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Portada
Sinopsis
Portadilla
Un mundo mejor es posible
Nota del autor
La encrucijada mundial
1. Neoevolució n
2. La encrucijada social
3. La encrucijada política
4. La encrucijada econó mica
5. La encrucijada tecnoló gica: entre el bien y el mal
6. La encrucijada geopolítica
Manual del mañ ana: guía para salir de las encrucijadas
Nota previa
7. La educació n
8. El liderazgo
9. El mercado laboral en el siglo XXI
10. La imperiosa necesidad de una nueva política
Agenda 2030: entre la utopía y el maxicontrol social mundial
Epílogo
Decá logo del mañ ana: actú a para que los avances no se conviertan
en retroceso
Agradecimientos
Principales acró nimos
Bibliografía
Notas
Créditos
Índice
Portada
Sinopsis
Portadilla
Un mundo mejor es posible
Nota del autor
La encrucijada mundial
1. Neoevolució n
2. La encrucijada social
3. La encrucijada política
4. La encrucijada econó mica
5. La encrucijada tecnoló gica: entre el bien y el mal
6. La encrucijada geopolítica
Manual del mañ ana: guía para salir de las encrucijadas
Nota previa
7. La educació n
8. El liderazgo
9. El mercado laboral en el siglo XXI
10. La imperiosa necesidad de una nueva política
Agenda 2030: entre la utopía y el maxicontrol social mundial
Epílogo
Decá logo del mañ ana: actú a para que los avances no se conviertan
en retroceso
Agradecimientos
Principales acró nimos
Bibliografía
Notas
Créditos
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SINOPSIS
Si en sus anteriores libros Pedro Bañ os ofrecía un lú cido aná lisis de las relaciones de
poder, esta nueva obra no solo describe con detalle las excepcionales circunstancias que
se está n dando en el presente y las que padeceremos en el futuro inmediato en nuestro
mundo hiperconectado, sino que va mucho má s allá y propone soluciones que sirvan a
todas las personas, en cualquier país, convirtiéndose en un manual prá ctico
imprescindible.
Las fó rmulas del siglo pasado ya no son vá lidas. Hemos entrado de lleno en la era digital,
una verdadera revolució n industrial, econó mica y social cuyos efectos apenas
empezamos a vislumbrar. Un mundo regido por la inteligencia artificial, con
ordenadores cuá nticos, sorprendentes avances en biotecnología y neurociencia, y en el
que hasta los objetos má s cotidianos estará n conectados a internet.
Habrá empleos novedosos, pero insuficientes. La població n, cada vez má s envejecida,
ocupará ciudades abarrotadas en las que la soledad será la norma. Todo ello aderezado
con una sociedad cada vez má s polarizada, mientras sufrimos las consecuencias de un
calentamiento global que parece imparable. Sin olvidar los movimientos migratorios
masivos. Se recrudecerá la lucha entre las grandes potencias por controlar esta nueva
realidad y los escasos recursos naturales. Por tanto, hay que trazar estrategias
imaginativas y eficientes que satisfagan las necesidades y aspiraciones de las
poblaciones, y especialmente de la juventud.
He aquí el enorme reto de este libro. El tiempo apremia, los problemas son urgentes y la
incertidumbre má xima. El mañ ana ya está aquí, y el manual para superar la encrucijada
mundial lo tienes en tus manos.
Pedro Bañ os
La encrucijada mundial
Un manual del mañ ana
Un mundo mejor es posible.
Pero no basta con soñ arlo.
Hay que construirlo día a día,
sin desistir jamá s.
Sé tú el factor del cambio.
Nota del autor
No puedo enseñ ar nada a nadie, solo les puedo hacer pensar.
SÓ CRATES
¿Por qué escribe un militar como yo un libro como este? Desde los
inicios de mi infancia castrense, allá por 1980, en la Academia
General Militar me inculcaron que la principal misió n de un
profesional de la milicia es servir a los ciudadanos, a los
compatriotas, a la sociedad en general. Esta permanente vocació n
de servicio fue la que me guio durante la elaboració n de mis libros
anteriores. Y ahora ha seguido siendo mi faro, como un acto de
entrega y dedicació n a mis conciudadanos, a la hora de escribir
esta nueva obra.
Por otro lado, desde que, con 24 añ os, ya siendo teniente, se me
entregó la responsabilidad de dirigir personas en las diversas
unidades en las que estuve destinado, tuve la afortunada ocasió n
de entrar en contacto directo con la realidad social. Los soldados
que nutrían las filas procedían de todos los sectores de la
sociedad, como era propio en un sistema de reclutamiento
forzoso. Esto me permitió conocer y valorar diversas formas de
entender la vida, cada una con su problemá tica particular.
Desde entonces, gracias tanto al dinamismo propio de la vida
militar como a mis inquietudes personales, ademá s de mis
vicisitudes profesionales en los ú ltimos añ os —repletos de clases,
conferencias, reuniones y otras actividades sociales—, he seguido
teniendo la posibilidad de estar en contacto con todos los
á mbitos, de escuchar las reivindicaciones de cada persona y
grupo. Reclamaciones y exigencias legítimas, pero muchas veces
silenciosas o constreñ idas a la familia o a pequeñ os círculos.
Este conocimiento del malestar social, de las quejas de la gente, de
las tuyas también, me ha atraído siempre tanto como me ha
inquietado. Detectar los problemas, aspiraciones y frustraciones
de la sociedad es relativamente sencillo: basta con tener la mente
abierta y practicar la escucha activa. Lo complejo es aportar
soluciones, que siempre será n parciales y nunca al gusto de todos.
Así, en no pocas ocasiones me han llegado comentarios críticos
(siempre bienvenidos, pues nos hacen crecer y mejorar) respecto
a que en mis libros detallo los problemas sociales, políticos,
econó micos y geopolíticos, pero no aporto las soluciones precisas
para superarlos y evitarlos en el futuro. Humildemente creo que
algo sí he aportado en este sentido, pero reconozco que quizá no
tanto como a muchos lectores les hubiera gustado. Como he
apuntado antes, ofrecer soluciones es infinitamente má s complejo
que dibujar y exponer los problemas que nos rodean.
Por ello, y dadas las excepcionales circunstancias que estamos
viviendo, y las que previsiblemente vamos a vivir y padecer en el
futuro inmediato, parece llegado el momento de lanzarse a la
aventura, casi suicida, de proponer soluciones que permitan
conseguir un mundo má s justo, má s seguro y má s libre.
Soluciones que sirvan para cualquier persona, para todas las
sociedades, para todos los países. En este contexto
hiperconectado, ya nada se puede hacer en solitario. Y, ademá s,
deben ser soluciones de rá pida aplicació n. En la calle se vive un
gran descontento, una profunda desilusió n y desencanto. Si las
soluciones no llegan cuanto antes, siempre dentro de los
má rgenes que nos hemos marcado como sociedad, la democracia
corre el riesgo nada desdeñ able de desaparecer, absorbida por
otros sistemas políticos autoritarios que se muestren y se
publiciten como má s eficaces y mejor capacitados para satisfacer
las necesidades universales y permanentes de las personas.
Y este es el enorme reto al que me enfrento aquí: proponer
soluciones a los mú ltiples problemas y dificultades actuales y a
los que, previsiblemente, marcará n la sociedad futura. El tiempo
apremia y dar respuestas es má s necesario que nunca, por la
aceleració n de los acontecimientos, por los imparables avances
tecnoló gicos. No se puede esperar má s, salvo que se desee caer en
una revolució n —muy probablemente urbana e internacional—
que no traerá nada bueno.
He intentado recoger la voz de la calle, siempre atento a los
comentarios. He prestado atenció n a lo que se refleja en las redes
sociales, cada vez má s importantes y que también permiten tomar
el pulso a la sociedad. He procurado abrir mi mente al má ximo,
sin caer en prejuicios, escuchando a todo el mundo. Los
problemas son muchos y la incertidumbre, má xima.
Soy consciente de que me sumerjo en aguas turbulentas, en
remolinos que me pueden arrastrar al fondo con suma facilidad.
Pero lo considero un deber social, y como tal acepto los riesgos
con agrado, consciente de los peligros a los que me enfrento. He
puesto toda mi energía en este proyecto, pues los ciudadanos lo
precisan, lo exigen y lo merecen.
Estoy seguro de que a muy pocos les agradará este libro en su
totalidad. Cada persona lo leerá e interpretará bajo el color de su
propio cristal, de su ideología, de sus sesgos cognitivos, de sus
circunstancias personales. Los que se sientan má s perjudicados,
los que crean que aludo a sus privilegios (de los que algunos han
disfrutado con descaro) o simplemente a su modo de subsistencia,
lanzará n los ataques má s furibundos. Y si inician campañ as de
desprestigio, tanto contra la obra en sí como contra su autor,
estaremos preparados para ello.
Me acusará n de revolucionario, y estará n en lo cierto. Antes de
que se avecine una revolució n generalizada y sangrienta, de que
caigamos en las redes de flautistas de Hamelín, de políticos sin
escrú pulos o de sistemas autoritarios, es necesario que quienes
formamos la sociedad civil hagamos nuestra propia revolució n,
siempre pacífica, pero alzando suficientemente la voz. Exijamos
que nos devuelvan la soberanía popular que nos han robado, que
líderes de verdad y comprometidos con la sociedad nos lleven por
el camino prometido y que reivindicamos.
No cabe duda de que las soluciones actuales —los sistemas
heredados del siglo XX — ya no son vá lidas, y mucho menos las de
épocas anteriores. Hemos entrado de lleno en la era digital, una
verdadera Revolució n Industrial, econó mica y social cuyos efectos
apenas empezamos a vislumbrar. Un mundo saturado de robots,
regido por la inteligencia artificial (IA), con ordenadores
cuá nticos y milagrosos avances en biotecnología, en el que hasta
los objetos má s cotidianos estará n conectados al internet de las
cosas, en el que una renovada carrera espacial será la norma. Un
escenario con trabajos diferentes, pero en cualquier caso
insuficientes para toda la població n activa. Con problemá ticas tan
graves como el envejecimiento demográ fico y la concentració n
urbana desaforada, cuya principal característica será una vida en
soledad, o los movimientos migratorios masivos. Y todo ello
aderezado con un calentamiento global que parece imparable. Por
no hablar de la polarizació n de la població n, tanto ideoló gica
como econó micamente. Mientras, ya ha comenzado la lucha a
muerte de las grandes potencias —especialmente entre Estados
Unidos y China— por controlar este nuevo mundo, la sociedad del
futuro, los escasos recursos estratégicos. Por tanto, hay que
buscar fó rmulas imaginativas que satisfagan a la inmensa
mayoría de la població n, a toda si fuera posible. Los retos son
gigantescos, las propuestas deben serlo también.
Por supuesto, esta obra, como todo en la vida, es mejorable. Y se
enriquecerá con las aportaciones de los lectores y las críticas que
se reciban. Pero el mero hecho de que se debata sobre su
contenido, de que se reformulen las propuestas que se hacen en
ella, bastará para que haya merecido la pena escribirlo, para que
no importe sufrir las embestidas. Si finalmente puedo ofrecer una
mínima mejora para el conjunto de la sociedad, si los má s
necesitados alcanzan alguna ventaja, si los jó venes logran un
futuro algo má s halagü eñ o, si la ciudadanía recupera de algú n
modo la alegría ilusionada en el porvenir, los esfuerzos y los
sinsabores quedará n má s que recompensados. Habré cumplido
con la misió n autoimpuesta de realizar otro servicio a la sociedad.
Seguramente el má s difícil de mi vida. Pero habrá merecido la
pena.
LA ENCRUCIJADA MUNDIAL
1
Neoevolució n
Sea cierto o no que el mundo esté empeorando, la naturaleza de las noticias interactuará
con la naturaleza de la cognició n para hacernos pensar que lo es.
STEVEN PINKER
PODER Y REPRESENTACIÓ N
El poder es la capacidad que tiene una persona o un determinado grupo de imponer su
verdad como verdad para todos.
MICHEL FOUCAULT
¿Si solo vamos a alquilar, a quién van a pertenecer los bienes que
alquilemos? Porque hay algo que está absolutamente claro: al
final, las propiedades siempre pertenecerá n a alguien. ¿Será solo a
grandes compañ ías, a monopolios internacionales? ¿Será n ellos
los principales beneficiarios de esta nueva forma de vida que nos
quieren imponer? ¿En qué nos beneficia a los ciudadanos no
tener nada en propiedad? ¿Es mejor vivir dependiente de los
precios y las condiciones que nos quieran poner aquellos que nos
van a alquilar todo lo que necesitemos para vivir? Entonces ¿ya no
vamos a poder dejar nada en herencia a nuestros descendientes?
Todo eso en nombre de la ecología y la sostenibilidad.
Alineado con lo anterior, Guillén hace otro pronó stico siguiendo
igualmente los pasos de la Agenda 2030, esta vez sobre el
consumo colaborativo:
[...] en 2030, casi la mitad de nuestros gastos entrará n en la categoría del consumo
colaborativo o compartido, lo que incluirá coches, casas, oficinas, dispositivos y objetos
personales de todo tipo; el consumo colaborativo volverá a vencer a la propiedad
individual; la lista de cosas que compartiremos —casas, coches trabajos— podría ser
interminable.
Plató n nos recuerda que «los Estados son como los hombres,
nacen de sus mismos rasgos», por lo que pensaba que «para
conseguir un Estado perfecto se ha de pretender la ciudad justa,
formada por hombres justos y virtuosos». De una manera má s
vulgar, podría decirse que los pueblos no tienen los gobernantes
que se merecen, sino los que se les parecen. Por eso es tan
importante la educació n si se pretende una sociedad saludable.
Pero ¿en manos de quién está dicha educació n? Son los propios
partidos políticos y sus líderes los que diseñ an los planes
educativos en funció n de sus ideologías. De esta manera, intentan
formar clones ideoló gicos para que, cuando tengan edad de votar,
elijan dirigentes afines a la ideología que les ha sido inculcada,
con mayor o menor sutileza. La ideologizació n de la educació n es
el camino emprendido por las peores dictaduras, y ya sabemos
que la educació n puede ser un arma de destrucció n o de
construcció n masiva, en funció n de có mo se oriente y se gestione.
Y no solo sucede en los sistemas autoritarios. También en países
gobernados por regímenes democrá ticos se ejerce una notable
influencia sobre la educació n, ya que el futuro de sus formaciones
políticas depende de que los niñ os y adolescentes sean sus
votantes cuando alcancen la mayoría de edad.
La educació n es esencial para el futuro de una sociedad. Por
supuesto, la clave es una enseñ anza pú blica en la que no se
manipule a los niñ os, en la que no se transmitan fanatismos, sino
ideas y ciencia, conocimientos generales y específicos libres de
toda tendencia ideoló gica. Ademá s, en el marco de un auténtico
sistema democrá tico, es imprescindible respetar que los padres
puedan educar a sus hijos en libertad, matriculá ndolos en los
centros educativos, pú blicos o privados, que consideren oportuno.
AGENDA 2030, ¿SÍ O NO?
Los ODS de la Agenda 2030 son loables en su conjunto, pero quizá
revisten de buenas intenciones la corrupció n, las ansias de poder
y la manipulació n. Por má s meritorios y deseables que sean,
existe una clara imposibilidad de alcanzar algunos de esos 17
objetivos, como son el fin de la pobreza, el hambre cero, la salud y
el bienestar, y la educació n de calidad, desde el enfoque político y
de gestió n pú blica actual, tanto en el seno de Naciones Unidas
como de la mayoría de sus países miembros.
Dentro de que probablemente sea imposible frenar en su
totalidad la Agenda 2030, las propuestas para conseguirlo
parcialmente irían encaminadas a recuperar las soberanías
nacionales, tanto econó mica como culturalmente. Estas iniciativas
deberían orquestarse desde un sistema democrá tico real (no en la
partitocracia actual que opera en muchos países de Occidente).
Posiblemente cambiando a sistemas electorales de listas abiertas,
fomentando la meritocracia —abandonando la «mediocracia»
actual— en la política frente a los nombramientos de asesores y
cargos de confianza. Llevar a cabo una separació n de poderes real,
sin recovecos legales, como los existentes hoy en día. Y, en
definitiva, apostando fuertemente por un modelo de enseñ anza
basada en el espíritu crítico para limitar el nú mero de hombres-
masa y de ciudadanos vulnerables que, inconscientemente, está n
siendo colaboradores necesarios para la consecució n de los
objetivos de la Agenda 2030.
De todos modos, da la sensació n, al menos por el momento, de
que, para bien o para mal, va a ser poco menos que imposible que
los postulados de la Agenda 2030 no sigan dando que hablar en
los pró ximos añ os. El motivo no es otro que todas las principales
opciones políticas en Europa llevan a ella, pues puede que haya
alternancia, pero no hay verdadera alternativa con posibilidades
de gobierno.
Servicio militar obligatorio: mucho más que prepararse para
la guerra
Varios estudios muestran que solo dos de cada diez españ oles
lucharían por su país en caso de guerra. 11 En este sentido, en
Españ a estamos varios puntos por debajo de la media europea,
que ya de por sí es baja, siendo en su conjunto la ú nica regió n del
mundo donde menos de la mitad de las poblaciones combatiría
por sus países. Vivimos una crisis del sentimiento nacional, el
patriotismo, la seguridad y la defensa. ¿Có mo hemos llegado a
esto?
Tras la desaparició n de la Unió n Soviética y el Pacto de Varsovia
en 1991, la mayoría de los ejércitos europeos fueron
profesionalizá ndose y reduciendo su tamañ o. En el caso españ ol,
el Gobierno de José María Aznar, en marzo de 2001, acabó con
má s de dos siglos de reclutamiento militar, pasando a un ejército
profesional. Al margen de que esta decisió n estuviese motivada
por el ingreso de Españ a en la OTAN añ os antes y por el ejemplo
de otros países del entorno, también hubo presiones e intereses
de política nacional.
Al no existir servicio militar obligatorio, la famosa mili, uno de sus
efectos ha sido el mayor desconocimiento de las misiones que
realizan las Fuerzas Armadas en beneficio de la sociedad a la que
sirven y protegen. Mientras existió el reclutamiento forzoso, al
pasar los ciudadanos por los cuarteles, el contacto entre el pueblo
y el Ejército era mucho má s fluido. Con independencia de que la
experiencia individual fuera má s o menos positiva —un aspecto
en el que influían factores de toda índole—, lo cierto era que la
ciudadanía tenía una visió n clara de có mo eran las Fuerzas
Armadas y qué funciones cumplían. Actualmente, en cierto
sentido, se han convertido en grandes desconocidas. Má s allá de
las operaciones en el exterior relacionadas con la paz, o de su
auxilio en desastres naturales (incendios, inundaciones...), * si
realizá ramos una encuesta entre la població n, muy pocas
personas sabrían decir cuá les son las misiones que, por mandato
constitucional, corresponden a las Fuerzas Armadas, o cuá les con
sus armamentos principales, por poner solo algunos ejemplos. 12
Sin olvidar que la situació n actual de desconexió n entre gran
parte de la població n y el Ejército también es consecuencia de
que, en gran medida, el ciudadano ha abdicado de sus
responsabilidades, ignorando que, si la democracia es libertad,
también cuenta con una dimensió n indudable de entrega a la
sociedad.
Así, hemos llegado a la situació n actual en la que la defensa de la
patria se ve como algo ajeno, solo propio de militares que han
hecho del servicio a los demá s su profesió n, pero que no incumbe
en absoluto al resto de los ciudadanos. Los cuales, en el mejor de
los casos, aceptan que una parte de sus impuestos se dedique a la
defensa nacional. Cuando no se manifiestan claramente en contra
por ignorar, de modo casi absoluto, para qué es preciso sostener
un ejército en los tiempos de paz y prosperidad que hasta ahora
hemos tenido la fortuna de vivir y disfrutar.
Por ello, es fundamental que se haga el mayor de los esfuerzos por
promover la cultura de defensa. Ademá s de efectuarse en todos
los á mbitos, desde la escuela a los estamentos políticos que
ejercen las má s altas responsabilidades, la mili sería la mejor
manera de conseguirlo, pues no solo se vería la parte teó rica, sino
que se viviría en primera persona. Má s allá de servir para
preparar a los ciudadanos para la defensa de su país, llegado el
caso, las ventajas de un servicio militar obligatorio son muchas,
por má s que ahora se ignoren o se desdeñ en.
Por un lado, durante unos meses se iguala a pobres y ricos, a
cultos e iletrados, haciendo que, al vestir el mismo uniforme,
comer la misma comida y pasar por las mismas vicisitudes, se
cree un espíritu de unidad nacional. Aunque hay que valorarlo
adecuadamente, quizá bastaría con muy pocos meses (entre tres y
seis, sin necesidad de ser continuados) y podría aplicarse con
gran flexibilidad para que fuera lo menos lesivo posible para las
expectativas educativas o laborales de los participantes
(llevá ndolo a cabo principalmente, por ejemplo, en los periodos
vacacionales).
Por otro, la mili tiene la virtud de lograr que los ciudadanos se
sientan verdaderamente parte de una nació n a la que tienen la
obligació n de defender; les ofrece un propó sito comú n, un
elemento aglutinador, el camino para hacer patria. Facilita que
jó venes procedentes de todas las esquinas y rincones del país se
relacionen, al tiempo que conocen otras ciudades y lugares, que
quizá de otro modo nunca hubieran visitado. Y vivir una ciudad es
descubrir su particular cultura e historia, algo fundamental en
estos momentos en que esta no se estudia o bien está falseada, en
algunas comunidades, por intereses políticos. Y todo esto, al
tiempo que se aporta a la juventud una serie de valores
(responsabilidad, esfuerzo, sacrificio, lealtad, camaradería,
disciplina, orden, respeto a la autoridad...) que, curiosamente, han
ido desapareciendo de la sociedad en paralelo con el propio
servicio militar.
Ese tiempo en filas se podría aprovechar como un complemento
educativo, desde la obtenció n de permisos de circulació n para
diferentes vehículos a servir de introducció n a oficios, facilitando
así la obtenció n futura de un empleo estable en un mundo
anegado por el paro. Ademá s, y como sucedía cuando existía la
mili, se dan con frecuencia relaciones sentimentales con jó venes
de la localidad de destino, pues es lo propio en esas edades, algo
que también fragua la necesaria cohesió n nacional, fundamental
en una sociedad tensionada por la polarizació n digital y las
desigualdades econó micas e ideoló gicas, algunas de estas ú ltimas
má s fomentadas por la política que reales.
Y cuando se consolida esa cohesió n, se fortalece la identidad
nacional y se establecen fuertes vínculos entre todas las partes del
país, la ciudadanía es mucho menos proclive a ser manipulada por
políticos sin escrú pulos. La democracia precisa ciudadanos
comprometidos antes que bellas palabras. Y el servicio militar
obligatorio, para hombres y para mujeres, sería un buen ejemplo
prá ctico de compromiso con la sociedad, fomentando el sentido
del deber y la solidaridad en el conjunto de la nació n.
Por cierto, se ha generado, intencionadamente, una percepció n
muy perjudicial sobre el concepto de patria, tanto es así que muy
pocos son los políticos que incluyen esta palabra en sus discursos.
Sin embargo, aunque así lo argumenten sus detractores, un
servicio militar obligatorio tendría el efecto de fomentar el
patriotismo, algo que no tiene nada de negativo, sino al contrario,
pues, como opina Víctor Lapuente, «el patriotismo no excluye la
solidaridad hacia otras naciones». 13
Yendo má s allá de un servicio militar obligatorio, y aunque no lo
demanden las circunstancias de la Defensa Nacional, convendría
plantearnos también algú n tipo de servicio comunitario, social,
que igualmente sirviera para romper la diná mica del
individualismo egoísta imperante en la sociedad, que hace que se
muestre poca disposició n para dar y mucha para recibir de los
demá s, se sea merecedor o no. Estos servicios comunitarios, muy
necesarios en las sociedades modernas para fortalecerlas, podrían
abarcar una amplia variedad de cometidos, de modo que no
hubiera prá cticamente nadie que no pudiera realizar
temporalmente alguna tarea en beneficio de los demá s.
¿Y bien?
Un Estado debe tener como vocació n generar buenos ciudadanos,
responsables e iguales, y las empresas conjuntas —la mili lo es, lo
mismo que un servicio comunitario— llevan a ello. Retomar la
situació n no es sencillo. Hay que volver a inculcar ideas como el
esfuerzo o el sacrificio, especialmente en ciertas sociedades que
se han vuelto indolentes y apá ticas como consecuencia del
bienestar alcanzado (habitualmente merced al trabajo y las
privaciones padecidas en su día por sus progenitores). Dado el
estado de bienestar alcanzado, del que disfrutan muy pocos
países en el mundo, en el que la vida es relativamente có moda y
llevadera, sin que se exijan grandes sacrificios, convencer a los
ciudadanos de que el mundo es peligroso, que la violencia má s
extrema está a pocos kiló metros de nuestras fronteras o que
grandes peligros se pueden cernir sobre nosotros, pudiendo
llegar a poner en serio riesgo la pervivencia de nuestro generoso
y apacible modo de vida, es un reto realmente complejo y de
resultados inciertos, sobre todo teniendo en cuenta que algunas
personas pueden ser objeto de fá cil manipulació n por partidos
políticos o ideologías que persiguen otros intereses.
Lo fá cil es acostumbrar a la ciudadanía a tan solo ejercer el
derecho a demandar todo tipo de servicios y prestaciones de
modo gratuito y permanente, como si siempre fueran otros los
que tuvieran que esforzarse por proporcioná rselos, con
independencia de la coyuntura econó mica o el contexto
internacional. Pero el aná lisis de la historia demuestra que, a la
larga, los pueblos que han caído en este grave error de concepto
han terminado por fracasar en sus proyectos. Todo ello, por
supuesto, con independencia de que cualquier sociedad avanzada
debe aspirar a que los gobernantes garanticen a los ciudadanos
una serie de prestaciones bá sicas. Pero ello debe ir en paralelo
con la formació n de auténticos ciudadanos responsables y
colaboradores, deseosos de aportar con generosidad su valía al
conjunto de la sociedad.
En opinió n de Víctor Lapuente, doctor en Ciencias Políticas por la
Universidad de Oxford y catedrá tico en la de Gotemburgo, «los
ciudadanos ya no sentimos deberes hacia el Estado. Ya no
contribuimos activamente con nuestro esfuerzo a la Defensa
Nacional mediante el servicio militar, o a la Protecció n Civil
mediante una prestació n social sustitutoria. Es el Estado quien
debe facilitarnos la vida; no nosotros a él». 14 En el mismo sentido,
añ ade: «El Estado ha dejado de ser fuente de obligaciones
recíprocas para convertirse exclusivamente en una má quina
expendedora de derechos: servicios educativos, sanitarios y
sociales; subsidios, becas y ayudas», y lo peor es que muchas son
las personas que lo creen sin dudar, y ademá s piensan que son
verdaderos derechos, aunque no hayan hecho nada que les haga
merecedor de ellos, o sin plantearse que, en una sociedad, en
paralelo a los derechos existen las obligaciones. Como dijo el
presidente estadounidense John Fitzgerald Kennedy, « no pienses
en lo que tu país puede hacer por ti, sino en lo que tú puedes
hacer por tu país» . En definitiva, para que la sociedad sobreviva y
progrese, el esfuerzo debe ser conjunto y al unísono, sin abusos
por parte de nadie, y con aportaciones por parte de todos y cada
uno de sus integrantes. En definitiva, tanto recibes, tanto aportas.
Y el servicio militar obligatorio y/o el servicio comunitario son
fó rmulas vá lidas para crear y consolidar una sociedad mejor, má s
unida y solidaria.
Entonces... ¿lo intentamos?
El primer paso sería presentar el servicio militar (o conscripció n)
como una medida moderna, propia de países desarrollados,
apoyá ndose quizá s en fó rmulas ya aplicadas o propuestas por
otros Estados de nuestro entorno, desde europeos a Marruecos.
La terminología tiene que girar en torno a varios conceptos:
servicio ciudadano, igualitario (ambos sexos), remunerado
(podría ser un porcentaje elevado o completo del salario mínimo
interprofesional) e incluso semivoluntario (canjeable por otras
labores a la comunidad, por el mencionado servicio comunitario).
El término no ha de ser «reimplantar», que evoca recuperar algo
antiguo, sino «instaurar» o «inaugurar un nuevo modelo». ¡Sí, lo
intentamos!
LA POLÍTICA Y SU PROBLEMÁ TICA PARTICULAR
Cuando los Gobiernos temen a la gente, hay libertad. Cuando la gente teme a los
Gobiernos, hay tiranía.
THOMAS JEFFERSON