importa, de despersonalizarla, de convertirla en una más dentro de
la planta. Esto es vivido por ella de manera incómoda, no le gusta
que lo hagan porque le da la impresión de que le falta algo. Estos
ingresos que ha tenido y tiene en la actualidad son vividos por ella
como una limitación de su libertad, “no me dejaban recibir visitas, estaba
incomunicada del resto de pacientes, siempre estaba vigilada por algún auxiliar,
me sentía como en la cárcel, cada vez que me ingresaban me quitaban mi libertad,
y tanta vigilancia lo único que hacía era que me enfadara más, que me enrabie-
tara más y tuviera más ganas de hacerme daño por fastidiarlas a ellas. No podía
ser que me vigilaran cuando iba al baño o me duchaba… yo les decía, pero
ahora estoy bien, por favor, no me vigiléis… tenía que estar haciendo pis con la
puerta abierta y también cuando me iba a duchar… esto es denigrante para
cualquier ser humano”. Los profesionales que están en ese momento y
a veces también los de las consultas, prestan mucha atención al sín-
______________________________
19
Es importante destacar la existencia en antropología de trabajos previos que
han analizado el uso de estas prácticas autolesivas en jóvenes diagnosticados de
trastorno límite de personalidad y de trastornos de conducta alimentaria princi-
palmente, e incluso cuando esta práctica se ha realizado en personas jóvenes sin
diagnostico establecido. Lina Casado Marín (2000) afirma que la autolesión posi-
bilita a los jóvenes el sentimiento de controlar algo en su vida y temen perderlo
si revelan su secreto. Igualmente Le Breton (2006:168) en una antropología de los
límites: de las incisiones corporales a los comportamientos de riesgo, analiza los
comportamientos de dolor como un modo de producir sentido de uso personal.
Las incisiones que se autoinflingen en el cuerpo es un medio que las personas
que lo realizan tienen para luchar contra el sufrimiento, como un modo de regular
las tensiones y ayudar a ordenar su caos interior.

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NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

toma y no tanto a cómo se encuentra ella. “creo que en estos lugares todos
deberían humanizarse un poco más, tener más en cuenta lo que nos pasa, lo que
sufrimos y no vernos como diagnósticos solos y no como personas, creo que si el
trato fuera más humano, los resultados serían mucho mejor. A nadie le gusta
que le vean mientras está haciendo pis, seguro que a ellas también les daría ver-
güenza como a mí”.
María es una mujer que ha rechazado la autoridad desde pequeña,
a veces en el colegio tenía problemas porque cuestionaba los castigos
de la señorita. Hoy en día esa autoridad y las órdenes impuestas son
también rechazadas por ella, antes situaciones como ingresos invo-
luntarios, o tras los ingresos voluntarios las medidas de aislamiento
por las que tiene que pasar no son bien aceptadas por ella y siempre
son cuestionadas, pero al final tiene que aceptarlo o sino pedir el
alta voluntaria, pero es que si se va cuando ella se encuentra con
ganas de hacerse daño se lo va a hacer y sus padres van a sufrir de
nuevo, por eso, no le queda más remedio que ser “dócil”. A lo largo
de las entrevistas se escuchan por su parte muchos reproches hacia
los profesionales que le atienden, hacia sus padres y también hacia
el mundo en general, reproches de falta de comprensión ante lo que
le pasa, nadie la entiende, “todos piensan que estoy así por mi culpa, y yo
no puedo controlar lo que me pasa”. Falta de locus de control interno
ante lo que le acontece.
En el último ingreso que tuvo en febrero de 2012 pidió el alta
voluntaria para seguir tratándose en la privada “pensaba que aquí- re-
firiéndose a psiquiatría de la seguridad social- no me iba a curar nunca”
a los pocos meses retoma el tratamiento público porque ve que lo
suyo es más difícil de lo que ella pensaba y tampoco en la privada le
van a ayudar mucho y además estaba haciendo que sus padres se
gastasen un dinero que no tenían. “Yo quería encontrar solución a lo que
me pasaba de manera rápida, siento miedo de que no tenga solución y que sea
una enfermedad que me acompañe toda mi vida”.
María apenas le cuenta a nadie lo que le sucede, sus padres le
dicen que si necesita hablar sobre lo que le preocupa y le pasa que

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LORENZO MARIANO, JUAN ANTONIO FLORES Y CARMEN CIPRIANO

hable con ellos, pero ella no lo hace, “sé que si no se lo cuento a alguien,
me hace mucho daño tragármelo, pero yo soy muy mía, me callo lo que me pasa,
me lo callo y me lo callo y hasta que llega un punto que no puedo… más… y
entonces cuando ya no puedo más la rabia que siento sale de algún sitio… y hay
veces que la saco a cortarme… a veces que me pongo agresiva... me pongo alte-
rada… o pego… puñetazos… pero no a mi familia... porque yo a mi familia
la tengo respeto… ni a nadie… a lo mejor hay un cuadro en mi casa y le pego
fuerte para romperlo, y si no me he hecho ninguna herida con los cristales…
pues me aprieto la mano contra los trozos de cristales rotos para poder hacerme
daño de verdad, daño que me he merecido por haberme portado de ese modo”.
Cuando le pregunto por qué se hace daño, me responde que es
la forma que tiene de aliviarse toda esa tensión que siente, el malestar
que tiene ante todo lo que le sucede, necesita hacerse daño para
poder calmarse, para sentirse más tranquila. “El dolor y la rabia que
siento por dentro se calma cuando me hago daño, mientras lo hago me olvido un
rato de mis problemas, de lo que me sucede, de lo mal que me porto”. A veces
consigue controlarse y no hacerse daño porque va a casa de uno de
los hermanos con el que se lleva mejor y le dice lo que piensa sobre
sus deseos de herirse. “En esos momentos me encuentro bien, siento que he
sido capaz de controlarme de no hacerme daño”. Contar lo que le sucede es
algo que le cuesta mucho, algunas cosas las comenta con su hermano
o su padre, pero hay muchas otras que sólo se las cuenta a una de
las enfermeras del centro “sólo le cuento lo que me pasa a ella, con ella si
tengo confianza, lo sabe todo de mí”.
María apenas tiene amigos, solo recuerda haber tenido tres ami-
gos de verdad. Uno de ellos lo perdió por una discusión y con la
otra mantiene una relación cordial, pero no se ven apenas, se llaman
por teléfono de vez en cuando, pero la realidad es que esta amiga la
evita. “Sé que a veces soy muy pesada, me gustaba estar tanto con ella que ne-
cesitaba hablar y verla a todas horas, por eso ha habido días que la he llamado
por teléfono a las 3 de la madrugada y ella se ha enfadado conmigo, así que
ahora estoy sola”. No sale con amigos, solo sale con sus padres, lo que
hace que los sentimientos de inutilidad sean cada vez más impor-
tantes. “Aquí en hospital de día hay otras compañeras que me dicen que son

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NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

mis amigas, pero yo sé que no lo son, en el centro yo no tengo amistades, ser


amiga es una cosa y ser compañera es otra muy distinta. Para mí la amistad es
muy importante”. Cuando le pregunto qué es para ella la amistad, me
dice que amigo es el que se preocupa por una persona... el que está
ahí en los buenos momentos y en los malos. Con voz muy triste me
dice que ella no tiene nadie que haga esto por ella. Que hay que saber
darse a los demás. María es una mujer capaz de amar intensamente
pero también de odiar del mismo modo en un margen corto de
tiempo. Algo que le conlleva problemas con los demás, pero sobre
todo consigo misma.
Con su familia se lleva bien, aunque confiesa que no siempre es
así, puesto que las lesiones que se autoimpone dificulta mucho las
relaciones familiares. Ningún miembro de su familia comprende por
qué lo hace, rechazan el comportamiento y se enfadan con ella
cuando lo repite. Piensan que todo lo hace simplemente por llamar
la atención. La relación familiar empeoró cuando un día María ante
una situación que ella consideraba insostenible (no quería permane-
cer más tiempo en un lugar al que le habían obligado ir) los amenazó
con cortarse las venas si no le dejaban irse a casa y al no conseguirlo
cumplió su amenaza sin importarle que su sobrino de siete años es-
tuviese delante. Ella sabe que estos comportamientos dificultan que
los que la rodean y la quieren entiendan lo que hace, pero dice no
poder evitarlo.
Ha tenido tres intentos de suicidio considerados por ella como
“serios” con idea firme de matarse. Tomó pastillas y alcohol, las tres
veces la sorprendió la madre debido a la vigilancia tan grande a la
que María está sometida. Le practicaron lavados de estómago, pero
ella seguía pensando siempre el modo de seguir intentándolo porque
no se encontraba bien consigo misma, incluso pensaba que ella no
tenía derecho a vivir, a ser feliz. El resto de autolesiones que María
se ha aplicado han sido sin intención de suicidio.
El sentimiento de culpa es una constante a lo largo de su vida, se
siente culpable de la enfermedad que tiene y del sufrimiento que les

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LORENZO MARIANO, JUAN ANTONIO FLORES Y CARMEN CIPRIANO

está causando a sus padres. Se castiga a sí misma haciéndose res-


ponsable de todo lo que le está sucediendo. “No tengo ganas de nada,
solo de hacerme daño, de morirme, la vida no vale una mierda. Sé que lesionarme
no es la solución, pero lo hago cuando no estoy bien, y me encuentro muy mal
cuando lo hago porque sé que mis padres sufren, pero es el único modo de ali-
viarme la rabia que siento. No puedo evitarlo, porque siento rabia por como
estoy, porque no valgo nada, porque valgo una mierda ME QUIERO
HACER DAÑO, SUICIDARME, MORIRME” son gritos de auxi-
lio de María, gritos dirigidos a sus familiares, a los profesionales sa-
nitarios que trabajan con ella a diario, a los que están cerca cuando
ingresa, gritos silenciados porque son considerados llamadas de
atención. Hay que modificar el modo de comportarse, la modifica-
ción de conducta sigue prevaleciendo por encima de la atención a la
aflicción. Sería importante tener en cuenta nuevos enfoques que ayu-
den a la persona aquejada a que tome conciencia de lo que le sucede,
en el momento presente y una vez conocido e identificado que sea
capaz de aceptarlo. Marsha Linehan (2003) asegura que las personas
aquejadas de TLP tienen que aprender a tomar conciencia plena de
su experiencias sensoriales, emocionales, cognitivas, y conductuales
como primer paso para poder descubrir y validar lo adaptativo y
poder sustituir las conductas inadecuadas o problemáticas por otras
más adaptativas. María necesita ayuda para saber aceptarse, para po-
derse valorar como persona, para darse la importancia que realmente
tiene.
Escribe poesía, escribe sobre lo que ama, sobre lo que le entris-
tece, sobre la vida, sobre su enfermedad, sobre la muerte. El arte de
escribir sobre los sentimientos que tiene ante la vida, le supone una
vía de escape, que a veces le ayuda a canalizar las ideas de hacerse
daño, pero no siempre lo consigue, puesto que son muchas veces
las que la necesidad del corte para disminuir la ansiedad es tan
grande que recurre directamente a ella. Aun así, María comenta que
la escritura le ayuda a dar un sentido a su vida. Utiliza la poesía como
medio de solicitud de ayuda ante lo que le sucede, como forma de

87
NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

expresar la inconformidad ante un amor, un castigo, ante lo que su-


pone estar enferma. Cuenta por escrito lo que su boca calla, lo que
manifiesta mediante las heridas que se autoinflige.
Es consciente de la enfermedad que tiene, ha preguntado en psi-
quiatría qué es la enfermedad diagnosticada y también ha buscado
en internet qué es lo que le pasa. Cuando se le diagnosticó la enfer-
medad sintió mucho miedo, miedo a “que mi enfermedad fuera para siem-
pre, que no se curara nunca, que toda la vida estuviera como estaba hace unos
tres años, con ganas de morirme y no vivir… aunque la verdad es que voy para
atrás como los cangrejos. Porque mira lo que me he hecho esta semana… -en-
señándome una herida que se hizo en el abdomen-. Lo he hecho porque
no estoy bien, y me encuentro muy mal cuando lo hago porque sé que mis padres
sufren, pero es el único modo de aliviarme la rabia que siento. Tengo mucha
rabia por ser como soy, por estar como estoy, porque no valgo nada, porque valgo
una mierda, no merece la pena vivir así, siempre pensando en el modo en que
pueda hacerme daño”.
Asocia su enfermedad con un problema de abusos que sufrió du-
rante dos años por parte de un cuñado suyo. Nunca le ha contado
esto a nadie porque dice que no quería destrozar su familia y porque
además está segura que nadie la iba a creer y aumentaría la falta de
comprensión hacia lo que a ella le pasa. No pensaba que aquello le
pudiera haber hecho tanto daño más allá del que físicamente y emo-
cionalmente le había causado que una persona mantuviera relaciones
sexuales con ella de manera obligada y además siendo miembro de
su familia. “Me amenazaba con contarle a todos que la culpa había sido mía,
que yo le había provocado y que todo eran invenciones mías, y yo por eso ya
empecé a hacerme heridas, muy pequeñas, pero ya no me comportaba igual, dejé
de ser tan alegre como antes, me daba golpes y mi familia sufría cuando me veía
así. Sin embargo mi cuñado era mayor que yo y se controlaba muy bien, era
muy correcto con todos, muy cariñoso con mi madre, siempre le soltaba algún
cumplido que a ella le hacía feliz ¿quién me iba a creer a mí, a la mentirosa, a
la que parecía que estaba amargada, la triste, quién? Todos me cuestionan lo
que hago, no soy una persona de fiar, dicen que no tengo palabra. Si llego a con-

88
LORENZO MARIANO, JUAN ANTONIO FLORES Y CARMEN CIPRIANO

tarlo rompo la familia.” ¿Pero María y lo que sientes tú? “Eso no le im-
porta a nadie, solo a mí, lo pasé muy mal porque es muy fuerte que te hagan
esto cuando tienes 16 años pero sabía que no lo podía contar, nuestra familia
estaba muy unida y les hubiera dado un disgusto a todos, no me lo hubieran
perdonado, además, ya te he dicho que no me habrían creído, según ellos no soy
una persona de fiar”.
Aunque estaba muy asustada ante el diagnóstico de TLP no
buscó otros métodos alternativos a la medicación. “Cuando estoy in-
gresada y voy mejor, o en hospital de día hacemos relajación y sé que viene bien,
pero a mí no me ayuda, pero a mí no me viene bien porque yo no me relajo…
me pongo más nerviosa. Me dicen que me imagine en una playa y yo soy inca-
paz… no lo consigo por más que lo intento”. Le pregunté; “María ¿qué
estás pensando cuando haces la relajación?” “En hacerme daño, todo
gira alrededor de eso, no me preocupo más que como poder hacerme daño y en
que parte del cuerpo hacérmelo”. No ha buscado medios sobrenaturales
ni religiosos para tratar de que le curen la enfermedad, no es que
tenga mucha confianza en el tratamiento que lleva, prácticamente
está resignada con el modo en que le tratan.
Ve la enfermedad como una mierda, me dice “Perdona por la pala-
bra... Pero es una mierda”. María no piensa en su futuro, pero cuando
le pregunté por él me contestó que ella vive el día a día: “Creo que no
voy a llegar al futuro, aunque a lo mejor consigo suicidarme antes algún día. No
me he planteado que puede pasar con mi futuro... sé que te puede resultar triste
pero es la verdad. No me veo mejor que hace unos años, he mejorado un poco
pero no tanto… me sigo haciendo daño como antes (entre lágrimas me dice)
no valgo nada de nada… no mejoro nada. Sigo pensando todo el día en cómo
hacerme mucho daño… no puedo hacer otra cosa… cuando me encuentro bien…
pienso que algo estoy haciendo mal… porque yo no tengo derecho a disfrutar de
la vida.” Cuando ante esta afirmación le pregunto por qué piensa de
este modo me dice que ha hecho mucho daño en los pocos años
que lleva enferma y tiene que pagarlo. ¿María, y no crees que te me-
reces otra oportunidad para disfrutar? “A veces pienso que sí… pero…
la mayoría de las veces creo que no.”

89
NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

Cuando le diagnostican la enfermedad, ella no le dio demasiada


importancia, pensaba que no era nada, que era como si tuviese un
resfriado que tomando pastillas se te iba. Tiene una visión inicial de
la misma como algo que pasa, pero resultó ser un lugar sin salida,
un infierno como ella lo llama. Cuando vio que la necesidad de au-
tolesionarse aumentaba y cada día lo hacía con más frecuencia, se
dio cuenta de que no era como los resfriados y buscó información
en la red, y “vi que iba a ser para toda la vida y me puse a llorar… yo ya lo
vi como una enfermedad que podía ser para toda la vida y claro… yo no quería
eso… porque yo que sé… tan joven… ¿ por qué a mí? no entendía porque…
joder… porque hacía de sufrir, me hacía de sufrir a mí y a mi familia, ¿por
qué?” Hace una narración de la etiología de la enfermedad, este pre-
guntarse por qué a ella y no a otro, la búsqueda de respuestas a lo
que le pasa, a la causa que le provoca la enfermedad: “Me hacía muchas
preguntas a mí misma, por qué esta enfermedad y por qué estos síntomas, no sé,
es que no la entiendo esta enfermedad… directamente no la entiendo.”
Las visiones que tienen de ella las personas que están a su alre-
dedor no ayudan a que ella se encuentre bien consigo misma, no
confían en ella, no quieren que el único sobrino que tiene pase
tiempo con ella por miedo a que se pueda hacer daño de nuevo de-
lante de él, o aún peor que ella se lo haga a él. Esto es algo que a
María le duele mucho, pero lo escuchó en una conversación de su
hermano y su cuñada, esta última era quien le planteó al hermano la
prohibición de que le dejase a su hijo con ella porque tenía miedo
que en uno de esos episodios de rabia que tiene y en los que pierde
el control le pudiera hacer daño a su hijo. También piensa que las
amigas que tenía no quieren salir con ella por vergüenza o por
miedo, no lo sabe muy bien, pero el caso es que no le llaman ni van
a buscarla, la enfermedad le está provocando desencuentros sociales
importantes que le afectan a una esfera muy importante en su vida,
porque una de las cosas que refiere desde la primera entrevista, es
que a ella le encanta estar con la gente y tener muchos amigos y sen-
tirse muy querida.

90
LORENZO MARIANO, JUAN ANTONIO FLORES Y CARMEN CIPRIANO

¿Qué es lo que más te cuesta entender del TLP? “Todo, no entiendo


nada. Mi padre si me entiende, pero mi madre no comprende porque unos días
estoy muy bien y otros días estoy cortándome… no lo entiende… ni mis herma-
nos… no lo entienden… porque unos días estoy tan alegre y al otro día estoy
intentado suicidarme o cortándome no lo entienden y no les culpo por ello porque
a mí me pasa igual, yo misma no me entiendo.”
Para María, ser una TLP, como ellos se refieren a sí mismos, es
una mierda, una mierda que no te deja vivir tranquila, “que me duele
el pecho, que tengo ansiedad que no duermo bien… que saca lo peor de mi misma,
que me hace sentirme mal conmigo y con el mundo. Me siento fatal por lo que
hago, pero no lo puedo evitar, me alivio cuando lo hago, me siento bien, tengo
menos rabia por lo que me pasa. Que ya no soy la misma que antes… que la en-
fermedad no me deja ser la que era… que me ha quitado mi sitio…” Ese lugar
donde María podía y disfrutaba de la vida, de sus padres, de sus her-
manos, de su familia. Un lugar donde ella cree que nunca va a volver.
No se imagina su vida sin la enfermedad, y si no la tuviera, le
gustaría llevar la vida que llevaba antes, dicho por ella le gustaría lle-
var una vida normal. “Para mi tener una vida normal, es reírme con mis
amigos, irme con ellos a cenar y de fiesta. Hablar con mis padres, reírme, viajar,
estudiar, trabajar, lo que hace toda la gente cuando está bien, no como ahora
que estoy fatal, que no me rio, que no tengo ganas de vivir… de lo único que
tengo ganas es de dormir… me pasaría durmiendo todo el día para no pensar
en hacerme daño y en qué parte del cuerpo hacérmelo. A veces, me veo como un
compañero de hospital, que se han muerto sus padres y está solo, sin ningún
amigo y sin ninguna relación, pues así me voy a ver yo.”
Son muchas las ocasiones en que María se ha hecho daño, aunque
no siempre que se lo ha infringido ha tenido intención de matarse.
Afirma que solo una de ellas lo hizo conscientemente para acabar
de una vez con todo, lo hizo mezclando pastillas y alcohol, por un
error de cálculo en la hora de llegada de un familiar, éste la encontró
y llamó a urgencias. Para ella supuso una prolongación de su tortura,
tortura a la que le hubiera gustado poner fin. El resto de las veces,
lo hacía controlando que siempre apareciera una persona (un fami-

91
NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

liar) que pudiera llevarla al hospital o llamar a la ambulancia antes


de que estuviera grave. Quizás esto tenga que ver con lo que ella
afirma sobre las necesidades que tienen las personas diagnosticadas
con TLP, según María necesitan que les hagan más caso, que les tra-
ten como personas que son y no como enemigos.
Me cuenta los ingresos que ha tenido, todos han sido de forma
voluntaria y aunque se ha sentido aislada, estaba aliviada porque allí
no podría hacerse daño. Pero este último ingreso que ha tenido ha
sido por orden de la psiquiatra, y no lo ha vivido nada bien. “Dice
(se refiere a la psiquiatra) que amenacé a un profesional del centro y no era
verdad, yo solo pedí ayuda para que hablase conmigo porque tenía tantas ganas
de hacerme daño que le dije que por favor… que hablase conmigo para poder
desahogarme con ella, pero me dijo que en ese momento no me podía atender,
que ya hablaríamos otro día, yo me enfadé, así que me ingresaron. Creo que
como castigo, aunque también he pensado que podía haber sido porque me han
visto mal y para evitar que me hiciera daño. Pero aun así, lo he pasado fatal,
me quería ir, pa’ mi eso era un infierno y me quería ir… no lo soportaba porque
estaba sola, no podía hablar con nadie… si hablaba me llamaban la atención…
si iba al baño tenía que ir con alguien… eso era… no podía… no lo sopor-
taba”.
Le pregunto sobre las necesidades que tienen las personas con
su diagnóstico, y en concreto sobre las necesidades que ella tiene
para encontrarse bien, y me contesta que necesitaría una pastilla mi-
lagrosa o un liquidito… “que me lo tomaría y no me despertara nunca…
esa es la forma de que se acabarían mis problemas… así dejaría de pensar, de-
jaría de hacerme daño, dejaría de hacer de sufrir a mi familia… dejaría de…
de todo… (Se ríe, pero se aprecia cierta pena en su voz) y yo creo que
sería hasta feliz… Eso es lo que pediría… si lo tuviera a mi alcance eso es lo
que haría.”
María ¿tú piensas que esa es la única solución que tienes? Afirma
con rotundidad, “Sí, para mí sí, cada día estoy peor y no veo solución alguna
a lo que me sucede.” No aprecia la mejoría del tratamiento, sino que
además todo lo que hace (toma de fármacos, asistencia a hospital

92
LORENZO MARIANO, JUAN ANTONIO FLORES Y CARMEN CIPRIANO

de día, ingresos, etc.) no dan su fruto y no ve ningún futuro en su


vida siendo TLP. “Con el tratamiento que llevo de pastillas y lo que hago
aquí en el centro se supone que tenía que mejorar, pero las heridas que me causo
son cada vez más grandes y frecuentes, o sea que algo está fallando, o soy yo o es
el tratamiento, y la verdad es que creo que soy más bien yo, ¿cómo se va a equi-
vocar los que saben del tema?” Maria, tu enfermedad es difícil de com-
prender no solo para ti como tú dices, también para las personas
que están a tu alrededor, tienes que tratar de confiar en ti un poco
más de lo que haces. “Si, si lo intento, pero a veces me doy asco de cómo soy
a mí misma y entonces ya he perdido lo poquito bueno que rara vez veo en mí”.
María se niega cualquier oportunidad para disfrutar. Los senti-
mientos de culpa que tiene ante lo que hace son tan fuertes que ni
siquiera se permite el derecho al disfrute y mucho menos al amor.
Hasta hace unos días salía con un chico que fue compañero suyo de
terapia, pero ella ha decidido dejarlo a pesar de que sigue sintiendo
algo por él porque dice que ambos están enfermos y que no “pin-
tan” nada juntos porque cualquier día ella se da un corte o un golpe
y él que hace sin ella, “¿Sufrir? Pues no, no quiero que nadie más sufra por
mi culpa, bastante sufro ya yo”.
Cuando he hablado con María de estos temas amorosos, he visto
que le cuesta iniciar relaciones íntimas y afectivas con otros que ten-
gan cierta estabilidad. Aunque siente la necesidad de sentirse querida
no se permite el disfrute de las relaciones iniciadas o a punto de ini-
ciarse, se centra en el sufrimiento que ella piensa que tarde o tem-
prano esa relación le va a provocar.
Durante los días de entrevista que he mantenido con ella, son
muy pocas las ocasiones en que me habla de forma positiva de su-
cesos que le hayan pasado. Únicamente cuando se refiere a su so-
brino se le cambia un poco la expresión facial y se le ve contenta.
Pasa mucho tiempo con él y eso le gusta, pero en cuanto recuerda
lo que hizo delante de él, de nuevo se ensombrece su expresión. Me
dice que tiene un cacao en la cabeza que no sabe ni cómo actuar en
muchas ocasiones. Pero no se lo cuenta a nadie, tampoco lo escribe,

93
NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

se lo queda todo para ella a pesar de reconocer que no le viene bien.


“A veces he contado cosas y luego me arrepiento de haberlo hecho, como por ejem-
plo cuando le conté lo del abuso a la enfermera con la que me llevo tan bien de
la unidad, me tenía que haber callado, tengo que aprender a cerrar la boca y no
decir muchas cosas.” En algunos momentos ha tenido deseos de con-
tarle a su padre o a su madre lo que le pasó, pero decidió no hacerlo
porque estropearía a la familia. “Prefiero yo ahorcarme antes que decir
na’… aunque sé que callarme tanto tiempo me hace daño”.
Las entrevistas con María tuvieron que terminar antes de lo de-
seado por ambas partes porque fue dada de alta de hospital de día,
y aunque ella se mostraba encantada de seguir viniendo las veces
que hiciese falta a seguir hablando conmigo aunque fuese fuera de
la institución sanitaria, sus padres no lo veían claro y no se lo per-
mitieron.

94
(VI)

INDICIOS Y DESARROLLOS. A MODO


DE CONCLUSIÓN

A lgo que hemos de tener muy en cuenta en nuestro análisis, es


que nos encontramos ante narrativas de unas personas –diag-
nosticadas como TLPs- muy trabajadas por el trato y tratamiento
psiquiátrico, y que expresan discursos bastante psicologizados por
las muchas horas de análisis, de terapia individual y de grupo que
llevan acumuladas en sus trayectorias vitales, acumulando conceptos
y diagnósticos propios del manejo especializado de profesionales
“de bata blanca”. Esto hace que en el momento de realizar las en-
trevistas, inclusive con una agenda conversacional, objetivos y cri-
terios diferentes más sociales y menos “psico”, fluyan unas
narrativas muy contaminadas por los énfasis, patrones y objetivos
de la cultura terapéutica, y del proceso propio de terapia que han
experimentado en marcos institucionalizados, a lo largo de muchos
años. Dicho de otro modo, hemos detectado que su identidad per-
sonal y su subjetividad, se hallan en buena medida colonizadas y en-
treveradas por la perspectiva biomédica y psiquiátrica, y que sus
vidas se encuentran inmersas en los procesos y discursos de la me-
dicalización. Así por ejemplo Amanda utiliza con fluidez en la en-

95
NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

trevista términos como “el núcleo familiar”, que provienen de ese dis-
curso experto y especializado de la cultura terapéutica. El grado de
conocimiento de los fármacos, nombres, propiedades, etc., refleja
también un discurso muy medicalizado de su trastorno y sus vidas.
Puede verse también en el caso de María como llega incluso a otor-
gar el poder y la razón, a pesar del desacuerdo con los modos en los
ingresos en la unidad de agudos, al equipo de profesionales que le
tratan, puesto que es el protocolo de actuación para todos los in-
gresos del tipo de María, a pesar de reconocer que quizás sería más
efectivo tener en cuenta sus narrativas ante lo que le sucede. Se niega
a sí misma el derecho a cuestionar lo que los expertos en la materia
conocen de lo que a ella le pasa.
En un alto grado, hemos podido vislumbrar cómo el diagnóstico,
la imaginación psiquiátrica y la utilización del TLP, viene a ser un
cajón de sastre, como para algunas otras enfermedades existentes y
“de moda” en la actualidad como la fibromialgia –tan de moda que
en el caso de Mar, es su propia hermana quien la “diagnostica” en
primer lugar entrando en webs que hablaban sobre ello, y no un psi-
quiatra, que es supuestamente el único competente para ello-, donde
se agrupan y se tratan por igual perfiles muy diversos, de amplio es-
pectro –e inclusive a veces alejados- de personas que sufren, que
pueden cumplir o no todas las características consignadas en el
DSM-IV para el trastorno, y que resultan incómodas de encasillar y
clasificar en los perfiles y protocolos de otros trastornos y enferme-
dades de salud mental. Desde una mirada antropológica y social, su-
gerimos la máxima cautela en el uso de estas clasificaciones y
etiquetas, y cómo las mismas nos invitan a mirar más allá, cómo
decía Manuel Delgado, “allí donde podemos comprobar cómo se inventan
cada día nuevas formas de discapacitación social” (Delgado, 2006).
Para la perspectiva y modo de proceder de los antropólogos, nos
ha resultado sorprendente identificar una perspectiva moral y mo-
ralista de algunos de los enfoques psiquiátricos más convencionales
y hegemónicos en la actualidad. Éstos enfatizan que parte del pro-

96
LORENZO MARIANO, JUAN ANTONIO FLORES Y CARMEN CIPRIANO

blema, incluso desde un punto de vista causal, radica en unos valores


y prácticas socioeducativas erróneas: la ausencia de límites impuestos
en la educación de los hijos y en la que crecen los adolescentes ac-
tuales, su exceso de libertad y el no experimentar contención alguna
en sus vidas. En ocasiones, esta perspectiva moralista se incardina
en la piel, con fragmentos de relatos donde la vida “adecuada” es la
vida “ordenada”, sujeta a estrictos horarios y quehaceres prefijados.
Puestos a controlar los impulsos, la terapia se revuelve como una
forma de control moral y social que en ocasiones, al menos en las
protagonistas de este libro, se convierte en una fuente de estrés. Pero
este carácter moralista en otras ocasiones resulta más evidente.
Algún psiquiatra llega a hablar de la existencia de una auténtica “epi-
demia” o problema de salud pública de los TLP por su gran inci-
dencia e incremento en la España actual. Según L.O., un psiquiatra
de Madrid, en comunicación personal nos explicaba que existiría
una “epidemia” de trastornos límites de personalidad a la que se es-
taría enfrentando en España la psiquiatría actual, especialmente entre
adolescentes y jóvenes. Epidemia marcada por un fuerte exhibicio-
nismo narcisista, y con transiciones rápidas de estados de ánimo: eu-
foria – llanto. En éstos jóvenes sería patente una falta de entidad y
espesor psiquiátrico, una falta de estructura. En ellos, todo toma un
matiz “adictivo”, y el goce, para ser goce, tiene que tener un punto
demoníaco. Sugiere que gran parte de la culpa es de los padres y en-
tornos familiares que no saben o no les preocupa “poner límites”
en la educación a sus hijos, de ahí esta “epidemia” de TLP que ex-
hiben problemas relacionados con la no contención, con el no tener
límites.
Con esta interpretación, coincide otro psiquiatra, José Giner, en
una entrevista20 realizada hace dos años, a la pregunta de “¿A qué se
enfrenta la Psiquiatría con los denominados trastornos de persona-
lidad?”, respondía del siguiente modo:
______________________________
20
"Las patologías psiquiátricas, incluso la esquizofrenia, están infradiagnosticadas". Entrevista
a José Giner. (noticiasdealava.com, 5-marzo-2011).

97
NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

“Son unos trastornos psiquiátricos que con toda seguridad van a ir en au-
mento en los próximos años. Aunque siempre han existido, cada vez se van a
dar con más frecuencia. Los trastornos de personalidad son la caricatura biológica
de una persona cuando todo el sistema sociocultural no ha conseguido reconducirla
o reeducarla. En un mundo donde las libertades imperan sobre las trabas, lo
más temperamental y primitivo tiene tendencia a salir, porque no siempre se tiene
en cuenta que libertad no implica hacer lo que a uno le apetece. El hombre tiene
que ser capaz de poner límites a su libertad. Y ese limitar nuestro desarrollo en
beneficio de la comunidad es lo que, de alguna forma, no está en los trastornos
de personalidad. En la educación recibida no hay límites, es una educación per-
misiva donde no se desarrolla la capacidad de saber que estamos con los demás,
que somos seres sociales.”
Y al ser preguntado por si había crecido la incidencia del Tras-
torno Límite de Personalidad (TLP), expresaba lo siguiente:
“Es el más en boga, porque en él se ve perfectamente esa conjunción entre la
impulsividad y la falta de barreras. El borderline es la persona que, funda-
mentalmente, hace lo que quiere, cómo y cuándo quiere, y el resto de la gente es
para él un puro paisaje. Utiliza a las personas y rompe con ellas, está tan in-
merso en su instintividad y su propia actitud que no tiene claros cuáles son sus
límites.(…) el TLP es la persona para la que el cántico a la libertad y al no
compromiso está por encima de todo. Es una persona que no se compromete con
nada ni nadie, tiene que buscar lo novedoso y estar en primera línea de cualquier
cosa. La toma de drogas es, por tanto, una de las cosas que más va a utilizar.”
Este especialista, reconocía también en la misma entrevista que
el factor sociocultural era clave y más determinante que el estudio
genético y biológico, para entender este tipo de trastorno. Pero esa
constatación, concluye, no suele ser hoy en día un punto de partida
o catalizador para reorientar la investigación y el tratamiento de las
personas diagnosticadas con TLP hacia un viraje más social.
Estas tres narrativas de aflicción son una minúscula ventana
sobre la que asomarse a las experiencias y sentimientos que implica
una vida marcada por el Trastorno Límite de Personalidad. En este
libro, más que ofrecer respuestas y sentar jurisprudencia de ese

98
LORENZO MARIANO, JUAN ANTONIO FLORES Y CARMEN CIPRIANO

modo tan empíricamente autoritario que en ocasiones se emplea en


la literatura, constituye la llave para nuevos interrogantes. Intentos
de abrir nuevos horizontes en los modos de entender y tratar el pa-
decimiento. Son, por así decirlo, el anverso de los historiales médicos
que con tanto celo guardan los hospitales y los profesionales médi-
cos. La historia de vida dentro de la historia clínica. Huellas del im-
pacto de la enfermedad y el diagnóstico en la vida. En nuestra
opinión, la información contenida en los historiales médicos –las
evidencias tradicionales- aceptan de manera tácita la amputación de
esos otros órdenes de significados que se resuelven centrales en las
narrativas de aflicción. Y desde el momento que se acepta la impor-
tancia en las tramas de los aquejados, debe aceptarse su lugar prota-
gónico en la práctica médica. El asunto se reduce entonces a
cuestiones de calidad asistencial.
Esa otra “versión” de la enfermedad emerge cuando se ofrece
un espacio para las voces de los afligidos, toda una rareza en la prác-
tica clínica moderna. Los historiales médicos en salud mental ofre-
cen ese espacio a la narrativa, pero niegan también un lugar
protagonista a la versión subjetiva del sufrimiento y los acontemien-
tos. De acuerdo con Good, “la estrategia narrativa es una forma me-
diante la que la experiencia es representada y relatada, en la que los
acontecimientos son presentados con un orden significativo y co-
herente, en la que las actividades y acontecimientos son descritos
junto a experiencias asociadas a ellas y la significación que les aporta
sentido para las personas afectadas” (2003:255). La búsqueda de este
sentido no sólo resulta interesante para antropólogos de la medicina
u otros científicos sociales interesados en este campo. Muy al con-
trario, -al menos desde la óptica de la Medicina Basada en Narrativas
(Mariano y Cipriano, 2012)- constituye una evidencia de primer
orden para la práctica clínica y asistencial. Este movimiento emer-
gería como una corriente que pretendía rescatar la narrativa y expe-
riencia del paciente, intentando emprender la función de “puente”
entre médicos y pacientes, acortando la distancia entre “saber”
acerca de la enfermedad y “comprender” la experiencia del paciente

99
NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

(Greenhalgh y Hurwitz, 1998, 1999, Charon 1993, 2001, 2006). La


narrativa es entendida aquí como “aparatos semiológicos que pro-
ducen significados” y abriendo el espectro de “evidencias” a asuntos
como dolor interior, la esperanza y la desesperación, el dolor moral
“que frecuentemente acompañan y a menudo, de hecho constituyen
las enfermedades que sufren las personas (Greehalgh y Hurwitz,
1998). Los relatos de experiencia y aflicción pasarían a adquirir en-
tonces el mayor rango en el espectro de evidencias.
Y esto es así porque este enfoque permite resituar al paciente –
su narrativa, sus temores, su sufrimiento- en el centro de la práctica
clínica, subordinando, como antaño, el diagnóstico y la enfermedad.
Los aquejados existen, de esta forma, más allá de los historiales mé-
dicos y las anotaciones en el DSM-IV o los criterios diagnósticos.
Los análisis con herramientas provenientes de los análisis narrativos
nos acercan a la comprensión de la enfermedad, pero abren puentes
en los procesos y las prácticas terapéuticas. Por ejemplo, la trama y
la elaboración de la trama en los relatos de Mar convergen en esa
sensación omnipresente de incomprensión, atravesada por historias
de mil y un conflictos donde los familiares juegan un papel prota-
gonista. Su necesidad por encontrar una cura -como la poción má-
gica que reclamaba Felisa al inicio de este libro-, no son más que
demandas por comprensión, o mejor, por la aceptación del drama
de su padecimiento. Incluir esa demanda en el esquema de trata-
miento puede resultar más crucial que las recetas de estimuladores
del ánimo. De la misma manera que flaco favor hacen los clínicos
que no entienden el sentimiento de derrota que embarga a María, la
falta de ganas por buscar una cura, para ella una pastilla milagrosa o
un “liquidito” que la durmiera para siempre. Si el sufrimiento pre-
sente en relatos como ese, en su incomprensión no ya de la enfer-
medad, sino de sí misma, no constituyen asuntos clínicos de primer
orden, algo está fallando en la delimitación de las evidencias y las
necesidades.
Tal y como señala Hayden (1997:49), “las narrativas de los pa-
cientes dan voz al sufrimiento en una forma que queda fuera del do-

100
LORENZO MARIANO, JUAN ANTONIO FLORES Y CARMEN CIPRIANO

minio de la voz de la biomedicina”, pero quizás haya llegado el mo-


mento de que esos dominios se ensanchen para ofrecer ese espacio.
La enfermedad irrumpe de manera estruendosa en la vida de nues-
tros protagonistas, destruyendo un mundo que debe ser recons-
truido. Así, por ejemplo, algunas estrategias subjuntivizadoras (Good
y Del Vecchio, 1994) se afanan en ese proceso de autoconstrucción
que en ocasiones es mermado por los propios profesionales. Por
ejemplo, Mar repetía de manera incansable su confianza en un futuro
sin enfermedad, o al menos con la enfermedad controlada, sujeta
bajo sus riendas, justo lo contrario que en el pasado. A través del re-
lato, las esperanzas de curación se hacían presentes, intentando se-
parar los pretéritos tiempos del descontrol con el seguimiento y
control de las prescripciones médicas del presente. Y al narrarlo, las
esperanzas se trasformaban en una fuente de alivio y quizás de te-
rapia. Pero cómo señalábamos, la irrupción de la narrativa no sólo
sirve para documentar la irrupción de la enfermedad en la vida -las
relaciones viciadas o las fracturas familiares- o en el cuerpo –las ci-
catrices que señalan intentos de suicidio, los tabiques nasales ero-
sionados por años de adicciones…- sino que se incluyen en las
evidencias a documentar de los historiales médicos. Evidencias que
abogan por epidemiologías de enfermedad con valores de n=1, re-
cordando a los profesionales la necesidad de individualizar cada uno
de los casos, medidos ahora por sus biografías y no tanto por sus
diagnósticos. Los significados otorgados a las prácticas autolesivas,
por ejemplo, difieren entre sujetos que las iniciaron por imitación y
que forman parte de sus estrategias para lidiar con la familia o los
profesionales de aquellos que refieren un sentido terapéutico a la
sensación de descontrol que les embarga. Al individualizar los sen-
tidos –y no tanto las prácticas- la forma individualizada de abordaje
debería tener un mejor desarrollo. María nos confesaba que en mu-
chas ocasiones, esas prácticas estaban motivadas por la actitud “car-
celaria” e hipervigilante del personal sanitario, una forma de
respuesta a lo que ella consideraba una agresión a su libertad o inti-
midad, incluso al robo de su identidad durante los ingresos. Por su-

101
NOSOTROS, LOS TRASTORNOS LÍMITE DE PERSONALIDAD

puesto, las medidas de vigilancia son necesarias, pero una atención


individualizada que partiera desde la escucha y comprensión de la
narrativa y no tanto desde los protocolos pudiera ser aquí más ade-
cuada.
Tal y como ha señalado la literatura sobre la Medicina Basada
en Narrativa, esto tiene un correlato evidente en la mejora de la ca-
lidad asistencial y la disminución de los errores médicos. O contri-
buyen, también, a esa mejora de la calidad al incluir estos relatos
como “auditorías” de evaluación. Por ejemplo, la trama de “falta de
comprensión” también incluye a los profesionales médicos, sobre
los que se construyen relatos que ejemplifican el desdén y el desgaste
que estos pacientes parecen propiciar. Tradicionalmente, estos in-
formes se han considerado poco productivos, “marginales” habida
cuenta de la parcialidad y del eminente carácter profano de sus afir-
maciones. Sin embargo, a tenor de algunas conversaciones mante-
nidas durante la investigación con profesionales encargados del
cuidado, esos relatos de “falta de comprensión-atención” se mues-
tran como la piedra angular de prácticas profesionales inadecuadas,
donde se confunden síntomas de enfermedad con “ganas de llamar
la atención”, por ejemplo. Como decíamos unas páginas atrás, al in-
cluir los relatos de aflicción la contextualización de las prácticas y
su conversión en sentido, las interpretaciones tradicionales se ven
puestas en revisión: no deja de ser cierto el carácter manipulador de
estos pacientes en sus relaciones con los profesionales médicos, pero
no lo es menos que en determinados contextos esto no sea más que
la respuesta a la falta de comprensión. En la narrativa biográfica de
Amanda encontramos entre otras evidencias –la colonización del
discurso por los procesos de medicalización, o la facilidad para pro-
ducir un discurso “ad hoc” ante el profesional sanitario-, la de que
quizás no sea tan relevante ni productivo mantener la actitud de sos-
pecha o de cautela hacia esa “manipulación” que la psiquiatría esta-
blece como un tópico para los pacientes etiquetados como TLP.
Al tratar la vida y no el diagnóstico, todo se vuelve más complejo.
Y más interesante y productivo. Lo que sugerimos aquí es que en

102
LORENZO MARIANO, JUAN ANTONIO FLORES Y CARMEN CIPRIANO

estos relatos se encuentran, también, indicios que sirven para refle-


xionar sobre la adecuación de las prácticas médicas. Con cierto
temor, Mar se quejaba igual de la falta de comprensión de sus fami-
liares como de la que expresaban ciertos profesionales que la aten-
dieron en su itinerario médico. Las historias de aflicción sirven,
también, para este tipo de planteamientos.
Flaco favor hacemos si los historiales médicos no incluyen de
una vez –y de verdad- estas historias de aflicción.

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en Sevilla durante el mes de mayo de 2013
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