Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
CORRECCIÓN
Scarlett
REVISIÓN FINAL
Selene
LECTURA FINAL
Scarlett
DISEÑO
Sadira
SINOPSIS
El Destructor del Mundo se encuentra con el fin de los Mundos…
Hace mil años, Dianna renunció a su vida en los desiertos de
Eoria para salvar a su hermana moribunda. Invocó a todo aquel que
quisiera escucharla; nunca imaginó que obtendría la respuesta de un
monstruo mucho peor que cualquier pesadilla. Ahora hace lo que
Kaden le pide, aunque eso signifique conseguir una antigua reliquia
de las mismas criaturas que la persiguen.
Un rey que se creía muerto y olvidado.
En el viejo mundo se llamaba Samkiel. En el nuevo es Liam, pero
un título permanece inalterable a través del tiempo. Es el Destructor
del Mundo, un mito para sus enemigos; un salvador y rey para
aquellos que le son leales. Después de la Guerra de los Dioses, se
encerró en sí mismo, escondiéndose del mundo. Renunció a su
corona y a sus responsabilidades, y dejó que los que más lo
necesitaban lidiaran con las consecuencias de la muerte de su
mundo natal. Ahora, un ataque contra sus seres más queridos lo
devolverá al reino que no deseaba volver a visitar, y lo pondrá en el
punto de mira de un enemigo al que creía prisionero desde hacía
eones.
Enemigos más antiguos que el tiempo deben dejar a un lado sus
diferencias y trabajar juntos con la esperanza de salvar su mundo y
todos los reinos intermedios.
MAPA
CAPÍTULO 1
Dianna
—¿En serio? Se supone que eres uno de esos antiguos guerreros,
temidos por todos, ¿y te estás acobardando? Lo peor ni siquiera ha
pasado todavía.
Volví a lanzar un puño y, esta vez, le di en la mejilla. Su cabeza se
desvió hacia un lado y los huesos crujieron bajo la fuerza de mis
nudillos. La sangre azul cobalto salpicó el suelo de madera del
despacho situado en la planta superior de esta enorme mansión. El
celestial atado en el centro de la habitación sacudió la cabeza una
vez más antes de enderezarse. Me miró fijamente, con el rostro
ensangrentado y el ceño fruncido por el dolor.
—Tus ojos —dijo entre labios partidos e hinchados, haciendo una
pausa para escupir sangre a mis pies—. Sé lo que eres. —Había
luchado mucho y tenía el pelo pegado a la cabeza, por el sudor y la
sangre. Tenía las manos atadas a la espalda y los músculos
agarrotados bajo la tela desgarrada de un traje antes decente. Se
desplomó en la silla, en el centro de la que fue una vez una
prestigiosa sala—. Pero es imposible. No deberías existir. Los
Ig'Morruthens murieron en la Guerra de los Dioses.
No había empezado mi vida como una Ig'Morruthen, pero es en
lo que me había convertido, y mis ojos siempre me delataban.
Cuando estaba enojada, hambrienta, o cuando era cualquier cosa
menos humana, ardían como dos ascuas ardientes. Un identificador
entre muchos que me recordaban que ya no era humana.
—Ah, sí, la Guerra de los Dioses. —Incliné la cabeza hacia un lado
mientras lo miraba—. ¿Cómo fue que terminó eso? Ah, sí. Hace
miles de años, tu mundo se estrelló, ardió y cayó en el nuestro,
alterando vidas y tecnología. Ahora tú y los de tu clase hacen las
reglas, ¿verdad? Ahora el mundo sabe de dioses y monstruos, y
ustedes son los grandes bienhechores que mantienen a todos los
malos bajo llave. —Me acerqué más y agarré el respaldo de la silla
mientras él intentaba apartar la cabeza de mí—. ¿Sabes lo que tu
caída le hizo a mi mundo? Una plaga arrasó los desiertos de Eoria,
mi hogar, mientras todos ustedes se limitaban a reconstruirlo.
¿Sabes cuántos murieron? ¿Acaso te importa?
No pronunció ni una palabra mientras me alejaba de la silla.
Levanté la mano, con los nudillos cubiertos de su sangre.
—Sí, me lo supuse. Bueno, tu sangre es azul, así que no todo es lo
que parece, después de todo.
Me agaché frente a él, con los trozos de cristal crujiendo bajo mis
talones. La única luz provenía del pasillo, se colaba por la puerta e
iluminaba el desastre que había en el despacho. Varias páginas de
libros y otros escombros ensuciaban el suelo, junto con el escritorio
roto por el que lo había arrojado.
El celestial era la razón por la que habíamos venido, y era poco
probable que el artefacto que buscaba Kaden estuviera aquí, pero,
aun así, quería comprobarlo. El celestial, atado y golpeado, no hizo
ningún comentario mientras me observaba buscar entre las ruinas
de la habitación. La cara estoica que puso era un escudo de lo que
realmente sentía.
El ruido inundó los pisos debajo de nosotros mientras los que
vivían aquí con él lanzaban sus últimos gritos. Sonaron disparos y
pronto se oyó una risa amenazadora. Sus ojos parpadeaban de rabia
cuando me acerqué a él y le puse las manos sobre los hombros. Con
un movimiento fluido, pasé una pierna por encima de su regazo
antes de sentarme a horcajadas sobre él. Giró la cabeza hacia mí, con
una expresión de puro asco y confusión.
—¿Vas a matarme?
Negué con la cabeza.
—No, todavía no. —Intentó retroceder, pero le agarré la barbilla,
obligándolo a mirarme—. No te preocupes. No te va a doler. Solo
necesito asegurarme de que eres tú a quien buscamos. Tenme
paciencia, necesito concentrarme para que esto funcione rápido.
La sangre manaba de uno de los varios cortes que tenía en la cara.
Le volví a agarrar la barbilla y le ladeé la cabeza antes de inclinarme
hacia delante y deslizar la lengua sobre el corte. En cuestión de
segundos, fui expulsada de ese despacho y arrojada a sus recuerdos.
La luz azul destellaba en mi subconsciente mientras habitaciones
en las que nunca había estado aparecían y desaparecían más rápido
de lo que podía contar. La risa de una mujer años mayor que él
resonó en mis oídos mientras traía una bandeja de comida a un
pequeño salón. Era una madre, su madre. Las imágenes
convergieron y vi a dos caballeros hablando de deportes y gritando
en un bar abarrotado. Las copas tintineaban y la gente reía,
intentando hacerse oír por encima de los varios televisores de
pantalla plana de gran tamaño que colgaban de las paredes. La
cabeza me palpitaba mientras profundizaba. La escena cambió una
vez más y me encontré en una habitación a oscuras. Unas ondas de
pelo castaño dorado bailaban en los bordes de la pequeña figura de
una mujer. Sus gemidos aumentaron y su espalda se arqueó sobre la
cama mientras se apretaba los pechos.
«Bien por ti, pero no es lo que necesito». Cerré los ojos con más
fuerza, intentando concentrarme. Necesitaba más.
La escena cambió y me encontré recorriendo las calles
adoquinadas de la ciudad de Arariel, en un gran auto con las
ventanillas oscurecidas. La luz del sol se proyectaba tras los
edificios, y los brillantes amarillos y dorados casi hacían juego con
las carreteras y el paisaje de aquí. La gente se apresuraba por las
aceras y los ciclistas serpenteaban entre el tráfico. Las gafas de sol se
movían contra el borde de mi nariz al girar la cabeza y mirar a mis
acompañantes. Tres hombres estaban sentados conmigo en la parte
de atrás, el interior del auto era más grande de lo que esperaba.
Otros dos iban delante, uno conducía y el otro hablaba por teléfono
en el asiento del copiloto. Eran jóvenes, bien afeitados y vestían la
misma ropa negra que la mente celestial en la que me encontraba.
—¿Han escuchado algo más? —dije, mi voz ya no era femenina
sino la suya.
—No —dijo el hombre que tenía enfrente. Llevaba el pelo peinado
hacia un lado y sujeto con tanta gomina que podía olerla incluso en
el torrente sanguíneo. Era delgado comparado con el tipo de al lado,
pero sabía que era igual de poderoso—. Vincent es muy reservado.
Creo que saben que los ataques no son solo frecuentes. Tienen un
objetivo. Solo que no sabemos cuál es.
—Hemos perdido muchos celestiales, muchísimos y demasiado
pronto. Está ocurriendo de nuevo, ¿verdad? ¿Qué nos han
enseñado? —dijo el hombre que estaba a mi lado. Su voz era
tranquila, pero incluso en el sueño de sangre podía oír su aprensión.
Tenía la forma de un defensa, pero las contracciones que hizo al
preguntar me hicieron saber que, a pesar de todo ese músculo,
estaba asustado. Sus dedos se entrelazaron y desenlazaron varias
veces antes de volverse hacia mí—. Si es así, él volverá.
Antes de que pudiera responder, una breve carcajada me
sorprendió. Me volví para mirar al hombre que tenía adelante. Tenía
los brazos cruzados mientras miraba por la ventana y luego hacia
los demás.
—Creo que eso me asusta más a mí que a ellos. —Este tipo
también parecía joven. Dioses, ¿cuántos celestiales parecían
universitarios? ¿A esto nos enfrentábamos?
—¿Por qué? —le pregunté—. Es una leyenda, un mito, en el mejor
de los casos. Ya tenemos aquí a tres de la Mano de Rashearim.
Cualquier cosa que pudiera matarlos murió en la guerra o ha estado
sellada durante siglos. No es más que otro monstruo corriente que
cree tener poder. —Hice una pausa, mirando a cada uno de ellos a
los ojos—. Estamos bien.
El hombre de enfrente abrió la boca para responder, pero la cerró
cuando el auto se detuvo bruscamente. El conductor aparcó el auto
y todos nos desabrochamos los cinturones. El sol nos iluminaba
mientras salíamos y cerrábamos la puerta. Los vehículos llenaban la
entrada curva y seguían llegando más. Algunos llevaban carpetas,
otros iban con las manos vacías. Todos parecían engreídos, como si
tuvieran derecho a estar allí.
Me ajusté la chaqueta y alisé los bordes una vez, luego dos, con el
nerviosismo calándome hasta los huesos mientras subía los
escalones de la entrada. Me recibió un gran edificio de mármol y
piedra caliza, de colores dorados, blancos y cremas casi chillones.
Varias grandes alas abovedadas se extendían a ambos lados, con
grandes ventanas arqueadas en todas las plantas. Vi gente
caminando por los puentes de piedra que unían los distintos
edificios. Todos llevaban el mismo atuendo y portaban papeles y
maletines. Mientras observaba, varias personas salieron del edificio,
hablando y riendo. Se dirigieron calle abajo, como si no hubiera una
fortaleza en medio de la ciudad.
La ciudad de Arariel.
Se me nubló la vista cuando me aparté del recuerdo. Las
hermosas calles de Arariel se desvanecieron y volví a la oficina
destrozada y poco iluminada. Ahora tenía todo lo que necesitaba.
Una pequeña sonrisa curvó mis labios al girar su rostro hacia mí.
—¿Ves?, te dije que no dolería pero la siguiente parte sí.
Su garganta se estremeció al tragar, el olor a miedo nubló la
habitación.
—¿Qué viste? —La voz, gruesa y pesada, venía de detrás de mí.
Un pequeño golpe sonó cuando dejó caer algo carnoso al suelo. Dos
zancadas y ya estaba en la habitación, su presencia casi tan
envolvente como la mía.
—Todo lo que necesitamos —murmuré mientras me levantaba de
la silla. La hice girar en un movimiento fluido de cara a Alistair.
—¿Es un celestial? Hemos visto muchos, Dianna —dijo Alistair
mientras se pasaba una mano por la cara. La sangre manchaba su
piel y su ropa por la destrucción que había causado abajo. Su pelo
plateado, con frecuencia perfectamente peinado, tenía algunos
mechones fuera de lugar y estaba manchado de carmesí.
—Vi a Arariel. Estaba allí. Hablaron de Vincent, lo que significa
que él —sacudí ligeramente la silla con nuestro amigo atado—,
trabaja para La Mano.
Una sonrisa, afilada y mortal, acarició sus facciones.
—Estás mintiendo.
—No. —Sacudí la cabeza, y empujé la silla un poco más hacia
delante—. Lo he probado. Este es Peter McBridge, veintisiete años,
celestial de segundo grado. Sus padres están jubilados y no tiene
otras conexiones con el mundo humano. La fortaleza está en Arariel.
Sus colegas hablaron de nosotros y de lo que hemos hecho hasta
ahora. Hablaron de La Mano de Rashearim e incluso mencionaron a
Vincent.
El tipo de la silla tartamudeó mientras giraba la cabeza, mirando
de mí a Alistair y viceversa.
—¿Có… cómo viste eso? ¿Cómo puedes saberlo?
Nos detuvimos, mirando a Peter mientras sus ojos escrutaban los
nuestros. Me puse a su altura y me incliné más cerca.
—Bueno, verás Peter, cada Ig'Morruthen tiene una pequeña
rareza. Esa era solo una de las mías.
Le di unas palmaditas en la cara a Peter, que seguía mirándonos
horrorizado, antes de volver a encontrarme con la mirada de
Alistair. Me dedicó una lenta sonrisa maliciosa y dijo:
—Si lo que dices es cierto, Kaden va a estar muy satisfecho.
Asentí una vez más.
—Encontré la forma de entrar, el resto depende de ti.
Me aparté de la silla cuando Alistair se adelantó.
—Ahora, Peter, ¿quieres ver lo que Alistair puede hacer?
El celestial forcejeó, intentando romper sus ataduras, pero estaba
demasiado débil, demasiado derrotado para reunir fuerzas. Me
burlé. Tremendos guerreros de pacotilla eran estos; tomar este
mundo para Kaden sería pan comido.
—¿Qué me vas a hacer?
Alistair dio un paso adelante y se colocó frente a Peter. Levantó
las manos y puso las palmas a escasos centímetros de la cabeza de
Peter.
—Relájate. Cuanto más luches, más te dolerá —murmuró Alistair.
No dijo nada más, pero sus ojos brillaron con el mismo rojo
sangre que los míos. Una niebla negra se formó entre sus manos,
corriendo de la una hacia la otra. Se desgarró y bailó entre sus dedos
hacia la cabeza y la espalda del celestial. Los gritos eran la parte que
menos me gustaba. Siempre eran tan fuertes. Pero supongo que era
de esperar cuando a alguien le desgarraban el cerebro y lo volvían a
armar. De acuerdo, Alistair tenía algunos celestiales bajo su control,
pero ninguno con un rango tan alto como este, ninguno que hubiera
estado tan cerca de esa maldita ciudad. Kaden estaría feliz por una
vez.
Los gritos cesaron bruscamente, así que levanté la cabeza.
—Siempre miras para otro lado —bromeó Alistair con una sonrisa
torciendo los labios.
—No me gusta.
No quería que algo se me deslizara. Kaden no aceptaba la
debilidad, pero yo había sido humana antes de renunciar a mi vida.
Había sido mortal, con sentimientos mortales, opiniones mortales y
una vida mortal. No importaba lo lejos que hubiera llegado o lo que
hubiera hecho, mi mortalidad a veces se colaba. Muchos dirían que
era un defecto de mi corazón humano. Era solo otra razón por la que
tenía que ser más fuerte, más rápida, más cruel. Hay una línea que
cruzas para sobrevivir. Una que yo crucé hace siglos.
—Después de todo lo que has hecho, esto —señaló al ahora
silencioso celestial—, ¿te molesta?
—Es molesto. —Mis manos volaron a mis caderas y dejé escapar
un suspiro exasperado—. ¿Ya terminamos?
Se encogió de hombros.
—Depende. ¿Has visto algo sobre el libro?
Ah, sí, el libro. La razón por la que buscamos en el Otro Mundo,
aquí y allá.
Negué con la cabeza.
—No, pero si puede acercarse lo suficiente a La Mano, entonces
eso es algo. Un comienzo.
Su mandíbula se apretó y negó con la cabeza.
—No será suficiente.
—Lo sé. —Levanté la mano, interrumpiendo cualquier otra cosa
que estuviera a punto de decir—. Solo sigue adelante.
Una sonrisa, fría y mortal, iluminó su rostro. Alistair me
recordaba al hielo, desde los duros pómulos cincelados hasta la
mirada vacía que mantenía a veces. Nunca había sido humano, y
servir a Kaden era lo único que conocía. Levantó la mano en una
demanda silenciosa y el celestial se puso de pie. No hacían falta
palabras, Alistair era dueño de su mente y su cuerpo.
—No recordarás nada de lo que ha pasado hoy aquí. Ahora me
perteneces. Serás mis ojos y mis oídos. Lo que veas, lo veré. Lo que
oigas. Yo lo oiré. Lo que tú hables, yo hablaré.
Peter imitó textualmente las palabras de Alistair. La única
diferencia era el tono.
—Ahora limpia este desastre antes de que tengas compañía.
Peter no dijo nada, rodeó a Alistair y empezó a ordenar el
despacho. Alistair se acercó a mí mientras lo observábamos. Ya ni
siquiera existíamos para él. Era una marioneta descerebrada que
Alistair controlaba. ¿No era yo igual para Kaden? Peter había
desaparecido, ahora que Alistair controlaba su mente, y ningún
poder del Otro Mundo podía romper ese dominio. En cuanto dejara
de ser útil, sería desechado igual que los otros antes que él. Yo había
ayudado, como lo había hecho durante siglos. Una parte de mí me
dolía al verlo realizar las tareas que se le habían encomendado.
Maldito corazón humano.
La palmada de Alistair me sacudió de mis pensamientos mientras
se giraba hacia mí.
—Ahora ayúdame a limpiar los cuerpos de abajo. —Pasó a mi
lado en dirección a la puerta mientras gritaba por encima del
hombro
—Peter, dime dónde guardas esas bolsas de basura de alta
resistencia.
—Tercer armario en el estante inferior de la cocina.
Giré sobre mis talones, resbalando un poco en el cristal bajo mi
suela mientras seguía a Alistair fuera de la habitación y bajaba las
escaleras.
—¿Qué vamos a hacer con ellos?
La sonrisa que lanzó por encima del hombro era puramente
malvada.
—Hay muchos Ig'Morruthens en casa que probablemente se estén
muriendo de hambre.
CAPÍTULO 2
Dianna
Las sombras se separaron en oleadas alrededor de Alistair y de mí
cuando llegamos a casa en Novas. El cálido aire salado nos recibió, y
la inquietante tranquilidad no tardó en llegar. Novas era una isla
frente a la costa de Kashvenia, pero no era una isla cualquiera.
Sobresalía del vasto océano como una bestia feroz que amenazaba
con reclamar el mar circundante. Siempre supuse que era otro
fragmento que cayó en nuestro mundo durante la Guerra de los
Dioses. Kaden lo había reclamado, le había dado forma y lo había
hecho suyo. Era nuestro hogar, supongo, aunque hogar era un
término latente. Novas nunca me pareció mi hogar. Mi hogar estaba
con mi hermana, a quien apenas veía.
Me eché al hombro varias de las gruesas bolsas de basura negras y
seguí a Alistair. La arena se pegaba a nuestros zapatos empapados
de sangre, lo que hacía aún más incómoda la caminata. Los árboles
se alineaban en el vasto paisaje, el sol se asomaba entre las
numerosas ramas, y creaban un suave resplandor pacífico. Era
engañoso, suave y pacífico eran cosas desconocidas aquí. La playa
en sí parecía acogedora. El suave rocío de sal perfumaba el aire
mientras las olas rompían en la orilla. El agua azul cristalina era
acogedora, si no se tenía en cuenta lo que acechaba bajo la
superficie.
—Está tranquilo —dije cuando nuestros pies tocaron el camino de
empedrado y de roca de lava—. Nunca está así de tranquilo.
Alistair hizo una pausa y me miró un segundo.
—Asegurar a Peter nos llevó un poco más de tiempo de lo que
pensábamos, supongo.
Sacudí la cabeza y suspiré, sabiendo que tenía razón. Si
llegábamos tarde, Kaden se enojaría, independientemente de la
información que hubiéramos conseguido. Este silencio antinatural
no era una buena señal de su estado de ánimo.
Seguimos avanzando, pero nuestro paso se ralentizó cuando la
gran estructura nos saludó. Varios escalones bordeaban la abertura
que conducía a las puertas dobles. Unas vallas de hierro rodeaban la
fachada, y añadían un toque moderno a la enorme casa que había
excavado en el volcán activo y que seguía creciendo en la isla de
Novas.
Empujamos las puertas y entramos. El calor nos recibió cálido y
húmedo, pero no agobiante. El reino natal de Kaden quedó sellado y
olvidado tras la Guerra de los Dioses. Había dicho que su lugar de
origen era mucho más cálido que el Otro Mundo y que esto era lo
más parecido a su hogar.
La gran puerta se cerró tras nosotros cuando dejé caer las pesadas
bolsas al suelo. Puse las manos en las caderas y grité:
—¡Cariño, ya estoy en casa! —Mi voz sonó a través de la enorme
entrada abierta.
Alistair se burló y puso los ojos en blanco. Él también dejó caer
junto a sus pies las enormes bolsas que llevaba.
—Infantil. —La palabra resonó por encima de nosotros mientras
Tobias se asomaba al gran balcón del segundo piso. Las claraboyas
bailaban sobre su piel de ébano mientras se ajustaba el gemelo de la
camisa azul oscuro que llevaba.
Alistair dejó escapar un silbido bajo.
—Te veo bien vestido. ¿Ya empezó?
Tobias le lanzó una rápida sonrisa que llegó hasta sus ojos
mientras miraba a Alistair. Era una que nunca había recibido del
tercero al mando de Kaden.
—Llegan tarde. —Sus ojos se clavaron en los míos, rápidos como
los de una víbora e igual de venenosos—. Los dos.
No dije nada, solo puse los ojos en blanco. Me había
acostumbrado al comportamiento poco amistoso de Tobias. Nunca
lo había dicho, pero supuse que su antipatía hacia mí se debía a que
me había convertido en la segunda al mando de Kaden cuando me
nombraron. Lo que convertía a Tobias en tercero y a Alistair en
cuarto, aunque a Alistair no le importaba. Mientras tuviera un hogar
y comida, no podía importarle menos a quién prefería Kaden.
—Oh, pero espera a oír por qué —dijo Alistair—. Además,
trajimos cena para los Irvikuva.
Los Irvikuva.
Los labios de Tobias se torcieron hacia arriba mientras miraba las
bolsas que nos rodeaban.
—Estarán agradecidos, pero ustedes dos tienen que prepararse
mientras llegan los demás. Que alguien se los lleve. No tenemos
tiempo.
Como si fuera una señal, las criaturas a las que se refería
empezaron a cantar, y mi mirada se posó en el suelo de piedra. Un
escalofrío me recorrió la espina dorsal al oír el coro de risas, si es
que podía llamarse así. Siempre me recordaban a las hienas. Sabía lo
lejos que estaban y siempre me asombraba cómo funcionaba la
acústica para que aún pudiéramos oírlos. Kilómetros de túneles
serpenteaban en la montaña, conectando salas, cámaras y
mazmorras a través de numerosos niveles.
—¿Los van a encerrar mientras tenemos invitados? —pregunté,
levantando una ceja mientras miraba a Alistair y luego a Tobias en
el balcón.
Alistair y Tobias compartieron una sonrisa antes de que Alistair
sacudiera la cabeza y se dirigiera hacia la parte trasera de la casa.
Tobias se bajó de la barandilla y desapareció escaleras arriba
mientras yo me quedaba allí de pie. Me abracé y me froté los brazos
mientras miraba al suelo como si pudiera ver a través de él.
—Supongo que eso responde la pregunta. —Suspiré.
No es que me dieran miedo, Kaden había hecho muchos
Ig'Morruthens desde que estaba aquí, pero no eran como Alistair,
Tobias o yo. No, se parecían más a las gárgolas con cuernos que los
humanos colocaban en sus edificios. A veces me preguntaba si
habían visto a las bestias Ig'Morruthen y las habían copiado en su
arte, intentando desterrar su miedo instintivo a los monstruos.
Las bestias eran poderosas y despiadadas, ansiaban sangre y
carne. Podían comunicarse, pero decir que podían hablar era darles
demasiado crédito. Podían imitar, pero su habla era, como mínimo,
limitada.
Habían pasado dos días, dos días incendiando este lugar, y nada.
Había intentado cambiar de forma y escabullirme entre los barrotes,
pero me había electrocutado y había arrojado mi cuerpo contra la
pared del fondo. Me senté con las piernas cruzadas, la mejilla
apoyada en el puño. Me quedé mirando los barrotes un buen rato
antes de levantarme. Quizá si aguantaba el dolor lo suficiente,
podría salir. Había pasado por cosas peores. ¿Tan malo podía ser?
Me detuve frente a ellos, el zumbido eléctrico llenó mis oídos a
medida que me acercaba. Alargué la mano y la dejé a escasos
centímetros.
—Athos, Dhihsin, Kryella, Nismera, Pharthar, Xeohr, Unir, Samkiel
concédanme el paso de aquí a Asteraoth. —Vi lo que parecían lágrimas
formarse en sus ojos mientras echaba la cabeza hacia atrás y se clavaba la
espada en el pecho.
Eché la mano hacia atrás y aquella noche volvió a pasar por mis
recuerdos. Todos pensaban que lo había matado, y yo se los permití.
Me había ganado la inmunidad de Kaden y su horda. Me veían
como una amenaza, y ahora también Samkiel y su gente. No sabían
que esos recuerdos me perseguían.
La expresión de la cara de Zekiel cuando se clavó el cuchillo en el
pecho me resultaba demasiado familiar. La había visto en la cara de
Gabby y en la mía mientras luchaba por salvar su vida. Era la
mirada que tienes cuando has perdido toda esperanza. Nunca
olvidaría el sonido de la espada entrando en su cuerpo. La única
lágrima que cayó de su ojo antes de que la luz azul brotara de él y
explotara en el cielo me perseguiría para siempre.
—Te aconsejo que no los toques.
Su voz precedió a las tres formas que brillaron y se solidificaron
frente a mí. Las llamas estallaron en mis manos y no dudé en
lanzarle una bola de fuego directa a la cabeza.
Samkiel se hizo a un lado y levantó la mano, deteniendo la bola
de llamas. Giró durante un segundo bajo su palma, con aquellos
malditos ojos grises clavados en los míos, mientras la apagaba con
un solo apretón de puño.
No pude ocultar mi sorpresa. Mi voz era apenas un susurro
mientras daba un paso atrás.
—¿Cómo hiciste eso?
Samkiel… No, Liam. Kaden dijo que ahora lo llamaban Liam. Me
miró mientras bajaba la mano a su costado, guardándose la otra en
el bolsillo.
—Estoy más preparado ahora que conozco tus poderes. —Su
acento era marcado, otra señal de que no era de aquí.
Tragué saliva, observando su aspecto. Parecía tan diferente.
¿Quién lo puso bueno? ¿Por qué estaba bueno ahora? Su pelo corto
parecía más moderno de lo que yo pensaba. Se lo había cortado
pegado a la cabeza y peinado con un gel que lo hacía sobresalir en
distintas direcciones. Su barba era apenas un suspiro de lo que solía
ser, más una barba de un día que se curvaba alrededor de su
mandíbula molesta y perfecta.
No importaba la escultura perfecta que habían intentado hacer.
Seguía siendo el Destructor del Mundo. Seguía siendo el dios
odiado y temido que con gusto acabaría conmigo y con los que me
importaban. Podían disfrazarlo todo lo que quisieran, pero yo
seguía viendo su verdad. Puede que no tuviera colmillos, pero
percibí al depredador bajo aquellos tristes ojos grises.
—Y si te refieres a cómo aparecimos ante ti cuando te disponías a
hacer otro berrinche… —Hizo una pausa, mirando hacia el hombre
que había visto en el bar—. ¿Cómo se dice eso, Logan?
—Los mortales lo llaman teletransportarse, señor, o transportarse
—dijo Logan, con las manos agarrando la parte delantera del equipo
táctico que llevaban todos, excepto Liam. Llevaba una camisa blanca
informal con las mangas remangadas y pantalones negros. Al igual
que el traje, parecían demasiado ajustados. Podía ver cómo sus
músculos se tensaban con cada movimiento que hacía. Tenía una
complexión fuerte pero delgada, hecha para la velocidad, la
potencia y el asesinato.
Podía entender por qué lo llamaban el hijo más hermoso de Unir,
y cómo podía haber puesto de rodillas incluso a las diosas. Era tan
magnífico como lo describían los libros. Sabía que era poderoso, y lo
demostraba en su forma de comportarse. El tono gris de sus ojos
destellaba inteligencia y el color bronceado de su piel resplandecía
de salud.
Bajo su nueva y mejorada máscara, le pesaba el odio a sí mismo.
Lo envolvía como una capa. Lo vi en la reunión, en cómo respondía
y hablaba. Se había desconectado un par de veces, como si ya no
estuviera en este plano. Tal vez acabar con él sería más fácil de lo
que pensaba.
—Ah, sí, teletransportarse. Piensa en ello como una refracción de
la luz o un desplazamiento. Las moléculas se descomponen en su
forma más pura y se reforman en otro espacio, por así decirlo.
—Qué genial. —Mantuve mis ojos fijos en él, ignorando a los
demás. Después de probar su poder, no tenía ningún deseo de
volver a experimentarlo. Si siquiera sentía que se agitaba, estaba
preparada para luchar—. No me importa.
El hombre a su izquierda se burló, sacudiendo la cabeza.
—¿Sabes con quién hablas? —Su voz era un gruñido.
Una sonrisa lenta y traviesa se dibujó en mi rostro, pero no aparté
la vista de Liam. Las sombras danzaban perezosamente a mi
alrededor.
—Por supuesto que sí. El Hijo de Unir, Guardián de los Reinos,
Líder de La Mano de Rashearim —mi sonrisa se ensombreció—, el
Destructor del Mundo.
La mirada de Liam no se apartó de la mía.
—Me conoces, y aun así atacaste la embajada. ¿Por qué luchar?
Me encogí de hombros.
—Llámalo un rasgo de personalidad.
Sacudió la cabeza como si no pudiera creerlo.
—Esa es una idea arrogante. Sabes lo que puedo hacer, y que la
muerte sería inminente. Sin embargo, te arriesgaste a pesar de todo.
Mi labio se curvó en una media sonrisa, mis caninos
descendiendo lentamente.
—¿Arrogante? He oído que eso es cosa tuya, no mía. —Me
acerqué y las sombras se curvaron bajo mis pies—. Pero tengo
curiosidad, Destructor del Mundo. ¿Qué temes?
Mi forma cambió al tiempo que mi voz se hacía más grave,
oscura, gruesa y rica.
—La mayoría de los hombres temen los bosques de noche y a las
criaturas que cazan. —Mi forma se transformó en una enorme bestia
canina mientras me paseaba y chasqueaba las mandíbulas contra
ellos. Las sombras volvieron a bailar cuando cambié—. ¿O son las
bestias de las leyendas las que te erizan el vello del cuerpo? —
Ocupé todo el espacio al transformarme en mi forma favorita, el
wyvern de alas negras—. ¿O? —Esta vez adopté la forma de un
hombre. Me detuve frente a él, con la misma altura, la misma
mirada y la misma postura—. ¿Es lo que ves en el espejo?
Me sostuvo la mirada solo un instante antes de que sus ojos se
desviaran, y supe que había dado en el blanco. Mi sonrisa era cruel,
pero no duró mucho. El celestial de su izquierda se adelantó.
Llevaba pendientes en las orejas, como Zekiel, y no me cabía duda
de que de cada uno de ellos saldría un arma. Sus ojos eran del
mismo azul que la bola de luz que salió disparada de su mano,
enviándome a través de la habitación.
—Vincent. —Liam levantó la mano—. Está bien.
Bien, ese era Vincent. Me puse de pie, enderezando mi horrible
sudadera mientras me reía. Puede que su poder me enviara al otro
lado de la habitación, pero no quemaba como el de Liam.
Aunque su complexión era más delgada, Vincent era casi tan alto
como Liam. Su pelo liso era tan negro como el mío, y lo llevaba
recogido, mitad arriba, mitad abajo. Vislumbré un tatuaje a lo largo
de su clavícula, las atrevidas líneas tribales oscuras contrastaban con
su piel ligeramente bronceada. Me recordó al que le había visto a
Logan en el bar. Me pregunté si todos tendrían uno.
Vincent se cruzó de brazos y me miró con ojos oscuros. La
comisura de sus labios se crispó, dándome ganas de estrellar el
puño contra su mandíbula perfecta y angulosa. Su postura gritaba
venganza si me atrevía a insultar una vez más a su preciado líder.
El sonido de una puerta que se abría y unos pasos que se
acercaban nos hicieron volvernos a todos. Reconocí a la mujer que se
acercaba como la misma que había visto en el club. La había dejado
inconsciente cuando me colé en su reunión. Se detuvo junto a Liam,
y los celestiales que la habían seguido se desplegaron detrás de ella.
Llevaban el mismo equipo táctico que todos los demás y me
miraban con ojos entrecerrados que brillaban con el mismo azul
iridiscente. Estaban enfadados.
La mujer me miró con una expresión que prometía la muerte
antes de darme la espalda para dirigirse a Liam. Supongo que no
íbamos a ser mejores amigas.
—Estamos listos, señor.
¿Listos? ¿Listos para qué?
—Gracias, Neverra —dijo Liam.
No tuve tiempo de expresar mis preguntas antes de que el suelo
de mi celda se iluminara. Se formó un círculo a mi alrededor, y
reconocí el patrón como el mismo que Zekiel había utilizado en
Ophanium. Los símbolos de la circunferencia brillaron y me
obligaron a caer al suelo. Caí de rodillas con un silbido. El poder que
sentía me quemaba la piel y apreté los dientes. No era tan
envolvente como en Ophanium. No, pretendía inmovilizarme, ni
distraerme con el dolor. Levanté la cabeza cuando los barrotes de la
celda desaparecieron y entraron Liam, Logan y Vincent.
—Si querías que me pusiera de rodillas, deberías habérmelo
pedido —le espeté a Liam apretando los dientes. El sudor se formó
en mi frente mientras empujaba, intentando ponerme de pie.
Conseguí levantar un poco las manos antes de que el círculo
palpitara en añil y las ataduras invisibles que me ataban se
estrecharan. Gruñí cuando las palmas de mis manos volvieron a
chocar contra el suelo.
Logan hizo una pausa, con la sorpresa y la cautela brillando en
sus ojos. Qué bien. Estaban asustados. Deberían estarlo, porque si
yo…
—¡Ay! —Chasqueé cuando un frío brazalete metálico me golpeó
en la muñeca. Giré la cabeza y vi que Vincent me ponía otra en el
tobillo. Antes de que pudiera intentar darle una patada en la cara,
Logan me había atado la otra muñeca. En cuanto el último grillete se
cerró alrededor de mi tobillo, sentí como si me succionaran el aire de
los pulmones. Caí al suelo con un silbido, intentando recuperar el
aliento.
—Estarás débil mientras las Cadenas de Abareath estén sobre ti —
dijo Liam—. Una medida de seguridad para tu interrogatorio.
El círculo que había debajo de mí desapareció y Liam me miró
fijamente, con los brazos a la espalda. Hizo un gesto con la cabeza
hacia Logan y Vincent. Un gruñido bajo se me escapó cuando me
agarraron por debajo de los brazos y me levantaron. Había perdido
toda mi fuerza. Me sentía débil y enferma. Me sacaron de la celda
arrastrando los pies por el suelo. Por primera vez en siglos, no sentía
el fuego, y eso me aterrorizó.
Neverra hizo un gesto a los celestiales para que se adelantaran y
ellos nos guiaron. Oí pasos detrás de mí cuando giramos por el gran
pasillo. Pasamos varias celdas idénticas a la mía antes de atravesar
las puertas dobles. Mientras me arrastraban por los pasillos y subía
unas pequeñas escaleras, intenté orientarme. El interior de este
edificio no era tan majestuoso como el de Arariel, y me pregunté si
aún estábamos en la ciudad. Los bancos y sillas de madera
ocupaban gran parte del pasillo, pero no había visto a nadie más.
Pronto comprendí por qué.
El sonido de las voces se hizo más fuerte cuanto más nos
acercábamos a una gran puerta de madera oscura. Los celestiales de
delante se detuvieron, abriéndola lo suficiente para que pudiéramos
entrar. Neverra entró primero y luego me arrastraron dentro. Vi lo
que parecía un gran sillón marrón de cuatro postes. La pesada
madera estaba grabada con símbolos extraños, y el asiento parecía
haber visto días mejores. Cuando Logan y Vincent me subieron al
asiento, las esposas que me rodeaban las muñecas y los tobillos
encajaron en su sitio, asegurándolos contra los brazos y las piernas.
Eché la cabeza hacia atrás, sacudiéndome el pelo de la cara,
mientras observaba la habitación. En el centro había una larga mesa
de metal, con una mujer vestida con falda lápiz y blusa a juego.
Tenía un portátil delante y varios cuadernos a su lado. Ni siquiera
me miró, su atención estaba puesta en Liam. Levanté la cabeza y vi a
varios celestiales de ojos azules que me miraban fijamente, y
reconocí a algunos mortales de Arariel. Las filas de asientos
formaban un círculo alrededor de la silla para que todos pudieran
ver al prisionero en el centro. Hmm, así que así era como hacían los
interrogatorios.
—Creí que te había matado. —Mi voz salió débil mientras miraba
al hombre mortal que llevaba un cabestrillo. Tenía magulladuras y
algunas quemaduras, pero lo recordaba como uno de los
embajadores.
Miró por encima de sus ojos hinchados, pero no habló y dio un
paso atrás.
—No teman al Ig'Morruthen. Está completamente incapacitada —
dijo Liam, de pie en el centro de la sala. Logan, Neverra y Vincent le
flanqueaban, estoicos y dispuestos a defenderlo. No es que
necesitara que lo defendieran. Tiré de mis ataduras, probándolas,
pero estaba bien sujeta.
Me reí, me reí de verdad. Empezó como una risita antes de
convertirse en una experiencia corporal, y tardé un momento en
recuperar el control de mí misma. Observé cómo todos me miraban
a mí y luego a los demás, y no pude contener otra carcajada. Liam
ladeó la cabeza y enarcó una ceja.
—¿Hay algo en esta situación que encuentres gracioso?
—Sí. —Intenté incorporarme un poco más—. Tú. Ellos. —Señalé
con la cabeza hacia la multitud—. Esto. En serio, ¿qué van a hacer?
¿Torturarme? Creía que eras el elegido especial que creía en la paz y
en todas las cosas buenas del mundo. O espera, ¿vas a pegarme?
¿Abofetearme un poco? Si lo haces lo bastante fuerte, puede que me
guste. —Se me borró la sonrisa de la cara y me incliné hacia delante
con todas mis fuerzas. Algunas personas de la multitud jadearon,
pero Liam no movió ni un solo músculo—. ¿No lo entiendes? ¿No
ves que no hay nada que puedas hacerme que no me hayan hecho
ya? No puedes doblegarme, Destructor del Mundo.
Me miró con una expresión que no pude definir. Era sombría y
despertó algo en mi interior que no entendía. Fue tan fugaz que no
me habría dado cuenta si no lo hubiera estado mirando.
—Empezaremos con una serie de preguntas. La silla en la que te
sientas está imbuida de… —Hizo una pausa y miró a Logan. Habló
en lo que supuse que era su lengua materna. Logan respondió y
Liam asintió antes de decir—: Un cierto poder. Emitirá un sonido
que me indicará que no estás diciendo la verdad. Las runas se
encenderán, y cuanto más te resistas, más te quemarás. Si no
respondes, arderás. Si intentas escapar…
Puse los ojos en blanco, ya molesta.
—Entiendo. Me quemaré.
—Muy bien. Comencemos.
Liam se acercó a la larga mesa de metal. La mujer abrió su
ordenador portátil, me miró y luego continuó lanzando miradas
furtivas a Liam. Vi cómo pasaba algunas páginas antes de volverse
hacia mí.
—El poder que sentí cuando llegaste no era solo tuyo. Sobre todo
por la señal que sonó antes de que intentaras retirarte. ¿Cuántos de
ustedes hay?
—Noventa y nueve.
Sonó un pitido estridente, los símbolos se encendieron en la silla y
en el suelo cuando una energía blanca y caliente me atravesó. Gruñí,
mi cuerpo se sacudió con agonía mientras cada nervio de mi cuerpo
se incendiaba. La mujer que había empezado a teclear parecía
sorprendida y miró a Liam.
—¿Puedes darme una evaluación precisa?
Me encogí de hombros, recuperando el aliento.
—Um… cuatrocientos.
La agonía se apoderó de mí y mi cuerpo se balanceó contra la
silla. Siseé con los dientes apretados hasta que paró. Incliné la
cabeza hacia delante y exhalé un suspiro, con el corazón latiéndome
desbocado en el pecho.
—Mierda. No bromeabas.
Liam miró a Logan, que tradujo mis palabras una vez más.
—No, me temo que no —hizo una pausa, luchando con las
palabras extranjeras—, no estoy bromeando como dices. Ahora,
intentémoslo de nuevo.
—¿Fue premeditado el ataque a la Embajada en Arariel?
—¿Qué es una embajada?
Otra descarga y mis puños se cerraron en torno a los brazos de la
silla.
—Dicen que eres un dios pero no completo, parte dios, parte
celestial. Dicen que eres un débil cobarde que se escondió durante
siglos —espeté. Estaba más que enfadada. Dos podían jugar a este
juego de tortura, y yo sabía exactamente qué botones apretar.
—La información que tienes no es nueva. Todo el mundo es
consciente.
—¿Entonces no se equivocaron? —pregunté, con un sobresalto
que me recorría por dentro.
Todo lo que Kaden nos había dicho era mentira y, además, Zekiel
tenía razón. Una deidad real vivía, y yo lo había traído de vuelta.
Pensé que había hablado sola, pero cuando se inclinó hacia delante,
supe que me había oído.
—¿Quién no se equivocó? —preguntó, tratando de aparentar
calma.
Me aclaré la garganta y me aparté de él, ignorando su pregunta.
—¿Por qué te llaman Liam si te llamas Samkiel? Un apellido
embarazoso, ¿eh? ¿Otros niños se burlan de ti?
Sus fosas nasales se encendieron como si hubiera tocado un tema
delicado.
—Este no es mi interrogatorio. Es el tuyo. Mientras estabas
indispuesta, averigüé tu nombre. Es Dianna Martínez, ¿verdad? —
preguntó, volviendo a los papeles de la mesa y ojeándolos, con
rostro estoico.
Curvé los labios y me encogí de hombros con indiferencia.
—¿Así que has oído hablar de mí? Me alegro por ti. Has
encontrado mi nombre. He vivido mucho tiempo. Tengo muchos.
Asintió con la cabeza y se echó hacia atrás, levantando una mano
para posarla sobre su barbilla, con un solo dedo curvado sobre sus
labios.
—¿Has vivido mucho tiempo? ¿Y cuánto tiempo dirías?
Maldita sea, estaba intentando seguir siendo engreída y dándole
demasiada información. Tenía que concentrarme en quitarme estas
malditas cadenas, salir de este edificio y llegar lejos, muy lejos. Me
moví por reflejo y el pinchazo en los brazos me hizo sisear.
—¿Has terminado? —preguntó Liam, observando cómo intentaba
recuperarme del dolor.
—Ni de lejos —me tiré un farol. Aquellas descargas me dolían
demasiado como para no respetarlas. Midió mi expresión y se echó
hacia atrás, girando el contenido de la carpeta hacia mí. Se lamió el
pulgar y hojeó las páginas. No tuve tiempo de leer nada y perdí
completamente el interés cuando me mostró las fotos. La rabia se me
revolvió en las entrañas cuando parpadeé al ver las imágenes de
Gabby, Tobias, Alistair y yo. Se me cortó la respiración al reconocer
dónde habían sido tomadas. Era mi cita para comer con Gabby.
Mierda. Eso era lo que Tobias y Alistair habían sentido. Uno de
ellos había estado cerca de nosotros y yo no lo había sabido. El
corazón se me aceleró en el pecho.
—Como puedes ver, tú y tus camaradas llevan tiempo en nuestro
radar. —Volvió a clavar sus penetrantes ojos en mí—. Dime, ¿para
quién trabajas?
Mis ojos se encontraron con los suyos y siseé:
—No te diré nada. —Cualquier información me condenaría, pero
lo más importante, condenaría a Gabby. Él ya sabía su aspecto y su
nombre. Preferiría quemarme mil veces en esta silla antes de
permitir que le pasara algo.
Sus labios se afinaron en una línea dura.
—Había asumido que no, pero esperaba un resultado diferente.
Uno más agradable.
¿De qué estaba hablando? Apenas se había formado esa idea en
mi mente cuando todo mi ser se vio consumido por el dolor. Mi
cabeza se echó hacia atrás y mi cuerpo se levantó de la silla tanto
como me permitió la magia. El repentino estallido de electricidad
fue mucho más fuerte esta vez. Sentí como si el cuerpo me quemara
por dentro. Solté un grito espeluznante, incapaz de contenerlo, y el
sonido sacudió la habitación. Y entonces se detuvo tan rápido como
había empezado. Se me cayó la cabeza hacia delante y el pelo me
tapó la vista mientras jadeaba en el repentino silencio.
La multitud jadeó cuando me aparté parte del pelo empapado en
sudor de la cara, con los mechones pegados a las mejillas. Sabía que
los ojos me sangraban de rojo al aumentar mi ira. Era una pequeña
llama latente que podía sentir incluso con las malditas cadenas
puestas, y me reconfortó. Respiré entrecortadamente:
—¿Es ésa tu idea de la tortura? Para mí es solo un sábado por la
noche, nene. Vas a tener que hacerlo mejor que eso.
Sacudió la cabeza, su rostro ilegible.
—No quiero torturarte, pero tengo preguntas que necesitan
respuestas. Muchos de los míos están heridos por tu culpa, muertos
por tu culpa y la de los tuyos. Necesito averiguar por qué.
—Por favor, te hice un favor. A la mitad de los humanos ni
siquiera les gustas tú o tu gente. Toda esa reunión fue un gran
círculo de idiotas sobre quién está y quién no está en el poder. ¿Y
ahora? —Miré alrededor de la habitación—. Creen que eres un gran
héroe que puede salvarlos.
—¿Es eso lo que consideras un favor? ¿Matar sin sentido?
Me reí en su cara.
—Oh, tú sabrías todo sobre eso, ¿verdad? ¿Matar sin sentido? ¿A
cuántos has enterrado? ¿A cuántos has masacrado, pensando que no
somos más que monstruos con dientes? Si no se parecen a ti. Si no
comemos lo que tú comes, nos comportamos como tú te comportas,
entonces no somos nada y estamos por debajo de ti, ¿verdad? Lo
siento mucho. Permíteme fingir que me importa. Tu especie ha
cazado y perseguido a la mía durante eones.
—¿Qué curiosidad? ¿Crees que me entiendes? No eres más que
una criatura construida y diseñada para matar. No presumas de
saber nada de mí —dijo sin perder el ritmo—. Pero tienes razón.
Estás por debajo de mí. Inferior a un mísero gusano que las aves
recogen para desayunar. —Cada palabra destilaba odio, y yo sabía
que lo decía en serio. Podía verlo en su cara y en las expresiones de
los que lo rodeaban.
Siseé, inclinándome hacia delante, con las esposas mordiéndome
las muñecas.
—Una boca tan sucia para un hombre tan noble. ¿Funciona?
¿Excitas a las mujeres cuando hablas así? —Volví a inclinarme hacia
delante, sin importarme el doloroso mordisco en las muñecas—.
Puede que te miren como a un salvador, pero yo sé la verdad que se
esconde tras esos ojos encantadores. Tus manos están tan
ensangrentadas como las mías, Samkiel. No eres un salvador. Eres
un cobarde que se escondió. Al menos yo lucho por algo. Píntame
como la mala todo lo que quieras, pero no soy a la que llaman
Destructor del Mundo. Tú lo eres.
Esperé a que explotara. Esperaba que gritara, que la sala temblara
y que usara ese maldito poder que había visto antes. Todos en la
sala parecían estar mirando también, conteniendo la respiración,
pero todo lo que hizo fue mirarme fijamente.
—Te lo voy a preguntar otra vez. ¿Para quién trabajas?
Me aparté otro mechón de pelo de la cara mientras intentaba
incorporarme mejor.
—¿Eres tan ignorante como para pensar que una mujer no puede
dirigir sola? ¿Acaso no lo hacían en Rashearim?
—Las mujeres de Rashearim son muy diferentes a ti. Son
respetuosas, con una fuerza y una inteligencia tremendas. Conocí
diosas que dirigían ejércitos y luchaban con dignidad, no con trucos
baratos. Tú no te comparas en nada y no podrías tocarlas. He
conocido mujeres como tú. ¿Sabes dónde están ahora las mujeres
viles, despiadadas y vengativas como tú? Están muertas.
—Oh, cariño, dudo que hayas conocido a alguien como yo antes.
Liam asintió una vez y soltó la mano, volviendo a mirar las
páginas que tenía delante. Pensé que me había ganado un pequeño
respiro, ya que no sentí de inmediato que me estuvieran prendiendo
fuego. Por desgracia, mi alivio duró poco, ya que el poder volvió a
recorrerme. Mi cuerpo se balanceó hacia atrás mientras mis manos
se apretaban y las esposas se clavaban en mi carne. Sentí que la
bestia que había en mí intentaba liberarse, que el poder oscuro se
enroscaba bajo mi piel. Finalmente, el dolor cesó tras lo que me
pareció una eternidad, y me desplomé en el asiento.
—Te lo preguntaré otra vez…
No tenía fuerzas para moverme. El sudor empapaba cada parte de
mí y mi cuerpo temblaba.
—Pregúntame una y otra vez, y no te diré nada. Quémame todo
lo que quieras, Samkiel, pero no conseguirás nada de mí. Así que
venga. Haz lo peor que puedas. No temo a reyes ni a dioses. —La
última parte salió de mis labios en un siseo agudo mientras mis ojos
permanecían fijos en él.
Liam no se movió, pero un destello de fastidio apareció en sus
ojos. Se estaba aburriendo, y yo también.
—¿Estás segura? —preguntó, inclinándose hacia delante.
Moví las manos, aquellas malditas esposas se rebelaban, pero no
me detuve mientras las sacudía con ambos dedos.
Me miró fijamente durante lo que me pareció una eternidad. Dejé
caer las manos, la muñeca se me golpeó contra la silla y el dolor me
recorrió los brazos. Barajó los papeles antes de levantar algunos
delante de mí.
—Creo, como dijiste antes, que todo el mundo tiene una
debilidad. —Su voz era suave, casi un susurro—. Y creo que tú
también tienes una. No recuerdo que los Ig'Morruthens se sentaran
a comer con simples mortales, pero tampoco eran como tú.
Parpadeé varias veces, intentando mantener la calma y no mostrar
el terror que se deslizaba por mí.
Apartó más fotos del camino.
—Entonces, ¿quieres decirme para quién trabajas o quién es esta
mujer para ti? Y por favor, no me mientas.
Mis ojos se quedaron fijos en él.
—Vete a la mierda.
Vi que sus ojos se llenaban de confusión. Puse los ojos en blanco y
le espeté a Logan:
—Tradúcele eso.
Cuando lo hizo, las fosas nasales de Liam se encendieron durante
una fracción de segundo, como si nadie se hubiera atrevido a
hablarle de esa manera antes.
—Si no puedes responder, tendré que preguntarle a ella.
—Acércate a ella y te prometo que será lo último que hagas —
gruñí, haciendo fuerza contra mis ataduras. Sentí cómo me crecían
los caninos y se me enrojecía la vista.
El aire fue succionado de la habitación a medida que aumentaba
la presión, inmensa y opresiva. Una tormenta hecha carne. Eso era
lo que me recordaba Liam.
—¿Me estás amenazando? —preguntó, y sus ojos se volvieron
plateados. Era un color que había llegado a odiar en las últimas
horas y sabía que atormentaría mis pesadillas.
—Sabes, normalmente soy partidaria de una muerte rápida. Un
rápido chasquido del cuello o un asado suelen ser mis métodos
preferidos —siseé—. ¿Pero tú? Voy a tomarme mi tiempo contigo.
Voy a herirte de formas que no puedes imaginar y a reírme mientras
la plata muere en tus ojos.
Me sostuvo la mirada. Nadie hablaba ni se movía. Se volvió hacia
la mesa y se sentó. Pasó un momento antes de que la pesadez de la
habitación se evaporara, y la plata se desvaneció, sus ojos volvieron
a su tono normal de gris. Casi me eché a reír. Aquel hombre era
cualquier cosa menos normal.
—Tras los numerosos ataques fallidos a nuestros templos, parece
que buscas una reliquia nuestra. Por favor, explícate.
No lo hice.
No hablé cuando me preguntó qué buscábamos, ni cuando volvió
a preguntarme de dónde era o para quién trabajaba. Hizo una
pregunta tras otra, hora tras hora, y yo ardía con cada una. No
recuerdo cuál me dejó finalmente inconsciente, solo que en ese
momento había sentido paz.
Qué extraño.
CAPÍTULO 13
Dianna
No sabía cuántos días habían pasado, ni siquiera si eran días.
Todo lo que sabía era dolor. Me hizo las mismas preguntas. No
respondí, y empezó el ardor. Era como electricidad en mis venas,
llegando a cada parte de mí mientras mis ojos se clavaban en los
suyos. El odio, puro y simple, crecía con cada momento de dolor. A
veces no gritaba, me distraía imaginándome a mí misma
liberándome y arrancándole la cabeza del torso. Imaginaba su
sangre pintando la habitación, creando una obra maestra más
exquisita que la de cualquier pintor famoso. Soñaba con salir
corriendo de este maldito lugar hacia ella, mi única familia. Ella era
lo único que me mantenía mortal, aunque ahora me odiara. Fue
entonces cuando grité porque sabía que no podía revelar la única
verdad que él quería saber. Quería saber sobre ella, así que tenía una
forma de controlarme.
Kaden había hecho lo mismo durante el siglo pasado, y yo no
cambiaría un amo por otro. Así que dejé que Liam me torturara y lo
escuché repetir las mismas preguntas una y otra vez sin darle una
respuesta. Al final, la habitación se quedó en negro, como siempre.
Mi cuerpo amenazaba con rendirse. No sabía cuánto tiempo me
quedaba antes de que una de aquellas explosiones me matara. No
importaba mientras ella estuviera a salvo. Ese era siempre mi último
pensamiento antes de que aquel calor nauseabundo se filtrara por
todos mis poros y la oscuridad me reclamara. Allí, en aquel espacio
vacío, mi mente vagaba para revivir los días anteriores.
Aterricé frente a su piso, con los pies dejando grietas en el
hormigón, pero no me importó. Varios transeúntes jadearon y me
miraron antes de salir corriendo. Apenas eran las siete de la
mañana, pero era importante. Pasé por delante del portero y miré
hacia el ascensor más cercano. Varios mortales salieron arrastrando
los pies, camino del trabajo. No tuve tiempo de esperar y corrí hacia
las escaleras, subiendo de dos en dos hasta su planta. Podría
haberme transportado hasta allí, pero necesitaba correr y sentir algo
en los pulmones aparte del polvo y la destrucción que había
soportado. Sin molestarme en llamar, casi arranco la puerta de las
bisagras. Gabby y Rick estaban en la cocina. Estaban ocupados, y
tendría que blanquearme los ojos más tarde, pero no me importaba.
No teníamos tiempo.
—Vístete —espeté mientras cogía la manta del sofá y se la
lanzaba.
—¡Dianna! ¿Qué haces aquí? —gritó Gabby, agarrando la manta y
envolviéndose.
Rick se fijó en mi ropa y jadeó.
—¿Qué carajos ha pasado? ¿Eso es sangre?
Estaba cubierta de sangre, la mía mezclada con la de Zekiel. Mis
ojos se iluminaron mientras los suyos se abrían de par en par.
—Vete. Márchate. Vete a trabajar y olvida que has estado aquí.
Olvida lo que has visto.
Se le pusieron los ojos vidriosos y asintió. Luego, agarró su ropa y
se fue, sin importarle que estuviera desnudo.
—Dianna, ¿qué demonios está pasando? ¿Por qué entras en mi
apartamento tan temprano? ¿Por qué estás cubierta…?
No respondí mientras me dirigía a su habitación. Mis pies apenas
tocaban el suelo cuando pasé por delante de su puerta abierta. Ella
me siguió, todavía gritando, pero yo solo podía oír la voz de Kaden
resonando en mi cabeza.
Me lancé tras él, casi corriendo para seguirlo.
—¡Lo sabías! —grité tras él. Agarré el objeto más cercano, un pequeño
jarrón antiguo, y se lo lancé por la espalda. Fallé, mi puntería se había
desviado por completo a medida que aumentaba mi ira. Se hizo añicos cerca
de sus pies y por fin se detuvo—. Sabías que seguía vivo.
Se giró lentamente, la bestia bajo su piel se deslizaba, recordándome lo
alienígena que era en realidad. Sus ojos llenos de brasas ardían mientras se
dirigía hacia mí con un solo dedo levantado. Retrocedí un paso antes de
detenerme y cuadrar los hombros. Conocía su carácter, pero había jugado
con fuego.
—Tú —me espetó— mataste a un miembro de La Mano. Buscará
venganza. Todos lo harán. Tenía un plan y lo has vuelto a joder porque no
sabes escuchar. —Se detuvo ante mí, obligándome a mirarlo.
—Me dejaste fuera. Lo supiste todo este tiempo, y aquí estaba yo,
pensando que era un cuento de hadas. ¿Lo sabe Alistair? ¿Tobias? —No
contestó, solo miró a un lado, y supe que lo sabían. Levanté las manos,
gritando de frustración—: ¡Dioses, Kaden! No me dices nada. ¿Cuánto
hace que La Mano sabe de nosotros? ¿Desde cuándo nos siguen? ¿Sabes
que dos de ellos me encontraron mientras tú hacías Dios sabe qué? Ladras
órdenes y exiges que te siga.
En un momento me miraba con desprecio y al siguiente me agarraba
dolorosamente la barbilla. Se movió tan rápido que apenas lo vi. Se inclinó
hacia mí y siseó entre dientes apretados:
—Y me seguirás. Ni por un segundo pienses que tienes algún poder
sobre mí. Yo te hice. Serías un par de huesos secos si no fuera por mí.
Solté mi cara de un tirón, sabiendo que me saldría un moratón.
—Sí —me escocían los ojos—, y eso es algo que te gusta recordarme cada
vez que puedes. Nos pones en peligro, Kaden, a todos, incluida a mi
hermana. ¿Qué voy a hacer con mi hermana?
Se burló ante la mera mención.
—Ella no me importa. Ella no es importante.
—Lo es para mí —respondí, empujándole el pecho. No se movió, pero
algo cambió en sus ojos. Inclinó ligeramente la cabeza y me estudió un
momento antes de asentir.
—Sí, lo es, ¿y hasta dónde estás dispuesta a llegar para mantenerla a
salvo ahora que uno de los suyos ha muerto? Vendrá en busca de venganza.
Ese pensamiento me hizo hervir la sangre. Nadie tocaría a Gabby. Me
aseguraría de eso.
—Tan lejos como sea necesario.
—¿Pelearías con un dios?
—No —dije sin dudar—, mataría a uno.
Abrí de un tirón las puertas del armario. La ropa de Gabby
colgaba con precisión, ordenada por colores. Las paredes estaban
llenas de zapatos, y en el extremo izquierdo había un espacio para
las maletas. Metí la mano, cogí una y la tiré sobre la cama, junto con
otras dos más pequeñas. Saqué la ropa de las perchas que se
rompieron por la fuerza y la metí en las maletas.
—¡Dianna! —Se acercó y me agarró la mano, deteniéndome en
seco—. ¿Qué pasó?
—La he cagado. —Me aparté de su mano y giré hacia el armario.
Se quedó mirando mientras me arrodillaba, cogía un puñado de
zapatos y volvía hacia la cama—. La he cagado, Gabbs.
—¿Se trata del terremoto de Ophanium de hace unos días y de la
extraña tormenta de Arariel?
Me detuve, apoyé las manos en la maleta y la miré. Se tapaba la
boca con la mano mientras me miraba fijamente.
—Eso no fue una tormenta. Algo regresó… alguien regresó, y
ahora necesito que vayas a la casa segura como planeamos.
Terminé de empaquetar y cerré las maletas antes de mirarla. No
se había movido.
—Gabby, vístete.
No dijo nada, solo me miró fijamente mientras agarraba la manta
con más fuerza.
—¿Por qué la casa segura? ¿Quién ha vuelto?
Nunca había mentido ni tenido secretos con Gabby. El vínculo
que compartíamos era demasiado profundo. Desde que murieron
nuestros padres, solo éramos nosotras dos. Nos habíamos cuidado
mutuamente durante mucho tiempo. Era mi hermana, mi mejor
amiga, y estaba a punto de hacer que me odiara.
—Maté a alguien muy poderoso. Bueno, técnicamente no lo maté,
pero mis manos están cubiertas de su sangre. Kaden y todos los
demás creen que lo maté, y eso es suficiente. Si lo que dijo Kaden es
cierto, entonces el último dios viviente volverá por mi cabeza. Ahora
vístete.
Bajó la mano y se quedó con la boca abierta.
—¿D?
—Lo sé. Ahora, por favor, vístete. Estarás a salvo donde
hablamos. Es el único lugar del que Kaden o cualquiera no sabe
nada. Recuerda lo que te dije. Necesitarás cambiar tu cabello,
cambiar tu estilo, no uses tu nombre, y nada de pasaportes. También
tengo varias tarjetas de crédito escondidas allí. Esperarás hasta que
vuelva a buscarte. Es como practicamos.
La única diferencia era que lo habíamos practicado para cuando
dejara a Kaden, no para cuando estuviera a punto de ser perseguida
por un dios antiguo. No dijo nada, pero vi que el pánico se
apoderaba de sus ojos. Finalmente, se acercó a la cómoda, dejó caer
la manta y se vistió. Agarré sus maletas y me colgué las pequeñas
bajo el brazo. Cuando salí de la habitación, grité:
—Llévate las fotos que tengas de nosotras, como habíamos
hablado. Tenemos que…
—Dianna. ¿Qué pasa con Rick? —me cortó mientras me seguía,
con los pantalones de jogging remangados por la cintura y una
camiseta por encima de la cabeza. Se sentó en el sofá y se puso los
zapatos. Sabía lo que me esperaba. También supe por su expresión
que aún estaba asimilando todo lo que le había dicho.
—Sabías que era a corto plazo —dije, manteniendo un tono
uniforme.
—¿Por qué? ¿Por qué tiene que ser así?
—¡Ya sabes por qué! —Solté un chasquido. No era mi intención,
pero lo hice.
—¡No me grites! —replicó ella, levantando los brazos—. No me
estás dando opción otra vez.
Giré hacia ella, con las manos en las caderas.
—¿Perdona? Hago esto porque tengo que hacerlo. Todo lo que
intento hacer es darte opciones mientras yo no tengo ninguna.
Me espetó, señalándome con el dedo:
—Podrías tener opciones si realmente quisieras.
—¿Cómo, Gabby? ¿Tienes idea de lo fuerte que es? ¿Sabes el
poder que tiene sobre el Otro Mundo y sobre mí? Sé que hablamos
de alejarme, pero solo fue un sueño. ¿Cómo podría? Siento que
tengamos que mudarnos, ¿bien? Estoy tratando de darte algo de una
vida normal.
—Nunca tendré una vida normal por lo que hiciste.
Sus palabras fueron como una bofetada. Levanté la voz mientras
me señalaba el pecho y luego a ella.
—¿Por lo que hice? ¿Te refieres a lo que di para salvarte? ¿Cómo
te atreves?
Giró y se puso la mano en la frente.
—Me salvaste la vida. Lo sé, y te lo agradezco, pero ¿a qué precio,
D? Los secretos, la ropa manchada de sangre, los monstruos, ¿y tu
vida? ¿Tu felicidad? —Se detuvo, señalando hacia las maletas—.
Esto no es vivir, ni para mí ni para ti.
Esta vez levanté los brazos, con el pecho dolorido por sus
palabras. Me abrieron de par en par y me dejaron en carne viva.
—¿Qué quieres que haga, Gabby? ¿Qué quieres que haga, ¿eh?
—¡Vete! Lo creas o no, eres tan fuerte como él. Él te hizo, y algo de
él es parte de ti. Tienes que luchar, o al menos luchar por algo.
—¡No puedo!
—¡¿Por qué?!
—Porque si resbalo, si meto la pata, vendrá por ti. —Mi voz se
quebró, las emociones brotando de mí. Mi visión se nubló, pero era
la verdad, la verdad absoluta—. Y no puedo perderte. No
sobreviviría.
Sacudió la cabeza mientras se le llenaban los ojos de lágrimas.
—No puedo seguir haciendo esto. Sé que me quieres, y yo
también te quiero. Pero, Dianna, no puedo ser la razón por la que
sufres. Me duele saber que tienes que seguir con él por mi culpa.
Todo lo que siempre quise fue que ambas fuéramos felices. No
puedes protegerme para siempre. No tenía sentido salvarme si ni
siquiera puedo vivir. —Hizo una pausa y sacudió la cabeza—. Iré a
la casa segura, pero después de eso, he terminado. Llevamos siglos
haciendo esto y estoy cansada. No puedo más. Si el precio de mi
libertad es ver a mi hermana convertirse en un…
Se detuvo y sentí que se me partía aún más el corazón.
Mis puños se cerraron como el hierro, igual que mi corazón.
—Dilo. Si tienes que ver, ¿qué?
Me sostuvo la mirada. Podía ver el dolor en ella, igual que sabía
que ella podía ver el mío. Sus labios se formaron en una fina línea,
pero su voz era firme cuando dijo:
—Si tengo que ver cómo te conviertes en un monstruo.
Asentí lentamente y bajé la mirada.
—Pregúntame otra vez por qué no te he contado lo que he hecho.
—Sentí el escozor cuando más lágrimas se me clavaron en los ojos y
la habitación se volvió borrosa.
Un monstruo.
Tenía razón, pero si yo era un monstruo, que así fuera. Me sequé
las pocas lágrimas que escapaban de mis mejillas y caminé hacia
ella. Saqué de la vaina una de las espadas olvidadas que llevaba en
la espalda y me detuve frente a Gabby. Ella miró de la espada a mí y
viceversa. Extendí la mano, se la cogí y le puse la empuñadura en la
palma.
—Si en el peor de los casos no vuelvo por ti, usa esto. Recuerda lo
que practicamos: ingle, muslo, garganta u ojos. Tómala, y cuando lo
uses, hazlo en serio. —La miré una vez más, memorizando su cara,
recordándola feliz y sana. Lo que estaba a punto de hacer nos
liberaría o acabaría conmigo, y quería esa imagen. La atraje hacia mí
y le di un beso en la cabeza, susurrándole contra el pelo—: Siento
haberte metido en esta vida horrible. Recuerda que te quiero.
Me alejé de ella sin decir palabra y salí del apartamento. Apenas
había salido del edificio cuando sonó mi teléfono.
—¿Qué? —Solté, haciendo que dos transeúntes se sobresaltaran.
—Encontramos una manera de entrar. Vuelve a Novas. —La voz
de Tobias era corta y entrecortada.
No me molesté en responder y la línea se cortó. Me volví, echando
un último vistazo como si pudiera verla a través de las paredes
antes de desaparecer.
Después de mi pelea con Zekiel, mi pelea con Kaden y luego mi
pelea con Gabby, había pasado un día. Nos encontrábamos en la
suite de un hotel de Arariel donde se alojaban los embajadores de
los que nos haríamos cargo. Tenían la información que
necesitábamos y eran nuestro camino a la reunión.
Tobias estaba de pie en la habitación manchada de sangre. Había
adoptado la forma de una hembra celestial y se estaba estirando. Por
el rabillo del ojo, vi a Alistair imitándolo. Me limpié la sangre de la
cara con el dorso de la mano, y los recuerdos del mortal que me
había comido inundaron mi subconsciente. Hacía años que no
mataba, que no consumía de verdad, y sentía que el cuerpo me
ardía. Una parte de mí amaba esta sensación, la parte de mí que no
era mortal.
Tobias me miró y me dijo:
—No pongas esa cara. Necesitarás toda tu fuerza si quieres
sobrevivir un segundo con él.
Asentí con la cabeza.
—Lo sé.
—La sanguinaria Dianna es siempre mi favorita.
Ignoré a Alistair mientras acababa con el mortal en el que me
convertiría. Reproduje toda la información de sus recuerdos.
Cuando terminé, abandoné mi elegante forma femenina y me
transformé en un hombre normal llamado Henry.
Me ajusté el traje, asegurándome de que estaba limpio de sangre.
—La reunión es en treinta minutos. Debería haber un coche
delante en unos cinco. Están presentes todos los miembros humanos
del consejo, La Mano y él.
La sonrisa de Tobias era letal, incluso en su forma más bonita.
—Bien.
Alistair pasó por encima de unos cuantos cuerpos y se detuvo
frente a mí.
—Recuerda el plan. Distracción, eso es. Mantenlo ocupado
mientras buscamos el libro.
Asentí con la cabeza, aceptando su plan, y froté distraídamente la
espada olvidada que llevaba atada al muslo. Sonreí en mi nueva
forma.
—Por supuesto.
Ring.
—Déjame hablar a mí.
Ring.
—Eso no debería ser un problema, ya que es lo único que haces —
dijo Liam. Me volví para fulminarlo con la mirada, pero se limitó a
mirar al frente con las manos entrelazadas mientras el ascensor
subía.
Ring.
—Lo digo en serio. Si sospecha quién eres, dudo que te ayude.
Ring.
—¿Y eso por qué?
—No sé por qué, pero hay gente que te tiene miedo. —Di un
golpecito con el pie, viendo cómo subían los números.
—Bien. Eso demuestra que algunos de ustedes son inteligentes —
dijo Liam, mirándome significativamente.
—¿Acabas de llamarme estúpida? —espeté cuando se abrieron las
puertas del ascensor. Negué con la cabeza y me volví hacia la
distribución abierta de su apartamento. Era una suite grande y
luminosa con suelos de madera. La pared del fondo tenía ventanas
que daban a la ciudad. Varios cuadros de personas en diferentes
posturas colgaban de la pared y estaban iluminados.
Me adelanté y grité:
—¡Nym! —Caminé un poco más adentro—. Soy Dianna. Espero
que estés decente.
—Oh, Dianna, lo decente es para las viejas. —Oí el golpeteo de
sus pies descalzos cuando dobló la esquina y se detuvo. Su corta
melena rubia se balanceó ante la brusca pausa. Sus ojos se cruzaron
con los míos y luego miró a Liam, que se colocó a mi lado—. Y has
traído compañía. —Se envolvió en la bata blanca, que no cubría la
lencería demasiado cara que llevaba debajo.
—¿Interrumpo algo? —pregunté con una sonrisa.
Hizo un gesto con la mano, sin dejar de mirar a Liam.
—Oh, no. Es temprano. Estaba haciendo café. Pasen. —Se dio la
vuelta y se dirigió hacia el pasillo de la derecha, que nos conducía al
interior.
—¿Esta es la informante de Kaden? —preguntó Liam, sonando
escéptico.
Me encogí de hombros.
—A Kaden le gustan las cositas bonitas que hacen lo que él dice.
Se giró para mirarme, con el ceño fruncido.
—¿No me digas…?
Arqueé una ceja hacia él como retándolo a continuar, pero se
limitó a darse la vuelta y seguir a Nym. Sacudí la cabeza y respiré
hondo, intentando calmar los nervios. Mientras empezaba a
seguirlos, me susurré: «Esto funcionará».
El salón estaba lleno de muebles artísticamente diseñados que
parecían terriblemente incómodos, pero que parecían ser del estilo
de Nym. A la derecha había una pequeña cocina, y detrás de mí, un
dormitorio con la puerta ligeramente entreabierta. Nym estaba en la
cocina, sirviendo café en tazas que probablemente costaban lo
mismo que un buen coche.
—Así que, ¿Kaden te ha conseguido un nuevo compañero? —
preguntó mientras colocaba una taza en la isla central y se volvía
hacia el café. Sentí la carga en la habitación mientras Liam se
erizaba. Abrió la boca para decir algo y le di una patada con el
lateral del pie. Me miró el pie y luego me miró a mí. Le pedí con la
boca que se callara y me pasé la mano por la garganta dos veces. Sus
fosas nasales se encendieron y supuse que se había ofendido por mi
falta de respeto. Discutimos en silencio hasta que Nym se volvió con
las otras dos tazas de café. Nos enfrentamos a ella como si
estuviéramos sincronizados, los dos rezumando inocencia y calma
como si no estuviéramos a punto de arrancarnos la cabeza el uno al
otro.
—Sí. —Forzó una sonrisa que parecía más una agresiva muestra
de sus dientes—. Voy a ayudar a Dianna.
Aunque lo dijera con un gruñido, el sonido de mi nombre me dejó
sin aliento. Un poco sorprendida por mi reacción, me lo expliqué
como un alivio de que me siguiera el juego. Nym asintió, con las
mejillas teñidas de rosa, mientras nos acercaba las tazas. Tomé
asiento en la isla y Liam me siguió, el taburete crujió bajo su peso.
Cogí mi taza y bebí un sorbo, mientras Liam hacía una mueca ante
la suya y la apartaba con un codazo.
—¿A qué viene esta visita sorpresa? —preguntó, dando un sorbo
a su café y mirándonos a los dos.
—Kaden me tiene… —hice una pausa—, bueno a nosotros, en
otra misión alrededor del mundo. Pero tenemos que pasar
desapercibidos.
Asintió con la cabeza mientras dejaba la taza sobre la mesa.
—Me parece bien. ¿Qué necesitas? ¿Tarjetas? ¿Pasaportes? ¿Ropa?
—Todo, en realidad.
—Puedo hacerlo. —Se inclinó hacia delante, su bata resbaló por su
hombro mientras colocaba su mano debajo de su barbilla. Sabía que
la exhibición coqueta no era para mí—. Entonces, ¿cuál es la misión
esta vez? Se dice por ahí que los ha tenido a todos buscando algún
artefacto antiguo.
—Sí. Todavía estamos trabajando en eso, pero Kaden me tiene
yendo un poco más bajo tierra.
Ella asintió, levantando una ceja.
—Tiene sentido. El Otro Mundo ha estado muy agitado
últimamente. He oído rumores sobre esa extraña tormenta en
Arariel. Algunos dicen que trajo algo antiguo de vuelta.
Un escalofrío me recorrió la espalda cuando miré a Liam por el
rabillo del ojo. No se movió ni se inmutó, solo se sentó a escuchar.
—Creo que solo fue una extraña anomalía meteorológica.
—No lo sé. Todo lo que sé es que de repente todo el mundo está
buscando una manera de caerle bien a Kaden, y harán lo que sea
para conseguirlo. Bueno, excepto yo. Prefiero mantenerme al
margen de lo que ese hombre esté tramando si puedo. Haré mi parte
y luego me ocuparé de mis asuntos.
—Hablando de eso, sé que ayudaste a esconder a un exmiembro
del aquelarre de Santiago. Necesito la ubicación de Sophie.
Sonrió, levantando ligeramente la taza.
—Lo que tú quieras. No me gustaría enfrentarme a la ira de
Kaden por rechazarte.
—Muchas gracias. —Sonreí, pero se me hundió el estómago al oír
sus palabras. Sabía que estaba en el lado malo de Kaden. Lo único
que había deducido de esta conversación era que no se había corrido
la voz de la muerte de Alistair.
—Tengo que hacer unas llamadas, pero los pasaportes no
deberían tardar más de una hora.
Sentí que Liam se erizaba a mi lado, pero permaneció en silencio.
Sabía que no quería alargar este pequeño viaje conmigo más de lo
necesario, pero necesitábamos estas nuevas identificaciones si
queríamos que funcionara.
Nym se apartó de la isla y se dirigió hacia el dormitorio. Liam me
fulminó con la mirada, molesto por tener que esperar siquiera una
hora.
—Entonces, ¿cómo está Kaden? —preguntó Nym por encima del
hombro mientras entraba a su habitación—. Sabes que hace meses
que no lo veo. Tobias se pasó por aquí para el desfile de moda
metropolitano de Omael hace dos semanas, pero solo para pagarme
por mi última pequeña participación. Parecía muy tenso. Bueno,
más de lo habitual.
Me giré de lado en el taburete para responderle.
—Sí, suena como él, y Kaden es Kaden.
Nym regresó con una reluciente bolsa negra en la mano y su
teléfono.
—Bueno, al menos tienes músculos decentes que ver en este largo
viaje —dijo, sonriendo a Liam mientras se detenía frente a mí. Luché
por controlar mis expresiones faciales. No quería que me viera
estremecerme ante su comentario. Le guiñó un ojo a Liam antes de
entregarme la bolsa.
—Ahí dentro hay un puñado de tarjetas de crédito imposibles de
rastrear y unos cuantos teléfonos desechables porque sé lo fácil que
es perder cosas. Los pasaportes me llevarán al menos una hora si
quiero falsificarlos bien. Tengo al menos una semana de ropa para ti,
pero él… —Ella se detuvo y lo miró de arriba abajo otra vez como si
quisiera lamerlo—. Por suerte para ti, estamos en Omael. Aquí
puedo conseguir lo que quiera, pero tu altura me retrasa al menos
una hora. Solo tengo que hacer una llamada rápida a uno de mis
chicos y luego empezaré.
Mientras se alejaba, tecleando en su teléfono, las luces
parpadearon. Miré a Liam y señalé hacia las luces.
—¡Basta ya! —siseé en voz baja.
Las fosas nasales de Liam se encendieron y los músculos de su
mandíbula se flexionaron.
—Otra hora —gruñó en voz demasiado baja para que Nym
pudiera oírlo mientras se perdía de vista.
Levanté las manos e hice la pantomima de estrangularlo. Resopló
burlonamente, con los ojos desafiándome a que le pusiera las manos
encima. Nos fulminamos con la mirada, otra batalla de voluntades
entre nosotros. Una luz estalló, haciendo llover fragmentos de cristal
sobre el suelo, mientras Nym regresaba con un vestido colgado del
hombro. Liam y yo nos sentamos uno al lado del otro, sonriendo
como si no acabara de amenazarlo con estrangularlo.
Nym dio un respingo y se echó a reír, mirando la lámpara antes
de encogerse de hombros.
—Te lo juro, pago mucho por este sitio, y si no es una gotera al
azar, son las luces olvidadas por los dioses. —No la corregí,
dejándole creer que era un suceso eléctrico aleatorio y no el dios
malhumorado sentado a mi lado.
—Bien, tengo a alguien de camino para los pasaportes.
—Suena encantador. Gracias de nuevo, Nym —dije. Sonreía más
de lo que la noticia merecía, pero quería dar la impresión de que
todo iba bien.
—No hay problema. —Nym dejó el teléfono sobre la encimera y
volvió a centrar su atención en Liam—. Tu acento no lo había oído
nunca, y he estado desde aquí hasta Naaririel. ¿De dónde eres,
guapo?
Vi cómo apretaba brevemente la mandíbula y luego sus facciones
se suavizaban. Se relajó al mirarla y mi preocupación por que
descubriera nuestra treta se disipó. Sonrió y se me cortó la
respiración ante su devastadora belleza.
—Lejos —dijo en el eufemismo del maldito año.
—Sí, otra parada. ¿No quieres salir y estirar las piernas? Llevamos
horas atrapados en este coche.
Me miró exasperado.
Mi mirada se entrecerró.
—No puedo hacer pis en cinco minutos. Tendría que correr por la
tienda —dije, levantando las manos.
—Ocho.
—Liam.
—Todos los del Otro Mundo saben cómo has estado. Kaden puso
una gran suma en esa bonita cabeza tuya.
—Solo quiero vivir en paz con mis hijos, Dianna —dijo, señalando
con la cabeza a los dos chicos—. Además, cualquier violencia solo
alertaría a ese hombre corpulento de tu coche. Aunque no es un
hombre en absoluto, ¿verdad?
Miré detrás de mí, dando otro sorbo a mi bebida y asegurándome
de que el coche y Liam estaban justo donde los había dejado. Había
aparcado para que él no pudiera ver la tienda.
—No lo harías.
Reissa chilló cuando volví a golpearle la cabeza contra el
mostrador.
Me salió humo por la nariz y supe que mis ojos se habían puesto
rojos. El vaso de poliestireno que tenía en la mano chisporroteó y
luego se derritió y el líquido azul y morado cayó al suelo con un
chapoteo.
—¿Qué necesitas?
Me encogí de hombros.
—¿Estás segura? Entre las patas y los ojos, y oh, no olvidemos las
creaciones en forma de telaraña que sé que tienes en la espalda, todo
parece sumar araña. ¿Qué hay para comer hoy? —Me incliné más
cerca, olfateando el aire—. Huelo ciervos y… oh, autoestopistas.
—Dijiste que tenías que ir al baño, pero ¿qué es eso? —Señaló las
bolsas que tenía en la mano. Solté el aliento y la tensión de mis
hombros disminuyó.
Me encogí de hombros.
—Solo conduce.
—Es la última vez que digo o hago algo amable por ti. Tienes un
viaje de ego más antes de que pierda la cabeza, Liam. Sabes que no
eres un rey ni un salvador para mí, ¿verdad? Puede que por fuera
parezcas genial, pero por dentro solo eres un idiota amargado,
mezquino y feo.
—¿Te he despertado?
—Tonta.
—¿Duerme?
Esta vez me uní a su risa. Era agradable olvidar, aunque fuera por
unos instantes, que estaba en medio de una guerra de dioses contra
monstruos.
—¿Qué? No, estoy bien. Solo desearía estar de viaje con alguien
que no fuera él. Es tan idiota a veces, Gabby. Sé que es un guardián
de los reinos o lo que sea, pero ¿cómo puede gustarle a la gente?
—Sí, mamá.
Ella resopló.
—Oh, por favor. Ese hombre no ha estado solo desde que llegó a
la pubertad. Deberías ver los sueños de sangre que he tenido.
Dioses, he visto diosas, celestiales, lo que sea, inclinarse para él. Si
no es una batalla o una fiesta, está ocupado mojándose la polla.
Bien, mierda. Podía fingir una mala conexión y colgar, pero hacía
tiempo que no hablaba con ella y no quería terminar la llamada solo
porque me había descubierto.
—Bueno, es una larga historia. La versión corta es que Sophie y
Nym pudieron haberme envenenado y Liam me alimentó porque
pensó que me estaba muriendo.
—La verdad es que me parece un buen plan. Creo que veo uno de
esos moteles sombríos más adelante.
—Sí, señora.
Resopló al teléfono.
—Es guapo —dijo mientras sacaba una llave del gran tablero
marrón que tenía detrás—. Has elegido el hotel perfecto si tú y tu
novio quieren hacer ruido. No tenemos muchos clientes.
—No es mi novio.
Se encogió de hombros.
—No puedo hacerlo —dije, cada vez más frustrado. Oía a mis
amigos reunirse abajo y quería unirme a ellos.
Las columnas de oro que nos rodeaban vibraron ante su tono. Los
símbolos tallados en la piedra del pabellón brillaron con intensidad
cuando mi padre también se frustró.
—No.
—Ahora, concéntrate.
—Respira, Samkiel.
—Samkiel.
—No soy normal, y me parece bien. Tú eres el que tiene algo que
demostrar, no yo. —Me alejé girando, con los puños apretados a los
lados. Las luces a lo largo de mi cuerpo palpitaban y las sillas y
mesas chocaban contra las paredes a mi paso. Apenas había llegado
a los escalones cuando sentí que una fuerza invisible me rodeaba
por la cintura y me tiraba hacia atrás. Mis pies apenas tocaban el
suelo cuando utilizó su poder para darme la vuelta y obligarme a
mirarlo de nuevo.
—¿Cómo?
—El mismo poder que corre por mis venas fluye por las tuyas. Sí,
dada la técnica o la fuerza de quien lo ejerce, puede dañar, pero
también puede reconstruir y curar. Incluso los más fuertes entre
nosotros han aprendido a usarlo para curar. No eres un fracaso, ni lo
serás. —Dio una palmada y se quitó el polvo de la ropa—. Ahora,
intentémoslo de nuevo. Extiende la mano.
—Qué desperdicio.
—No.
Era Dianna.
—Señorita Martínez.
—Eso duele.
—Ya lo has hecho —dijo ella, con la voz cada vez más ronca al
hinchársele la garganta.
—Lo siento.
—De verdad que no quería hacerte daño. No sabía que eras tú. —
No sabía qué decir. Sonaba tan inadecuado decir que no había
sabido dónde estaba o quién era ella en ese momento. Era
imperdonable que el rey de Rashearim no controlara sus poderes.
—¿Tienes arrebatos así cada vez que duermes? ¿Es por eso que no
quieres hacerlo? —Sentí que la cama se movía, pero me quedé
donde estaba.
Dejó escapar una breve carcajada que era más que nada un
bufido.
—Gracias.
—Sí.
—Liam, eres demasiado poderoso para dejar que eso ocurra. Si no
hubiera conseguido despertarte, podrías haber arrasado toda esta
zona. Podrías haber matado…
—Soy consciente.
Sacudí la cabeza.
—Este no tiene que ver con el libro ni con los monstruos con los
que podemos o no luchar.
—De acuerdo.
Sacudí la cabeza.
Mujer frustrante.
—Pero…
—Prometo comportarme lo mejor posible, su Alteza. Su virtud
está a salvo conmigo —dijo y apretó la mano sobre su corazón—. Lo
prometo.
Tragué saliva y puse un pie delante del otro hasta llegar a la cama.
Me senté en el borde y ella puso los ojos en blanco, echándose más
hacia atrás.
—Liam, acuéstate.
La miré una vez más antes de tumbarme, con el cuerpo tenso. Ella
también se tumbó, pero se quedó de lado, apoyando la cabeza en la
mano.
—Relájate.
—¿Por qué hacer algo tan parecido? ¿No temían que se rebelaran?
—¿Cómo no lo sabes?
—Sé que es difícil de creer, pero cuando crecí allí, casi nada me
importaba. Conseguía lo que quería, con quien quería y apenas tenía
que mover un dedo. Esa era la ventaja de ser rey. Así que no me
importaba la política, lo cual fue un error por mi parte. Como has
dicho, era un mimado y un santurrón.
—¿Ah, sí?
Entrecerré los ojos y ajusté el brazo bajo la cabeza para estar más
cómodo.
Se encogió de hombros.
—Así que los que te siguen, los que quedan, ¿te hacen caso?
—Sí.
Ella resopló.
—Entonces, ¿por qué Vincent pone esa cara cada vez que le dices
algo?
Sentí que los labios se me torcían en una pequeña sonrisa. Los ojos
de Dianna se desviaron hacia ellos, con una breve expresión de
asombro en el fondo. Me aclaré la garganta.
—¿Quién es?
—¿Por qué?
—¿Puedo tocarte?
—Sí.
—Mi hermana hacía esto las noches que me iba mal. No era
mucho, pero me ayudaba. Siempre me gustó que me tocaran el pelo
mientras me dormía. Era una caricia reconfortante que me
recordaba que no estaba sola. Como he dicho, no es mucho, pero es
suficiente.
Deslizó sus dedos por mi pelo, sus uñas un leve susurro sobre mi
cuero cabelludo. No tuvo que decirme que volviera a cerrar los ojos.
Lo hice yo solo.
—Sí, lo siento, no sabía que podías hacer eso. Sé que eres un dios,
pero no esperaba que fueras tan poderoso.
—Está bien.
—Por desgracia, ese poder solo está disponible para los dioses
creados a partir del Caos. ¿Por qué lo preguntas?
Pasaron los días sin que se supiera nada. Logan informó de que
no había habido movimientos sospechosos ni muertes. A pesar de
ello, o tal vez por ello, estaba nervioso. Algo no encajaba, pero me
costaba identificar el qué.
Dianna y yo habíamos entrenado todos los días, pero ése era el
único tiempo que pasábamos juntos. No volvimos a hablar de ello,
pero había una distancia entre nosotros que amenazaba no solo
nuestra asociación, sino nuestra amistad. No me pedía que la
acompañara por la noche, y yo no acudía a ella. Me detuve varias
veces ante su puerta, con la mano levantada para llamar, pero
siempre me detenía. Me decía a mí mismo que era mejor así, ya que
mi estancia no era permanente. No podía encariñarme con su calor y
el consuelo que me proporcionaba, aunque lo anhelara.
En lugar de eso, cada noche me iba a mi habitación y me tumbaba
en la cama, mirando por la ventana. Miraba la luna caer y el sol salir,
igual que había hecho en los restos de Rashearim. A medida que
pasaban las noches, esa profunda y oscura sensación de vacío en mi
pecho que ella había ahuyentado, empezaba a arrastrarse de vuelta.
—Esta es una idea terrible. ¿Por qué tenemos que colarnos otra
vez? Tú estás a cargo de todo, solo pide la información —susurré
mientras Logan, Liam y yo nos escondíamos detrás de una enorme
columna. Toda ella estaba pintada con varias criaturas y personas
que no reconocí. No es que reconociera nada en este maldito
planeta.
—No puedo. Si uno o más sabían que Azrael había hecho un libro
que contenía la información que podría llevar a mi muerte, y no
compartieron esa información, entonces hay gente aquí en la que no
se puede confiar —susurró Liam, con su aliento haciéndome
cosquillas en los pelos de la cabeza. Tenía razón.
Logan se volvió hacia mí, vistiendo el ajustado traje pantalón
negro que le sentaba como un guante. Unos cinturones de oro
rústico le cruzaban el pecho y los hombros formando un chaleco. Un
fino chal negro colgaba de sus hombros y se movía con el viento. Me
había dicho que era lo que llevaba La Mano cuando estaba dentro de
las salas del consejo.
—Ustedes se encargan. Yo distraeré a Imogen y a los otros
miembros del consejo. Hagan su papel y recuerden, cuanto menos
hablen, mejor.
Mis ojos se entrecerraron mientras le susurraba:
—No es culpa mía que me hayan dado menos de una hora para
aprender su idioma.
Varios pasos se acercaban, resonando en el gran salón. Era un
espacio opulento y amplio. Se hallaba a la sombra de unas montañas
que se elevaban hacia el cielo, mucho más grandes y majestuosas
que todo lo que había visto hasta entonces. Los árboles de los
bosques circundantes eran altos, el follaje exuberante y los colores
impresionantes. El techo estaba abierto y enmarcaba todo lo que la
galaxia ofrecía. Todo aquí era más brillante, más claro, más nítido, y
yo quería admirarlo más, pero teníamos un trabajo que hacer.
—Ya viene —le dijo Logan a Liam, mirando por encima de mi
cabeza—. La distraeré todo lo que pueda, pero date prisa.
Liam me puso la mano en la espalda y yo me incliné hacia él. Me
había tocado cada vez que había tenido la oportunidad desde que
me desperté en aquella pequeña habitación. Por supuesto, no de la
misma forma divertida que antes, sino más bien porque temía que
yo desapareciera si no me tocaba.
Vi a Logan acercarse a un pequeño grupo de celestiales. Se
separaron cuando él se unió a ellos, y entonces la vi. Llevaba el pelo
rubio trenzado a los lados y un precioso vestido blanco. Era
transparente, pero no se veía a través de él. Cuando vio a Logan, se
le iluminaron los ojos y su sonrisa hizo que se le levantaran los
pómulos. Era incluso más hermosa en persona que en los sueños de
Liam. «Maldita sea».
Memoricé su forma e invoqué el poder necesario para cambiar.
Un momento de concentración y me parecía a ella, con ropa y todo.
Miré a Liam, que asintió con la cabeza y me condujo alrededor de
varias columnas más. Nuestros zapatos de suela blanda susurraban
sobre el brillante suelo de mármol.
Cuando nos perdimos de vista, aceleramos el paso y trotamos por
el laberinto de pasillos y escaleras. A pesar de nuestro esfuerzo, su
voz era firme cuando dijo:
—En el tercer piso están las cámaras del consejo. Solo tenemos
que pasar a los pocos guardias que hay y estaremos bien. Logan ha
comprobado que hoy no hay reuniones.
Al llegar al segundo piso, dejamos de correr. Paseamos
tranquilamente para no llamar la atención. Saludé a algunos
celestiales cuando pasamos y Liam asintió en su dirección. Casi se
les salieron los ojos de las órbitas cuando nos vieron, lo que supuse
que se debía al nuevo aspecto de Liam. No creía que nadie aquí lo
hubiera visto con el pelo corto. Además, el conjunto de camisa y
pantalones color crema hacía que su piel bronceada pareciera brillar,
y las líneas plateadas que trazaban la forma de su cuerpo
resplandecían a través de la fina tela.
Atravesamos varias salas enormes, zigzagueando entre gruesas
columnas como si no tuviéramos prisa por llegar a nuestro destino.
De repente, Liam cambió de dirección y tiró de mí hacia un pasillo
oculto tras una cortina roja y dorada. Me abalancé contra él y mi
nariz rebotó dolorosamente contra su duro pecho.
—Mierda —dijo, apartando la cortina para poder asomarse. Miró
hacia el otro extremo de la habitación como si hubiera visto a
alguien.
—Liam, has maldecido. ¿Dónde aprendió el chico «Sigue todas las
reglas» a hablar así? —bromeé en voz baja mientras le golpeaba el
pecho con el dedo índice.
—Probablemente de la mujer morena y malhablada cuyo
vocabulario grita indecencia. —Me miró durante una fracción de
segundo, con una sonrisa dibujada en los labios, antes de volver a
mirar más allá de la cortina. Me giré y nuestros cuerpos quedaron
tan cerca que casi gimo. Respiré hondo para controlarme y miré por
debajo de su brazo.
Un celestial alto, musculoso y de piel morena, con el mismo
uniforme que había llevado Logan, sonrió a una mujer con un jersey
de color hueso. Bien, era un miembro de La Mano que aún no
conocía. Dioses, ¿por qué eran todos tan guapos? Llevaba el pelo
engominado y recogido en una espesa coleta doble que se
derramaba por su musculosa y poderosa espalda. Luces azules, la
marca de los celestiales, recorrían sus brazos y su cuello, hacia sus
ojos penetrantes. Ojos que centellearon cuando se rio de algo que
dijo la mujer y se dieron la vuelta para marcharse.
—Es un miembro de La Mano. ¿Por qué nos escondemos? ¿Te
preocupa que nos vea?
Liam negó con la cabeza.
—No, no me preocupa Xavier. Me preocupa el que rara vez se
aparta de su lado.
Salimos de detrás de la gruesa cortina cuando Liam señaló con la
cabeza hacia la gran escalera.
—¿Por qué?
Liam empezó a decir algo, pero fue abordado por un lado. Oí
cómo el aire abandonaba sus pulmones, seguido de una risa
profunda y resonante. Giré, con las llamas bailando en las palmas de
mis manos. Mis ojos se abrieron de par en par cuando vi a un
hombre rubio levantar a Liam del suelo, con los pies colgando. Lo
levantó sin esfuerzo, como si no fueran del mismo tamaño.
—Cameron. Si valoras tu trabajo y tu vida me bajarás.
Cameron. Era el que Zekiel había mencionado en Ophanium.
Recuerdo que Liam también dijo algo sobre él. Cerré las manos en
puños, apagando las llamas, y las puse detrás de mi espalda.
Cameron lo soltó y Liam lo miró con desprecio, ajustándose la
parte delantera de la camisa.
—¿Creías que podías colarte en los grandes salones y que yo no te
olería?
«¿Oler?» Mis labios se torcieron al procesar lo que dijo. ¿Podría
oler a Liam en todo el edificio? ¿Podría olerme a mí? La inquietud
me recorrió las entrañas. Por el lado positivo, Liam y yo no
habíamos tenido relaciones sexuales ni nada que se le pareciera
remotamente antes de venir aquí; por el lado negativo, ¿funcionaría
mi treta con Cameron? Creo que este podría gustarme si no fuera
por el hecho de que podría arruinar lo que habíamos venido a hacer
aquí.
Se rio una vez más y volví a centrar mi atención en él. Llevaba la
misma ropa que Logan, pero yo ya sabía que formaba parte de La
Mano. Su piel clara se sonrojó al ver a Liam. Su pelo rubio trenzado
en una espesa cresta que le caía por la espalda se balanceó al poner a
Liam en pie.
Se volvió hacia mí, tomándose su tiempo para mirarme. Me quedé
paralizada, nerviosa de que hubiera visto las bolas de fuego que
había amenazado con lanzarle o de que se hubiera olido que yo no
era Imogen. Su cabeza se inclinó hacia un lado y miró detrás de mí.
Una lenta sonrisa traviesa curvó sus labios.
—Oh, ya veo. ¿Estaban jugando a otra emocionante ronda de
esconder la espada de batalla?
Detrás de mí se oyó una carcajada y miré por encima del hombro
para ver que Xavier había vuelto.
—Cam, hablas demasiado libremente. Un día Samkiel te quitará la
cabeza.
—No —sonrió Cameron—, le gusto demasiado.
—Discutible —dijo Liam mientras volvía a mi lado—. ¿Dónde
aprendiste a hablar así? El onuniano no es nuestro idioma
predominante.
Cameron se encogió de hombros.
—Logan nos visita a menudo. Nos pone al corriente de lo que
hacen los mortales y nos trae la mejor cocina. El chocolate es casi
orgásmico.
—Ah —dijo Liam, cogiéndome de la mano y volviéndose hacia las
escaleras—. Muy bien, entonces. Imogen y yo tenemos otros asuntos
que atender, y estoy seguro de que ustedes dos tienen algo que
hacer.
Cameron se puso delante de Liam y de mí, impidiéndonos
movernos.
—Hmm, asuntos. ¿Qué asuntos? Acabo de verla marcharse con
algunos miembros del consejo y con Logan, que ni siquiera nos ha
saludado. ¿Qué les pasa? Imogen dice que los asuntos en Onuna se
están agravando. Logan nos ha estado visitando menos. Ha habido
reuniones secretas del consejo, y el repentino regreso de tu cueva
tras siglos de ausencia. Lo más sorprendente es tu nuevo aspecto.
¿Hay algo que debamos saber?
Liam y yo nos quedamos paralizados, mi mente daba vueltas
mientras intentaba formular una excusa, pero Liam se me adelantó.
—Si la hubiera, te habrían avisado. Ahora muévete.
—Delicado, delicado —dijo Cameron, y Xavier se rio en voz
baja—. Imogen, normalmente lo haces un poco más amable después
de su cita. ¿Qué ha pasado? ¿Perdiste tu toque?
Cameron se acercó a mí con las manos entrelazadas a la espalda.
Se detuvo con una sonrisa de oreja a oreja.
Sentí que me subía la temperatura mientras apretaba los puños,
deseando que mi fuego no se moviera. No tenía ningún derecho
sobre Liam, pero sus palabras me molestaban. ¿Sería tan sencillo,
tan normal, que volviera a caer en los brazos de su examante? ¿Era
por eso que deseaba tanto volver a casa? Me dolía el pecho al pensar
en esas cosas.
—¿Perder mi toque? Ridículo. ¿Por qué si no crees que ha vuelto?
—Les dediqué mi mejor sonrisa Imogen. Intenté recordar cómo se
movía por lo poco que la había visto y recé para que mi intento
funcionara.
Xavier soltó una carcajada y Cameron me sonrió. Sin embargo, a
Liam no le hizo ninguna gracia.
—Ya basta. —Liam me empujó hacia las escaleras—. Tenemos
cosas más importantes que atender que tus intentos fallidos de
humor. Xavier, no lo alientes.
Xavier levantó las manos.
—Oye, no puedo hacer mucho.
Cameron le guiñó un ojo a Xavier, lo que solo pareció hacer
sonreír más al temible guerrero. Había una historia entre los dos.
Podía sentirla.
—Sé amable, Samkiel. Solo estaba bromeando. No es como si te
viéramos…
Sus palabras se detuvieron, su sonrisa se desvaneció cuando
pasamos junto a ellos. Al principio no me di cuenta, pero en cuanto
lo tuve delante, supe que lo sabía. Había visto o sentido algo que le
decía que yo no era quien decía ser.
Sus ojos azules se iluminaron un poco más mientras me
estudiaba. Liam se puso rígido a mi lado cuando Cameron me
olfateó no una, sino dos veces. Frunció el ceño, sin humor, y por
primera vez vi lo peligroso que era. Xavier apareció a su lado,
mirándome como si me hubieran salido cuernos.
—¿Qué pasa? —preguntó Xavier, tocando el brazo de Cameron.
Pareció sacarlo de su trance de mirada mortal. ¿Realmente podía
luchar contra dos miembros de La Mano si tenía que escapar?
Seguro que Liam estaba más abierto al hecho de que un
Ig'Morruthen lo ayudara, pero ellos no.
Liam se puso lentamente delante de mí, con su ancha espalda
impidiendo ver a los demás.
—Cameron. —Era una exigencia, no una pregunta.
—Tu olor, Imogen. Es diferente. —Cameron torció el cuello para
mirarme alrededor de Liam—. Hueles a especias.
Xavier me miró, entrecerrando la mirada. No tenía ni idea de cuál
era la obsesión con el olor, pero al parecer significaba mucho para
ambos.
—Le traje un regalo después de mi última visita a Onuna. Es un
perfume —dijo Liam, haciendo que Cameron apartara por fin los
ojos de mí. De repente, un interruptor se encendió. Volvió esa
sonrisa divertida y pude respirar de nuevo.
—Oh, bueno, eso tiene sentido. —Cameron se encogió de
hombros y Xavier se relajó—. Al menos por fin escuchó tus
mensajes. Tanto añorar y tanto amor no correspondido me estaban
poniendo de los nervios.
Liam había terminado mientras tiraba de mí hacia las escaleras.
—Tu trabajo terminará al final del día —dijo por encima del
hombro mientras subíamos los escalones de dos en dos.
Oí a Cameron susurrar a Xavier:
—Espera, está bromeando, ¿verdad?
—Sí, sí, aunque parece que te encanta contrariarlo.
—Es un don y una maldición.
Vi que Liam ponía los ojos en blanco y sonreí, sabiendo que había
captado mi gesto.
—Vayan los dos a hacer algo productivo de una vez. Ahora —
grité. Liam se volvió hacia mí, con una mezcla de sorpresa y
diversión en el rostro.
—Oye, Logan me dijo que hiciera mi papel —susurré.
Los oí reír entre dientes. Me volví brevemente y se quedaron
mirándonos. Cameron se apoyó en Xavier. Estaban tan concentrados
que juraría que veían a través de mi ilusión. Tragué saliva y se me
erizaron los pelos de los brazos. A pesar de su naturaleza
aparentemente dulce, podía sentir el poder que irradiaban ambos.
Y me aterrorizó.
CAPÍTULO 49
Dianna
—¿Qué pasa con Cameron y esa cosa rara de oler?
Liam apareció por la esquina cargando unos cuantos libros antes
de colocarlos sobre la mesa.
—Los sentidos de Cameron están agudizados incluso para
nosotros. Es un pequeño regalo del dios que lo moldeó y otra razón
por la que lo despidieron de ese rango y cayó bajo mi liderazgo.
—Así que es un excelente rastreador. Es bueno saberlo —dije,
apartándome del balcón y de la vista de las montañas—. Entonces,
¿qué tienes aquí de los Reyes de Yejedin?
—Todo —dijo Liam, revolviendo la pila de pergaminos y papeles
que había sacado de las enormes estanterías que nos rodeaban.
Había visto bibliotecas antes, pero esto, esto era otra cosa. Las
estanterías llegaban hasta el techo y rodeaban la habitación. Unas
escaleras del mismo color rojo y dorado que había visto en sus
sueños conducían a los niveles superiores y unas pasarelas se
entrecruzaban por encima.
Estudiaba un libro y se paseaba mientras leía. Agitó la mano libre,
invocando más pergaminos y papeles. Se añadieron a los montones
que había sobre la gran mesa de piedra del centro de la sala. Sonreí
ante el descuidado uso que hacía de su poder y, como atraída por él,
me volví hacia el balcón.
—Sus montañas y árboles brillan con un color que no estoy segura
de haber visto nunca. Parecen casi iridiscentes. Es realmente
precioso. Ojalá pudiera ver más, sobre todo de noche.
—Te acompañaré en otro momento —dijo distraídamente.
Me volví hacia él, un poco molesta de que lo dijera tan a la ligera.
Este lugar era especial… sagrado. Podía sentirlo en el pulso del
planeta y olerlo en el aire. Pero se ofreció tan despreocupadamente a
traerme aquí de visita, como si trajera monstruos y al enemigo
mortal de esta gente y de este mundo todo el tiempo.
—¿Ah, sí? ¿Cómo vas a hacer eso si estoy encerrada? ¿Planeas
secuestrarme una vez que esto termine? —Nunca me olvidé de lo
que podía pasar al final de nuestro acuerdo.
Dejó el libro sobre la mesa y pasó el dedo por una sección
mientras cogía otro pergamino.
—Bueno, Kaden tiene el libro ahora, así que probablemente
estaremos en esto más tiempo de lo esperado. Sospecho que
volveremos aquí más a menudo de lo previsto.
Me acerqué a la mesa, con el labio fruncido e insegura de mí
misma. Estaba sorprendida y sabía que no pertenecía a este lugar,
pero la belleza salvaje de este sitio me llamaba. Me moría de ganas
de explorarlo más, de explorarlo con él. Mi voz era baja e insegura,
pero forcé las palabras de todos modos.
—Me encantaría. Ver las estrellas desde aquí. Quiero saber si es
tan bonito como tus sueños.
Levantó la cabeza y me miró.
—Así se hará.
Liam no parecía estar de humor para bromas, y no lo culpé. Así
que no dije nada más mientras me sentaba en una de las grandes
sillas talladas a mano. Alargué la mano, cogí un libro de tapas
doradas y lo abrí. Las páginas me parecieron ásperas y el tinte
marrón me indicó que estaban hechas de un papel distinto al que
estaba acostumbrada. Sospeché que era más resistente e inmune a
los efectos del envejecimiento. Pude distinguir una o dos palabras,
pero nada más. Lo ojeé y miré las ilustraciones, lo cual no me sirvió
de mucho. Dejé aquel antes de coger otro, y ambos trabajamos en
silencio.
—Entonces, ¿tengo mi propia finca o algo así si soy reina? —
pregunté en el silencio, sin darme cuenta de que había tenido la
intención de hacer la pregunta.
Levantó la vista, con las cejas fruncidas por la concentración.
—No estoy seguro. Supongo que serás medio gobernante del
reino de Yejedin —dijo, hundiéndose en una silla.
—Genial. Tengo mi propio reino. —Mis nervios se dispararon y la
inquietud golpeó mis entrañas una vez más—. ¿Esto nos convierte
en enemigos reales ahora?
Los ojos de Liam se suavizaron, como si supiera por qué se lo
preguntaba.
—No, todavía tendrías que superarme.
Le dediqué una pequeña sonrisa antes de coger un gran libro
beige. El desgaste de las páginas lo hacía parecer antiguo. Lo abrí y
me recibió una gran bestia. Estaba dibujada con tinta gris y la
imagen sobresalía de la página. La recorrí con los dedos y me di
cuenta de que tenía una armadura chapada que le cubría el cuerpo.
No tenía patas, solo una cola en abanico. Tenía la boca abierta,
mostrando unos dientes afilados como cuchillas. Las palabras
escritas bajo el dibujo me resultaban extrañas, pero una destacaba.
Ig'Morruthen.
—¿Esto es lo que soy? —Las palabras salieron de mis labios en un
susurro. No levanté la vista, seguí mirando la página. Oí a Liam
acercarse, y su calor calentó mi cuerpo repentinamente frío cuando
se detuvo detrás de mí. Ojeé varias páginas más, todas ellas bestias
diferentes dibujadas con minucioso detalle. Mi corazón se hundía
con cada nueva imagen. Algunas tenían más dientes o garras, otras
tenían largos tentáculos, mientras que otras carecían por completo
de rasgos faciales.
Liam cogió el libro por detrás. Me volví para mirarlo por encima
del respaldo de mi asiento. Lo cerró con una mano y sus facciones se
suavizaron.
—En cierto modo, sí. De ahí viniste, pero no eres lo mismo,
Dianna.
—¿Crees que me crecerán cuernos como esos? ¿Esa cosa de la
corona? ¿Y si me hace la frente permanentemente grande?
Su sonrisa era amable mientras me pasaba una mano por la frente,
sus dedos me peinaban suavemente el pelo de la cara.
—Ya es grande. ¿Qué más podría pasar?
Cogí otro libro y le di un manotazo. Se rio por lo bajo y retrocedió.
Sujeté el tomo antiguo como si fuera un arma y lo miré con rabia.
—Hablo en serio.
Agarró el libro, pero no lo apartó mientras se acercaba de nuevo.
—No estoy seguro de lo que podrías ser, si te soy sincero al cien
por ciento. Me sorprendes y eres diferente a todo lo que he
experimentado. Así que para responder a tu pregunta, no lo sé.
—Ha estado bien. —Una pequeña sonrisa se formó en mis
labios—. Más o menos.
—Soy un buen tipo. —Me devolvió la sonrisa.
—En el dormitorio quizá, pero fuera de él, no tanto —bromeé,
dándole otro manotazo juguetón.
Esquivó mi intento antes de soltar el libro, su mano rozó mi pelo
una vez más mientras se alejaba. Me di cuenta de que guardaba el
que tenía todos los dibujos.
—Concéntrate, Dianna.
Ojeé el libro que tenía en la mano y descubrí que trataba de
armas. Mi mente seguía royendo las imágenes de las bestias de
fábula, pero las aparté.
Apoyé la barbilla en el puño mientras pasaba las páginas. Liam
volvió a pasearse mientras cerraba y cogía otro libro.
—La mayoría de estos registros tienen fechas que enumeran
artefactos fabricados, objetos perdidos hace mucho tiempo, o
aquellos que mi padre guardó bajo llave. Estoy teniendo dificultades
para localizar los últimos archivos conocidos de Azrael, lo cual es
peculiar.
—Probablemente los destruyeron —dije con indiferencia mientras
apoyaba la mejilla en la mano. Pasé otra página, ésta me mostraba
un arma de cadena de espada genial—. Los que lo sabían. Quiero
decir, ¿por qué fabricar un arma que mata dioses y luego guardar
registros de ella en un planeta donde vive un dios? —dije,
mirándolo por encima de otro libro inútil. Liam se había detenido y
me miraba fijamente. Mis ojos se abrieron de par en par cuando se
puso rígido y una sonrisa se formó en su rostro.
—Dianna. Tu inteligencia es aterradora a veces.
—Gracias, supongo.
Miró hacia el cielo abierto detrás de mí y luego hacia la puerta.
—¿Qué opinas de los vórtices?
—¿Otra vez? —pregunté, cerrando el libro que sostenía y
frunciendo los labios.