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RESUMEN
Sonia formó parte de un proyecto de investigación clínica, naturalista y longitudinal que
desarrolléy que comenzó en 1998, con pacientes que consultaban en el conocido centro AIGLE de
Buenos Aires, Argentina. En el proyecto seleccioné pacientes con sintomatología psicológica
severa y compleja para los cuales los tratamientos previos habían sido reportados por los
pacientes como ineficaces. En el momento de la admisión, Sonia era una mujer de 44 años,
divorciada y con obesidad mórbida, que vivía con su hijo de 18 años con retraso leve en un
apartamento comprado para ella por sus padres acomodados. Cuando Sonia acudió a tratamiento,
no podía ocuparse de su hijo ni de sus propias necesidades básicas y económicas, y tenía
frecuentes ataques de ira con sus familiares. Este estudio de caso describe 10 años de
tratamiento, incluyendo más de 900 sesiones, trabajando en el desarrollo de las habilidades de
afrontamiento e interpersonales de Sonia y en la reestructuración de sus cogniciones más básicas
sobre sí misma y sus relaciones con los demás, en particular con sus familiares. A lo largo de los
10 años, la terapia se fue reduciendo gradualmente en intensidad a medida que Sonia realizaba
cambios graduales perodrásticos en su autoconcepto, su obesidad, su relación con su familia y su
capacidad para trabajar y gestionar su vida de forma independiente. Aunque debido a su largo
historial de tratamientos anteriores, Sonia no consintió en someterse a ninguna medida de
evaluación estandarizada, sí aceptó someterse a un Cuestionario de Lista de Problemas y
Comportamientos (LOPBQ) individualizado y desarrollado en colaboración, de 27 ítems. Con un
rango de puntuación de 0 ("problema no resuelto en absoluto") a 5 (problema
"totalmente resuelto") en cada ítem, Sonia pasóde una puntuación media por ítem de 0,33 a una
de 4,19 en el transcurso de los primeros 8 años; es decir, de una puntuación del 6,7% de una
puntuación máxima al 83,8% de una puntuación máxima.Se detalla el proceso por el que se
produjo este impresionante cambio.
Palabras clave: trastorno límite de la personalidad; trastorno bipolar; trastorno mental grave y persistente;
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2. EL CLIENTE
En el momento de la admisión, Sonia era una mujer de 44 años con obesidad mórbida que vivía
con su hijo de 18 años en un apartamento que le habían comprado sus padres. Sonia se había
divorciado del padre de su único hijo 15 años antes de acudir a la clínica. Su hijo sufría un retraso
mental leve y había estado recibiendo ayuda de instituciones educativas especiales. Cuando Sonia
acudió para recibir tratamiento, la familia buscaba instituciones que apoyaran aun adulto con RM.
Sonia era incapaz de gestionar a su hijo, sus propias necesidades básicas y su situación económica.
Aunque dependía de sus padres, a menudo entraba en conflicto con ellos.
5. Incluir sesiones conjuntas y/o familiares cuando sea necesario. Estas sesiones deben
diseñarse a favor del cliente y no deben centrarse en la culpa o la culpabilización.
7. Promover sólo cambios graduales, reevaluando continuamente los objetivos del tratamiento.
8. Incluir los recursos de los pacientes y otras personas significativas para el cambio
(mediante la participación, la evaluación y la reevaluación).
10. Invertir la actitud de víctima del paciente y apoyar la asunción gradual de responsabilidades.
11. Despatologizar a los pacientes psiquiátricos que se han sometido a tratamientos psiquiátricos
tradicionales durante muchos años, a saber, hospitalización, medicación intensa y/o TEC durante
largos periodos de tiempo. Estos pacientes suelen ser estigmatizados por sus
allegados y por la sociedad en general.
12. Crear un equipo de tratamiento en respuesta al reto especial que suponen estos pacientes difíciles
(Linehan, 1993). (Obsérvese que, en el caso de Sonia, el equipo estaba formado
por un psicólogo psicoterapeuta [el autor], un psiquiatra, un terapista ocupacional y un trabajador
social)
Situación actual
Como ya se ha mencionado, en el momento de la admisión, Sonia era una mujer de 44 años con obesidad
mórbida que vivía con su hijo de 18 años en un apartamento que le habían comprado sus padres. Se había
divorciado del padre de su único hijo 15 años antes de acudir a la clínica. Su hijo sufría un retraso mental leve y
había estado recibiendo ayuda de instituciones educativas especiales. Cuando Sonia acudió para recibir
tratamiento, la familia buscaba instituciones que apoyaran a adultos con RM.
Sonia era incapaz de gestionar a su hijo, sus propias necesidades básicas y su situación económica. Aunque
dependía de la ayuda de sus padres (y de otras personas), a menudo entraba en conflicto con ellos. Las relaciones
con sus padres eran tensas y disfuncionales, y ambas partes expresaban resentimiento. Sonia sufría a menudo
conflictos con su familia. Había sido hospitalizada repetidamente por estos y otros problemas, que incluían
síntomas depresivos y arrebatos violentos. Uno de sus médicos me la remitió porque se negaba a ser hospitalizada
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Sonia y su hijo
En Argentina, en el momento del tratamiento de Sonia, el sistema de salud mental sólo tenía un tipo de
respuesta para los pacientes con trastornos graves como Sonia: la consulta psiquiátrica y la internación en un
centro de salud mental. Durante muchos años, Sonia osciló entre varios psiquiatras e instituciones sin resultados
aparentes. En relación con las dificultades de su hijo, es relativamente fácil encontrar escuelas para niños con
necesidades especiales. Sin embargo, una vez cumplidos los 18 años, el sistema argentino no ofrece opciones
claras. La ayuda en etapas posteriores de la vida depende de que las empresas sanitarias privadas ofrezcan atención
de apoyo a las personas con retraso mental.
En algún momento del tratamiento de Sonia, se promovió una nueva ley de salud mental, y las opciones
institucionales para las personas con retraso mental empezaron a ser una opción dentro de las empresas sanitarias
privadas. Aunque la nueva ley de salud mental implicaba la necesidad de tratamientos alternativos para los
enfermos mentales distintos del anterior sistema de internación psiquiátrica, las únicas opciones disponibles para el
hijo de Sonia durante el tiempo que duró el tratamiento eran a nivel privado.
Sonia describió sus relaciones con sus padres y su hermano como malas, caracterizadas por insultos y
peleas constantes. Transmitió un sentimiento de resentimiento hacia estos familiares, sosteniendo que sus parientes
no merecían tener una buena relación con ella, ya que siempre la habían rechazado por ser obesa, tener un hijo con
retraso mental y divorciarse de su ex marido.
En el momento de la admisión, los padres de Sonia le proporcionaban una ayuda económica total, así como
apoyo en su vida diaria. Su madre visitaba diariamente a Sonia en su apartamento, le llevaba pequeñas cantidades
de dinero y daba instrucciones a una trabajadora social, una asistente terapéutica y una asistenta, que también
pasaban tiempo con Sonia y la ayudaban. Al principio del tratamiento, la trabajadora social pasaba cuatro horas al
día; la ayudante terapéutica, dos horas, tres veces por semana; y la asistente, seis horas al día. Además, mis
sesiones de psicoterapia con Sonia tenían lugar tres veces por semana, y la sesión de gestión de la medicación del
psiquiatra se celebraba cada dos semanas. Este régimen general duró los seis primeros meses de tratamiento.
Como Sonia no podía ceñirse a su presupuesto, sus padres y su hermano habían decidido vigilar sus gastos,
controlándolos cada dos o tres días. Sonia percibía esta supervisión financiera como un ejemplo del
comportamiento sobreprotector de su madre y, en ocasiones, reaccionaba gritándole insultos. Cuando su madre se
retraía, Sonia tenía que volver a pedir ayuda, reiniciándose así el círculo vicioso. En el momento de la admisión,
Sonia declaró tener muy mala relación con sus allegados, como su hermano, su cuñada, y su asistente social.
Más allá de estas relaciones, tenía una o dos personas a las que llamaba amigas, pero a las que rara vez
veía.
El padre de Sonia la rechazaba abiertamente por su obesidad. Se negó a participar en las sesiones familiares
iniciales porque "no podía soportar ver a [su] hija en esa forma". En la familia de Sonia, sólo su madre seguía
intentando ayudarla, aunque no sin ambivalencia.
Sonia es la mayor de tres hermanos en una familia de médicos de renombre. Parecía que su familia estaba
presionando para que Sonia fuera hospitalizada como una forma de poner todos estos problemas fuera de la vista y
del camino. En sus mentes, su hospitalización permitiría a cada uno de ellos tener una vida. Esta creencia se
expresó abierta o encubiertamente durante todo el tratamiento. Cada vez que Sonia parecía retroceder, sugerían la
hospitalización a pesar de los claros beneficios de continuar este nuevo tratamiento en la clínica AIGLE y, más
tarde, en terapia privada. Esta evaluación continua de las expectativas, la motivación y los recursos de los
allegados de Sonia formó parte de la estrategia terapéutica. Desde el principio, Sonia insistió en buscar ayuda, de
forma que se evitara la hospitalización. Esta motivación fue un factor clave en relación con el resultado.
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Sonia y su madre estaban aparentemente atrapadas en una relación simbiótica negativa, y a lo largo de los
años Sonia se había ido apartando progresivamente de otras relaciones sociales. Esta privación social creó en Sonia
sentimientos de soledad, frustración, abandono y fracaso autopercibido, en respuesta a los cuales Sonia compensó
comiendo en exceso. Esta sobrealimentación estaba motivada por la falta de reforzadores en su vida, pero tuvo el
resultado negativo de contribuir a su obesidad, confirmando así su imagen corporal negativa y la invalidación
proporcionada por otras personas significativas, como su madre.
Diagnósticos DSM-IV
Eje I
• 296.6. Bipolar I y/o 301.13. Ciclotimia.
Cuando Sonia fue remitida a mí por su médico, fue diagnosticada por el último psiquiatra con Trastorno
Bipolar, y fue medicada en consecuencia. Sin embargo, tras varias entrevistas, el psiquiatra de mi equipo decidió
medicar a Sonia con Actinerval (carbamazepina), indicado para la hipomanía resistente. El psiquiatra prescribió
este plan de medicación porque resultaba muy útil en combinación con la estrategia de tratamiento. A medida que
el tratamiento se desarrollaba en el tiempo, la dosis de Sonia se fue reduciendo gradualmente. Por lo tanto,
retrospectivamente, pensamos que la ciclotimia sería una descripción más exacta de la patología de Sonia.
• 312.39. Tricotilomanía
Eje II
• 301.83. Trastorno límite de la personalidad
• V62.89. Funcionamiento intelectual límite
Eje III
• 278. Obesidad
Eje IV
• V61.20. Problemas relacionales entre padres e hijos
• V61.9. Problema relacional relacionado con un trastorno mental o una afección médica general
• Problemas de control de la ira
Eje V: Evaluación global del funcionamiento, 40
Medicación
La primera vez que vi a Sonia, tomaba un régimen antidepresivo muy estricto. Junto con el psiquiatra del
equipo, fue pasando poco a poco de la farmacoterapia a la carbamazepina, como ya he explicado. En la etapa
final, Sonia fue tratada con una dosis de mantenimiento.
Nunca estuvo bajo litio durante mi tratamiento, aunque había sido tratada durante muchos años con litio en
tratamientos anteriores. Sonia siempre había sido cumplidora con la medicación y, por lo tanto, era fácil evaluar
los efectos de la medicación en todo momento. En las fases finales de mi tratamiento, empezó con Orlistat para la
obesidad, pero no cumplía con esta medicación.
Cuando conocí a Sonia, era incapaz de gestionar su rutina diaria en casa. A menudo lloraba desesperada y
se mostraba agresiva y a veces violenta, sobre todo con sus padres y su hermano. Sin embargo, a veces también se
mostraba agresiva con otras personas, como vecinos, taxistas, tenderos y, ocasionalmente, con su hijo. Cuando esto
ocurría, gritaba cosas como: "¿Por qué me han dejado sola con este niño?". "¿Por qué nadie me ayuda?" y "¿Dónde
está su padre?". Estos arrebatos se producían delante del niño, que se ponía muy nervioso y gritaba junto con su
madre.
Sonia llamaba por teléfono a sus padres literalmente cientos de veces durante el día y la noche, poniéndose
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a llorar con frecuencia. Se colocaba delante de la casa de su madre, gritando y vociferando que su familia la había
abandonado. Durante su última hospitalización, antes de empezar mi tratamiento ambulatorio, Sonia había
golpeado a una enfermera y había tirado un cenicero contra la ventana de la consulta del psiquiatra. Muchos años
antes de mi ingreso, Sonia había abandonado su último trabajo y sus estudios. No cocinaba ni limpiaba la casa
por sí misma. Dependía de la trabajadora social, que la ayudaba con su hijo; de la asistente, que limpiaba la casa;
y de su madre, que intentaba, sin éxito, tranquilizarla. Sonia se pasaba el día llorando en la cama. Sus principales
actividades consistían en sus violentas discusiones con sus padres e incluso con la gente corriente de la calle.
Debido al largo historial de Sonia de experiencias generalmente negativas con tratamientos anteriores, no
dio su consentimiento para someterse a ninguna medida de evaluación estandarizada. Sin embargo, rellenó de
buen grado un cuestionario de Lista de problemas y accedió a que se le grabara en audio y vídeo las sesiones.
Su rechazo a las medidas estandarizadas en el tratamiento dejó entrever uno de sus principales puntos
fuertes, su asertividad, que se puso de manifiesto más adelante en el tratamiento.
Sonia había sido hospitalizada repetidamente en un total de 5 ocasiones y tratada por síntomas depresivos y
arrebatos violentos. Uno de sus médicos me la remitió porque se había negado a ser hospitalizada por tercera vez
en tres años.
Lista de problemas
2) Sonia estaba resentida con sus padres por ser autoritarios, pero también se sentía abandonada por ellos
y suplicaba ayuda.
4) Sonia tuvo problemas tanto para salir como para permanecer en el hospital psiquiátrico.
5) Sonia sufría de baja autoestima, centrada en su obesidad y sus escasos logros en relación con otras
personas significativas.
6) Sonia era incapaz de gestionar las tareas básicas de la vida y las finanzas.
8) Sonia tenía muy pocos amigos y poco contacto con los amigos que tenía.
9) Sonia mostraba conductas de autolesión. En concreto, se tiraba del pelo (tricotilomanía), lo que le
provocó calvicie en muchas zonas del cráneo.
11) Sonia no podía controlar los gastos. Por ejemplo, en una semana compraba 50 muñecas pequeñas y se
quedaba sin dinero tres días después de recibir su paga semanal.
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12) Sonia mostraba un comportamiento extraño y abusivo hacia su familia inmediata, sus parientes y con
su novio (con el que tenía problemas de relación abusiva, incluido un comportamiento sexual extraño).
13) Sonia comía en exceso, lo que contribuyó a su obesidad. (Nótese que no mostró ninguna
dependencia química).
El Trastorno Bipolar y el Trastorno Límite de la Personalidad de Sonia reflejaban un trastorno general del
estado de ánimo y una alteración de la regulación de las emociones, que pueden explicarse en parte por su
vulnerabilidad biológica en este ámbito. Sonia también carecía de las habilidades sociales básicas necesarias para
relacionarse con los demás y satisfacer sus necesidades. Debido a esta falta de habilidades, Sonia recurría a
intentos frenéticos y primitivos de influir en los demás para que la ayudaran a satisfacer sus necesidades. Sonia
también tenía la creencia personal de que su obesidad significaba que no valía nada y que no la querían.
Como hija de médicos prominentes, las expectativas para Sonia fueron altas desde su infancia. Sonia se
diferenciaba de sus padres y otros hermanos por su sensibilidad emocional y sus modestos recursos cognitivos. Los
padres de Sonia castigaban con frecuencia las muestras de emoción de Sonia y desestimaban las súplicas de Sonia
para que se atendieran sus necesidades. A este rechazo seguían los comportamientos sobreprotectores de su madre,
que reforzaban la incapacidad de Sonia para autorregularse. Por ejemplo, cuando Sonia era pequeña, su madre
sentía que no podía hacer frente sola a las dificultades de su hija. El padre de Sonia no la apoyaba en términos de
afecto. Por ello, la madre de Sonia la envió a vivir con un pariente, que también era profesor, y la visitaba todos los
fines de semana. Ésta había sido una recomendación de los médicos de la época, y también sirvió para preparar a
Sonia para la escuela. Aunque Sonia guarda buenos recuerdos de su estancia con esta profesora, también recuerda
que rompía a llorar y se comportaba de forma violenta cada vez que su madre la visitaba. Al final, esto duró sólo
unos meses y Sonia volvió a casa. No obstante, Sonia consideraba que este tiempo con su pariente le había sido
muy útil, ya que le había permitido prepararse para la escuela y ver por fin pruebas de su propio éxito. Por otro
lado, su madre reconocía que era incapaz de manejar a Sonia cuando era niña, aunque no podía identificar cuál era
el problema. Su padre, en cambio, nunca reconoció que algo no iba bien en la educación de su hija.
Como resultado de este entorno invalidante, Sonia intentaba expresiones de afecto aún más extremas hasta
que conseguía la respuesta deseada de sus padres. La madre de Sonia la castigaba y luego la sobreprotegía, un
círculo vicioso generado por la irritación y luego la culpa, mientras que su padre era una figura ausente en términos
de afecto. Como resultado, las expresiones extremas de emoción de Sonia se vieron reforzadas a lo largo de su
desarrollo como niña. Como este método de influir en el mundo fue eficaz para Sonia, le faltó la oportunidad de
aprender métodos de autorregulación y habilidades sociales adecuadas para cuidar de sí misma. No obstante,
atravesó la infancia y la adolescencia con relativo éxito, hasta el momento en que iba a convertirse en una mujer
adulta. Se casó impulsivamente muy joven, sin el consentimiento de sus padres, y se convirtió en madre de un hijo
con retraso mental leve. Aunque su familia la apoyó económicamente, su situación vital fue vista como un
vergonzoso fracaso tanto por Sonia como por su familia, lo que a su vez provocó ambivalencia, rechazo,
abandono, remordimientos y sentimientos de impotencia y desamparo por ambas partes. Esta situación
desencadenó los esquemas nucleares disfuncionales de Sonia de no valer nada y merecer ser rechazada por su
familia, lo que alimentó las necesidades disfuncionales de Sonia de realizarse a través de la comida, llevándola
finalmente a un estado de obesidad mórbida. La creencia de Sonia de no valer nada y de no ser querida se vio
confirmada por las excesivas críticas de su padre hacia su peso.
Como resultado de las hospitalizaciones y del apoyo variable de sus seres queridos, Sonia experimentaba la
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vida muy inestable y percibía a los demás como poco fiables. El sistema de apoyo de Sonia oscilaba entre la
sobregestión invasiva y la pérdida de libertad (por ejemplo, con la hospitalización o con la gestión de su pensión) y
el abandono (por ejemplo, cuando su familia se hartaba y la dejaba sola). A menudo, la reacción de Sonia ante la
percepción de abandono era tan extrema que su familia respondía de forma igualmente extrema, lo que a menudo
llevaba a presionarla para que fuera hospitalizada.
En tiempos de crisis, la familia reaccionaba haciéndose cargo de las finanzas de Sonia y gestionando el
cuidado tanto de Sonia como de su hijo. En esos momentos, Sonia reaccionaba con una ira explosiva. Como
resultado, Sonia y su familia se enzarzaban en conflictos que a menudo provocaban la retirada de la familia. A
medida que las fuentes de apoyo de Sonia empezaban a retirarse, ella utilizaba reacciones emocionales extremas
como medio para obtener apoyo adicional. De este modo, la interacción de Sonia con su familia y las respuestas
de ésta hacia ella, alimentarían un ciclo negativo de acercamiento invasivo y retirada. Tanto si Sonia estaba
ansiosa por la gestión cotidiana de su vida, como por la percepción de abandono por parte de su familia, sus
manifestaciones emocionales violentas como gritar o amenazar a su familia, mitigarían su ansiedad y también
cambiarían la situación, reforzando así negativamente sus manifestaciones violentas. Sin embargo, debido a la
inconsistencia de su sistema de apoyo, estas manifestaciones también eran reforzadas negativamente de forma
intermitente. Esto hacía que las conductas problemáticas fueran muy resistentes a la extinción, y cualquier
"ráfaga de extinción" solía dar lugar a intentos aún más extremos de controlar su entorno.
Se autolesionaba de forma encubierta. Por ejemplo, Sonia salía con un hombre que la maltrataba, la
menospreciaba, era agresivo físicamente y mantenía relaciones sexuales sin protección. Este hombre (que también
tenía un problema de salud mental) tenía un lugar donde vivir, pero también llevaba más de 15 años desocupado.
Cabe señalar que, cuando ella lo conoció en la calle años atrás, trabajaba activamente como conductor de autobús,
pero poco después perdió este empleo y nunca más volvió a tener ingresos. A veces, le pedía dinero prestado para
cigarrillos, comida, etcétera.
Durante todos estos años, Sonia se había retirado progresivamente del contacto social, lo que aumentó sus
sentimientos de soledad, frustración, abandono y percepción de fracaso.
La alimentación de Sonia estaba motivada por la falta de reforzadores en su vida, pero tuvo resultados
negativos al contribuir a su obesidad, confirmando así su imagen corporal negativa.
Como Sonia nunca había aprendido habilidades interpersonales apropiadas, le resultaba difícil idear
comportamientos alternativos de búsqueda de ayuda cuando se sentía angustiada. Como consecuencia, Sonia tenía
muy pocos amigos, a los que veía sólo de vez en cuando.
Además, sus padres criticaban abiertamente su obesidad y la instaban a adelgazar. Los fracasos
interpersonales y las críticas por parte de su familia confirmaron aún más la creencia central de Sonia de que, en
realidad, no valía nada y no era digna de ser amada. Por lo tanto, era difícil convencer a Sonia de que se
comprometiera a cambiar porque a menudo percibía la sugerencia de que cambiar es un rechazo. Por lo tanto, el
trabajo con Sonia debía tener en cuenta todos estos factores para proporcionarle una nueva experiencia de
validación en el contexto de una terapia orientada al cambio.
Plan de tratamiento
acompañante terapéutico y comentábamos lo sucedido. También se incluían sesiones con la madre de Sonia, y
ocasionalmente con su hermano, pero limitadas a un objetivo específico, tratando siempre de ayudarles a
encontrar una forma mejor de relacionarse con Sonia, intentando no incurrir en culpas o críticas hacia ella
misma o hacia los demás, a menos que hubiera un objetivo positivo claro que alcanzar. Siempre se dejó claro
que estas sesiones familiares estaban diseñadas para ayudar a Sonia y no para culparla.
En las fases más avanzadas del tratamiento, las recompensas que Sonia obtenía estaban más
relacionadas con su satisfacción personal al conseguir un trabajo o un nuevo amigo.
La estrategia de tratamiento consistió en ofrecer a Sonia un apoyo emocional intensivo y específico que
se iría reduciendo gradualmente a medida que mejorara, y que posteriormente se sustituiría por tipos de
intervenciones más desafiantes y directivas. Por ejemplo, en un esfuerzo por ayudar a Sonia a ganar control
sobre su conducta de gasto, primero la ayudamos a completar su lista de la compra semanal y a calcular el
dinero que necesitaba gastar cada semana. Con el tiempo, esto se convirtió en una actividad mensual, para que
Sonia pudiera controlar sus gastos y empezar a presupuestar su propio dinero. Cuando volvía a perder el control
sobre sus gastos, no volvíamos a la fase inicial del tratamiento (listas de la compra semanales), sino a la última
ganancia (listas de la compra mensuales) y avanzar a partir de ahí. Más adelante en el tratamiento, me
enfrentaría a las distorsiones cognitivas de Sonia utilizando ejemplos diarios y técnicas de reestructuración
cognitiva. Al mismo tiempo, se emplearía el entrenamiento en el control de la vulnerabilidad emocional
(utilizando las técnicas de Marsha Linehan [1993]) para ayudar a Sonia a hacer frente a la inestabilidad
emocional. Mientras continuaba la terapia cognitiva para la depresión, el tratamiento para los familiares se
realizaba desde una perspectiva psicoeducativa.
Debido a la complejidad y gravedad de este caso y a los amplios antecedentes psiquiátricos de Sonia, la
primera intervención se llevó a cabo con la familia. Sus padres, su hermano, su cuñada y su hijo fueron
invitados a tres entrevistas. El objetivo de estas sesiones era evaluar las expectativas de la familia, explicar el
tipo de tratamiento que se llevaría a cabo, informar a Sonia y a su familia de los riesgos y posibles beneficios
del tratamiento, y obtener el consentimiento informado para las estrategias de tratamiento propuestas. Este
consentimiento era una condición previa al tratamiento.
Aunque la familia estaba agotada y decepcionada con el resultado de la terapia anterior de Sonia, les
comuniqué que el éxito del tratamiento era más probable si expresaban su apoyo a que Sonia iniciara el
tratamiento en esta nueva modalidad. En estas primeras sesiones, a pesar de que la familia estaba enfadada,
agotada y frustrada por la carga que representaba Sonia, también querían creer en un posible cambio. Les dije
que, en mi opinión, para eso habían venido, que como seres humanos siempre tenemos esperanza, lo único que
necesitábamos para empezar.
En una de las primeras sesiones, el hermano de Sonia preguntó si su hermana se curaría. La respuesta
fue que no había garantías, pero que creíamos que merecía la pena intentarlo. Esta respuesta ayudó a reducir su
ansiedad, porque muchas otras veces se habían encontrado con otro tipo de respuesta que resulta más familiar
en el contexto médico, donde la pregunta suele enmarcarse dicotómicamente como "curar o no curar." Estas
primeras sesiones tuvieron un estilo más psicoeducativo, explicando a la familia la naturaleza de la patología de
Sonia y por qué creíamos que merecía la pena darle una oportunidad a este nuevo tratamiento. Se utilizaron
analogías con otros tipos de tratamientos, en los que las patologías a tratar podían ser crónicas, pero aun así se
podía mejorar la calidad de vida. La familia se comprometió a probarlo, no para “curar” la patología, sino para
mejorar la calidad de vida de Sonia.
Otro aspecto importante de la intervención fue que ofrecimos una evaluación continua del proceso de
tratamiento. Esto se hacía mediante sesiones periódicas con los miembros de la familia, en las que les
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mostrábamos cómo se había logrado el cambio en un área concreta. Por ejemplo, tras la primera fase del
tratamiento, les mostrábamos cuánto se habían reducido las llamadas telefónicas intrusivas y agresivas o, más
adelante en el tratamiento, la eficacia con la que Sonia había aprendido a gestionar sus finanzas.
Este tipo de sesiones se programaban directamente con los miembros de la familia. A veces Sonia
estaría presente y otras veces no, pero siempre estaría informada. Al principio, los miembros de la familia solían
expresar una actitud derrotista, pero con el tiempo se fue transformando en una actitud de colaboración. De este
modo, también ayudamos a la familia a ajustar su nivel de expectativas hacia los logros, aprendiendo a aceptar y
comprender cómo afrontar mejor el problema de Sonia y su impacto en su vida cotidiana.
En las tres primeras sesiones, se forjó un contrato por el que la familia probaría este nuevo tratamiento y
nosotros como equipo les informaríamos sobre los progresos del mismo. Primero describí a la familia la estructura
del tratamiento. Por ejemplo, detallé quién estaría presente y quién no en las sesiones familiares, si debería venir la
madre de Sonia y cuántas sesiones a la semana creía que necesitábamos. Expliqué que me encargaría de exponer
las estrategias terapéuticas y que mostraría a la familia de qué manera estas estrategias estaban diseñadas para ser
beneficiosas. Como se trataba de un tratamiento privado, la familia aceptó pagar de manera particular las
prestaciones realizadas.
No fue fácil crear un vínculo de cooperación con la familia. Por ejemplo, aunque en estas primeras sesiones
todos estaban invitados, el padre de Sonia no quiso venir. Llegué a la conclusión de que exigirle que viniera podría
hacer que la terapia se detuviera y, por lo tanto, decidí continuar sin él.
En la segunda sesión, Sonia rompió en llanto de repente y gritó que siempre la habían rechazado, como si
no formara parte de la familia y puesta como a un perro en un hospital psiquiátrico. Le pedí que se marchara y que
volviera cuando pudiera mantener una conversación sin gritar. Salió de la habitación, me llamó diciéndome que
prefería no estar en la habitación pero que, no obstante, quería cooperar con el tratamiento. Nos planteamos si
reanudar o no la sesión sin Sonia para reforzar de forma coherente la expectativa de que no gritara. Decidimos
reanudarla. Sonia no estuvo presente en la siguiente sesión.
Durante las dos semanas siguientes, mantuve sesiones frecuentes de psicoterapia individual con Sonia,
durante las cuales, entre otras cuestiones, le dejé clara su responsabilidad de participar en el contrato inicial del
tratamiento junto con su familia. Además, le prometí que, tras finalizar el contrato, no se vería obligada a participar
en las reuniones familiares si no quería.
Esto la ayudó a superar esta etapa, porque en tratamientos anteriores tenía muy malos recuerdos de
terapeutas que la obligaban a asistir a reuniones con su familia en las que ella sentía que era la culpable. Sólo en
las últimas fases del tratamiento Sonia pudo participar activamente en una sesión familiar sin gritar, insultar ni
culpar a los demás miembros de la familia. En los años posteriores a la firma del contrato para iniciar el
tratamiento, las sesiones familiares se celebraron en su mayoría sólo con la madre (aunque ocasionalmente asistían
el hermano y la cuñada). Esto duró hasta la fase final del tratamiento, durante la cual pudimos celebrar sesiones
familiares con todos.
El padre de Sonia, que no asistió a la reunión inicial con toda la familia, fue convocado para reunirse con su
mujer y conmigo. Nos dijo que rechazaba a su hija, que no soportaba verla tal como era y que eso no cambiaría.
Por lo tanto, no participó en estas sesiones familiares y sólo acudió 5 años después. Finalmente, la familia aceptó
iniciar este nuevo tratamiento, decidiendo que era su mejor opción.
Esta colaboración inicial con la familia de la paciente fue esencial para la primera y la segunda fase de
este tratamiento. En esta primera fase, trabajamos con un equipo que incluía un psiquiatra, un acompañante
terapéutico y un trabajador social. Este nivel de apoyo se consideró necesario para el tratamiento dado el alto
nivel de impulsividad de Sonia y su relativa falta de control conductual y emocional.
Para lograr la retirada gradual de esos apoyos adicionales, como terapeuta, siguiendo una estrategia de
terapia conductual, trabajé con Sonia en relación con las recompensas que le llegarían cada vez que pudiera
manejarse de una manera más adaptativa. Como se ha descrito anteriormente, seleccioné dos conductas sencillas
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que ella podía empezar a manejar por sí misma. Aunque al principio se quejaba de que "nadie me ayuda", se hizo
muy evidente para ella que ganar responsabilidad le permitía ganar libertad y esto, en última instancia, la hacía
sentirse mejor. No sólo tuvimos que enfrentar su tendencia a la pasividad y la victimización, sino también, y lo que
es más importante, con la tendencia de su familia a sobreprotegerla e infravalorarla. La estrategia consistía en que
cuanto mejor controlara ella sus gastos (o cualquier otro comportamiento), más instrucciones le daría el terapeuta a
su madre para que la dejara ir, con lo que se reforzaría no sólo su autonomía, sino también su dignidad y
autoestima. En esencia, se trataba de una técnica conductual similar a la economía de fichas, aplicada a la
autorresponsabilidad y la autoestima. Funcionó bien con todas las tareas. Al principio, nos centramos en tareas
relativamente sencillas, y poco a poco se fueron abordando tareas más complejas, como planificar unas vacaciones,
conseguir un trabajo, entablar una relación, planificar el futuro de su hijo y, por último, que ella asumiera el
control de su problema de obesidad.
El tiempo con el acompañante terapéutico comenzó siendo diario y, durante los primeros 12 meses, se
redujo a tres veces por semana. Al final de este periodo, el tiempo con el trabajador social empezó a reducirse de
diario a tres veces por semana. Esta retirada gradual de los apoyos externos adicionales se dosificó en relación con
las ganancias de Sonia en autocontrol.
La segunda fase, de los años 2 a 4: del victimismo al Mantener el empleo, abordar el pensamiento interpersonal
distorsionado, desarrollar habilidades de gestión financiera y trabajar con la madre de Sonia.
De víctima a protagonista
En la segunda fase, el acompañante terapéutico se limitó a ayudar a Sonia con conductas específicas,
como empezar cursos de informática o de tejido. La realización de estos cursos tenía por objeto ayudar a Sonia a
abandonar su actitud de "víctima", en la que sólo podía envidiar las capacidades y los logros de los demás, lo que
minaba su autoestima y su autovaloración. No fue un proceso sencillo e implicó estrategias muy específicas.
Debido a su grave depresión, Sonia no estaba motivada para hacer nada, pero también se quejaba de que
todo el mundo fuera activo y tuviera éxito (en su familia estaba rodeada de médicos a los que les iba muy bien
profesionalmente). Se quejaba, se veía a sí misma como una víctima y se mostraba pasiva en relación con su
situación percibida. Paradójicamente, validó la actividad de los demás, demostrando que creía que los logros en la
vida eran importantes, pero que no creía que pudiera conseguirlos por sí misma. En las sesiones, se la animó a
encontrar algo que pudiera demostrar su valor personal a los demás. He aquí un ejemplo:
Sonia: Ayer quise visitar a mi hermano, pero estaba ocupado con sus pacientes, y la secretaria no me dejó
entrar. ¿Cómo es posible que una hermana vaya a visitar a su hermano y él nunca esté allí para ella? Esto es
indignante. Nunca me han querido y siempre intentan evitarme, y luego me piden que cambie y sea amable.
¿Cómo se puede ser amable cuando te rechazan una y otra vez?
Terapeuta: ¿Puedes imaginarte a ti misma al revés? ¿Qué pasaría si estuvieras tan ocupada que no
pudieras abrirle la puerta a tu hermano?
Esto continuaba hasta que construía una imagen mental en la que ya no era la víctima y, desde ese punto de
vista, podía encontrar una motivación para empezar a hacer cosas. Por supuesto, se trataba de un cambio de actitud
que se desarrollaba con el tiempo. Cada vez que Sonia mencionaba algo que le gustaría hacer, el terapeuta lo
validaba, reforzando así su iniciativa. Por ejemplo, en el tercer año, Sonia encontró la oportunidad de trabajar en
una oficina del gobierno. Este trabajo no era muy prometedor al principio, pero era su primer empleo en años. A
pesar de ello, su padre la desanimó a participar, diciendo que no sería capaz de hacerlo. El terapeuta animó a
Sonia a buscar el trabajo, para fomentar la confianza en sí misma y darse la oportunidad de tener un futuro
diferente. Consiguió solicitar el empleo y empezó a trabajar.
Durante los primeros días de trabajo, cada mañana se levantaba y decía: "¡Renuncio!". Sin embargo, cada
día que pasaba sin renunciar, hablábamos de que era "un día más". Al cabo de unos meses, Sonia empezó a ganar
dinero, y esto le dio más confianza en sí misma, así como una mayor sensación de autonomía.
En el momento de escribir estas líneas, 10 años después del inicio de la terapia, Sonia lleva siete años
trabajando en la oficina del gobierno. Durante los dos primeros años, su familia le decía cada dos semanas que no
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debía trabajar y que, en su lugar, debía centrarse en su tratamiento médico para la obesidad. Además, al principio
Sonia mantenía relaciones disfuncionales con sus compañeros de trabajo. Sin embargo, aprendió a identificar las
distorsiones cognitivas y a controlar los pensamientos paranoides, así como estrategias para controlar y gestionar
sus reacciones emocionales exageradas. Además, como pudo experimentar los beneficios del trabajo y quería
continuar con los progresos que estaba consiguiendo, aplicó lo aprendido.
Debido a su imagen vulnerable de sí misma, Sonia tendía a abandonar las iniciativas para mejorar su vida.
A pesar de estos retrocesos, Sonia se hacía más fuerte con cada avance y capaz de luchar y superar estos
contratiempos. Al final, los logros eran lo que la motivaba a seguir adelante. En la terapia, estos logros se
validaban y reforzaban positivamente (por ejemplo, permitiendo a Sonia comprar cosas y viajar de manera
autónoma). Esta situación es un ejemplo de este proceso de reforzamiento positivo:
Los padres de Sonia tenían una casa muy bonita en la playa. Sonia solía ir allí de pequeña y al crecer siguió
yendo con sus padres. Pero, a medida que empezaban a surgir problemas y su comportamiento se volvía cada vez
más agresivo, sus padres eran cada vez más reacios a invitarla. Cuando vi a Sonia por primera vez, no la dejaban ir
a la casa y llevaba dos años sin ir antes de empezar el tratamiento. La casa era muy significativa para Sonia, por los
recuerdos entrañables que tenía de su infancia, pero en los últimos años permanecer en ella con sus padres, se
había vuelto imposible. Esto se debió en gran parte a un incidente con el novio de Sonia, al que había conocido en
la calle y con el que se veía de forma encubierta. Los padres de Sonia despreciaban a su novio, porque estaba sin
trabajo y tenía problemas mentales. Una noche, el novio de Sonia llegó a la casa de la playa y se quedó a oscuras
hasta el amanecer esperando a que ella saliera. Como ella no salía, empezó a tocar el timbre en mitad de la noche,
despertando a todos los vecinos, lo que fue percibido como una situación muy humillante por los padres de ella. A
partir de ese momento, Sonia quedó excluida de la casa en la playa, a comparación de su hermano que siguió
yendo con su familia de vacaciones. Sonia siempre quiso volver a formar parte de esta tradición familiar. No fue
hasta que Sonia consiguió cumplir su primer año de trabajo en su nuevo empleo, mejorar sus habilidades
interpersonales, demostrar sus técnicas de regulación emocional y ahorrar suficiente dinero para ir a la playa. Esta
acción la negocié con su madre con el propósito de que permitiera a Sonia volver a la casa en la playa.
En esta fase del tratamiento, también empezamos a trabajar con el pensamiento distorsionado de Sonia en
sesión. Por ejemplo, debido a su creencia central disfuncional subyacente de no ser amada, siempre interpretaba
los comportamientos de los demás con sentimientos exagerados de abandono y rechazo, y se comportaba como si
esta creencia necesitara ser confirmada con todo el mundo. En este sentido, siempre que podía entablar una nueva
amistad, la ponía a prueba hasta el extremo. En una ocasión, conoció a un nuevo compañero en su lugar de trabajo
e inició una amistad. Sonia centraba su atención en cada pequeño gesto y movimiento que hacía su nueva amiga,
para determinar si estaba siendo aceptada o no. Si Sonia llegaba a la conclusión de que no estaba siendo aceptada,
intentaba intensificar la cercanía con su nueva amiga, en lugar de distanciarse de ella. En las sesiones, trabajamos
para desmantelar este mecanismo de dos maneras:
1) Despersonalizar: Se animó a Sonia a cuestionarse si era exacto suponer que todos los gestos y
movimientos de las mujeres con las que trabajaba estaban relacionados con ella.
2) Comportamiento alternativo: En lugar de intensificar la cercanía en estas ocasiones, se animó a Sonia a
intentar distanciarse de sus compañeros. Estas estrategias resultaron muy útiles para Sonia porque podía
ensayar el comportamiento alternativo y luego comprobar los resultados en tiempo real. Con este fin,
también teníamos sesiones conjuntas con el acompañante terapéutico en las se analizaban las conductas de
Sonia y proponíamos conductas alternativas, para que ella pueda practicarlas después fuera de dichas
sesiones.
Una motivación para que Sonia practicara estos comportamientos alternativos, fue el hecho de darse
cuenta de que, si era capaz de interpretar los comportamientos de los demás de forma menos negativa, también
sería capaz de relacionarse con ellos de otras maneras. El resultado de estos cambios fue en su beneficio. Por
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ejemplo, cuando empezó a trabajar, “cada dos por tres” decía que dejaría el trabajo debido a su fuerte tendencia a
interpretar negativamente el comportamiento de los demás. A continuación, un ejemplo de un diálogo muy
frecuente en la sesión de aquellos días:
Sonia: Ayer la gente me miraba de una manera extraña. Quiero dejar el trabajo. ¿Por qué tengo que ir a un
lugar donde la gente me mira de esa manera?
Terapeuta: ¿Por qué crees que te miran de esa manera? ¿No están ocupados con el trabajo? Sonia: Porque
soy obesa, y no me importa si no les gusto; así es como soy.
Terapeuta: ¿Y por qué esto te impediría trabajar, si tanto deseabas poder ganar dinero y ser como los
demás?
Sonia: Es verdad.
Terapeuta: Entonces, si sos la que quiere alcanzar ese objetivo, ¿en qué te beneficia abandonar tu propio
objetivo?
Sonia: Tenes razón... en absoluto, pero es lo que hay, siempre me toca la peor parte.
Terapeuta: Como ves, también depende de lo que hagas para llevarte la peor parte, por ejemplo, si elegís
renunciar, te estás excluyendo de una oportunidad que vos misma te ganaste.
En esta fase del tratamiento, Sonia estaba muy decidida a no querer cambiar su cuerpo porque quería que
"la gente la aceptara como es". Esta idea fue validada en el tratamiento.
En ese momento, también emprendimos un programa de formación específico con Sonia para abordar sus
problemas financieros. Después de ganar su salario inicial, se fijaba un objetivo por sí misma (por ejemplo,
cambiar la heladera), y su madre no dejaba de apoyarla económicamente. Empezó a ahorrar y a comprar al mismo
tiempo. Esto continuó hasta que ahorró suficiente dinero para hacer un viaje, y entonces volvió a empezar. La
madre también cumplió con este programa porque era mucho mejor que el gasto descontrolado anterior.
También demostró a Sonia y a su madre que tenía las habilidades financieras necesarias.
Durante las dos primeras fases del tratamiento, tuve sesiones individuales regulares con la madre de Sonia
cada dos semanas. En estas sesiones, orienté a su madre para que pensara en su hija de una forma más positiva.
Esto incluía también instrucciones específicas sobre cómo comportarse con Sonia. Por ejemplo, enseñé a su madre
que, independientemente del tema que se tratara, nunca debía continuar una conversación cuando Sonia empezara
a reaccionar con una emoción exagerada. Si esto ocurría, su madre tenía que posponer la conversación hasta que
Sonia se calmara, aunque esto ocurriera al cabo de muchos días.
También enseñé a su madre a pensar en los estados desregulados de Sonia (por ejemplo, gritos y/o llantos
y/o agresividad verbal) como momentos que pasarían “como la lluvia”. Esta metáfora resultó útil, porque una de
las cuestiones clave en relación con el patrón de comunicación disfuncional de la familia, era la forma
excesivamente catastrófica en que los familiares interpretaban los comportamientos correspondientes a los
estados desregulados de Sonia. Muy gradualmente, en cuanto aprendieron a responder de otra manera a los
arrebatos de Sonia, éstos empezaron a ser cada vez menos frecuentes. Esto significaba que Sonia empezaba a
ganar control sobre sus conductas, lo que nos permitió disminuir gradualmente el carácter directivo de nuestras
intervenciones.
Como resultado de las dos primeras fases del tratamiento, Sonia fue capaz de levantarse de la cama todos
los días y cumplir un horario de actividades; empezar cursos sencillos de formación (como tejer e informática);
mantener su propio hogar con el acompañante terapéutico o el trabajador social; gestionar sus gastos mensuales;
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tiempo más largos; hacer planes para participar en actividades más amplias de forma independiente; y tomar la
medicación correctamente. Además, empezó a hacer planes para mudarse a una nueva casa, participar en un
programa de atención nutricional y entablar nuevas amistades.
En la tercera fase del tratamiento, Sonia inició sus propios proyectos vitales sin el coach terapéutico. Pudo
empezar a trabajar en un nuevo empleo y gestionar su propio presupuesto. Sin embargo, surgió otro gran
problema: El hijo de Sonia ya no era un niño, y las escuelas especiales ya no lo aceptaban. La convivencia con su
hijo se convirtió en un problema de violencia doméstica para Sonia.
Cada vez que discutían, ella se ponía a gritar y chillar violentamente y el niño reaccionaba de forma
agresiva, afirmando que ya no era un niño.
En el pasado, Sonia había rechazado la opción de internar a su hijo en una institución. Decía: "No
permitiré que nadie le haga a mi hijo lo que me hicieron a mí". Este niño, sin embargo, era retrasado mental, y no
encontramos otra forma de ayudarle que internarlo en una institución adecuada. Se trataba de un proceso muy
largo, que también incluía cuestiones relacionadas con terceros. Históricamente, la única derivación posible en
Argentina para este tipo de problemas era una institución psiquiátrica. Ni Sonia ni su hijo lo consideraron una
opción adecuada. Mientras tanto, se promulgó una nueva ley de salud mental y se obligó a las empresas de
seguridad social a proporcionar a los pacientes con retraso mental una institución adecuada (es decir, no las
psiquiátricas existentes) que incluyera actividades de atención diurna, como terapia ocupacional, gimnasio,
manualidades, agricultura, etcétera. La familia demandó a la Seguridad Social y consiguió que el hijo de Sonia
tuviera una institución adecuada. Sin embargo, en ese momento, Sonia seguía oponiéndose a la internación
externa, diciendo: "No le haré a mi hijo lo que me hicieron a mí".
Decidimos aplicar una nueva estrategia para que Sonia y toda su familia pudieran seguir adelante con sus
vidas. Se tomó una decisión sobre cuál era el tratamiento más adecuado para Sonia y su hijo. Sabíamos que ya no
podían seguir viviendo juntos en el mismo piso. Este fue el momento más difícil del tratamiento de Sonia. La
vulnerabilidad de Sonia le dificultaba ser una madre madura. Podía mimar a su hijo, darle de comer, incluso
cuidarlo con cariño, pero no podía aceptar del todo su estado, ni el hecho de que, por mucho que a ella no le
gustara que las cosas fueran así, lo eran. Por tanto, tuvo que aceptar una serie de realidades difíciles: que su hijo
tenía una discapacidad importante, que no podía cuidarlo sola, que necesitaba la ayuda de su familia, y que una
institución sería mejor lugar para él, que su propia casa. Empezamos a trabajar con la idea de que "quizá las cosas
que son buenas para mí, no lo son para mi hijo". Un día, la policía llamó a su puerta y dijo que su hijo estaba tirado
en la calle después de haber recibido una paliza. Esto fue el colmo, y se inició la estrategia de trasladar al hijo de
Sonia a una institución. Se pidió a la familia de Sonia que organizara todo para trasladar al niño, y a Sonia no le
quedó más remedio que aceptar las circunstancias. La situación se volvió muy tensa y se puso en juego casi todo lo
que habíamos conseguido, pero Sonia nunca abandonó su trabajo durante esta fase. Este proceso fue duro y no
siempre fue fluido. Implicó cambios en el entorno y la integración de recursos. Entre otras cosas:
Cuarta fase, años 6 a 8: Mayor consolidación de los avances funcionales, tratamiento de la obesidad de Sonia.
La cuarta fase consistió en la consolidación de los logros de Sonia. El tratamiento en esta fase consistió en
mantener los progresos de Sonia con sesiones mensuales de psicoterapia individual con Sonia y conversaciones
telefónicas bimensuales con su madre. Sonia había mantenido su trabajo y empezaba a disfrutar de la relación con
su hijo, que ahora vivía en una comunidad supervisada cercana. Empezó a ver que su hijo era más feliz, que
disfrutaba de sus actividades en la institución y de su relación con sus compañeros. Poco a poco, Sonia pudo visitar
a su hijo en la comunidad y, más tarde, llevarlo a casa durante breves periodos.
Al final, Sonia reconoció que este cambio les permitía a ella y a su hijo tener sus propias vidas, en las que
las deficiencias individuales no eran necesariamente un impedimento para que cada uno encontrara un estilo de
vida significativo. Sonia percibió esta mejora en su nivel de libertad y responsabilidad propia, como algo que la
empoderaba más, que como una amenaza.
El ingreso del hijo de Sonia en un programa especializado para adultos con retraso mental también tuvo un
efecto beneficioso en la relación con su madre, que se fue haciendo cada vez menos estrecha. Esta reducción de la
co-dependencia patológica condujo a la mejora de la agresividad y la violencia entre Sonia y su madre, así como
en el seno de toda la familia. Esto se consiguió porque todos aprendieron a validar los logros y las actividades de
los demás. Esto incluye el contexto social, en el que, en cuanto encontraron un lugar adecuado para el hijo de
Sonia, se interpretó como una aceptación social de su condición mental. Esto les ayudó también a comprender sus
problemas, como distintos de los de su hijo.
La aceptación y validación por parte de los miembros de la familia, de los fracasos y logros de los demás,
ayudó a cambiar los patrones de comunicación entre ellos. Este cambio, a su vez, repercutió en la creencia
central de Sonia de no ser querida, que había desencadenado sus problemas de desregulación emocional, y en
consecuencia, el odio que percibía hacia sus familiares. Esto significó que empezaba a construir un autoconcepto
positivo con una autoestima positiva. Sólo entonces pudo Sonia empezar a pensar de forma positiva en la
posibilidad de cuidar de su salud física.
El punto de inflexión fue el momento en que Sonia empezó a aceptar de forma positiva la colaboración y
ayuda de su familia, lo que a su vez llevó a su familia a ayudarla mejor. En la fase final, pudo entablar largas
conversaciones con su padre. Al principio, empezaron sólo por teléfono, pero con el tiempo se pasó a la
interacción en persona, cara a cara.
Los logros de Sonia la llevaron a aceptarse a sí misma y, en consecuencia, a aceptar a sus seres queridos.
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Esto es más impresionante en lo referido a su padre, que es un hombre extremadamente rígido que ha tenido
graves dificultades interpersonales con otras personas significativas. Por ejemplo, como anécdota familiar, la
madre de Sonia solía contarme que su marido nunca iba a los cumpleaños ni a las reuniones familiares cuando los
niños eran pequeños. Después del tratamiento, Sonia pudo empezar a entender que las dificultades de su padre,
que tanto daño le había hecho, habían creado limitaciones sustanciales en su propia vida. Esta toma de conciencia
ayudó a Sonia, no en el sentido de perdonarle, sino en el de poder pensar enlo que era mejor para ella, y no sólo en
cómo vengarse de su padre. Su pensamiento ya no era "si él quiere verme delgada, seguiré siendo obesa", y así
sucesivamente. Así, la reconciliación entre padre e hija sólo comenzó cuando Sonia alcanzó un nivel de auto-
aprecio y autoestima que la llevó a pensar en lo que era mejor para ella, como tratar de ganar salud y prevenir
todas las enfermedades que empezaban a surgir como consecuencia de su obesidad.
La obesidad de Sonia
Tras el alta formal al octavo año, tuvimos sesiones de mantenimiento durante dos años más,
para supervisar los logros de Sonia y emplear estrategias de prevención de recaídas cuando fuera
necesario. Durante este tiempo se mantuvo el nivel de funcionamiento emocional,cognitivo y
conductual que Sonia había alcanzado en los años 1 a 8. Tambiéndurante este tiempo, Sonia se
sometió con éxito a una cirugía de bypass gástrico y perdió 60 kilos (132 libras), pasando de pesar 130
kilos (287 libras) a pesar 60 kilos (132 libras) en un período de 12 meses. En el momento de redactar
este informe, la pérdida de peso se había mantenido durante 24 meses.
7. SEGUIMIENTO DE LA
TERAPIA Y USO DE LA
INFORMACIÓN DE RETORNO
Como ya se ha mencionado, el caso de Sonia fue llevado por un equipo de profesionales, y el
mismo se reunía periódicamente para supervisar su caso y proporcionar información para realizar
ajustes en el curso de la terapia.
Como también se mencionó anteriormente, debido a su largo historial de tratamientos previos,
Sonia no dio su consentimiento para que se le realizara ninguna medida de evaluación estandarizada.
Sin embargo, accedió de buen grado a que se grabaran en audio y vídeo las sesiones y a rellenar
periódicamente un Cuestionario de Lista de Problemas y Comportamientos(LOPBQ) individualizado,
como se muestra en la Tabla 2. Las grabaciones fueron muy útiles en las sesiones de supervisión del
equipo, y las valoraciones periódicas del LOPBQ fueron valiosas para controlar el progreso de Sonia a
lo largo de los años. Los resultados específicos sobre esta medida se discutirán en la sección de
resultados más adelante.
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Resultados cualitativos
UU.
Se hizo evidente que el problema para ella era comprender, una vez más, cuánto puede esperar
del amor y la aceptación de los demás, y cuánto puede conseguir por sí misma. Incluso con un cuerpo
nuevo, los viejos patrones (estructuras de significado central) podían volver. La diferencia era que
ahora no sólo tenía una visión, sino muchos recursos que ella misma había conseguido con su propio
esfuerzo, y que podía utilizar para afrontar una crisis. Después de nuestra última sesión, había dejado de
llamar por teléfono y de recriminar cosas, y ahora estaba centrada en seguir adelante con su vida.
Conclusión
REFERENCIAS
Duncan, B., & Miller, H. & Hubble, M. (1997). Psicoterapia con casos imposibles: El tratamiento eficaz
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Tabla 1. Fases del tratamiento de Sonia, recursos de tratamiento y frecuencia a lo largo deltiempo
A. Finanzas
B. Trabajo
C. Soledad
D. Cuestiones de separación
E. Problemas físicos
F. Estigmatización
G. Organización diaria
H. Ocupacional
I. Baja autoestima
J. Asertividad
K. Impotencia
L. Pobre autoconcepto
M. Indefensión aprendida
N. Ansiedad
O. Depresión
P. Conflicto con otros
Q. Cólera indiscriminada obsesiva
R. Ira excesiva
S. Aislamiento
T. Desesperanza
U. Procastinación
V. Déficits cognitivos
W. Comportamientos extraños
X. Autodestructividad
Y. Impulsividad
Z. Culpabilidad
AA. Trastornos del pensamient
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Momento de laevaluación
Nota: En la primera mitad del tratamiento, la lista se valoró cada 6 meses debido al
nivel depatología de Sonia. En la segunda mitad, a medida que Sonia mejoraba, la lista se
revisaba cada año aproximadamente.