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ÍNDICE
Staff Capítulo 17 Capítulo 36
Sinopsis Capítulo 18 Capítulo 37
Mapa Capítulo 19 Capítulo 38
Capítulo 1 Capítulo 20 Capítulo 39
Capítulo 2 Capítulo 21 Capítulo 40
Capítulo 3 Capítulo 22 Capítulo 41
Capítulo 4 Capítulo 23 Capítulo 42
Capítulo 5 Capítulo 24 Capítulo 43
Capítulo 6 Capítulo 25 Capítulo 44
Capítulo 7 Capítulo 26 Capítulo 45
Capítulo 8 Capítulo 27 Capítulo 46
Capítulo 9 Capítulo 28 Capítulo 47
Capítulo 10 Capítulo 29 Capítulo 48
Capítulo 11 Capítulo 30 Capítulo 49
Capítulo 12 Capítulo 31 Capítulo 50
Capítulo 13 Capítulo 32 Capítulo 51
Capítulo 14 Capítulo 33 Próximo libro
Capítulo 15 Capítulo 34 Amber v. Nicole
Capítulo 16 Capítulo 35 Cosmos books
STAFF
TRADUCCIÓN
Athenea Pandora Cherry blossom
Supernova Lina govi Vivi
Seshat Shiva Ladyb
Luli Medusa Ana
Geminis Maried Hyeri187
Wings Ludmy August
Alana Verónica Wintersapphire
Moon Mrs. Darcy

CORRECCIÓN
Scarlett
REVISIÓN FINAL
Selene
LECTURA FINAL
Scarlett
DISEÑO
Sadira
SINOPSIS
El Destructor del Mundo se encuentra con el fin de los Mundos…
Hace mil años, Dianna renunció a su vida en los desiertos de
Eoria para salvar a su hermana moribunda. Invocó a todo aquel que
quisiera escucharla; nunca imaginó que obtendría la respuesta de un
monstruo mucho peor que cualquier pesadilla. Ahora hace lo que
Kaden le pide, aunque eso signifique conseguir una antigua reliquia
de las mismas criaturas que la persiguen.
Un rey que se creía muerto y olvidado.
En el viejo mundo se llamaba Samkiel. En el nuevo es Liam, pero
un título permanece inalterable a través del tiempo. Es el Destructor
del Mundo, un mito para sus enemigos; un salvador y rey para
aquellos que le son leales. Después de la Guerra de los Dioses, se
encerró en sí mismo, escondiéndose del mundo. Renunció a su
corona y a sus responsabilidades, y dejó que los que más lo
necesitaban lidiaran con las consecuencias de la muerte de su
mundo natal. Ahora, un ataque contra sus seres más queridos lo
devolverá al reino que no deseaba volver a visitar, y lo pondrá en el
punto de mira de un enemigo al que creía prisionero desde hacía
eones.
Enemigos más antiguos que el tiempo deben dejar a un lado sus
diferencias y trabajar juntos con la esperanza de salvar su mundo y
todos los reinos intermedios.
MAPA
CAPÍTULO 1
Dianna
—¿En serio? Se supone que eres uno de esos antiguos guerreros,
temidos por todos, ¿y te estás acobardando? Lo peor ni siquiera ha
pasado todavía.
Volví a lanzar un puño y, esta vez, le di en la mejilla. Su cabeza se
desvió hacia un lado y los huesos crujieron bajo la fuerza de mis
nudillos. La sangre azul cobalto salpicó el suelo de madera del
despacho situado en la planta superior de esta enorme mansión. El
celestial atado en el centro de la habitación sacudió la cabeza una
vez más antes de enderezarse. Me miró fijamente, con el rostro
ensangrentado y el ceño fruncido por el dolor.
—Tus ojos —dijo entre labios partidos e hinchados, haciendo una
pausa para escupir sangre a mis pies—. Sé lo que eres. —Había
luchado mucho y tenía el pelo pegado a la cabeza, por el sudor y la
sangre. Tenía las manos atadas a la espalda y los músculos
agarrotados bajo la tela desgarrada de un traje antes decente. Se
desplomó en la silla, en el centro de la que fue una vez una
prestigiosa sala—. Pero es imposible. No deberías existir. Los
Ig'Morruthens murieron en la Guerra de los Dioses.
No había empezado mi vida como una Ig'Morruthen, pero es en
lo que me había convertido, y mis ojos siempre me delataban.
Cuando estaba enojada, hambrienta, o cuando era cualquier cosa
menos humana, ardían como dos ascuas ardientes. Un identificador
entre muchos que me recordaban que ya no era humana.
—Ah, sí, la Guerra de los Dioses. —Incliné la cabeza hacia un lado
mientras lo miraba—. ¿Cómo fue que terminó eso? Ah, sí. Hace
miles de años, tu mundo se estrelló, ardió y cayó en el nuestro,
alterando vidas y tecnología. Ahora tú y los de tu clase hacen las
reglas, ¿verdad? Ahora el mundo sabe de dioses y monstruos, y
ustedes son los grandes bienhechores que mantienen a todos los
malos bajo llave. —Me acerqué más y agarré el respaldo de la silla
mientras él intentaba apartar la cabeza de mí—. ¿Sabes lo que tu
caída le hizo a mi mundo? Una plaga arrasó los desiertos de Eoria,
mi hogar, mientras todos ustedes se limitaban a reconstruirlo.
¿Sabes cuántos murieron? ¿Acaso te importa?
No pronunció ni una palabra mientras me alejaba de la silla.
Levanté la mano, con los nudillos cubiertos de su sangre.
—Sí, me lo supuse. Bueno, tu sangre es azul, así que no todo es lo
que parece, después de todo.
Me agaché frente a él, con los trozos de cristal crujiendo bajo mis
talones. La única luz provenía del pasillo, se colaba por la puerta e
iluminaba el desastre que había en el despacho. Varias páginas de
libros y otros escombros ensuciaban el suelo, junto con el escritorio
roto por el que lo había arrojado.
El celestial era la razón por la que habíamos venido, y era poco
probable que el artefacto que buscaba Kaden estuviera aquí, pero,
aun así, quería comprobarlo. El celestial, atado y golpeado, no hizo
ningún comentario mientras me observaba buscar entre las ruinas
de la habitación. La cara estoica que puso era un escudo de lo que
realmente sentía.
El ruido inundó los pisos debajo de nosotros mientras los que
vivían aquí con él lanzaban sus últimos gritos. Sonaron disparos y
pronto se oyó una risa amenazadora. Sus ojos parpadeaban de rabia
cuando me acerqué a él y le puse las manos sobre los hombros. Con
un movimiento fluido, pasé una pierna por encima de su regazo
antes de sentarme a horcajadas sobre él. Giró la cabeza hacia mí, con
una expresión de puro asco y confusión.
—¿Vas a matarme?
Negué con la cabeza.
—No, todavía no. —Intentó retroceder, pero le agarré la barbilla,
obligándolo a mirarme—. No te preocupes. No te va a doler. Solo
necesito asegurarme de que eres tú a quien buscamos. Tenme
paciencia, necesito concentrarme para que esto funcione rápido.
La sangre manaba de uno de los varios cortes que tenía en la cara.
Le volví a agarrar la barbilla y le ladeé la cabeza antes de inclinarme
hacia delante y deslizar la lengua sobre el corte. En cuestión de
segundos, fui expulsada de ese despacho y arrojada a sus recuerdos.
La luz azul destellaba en mi subconsciente mientras habitaciones
en las que nunca había estado aparecían y desaparecían más rápido
de lo que podía contar. La risa de una mujer años mayor que él
resonó en mis oídos mientras traía una bandeja de comida a un
pequeño salón. Era una madre, su madre. Las imágenes
convergieron y vi a dos caballeros hablando de deportes y gritando
en un bar abarrotado. Las copas tintineaban y la gente reía,
intentando hacerse oír por encima de los varios televisores de
pantalla plana de gran tamaño que colgaban de las paredes. La
cabeza me palpitaba mientras profundizaba. La escena cambió una
vez más y me encontré en una habitación a oscuras. Unas ondas de
pelo castaño dorado bailaban en los bordes de la pequeña figura de
una mujer. Sus gemidos aumentaron y su espalda se arqueó sobre la
cama mientras se apretaba los pechos.
«Bien por ti, pero no es lo que necesito». Cerré los ojos con más
fuerza, intentando concentrarme. Necesitaba más.
La escena cambió y me encontré recorriendo las calles
adoquinadas de la ciudad de Arariel, en un gran auto con las
ventanillas oscurecidas. La luz del sol se proyectaba tras los
edificios, y los brillantes amarillos y dorados casi hacían juego con
las carreteras y el paisaje de aquí. La gente se apresuraba por las
aceras y los ciclistas serpenteaban entre el tráfico. Las gafas de sol se
movían contra el borde de mi nariz al girar la cabeza y mirar a mis
acompañantes. Tres hombres estaban sentados conmigo en la parte
de atrás, el interior del auto era más grande de lo que esperaba.
Otros dos iban delante, uno conducía y el otro hablaba por teléfono
en el asiento del copiloto. Eran jóvenes, bien afeitados y vestían la
misma ropa negra que la mente celestial en la que me encontraba.
—¿Han escuchado algo más? —dije, mi voz ya no era femenina
sino la suya.
—No —dijo el hombre que tenía enfrente. Llevaba el pelo peinado
hacia un lado y sujeto con tanta gomina que podía olerla incluso en
el torrente sanguíneo. Era delgado comparado con el tipo de al lado,
pero sabía que era igual de poderoso—. Vincent es muy reservado.
Creo que saben que los ataques no son solo frecuentes. Tienen un
objetivo. Solo que no sabemos cuál es.
—Hemos perdido muchos celestiales, muchísimos y demasiado
pronto. Está ocurriendo de nuevo, ¿verdad? ¿Qué nos han
enseñado? —dijo el hombre que estaba a mi lado. Su voz era
tranquila, pero incluso en el sueño de sangre podía oír su aprensión.
Tenía la forma de un defensa, pero las contracciones que hizo al
preguntar me hicieron saber que, a pesar de todo ese músculo,
estaba asustado. Sus dedos se entrelazaron y desenlazaron varias
veces antes de volverse hacia mí—. Si es así, él volverá.
Antes de que pudiera responder, una breve carcajada me
sorprendió. Me volví para mirar al hombre que tenía adelante. Tenía
los brazos cruzados mientras miraba por la ventana y luego hacia
los demás.
—Creo que eso me asusta más a mí que a ellos. —Este tipo
también parecía joven. Dioses, ¿cuántos celestiales parecían
universitarios? ¿A esto nos enfrentábamos?
—¿Por qué? —le pregunté—. Es una leyenda, un mito, en el mejor
de los casos. Ya tenemos aquí a tres de la Mano de Rashearim.
Cualquier cosa que pudiera matarlos murió en la guerra o ha estado
sellada durante siglos. No es más que otro monstruo corriente que
cree tener poder. —Hice una pausa, mirando a cada uno de ellos a
los ojos—. Estamos bien.
El hombre de enfrente abrió la boca para responder, pero la cerró
cuando el auto se detuvo bruscamente. El conductor aparcó el auto
y todos nos desabrochamos los cinturones. El sol nos iluminaba
mientras salíamos y cerrábamos la puerta. Los vehículos llenaban la
entrada curva y seguían llegando más. Algunos llevaban carpetas,
otros iban con las manos vacías. Todos parecían engreídos, como si
tuvieran derecho a estar allí.
Me ajusté la chaqueta y alisé los bordes una vez, luego dos, con el
nerviosismo calándome hasta los huesos mientras subía los
escalones de la entrada. Me recibió un gran edificio de mármol y
piedra caliza, de colores dorados, blancos y cremas casi chillones.
Varias grandes alas abovedadas se extendían a ambos lados, con
grandes ventanas arqueadas en todas las plantas. Vi gente
caminando por los puentes de piedra que unían los distintos
edificios. Todos llevaban el mismo atuendo y portaban papeles y
maletines. Mientras observaba, varias personas salieron del edificio,
hablando y riendo. Se dirigieron calle abajo, como si no hubiera una
fortaleza en medio de la ciudad.
La ciudad de Arariel.
Se me nubló la vista cuando me aparté del recuerdo. Las
hermosas calles de Arariel se desvanecieron y volví a la oficina
destrozada y poco iluminada. Ahora tenía todo lo que necesitaba.
Una pequeña sonrisa curvó mis labios al girar su rostro hacia mí.
—¿Ves?, te dije que no dolería pero la siguiente parte sí.
Su garganta se estremeció al tragar, el olor a miedo nubló la
habitación.
—¿Qué viste? —La voz, gruesa y pesada, venía de detrás de mí.
Un pequeño golpe sonó cuando dejó caer algo carnoso al suelo. Dos
zancadas y ya estaba en la habitación, su presencia casi tan
envolvente como la mía.
—Todo lo que necesitamos —murmuré mientras me levantaba de
la silla. La hice girar en un movimiento fluido de cara a Alistair.
—¿Es un celestial? Hemos visto muchos, Dianna —dijo Alistair
mientras se pasaba una mano por la cara. La sangre manchaba su
piel y su ropa por la destrucción que había causado abajo. Su pelo
plateado, con frecuencia perfectamente peinado, tenía algunos
mechones fuera de lugar y estaba manchado de carmesí.
—Vi a Arariel. Estaba allí. Hablaron de Vincent, lo que significa
que él —sacudí ligeramente la silla con nuestro amigo atado—,
trabaja para La Mano.
Una sonrisa, afilada y mortal, acarició sus facciones.
—Estás mintiendo.
—No. —Sacudí la cabeza, y empujé la silla un poco más hacia
delante—. Lo he probado. Este es Peter McBridge, veintisiete años,
celestial de segundo grado. Sus padres están jubilados y no tiene
otras conexiones con el mundo humano. La fortaleza está en Arariel.
Sus colegas hablaron de nosotros y de lo que hemos hecho hasta
ahora. Hablaron de La Mano de Rashearim e incluso mencionaron a
Vincent.
El tipo de la silla tartamudeó mientras giraba la cabeza, mirando
de mí a Alistair y viceversa.
—¿Có… cómo viste eso? ¿Cómo puedes saberlo?
Nos detuvimos, mirando a Peter mientras sus ojos escrutaban los
nuestros. Me puse a su altura y me incliné más cerca.
—Bueno, verás Peter, cada Ig'Morruthen tiene una pequeña
rareza. Esa era solo una de las mías.
Le di unas palmaditas en la cara a Peter, que seguía mirándonos
horrorizado, antes de volver a encontrarme con la mirada de
Alistair. Me dedicó una lenta sonrisa maliciosa y dijo:
—Si lo que dices es cierto, Kaden va a estar muy satisfecho.
Asentí una vez más.
—Encontré la forma de entrar, el resto depende de ti.
Me aparté de la silla cuando Alistair se adelantó.
—Ahora, Peter, ¿quieres ver lo que Alistair puede hacer?
El celestial forcejeó, intentando romper sus ataduras, pero estaba
demasiado débil, demasiado derrotado para reunir fuerzas. Me
burlé. Tremendos guerreros de pacotilla eran estos; tomar este
mundo para Kaden sería pan comido.
—¿Qué me vas a hacer?
Alistair dio un paso adelante y se colocó frente a Peter. Levantó
las manos y puso las palmas a escasos centímetros de la cabeza de
Peter.
—Relájate. Cuanto más luches, más te dolerá —murmuró Alistair.
No dijo nada más, pero sus ojos brillaron con el mismo rojo
sangre que los míos. Una niebla negra se formó entre sus manos,
corriendo de la una hacia la otra. Se desgarró y bailó entre sus dedos
hacia la cabeza y la espalda del celestial. Los gritos eran la parte que
menos me gustaba. Siempre eran tan fuertes. Pero supongo que era
de esperar cuando a alguien le desgarraban el cerebro y lo volvían a
armar. De acuerdo, Alistair tenía algunos celestiales bajo su control,
pero ninguno con un rango tan alto como este, ninguno que hubiera
estado tan cerca de esa maldita ciudad. Kaden estaría feliz por una
vez.
Los gritos cesaron bruscamente, así que levanté la cabeza.
—Siempre miras para otro lado —bromeó Alistair con una sonrisa
torciendo los labios.
—No me gusta.
No quería que algo se me deslizara. Kaden no aceptaba la
debilidad, pero yo había sido humana antes de renunciar a mi vida.
Había sido mortal, con sentimientos mortales, opiniones mortales y
una vida mortal. No importaba lo lejos que hubiera llegado o lo que
hubiera hecho, mi mortalidad a veces se colaba. Muchos dirían que
era un defecto de mi corazón humano. Era solo otra razón por la que
tenía que ser más fuerte, más rápida, más cruel. Hay una línea que
cruzas para sobrevivir. Una que yo crucé hace siglos.
—Después de todo lo que has hecho, esto —señaló al ahora
silencioso celestial—, ¿te molesta?
—Es molesto. —Mis manos volaron a mis caderas y dejé escapar
un suspiro exasperado—. ¿Ya terminamos?
Se encogió de hombros.
—Depende. ¿Has visto algo sobre el libro?
Ah, sí, el libro. La razón por la que buscamos en el Otro Mundo,
aquí y allá.
Negué con la cabeza.
—No, pero si puede acercarse lo suficiente a La Mano, entonces
eso es algo. Un comienzo.
Su mandíbula se apretó y negó con la cabeza.
—No será suficiente.
—Lo sé. —Levanté la mano, interrumpiendo cualquier otra cosa
que estuviera a punto de decir—. Solo sigue adelante.
Una sonrisa, fría y mortal, iluminó su rostro. Alistair me
recordaba al hielo, desde los duros pómulos cincelados hasta la
mirada vacía que mantenía a veces. Nunca había sido humano, y
servir a Kaden era lo único que conocía. Levantó la mano en una
demanda silenciosa y el celestial se puso de pie. No hacían falta
palabras, Alistair era dueño de su mente y su cuerpo.
—No recordarás nada de lo que ha pasado hoy aquí. Ahora me
perteneces. Serás mis ojos y mis oídos. Lo que veas, lo veré. Lo que
oigas. Yo lo oiré. Lo que tú hables, yo hablaré.
Peter imitó textualmente las palabras de Alistair. La única
diferencia era el tono.
—Ahora limpia este desastre antes de que tengas compañía.
Peter no dijo nada, rodeó a Alistair y empezó a ordenar el
despacho. Alistair se acercó a mí mientras lo observábamos. Ya ni
siquiera existíamos para él. Era una marioneta descerebrada que
Alistair controlaba. ¿No era yo igual para Kaden? Peter había
desaparecido, ahora que Alistair controlaba su mente, y ningún
poder del Otro Mundo podía romper ese dominio. En cuanto dejara
de ser útil, sería desechado igual que los otros antes que él. Yo había
ayudado, como lo había hecho durante siglos. Una parte de mí me
dolía al verlo realizar las tareas que se le habían encomendado.
Maldito corazón humano.
La palmada de Alistair me sacudió de mis pensamientos mientras
se giraba hacia mí.
—Ahora ayúdame a limpiar los cuerpos de abajo. —Pasó a mi
lado en dirección a la puerta mientras gritaba por encima del
hombro
—Peter, dime dónde guardas esas bolsas de basura de alta
resistencia.
—Tercer armario en el estante inferior de la cocina.
Giré sobre mis talones, resbalando un poco en el cristal bajo mi
suela mientras seguía a Alistair fuera de la habitación y bajaba las
escaleras.
—¿Qué vamos a hacer con ellos?
La sonrisa que lanzó por encima del hombro era puramente
malvada.
—Hay muchos Ig'Morruthens en casa que probablemente se estén
muriendo de hambre.
CAPÍTULO 2
Dianna
Las sombras se separaron en oleadas alrededor de Alistair y de mí
cuando llegamos a casa en Novas. El cálido aire salado nos recibió, y
la inquietante tranquilidad no tardó en llegar. Novas era una isla
frente a la costa de Kashvenia, pero no era una isla cualquiera.
Sobresalía del vasto océano como una bestia feroz que amenazaba
con reclamar el mar circundante. Siempre supuse que era otro
fragmento que cayó en nuestro mundo durante la Guerra de los
Dioses. Kaden lo había reclamado, le había dado forma y lo había
hecho suyo. Era nuestro hogar, supongo, aunque hogar era un
término latente. Novas nunca me pareció mi hogar. Mi hogar estaba
con mi hermana, a quien apenas veía.
Me eché al hombro varias de las gruesas bolsas de basura negras y
seguí a Alistair. La arena se pegaba a nuestros zapatos empapados
de sangre, lo que hacía aún más incómoda la caminata. Los árboles
se alineaban en el vasto paisaje, el sol se asomaba entre las
numerosas ramas, y creaban un suave resplandor pacífico. Era
engañoso, suave y pacífico eran cosas desconocidas aquí. La playa
en sí parecía acogedora. El suave rocío de sal perfumaba el aire
mientras las olas rompían en la orilla. El agua azul cristalina era
acogedora, si no se tenía en cuenta lo que acechaba bajo la
superficie.
—Está tranquilo —dije cuando nuestros pies tocaron el camino de
empedrado y de roca de lava—. Nunca está así de tranquilo.
Alistair hizo una pausa y me miró un segundo.
—Asegurar a Peter nos llevó un poco más de tiempo de lo que
pensábamos, supongo.
Sacudí la cabeza y suspiré, sabiendo que tenía razón. Si
llegábamos tarde, Kaden se enojaría, independientemente de la
información que hubiéramos conseguido. Este silencio antinatural
no era una buena señal de su estado de ánimo.
Seguimos avanzando, pero nuestro paso se ralentizó cuando la
gran estructura nos saludó. Varios escalones bordeaban la abertura
que conducía a las puertas dobles. Unas vallas de hierro rodeaban la
fachada, y añadían un toque moderno a la enorme casa que había
excavado en el volcán activo y que seguía creciendo en la isla de
Novas.
Empujamos las puertas y entramos. El calor nos recibió cálido y
húmedo, pero no agobiante. El reino natal de Kaden quedó sellado y
olvidado tras la Guerra de los Dioses. Había dicho que su lugar de
origen era mucho más cálido que el Otro Mundo y que esto era lo
más parecido a su hogar.
La gran puerta se cerró tras nosotros cuando dejé caer las pesadas
bolsas al suelo. Puse las manos en las caderas y grité:
—¡Cariño, ya estoy en casa! —Mi voz sonó a través de la enorme
entrada abierta.
Alistair se burló y puso los ojos en blanco. Él también dejó caer
junto a sus pies las enormes bolsas que llevaba.
—Infantil. —La palabra resonó por encima de nosotros mientras
Tobias se asomaba al gran balcón del segundo piso. Las claraboyas
bailaban sobre su piel de ébano mientras se ajustaba el gemelo de la
camisa azul oscuro que llevaba.
Alistair dejó escapar un silbido bajo.
—Te veo bien vestido. ¿Ya empezó?
Tobias le lanzó una rápida sonrisa que llegó hasta sus ojos
mientras miraba a Alistair. Era una que nunca había recibido del
tercero al mando de Kaden.
—Llegan tarde. —Sus ojos se clavaron en los míos, rápidos como
los de una víbora e igual de venenosos—. Los dos.
No dije nada, solo puse los ojos en blanco. Me había
acostumbrado al comportamiento poco amistoso de Tobias. Nunca
lo había dicho, pero supuse que su antipatía hacia mí se debía a que
me había convertido en la segunda al mando de Kaden cuando me
nombraron. Lo que convertía a Tobias en tercero y a Alistair en
cuarto, aunque a Alistair no le importaba. Mientras tuviera un hogar
y comida, no podía importarle menos a quién prefería Kaden.
—Oh, pero espera a oír por qué —dijo Alistair—. Además,
trajimos cena para los Irvikuva.
Los Irvikuva.
Los labios de Tobias se torcieron hacia arriba mientras miraba las
bolsas que nos rodeaban.
—Estarán agradecidos, pero ustedes dos tienen que prepararse
mientras llegan los demás. Que alguien se los lleve. No tenemos
tiempo.
Como si fuera una señal, las criaturas a las que se refería
empezaron a cantar, y mi mirada se posó en el suelo de piedra. Un
escalofrío me recorrió la espina dorsal al oír el coro de risas, si es
que podía llamarse así. Siempre me recordaban a las hienas. Sabía lo
lejos que estaban y siempre me asombraba cómo funcionaba la
acústica para que aún pudiéramos oírlos. Kilómetros de túneles
serpenteaban en la montaña, conectando salas, cámaras y
mazmorras a través de numerosos niveles.
—¿Los van a encerrar mientras tenemos invitados? —pregunté,
levantando una ceja mientras miraba a Alistair y luego a Tobias en
el balcón.
Alistair y Tobias compartieron una sonrisa antes de que Alistair
sacudiera la cabeza y se dirigiera hacia la parte trasera de la casa.
Tobias se bajó de la barandilla y desapareció escaleras arriba
mientras yo me quedaba allí de pie. Me abracé y me froté los brazos
mientras miraba al suelo como si pudiera ver a través de él.
—Supongo que eso responde la pregunta. —Suspiré.
No es que me dieran miedo, Kaden había hecho muchos
Ig'Morruthens desde que estaba aquí, pero no eran como Alistair,
Tobias o yo. No, se parecían más a las gárgolas con cuernos que los
humanos colocaban en sus edificios. A veces me preguntaba si
habían visto a las bestias Ig'Morruthen y las habían copiado en su
arte, intentando desterrar su miedo instintivo a los monstruos.
Las bestias eran poderosas y despiadadas, ansiaban sangre y
carne. Podían comunicarse, pero decir que podían hablar era darles
demasiado crédito. Podían imitar, pero su habla era, como mínimo,
limitada.

Se oyeron pasos procedentes del vestíbulo exterior cuando unos


cuantos lacayos de Kaden se acercaron y se detuvieron cerca de mí.
Pateé la bolsa más cercana a mí con la punta del tacón.
—Llévalos abajo y asegúrate de que coman. Tengo que
prepararme para una reunión con los altos mandos del Otro Mundo.
El chasquido de mis tacones resonó mientras bajaba por la
serpenteante escalera de obsidiana hasta el salón principal de
Kaden. Aunque siempre me refería a él como su alimentador de ego,
todo en este lugar gritaba megalómano, desde los tapices hasta los
extravagantes muebles.
Las voces llenaban el pasillo mientras las luces parpadeaban
contra las paredes de piedra. Aceleré el paso, alisando los bordes del
elegante vestido negro que me había puesto. Sabía que iba a llegar
tarde, pero había tenido que tomarme mi tiempo para lavarme la
sangre. Las voces se hicieron más fuertes a medida que me acercaba.
«Mierda», casa llena.
Dos lacayos más de Kaden estaban de pie ante las puertas dobles
de la sala de reuniones. Llevaban trajes que sabía que no podían
permitirse, pero que formaban parte de su uniforme para esta
noche. Kaden les había prometido la vida eterna a aquellos que lo
complacieran y se doblegaran a su voluntad, pero yo sabía que
probablemente quedarían reducidos a meras bestias sin mente en
lugar de acabar como Alistair, Tobias o yo. Se inclinaron cuando me
acerqué y tragué saliva para calmar los nervios. Sin romper el paso,
me puse la cara de «reina sedienta de sangre». Era a quien
esperaban, a quien temían, y con razón. Me había ganado la
reputación a lo largo de los siglos.
Las voces se apagaron en cuanto crucé el umbral y entré a la
enorme sala de reuniones.
«Doble mierda».
Aquí había muchas más criaturas del Otro Mundo de las que
esperaba. Las oscuras ondas de mi cabello caían en cascada
alrededor de mis hombros y por mi espalda mientras mantenía la
cabeza alta y caminaba hacia la larga mesa de obsidiana que
dominaba la sala. Estaba flanqueada por sillas de la misma piedra
afilada que componía esta caverna volcánica. Las paredes que nos
rodeaban sostenían altas antorchas en forma de barril que
mantenían una llama tenuemente encendida.
Los ojos se clavaron en cada centímetro de mí, pero los que me
hicieron detenerme, me hicieron dudar, fueron los que ardían en
carmesí.
Kaden. Mi creador, mi amante, y la única razón por la que mi
hermana vivía. Ella era la razón por la que hacía cada cosa que me
pedía.
Kaden estaba de pie al frente de la mesa, con las manos a la
espalda. Sus ojos se cruzaron con los míos durante una fracción de
segundo. Era hermoso, el traje blanco y tostado contrastaba con su
piel morena, pero solo los ignorantes no verían el monstruo que
acechaba bajo su apuesto aspecto.
Oí pasos detrás de mí. Bien, no era la última en llegar. Ocupé mi
lugar a la derecha de Kaden mientras entraba el resto de los
asistentes. Kaden no habló ni me saludó, aunque no esperaba que lo
hiciera. No, su atención se centró en quién venía y quién no había
aparecido. Los murmullos y susurros se fueron apagando poco a
poco a medida que todos iban entrando. Se quedaron de pie,
esperando a que Kaden se sentara antes de atreverse.
Tobias se situó a la izquierda de Kaden, haciendo girar la cadena
de plata que llevaba al cuello entre los dedos mientras observaba la
sala a medida que entraban los últimos asistentes. Siempre estaba
atento y vigilando, era uno de los generales de Kaden por una buena
razón. Alistair estaba cerca de él, ya sin sangre y con una camisa
blanca abotonada y pantalones de vestir. Vi cómo se inclinaba,
susurrándole a Tobias.
—Los vampiros enviaron a un segundón. Ni él ni su hermano
aparecieron.
Miré hacia donde normalmente estaría sentado el rey de los
vampiros y vi que Alistair tenía razón. La zona donde habrían
estado Ethan y los suyos estaba ahora ocupada por cuatro miembros
inferiores.
«Triple mierda».
Tobias asintió, soltó la cadena y miró hacia Kaden. Las fosas
nasales de Kaden se encendieron, el único indicador de que estaba
enojado.
A la derecha de la mesa estaba el Aquelarre de Habrick. Al menos
diez brujos y brujas estaban presentes, todos perfectamente
dispuestos alrededor de su líder Santiago. Tenía tanta gomina en el
pelo que me ardía la nariz. Su traje le quedaba más ajustado que el
vestido negro que yo llevaba, y eso ya era mucho decir. Me miró y
sonrió despacio, como si me hubiera sorprendido admirándolo. Sus
ojos me recorrieron como siempre y eso hizo que se me revolviera el
estómago. Con lo guapo que era, suponía que ninguna mujer se le
resistiría y le diría que sí a lo que quisiera. Se equivocaba y lo había
aprendido en los últimos años en sus muchos intentos de meterse en
mis pantalones.
Sacudí la cabeza y me volví hacia la habitación. Incluso con el
número de criaturas del Otro Mundo que habían aparecido, no me
parecía suficiente para Kaden. Era su rey, el rey de todos los reyes, y
quería lo que le correspondía. Como si me hubiera leído el
pensamiento, se volvió hacia mí y se ajustó la chaqueta del traje
antes de dedicarme una regia inclinación de cabeza.
Hora del espectáculo.
Levanté las manos, invocando el poder que me había dado. Las
llamas brotaron de mis palmas, girando y bailando, antes de lanzar
una bola de energía hacia cada una de las antorchas de la sala. Las
llamas crecieron, iluminando la habitación y proyectando sombras
en los rincones más alejados, mientras un pequeño silencio calmaba
la estancia.
Kaden se sentó y yo reduje las llamas a una sorda danza
palpitante. Uno a uno, los clanes, los aquelarres y sus líderes
también se sentaron. Los ojos de Kaden recorrieron la sala mientras
tamborileaba con los dedos sobre la mesa con un ritmo constante.
Nadie dijo nada, ni una palabra.
—Estoy contento con aquellos que pudieron venir. —La voz de
Kaden llenó la sala. Para algunos sonaría tranquilo y sereno. Todo lo
que oí fue rabia—. Santiago, tu aquelarre es encantador como
siempre. —Asintió hacia él mientras las brujas le sostenían la
mirada, orgullosas y poderosas. Las admiraba, aunque odiara a su
líder—. Los comedores de sueños.
Señaló hacia el clan de Baku sentado junto al aquelarre de
Santiago. Sus ojos parecían mostrar una sonrisa que físicamente no
podían mostrar. Donde debería haber una boca, solo había una
hendidura con piel que se extendía a través de ella en líneas
diagonales. Eran unos bastardos espeluznantes, a los que solía
evitar. A lo largo de los siglos, había oído historias de que algunos
clanes eran en realidad pacíficos y estaban llamados a expulsar y
comerse a las pesadillas. Yo solo me había topado con los que
infundían terror en los sueños, por el precio justo.
La voz de Kaden me devolvió a la realidad.
—Las gritonas que rinden la mente.
Me fijé en las banshees de la izquierda. Eran un surtido de
mujeres de pelo claro y oscuro, ya que el clan estaba formado solo
por hembras. Al parecer, el gen dependía en gran medida de ambos
cromosomas X. Todas las asistentes iban vestidas de chaqueta o
algún tipo de vestido entallado que gritaba dinero. Y no, no era un
juego de palabras.
Su líder, Sasha, llevaba el pelo largo, casi teñido de azul, recogido
en un peinado medio recogido medio suelto y vestía un traje
pantalón de seda con una chaqueta abierta por delante. Tenía casi
cien años, pero viéndola era una mujer en la flor de la vida.
Definitivamente, tenían estilo, pero yo había visto a Sasha usar esos
gritos de muerte con alguien, haciendo que su cabeza se rompiera
en varios pedazos. Tardé semanas en quitar la masa encefálica de
mis zapatos favoritos.
—Veo a los poderosos.
Kaden hizo un gesto hacia las sombras, que solo asintieron en
respuesta. Sus cuerpos se movían en ondas como el humo y eran
criaturas astutas. Eran un clan de asesinos controlados por un líder,
Kash. Si te deshacías de él, sería un adiós a los asesinos nocturnos.
El único problema era que tenías que acercarte lo suficiente a él. Su
familia, como la mayoría, ascendió al poder a lo largo de los siglos,
abriendo un camino sangriento para cualquiera que pagara bien.
Aunque admiraba su lealtad a Kaden. Estaba segura de que varias
facciones habían pagado a Kash y a su familia para que al menos
intentaran dar un golpe a mi temible jefe, pero las sombras nunca lo
habían traicionado.
—Veo las bestias feroces de leyenda.
Los ojos aún carmesíes de Kaden se centraron en los hombres
lobo. La manada estaba liderada por Caleb y gozaba de gran
prestigio en todo nuestro mundo. Era callado a menos que se le
hablara, pero el poder que desprendía con solo una mirada me
ponía la piel de gallina. Llevaba el pelo oscuro recogido junto a la
barba que adornaba su rostro. Tal vez podría enseñarle a Santiago a
peinarse para no parecer un desastre. Solté una risita para mis
adentros que hizo que Alistair me mirara de reojo mientras yo
intentaba disimularla con una tos. Caleb me caía bien.
Estos hombres lobo no eran los típicos de las películas de terror.
Sus formas eran más lobunas, pero su tamaño por sí solo asustaría a
cualquiera, mortal o no. Los machos solían ser un poco más
corpulentos que las hembras de su manada, pero las hembras eran
más viciosas.
Caleb mantenía a su familia en secreto, pero venían cada vez que
Kaden los llamaba. Eran escurridizos y reservados, preferían
mantenerse al margen de la política en la medida de lo posible, pero,
aun así, estaban todos aquí.
—Es más, hasta el consejo humano apareció.
Kaden saludó a Elijah y a su grupo con una leve inclinación de
cabeza. Elijah era de mediana edad, con una distinguida mancha
gris en las sienes. Se ajustaba el traje como si, en una sala llena de
monstruos, él fuera importante. Kaden había ayudado al político,
consiguiendo un gran informante y una fuente aún mejor de lavado
de dinero.
Kaden puso los ojos en blanco mientras se concentraba en los tres
vampiros sentados.
—Y, sin embargo, solo un puñado de los ladrones de sangre
aparecieron. —Su voz destilaba veneno y la energía de la sala se
tensó. Todos se tensaron, el silencio se convirtió en un murmullo en
la sala cuando los dedos de Kaden dejaron de tamborilear contra la
mesa—. ¿Dónde está tu rey?
Era una pregunta cargada y sabía que no había una respuesta
correcta.
Un hombre se levantó, se arregló la corbata y la chaqueta y se
aclaró la garganta.
—El Sr. Vanderkai no ha podido venir y envía sus más sinceras
disculpas. Otros han puesto a prueba su actual gobierno y se está
ocupando de eso en este momento.
Kaden se recostó en la silla, cruzó las manos y se quedó mirando
al vampiro. Estuvo en silencio durante lo que parecieron siglos, pero
solo fueron unos minutos. El hombre se movía de un pie a otro, y si
los vampiros pudieran sudar, sabía que él lo haría.
—Parece que últimamente tiene muchos de esos problemas —dijo
finalmente, su tono ligero mientras reanudaba sus golpecitos sobre
la mesa—. ¿Cuándo fue la última vez que apareció? —preguntó,
volviéndose hacia Tobias.
Los ojos de Tobias se clavaron en los del vampiro, con una sonrisa
de satisfacción.
—Ha pasado tiempo, mi señor. Meses.
Kaden asintió, con los labios hacia arriba.
—Meses.
—Sí —se aclaró la garganta el caballero—, pero el príncipe ha
ocupado su lugar en las últimas reuniones.
—Sí, el hermano, ¿y dónde está?
—No ha podido venir. Ambos querían estar aquí, se lo aseguro,
pero realmente necesitaban una mano fuerte para hacer frente a
algunos de los problemas que estamos experimentando
actualmente. —Las palabras parecían forzadas, como si supiera lo
que pasaría si mentía.
—Lo entiendo —dijo Kaden. Oí respiraciones colectivas, la
tensión disminuyendo de algunos de los que estaban alrededor de la
mesa. Pero no para mí, ni para nadie que lo conociera de verdad—.
Es difícil mantener el equilibrio. Especialmente en tiempos como
estos. En comparación con lo que una vez fuimos, con lo que una
vez fue el mundo, nuestros números son pequeños en el gran
esquema de las cosas. Las amenazas se ciernen y la ansiedad y el
miedo sacan lo mejor de nosotros. Por eso, por encima de todo,
tenemos que permanecer unidos. —El golpeteo se detuvo cuando se
inclinó hacia delante—. ¿Sabes lo que quiero decir?
El vampiro asintió una vez.
—Sí. Estoy de acuerdo.
Mentira.
Kaden sonrió lentamente, con un brillo blanco y amenazador.
Golpeó la mesa con la mano y la habitación tembló. Las puertas de
la entrada se cerraron de golpe, atrapándonos a todos. La mesa se
partió por la mitad, separándose y empujando a todo el mundo
hacia los lados, mientras un vapor espeso y abrasador inundaba la
sala. Nadie saltó ni se movió, permaneciendo en sus asientos. Si
sentían miedo, no lo demostraban. Sabían lo que se avecinaba, y lo
que Kaden odiaba más que nada era la debilidad. Kaden estaba de
pie, como un rey ante su fosa, porque eso era exactamente lo que
era, una fosa hueca con eco.
Me tragué el nudo que se me hacía en la garganta mientras
miraba, con las manos cruzadas en el centro del regazo. Pude ver a
Tobias y a Alistair, con sonrisas de comemierda iluminando sus
rostros. La temperatura de la sala aumentó, la lava fundida se
arremolinaba en el agujero del centro de la sala. El humo se
enroscaba hacia arriba mientras burbujas volcánicas calientes
estallaban en su superficie.
—Adelante. Entren. —Kaden hizo señas a los vampiros hacia la
fosa.
—Está loco —espetó la vampiresa mientras otro vampiro recorría
la habitación en busca de otra salida. Las demás criaturas del Otro
Mundo no hicieron ademán de ayudar. Sabían que la ira de Kaden
no era para ellos.
La risa de Kaden resonó en la habitación llena de humo mientras
se ponía una mano en el pecho.
—¿Lo estoy? ¿O simplemente no me gusta la insubordinación?
Dianna.
Mis ojos giraron hacia él.
—¿Serías tan amable de ayudar a nuestros amigos?
Sin decir nada, giré lentamente la cabeza hacia los vampiros. Me
puse en pie, sin dejar de mirarlos, con las manos flexionadas a los
lados mientras caminaba hacia ellos. Las criaturas del Otro Mundo
se tensaron a mi paso, pero sus rostros no delataron nada. Yo era el
arma de Kaden. Era poderosa, y ellos lo sabían. Yo lo sabía. Era una
espada hecha de fuego y carne.
La voz de Kaden resonó mientras continuaba.
—Quizá tenga problemas de confianza. Verán, esta no es la única
vez que su rey ha tenido estos inconvenientes, y dado nuestro marco
de tiempo y lo que tenemos que lograr…
Me detuve junto a una de las vampiras y ella me miró con miedo
en los ojos.
—… Simplemente, no puedo aceptar la debilidad.
Gritó cuando la agarré por los brazos y tiré de ella hacia el foso.
Sus tacones de aguja me golpearon la espinilla un par de veces
mientras luchaba contra mi agarre, pero el forcejeo fue breve. La
arrojé por el borde y sus gritos duraron unos segundos mientras
caía. Su cuerpo ardió en llamas al caer al charco de lava y
consumirse.
Otro vampiro pasó corriendo a mi lado en un último esfuerzo por
huir. Extendí el brazo a una velocidad vertiginosa. Las garras
brotaron de la punta de mis dedos al impactar, perforándole las
tripas. Jadeó, su cuerpo se enroscó alrededor de mi mano, me agarró
de la muñeca y me miró. El miedo y otra emoción que no pude
captar cruzaron su rostro mientras lo levantaba y lo arrojaba al
fuego.
El tercero fue muy parecido al segundo. Intentó escapar, intentó
luchar, pero al final sus gritos de clemencia resonaron en las paredes
de obsidiana cuando lo lancé a la lava. Me pasé la mano con garras
por la mejilla salpicada de sangre mientras caminaba hacia el último
vampiro vivo de la sala. Se había rendido, sabiendo que no había
salida ni lugar adonde huir, y se había hecho un ovillo en el suelo de
piedra. Lo agarré por las solapas de la chaqueta de su traje, lo
levanté y me giré para sostenerlo sobre la fosa. Un suave brillo de
lágrimas cubrió sus ojos amarillos.
—Por favor —suplicó—, tengo familia.
Familia. La palabra resonó en mi mente y sentí que mis caninos se
retraían. La sed de sangre me mordía los talones, rogándome que
sucumbiera, que soltara a mi bestia de la cadena. Familia. La palabra
era como un pulso que me recordaba que no era yo. Cada latido de
mi corazón era para ella, y recordar que existía me sacaba del borde
de la locura. Familia. Esta vez la palabra estaba envuelta en el sonido
de la risa de mi hermana, y con ella venía el recuerdo.
Gabby negó con la cabeza, riéndose de mí mientras intentaba sin éxito
meterle un trozo de palomitas en la boca.
—Tienes una puntería terrible para ser una superior. —Se rio mientras
me lanzaba un puñado.
Levanté mi pie y la golpeé suavemente en la pierna
—Oye, yo soy la asesina entrenada.
Se echó a reír.
—¡Por favor! Lloraste al final de Medallón.
—Era una película triste. Tenía un final triste. Solo eliges películas
terribles.
Nos reímos de esa estúpida película durante horas. Nos sentamos
en el sofá carísimo que le había comprado como regalo de
graduación y desordenamos por completo el apartamento que tanto
le gustaba. Hacía meses que se había graduado y no la había vuelto
a ver.
El dolor de aquel pensamiento me obligó a abandonar el
recuerdo. Parpadeé un par de veces ante el vampiro que sostenía
suspendido sobre el vacío mientras el mundo volvía a enfocarse.
Familia. Más allá del humo nebuloso, me encontré con las llamas
rojas gemelas de los ojos de Kaden. El mensaje era tácito, pero claro.
«No vaciles, no pienses, acaba de una vez, porque si detecta
debilidad en mí, se la llevará a ella también». Sin romper el contacto
visual con Kaden, retiré las garras del cuello del vampiro y abrí la
mano, dejándolo caer a la fosa.
Kaden sonrió cuando el hombre desapareció. Hizo que se cerrara
el portal que teníamos debajo, y la mesa se movió con los ocupantes
aún sentados, sellándose de nuevo en su sitio. El crujido de la puerta
tras de mí inundó la sala, ahora demasiado silenciosa, mientras el
humo restante se filtraba por el pasillo. Algunas personas tosieron y
acomodaron sus sillas, y la piedra rozó el suelo.
Miré la mancha carmesí que decoraba mis nudillos y mis uñas
antes de dejar caer las manos a los costados. Levanté la cabeza y
moví los pies antes de que mi cerebro se diera cuenta de lo que hacía
mientras caminaba de vuelta al lado de Kaden. Alistair y Tobias me
observaban, evaluándome, pero yo no mostraban ninguna emoción
por estar cubierta de sangre. Me puse de frente, con las manos
entrelazadas.
Ninguna debilidad. Nunca.
—Ahora que te has ocupado de eso, ¿por qué nos llamaste? —
preguntó Kash, el líder de las sombras. Su acento era marcado
mientras las sombras se arrastraban detrás de su titiritero.
—Simple. Tengo noticias sobre el Libro de Azrael.
Varios jadeos y susurros llenaron la sala cuando Kaden por fin se
sentó. Alistair, Tobias y yo permanecimos de pie. Siempre
estábamos atentos, intrépidos y destructivos.
—Imposible —siseó el líder de los bakus.
Hubo un momento de silencio y luego todos empezaron a hablar
a la vez, todos de acuerdo con el baku, argumentando que el libro
no era más que un mito. El sonido de tantas voces alzadas era
abrumador en la sala de piedra. Los hombres lobo eran los únicos
que no hablaban. Se quedaron sentados, observando y escuchando.
No me sorprendió que fuera el político humano, Elijah, el que se
escuchara por encima del resto.
—Aunque se encontrara este texto, han pasado miles de años
desde la Guerra de los Dioses. ¿Cómo podríamos leerlo?
—¿Leerlo? —se burló Santiago—. Si es que es real, ya sabes lo que
trae consigo.
Se hizo el silencio y todos miraron a Kaden.
—El Destructor del Mundo —dijo una suave voz femenina desde
la esquina izquierda. Todos se giraron para mirar a Sasha y a sus
hermanas. Las banshees habían estado calladas desde que todo
había empezado, casi tan calladas como los hombres lobo. Sasha
tenía los ojos vidriosos, como si estuviera ensimismada. No fue
hasta que alguien le tocó el hombro que se dio cuenta de que había
hablado en voz alta. Su larga melena azul se agitó con su cabeza
mientras se alisaba la chaqueta blanca y se aclaraba la garganta.
—Ah, sí —dijo Kaden, frotándose la barbilla antes de poner las
manos sobre la mesa—. El legendario Destructor del Mundo. La
leyenda. El Hijo de Unir. Portador de la Espada de Oblivion. ¿Y
dónde está? —Nadie habló—. Exactamente. No se le ha visto ni oído
desde que su mundo natal, Rashearim, explotó. Una destrucción que
fue causada por él, ¿correcto? ¿No es así como dice la historia? Es el
coco del Otro Mundo. Historias para mantenerlos a todos a raya.
—No son historias. Son verdad. El Otro Mundo mismo está fuera
de nuestro alcance por culpa de él, por culpa de ellos —intervino
Santiago. Las brujas que estaban con él asintieron, permaneciendo
cerca. Sus ojos estaban fijos en nosotros, esperando que atacáramos
o hiciéramos un movimiento contra Santiago por hablar fuera de
lugar—. Los celestiales aún caminan por este plano. La Mano aún
camina por este plano, y si La Mano aún existe, entonces tiene un
cuerpo, una cabeza. El Destructor del Mundo es esa cabeza.
—Y las cabezas pueden ser cortadas. —Las palabras de Kaden
eran veneno.
Se hizo el silencio una vez más, las palabras calaron hondo. Lo olí
antes que los demás. El miedo. Mi vida y mi tiempo en el mundo de
Kaden no habían sido tan largos como los de la mayoría, pero ver
cómo temían a este Destructor del Mundo más que a Kaden lo decía
todo.
—Lo entiendo. Todos le temen. Pero no es lo que creen que es,
aunque viva. Hace siglos que no se le ha visto, no hagan caso de las
fábulas que otros han construido a su imagen. Si era tan fuerte y
hábil como dicen, ¿dónde está? He destruido a cientos de su especie,
y, aun así, no aparece. Es un cobarde, débil, dañado. No es un dios
como los anteriores. No tiene poder real, pero nosotros sí. Nos
cuentan sus mentiras, intentando metérnoslas por la garganta.
Quieren doblegarnos a su voluntad. Una vez que tenga ese libro,
gobernaremos. Todos nosotros. Ya no estaremos atados a las
sombras ni reprimidos por los que nos consideran indignos, menos
que ellos. El cambio ocurrió en el momento en que derramaron su
propia sangre en su propio mundo. ¿Y ahora? —Se levantó y se
inclinó hacia delante, con las manos extendidas sobre la mesa. Miró
a cada uno de los líderes y solo unos pocos se movieron en sus
asientos—. Ha llegado el momento de recuperar lo que es nuestro.
Lo que nos robaron. No tuvimos elección antes de que sellaran los
reinos. Ninguna. ¿Cuántos de los tuyos están más allá de esas
puertas? ¿Hmm? —Señaló hacia Santiago y luego hacia los demás—.
¿O los tuyos o los tuyos? ¿Se preguntan si aún siguen con vida?
Eso dio en el blanco.
—¿Y este libro, lo tienes tú? —preguntó el líder de las sombras.
Kaden chasqueó la lengua.
—Esa es la siguiente parte. Aún no lo tengo, pero pronto. Elijah —
señaló hacia el humano y su consejo— ha tenido la amabilidad de
proporcionarnos información sobre los celestiales. Nos hemos
infiltrado en sus filas, que es la razón por la que los he convocado a
todos aquí. Tenemos que estar unidos. Una vez que comience el
proceso de apertura de los reinos, no podemos ser vistos como
débiles. —Miró hacia donde habían estado los vampiros y de nuevo
a los demás—. Ni siquiera por un segundo. Los necesito a todos
conmigo, y si no lo están… —Miró al centro de la mesa, dejando que
la amenaza se cerniera sobre ellos.
Uno a uno, todos asintieron diciendo sí en su lengua materna. Los
hombres lobo fueron los últimos en hablar y supe que no era la
única que se había dado cuenta.

El agua corría marrón en el lavabo de obsidiana mientras me


limpiaba la sangre de la cara primero y de las manos después. Todos
los días desde que Kaden me había convertido, me había frotado la
sangre del cuerpo. Me había transformado en una criatura que
podía extraer recuerdos de la sangre, invocar llamas en un instante y
adoptar la forma de la bestia que quisiera. Cada vez que tenía que
alimentarme, me sentía menos humana. Pero era el precio que
pagaba por su vida. ¿La parte triste? No lo odiaba, especialmente
comparado con la alternativa. Hoy me equivoqué por primera vez
en años. Dudé y él lo vio. Cerré el grifo y cogí una toalla de mano de
la estantería para limpiarme las manchas de sangre que aún tenía en
la cara. Mi reflejo me mostró una sombra de la persona que solía ser.
Ahora tenía la cara más dura, las líneas de las mejillas y la
mandíbula esculpidas. La nitidez de mis rasgos atraía a todo el
mundo menos a mí. Recordaba mi cara más suave, más amable tal
vez. El borde de la tela me rozó los labios, la suavidad regordeta que
protegía unos caninos más afilados que el acero cuando el monstruo
que llevaba dentro salía a la superficie.
Era hermosa, decían, exótica para la mayoría. Las palabras me
hicieron estremecer por dentro como si me hubieran dado una
bofetada. Yo sabía lo que era. Era mortal, cruel y letal. Por ella, por
nosotros, había permitido que Kaden me atara. Le había labrado un
lugar de paz con garras y huesos rotos, pagando su seguridad con
ríos de sangre.
«Por favor, tengo familia».
La desesperación de su voz resonó en mi cabeza. Cerré los ojos
con fuerza para ahogarla. Tiré el paño a un lado y me agarré a los
lados del lavabo. Mis dedos se clavaron en el granito hasta que sentí
que se desmoronaba bajo mis manos. ¿No eran las mismas palabras
que había susurrado aquella noche hacía años? Me había sentado en
el suelo acunándola, sosteniéndole la mano. Mientras la fría
sensación de la muerte se apoderaba de su piel, le había suplicado a
alguien, a cualquiera, que la ayudara, que la salvara. Estaba
dispuesta a ofrecer mi cuerpo, mi vida, mi alma, lo que fuera, a
cualquiera que respondiera. Lo peor era que Kaden no siempre era
así. Había momentos breves, si es que alguna vez los recordaba, en
los que brillaba un destello de emoción, de cariño. Por esos
momentos me quedé. Incluso ahora, cuando me imaginaba
desgarrándolo miembro a miembro, un recuerdo se abría paso a
pesar de intentar contenerlo.
Un paño caliente me limpió el borde del labio mientras esos ojos
marrones avellana me miraron fijamente. Vi mi reflejo detrás de Kaden en
la penumbra del baño mientras me limpiaba la cara.
—Sé que al principio es mucho, pero te acostumbrarás.
—¿Qué me está pasando?
Su cabeza se inclinó.
—Lo que deseabas. —Se levantó completamente dirigiéndose al lavabo y
sacando agua del pequeño cuenco de cerámica que tenía. Me vi diferente en
mi reflejo, pero no. No me sentía diferente, solo más fuerte. Mucho más
fuerte. Se volvió y se puso en cuclillas cerca de mí. Sus ojos escrutaron mi
rostro de vez en cuando antes de levantar una mano y ahuecar mi barbilla,
su pulgar recorrió mi labio—. ¿Cómo te sientes?
—Mejor, más fuerte. —Hice una pausa mientras lo mire—. Caliente. —
Y era cierto todo mi cuerpo se sentía como si estuviera ardiendo.
Movió la mano y me pasó un mechón de pelo por detrás de la oreja
mientras me observa. La mirada tierna de sus ojos alivió los nudos de
ansiedad que tenía en el pecho.
—Gabby. ¿Cómo está Gabby?
Su mano se detuvo.
—Perfectamente bien.
Me desplomé con un suspiro de alivio, mi cabeza cayó sobre su hombro.
Kaden se puso rígido como si el afecto no fuera algo a lo que estuviera
acostumbrado. Pasó un segundo y luego otro antes de que intentara
siquiera moverse, sentí que su mano me acaricia lentamente la nuca. La
tensión y la desesperación que anudaban mi cuerpo desde el diagnóstico de
Gabby se disiparon. Lo había conseguido. La había salvado.
Me incliné hacia arriba mientras levantaba una mano temblorosa,
presioné con la palma donde debería estar su corazón, susurrando:
—Gracias.
Una mirada rápida como una cuchilla cruzó su rostro antes de que
Kaden me apartara un mechón de pelo de la cara y levantara la vista hacia
mí. Nunca había permitido que otro me viera tan débil, tan… frágil. Pero
Kaden no cambió la forma en que me miraba, por un momento sus ojos
parpadearon con ternura.
—Aquí estará a salvo. Las dos lo estarán —murmuró, con la voz
retumbándole en el pecho—. Te lo prometo.
—¿Todo bien?
Mis ojos se abrieron de golpe y unos suaves iris marrones me
devolvieron la mirada, ya no eran aquellas brasas iridiscentes. Miré
a Kaden a través del espejo, apoyado en la puerta del baño, que
parecía ocupar más espacio del que le correspondía. Era más alto
que yo, lo cual ya era mucho decir, puesto que yo superaba con
creces la estatura media de la mayoría de las mujeres. No era una
cosita tierna y menuda como la que todas las películas y libros
deseaban. Me faltaban pechos, pero lo compensaba con mis caderas.
Eran mi única parte curvilínea. Era delgada, con músculos fuertes y
flexibles, una luchadora en todos los sentidos de la palabra. Después
de convertirme, entrenaba todos los días con Alistair, Tobias e
incluso Kaden. Me habían golpeado hasta desmayarme la mayoría
de las veces. Habían pasado años hasta que aprendí a defenderme.
Kaden quería guerreros, y pronto supe por qué.
Con los brazos cruzados y una mirada de intriga en el rostro, dio
un paso al frente. No era la mirada de la preocupación, no como la
gente normal entendería. Sabía que no le importaba mi bienestar,
solo que siguiera en la fila, que siguiera siendo obediente.
—Estoy bien, solo un poco cansada —respondí, poniéndome un
poco más recta.
Sus ojos se entrecerraron ligeramente.
—Hmm.
—Quiero ir a ver a mi hermana.
Se apartó del marco de la puerta y frunció el ceño.
—Ahora no.
Sabía que diría eso. Hacía meses que no la veía y la echaba de
menos. La utilizaba como cebo. Si hacía lo que me pedía, me
recompensaba con visitas, aunque cada vez fueran menos.
«Recuerda que te quiero».
Había dicho esas palabras justo antes de colgar la última vez que
había hablado con ella por teléfono. Maldita sea, ni siquiera
recordaba cuándo había sido. Parecía que su voz inundaba mi
cabeza a menudo estas últimas semanas, manteniéndome con los
pies en la tierra y, lo que era más importante, manteniéndome
humana.
Los pasos de Kaden eran ligeros cuando se acercó por detrás de
mí. Me enderecé, viendo su reflejo acercarse. Se detuvo a unos
centímetros de mí, con la barbilla apoyada sobre mi cabeza. Levantó
las manos, recogió los mechones de pelo que me rodeaban la cara y
los echó suavemente hacia atrás. Pasó los dedos por la sedosa masa
como si disfrutara de la sensación, mientras su mirada mantenía la
mía cautiva en el espejo.
—Dudaste.
Lo sabía.
Su mano derecha volvió a deslizarse por mi pelo antes de llegar a
las puntas y recorrer mi espalda desnuda.
—¿Tienes algo que decirme?
—No por las razones que crees. —Mantuve mis ojos en él a través
del espejo, negándome a apartar la vista. Al igual que un animal en
la naturaleza, quita los ojos de su presa por un segundo y se acabó.
—Mmm —murmuró mientras arrastraba los dedos por mi
columna, deteniéndose en la parte baja de mi espalda. Su mano se
deslizó hacia arriba por debajo de la fina costura de mi vestido. Me
estremecí contra él, sin romper el contacto visual. Una pequeña
sonrisa suavizó la curva de sus labios antes de inclinar la cabeza
hacia mi cuello—. Eres tan hermosa.
Sus palabras bailaron sobre mi piel, su aliento aceleró el pulso que
latía bajo su boca. Su lengua me acarició la piel, provocándome otro
escalofrío, y su mano subió hasta acariciarme el pecho. Me acarició
lentamente el pezón con el pulgar, arrancándome deliberadamente
un suave gemido. Me recosté contra él, moviendo las caderas,
sintiendo su cuerpo apretado contra mi trasero.
Sus labios recorrieron desde mi cuello hasta mi mandíbula
dejando un rastro abrasador.
—Me perteneces. Eres mía en todos los sentidos. —Besó y
mordisqueó cada lugar que tocaba—. ¿Lo entiendes?
Asentí y dejé caer la cabeza contra su hombro, permitiéndole un
mejor acceso. La delgada línea entre el placer y el dolor siempre
provocaba una respuesta en mí, y él lo sabía. Levantó la mano que
tenía libre y me la puso en el pelo, inclinándome la cabeza hacia un
lado. Se inclinó hacia mí, empujándome con más fuerza contra el
lavabo, sin dejarme espacio para escapar. Mis ojos se abrieron de
golpe al sentir el roce de unas garras contra la curva de mi pecho.
Abrió los ojos y me besó la concha de la oreja. Su ardiente mirada
roja se clavó en mí mientras arrastraba esas afiladas garras hasta el
centro de mi pecho.
—Pero no puedo aceptar debilidad, ni siquiera de ti. No ahora, no
cuando estamos tan cerca. ¿Entiendes?
Asentí mientras sus uñas me pincharon la piel. Los Ig'Morruthens
eran fuertes y casi imposibles de matar. Casi. Todos teníamos una
debilidad, una cosa que nos destruiría. El truco consistía en intentar
descubrirlo antes de que te hicieran pedazos. A mí me decapitaron,
perdí miembros que volvieron a crecer y me rompieron el cuello,
pero nada de eso me mató. Solo había una cosa que no habíamos
tocado, que no habíamos probado.
Mi corazón.
—Sí —dije apretando los dientes—, lo sé.
Sus dedos apretaron más fuerte, clavándose en mi pecho. No
grité. No le daría esa satisfacción.
—Entonces, ¿por qué dudaste? —Su voz era un susurro jadeante
en mi oído.
«Miente».
No podía decirle la verdadera razón. Si pensara por un segundo
que ponía a alguien por encima de él o de su causa acabaría
conmigo aquí y ahora.
—Porque —siseé—, tenía familia. Matándolo solo te creas más
enemigos. —Volví a jadear intentando respirar por el dolor—. Es
una complicación con lo unidos que están.
Me sostuvo la mirada durante lo que parecieron eones antes de
que sus ojos volvieran a su tono avellana y me soltara el pelo. Sentí
que sus dedos se apartaban de mi pecho y deslizó la mano por
debajo de mi vestido. Me agarró de las caderas y me hizo girar hacia
él tan deprisa que casi me caigo a un lado.
Su cuerpo se apretó contra el mío mientras se inclinaba hacia
delante.
—¿Te importo?
—Sí. —Levanté la mano y me froté el pecho. La piel se había
curado, pero la mancha húmeda de sangre cubría mis dedos.
No era una mentira completa. Me había preocupado por él al
principio, hasta que unos cientos de años de excusar su
comportamiento se hicieron viejos. Nunca había compartido sus
secretos conmigo, pero sabía que había partes de Kaden que estaban
profundamente dañadas, y lo sentía por él. Kaden no siempre fue
tan vil como parecía. Había momentos, fragmentos al menos, en los
que podía ver algo más profundo dentro de él. Algo en su pasado lo
había vuelto hastiado, frío y despiadado. Así que sí, me preocupaba
por él, pero nunca era amor. No era como esas estúpidas películas
que Gabby insistía en obligarme a ver o la emoción a la que los
poetas escribían sonetos, pero me importaba. Nunca me libraría de
Kaden, e incluso de esta forma tan limitada, el cariño me hacía más
fácil quedarme.
Sus labios rozaron mi mejilla.
—Bien. No vuelvas a dudar.
Asentí, con las manos aún agarrando la tela de mi vestido. Aún
me tenía inmovilizada entre el lavabo y su duro cuerpo.
—Déjame ir —susurré. Era una petición y una demanda
silenciosa. Una que significaba más que donde me tenía ahora. Una
con la que soñaba a menudo cuando las peleas y la naturaleza
violenta de mi vida eran demasiado. Sabía que nunca me la
concedería. Ansiaba una vida fuera de esto. Una vida con mi
hermana. Una vida en la que me quisieran y me pudieran querer.
Solo una vida. Pero sabía su respuesta antes de que hablara, y sabía
sin sombra de duda que lo decía en serio.
Kaden se inclinó hacia atrás y sus ojos recorrieron mi rostro antes
de que un dedo me levantara la barbilla y me obligara a mirarlo.
—Nunca.
CAPÍTULO 3
Dianna
Volé por el aire fresco de la noche, por encima de las nubes, por
encima de la civilización, por encima de todo. Unas elegantes alas
negras batían contra la corriente, impulsándome hacia delante. Una
de las cosas que más me gustaba de ser Ig'Morruthen era la
capacidad de transformarme en lo que quisiera y en quien quisiera.
Kaden me había dicho que esa habilidad provenía de los antiguos,
que podían transformar sus cuerpos en cualquier forma que
desearan. Algunos podían transformarse en criaturas terroríficas y
magníficas, tan enormes que tapaban el mismísimo sol. No tenían la
prestigiosa sangre real, pero eran dioses por derecho propio. Eran
temidos y respetados. Bueno, lo eran hasta que la Guerra de los
Dioses acabó con el resto de nosotros.
Las estrellas bailaban sobre mí y en todas direcciones. Batí las alas
con más fuerza, elevándome hacia ellas. Rodeada de tanta belleza,
me preguntaba qué pasaría si siguiera adelante. Era las únicas veces
que sentía verdadera libertad y me deleité con ella.
La forma que había tomado era una que Kaden me había
enseñado hacía siglos y una de mis favoritas. Los humanos
reconocerían a la bestia como un wyvern. Eran parecidos al mítico
dragón, pero a diferencia de las bestias cuadrúpedas que escupían
fuego, yo era bípeda en esta forma, con las manos y los brazos como
alas. Cuernos y escamas decoraban la coronilla de mi cabeza,
apuntando hacia atrás con puntas finas y afiladas. Mi piel era más
gruesa en esta forma y estaba cubierta por placas acorazadas con
escamas. Detrás de mí se balanceaba una cola larga y afilada, que
me ayudaba a mantener la trayectoria del viento mientras me
zambullía y bailaba entre las nubes.
Las estrellas eran mi única compañía, y saboreé la soledad. Cerré
los ojos y extendí las alas todo lo que pude, dejándome llevar por el
viento. El lado positivo de las conexiones humanas de Kaden era
que no derribarían a una bestia voladora que escupe fuego. Así que,
por el momento, estaba en paz. No era Dianna, la reina de la muerte
que blandía fuego, ni Dianna, la hermana cariñosa y atenta.
Simplemente existía. Pero la realidad, como la vida, siempre volvía
con una venganza.
«Tráeme la cabeza del hermano».
La voz de Kaden resonó en mi subconsciente mientras el recuerdo
de la noche anterior se reproducía como una película tras mis
párpados cerrados.
Kaden se levantó de la cama y recogió su ropa, poniéndosela una a una.
Nunca se había quedado, nunca me había abrazado, ni una sola vez.
Se detuvo en la puerta, con la mano en el picaporte, y se volvió para
mirarme.
—Y, Dianna, que sea desordenado. Quiero enviar un mensaje.
—Como quieras —respondí mientras me incorporaba y tiraba de las
sábanas hacia mí. No habló ni dijo nada más mientras salía de la
habitación. El portazo resonó en toda la casa volcánica. Me cubrí la cara
con las manos mientras permanecía allí sentada unos minutos más.
No solo me había pedido que le trajera la cabeza de un príncipe. No, me
estaba pidiendo que matara a un amigo. Drake era uno de los pocos seres en
los que confiaba plenamente. Y sabía sin lugar a duda que no tenía elección.
Abrí los ojos de golpe y me concentré en propulsar más rápido mi
cuerpo aerodinámico por el cielo nocturno. Con cada poderoso batir
de mis alas, dejé de lado mis sentimientos, encerrándolos una vez
más.
Olí el agua del mar de Naimer antes de verlo. La música y los
sonidos de una ciudad vibrante pronto llenaron mis oídos,
diciéndome que estaba cerca. Tirin era una hermosa ciudad en el
corazón de Zarall y actualmente propiedad del mismísimo Rey
Vampiro. En realidad, todo el continente de Zarall era propiedad de
Ethan Vanderkai, Rey Vampiro y sexto hijo de la estirpe real. Todos
los vampiros engendrados desde el hemisferio oriental hasta el
occidental estaban bajo su dominio, pero no era a él a quien buscaba
esta noche. No, estaba aquí por su hermano, el Príncipe de la Noche,
Drake Vanderkai.
Había conocido a Drake a través de Kaden, como a todos mis
amigos, si se les podía llamar así. Excepto con Drake, nos
considerábamos amigos. Su familia había trabajado estrechamente
con Kaden durante años. Tenían las manos metidas en casi todo, así
que a menudo sabían cómo conseguir los artefactos y objetos que
Kaden buscaba. Esa era la razón principal por la que Kaden estaba
tan enojado. Quería ese libro y sabía que serían una gran fuente de
ayuda, pero habían dejado de acudir a las reuniones.
Primero, Ethan había enviado a Drake en su lugar. No me había
importado. Era agradable tener a alguien con quien hablar, reírse y
no estar en guardia todo el maldito tiempo. Pero luego Drake había
dejado de venir y esta última vez fue suficiente para Kaden. Quería
sangre, y lo que él quería, yo se lo daba.
Sabía que era otra prueba de mi determinación. Cuando había
vacilado delante de él, su cerebro paranoico supuso que estaba
flaqueando. Tenía que demostrar que no lo estaba,
independientemente de mi amistad con Drake. No podía arriesgar
mi reputación y mi posición. Si cualquiera de las dos se ponía en
duda, la arriesgaba a ella. Eso era inaceptable, así que demostraría
mi lealtad, empezando por Drake.
Me zambullí bajo las nubes y me concentré en la tierra de abajo.
Las luces amarillas y multicolores reflejaban las estrellas. La gente
salía a disfrutar de la noche, y los sonidos de voces, coches tocando
el claxon y música flotaban hasta mí en el aire templado. Brillantes
haces de luz blanca llamaban a todos los que estaban dispuestos a
escuchar a acercarse al centro de la ciudad. Esta noche había fiesta,
como todas las noches, y allí era exactamente adonde me dirigía.
Mientras me elevaba por encima de las montañas, el océano
bailaba a mi izquierda, con suaves olas rompiendo en la orilla.
Planeé alrededor de un acantilado vecino y retiré las alas
lentamente, golpeándolas contra el aire para ralentizar mi descenso.
La música ahogaba cualquier ruido que hicieran, y los humanos
estaban demasiado borrachos y preocupados para fijarse en mí.
Un humo negro se enroscó a mi alrededor cuando cambié de
forma en el aire y caí a la calle. Aterricé en cuclillas y varias
personas se apartaron de un salto. Derramaron sus bebidas y me
gritaron que mirara por dónde iba. Me alisé y ajusté las gruesas
trenzas gemelas que me había hecho, tirando de las puntas hacia
delante.
Las luces variaban entre plateadas, rojas y doradas a medida que
llegaba al interior de la ciudad de Tirin. El lugar en sí recibía el
nombre de Logoes. Era un barrio popular, hermoso y muy conocido
por su vida nocturna y sus monumentos históricos. Todo lo que se
podía desear o necesitar estaba disponible allí, con sus numerosos
bares, pubs y salones de lujo. Turistas y lugareños acudían en masa
a Logoes, buscando desconectar y soltarse. No me extrañaba. Esta
parte de Tirin era conocida por cobrar vida por la noche, aunque los
humanos no fueran conscientes de lo que despertaba cuando la luna
se alzaba en el cielo.
Con la camiseta negra, los pantalones negros de cuero y los
tacones que llevaba, encajé entre la multitud, y solo tardé unos
minutos en llegar a mi destino. El club estaba situado en pleno
centro de Logoes, y una larga cola de gente esperaba para atravesar
la enorme entrada. El letrero de neón rojo sobre la puerta proyectaba
un resplandor carmesí sobre todo. Este era uno de los lugares
favoritos de Drake, algo que le pertenecía y que no era de su
hermano.
Los humanos maldijeron y gritaron mientras yo los empujaba
para llegar a la entrada del club. Dos gorilas se cruzaron de brazos y
formaron un muro ante mí. Eran unos idealistas demasiado
musculosos hechos para intimidar y evitar que la gente,
normalmente los borrachos y los estúpidos, intentaran entrar. Uno
llevaba la cabeza rapada con tatuajes que le bailaban por la nuca y el
otro una larga y temida coleta. Sus ojos brillaron dorados al
reconocer quién era yo, pero no les di oportunidad de moverse.
—Lo siento por esto, pero debería haber aparecido.
Las puertas delanteras se abrieron de golpe, astillándose en mil
pedacitos cuando las atravesé de golpe. El fuego brotó del centro de
sus pechos, donde mis palmas habían conectado. Sus cuerpos se
convirtieron en cenizas antes de caer al suelo. La gente de dentro ni
siquiera se dio cuenta, siguió bailando y girando sobre sí misma. La
gente de fuera, sin embargo, sí lo notó y gritó corriendo por sus
vidas. Al entrar, mis tacones crujieron contra los fragmentos del
marco roto de la puerta.
El interior del club era más grande de lo que mostraba el exterior.
Luces amarillas, azules, rosas y rojas bailaban en las paredes desde
los proyectores que colgaban sobre la cabina del DJ. La pista de baile
separaba la cabina del DJ de la gran barra circular que ocupaba el
centro de la sala. La gente gritaba a los camareros, intentando pedir
sus bebidas y hacerse oír por encima de la música.
Había dado un paso hacia el suave resplandor rojo del fondo del
club cuando un objeto duro me golpeó en la nuca. Mi cabeza salió
disparada hacia delante, pero mi cuerpo no se movió. Otra ventaja
de ser un Ig'Morruthen era que nuestros huesos eran más gruesos,
por lo que era más difícil dejarnos inconscientes. Me giré y vi a otro
vampiro con una pistola en la mano y cara de asombro. Saqué el
brazo, le hice un agujero e incineré los restos. Eso atrajo la atención
de todos. Una mujer cerca de mí gritó y los ojos de los vampiros de
la multitud se iluminaron de amarillo, extendiendo sus colmillos
mientras se volvían hacia mí.
Iba a ser una noche larga.

Mis zapatos empapados de sangre chirriaban al subir las


escaleras. A estas alturas, estaba cubierta de ceniza, sangre y
probablemente los órganos viscerales de más de un ser. Me limpié la
frente y me manché la cara con más sangre. Al subir las escaleras,
me detuve en seco y observé la gran sala de estar. Había varios sofás
negros contra la pared del fondo, con sillas a juego y mesitas
colocadas alrededor. La iluminación era tenue, con luces rojas en las
esquinas. Había un bar más pequeño aquí arriba, pero solo servía el
tipo de bebidas que los muertos vivientes ansiaban. Estaba vacío,
salvo por la persona por la que había venido.
La realeza vampírica siempre me ponía la piel de gallina. Su
poder databa de tan atrás que mis sentidos no sabían muy bien qué
pensar. Solo había cuatro familias de vampiros con poder suficiente
para heredar el trono, y una de ellas se había convertido en polvo
antes de mi creación. Las tres restantes se odiaban y habían luchado
salvajemente por una oportunidad de reclamar el trono. Los
Vanderkai ganaron y llevaban un tiempo en el poder. Su victoria
había sido en gran parte gracias a Kaden, pero eso no significaba
que fueran sus lacayos. Cuanto más envejecían, más poderosos se
volvían, y poder era todo lo que sentía desde la zona trasera del
salón.
Rodeé la barra de media luna y me apoyé en el extremo mientras
nuestras miradas se cruzaban y sus ojos dorados se clavaban en los
míos. Una brasa roja se encendió cuando dio una calada a su puro.
Estaba recostado en uno de los grandes sofás con un solo brazo
sobre el respaldo. Parecía despreocupado y no le molestaba la
carnicería que yo había provocado en el piso de abajo.
Otra calada al puro iluminó un lado de su cara, resaltando los
rizos oscuros que llevaba pegados al cuero cabelludo. El intenso
color marrón de su piel brillaba, tentando a cualquiera lo bastante
tonto como para tocarla. Drake era un hermoso depredador. Era otra
de las ventajas del vampirismo: todo en ellos estaba diseñado para
atraer a sus presas.
—Tienes mal aspecto. —Dio otra calada a su puro mientras
cruzaba una pierna sobre la otra.
Mis puños se cerraron.
—¿Por qué no apareciste? Y no me vengas con excusas de mierda
sobre problemas o enemigos con los que tienes que lidiar.
Drake no dijo nada, lo que solo me enfureció más. Di un paso
adelante y luego otro. Golpeó el puro contra la bandeja de plata en
la mesa a su lado.
—Kaden intenta abrir los reinos, Drake. Significa libertad para
nosotros, para nuestra especie. No más preocupaciones por los
celestiales o La Mano. ¿Por qué Ethan y tú de repente están tan en
contra de eso?
Sus ojos recorrieron los míos durante un segundo buscando
alguna señal de que estaba bromeando, pero solo el dolor ribeteó mi
voz.
—Tiene razón, sí. Me gustaría no ser cazado, ni yo ni mi familia,
pero sus creencias están nubladas. —Se levantó, se desabrochó la
chaqueta y se la quitó manga por manga—. Ethan no lo seguirá, y
yo tampoco. Es un tirano, Dianna, no importa la bonita imagen que
pinte.
Cerré los ojos con fuerza, intentando contener las lágrimas.
—Sabes que no puedes hablar así. Sabes lo que significa.
—Lo sé. —Su voz era apenas un susurro y de repente estaba más
cerca. Abrí los ojos y no me sorprendió encontrarlo a escasos
centímetros. Levantó la mano y me apartó de la cara los cabellos
sueltos que se me habían escapado de la trenza.
—¿Y serás tú, su bonita arma, quien me ejecute? ¿A mi hermano?
¿También a nuestra familia?
La parte de mí que aún era buena me gritó que parara mientras lo
agarraba por el cuello, pero no tuve elección. No se resistió, lo
levanté y lo arrojé contra la pared del fondo. Los cables
chisporrotearon en el gran agujero hecho por su cuerpo y varios
cuadros cayeron al suelo mientras el edificio se estremecía por el
impacto. El polvo y los escombros llenaron el aire mientras partes
del interior se desmoronaban.
—Ya sabes lo que pasa ahora. Sabías cuando enviaste
repetidamente a otros a la reunión lo que él haría, cómo
reaccionaría. Nunca iba a tolerar tu desobediencia, Drake —grité.
Unas cuchillas gemelas salieron volando del agujero y se
dirigieron directamente hacia mí. Aparté una de un manotazo y la
otra pasó zumbando junto a mi cabeza. No eran para matar, solo
para distraer. Salí volando y me tiró al suelo. Rodamos y nos
estrellamos contra el bar. Estalló en varios pedazos de madera y
cristal.
—Cuando vuelva, tienes que asegurarte de que estás en el bando
correcto. ¿Crees que este libro que quiere no va a empezar otra
guerra masiva? —espetó mientras me inmovilizaba contra el suelo.
Me sujetó con los brazos cruzados contra el pecho, una rodilla en el
estómago y la otra en el suelo, apoyada en él.
—¡Oh, no puedes hablar en serio! ¿Tú también? Es una leyenda en
el mejor de los casos, ¿y aun así condenaste a toda tu familia por
ello? Son historias, Drake, historias para mantenernos a raya. Todos
murieron. Los viejos dioses están muertos. La Guerra de los Dioses,
¿recuerdas? Todo lo que queda son los celestiales y La Mano, eso es
todo.
—Dioses, te tiene tan jodidamente dominada. —Me dio un
puñetazo en la cara, balanceando mi cabeza hacia un lado.
Fingí una ligera inconsciencia y, cuando sentí que se relajaba, le di
un rodillazo en la ingle. Se tambaleó hacia delante y yo liberé mis
brazos, arrojándolo fuera de mí. Me puse en pie rodando, pero
cuando me levanté él ya se había recuperado. Estaba de pie con los
puños en alto y una sonrisa de comemierda en la cara.
Se me oprimió el pecho. Drake era quien me había hecho sonreír
cuando me convertí por primera vez y estaba lidiando con el hecho
de que ya no tenía mi libertad ni mi humanidad. No era solo mi
amigo, también lo era de Gabby. Siempre estaba ahí cuando lo
necesitaba y ahora tenía que matarlo porque él y Ethan habían
decidido cambiar de bando. No tenía elección y eso solo me
molestaba más. Levanté las manos para igualar las suyas,
apretándolas con fuerza antes de soltarlas.
—No quiero hacer esto. —Mi voz se quebró pero no me importó.
No me importaba si él lo veía como una debilidad.
Dejó caer los puños también, su expresión se suavizó.
—Entonces no lo hagas. Eres una de mis mejores amigas, Dianna.
No quiero pelear contigo. Eres tan fuerte como él, si no más.
Quédate conmigo, con nosotros. Podemos ayudarnos y protegernos
mutuamente.
Sonreí suavemente, sabiendo que hablaba en serio, y entonces me
encontré frente a él. Sus ojos se abrieron de par en par y su boca se
abrió una y dos veces. Miró mi puño clavado en su pecho. Mi mano
rodeó su corazón y sentí cómo latía. Su vida estaba en mi palma.
—Dije que no quería. No que no lo haría.
Me sonrió mientras sus manos tocaban mi muñeca.
—Mejor morir por lo que crees correcto, que vivir bajo una
mentira. —Le sostuve la mirada mientras deseaba que las llamas
salieran de mi mano. Su cuerpo se iluminó por dentro. Su sonrisa no
vaciló. Era la misma sonrisa que me consolaba cuando las pesadillas
eran demasiado fuertes. La misma sonrisa que curvaba sus labios
cuando me contaba chistes, haciéndome reír, incluso cuando me
sentía morir. Vi con horror contenido cómo la misma sonrisa que
podía iluminar una habitación desaparecía para siempre.
Me quedé allí de pie no sé cuánto tiempo, con la mano todavía
extendida y llena de los restos de lo que quedaba del corazón de mi
amigo. Un fuerte repiqueteo llenaba la sala y me pareció extraño que
siguieran poniendo música cuando el club estaba destruido.
Entonces sentí la vibración contra mi cadera y me sacudí de mi
aturdimiento. Me limpié las manos en los vaqueros y saqué el
teléfono del bolsillo.
—Ya puedes ir a ver a tu hermana.
Recorrí la ruina de la habitación y mi mirada se fijó en la cámara
instalada en lo alto de la pared. Kaden lo había visto todo. Asentí
una vez hacia ella y colgué el teléfono antes de desaparecer de entre
los escombros.
CAPÍTULO 4
Dianna
Aparecí en medio del apartamento de Gabby. El humo negro que
venía con la teletransportación se disipó mientras dejaba caer mis
maletas al suelo con un fuerte golpe. Eran las ocho de la mañana,
había comprobado antes de salir solo para asegurarme de que
estaría en casa.
—¡Gabby! —grité, lanzando mis manos hacia arriba—. ¡Tu
favorita y única hermana está aquí!
Normalmente, mis apariciones aleatorias se traducían en chillidos
y abrazos, pero esta vez solo me recibió el silencio. Miré a mi
alrededor y me fijé en el nuevo sofá blanco y la mesa de cristal
repleta de revistas. Varios cuadros de estilo artístico decoraban las
paredes blancas. Había renovado su estilo, lo cual no era raro: le
gustaba decorar. Me llamaron la atención las flores que había sobre
la isla de la cocina, y entrecerré los ojos mientras me acercaba a la
docena de lirios variados. Eran las favoritas de Gabby y no necesité
leer la tarjeta para saber quién se las había regalado.
Una lenta sonrisa curvó mis labios mientras me daba la vuelta y
me dirigía a su habitación. Abrí la puerta y encendí las luces,
observando la ropa esparcida por el suelo. Un par de pantalones de
hombre estaban tirados sobre la silla y un par de mis zapatos de
tacón yacían sobre la alfombra de piel sintética junto a su cama.
—¡Vaya, vaya, vaya, esto explica por qué no contestaste a mis
mensajes de texto! —proclamé en voz alta, poniendo las manos en
las caderas.
Eso llamó su atención.
Gabby se incorporó bruscamente, agarrándose la sábana contra el
pecho mientras su amante se volvía para mirarme sombrío por
encima del hombro. El pelo alborotado me dijo exactamente quién
compartía la cama de mi hermana.
Una sonrisa de placer curvó mis labios.
—¡No puede ser! ¿Por fin le has dado una oportunidad a Big-
Dick-Rick?
—¡Dianna! —Gabby agarró una almohada y me la tiró—. ¡Fuera
de aquí!
La esquivé y me reí mientras cerraba la puerta de su habitación.

Títulos. Había tantos títulos. Me quedé en el salón mirando los


títulos que Gabby había obtenido en la Universidad de Valoel.
Ahora tenía una vida, y yo no podía estar más feliz. Se había
graduado con el título más alto que podía obtener en sanidad.
Siempre le había gustado ayudar a la gente, como a nuestra madre.
Ella era la luz y la esperanza en la familia, mientras que yo era la
oscuridad y la destrucción.
La puerta de la habitación de Gabby se abrió y ella salió seguida
de Rick. Verla feliz hacía que todo lo que había sufrido y soportado
mereciera la pena. Soltó una risita al oír algo que Rick le susurró y le
envió un guiño coqueto por encima del hombro mientras bajaban
por el pasillo. Gabby llevaba una bata azul ceñida alrededor de su
pequeña figura, con el pelo todavía un poco enmarañado.
—Me alegro de volver a verte, Dianna —dijo Rick, con un ligero
rubor en las mejillas al saludar.
Rick Evergreen. El médico residente había estado detrás de mi
hermana desde que se mudó al soleado Valoel hacía unos años. Lo
había visto un puñado de veces cuando visitaba a Gabby en el
trabajo. Mis visitas eran cada vez más escasas y me dolía el corazón.
¿Cuánto de su vida me había perdido esta vez?
—Rick. ¿Cuánto tiempo ha pasado? Tienes buen aspecto. —Dejé
que la última parte perdurara, sin apartar mi mirada de la suya. Su
olor cambió y supe que me temía. Se sentía intimidado por mí, sus
primitivos instintos mortales lo alertaban del peligro, aunque no
sabía por qué.
—Unos meses, por lo menos. —Me dedicó una pequeña sonrisa y
tragó saliva.
Gabby negó con la cabeza, acostumbrada ya a mi prepotencia. Lo
agarró del brazo con suavidad y lo condujo hacia la puerta.
—Vas a llegar tarde al trabajo.
Los vi sonreírse como si nada más en el mundo importara. Se
inclinó hacia delante y la besó suavemente por última vez antes de
que abriera la puerta. Su expresión se iluminó de amor y alegría
cuando él salió y ella prometió llamarlo más tarde.
Se me formó un dolor sordo en el pecho y se me hizo un nudo en
la garganta al apartar la mirada. Anhelaba tener la más simple de
esas cosas. Ansiaba siquiera un atisbo de normalidad, pero hacía
eones que había renunciado a cualquier posibilidad de tenerla.
Había hecho un trato, una vida por una vida.
El alegre chillido de Gabby me sacó de aquellos oscuros
recuerdos. Corrió hacia mí y prácticamente me abrazó.
—¡Dios mío, D! Te he echado tanto de menos —susurró contra mi
pelo mientras yo me reía.
—Yo también te he echado de menos. —Le devolví el abrazo con
fuerza. Era agradable ser abrazada y no preocuparse de que me
arrancaran el corazón.
Se apartó, sus ojos brillando mientras sonreía.
—¿Cuánto tiempo puedes quedarte esta vez?
La verdad tácita de mis visitas. Me quedaba todo el tiempo que
Kaden me permitía.
Me encogí de hombros.
—No estoy segura, pero hagámoslo lo mejor posible…
—Suena bien. ¿Qué tal si desayunamos?
Asentí con la cabeza y le dediqué una sonrisa radiante. Gabby se
dio la vuelta y se dirigió a la cocina. La seguí y me subí a la silla de
bar más cercana de la larga isla. Metió la mano en la nevera y sacó
un surtido de cosas antes de volverse hacia la cafetera. Me puse la
mano bajo la barbilla mientras ella se ponía de puntillas para sacar
dos tazas.
—Me gusta el tema blanco y marrón que tienes para el lugar. La
cocina se ve increíble.
—Gracias, en realidad es nuevo. A Rick le gustó el acabado de
mármol aunque le dije que no necesitaba una mejora.
Enarqué una ceja mientras me inclinaba sobre el mostrador,
provocándola.
—Oh, ¿así que ahora te compra cosas para el apartamento?
Sus ojos se cruzaron con los míos por encima del hombro
mientras añadía los posos del café a la cafetera y la encendía.
—Bueno, últimamente se queda aquí.
—¡Que! —jadeé—. ¿Y no me lo dijiste?
—No eres la persona más fácil de contactar.
Una punzada me recorrió el pecho, robándome la emoción. Me
hundí en la silla y jugueteé con los dedos. Gabby me miró, dándose
cuenta de mi repentino cambio de humor.
—No llevamos mucho tiempo, Rick y yo. —Caminó hacia la
estufa, metió la mano en un armario y sacó una sartén—. Tuvimos
algunas citas y luego poco a poco empezó a quedarse a dormir.
Forcé una sonrisa y la miré mientras preparaba el desayuno.
—Me alegro por ti. Es solo que la última vez que hablamos de
verdad, ustedes seguían jugando a —hice una pausa,
entrecomillando— «no nos gustamos».
Rompió un huevo sobre la sartén y subió ligeramente el fuego.
—D, hace meses que no nos visitas. Las cosas cambian.
Esos meses en los que Kaden nos tuvo a mí y a los demás
buscando el libro con el que estaba obsesionado. Hacía meses que
no se me permitía pasar tiempo con la única persona en el mundo
que realmente me quería. Meses. La palabra quedó flotando en el
aire un momento más antes de que sacudiera la cabeza.
—Bueno, es bueno saber que no solo te manda flores para meterse
en tus pantalones. —Hice una mueca, pero Gabby se limitó a sonreír
y a negar con la cabeza. Me conocía demasiado bien, sabía que
utilizaba las bromas y el humor cuando mis sentimientos se volvían
demasiado reales.
—Sabes, D. Los hombres a veces hacen cosas bonitas solo porque
les gustas. No tiene por qué ser por sexo. —Se dio la vuelta,
llevándose la espátula al pecho, fingiendo un grito ahogado con el
dorso de la mano libre llevada a la frente mientras se burlaba de
mí—. Incluso las flores.
—No sabría decirte. —Las palabras salieron de mis labios antes de
darme cuenta de lo que estaba diciendo. Odiaba que Gabby se
preocupara por mí, y sabía que solo ese comentario la molestaría.
Sus hombros se hundieron mientras revolvía los huevos en la
sartén antes de coger pan y empezar a tostar. No dijo nada, pero
sentí su enfado desde aquí.
—Gabby.
—Es que… lo odio.
Me levanté y fui a la nevera, sacando el beicon.
—Lo sé, pero no tiene por qué gustarte. En cualquier caso, él es la
razón por la que aún te tengo.
Hizo una pausa y apoyó las manos en la encimera más cercana
antes de volverse hacia mí.
—Estoy aquí porque diste tu vida por la mía.
—Lo que no podría haber hecho sin él.
—Odio que te lo eche en cara. Que tengas que hacer todo lo que
dice por mi culpa.
La giré para que me mirara. Mis manos estaban firmes sobre sus
hombros mientras le sostenía la mirada y sonreía.
—No me arrepiento. Nunca lo he hecho y nunca lo haré. Sabía el
precio cuando se lo pedí aquel día. Preferiría responder a todas sus
llamadas como un perro con correa antes que perderte.
Sonrió suavemente.
—Lo sé. Solo me preocupo por ti. ¿Qué has estado haciendo todo
este tiempo? ¿Dónde has estado?
—¿Honestamente? —pregunté, dando un paso atrás—. En todas
partes. Kaden cree que encontró el Libro de Azrael.
—¿Qué? —Prácticamente se le salieron los ojos de las órbitas.
—¿Como el libro? ¿El que ha estado buscando desde siempre?
—Sí. Pero en este momento, no creo que sea real. Quiero decir,
¿cómo podría serlo si él no lo ha encontrado ya? Es antiguo, por
decir algo, y no es como si la Guerra de los Dioses hubiera ocurrido
ayer.
Dio un paso atrás, sacudiendo ligeramente la cabeza.
—Siempre supuse que un libro así estaría bien escondido.
—Sobre eso.
Encendió el horno para precalentarlo antes de girarse para
mirarme.
—Dianna.
Saqué una bandeja y papel pergamino. Me observó mientras
colocaba las lonchas de beicon en la bandeja antes de que yo
hablara.
—Recuerdas que te dije que los celestiales tenían un sistema de
clasificación.
—Dianna. ¿Qué has hecho?
—No es lo que hice, per se, pero Alistair…
Puso una mano en su cadera mientras subía la otra y se frotaba la
cara.
—Oh dioses.
—Creo que podríamos haber encontrado una forma de entrar en
la Ciudad de Arariel, lo que significa que podemos acercarnos a La
Mano, lo que significa estar más cerca de este libro que él cree que
existe.
—¿Y si lo hace? ¿Qué va a hacer?
Me encogí de hombros y volví a pasar junto a ella para coger las
tazas que había puesto. Nos serví un poco de café a cada una y dije:
—Sinceramente, no lo sé. Kaden habla de abrir reinos. Quiere que
seamos normales. Quiere que vivamos en un mundo en el que los
celestiales ya no nos agobien ni vivamos con miedo a La Mano.
—¿Agobien? —Me giré y capté su expresión de asombro—. ¿Hará
daño a la gente?
—Gabby, sabes que nunca dejaría que te pasara nada.
—Ya lo sé, pero ¿qué pasa con los demás, D? Si este libro
supuestamente crea normalidad para él y los suyos…
—Los nuestros —interpuse, levantando una ceja—. Soy tan de su
especie como tú.
—No, no necesito sangre ni comer gente para tener poder.
Las palabras quedaron suspendidas entre nosotras. Ella tenía
razón. No necesitaba alimentarse como el resto de nosotros, aunque
mi dieta de los últimos tiempos no fuera humana. Gabby era
diferente. Era lo más parecido a un mortal con una vida inmortal. Le
había preguntado a Kaden después de que nos cambiara por qué
Gabby no actuaba como Tobias, Alistair o yo. Dijo que estaba tan
cerca de la muerte que las partes que nos crearon la debilitaron.
Viviría más, pero no podría transformarse en lo que quisiera y no
tendría los impulsos que teníamos nosotros.
Gabby era diferente, pero sabía que era mucho mejor que
cualquiera de nosotros. El único poder que parecía tener era una
especie de empatía. Esa era la única forma en que podía describirlo.
Podía calmar a alguien, curarlo en cierto modo. Su voz
tranquilizaba, su tacto reconfortaba y su sola presencia parecía hacer
callar incluso al paciente más iracundo. No era un monstruo como
nosotros, sino un ángel nacido de la oscuridad más brutal.
—Gabby, no hay nada de qué preocuparse. El libro no existe. Han
pasado siglos desde la Guerra de los Dioses y partes de su mundo
cayeron. No queda nada, no importa lo que crea Kaden.
Me sostuvo la mirada por un momento, la mirada de
preocupación nunca abandonó esos ojos ámbar.
—Espero que tengas razón, D. De verdad
Sonreí suavemente.
—Oye, soy la hermana mayor, ¿recuerdas? Siempre he cuidado de
nosotras y siempre lo haré. Además, siempre tengo razón.
Resopló, puso los ojos en blanco y dio un sorbo a su café.
—Y sobre Rick —le dije, mirándola a través del vapor que salía de
mi taza mientras bebía un sorbo.
—Oh dioses, aquí vamos —dijo.
—Estoy a favor de la diversión desnuda feliz, pero sabes que es
temporal, ¿verdad? Quiero decir que estoy muy feliz de que por fin
tengas sexo, pero no quiero que esto sea como ese cachorro que
adoptaste hace años. Vivió una larga vida feliz y murió de viejo,
pero aun así lloraste durante casi seis años.
Se dio la vuelta mientras el horno emitía un pitido, avisándonos
de que estaba listo para el delicioso plato que Gabby iba a preparar
para el desayuno. Abrió la puerta de la nevera y se inclinó para
sacar algunas cosas.
—En primer lugar, me encantaba ese perro. —Se giró para
mirarme por encima del hombro—. Y segundo, ¿por qué tiene que
ser temporal?
—Gabby, ya hablamos de esto. Si vas a tener citas en serio, tienen
que ser de otro mundo. Rick es mortal. Él envejecerá mientras tú
seguirás siendo bonita y molesta para siempre. ¿Qué hará cuando
vea que nunca te salen arrugas ni manchas de la edad y que tu pelo
permanece perfecto por la eternidad?
Abrió el congelador, sacando lo que parecían rollos de algún tipo
antes de volverse hacia mí.
—Bueno, ¿y si le pido a Drake que lo cambie?
Casi escupo el café al oír su nombre. Cogí una toalla de papel y
me limpié la boca. Ella siguió moviéndose por la cocina, evitando el
contacto visual mientras sacaba un molde de la alacena.
—Espera, ¿qué? ¿Querrías que Rick fuera una criatura del Otro
Mundo? Gabby, eso es permanente. No puedes decidir convertir al
chico que te interesa en un vampiro.
—Bueno —hizo una pausa mientras se acomodaba unos
mechones de pelo detrás de la oreja—, como que quiero que Rick
sea un elemento permanente en mi vida. Quizá incluso la Marca de
Dhihsin.
Mi sorpresa debió de reflejarse en mi cara porque ella empezó a
morderse el labio, señal inequívoca de que estaba nerviosa y
esperaba mi reacción. No hablé porque no sabía qué decir. Sabía que
llevaban un tiempo flirteando, pero lo que Gabby decía significaba
que lo quería en su vida para siempre. Desde la Guerra de los
Dioses, las reglas y las costumbres habían cambiado. Mierda,
incluso la tecnología que teníamos ahora era diferente. La Marca de
Dhihsin no era un trozo de papel que te daban y que decía que
estabas unido al otro. Era más que permanente, y significaba que
eran uno en casi todos los sentidos de la palabra. Cuando la
obtenías, si funcionaba, se convertían en verdaderos compañeros, el
vínculo era el de las almas gemelas.
—Gabby… —empecé cuando ella metió los panecillos en el horno
y se volvió hacia mí. Levantó la mano y me interrumpió antes de
que pudiera continuar.
—Dianna, sé que es repentino desde tu perspectiva, pero has
estado fuera durante meses. Rick y yo nos hemos hecho muy
amigos, y algo cambió. Incluso antes de que lo viera como algo más
que un amigo, él estaba ahí para mí. Está ahí los días en que me
cuesta levantarme de la cama porque el trabajo es agotador. Está ahí
los días que estoy triste o estresada. Creo que me estoy enamorando
de él. —Sonrió para sí misma al admitirlo—. Sé que probablemente
te suene estúpido…
—No es así —respondí, aunque una parte de mí estaba triste.
Triste por haberme perdido esta parte de su vida. A veces me sentía
como una intrusa. Me metía en medio, veía fragmentos pero nunca
estaba realmente aquí para ella. Ahora mi hermana estaba
enamorada y no me lo había contado. No había habido llamadas
telefónicas en las que hablara efusivamente de él porque yo apenas
podía hablar con ella. No había películas nocturnas ni charlas en las
que me contara las alegrías y las dificultades del día porque yo no
estaba aquí—. Si esto es lo que quieres, me alegro por ti. Me alegro
de que alguien pueda estar aquí para ti cuando yo no puedo. Solo
quiero que seas feliz, lo sabes.
Prácticamente chilló mientras me envolvía en un abrazo lateral,
balanceándose conmigo.
—Te prometo que es genial y divertido y que a ti también te
encantará.
—Sí, sí. —Me aparté para sonreírle—. Si te rompe el corazón, me
comeré el suyo.
Arrugó la nariz, con los brazos todavía alrededor de mí.
—Bien, puaj.
—Solo digo.
Sacudió la cabeza y puso los ojos en blanco.
—Bien, evisceración aparte, ¿crees que Drake lo haría?
¿Convertirlo?
Las comisuras de mis labios se torcieron mientras le dedicaba una
sonrisa inocente.
—Así que, una historia divertida.

El tiempo que pasaba con Gabby era el único en el que volví a


sentirme humana. El primer día estuvimos en la playa casi todo el
día. Esa noche salimos a tomar unas copas antes de volver a su
apartamento. Al día siguiente no hicimos más que holgazanear y
cantar karaoke mientras saltábamos de sofá en sofá. Llevábamos el
pelo recogido en coletas ladeadas y la cara cubierta con una extraña
mascarilla en la que Gabby se había gastado demasiado dinero.
—¿Por qué solo tienes helado de menta? —grité desde la cocina
mientras mantenía abierta la puerta del congelador.
—¿Por qué odias las cosas que son deliciosas?
Resoplé y saqué el bote del congelador antes de cerrar la puerta.
—Voy a comprarte los doce sabores nuevos que han salido
porque esto es muy triste —dije mientras cogía dos cucharas del
cajón de la cocina más cercano. Me senté a su lado en el sofá y le di
una.
—Menos hablar y más compartir. —Se rio entre dientes mientras
abría la gran manta y nos tapaba con ella. Tomé una cucharada de
helado, le pasé el bote y encendí la televisión.
—¿Qué quieres ver? —pregunté, cambiando de canal.
—Oh, mira el canal treinta y uno, había una película linda que
quería ver.
Me volví para mirarla mientras se metía una cucharada de helado
en la boca.
—¿Es un romance otra vez?
Se encogió de hombros y me dedicó una sonrisa angelical.
—Tal vez.
Negué con la cabeza y me comí el helado mientras me desplazaba
por los canales hacia el programa que ella quería. Me detuve cuando
las palabras que bailaban en la parte inferior de la pantalla captaron
mi atención. Un presentador de noticias hablaba de un reciente
terremoto cerca de Ecanus.
—Lo extraño de esto es que ni siquiera fue un gran terremoto para
la zona. El único daño real fue en los tres templos antiguos. —La
mujer continuó mientras en la pantalla aparecían imágenes de las
antiguas ruinas. Eran similares a otras que habían aparecido en
Etherworld al final de la Guerra de los Dioses. Se me revolvió el
estómago y me levanté bruscamente, casi tirando la mesita. ¿Dónde
estaba mi teléfono?
—¿Dianna? ¿Está todo bien? —Oí la voz de Gabby desde el salón
mientras corría hacia su dormitorio. Mierda, ¡tenía que encontrar mi
teléfono! ¿Y si Kaden había llamado y yo lo había perdido? ¿Un
terremoto en Ecanus? Era raro, por no decir otra cosa, y lo de los
templos no podía ser una coincidencia.
Empujé la puerta de su dormitorio y me detuve justo dentro,
echando un vistazo a su habitación. Su cama estaba hecha y la
puerta del baño, a mi izquierda, estaba abierta de par en par. Vi mi
teléfono en la cómoda más cercana a su cama. Exhalé un suspiro de
alivio y lo cogí.
Mi corazón se calmó en mi pecho cuando vi que no tenía ningún
mensaje nuevo. Bien, no había perdido ninguna llamada, pero sabía
que el terremoto no había sido un acto fortuito de la naturaleza. Lo
sentía en mis entrañas. Me di la vuelta y salí de la habitación,
llevándome el teléfono conmigo. Gabby se levantó y dejó su helado
en la mesa cuando volví a entrar.
—¿Todo bien?
Asentí y volví a sentarme. Gabby se acurrucó a mi lado. Esperó a
que contestara, con los ojos llenos de confusión y preocupación.
—Sí, lo siento, me pareció oír mi teléfono.
Sus ojos se entrecerraron, diciéndome que no me creía de verdad,
mientras volvía la vista del teléfono que tenía en la mano al
televisor. No le di la oportunidad de hacer otra pregunta mientras
cogía el mando a distancia y cambiaba de canal.
—¿Qué película querías ver?

Gabby no invitó a Rick ni una sola vez mientras estuve allí.


Quería pasar tiempo conmigo, cosa que yo agradecía. Los días que
ella tenía que trabajar, yo me quedaba casi siempre dentro,
saqueando sus armarios en busca de comida y relajándome. Era
agradable no estar de guardia para variar, pero no dejaba de mirar
el móvil por miedo a perderme una llamada o un mensaje. El
terremoto me había puesto en alerta. Sabía que Kaden no se había
quedado de brazos cruzados mientras yo estaba fuera, pero
preguntarme qué estarían tramando me dejó con una sensación de
inquietud. Incluso había salido corriendo de la ducha, con el pelo
lleno de jabón y empapado, creyendo haber oído sonar el teléfono y
temiendo perdérmelo. Me aterrorizaba que Kaden apareciera y me
llevara de vuelta, pero a medida que los días se convertían en una
semana, me sentía más cómoda, menos nerviosa. Eso es lo que
Gabby hizo por mí. Me conectó a tierra. Su proximidad mantuvo a
raya a la bestia que me acechaba por dentro. Nunca se iba de
verdad. Solo descansaba y esperaba.
En su siguiente día libre nos subimos al coche para que Gabby me
enseñara los alrededores. Mientras conducía, dejé la mano fuera de
la ventanilla abierta, haciendo ondas al viento mientras veía pasar
las ondulantes colinas. El aire veraniego tenía una pizca de frío que
me decía que el otoño estaba a la vuelta de la esquina.
—Quiero llevarte a un par de tiendas. Te prometo que te
encantarán —dijo Gabby mientras bajaba el volumen de la radio.
Asentí con la cabeza mientras ella aminoraba la marcha, el tráfico
se hacía más denso cuanto más nos acercábamos al centro. Los
coches eran todos elegantes y afilados, todo se parecía a ese estilo
ahora. Era otro recuerdo de las criaturas que habían caído del cielo
hacía siglos. Habían cambiado el tejido mismo de nuestro mundo.
—¿Cómo crees que será el mundo dentro de diez años?
—¿Eh? —Me miró—. ¿Qué quieres decir?
Me removí en el asiento, cruzándome de brazos mientras la
miraba.
—Los celestiales. Han impactado tanto en Etherworld, que me
pregunto cuánto más cambiarán nuestro mundo.
—Realmente los odias, ¿verdad?
Resoplé.
—¿A que sí? Ellos son la razón de que mamá y papá se hayan ido,
y de que nuestro hogar prácticamente no exista.
—D, ellos no mataron a mamá y papá, lo hizo la plaga.
—La plaga fue causada por cualquier bacteria que trajeron con
ellos.
Suspiró.
—Eso fue solo una coincidencia. No hay pruebas de que fuera la
causa. Además, trabajo con algunos celestiales. Son simpáticos.
—¿Qué? —Me incorporé tan rápido que el cinturón de seguridad
prácticamente me ahogó. Me ajusté el repentino agarre que tenía
sobre mi pecho.
—Gabby, no puedes ser amiga de ellos. Si saben lo que eres,
intentarán hacerte daño.
Me miró y se encogió de hombros.
—No, no lo haré ni ellos tampoco. Solo he hablado con ellos un
par de veces de pasada. Parecen normales.
—No son normales y no son amigos. Por favor, dime que te
mantendrás alejada. Si saben lo que eres o si Kaden lo descubre…
—¿Él qué? ¿Los matará? —Me miró de reojo con una risa falsa.
No respondí.
—Oh, mis dioses. Lo haría, ¿verdad?
—Sabes que lo haría. —Puse el brazo debajo de la barbilla y me
volví para mirar por la ventana abierta. Ninguna de las dos dijo
nada más.
Aparcamos y paseamos por las zonas de mercado que a ella le
obsesionaban. Después de unas horas comprando cosas que no
necesitábamos, se nos abrió el apetito y paramos en un pequeño
restaurante.
El local estaba lleno, pero no nos importó. Pedimos una mesa al
fondo porque me gustaba vigilar todas las salidas. Llámalo un
hábito de mi estilo de vida, pero nunca me ha gustado tener la
espalda al descubierto en ningún sitio. Estábamos riendo y
comiendo mientras nos peleábamos por el último bocado de postre
cuando ella dijo:
—Esto ha estado bien. Te he echado de menos.
Le sonreí, de verdad.
—Así es. Yo también te he echado de menos. ¿Ahora, a las tres las
abrimos?
Agarró uno de los caramelos rojos y rosas que contenían la
fortuna del año. Sabía que no eran fortunas de verdad, pero a Gabby
le encantaba el misterio del «y si…».
—Sabes que vas a abrir antes de las tres. No controlas tus
impulsos.
—Pff. —Puse los ojos en blanco y me recosté en la silla—. Yo
tengo todo el control.
Se limitó a negar con la cabeza mientras esperaba mi cuenta atrás.
Empecé, y a la de tres los abrimos y partimos por la mitad. Saqué el
papel del mío y leí,
—Se avecina un gran cambio.
—Bueno, eso es estúpido. —Suspiré y me metí el caramelo en la
boca. Miré a Gabby—: ¿Qué dice el tuyo?
Se encogió de hombros y me lo dio.
—Bueno, no me dijo que ganaría una gran suma de dinero, así
que es un fastidio.
Solté una risita y cogí el papelito, leyendo en voz alta:
—Un solo acto puede cambiar el mundo.
Me encogí de hombros y se lo devolví.
—O soy vieja, o estas fortunas ya no tienen sentido.
—Bueno, parece que estás empezando a tener arrugas. —Levantó
las manos dándose palmaditas alrededor de los ojos—.
Especialmente aquí.
Arrugué la servilleta y se la tiré.
—Cállate.
Se rio de mí antes de darle otro bocado a su comida.

Como no quería quedarme en casa esa noche, convencí a Gabby


para salir. Le dije que invitara a Rick, pero me dijo que trabajaba
hasta tarde. Nuestro plan era ir a tantos sitios como pudiéramos
antes de que saliera el sol.
Gabby llevaba el pelo rubio y castaño rizado, con ondas que
bailaban contra la espalda de su vestido blanco entallado. Le llegaba
a medio muslo y prácticamente tuve que rogarle que se lo pusiera
esta noche. Le dije que si Rick se pasaba por allí, le encantaría.
Incluso la convencí para que se hiciera unas fotos sexis y se las
enviara en el coche de camino al club. Había optado por un vestido
verde corto y suave. La parte de arriba se anudaba alrededor del
cuello y dejaba al descubierto los brazos, los hombros y la espalda.
Dejé que Gabby me rizara el pelo y me lo peinara medio recogido
medio suelto.
El club ya estaba lleno cuando llegamos. Tenía tres plantas, y la
gente abarrotaba todos los pisos, bailando, riendo y flirteando. El
recuerdo de la destrucción que había infligido a Drake y a su club en
Tirin amenazaba con abrumarme de dolor. Cerré los ojos con fuerza,
intentando silenciarlo.
—¿Estás bien? —gritó Gabby, tirando de mí hacia el interior. Abrí
los ojos, asintiendo y forzando una sonrisa. No estaba allí. Estaba
con ella. «Estoy bien». Seguimos arrastrando los pies hacia el
interior y aparté los pensamientos sobre Drake.
Bailamos durante horas, parando solo para tomar un trago antes
de volver a la pista. No podías moverte sin chocar con alguien. Una
gran lámpara de araña ocupaba el techo desde la entrada hasta la
puerta trasera. Luces de colores bailaban sobre la multitud mientras
todos reían y cantaban al ritmo de la música. Hacía tanto tiempo que
no me sentía tan libre. Había olvidado lo que era dejarse llevar por
una noche. Bailamos con cualquiera que se acercara, hombres o
mujeres, no importaba, solo nos divertíamos.
Después de la siguiente canción, Gabby me sujetó y me señaló el
fondo y el baño. Una luz de neón parpadeante señalaba nuestro
objetivo mientras nos abríamos paso entre la multitud, chocando
con la gente y disculpándonos a medio reír como tontas.
Nuestra diversión se esfumó cuando vimos la cola. Suspiramos,
sabiendo que no teníamos muchas opciones. Gabby se recostó
contra la pared y se masajeó los tobillos mientras esperábamos.
—Hacía tanto tiempo que no hacía esto que olvidé cuánto me
suelen doler los pies por las mañanas. —Se rio mientras se
enderezaba—. Bueno, excepto que prácticamente vives en tacones.
Le devolví la sonrisa mientras la música a nuestras espaldas
retumbaba con fuerza.
—Sí, pero eso también es porque soy masoquista.
Me dio un manotazo en el brazo y soltó una risita.
—Qué asco.
—Estoy bromeando. Estoy bromeando. —Le devolví la sonrisa—.
Mayormente.
Sacudió la cabeza y me sonrió.
—Pero me divierto. Deberíamos hacer esto más a menudo. —Hizo
una pausa—. Bueno, cuando podamos.
Asentí, sabiendo que una vez que tuviera que irme,
probablemente no volveríamos a estar juntas en meses. La fila
avanzó y nosotras avanzamos unos pasos. Gabby se apoyó en la
pared mientras yo me balanceaba sobre los talones. Varias mujeres
pasaron al salir del baño, pero solo una me llamó la atención. Dejé
de balancearme y me erguí, con todos mis instintos en alerta. Su piel
era más oscura que la mía, de un tono marrón más intenso, y el
vestido púrpura brillante que llevaba acentuaba unas curvas que
harían que cualquier ser vivo se fijara. Era alta, con el pelo negro
azabache suelto cayendo en gruesos rizos por su espalda.
Me recordaba a una diosa con vida mortal. Las mujeres de la cola
la miraban fijamente, y sus comentarios y susurros teñían el aire de
celos. Ella me miró a los ojos, sonrió suavemente y me saludó con la
mano. Los anillos de plata que decoraban los dedos de sus dos
manos captaron las luces parpadeantes y parecieron brillar. Siguió
por el pasillo y entró en el club. La seguí con la mirada mientras
desaparecía entre una oleada de gente bailando. Me volví hacia
Gabby, con una extraña sensación en el cuerpo. Se me erizó el vello
de los brazos y un escalofrío me hizo estremecer. ¿Celestial? Me
aparté ligeramente de la pared, esperando sentir ese cosquilleo
similar a la electricidad estática que desprendían, pero nada.
—Es tan bonita, antinaturalmente bonita —dijo Gabby, señalando
con la cabeza hacia donde había desaparecido—. ¿Quieres ir a
hablar con ella?
Negué con la cabeza y le sonreí, pero el nudo en el estómago me
decía que algo iba mal.
—No, estoy bien, además tengo que hacer pis. —Avanzamos
arrastrando los pies, con los pelos de los brazos aún erizados en
señal de alerta y el corazón latiéndome con fuerza como si una
amenaza rondara cerca.
¿Había llamado Kaden y yo no había contestado? ¿Estaba aquí
ahora? Extendí la mano.
—Gabby, necesito mi teléfono. —Metió la mano en su pequeño
bolso y me lo dio sin decir nada. Lo comprobé y exhalé un silencioso
suspiro de alivio. No tenía llamadas ni mensajes perdidos.
—¿Va todo bien? —preguntó Gabby cuando me volví para mirar
hacia donde la mujer había desaparecido entre la multitud de
bailarinas que se retorcían.
Asentí mientras la fila avanzaba de nuevo.
—Sí, todo está bien.
Después de ir al baño, volvimos a la pista de baile, riendo y
bailando al ritmo de las siguientes canciones. Seguía teniendo una
sensación de inquietud que me subía por la espalda y que no podía
concentrarme ni explicar. Era como si mi cerebro intentara decirme
algo, pero yo no tenía palabras. Estábamos a mitad de la canción
cuando Gabby se separó y empezó a chillar. Me giré para ver qué
había provocado su excitación y vi a Rick abriéndose paso entre la
multitud como podía. Me rodeó y corrió a sus brazos. Su alegría al
verlo era evidente en su sonrisa y en los besos que le dio en la cara
cuando él la levantó contra sí. Me limité a sonreír e hice un gesto
hacia la barra, dejándolos bailar mientras iba por más tragos. Me
incliné sobre la barra para llamar la atención del camarero. Él miro
dos veces y terminó las bebidas que estaba preparando antes de
acercarse.
—Dos tragos de tequila —prácticamente grité por encima de la
música. Asintió y se echó una toalla al hombro antes de volverse por
las bebidas. Cuando me las puso delante, me bebí el primero de un
trago, sin sentir ni siquiera un cosquilleo en la garganta. Suspiré y
me volví hacia la pista de baile. Desde aquí podía ver la sonrisa de
Gabby mientras miraba a Rick. Una cálida burbuja envolvió mi
corazón. Me encantaba verla feliz.
—Tu amiga parece feliz.
Las palabras me tomaron desprevenida. Estaba tan distraída
mirando a Gabby que no lo había sentido acercarse. Me volví hacia
el desconocido, inclinando el cuerpo en una postura más defendible.
Llevaba el pelo corto a los lados de la cabeza, con ondas profundas
en la parte superior. Estaba apoyado en la barra junto a mí, con su
musculosa complexión, observando el lugar donde Gabby y Rick
habían sido engullidos por la multitud. Me miró mientras se volvía
hacia la barra y daba un sorbo a su bebida. ¿Cuánto tiempo llevaba
aquí y yo no me había dado cuenta?
—No es mi amiga —respondí fríamente—. Mi hermana.
Sonrió y el brillo de sus dientes perfectos me puso la carne de
gallina.
—¿Hermana? Mis disculpas.
Le devolví la sonrisa, concentrándome en él, con todo mi instinto
despierto y en alerta. Era guapo como un chico malo. Llevaba la
barba perfectamente recortada y cuidada. Los tatuajes que
adornaban el dorso de su mano y brazo izquierdos se recortaban
sobre su tez oscura. Desaparecían bajo la manga remangada de su
camisa y le daban un aspecto aún más sexi y peligroso. Mis ojos se
fijaron en los gruesos anillos de plata que decoraban algunos de sus
dedos. Tenían un extraño surtido de giros y vueltas, el metal macizo
parecía brillar e irradiar un poder desconocido.
Movió los dedos.
—Herencias familiares.
Lo miré a los ojos, me di cuenta de que debía de estar mirándolo
fijamente y le dediqué una pequeña sonrisa.
—Genial.
Había algo en él que me resultaba extraño. La piel de gallina
seguía decorando mis brazos mientras me concentraba en filtrar la
música a todo volumen y los olores de todos los humanos del lugar.
El sudor, la lujuria, el vómito y el alcohol se desvanecieron. Oí el
latido de su corazón, un ritmo lento y constante. Olía a humano, a
colonia y un toque de cítricos, pero nada de otro mundo.
La música volvió en un instante, su voz inundó mis oídos una vez
más.
—¿Estás bien? —Su ceja se arqueó mientras bebía otro trago.
—Bien. —Asentí con la cabeza, sonriendo suavemente.
—Así que —levantó su copa, dando un sorbo—, ¿estás aquí sola
con tu hermana o…?
Dejó escapar las palabras y supe lo que quería decir.
Normalmente, estaría encantada de complacer lo que me ofrecía. Me
habría tentado si hubiera sido en cualquier otro momento, pero
estaba aquí con mi hermana, la hermana a la que rara vez veía.
Tomé mi último trago y lo devolví de golpe antes de colocar el
vaso vacío en la barra frente a mí. Di un paso al frente y él se irguió
al invadir su espacio. En cierto modo me molestó descubrir que,
efectivamente, era más alto que yo. Muchos hombres no podían
afirmar lo mismo.
—Mira, lo entiendo. Tienes toda esta cosa de chico malo a tu favor
y estoy segura de que a muchas mujeres aquí les encantaría que las
doblaras sobre esta misma barra, pero no voy a ser yo. Créeme, en
realidad te estoy haciendo un favor porque lo digo en serio cuando
digo —hice una pausa, una lenta sonrisa curvando mis labios—, que
te comería vivo.
Le di una palmada en el brazo y me alejé, dejándolo en la barra.
Me abrí paso entre la multitud, intentando ir hacia mi hermana. Rick
y ella seguían riendo mientras bailaban uno alrededor del otro. En
cuanto vio mi cara, se detuvo y Rick chocó con ella.
—¿Qué pasa? —gritó por encima de la música.
—Nada —respondí, acercándome la mano a la boca—. Solo estoy
un poco cansada. Dame mi teléfono y nos vemos en el apartamento.
Los ojos de Gabby recorrieron los míos, pero asintió con la cabeza
y me entregó el teléfono. Me incliné hacia delante, le di un beso en la
mejilla y me despedí de Rick con la mano antes de salir del club.
Empujé a la creciente multitud de recién llegados y salí por la
puerta, donde me recibió el aire fresco de la noche. La gente se
arremolinaba en el paseo marítimo, riendo y bromeando en los
charcos de luz creados por las farolas. Levanté el teléfono para
comprobar una vez más si tenía llamadas o mensajes perdidos, pero
la pantalla seguía vacía. Mi inquietud no disminuyó cuando lo bajé
a mi lado y dejé que mi cuerpo se adentrara en una niebla negra y
sombría.
CAPÍTULO 5
Dianna
Habían pasado dos semanas desde que supe de Kaden o de los
otros. Dos semanas para pasar tiempo con mi hermana. Me
encantaba, pero esa sensación de inquietud me obligaba a mirar el
teléfono. No podía ubicarla, pero sabía que algo debía andar mal.
Gabby y yo acabábamos de ver una película en el cine local y
caminábamos por el soleado paseo marítimo hacia un restaurante al
aire libre.
Los pájaros cantaban en los árboles que bordeaban el camino y la
gente con la que nos cruzábamos reía y estaba contenta. Todo el
mundo disfrutaba del sol de la tarde. Gabby llevaba un gran
sombrero marrón y las gafas de sol negras más grandes que jamás
había visto. Me había burlado de ella todo el día. Su piel bronceada
brillaba, compensada por su camiseta blanca de tirantes y sus
pantalones cortos azules hechos jirones. Su sencilla y discreta belleza
atrajo algunas miradas y cumplidos de los peatones que pasaban.
Yo había optado por una camiseta de tirantes negra, con el
dobladillo ondeando sobre una falda de cuero blanca. Yo era su
opuesta en todos los sentidos, aunque las dos llevábamos sandalias
blancas a juego. A ella le gustaban porque dejaban ver la pedicura
que nos habíamos hecho esta mañana.
—Este es uno de mis sitios favoritos —dijo Gabby, agarrándose el
sombrero cuando se levantó el viento. Se dirigió a la entrada abierta,
pasando por debajo del cartel que rezaba The Modern Grill. Mesas y
sillas rodeaban la barra y del techo colgaban televisores. El local
estaba abarrotado y el ruido nos acosaba a medida que nos
acercábamos.
—Parece ocupado. Quizá deberíamos haber reservado.
—No te preocupes, conozco al dueño.
Sonreí.
—¿Cuántas veces has estado aquí?
Me sonrió, pero su tono era amable cuando dijo:
—No tantas, pero su mujer tuvo que ser operada del corazón hace
un mes y yo fui su enfermera. Son súper dulces y me dijo que
siempre tendría una mesa aquí pasara lo que pasara.
—Ah, mi hermana, la dulce cuidadora —bromeé mientras la
seguía más adentro.
Gabby me dio un manotazo juguetón antes de volverse para
saludar a un señor mayor. El dueño se alegró mucho de verla y, tras
las presentaciones, nos sentaron. Pensé que comeríamos dentro,
pero la camarera nos llevó a una terraza en la parte trasera del
restaurante. Las mesas estaban un poco más separadas y la vista del
océano que se extendía ante nosotras era impresionante.
Unas cuantas personas estaban aquí fuera con nosotros,
admirando el día y comiendo. La cálida brisa marina me enroscó el
pelo alrededor de la barbilla y aparté las piezas de mi camino.
Gabby se quitó el sombrero y lo colocó en el borde de la mesa
mientras nuestra camarera tomaba nota de nuestros pedidos.
Observamos cómo unos niños se burlaban de las olas que rompían
contra la orilla, sus risas eran una canción en el aire.
—Esto… Esto es el paraíso. No creo que pueda cansarme nunca
del océano —dijo Gabby, sacándome de mis pensamientos.
—Sí, definitivamente es mejor que los océanos de arena en los que
crecimos. —La miré mientras seguía observando a los niños en la
playa, con una sonrisa burlona en los labios. El sol iluminaba las
ondas de su pelo, dándole un aspecto casi angelical.
—Me recuerdas a mamá. —Junté las manos bajo la barbilla
mientras hablaba—. Te pareces a ella, sobre todo cuando se trata de
ayudar a los demás. Sé que estaría orgullosa.
Gabby se volvió hacia mí y sus ojos se iluminaron de placer.
—Eso espero. Y por favor, si yo me parezco a mamá, tú
definitivamente te pareces a papá. Cabezota, siempre tratando de
cuidar de todos menos de sí misma, y esa actitud. —Silbó por lo
bajo—: Definitivamente, papá.
No pude evitar reírme.
—Los echo de menos. A veces me pregunto cómo habría sido
nuestra vida si no hubieran enfermado.
—Yo también. —Suspiró—. Pero tengo que creer que todo pasa
por una razón, incluso cosas como esa. No podemos vivir en el
pasado, D, nada crece allí.
—Oh, tú y ese molesto optimismo.
Soltó una risita.
—Alguien tiene que serlo. ¿Recuerdas aquella excursión que
hicimos en Ecanus? Pensabas que nos perderíamos porque no sabías
leer la brújula. Fue una de mis vacaciones favoritas, aunque me
metiera en problemas por alimentar a la fauna. —Se rio, tapándose
la boca con las manos al recordarlo—. Me encanta la libertad que me
diste.
Gabby bajó las manos y me sonrió, pero yo sentí que la mía se
deslizaba lentamente. Nunca habíamos hablado de mi sacrificio. De
lo que di para que ella pudiera vivir. No nos gustaba pensar en el
precio, y resultaba en una pelea cada vez que salía el tema. No le
gustaban ni Kaden, ni Tobias, ni Alistair y nunca le gustarían. No
entendía el poder que él tenía sobre mí, y yo no quería que sintiera
que era culpa suya. Me había quedado por ella, había sufrido por
ella, y lo volvería a hacer sin dudarlo.
—Sí, y todo lo que tenías que hacer era casi morir —bromeé
mientras el camarero volvía con nuestra agua y nuestros aperitivos.
Mezcló las verduras de su ensalada, cubriéndola con un fino aliño
mientras removía.
—Hablo en serio. Soy feliz aquí con mi trabajo y mi vida. También
quiero eso para ti.
Se me hundió el estómago. Sabía a dónde iba esto.
—Gabby.
—¿Qué? —preguntó inocentemente, con la atención puesta en su
ensalada—. Solo digo…
—No puedo renunciar, y no quiero discutir contigo por ello —la
corté, con voz severa—. Lo sabes, y sabes que odio hablar de ello.
Sacudió la cabeza y dejó el tenedor en el suelo.
—¿Lo has intentado siquiera?
—Gabby. En serio. No puedo. ¿Has pensado siquiera en lo que
eso significaría? Es casi mi dueño. ¿Recuerdas lo que acabamos de
decir sobre la vida que tienes? Eso tiene un precio. Un precio del que
a ninguna de las dos nos gusta hablar.
—Lo sé. —Su voz era suave, pero contenía una pizca del mismo
temperamento que teníamos las dos. Puede que no tuviera mis
poderes, pero mi hermana era luchadora, sobre todo cuando se
trataba de los que consideraba suyos. El fuego que ardía bajo
nuestra piel estaba ahí en ella, el mío era solo literal.
—Pero…
Dejé el tenedor y apoyé la cabeza en las manos, con la frustración
en la voz.
—No hay ningún pero, Gabs. Él es mi dueño. No sé cuánto más
claro puedo decirlo.
—Nadie es tu dueño.
Sentí que el Ig'Morruthen que yacía bajo mi piel se despertaba y
solté las manos. Mis ojos se encendieron y pude ver las brasas
reflejadas en las gafas de sol que llevaba sobre la cabeza.
—Así es, y en todos los sentidos. Podemos fingir que estas dos
últimas semanas son reales y que somos las hermanas perfectas que
se trenzan el pelo, salen de copas y se pintan las uñas. Pero la
verdad absoluta es que no lo somos. Ambas morimos hace siglos en
ese maldito desierto. Quieras admitirlo o no, somos diferentes, yo
soy diferente.
Mi hermana no se inmutó. No me tenía miedo y sabía que nunca
le haría daño.
—No puedes culparme por querer que seas feliz. Quiero algo
normal para ti, algo aparte de las migajas de pan que te da para
mantenerte a raya.
—Gabby. Esto no es una película que ves en la tele donde todos
viven felices para siempre. Ese no es mi mundo, nunca lo fue. No
hay flores, ni palabras bonitas, ni dulces promesas. Mi mundo es
violento, real y permanente.
Sacudió la cabeza, las ondas de su pelo bailando con el
movimiento.
—¿Crees que no sé lo que pasa aunque no me lo digas? Vi los
moratones cuando llegaste. No duermes, das vueltas en la cama
cada noche. Estás al límite todo el tiempo. Veo cómo vigilas puertas
y ventanas, cómo actúas cuando salimos. Veo cómo te estremeces
cuando alguien te roza. ¿Por qué no te defiendes? Tienes las
habilidades y eres fuerte. ¿Por qué lo dejas…?
—¡Basta! —Golpeé la mesa con las manos, haciendo que todo
temblara y gimiera. Sabía que se había partido por la fuerza, pero el
mantel ocultaba las grietas. Varias personas dejaron de comer y se
quedaron mirándonos. Los que estaban dentro del edificio no se
dieron cuenta de la conmoción, el ruido nos ahogaba. Cerré los ojos
con fuerza, deseando que las llamas retrocedieran.
—Mira —abrí los ojos y miré a Gabby, poniendo mi mano sobre la
suya—, tengo todo lo que puedo desear. Dinero, demasiada ropa
que robas siempre que puedes, y puedo ir literalmente a cualquier
parte del mundo. Quiero decir que te gustan las vacaciones que
hemos tenido. Tú misma lo has dicho.
—Eso es material, D. No te completa.
—Me basta.
Gabby retiró su mano de debajo de la mía y se secó una lágrima
de la mejilla.
—Lo dejaste todo por mí, y ahora estás atada para siempre a
alguien que nunca te amará, nunca se preocupará por ti más allá de
lo que puedas hacer por él.
—Lo sé, pero eso no es realista. No para mí. Este no es uno de
esos cuentos de hadas que tanto te gustan. No hay ningún caballero
de brillante armadura que venga a salvar el día. Solo estoy yo. Solo
nosotras. Cuidamos la una de la otra. —Me dolía el corazón. No lo
había dicho, pero sabía que Kaden no me quería, ni yo a él. Todo lo
que Gabby quería era lo mejor para mí, lo mismo que yo quería para
ella, y eso me rompía—. Oye, mírame. —Cuando lo hizo continué—:
No me arrepiento, ¿sabes? Ni un segundo. Daría mi vida mil veces
por ti.
—No deberías tener que hacerlo. —Su labio tembló y me di
cuenta de que esto la había estado molestando desde que llegué.
Había guardado sus sentimientos tras el mismo tipo de muro que yo
construí alrededor de mis emociones.
Odiaba verla triste, aunque fuera por un segundo, así que hice lo
de siempre y traté de aligerar el ambiente.
—Oye, lo último que recuerdo es que soy la hermana mayor aquí,
¿bien? Yo cuido de ti. Es como mi trabajo, pero con unas
prestaciones terribles. La sanidad es una mierda, y ni siquiera hablo
de la cantidad de dinero que me gasto en las llamadas a cobro
revertido cuando estoy fuera de la ciudad. —Se rio amargamente
mientras se limpiaba con cuidado debajo de los ojos.
El camarero volvió con la comida y nos llenó los vasos. Gabby
sonrió mientras cogía el tenedor y daba vueltas a unas hebras de
pasta. Se llevó el bocado a la boca, pero se detuvo. Sus ojos se
abrieron de par en par mientras miraba a mi lado, y fue entonces
cuando lo sentí. Un escalofrío me recorrió la espalda y supe que la
oscuridad me acechaba. Los pájaros habían desaparecido, los niños
habían dejado de reír e incluso el sonido de las olas estaba apagado.
Era como si la vida misma se hubiera escabullido y escondido de lo
que acababa de llegar. Me levanté lo bastante rápido como para
voltear mi silla y giré, sujetando a Tobias por el cuello.
—Ya sabes lo que pasa cuando la gente se me acerca a hurtadillas,
sobre todo cuando estoy con ella —siseé, con las uñas alargadas
presionándole la garganta. Él solo sonrió ante mi amenaza, sus ojos
eran un reflejo de los míos mientras se inclinaba hacia mi agarre.
Sabía que no podía hacerle daño ni a él ni a Alistair. No podía
matarlos porque sería una sentencia de muerte para Gabby y para
mí.
Se mordió el labio y me rodeó la muñeca con la mano.
—Aprieta más fuerte, casi siento algo.
Puse los ojos en blanco y lo solté con un ligero empujón antes de
enderezar la silla y volver a sentarme.
La risa de Alistair llenó el patio exterior.
—Alguien está tenso. ¿Nos echas de menos? —No le contesté ni
Gabby se movió ni dijo una palabra. Alistair se volvió hacia ella—.
Bonito día, ¿verdad? —Oí el roce de una silla de metal cuando trajo
una de una mesa cercana. La volteó y se sentó a horcajadas sobre
ella con sus largas piernas mientras se sentaba a mi lado.
Se me hizo un nudo en el estómago y cogí el teléfono, temiendo
haber perdido la llamada de Kaden, pero cuando se iluminó la
pantalla vi que no tenía mensajes. Apreté la mandíbula, molesta por
no haberlos percibido antes. ¿Cuánto tiempo llevaban cerca? ¿Nos
habían oído a Gabby y a mí? Tobias acechaba en mi periferia y me
concentré en controlar mi irritación, él sabía que odiaba cuando
hacía eso.
—¿Qué están haciendo aquí? —pregunté, volviéndome hacia ellos
dos—. Kaden no ha llamado.
Alistair se acercó, cogió una albóndiga del plato de Gabby y se la
metió en la boca. Miró a Tobias y tragó saliva antes de decir con una
sonrisa:
—Está ocupado.
Se rieron de alguna broma privada. No me importaba. Siempre
habían tenido sus secretos. Era algo a lo que me había acostumbrado
con los años.
El viento cambió y se me hizo la boca agua. Luché contra el
hambre y dije:
—Los dos apestan a sangre con un toque de algo extraño. ¿Qué
está pasando? ¿Por qué no ha llamado?
Alistair sonrió con satisfacción, sacudiendo la cabeza.
—¿No te quejas siempre de que nunca puedes ver aquí a tu
encantadora hermana? —dijo, mirando fijamente a Gabby, con un
brillo depredador en los ojos. Gabby permaneció callada y quieta,
sin apartar los ojos de ellos.
—Además —cortó Tobias—, no te necesitaban.
Alistair volvió a reírse.
—El eufemismo del siglo. —Tobias se echó a reír.
Gabby golpeó la mesa con el tenedor.
—No le hables así —espetó antes de darse cuenta de lo que había
dicho. Los dos se volvieron hacia ella, rápidos como víboras en
carne viva, la sonrisa y la risa desaparecidas.
—¿Ah, sí? ¿Y cómo quieres que hable con ella, eh? ¿O quizás que
hable contigo? —Alistair sonrió fríamente mientras se inclinaba más
hacia ella—. Sabes, no me costaría mucho meterme en esa cabecita
tan bonita que tienes. Podría obligarte a hacer lo que quisiera. En
cualquier momento, en cualquier lugar. —Sus ojos la recorrieron—.
En cualquier lugar.
—Alistair. —Era una advertencia. Podían hablarme como
quisieran, amenazarme, pero nadie le faltaba al respeto a Gabby.
Se dio la vuelta, sabiendo muy bien que me había molestado.
Gabby no dijo nada mientras se reclinaba en su silla, alejándose de
él.
—No te preocupes, Dianna, conocemos las reglas. Nadie toca a tu
preciosa hermana —dijo. Estaba claramente molesto, pero perdió el
interés cuando pasó una camarera pequeña y pechugona.
—Basta de charla. —Tobias suspiró, cruzándose de brazos—.
Kaden está impedido en este momento por lo que estamos aquí para
recogerte. Tu visita ha terminado.
Los ojos de Gabby se encontraron con los míos mientras mi
corazón se hundía. Dos semanas, al menos me habían dado dos
semanas.
No dije nada mientras me levantaba. Alistair se levantó de un
empujón y yo me acerqué a Gabby. Ella se levantó y yo la abracé con
fuerza, susurrándole cerca del oído:
—Volveré en cuanto pueda. Lo prometo. —Me aparté, sujetándola
suavemente por los brazos—. Recuerda que te quiero.
Asintió una vez más antes de que la soltara. La rodeé y me
acerqué a Alistair y Tobias.
—¿Dónde nos necesitan ahora?
Alistair se frotó las manos lentamente.
—Oh, te encantará. Vamos a volver a El Donuma.
Se me cayó el estómago.
—Ophanium para ser exactos. Nuestro pequeño amigo celestial
Peter finalmente avanzó.
—¿El Donuma? Pero eso es territorio de Camilla. Sabes que me
odia.
Alistair solo se encogió de hombros.
—Le teme mucho más a Kaden.
—Deja de hablar —espetó Tobias y me volví para mirarlo. Sus
ojos no estaban fijos en mí, sino en algo o alguien que había dentro
del restaurante. El rojo de sus iris empezó a arder y seguí su mirada.
No vi ninguna amenaza. No había seres del Otro Mundo en las
inmediaciones.
—¿Aquí? —preguntó Alistair, mirando fijamente a Tobias y luego
hacia el restaurante.
Tobias negó con la cabeza y Alistair maldijo.
—¿Qué pasa?
—Nada. —Tobias rompió finalmente su mirada, pero miró a
Alistair en su lugar. Escudriñé la zona una vez más, intentando
averiguar qué les había llamado la atención, pero seguía sin ver
nada preocupante. Me volví hacia Gabby y le ofrecí una pequeña
sonrisa—. Volveré en cuanto pueda.
Gabby asintió una vez antes de que la dejáramos a ella, el
restaurante y lo que fuera que había asustado a dos de las criaturas
más terroríficas que conocía.
CAPÍTULO 6
Dianna
Mis zarpas golpeaban el suelo del bosque mientras corría entre los
grandes arbustos y matorrales que perfilaban la parte baja de la
ladera de la montaña. La elegante forma de la pantera que me había
puesto me permitía deslizarme con facilidad por el denso bosque. El
suave pelaje negro del animal se mezclaba perfectamente con las
sombras bajo los árboles.
Habíamos llegado a Ophanium hacía horas, pero Kaden no estaba
a la vista. En esa remota zona del bosque se encontró un gran
monumento en forma de tumba, y Alistair, Tobias y yo fuimos
enviados a explorar la zona antes de que él llegara. Era preocupante
que no apareciera en ningún mapa local y que los residentes que
vivían más cerca no parecieran saber de su existencia en absoluto.
Alistair había sacado la información de la mente de Peter, el celestial
bajo su control. Peter había oído hablar de trasladar reliquias más
cerca de la ciudad de Arariel. Planeaban limpiar Ophanium en los
próximos días, así que habíamos llegado antes.
Un rugido agudo atravesó los árboles, haciendo que los pájaros
alzaran el vuelo. Mis orejas se inclinaron hacia delante y me desvié a
la izquierda, corriendo hacia el sonido. Subí corriendo por una
pendiente, pasé un pequeño barranco a mi izquierda y los árboles
empezaron a ralear.
Reduje la marcha al percibir el olor de Tobias. Estaba sentado
sobre sus ancas, con las orejas atentas y escuchando, y la cola
crispada. No se giró cuando me detuve a su lado. Sus ojos rojos
permanecían fijos en el camino de tierra que serpenteaba hacia la
cima de la colina. Unas ramitas crujieron detrás de nosotros cuando
Alistair se acercó.
—Una última pasada —dijo Alistair, su voz telepática clara en mi
mente. Tobias bajó la cabeza una vez en señal de asentimiento.
—¿Por qué? Está abandonado. Hace siglos que no se usa el camino. Es
una vieja tumba. Vámonos —les dije a los dos.
—¿Por qué no puedes hacer lo que se te dice? —La voz de Tobias
resonó entre nosotros.
—Porque no tengo que escucharte. La última vez que lo comprobé, yo era
la segunda al mando.
Eso lo molestó y si hubiera podido matarme allí mismo, juro que
lo habría hecho.
—Ya, ya, señoritas, las dos son guapas. —Podía sentir el sarcasmo y
la ligera irritación de Alistair incluso a través de su voz mental—.
Una última pasada, y luego llamamos a Kaden. Esas fueron sus órdenes.
La última parte iba dirigida a mí.
—Bien.
No dijeron ni una palabra más mientras giraban y se adentraban
en la espesa maleza. Tobias fue a la izquierda y Alistair a la derecha.
Oí el suave ruido de sus patas mientras se adentraban en el bosque.
Empecé a seguirlos, pero me detuve cuando sentí un cosquilleo en la
espalda, como si algo grande me hubiera sobrevolado. Agucé las
orejas y miré hacia el cielo, pero no vi nada. Miré hacia las ruinas y
luego hacia donde habían desaparecido Alistair y Tobias.
Si había sentido a un celestial aquí, necesitábamos llegar primero
a lo que fuera que vinieran a buscar. No es que no pudiéramos con
ellos, pero no necesitábamos que apareciera un miembro de La
Mano. No quería esperar para enfrentarlos. Solo daría más tiempo a
quienquiera que hubiera sentido llegar para encontrar lo que habían
venido a buscar. Tomada la decisión, me dirigí hacia las ruinas,
trotando por el camino de tierra y sobre la colina.
La ladera de la montaña estaba desolada. Lo único que quedaba
eran las ruinas de un pueblo. Varias casas estaban derrumbadas y
enredaderas verdes cubrían cada centímetro cuadrado. La propia
naturaleza había reclamado este lugar. Salté de un edificio en ruinas
a otro, con la brillante luna creciente y las estrellas como única luz.
Miré a mi alrededor, pero no vi ningún templo ni monumento, solo
más de esta ciudad en ruinas, antes vibrante. ¿Quizá Kaden estaba
equivocado? Tal vez Alistair finalmente cometió un error. Pero si ese
era el caso, ¿qué era esa energía que sentí antes? Juré que tenía que
ser uno de ellos, pero no vi a nadie ni sentí nada.
Bajé de un salto de mi elevada posición. El polvo se levantó
alrededor de mis patas, pero mi aterrizaje fue silencioso. Había dado
unos pasos hacia la carretera cuando el pelaje de mi espalda se erizó
como si hubiera alguien detrás de mí. Me di la vuelta, enseñando los
dientes y las garras, esperando una pelea, pero solo me recibieron
edificios aplastados. Mi cola se agitó de un lado a otro. Sabía que
había sentido algo. Di otro paso y me volví para regresar, pero se me
volvieron a levantar los pelos de punta. «¿Qué mierda pasa?» No
había nada a mi alrededor. Lo comprobé una y tres veces, y
entonces me detuve. No había nada a mi alrededor, pero ¿qué había
debajo de mí?
Estudié el suelo bajo mis patas. Caminé hacia delante, de nuevo
en dirección a la carretera. El hormigueo que me recorría la espalda
se calmó y mis nervios se calmaron. Me volví hacia un edificio
abandonado a mi izquierda, la sensación seguía desapareciendo.
Probablemente, a cualquiera que me viera caminar en círculos por
una ciudad abandonada le parecería que estaba loca, pero sabía que
sentía algo.
Estuve a punto de rendirme, pero en mi última pasada por el
mismo edificio me golpeó de nuevo. Giré hacia el tirón de la
sensación y la estática a lo largo de mi pelaje pareció aumentar. Con
los ojos clavados en el suelo, aceleré y golpeé la tierra con las patas.
Mi cabeza chocó contra hormigón sólido al chocar contra el lateral
de un edificio en ruinas. Siseé y me senté sobre mis ancas,
sacudiendo la cabeza.
Un humo negro se enroscó alrededor de mis pies y pronto
envolvió todo mi ser. Una brisa me acarició la piel, dispersando la
niebla oscura mientras volvía a ser yo misma. Los vaqueros negros y
la camiseta roja cruzada que llevaba seguían tan limpios como
cuando me los puse, una ventaja de la sangre de Kaden. La magia
que usábamos para cambiar solo alteraba nuestro aspecto exterior.
Significaba que no teníamos que lidiar con la desnudez cuando
volvíamos a cambiarnos, lo que ayudaba cuando estábamos en
público y tratábamos de pasar desapercibidos. Necesitaba toda mi
ropa, por favor y gracias. Llevaba el pelo recogido en dos trenzas
largas y gruesas, lo que me facilitaba mantenerlo alejado de la cara
durante una pelea. Y lo que me esperaba era una pelea.
Mis talones crujieron contra la arena rocosa al adentrarme en las
ruinas del edificio de piedra. No parecía en absoluto un templo,
pero era la fuente de energía. El polvo se arremolinó en el aire ante
mi intrusión mientras echaba un vistazo. La luz de la luna brillaba a
través de las partes de la casa que faltaban, resaltando el abandono.
En medio de la habitación había una mesa medio rota. Los restos de
otros muebles ocupaban más espacio a la derecha, a la espera de que
el bosque los reclamara.
El zumbido me atrajo mientras me adentraba en la casa. La piel se
me erizaba como si la electricidad estática bailara sobre ella. Mis
tacones resonaban en el espacio de piedra mientras seguía
buscando. El lugar se parecía a todos los que había aquí, destruido y
abandonado. ¿Qué me estaba perdiendo? Revisé lo que debería
haber sido un dormitorio y una zona de cocina y luego volví a la
sala de estar principal. Puse las manos en las caderas, suspiré y
golpeé el suelo con el pie. Fue entonces cuando oí el eco hueco de
vuelta y me di cuenta de que había un subnivel
Me agaché y mis manos recorrieron el suelo de piedra. Cada
pocos pasos, presionaba con fuerza, buscando un punto débil.
Prácticamente me había arrastrado hasta la mesa rota del centro de
la sala cuando una piedra cedió por fin. Me puse en pie de un salto
cuando un agudo silbido llenó el aire y varios ladrillos tallados en
piedra se deslizaron uno a uno hacia atrás. La mesa se partió,
abriéndose el estrecho espacio que había debajo. Di un paso
adelante y, al asomarme, vi un enorme abismo negro que me
devolvía la mirada.
—Hablando de espeluznante —dije a la habitación vacía mientras
miraba hacia abajo. Bueno, había pasado por cosas peores, esto no
era nada. Me encogí de hombros y salté a la oscuridad.
Caí durante unos segundos antes de que mis pies tocaran suelo
firme. Aterricé de nuevo en cuclillas, con las rodillas soportando el
impacto. El polvo me hizo cosquillas en la nariz, indicándome que el
suelo bajo mis pies era la misma arena gruesa que arriba. Estiré la
mano e invoqué una pequeña bola de fuego en la palma, que ahora
bailaba allí. Las paredes que me rodeaban resplandecían y mis
ascuas proyectaban sombras al bailar contra mi piel. Mi antorcha
personal reveló una pared a mi espalda, así que fui adelante.
La pasarela de estilo cavernario no tenía pinturas ni grabados a lo
largo de las paredes. Me aseguré de comprobarlo al pasar. Tuve
cuidado de ver si había más trampillas o trampas, pero no había
nada más que oscuridad frente a mí. El pasillo se abría a lo que
parecía una vieja biblioteca desierta. De las paredes colgaban tapices
carcomidos por el paso del tiempo, de un rojo y un dorado tan
desgastados que parecía que un simple roce los disolvería.
Entrecerré los ojos cuando distinguí lo que parecía ser un león de
tres cabezas en el centro de uno de ellos, reconociéndolo como una
marca de los celestiales.
Sobre la enorme y desgastada mesa del centro de la habitación
había velas rotas, y de las paredes colgaban precariamente varias
estanterías. Un tapiz hecho jirones con la bestia del león de tres
cabezas colgaba del alto techo. Danzaba y bramaba como si una
corriente de aire recorriera la habitación, pero el aire parecía
inmóvil.
Las estatuas, a medio formar y deterioradas, se alineaban en la
pared del fondo. Me acerqué, levanté la mano e hice crecer la
pequeña llama en mi palma, aumentando su luz. Las figuras de
piedra adoptaban distintas posturas y sostenían lo que parecían
espadas, lanzas y arcos rotos. Sus rostros estaban astillados y les
faltaba la mitad de los rasgos, pero yo sabía quiénes eran. Eran los
Dioses Antiguos.
Mierda. Las fuentes de Alistair tenían razón. Peter no había
mentido. Este era uno de sus templos y uno viejo.
—Una antigua biblioteca enterrada. Bien por ti, Peter —susurré a
la habitación vacía. No me extrañaba que Kaden nos quisiera aquí.
Si ese libro existía, ¿dónde más iba a esconderlo? Sentí que se me
revolvía el estómago. ¿Podría ser real?
Negué con la cabeza, dándome la vuelta mientras echaba un
vistazo a la habitación.
—Estanterías, sí. Si yo fuera un libro antiguo que pudiera abrir
reinos, probablemente viviría allí. —Hablaba sola para calmar los
nervios. La sensación de estar siendo observada me dominaba.
Caminé entre las librerías deterioradas. Algunas seguían en pie,
mientras que otras estaban rotas por la mitad, nada más que
montones de madera. Pasé el dedo por una capa de polvo antes de
limpiarme las manos en los pantalones. Aparte de la suciedad, las
estanterías estaban casi vacías.
El silencio me pesó mucho cuando doblé la esquina y divisé lo
que parecían unos viejos pergaminos desgastados. El crujido de los
escombros bajo mis zapatos fue el único sonido de la habitación a
medida que me acercaba. Me acerqué y cogí un pergamino. La
textura áspera me abrasaba las manos, el material estaba hecho de
algo que no era de este mundo.
Mientras leía los textos antiguos, uno a uno, me di cuenta de que
la mayoría databan de cientos de años atrás o más. Hablaban de los
mortales y de cómo interactuaban, de sus lenguas y de los lugares
del mundo. No vi nada importante, pero me los llevaría de todos
modos. Kaden quería cualquier cosa que perteneciera a los
celestiales. Empecé a recoger lo que pude y a colocarlo en la rústica
mesa central de la habitación. Pensé en recoger todo lo que pudiera
y llevármelo. De todos modos, Alistair y Tobias no tardarían en
llegar. Vendrían a buscarme en cuanto se dieran cuenta de que no
los había seguido.
Hice una pausa, sintiendo cómo cambiaba el aire de la habitación.
Quizá ya estaban aquí. Giré hacia la puerta, esperando verlos
mirándome, pero la puerta ovalada estaba vacía. Sacudí la cabeza y
me volví hacia la mesa, deteniéndome una vez más. Seguía teniendo
la sensación de que me observaban y, sin embargo, no veía a nadie.
Nada se movía, no se oían pasos y estaba completamente sola. Me
encogí de hombros y volví a las estanterías, buscando cualquier otra
cosa que pudiera interesar a Kaden. Algunos de los textos que
encontré eran tan viejos y frágiles que se deshacían en polvo en mis
manos. Los estantes de la última estantería estaban vacíos y seguía
sin haber ningún libro. Era otro callejón sin salida, lo que significaba
otra misión inútil.
Apagué la llama de la mano y cerré los ojos, apretando la frente
contra la madera vetusta de la librería con un suspiro. Ya estaba
harta de esto. Así que…
Se me puso la carne de gallina en los brazos y un escalofrío me
recorrió la espalda. Abrí los ojos y levanté la cabeza lentamente. Una
luz azul vibrante llenaba la habitación, proyectando sombras
inquietantes en las esquinas. La silueta oscurecida de un hombre me
devolvió la mirada, con líneas del mismo color brillando bajo sus
ojos.
«No es un hombre», fue el único pensamiento que tuve antes de
que una hoja plateada atravesara la estantería que tenía delante,
partiéndola por la mitad como si no tuviera el grosor de un árbol. La
madera chisporroteó y estalló como si la hoja estuviera hecha de
algún material ardiente. Salté hacia atrás para evitar que me partiera
en dos y caí de culo. Me escabullí hacia atrás sobre las manos,
alejándome de la criatura azul brillante.
Mis ojos se ajustaron y vi lo que parecía la silueta de un hombre,
pero era algo más. Luces azules recorrían la piel expuesta de sus
manos, brazos y cuello en un resplandeciente estilo tribal. Mientras
se acercaba, hizo girar su espada de plata.
—¿Qué eres? —se burló—. Ninguna criatura viva debería tener el
poder de blandir llamas.
Entonces, no estaba loca. Había estado aquí todo el tiempo,
esperándome y observándome. ¿Pero cómo? ¿Cómo no lo había
visto?
—¿Te ha gustado? ¿Quieres ver algo mejor?
No lo dudé y me incorporé, lanzando los brazos hacia delante y
liberando dos llamas gemelas que se dirigieron hacia lo que
demonios fuera él. Sus ojos se abrieron de par en par durante una
fracción de segundo antes de agacharse a un lado. Mi fuego prendió
fuego a las estanterías, las llamas treparon por las paredes,
devorando todo a su paso. El tapiz que colgaba del techo con el
escudo de los celestiales ardió, cayendo trozos a nuestro alrededor.
Me puse en pie de un salto y vi cómo la criatura azul se levantaba
del suelo. A la luz del fuego, su piel era de color marfil claro. Parecía
humano, pero no lo era. Su cuerpo brillaba con una luz peculiar y su
belleza cautivaba a todos los que lo miraban. Llevaba el pelo negro
azabache recogido en una larga coleta que se balanceaba detrás de
él. Los lados estaban cortados en zig-zag con varios pendientes de
plata en ambas orejas. Era guapísimo, como para quererme muerta.
Medía medio metro más que yo, pero no era su altura lo que me
intimidaba. Era lo que fuera y la espada que blandía en sus manos.
Me ponía la piel de gallina.
Nos evaluamos mutuamente, rodeándonos lentamente, sin
romper ni una vez el contacto visual. Yo imitaba cualquier
movimiento suyo, manteniéndome a una distancia prudencial de él
y de aquella espada plateada. Su rostro no mostraba rabia ni ira, sus
emociones estaban controladas. Era un luchador nato. Me evaluó,
buscando armas, sin saber que yo era el arma. Lo que primero me
llamó la atención fueron los anillos de plata que decoraban su mano
derecha.
Sentí un déjà vu al recordar a la mujer que nos sonrió y saludó a
Gabby y a mí en el club. Llevaba los mismos anillos de plata, y yo se
los había visto al desconocido del bar. Herencias familiares, había
dicho.
—¿Qué eres? —prácticamente siseé, repitiendo la misma pregunta
que él me había hecho.
Una sonrisa se deslizó por sus labios haciendo que las luces bajo
su piel palpitaran durante un segundo.
—Soy un Guardián del Etherworld y de Netherworld. La Mano
de Samkiel.
Me quedé inmóvil. Fue solo un segundo, pero lo suficiente para
que él se diera cuenta.
La Mano.
Mierda. Esperaba no encontrarme nunca cara a cara con uno y, sin
embargo, ahí estaba. Doble mierda. Dos de La Mano habían estado
cerca de mí, cerca de mi hermana, y yo no me había dado cuenta. Su
presencia significaba que el libro probablemente era real y que
Kaden estaba más cerca de encontrarlo de lo que creía. Tan cerca, de
hecho, que habíamos pateado un avispero y ahora estábamos en el
radar de La Mano.
—Tus ojos. —Torció la hoja una vez más—. Ahora sé lo que son.
Bestias de leyenda cuyos ojos gotean tan rojo como la sangre que
consumen. Solo una raza de criatura podría ejercer tanta fuerza y
aprovechar tanto poder oscuro. Los Ig'Morruthens.
Estaba de pie a unos metros de mí, y entonces parpadeé. Cuando
levanté las pestañas, lo tenía frente a mí, con la espada en ristre. Me
tiré al suelo, rodando bajo su golpe. Me levanté de un salto, pero él
ya estaba allí. Mierda, era rápido. Giré el puño hacia fuera, pero él lo
esquivó y me apuntó con la espada a la cabeza. Me incliné hacia
atrás y me aparté de él cuando volvió a blandir la espada,
rozándome el costado con la punta. Siseé y me agarré la herida en
llamas. La sangre se agolpó en mis manos mientras miraba el corte
perfecto en mi parte superior.
—Esta es una de mis camisetas favoritas.
Me miró como si estuviera loca y, por una fracción de segundo, se
distrajo. Salté y le golpeé el pecho con los dos pies, haciéndolo
chocar contra más estanterías.
Caí de espaldas, pero rápidamente puse las manos a ambos lados
de la cabeza y me puse de pie. Si pensaba que un poco de dolor me
frenaría estaba muy equivocado. Se recuperó rápidamente, saltando
desde los escombros se lanzó contra mí. Lo oí cortar el aire, con
escombros y papeles volando a su paso. Se dirigía directamente
hacia mí, y disparé mi puño, preparándome para un contraataque.
Esperaba que golpeara, que mi puño escociera por un momento al
conectar con el hueso, pero todo lo que obtuve fue aire y, de repente,
él estaba detrás de mí.
«Qué mierda».
Me lancé hacia delante y me hice un ovillo al detenerme. Sentí el
golpe de la espada y supe que si hubiera dudado un instante más,
me habría cortado la cabeza. Volvió a avanzar hacia mí, esta vez
más rápido, clavándo la espada. Rodé hacia un lado y el acero se
clavó en la piedra en lugar de en mi cuerpo. La adrenalina me
recorrió y aproveché la oportunidad para ponerme en pie de un
salto y golpearle la cara con la rodilla. Sentí y oí el crujido cuando
cayó de espaldas, con la espada clavada en la piedra del suelo. Se
enderezó y se limpió la nariz con sangre del mismo color que el
patrón de luz que brillaba sobre su piel.
—Eres una criatura rápida —dijo, sacudiéndose la sangre de los
dedos—, pero yo soy más rápido.
—¡Sí, estoy aprendiendo! —grité de vuelta, el fuego de mi primer
ataque crepitando detrás de nosotros.
—¿Cómo existes? —Sus palabras fueron tan rápidas como la
espada que cortó hacia mí—. Tú y tu especie se extinguieron cuando
cayó Rashearim.
Esquivé dos más de esos poderosos espadazos. No hizo contacto,
pero la hoja hizo que me hormigueara la piel con solo estar cerca de
ella.
—Podría preguntarte lo mismo.
Se lanzó hacia delante mientras yo saltaba por encima de la gran
mesa del centro de la sala. Aterricé en el suelo y giré. Pateé la mesa y
lancé la enorme estructura hacia él.
Las luces de su carne parecían bailar mientras se giraba y
atravesaba la mesa con facilidad. Las dos mitades cayeron al suelo y
una nueva nube de polvo se levantó en el aire.
—¿Cuántos más de ustedes han sobrevivido todo este tiempo?
Si me concentraba, podía predecir sus movimientos. Cada vez que
me atacaba era un engaño. Quería jugar a este juego, sacándome
información hasta que tuviera lo que quería. Yo no caería en la
trampa, y tenía que mantener la concentración. Ya había tomado
nota de lo que me decía. La punta de su pie se movía y él
aprovechaba para moverse en dirección contraria.
—¡Sabes que he oído historias sobre La Mano! —grité desde
detrás de una de las estanterías caídas. Si él quería información, yo
también—. Guerreros legendarios seleccionados a dedo por algún
dios imbécil. Todos especiales a su manera, todos poderosos, y sin
embargo solo unos pocos sobrevivieron a la Guerra de los Dioses. —
Me reí lo bastante alto como para que supiera que era un insulto—.
Algunos guerreros.
La estantería que había detrás de mí se desmoronó y dos brazos
salieron disparados, agarrándome por la cintura y tirando de mí
hacia atrás con fuerza suficiente para lanzarme a través de la
habitación.
—No sabes nada de nosotros, criatura. Ninguno de La Mano cayó.
Seguimos siendo tantos como el día en que Samkiel nos eligió. Y una
vez que se entere de tu existencia, volverá.
—¿Volver? —Levanté los brazos cuando las palabras que
pronunció irrumpieron en mi subconsciente. ¿Se refería al Dios
Samkiel?—. Estás mintiendo. Todos los Dioses Antiguos están
muertos.
—¿Es eso lo que crees?
Se abalanzó de nuevo a velocidad de vértigo, pero esta vez yo
estaba preparada. Esperé, contando los segundos que solía tardar en
desaparecer y reaparecer antes de rodar en el último segundo.
Oí un ruido sordo cuando clavó la espada en el lugar donde yo
había estado. Mi pie salió disparado y lo golpeó en las tripas con
tanta fuerza que salió volando. Me levanté de un salto y agarré la
empuñadura de la espada de plata. Tiré de ella y la arranqué del
suelo con un movimiento fluido. La hoja zumbó bajo mi mano y un
dolor agudo y punzante me carcomió la palma. Ignoré la sensación
y la giré en la mano, probando su peso y equilibrio. No tenía runas
ni marcas. El filo era afilado como una cuchilla y la hoja estaba
ligeramente curvada en la punta. Nunca había visto un metal así.
Parecía plateado, pero el brillo danzaba por toda la hoja como si
estuviera hecha de estrellas.
El movimiento me hizo mirar hacia los escombros caídos. Apunté
con el arma a mi nuevo amigo.
—Sabes, estás empezando a ser predecible.
Se levantó del montón de madera rota, papel y piedras,
limpiándose el polvo como si nada. Se detuvo y me miró, mi mano
en su arma, y hacia atrás. Si la conmoción pudiera adoptar esas
peligrosas facciones suyas, lo haría.
—Sabes, no podrás aguantar eso por mucho tiempo. Te quemará
de adentro hacia afuera.
—Hmm. Es bueno saberlo. —Me encogí de hombros, frunciendo
ligeramente el ceño—. Pero creo que puedo aguantar lo suficiente
para cortarte la cabeza.
No se lanzó contra mí, solo ladeó ligeramente la cabeza,
esbozando una pequeña sonrisa de satisfacción.
—¿Ante la muerte absoluta haces burdas suposiciones sarcásticas?
Le habrías caído bien a Cameron.
—No sé quién es. —Me encogí de hombros, haciendo girar la
espada como vi que él lo había hecho.
Flexionó la mano derecha y uno de sus anillos de plata se iluminó
durante un segundo. Luego empuñó otra espada, casi una réplica de
la que yo tenía.
—Oh, vamos —dije, lo que solo le hizo sonreír.
Avanzó y acero contra acero resonó en la antigua biblioteca. No
era ni mucho menos una experta espadachín. Rara vez las usaba,
solo entrenaba con el bastón básico de madera aquí o allá. ¿Y esto?
No era mi estilo y él lo sabía. Esquivé un golpe de su espada y volví
a levantar la mía. Él bloqueó, y yo apunté a su pecho, a su cabeza, a
cualquier cosa que pudiera golpear, pero era demasiado rápido,
demasiado hábil. Cada vez que fallaba, él conectaba. Tenía cortes en
los brazos, las piernas y uno reciente en la mejilla. Me ardía la mano
donde sostenía la empuñadura, así que la tiré a un lado. No me
servía de nada y solo me causaba más dolor.
Su pie me dio en el medio del cuerpo y me lanzó al otro lado de la
habitación.
Empujé sobre una rodilla, con el otro pie apoyado en el suelo,
preparándome para levantarme.
—Te doy crédito. Has durado más de lo que pensaba.
Especialmente sin habilidad con un arma como esa. Sería
impresionante si no fuera por lo que eres.
Me limpié la sangre que goteaba de mi mejilla.
—¿Son todos unos grandes idiotas?
Se rio, el sonido le hizo parecer humano si no fuera por sus
extraños tatuajes brillantes. Necesitaba esto ya. Una idea se formó en
mi cabeza. Me levanté y di un paso adelante, fingiendo un resbalón
como si estuviera demasiado cansada para mantenerme en pie. Mis
rodillas golpearon el suelo y me dejé caer sobre las manos.
—No puedo luchar más. No puedo luchar contra ti. Eres
demasiado fuerte.
Se acercó, pasando la espada de una mano a la otra. Era todo
arrogancia y ego.
Perfecto.
Se detuvo frente a mí, alzando la espada, cuya punta rozó mi
barbilla y me obligó a levantar la cabeza. Estaba dispuesto a acabar
conmigo, y lo único que hice fue encontrar su mirada.
—Diste una buena pelea. Hacía tiempo que no tenía un oponente
digno.
—Por favor —supliqué, mirando a través de las pestañas. Me
obligué a derramar nuevas lágrimas y bajé la cabeza. Necesitaba que
se acercara—. Que sea rápido.
—No voy a matarte. Samkiel y el Consejo de Hadramiel emitirán
su juicio final. —Las puntas de sus zapatos ocuparon mi visión.
Levanté la cabeza lentamente, una breve y malvada sonrisa curvó
mis labios.
Había caído en mi trampa. Antes de que se diera cuenta, mi
cuerpo se disipó y volvió a formarse detrás de él. No tuvo tiempo de
reaccionar cuando mi pie le golpeó las rodillas, obligándolo a caer.
Lo agarré por debajo de la barbilla con la otra mano en la nuca.
Me incliné junto a su oído y siseé:
—Los hombres sencillos, incluso los sobrenaturales, siempre caen
en el acto de la damisela en apuros.
Le forcé la cabeza hacia delante y giré rápida y bruscamente. El
sonido de huesos rompiéndose resonó en la biblioteca vacía.
Su cuerpo se desplomó, su cabeza se giró en un ángulo impío
mientras caía al suelo con un ruido sordo. Pasé por encima de él y
me acerqué a la pila de libros que había sobre la mesa. Tenía que
cogerlos y salir de allí. Si había uno, seguro que había otro, y ni
Alistair, ni Tobias, ni Kaden habían aparecido. Me llevé lo que pude
y me dirigí hacia la puerta.
—Ha sido un error —dijo desde detrás de mí y me detuve. Oí
cómo los huesos de su cuello volvían a su sitio.
—¿Qué hace falta para matarte? —espeté, volviéndome hacia él y
dejando caer los montones de papeles y pergaminos.
—Más que eso. —No perdió ni un segundo y se lanzó hacia
delante, blandiendo la espada contra mí una vez más. Atrapé la hoja
con la mano libre. Se acabaron los juegos. Sus ojos se abrieron de par
en par cuando trató de arrancármela y fracasó. Mis uñas fueron
sustituidas por garras cuando la agarré con más fuerza. Me ardía la
piel bajo el extraño metal, pero había terminado con nuestro baile.
—Bien, entonces me esforzaré más.
Tiró de la espada, pero yo la sujeté con fuerza. La hoja me cortó la
mano, pero ignoré el dolor y apreté con todas mis fuerzas. La hoja se
partió por la mitad, los fragmentos cayeron al suelo y un sonido
atronador resonó por toda la habitación.
Sonreí burlonamente y fue su turno de retroceder a trompicones.
—Uy. He roto tu juguete.
—Imposible —susurró.
Flexioné la mano, el corte de la palma sanaba lentamente.
Demasiado despacio.
—La verdad es que no. —Mi cabeza se inclinó hacia un lado—.
Aplica la presión adecuada y cualquier cosa puede romperse.
Incluso tú.
Me tocaba a mí tomar la ofensiva y navegué hacia él. Las sombras
y el acero bailaron entre nosotros durante horas, pero en realidad
fueron minutos. Acabamos donde habíamos empezado,
rodeándonos. Ambos jadeábamos y sangrábamos de una forma u
otra. Ninguno de los dos bajaba la guardia, y no importaba cuánto
lo hiriera, él seguía luchando. Era un verdadero guerrero.
—Pareces un poco agotado, campeón. ¿Te falta resistencia?
Se burló, haciendo girar su nueva espada una vez más.
—No seas tan engreída. He luchado contra criaturas mucho más
grandes y peores que tú.
—¿Ah, sí? ¿También sangrabas tanto? —Sonreí mientras señalaba
hacia su pierna derecha—. ¿Y la cojera?
Tuvo la osadía de sonreír como si le hubiera contado un chiste. Se
detuvo y el brillo bajo su piel se intensificó mientras cerraba los ojos,
respiraba y luego los abría. Vi cómo el hueso de la pierna volvía a su
sitio con un chasquido. Abrió los ojos negando con la cabeza:
—No sabes con quién estás tratando.
Sus palabras se cortaron cuando una mano con garras irrumpió en
su centro. Gritó y se llevó la mano al pecho, con los tatuajes azules
de su piel parpadeando.
—Yo sí —susurró la voz de Kaden, más grave y animal, desde
detrás de él.
CAPÍTULO 7
Dianna
Unos ojos rojos brillaron detrás del hombre cuando Kaden lo
arrojó hacia el centro de la habitación. Su cuerpo patinó y se detuvo
mientras Kaden buscaba mi mirada.
—Te dije que esperaras —me espetó, mostrando sus colmillos y
lleno de rabia.
—Pensé que el lugar estaba abandonado.
Sus ojos se clavaron en los míos un instante más antes de que
oyera pasos detrás de mí. No necesité girarme para saber que
Alistair y Tobias habían entrado. Kaden no dijo nada más mientras
sacaba lentamente de su bolsillo un paño oscuro como la sangre de
su mano y se limpiaba la sangre de sus garras en retroceso. Se
dirigió hacia donde el miembro de La Mano luchaba por levantarse
del suelo. Los tatuajes azules de su piel seguían parpadeando
mientras se sujetaba el torso. Cuando Kaden se acercó, giró la cabeza
y la levantó en señal de desafío. Tobias, que portaba dos dagas
afiladas, se acercó y lo tiró de nuevo al suelo de una patada. Alistair
estaba al lado de Kaden, con un cuchillo en la mano.
El guerrero miró a Kaden, luego a Tobias y a Alistair antes de
hablar en un idioma que nunca había oído. Escupió aquella sangre
de colores en el suelo, cerca del pie de Kaden, mientras volvía a
sentarse con dificultad.
—Ah, la antigua lengua de Rashearim. —Kaden sonrió levemente
antes de encogerse de hombros—. Admito que hacía tiempo que no
oía esas palabras. —Cogió la espada afilada que Tobias le ofrecía. La
sostuvo frente al hombre en el suelo—. ¿Sabes qué es esto? —El
guerrero retrocedió, mostrando miedo en sus ojos.
—Una espada olvidada —exhaló las palabras—. Hecha de los
huesos de antiguos Ig'Morruthens.
Kaden lanzó a Alistair y Tobias una sonrisa triunfal y rio
brevemente antes de volverse hacia el guerrero.
—Bien, bien, y ya sabes lo que te hace a ti y a los de tu especie,
¿no?
El guerrero no respondió, y tampoco parecía tener miedo. Le
devolvería el cumplido que me había hecho. Ante la muerte segura,
no tenía miedo.
—No te preocupes, no voy a usarla contigo. Tengo una mejor
idea. —Sostuvo la espada por la empuñadura mientras seguía
hablando—: Alistair tiene la desagradable costumbre de desgarrar
las mentes y extraer cualquier información necesaria, convirtiendo
tu cerebro en un tembloroso montón de sustancia viscosa inútil.
Ahora —Kaden apoyó una mano en su rodilla doblada—, voy a
hacer que te convierta en mi esclavo sin mente, como ya hizo con
varios de tus hermanos antes que a ti.
El guerrero hizo una mueca ante las palabras de Kaden, sin dejar
de sujetarse el costado. Miró a Alistair, que le dedicó una sonrisa
sádica.
—No te tengo miedo. A ninguno de ustedes. —Se burló
mirándonos a todos uno por uno.
A Kaden no le hizo ningún efecto. Esbozó una sonrisa torcida y
dijo:
—Qué engreído. Tan arrogante. Como si creyeras que eres la
única fuerza poderosa de este reino o del siguiente. ¿No es cierto,
Zekiel?
El guerrero frunció el ceño y por primera vez vi conmoción en su
mirada. Kaden sabía su nombre y eso lo aterrorizaba.
—¿Sabes mi nombre?
El corazón me dio otro vuelco. ¿Cuánto sabía Kaden y cuánto no
me había contado? Sentí que me enfurecía, pero me calmé cuando
Kaden continuó.
—La Mano de Rashearim. El guardia de Samkiel. ¿O ahora se
llama Liam? Una vez que consiga lo que necesito, voy a disfrutar
haciéndote pedazos y enviando las partes a tu hermano. Espero que
vea lo que queda de ti.
Zekiel abrió los ojos de par en par ante las palabras de Kaden. No
noté miedo en su expresión, sino algo más. ¿Determinación? Se
estaba preparando para luchar. Por la forma en que Kaden inclinó la
cabeza y sonrió, él también lo notó.
—Hablando de manos. —Kaden blandió su espada y cortó la
mano de Zekiel. Un grito aterrador resonó en la cueva abrasadora
mientras Zekiel agarraba el muñón. Kaden se limpió la sangre de los
pantalones y le devolvió la espada a Tobias. Estaba acostumbrada a
lo precipitado y violento que podía ser el temperamento de Kaden,
pero eso no hizo que la escena fuera menos horripilante.
Kaden apartó la mano cortada de un puntapié. Zekiel siseó entre
dientes apretados, lanzándonos una mirada asesina.
—No te conviene usar esa molesta mirada. Ahora —Kaden miró a
Zekiel—, ¿por dónde íbamos? Ah, sí, quiero el Libro de Azrael.
¿Dónde está?
—No te diré nada. —Escupió a Kaden mientras se agarraba el
brazo. La sangre rezumaba entre sus dedos del mismo tono azul que
la luz que seguía parpadeando bajo su piel.
Kaden esbozó una media sonrisa.
—Eso es lo que dicen todos.
Los ojos de Alistair se enrojecieron cuando Kaden lo miró. Alistair
se centró en Zekiel. Luego dio un paso adelante, levantó las manos y
humo negro fluyó de sus palmas hacia la cabeza de Zekiel. Él se
arqueó y puso los ojos en blanco. Soltó otro grito aterrador mientras
Alistair le desgarraba la mente. Me estremecí, el sonido me taladró
los oídos. Después de tantos años, debería estar acostumbrada, pero
siempre me horrorizaba. Pasaron unos segundos angustiosos que
parecieron años antes de que Alistair se detuviera. Zekiel apoyó la
mano en el suelo y jadeó mientras levantaba la cabeza. La sangre
manchaba sus dientes mientras sonreía y el sudor se acumulaba en
su frente.
—¿Y bien? —dijo Kaden a Alistair sin apartar los ojos de Zekiel.
—Nada. Choqué con una barrera. Su mente es fuerte pero no
impenetrable. —Alistair parecía aturdido mientras miraba a Kaden
y luego de nuevo hacia Zekiel—. Necesitaré más tiempo.
Kaden levantó las cejas y se encogió de hombros.
—No pasa nada. Tenemos todo el tiempo del mundo.
Zekiel rio entre dientes, mirando a Kaden como si pudiera desear
su muerte.
—No, no tienen tiempo.
Mantuvo la mirada fija en Kaden. Vi cómo movía la boca mientras
de sus labios brotaba la lengua antigua. Kaden gruñó, pero solo
consiguió dar un paso adelante antes de que Zekiel golpeara el suelo
con la mano. Alrededor de cada uno de nosotros se formaron
círculos brillantes de plata pura. Miré hacia abajo mientras varios
símbolos aparecían en el círculo que me envolvía y oí gritar a
Alistair y Tobias. Una oleada de electricidad me atravesó, el dolor
me cegó y caí de rodillas.
Sentía los miembros débiles y contraídos mientras me obligaba a
levantar la cabeza. Apreté los dientes e intenté controlar el dolor que
me recorría el cuerpo. Un manto de luz como niebla envolvía la
prisión circular en la que me encontraba. Miré a mi izquierda, donde
estaba Tobias. Estaba encerrado en su propia prisión plateada. Su
grito fue el de una criatura sobrenatural porque, en ese momento,
eso era lo que era mientras se agitaba y se doblaba. Su forma ya no
era humana, sino que oscilaba entre todas las criaturas en las que se
había convertido. Un humo negro danzaba por su cuerpo mientras
arañaba y golpeaba, intentando liberarse. No necesitaba ver a
Alistair para saber que estaba haciendo lo mismo. Podía oírlo.
Apreté los dientes mientras arqueaba la espalda por otra oleada
de energía atravesándome. ¿Qué había hecho? El sudor me
empapaba mientras intentaba ponerme en pie varias veces, sin
conseguirlo. Kaden rugió, con un sonido de pura rabia y malicia.
Dirigí la cabeza hacia el centro de la sala y vi que Zekiel había
conseguido ponerse en pie.
Sus ojos se cruzaron con los míos durante un instante y luego
pasó a nuestro lado sin mirarnos dos veces, cojeando y con el brazo
apoyado en el torso. Me obligué a girarme y vi cómo cruzaba la
puerta. Mierda, ¡lo íbamos a perder! Una parte de mí se quebró. Esto
era lo más cerca que habíamos estado de encontrar el libro y obtener
respuestas. Teníamos a un miembro de La Mano. No podía dejar
que se fuera. No lo haría.
Me dolían los huesos al ponerme en pie, mientras la masa informe
que se arremolinaba a mi alrededor se curvaba. La rodilla me
tembló al apoyar el pie en el suelo. Me esforcé y el sudor me goteó
por la frente. Apreté la mandíbula y me impulsé hacia arriba hasta
ponerme de pie. Apoyé la mano en la barrera que me rodeaba y
siseé al sentir que me quemaba la piel. Esto iba a doler, pero
necesitaba salir.
Hice acopio de toda mi determinación y cerré los ojos,
concentrándome para bloquear el dolor, los gritos y los alaridos. Mi
cuerpo se estremeció cuando las escamas sustituyeron a la piel. Se
formaron alas, garras y una cola, y me convertí en la bestia de las
leyendas. Sin pensármelo dos veces, salí disparada de la trampa
circular y atravesé el techo. Rugí de dolor y furia sintiendo como si
mi cuerpo estuviera abrasado por el fuego y el cristal.

Rompí el techo de la caverna y el polvo y la suciedad se


esparcieron por el aire a mi alrededor. Mis gruesas alas batieron una
vez, dos veces, y ya estaba en el aire. Me sacudí para asentar mi
nueva piel y quitarme los escombros de encima. Vi a Zekiel
cojeando hacia la entrada de la ciudad en ruinas. Me estampé contra
el suelo delante de él. Un humo negro cubrió mi cuerpo mientras
volvía a mi forma humana.
—¡No! No deberías ser capaz de escapar de lo que les hice. No a
menos que seas uno de los… —Se detuvo, con los ojos muy abiertos,
temeroso—. No puede ser. Samkiel debe enterarse.
Di un paso adelante. Él retrocedió dos.
—No puedo dejar que te vayas.
—Realmente no tienes ni idea, ¿verdad? ¿De tus poderes, de tus
fortalezas?
Me detuve y negué con la cabeza. Él seguía sangrando por la
herida del abdomen y la mano. La puñalada de Kaden estaba dando
resultado. Lo único que realmente podía matar a los celestiales,
aparte de las armas fabricadas por lo divino, éramos nosotros.
Éramos enemigos mortales en todos los sentidos de la palabra y,
mirándolo ahora, podía ver por qué. La luz que había brillado tanto
en la biblioteca, ahora era tenue y se desvanecía. Parecía mortal y
como si se estuviera muriendo. Tampoco podía dejar que eso
ocurriera. No antes de obtener la información que necesitábamos de
él.
—Mira, te estás desangrando y una vez que te arrastre de vuelta
abajo, Alistair te va a destrozar de adentro hacia afuera por lo que
hiciste. No hay escapatoria, no hay huida. Nunca.
La última palabra se escapó en un susurro, revelando mi propio
miedo más que su destino.
Levantó la mano, cogió uno de sus pendientes y se lo quitó. Brilló
en su mano antes de convertirse en una espada de plata.
Levanté las manos en señal de frustración.
—Oh, vamos, ¿cuántas de esas cosas tienes?
No respondió más que para retorcer la espada y presionarla
directamente sobre su corazón. El instinto se apoderó de mí y agarré
la espada antes de que le atravesara el pecho. Sostuve su mano entre
las mías mientras me miraba, sorprendido y triste. Sabía que no
tenía escapatoria y que era su última opción. Lo sentí por él. No
pude evitarlo. Era la misma mirada que Gabby tenía en los ojos
cuando el desierto trató de imponérsenos. Es la mirada que tienes
cuando has perdido toda esperanza, abandonado toda razón y
aceptado tu destino.
—No puede poner sus manos en ese libro —dijo Zekiel, su voz
apenas un susurro—. Ni siquiera sabe quién era Azrael. Si hizo un
libro y lo escondió, entonces no es para que lo encuentre tu especie.
Intenté alejar la espada de su pecho, pero su agarre, incluso con
una sola mano, era fuerte.
—¿Y matarte va a impedirlo? ¿Sabes dónde está?
Negó con la cabeza.
—No, pero mi muerte tendrá un propósito. Traerá de vuelta a
Samkiel.
El corazón me retumbó con fuerza en el pecho.
—¿Te refieres al verdadero «Samkiel»? ¿El Destructor del Mundo?
—¿Era real? Mierda. No contestó, así que volví a sacudirlo.
La rodilla de Zekiel salió disparada hacia arriba, golpeando contra
mi abdomen. Me doblé y él se zafó de mi agarre. Me golpeó la
mejilla con tanta fuerza que salí despedida hacia atrás. Aterricé de
culo y giré la cabeza hacia él.
—Athos, Dhihsin, Kryella, Nismera, Pharthar, Xeohr, Unir,
Samkiel concédanme el paso de aquí a Asteraoth —gritó Zekiel.
¿Asteraoth? ¡No! Esa era la dimensión celestial, mucho más allá
del tiempo y el espacio. Mierda. Me miró por última vez y vi lo que
parecían lágrimas en sus ojos. Inclinó la cabeza hacia atrás para
mirar al cielo y se clavó la espada en el pecho.
Me puse de pie en un segundo, pero ya era demasiado tarde.
Apenas había tocado la empuñadura de plata cuando se retorció. Su
cuerpo se puso rígido y los tatuajes de su piel se iluminaron. La luz
corrió hacia el centro de su pecho y luego explotó hacia arriba en el
más vibrante y cegador rayo azul disparado directamente hacia el
cielo. Levanté la mano para protegerme los ojos y me aparté.
Abrí los ojos poco a poco, esperando seguir viendo el rayo, pero
nada más que la oscuridad volvió a saludarme. Miré mi mano y la
espada de plata que aún sostenía, ambas cubiertas de la sangre del
hombre que ya no estaba allí.
—¿Qué hiciste?
Levanté la cabeza y vi a Kaden mirándome desde el edificio en
ruinas. Sostenía el lateral de la casa con una de sus manos, con la
ropa desaliñada provocada por aquellas trampas mortales de
círculos plateados. La expresión de su rostro me hizo cuestionarme
sobre lo que acababa de hacer. Por primera vez en siglos vi miedo en
sus ojos.
CAPÍTULO 8
Liam
Los restos de Rashearim
Dos días antes
Ocurría casi todas las noches. Cada noche mi cuerpo se entregaba
al sueño a pesar de mi resistencia y las pesadillas asaltaban mi
conciencia. Al despertar, la habitación vibraba por la energía que
expulsaba mi cuerpo. Los muebles de madera tallada se doblaban
hasta romperse, los fragmentos ensuciaban la habitación ya
destruida. El control que ejercía sobre mi poder era insuficiente, y
así había sido desde hacía tiempo. Pesadillas de batallas pasadas,
libradas y superadas hace tiempo. Sin embargo, esta noche era
diferente. Lo que empezó siendo el mismo campo de batalla lleno de
sangre cambió.
La armadura de combate plateada me cubría de pies a cabeza. Era lo
bastante dura para resistir los enormes golpes de las bestias a las que nos
enfrentábamos, pero lo bastante ligera para moverme con facilidad. El suelo
bajo mis pies tembló con la violencia suficiente para hacer vacilar a la
enorme bestia que tenía delante. Fue solo un instante, pero una eternidad
para ellos.
Balanceé la espada de doble filo por encima de mi cabeza, cercenando las
cabezas de dos Ig'Morruthens serpentinos que avanzaban. De sus
cadáveres goteaba sangre iridiscente mientras caían al suelo. De las heridas
que había hecho con mi espada emanaban vapor. Los dioses traidores habían
llamado a nuestros enemigos mortales, los Ig'Morruthens, para que les
ayudaran en su rebelión, y eso nos había costado vidas, demasiadas vidas.
Mi campo de visión estaba limitado por el humo de las llamas que se
extendían por el paisaje y consumían todo lo que encontraban. Mi corazón
sangraba al ver lo que quedaba de nuestro mundo en ruinas. Sentí la
vibración bajo mis pies cuando algo cayó detrás de mí, acompañado de un
fuerte estruendo. Giré y levanté la espada, esperando a otro enemigo. La
diosa Kryella bloqueó mi golpe con su espada.
—Descansa, Samkiel. —Bajó la espada y la limpió en su armadura beige.
Sus largas trenzas color castaño asomaban bajo el casco que llevaba. Estaba
ligeramente abollado en un lado. Una criatura tan tonta como para intentar
decapitar a una de las diosas más feroces de Rashearim. Bajé mi lanza, la
batalla a nuestro alrededor seguía furiosa. La sangre cubría partes de ella, y
las gotas de sangre bajo sus ojos recordaban a alguna pintura de guerra
primigenia. Vi las motas plateadas y azules de dioses y celestiales, sangre de
los nuestros.
—¿Cuántos?
Se levantó el casco y dejó ver parte de su rostro. Aquellos ojos plateados
que se reflejaban en su piel morena eran penetrantes. Sacudió la cabeza, con
la mirada fija en mí.
—Demasiados. Ve con tu padre. Si él cae, nuestro mundo también.
No dijo nada más mientras la luz plateada crecía en las partes expuestas
de su armadura y salía disparada hacia el centro de la batalla.
Avancé a trompicones y me detuve cuando los reinos se estremecieron.
Los dioses morían, sus cuerpos estallaban como estrellas que se consumen.
Rashearim ardía hasta donde alcanzaba la vista. Las montañas, antaño
abundantes, eran ahora un páramo desolado. Las estructuras de oro,
nuestros hogares, nuestra ciudad, se encontraban ahora cóncavas, rotas y
destruidas. El cielo gritó mientras el gran Ig'Morruthen alado responsable
de las llamas que consumían nuestro mundo volaba por encima. El fuego
brotó de su garganta mientras incendiaba más Rashearim. Era una bestia
monstruosa de alas y muerte, pero lo bastante grande para practicar tiro al
blanco.
Las líneas plateadas de mi piel brillaron con más intensidad cuando envié
mi poder a la lanza que empuñaba. Radiaba y temblaba mientras la sostenía
por encima de mi cabeza, apuntando. Otro gran batir de alas y se sumergió
detrás de la nube negra y ondulante del cielo. Esperé con aplomo y
precisión a que diera la vuelta. Apuntaba a cualquier infraestructura que
pudiera encontrar en su intento de destruir a nuestro pueblo. Sin que los
Ig'Morruthens y los dioses traidores lo supieran, mi padre y yo habíamos
enviado a todos los que pudimos al planeta habitable más cercano en busca
de refugio.
Estalló otra llamarada, enviando ascuas que chisporroteaban entre el
humo, y oí el revelador batir de alas. Seguí el sonido y, cuando vi la punta
de un ala y la cola bailando entre la espesa y oscura nube, lancé mi lanza.
Atravesó el aire como un proyectil plateado y brillante. Contuve la
respiración mientras desaparecía. Un fuerte grito retumbó en mis oídos
cuando la lanza dio en el blanco y la bestia cayó. Su cuerpo aterrizó entre
otras criaturas, aplastando a unas cuantas.
Los monstruos ilesos miraron a mis hombres con ojos rojos. Irradiaban
furia mientras se preparaban para atacar. Dos rayos plateados cayeron
junto a la gran bestia. Dioses traidores que no dudaron en unirse a la
matanza de los celestiales. Entonces me vieron. Convoqué una espada en
cada mano a partir de los anillos que decoraban mis dedos y corrí hacia
ellos. El suelo bajo mis pies vibró y mi entorno empezó a brillar. Todo se
desdibujó y me encontré en otro lugar.
Ya no había ruinas ardientes. Las estrellas y galaxias que habían cubierto
mi horizonte habían desaparecido. En su lugar, me encontraba en una gran
sala dorada. Las columnas se elevaban hasta el alto techo circular mientras
una orquesta llenaba el espacio de música. Mi mente me llevó aún más
hacia mi pasado.
Hasta antes de la Guerra de los Dioses.
Mi padre estaba de pie ante mí, su atuendo era una mezcla de la pesada
armadura con incrustaciones doradas y las vestiduras rojas y doradas que
fluían a su alrededor como sábanas. Joyas enredadas en los gruesos rizos de
su cabello con crestas doradas prensadas en algunos. Algunas con
emblemas de batallas y una que conocía de memoria regalada por mi madre.
Una gran corona negra y plateada de seis puntas coronaba su cabeza. Un
punto por cada gran guerra librada y ganada bajo su mandato, todas ellas
mucho antes de mi existencia. Los bordes eran largos rombos con una única
joya de plata en el centro. Solo se ponía la corona cuando tenía que ser
proclamado rey o durante un compromiso social. Ese día era una
celebración, en la que me había excedido.
Se volvió hacia mí, con el pelo oscuro, más largo incluso que el mío,
rozándole el brazo. Líneas plateadas decoraban las partes de su piel morena
que quedaban al descubierto. Las líneas gemelas a lo largo de los brazos, la
garganta y debajo de los ojos eran de la misma plata que los ojos que se
clavaban en los míos. Estaba enfadado, si es que el aplastante ambiente de la
habitación no me decía otra cosa. Clavó al suelo el bastón dorado que
llevaba en la mano, provocando grietas que se extendieron bajo sus pies.
—Te he hablado de esto varias veces y sin embargo no oyes nada. Si no
fueras mi hijo, te daría por sordo —bramó.
Me balanceé sobre mis pies, la bebida savaee que habían mezclado y
ofrecido podía haber sido demasiado.
—Padre. Estás alterado.
Otra estocada de su bastón y el suelo vibró mientras se acercaba.
—¿Alterado? No lo estaría si no te pavonearas de esa manera. Los reinos
se han ido sumiendo poco a poco en el caos. Te necesito más concentrado
que nunca en este momento. Los Ig'Morruthens buscan el poder sobre
cualquier reino que puedan reclamar y si crecen en número, ni siquiera
nosotros estaremos preparados para detenerlos. Necesito que estés
concentrado.
Suspiré, sabiendo muy bien lo que seguía.
—Estoy concentrado. —Me balanceé sobre mis pies antes de
enderezarme—. ¿No he detenido a Namur? Me he ganado el nombre de
Destructor del Mundo por los reinos que hemos recuperado. Me merezco
un momento de paz sin sangre ni política. ¿No se supone que después de
ganar batallas debemos relajarnos y estar entre nuestra gente?
Se burló y negó con la cabeza.
—Nuestro pueblo puede hacerlo, tú no. Tú serás rey. ¿No lo
comprendes? Tienes que dar la cara. No balancearte sobre tus pies ni meter
la polla en cualquier celestial o diosa que te muestre una pizca de atención.
—Hizo una pausa frotándose la frente con una sola mano—. Tienes tanto
potencial, hijo mío, y sin embargo lo desperdicias.
Me di la vuelta y arremetí, lanzando el cáliz con tanta fuerza contra la
columna cercana que se incrustó en la piedra.
—No puedo gobernarlos. No lo permitirán. No soy tú ni lo seré nunca.
El título debía pasar a uno de ellos. Ellos lo saben y yo lo sé. No soy nada
para ellos. Y la manera en que tengo que demostrar mi valía una y otra vez
y aun así no ser suficiente… estoy harto.
Cerró sus ojos un instante, como si le dolieran, antes de abrirlos y
mirarme. Se frotó la espesa barba con la vista fija en mí. No hizo ademán de
avanzar y se limitó a negar con la cabeza.
—Eres más que suficiente, Samkiel. Conoces mis visiones, lo que he
visto. He visto mucho más allá de este reino y del siguiente. Eres el mejor
de nosotros, aunque ahora no lo veas.
Me burlé, sobre todo para mis adentros, mientras me frotaba la frente.
—Nunca me aceptarán. No importa cuántos Ig'Morruthens mate o con
cuántos mundos acabe para salvar a otros.
—Eres perfecto tal como eres, y no te preocupes por ellos. No tendrán
elección. Eres mi heredero. Mi hijo. —Avanzó deteniéndose frente a mí
antes de ponerme la mano en el hombro.
Mi ira se disipó cuando dijo:
—El único.
—Si los obligas, tomarán represalias. —Sabía que lo harían, igual que
sabía que no me aceptarían. Yo no quería gobernar, pero por desgracia mi
padre, mi sangre, no me dejaban otra opción—. Palabras como esas traen
consigo la guerra, padre.
Se encogió de hombros tan descuidadamente, y mostró una ligera sonrisa
burlona en sus labios como si el solo pensarlo fuera más un sueño febril.
—He hecho enemigos por menos. Enemigos antiguos y poderosos. No le
temo a las guerras, solo a perderte a ti.
Nuestras miradas se encontraron por un momento, los efectos del licor
desaparecían mientras mi realidad golpeaba mi cerebro.
—Nunca seré un líder como tú.
—Excelente. Sé más grande.
Su voz no era más que un susurro, ahogado por un fuerte golpe que
serenaba mis oídos. Grité, pero el rostro y la forma de mi padre se
retorcieron como polvo de estrellas.
Abrí los ojos de golpe. Una energía brillante y vibrante se disparó
a través de ellos, golpeando el techo y provocando la caída de unos
cuantos trozos grandes de mármol a mi alrededor. El agujero sobre
mi cama había estado ahí desde mi primera noche aquí, y crecía
cada vez que dormía. Emociones que ya no podía contener y que
explotaban. Me senté erguido y sequé mis lágrimas. Despreciaba
verlo, despreciaba revivir cualquier cosa que tuviera que ver con él
o con mi pasado. Despreciaba las batallas, la Guerra, todo aquello.
El cabello se me pegó a los músculos empapados de sudor de los
hombros y la espalda. Ahora estaba demasiado largo, pero no me
importaba. Copas, mesas y sillas seguían levitando sobre el suelo de
mármol por la energía que había expulsado. Una energía que,
incluso después de tantos siglos, seguía sacando lo mejor de mí.
Levanté las manos, masajeándome las sienes e intentando
recuperar la concentración. A medida que las piezas de mi hogar
iban cayendo una a una, el dolor sordo que palpitaba en mi cabeza
iba remitiendo. Los dolores de cabeza eran cada vez peores, un
tambor que latía con más frecuencia; la culpa y el remordimiento
que sentía se estaban volviendo abrumadores.
Me acuné la cara entre las manos mientras me incorporaba, con
las ondas sueltas cayendo hacia delante como una espesa cortina
que tapaba la luz. Seguía sintiendo los músculos tensos y doloridos.
Había mantenido la misma rutina de entrenamiento que aprendí
antes de los días de guerra. Era lo único que me ayudaba. Cuanto
más trabajaba, levantaba o corría, más fácil me resultaba ahuyentar
los pensamientos que amenazaban con devorarme.
Los días en los que me sentía demasiado mal y no podía
obligarme a salir del palacio, me quedaba dentro. Era entonces
cuando la sensación de dolor se volvía peor. Me consumía. Era una
niebla oscura que se arrastraba por todos los rincones de mi
conciencia, devorando mi voluntad de existir. Esos días no quería
moverme ni comer. Entonces me quedaba tumbado, mirando cómo
salía y se ponía el sol, sin darme cuenta de cuánto tiempo había
pasado. Daba vueltas en la cama y no tenía fuerzas ni para
levantarme. Eran los peores días.
¿Cuántos años hacía que me había encerrado? Había perdido la
cuenta.
Las maltrechas y gastadas sábanas se amontonaron alrededor de
mis muslos cuando puse los pies en el suelo. Las cicatrices recorrían
mis muslos y rodillas en zigzag. Mi cuerpo estaba plagado de
marcas. La que más odiaba era la cicatriz enorme que tenía en la
pierna. Aquella era la que me traía más pesadillas nocturnas. Si tan
solo hubiera sido un poco más rápido. Volví a cerrar los ojos,
ahogando los gritos antes de abrirlos de nuevo.
Escudriñé la habitación, deteniéndome en el largo cristal
reflectante revestido de oro de la pared del fondo. Líneas plateadas
decoraban mis pies, piernas, abdomen, espalda, cuello y debajo de
los ojos. Inmediatamente me arrepentí de ver mi reflejo. La espesa y
oscura masa de pelo me llegaba hasta la mitad de la espalda, y una
barba crecida y descuidada decoraba mi rostro.
El brillo de mis ojos se reflejaba en el espejo, llenando la
habitación de un resplandor plateado que me recordaba quién era,
dónde estaba y lo fracasado que era. Me habían llamado protector.
Me burlé y desenrosqué el puño, lanzando una ráfaga de poder
cegador contra mi reflejo que redujo el cristal a meras partículas de
arena. Me quedé mirando el nuevo agujero que acababa de añadir a
esta enorme finca en ruinas. Perfecto, ahora mi casa se parecía al
mundo completamente desastroso que había construido
Construí este planeta con los restos caídos de Rashearim que
habían flotado más allá del velo del Netherworld antes de que los
reinos se sellaran. Una vez que se hubo asentado, el Consejo de
Hadramiel regresó, aunque estaban a medio mundo de mí. Yo
quería estar solo, y ellos no cuestionaron a su rey. Había puesto los
procedimientos adecuados para que ni ellos ni los celestiales me
necesitaran más. ¿Qué sentido tenía? Los reinos estaban sellados
para la eternidad y todo lo que hubiera podido ser una amenaza,
moría con Rashearim.
La luz, clara y nítida, asomaba por encima de mi cabeza mientras
el sol bailaba en el horizonte. Me levanté y me dirigí a la parte hueca
de la habitación donde guardaba mis telas. El espacio era un
desastre, con telas amontonadas en el suelo y colgando de las
estanterías. Era un desastre, como el resto de mí. Necesitaba irme,
huir, lo que sea para que disminuyese la tensión creciente en mi
cabeza.
Me puse unos pantalones de color crema y salí de mis aposentos
en dirección al vestíbulo principal. Bajé los escalones tallados y
llegué ahí. Se abría a un gran espacio vacío en el que solo había un
pequeño comedor a la derecha con una mesa y una silla que yo
había fabricado. No sabía por qué las había hecho. No permitía ni
quería compañía y solo acumulaban polvo como cualquier otro
mueble de la casa.
La naturaleza intentaba recuperar mi hogar. Las enredaderas
buscaban refugio, creciendo a través de la ventana tallada en la
pared del fondo a mi derecha. No me había molestado en quitarlas o
moverlas. Ya no me molestaba en nada.
Un zumbido eléctrico llenó la habitación, haciéndome suspirar y
cerrar los ojos. Inmediatamente me froté el entrecejo. Sabía lo que
era y siempre lo ignoraba. Dejé caer mi mano y me volví hacia el
gran manto recortado sobre los restos de la chimenea que había
esculpido. Un pequeño aparato incoloro emitía un pitido mientras
parpadeaba una lucecita azul. Era una forma de mantenerme en
contacto con los demás si me necesitaban. Era solo para una crisis
extrema. Sin embargo, aún no habían acatado esa orden.
Sonó otro pitido antes de que se formara ante mí una silueta
brillante e imperfecta.
—Solicitud de mensaje del Consejo de Hadramiel —resonó la voz
monótona e inhumana.
Nunca conseguiría paz.
—Permitir.
—Samkiel. —Cerré los puños, la energía pura bailaba en mis
nudillos. Odiaba ese nombre.
La silueta, antes informe, vibró y se desenfocó antes de volver a
encarnar a una mujer alta y curvilínea. Llevaba el pelo largo y rubio
en una trenza floja, que le caía por el costado. Era Imogen. Se
parecía a la diosa Athos que la había creado. La única diferencia era
que Imogen era puramente celestial y pertenecía a La Mano. Mi
Mano.
Una capucha dorada cubría la mayor parte de su cabello. Su
vestido del mismo color oscurecía su tez de marfil al llegar al suelo y
el dobladillo se encharcaba a su alrededor. Tenía las manos juntas
mientras me miraba, o, mejor dicho, mientras miraba a través de mí.
El dispositivo era unidireccional. Se podía enviar el mensaje, pero
ellos no tenían conexión visual hasta que yo respondía y daba
permiso.
—Ha pasado mucho tiempo desde que enviamos el último
mensaje y, por desgracia, no recibimos respuesta ni entonces ni las
demás veces. Me preocupa… —Hizo una pausa y reformuló—.
Nuestra preocupación por usted crece, mi señor.
El tamborileo de mi cabeza empeoró. También despreciaba esa
palabra. Era un título que me habían puesto al nacer, como todos los
demás.
—A petición de Vincent, Zekiel se ha aventurado al Etherworld.
Parece haber un problema creciente. Los demás buscan su consejo y
esperan su palabra.
El Etherworld. El entremedio donde los humanos y las criaturas
menores prosperaban. Si había una situación, Zekiel podía
manejarla. Todos podían. No me necesitaban. Nadie lo hacía, y
estaban mejor sin mí. Entrenados desde el minuto en que fueron
creados, habían servido a los dioses que los crearon. Eso fue hasta
que llegó el momento de tener a mis propios celestiales bajo mi
mando.
A diferencia de los otros dioses, yo no podía crear celestiales. Mi
sangre no era pura, ya que mi madre era una celestial. Así que, en su
lugar, seleccioné como tropas a los que sabía que eran fuertes,
inteligentes y, en aquel momento, mis amigos. La Mano era todo
aquello de lo que hablaban las leyendas porque yo los creé así. Eran
asesinos entrenados y todo lo que había aprendido se lo había
enseñado a ellos. Todo lo que podía ser una amenaza para ellos
había muerto cuando lo hizo nuestro mundo, nada podía tocarlos.
Volví a fijarme en Imogen cuando hizo una pausa y pareció elegir
cuidadosamente sus siguientes palabras. Giró la cabeza hacia un
lado y hacia atrás.
—Anhelo verlo una vez más. Por favor, vuelva a casa.
A casa. Se refería a la ciudad más allá de los altos acantilados.
Nuestro verdadero hogar se había convertido en polvo entre las
estrellas y ahora nos quedábamos en los restos que quedaban. Yo no
tenía hogar, ninguno de nosotros lo tenía, no de verdad.
La imagen frente a mí se desvaneció y volvió la silueta informe.
—¿Debo enviar una respuesta, señor?
Cerré los puños una vez más, sintiendo ese dolor sordo e
incesante en mi cabeza.
—Descartar.
No habló más mientras volvía al irritante aparato. La habitación
volvía a estar vacía y silenciosa. Necesitaba salir. Giré, atravesé el
vestíbulo y entré en la sala principal. Los pasillos vacíos de color
beige pronto se tiñeron de la luz de las llamas plateadas que se
encendían en los pequeños braseros a mi paso. La energía se agitaba
bajo mi piel, suplicando escapar.
Abrí la puerta ovalada y me detuve, permaneciendo en las
sombras, justo fuera del alcance de la luz del sol. La vista era casi
sobrecogedora. Las aves piaban al pasar en bandadas. Los árboles
de hoja perenne y los arbustos se mecían con el viento, sus tonos
verdes, amarillos y rosas eran casi iridiscentes a veces. Era un
mundo lleno de vida y, sin embargo, yo no sentía nada. Me sentía
tan desconectado de todo. Se me hizo un nudo en la garganta
cuando bajé la mirada, con los dedos de los pies a escasos
centímetros de la luz exterior. Avancé un paso y retrocedí dos.
Lo volvería a intentar mañana.

Llegó el día siguiente y también las pesadillas nocturnas. Eran


peores que las anteriores y me despertaba agarrándome el pecho
mientras salía de la cama. No podía detener las olas de presión que
parecían aumentar. Estaba de pie, paseando por la habitación antes
de que mi cuerpo se diera cuenta de lo que estaba haciendo.
Caminaba en círculos, con el corazón martilleándome en el pecho
con tanta fuerza que estaba seguro de que se me caería. Me
concentré en inspirar y espirar, pero no servía de nada. No podía
controlar los temblores que sacudían mi cuerpo, no podía detener la
avalancha de recuerdos que me sacudían hasta la médula.
—Me avergüenzo de ti. Tenía tantas esperanzas, y ahora tengo que
limpiar tu desastre. Otra vez.
Me agarré las orejas, apretándome la cabeza como si eso ahogara
el ruido.
—Eres un tonto si crees que dejaríamos que nos guíes.
Doblé las rodillas y caí al suelo, mientras los gritos resonaban por
toda la habitación.
—Qué desperdicio —siseó desde arriba una voz femenina llena de
veneno. La diosa Nismera. Su pelo plateado, sus rasgos afilados y su
armadura estaban ensangrentados por la muerte de nuestros amigos,
nuestra familia, nuestro hogar. Era una traidora en todos los sentidos.
Clavó su talón en la placa de mi pecho y me mantuvo inmóvil. Los sonidos
de carne desgarrada y metal contra metal llenaron el aire. Apuntó el filo de
su espada a mi garganta. Agarré la hoja, la sangre se me escurría entre los
dedos y el agarre se resbalaba. El metal me atravesó la garganta, y no supe
cuánto tiempo podría impedir que siguiera avanzando—. Conseguirás la
fama que tan desesperadamente ansías, Samkiel. Ese título que tanto te
gusta. Ahora te conocerán como lo que realmente eres. El Destructor del
Mundo.
La pared frente a mí estalló cuando el poder, abrasador y
radiante, se filtró por mis ojos y arrasó todo a su paso.

Llevaba dos soles corriendo y entrenando. Me dolía el cuerpo por


el sobreesfuerzo, pero no paré. No podía. Hasta que mi cuerpo se
rebeló, y lo hice. La pierna derecha patinó, los músculos cedieron
cuando yo no quería. Caí por una pequeña pendiente y atravesé
unos arbustos. Las ramas se rompieron y me rasgaron la piel antes
de aterrizar de espaldas entre el follaje, cerca de un pequeño
barranco. Los pájaros salieron volando de los árboles al oír el ruido
y el bosque enmudeció tras sus graznidos. La luz se filtraba a través
de las copas de los árboles mientras permanecía allí un momento,
jadeando. El sonido del agua me llamó la atención y giré la cabeza
para ver las cascadas gemelas que caían por la ladera de un
escarpado acantilado. Rocas y peñascos de distintos tamaños
bordeaban el pequeño lago que se ubicaba al pie.
Me senté sobre el codo y miré fijamente el agua corriente del
arroyo. ¿Cuándo había sido la última vez que me había bañado? No
lo sabía. ¿Cuándo había comido por última vez? Tampoco lo sabía.
Me levanté del suelo rocoso y me desnudé, tirando a un lado los
pantalones empapados de sudor. Con los pies ligeramente
sumergidos en el agua cristalina, esperé a sentir el frío y, sin
embargo, no sentí nada. Debería hacer frío, debería estar helada.
Negué con la cabeza, no quería pensar en lo que eso significaba para
mí y me zambullí.
Después de enjuagar el horrible olor de mi cuerpo, volví a
ponerme los pantalones. A pesar de que no eran los más limpios, no
tenía nada más. Había olvidado una camisa, o incluso unos zapatos,
cuando salí corriendo después de mi más reciente noche de terror,
pero no quería volver a casa. No pertenecía allí, pero tampoco
pertenecía a ningún sitio.
Permanecí cerca del lago hasta que cayó la noche. Un millón o
más de estrellas iluminaban el cielo, proyectando un reflejo similar
sobre el agua. Me senté con las rodillas levantadas y los brazos
apoyados en ellas. Había recogido unas cuantas bayas de una rama
colgante cercana. Últimamente tenía poco apetito, pero me obligué a
comer. La fruta, rica en nutrientes, aliviaba un poco el dolor de
cabeza. A medida que la luna se alzaba, las criaturas del bosque
comenzaban su particular orquesta de aullidos y quejidos.
Comí otra baya, escupiendo las semillas tóxicas a un lado. Restos
de Rashearim flotaban en el cielo, creando un anillo alrededor del
planeta. La luna, otra víctima de la Guerra de los Dioses, parecía
como si un gigante le hubiera dado un mordisco. Más allá, una
galaxia giraba, hilando una variedad de colores iridiscentes. Las
estrellas pasaban como látigos, dejando pequeñas estelas de polvo a
su paso. Antes me parecía una visión fascinante, incluso
cautivadora, pero ya no. Después de flotar entre ellas rezando por
una muerte que nunca recibirás, aprendes a despreciarlas. Varios
meteoritos destellaron mientras yo bajaba la cabeza y comía otra
baya.
—Sigo teniendo las mismas pesadillas nocturnas. Han aumentado
en frecuencia este último siglo. Es como si esta oscuridad
abrumadora se cerniera sobre mi cabeza, esperando para asfixiarme.
—Hice una pausa y me metí unas cuantas bayas más en la boca—.
Ojalá hubiera sido más rápido aquel día —susurré las palabras a la
noche. Quizá si no estuvieran atrapadas en mi cabeza me darían
algo de paz—. Espero que seas consciente de que todo lo que
discutimos, lo he dejado. El sexo, las fiestas, la bebida, ya no necesito
ni anhelo esas cosas. Las cosas que abrieron una brecha entre
nosotros. Ahora sé lo irresponsable que fui. Lo poco que me
importaba cuando me necesitaban, y cuando intenté ser mejor ya era
demasiado tarde. Necesitan un líder y yo no soy… tú. —Hablé
sabiendo que era más para mí que para mi padre. Hacía tiempo que
se había ido de cualquier reino al que yo pudiera llegar.
El alivio me invadió y me quitó un peso del pecho, aunque
hablaba sobre todo conmigo mismo y con las criaturas que me
rodeaban.
—Te escucho —grité a la bestia que se escondía a unos metros—.
No necesitas esconderte. No tienes nada que temer de mí. —
Arranqué otra baya de la rama. Las hojas crujieron bajo las
poderosas pezuñas del ciervo Lorveg, que se adelantó. Vi cómo su
cornamenta se abría paso entre los arbustos, seis a cada lado. Era
viejo. Su pelaje blanco puro moteado por delante casi brillaba a la
luz de la luna cuando salió. Era esbelto pero macizo al mismo
tiempo. Era una de las muchas criaturas que habíamos conseguido
salvar. Las habíamos colocado aquí y, como cualquier criatura,
habían evolucionado. El ciervo tenía cuatro ojos y su mirada clara
no se apartaba de la mía mientras seguía dando un paso tras otro. Se
detuvo al borde del agua y esperé a que vinieran más. Normalmente
se quedaban en grupos.
—¿Dónde está tu familia?
No hubo respuesta, aunque no la esperaba. Bajó la cabeza para
dar un largo trago y yo volví a recoger las bayas cuyo tono púrpura
me manchaba el pulgar.
—¿También estás solo? —Levanté la cabeza mirándolo antes de
asentir—. Supongo que no es por elección y por eso te pido
disculpas. —Cogí una baya, la mastiqué y volví a desechar las
semillas. Se detuvo mientras yo hablaba, levantó la enorme cabeza y
me miró fijamente. Obtuve una respuesta, así que continué—. Ella
sigue intentando acercarse a mí. Sé que se preocupa por mí, todos lo
hacen, pero les dije que solo lo hicieran en caso de emergencia.
Aunque no hay ninguna porque son La Mano, lo mejor de lo mejor.
En cambio, envían mensajes preguntando cómo estoy y si me
encuentro bien. —Me detuve, exhalando un suspiro antes de
continuar—. El hombre que conocía, que conocían, ya no está aquí.
Hace ya bastante tiempo que se fue. Ya no sé quién soy.
Las hojas volvieron a crujir y levanté la vista. El ciervo bajó
ligeramente la cabeza, se acercó un poco más y se detuvo cerca de
mí. Estiró el cuello, extendió el hocico y olfateó las bayas.
—Las semillas son mortales para ti. —Dejé el manojo de ramas
enredadas en el suelo, cogí una sola baya y me volví hacia el ciervo.
Puse la fruta en la palma de la mano y me concentré. Una luz
plateada recorrió mi brazo, haciendo que las marcas brillaran y se
reflejaran en el blanco de su pelaje. No se movió ni intentó huir, solo
miró fijamente mi mano. La baya que tenía en la palma vibró
durante un segundo mientras me concentraba. Las semillas
desaparecieron una a una, dejando la formación púrpura
translúcida.
Le tendí la mano mientras las luces se apagaban bajo mi piel.
—Aquí tienes.
Miró de mí a mi mano extendida y viceversa antes de pasar su
hocico por mi palma y cogerla. Vi cómo levantaba la cabeza y
masticaba sin apartar los ojos de los míos.
Me encogí de hombros.
—Es muy sencillo. Si me concentro lo suficiente puedo borrar las
moléculas que componen la integridad de las semillas. —Ladeó la
cabeza como si me hubiera entendido, lo cual era una locura—. Lo
cual no te interesa.
Forcé una pequeña sonrisa antes de volver a apoyar los brazos en
las rodillas.
—Todo este poder, y aun así no pude salvarlo. —Resoplé—. A
ellos. El mundo. Contaban conmigo y, sin embargo, se han ido
mientras su rey está sentado en un bosque denso y desconocido,
hablándote como si mis problemas fueran de alguna preocupación.
Se acercó y me dio un codazo en el brazo con el hocico. Alcancé
las bayas, recogí unas cuantas más y me las puse en la mano,
repitiendo la misma técnica antes de que se comiera unas cuantas
más.
—Eso es todo. Probablemente deberías irte, cuanto más oscuro se
pone…
Me detuve al escucharlo. Era un susurro, pero ensordecedor,
como si la voz estuviera amplificada.
—… Samkiel concédanme el pase de aquí a Asteraoth.
Las palabras antiguas, el canto. Significaba una cosa. Significaba
la muerte.
Me puse en pie en cuestión de segundos. El cielo se iluminó de un
azul vibrante cuando una estrella que no era una estrella pasó
corriendo hacia el Más Allá.
No.
Los restos de Rashearim temblaron bajo mis pies, y el propio
suelo amenazó con partirse. El poder irradiaba de mí en oleadas, los
árboles se doblaban y se partían por la mitad, y el agua de la
superficie del lago ondulaba. El ciervo partió, escapando al pulso de
mi poder.
Imogen había mencionado el Etherworld, así que allí es donde fui.

Irrumpí en su atmósfera y un estruendo creciente siguió mi


entrada. Enormes nubes me rodearon lentamente, y los truenos
surcaron el cielo como un ominoso presagio de mi llegada. Los
relámpagos brillaban a mi alrededor como si el propio planeta
desafiara mi poder. Solo buscaba un lugar y me dirigí hacia él.
Las nubes oscuras se aclararon cuando el Gremio apareció a mis
pies. El gremio se había establecido aquí hacía siglos como base de
operaciones y lugar seguro. Había lugares como éste en todos los
grandes continentes. Eran lugares de educación para los celestiales
en formación y proporcionaban vínculos con los habitantes de
nuestro pueblo, antiguos y nuevos. Entre sus muros se guardaban
archivos de información y armas antiguas.
Me tiré al suelo, con las luces, las sirenas y los gritos abrumando
mis sentidos. Varias docenas de celestiales y humanos se
encontraban fuera del gran edificio del palacio. Algunos sostenían
pequeños artefactos en ambas manos y me apuntaban con ellos.
Otros iban armados con las armas de fuego que mi familia había
creado hacía millones de años. No dejaban de gritar, repitiendo
palabras que yo desconocía, mientras unas luces, brillantes y
cegadoras, resplandecían detrás de ellos.
Levanté la mano, protegiéndome los ojos del resplandor. Miré
detrás de la mano las numerosas cajas metálicas con apéndices
circulares que cubrían la zona. La estática llenó mis oídos junto con
los gritos y el parloteo. Era demasiado, demasiado ruido. Apreté los
dientes y el zumbido de mi cráneo llegó al punto de la agonía.
Mi piel se iluminó cuando extendí la mano y la cerré en un puño.
Las luces estallaron una a una, haciendo llover fragmentos. Levanté
las manos, extrayendo energía de las cajas, y aquel maldito ruido
cesó. Los gritos y las demandas estallaron con tensión y volví a
levantar la mano, preparándome para neutralizar también esta
amenaza, y entonces oí una voz que nunca podría olvidar.
—Liam.
Giré hacia él, bajando los brazos de inmediato. Mis aliados más
antiguos y de mayor confianza estaban frente a mí, con expresiones
de sorpresa y tristeza.
—¿Quién? —Hablé en nuestro idioma, salvo que el tono era
exigente e insensible, recordándome más a la manera de hablar de
mi padre que a mí mismo.
Logan, el más fuerte de La Mano bajó la cabeza, con el rostro
afligido.
—Zekiel.
La sola palabra me pareció un golpe, y supe que ésta no iba a ser
una simple visita al Etherworld. Logan era uno de los celestiales
más antiguos, y el único vestigio superviviente de la guardia
celestial creada por mi padre. Había crecido con él y era lo más
parecido a un hermano que tenía. Era tan alto como yo y tenía
músculos más que suficientes para no temer a nada que respirara,
así que cuando su voz se quebró, supe que era hora de prestar
atención.
—Me temo que es más que eso. —Vincent dio un paso a su lado,
incluso sus rasgos estoicos normales parecían verse afectados.
—¿Qué podría ser mucho peor?
Y ahí estaba la palabra. El término que no quería volver a oír.
Guerra.
CAPÍTULO 9
Liam
El día desde mi llegada lo pasé con celestiales y humanos que no
conocía tratando de saludarme y adulando mi llegada. Suspiré y
cerré el ordenador que Logan me había dado, cerrando los ojos
mientras mi cerebro intentaba procesar los vídeos instructivos que
había sacado. Idiomas, husos horarios, política, estados, todos los
acontecimientos importantes que habían tenido lugar desde que dejé
el Etherworld siglos atrás. Me dolían las sienes y me las froté
mientras oía pasos que se acercaban. Todo el mundo estaba tan
ansioso e invasivo. Me preparé para una avalancha de gente, pero
los pasos parecían singulares. Cuando llamaron a la puerta y giré el
pomo, me sentí aliviado al ver a Logan.
—Tengo algunas camisas y pantalones que puedes usar. Deberían
quedarte bien hasta que consigamos algo de tu talla. —Logan habló
esta vez en lo que yo había aprendido que era el idioma nativo de
Onuna. En este plano existían más de seis mil lenguas y yo solo
había aprendido la mitad en las últimas veinticuatro horas.
Hice un ruido inaudible en señal de acuerdo y volví a estirar los
dedos para frotarme los ojos y la frente.
—Sé que es mucho para asimilar a la vez, pero estoy aquí para
ayudar como siempre.
Volví a asentir.
—¿Cómo estás? Han pasado siglos. Te he echado de menos,
hermano.
Mis ojos se abrieron mientras soltaba las manos. Otra vez esa
palabra. La misma que Imogen pronunció solo que en un idioma
diferente. Era auténtica. Lo sabía y sin embargo no sentí nada. Hacía
años que no sentía nada y sabía lo que era, sabía lo que me estaba
pasando y a una parte de mí no le importaba.
Volví a asentir mientras me ponía en pie. Todo era una versión
apagada de los colores de nuestro mundo. Los dorados y rojos de
aquí parecían rústicos y esta habitación gritaba un simulacro de
intento de recrear lo que habíamos tenido en Rashearim. Logan no
dijo nada mientras me acercaba a la cama extragrande donde había
colocado ropa en tonos negros, blancos y grises.
Elegí un conjunto, un traje como lo llamaba Logan, pero algunas
partes me quedaban demasiado ajustadas. La chaqueta se me
clavaba en los bíceps y los pantalones en los muslos. Logan era más
delgado que yo por unos kilos, nada drástico pero lo suficiente para
que incluso su ropa le resultara incómoda. Me incliné para atarme
los zapatos que me había proporcionado antes de que volviera a
hablar.
—¿Quieres afeitarte o cortarte el pelo tal vez? —Hizo un gesto con
las manos hacia su propia cabeza antes de rascársela.
—No.
—Solo digo que estás a punto de conocer a mucha gente y…
—No me importa mi aspecto. No me voy a quedar. —No era mi
intención que sonara tan duro como lo hizo y la mirada en sus ojos
me recordó a tantas veces cuando mi padre levantaba la voz—. Te
pido disculpas. Solo me gustaría encargarme de la amenaza que le
robó la vida a Zekiel y regresar a los restos de Rashearim. Esto no
pretende ser una estancia prolongada.
La preocupación frunció sus cejas por un breve instante antes de
corregir su expresión. Sus ojos se desviaron de los míos mientras
bajaba la cabeza y asentía una vez.
—Entendido.
Mis dedos rozaron la ropa que Logan me había dado cuando
entramos en el gran vestíbulo. Me quedaba mal y me picaba la piel.
El material era áspero, a diferencia de las suaves telas de nuestro
mundo natal.
—Lo siento, mi señor, no sabía que venías o te habría comprado
algo que te quedara bien —dijo Vincent antes de mirar a Logan de
forma mordaz. Como si Logan hubiera sabido de mi regreso antes
que él.
—No me llames así —respondí con un ligero gruñido en la voz.
Logan rio suavemente detrás de mí. Vincent nos condujo a una
gran sala. En el interior, una estantería de caoba contenía un surtido
de pequeños objetos de estatuto. En la mayoría de las paredes había
cuadros y a la derecha un escritorio con objetos esparcidos por toda
su superficie.
—Siempre podemos conseguirte otra cosa. Necesitarás un lugar
donde quedarte…
—No será necesario —dije, apartándome de la gran ventana oval
tallada—. No me quedaré mucho tiempo.
La habitación volvió a quedar en silencio. Sabía que debía sentir
un tirón, una pizca de culpa. Se preocupaban lo suficiente como
para querer que me quedara, pero no sentí nada. Solo quería volver
al fragmento de hogar que me quedaba. Mis manos se flexionaron
bajo los brazos cruzados. Los ruidos, las luces y la habitación
empezaban a ser agobiantes. Me sentía confinado y no ayudaba que
aquí todo fuera ruidoso. Los humanos hablaban continuamente y yo
podía oírlos a través de cada habitación.
Logan y Vincent no dijeron nada durante un largo rato esperando
mi siguiente orden. No entendían lo duro que era estar aquí y cerca
de ellos después de lo que había ocurrido. Lo despreciaba.
—¿Qué información has reunido sobre la muerte de Zekiel?
Vi cómo cambiaban de actitud y la tristeza volvía a sus ojos, pero
había que hablar del tema.
Vincent se acercó primero al gran escritorio. Cogió un objeto de
papel beige y lo abrió.
—Algunas de las ruinas y templos creados a partir de los trozos
de Rashearim que cayeron en Onuna han sido alcanzados. Sean
quienes sean estas criaturas, parecen estar buscando algunos textos
u objetos antiguos. No sabemos qué buscan, pero están decididos a
encontrarlo.
Vincent me entregó un montón de páginas lisas y reflectantes, con
imágenes de lugares medio destruidos.
—Envié un mensaje a Imogen. ¿No ha podido localizarte? —dijo
Logan, acercándose, su mirada interrogante.
¿A esto se refería con la creciente preocupación?
No levanté la mirada para mirarlo, limitándome a responder
mientras Vincent me entregaba otra foto.
—Me informó de una preocupación creciente, pero desconocía la
gravedad de dicha petición.
Era más amable que la verdad. Lo sabía y no me importaba.
¿Cómo de terrible me había vuelto?
Vincent me pasó unas cuantas imágenes más mientras se acercaba
el sonido de un chasquido contra el suelo de madera. Un ligero
golpe resonó en la puerta y todos levantamos la vista cuando
Neverra, la cuarta al mando, entró e hizo una reverencia.
—Siento interrumpir, mi señor.
Logan hizo un movimiento sobre su garganta con una mano.
—Nena, a él no le gusta eso.
Sus ojos se agrandaron un centímetro mientras se enderezaba.
—Lo siento. —Se aclaró la garganta antes de caminar hacia Logan
y darle un rápido abrazo. En mi conciencia bailó una imagen de
cuando se conocieron. Mucho antes de que yo formara La Mano y
de que Rashearim fuera un lugar más alegre y jovial. Mucho antes
de las guerras, mucho antes de la muerte, mucho antes de la caída.
Se volvió hacia Vincent y hacia mí, cruzando las manos delante de
ella.
—Solo quería que supieras que el consejo humano ha empezado a
llegar.
Asentí una vez mientras Vincent comprobaba el dispositivo
dorado de su muñeca. En mi ausencia, Vincent había trabajado con
los humanos, equilibrando la política y los problemas globales.
Ahora trabajaba para la embajada. Los mantenía informados, según
Logan, cuyos términos aún me resultaban extraños. A lo largo de los
siglos, había crecido la confianza entre humanos y celestiales y
habían establecido relaciones de trabajo. Los enlaces mortales eran
un beneficio predominantemente significativo. Mantenían la paz y
facilitaban la fusión de mundos y culturas. La transición fue más
fácil cuando los mortales de Onuna aprendieron lo pequeños que
eran en el gran esquema de las cosas.
Le había dado el título a Vincent porque, de todos los miembros
de La Mano, sabía que él lo quería. Le daba poder y control, cosas
que nunca recibió de Nismera. Vincent era un gran líder. Lo sabía
desde Rashearim. Era una de las muchas razones por las que lo
había elegido, otra era que yo no lo quería. Me aislé del mundo y así
pretendía que permaneciera.
Vincent se aclaró la garganta, llamando la atención una vez más.
—He organizado una especie de reunión con mi… —hizo una
pausa—, Liam. Desean hablar contigo y que les informes de lo que
ha sucedido en los últimos meses.
Volví a asentir.
—Me gustaría una breve historia sobre eso, también. Hablaste de
enviar a Zekiel a una de nuestras bibliotecas. ¿Por qué no regresó?
—Miré las imágenes que tenía en la mano, más edificios destruidos
o desaparecidos por completo.
Miré a Logan.
—El Etherworld es uno de los reinos más sencillos de manejar. La
lista de criaturas del Otro Mundo que vagan por él es muy escasa.
Las bestias en las que se inspiraron están selladas en varios reinos.
Selladas por mi sangre y la sangre de mi padre. —Me detuve, y la
presión que me corroía la cabeza y el estómago regresó
momentáneamente—. Así que, de nuevo, pregunto, ¿qué puede
matar a uno de La Mano? ¿No se han entrenado tanto? ¿Han
holgazaneado mientras se entregaban a los aspectos más sutiles de
sus deberes? —pregunté, señalando la habitación que nos rodeaba.
Las luces de la habitación parpadearon una vez, luego dos,
mientras la presión aumentaba en mi cabeza.
—No debería haber nada vivo que pueda superar a ninguno de
nosotros, pero aún oigo los cánticos moribundos y veo la luz de la
vida desangrarse por el cielo. Díganme por qué.
Sé que era cruel, pero las palabras salían de mi boca como veneno.
Sonaba como él, y lo sé.
—Tengo una respuesta para eso —empezó Vincent mientras se
acercaba y abría el expediente que traía consigo—. Hasta ahora he
seguido algunas pistas. Hay una en particular, una mujer y dos
acompañantes. Las cámaras de seguridad de los alrededores nos
han dejado entrever algunas cosas. Hicimos algunos
reconocimientos faciales, pero casi nada. Eso hasta Ruuman. —Me
pasó otra foto. Estudié a la mujer, alta y delgada, con el pelo negro,
largo y ondulado. Llevaba algún tipo de reflector en la cara mientras
salía de un edificio.
—¿Qué importancia tiene esto?
—Apareció por primera vez en una excavación. Esta cara. Ya tenía
algunos celestiales a la vista, pero no eran rivales para ella. El sitio
fue demolido junto con algunos de los celestiales. Todo había
desaparecido por completo como si algo hubiera explotado desde
dentro.
Levanté una mano y me froté la larga barba mientras procesaba
las palabras de Vincent.
—Investigué un poco más para ver si podía localizar un nombre o
un lugar y no encontré nada hasta esto. —Me acercó otra foto. Era
una imagen más clara de la misma mujer.
Tenía la cara en forma de corazón, y el mismo pelo grueso y
suelto bailaba alrededor de sus rasgos mientras sonreía alegremente
a otra mujer. No pude distinguir los detalles debido al granulado de
la imagen, pero la foto era suficiente para mostrarlas saliendo de
otro edificio con bolsas translúcidas llenas de objetos. No parecía ser
una amenaza ni una que yo hubiera visto nunca. Parecía una mortal
feliz y contenta que había salido a pasar el día de compras.
—No lo entiendo —dije, mirando entre Vincent y Logan, mi
cabeza palpitando.
Logan miró a Vincent antes de decir:
—La seguimos hasta Valoel. Hice que Logan y Neverra las
vigilaran durante unos días antes de decidir comprometernos. Envié
a Logan y Neverra a hacer un reconocimiento. La vieron una noche
en un club.
Fruncí el ceño:
—¿Un club? —Mi cerebro repasó las últimas horas de información
que había obtenido—. ¿El naipe estilizado con el trébol o el
murciélago que se utiliza en varios juegos en los que les gusta
participar a los mortales?
Neverra silenció lo que sonó como una pequeña risita mientras
Logan se aclaraba la garganta.
—No, aquí es similar a las festividades como Gariishamere. Salvo
que hay más ropa y menos orgías. —Hizo una pausa como si
estuviera pensando—. A veces.
Vincent se llevó la mano a la sien.
—Esa última información era innecesaria.
Logan se burló.
—Como si fueras de ayuda
—Independientemente de eso —Vincent clavó sus ojos en Logan
una vez más—, supimos, gracias a Logan, que la mujer que está con
ella es su hermana, Gabriella Martínez.
Vincent me entregó otra foto. Esta contenía una imagen cristalina
de una mujer que sonreía alegremente. Vestía un tono azul apagado
con lo que parecían mensajes en la camisa.
—Neverra hizo una identificación facial y descubrió que trabaja
en un hospital. Parece una mujer humana normal de veintiocho
años. Se graduó en la universidad y vive en un apartamento del
Upper East Side.
—¿Y la otra?
—Nada. Nadie puede encontrar nada sobre ella. Es como si no
existiera.
Miré a Vincent.
—¿Cómo puede ser?
—Al principio —empezó Vincent—, no lo sabía, no hasta que
vimos esto.
Otra foto llegó a mis manos. Las mismas dos mujeres estaban
sentadas en lo que parecía ser un vestíbulo al aire libre, el espacio
bañado por la luz del sol. Otros seres humanos estaban sentados a
su alrededor en diferentes mesas, algunos comiendo y otros
perdidos en conversaciones. Pero fueron las dos figuras de pie junto
a la mujer de pelo oscuro las que captaron mi atención. Mis cejas se
fruncieron mientras entrecerraba los ojos y acercaba la imagen.
Me quedé inmóvil, pero no hablé mientras apretaba la imagen con
fuerza, arrugando los bordes. Por la postura de la mujer, parecía que
estaban discutiendo, pero el brillo carmesí de sus ojos gemelos era
inconfundible. El corazón me dio un vuelco por primera vez en un
milenio.
El pecho se me oprimió dolorosamente, una oleada de náuseas me
golpeó y empecé a sudar frío. El sonido de metal chocando contra
metal resonaba en mis oídos y el olor a sangre y sudor de batallas
libradas hacía mucho tiempo asaltaba mi nariz. Oí el rugido de las
bestias legendarias mientras destruían a mis amigos, mi familia y mi
hogar. El sonido perforaba mis oídos como cuchillas, recordándome
el batir de las poderosas alas contra el cielo mientras las llamas se
derramaban a torrentes. El calor tan fuerte que las cenizas eran lo
único que quedaba de todo. El mundo se estremeció con aquel
rugido mientras cientos de dioses y celestiales estallaban en luz a
nuestro alrededor. Repetí la única palabra que creía que había
muerto con Rashearim.
—Ig'Morruthens.

Logan, Vincent y Neverra permanecieron cerca de mí mientras


nos dirigíamos a la planta principal del edificio. Ojeé
compulsivamente las imágenes que Vincent me había mostrado.
Ig'Morruthens vivos y aquí. ¿Cómo? No debería ser imposible.
Habían muerto en Rashearim o estaban encerrados tras los reinos.
Sin embargo, tres de las bestias me miraban fijamente con tres pares
de ojos rojos como la sangre. Tres monstruos del mismísimo Otro
Mundo.
Las voces llenaban el vestíbulo principal. Los ayudantes y el
personal de apoyo acompañaban a sus líderes, los humanos
llenaban la cavernosa sala, pero apenas me di cuenta. Cerré el
expediente y se lo devolví a Vincent. Un fuego me recorrió la espina
dorsal y encendió mi sistema nervioso. Me detuve tan bruscamente
que Logan casi chocó conmigo. Mi cabeza se desvió hacia un lado y
escudriñé la habitación, buscando el origen de la sensación.
—¿Va todo bien? —preguntó Neverra, posando suavemente una
mano en mi brazo. El contacto me tranquilizó y la sensación de
quemazón desapareció. No vi nada, pero sentí algo. Busqué entre la
multitud, pero solo capté los rostros y los latidos de los humanos.
—Sí —dije mientras me alejaba del contacto de Neverra y cerraba
los ojos. Era la única respuesta que podía dar. ¿Qué más podía
decirles? Su preocupación solo aumentaría si supieran que las
imágenes por sí solas me devolvían directamente a la guerra.
Después de una mirada a las brasas incandescentes de sus ojos,
podía sentir y ver a todos muriendo a mi alrededor, mis manos
manchadas de sangre sin importar cuántas veces me las lavara—.
Estoy bien.
Abrí los ojos y extendí la mano.
—¿Continuamos?
Los tres compartieron una mirada de preocupación antes de que
Vincent asintiera y tomara la iniciativa.
La gran sala era un gran círculo con bancos escalonados que
rodeaban un espacio abierto en el centro. Todos los líderes mortales
de cada país se encontraban allí y, como mínimo, estaba abarrotado.
Los mortales me saludaron al bajar las escaleras y todos me
estrecharon la mano o me hicieron una reverencia. Por la forma
amable en que Logan explicó que yo era nuevo en sus idiomas, supe
que mis rasgos faciales daban paso a mis sentimientos internos de
disgusto. Llevaban su propio personal que anotaba todo lo que se
decía o traducía. Su personal asentía claramente, no divertido con
esto. Y, sin embargo, mi mente se remontó a una época muy lejana.
—Samkiel es rey ahora, independientemente de mi lugar. Lo habrías
sabido si tú y los de tu calaña hubieran aceptado la invitación formal a la
ceremonia real —dijo mi padre, Unir, mientras sostenía su bastón en la
mano. Las antiguas palabras inscritas en el brillaban ligeramente, el único
indicador de su ligera irritación. Estábamos cubiertos de pies a cabeza con
la armadura plateada. Lo único visible eran nuestros ojos.
Los feildren se inclinaron. Su forma pequeña y compacta y sus orejas
puntiagudas me recordaban a los niños de piel verde, solo que mucho más
traviesos.
—Mis disculpas, mi Rey. —Sus ojos se desviaron hacia mí antes de
enderezarse—. Enviamos una señal de socorro hace unos días. Los
Ig'Morruthens avanzaron y perdimos varias hectáreas…
—Te evacuaré a ti, a tu familia y a todos los que pueda de este planeta —
dijo Unir, cortándole—. Tienes un día para prepararte.
Un día fue todo lo que les dio. Pasó, y ahora estábamos al borde de un
escarpado acantilado con vistas a un páramo desolado. Donde antes había
vida, ahora había un campamento de los Ig'Morruthens. El sol aún
brillaba, pero descendía cada vez más. En cuanto se pusiera, despertarían y
seguirían destruyendo este planeta, conquistándolo y guardándolo para sus
ejércitos.
Suspiré, cruzando los brazos como pude sobre mi armadura.
—Algún día tendrás que enseñarme eso —dije, señalando con la cabeza
el rayo de luz clara que desaparecía en la distancia. Mi padre había sacado a
todos los feildren de este planeta. Los envió fuera del sistema estelar, a un
nuevo mundo seguro donde pudieran prosperar sin tener que preocuparse
de que los monstruos los masacraran.
Me miró. Se había quitado el casco y descansaba a sus pies mientras
cortaba una fruta redonda y amarilla con su espada.
—Espero que nunca tengas que usarla. No deseo más guerras, ni más
evacuaciones, ni más sufrimiento.
Peló un grueso trozo de fruta y me lo dio. Me quité el casco y me lo metí
bajo el brazo antes de aceptar la fruta y darle un mordisco.
—Samkiel, ¿recuerdas lo que te enseñé? Sobre los Ig'Morruthens y a
quién siguen desde que cayeron los Primordiales.
Tragué saliva antes de hablar, observándolo mientras seguía pelando la
fruta.
—Sí, los cuatro Reyes de Yejedin, Ittshare, Haldnunen, Gewyrnon y
Aphaeleon. Fueron creados por los Primordiales para gobernar este reino y
el siguiente.
Asintió una vez.
—Sí, Haldnunen murió a manos de tu abuelo, aunque se aseguró de
llevárselo con él durante la Primera Guerra. Aphaeleon cayó en la batalla
de Namur, lo que nos deja a los dos restantes.
—Y ahora buscan venganza.
Mi padre asintió mientras se comía los últimos trozos de la fruta y tiraba
el núcleo tóxico al suelo. Recogió el casco y se lo colocó en la cabeza.
Mechones de rizos escapaban de las trenzas que sobresalían de la parte
inferior, las pocas abrazaderas con incrustaciones de oro brillaban a la luz
menguante del sol.
—Venganza, sí, pero una parte de mí teme algo mucho más. Si hay una
pareja reproductora, puede que nos superen en número mucho antes de que
empiece la guerra.
—¿Qué se reproduzcan? Siempre hablaste de que se hacían similares a
los celestiales, no que nacían.
—A diferencia de la mayoría de los dioses, se reproducen como todo lo
demás. —Se cruzó de brazos, sin mirarme, pero sentí el cambio en la
conversación—. Hablando de reproducción.
—No.
—Samkiel, ahora eres rey, lo que significa que pronto tendrás que elegir
una reina. —Hizo una pausa—. U otro rey, lo que desees.
Dejé escapar un profundo gemido. Odiaba hablar de esto.
—Lo que deseo es no estar atado y encadenado a alguien por toda la
eternidad. No elijo ninguna de las dos cosas.
—No se puede vivir eternamente de los despojos de la carne.
—Oh, sí, puedo.
La luz del sol que se retiraba lentamente me dio la oportunidad de
cambiar de tema. Alabados sean los dioses.
—¿Cuántos crees que hay ahí abajo? —pregunté, señalando con la
punta de mi espada.
—Unos cientos. —No hizo ademán de moverse, su voz era tranquila—:
Si escuchas con algo más que tus oídos, podrás sentirlos. Están hechos del
mismo caos flotante que todas las cosas. Lo que significa que una parte de
nosotros es una parte de ellos, todo está conectado. —Se volvió para
mirarme—. Adelante. Inténtalo.
Cerré los ojos, ahogando el susurro de las hojas provocado por los vientos
del sur y los movimientos de las pequeñas criaturas que correteaban por el
suelo. Sentí que me centraba y fui consciente de… algo. Era agudo, me
producía un cosquilleo que hizo temblar todo mi ser. Sentí docenas, no,
cientos de seres. Di un paso atrás, abrí los ojos y me volví hacia mi padre.
Estaba en el mismo sitio, con la mirada fija en el campo.
—¿Lo sentiste?
—Sí, cientos, ¿por eso me sugeriste que no llamara a los demás? Lo
sabías.
Asintió con la cabeza.
—Con tu poder y fuerza, no deberías necesitar un ejército de cientos.
Tenía razón. Había recuperado varios mundos de los Ig'Morruthens a lo
largo de los años, unos cientos no serían un problema.
Como si pudiera leer mis pensamientos, me dijo:
—No te exaltes. Los Ig'Morruthens son una especie arrogante, pero no
ignorante. Son inteligentes y calculadores, lo que los convierte en una
amenaza más que normal. Incluso con lo que perdieron, no se doblegarán de
buena gana.
Oí el estruendo antes de sentir que el planeta temblaba bajo nuestros
pies. El sol había descendido lentamente y la noche hacía acto de presencia,
al igual que las criaturas de abajo. Me volví para observar la caverna y la
tierra estéril que rodeaba su campamento.
Las llamas se encendieron lentamente, una a una, cuando los
Ig'Morruthens empezaron a agitarse. Parecían bestias de cuernos gruesos,
algunas caminaban sobre dos patas y otras sobre varias. Llevaban armas a
la espalda, pero mi atención se centró en la bestia encadenada en la cueva.
La enorme criatura estaba destinada a excavar en el suelo y estallar a la
orden, demoliendo ciudades. La utilizaban para terraformar planetas, y yo
había sido testigo de su eficacia en varias ocasiones. Era difícil de matar,
pero no imposible.
Volví a colocarme el casco en la cabeza antes de girarme hacia mi padre e
invocar otra arma incendiaria.
—O se doblan o se rompen.
Se le escapó una pequeña risa mientras me ponía una mano en el hombro
y negaba con la cabeza.
—Has ganado tu corona y no has sido rey más que unos días, y sin
embargo hablas como tal.
Bajó la mano y observó el campo y las criaturas que lo pululaban. El
humor se fue, el temido Rey de los Dioses ocupando el lugar de mi padre.
Puede que yo lleve ese título ahora, pero pase lo que pase, él siempre será
venerado y respetado como tal a mis ojos.
—¿Qué quieres que haga, padre?
—Muy sencillo. Usa el título que te has ganado —dijo—. Destruye los
mundos, hijo mío.
—¿Y qué hacemos mientras estas bestias destruyen nuestras
ciudades y nuestros hogares?
Me senté más erguido mientras el mundo se me venía encima.
Sacudí la cabeza, despejando otro recuerdo de mi pasado que
intentaba asaltarme. La mirada de Logan se fijó en mí, con la
preocupación grabada en la frente, pero le hice un gesto para que se
apartara. Me miró una vez más antes de volver su atención a la
habitación.
Varias voces intervinieron a la vez, expresando su apoyo a la
pregunta y exigiendo una respuesta.
—Hemos vigilado a las criaturas del Otro Mundo. Una guerra
civil parece haber comenzado entre quienesquiera que sean. Un
príncipe vampiro ha sido asesinado. Ha habido múltiples
desapariciones, sin mencionar la destrucción de propiedades.
Un embajador de Ecanus fue el siguiente en hablar.
—Tenemos informes de ataques y personas desaparecidas en todo
nuestro mundo. Algo se está agitando entre las criaturas del Otro
Mundo. Hay pueblos que temen salir de noche por miedo a los
monstruos de ojos rojos.
Vincent saludó a la sala y dijo con calma:
—Sí, y he enviado celestiales a esas zonas. No han visto ni
encontrado nada cercano.
Una mujer se puso en pie, golpeando la mesa con las manos, el
traje que llevaba se parecía al de sus colegas.
—¿Quieres decir como la destrucción en Ophanium que achacaste
a otro terremoto?
—Si el Rey Dios hubiera llegado antes, quizá esto no habría
llegado tan lejos —bromeó otro embajador mortal, mirando
fijamente a Vincent antes de mirarme a mí. Aquel dolor volvió a
formarse en mi cabeza mientras un músculo de mi mandíbula crujía.
Apreté los dientes.
Logan se aclaró la garganta antes de que yo pudiera hablar.
—Tu mundo vive gracias a lo que sacrificó Liam. No lo olvides.
Estamos aquí y hacemos todo lo que está en nuestra mano para
ayudarlos y a los humanos que viven aquí.
—No es suficiente. Algo se avecina, y aunque no tengamos los
poderes que tan despreocupadamente nos echas en cara, lo
seguimos sintiendo. ¿A cuántas cosas podemos culpar de los
desastres naturales?
Los humanos volvieron a hablar todos a la vez, discutiendo y
dando la razón al último que se opuso. Mis dedos me presionaban la
frente, ese dolor sordo que iba en aumento. Ahora era peor que
antes, una presión abrumadora que empezaba en la base del cráneo
y se extendía. Un millar de voces resonaban en mi mente, todas
queriendo respuestas y ayuda de mi parte.
—Silencio. —Hice una pausa al encontrarme con cada una de sus
miradas. No sabía que había hablado tan alto como lo había hecho,
pero dado cómo Logan y Vincent se pusieron en pie de un salto,
preparándose para un peligro que no existía, supe que la presión
había decidido estallar de forma desagradable. También era
consciente de que mi piel estaba iluminada de plata.
Me levanté y la silla crujió al descargar mi peso de ella. Respiré
entrecortadamente y volví a sentir la luz; mi piel se recobró a lo que
ellos considerarían normal. Miré alrededor de la sala y volví a
encontrarme con cada una de sus miradas, descartando el miedo en
las expresiones de alerta.
—Están asustados. Lo comprendo. Son mortales. Nosotros no lo
somos. Los monstruos y las bestias de las leyendas murieron hace
eones. Los sellos que mantienen las barreras de los reinos están
intactos. Su mundo es seguro y lo seguirá siendo mientras yo
respire.
Era una verdad a medias dadas las imágenes que había visto, pero
los humanos apestaban a miedo y el miedo era un poderoso
motivador en cualquier mano. La verdad era que yo no conocía este
mundo ni me importaba demasiado lo que ellos consideraban una
amenaza. No tenía derecho a hacer ni la más mínima afirmación
como tal. No había estado aquí. No, me encerré pensando que las
amenazas habían muerto con todo lo demás que me importaba. Lo
que ocurría en Onuna no era nada comparado con los horrores que
había presenciado a lo largo de los siglos y, sin embargo,
necesitaban que los tranquilizaran como lo haría con un niño.
Vincent se puso de pie, levantando una sola mano como para
calmar un mar creciente y agitado.
—Sí. Aquí no hay nada que no podamos manejar.
La embajadora tomó la palabra y su voz se elevó por encima de
las demás.
—No quiero faltar al respeto a Su Alteza, pero estamos
preocupados. Nuestros antepasados escribieron sobre la caída de su
mundo. No puede culparnos por estar inquietos. ¿Es este el
principio de lo que nuestros antepasados temían? ¿Usted y los
celestiales han traído la guerra aquí a Onuna?
Me encontré con su mirada inquebrantable, sus ojos llenos de ira
y otra emoción que no reconocí. Su actitud y el hecho de que
formulara la pregunta me hicieron hervir la sangre.
—No es cierto. Los que iniciaron la Guerra de los Dioses hace
tiempo que se convirtieron en cenizas.
Sacudió la cabeza y señaló la habitación.
—Solo deseamos no perder nuestro mundo como ustedes
perdieron el suyo.
Las voces se alzaron al unísono cuando todos los reunidos dieron
su aprobación. Las palabras picaron, golpeando una parte de mí que
odiaba. Debería arremeter contra ellos, corregirlos, pero no lo hice,
las palabras se me congelaron en la garganta. Comprendía que
quisieran mantener a salvo a su pueblo. Era precisamente por lo que
habíamos luchado y muerto en Rashearim. Temían otro
acontecimiento cósmico.
—Uno de los tuyos ha muerto, ¿y aun así prometes mantenernos a
salvo? Dime, Rey Dios, ¿por qué deberíamos confiar en lo que dices?
—espetó otro humano.
Vincent frunció las cejas y Logan bajó la mirada ante la mención
de la muerte de Zekiel. Una vez más, los humanos alzaron la voz,
hablando por encima de los demás en su intento de hacerse oír.
Busqué en mi mente, necesitando las palabras adecuadas, pero los
idiomas y las imágenes que había absorbido en las últimas horas
aún se estaban procesando. Levanté la mano una vez más y la
multitud enmudeció al cabo de unos instantes.
—Lo entiendo, de verdad, y…
—Aburrido.
Una voz masculina me interrumpió y todas las cabezas se
volvieron hacia un joven que descansaba en uno de los bancos.
Llevaba los mismos colores y el mismo estilo de ropa que sus
colegas, pero no supe a qué región representaba. Lo único que lo
distinguía era la expresión despreocupada de su rostro. Tenía las
piernas estiradas y una especie de copa en la mano. La agitó antes
de beber ruidosamente de la pieza de plástico que llevaba adherida.
—¿Perdón? —Vincent se volvió hacia él, arqueando una ceja—.
¿Se da cuenta de con quién está hablando?
—Sí —bebió otro trago y se encogió de hombros—, y como dije,
aburrido. ¿Cuándo llegamos a la parte en la que todos masacran a
millones? —Hizo una pausa y bebió otro sorbo antes de señalar con
un dedo—. O, oh, ya sé cómo te convertiste en rey exactamente. O
cómo la destrucción de tu planeta destruyó el nuestro. Todos actúan
como si fueran un regalo para Onuna, cuando en realidad son una
maldición para este mundo.
Vincent miró a las personas sentadas alrededor del audaz
hombre. El embajador principal, cuyo rostro se había teñido de un
rojo intenso, dijo:
—Pido disculpas en nombre del comportamiento de Henry. Aún
es nuevo y está aprendiendo. Sus opiniones radicales…
Sus palabras se detuvieron cuando Henry se levantó de su
asiento. La gente se levantó y se apartó de su camino mientras él
pasaba a empujones, todavía sorbiendo de la taza.
—¿Así que aquí es donde se reúnen y discuten los
acontecimientos mundiales? Hmm, me esperaba más —dijo,
sacudiendo la cabeza mientras bajaba las escaleras—. Desde fuera
parece una fortaleza, pero es de fácil acceso. Sinceramente, pensé
que sería más difícil entrar, pero… —Se interrumpió y se le escapó
una pequeña carcajada antes de encogerse de hombros y empujar la
copa a las manos de una mujer con la que se cruzó. Se metió una
mano en el bolsillo antes de dar un paso cada vez, lenta y
deliberadamente. Volví a sentir una punzada en la nuca. Algo le
pasaba a este mortal. ¿Estaba infectado? ¿Enfermo?
—¿Así que tú eres él? —Un paso—. El rey temido. Qué título. Tus
manos deben estar empapadas de sangre. —Otro paso—. La leyenda
en persona. El más rápido, el más fuerte de su pueblo, el hijo más
hermoso de Unir. —Hizo una pausa, sus ojos me recorrieron de pies
a cabeza y viceversa una vez más—. No lo veo con el pelo deforme y
la barba crecida. Quiero decir, eres más alto de lo que pensaba, y
veo toda esa máquina de combate de músculos delgados que tienes
a tu favor, pero supongo que esperaba más del que llaman el
Destructor del Mundo.
—¿Quién eres? —La voz que me salió no era la mía. Resonaba
más profunda, una emoción enterrada durante mucho tiempo
brotando. Ese nombre, odiaba ese nombre.
Otro paso.
—Tonta de mí, olvidé que aún llevaba esto. —Tiró del traje y bajó
la mirada antes de que sus ojos se posaran en mí. Un vaho negro
como el humo se formó en la base de sus pies y subió por su cuerpo.
Los zapatos que llevaba se convirtieron lentamente en tacones
negros como la medianoche. La oscuridad trepó por las piernas del
hombre, sustituyéndolas por otras esbeltas y femeninas. Siguió
enroscándose y arremolinándose en torno a su figura, revelando la
treta antes de desaparecer.
Imposible.
Varias personas jadearon mientras los humanos se acercaban a las
salidas. No me había dado cuenta de que me había movido hasta
que Vincent y Logan aparecieron a mi lado. Henry había
desaparecido y en su lugar estaba la mujer de las fotos que me
habían enseñado una hora antes. No le habían hecho justicia. Las
imágenes granuladas no habían captado lo extraordinaria que era.
Era cautivadora. Lo que yo había visto como pelo oscuro era tan
negro como el abismo mismo. Su rostro en forma de corazón parecía
más anguloso aquí, y sus cejas oscuras se arqueaban sobre sus ojos,
enmarcando su peligroso brillo. Tenía los labios carnosos y pintados
de un tono más oscuro que la sangre. Me recordaba a las bestias
riztoure con colmillos de mi país, llamativas y hermosas, pero
mortales.
Muy mortal.
Su atuendo era más revelador que el de los demás. Llevaba unos
pantalones de combate amarillos y holgados con un top del mismo
color, si es que se le puede llamar así. Los bordes parecían afilados y
se hundía demasiado en la parte delantera. Una larga chaqueta a
juego ondeaba sobre las olas de oscuridad que invocaba.
Puso las manos en las caderas y me miró fijamente. Saludó a
Logan con la cabeza y dijo:
—Hola, guapo, nos volvemos a encontrar. Conocí a tu
encantadora esposa hace unos minutos. Neverra, ¿verdad?
Logan avanzó, pero mi brazo salió disparado, deteniéndolo.
—¿Qué has hecho con ella?
—Nada que ella no mereciera.
Otro paso.
—Si le has tocado un solo pelo… —Levanté el brazo,
interrumpiendo a Logan. Necesitaba saber más sobre esta mujer
misteriosa, y si él se lanzaba a una pelea alimentada por las
emociones, podría perder nuestra pista más reciente.
—Buen chico, mantén a tus perros a raya. —Nos dedicó a ambos
una sonrisa malvada—. Así que, Samkiel, ¿esta es tu Mano? No es
muy intimidante, en mi opinión. Todo lo que tienes que hacer es
cortar una de sus manos, y son impotentes.
Sentí que Vincent se movía a mi lado, pero no dio un paso
adelante.
—¿Tú eres el que mató a Zekiel? —Mi voz era tan dura como el
granito.
—Dicen que eres un dios. Difícil de matar y casi invencible. Hay
que forjar armas para apagar esa preciosa luz. —Dio otro paso antes
de detenerse, con la cabeza ligeramente inclinada mientras me
observaba a mí y a mi gente—. ¿Eso te hace a prueba de fuego?
Una lenta sonrisa maliciosa curvó sus labios mientras giraba
ambas manos con las palmas hacia arriba. De ellas brotaron dos
llamas gemelas y sus ojos brillaron con un color rojo brasa. Alargué
la mano para detenerla, pero llegué una fracción de segundo tarde y
la habitación estalló en llamas.
CAPÍTULO 10
Liam
Las llamas danzaban y se extendían en todas direcciones mientras
un fuerte pitido chirriaba en todas las habitaciones. Nubes negras de
humo rodaban por el techo. Me zumbaban los oídos mientras
miraba los restos. La sala estaba completamente devastada. Grandes
vigas de soporte habían caído del techo y saltaban chispas de los
cables rotos. Muchos de los mortales habían sido aplastados bajo los
escombros, y el olor a sangre era abrumador. Levanté el gran trozo
de hormigón de mi cuerpo, aliviando la presión sobre el abdomen y
las piernas. Una tos a mi derecha me hizo girarme para ver a Logan
apartando un gran objeto metálico de Vincent. Logan ayudó a
Vincent a levantarse, ambos cubiertos por una fina capa de tierra.
Examinaron los restos, buscándome. Los ojos de Logan estaban
desesperados cuando nuestras miradas se cruzaron.
—Neverra —dijo, la profundidad de la preocupación en su tono
casi dolorosa.
Le hice un gesto para que se fuera.
—Vete.
No dijo nada más mientras giraba y salía corriendo de la
habitación. Vincent tropezó hacia mí.
—¿Estás bien?
—Bien. Necesito que despejes el edificio. Pongan a salvo a todos
los que puedan.
Tosió una vez.
—¿Y tú?
Me arranqué la chaqueta quemada antes de remangarme. Mi
mano se flexionó y uno de los anillos de plata vibró en mi dedo.
Invocaba el arma encendida, la espada de plata más afilada que
cualquier acero artificial.
—Voy a encontrar a la mujer.

El humo flotaba en el aire y proyectaba un resplandor nebuloso.


Varias personas pasaron corriendo a mi lado, tosiendo mientras
corrían hacia la salida. El edificio volvió a temblar, indicándome que
ella seguía aquí y en pie de guerra. Empujé a un desconocido
mientras caían grandes trozos de piedra.
—Ve a la salida.
Sus ojos, grandes y vidriosos, me miraban fijamente.
—¡Vete! —le ordené. No esperó, murmuró las gracias mientras
corría por el pasillo. Otra explosión sacudió la caverna y me
tambaleé ligeramente. Los recuerdos de Rashearim intentaron
invadirme. Pero aquello era diferente. No era la guerra. No había
miles de ellos. Solo había una, solo ella. Sería diferente.
El fuerte y persistente pitido de la sirena se apagó lentamente. La
zona, antes bien iluminada, era ahora un pasillo oscuro y lleno de
humo, en el que las luces parpadeaban mientras luchaban por
mantenerse encendidas. El pasillo estaba empapado, el agua caía de
pequeños dispositivos metálicos en el techo, tratando de ahogar el
fuego que había dejado atrás. Oí murmullos y gritos mezclados con
el chapoteo de pisadas húmedas mientras más gente se apresuraba a
salir. Cerré los ojos y giré los hombros, ralentizando la respiración
mientras intentaba localizarla. Necesitaba concentrarme. Las
palabras de mi padre se repitieron en mi mente.
«Si te concentras, puedes sentirlos. Están hechos del mismo caos
flotante que todas las cosas».
Los gritos de los mortales, asustados y doloridos, se
desvanecieron. Lancé mis sentidos como una red, y allí, oí el
chasquido de unos tacones. Un escalofrío recorrió todo mi ser,
haciendo que se me revolviera la boca del estómago. Odiaba cómo
se sentían. Me recordaban los horrores de la guerra y la ruina. Me
sacudí los recuerdos mientras la conciencia de ella me invadía. Los
ojos se me abrieron de golpe y eché la cabeza hacia atrás para mirar
al techo. «Te he encontrado».
El brillo plateado de mis ojos resplandecía en el espacio oscuro y
encharcado. Concentré mi mirada en el techo y me agaché. Con un
potente impulso de las piernas, salí disparado hacia arriba a una
velocidad enceguecedora. Atravesé varias capas de piedra y mármol
antes de detenerme varios pisos más arriba. Un pasillo se extendía
ante mí, y grandes arcos carbonizados se alzaban a mi izquierda y a
mi derecha. La escalera estaba rota y los peldaños se perdían en el
aire. La mujer era la definición de la destrucción.
Avancé por el pasillo con pasos ligeros. La sentí antes de oírla,
mis sentidos me empujaban hacia la izquierda. Me acerqué
sigilosamente, espiando desde detrás de la pared medio
chamuscada, y la vi tirando cosas fuera de la habitación. ¿Qué
estaba haciendo? Agarré con más fuerza la abrazadera mientras
avanzaba a hurtadillas, con los zapatos chirriando a cada paso. No
tenía sentido esconderse. No había otra forma de salir de aquella
habitación.
Algo pesado golpeó la pared, haciendo temblar los cuadros. Un
rugido atronador me inundó mientras otro mueble volaba por la
puerta abierta y estallaba en mil pedazos. Me moví rápidamente,
temiendo que saliera de la habitación y extendiera su reino de
destrucción. Eso era algo que no podía permitir.
Me detuve en la entrada, con los fragmentos de madera y cristal
crujiendo bajo mis pies. La puerta yacía a un lado, arrancada de sus
goznes y desechada.
—Parece que estás en apuros.
Giró la cabeza hacia mí. Se agarró a la gran mesa que había en el
centro de la habitación, con el ceño fruncido por la frustración.
Libros y otros objetos sagrados llenaban las enormes estanterías que
cubrían las paredes. Vincent había dicho que almacenaban la
mayoría de las reliquias que habían recogido de nuestros otros
gremios. Puse un pie más allá del umbral, luego el otro. Ella se
enderezó y cuadró los hombros, pero no se movió para escapar. Le
di crédito. La mayoría de los seres que me conocían huían en cuanto
me veían con una espada.
Las luces intermitentes detrás de mí iluminaban la habitación,
pero no estaba en llamas ni cubierta de agua. Eso significaba que,
fuera lo que fuera lo que estaba cazando, creía que estaba aquí
dentro.
—¿Buscas algo? —pregunté, apuntando con mi espada hacia los
montones de libros, pergaminos y papeles desechados.
Sus ojos no se apartaron de los míos, ni hizo ningún movimiento.
Interesante.
Su mirada se entrecerró.
—Maldita sea, eres duro. Realmente pensé que dejarte caer tres
pisos encima me daría un poco más de tiempo.
Di otro paso adelante, y ella finalmente retrocedió.
—¿Tiempo para qué? ¿Qué estás buscando?
Sus ojos enrojecieron y se movió un poco, descontenta por haber
cedido terreno.
—Me encanta el nuevo traje y el pelo. Así que el fuego te quema
pero no te hiere. Es bueno saberlo.
Aquel comentario me tomó desprevenido. Tenía el pelo
chamuscado, pero no fue eso lo que me hizo detenerme. Me estaba
poniendo a prueba como yo a ella.
—Los Ig'Morruthens son una especie arrogante, pero no
ignorante. Son inteligentes y calculadores, lo que los convierte en
algo más que una amenaza normal.
Quería continuar este pequeño juego y averiguar exactamente lo
que sabía de mí. Quizá me diera una pista de quiénes eran los dos
hombres de las fotos.
—Es verdad. El fuego, aunque es una molestia, no puede
matarme. Nada puede.
Un pequeño movimiento de sus labios fue el único indicador de
que mis palabras habían tenido algún efecto en ella. Se apartó de la
mesa. Fue un pequeño movimiento, pero la vi colocar un pie detrás
del otro. No era gran cosa para el ojo inexperto, pero supe que se
estaba preparando para un ataque.
—He oído eso. Dicen que no te pueden matar, pero no creo que
sea verdad. Todo tiene una debilidad, incluso tú. Quiero decir, si ese
fuera el caso, ¿entonces dónde están el resto de los dioses?
Volvió su sonrisa, la que me hacía apretar los dientes. Era toda
veneno y ácido con sus palabras, lanzándolas como armas. Era una
forma de distraer a tu enemigo y una táctica inteligente. Si tu
oponente permitía que sus emociones anularan sus sentidos, te daba
una gran ventaja.
Mentiría si dijera que no me dolió. Aquel tema era para mí una
herida sangrante abierta que se negaba a cicatrizar. El único
problema era que no hacía más que alimentar mi ira y mi
determinación. Lo que suponía que me debilitaría no hizo sino
fortalecerme.
Su sonrisa persistía, su arrogancia asomaba mientras levantaba
una sola uña pintada y se daba golpecitos en la mejilla antes de
apuntarme con ella.
—Verás, creo que se te puede matar. Solo creo que tengo que
esforzarme un poco más.
Mi agarre se tensó en la empuñadura de la espada.
—Muchos pensaron lo mismo. Muchos están muertos.
Su sonrisa permaneció en su sitio mientras se lanzaba contra mí.
Fue más rápida de lo que esperaba, con una espada oscura
dirigiéndose hacia mí. Incliné el cuerpo hacia un lado mientras me
clavaba la hoja en la garganta. Se detuvo y sus ojos se abrieron de
par en par con ira frustrada cuando se dio cuenta de que ya no
estaba allí. Sus iris brillaron con un resplandor carmesí y volvió a
atacarme. Levanté la hoja y la espada conectó con la mía. La sostuve
allí, estudiando la hoja.
—Una espada olvidada —siseé—. ¿Cómo tienes eso?
La espada había sido fabricada por los Primordiales y transmitida
a los cuatro reyes hacía eones. Eran armas de hueso y sangre, hechas
para destruir dioses. Su sonrisa se volvió letal cuando intentó
acercarla a mí, pero fue en vano. ¿De verdad iba a intentar luchar
contra mí? ¿Matarme? Después de todo lo que sabía. ¿Aquí,
precisamente aquí, cuando Vincent o Logan podrían llegar en
cualquier momento?
—No sabría decir si es ignorancia o estupidez lo que ha
impulsado tus decisiones de hoy.
Dio un salto hacia atrás, pasó la espada a la otra mano y la blandió
hacia mí. Suspiré y la bloqueé. Lanzó una patada, pero le aparté el
pie, desequilibrándola durante un segundo. Se corrigió y se apartó
el pelo de la cara mientras sostenía la espada frente a sí.
—Oh, no finjas querer entenderme. Tú y yo no nos parecemos en
nada —espetó, lanzándose contra mí una vez más. No se detuvo, no
importaba cuántas veces la bloqueara o la hiciera volar por los aires.
Era feroz y utilizaba cualquier objeto a su alrededor en su beneficio.
Había perdido la cuenta de cuántas mesas y sillas había cortado por
la mitad después de que ella las utilizara como armas y escudos.
Nos enfrentamos una y otra vez, pero ella no daba cuartel. Era
rápida, y me di cuenta de que reconocía su estilo de lucha.
—Peleas como alguien de La Mano.
Dio una voltereta hacia atrás para corregirse de su posición caída
y levantó la espada para atacar una vez más.
—¿Te gusta? Aprendo rápido, y Zekiel tuvo la amabilidad de
enseñarme algunas cosas antes de convertirse en ceniza.
—No estoy impresionado. Son lentos, ineficaces. Una aburrida
comparación con lo que son. —La energía de la habitación se cargó,
los papeles y los escombros esparcidos flotaron justo por encima del
suelo. Sentí que mis ojos cambiaban y supe que la plata ardía en
ellos—. Además, yo les enseñé todo lo que saben.
Sonrió y se encogió de hombros, pero no mostró ni una pizca de
miedo.
—No le sirvió de mucho a Zekiel. ¿Estás acostumbrado a fracasar
siempre?
Me moví sin darme cuenta. La emoción ahogó la lógica, lo que fue
una ignorancia por mi parte y una victoria por la suya.
Mi espada pasó por donde ella había estado. Pero ya no estaba
allí. Solo tuve un momento para darme cuenta de que me había
engañado antes de sentir su espada clavándose en mi espalda. Si
tenía que dolerme, no lo sentí.
Me agarró el brazo con las uñas pintadas y se puso de puntillas
para susurrarme al oído.
—Sabes, creía que ni siquiera existías. No fue hasta que Zekiel
explotó en cenizas y luz que supe que tenía razón. Su muerte te
traería de vuelta. —La sentí retorcer la espada en un apretado tirón
mientras hablaba—. ¿Tú también estallas en luz cuando mueres? —
Ella tiró hacia atrás, arrancando la hoja.
Giré la cabeza y vi que abría los ojos, confundida. La ira apareció
en su rostro y gruñó.
—No puedo morir —dije mientras se me curaba la piel de la
espalda.
Su garganta se estremeció una vez, y el agarre de la espada se
tensó.
—Eso es imposible.
—También lo es el poder que posees. —Me giré completamente y
ella dio un paso atrás. Se dio cuenta de lo que había hecho y se
detuvo en seco—. Espero que sepas que no saldrás de este edificio.
Su cara se arrugó.
—Eso ya lo veremos. —Volvió a la carga, con su arrogancia y su
ira por encima de la parte cuerda de su cerebro. Necesitaba
inmovilizarla, y ella me había dado la oportunidad perfecta para
dañarla sin matarla. Era lo más cerca que habíamos estado de una
pista, y no se iba a marchar. No lo permitiría.
Deslicé mi espada hacia arriba mientras ella pasaba a mi lado. Dio
un paso, luego otro, antes de detenerse. Me giré y quité la sangre de
la hoja mientras su brazo caía al suelo con un ruido sordo. Siseó y se
agarró donde antes había estado.
—¡Era una chaqueta de cien dólares, idiota! —espetó, mirando su
ropa destrozada, despreocupada por el miembro que le faltaba.
—¿Perdón?
Su labio se curvó hacia arriba mientras se quitaba la chaqueta
estropeada y la tiraba a un lado. Sus ojos carmesí parecían brillar
con más intensidad mientras sus labios formaban una fina línea. Las
venas de su cuello sobresalían por el esfuerzo y un pequeño crujido
resonó en la habitación. Observé atónito cómo su brazo volvía a
crecer, formándose tejido y músculo a partir del muñón del
miembro que le faltaba.
—Regeneración —susurré con incredulidad, pero mis ojos no
mintieron—. Ninguna criatura viviente debería tener ese poder.
Volvió a gruñir mientras flexionaba la mano.
—Curioso, eso es exactamente lo que dijo tu chico. En realidad,
fue…
Sus palabras murieron en su garganta cuando sonó un agudo
silbido. Me miró y se me revolvió el estómago. Era una distracción y
no estaba sola.
—Lo siento, querido, se acabó el recreo.
El brillo de sus dientes al sonreír fue lo último que vi antes de que
un humo negro la envolviera. Su figura creció y unas enormes alas
negras emergieron de la nube. No eran frágiles apéndices, sino
gruesas y poderosas, con puntas tan afiladas y letales como
cualquier espada. Las golpeó contra el suelo, apoyándolas en la
piedra. Retrocedí un paso cuando una larga cola con púas salió
despedida, destrozando la mesa cercana y lanzando papeles y
artefactos de valor incalculable en todas direcciones. Un gran pie
con garras salió de la oscuridad y el humo se disipó por completo,
revelando a la bestia de mis terrores nocturnos.
Mi corazón se calmó. No podía negarlo ni cuestionarlo. Las
imágenes eran ciertas. El mensaje de Imogen, los informes, la
urgencia, todo lo que Logan y Vincent habían sospechado. Los
Ig'Morruthens estaban vivos, y estaban en el Etherworld. Estaban en
Onuna.
Me miró, y si los monstruos pudieran sonreír, juraría que lo hizo.
Guiñó un enorme ojo brillante y saltó por los aires. El techo explotó
bajo su enorme fuerza y los escombros llovieron desde el agujero
que había hecho. Sus alas negras batieron una vez y la corriente
descendente hizo que los escombros dieran vueltas por la habitación
en ruinas mientras ella se elevaba hacia el cielo y se alejaba.
No. No perdería. No otra vez.
Respiré hondo y utilicé el poder que mi padre me había
transmitido. Lo había guardado bajo llave porque me resultaba
demasiado doloroso y me recordaba demasiado a él. Los libros, las
mesas y sillas rotas, la rosa de cristal desechada, todos los objetos
cercanos levitaron. Levanté la mano y forcejeé, intentando
apoderarme de la fuerza invisible que me permitía conectar con
cualquier objeto vivo o inanimado. Siseé en señal de victoria y
mostré los dientes con una sonrisa salvaje cuando mis dedos se
afianzaron. Entonces, empleando toda mi voluntad y mi fuerza
bruta, apoyé los pies y tiré con fuerza.
Su grito casi rompió el cielo cuando se detuvo en mitad del vuelo.
Echó la cabeza hacia atrás, con una expresión de asombro en sus
rasgos reptilianos casi cómica, cuando la obligué a descender. Me
hice a un lado y seguí tirando de su enorme figura. Ella batió las alas
y arañó el aire mientras yo tiraba de ella hacia atrás, obligándola a
atravesar varias capas del edificio.
La solté y todo lo que tenía cerca cayó al suelo. Los gritos de
indignación de la bestia ahogaron el estruendo de la caída. Me
detuve un segundo y respiré mientras mi dolor de cabeza se
multiplicaba por diez. Me invadió una oleada de vértigo antes de
estabilizarme. Había gastado demasiada energía demasiado rápido,
y no había entrenado ni comido adecuadamente. Respiré
entrecortadamente y salté al enorme agujero, atravesando varios
pisos. Los escombros de hormigón, piedra y alambres me rodearon
al aterrizar, y el impacto retumbó en cada nervio y explotó en mi
cabeza.
Yacía desplomada en el suelo. Su cuerpo se estremeció antes de
volver a su forma mortal. Sus ropas aún estaban presentes, pero
sucias. Así que no fue una transformación completa como otras
bestias de leyenda. Interesante. Me puse medio en cuclillas,
preparándome para levantarla. Sus ojos rojos se abrieron de golpe y
me fulminó con la mirada. Le salió humo de la nariz al estirar los
labios y detrás de los dientes se formó un suave resplandor
anaranjado. Iba a escupirme fuego.
Le tapé la boca con la palma de la mano, rodeé su mandíbula con
los dedos y la mantuve cerrada. Sus ojos se desorbitaron y me
agarró la muñeca, clavándome las garras en la piel. Una luz
plateada recorrió mi brazo y lancé una ráfaga de energía contra ella.
Su cuerpo se sacudió y sus ojos se pusieron en blanco antes de
quedar inerte.
Me incliné hacia delante, estudiándola. Los mechones brillantes y
oscuros de su pelo le cubrían la mitad de la cara. Dormida, parecía
normal y no la criatura destructiva que había aparecido apenas una
hora antes. Pero ese poder que había presenciado, la fuerza que
tenía, no era normal, en absoluto. Solo había cuatro Ig'Morruthens
que yo conociera que pudieran adoptar la forma que ella había
tomado. Eso la convertía en un factor importante en lo que había
estado ocurriendo en mi ausencia. Deslicé las manos por debajo de
ella y la alcé en brazos. La acuné contra mi pecho y caminé por la
sala destruida. Varios celestiales rodeaban la entrada principal,
formando un pequeño círculo. Algunos estaban cubiertos de
escombros, a otros se les había quemado parte de la ropa y otros
parecían recién llegados. Vincent me vio primero y se abrió paso
entre el grupo, con Logan a su lado.
—La tienes —dijo Vincent, moviendo la muñeca y devolviendo la
espada a su anillo.
Asentí con la cabeza.
—¿Y Neverra?
Logan tragó saliva.
—Está un poco mareada, pero bien. Se desmayó cuando —señaló
a la mujer en mis brazos—, apareció por primera vez.
—¿Y los mortales? ¿Los celestiales? ¿Muchas bajas?
Ambos me miraron y negaron con la cabeza.
—Lo supuse.
Varias de esas cajas metálicas con ruedas estaban aparcadas cerca,
con las luces parpadeando y las sirenas chillando. Los celestiales
formaron una fila mientras ayudaban a quien podían y corrían hacia
el interior del edificio en busca de supervivientes.
—¿Qué vamos a hacer con ella? —preguntó Logan, señalando con
la cabeza a la criatura dormida en mis brazos.
—Conseguir respuestas.
CAPÍTULO 11
Liam
—Lleva inconsciente al menos un día. ¿Quizás esté muerta y aún
no se haya desintegrado?
Vincent suspiró desde donde estaba apoyado en el gran lavabo
del baño.
—¿No se desintegran los antiguos? Hace tanto tiempo que no
vemos ningún Ig'Morruthens que lo he olvidado.
No dije nada mientras limpiaba los restos de goma de borrar del
cuaderno que Logan me había dado. Moví la mano a un lado, sin
dejar de dibujar.
—Mantén la cabeza quieta —dijo Logan mientras me giraba la
cabeza hacia un lado una vez más. Entrecerré los ojos—. Oye, estoy
intentando salvar lo que puedo desde que se quemó la mitad —dijo
levantando las manos en señal de rendición. No dije nada más
mientras él seguía arreglando lo que podía. Me pasó la ruidosa
maquinilla mecánica por la nuca, dejándola desnuda.
—Ella no está muerta. Regenerará cualquier daño que haya
sufrido. —Sabía que estaba viva porque aún podía sentir su poder si
me concentraba. Se me revolvía el estómago incluso desde varios
pisos por encima de ella, pero no se lo dije a los demás. No era
necesario y teníamos asuntos más urgentes entre manos.
—Regeneración. No me lo puedo creer. ¿Y dijiste que podía
controlar la oscuridad? El cambio de forma tiene sentido. Ni
siquiera la reconocí, se parecía a cualquier otro mortal hasta que fue
demasiado tarde —dijo Neverra. Se sentó en el borde del lavabo,
cerca de Logan. Dejó de cortarme el pelo un segundo y miró a
Neverra. Se había curado de la torcedura de cuello, pero Logan no la
había perdido de vista. No era de extrañar. Habían sido inseparables
desde Rashearim.
—Sí —dije mientras el agarre de Logan en mi barbilla forzaba mi
cabeza en otra dirección, y él volvía a lo que empezaba a sentirse
como una forma de tortura—. Sus poderes son peculiares, por no
decir otra cosa. Las únicas leyendas que recuerdo son las de los
Cuatro Reyes de Yejedin. Fueron creados por los Primordiales y
podían adoptar forma de bestia u hombre. Pero hace tiempo que
murieron. La única forma de que sigan existiendo es que una pareja
reproductora haya sobrevivido y escapado a la caída. Es un misterio
y quiero respuestas, así que la interrogaremos y documentaremos la
información para futuro uso.
—Olvidé que solías escribir para el bestiario. —La voz de Vincent
cortó el silencio cada vez más denso. Levanté la vista y el dolor me
llenó la cabeza cuando un recuerdo apareció en mi subconsciente.
Cerré los ojos y apreté los bordes de las páginas con los dedos. Fue
solo un momento, y cuando los abrí, ya no estaba en Onuna. Me
había transportado a una época en la que mi madre aún vivía y yo
era demasiado joven para preocuparme por batallas o bestias
colmilludas de leyenda.
Me senté con las piernas cruzadas en el suelo de piedra mientras mi
madre tarareaba para sí misma, podando las flores con satisfacción. El
jardín la hacía feliz, y creo que por eso mi padre seguía aumentando su
colección. Yo levantaba la vista de vez en cuando para asegurarme de que
no se había alejado demasiado, y cuando lo hacía, la seguía. Las muchas
filas y la variedad de plantas que tenía aquí creaban un pequeño laberinto.
Varios celestiales nos saludaron cuando nos adentramos en el jardín.
Había guardias en las entradas que nos saludaban cada vez que pasábamos.
No creí que me cansara nunca de aquello. Después de caminar a paso
ligero, se detuvo y empezó a recoger una vez más. Me senté en el borde de
una fuente cercana y balanceé las piernas de un lado a otro.
—Madre, ¿por qué necesito saber esto otra vez?
Dejé caer el pequeño lápiz y la tinta de ónice me cubrió el costado de la
mano. La levanté y la froté contra mis ropas, lo que me valió una mirada de
soslayo de mi madre.
Se levantó de su posición arrodillada y arrancó unas cuantas flores más,
colocándolas dentro de la gruesa cesta tejida que sostenía.
—Porque, Samkiel, quiero que tengas otras habilidades además de la
lucha.
—Sí, pero me gusta luchar. Esto —levanté el papel y se lo mostré—, no
se me da bien.
Su sonrisa creció a medida que se acercaba, arrastrando por el suelo los
adornos dorados y blancos de su vestido. Nunca llevaba corona como mi
padre, solo una fina banda de oro que le apartaba el pelo de la cara. Yo había
pedido una parecida a la suya o a la de padre, pero siempre me decían que
aún no era el momento.
—Solo hace falta práctica, pequeño.
Resoplé, crucé las piernas y seguí aprendiendo. Sabía que era inútil
discutir. Nos sentaríamos y nos quedaríamos aquí todo el tiempo que ella
quisiera. No me importaba. No tenía amigos en Rashearim. Yo era el único
niño nacido en los últimos tiempos y el único con un dios y una celestial
como progenitores. Todos los demás habían sido creados, hechos de la luz
que ahora corría por mi sangre. Mi madre decía que había sido concebido
por amor, lo que provocaba la envidia de los demás dioses.
—¿Puedo hacer una pregunta, madre? —No levanté la vista, seguí
dibujando.
—Me temo que lo preguntarías, de todos modos. —Se rio—. Pero, sí,
adelante.
—¿Ya no vas a la batalla por mi culpa? Oí hablar a mi padre el otro día.
—Samkiel, ¿qué dije sobre escuchar a escondidas?
—Simplemente pasaba por delante y lo oí. —Levanté la vista cuando me
miró, con una ceja levantada—. Dijo que estabas enferma por mi culpa y
que por eso ya no luchabas. —El viento se levantó cuando ella se acercó,
haciendo bailar los coloridos arbustos que nos rodeaban. Se detuvo y se
arrodilló a mi lado, doblando su largo vestido alrededor de las rodillas.
Extendió la mano y me la pasó una vez por la cabeza antes de levantarme la
barbilla y mirarme a los ojos.
—Me temo que a veces tu padre habla demasiado, pero no te mentiré. Ya
no me siento como antes, pero en ningún caso es culpa tuya. Tu padre se
preocupa y solo está inquieto, eso es todo. Además, dejaría los combates y
las batallas por pasar mil días contigo.
Me besó la nariz y sonreí.
—Ahora, dime, ¿qué has dibujado hoy?
Levanté el papel y lo giré hacia ella.
—Monstruos. Éste me lo enseñó mi padre el otro día cuando volvió. —
Ella contempló la enorme criatura que yo había dibujado. Había imitado las
sombras y los dibujos lo mejor que pude. Volvió a fruncir el ceño, pero
sonrió antes de decir:
—Ah, otra conversación que tendré que tener con tu padre.
Lo volví hacia mí y entrecerré los ojos al ver mi dibujo. No era la
respuesta que esperaba.
—¿No te gusta, madre?
Se pasó la mano por debajo de la barbilla mientras me miraba.
—¿Por qué lo llamas monstruo, pequeño?
Abrí la boca y me detuve. ¿No podía verlo?
—¿Porque eso es lo que es? —Se lo devolví y señalé las formas que había
creado.
—¿Ves los dientes y las garras?
—Ya lo veo. —Metió la mano en la cesta y sacó una flor. Era amarilla
con puntos negros en los pétalos.
—¿Y qué piensas de esto?
Me encogí de hombros.
—Es una flor.
—Sí, ¿pero crees que es bonita?
—Sí.
—¿Sabes que un solo pétalo puede ser tóxico? Incluso puede enfermar a
un dios si se consume una cantidad suficiente. Así que incluso esto podría
ser un monstruo. No necesita dientes, garras o cualquier otra característica
aterradora para ser mortal.
Observé cómo hacía girar lentamente la flor por el tallo, el sol bailando
en los pétalos de colores. Era bonita, pero parecía inofensiva.
—¿Así que puede herir a alguien? ¿Matar?
Asintió con la cabeza antes de colocarlo de nuevo en su cesta.
—En las manos adecuadas, sí, pero dale un buen hogar, un poco de
cuidado y también puede curar. —Se limpió las manos en el vestido y se
levantó con un grácil movimiento, sonriéndome—. Como ves, las
apariencias engañan.
El sonido de pasos que se acercaban nos hizo volvernos a los dos. Los
guardias flanqueaban a mi padre, y el tintineo de sus armaduras al caminar
era una nota discordante en la paz del jardín.
—Adelphia, ¿qué le enseñas a mi hijo en un jardín hecho para ti? —La
sonrisa de mi madre se tornó luminiscente al oír la voz retumbante de mi
padre.
—¿Tu hijo? Supongo que yo también tuve algo que ver.
Los guardias se detuvieron en seco cuando mi padre alcanzó a mi madre
y la cogió en brazos para darle la vuelta.
—Apestas a campo de batalla y a sudor —se quejó mi madre
juguetonamente. Se rio mientras él la ignoraba y le daba besos en los labios,
las mejillas y la frente antes de ponerla en pie y volverse hacia mí.
—Ahí está mi pequeño guerrero. —Me levantó, me colgó de su cadera y
me dio un beso en la mejilla. Se me escapó una risita antes de que me la
limpiara con el dorso de la mano.
—¿Y qué es esto? —Me dejó en el suelo y cogió mi dibujo—. Samkiel,
estoy impresionado. Dibujas bestias como lo haría un escriba.
—Sí —dijo mi madre mientras metía la mano en la cesta y volvía a sacar
la misma flor—. Estábamos hablando de monstruos y de cómo las
apariencias engañan.
—Ah, sí, pero un monstruo sigue siendo un monstruo, por muy bonito
que sea.
La mirada que intercambiaron hizo que pareciera que mantenían una
conversación que yo no podía oír. Solo duró un segundo antes de que la
sonrisa volviera al rostro de mi padre y los labios de mi madre se curvaran.
Extendió la mano y me la puso suavemente en la mejilla.
—Vamos. Vamos a casa. Es hora de cenar. —Se dio la vuelta y mi padre
se puso a su lado mientras yo me apresuraba a seguirla.

Logan apagó la maquinilla, devolviéndome a la realidad. Dio un


paso atrás, permitiéndome ver mi reflejo. Tardé un segundo en
aclarar mis pensamientos. Los recuerdos de ella siempre me dolían,
y me alegraba de que fueran pocos y distantes entre sí.
—¿Qué te parece? Quiero decir, se ve mejor que los restos
carbonizados que había antes.
—No es terrible. —Capté la mueca de Vincent en el espejo y vi
cómo Logan se volvía para fulminarlo con la mirada.
Por una vez, mi aspecto no me producía una inmensa repulsión.
Ahora no me parecía a ninguno de mis padres. La masa de ondas
que se asemejaba al cabello castaño de mi madre había
desaparecido, al igual que la espesa barba que tan a menudo me
recordaba a mi padre. Era nuevo, un cambio que necesitaba con
urgencia.
Me toqué la mejilla, frotando con la mano la suave barba que
ensombrecía mi mandíbula. Me pasé los dedos por el pelo de la
cabeza. El contraste con mi antiguo yo era alarmante, pero
necesario. Sentía el cuello y la cabeza más ligeros, y el corte estaba
más a la moda entre los mortales de este mundo.
—Sé que es diferente y probablemente no tan perfecto como un
profesional, pero… —Logan extendió la mano, apartando los
pequeños trozos de pelo que habían caído sobre mi camisa.
—No, estás fantástico, Liam. Nunca te había imaginado con el
pelo corto, pero te queda muy bien —dijo Neverra—.
Definitivamente habríamos tenido muchos más problemas con
Rashearim si tú le hubieras peinado entonces, nene.
El comentario de Neverra hizo reír a Logan. Pronto se unió
Vincent, y todos estaban haciendo bromas sobre nuestro pasado. Por
mi mente bailaban recuerdos de días pasados, antes de un título,
antes de una corona, antes de la caída. Quería eso otra vez, volver a
ser como antes. Ellos no habían cambiado mucho, pero yo sí. Los
observaba y sabía que una parte de mí había desaparecido hacía
tiempo. Hacía tanto tiempo que no sentía una punzada de humor o
alegría. Quería reír y recordar cuánta belleza podía contener la vida.
Solo quería sentir.
—Servirá. —Mis palabras fueron duras y fuertes. Todo el mundo
volvió a callarse mientras yo me levantaba, casi derribando mi silla.
Solo quería irme. El cuarto de baño me pareció demasiado
pequeño, cogí el paño que Logan había utilizado como cortina y lo
arranqué.
—Tenemos un interrogatorio que realizar. Necesito toda la
información que tengamos de ella y de aquellos con los que vino.
Asintieron y la energía de la sala volvió a cambiar. Era familiar,
pero no reconfortante. Así se sentía la habitación cada vez que
entraba mi padre.
—¿Estás seguro de que había otros? —preguntó Logan, dejando la
maquinilla y cruzándose de brazos.
—Sí. Lo oí, y ella también. Era un silbido de llamada. Debería
haber prestado más atención. Tal vez los habría sentido antes.
—No es culpa tuya —dijo Neverra—. Todos nosotros…
—Sí, lo es. Todo lo es. Es mi reinado. Cualquier muerte está en
mis manos, y cualquier forma de destrucción es señal de fracaso.
Debería estar mejor preparado. No lo estoy, pero eso no te
concierne. Lo que necesito de ti, ya te lo he pedido.
Neverra asintió una vez. Logan y Vincent bajaron la mirada y los
tres se irguieron, sin el humor de antes.
—Sí, mi señor —dijeron al unísono antes de salir del baño.
Cogí el bloc de notas y se lo entregué a Neverra al pasar.
—Añade esto al bestiario. He añadido los detalles del ataque, la
forma que adoptó y las habilidades que observé. Lo necesito
actualizado, y cuando sepamos algo de sus colegas, también lo
tendré.
Neverra miró el boceto.
—Es guapa para ser una perra de la muerte que intentó matarnos
a todos.
—Recuerda, los Ig'Morruthens son inteligentes, calculadores y,
sobre todo, monstruos. Un monstruo sigue siendo un monstruo, no
importa qué bonito caparazón lleve.
Ella asintió y se fue. Aquellas palabras resonaron en mi cabeza.
¿Tan completamente me había convertido en mi padre? Miré mi
reflejo en el gran espejo del baño. Me quedé mirando mientras la
imagen de mi padre, con armadura y todo, parpadeaba ante mí. No
importaba la coraza que llevara, seguiría siendo Samkiel.
Yo era la razón por la que estaba muerto y Rashearim había caído.
Yo era el Destructor del Mundo.
CAPÍTULO 12
Dianna
Mis ojos se abrieron y entrecerré los ojos ante unas paredes tan
blancas que casi me cegaban. Estaba en una habitación. Espera, ¿una
habitación? Me incorporé rápidamente y me arrepentí al instante.
Me palpitaba la cabeza y me dolían todos los músculos del cuerpo.
Me quejé. Que me atropellara un convoy a toda velocidad habría
dolido menos. Me agarré la cabeza, intentando aliviar la agonía.
El recuerdo de los ojos plateados pasó por mi mente. Samkiel me
había agarrado y tirado hacia atrás, pero ¿cómo? Ni siquiera tuve
tiempo de asimilar lo que estaba ocurriendo antes de caer al suelo.
Entonces estaba de pie sobre mí, con el agua de los aspersores
cayendo sobre su enorme cuerpo, pegando las ropas mal ajustadas a
su cuerpo. Recordé que llamé a las llamas para que lo alejaran de
mí. Sentí un cosquilleo en la garganta antes de que me tapara la boca
con la mano. Había visto cómo sus ojos brillaban un tono más antes
de que la luz plateada recorriera su brazo, encendiendo aquellos
extraños tatuajes. Probé su poder y supe que estaba muerta.
Me di la vuelta, mirando la habitación. Si estaba en Iassulyn, era
una versión de mierda. Parecía un manicomio. Mi traje pantalón y
mi top a juego habían desaparecido. En su lugar, llevaba una
camiseta de tirantes holgada y una sudadera negra. Respiré hondo y
me puse en pie, con las rodillas temblorosas. Dioses, ¿qué me había
hecho?
Enrollé la cintura de los pantalones para que se me quedaran en
las caderas mientras miraba a mi alrededor. La celda era una caja
blanca de diez por diez con una pared de barrotes. Me acerqué a un
rincón y deslicé los dedos contra las paredes. Eran lisas, frías al tacto
y duras como la piedra. No había muebles, ni retrete, nada. Así que
aquello no era una cárcel. Era una celda de detención, lo que
significaba que no pensaban retenerme aquí mucho tiempo. Mi ira
aumentó. Si pensaban que podían encarcelarme, estaban muy
equivocados.
Inspiré profundamente antes de expulsar un estruendoso rugido
de fuego letal. La celda ardió en brillantes llamas naranjas y
amarillas, chamuscando todo lo que tocaban. Dejé que ardiera
durante varios minutos, sabiendo que tanto calor habría derretido al
menos los barrotes.
Dejé que el fuego se extinguiera, esperando ver una extensión
abierta y humeante. En su lugar, brillaban rayos azules donde
habían estado los barrotes. El suelo estaba cubierto de metal
fundido, pero por lo demás, la estructura de la celda estaba intacta.
Era otro recordatorio de que no me enfrentaba a nada mortal.
Maldije y pateé la pared más cercana. Lo único que había
conseguido era que mi celda y todas las paredes a la vista
adquirieran un color ceniciento. Entrecerré los ojos y apoyé las
manos en las caderas. Los barrotes seguían brillando alegremente,
burlándose de mí.
Bien, solo tendría que esforzarme un poco más.

Habían pasado dos días, dos días incendiando este lugar, y nada.
Había intentado cambiar de forma y escabullirme entre los barrotes,
pero me había electrocutado y había arrojado mi cuerpo contra la
pared del fondo. Me senté con las piernas cruzadas, la mejilla
apoyada en el puño. Me quedé mirando los barrotes un buen rato
antes de levantarme. Quizá si aguantaba el dolor lo suficiente,
podría salir. Había pasado por cosas peores. ¿Tan malo podía ser?
Me detuve frente a ellos, el zumbido eléctrico llenó mis oídos a
medida que me acercaba. Alargué la mano y la dejé a escasos
centímetros.
—Athos, Dhihsin, Kryella, Nismera, Pharthar, Xeohr, Unir, Samkiel
concédanme el paso de aquí a Asteraoth. —Vi lo que parecían lágrimas
formarse en sus ojos mientras echaba la cabeza hacia atrás y se clavaba la
espada en el pecho.
Eché la mano hacia atrás y aquella noche volvió a pasar por mis
recuerdos. Todos pensaban que lo había matado, y yo se los permití.
Me había ganado la inmunidad de Kaden y su horda. Me veían
como una amenaza, y ahora también Samkiel y su gente. No sabían
que esos recuerdos me perseguían.
La expresión de la cara de Zekiel cuando se clavó el cuchillo en el
pecho me resultaba demasiado familiar. La había visto en la cara de
Gabby y en la mía mientras luchaba por salvar su vida. Era la
mirada que tienes cuando has perdido toda esperanza. Nunca
olvidaría el sonido de la espada entrando en su cuerpo. La única
lágrima que cayó de su ojo antes de que la luz azul brotara de él y
explotara en el cielo me perseguiría para siempre.
—Te aconsejo que no los toques.
Su voz precedió a las tres formas que brillaron y se solidificaron
frente a mí. Las llamas estallaron en mis manos y no dudé en
lanzarle una bola de fuego directa a la cabeza.
Samkiel se hizo a un lado y levantó la mano, deteniendo la bola
de llamas. Giró durante un segundo bajo su palma, con aquellos
malditos ojos grises clavados en los míos, mientras la apagaba con
un solo apretón de puño.
No pude ocultar mi sorpresa. Mi voz era apenas un susurro
mientras daba un paso atrás.
—¿Cómo hiciste eso?
Samkiel… No, Liam. Kaden dijo que ahora lo llamaban Liam. Me
miró mientras bajaba la mano a su costado, guardándose la otra en
el bolsillo.
—Estoy más preparado ahora que conozco tus poderes. —Su
acento era marcado, otra señal de que no era de aquí.
Tragué saliva, observando su aspecto. Parecía tan diferente.
¿Quién lo puso bueno? ¿Por qué estaba bueno ahora? Su pelo corto
parecía más moderno de lo que yo pensaba. Se lo había cortado
pegado a la cabeza y peinado con un gel que lo hacía sobresalir en
distintas direcciones. Su barba era apenas un suspiro de lo que solía
ser, más una barba de un día que se curvaba alrededor de su
mandíbula molesta y perfecta.
No importaba la escultura perfecta que habían intentado hacer.
Seguía siendo el Destructor del Mundo. Seguía siendo el dios
odiado y temido que con gusto acabaría conmigo y con los que me
importaban. Podían disfrazarlo todo lo que quisieran, pero yo
seguía viendo su verdad. Puede que no tuviera colmillos, pero
percibí al depredador bajo aquellos tristes ojos grises.
—Y si te refieres a cómo aparecimos ante ti cuando te disponías a
hacer otro berrinche… —Hizo una pausa, mirando hacia el hombre
que había visto en el bar—. ¿Cómo se dice eso, Logan?
—Los mortales lo llaman teletransportarse, señor, o transportarse
—dijo Logan, con las manos agarrando la parte delantera del equipo
táctico que llevaban todos, excepto Liam. Llevaba una camisa blanca
informal con las mangas remangadas y pantalones negros. Al igual
que el traje, parecían demasiado ajustados. Podía ver cómo sus
músculos se tensaban con cada movimiento que hacía. Tenía una
complexión fuerte pero delgada, hecha para la velocidad, la
potencia y el asesinato.
Podía entender por qué lo llamaban el hijo más hermoso de Unir,
y cómo podía haber puesto de rodillas incluso a las diosas. Era tan
magnífico como lo describían los libros. Sabía que era poderoso, y lo
demostraba en su forma de comportarse. El tono gris de sus ojos
destellaba inteligencia y el color bronceado de su piel resplandecía
de salud.
Bajo su nueva y mejorada máscara, le pesaba el odio a sí mismo.
Lo envolvía como una capa. Lo vi en la reunión, en cómo respondía
y hablaba. Se había desconectado un par de veces, como si ya no
estuviera en este plano. Tal vez acabar con él sería más fácil de lo
que pensaba.
—Ah, sí, teletransportarse. Piensa en ello como una refracción de
la luz o un desplazamiento. Las moléculas se descomponen en su
forma más pura y se reforman en otro espacio, por así decirlo.
—Qué genial. —Mantuve mis ojos fijos en él, ignorando a los
demás. Después de probar su poder, no tenía ningún deseo de
volver a experimentarlo. Si siquiera sentía que se agitaba, estaba
preparada para luchar—. No me importa.
El hombre a su izquierda se burló, sacudiendo la cabeza.
—¿Sabes con quién hablas? —Su voz era un gruñido.
Una sonrisa lenta y traviesa se dibujó en mi rostro, pero no aparté
la vista de Liam. Las sombras danzaban perezosamente a mi
alrededor.
—Por supuesto que sí. El Hijo de Unir, Guardián de los Reinos,
Líder de La Mano de Rashearim —mi sonrisa se ensombreció—, el
Destructor del Mundo.
La mirada de Liam no se apartó de la mía.
—Me conoces, y aun así atacaste la embajada. ¿Por qué luchar?
Me encogí de hombros.
—Llámalo un rasgo de personalidad.
Sacudió la cabeza como si no pudiera creerlo.
—Esa es una idea arrogante. Sabes lo que puedo hacer, y que la
muerte sería inminente. Sin embargo, te arriesgaste a pesar de todo.
Mi labio se curvó en una media sonrisa, mis caninos
descendiendo lentamente.
—¿Arrogante? He oído que eso es cosa tuya, no mía. —Me
acerqué y las sombras se curvaron bajo mis pies—. Pero tengo
curiosidad, Destructor del Mundo. ¿Qué temes?
Mi forma cambió al tiempo que mi voz se hacía más grave,
oscura, gruesa y rica.
—La mayoría de los hombres temen los bosques de noche y a las
criaturas que cazan. —Mi forma se transformó en una enorme bestia
canina mientras me paseaba y chasqueaba las mandíbulas contra
ellos. Las sombras volvieron a bailar cuando cambié—. ¿O son las
bestias de las leyendas las que te erizan el vello del cuerpo? —
Ocupé todo el espacio al transformarme en mi forma favorita, el
wyvern de alas negras—. ¿O? —Esta vez adopté la forma de un
hombre. Me detuve frente a él, con la misma altura, la misma
mirada y la misma postura—. ¿Es lo que ves en el espejo?
Me sostuvo la mirada solo un instante antes de que sus ojos se
desviaran, y supe que había dado en el blanco. Mi sonrisa era cruel,
pero no duró mucho. El celestial de su izquierda se adelantó.
Llevaba pendientes en las orejas, como Zekiel, y no me cabía duda
de que de cada uno de ellos saldría un arma. Sus ojos eran del
mismo azul que la bola de luz que salió disparada de su mano,
enviándome a través de la habitación.
—Vincent. —Liam levantó la mano—. Está bien.
Bien, ese era Vincent. Me puse de pie, enderezando mi horrible
sudadera mientras me reía. Puede que su poder me enviara al otro
lado de la habitación, pero no quemaba como el de Liam.
Aunque su complexión era más delgada, Vincent era casi tan alto
como Liam. Su pelo liso era tan negro como el mío, y lo llevaba
recogido, mitad arriba, mitad abajo. Vislumbré un tatuaje a lo largo
de su clavícula, las atrevidas líneas tribales oscuras contrastaban con
su piel ligeramente bronceada. Me recordó al que le había visto a
Logan en el bar. Me pregunté si todos tendrían uno.
Vincent se cruzó de brazos y me miró con ojos oscuros. La
comisura de sus labios se crispó, dándome ganas de estrellar el
puño contra su mandíbula perfecta y angulosa. Su postura gritaba
venganza si me atrevía a insultar una vez más a su preciado líder.
El sonido de una puerta que se abría y unos pasos que se
acercaban nos hicieron volvernos a todos. Reconocí a la mujer que se
acercaba como la misma que había visto en el club. La había dejado
inconsciente cuando me colé en su reunión. Se detuvo junto a Liam,
y los celestiales que la habían seguido se desplegaron detrás de ella.
Llevaban el mismo equipo táctico que todos los demás y me
miraban con ojos entrecerrados que brillaban con el mismo azul
iridiscente. Estaban enfadados.
La mujer me miró con una expresión que prometía la muerte
antes de darme la espalda para dirigirse a Liam. Supongo que no
íbamos a ser mejores amigas.
—Estamos listos, señor.
¿Listos? ¿Listos para qué?
—Gracias, Neverra —dijo Liam.
No tuve tiempo de expresar mis preguntas antes de que el suelo
de mi celda se iluminara. Se formó un círculo a mi alrededor, y
reconocí el patrón como el mismo que Zekiel había utilizado en
Ophanium. Los símbolos de la circunferencia brillaron y me
obligaron a caer al suelo. Caí de rodillas con un silbido. El poder que
sentía me quemaba la piel y apreté los dientes. No era tan
envolvente como en Ophanium. No, pretendía inmovilizarme, ni
distraerme con el dolor. Levanté la cabeza cuando los barrotes de la
celda desaparecieron y entraron Liam, Logan y Vincent.
—Si querías que me pusiera de rodillas, deberías habérmelo
pedido —le espeté a Liam apretando los dientes. El sudor se formó
en mi frente mientras empujaba, intentando ponerme de pie.
Conseguí levantar un poco las manos antes de que el círculo
palpitara en añil y las ataduras invisibles que me ataban se
estrecharan. Gruñí cuando las palmas de mis manos volvieron a
chocar contra el suelo.
Logan hizo una pausa, con la sorpresa y la cautela brillando en
sus ojos. Qué bien. Estaban asustados. Deberían estarlo, porque si
yo…
—¡Ay! —Chasqueé cuando un frío brazalete metálico me golpeó
en la muñeca. Giré la cabeza y vi que Vincent me ponía otra en el
tobillo. Antes de que pudiera intentar darle una patada en la cara,
Logan me había atado la otra muñeca. En cuanto el último grillete se
cerró alrededor de mi tobillo, sentí como si me succionaran el aire de
los pulmones. Caí al suelo con un silbido, intentando recuperar el
aliento.
—Estarás débil mientras las Cadenas de Abareath estén sobre ti —
dijo Liam—. Una medida de seguridad para tu interrogatorio.
El círculo que había debajo de mí desapareció y Liam me miró
fijamente, con los brazos a la espalda. Hizo un gesto con la cabeza
hacia Logan y Vincent. Un gruñido bajo se me escapó cuando me
agarraron por debajo de los brazos y me levantaron. Había perdido
toda mi fuerza. Me sentía débil y enferma. Me sacaron de la celda
arrastrando los pies por el suelo. Por primera vez en siglos, no sentía
el fuego, y eso me aterrorizó.
Neverra hizo un gesto a los celestiales para que se adelantaran y
ellos nos guiaron. Oí pasos detrás de mí cuando giramos por el gran
pasillo. Pasamos varias celdas idénticas a la mía antes de atravesar
las puertas dobles. Mientras me arrastraban por los pasillos y subía
unas pequeñas escaleras, intenté orientarme. El interior de este
edificio no era tan majestuoso como el de Arariel, y me pregunté si
aún estábamos en la ciudad. Los bancos y sillas de madera
ocupaban gran parte del pasillo, pero no había visto a nadie más.
Pronto comprendí por qué.
El sonido de las voces se hizo más fuerte cuanto más nos
acercábamos a una gran puerta de madera oscura. Los celestiales de
delante se detuvieron, abriéndola lo suficiente para que pudiéramos
entrar. Neverra entró primero y luego me arrastraron dentro. Vi lo
que parecía un gran sillón marrón de cuatro postes. La pesada
madera estaba grabada con símbolos extraños, y el asiento parecía
haber visto días mejores. Cuando Logan y Vincent me subieron al
asiento, las esposas que me rodeaban las muñecas y los tobillos
encajaron en su sitio, asegurándolos contra los brazos y las piernas.
Eché la cabeza hacia atrás, sacudiéndome el pelo de la cara,
mientras observaba la habitación. En el centro había una larga mesa
de metal, con una mujer vestida con falda lápiz y blusa a juego.
Tenía un portátil delante y varios cuadernos a su lado. Ni siquiera
me miró, su atención estaba puesta en Liam. Levanté la cabeza y vi a
varios celestiales de ojos azules que me miraban fijamente, y
reconocí a algunos mortales de Arariel. Las filas de asientos
formaban un círculo alrededor de la silla para que todos pudieran
ver al prisionero en el centro. Hmm, así que así era como hacían los
interrogatorios.
—Creí que te había matado. —Mi voz salió débil mientras miraba
al hombre mortal que llevaba un cabestrillo. Tenía magulladuras y
algunas quemaduras, pero lo recordaba como uno de los
embajadores.
Miró por encima de sus ojos hinchados, pero no habló y dio un
paso atrás.
—No teman al Ig'Morruthen. Está completamente incapacitada —
dijo Liam, de pie en el centro de la sala. Logan, Neverra y Vincent le
flanqueaban, estoicos y dispuestos a defenderlo. No es que
necesitara que lo defendieran. Tiré de mis ataduras, probándolas,
pero estaba bien sujeta.
Me reí, me reí de verdad. Empezó como una risita antes de
convertirse en una experiencia corporal, y tardé un momento en
recuperar el control de mí misma. Observé cómo todos me miraban
a mí y luego a los demás, y no pude contener otra carcajada. Liam
ladeó la cabeza y enarcó una ceja.
—¿Hay algo en esta situación que encuentres gracioso?
—Sí. —Intenté incorporarme un poco más—. Tú. Ellos. —Señalé
con la cabeza hacia la multitud—. Esto. En serio, ¿qué van a hacer?
¿Torturarme? Creía que eras el elegido especial que creía en la paz y
en todas las cosas buenas del mundo. O espera, ¿vas a pegarme?
¿Abofetearme un poco? Si lo haces lo bastante fuerte, puede que me
guste. —Se me borró la sonrisa de la cara y me incliné hacia delante
con todas mis fuerzas. Algunas personas de la multitud jadearon,
pero Liam no movió ni un solo músculo—. ¿No lo entiendes? ¿No
ves que no hay nada que puedas hacerme que no me hayan hecho
ya? No puedes doblegarme, Destructor del Mundo.
Me miró con una expresión que no pude definir. Era sombría y
despertó algo en mi interior que no entendía. Fue tan fugaz que no
me habría dado cuenta si no lo hubiera estado mirando.
—Empezaremos con una serie de preguntas. La silla en la que te
sientas está imbuida de… —Hizo una pausa y miró a Logan. Habló
en lo que supuse que era su lengua materna. Logan respondió y
Liam asintió antes de decir—: Un cierto poder. Emitirá un sonido
que me indicará que no estás diciendo la verdad. Las runas se
encenderán, y cuanto más te resistas, más te quemarás. Si no
respondes, arderás. Si intentas escapar…
Puse los ojos en blanco, ya molesta.
—Entiendo. Me quemaré.
—Muy bien. Comencemos.
Liam se acercó a la larga mesa de metal. La mujer abrió su
ordenador portátil, me miró y luego continuó lanzando miradas
furtivas a Liam. Vi cómo pasaba algunas páginas antes de volverse
hacia mí.
—El poder que sentí cuando llegaste no era solo tuyo. Sobre todo
por la señal que sonó antes de que intentaras retirarte. ¿Cuántos de
ustedes hay?
—Noventa y nueve.
Sonó un pitido estridente, los símbolos se encendieron en la silla y
en el suelo cuando una energía blanca y caliente me atravesó. Gruñí,
mi cuerpo se sacudió con agonía mientras cada nervio de mi cuerpo
se incendiaba. La mujer que había empezado a teclear parecía
sorprendida y miró a Liam.
—¿Puedes darme una evaluación precisa?
Me encogí de hombros, recuperando el aliento.
—Um… cuatrocientos.
La agonía se apoderó de mí y mi cuerpo se balanceó contra la
silla. Siseé con los dientes apretados hasta que paró. Incliné la
cabeza hacia delante y exhalé un suspiro, con el corazón latiéndome
desbocado en el pecho.
—Mierda. No bromeabas.
Liam miró a Logan, que tradujo mis palabras una vez más.
—No, me temo que no —hizo una pausa, luchando con las
palabras extranjeras—, no estoy bromeando como dices. Ahora,
intentémoslo de nuevo.
—¿Fue premeditado el ataque a la Embajada en Arariel?
—¿Qué es una embajada?
Otra descarga y mis puños se cerraron en torno a los brazos de la
silla.
—Dicen que eres un dios pero no completo, parte dios, parte
celestial. Dicen que eres un débil cobarde que se escondió durante
siglos —espeté. Estaba más que enfadada. Dos podían jugar a este
juego de tortura, y yo sabía exactamente qué botones apretar.
—La información que tienes no es nueva. Todo el mundo es
consciente.
—¿Entonces no se equivocaron? —pregunté, con un sobresalto
que me recorría por dentro.
Todo lo que Kaden nos había dicho era mentira y, además, Zekiel
tenía razón. Una deidad real vivía, y yo lo había traído de vuelta.
Pensé que había hablado sola, pero cuando se inclinó hacia delante,
supe que me había oído.
—¿Quién no se equivocó? —preguntó, tratando de aparentar
calma.
Me aclaré la garganta y me aparté de él, ignorando su pregunta.
—¿Por qué te llaman Liam si te llamas Samkiel? Un apellido
embarazoso, ¿eh? ¿Otros niños se burlan de ti?
Sus fosas nasales se encendieron como si hubiera tocado un tema
delicado.
—Este no es mi interrogatorio. Es el tuyo. Mientras estabas
indispuesta, averigüé tu nombre. Es Dianna Martínez, ¿verdad? —
preguntó, volviendo a los papeles de la mesa y ojeándolos, con
rostro estoico.
Curvé los labios y me encogí de hombros con indiferencia.
—¿Así que has oído hablar de mí? Me alegro por ti. Has
encontrado mi nombre. He vivido mucho tiempo. Tengo muchos.
Asintió con la cabeza y se echó hacia atrás, levantando una mano
para posarla sobre su barbilla, con un solo dedo curvado sobre sus
labios.
—¿Has vivido mucho tiempo? ¿Y cuánto tiempo dirías?
Maldita sea, estaba intentando seguir siendo engreída y dándole
demasiada información. Tenía que concentrarme en quitarme estas
malditas cadenas, salir de este edificio y llegar lejos, muy lejos. Me
moví por reflejo y el pinchazo en los brazos me hizo sisear.
—¿Has terminado? —preguntó Liam, observando cómo intentaba
recuperarme del dolor.
—Ni de lejos —me tiré un farol. Aquellas descargas me dolían
demasiado como para no respetarlas. Midió mi expresión y se echó
hacia atrás, girando el contenido de la carpeta hacia mí. Se lamió el
pulgar y hojeó las páginas. No tuve tiempo de leer nada y perdí
completamente el interés cuando me mostró las fotos. La rabia se me
revolvió en las entrañas cuando parpadeé al ver las imágenes de
Gabby, Tobias, Alistair y yo. Se me cortó la respiración al reconocer
dónde habían sido tomadas. Era mi cita para comer con Gabby.
Mierda. Eso era lo que Tobias y Alistair habían sentido. Uno de
ellos había estado cerca de nosotros y yo no lo había sabido. El
corazón se me aceleró en el pecho.
—Como puedes ver, tú y tus camaradas llevan tiempo en nuestro
radar. —Volvió a clavar sus penetrantes ojos en mí—. Dime, ¿para
quién trabajas?
Mis ojos se encontraron con los suyos y siseé:
—No te diré nada. —Cualquier información me condenaría, pero
lo más importante, condenaría a Gabby. Él ya sabía su aspecto y su
nombre. Preferiría quemarme mil veces en esta silla antes de
permitir que le pasara algo.
Sus labios se afinaron en una línea dura.
—Había asumido que no, pero esperaba un resultado diferente.
Uno más agradable.
¿De qué estaba hablando? Apenas se había formado esa idea en
mi mente cuando todo mi ser se vio consumido por el dolor. Mi
cabeza se echó hacia atrás y mi cuerpo se levantó de la silla tanto
como me permitió la magia. El repentino estallido de electricidad
fue mucho más fuerte esta vez. Sentí como si el cuerpo me quemara
por dentro. Solté un grito espeluznante, incapaz de contenerlo, y el
sonido sacudió la habitación. Y entonces se detuvo tan rápido como
había empezado. Se me cayó la cabeza hacia delante y el pelo me
tapó la vista mientras jadeaba en el repentino silencio.
La multitud jadeó cuando me aparté parte del pelo empapado en
sudor de la cara, con los mechones pegados a las mejillas. Sabía que
los ojos me sangraban de rojo al aumentar mi ira. Era una pequeña
llama latente que podía sentir incluso con las malditas cadenas
puestas, y me reconfortó. Respiré entrecortadamente:
—¿Es ésa tu idea de la tortura? Para mí es solo un sábado por la
noche, nene. Vas a tener que hacerlo mejor que eso.
Sacudió la cabeza, su rostro ilegible.
—No quiero torturarte, pero tengo preguntas que necesitan
respuestas. Muchos de los míos están heridos por tu culpa, muertos
por tu culpa y la de los tuyos. Necesito averiguar por qué.
—Por favor, te hice un favor. A la mitad de los humanos ni
siquiera les gustas tú o tu gente. Toda esa reunión fue un gran
círculo de idiotas sobre quién está y quién no está en el poder. ¿Y
ahora? —Miré alrededor de la habitación—. Creen que eres un gran
héroe que puede salvarlos.
—¿Es eso lo que consideras un favor? ¿Matar sin sentido?
Me reí en su cara.
—Oh, tú sabrías todo sobre eso, ¿verdad? ¿Matar sin sentido? ¿A
cuántos has enterrado? ¿A cuántos has masacrado, pensando que no
somos más que monstruos con dientes? Si no se parecen a ti. Si no
comemos lo que tú comes, nos comportamos como tú te comportas,
entonces no somos nada y estamos por debajo de ti, ¿verdad? Lo
siento mucho. Permíteme fingir que me importa. Tu especie ha
cazado y perseguido a la mía durante eones.
—¿Qué curiosidad? ¿Crees que me entiendes? No eres más que
una criatura construida y diseñada para matar. No presumas de
saber nada de mí —dijo sin perder el ritmo—. Pero tienes razón.
Estás por debajo de mí. Inferior a un mísero gusano que las aves
recogen para desayunar. —Cada palabra destilaba odio, y yo sabía
que lo decía en serio. Podía verlo en su cara y en las expresiones de
los que lo rodeaban.
Siseé, inclinándome hacia delante, con las esposas mordiéndome
las muñecas.
—Una boca tan sucia para un hombre tan noble. ¿Funciona?
¿Excitas a las mujeres cuando hablas así? —Volví a inclinarme hacia
delante, sin importarme el doloroso mordisco en las muñecas—.
Puede que te miren como a un salvador, pero yo sé la verdad que se
esconde tras esos ojos encantadores. Tus manos están tan
ensangrentadas como las mías, Samkiel. No eres un salvador. Eres
un cobarde que se escondió. Al menos yo lucho por algo. Píntame
como la mala todo lo que quieras, pero no soy a la que llaman
Destructor del Mundo. Tú lo eres.
Esperé a que explotara. Esperaba que gritara, que la sala temblara
y que usara ese maldito poder que había visto antes. Todos en la
sala parecían estar mirando también, conteniendo la respiración,
pero todo lo que hizo fue mirarme fijamente.
—Te lo voy a preguntar otra vez. ¿Para quién trabajas?
Me aparté otro mechón de pelo de la cara mientras intentaba
incorporarme mejor.
—¿Eres tan ignorante como para pensar que una mujer no puede
dirigir sola? ¿Acaso no lo hacían en Rashearim?
—Las mujeres de Rashearim son muy diferentes a ti. Son
respetuosas, con una fuerza y una inteligencia tremendas. Conocí
diosas que dirigían ejércitos y luchaban con dignidad, no con trucos
baratos. Tú no te comparas en nada y no podrías tocarlas. He
conocido mujeres como tú. ¿Sabes dónde están ahora las mujeres
viles, despiadadas y vengativas como tú? Están muertas.
—Oh, cariño, dudo que hayas conocido a alguien como yo antes.
Liam asintió una vez y soltó la mano, volviendo a mirar las
páginas que tenía delante. Pensé que me había ganado un pequeño
respiro, ya que no sentí de inmediato que me estuvieran prendiendo
fuego. Por desgracia, mi alivio duró poco, ya que el poder volvió a
recorrerme. Mi cuerpo se balanceó hacia atrás mientras mis manos
se apretaban y las esposas se clavaban en mi carne. Sentí que la
bestia que había en mí intentaba liberarse, que el poder oscuro se
enroscaba bajo mi piel. Finalmente, el dolor cesó tras lo que me
pareció una eternidad, y me desplomé en el asiento.
—Te lo preguntaré otra vez…
No tenía fuerzas para moverme. El sudor empapaba cada parte de
mí y mi cuerpo temblaba.
—Pregúntame una y otra vez, y no te diré nada. Quémame todo
lo que quieras, Samkiel, pero no conseguirás nada de mí. Así que
venga. Haz lo peor que puedas. No temo a reyes ni a dioses. —La
última parte salió de mis labios en un siseo agudo mientras mis ojos
permanecían fijos en él.
Liam no se movió, pero un destello de fastidio apareció en sus
ojos. Se estaba aburriendo, y yo también.
—¿Estás segura? —preguntó, inclinándose hacia delante.
Moví las manos, aquellas malditas esposas se rebelaban, pero no
me detuve mientras las sacudía con ambos dedos.
Me miró fijamente durante lo que me pareció una eternidad. Dejé
caer las manos, la muñeca se me golpeó contra la silla y el dolor me
recorrió los brazos. Barajó los papeles antes de levantar algunos
delante de mí.
—Creo, como dijiste antes, que todo el mundo tiene una
debilidad. —Su voz era suave, casi un susurro—. Y creo que tú
también tienes una. No recuerdo que los Ig'Morruthens se sentaran
a comer con simples mortales, pero tampoco eran como tú.
Parpadeé varias veces, intentando mantener la calma y no mostrar
el terror que se deslizaba por mí.
Apartó más fotos del camino.
—Entonces, ¿quieres decirme para quién trabajas o quién es esta
mujer para ti? Y por favor, no me mientas.
Mis ojos se quedaron fijos en él.
—Vete a la mierda.
Vi que sus ojos se llenaban de confusión. Puse los ojos en blanco y
le espeté a Logan:
—Tradúcele eso.
Cuando lo hizo, las fosas nasales de Liam se encendieron durante
una fracción de segundo, como si nadie se hubiera atrevido a
hablarle de esa manera antes.
—Si no puedes responder, tendré que preguntarle a ella.
—Acércate a ella y te prometo que será lo último que hagas —
gruñí, haciendo fuerza contra mis ataduras. Sentí cómo me crecían
los caninos y se me enrojecía la vista.
El aire fue succionado de la habitación a medida que aumentaba
la presión, inmensa y opresiva. Una tormenta hecha carne. Eso era
lo que me recordaba Liam.
—¿Me estás amenazando? —preguntó, y sus ojos se volvieron
plateados. Era un color que había llegado a odiar en las últimas
horas y sabía que atormentaría mis pesadillas.
—Sabes, normalmente soy partidaria de una muerte rápida. Un
rápido chasquido del cuello o un asado suelen ser mis métodos
preferidos —siseé—. ¿Pero tú? Voy a tomarme mi tiempo contigo.
Voy a herirte de formas que no puedes imaginar y a reírme mientras
la plata muere en tus ojos.
Me sostuvo la mirada. Nadie hablaba ni se movía. Se volvió hacia
la mesa y se sentó. Pasó un momento antes de que la pesadez de la
habitación se evaporara, y la plata se desvaneció, sus ojos volvieron
a su tono normal de gris. Casi me eché a reír. Aquel hombre era
cualquier cosa menos normal.
—Tras los numerosos ataques fallidos a nuestros templos, parece
que buscas una reliquia nuestra. Por favor, explícate.
No lo hice.
No hablé cuando me preguntó qué buscábamos, ni cuando volvió
a preguntarme de dónde era o para quién trabajaba. Hizo una
pregunta tras otra, hora tras hora, y yo ardía con cada una. No
recuerdo cuál me dejó finalmente inconsciente, solo que en ese
momento había sentido paz.
Qué extraño.
CAPÍTULO 13
Dianna
No sabía cuántos días habían pasado, ni siquiera si eran días.
Todo lo que sabía era dolor. Me hizo las mismas preguntas. No
respondí, y empezó el ardor. Era como electricidad en mis venas,
llegando a cada parte de mí mientras mis ojos se clavaban en los
suyos. El odio, puro y simple, crecía con cada momento de dolor. A
veces no gritaba, me distraía imaginándome a mí misma
liberándome y arrancándole la cabeza del torso. Imaginaba su
sangre pintando la habitación, creando una obra maestra más
exquisita que la de cualquier pintor famoso. Soñaba con salir
corriendo de este maldito lugar hacia ella, mi única familia. Ella era
lo único que me mantenía mortal, aunque ahora me odiara. Fue
entonces cuando grité porque sabía que no podía revelar la única
verdad que él quería saber. Quería saber sobre ella, así que tenía una
forma de controlarme.
Kaden había hecho lo mismo durante el siglo pasado, y yo no
cambiaría un amo por otro. Así que dejé que Liam me torturara y lo
escuché repetir las mismas preguntas una y otra vez sin darle una
respuesta. Al final, la habitación se quedó en negro, como siempre.
Mi cuerpo amenazaba con rendirse. No sabía cuánto tiempo me
quedaba antes de que una de aquellas explosiones me matara. No
importaba mientras ella estuviera a salvo. Ese era siempre mi último
pensamiento antes de que aquel calor nauseabundo se filtrara por
todos mis poros y la oscuridad me reclamara. Allí, en aquel espacio
vacío, mi mente vagaba para revivir los días anteriores.
Aterricé frente a su piso, con los pies dejando grietas en el
hormigón, pero no me importó. Varios transeúntes jadearon y me
miraron antes de salir corriendo. Apenas eran las siete de la
mañana, pero era importante. Pasé por delante del portero y miré
hacia el ascensor más cercano. Varios mortales salieron arrastrando
los pies, camino del trabajo. No tuve tiempo de esperar y corrí hacia
las escaleras, subiendo de dos en dos hasta su planta. Podría
haberme transportado hasta allí, pero necesitaba correr y sentir algo
en los pulmones aparte del polvo y la destrucción que había
soportado. Sin molestarme en llamar, casi arranco la puerta de las
bisagras. Gabby y Rick estaban en la cocina. Estaban ocupados, y
tendría que blanquearme los ojos más tarde, pero no me importaba.
No teníamos tiempo.
—Vístete —espeté mientras cogía la manta del sofá y se la
lanzaba.
—¡Dianna! ¿Qué haces aquí? —gritó Gabby, agarrando la manta y
envolviéndose.
Rick se fijó en mi ropa y jadeó.
—¿Qué carajos ha pasado? ¿Eso es sangre?
Estaba cubierta de sangre, la mía mezclada con la de Zekiel. Mis
ojos se iluminaron mientras los suyos se abrían de par en par.
—Vete. Márchate. Vete a trabajar y olvida que has estado aquí.
Olvida lo que has visto.
Se le pusieron los ojos vidriosos y asintió. Luego, agarró su ropa y
se fue, sin importarle que estuviera desnudo.
—Dianna, ¿qué demonios está pasando? ¿Por qué entras en mi
apartamento tan temprano? ¿Por qué estás cubierta…?
No respondí mientras me dirigía a su habitación. Mis pies apenas
tocaban el suelo cuando pasé por delante de su puerta abierta. Ella
me siguió, todavía gritando, pero yo solo podía oír la voz de Kaden
resonando en mi cabeza.
Me lancé tras él, casi corriendo para seguirlo.
—¡Lo sabías! —grité tras él. Agarré el objeto más cercano, un pequeño
jarrón antiguo, y se lo lancé por la espalda. Fallé, mi puntería se había
desviado por completo a medida que aumentaba mi ira. Se hizo añicos cerca
de sus pies y por fin se detuvo—. Sabías que seguía vivo.
Se giró lentamente, la bestia bajo su piel se deslizaba, recordándome lo
alienígena que era en realidad. Sus ojos llenos de brasas ardían mientras se
dirigía hacia mí con un solo dedo levantado. Retrocedí un paso antes de
detenerme y cuadrar los hombros. Conocía su carácter, pero había jugado
con fuego.
—Tú —me espetó— mataste a un miembro de La Mano. Buscará
venganza. Todos lo harán. Tenía un plan y lo has vuelto a joder porque no
sabes escuchar. —Se detuvo ante mí, obligándome a mirarlo.
—Me dejaste fuera. Lo supiste todo este tiempo, y aquí estaba yo,
pensando que era un cuento de hadas. ¿Lo sabe Alistair? ¿Tobias? —No
contestó, solo miró a un lado, y supe que lo sabían. Levanté las manos,
gritando de frustración—: ¡Dioses, Kaden! No me dices nada. ¿Cuánto
hace que La Mano sabe de nosotros? ¿Desde cuándo nos siguen? ¿Sabes
que dos de ellos me encontraron mientras tú hacías Dios sabe qué? Ladras
órdenes y exiges que te siga.
En un momento me miraba con desprecio y al siguiente me agarraba
dolorosamente la barbilla. Se movió tan rápido que apenas lo vi. Se inclinó
hacia mí y siseó entre dientes apretados:
—Y me seguirás. Ni por un segundo pienses que tienes algún poder
sobre mí. Yo te hice. Serías un par de huesos secos si no fuera por mí.
Solté mi cara de un tirón, sabiendo que me saldría un moratón.
—Sí —me escocían los ojos—, y eso es algo que te gusta recordarme cada
vez que puedes. Nos pones en peligro, Kaden, a todos, incluida a mi
hermana. ¿Qué voy a hacer con mi hermana?
Se burló ante la mera mención.
—Ella no me importa. Ella no es importante.
—Lo es para mí —respondí, empujándole el pecho. No se movió, pero
algo cambió en sus ojos. Inclinó ligeramente la cabeza y me estudió un
momento antes de asentir.
—Sí, lo es, ¿y hasta dónde estás dispuesta a llegar para mantenerla a
salvo ahora que uno de los suyos ha muerto? Vendrá en busca de venganza.
Ese pensamiento me hizo hervir la sangre. Nadie tocaría a Gabby. Me
aseguraría de eso.
—Tan lejos como sea necesario.
—¿Pelearías con un dios?
—No —dije sin dudar—, mataría a uno.
Abrí de un tirón las puertas del armario. La ropa de Gabby
colgaba con precisión, ordenada por colores. Las paredes estaban
llenas de zapatos, y en el extremo izquierdo había un espacio para
las maletas. Metí la mano, cogí una y la tiré sobre la cama, junto con
otras dos más pequeñas. Saqué la ropa de las perchas que se
rompieron por la fuerza y la metí en las maletas.
—¡Dianna! —Se acercó y me agarró la mano, deteniéndome en
seco—. ¿Qué pasó?
—La he cagado. —Me aparté de su mano y giré hacia el armario.
Se quedó mirando mientras me arrodillaba, cogía un puñado de
zapatos y volvía hacia la cama—. La he cagado, Gabbs.
—¿Se trata del terremoto de Ophanium de hace unos días y de la
extraña tormenta de Arariel?
Me detuve, apoyé las manos en la maleta y la miré. Se tapaba la
boca con la mano mientras me miraba fijamente.
—Eso no fue una tormenta. Algo regresó… alguien regresó, y
ahora necesito que vayas a la casa segura como planeamos.
Terminé de empaquetar y cerré las maletas antes de mirarla. No
se había movido.
—Gabby, vístete.
No dijo nada, solo me miró fijamente mientras agarraba la manta
con más fuerza.
—¿Por qué la casa segura? ¿Quién ha vuelto?
Nunca había mentido ni tenido secretos con Gabby. El vínculo
que compartíamos era demasiado profundo. Desde que murieron
nuestros padres, solo éramos nosotras dos. Nos habíamos cuidado
mutuamente durante mucho tiempo. Era mi hermana, mi mejor
amiga, y estaba a punto de hacer que me odiara.
—Maté a alguien muy poderoso. Bueno, técnicamente no lo maté,
pero mis manos están cubiertas de su sangre. Kaden y todos los
demás creen que lo maté, y eso es suficiente. Si lo que dijo Kaden es
cierto, entonces el último dios viviente volverá por mi cabeza. Ahora
vístete.
Bajó la mano y se quedó con la boca abierta.
—¿D?
—Lo sé. Ahora, por favor, vístete. Estarás a salvo donde
hablamos. Es el único lugar del que Kaden o cualquiera no sabe
nada. Recuerda lo que te dije. Necesitarás cambiar tu cabello,
cambiar tu estilo, no uses tu nombre, y nada de pasaportes. También
tengo varias tarjetas de crédito escondidas allí. Esperarás hasta que
vuelva a buscarte. Es como practicamos.
La única diferencia era que lo habíamos practicado para cuando
dejara a Kaden, no para cuando estuviera a punto de ser perseguida
por un dios antiguo. No dijo nada, pero vi que el pánico se
apoderaba de sus ojos. Finalmente, se acercó a la cómoda, dejó caer
la manta y se vistió. Agarré sus maletas y me colgué las pequeñas
bajo el brazo. Cuando salí de la habitación, grité:
—Llévate las fotos que tengas de nosotras, como habíamos
hablado. Tenemos que…
—Dianna. ¿Qué pasa con Rick? —me cortó mientras me seguía,
con los pantalones de jogging remangados por la cintura y una
camiseta por encima de la cabeza. Se sentó en el sofá y se puso los
zapatos. Sabía lo que me esperaba. También supe por su expresión
que aún estaba asimilando todo lo que le había dicho.
—Sabías que era a corto plazo —dije, manteniendo un tono
uniforme.
—¿Por qué? ¿Por qué tiene que ser así?
—¡Ya sabes por qué! —Solté un chasquido. No era mi intención,
pero lo hice.
—¡No me grites! —replicó ella, levantando los brazos—. No me
estás dando opción otra vez.
Giré hacia ella, con las manos en las caderas.
—¿Perdona? Hago esto porque tengo que hacerlo. Todo lo que
intento hacer es darte opciones mientras yo no tengo ninguna.
Me espetó, señalándome con el dedo:
—Podrías tener opciones si realmente quisieras.
—¿Cómo, Gabby? ¿Tienes idea de lo fuerte que es? ¿Sabes el
poder que tiene sobre el Otro Mundo y sobre mí? Sé que hablamos
de alejarme, pero solo fue un sueño. ¿Cómo podría? Siento que
tengamos que mudarnos, ¿bien? Estoy tratando de darte algo de una
vida normal.
—Nunca tendré una vida normal por lo que hiciste.
Sus palabras fueron como una bofetada. Levanté la voz mientras
me señalaba el pecho y luego a ella.
—¿Por lo que hice? ¿Te refieres a lo que di para salvarte? ¿Cómo
te atreves?
Giró y se puso la mano en la frente.
—Me salvaste la vida. Lo sé, y te lo agradezco, pero ¿a qué precio,
D? Los secretos, la ropa manchada de sangre, los monstruos, ¿y tu
vida? ¿Tu felicidad? —Se detuvo, señalando hacia las maletas—.
Esto no es vivir, ni para mí ni para ti.
Esta vez levanté los brazos, con el pecho dolorido por sus
palabras. Me abrieron de par en par y me dejaron en carne viva.
—¿Qué quieres que haga, Gabby? ¿Qué quieres que haga, ¿eh?
—¡Vete! Lo creas o no, eres tan fuerte como él. Él te hizo, y algo de
él es parte de ti. Tienes que luchar, o al menos luchar por algo.
—¡No puedo!
—¡¿Por qué?!
—Porque si resbalo, si meto la pata, vendrá por ti. —Mi voz se
quebró, las emociones brotando de mí. Mi visión se nubló, pero era
la verdad, la verdad absoluta—. Y no puedo perderte. No
sobreviviría.
Sacudió la cabeza mientras se le llenaban los ojos de lágrimas.
—No puedo seguir haciendo esto. Sé que me quieres, y yo
también te quiero. Pero, Dianna, no puedo ser la razón por la que
sufres. Me duele saber que tienes que seguir con él por mi culpa.
Todo lo que siempre quise fue que ambas fuéramos felices. No
puedes protegerme para siempre. No tenía sentido salvarme si ni
siquiera puedo vivir. —Hizo una pausa y sacudió la cabeza—. Iré a
la casa segura, pero después de eso, he terminado. Llevamos siglos
haciendo esto y estoy cansada. No puedo más. Si el precio de mi
libertad es ver a mi hermana convertirse en un…
Se detuvo y sentí que se me partía aún más el corazón.
Mis puños se cerraron como el hierro, igual que mi corazón.
—Dilo. Si tienes que ver, ¿qué?
Me sostuvo la mirada. Podía ver el dolor en ella, igual que sabía
que ella podía ver el mío. Sus labios se formaron en una fina línea,
pero su voz era firme cuando dijo:
—Si tengo que ver cómo te conviertes en un monstruo.
Asentí lentamente y bajé la mirada.
—Pregúntame otra vez por qué no te he contado lo que he hecho.
—Sentí el escozor cuando más lágrimas se me clavaron en los ojos y
la habitación se volvió borrosa.
Un monstruo.
Tenía razón, pero si yo era un monstruo, que así fuera. Me sequé
las pocas lágrimas que escapaban de mis mejillas y caminé hacia
ella. Saqué de la vaina una de las espadas olvidadas que llevaba en
la espalda y me detuve frente a Gabby. Ella miró de la espada a mí y
viceversa. Extendí la mano, se la cogí y le puse la empuñadura en la
palma.
—Si en el peor de los casos no vuelvo por ti, usa esto. Recuerda lo
que practicamos: ingle, muslo, garganta u ojos. Tómala, y cuando lo
uses, hazlo en serio. —La miré una vez más, memorizando su cara,
recordándola feliz y sana. Lo que estaba a punto de hacer nos
liberaría o acabaría conmigo, y quería esa imagen. La atraje hacia mí
y le di un beso en la cabeza, susurrándole contra el pelo—: Siento
haberte metido en esta vida horrible. Recuerda que te quiero.
Me alejé de ella sin decir palabra y salí del apartamento. Apenas
había salido del edificio cuando sonó mi teléfono.
—¿Qué? —Solté, haciendo que dos transeúntes se sobresaltaran.
—Encontramos una manera de entrar. Vuelve a Novas. —La voz
de Tobias era corta y entrecortada.
No me molesté en responder y la línea se cortó. Me volví, echando
un último vistazo como si pudiera verla a través de las paredes
antes de desaparecer.
Después de mi pelea con Zekiel, mi pelea con Kaden y luego mi
pelea con Gabby, había pasado un día. Nos encontrábamos en la
suite de un hotel de Arariel donde se alojaban los embajadores de
los que nos haríamos cargo. Tenían la información que
necesitábamos y eran nuestro camino a la reunión.
Tobias estaba de pie en la habitación manchada de sangre. Había
adoptado la forma de una hembra celestial y se estaba estirando. Por
el rabillo del ojo, vi a Alistair imitándolo. Me limpié la sangre de la
cara con el dorso de la mano, y los recuerdos del mortal que me
había comido inundaron mi subconsciente. Hacía años que no
mataba, que no consumía de verdad, y sentía que el cuerpo me
ardía. Una parte de mí amaba esta sensación, la parte de mí que no
era mortal.
Tobias me miró y me dijo:
—No pongas esa cara. Necesitarás toda tu fuerza si quieres
sobrevivir un segundo con él.
Asentí con la cabeza.
—Lo sé.
—La sanguinaria Dianna es siempre mi favorita.
Ignoré a Alistair mientras acababa con el mortal en el que me
convertiría. Reproduje toda la información de sus recuerdos.
Cuando terminé, abandoné mi elegante forma femenina y me
transformé en un hombre normal llamado Henry.
Me ajusté el traje, asegurándome de que estaba limpio de sangre.
—La reunión es en treinta minutos. Debería haber un coche
delante en unos cinco. Están presentes todos los miembros humanos
del consejo, La Mano y él.
La sonrisa de Tobias era letal, incluso en su forma más bonita.
—Bien.
Alistair pasó por encima de unos cuantos cuerpos y se detuvo
frente a mí.
—Recuerda el plan. Distracción, eso es. Mantenlo ocupado
mientras buscamos el libro.
Asentí con la cabeza, aceptando su plan, y froté distraídamente la
espada olvidada que llevaba atada al muslo. Sonreí en mi nueva
forma.
—Por supuesto.

Mis sueños se desvanecieron cuando me desperté en mi luminosa


celda. Levanté la cabeza de mi posición medio tumbada en el frío
suelo, con el cuerpo gritando. Las lágrimas que me enjugué no eran
del dolor que sentía, sino de aquel recuerdo. Esperaba que estuviera
a salvo, aunque me odiara. El sudor empapaba mi ropa, pero me
negué a cambiarme, prendiendo fuego a cualquier prenda limpia
que me proporcionaran. Esperaba oler mal. Esperaba ser repugnante
y un completo desastre.
Mis brazos se tambaleaban mientras empujaba hacia arriba. La
tortura y las cadenas me habían quitado mi fuerza habitual. Me eché
hacia atrás, con una mueca de dolor cuando todas mis partes
protestaron por el movimiento. Mi espalda chocó contra la fría
pared de piedra y apreté los dientes. Entre los grilletes y los
repetidos rayos de electricidad que me enviaba al cuerpo, me sentía
inútil. Pero no importaba. Mientras estuviera aquí, y mientras no me
rompiera, estaba a salvo.
Unos pasos bajaron las escaleras y levanté los ojos hacia la entrada
de mi celda. Era toda la fuerza que podía reunir. Oí aplausos antes
de que Peter apareciera. Iba vestido con un engorroso equipo
táctico.
—Bueno, bueno, bueno, realmente has recibido una paliza estas
últimas semanas.
Le di un respingo, incluso ese leve movimiento me hizo
estremecer, los músculos de mis brazos gritando.
—Vete a la mierda, Alistair.
Peter ladeó la cabeza y vi el brillo que me hizo saber que Alistair
tenía todo bajo control. Chasqueó la lengua mientras se colocaba
frente a mí, con las manos en los bolsillos.
—Tienes muy mal aspecto. ¿No te dan de comer? —Sonrió,
sabiendo que habían enviado comida y yo la había rechazado todas
las veces. Prefería morirme de hambre a recibir nada de ellos.
—¿Encontraste el libro? —Se me quebró la voz, me dolía la
garganta de las veces que había gritado.
Suspiró y se puso en cuclillas.
—Desafortunadamente, no. Tu distracción funcionó, aunque
Kaden hubiera preferido menos destrucción. En cualquier caso, lo
has hecho muy bien. Kaden está muy contento.
Forcé una sonrisa que hizo daño a mis labios desgarrados y secos
e intenté incorporarme un poco más.
—Tan feliz que ni siquiera ha intentado venir a buscarme.
El cuerpo de Peter se estremeció ligeramente, sus ojos se reflejaron
y cambiaron. Su voz se hizo más grave y supe que ya no estaba
hablando con Alistair.
—Me faltan dos espadas, Dianna. Te dije que nada podría
matarlo, y aun así luchaste. Por eso estás aquí, no por mí.
Entrecerré los ojos.
—También dijiste que no estaba vivo. Me has mentido. ¿Cómo
puedo confiar en nada de lo que digas?
—Teníamos un plan, y no lo seguiste. Se suponía que lo
distraerías el tiempo suficiente para que Tobias y Alistair buscaran.
Luego debías irte, no dejarte atrapar. ¿Por qué iba a rescatarte
cuando fuiste capturada debido a tus propios fallos?
Supongo que era la parte mortal en mí que pensaba que
significaba algo para alguien, pero eso también dolía. Llevaba
semanas aquí y ninguno había hecho nada por ayudarme. Como
siempre, estaba sola.
—Admitiré que tus esfuerzos han puesto a Elijah en el primer
puesto de poder. Ahora tengo a un humano trabajando junto al
Destructor del Mundo. Es solo cuestión de tiempo que encontremos
el libro.
—Encantador.
—No me arriesgaré a que vengan por ti. Esta es una fortaleza
destinada a resistir, Dianna. Además, ahora estamos demasiado
cerca. Lo importante es el libro, no tú. —No lo miré, de cara a la
pared y con la cabeza apoyada en los brazos—. Quizá esto te enseñe
a escucharme. Tú te has metido en esto. Sal de ahí.
CAPÍTULO 14
Dianna
Creo que pasaron algunos días más, pero había perdido la cuenta
y, sin ventanas, solo la atenuación de las luces me decía cuándo
había caído la noche. Peter, o debería decir la marioneta de Alistair,
no regresó, ni yo esperaba que lo hiciera. Liam y La Mano tampoco
hicieron acto de presencia. Solo los guardias celestiales se
detuvieron para asegurarse de que no había muerto y para ver si
había comido algo de la comida que habían traído. Preferí morirme
de hambre antes que aceptar nada de ellos, así que me quedé
durmiendo en un rincón. Soñé con tiempos más sencillos antes de la
caída. Cuando tenía un hogar, una familia y el mundo tenía sentido.
Las luces de mi celda se encendieron y me sacaron de mi sueño.
Levanté la mano para taparme los ojos mientras un grupo de
celestiales entraba pisando fuerte. Todos iban vestidos de pies a
cabeza con lo que parecía su equipo táctico normal, pero a medida
que se acercaban, vi que las partes acolchadas eran ignífugas.
Inteligentes.
Pensé que íbamos a otra ronda de interrogatorios, y no tenía
fuerzas ni para intentar luchar mientras me colocaban aquellas
esposas ardientes en las muñecas y los tobillos. Me levantaron por
los brazos y me di cuenta de que todos los que estaban en mi celda
eran guardias normales. Liam y los miembros de La Mano no
estaban presentes. Quizá mi interrogatorio terminó oficialmente y
me matarían. En ese momento, me habría alegrado.
Mis pies se arrastraban por el suelo. No me quedaban fuerzas en
el cuerpo. Me arrastraron por la prisión subterránea y, mientras me
sacaban por las puertas, oí a la gente hablar y parlotear. Quizá había
decidido hacer un espectáculo cuando me quemara por última vez.
Intenté concentrarme, parpadeando sin fuerzas, y me sorprendí
cuando giramos por un pequeño pasillo. Un par de puertas
correderas de cristal se abrieron y el ruido se intensificó cuando me
empujaron al otro lado del umbral.
La luz me dio en la cara, entrecerré los ojos y miré hacia otro lado.
El hormigón se encontró con mi mirada cuando bajé la vista. Tuve
un momento para preguntarme qué estaba pasando antes de ver
todos los vehículos. Miré a mi alrededor, hambrienta de la luz del
sol y tratando de ver de dónde se derramaba. Una gran abertura a
mi derecha me indicó que estábamos en un garaje subterráneo.
¿Me estaban transportando? ¿Adónde me llevaban? No tuve
oportunidad de seguir preocupándome por ello mientras los
hombres me llevaban a la parte trasera de un gran camión blindado.
Uno de los celestiales extendió la mano hacia delante, girando un
cerrojo que se iluminó de un azul claro antes de abrirse. Maldita sea,
iban en serio.
Me levantaron y gemí cuando me sentaron en uno de los largos
bancos. El frío metal me arañó la piel. Con dos fuertes golpes, me
aseguraron los brazos y los pies con más cadenas impregnadas de
magia. Miré detrás del guardia mientras se inclinaba para
asegurarme los pies. El vehículo me recordó a una jaula de hierro
con ruedas. Los dos de detrás eran similares, y apostaría a que los
dos de delante eran iguales. Era una táctica habitual. Disimulaba la
ubicación de la carga que transportaba, dificultando el rescate. Un
hombre inteligente, Liam, pero era un esfuerzo inútil. Sabía que no
vendría nadie.
«Lo importante es el libro, no tú».
Mentiría si dijera que esas palabras no me escocieron. Sentí el beso
del ya familiar poder que precedía a un miembro de La Mano y bajé
la cabeza. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal mientras miraba a
través de la enmarañada masa de pelo que cubría mi rostro. El
camión se movió bajo el peso de Logan, que habló en un idioma que
yo desconocía. Los demás celestiales me miraron a mí, a él y
viceversa. Sacudieron la cabeza antes de cerrar y sellar la puerta.
Otra decisión inteligente para que no me enterara de lo que
planeaban.
—¿Me llevas a una cita, querido? —Mi voz era un lío crepitante.
Logan se sentó frente a mí, con un equipo más elegante y menos
voluminoso que el de los demás. Lo observé mientras cruzaba los
brazos y apoyaba un tobillo en la rodilla opuesta. No llevaba armas
que yo pudiera ver, aunque no las necesitaba. Era miembro de La
Mano. Era un arma.
—Sabes, hace siglos que no mato a un Ig'Morruthen, así que, por
favor, comete un error. Liam me ha dicho que si intentas escapar o
hacer algo que pueda poner en peligro al equipo o a mí, tengo
permiso para convertirte en una nota a pie de página en la historia.
Forcé un mohín falso en mis labios, el esfuerzo fue doloroso.
—Ah, ¿siempre haces lo que dice papá?
No tuve ni un momento para saborear mi inteligente ocurrencia
antes de que me diera un puñetazo tan fuerte que mi cabeza golpeó
la pared metálica y me desmayé.
Aquel ardor me pellizcaba las muñecas y los tobillos mientras mi
cuerpo rebotaba, sacándome una vez más de mis sueños. Se detuvo
y volvió a repetirse. Entrecerré los ojos y reprimí un gemido
mientras levantaba la cabeza. Me dolía el cuello de tanto estar
tumbada. Apoyé la cabeza contra la pared metálica, con la nariz
palpitante. Alguien hablaba y abrí los ojos lentamente, esperando
ver las paredes blancas de mi pequeña celda. Me concentré en
Logan y me invadieron los recuerdos, otro golpe que sacudió mi
cuerpo dolorido y demostró su veracidad. Logan estaba sentado
frente a mí con un teléfono pegado a la oreja mientras hablaba con
esa bestia que llamaba esposa.
—Mira, es simple. Vamos a dejarla y nos dirigimos a la Ciudad
Plateada de Hadramiel para la reunión. Nos vemos allí, nena —dijo
al teléfono.
Su respuesta fue sencilla y dulce.
—Por favor, ten cuidado. Creíamos que se habían extinguido y
ahora hay al menos tres. Me preocupa otra sorpresa.
Puse los ojos en blanco. Si tuviera que escuchar esto durante todo
el viaje, vomitaría. Logan se volvió, dándose cuenta de que estaba
despierta, y sus ojos se entrecerraron con desdén. Terminó la
llamada con la promesa de volver con ella. Me lanzó una mirada de
puro desprecio. Sabía que creía que habían ganado y que se habían
ocupado del problema. Era un tonto, no solo en el amor, sino en que
no reconocía la amenaza que se cernía sobre él y sus preciados
amigos. Estaba muy equivocado si pensaba que yo era lo peor a lo
que se enfrentaría. Comparada con Kaden, yo era casi angelical.
—¿Qué? ¿Probablemente es extraño para ti oír que alguien se
preocupa? —Sonrió satisfecho—. Dudo que alguien te quiera —dijo,
cruzándose de brazos. ¡Ay! Logan tenía razón. Kaden no me quería.
Dudo que alguna vez hubiera usado esa palabra. ¿Cómo sería ser
amada de verdad? Me preguntaba cómo sería que me quisieran por
mí y no por mis poderes de destrucción. Le hice pasar un mal rato a
Gabby por las películas tontas que tanto le gustaban, pero creo que
una parte de mí lo anhelaba en el fondo.
En el poco tiempo que había estado cautiva, había visto que los
miembros del Gremio mostraban signos de cariño mutuo. No sabía
por qué, pero una parte de mí ansiaba esa conexión, y temía que
Kaden lo supiera. A mi familia y a mí no nos gustaban los
sentimientos y las emociones. Lo achacaba a nuestra intensa
necesidad de sangre y sexo. Me sentía menos mortal cuanto más me
alimentaba, y cuanto más bebía y mataba, más feliz era Kaden. Esos
eran los únicos momentos en los que sentía que realmente se
preocupaba por mí.
—¿No hay respuesta descarada? Vamos, ¿dónde está la descarada
que voló un edificio entero y luego amenazó al rey de este reino y
del siguiente?
Lo fulminé con la mirada y me deslicé hacia delante todo lo que
me permitieron mis ataduras.
—Abre una arteria y te presentaré de nuevo.
Hice acopio de toda la energía que pude, dadas mis
circunstancias, y supe que mis ojos parpadeaban en rojo. La energía
de la furgoneta cambió y la tensión me crispó los nervios. Logan
podía parecer dulce a sus seres queridos, pero por algo formaba
parte de La Mano. Casi esperaba que volviera a pegarme, o que me
matara y dijera que había sido un accidente. No sabía por qué
siempre me ponía en situaciones que podían acabar con mi muerte.
Llámenme loca, alocada, impulsiva o todo lo anterior, pero lo único
que podía decir de mí era que, pasara lo que pasara, ante todo era
una luchadora.
Puede que estuviera débil y hambrienta, pero no dejaría que lo
viera. Mantendría mi fachada tanto como pudiera. Si se acercaba,
sabía que podría usar las fuerzas que me quedaban para
estrangularlo con las cadenas, pero si conseguía sacar algún arma de
su funda, todo habría terminado para mí. Debió de darse cuenta de
lo que pensaba, porque su única respuesta fue una risita. Mentiría si
dijera que no me sentí ligeramente aliviada. Ahora no tenía ganas de
luchar. Todavía me dolía todo el ser a causa del poder que Liam
había descargado sobre mí durante las últimas semanas, y mi huelga
de hambre estaba afectando a mi curación.
Pasaba el tiempo y Logan contestaba más llamadas, pero
cambiaba a ese idioma tan bonito que yo no conocía. Cuando no
estaba al teléfono, el trayecto se llenaba de silencio, ninguno de los
dos interesado en otro intercambio. ¿Por qué íbamos a hacerlo?
Nuestras especies eran enemigas mortales desde el principio de los
tiempos, o eso decían. Sí, los buenos siempre eran honrados y
honestos. Se sacrificaban por sus seres queridos y salvaban el día en
el último momento. En cambio, mis parientes y yo siempre fuimos
subyugados como los villanos. La historia nos retrataba como
criaturas despiadadas, crueles y viles que a veces rezumaban baba.
Yo no conocía a nadie que lo hiciera, pero había oído historias de los
Ig'Morruthens que lo habían hecho en el pasado.
Gabby tenía razón. Yo era un monstruo.
—Entonces —indagué—, ¿a dónde me llevas exactamente?
No contestó.
Suspiré.
—¿Qué sentido tiene mantenerme con vida? Todos saben que no
hablaré.
—Estás hablando muy bien ahora.
Asentí, relajando la cabeza contra la parte trasera del vehículo.
—Ah, así que es el gran jefe quien decidió entonces. Porque tengo
la sensación de que tú y el resto me asarían y tostarían con gusto.
Sonrió.
—Oh, absolutamente. Después de lo que le hiciste a Zekiel,
tendrás suerte de volver a ser libre.
El sonido de su nombre me hizo apartar la mirada. Todavía tenía
pesadillas sobre sus últimos momentos. La forma en que luchó con
esa espada con todas sus fuerzas. La expresión de su rostro. Maldita
mirada. Él había sabido que…
—No hay esperanza.
—¿Qué? —Logan levantó la ceja.
No me había dado cuenta de que había hablado en voz alta y
cambié rápidamente de tema. Sacudí la cabeza y volví a centrarme
en él.
—Así que si el grandullón me quiere viva, supongo que no es
para pedirme una cita.
—Si por cita quieres decir, mantenerte con vida por cualquier
medio necesario ya que eres la única pista que tenemos, entonces sí,
una cita. En este punto, estoy seguro de que está listo para forzarte a
comer.
—Me mojo solo de pensarlo.
Negó con la cabeza, curvando los labios.
—No entiendo la actitud grosera y las bromas. Sabes que no hay
salida para ti. No hay final feliz, pero te niegas a hablar. ¿Quién
tiene tanto poder sobre ti?
No tenía intención de revelar esa información porque si sabían lo
que Kaden tenía sobre mí, también lo utilizarían. Gabby era lo único
que me mantenía a raya.
—Renuncié a los finales felices hace mucho tiempo. —Mis ojos se
posaron en el símbolo de su dedo y lo señalé con la cabeza—.
Hablando de eso, ¿cómo se conocieron, tortolitos asesinos?
No contestó.
—Ella es hermosa. Veo lo que tú ves en ella. Estoy segura de que
otros también. Ella debe significar mucho, especialmente si ustedes
realizaron el Ritual de Dhihsin.
El ritual de Dhihsin tiene su origen en la diosa Dhihsin. Consistía
en una ceremonia que unía irrevocablemente a las almas gemelas. Se
les dejaba un símbolo rúnico estilizado con bellas florituras en el
tercer dedo de la mano izquierda del hombre y en el derecho de la
mujer. Al juntar las palmas, los símbolos se unían. Las marcas eran
únicas para cada pareja y, una vez completadas, no había divorcio ni
abandono. El vínculo era para siempre y una de las formas más
preciosas de amor que se podía dar a otra persona. Era una de las
cosas que Gabby amaba absolutamente de la cultura celestial. Era lo
que había querido con Rick, y yo se lo había quitado.
Los ojos de Logan brillaron con un azul intenso antes de
responder.
—Tengo órdenes estrictas de asegurarme que llegues a la Ciudad
Plateada, pero si vuelves a mencionar a mi mujer, haré que tu
muerte parezca un mal accidente.
Una sonrisa fría se formó en mis labios. Te descubrí.
—Ciudad Plateada ¿eh? Oh, soy especial. Eso está en Ecanus. Así
que ahí es donde vamos.
Ciudad Plateada era exactamente eso, y hacía que el resto del
mundo pareciera patético. Había oído que era uno de los lugares
más famosos de los celestiales, pero ni yo ni nadie que conociera
había estado nunca allí. La leyenda decía que los que entraban
nunca lograban salir.
Se dio cuenta de lo que había dicho y sus ojos se abrieron
ligeramente.
—Di algo más y te noquearé de nuevo. No tengo ningún
problema en hacerlo durante el resto del viaje. —Se echó hacia atrás,
con los ojos entrecerrados, y se cruzó de brazos.
—No te preocupes. Creo que prefiero dormir la siesta de buena
gana.
No había ventanas en el camión en el que íbamos, pero ambos
miramos en direcciones opuestas para evitar el contacto visual.
Decidí echar la cabeza hacia atrás para intentar dormir un poco.
Había dicho que el viaje duraría unas horas, y tratar de hablar con él
no me llevaría a ninguna parte. El suelo duro en el que había estado
durmiendo no era cómodo y, por alguna razón, este banco de metal
me sentaba mejor. Cerré los ojos y me dormí.

Me desperté sobresaltada cuando el camión se balanceó


violentamente. Mis ojos se abrieron de golpe y mis sentidos se
pusieron en alerta cuando oí la tensión en la voz de Logan.
—¡Convoy dos, ¿me recibes?! —gritó Logan—. Convoy uno,
repite lo que has dicho. ¡Adelante, adelante!
Logan me zarandeaba, con una mano en el hombro y la otra en
una radio portátil negra.
—¡Dianna, no es hora de dormir!
—Estoy despierta, idiota. Cálmate. —Le quité la mano de encima,
pero ni siquiera se dio cuenta. Sus ojos volvieron a encenderse
cuando bajó la radio y la agitó. El altavoz emitió estática, seguida de
gritos y un fuerte silbido. Me miró, con el miedo reflejado en sus
facciones.
Mi frase se cortó bruscamente cuando el camión se desplomó
hacia la derecha. Nos precipitamos al interior, rebotando unos
contra otros y dando varias vueltas de campana. Intenté
estabilizarme agarrándome a todo lo que estaba a mi alcance, pero
las cadenas me apretaban demasiado. De repente, el camión dejó de
rodar y se detuvo en seco. Me levanté y miré a Logan, los dos
magullados y ensangrentados.
El vehículo volvió a dar bandazos hacia delante, como si algo nos
hubiera dado una patada, como haría un niño con una pelota. El
camión dio dos vueltas de campana y se detuvo bruscamente,
chocando contra algo con un fuerte crujido. El peso de todo el
cuerpo de Logan chocó contra mí, y los bordes de mi visión se
oscurecieron mientras jadeaba en busca de aire. Intenté parpadear
para salir de la neblina gris.
La puerta trasera fue arrancada, rasgándose como una hoja de
papel. Una figura oscura se perfilaba en la abertura. Sentí que el
cuerpo de Logan se tensaba, pero sabía que ya era demasiado tarde.
El monstruo avanzó hacia él y lo arrastró a gran velocidad. Lo
último que oí antes de desmayarme fue su grito.
CAPÍTULO 15
Liam
Unas horas antes
—Los convoyes están listos para su transporte —dijo Peter. Era
uno de los muchos celestiales que habían ascendido de rango tras la
explosión. Vincent había hablado muy bien de él. Él, junto con
algunos otros recién graduados, parecía querer ayudar en todo lo
posible. Incluso ofrecían consejo cuando era necesario, cosa que a
Vincent le gustaba. Todos tenían el potencial para ser más, lo cual
era bueno si la guerra era hacia donde nos dirigíamos.
Me volví, le hice un gesto con la cabeza y me alejé del ventanal.
Peter y otros tres hombres permanecían en posición de firmes, con
las manos a la espalda y la mirada al frente. Todo parecía estar bien,
pero había algo que no encajaba con Peter y algunos otros. No podía
identificar el problema, así que lo achaqué a no haber estado con
nadie durante siglos. Todos parecían dispuestos a ayudar y
aconsejar, y Vincent escuchaba. Durante el gobierno de mi padre,
solo el consejo o los altos funcionarios escuchaban a sus superiores.
—Pueden retirarse —dije, y uno a uno asintieron y salieron de la
sala. Eché un último vistazo a la niebla que se desprendía de las
montañas. Arariel era magnífico, pero nada comparado con lo que
había en Rashearim. Estas montañas, aunque hermosas, eran
pequeñas y su follaje aburrido en comparación. Solo quería terminar
con esto e irme a casa. Cuanto más me quedaba, peores eran los
dolores de cabeza. No ayudaba el hecho de que no hubiera dormido
ni tuviera intención de hacerlo.
Apreciaba todas las formas que los mortales y los celestiales
habían encontrado para quemar el exceso de energía. Logan me
había enseñado el gimnasio, y allí era donde pasaba la mayor parte
del tiempo. Mientras trabajaba mi cuerpo, intentaba averiguar qué
buscaban esas criaturas y cuál sería su siguiente movimiento. Me
mantenía despierto, pero también el miedo. No temía a los
Ig'Morruthens de los niveles inferiores, pero sí temía lo que pasaría
si me dormía. Necesitaba que esto terminara para poder irme. El
sonido de pasos me sacó de mis pensamientos.
—Estamos listos —dijo Logan, abriendo la puerta, Vincent y
Neverra entrando en la habitación tras él. Llevaban armas y vestían
los nuevos trajes blindados que yo había encargado. Puede que yo
fuera ignífugo hasta cierto punto, pero ellos no. Si ella podía ejercer
tal poder, ¿quién iba a decir que los demás no podían también? Era
una precaución necesaria trasladarla, pero me aseguraría de que
estuvieran lo más seguros posible.
Asentí y me aparté de la vista. Salí de la habitación y ellos me
siguieron. Habíamos recorrido la mitad del pasillo cuando Vincent
dijo:
—Has sido demasiado amable.
Me flanqueó por la izquierda mientras Logan y Neverra ocupaban
mi derecha. Sabía que era un tema del que habían hablado antes por
la forma en que se ponían tensos. Vincent y yo siempre nos
habíamos tenido mucha estima. Nuestra amistad comenzó en
Rashearim cuando yo era solo el Hijo de Unir. No tenía reparos en
cuestionarme. A veces me gustaba, pero había momentos en los que
me molestaba sobremanera.
—¿Ahora es así? ¿No fue suficiente torturar a la bestia?
—¿La ropa y la comida enviadas después? ¿Para qué? Después de
lo que ella y los suyos hicieron, que se mueran de hambre —dijo,
con un músculo de la mandíbula crispado. Su ira y su odio habían
madurado con el paso de los siglos—. Sabía que no funcionaría. No
hay bondad dentro de ellos. Unir nos lo enseñó. Todos los dioses lo
hicieron. Ella es un monstruo.
Varios celestiales se inclinaron a nuestro paso, e hice una mueca.
Lo despreciaba. Logan, Vincent y Neverra se dirigieron hacia el
ascensor, pero se detuvieron cuando negué con la cabeza. A veces
controlaba mis poderes de forma errática, pero no me interesaba
compartir esa información con ellos. En lugar de eso, me dirigí a las
escaleras y bajamos por ellas hasta el vestíbulo principal. Era un
espacio abierto que conducía a la parte delantera del edificio.
—Sí, eso es correcto, pero siento que hay más. Hay algo más que
maldad y destrucción. Solo intentare apaciguarlo. Además, no
puedo interrogar a una cáscara seca, y eso es lo que se convertirá si
no come.
—Sí, pero no podemos olvidar que asesinó a casi la totalidad del
consejo mortal. Los que lograron sobrevivir tienen quemaduras que
cubren la mitad de sus cuerpos. Luego está el hecho de que ella es la
razón por la que Zekiel no está aquí.
Me detuve. Logan y Neverra hicieron lo mismo mientras me
giraba para mirar a Vincent.
—¿Cómo podría no hacerlo? ¿No estaba yo allí? Fui testigo de
cómo levantaba las manos, vi bailar las llamas y reaccioné una
fracción de segundo demasiado tarde.
—¿Y qué hay de Zekiel?
—Vincent.
—Zekiel se ha ido, y actúas como si volver aquí fuera una tarea
tediosa. Se preocupaba por ti, igual que nosotros, y sin embargo no
pareces llorarle en absoluto.
Cerré los ojos y el dolor de cabeza se multiplicó por diez. Varios
celestiales de rango inferior despejaron la zona mientras la energía
se arremolinaba a nuestro alrededor. Las luces parpadearon antes de
encenderse un poco más.
—¿Luto? ¿Cuándo voy a tener tiempo para llorar? Me alegro de
que puedas permitírtelo. Sí, Zekiel ha muerto. Han muerto muchos,
y estamos otra vez al borde de la guerra. Siempre hay bajas, ¿o ya lo
has olvidado?
Los ojos de Vincent se entrecerraron.
—He hecho lo que era necesario aquí, ¿recuerdas? Me dejaste a
cargo. Sé que Logan no lo dirá porque tiene miedo de herir tus
sentimientos.
—Eh, guau, guau —interrumpió Logan, acercándose y levantando
la mano.
—Pero ahora eres diferente, más frío. Liam, has estado fuera
durante siglos, y lo entiendo. Perdiste mucho, pero nosotros
también. Pasaste todo ese tiempo en los restos de Rashearim,
encerrado lejos del consejo. Imogen nos dijo que no ha sido capaz de
llegar a ti, no importa cuántas veces lo haya intentado. No eres el
mismo hombre que me liberó de esa desdichada diosa, Nismera. No
eres el mismo hombre que reía, bromeaba y bebía con nosotros
como si fuéramos hermanos. No eres el mismo hombre que forjó La
Mano mucho antes de la guerra. ¿Qué pasó con el hombre que
pensó en forjar un mundo donde los celestiales fueran tratados
como iguales en lugar de las malditas marionetas descerebradas que
hicieron los dioses?
—Te estás pasando. —Me adelanté, invadiendo su espacio. Se
encendieron varias luces en el pasillo y oí a Neverra expulsar a los
celestiales que quedaban.
—Alguien tiene que hacerlo —replicó—. ¿Somos hermanos?
¿Somos familia o solo bajas para ti ahora? Siempre tuviste tanto
miedo de volverte tan carente de emociones como tu padre. Pues
mírate ahora. Ya no veo a Samkiel. Solo veo a Unir. No eres mejor
que él.
—¿Lo soy? —La habitación se estremeció, y supe que las
emociones y la ira que mantenía a raya estaban a punto de
liberarse—. No deseo ser juez y verdugo como él. Alguien tiene que
tomar decisiones precisas y concisas, y ese tengo que ser yo. Te dejé
al mando. Tenías razón. Querías gobernar. Ese siempre ha sido tu
objetivo, ¿y qué me encuentro de vuelta? La mitad del mundo está
en caos, un consejo mortal que no te respeta, y criaturas de leyendas
que están destruyendo nuestros lugares, matando a nuestra gente, y
no tienes pistas ni un plan para detenerlos.
Logan se interpuso entre nosotros, poniendo una mano en el
pecho de Vincent y la otra en el mío, separándonos aún más.
Los ojos de Vincent se desviaron de los míos, una táctica sumisa y
que había visto demasiado a menudo con él.
—Lo intento.
—Esfuérzate más. —Tenía razón. Yo era frío, insensible y estaba
vacío de emociones. El problema era que no sabía cómo arreglarlo.
Me aparté de la mano de Logan y me giré, dirigiéndome hacia las
puertas correderas.
—Logan, escoltarás a la prisionera a Ciudad Plateada. Neverra y
Vincent, vengan conmigo. Nada de esto está en discusión.
Nadie más habló mientras salíamos por las puertas hacia el garaje.
Varios celestiales estaban metiendo munición y suministros en los
blindados. La precaución no era por ella sino por la persona que se
negaba a mencionar. Alguien tenía un control lo bastante fuerte
sobre ella como para que no se rompiera hiciera lo que hiciera.
Admiraría ese tipo de lealtad si no estuviera unida a semejante
criatura.
—Señor —dijo un joven celestial mientras abría la puerta del
vehículo más cercano. También lo despreciaba. En mi juventud,
podría haber disfrutado de la atención y los elogios, pero me había
dado cuenta de que venían acompañados de sangre y muerte.
Apreté la mandíbula al deslizarme en la parte trasera del lujoso
vehículo blindado. Tenía dos filas de asientos, lo que me pareció
excesivo, y opté por la más cercana a la ventanilla. Giré la cabeza
justo cuando Logan y Neverra se despedían. La observó marcharse
antes de subir al coche conmigo. Logan me había proporcionado
más vídeos del mundo humano, así que ahora al menos sabía cómo
se llamaban esas cajas mecánicas.
Observé a Vincent tomar el vehículo a la cabeza con varios otros
celestiales, que radiaban en su presencia. Tenía razón. Los había
guiado mientras yo no estaba, y lo respetaba. Con gusto se lo
devolvería en cuanto esto terminara. Seguía enfadado. Podía
sentirlo, y no lo culpaba. Había vuelto y le había quitado el título
que tanto amaba. Probablemente me odiaba, pero no podía odiarme
más de lo que yo me odiaba a mí mismo.
Seis coches irían conmigo a Hayyel antes de llevar el convoy
submarino a la Ciudad Plateada. Cuatro camiones blindados
escoltarían al Ig'Morruthen del mismo modo. Teníamos una reunión
con el nuevo embajador de Ecanus. Él se haría cargo de esta región
después de que el último pereciera en el incendio. Elías era su
nombre y la razón de este transporte. No me parecía bien que se
quedara aquí mientras yo no estuviera presente, y no podía
arriesgarme a que los demás vinieran a buscarla.
Habían pasado dos semanas desde el ataque y deseaba
marcharme con cada célula de mi cuerpo. No había dormido, y
sabía que mi cuerpo me quitaría la elección en algún momento.
Cuando llegara ese momento, los terrores nocturnos me
abrumarían, pero no quería estar aquí cuando eso ocurriera. No
quería que vieran el cascarón de hombre en que me había
convertido.
Independientemente de lo que hiciera y de las decisiones que
tomara, me sentía aislado y solo. Me había pasado toda la vida
diciéndome quién era, qué era y cómo dirigir. Pero, ¿quién era yo
realmente? No lo sabía, no de verdad. En mi juventud, había evitado
mis lecciones mientras mi padre insistía en que prestara atención.
Había ahogado los demonios que intentaban reclamarme en
hombres, mujeres, licor y entrenamiento, empujándome a ser más
rápido y más fuerte.
Me esforcé por ser algo de lo que él se sintiera orgulloso y digno
del amor que todos me daban. Funcionó durante un tiempo, pero
todo lo que intentaba parecía causar más problemas. Cuando recluté
para La Mano, había cogido a los generales de los otros dioses,
creando mi propia red porque hasta entonces estaba solo. Era
egoísta, y lo sabía. No tenía hermanos. Mi madre falleció cuando yo
era joven, y a mi padre solo le importaba que yo me convirtiera en
rey. Un rey tenía que amar, y el amor no era egoísta ni cruel. No
estaba seguro de saber amar si era realmente sincero conmigo
mismo.
El deber y el honor, lo sabía. Sabía luchar y matar, pero no amar.
Como Rey de los Dioses, mi padre había amado a aquellos a los que
gobernaba, y yo había sido testigo de su amor eterno por mi madre.
Se había mantenido inquebrantable contra todos los obstáculos e
incluso había sobrevivido a su muerte. Logan y Neverra habían
estado juntos durante siglos. Nunca se cansaban el uno del otro y
nunca buscaban más fuera de su relación. Eran la definición de
almas gemelas si es que alguna vez existió tal cosa, y envidiaba lo
que tenían. Nunca había sentido eso por nadie. Había tenido sexo
pero nunca había amado. Ni siquiera a Imogen, aunque ella lo había
suplicado. Vincent tenía razón. Me había vuelto frío, o tal vez
siempre había sido frío. Zekiel había muerto, y yo no lloré. No
derramé lágrimas a pesar de que formaba parte de La Mano, había
estado conmigo desde el principio y formaba parte de los pocos
elegidos a los que llamaba amigos.
Vincent llamó monstruo a Dianna, pero yo sabía que ese título
también me pertenecía.
Neverra se aclaró la garganta cuando el vehículo tomó una curva,
descendiendo por las montañas. No me había dado cuenta de lo
callado que había estado.
—No los culpes. Te han echado de menos. Incluso Vincent,
cuando no se comporta como un imbécil. —Se rio antes de
sonreírme—. Yo también te he echado de menos.
Exhalé un largo suspiro, estiré las piernas y me crucé de brazos.
—Eso es lo que todo el mundo me dice.
—Bueno, es bueno saber de tus amigos.
No respondí, solo asentí.
—Mira, no sé lo que pasó cuando Rashearim cayó, pero sé que
perdiste más que nosotros. Y por eso, lo siento. Has hecho mucho
por nosotros, Liam. Al formar La Mano, nos diste una vida de la que
podemos estar orgullosos. Salvaste a muchos durante la guerra y
nos diste lo que necesitábamos para reconstruir Onuna antes de que
te fueras. Nunca hemos olvidado lo que hiciste y los sacrificios que
hiciste.
Miré por la ventanilla mientras la carretera giraba, montañas
nevadas y árboles rodeándonos por todos lados.
—Siempre fuiste amable, Neverra. Sin importar las batallas, nunca
perdiste eso.
—Es mi don y cómo engañé a Logan para que se uniera a mí.
Me enfrenté a ella, intentando mostrar algún tipo de emoción.
—¿Pensé que había ayudado con eso?
Sonrió juguetona, dándome una patada mientras la coleta que
llevaba se balanceaba.
—Ni siquiera. Aunque supongo que más o menos. Echo de menos
aquellos días en Rashearim. Las fiestas que hacíamos y las veces que
nos reuníamos para hablar mal de los dioses. Siempre estaban tan
tensos. —Se le pusieron los ojos vidriosos mientras tiraba de la
manga de su traje táctico—. Echo de menos a Cameron, aunque a
veces sea un pesado, y a Xavier corrigiéndolo. Echo de menos los
combates con Imogen y los bailes locos cuando no estaba
completamente enrollada contigo.
—Sabes que puedes visitarme.
Se encogió de hombros.
—Lo sé. Logan va a veces, pero yo no puedo. Todo cambió
después de la Guerra de los Dioses. Tengo miedo de volver a verlos,
y que todos los recuerdos felices sean solo recuerdos. Todo es tan
diferente ahora.
—Así es.
Una vez más se hizo el silencio entre nosotros. La carretera se
ensanchó lentamente al llegar al final de la cordillera. Pueblos y
tiendas se abrieron a la vista, mortales en sus quehaceres cotidianos.
Al girar hacia la autopista, dije:
—Casi se escapa.
Neverra dio un respingo como si no hubiera esperado que
rompiera el silencio.
—¿Qué?
—Si hubiera sido un segundo más lento, no la habría alcanzado.
No sirvo para ser el líder de nadie, Neverra.
Sus ojos se suavizaron.
—Liam.
—Estamos sobrepasados. Tanto la oscuridad como el fuego se
pliegan a su voluntad, lo que la hace extremadamente peligrosa,
incluso letal. Lo peor es que creo que aún no ha explotado todo su
potencial. Las cadenas apenas resistieron. Fuiste testigo de eso. Se
negó a decirme quién estaba con ella o quién es su creador, incluso
bajo tortura. Mi instinto me dice que ni siquiera hemos tocado la
superficie de lo que está pasando.
Asintió con la cabeza e hizo una pausa antes de decir:
—Hemos comprobado los antecedentes, pero el nombre de
Dianna Martínez no aporta nada. No hay registros, ni documentos,
nada. Para el sistema no existe, lo que probablemente significa que
alguien mucho más fuerte la mantiene oculta.
—¿Y la reliquia que están buscando?
Levantó la mano y se rascó una ceja.
—Se han llevado archivos, unos cuantos pergaminos y algunos
libros antiguos, pero nada de importancia. Todo es texto que
describe la historia de Rashearim, pero nada perjudicial.
Asentí y me incliné hacia delante, con la mirada fija.
—Necesito que todos se den cuenta de lo grave que es esta
situación. No estamos tratando con Ig'Morruthens normales, y no
estamos preparados. Estas no son las bestias de las leyendas. Si
pueden cambiar a voluntad como ella, han evolucionado, y estamos
en problemas. Si pueden matar a un miembro de La Mano, atacar
con libre albedrío y pensamiento consciente, nos dirigimos a otra
guerra…
Tragó saliva, con el miedo marcando sus facciones.
—¿Qué harás si no habla? ¿Usarás a Oblivion?
Oblivion era otro tema del que rara vez hablábamos. Me toqué
distraídamente el anillo delineado en negro que llevaba en el tercer
dedo. Era un arma que había creado durante mi ascensión. Solo La
Mano y mi padre la conocían, y todos la habían mantenido en
secreto de los demás dioses hasta que no pudieron más. Era una
hoja de obsidiana de las profundidades más oscuras de nuestras
leyendas.
La había creado a partir del odio, la devastación y el dolor,
emociones que un dios nunca debería alimentar. La espada hizo lo
que ninguna otra arma o ser vivo podía. Causaba una muerte
permanente sin vida después de la muerte. La capacidad de crear y
blandir un arma así era lo que me hacía tan peligroso y hacía
temblar a los demás dioses. Me había ganado mi reputación. Mi
nombre se susurraba en voz baja y con temor por todos los reinos.
Era uno de mis mayores remordimientos, pero sabía que cargaría
con el peso de usarla de nuevo si había que salvar este mundo.
—Si debo hacerlo.
CAPÍTULO 16
Dianna
El crepitar del fuego fue lo primero que oí cuando el mundo
empezó a volver. Luego, un calor abrasador se extendió por todo mi
ser. Un líquido caliente me cubrió la garganta. Era puro éxtasis, pero
fue demasiado rápido y me incorporé tosiendo. Inmediatamente me
arrepentí del movimiento brusco, cuando la agonía estalló a lo largo
de mi costado. Abrí los ojos de golpe cuando Tobias apartó de mí el
cadáver medio escurrido y lo dejó caer al suelo sin cuidado.
—¿Tobias? —Salió como una pregunta mientras intentaba
recordar dónde estaba. Sentía que estaba perdiendo la cabeza. Me
miró con desprecio mientras se acercaba y me arrancaba un trozo de
metal afilado del costado. Grité mientras un calor carmesí brotaba
de la herida. Sí, definitivamente estaba despierta.
—Esperaste demasiado para comer. Estabas casi desecada.
Bajé la mirada hacia el tajo que tenía en el costado y vi cómo se
curaba por completo, dejando solo un agujero desgarrado en la
sucia camiseta de tirantes que llevaba. Incliné la cabeza hacia atrás,
con la voz llena de cansancio.
—No sabía que te importaba.
—Créeme, a mí no, pero Kaden se enfadaría si perdiera a su
mascota favorita.
Apoyé la mano en la frente mientras por mi cerebro pasaban
recuerdos que no eran míos. No uno o dos celestiales, sino varios.
¿Con cuántas personas me había alimentado Tobias? ¿Tan lejos
había llegado? Tras unos minutos de concentración, los ruidos
cesaron. Llevaba años entrenándome para compartimentar y
encerrar los recuerdos desagradables que había acumulado a lo
largo de los siglos.
Tras respirar hondo varias veces, bajé la mano y miré a mi
alrededor. Tobias y yo seguíamos cerca del camión volcado. La
puerta trasera había desaparecido y no tenía ni idea de qué le había
pasado a Logan. Me incorporé un poco más y vi que los otros dos
vehículos yacían plegados cerca, con trozos de metal que sobresalían
en todas direcciones como si un meteorito se hubiera estrellado
contra ellos. Los árboles que rodeaban la carretera estaban en
llamas, las ramas crujían y se rompían mientras ardían. Tobias se
paró.
Me levanté con dificultad, haciendo muecas de dolor al
balancearme. Por mucho que me hubiera alimentado, el dolor
seguía irradiando.
—¿Tu curación sigue siendo lenta? ¿Qué te hizo? —Sabía que no
lo preguntaba porque le importara, sino porque temía que pudiera
hacérselo a él o también a Alistair.
Hice a un lado su preocupación y miré a mi alrededor.
—Ya me habría curado si no fuera por estas malditas esposas. Me
quitan las fuerzas y me dejan sin nada.
Ladeó la cabeza, sus ojos rojos hacían juego con el fuego que
bailaba a nuestro alrededor.
—Muy bien.
Me agarró por el brazo y me arrastró con él mientras avanzaba
entre los escombros. Siseé de dolor, con el abdomen palpitante.
Dado que aún tenía las ataduras en los tobillos y las muñecas, luché
por mantener el ritmo. La carretera estaba agrietada y quemada,
como si algo o alguien hubiera caído del cielo. En mi mente podía
ver lo que había pasado. Tobias no estaba solo. Alistair también
había venido.
No pensé que vendrían por mí. Mentiría si dijera que una parte de
mí no se sentía aliviada por estar libre, pero habría preferido no
estar en el maldito vehículo cuando volcó. El zumbido de mis oídos
disminuyó lo suficiente como para oír un grito gorgoteante y un
crujido. Pude distinguir una figura oscura que se movía con paso
lento y depredador hacia uno de los vehículos aplastados. Alistair.
Tenía una versión más grande de una de las espadas olvidadas y
la hacía girar en su mano mientras lo oía decir:
—Sabes, me alegro mucho de que mi pequeño truco haya
funcionado. Susurré algo convincente entre tus tropas, y llegó a
oídos correctos, que Dianna solo necesitaba que un miembro de La
Mano la escoltara. Supuse que Tobias y yo podríamos llevar a uno
de ustedes. Aun así costó un poco de esfuerzo, pero mejor separar el
rebaño. ¿Sabes lo que quiero decir?
Alistair estaba mirando a alguien a quien no podía ver, uno de los
vehículos destruidos bloqueaba mi línea de visión. Incluso con mi
oído sobrehumano estropeado, oí un claro tintineo cuando clavó la
hoja y chocó contra el metal. Oí un gemido de dolor y supe que era
Logan. Se había defendido y seguía vivo. Por eso ardían los
alrededores y había tanta destrucción. Había resistido, pero por el
sonido de sus traqueteantes jadeos, no creí que le quedara mucho
tiempo.
Alistair tiró del brazo hacia atrás, clavando la hoja en Logan
varias veces más. Sus ojos estaban inundados de rojo, y su sonrisa
crecía con cada gruñido de dolor de Logan.
—No lo mates, imbécil —dijo Tobias mientras rodeábamos los
vehículos aplastados.
Alistair tenía el brazo levantado, preparándose para apuñalar de
nuevo a Logan. La espada olvidada era larga, y donde debería haber
una hoja, ésta estaba partida por la mitad. Toda la espada estaba
cubierta de la sangre de Logan, incluida la ennegrecida empuñadura
de hueso tallado. La sangre salpicó los brazos, las manos y la cara de
Alistair. Quitó la sangre de la espada y retrocedió un paso, con los
ojos encendidos por la lujuria de la batalla.
Logan yacía apoyado contra uno de los camiones plegados,
agarrándose el costado mientras la sangre manaba de entre sus
dedos. Maldita sea, Alistair realmente le hizo un número. Tenía un
tajo en la frente, la cara chorreaba sangre y un ojo estaba casi
cerrado. Le habían arrancado el chaleco protector, dejando al
descubierto una camisa ensangrentada. Su cuerpo estaba plagado de
puñaladas y cortes profundos. Sus ojos y tatuajes brillaban con ese
fulgor azul que yo detestaba, pero el resplandor se atenuaba y
parpadeaba con cada respiración entrecortada. Cinco minutos más y
estaría muerto, igual que Zekiel.
—¿Te diviertes? —pregunté, mirando a Alistair.
—Dianna, tienes un aspecto terrible —dijo Alistair, sin perder el
ritmo.
—¿Ah, sí? Probablemente tenga que ver con las semanas de
tortura y el hecho de que ustedes, idiotas, volcaran un vehículo
conmigo dentro —grité la última parte mientras los miraba
fijamente.
—Oh, por favor, como si eso te hubiera hecho algún daño —dijo
antes de detenerse y mirarme—. ¿Por qué sigues cojeando y
sujetándote el costado? ¿No le diste de comer?
Tobias me levantó una de las muñecas y me estremecí por el
estiramiento que me causó en la herida.
—Estas. Necesitamos quitárselos porque no voy a cargar con su
trasero todo el camino de vuelta.
Alistair levantó una ceja y asintió.
—Sí, a la mierda. Yo tampoco la voy a llevar.
—Dulce, chicos, en serio, tan cariñoso. Ahora, ¿podemos
quitarnos esto, por favor? Comprueba sus bolsillos. Él y el otro
molesto me pusieron esto cuando llegué.
Alistair se volvió y Logan lo miró desafiante. Alistair siseó
insultos a Logan mientras rebuscaba en sus bolsillos en busca de la
llave, pero Logan se limitó a sonreír y a chasquear los dientes contra
él. Unos segundos después, Alistair se levantó y caminó hacia
Tobias y hacia mí. Varias llaves tintineaban en el anillo que llevaba.
Aparté la muñeca de Tobias y extendí las manos, desesperada por
que me quitara las esposas.
—Pensé que no ibas a venir —le dije. Alistair me miró mientras
probaba varias llaves. Miró hacia Tobias y luego se centró de nuevo
en las esposas—. No pensé que Kaden vendría a buscarme.
—Bueno, Kaden quiere recuperar a su perra —dijo Tobias desde
detrás de mí—. Después de que Alistair oyera que te transportaban
con un miembro de La Mano, formó un plan.
Logan tosió.
—¿Cómo has oído eso?
Alistair sonrió, todavía trabajando en las esposas.
—Oh, tenemos espías por todas partes en tu pequeño
establecimiento. Supongo que ahora puedes saberlo, ya que pronto
estarás muerto.
—No —espetó Tobias—, lo quiere vivo. Puede que sepa dónde
está el libro.
Se oyó un suave tintineo y sentí que mi poder se multiplicaba por
diez al soltarme las esposas de las muñecas. Chocaron contra el
cemento y la maldita luz azul de las runas se apagó. Le quité la llave
a Alistair y abrí las de los tobillos. Solté un fuerte suspiro, como si
me hubiera metido en un baño caliente después de un largo día. La
oleada de energía fue casi orgásmica. La herida del abdomen se curó
al instante y los huesos rotos que había ignorado volvieron a su
sitio. Estiré el cuerpo y el cuello como un atleta que se prepara para
un partido. El color volvió a mi piel y mi cuerpo se llenó ahora que
las esposas no suprimían la absorción de la sangre fresca. Me sentí
tan bien al volver a ser yo misma. No me había dado cuenta de lo
agotadores que eran los encantamientos. Sentí que se me iluminaban
los ojos al estrechar la mirada hacia Tobias y Alistair.
—Ahora me siento mejor. —Mi voz volvía a ser mía, ya no era el
sonido áspero y ronco.
—Casi vuelves a estar guapa, salvo por el enorme lío que tienes
en la cabeza —dijo Alistair. Le di la espalda mientras nos girábamos
hacia Logan. Me vio curada e intentó incorporarse sin éxito.
—No ganarás. No importa a cuántos mates. —Juraría que vi
lágrimas en sus ojos, cuyo brillo reflejaba las llamas parpadeantes.
—La luz se está desvaneciendo rápidamente y tenemos que
movernos rápido si queremos obtener alguna respuesta —dije.
Alistair se acercó para terminar la matanza, y vi que el
arrepentimiento suavizaba los ojos de Logan. Sabía el destino que le
esperaba. Alistair se agachó junto a Logan.
—Mira, Dianna, lleva la marca de Dhihsin en el dedo. —Logan
gimió de dolor cuando Alistair le levantó la mano para mostrármela.
—Sí, lo sé. Está casado con otro miembro de La Mano —dije,
levantando la ceja.
Alistair silbó en voz baja.
—Ese es un gran paso, mi moribundo amigo. He oído que la
marca sella tu vida a la suya. Tu poder se convierte en el suyo y
viceversa. Siempre me pregunté si sí uno moría, el otro le seguiría
pronto. ¿Qué aspecto tiene? ¿Le hacemos una visita? —Sonrió a
Tobias y se rio mientras Logan intentaba moverse, desesperado por
defender a su preciada esposa. Gritó por el dolor, pero no sabría
decir si era por el tormento físico o emocional—. Así que dime, ¿la
amas?
Era una pregunta estúpida y nada más que una burla. Él sabía la
respuesta igual que yo, pero Alistair era un sádico puro, y había
encontrado un nervio en carne viva en este tema. Los ojos de Logan
ardían de rabia desesperada mientras escupía:
—¡Vete a la mierda!
La risa de Alistair era pura amenaza.
—Espero por su bien que muera contigo porque lo que Kaden ha
planeado va a sacudir todo este reino.
¿Planeado? ¿Qué quería decir? ¿Sabía algo que yo ignoraba?
¿Kaden me ocultaba más secretos? Mi irritación aumentó cuando
sentí que Tobias me miraba y sonreía como si pudiera leerme la
mente.
—Perderás —carraspeó Logan. Hizo una mueca, mirando entre
nosotros—. Todos perderán.
Alistair volvió a levantar la espada olvidada.
—Después de toda la parentela que has matado, voy a disfrutar
con esto. —Apretó la espada contra una herida que goteaba,
dejando que la sangre se acumulara en la punta. Alistair se levantó y
se acercó a mí, con la espada goteando.
—Asegurémonos de que vale la pena antes de traerlo. —Alistair
sostuvo la espada hacia mí—. Ven ahora. Pruébala.
Fruncí el ceño ante su doble sentido antes de agarrarle la muñeca
y acercarle la espada. Pasé la lengua por la parte plana de la hoja y
la dulce sangre del celestial llenó mi boca.
La sangre de Logan era como beber azúcar puro. Se me tensaron
las mejillas, se me apretó la mandíbula y cerré los ojos con tanta
fuerza que apreté la nariz. Varias imágenes pasaron por mi mente a
la vez. Logan estaba rodeado por Liam y La Mano. Reconocí a
Vincent y a Zekiel, pero no a los otros dos hombres. Llevaban el pelo
largo y recogido en una variedad de trenzas y giros. Llevaban
armaduras de combate plateadas que se ceñían a sus musculosos
cuerpos, y los cascos descansaban cerca de sus pies.
Estaban alrededor de tres enormes estatuas doradas en un gran
jardín bien cuidado y se reían. Supe al instante que aquello no era
Onuna. Su entorno era extraño e impresionante. Montañas más altas
de lo que jamás había visto se alzaban en la distancia, nubes espesas
y opacas, coronando las cumbres. Grandes pájaros de dos alas y
colores variados sobrevolaban el cielo, emitiendo melodías reales
que llenaban el aire. Parecía como si todos se hubieran escabullido
de algo importante y estuvieran escondidos.
Liam parecía más joven, más sano y más feliz. Sonreía,
demostrando que los rumores sobre su belleza eran ciertos. Estaban
bromeando y provocándose mutuamente. Liam se rio y le dio una
palmada en el brazo a un hombre rubio por algún comentario que
había hecho. En ese recuerdo, no era el torturador frío y duro que
había conocido las últimas semanas.
Un destello y otra imagen invadieron mi mente. Apareció un
campo de batalla. Hombres luchaban espada contra espada a mi
alrededor. El suelo temblaba mientras rayos de luz azul y plateada
se disparaban hacia el cielo. Gritos horripilantes rasgaban el aire,
como si se estuvieran abriendo las fosas del inframundo. Alguien
gritó y me giré cuando varios soldados vestidos con armaduras se
abalanzaron sobre mí con lanzas y espadas doradas en las manos.
Me agaché por pura costumbre y caí al suelo. Solo que este suelo no
era un campo de batalla rocoso, sino frías baldosas de mármol.
Levanté la vista y descubrí que estaba en una cocina blanca y negra.
Oí una risa femenina y me puse en pie de un salto. Era ella, su
mujer, Neverra.
—No tendríamos que pedir comida para llevar si aprendieras a
usar el horno —dijo en dirección a la sala de estar. Oí la respuesta de
Logan al viento de una carcajada antes de que la cocina se
deshiciera.
La música retumbó en mis oídos mientras me dejaba caer en
medio de una gran ceremonia. Giré mientras las parejas vestidas con
trajes y vestidos reían y bailaban a mi alrededor. Sobre mi cabeza
colgaban dos lámparas de araña, cuyas luces parpadeaban como si
tuvieran mente propia. La voz de Logan me hizo girar y vi cómo la
levantaba y la hacía girar. Era el día de su unión. El público
aplaudió cuando Logan la puso en pie, pero la feliz pareja era
completamente ajena al mundo que les rodeaba.
Mi cabeza empezó a palpitar, sus recuerdos llegaban demasiado
rápido. Se estaba muriendo y tenía que darme prisa. Cerré los ojos y
me concentré hasta que un momento más íntimo se reprodujo
dentro del recuerdo. Estaba de vuelta en su casa, solo que esta vez
estaba en su habitación. Neverra entró corriendo, riendo como una
niña mientras saltaba sobre la cama, Logan cerca de ella. Jugaban y
se revolcaban mientras él le susurraba palabras de amor entre besos.
Su risa era alegre, sus ojos llenos de un amor que desafiaba a las
palabras mientras lo rodeaba con los brazos y las piernas.
Neverra. ¿Ese era su último pensamiento? Se enfrentaba a una
muerte segura y, aun así, su mente vagaba hacia ella, sus amigos y
su familia.
—¿Algo? —preguntó Alistair, devolviéndome a una realidad
llena de sangre. El fuego seguía ardiendo, y un árbol cercano se
quebró, lanzando chispas que flotaban a través de la espesa niebla
de humo. Tobias levantó una ceja, esperando mi respuesta.
Sacudí la cabeza, saliendo de mi estado de fuga.
—Ningún libro. Ni siquiera una mención.
Alistair se encogió de hombros y se volvió hacia Logan. Se
arrodilló ante él, agitando la espada en su cara.
—Bueno, malas noticias, amigo. Vamos a llevarte con nosotros.
Entonces voy a sumergirme en ese cerebro tuyo y escudriñar cada
rincón de tu mente. Voy a examinar cada uno de tus recuerdos,
incluidos los de tus amigos y los de esa esposa a la que tanto
quieres. Luego voy a convertirte en mi marioneta descerebrada.
Siempre quise un miembro de La Mano como mascota.
—No te ayudaré a destruir a mi familia —se mofó Logan. Vi la
hoja de plata formarse en su mano. Era más pequeña que las otras,
una daga, y supe lo que estaba a punto de hacer—. Perdóname,
Neverra. Te quiero.
Algo se rompió en mí. Nunca había experimentado el tipo de
amor que él tenía con Neverra, pero sabía que si me estuviera
muriendo, mi último pensamiento sería para Gabby. Ella era la
única constante en mi vida, y lo daría todo por ella. Los recuerdos
del ardiente desierto inundaron mi mente. El vacío y hueco dolor de
la inanición y el frío de una enfermedad incurable hicieron que se
me retorciera el estómago. Nunca olvidaré cómo me aferré a ella,
sintiendo cómo se alejaba con cada respiración entrecortada. Su
cuerpo había ido cediendo mientras yo le suplicaba que se quedara,
sabiendo que no podía hacer nada para ayudarla.
Entonces esas palabras. Eran tan parecidas a lo que yo había
dicho. ¿Qué era ese sentimiento? ¿Estaba triste por él? ¿Triste por el
amor que nunca volvería a ver? ¿O era dolor? Dolor por la mujer
que dejaba atrás. ¿Se sentiría ella también perdida y abandonada?
Como yo me sentí ante la sola idea de perder a mi hermana.
«¡Lucha! ¡Tienes que luchar!» La voz de Gabby de nuestra pelea
resonó en mi cabeza.
No tuve tiempo de procesar las emociones que sentía y no me
tomé tiempo para pensar. Le arrebaté la daga a Logan mientras
intentaba clavársela en el corazón. Sus ojos se abrieron de par en par
con desesperación, al darse cuenta de que no conseguiría la muerte
que deseaba. Alistair soltó una risita y dijo:
—Buen trabajo… —Sus palabras terminaron en un grito ahogado
cuando arranqué la daga de la mano de Logan y giré, clavándola en
la barbilla de Alistair. Sus ojos se pusieron en blanco y la punta de la
hoja sobresalió por encima de su cabeza. Sus miembros se
debilitaron y su cuerpo permaneció erguido un segundo más antes
de arder en llamas, caliente, brillante y abrasador. En cuestión de
segundos, se convirtió en cenizas y el fuego que llevaba dentro se
volvió contra él como una mascota maltratada a la que se le suelta la
correa.
Cuando el polvo se asentó, hice girar la hoja y cambié de postura,
colocándome entre Tobias y Logan. La empuñadura de la daga ardía
en mi palma mientras me enfrentaba a Tobias, preparándome para
luchar contra él. La conmoción y la rabia distorsionaban sus
facciones, y sus ojos ardían de odio.
—¡Perra traidora! —Sus ojos me miraron mientras avanzaba.
Levanté la daga de plata ardiente que tenía delante y me puse en
posición de defensa. Un rayo azul pasó por delante de mí,
golpeando a Tobias lo bastante fuerte como para enviarlo al follaje
en llamas. Su grito no fue de muerte, sino de odio e ira. Sentí la
compresión del aire cuando se movió, los árboles crujieron cuando
despegó, con las alas batiendo contra el cielo negro y tintado.
Volví a mirar a Logan. Me miró fijamente y dejó caer la mano, la
luz que recorría su brazo desapareció lentamente. El corazón me
martilleó en el pecho mientras soltaba la daga plateada. No me moví
ni hablé, me zumbaban los oídos.
¿Qué había hecho?
Mi mirada se disparó hacia arriba, buscando el cielo nocturno por
donde Tobias había huido. Se lo diría a Kaden. Kaden vendría por
mí. Mierda. Iría tras Gabby. Nunca estaría a salvo. Ella nunca estaría
a salvo.
Giré sobre mis talones, necesitaba moverme rápido. Los
polvorientos restos de Alistair se levantaron a mis pies mientras me
apresuraba a llegar al lado de Logan. Logan apoyaba la cabeza en el
vehículo destruido que tenía detrás, y el brillo de sus tatuajes se
desvanecía. Su mano colgaba floja a su lado, con las heridas aún
abiertas.
—Te estás desangrando, Logan —dije, agachándome frente a él.
Me limpié lo que quedaba de Alistair en las manos. Mi voz era
tranquila, en contraste directo con el pánico que gritaba en mi
interior—. Necesito cauterizar la herida antes de que sea demasiado
tarde.
—¿Qué… qué has hecho? —balbuceó incrédulo, mirando las
cenizas y mirándome a mí. Una parte de mí tampoco podía creerlo.
No solo acababa de matar a Alistair, sino que también estaba a
punto de salvar a un miembro de La Mano.
Estaba tan jodida.
—¿Quieres volver a verla? —pregunté, ladeando la cabeza.
Inclinó la cabeza para hacer un leve movimiento, haciendo una
mueca de dolor incluso con ese pequeño movimiento.
—Bien entonces, cállate e intenta no gritar demasiado. —Levanté
la mano y me concentré, necesitándola lo bastante caliente para
cauterizar. Las venas de mi palma y los dedos se iluminaron de un
naranja dorado. Puse la palma sobre lo peor del daño, intentando
detener la hemorragia de las arterias destrozadas. Aulló de dolor,
apretando los dientes con fuerza suficiente para rompérselos.
—Eso debería aguantar hasta que te consigamos ayuda. —Me
levanté y me limpié las manos en el chándal. Volví la cabeza hacia la
mancha quemada en el cemento. Una decisión y había sellado mi
destino. Logan gruñó al intentar ponerse de pie y yo estiré la mano
para ayudarlo. Retrocedió un segundo antes de darse cuenta de lo
que hacía y se detuvo. No lo culpaba por seguir teniéndome miedo.
No confiábamos el uno en el otro, pero quizá pudiéramos llegar a
algún punto en común.
—Déjame ayudarte.
Su boca se formó en una fina línea, pero asintió. Lo agarré del
brazo y me lo pasé por la nuca. Hizo una mueca y se llevó la mano
derecha al abdomen. Le rodeé la cintura con el brazo, tratando de
darle la fuerza que necesitaba para levantarse. Se puso en pie y
maldijo, saltando sobre la pierna izquierda para evitar la presión
sobre la pierna derecha, que estaba muy torcida.
—Así que, Ciudad Plateada, ¿verdad? —dije como si los últimos
minutos no hubieran pasado.
Habló apretando los dientes.
—Sí, la gran finca de Boel —fue su maltrecha respuesta—. Será
una casa llena, sin embargo.
—¿La gran finca? —Suspiré, sobre todo para mí—. Oh, elegante.
Supongo que es bueno que hayamos traído nuestra ropa de fiesta.
Hizo un ruido parecido a un bufido y me di cuenta de que se
arrepentía de ese movimiento. Lo apreté más contra mí y me
concentré. Me invadió la energía de los celestiales que Tobias me
había dado y el breve sabor de Logan. Sentí el calor familiar justo
antes de desaparecer del lugar de mi traición.
CAPÍTULO 17
Dianna
Las llamas danzaban alrededor de nuestros pies y el humo negro
se pegaba a nuestros cuerpos mientras nos teletransportaba a la
parte delantera de la gran finca. Por la descripción confusa que
Logan me había dado. El edificio parecía un castillo de verdad. La
piedra oscura formaba las paredes y varias torres con pequeñas
ventanas se alzaban en las esquinas de la enorme bestia. Las luces
bordeaban el camino empedrado y brillaban desde el edificio. Los
jardines adornaban el terreno, con senderos serpenteantes que
atravesaban la hermosa variedad de plantas. Había tantos vehículos
aparcados delante que hasta yo me ponía nerviosa.
Me moví, apoyando a Logan mientras se recostaba más contra mí.
—Logan, ¿dónde es más probable que estén?
—Tercer piso —gruñó.
Así que fui al tercer piso.
La sala se llenó de jadeos y gritos cuando nuestras formas se
solidificaron. El humo se disipó y algunos trozos de las tablas de
caoba del suelo se astillaron bajo mis pies. En algún lugar de la sala,
unos vasos cayeron al suelo y se hicieron añicos. La gente que estaba
cerca de las largas mesas blancas llenas de comida se detuvo y se
volvieron hacia Logan y hacia mí. Reconocí a algunos de los
presentes de mi pequeño interrogatorio. Todos iban bien aseados,
con vestidos y esmóquines en lugar del equipo táctico con el que
estaba acostumbrada a verlos.
—Lo siento, ¿interrumpí la fiesta?
Había mortales mezclados entre la multitud, pero la energía de la
sala me decía que había más celestiales entre los asistentes de los
que me sentía cómoda. Sus ojos se iluminaron y se volvieron hacia
mí cuando hablé. Sacaron las armas y los seguros se quitaron al
apuntar los cañones en mi dirección. Susurros y murmullos llenaron
la sala mientras contemplaban mis ropas ensangrentadas y la figura
aún más ensangrentada a mi lado. Tardaron un momento en darse
cuenta de que era uno de los suyos.
Sin esas malditas esposas, mis sentidos volvieron a estar al cien
por ciento y me volví hacia la persona que estaba buscando. Lo sentí
venir mucho antes de verlo, la energía vibraba en él como un cable
en tensión. La mano cayó detrás de él y juntos tenían tanta fuerza
que daba asco.
—He vivido varios milenios —resonó su voz profunda desde el
fondo de la multitud—, y sorprenderme es difícil. Pero tú sigues
haciéndolo.
—Hola, mi amor. Yo también te he echado de menos —ronroneé
cuando la multitud se separó y apareció Liam. Levanté a Logan por
el cuello desgarrado—. Tengo algo para ti.
Una mirada pasó por el rostro de Liam casi demasiado rápida
para que yo pudiera captarla. ¿Miedo? ¿Alivio? ¿O curiosidad?
Una voz chillona irrumpió entre la multitud, llamando la atención
de todos.
—¡Logan! —gritó Neverra mientras corría entre los mortales.
La mano de Liam salió disparada, deteniendo su precipitada
carrera, con el vestido plateado que llevaba moviéndose entre sus
tobillos. Tiré de Logan para acercarlo a mí, provocándole un
gruñido de dolor.
Lo sujeté con un brazo y negué con la cabeza.
—No tan rápido. Guarda las cuchillas y las pistolas. Lo he salvado
y puedo acabar con él igual de rápido.
—No lo harías —dijo el que yo recordaba como Vincent, dando
un paso adelante con un arma en llamas en la mano—. Te
acorralarían en segundos.
Sonreí, asegurándome que se me veían los caninos.
—¿Quieres apostar?
Mi agarre apretó a Logan y él volvió a gruñir de dolor.
—Por favor, por favor, no.
La voz de Neverra salió en un sollozo silencioso.
—¿Qué es lo que quieres?
Todo el mundo se quedó en silencio, su tono poderoso y
dominante.
Me encogí de hombros.
—Simple. Quiero una tregua.
Vincent se rio, pero nadie más lo hizo.
Liam apretó la mandíbula como si aquella idea le repugnara.
—No tienes ningún poder sobre mí y no tengo que hacer ningún
trato contigo. Podría matarte aquí, ahora y no pensaría en nada.
—Realmente eres un arrogante hijo de puta, ¿no? Así de fuerte, ¿y
sin embargo tu mundo cayó?
—Cuida tu lengua.
Sus palabras fueron una amenaza, una que sabía que podía
cumplir.
Me encogí de hombros y me agarré a los brazos de Logan, tirando
de él delante de mí a modo de escudo.
—Bien, no hagas un trato. Tu chico se está desangrando, de todos
modos. ¿Por qué no lo hago más rápido?
Tiré de su cabeza hacia atrás por el pelo, exponiendo su garganta.
Le rocé el cuello con los colmillos y oí a Neverra jadear.
—¡No! ¡Para!
Los observé, con los labios sobre el pulso de Logan. Liam dio un
pequeño paso hacia delante, Neverra aferraba su brazo con un
apretón casi mortal. No lo miraba, como si temiera apartar los ojos
de Logan y de mí.
—Samkiel… Liam, por favor. Por favor —suplicó. Neverra respiró
hondo, conteniendo las lágrimas mientras susurraba—: No puedo
existir sin él.
Vi cómo los ojos de Liam se llenaban de furia y un músculo se
tensaba en su mandíbula. Sonreí y deslicé mi lengua por el cuello de
Logan antes de levantar la cabeza. Mis colmillos se retrajeron,
sabiendo que había ganado este asalto. Su unión era vinculante y si
se negaba, no solo perdería a Logan. También perdería a Neverra.
Ella nunca lo perdonaría si perdía a su alma gemela.
La cara de Liam no cambió mientras me miraba fijamente.
—Déjame adivinar. ¿Quieres protección?
Asentí y Vincent suspiró audiblemente.
—Pero no para mí —dije.
Liam me miró fijamente mientras cruzaba sus poderosos brazos
sobre el pecho.
—¿Para quién?
—Mi hermana.
La multitud empezó a murmurar de nuevo, todos los ojos de la
sala puestos en la escena. Incluso Neverra me miró por un
momento, apartando los ojos de Logan.
—¿Por qué un Ig'Morruthen necesitaría protección?
Vincent me interrumpió antes de que pudiera responder. Miró a
Liam y me señaló con la espada.
—No puedes estar considerando esto…
—Ella no es un Ig'Morruthen como yo —espeté, interrumpiendo a
Vincent. La cabeza de Liam giró hacia mí mientras yo continuaba—.
Te ayudaré a encontrar lo que están buscando, te ayudaré a matarlo.
Después, podrás hacer lo que quieras conmigo. Soy tuya. Puedes
matarme o encerrarme para toda la eternidad. No me importa. Pero
para ella, pido inmunidad. Ella es inocente en esto. Siempre lo ha
sido.
Liam no dijo nada y no se movió. Por un segundo, me aterrorizó
que se negara después de haberle revelado tanto.
Agarré a Logan un poco más fuerte, haciendo que sisease.
—¿Tenemos un trato?
—Si acepto, no habrá libertad para ti después. Pagarás por los
crímenes que has cometido. ¿Lo entiendes? Independientemente de
la ayuda que prestes.
Sabía lo que eso significaba, pero no me importaba. Yo moriría
después de todos modos, pero Gabby estaría a salvo aquí y quizá
por fin tendría la vida que siempre había deseado. Podrían
mantenerla a salvo y si Kaden estaba muerto, ella sería libre.
«No tenía sentido salvarme si ni siquiera puedo vivir». Las
palabras de Gabby sonaron textualmente en mi mente.
Asentí con la cabeza.
—Acepto, pero necesitaré algo más que tu palabra.
Su mirada se entrecerró como si no pudiera creer que alguien lo
cuestionara.
—Mi palabra es ley. Nadie estaría en desacuerdo.
—Lo siento, Charlie. Tengo problemas de confianza. Necesitaré
algo un poco más permanente y de mi mundo. —Mi sonrisa creció
lentamente—. Fírmalo con sangre, la mía y la tuya, sellado e
inquebrantable. Ahora mismo.
Vincent volvió a interrumpir.
—Liam. No.
—Silencio —ordenó Liam sin apartar la mirada de mí.
Vincent se retiró como si de repente hubiera recordado quién
estaba al mando.
Puse los ojos en blanco ante la demostración masculina de
dominio antes de recordarles a quién tenía en mis manos.
—Tu chico se está desvaneciendo rápido. Solo cautericé las
heridas, no las curé.
Neverra llegó al lado de Liam, sin soltar su agarre del brazo.
—Liam, por favor, te lo ruego.
—¡No puedes!
Vincent volvió a decir, haciendo que Neverra le lanzara una
mirada de muerte que me hizo reevaluar su poder.
—¡Tic tac! —grité, recordándoles quién seguía sangrando—.
Siento que su corazón se desacelera.
Liam respiró hondo antes de cuadrar los hombros.
—Muy bien.
Flexionó el puño y sus anillos brillaron mientras invocaba una
hoja de plata iridiscente. Se apartó suavemente de Neverra antes de
hacerse un corte en la palma de la mano. Vincent soltó un gemido
de disgusto mientras la multitud que nos rodeaba murmuraba.
Neverra se llevó las manos a la boca, esperando la oportunidad de
salvar a Logan. Liam se acercó, con un pequeño charco de sangre
plateada en la palma de la mano.
—Así que, él sangra.
Liam no respondió cuando se detuvo frente a Logan y a mí. Sus
rasgos eran como de piedra, pero se suavizaron cuando miró a su
amigo.
No aparté la mirada, pero moví a Logan para que se pusiera más
erguido. Sobre todo, porque se estaba resbalando, pero también
como escudo en caso de que Liam cambiara de opinión e intentara
matarme. Deseé que mis dos colmillos bajaran y me llevé la mano a
la boca, mordiéndome profundamente la palma.
Estiré la mano y la sangre cayó al suelo.
—Repite después de mí. Sangre de mi sangre, mi vida está sellada
con la tuya hasta que el trato se complete. Te concedo la vida de mi
creador a cambio de la vida de mi hermana. Ella debe permanecer
libre, ilesa y viva, o el trato se rompe. Mi vida es tuya después, para
que hagas con ella lo que debas.
Respiró hondo y yo contuve la respiración. Temía que se echara
atrás, pero extendió la mano. Su mano gruesa y callosa rodeó la mía,
sentí que la energía me recorría en un chorro de electricidad blanca
y caliente. No me quemó como antes, pero hizo que todo mi sistema
nervioso se disparara.
Ese fue el momento en que supe que había cometido un error
enorme y horrible. Imágenes, rápidas y mortales, pasaron por mi
mente mientras miraba fijamente a los ojos de Liam. Él no conocía
mi poder, no sabía lo que yo veía, pero yo sí lo veía.
Se había cubierto de pies a cabeza con aquella armadura de
combate plateada, solo que esta vez podía verla mucho más
claramente. Una cresta de león de tres cabezas ocupaba el centro de
la placa del pecho. Sin importar los músculos que envolvían su
enorme armazón, se movía con el sigilo de un depredador. Por la
sangre y las vísceras que cubrían su armadura, era el temido rey
guerrero de las leyendas.
«Tiene muchos nombres y todos significan destrucción». Las
palabras de Kaden resonaron en mi mente y supe que tenía razón.
El campo de batalla estaba sembrado de cuerpos pequeños y
gruesos de criaturas que no reconocí. Era una masacre, pero no
había ejércitos, nadie excepto Liam y el cadáver de una enorme
bestia de dientes de sierra. Estaba de pie sobre su cuerpo escamoso,
la piel acorazada destrozada y sus poderosas mandíbulas
ligeramente entreabiertas. Vi cómo caminaba sobre la cabeza antes
de saltar. Tiró las espadas de doble filo hacia el suelo, arrojando el
espeso líquido que desprendían. Se detuvo, girando la cabeza hacia
mí como si me viera y me estremecí.
El mundo real regresó de golpe mientras las luces de la habitación
parpadeaban, luchando por mantenerse encendidas. El aire se sentía
condensado, pero ninguno de los dos nos apartamos del otro. Oí a
Vincent gritar desde la esquina, rogándole a Liam que pensara en lo
que estaba haciendo. La multitud retrocedió, algunos agarrándose
de las mangas de otros mientras las luces se atenuaban. Liam miró a
Logan, con la mandíbula apretada mientras me miraba fijamente.
—Sangre de mi sangre, mi vida está sellada con la tuya hasta que
el trato se complete. Te concedo la vida de tu hermana libre, ilesa y
viva por la vida de tu creador, o el trato se rompe. A cambio, tu vida
es mía —hizo una pausa, sus siguientes palabras me hicieron desear
tener otras opciones—, para hacer con ella lo que deba.
Me ardía la palma de la mano como si me la hubieran marcado,
pero Liam no mostró ni un ápice de incomodidad. Tan pronto como
las palabras salieron de sus labios, las luces volvieron a encenderse,
ardiendo un poco más que antes. Cuando Neverra se precipitó hacia
delante, solté a Logan. Lo atrapó antes de que tocara el suelo,
juntando su torso desgarrado y brutalizado hacia ella, su sangre
manchando su vestido de seda. Él no emitió ningún sonido
mientras, de algún modo, encontraba fuerzas para rodearla con sus
brazos y abrazarla con fuerza. Varios celestiales se unieron para
ayudarla a sostenerlo.
—Tenemos que llevarlo a un sanador —dijo Neverra, acunándolo.
Un celestial se abrió paso entre la multitud, este no iba armado.
Fue al lado de Neverra, arrodillándose junto a ella.
—Sígueme. Prepararemos una habitación.
Neverra me miró como si no supiera si darme las gracias o
masacrarme. No importaba. No dije nada y me di la vuelta, solo
para descubrir que la mirada de Liam se centraba en mí.
Me seguía ardiendo la palma de la mano, aunque la sentía curarse
y me preguntaba si había cambiado un monstruo por otro.
CAPÍTULO 18
Liam
—Entonces, enviaste un mensaje pidiendo ayuda y cuando
vinieron, mataste a uno de los tuyos. ¿Es correcto?
Observé sus movimientos y gestos, tratando de calibrar sus
respuestas. Nos encontrábamos en un nivel inferior del Gremio.
Arriba, el personal estaba ocupado reparando los daños que había
causado la entrada de la señorita Martínez.
Vincent se había negado a separarse de mí y había traído a varios
celestiales de su unidad. Se sentó al final de la mesa, su longitud nos
separaba, pero la tensión que se arremolinaba en el aire era un gran
peso. La ira era una emoción tan poderosa. No calmaba la situación
el hecho de que aún vistiera sus ropas manchadas de sangre, con la
ceniza y los escombros pegados a la piel y el pelo.
Todos los celestiales del edificio rebosaban energía y un manantial
de poder se ocultaba bajo su tranquila fachada. Creo que ni siquiera
era consciente de la intensidad de su ebullición.
Sus hombros se hundieron mientras suspiraba, juntando las
manos y poniéndolas sobre la mesa.
—Sí, más o menos. ¿Cuántas veces tengo que explicar esto?
—Tu explicación no tiene sentido —dije mientras hacía girar el
bolígrafo entre mis dedos—. Es imposible que te comunicaras con
nadie mientras estabas en tu celda. Vigilábamos todos tus
movimientos.
Se cruzó de brazos y se reclinó en la silla.
—Bueno, es bueno saber que me has visto mear. Supongo que
ahora somos mejores amigos. Y, como ya he dicho, Alistair, al que
maté, sabía que estaba aquí. Tenía numerosos espías en tu precioso
equipo y Peter era su marioneta descerebrada.
Varias personas se movieron y murmuraron, la tensión aumentó
un poco más. Levanté la mano y la sala volvió a callarse. Tal vez
tenerlos aquí no fuera la mejor idea.
—¿Espías?
Mi dolor de cabeza iba en aumento, palpitando detrás de mis ojos.
El esfuerzo por adaptarme a este nuevo mundo había sido más
difícil de lo que esperaba. Habían cambiado muchas cosas y
necesitaba a Logan aquí para que me tradujera. Me froté las sienes,
sabiendo que estaría fuera de servicio durante un tiempo y no iba a
arriesgarlo mientras se curaba. Logan había luchado a mi lado en
batallas grandes y pequeñas. Lo había visto derrotado y destrozado
después de enfrentarse a algunos de los más fuertes del Otro
Mundo. Así que esta noche, cuando lo vi tan cerca de la muerte y la
luz de su poder parpadeando, esperaba sentir algo. Pero no había
pena ni miedo y la completa falta de emoción por alguien tan
cercano a mí era aterradora. Tal vez no sentía el amor y amistad por
Logan, pero lo recordaba y mis promesas hacia él.
—Esos espías se parecen a los suyos, pero trabajan para nosotros
—dijo la señorita Martínez.
La miré fijamente, dándome cuenta de que, por primera vez, me
había ofrecido información en lugar de hacerme trabajar para
conseguirla.
—Eso es imposible —dijo Vincent—. Si alguno de los suyos se
hubiera acercado, lo habríamos sabido.
Lo miró y negó con la cabeza.
—No, pero ahora podrías. Alistair está muerto y cualquier
marioneta mental que tuviera también debería estarlo. Enrique en
tecnología, Melissa en armas, Richard en medicina forense y Peter
en táctica. Puede que tengas unos cuantos cadáveres entre manos
ahora que el titiritero se convirtió en cenizas.
La sala quedó en silencio mientras todos digerían la información.
—Vincent. Lleva a los otros y ve si el testimonio de la señorita
Martínez es exacto.
—Con el debido respeto, señor, no voy a dejarlo.
Me volví para mirarlo, sin discutir.
—Es una orden. —Vi cómo apretaba la mandíbula y supe que
estaba conteniendo las palabras—. Estaré bien.
Asintió una vez con la cabeza antes de fulminar con la mirada a la
mujer sonriente, que se estaba convirtiendo rápidamente en una
espina clavada en mi costado. Vincent gruñó por lo bajo antes de
girar sobre sus talones y salir de la habitación. Sus hombres lo
siguieron, dejándonos solos a la señorita Martínez y a mí.
Los miró marcharse antes de volverse hacia mí.
—No creo que les guste a tus amigos.
—Tú y los tuyos han asesinado a varios de los nuestros a lo largo
de los tiempos. Si añadimos los recientes ataques y la pérdida
masiva de mortales inocentes que nos encargaron proteger, ¿por qué
habrías de gustarles alguna vez?
—Ouch, me hieres, Samkiel.
Continué, haciendo caso omiso de sus comentarios.
—¿Por qué traicionarlos?
Sabía que había algo más que no me estaba contando y tenía la
intención de averiguarlo.
—Eso es lo que hacen los monstruos malvados y terribles o
cualquier otra palabra con la que alimentes a tus soldados.
La desviación era una habilidad interesante y era obvio que la
dominaba.
—Buscas inmunidad para tu hermana, eso lo entiendo. Pero te
arriesgaste sin ninguna garantía de que yo estaría de acuerdo. Eso
grita impulsiva y errática, y ya sé que ese no es tu estilo. Lo que me
lleva a creer que necesitas mi ayuda desesperadamente y a quien sea
que acabas de traicionar te asusta más de lo que quieres admitir.
Sus ojos se entrecerraron.
—Nada me asusta.
—Si eso fuera cierto, no estarías aquí —insistí.
No respondió, y supuse que su orgullo le impedía decir algo más.
Permanecimos sentados en silencio, con el único sonido de los pasos
por encima y por debajo de nosotros. Finalmente suspiró.
—Me preguntaste para quién trabajaba. Se llama Kaden.
El nombre no significaba nada para mí. No lo había encontrado
nunca en Rashearim. Teniendo en cuenta a quién se dirigían, supuse
que sería alguien de mi pasado.
—No conozco ese nombre. —Lo anoté y volví a mirarla—.
¿Puedes darme una descripción? ¿Altura, masa corporal, poderes?
Cosas de esa naturaleza.
Asintió con la cabeza, inclinándose hacia delante mientras los
enumeraba uno a uno. Cuando terminó, yo ya tenía una pequeña
lista, pero nada que me llamara la atención.
—Ese último poder, ¿dijiste que puede doblar la tierra? ¿Cómo es
eso?
Se encogió de hombros, apoyando la barbilla en la mano.
—Tiene un portal en llamas. No sé adónde va, solo que lo que
entra no sale.
—Y las otras criaturas que mencionaste, ¿por qué lo siguen tan
ciegamente? ¿Tiene poder sobre ellas como lo tiene con tu hermana?
Su espalda se enderezó y su energía se erizó. Me di cuenta de que
cada vez que alguien mencionaba a su hermana, siempre tenía una
reacción visceral. Ella también lo sabía y desvió la mirada, tratando
de ocultar la grieta en su armadura. Se aclaró la garganta y puso
deliberadamente las manos con las palmas hacia abajo sobre la
mesa.
—Para ellos, es el Rey del Otro Mundo.
Anoté esa información mientras hablaba y esta vez no levanté la
mirada.
—No hay Rey del Otro Mundo, porque no hay Otro Mundo. Ese
reino y todas las bestias de su interior han sido sellados para…
—Sí, lo sé. Unos mil años.
Levanté los ojos mientras cruzaba las manos delante de mí.
—Bien. Conoces tu historia. Entonces, ¿es esta la razón por la que
trabajas para él?
Elegía sus palabras con cuidado, pero seguía respondiendo a mis
preguntas.
—Trabajar para él, sí, y había algo más.
—¿Más?
Ella se encogió de hombros.
—Bueno, me lo estaba follando.
La palabra no quedó registrada.
—¿Follando?
Echó la cabeza hacia atrás y se rio, con tono burlón, mientras
decía:
—Oh, Dios, eso explica muchas cosas sobre ti. De todos modos,
estoy hablando de sexo. Ya sabes, ¿la intimidad, eso que hacen dos o
más personas, normalmente sin ropa, pero a veces con ella puesta?
Hizo un gesto descriptivo con la mano y me froté el puente de la
nariz antes de bajar la mano con un suspiro. Estaba empezando a
perder la paciencia. No entendía cómo podía ser esa bestia sedienta
de sangre y, sin embargo, restarle importancia a la grave situación
en la que nos encontrábamos.
—Sí, soy consciente de lo que es eso y es irrelevante. Necesito algo
con lo que pueda trabajar, no interacciones pasadas. No me importa
por lo que hayas pasado, solo cómo puedes ser útil.
Se le escapó una pequeña carcajada mientras se cruzaba de brazos
y se apoyaba en la mesa.
—Ya que estamos siendo sinceros, me importa una mierda si te
gana o mata a ti o a esta preciosa familia que tienes. Te ayudaré,
como he dicho, pero solo si Gabby consigue lo que acordamos. En el
momento en que intentes echarte atrás o traicionarme, estás muerto.
Sus amenazas no significaban nada para mí. Había luchado y
matado a criaturas mucho peores que ella. Además, no podía morir,
por muchas noches que lo deseara. La verdadera inmortalidad me
había sido impuesta para la salvación de todos los mundos. Era una
carga solitaria y perjudicial.
—Está sellado con sangre, así que tienes mi palabra.
Se encogió de hombros, sentándose.
—He visto a hombres más grandes traicionar por menos.
—¿Quiénes son los otros dos que estaban contigo? Ya que Kaden
y tú son compañeros, ¿son hijos tuyos?
—¡Qué! —La palabra fue casi un chillido. El tono chillón me hizo
daño en los oídos y me estremecí. Ella sacudió la cabeza con una
expresión de puro asco en sus facciones—. Kaden y yo no somos
compañeros, o lo que sea que ustedes crean y yo no tengo hijos.
Sabes que la gente tiene sexo por diversión, ¿verdad?
—Soy muy consciente, pero una pareja reproductora de
Ig'Morruthens hizo criaturas mucho más mortíferas que sus padres
en mi mundo. Es raro, pero posible. Solo supuse…
Levantó la mano con la palma hacia mí.
—Por favor, no vuelvas a suponerlo. Son mis hermanos, o así los
llamo. Kaden me creó, pero ellos lo siguieron desde la dimensión de
la que vino.
—¿Dimensión? —Fruncí el ceño—. ¿Como un reino?
Ella asintió.
Imposible.
Debe haber entendido mal, o el hombre que decía ser Kaden era
un mentiroso. Mi padre y los dioses antiguos lucharon, lo que llevó
al cierre de esas dimensiones hace eones. Nada escapó,
especialmente nada tan poderoso o antiguo, pero no podía negar lo
que había visto hasta ahora.
—¿Cuántos hay que posean el poder que tú tienes? —pregunté.
Su expresión se suavizó por primera vez desde que la conocí. No
había falsas bravatas, ni comentarios ilícitos, solo tristeza grabada en
el fondo de sus ojos.
—Solo existo yo.
Me dolía el pecho con el eco de un recuerdo que hice todo lo
posible por mantener enterrado. Durante una fracción de segundo,
sentí algo. Fue breve y fugaz, pero la forma en que ella lo había
dicho desencadenó una emoción y, por un momento, me deleité con
la capacidad de sentir cualquier cosa. Tan rápido como vino, se fue,
un aleteo de esperanza extinguido por mi realidad.
—Pero —carraspeé, sentándome y cruzando las manos—, los
otros, tus hermanos, ¿también son Ig'Morruthen?
—Sí, pero solo yo fui creada del poder de Kaden.
—¿Te creó? ¿Cómo?
Evitó mi mirada como si el recuerdo fuera demasiado doloroso y
envenenara su mente. Era algo que yo conocía muy bien.
—Mi hermana se estaba muriendo. Le ofrecí mi vida y él la tomó.
Eso es todo lo que necesitas saber.
Anoté todo lo que dijo.
—Muy bien. Así que antes eras mortal. ¿De dónde vienes?
—Eoria.
La palabra fue cortante, su tono nítido y frío. Sentí que la energía
de la habitación cambiaba y la observé con recelo. El nombre me
resultaba familiar y tardé un momento en recordar por qué.
—Eoria es una civilización perdida, que data de hace mil años.
Sus ojos sostenían los míos, todo poder y misterio.
—No perdida. Destruida por la caída de los tuyos.
Eso sitúa su edad mucho más allá de lo que yo había imaginado.
Me sorprendió, dado su aspecto y la naturaleza de su discurso. Pasé
una página antes de continuar.
—Entonces, en todo este tiempo, ¿no ha hecho otra?
—Lo ha intentado, pero ha fracasado. Los que han tomado su
sangre se han convertido en estas bestias aladas, carentes de
emociones mortales. Solo le son leales a él, siguiendo todas sus
órdenes. Se llaman Irvikuva.
Lo anoté a continuación.
—No he oído hablar de estos Irvikuva antes. ¿Cuántos de estos
tiene?
—Oh, un ejército —dijo con indiferencia, como si eso no acabara
de hacer que toda esta situación fuera extremadamente grave.
—¿Así que debes ser de rango superior? ¿Cierto? ¿Lo he dicho
bien?
Ella asintió.
—Sí, por así decirlo. Seríamos lo que La Mano es para ti. Tobias,
Alistair y yo somos sus generales y acaba de perder a dos. —Sus
manos se crisparon, su expresión se volvió plana—. Excepto que
todos parecen un poco más amables entre ustedes. Algunos dicen
que se sentía solo, al no tener un igual o lo que sea, pero digamos
que no me trata como a su igual. —Se dio cuenta de lo que había
revelado y miró alrededor de la habitación antes de pasarse las
manos por el pelo—. En fin. Alistair y Tobias vinieron con él, por lo
que he oído. Nunca lo cuestioné. Mis únicas preocupaciones eran mi
hermana y sobrevivir.
Me había dado información más que suficiente para determinar
que eran una amenaza mayor de lo que había pensado. No volvería
pronto a los restos de mi hogar, no si decía la verdad y estaba en lo
cierto.
—Mi última pregunta esta noche, señorita Martínez, es ¿qué es lo
que están buscando?
Me miró como si le hubiera hecho la pregunta más básica. Sus
gruesas y oscuras pestañas se agitaron una vez en señal de
incredulidad. Su aura cambió, recordándome la primera vez que la
había visto. Volví a ver lo letal que era en realidad.
—Me sorprende que no lo sepas. Kaden quiere el Libro de Azrael.
Azrael.
Las puertas de la cámara se abrieron. Entré a grandes zancadas, con el
casco bajo el brazo y largos hilos blancos y dorados fluyendo detrás de mí.
Logan y Vincent me pisaban los talones, con sus lanzas desenvainadas y
vistiendo la misma armadura de batalla plateada. El mundo tembló una vez
más, sacando los antiguos pergaminos de sus lugares de sujeción a lo largo
de las paredes del estudio de Azrael. El techo se resquebrajó, dejando caer
una fina lluvia de polvo blanco sobre el gran escritorio. Azrael se apresuró a
guardar todos los objetos que pudo en su mochila.
—Estamos fuera de tiempo.
Su cabeza se inclinó hacia mí, con su largo pelo negro trenzado a ambos
lados de la cara. Las líneas cobalto de su piel brillaron con más intensidad
ante nuestra intrusión.
—No, tu padre quería que me llevara a todos los que pudiéramos para el
nuevo mundo.
Mi voz era de granito.
—No habrá un nuevo mundo. Solo podemos evacuar a unos pocos
elegidos. La guerra está aquí y te necesito en el campo de batalla.
Recogió la mochila de la mesa y los músculos de sus brazos se tensaron al
apretarla contra su pecho.
—No puedo —dijo, con la ira impregnando su tono.
—Puedes y lo harás. —Asentí hacia Logan.
Dio un paso adelante, invocando otra lanza. Se detuvo, con el brazo
extendido, esperando a que Azrael la cogiera.
—¡No puedo! —gritó, golpeando la mesa con la palma de la mano—.
Victoria está embarazada. No dejaré a mi bebé sin padre.
Me temblaron los músculos de la mandíbula. Eso explicaba el
comportamiento errático de Azrael últimamente.
—¿Un bebé?
Vincent y Logan me miraron, pero no hablaron.
—Lo siento, mi rey. Sigo tu ejemplo y hago lo que es mejor para nuestro
pueblo, pero debo pensar en mi familia. Si tú caes, si el mundo cae, quizá
pueda transcribir un arma lo bastante fuerte para ayudar a los
supervivientes, pero no podré si estoy muerto.
Azrael era quien me había ayudado a forjar los anillos que llevaba La
Mano, ayudándome a moldear el metal y los minerales. Era mi amigo,
aunque su lealtad estaba con el Dios Xeohr.
—Sabes que esto es traición, independientemente de la razón, ¿correcto?
¿Abandonar la guardia mientras estamos en guerra?
—Soy consciente y estoy preparado para luchar si es necesario.
Asentí con la cabeza una vez, llevándome la mano a la espalda. Azrael se
enderezó, dejó caer su mochila y convocó un arma hecha de luz plateada.
Logan y Vincent se adelantaron para flanquearme, aguantando hasta que di
la orden de ejecutar.
Arranqué tres largos hilos de mi espalda y di un paso adelante,
poniéndolos en sus manos.
—Para tu hijo. Si no puedo salvar este mundo, espero que encuentres
otro.
Sus ojos mantuvieron un fino brillo de humedad mientras el arma de
plata que sostenía desaparecía. Rodeó los hilos con la mano y cogió su
mochila. Me puso una mano en el hombro y me dedicó una pequeña
sonrisa.
—Tú no eres como él. Siento mucho que los otros dioses no puedan verlo.
El recuerdo se desvaneció al volver a aparecer el rostro de la
señorita Martínez.
—Tú y tus hermanos se equivocan, me temo. No existe el Libro de
Azrael. Está muerto. Es una mera leyenda.
Levantó una sola ceja y golpeó la mesa con las uñas.
—¿No es lo mismo que decían de ti?
Me senté en la silla y exhalé un suspiro.
—Esta información es más que suficiente para empezar.
Necesitaré la ubicación de tu hermana si voy a recogerla. Has
matado a uno de los suyos y te has vuelto contra él. Por lo que has
dicho, es probable que Kaden haga un movimiento contra ella.
Su espalda se enderezó y sus ojos brillaron. Saltó de la silla y
estuvo a punto de volcarla.
—Sí, claro. Necesito cambiarme de ropa. Estoy asquerosa.
—Estoy bastante de acuerdo con eso, pero tendrás tiempo de
sobra para hacerlo mientras yo esté fuera.
Arrugó las cejas.
—Pero voy contigo.
Me incliné hacia delante, cogí el cuaderno y lo cerré mientras me
levantaba.
—No, me temo que no.
—Oh, sí, lo haré.
Con un gesto de la mano, las puertas dobles que había detrás de
ella se abrieron y entraron varios celestiales. Su cabeza se dirigió
hacia ellos y una mirada de pura rabia se posó en sus facciones
cuando vio las cadenas de plata cubiertas de runas que llevaban.
—¿Esposas? ¿Otra vez? ¿En serio? Yo te ayudé.
—Apenas. —Puse las manos a la espalda y esperé a que
prosiguieran—. Pero el hecho es que no confío en ti. No confío en
que no intentarás apuñalarme por la espalda después de que recoja
a tu hermana. Ya has demostrado que eres capaz de hacerlo. Por lo
tanto, ahora te haré esperar en una celda de abajo hasta que regrese.
Espero que tu hermana sea más cooperativa.
Gruñó al guardia celestial que avanzaba. Se detuvo y se volvió
para mirarme. Sus ojos ardían mientras me miraba.
—No iré.
Las luces parpadearon cuando perdí la paciencia y me acerqué a
ella, invadiendo su espacio. Me detuve a escasos centímetros de ella,
obligándola a inclinar la cabeza hacia atrás para mirarme, pero se
mantuvo firme. Su actitud y su porte hacían que su estatura
pareciese mayor de lo que era, pero viéndola desde ese ángulo, me
di cuenta de la diferencia de nuestros tamaños. Invadir el espacio de
otro era una táctica para asustar que se enseñaba en Rashearim.
Normalmente, los débiles se echaban atrás, pero conociendo a la
señorita Martínez, sabía que no lo haría.
—Lo harás, o te llevaré yo mismo.
Levantó la comisura de los labios y me miró fijamente.
—No te atreverías.
Sus intentos fallidos de que la dejara fueron solo eso: intentos
fallidos. Mi primera impresión de ella fue correcta. Era una bestia
como pocas. Cuando se ven acorraladas, atacan por cualquier medio
necesario y eso era lo que ella estaba haciendo en ese momento. Me
arañaba, golpeaba y mordía cualquier parte de los hombros y la
parte superior de la espalda que pudiera alcanzar. Era molesto, pero
tenía poco efecto, lo que parecía enfurecerla aún más.
—¡Suéltame! —espetó, golpeando otro puño contra mi costado.
—Te ofrecí ir pacíficamente, pero te negaste. Igual que te negaste
cuando uno de mis hombres te puso las esposas y le rompiste la
nariz. Así que esto, señorita Martínez, es culpa tuya.
—¿De qué te ríes? —gruñó.
Sabía que no me lo preguntaba a mí, sino que se dirigía a un
miembro del equipo que nos seguía. Los celestiales con los que nos
cruzamos no dijeron nada y nos evitaron, supongo que porque no
querían acercarse a ella.
La ajusté sobre mi hombro cuando llegamos a la puerta blanca y
maciza que había al final del pasillo. Levanté la mano libre y la
pequeña caja electrónica cobró vida, haciendo pasar una fina luz
sobre mi palma. Los bordes de la puerta se iluminaron y las luces
recorrieron su superficie en líneas paralelas antes de que se abriera
con un siseo. Aquello solo animó a la señorita Martínez a redoblar
sus esfuerzos por huir.
—Esto es ridículo. —Me arañó una vez más—. ¿De qué estás
hecho? ¿De acero?
El pasillo detrás de la puerta se iluminó a nuestra entrada. Aquí
había menos celdas que en Arariel, pero yo solo necesitaba una. Me
detuve frente a un espacio abierto y la puse en pie antes de dar un
rápido paso atrás. En cuanto sus plantas tocaron el suelo, se
abalanzó sobre mí. La detuve en seco cuando varias barras cerúleas
cayeron de golpe frente a mí y las runas transcritas en ellas giraron
en círculos en sentido contrario a las agujas del reloj. La celda detrás
de ella se iluminó, mostrando la cama de metal pegada a la pared y
un pequeño baño al fondo.
—¡¿En serio?! —me espetó, cruzándose de brazos—. Entonces,
¿traer de vuelta a tu chico no significó nada?
Puse las manos a la espalda mientras ladeaba ligeramente la
cabeza.
—Por favor, no des por sentado que porque hayas respondido a
unas cuantas preguntas existe confianza entre nosotros. Eres, en
términos mortales, una criminal. No confío en ti y no arriesgaré la
vida de nadie más. Estarás bien aquí hasta que regrese.
Su expresión cambió al oír mis palabras, la desesperación cruzó su
rostro mientras levantaba las manos y las envolvía alrededor de los
barrotes. Su piel chisporroteó y pequeñas bocanadas de humo
bailaron en sus palmas. No hizo ningún gesto de dolor mientras me
miraba fijamente.
—Por favor, déjame ir contigo. Gabby no te conoce y si apareces
sin mí, se asustará.
Asentí una vez con la cabeza antes de darme la vuelta.
—Ella estará bien.
—¡Samkiel! —gritó, y me detuve, con los hombros tensos.
Despreciaba ese nombre y una parte de mí se preguntaba si lo
había utilizado solo para provocarme una reacción.
Respiré tranquilamente y volví a mirarla.
—Vincent bajará a vigilarte mientras yo no esté. Deberías tener
ropa limpia en tu celda y tal vez quieras darte una ducha. Si valoras
tu pudor, te sugiero que te cambies antes de que llegue Vincent,
pues no debe separarse de ti hasta que yo regrese.
—Por favor, déjame ir contigo —me suplicó.
Me miró con esos grandes ojos color avellana y esas gruesas
pestañas. Me pregunté cuántos hombres habrían caído en esa
trampa.
—No.
—¡Samkiel! —gritó cuando le di la espalda.
Podía oír el chisporroteo de su piel contra los barrotes mientras
desataba su furia. Los celestiales me siguieron fuera, la gruesa
puerta se cerró tras nosotros y cortó el sonido de sus protestas. Me
volví hacia el celestial que tenía más cerca cuando nos detuvimos en
la sala principal.
—¿Tienes la dirección de la que habló?
Ojeó una pequeña tableta y varias imágenes aparecieron en la
pantalla. Vi árboles que bordeaban una playa de arena blanca y una
gran extensión de océano. Había pequeños edificios abovedados y
uno grande con muchas ventanas. Había mortales apenas vestidos
por todas partes. Cogí la tableta y la acerqué mientras miraba las
imágenes.
—Aquí es donde creemos que está. Parece un centro turístico de
algún tipo.
—Muy bien. —Le devolví la tableta y me di la vuelta para
marcharme, diciendo por encima del hombro mientras empezaban a
seguirme—. Quédate con Vincent. Me temo que nuestra invitada
será menos que cooperativa hasta que regrese.
Oí un trago audible y unos pies que se arrastraban cuando los
dejé allí.
CAPÍTULO 19
Liam
Mis pies se hundieron en la arena al aterrizar. Por las imágenes de
la tableta, supe que estaba en el lugar correcto. Las islas Sandsun
eran un lugar peculiar para una casa segura, pero dado lo lejos que
estaba de otras grandes masas de tierra, quizá no fuera el peor.
Varios mortales pasaron junto a mí, sus ojos se detuvieron en mí
mientras cuchicheaban sobre mi atuendo. Iba demasiado elegante
para el entorno.
Las olas chocaban contra la orilla y el sonido era un bajo
constante. Gritos de vértigo y carcajadas desgarraron el aire,
haciéndome estremecer.
«No estoy en guerra».
«No estoy en guerra».
Necesitaba acabar con esto cuanto antes. Respiré hondo para
calmar los latidos de mi corazón. El rústico camino de ladrillos bajo
mis pies serpenteaba en bucles y curvas, desviándose en varias
direcciones. Una de ellas conducía al enorme edificio con múltiples
ventanas que había enfrente. Podía oír a todas las personas que
residían en el complejo: sus risas, ronquidos y gritos de placer. Por
los latidos que conté, había dos mil setecientos cuarenta y cuatro
mortales.
No era un escondite en absoluto, pero no dejaba de ser una táctica
inteligente. Si la señorita Martínez quería esconder algo valioso para
ella, era buena idea ponerlo en un grupo grande donde no llamara
la atención. Pasé por debajo de varios árboles y el sendero bordeaba
dos grandes estanques de agua con varias personas sentadas a su
alrededor o nadando. Parecía una idiotez, teniendo en cuenta que el
océano estaba a escasos metros, pero no había estado entre mortales
lo suficiente como para saber si aquel era un comportamiento
normal.
Me tapé los ojos al entrar en el edificio. Las luces eran casi más
brillantes que el sol que orbitaba Onuna. Me detuve, con la
inquietud apoderándose de mí. Varias personas se detuvieron en
seco, mirándome fijamente, mientras cuchicheaban entre ellas.
Aquello no me inquietó. Yo había sido el centro de la conversación
desde el día en que nací. No, había algo más, pero no podía
precisarlo. Escudriñé la sala, pero solo latidos mortales ocupaban
esta zona principal y los pisos superiores al mío. ¿Qué era? Tras
varios momentos de búsqueda sin encontrar nada, me sacudí la
sensación, suponiendo que los ruidos me estaban afectando.
Una enorme estatua que escupía agua desde su centro ocupaba el
centro del vestíbulo. La gente se reunía a su alrededor y grandes
macetas adornaban las esquinas de la sala. Una de las paredes era
una ventana de cristal transparente que daba al resto de la isla.
Varios mortales estaban de pie cerca o alrededor de dos largos y
grandes escritorios blancos, como los del Gremio. El personal
ayudaba y respondía a las preguntas de los huéspedes. ¿Quizá era
allí donde tenía que ir? Avancé a grandes zancadas, buscando la
forma de subir. Si no lo encontraba, preguntaría.
—¿Disculpe, señor? Parece que se ha perdido. ¿Podemos
ayudarle?
Dos hombres se pusieron delante de mí, obligándome a
detenerme. Eran unos centímetros más bajos que yo, con atuendo
negro a juego y un símbolo rectangular azul y blanco en el pecho. Su
postura me decía que ocupaban un puesto importante aquí.
—Sí, ¿cómo llego al piso veintiséis? ¿Lo pregunto correctamente?
—Escucha, amigo. Creo que si pertenecieras allí arriba, sabrías
cómo llegar al piso veintiséis. —Habló el tipo de la izquierda,
alargando la mano y dándome una palmada en el hombro. Giré la
cabeza para mirar su mano.
—Por favor, no me toques.
Jadeó y retiró la mano, acunándola contra su pecho.
—Hijo de puta, eso fue como la forma más fuerte de electricidad
estática que he sentido.
—¿Qué mier…?
Detrás de mí sonó un tintineo y me giré para ver cómo se abrían
dos puertas reflectantes. Varios mortales salían de una pequeña sala.
Era un ascensor. Logan me había enseñado cómo funcionaban.
Caminé hacia él, ignorando los gritos que se oían detrás de mí y a
los mortales que se apartaban para dejarme pasar. Entré justo
cuando se cerraban las puertas.
Varios símbolos se iluminaron en el panel, la escritura me
resultaba extraña. Todos y cada uno de los idiomas, de todos y cada
uno de los reinos que había memorizado desde niño, abrumaban mi
cerebro. Logan debería estar aquí conmigo, ayudándome como
siempre había hecho. Las luces se atenuaron cuando levanté las
manos y me las pasé por la cara.
Pensé en Logan y en cómo se había desplomado contra la señorita
Martínez mientras ella lo sostenía, con el cuerpo golpeado y
ensangrentado. Lo peor era que lo había visto sangrando, a punto de
morir, y yo no había sentido nada. No había sentido dolor en el
pecho como cuando murió mi padre, ni una inmensa oleada de
poder que me dijera que destruyera a la criatura que lo había
colgado como un trofeo. Estaba realmente destrozado.
Era cierto lo que decían de los dioses antiguos, cómo sus
emociones cristalizaban con el tiempo, haciéndolos más duros que la
piedra. Mi padre me había enseñado sus estatuas cuando era niño
para recordarme que no dejara que nuestros sentimientos nos
definieran. Si amábamos de verdad y perdíamos ese amor, si nos
rompían el corazón, nos destruirían. Sabía que estaba a punto de
perderme a mí mismo. Lo supe en cuanto Zekiel murió. Era uno de
mis amigos más antiguos, y yo no había sentido nada.
Solo quería irme a casa. Alejarme de las miradas que me
suplicaban que fuera la persona que recordaban.
Por eso estaba aquí. Necesitaba encontrar a la hermana de la
señorita Martínez y averiguar de qué iba todo esto para poder evitar
la guerra y volver a casa. Dejé caer las manos y abrí los ojos. Bien,
necesitaba concentrarme. Escudriñé los pequeños botones y recordé
los idiomas y las imágenes que Logan me había enseñado cuando
llegué. Había letras, números y signos. Un momento, números,
necesitaba ir al veintiséis. Las imágenes se difuminaron mientras mi
mente se conectaba. Parpadeé y, de repente, pude leerlas.
Pulsé el número veintiséis y el botón se iluminó.

El ascensor se abrió a un largo pasillo lleno de puertas. Salí a un


suelo de piedra brillante y me detuve, inseguro de cómo proceder.
Me encogí de hombros y empecé a llamar. Tras varias
conversaciones incómodas, por fin encontré la que buscaba. Podía
sentir el zumbido del poder. Era sutil, apenas perceptible. Ella era
como un pequeño destello de llama, mientras que su hermana era
un voraz incendio. El aroma que desprendía era similar al de la
canela picante de la señorita Martínez, pero con un toque de algo
más, algo puro. Llamé ligeramente a la puerta y esperé.
—¿Quién es? —Oí una vocecita responder. Le siguió un ruido que
sonó como un pequeño golpe y un susurro—: Mierda.
Me rasqué la cabeza, pensando en cómo decirlo correctamente sin
asustarla.
—La señorita Martínez trabaja para mí, y me envió a buscarte.
Esperaba que fuera suficiente. Los zapatos chocaron contra el
suelo y oí que se arrastraban en el interior. Luego, se oyó un fuerte
estruendo y más crujidos. Me quedé mirando la puerta,
preguntándome qué hacía allí dentro, y la oí decir:
—Un minuto.
Puse las manos a la espalda, esperando pacientemente. Sonó un
pequeño tintineo que me hizo volverme hacia el final del pasillo. El
ascensor se abrió y se detuvo como si alguien hubiera bajado, pero
no había nadie. Se me erizó el vello de la nuca y sentí que se me
encendían las fosas nasales al inhalar profundamente. Una pequeña
brisa recorría el pasillo, pero no había olor, ni pasos, ni nada.
Peculiar.
Un pequeño chasquido atrajo de nuevo mi atención hacia la
puerta, que se abrió con un chirrido. Tuve tiempo de darme cuenta
de que se parecía mucho a la señorita Martínez, pero había algunas
diferencias. Su pelo era más oscuro en la parte superior y más claro
en las puntas, y su aura era sorprendente. Era iridiscente y danzaba
a su alrededor, tranquila y pacífica. Me quedé mirándola,
estudiando los colores, observando cómo se transformaban en una
intensidad oscura al extender el brazo.
Una espada olvidada se hundió en mi abdomen. Me soltó,
dejando la hoja sobresaliendo de mi estómago, y se tapó la boca con
ambas manos. Puse las manos en las caderas, miré hacia abajo y
luego hacia ella. Sus ojos se abrieron de par en par y retrocedió unos
pasos mientras yo suspiraba. Agarré la empuñadura de la espada y
la saqué de mis entrañas.
—Al parecer te pareces más a tu hermana de lo que pensaba.
Tenía los ojos desorbitados, pero su mirada se concentraba detrás
de mí, con el cuerpo congelado por el miedo. Sentí una punzada en
la nuca y mis instintos me dieron la alarma. Me giré hacia las tres
figuras que habían aparecido detrás de mí. Sus siluetas parecían las
de un hombre, pero no eran más que un vacío negro del que
brotaban zarcillos de humo. Donde debería haber ojos y rasgos, no
había más que oscuridad.
Giré la espada olvidada que tenía en la mano y la estampé contra
el cráneo informe del que tenía más cerca. Su grito fue un pulso de
aire al sacudirse y estallar en un millón de pedazos de escombros
oscurecidos. Los dos que estaban a su lado agacharon la cabeza
como si contemplaran los restos de sus parientes.
Volvieron a centrar su atención en mí y sus manos se retorcieron
al mismo tiempo, formando en sus palmas copias más grandes de
las espadas olvidadas. Al unísono, me apuntaron a la cabeza. Entré
en la habitación y cerré la puerta de un portazo antes de girarme
para mirar a la aterrorizada mujer.
Agarré su mano y coloqué la empuñadura de la espalda en su
palma, cerrando firmemente los dedos alrededor de ella.
—Toma esto. Esa puerta no aguantará, y necesitarás protección.
Se miró la mano, me miró a mí y volvió a mirarme.
Una cuchilla atravesó la puerta de golpe, astillas de madera
cayeron a la alfombra. La agarré por los hombros y la sacudí,
intentando sacarla de su estado de trance.
—¡Gabby, concéntrate! Escóndete detrás de cualquier objeto
grande que encuentres —le ordené.
Cerró la boca y se escabulló para esconderse detrás de uno de los
grandes sofás. La puerta saltó de sus bisagras y cruzó la habitación
hacia mí. La esquivé y me enfrenté a las dos figuras sombrías,
quitándome el polvo y las astillas de madera de los hombros.
—Eso ha sido bastante grosero —dije. Cuando las luces de la
habitación parpadearon, supe que mis ojos habían cambiado a ese
brillo plateado puro. Me remangué la camisa blanca abotonada.
—¿Asumo que Kaden los ha enviado a buscarla? —pregunté,
observando cómo se dirigían hacia mí. Cuando salieron a la luz del
sol que entraba por la ventana, pude ver que no eran puras sombras,
sino que vestían antiguos trajes de combate. No hablaron ni
respondieron a mi pregunta.
Pues muy bien.
Un único anillo de mi mano derecha vibró cuando invoqué el
arma encendida. Sus rostros informes se inclinaron hacia ella y sentí
otra ligera brisa cuando cuatro formas más atravesaron las paredes.
«Interesante».
Giré la espada y di un paso adelante justo cuando avanzaba el que
estaba más cerca de mí. Metal contra metal bloqueé su ataque y le
atravesé el cráneo con mi espada. La otra criatura espectral me atacó
por el costado. Me retorcí y me encontré con su espada.
Con nuestras espadas entrelazadas, retrocedí mientras ellos
avanzaban. Por el rabillo del ojo, vi a uno pasar a mi lado.
Solté una mano de la empuñadura de mi espada e invoqué una
segunda hoja. Con un movimiento suave, giré y lancé la espada
contra la criatura, empalándola contra la pared mientras alcanzaba a
la mujer. Completé el giro, aprovechando mi impulso para barrer las
piernas de la criatura con la que había estado luchando. Cayó al
suelo y yo me arrodillé, clavándole la espada en el pecho.
Chilló y cogió la espada antes de convertirse en cenizas. Un
tercero salió corriendo de la pared. Agarré mi espada antes de que
cayera al suelo y giré mientras él venía hacia mí. Corté el aire y la
punta le atravesó el estómago. Las sombras brotaron del corte
mientras él se desintegraba.
Dos más salieron de la pared y suspiré. ¿Cuántos eran? Uno se
abalanzó sobre mí, el otro fue por Gabby. Me deslicé bajo su brazo
extendido mientras me lanzaba su espada y le cortaba la parte
posterior de las rodillas con un movimiento fluido. Cayó con fuerza
y yo me levanté, cortándole la cabeza. Rodó hasta el extremo del
sofá antes de desaparecer en el mismo humo en el que habían
llegado.
Oí un grito femenino y el centro de la palma de la mano me ardió,
enviándome un dolor punzante por el brazo. Giré la cabeza en esa
dirección y vi que una de las criaturas arrastraba a Gabby por el
pelo. Tenía una cuchilla clavada en la pierna, pero siguió caminando
hacia la puerta. Ella luchó, con los puños volando, pero sus golpes
solo atravesaron su cuerpo. Me miré la palma de la mano y el
símbolo naranja pálido que brillaba bajo mi piel.
«Sangre de mi sangre, mi vida está sellada con la tuya hasta que el
trato se complete. Te concedo la vida de mi creador a cambio de la
vida de mi hermana. Ella debe permanecer libre, ilesa y viva, o el
trato se rompe. Mi vida es tuya después, para que hagas con ella lo
que debas».
El trato de sangre. Le estaban haciendo daño, y amenazaba con
romperse.
Me acerqué a la criatura espectral y se detuvo. El terror y la
adrenalina aumentaron los esfuerzos de Gabby. La soltó y se volvió
hacia mí, levantando la espada para bloquear mi golpe. Su cabeza
cayó al suelo y estalló en cenizas. Gabby tosió mientras me miraba,
con la frente completamente cubierta de cenizas. Devolví el arma en
llamas a mi anillo y le tendí la mano.
—Vamos. Nos vamos.
Me agarró la mano y la puse en pie. Le temblaba todo el cuerpo,
pero aun así se detuvo a recoger una de las espadas olvidadas.
Quizá era una luchadora, como su hermana.
La apretó contra su pecho mientras me miraba.
—¿Los has matado? ¡Eres tan rápido y tus ojos! ¿Eres tú el que
vino de la tormenta? ¿Eres el bueno? ¿Dónde está mi hermana?
¿Está bien? —Sus preguntas se sucedían rápidamente.
—Si vienes conmigo, te llevaré hasta ella.
Asintió con entusiasmo y la conduje hacia la puerta. Me detuve en
seco cuando un humo negro brilló en la habitación. Se doblaba y
retorcía, y supe que las criaturas se estaban reformando. Sin
preguntar, la atraje hacia mí. Chilló cuando la levanté de sus pies
antes de dirigirme a la puerta.
—Pido disculpas por mi brusquedad, pero debemos partir en este
instante, y soy mucho más rápido en mis pies que tú.
Asintió y se agarró a mí con la mano libre, aferrada aún a la
espada olvidada. La estreché contra mí y corrí por el pasillo. Me giré
brevemente, protegiéndola lo mejor que pude, y disparé una bola de
energía pura a las figuras de sombra que me seguían. Las dos que
tocó mi poder se desintegraron. La tercera saltó a un lado y siguió
hacia mí.
Apreté la mano para invocar mi espada cuando una palmada en
la espalda me hizo detenerme. Me di la vuelta, volví a poner a
Gabby en pie y la empujé detrás de mí con un movimiento suave. Se
agarró a la parte de atrás de mi camisa y se movió conmigo mientras
la ponía contra la pared. Un hombre, o algo que se le parecía, estaba
delante de nosotros.
—Así que eres él. El Destructor del Mundo en carne y hueso. Me
siento honrado.
Iba completamente enfundado en una armadura negra como la
tinta, con la cabeza cubierta por una capucha oscura. Un ojo opaco
me miraba fijamente, el otro oculto o ausente. No sabría decir cuál.
Llevaba las manos al frente, pasando un pequeño orbe negro entre
ellas. La criatura de las sombras salió de la habitación y se acercó al
hombre.
—¿Eres su conjurador? —pregunté, moviéndome lentamente para
asegurarme de que la mujer seguía protegida. Me agarró con fuerza
de la camisa y noté que miraba por debajo del brazo.
—¿Conjurador? Eres de otra época. —Sonrió, y fue una sonrisa
mucho más amplia de lo que debería haber sido—. Entrega a la
hermana de la puta. Eso es todo por lo que vinimos.
—Es un término tan despectivo y, por desgracia, no puedo
hacerlo.
Su cabeza se inclinó hacia un lado mientras hacía girar el orbe
sobre la palma de su mano. Las sombras se enroscaron alrededor de
sus pies y, una a una, se formaron criaturas hasta rodearlo.
—¿De verdad quieres arriesgar más vidas por alguien que no
significa absolutamente nada para ti?
—Ella es inocente. Por lo tanto, ella significa todo.
Las criaturas que estaban a su lado sacaron sus armas y se
adelantaron al unísono.
—Entonces eres realmente un tonto. No puedes salvar a todos, y
pronto este mundo le pertenecerá.
Moví la muñeca y el arma plateada se formó en mi mano. La
probabilidad de acabar con todos ellos mientras la mantenía con
vida era escasa, pero no completamente nula. Solo tenía que ser lo
bastante rápido para abrirle camino.
El suelo tembló y todos nos detuvimos para mantenernos en pie.
El conjurador parecía tan sorprendido como yo.
—¿Suele temblar el suelo aquí? —le pregunté en voz baja a Gabby
detrás de mí.
Sacudió la cabeza.
—Eso no es un terremoto. Es mi hermana.
En el instante siguiente, las llamas atravesaron el suelo. El fuego
consumió al conjurador y a sus criaturas como si tuviera
inteligencia. Ardía más que el Otro Mundo maldito, destruyendo
todo a su paso. Una figura negra salió disparada por el agujero del
suelo y atravesó el techo. El pasillo quedó a oscuras y sonó una
alarma estridente y penetrante mientras llovía agua de los
aspersores del techo. Protegí a Gabby con mi cuerpo para que no se
cegara ni se quemara. Una figura negra atravesó el enorme agujero
del techo y aterrizó. El fuego se extinguió rápidamente, como si
hubiera sido absorbido por la bestia. Miró torvamente hacia arriba y
hacia abajo por el pasillo antes de volver a posarse sobre sus ancas y
plegar las alas contra los costados. Agitó la cabeza mientras un
resplandor recorría su cuerpo, y el pelo húmedo de color cuervo se
le echó por encima del hombro.
Se me desencajó la mandíbula.
—¿Cómo saliste?
CAPÍTULO 20
Dianna
—Hijo de puta. —Di un pisotón hacia delante, con las manos
cerradas en puños. La alarma de humo seguía sonando y el agua de
los aspersores nos empapaba.
»Te dije que me llevaras contigo. Juro por todos los dioses que me
quedan que te decapitaré si ella está… —Me detuve cuando la
cabeza de Gabby asomó por detrás de la enorme estructura de Liam.
Mi corazón tartamudeó de alivio. La última vez que la había visto se
repitió en mi mente, y me dolieron las tripas. Sabía que me odiaba y
que probablemente estaba más que enfadada, pero no me
importaba. En cuanto sentí el pinchazo en la palma de la mano, supe
que estaba herida o algo peor, y perdí la cabeza.
Gabby empujó a Liam y corrió hacia mí con la cara desencajada.
Su cuerpo chocó contra el mío, casi haciéndome caer. Me quedé
estupefacta mientras ella me apretaba con más fuerza, con la cabeza
apoyada en el pliegue de mi hombro.
—Siento mucho lo que dije. —Su voz era una mezcla de susurro y
sollozo—. No he sabido nada de ti en semanas, y entonces aparece él
y no tú, y estaba tan preocupada de que lo último que me oyeras
decir fueran esas palabras, y lo siento mucho. —Se apartó—. No
quise decir eso. Estoy tan asustada y…
—Gabby. —Levanté la mano y le acaricié la cara. Los aspersores
se apagaron y limpié suavemente el agua y las lágrimas de sus
mejillas. Me ardían los ojos, sus palabras significaban más de lo que
ella creía, pero no había olvidado que no estábamos solas ni a
salvo—. Lo sé. No pasa nada. Te quiero. Me alegro de que estés
bien. Hablaremos de ello más tarde —dije, mirando a Liam.
Gabby asintió, recordando dónde estábamos. Me abrazó con más
fuerza y yo le devolví el abrazo antes de alejarme. Su cuerpo seguía
temblando mientras se limpiaba la nariz con la manga empapada y
respiraba hondo y entrecortadamente.
Liam nos miraba con una expresión de lo más extraña. Me puse
delante de Gabby, que intentaba serenarse, y lo miré con odio. Se
pasó la mano por el pelo, apartando los mechones oscuros y
húmedos. Sus bíceps se abultaron con el movimiento, y su camisa
empapada se le pegó, revelando músculos que no sabía que tenía.
Dioses, era guapo, pero un completo imbécil, y yo estaba harta de
hombres guapos pero crueles. Así que hice lo que mejor sabía hacer
y pinché a la bestia.
—Pareces una rata ahogada. Ah, y Vincent está abajo y molesto.
Es un terrible guardaespaldas, por cierto.
La ira sustituyó a la emoción que había provocado aquella
expresión en su rostro. Avanzó unos pasos y se detuvo a escasos
centímetros de mí. Gabby se movió para colocarse a mi lado, con la
mirada cautelosa.
—¿Cómo escapaste?
—¿Escapar? —preguntó Gabby, pero ninguno de los dos
respondió.
Me encogí de hombros.
—Me rompí las muñecas para quitarme esas malditas esposas.
Vincent se preocupó, así que se apresuró a detenerme, y bueno, aquí
estamos.
—Parece que tendré que probar otra cosa, entonces.
Arremetí, empujando aquel grueso pecho. Liam apenas se movió.
—¡No, no vas a encerrarme otra vez!
Miró de su pecho a mi mano, la comisura de sus labios se inclinó.
—¿Acabas de golpearme?
—¿Encerrarla? —preguntó Gabby, levantando las manos y
mirándonos.
Liam la ignoró y me miró fijamente.
—No puedo confiar en ti.
—Pues tienes que aprender, y rápido. No hice un vínculo de
sangre contigo para que me mantengas en una maldita celda
mientras intentas hacerlo todo tú solo. Especialmente cuando pones
a mi hermana en peligro.
Finalmente miró a Gabby y luego de nuevo a mí.
—Ella estaba bien.
—¿Ah, sí? ¿Entonces no acaban de ser atacados por sombras? —
No respondió—. Exacto. Por eso digo que me necesitaban, y me
necesitarán aún más si vamos a buscar este libro. No conoces mi
mundo.
Sus labios formaron una fina línea y sus manos fueron a las
caderas. La camisa blanca y húmeda se tensó sobre su pecho y sus
hombros, distrayéndome momentáneamente. Observé cómo se
tensaba un músculo de su mandíbula antes de que suspirara.
—No podemos trabajar juntos si no escuchas las órdenes.
—No soy tuya para que me des órdenes —me burlé.
—¿No es eso lo que dijiste con el trato que hicimos? Por la vida de
tu hermana, tú eres mía.
—¡Y una mierda! —Me dio ganas de prenderle fuego por la forma
en que lo dijo. Abrí la boca para dejar las cosas claras, pero me
detuve cuando Gabby me dio una palmada en el brazo.
—¿En serio, D? ¿Otra vez? ¿Otro trato?
Me giré hacia ella, frotándome el brazo.
—¡Ay! Esta vez es diferente. No se parece en nada al trato de
Kaden.
Liam no dijo nada más mientras pasaba a nuestro lado. Gabby me
fulminó con la mirada y negó con la cabeza mientras ambas nos
dábamos la vuelta para seguirlo. Liam se detuvo sobre el agujero
que yo había hecho en el suelo. Era una razón más por la que me
cazaría. Vi cómo extendía la mano y su poder bailaba en la punta de
sus dedos. El pasillo se estremeció cuando pedazos de madera,
ladrillos y metal salieron hacia delante, sellando el enorme agujero
como si nada hubiera ocurrido.
Gabby aspiró profundamente y me dio una palmada en el brazo.
—¿Puede hacer eso?
—Aparentemente. —Puse los ojos en blanco, sacudiendo la cabeza
mientras extendía la mano en un gesto de saludo—. Gabby, este es
Liam, o como lo conocían los antiguos, Samkiel, gobernante de
Rashearim. Ya sabes, cuando aún existía.
Se dio la vuelta, su mirada plateada era tan intensa que pensé que
me incineraría en el acto. Pero solo frunció el ceño mientras bajaba
las manos y se dirigía al ascensor.
—Nos vamos —dijo, con un gruñido profundo en la voz.
Gabby caminaba delante de mí, con los zapatos empapados
chirriando a cada paso. Se detuvo cerca de Liam y pulsó el botón
para llamar al ascensor.
—Siento mucho haberte apuñalado.
Eso llamó mi atención.
—¿Lo apuñalaste? ¡Gabby, estoy tan orgullosa!
Los dos me fulminaron con la mirada cuando levanté la mano
para chocar los cinco. Me encogí de hombros y la bajé mientras
Gabby negaba con la cabeza.
—Gracias por salvarme. Dianna me dijo que me protegiera si no
venía ella misma a por mí. Como puedes ver, tiene a mucha gente
mala tras ella, y a menudo intentan usarme para llegar a ella. Así
que lo siento. —Le sonrió mientras yo volvía a poner los ojos en
blanco.
La miró sin desprecio ni mala voluntad.
—De nada. Deberías estar entrenada para defenderte
adecuadamente, especialmente dada tu situación. Y aunque es
innecesario, agradezco tus disculpas. Quizá puedas enseñarle
modales a tu hermana. —Volvió a mirarme, con el ceño diez veces
fruncido.
Empujé a Liam cuando se abrió el ascensor y entré primero.
—Discúlpame. Tengo modales.
Gabby y Liam me miraron como si hubiera perdido la cabeza
antes de unirse a mí en el ascensor. Pulsé el botón del vestíbulo y me
apoyé en la pared, observando cómo mi hermana seguía sonriendo
a Liam.
—¿Así que tú eres al que todos temen? ¿Eres un dios?
Empezó a responder, pero lo corté.
—Oh, lo es, y deberías ver la forma en que todos lo atienden.
Pretencioso es un eufemismo.
Volvió a fulminarme con la mirada y yo le sonreí, acostumbrada a
esa mirada.
Gabby se quedó con la boca abierta.
—¡Dianna! Sé respetuosa.
—Gabby, no.
—Él me salvó.
—¿Ah, sí? Qué bonito. Me torturó.
—¿Qué? —Su cabeza se giró hacia él mientras se acercaba más a
mí.
—¿Y por qué lo hice, señorita Martínez? —preguntó, inclinando la
cabeza hacia mí y enarcando una sola ceja—. ¿Crees que tuvo algo
que ver con que mataras a un miembro de La Mano? ¿O quizá con
tu asesinato de embajadores mortales y celestiales? ¿O pudo ser que
intentaras luchar contra mí y matarme, todo ello mientras
incendiabas uno de mis Gremios en Arariel?
Gabby jadeó.
—Dianna. Dime que no lo hiciste.
—Oh, tenías que decir algo, ¿no? —Me aparté de la pared, mi
temperamento sacando lo mejor de mí.
—Pido disculpas, pero no veo el sentido de esconderse detrás de
mentiras.
—Eres un idiota arrogante. —Di un paso más cerca—. Sabes,
conozco a un hombre así, y yo también lo traicioné.
Se levantó de su posición inclinada.
—¿Es eso lo que te gustaría? ¿Quieres traicionarme? ¿Revertir el
trato de sangre que tú y yo hicimos?
—Oh, ¿ahora te importa el trato? Te rogué que me llevaras
contigo a buscarla. Pero no, quieres actuar como un gran líder duro
y machista que puede hacerlo todo por sí mismo. Bueno, ¿adivina
qué? No puedes. Si ese fuera el caso, tu mundo aún estaría entero y
no hecho añicos con el nuestro.
Liam estaba en mi espacio antes de que las palabras hubieran
salido completamente de mis labios. Su rostro estaba a escasos
centímetros del mío, con sus ojos de plata fundida.
—Si vuelves a mencionar a Rashearim con esa falta de respeto…
El pequeño cuerpo de Gabby se interpuso entre nosotros.
—Oigan, vamos a calmarnos. Por favor. —Se volvió hacia mí, y
respiré hondo antes de girar y volver al otro lado del ascensor—.
Bien, las tensiones están muy altas ahora mismo. Todos estamos
llenos de adrenalina y demás. Respiremos hondo e intentemos no
romper el ascensor.
Miré a mi alrededor, sin haberme dado cuenta de que se había
detenido. Las luces parpadearon cuando Liam pareció darse cuenta
también. Se alejó de mí todo lo posible. Sus ojos volvieron
lentamente a la normalidad, pero Gabby permaneció entre nosotros.
—Dianna.
La miré con los brazos cruzados.
—Discúlpate.
—Sobre mi cadáver.
—Dianna. Eso fue duro, especialmente si hiciste todo lo que dijo
que hiciste. Además, me salvó. Dos veces. No es una persona vil y
mezquina.
—La última vez que lo comprobé, dijiste que yo era un monstruo.
—No pretendía que las palabras salieran tan rápido ni cerca de
Liam, pero no pude evitarlo.
—Sabes que solo estaba molesta. Nunca has sido un monstruo.
No para mí.
Sus palabras aliviaron parte de mi tensión y mis hombros se
relajaron cuando miré a Liam. Tal vez estaba un poco nerviosa
porque estaba muy preocupada por ella. Sentí que me ardía la mano
y pensé lo peor. La expresión de Liam pareció suavizarse ante las
palabras de Gabby. Bueno, era suave para él. Siempre parecía
molesto o enfadado.
El pitido silencioso nos hizo saber que habíamos llegado al
vestíbulo. Las puertas se abrieron, pero no hice ningún movimiento
para salir.
—Escucha, entiendo que eres un líder del universo, pero eso no
significa nada para mí. Nada. Ella… —me detuve y señalé a Gabby,
que tragó saliva—, es ella. Me da igual el plan de Kaden para acabar
con el mundo o el tuyo para salvarlo. De todas formas, todo no es
más que un gigantesco concurso de medir pollas.
Las puertas se abrían y cerraban mientras yo seguía hablando, sin
que ninguno de los dos rompiera el contacto visual.
—Pero si puedes prometerme que, hagas lo que hagas, al menos
ella podrá tener una vida feliz y normal después de esto, entonces
yo… —me detuve y suspiré con fuerza mientras ponía los ojos en
blanco—, yo soy tuya. Tenemos que trabajar juntos y encontrar algo
en común, o independientemente de quién sea más fuerte o más
malo, perderemos. Así que, ¿puedes al menos aceptar escucharme,
dejarme ayudar y no solo darme órdenes?
Me miró fijamente durante un largo momento mientras las
puertas volvían a abrirse. El aire se sentía denso, cargado, y supe
que habíamos reunido un poco de público.
Soltó un suspiro.
—Acepto tus condiciones.
—Bien —espeté.
—Bien —dijo, apartándose de la pared y saliendo del ascensor.
Gabby y yo entramos en el vestíbulo y varios celestiales nos
pararon en seco. Oí a Vincent dirigiendo a la gente a los lugares que
habían sufrido más daños y enviando a otros a ver cómo estaban los
mortales.
Liam había cerrado el agujero en el suelo y el techo, pero por las
luces intermitentes, parecía que habían llamado a los servicios de
emergencia. Una multitud se había congregado más allá de una
barricada que los equipos de rescate habían levantado frente a la
entrada principal. Vi cómo varios celestiales animaban a la creciente
multitud a alejarse de la escena.
—Vincent, ¿qué pasa con mi orden de mantener a la señorita
Martínez en el Gremio, no lo has entendido? —espetó Liam
mientras se acercaba a Vincent. Bueno, al menos tenía un nuevo
blanco para su ira.
La voz de Vincent era afligida mientras señalaba hacia donde
estábamos Gabby y yo.
—No puedo controlarla. Nos trajo aquí con un pensamiento. No
tuve tiempo de detenerla.
Me reí y me tapé la boca con la mano al ver que Gabby me miraba
fijamente, con un deje de tristeza en la mirada.
—¿Qué? Hice lo que dijiste. Me defendí, y ahora tengo una
manera para que todo esto termine. Por fin tendrás una vida
seminormal.
Extendió la mano, apretando ligeramente mis brazos.
—Oh, D, cambiar un hombre poderoso por otro no es una salida.

—¿Así que aquí es donde me quedaré? —preguntó Gabby, dando


vueltas en el enorme salón. El sol poniente se asomaba por los
grandes ventanales que daban a la bulliciosa ciudad de Boel. Los
muebles blancos y crema del salón rodeaban una mesa de cristal
llena de revistas. Una lámpara de araña colgaba del techo, goteando
pequeñas joyas transparentes. Una cocina ocupaba la esquina
derecha del apartamento, y había dos dormitorios en el lado
opuesto.
—¿Te gusta? —preguntó Neverra.
—Oye, al menos no es una celda —dije, siguiendo a las dos
mientras le enseñaba el lugar a Gabby.
La sonrisa de Gabby se desvaneció y Neverra me fulminó con la
mirada. Oh, mira, todos eran como su jefe. Qué bien. Seguía
desconfiando de ella, de todos ellos, a pesar del trato que había
hecho.
Neverra sonrió a Gabby y desvió su atención.
—La nevera ya está abastecida, y si necesitas algo más, solo tienes
que pedirlo.
—Gracias —dijo Gabby antes de girarse y mirarme. Me dio un
repaso y captó mi mirada. Sin apartar la mirada, le dijo a Neverra—:
¿Puedo hablar con mi hermana a solas, por favor?
Neverra dejó de sonreír mientras me miraba.
—Por supuesto. Estaré al otro lado de la puerta. —Oí el chasquido
de sus zapatos al salir.
En cuanto se cerró la puerta, Gabby susurró:
—Estoy en la maldita Ciudad Plateada. Es demasiado lujoso. Esto
es demasiado. Y ella es tan agradable.
—Me parece una zorra, pero le devolví a su marido medio
muerto.
—Umm, ¿qué?
Hice un gesto con la mano.
—Otra historia, para otro momento.
Me adelanté y le di la vuelta a una de las revistas antes de
acercarme a la ventana.
—De todos modos, esto es solo temporal —dije encogiéndome de
hombros.
Se dejó caer en el sofá con un resoplido.
—¿Cuánto tiempo es temporal?
—Hasta que encuentre este maldito libro o mate a Kaden. Ambas
cosas serían preferibles.
Me senté a su lado y apoyé el codo en el respaldo del sofá,
apoyando la cabeza en la palma de la mano. Ella echó la cabeza
hacia atrás, mirando al techo.
—No puedo creer que realmente vayas a hacerlo ahora.
—Bueno, me dijiste que tenía que irme, y supongo que al final te
escuché.
Se volvió hacia mí, doblando las piernas bajo su cuerpo.
—¿Pero a qué precio? ¿Qué pasará contigo cuando esto acabe?
Eso no lo sabía. En mi cabeza, había asumido la cárcel o alguna
extraña prisión divina. Pero en mi corazón, sentía que una vez que
esto terminara, me ejecutarían después de todo lo que había hecho.
Era muy consciente de que no les caía bien a Liam y a su séquito
celestial, pero nada de eso importaba mientras Gabby estuviera a
salvo.
—Sinceramente, no lo sé.
—¿Acaso preguntaste antes de entrar en otro trato?
—No.
Puso los ojos en blanco, el acto le resultó tan familiar que la
tranquilizó.
—Odio que hagas esas estupideces abnegadas. No eres mamá ni
papá, Dianna. Ya no tienes que cuidarnos así.
Me revolví un mechón de pelo, evitando su mirada.
—¿Cuánto tiempo llevamos haciendo esto? —Solté la mano—.
¿Luchando, protegiéndonos, escondiéndonos? Solo quiero que se
acabe. —Puse las manos sobre el regazo y bajé la mirada antes de
confesar—: Maté a Alistair.
Gabby se incorporó tan bruscamente que casi se cae del sofá.
—¿Qué?
—Me estaban transportando a otro lugar. Tobias y Alistair
aparecieron y casi matan a Logan, uno de los hombres de Liam y
compañero de Neverra. De todos modos, vi sus pensamientos
moribundos a través de su sangre, y eran todos de ella. —Me
detuve, señalando hacia la puerta por la que Neverra había salido—.
Eso era todo, sin malicia ni crueldad. Todo lo que sentía era solo
amor y felicidad, y yo no podía hacerlo. Así que cuando Alistair
entró para acabar con Logan, maté a Alistair.
Mi visión se volvió borrosa e incliné la cabeza hacia atrás,
intentando evitar que mis emociones me desbordaran. Respiré
hondo, pero cuando volví a encontrarme con su mirada, supe que
mis intentos habían sido inútiles, pues los ojos se me llenaron de
lágrimas.
—Tenías razón. No he sido feliz durante mucho tiempo. No soy
feliz con Kaden, y he estado fingiendo durante mucho tiempo. Estas
últimas semanas han sido terribles. —Sollocé, y parecía que no
podía parar.
Gabby me abrazó y yo la rodeé con los brazos. Me pasó las manos
por el pelo mientras yo lloraba en silencio. Siempre podía confiar en
Gabby. Claro que discutíamos por todo. ¿Qué hermanas no lo
hacían? Pero siempre nos cubríamos las espaldas. Ella era la parte
de mí que me mantenía mortal y cuerda.
Me acarició la espalda.
—D. Eres mi hermana y te quiero. Lo que te hizo hacer estuvo
mal. No tenías elección, pero ahora la tienes. Si puedes salvar a
algunas personas o hacer las cosas bien con lo más pequeño,
inténtalo, ¿bien?
Me incliné, mirándola mientras me secaba la cara con palmaditas.
—Lo intentaré.
Sonrió y asintió.
—Y sé más amable con Liam.
Me burlé, retrocediendo.
—Ahora estás pidiendo demasiado.
—Me salvó la vida, y fue genial. Deberías haber visto lo rápido
que se movía cuando cortaba a esos tipos de las sombras por la
mitad.
—No es genial ni nada agradable, Gabby.
—No quería decir eso. —Volvió a mirar la almohada que sostenía.
—Siempre intentas ver lo bueno de la gente. Es un defecto
terrible.
Le sonreí y salté del sofá, huyendo antes de que pudiera tomar
represalias. Había cruzado la habitación cuando oí a Gabby gritar:
—¡Eh! —La almohada me golpeó la espalda justo cuando abría la
puerta. Neverra enarcó una ceja cuando la almohada rebotó en mí y
salió al pasillo.
—No te preocupes, es solo un vínculo fraternal —dije agitando la
mano. Su expresión me resultó familiar, pero estaba acostumbrada a
que me juzgaran.
Un resplandor apareció a mi izquierda y giré hacia él para ver allí
a Vincent. Gruñí, la adrenalina me recorría con fuerza.
—Nunca me acostumbraré a eso.
—Con suerte, no estarás aquí el tiempo suficiente para eso —dijo,
dándome un repaso.
Bien, me lo merecía. Neverra le hizo un gesto con la cabeza.
—¿Qué pasa?
—Liam la ha convocado. —La palabra «la» destilaba ácido y un
escalofrío me recorrió la espalda. Apreté los puños a los lados y
cerré los ojos, buscando el poder estático e implacable. En cuanto lo
percibí, abrí los ojos y sonreí a Vincent—. Dile a mi hermana que
volveré más tarde. —Extendió la mano para agarrarme justo cuando
desaparecí del pasillo.
—¿Convocarme? No soy tuya para que me convoques —espeté
tras formarme ante Liam.
—¿Estás segura? —Liam inclinó la cabeza hacia un lado,
observándome mientras se relajaba al final de una larga mesa en lo
que parecía ser una sala de reuniones. Cruzó las manos sobre los
papeles que había estado leyendo mientras me miraba—. Recuerdo
que me dijiste dos veces que no era así.
Entrecerré los ojos y di un paso adelante. Me observó como si me
desafiara a intentarlo. Sentí la llama en la mano antes de darme
cuenta de que la había invocado.
La puerta detrás de mí se abrió de golpe y Vincent y Neverra
entraron corriendo. Apagué rápidamente la llama que tenía en la
mano.
—Vincent dijo que me convocaste. Kaden hacía eso, y lo odio.
Liam miró a Vincent y luego a la pila de papeles que tenía
delante. Agitó una mano como si no le importara lo más mínimo.
—Simplemente solicité tu presencia. Si no es la terminología
correcta, te pido disculpas.
—¿Estás diciendo que lo sientes? —Estaba realmente sorprendida.
—Sí, señorita Martínez. No todos somos bestias —dijo pasando
una página.
—¡¿Acabas de llamarme bestia?! —rugí, la llama cosquilleando
mis palmas de nuevo.
Ignoró mi arrebato mientras volvía a levantar la vista.
—Ahora que estamos todos aquí, hay algunas cosas que tenemos
que discutir. La señorita Martínez ha dejado muy claro que se niega
a ser dejada de lado, así que por eso está aquí. Si fuera tan amable
de apagar la bola de fuego en su palma. —Miró hacia mi mano, y yo
puse los ojos en blanco antes de devolver la energía—. Perfecto.
¿Alguna pregunta? —inquirió.
—No, señor —respondieron Vincent y Neverra.
—Excelente. Comencemos. —Hizo un gesto con la mano hacia los
asientos. Ocupé la silla del otro extremo de la mesa, mientras
Vincent y Neverra se sentaban a ambos lados de Liam. Como si no
me sintiera ya lo bastante sola. Solo por fastidiar, me levanté y me
senté justo al lado de Vincent. Me fulminó con la mirada, pero no
dijo nada. Liam ignoró la broma.
—Como dijiste, varios de los celestiales sobre los que Alistair tenía
control han muerto. Había destruido completamente sus mentes.
Tengo funerales que preparar y personal no disponible mientras
guardan luto. Gracias a tus esfuerzos, Logan va a vivir, pero
permanecerá en el ala médica hasta el fin de semana.
Sentí los ojos de Neverra clavándose en mi cráneo, y me tragué un
creciente nudo en la garganta.
—Vincent, las pistas que tenías se han enfriado. El movimiento ha
aumentado, pero no mucho. Ya no nos persiguen activamente, y
supongo que es porque Kaden ha perdido casi toda su fuerza.
—Ay, crees que soy fuerte.
Todos me miraron y yo pedí perdón con la boca antes de volver a
callarme.
—Al recuperar a la hermana de la señorita Martínez, me atacó
una criatura parecida a ésta. —Deslizó un papel hacia delante.
Había dibujado varias de las sombras, y el parecido era
impresionante.
—¿Sabes dibujar? —Todos se me quedaron mirando—. Bueno, no
es el punto. Público difícil.
Su ceja se arqueó.
—No encuentro registros de estos seres en este mundo, y no los
recuerdo de Rashearim. Como decía, no sé cómo se llaman, pero
parece que siguen y responden a una especie de conjurador. Si tú…
—Se llaman sombras. —Todos me miraron—. Son un gran clan
liderado por Hillmun, y no son moralmente buenos o malos. Los
que combatimos trabajan para Kaden, o bueno, lo hacían. Tú no
tendrás que preocuparte por verlos nunca más, al menos no a ese
clan. Añade eso a la creciente lista de razones por las que Kaden me
querrá muerta.
Todos parecían sorprendidos y me miraban estupefactos.
Sonreí como si no fuera para tanto.
—Perdón por interrumpir.
—No, esa información es relevante —dijo Liam y empezó a
anotarlo todo. Cuando terminó, se volvió hacia Vincent,
deslizándole las páginas—. Añádelo al bestiario, por favor. —Volvió
a mirarme y cruzó las manos—. ¿Tienes alguna idea de dónde o
cuándo puede producirse su próximo movimiento?
Me mordí el labio inferior, pensativa.
—No, pero —hice una pausa, sabiendo que las siguientes palabras
que salieran de mi boca probablemente provocarían su muerte o la
mía—, conozco gente que podría.
—¿Hay otros que traicionarían a tu creador?
Asentí con la cabeza.
—No a todo el mundo le gustaba la última obsesión de Kaden, y
ha sido brutal en su búsqueda. Como resultado, se ha ganado
enemigos que han preferido esperar su momento.
Liam apretó los dedos, estudiándome a través de la mesa.
—¿Y quiénes son esas personas?
—Digamos que tengo contactos.
—Asumo que tus conexiones son las mismas que las de él. Así
que dime cómo percibes que nos ayuden si tú, su consorte, mataste a
sangre fría a uno de sus generales.
No me molesté en corregirlo.
—Simple. El ego de Kaden es casi tan grande como el tuyo, si no
más. No le dirá a nadie que maté a Alistair porque lo haría parecer
débil. No anunciará que no pudo controlar a la mujer que creó.
Apostaría a que ya está tejiendo una historia sobre cómo el gran
Destructor del Mundo dominó a Alistair y se llevó su juguete
favorito.
Odiaba referirme a mí misma como tal, pero lo hice, no obstante.
Ninguno de ellos se movió mientras me reclinaba en la silla,
cruzándome de brazos.
—Así que resuelvan lo que están dispuestos a hacer mientras yo
voy a empacar y a despedirme de mi hermana. Otra vez.
Me aparté de la mesa y me puse en pie. Las sillas de Vincent y
Neverra cayeron y se pusieron en pie de un salto, con sus espadas
en las manos. Sonreí satisfecha y empujé mi silla.
Liam levantó la mano y los dos se acercaron a su lado al unísono.
—Perdónalos. Sigues siendo una amenaza, por mucho que
ayudes. Tienen una hora para prepararse y despedirse. Luego nos
iremos.
Lo miré sentado a la cabecera del escritorio con Vincent y Neverra
flanqueándolo. Sus ojos brillaban en azul y sus armas estaban
desenfundadas, listas para matarme a su orden. Sabía que no era lo
mismo, pero tenía la sensación de que Gabby había tenido razón.
Había cambiado un amo poderoso por otro.
CAPÍTULO 21
Dianna
—D, ¿qué estás haciendo? —Gabby llamó desde la sala de estar.
—Buscando cables, cámaras o dispositivos de escucha —dije,
metiendo más la mano bajo la mesa. Me levanté, me puse las manos
en las caderas y suspiré—. Sé que tienen que tener uno en alguna
parte.
—¿Por qué tendrían cámaras? ¿No tienen super oído? —preguntó
mientras yo escudriñaba la habitación, estrechando la mirada en la
estantería contra la pared del fondo. Mis tacones resonaron al pisar
el pretencioso suelo de piedra brillante.
Resoplé.
—Por favor, Kaden tiene cámaras por todas partes y no solo para
momentos de diversión sexi.
—¡Qué asco! —gritó. Me reí entre dientes mientras daba la vuelta
a una silla y miraba debajo de ella. No encontré nada y volví a
dejarla en el suelo antes de dirigirme a las estanterías tan bien
decoradas.
—Bueno, a lo mejor no —dijo Gabby encogiéndose de hombros,
observándome atentamente.
Me giré, curvando el labio hacia ella.
—¿Hablas en serio? Acabas de conocer a estas personas. Eres
demasiado confiada, Gabs. Será tu muerte.
Frunció el ceño, cogió una de las muchas almohadas del sofá y la
rodeó con los brazos.
—Tal vez sean diferentes. No todo el mundo es como Kaden y los
suyos. Además, dijiste que estos son los buenos, ¿verdad?
Pasé la mano por todos los rincones y grietas, pero no encontré
nada. Mi frustración aumentó, cogí una planta e inspeccioné cada
hoja.
—Nunca dije que fueran los buenos, solo que están en contra de
Kaden.
Después de no encontrar nada, dejé la planta en el suelo y me
dirigí a la cocina. Cuando terminé de buscar, todos los armarios y
puertas estaban abiertos y había examinado cada olla, sartén y
utensilio de cocina.
—¿Nada? —preguntó Gabby, con la mano apoyada bajo la
barbilla mientras me observaba.
Me apoyé en la encimera de la cocina, apartándome un mechón
de pelo de la cara.
—Nada. Maldita sea.
—Ves, tal vez podamos confiar en ellos. Además, hicieron otro
trato, y estoy segura de que Liam no puede romperlo.
Me burlé y puse los ojos en blanco.
—Supongo que sí.
—Entonces, ¿cuál es el plan?
—Ir a buscar a todos los lacayos a los que no les gusta Kaden. Tal
vez los golpee hasta que me den la información que necesito. Voy a
buscar ese maldito libro antiguo con un dios antiguo que es tan rudo
como poderoso.
Gabby golpeó ligeramente el respaldo del sofá y suspiró.
—Siento que algo malo va a pasar.
—Probablemente —me encogí de hombros—, pero hacemos lo
que siempre hacemos. Nos cuidamos entre nosotras.
—¿Así que no confías en él?
—En absoluto. Tú y yo hemos vivido lo suficiente para saber lo
crueles y vengativos que pueden ser los hombres poderosos. Puede
que predique que quiere este libro para proteger al mundo, pero
tiene el mismo impulso que Kaden. Ambos buscan el poder, y eso
nunca termina bien.
—Entonces, ¿qué quieres que haga?
—Hazte amiga de ellos. A ver qué puedes averiguar y qué buscan
realmente. Consigue toda la información que puedas. Tal vez
encontrar una manera de que podamos permanecer fuera del radar
una vez que esto esté hecho. Estoy pensando en tomar unas copas
en esa playa que tanto te gusta. ¿Cómo se llama?
—Playa Liguniza frente a la costa del mar de Naimer. —Su
suspiro fue melancólico al pensar en ello—. El agua es tan clara, y
hay un acantilado que domina todo el océano. La puesta de sol
desde allí lo es todo.
—Bien, sí, iremos allí, tomaremos copas, nos reiremos y nos
olvidaremos de monstruos y dioses.
Nuestras sonrisas se convirtieron en carcajadas que hicieron que
me dolieran las mejillas al cabo de unos segundos. Después de todo
lo que había pasado en los últimos días, era agradable volver a verla
feliz. Me deleité en la alegría de Gabby, sabiendo que todo lo que
había dicho era mentira. No habría playas para mí después de esto.
Mi destino estaba sellado, pero tal vez ella podría irse. Ella y Rick
podrían crear la vida que ella quería. Y si se hacía amiga de los
celestiales aquí, ellos la protegerían. Entonces tal vez no estaría tan
sola una vez que me hubiera ido. Eso sería suficiente para mí.
Mi sonrisa se apagó cuando un escalofrío recorrió mi espalda. Los
pelos de los brazos se me erizaron al acercarse aquel poder que todo
lo abarcaba. Nuestro tiempo de diversión había terminado. Era hora
de volver al trabajo.
Me aparté del mostrador, con la garganta apretada mientras
decía:
—Prometo llamar tanto como pueda.
Asintió con la cabeza y se levantó, siguiéndome mientras me
dirigía a la puerta. La abrí justo cuando Liam levantaba la mano
para llamar. Se detuvo y bajó la mano cuando Neverra se acercó a su
lado.
—Señorita Martínez —dijo Liam, mirando a Gabby por encima de
mi cabeza—. Neverra será una de sus dos acompañantes mientras
estemos fuera. Logan se unirá a ustedes dentro de unos días. Se
quedarán aquí. Con el reciente ataque, no queremos correr riesgos.
Temo que seas un objetivo hasta que obtengamos este libro.
—Suena encantador —dijo Gabby. Sabía que no estaba
precisamente emocionada. Pero como siempre, se lo tomaba con
calma.
Estreché a Gabby en un fuerte abrazo.
—Bien, voy a ir a salvar al mundo de una fatalidad inminente. Tú
no te metas en líos.
Se rio suavemente.
—De las dos, yo no soy la alborotadora.
—Es justo. —La apreté una vez más antes de separarme. Le
sostuve la mirada un momento más antes de darme la vuelta y salir
rápidamente por la puerta.
Neverra entró y la oí decir:
—¿Qué ha pasado aquí? —Metí la mano detrás de mí y cerré la
puerta mientras sus voces aumentaban.
CAPÍTULO 22
Dianna
—¿Sabes?, siempre me he preguntado si los convoyes de los
celestiales eran más bonitos que los públicos que se utilizan en las
ciudades —dije mientras me zampaba otro trocito de chocolate en
una de las tumbonas, absorta en sus estudios. Lo rodeaban un
montón de ordenadores y lectores, y llevaba encorvado sobre ellos
desde que embarcamos.
Estaba apoyada en una mesa alta de cristal, cogiendo golosinas de
una bandeja plateada. Había sillas de felpa dispuestas en cómodos
grupos y una licorera pegada a la pared. Me pareció oír a Vincent
decir que el convoy tenía doce habitaciones. Parecía mucho, pero
cuando podían ir a cualquier parte del mundo, era lógico que
tuvieran espacio. Los convoyes habían sustituido a los trenes una
vez que la magia celestial y la tecnología se unieron.
—Puedo afirmar con rotundidad que lo son.
Liam me fulminó con la mirada, que había sido su respuesta cada
vez que le había dicho algo. En la última hora, había perdido su
eficacia y empecé a provocarlo para ver cuánto tiempo aguantaba
así.
—Vamos a tener que comunicarnos si queremos trabajar juntos,
¿sabes? —Me metí otro caramelo en la boca y le sonreí.
Su cara no tenía humor, como de costumbre.
—Estoy ocupado.
Puse los ojos en blanco, me aparté del borde de la mesa y me
acerqué al ventanal. Estábamos atravesando la cordillera, con sus
distintos tonos verdes y marrones interrumpidos por el blanco
espumoso de las cascadas. Nunca había estado en este lado de
Ecanus, y jamás soñé que lo vería desde un convoy de lujo.
Me aparté de la ventana y suspiré, dejándome caer en el sillón
frente al de Liam. Eso me valió otra mirada por encima de la
multitud de pantallas.
—¿Cuánto falta para que lleguemos a Omael?
—Demasiado.
Tenía la sensación de que disfrutaba tanto conmigo como yo con
él.
—Solo quiero asegurarme de que llegamos a tiempo. Nym es una
diseñadora de moda de alta gama que rara vez se queda mucho
tiempo en un sitio.
Hizo un gesto con la mano hacia mí, las luces de las pantallas del
ordenador proyectaban un resplandor azul sobre sus facciones.
—No veo cómo una diseñadora de moda nos será de ayuda.
—Te lo dije, ella está al final de la… —hice una pausa, pensando
en cómo decirlo—, lista de amigos. Puede que tenga información
sobre cierta bruja excomulgada que podría ayudarnos.
Liam levantó una ceja.
—¿Excomulgada?
—Digamos que quería un puesto y alguien no estuvo de acuerdo.
—¿Y esta mujer en Omael puede ayudar?
Asentí con la cabeza.
—Sí. También puede ayudar con pasaportes, documentos de
identidad, tarjetas de crédito, lo que quieras.
—No necesitamos nada de eso. Puedo ir a cualquier parte y hacer
lo que quiera en el mundo. Nadie me detendrá. No temo a tu Kaden,
y no quiero prolongar este viaje más de lo necesario.
La forma en que hizo un gesto cuando dijo «viaje», me hizo saber
que lo que había sospechado era cierto. Él no quería estar cerca de
mí, y yo ciertamente no quería estar cerca de él.
Lo miré fijamente, segura de que estaba bromeando. Cuando vi
que no, me burlé.
—¿En serio? No puedes usar nada que sea personalmente tuyo.
Puede rastrearlo todo. Maté a un príncipe coronado en Zarall, y
Kaden lo observó todo desde el otro lado del mundo. Tiene acceso al
tipo de tecnología que no puedes imaginar, y tiene conexiones
sólidas. Quiero permanecer fuera del radar tanto como sea posible.
Kaden ya ha enviado a sus asesinos en la sombra por mi hermana, y
eso solo ha sido un calentamiento. No voy a arriesgarla porque mi
presencia te moleste. Sé que no lo conoces, pero hará todo lo posible
para conseguir —hice una pausa, la sola idea me hizo dudar—, para
conseguir lo que quiere.
Esperé a que siguiera discutiendo, ya que parecía el único
momento en que quería hablarme, pero no lo hizo. En lugar de eso,
clavó sus ojos en los míos, con un solo músculo tintineando en su
mandíbula. Bajó la mirada y siguió ojeando las pantallas que tenía
delante.

Las horas siguientes transcurrieron en silencio. Los nervios se


apoderaban poco a poco de mí a medida que se asentaba mi nueva
realidad, pero no tenía elección. Me negaba a que Gabby sufriera
más por mis acciones y decisiones.
La tumbona era cómoda e intenté echarme una siesta, pero las
pesadillas plagaban mi sueño. Me desperté al sentarme,
agarrándome los costados. Los ojos de Liam se clavaron en los míos
y me sostuvo la mirada. No preguntó qué me pasaba y yo no le di
ninguna explicación. De ninguna manera le diría a Liam que había
soñado con la cara sonriente de Kaden mientras sus malditas bestias
me arrastraban de nuevo hacia él. Sacudí la cabeza y moví los pies
hacia un lado, frotándome la cara con una mano. Me levanté y me
acerqué a la ventana, observando el paisaje cambiante. Las
montañas nevadas estaban más lejos y los árboles de las colinas se
llenaban de color, anunciando el comienzo del otoño.
—Ya casi hemos llegado —dijo Liam. Sentí que me miraba con
recelo, como si temiera que hubiera prendido fuego a algo. Asentí
con la cabeza, todavía perdida en la pesadilla.
Me estudió un momento más antes de volver a esas malditas
pantallas. ¿Cuánto tiempo llevaba mirándolas? Vincent había
instalado la estación de trabajo y suministrado más vídeos a Liam
antes de que nos marcháramos. Liam aprovechó el tiempo de viaje
para seguir familiarizándose con Onuna. Su vocabulario ya parecía
más normal y menos formal. Me pregunté hasta qué punto era
inteligente. Aprender historia e idiomas tan rápido como él no era
tarea fácil.
—¿Cómo está tu cabeza? —pregunté mientras me rodeaba con los
brazos.
No levantó la vista.
—Bien. ¿Por qué lo preguntas?
Me encogí de hombros.
—Me imaginé que tendrías dolor de cabeza con todos los vídeos
que te dan Logan y Vincent. Aprender los idiomas, la historia y la
cultura tan rápido como lo has hecho es toda una tarea. Además, no
has dormido desde que estoy aquí, y ya hace casi un mes —dije.
Eso llamó su atención, sus oscuras cejas se fruncieron
profundamente.
—¿Y cómo lo sabes? —Se cruzó de brazos y la camisa se tensó
sobre su pecho y sus bíceps.
—Irradias poder. Puedo sentir la energía que desprendes a través
de las paredes. Incluso en esa fortaleza de edificio, podía sentirte
yendo y viniendo estas últimas semanas.
El miedo brilló en sus ojos. Fue tan rápido que me lo habría
perdido si no le hubiera estado sosteniendo la mirada.
—Mi horario de sueño no es de tu incumbencia.
¿Quería jugar? Bien.
Incliné la cabeza.
—En realidad, sí. Si vamos a matar a Kaden y encontrar ese libro
mítico que crees que no existe, necesito que estés en condiciones de
luchar contra los dioses.
—Te aseguro que estoy bien. —Se removió en su asiento como si
la mera conversación le resultara incómoda—. Además, fui más que
capaz de cuidar de ti y de las sombras que envió tu creador.
Sacudí la cabeza y puse los ojos en blanco.
—Sinceramente, es sorprendente cómo puedo incluso sentarme en
este convoy sin que me asfixie tu enorme ego.
—No es ego. Es simplemente un hecho. He vivido mucho más
que tú. He luchado y matado bestias mucho más grandes y
poderosas que tú o que los maestros de las sombras que Kaden
envió.
—No son maestros de sombras, y ya no tienes que preocuparte
por ellos desde que maté a su líder. Ese fue el último clan conocido.
El resto murió hace eones, lo cual es otra razón por la que Kaden
estará enojado.
El desconcierto llenó su expresión.
—¿Kaden estaría más enfadado por haber perdido a sus aliados
que por el hecho de haber perdido a su consorte?
La comisura de mis labios se crispó.
—¿Consorte? ¿Qué significa eso?
—Ambos obtienen placer el uno del otro. Eso es lo que has dicho.
Sin embargo, a Kaden no le importas lo suficiente como para hacerte
su… —Liam hizo una pausa, frunciendo el ceño como si buscara la
palabra—, la palabra mortal para eso es esposa, creo.
Sacudí la cabeza, los recuerdos de los últimos años me
incomodaban. Si Kaden se apareaba alguna vez, no tenía ni idea de
con quién lo haría. Nunca hablaba de amor ni demostraba tener
experiencia con esa emoción. Parecía estar por debajo de él. Desde
que lo conocí, lo único que realmente deseaba era el poder.
—Esa no era nuestra relación. Kaden y yo no estamos conectados
así.
—Mi punto totalmente. Le importan más las lealtades que tiene
que su propia consorte. Lo cual no sería peculiar, excepto por lo
cerca que te mantiene.
—Si me llamas consorte una vez más, incineraré este transporte
contigo dentro.
—Está perfectamente bien tener consortes. Yo he tenido muchos.
Casi todos los dioses los tuvieron, hombres y mujeres, pero no
significan nada. Tú no significas nada.
Se me oprimió el pecho. Lo sabía, y era una de las muchas razones
por las que estaba aquí.
—Dioses, es un puto placer estar contigo.
—No sé qué significa eso.
Levanté la mano.
—No tienes que decirme lo que significo o no para Kaden, ¿bien?
Ya lo sé.
Se limitó a encogerse de hombros mientras se echaba hacia atrás,
todo poder y arrogancia. La mayoría de las mujeres querrían subirse
a él como a un árbol en aquella postura, pero yo me imaginaba
apuñalándolo de nuevo.
—No era mi intención ofenderla, señorita Martínez. Si vamos a
trabajar juntos, al menos tenemos que ser sinceros. Comunicarnos,
como dice.
—Oh, así que me escuchas.
—Sería casi imposible no hacerlo, con lo aguda que es tu voz cada
vez que hablas.
Negué con la cabeza, apretando los labios. Dioses, era un imbécil,
pero ignoré el pinchazo.
—Eso es otra cosa. Llámame Dianna. No puedes ir a donde vamos
y llamarme señorita Martínez. Todo el mundo sabrá exactamente
quién eres solo por las formalidades.
—¿Porque los de tu clase no son educados?
Resoplé.
—¿Los de mi clase? Realmente eres todo lo santurrón y
pretencioso que dijeron que serías. Entiendo. Eres un mocoso
mimado que creció en un mundo mágico donde todos literalmente
adoraban tu trasero.
—Volátil. —Ladeó la cabeza—. Eso es lo que eres. Una afirmación
con la que no estás de acuerdo y arremetes contra ella. Por no
mencionar que eres muy grosera y maleducada.
—¿Como si tú no lo fueras? —Solté. Yo ya estaba molesta, y solo
estábamos empezando este viaje.
—He sido educado. He dado cobijo a tu hermana mientras
trabajas para mí, a pesar de que me chantajeaste con el vínculo
amenazando la vida de alguien que me importa. Así que, por favor,
señorita Martínez —enfatizó las palabras a propósito, lo que solo hizo
que me hirviera la sangre. Se inclinó hacia delante, cruzando las
manos delante de él—. Dígame en qué he sido grosero.
—Todo lo que sale de tu boca es un insulto.
—¿No me has insultado? ¿O sacado a relucir cosas solo para
echármelas en cara? Cosas que no puedes ni empezar a entender.
Empecé a responder, pero levantó un dedo para detenerme.
—No he terminado. Antes de que te atrevas a sacar a colación tu
cautiverio o los medios por los que intenté extraer información vital,
te recuerdo que tú me atacaste primero a mí y a los míos. Intentaste
matarme. También te expliqué las consecuencias si no decías la
verdad, y procediste a pesar de todo.
Me incliné hacia delante en mi asiento y le espeté:
—Oh, no te hagas el mártir. Tu preciosa Mano no está por aquí, y
no tienes que guardar las apariencias aquí. Me habrías matado en
cuanto te hubiera dado lo que querías.
Volví a ver el tictac muscular de su mandíbula antes de que
asintiera bruscamente.
—Tienes razón. Si me hubieras dado la información que
necesitaba, ya no me habrías sido útil. No lo olvides, señorita
Martínez. Te has convertido tu misma en una amenaza, muy similar
a las que he ejecutado en el pasado.
Me recosté en la silla.
—¿Es eso lo que piensas hacerme cuando esto acabe?
¿Ejecutarme?
Se le torcieron las comisuras de los labios.
—Creo que es demasiado tarde para que te preocupes por lo que
te haré después. ¿No estás de acuerdo?
Tragué saliva al darme cuenta, porque era cierto. No era una
sorpresa. Había considerado la posibilidad y no habíamos hablado
de la letra pequeña cuando hice el trato. Me había centrado en
asegurarme de que Gabby siguiera a salvo y con vida. Tal vez una
prisión piadosa no estaba en mi futuro. Tal vez realmente acabaría
conmigo. Aparté los ojos de su penetrante mirada, observando cómo
las montañas y los árboles pasaban a toda velocidad.
—He cambiado de opinión. Tal vez no deberíamos hablar.

Ring.
—Déjame hablar a mí.
Ring.
—Eso no debería ser un problema, ya que es lo único que haces —
dijo Liam. Me volví para fulminarlo con la mirada, pero se limitó a
mirar al frente con las manos entrelazadas mientras el ascensor
subía.
Ring.
—Lo digo en serio. Si sospecha quién eres, dudo que te ayude.
Ring.
—¿Y eso por qué?
—No sé por qué, pero hay gente que te tiene miedo. —Di un
golpecito con el pie, viendo cómo subían los números.
—Bien. Eso demuestra que algunos de ustedes son inteligentes —
dijo Liam, mirándome significativamente.
—¿Acabas de llamarme estúpida? —espeté cuando se abrieron las
puertas del ascensor. Negué con la cabeza y me volví hacia la
distribución abierta de su apartamento. Era una suite grande y
luminosa con suelos de madera. La pared del fondo tenía ventanas
que daban a la ciudad. Varios cuadros de personas en diferentes
posturas colgaban de la pared y estaban iluminados.
Me adelanté y grité:
—¡Nym! —Caminé un poco más adentro—. Soy Dianna. Espero
que estés decente.
—Oh, Dianna, lo decente es para las viejas. —Oí el golpeteo de
sus pies descalzos cuando dobló la esquina y se detuvo. Su corta
melena rubia se balanceó ante la brusca pausa. Sus ojos se cruzaron
con los míos y luego miró a Liam, que se colocó a mi lado—. Y has
traído compañía. —Se envolvió en la bata blanca, que no cubría la
lencería demasiado cara que llevaba debajo.
—¿Interrumpo algo? —pregunté con una sonrisa.
Hizo un gesto con la mano, sin dejar de mirar a Liam.
—Oh, no. Es temprano. Estaba haciendo café. Pasen. —Se dio la
vuelta y se dirigió hacia el pasillo de la derecha, que nos conducía al
interior.
—¿Esta es la informante de Kaden? —preguntó Liam, sonando
escéptico.
Me encogí de hombros.
—A Kaden le gustan las cositas bonitas que hacen lo que él dice.
Se giró para mirarme, con el ceño fruncido.
—¿No me digas…?
Arqueé una ceja hacia él como retándolo a continuar, pero se
limitó a darse la vuelta y seguir a Nym. Sacudí la cabeza y respiré
hondo, intentando calmar los nervios. Mientras empezaba a
seguirlos, me susurré: «Esto funcionará».
El salón estaba lleno de muebles artísticamente diseñados que
parecían terriblemente incómodos, pero que parecían ser del estilo
de Nym. A la derecha había una pequeña cocina, y detrás de mí, un
dormitorio con la puerta ligeramente entreabierta. Nym estaba en la
cocina, sirviendo café en tazas que probablemente costaban lo
mismo que un buen coche.
—Así que, ¿Kaden te ha conseguido un nuevo compañero? —
preguntó mientras colocaba una taza en la isla central y se volvía
hacia el café. Sentí la carga en la habitación mientras Liam se
erizaba. Abrió la boca para decir algo y le di una patada con el
lateral del pie. Me miró el pie y luego me miró a mí. Le pedí con la
boca que se callara y me pasé la mano por la garganta dos veces. Sus
fosas nasales se encendieron y supuse que se había ofendido por mi
falta de respeto. Discutimos en silencio hasta que Nym se volvió con
las otras dos tazas de café. Nos enfrentamos a ella como si
estuviéramos sincronizados, los dos rezumando inocencia y calma
como si no estuviéramos a punto de arrancarnos la cabeza el uno al
otro.
—Sí. —Forzó una sonrisa que parecía más una agresiva muestra
de sus dientes—. Voy a ayudar a Dianna.
Aunque lo dijera con un gruñido, el sonido de mi nombre me dejó
sin aliento. Un poco sorprendida por mi reacción, me lo expliqué
como un alivio de que me siguiera el juego. Nym asintió, con las
mejillas teñidas de rosa, mientras nos acercaba las tazas. Tomé
asiento en la isla y Liam me siguió, el taburete crujió bajo su peso.
Cogí mi taza y bebí un sorbo, mientras Liam hacía una mueca ante
la suya y la apartaba con un codazo.
—¿A qué viene esta visita sorpresa? —preguntó, dando un sorbo
a su café y mirándonos a los dos.
—Kaden me tiene… —hice una pausa—, bueno a nosotros, en
otra misión alrededor del mundo. Pero tenemos que pasar
desapercibidos.
Asintió con la cabeza mientras dejaba la taza sobre la mesa.
—Me parece bien. ¿Qué necesitas? ¿Tarjetas? ¿Pasaportes? ¿Ropa?
—Todo, en realidad.
—Puedo hacerlo. —Se inclinó hacia delante, su bata resbaló por su
hombro mientras colocaba su mano debajo de su barbilla. Sabía que
la exhibición coqueta no era para mí—. Entonces, ¿cuál es la misión
esta vez? Se dice por ahí que los ha tenido a todos buscando algún
artefacto antiguo.
—Sí. Todavía estamos trabajando en eso, pero Kaden me tiene
yendo un poco más bajo tierra.
Ella asintió, levantando una ceja.
—Tiene sentido. El Otro Mundo ha estado muy agitado
últimamente. He oído rumores sobre esa extraña tormenta en
Arariel. Algunos dicen que trajo algo antiguo de vuelta.
Un escalofrío me recorrió la espalda cuando miré a Liam por el
rabillo del ojo. No se movió ni se inmutó, solo se sentó a escuchar.
—Creo que solo fue una extraña anomalía meteorológica.
—No lo sé. Todo lo que sé es que de repente todo el mundo está
buscando una manera de caerle bien a Kaden, y harán lo que sea
para conseguirlo. Bueno, excepto yo. Prefiero mantenerme al
margen de lo que ese hombre esté tramando si puedo. Haré mi parte
y luego me ocuparé de mis asuntos.
—Hablando de eso, sé que ayudaste a esconder a un exmiembro
del aquelarre de Santiago. Necesito la ubicación de Sophie.
Sonrió, levantando ligeramente la taza.
—Lo que tú quieras. No me gustaría enfrentarme a la ira de
Kaden por rechazarte.
—Muchas gracias. —Sonreí, pero se me hundió el estómago al oír
sus palabras. Sabía que estaba en el lado malo de Kaden. Lo único
que había deducido de esta conversación era que no se había corrido
la voz de la muerte de Alistair.
—Tengo que hacer unas llamadas, pero los pasaportes no
deberían tardar más de una hora.
Sentí que Liam se erizaba a mi lado, pero permaneció en silencio.
Sabía que no quería alargar este pequeño viaje conmigo más de lo
necesario, pero necesitábamos estas nuevas identificaciones si
queríamos que funcionara.
Nym se apartó de la isla y se dirigió hacia el dormitorio. Liam me
fulminó con la mirada, molesto por tener que esperar siquiera una
hora.
—Entonces, ¿cómo está Kaden? —preguntó Nym por encima del
hombro mientras entraba a su habitación—. Sabes que hace meses
que no lo veo. Tobias se pasó por aquí para el desfile de moda
metropolitano de Omael hace dos semanas, pero solo para pagarme
por mi última pequeña participación. Parecía muy tenso. Bueno,
más de lo habitual.
Me giré de lado en el taburete para responderle.
—Sí, suena como él, y Kaden es Kaden.
Nym regresó con una reluciente bolsa negra en la mano y su
teléfono.
—Bueno, al menos tienes músculos decentes que ver en este largo
viaje —dijo, sonriendo a Liam mientras se detenía frente a mí. Luché
por controlar mis expresiones faciales. No quería que me viera
estremecerme ante su comentario. Le guiñó un ojo a Liam antes de
entregarme la bolsa.
—Ahí dentro hay un puñado de tarjetas de crédito imposibles de
rastrear y unos cuantos teléfonos desechables porque sé lo fácil que
es perder cosas. Los pasaportes me llevarán al menos una hora si
quiero falsificarlos bien. Tengo al menos una semana de ropa para ti,
pero él… —Ella se detuvo y lo miró de arriba abajo otra vez como si
quisiera lamerlo—. Por suerte para ti, estamos en Omael. Aquí
puedo conseguir lo que quiera, pero tu altura me retrasa al menos
una hora. Solo tengo que hacer una llamada rápida a uno de mis
chicos y luego empezaré.
Mientras se alejaba, tecleando en su teléfono, las luces
parpadearon. Miré a Liam y señalé hacia las luces.
—¡Basta ya! —siseé en voz baja.
Las fosas nasales de Liam se encendieron y los músculos de su
mandíbula se flexionaron.
—Otra hora —gruñó en voz demasiado baja para que Nym
pudiera oírlo mientras se perdía de vista.
Levanté las manos e hice la pantomima de estrangularlo. Resopló
burlonamente, con los ojos desafiándome a que le pusiera las manos
encima. Nos fulminamos con la mirada, otra batalla de voluntades
entre nosotros. Una luz estalló, haciendo llover fragmentos de cristal
sobre el suelo, mientras Nym regresaba con un vestido colgado del
hombro. Liam y yo nos sentamos uno al lado del otro, sonriendo
como si no acabara de amenazarlo con estrangularlo.
Nym dio un respingo y se echó a reír, mirando la lámpara antes
de encogerse de hombros.
—Te lo juro, pago mucho por este sitio, y si no es una gotera al
azar, son las luces olvidadas por los dioses. —No la corregí,
dejándole creer que era un suceso eléctrico aleatorio y no el dios
malhumorado sentado a mi lado.
—Bien, tengo a alguien de camino para los pasaportes.
—Suena encantador. Gracias de nuevo, Nym —dije. Sonreía más
de lo que la noticia merecía, pero quería dar la impresión de que
todo iba bien.
—No hay problema. —Nym dejó el teléfono sobre la encimera y
volvió a centrar su atención en Liam—. Tu acento no lo había oído
nunca, y he estado desde aquí hasta Naaririel. ¿De dónde eres,
guapo?
Vi cómo apretaba brevemente la mandíbula y luego sus facciones
se suavizaban. Se relajó al mirarla y mi preocupación por que
descubriera nuestra treta se disipó. Sonrió y se me cortó la
respiración ante su devastadora belleza.
—Lejos —dijo en el eufemismo del maldito año.

Hacía más de seis horas que habíamos salido de casa de Nym, y


ella nos había proporcionado lo suficiente para nuestra pequeña
aventura. Estaba especialmente contenta con el sedán oscuro que
nos había prestado para el viaje.
Bostecé y me froté los ojos. ¿Por qué estaba tan cansada?
Seguramente por el estrés de las últimas semanas.
—Es la quinta vez que bostezas en la última hora.
Me senté más erguida al oír las palabras de Liam y lo miré. Sus
ojos, como siempre, me taladraban. Me concentré en la carretera.
—¿Estás contando ahora? ¿Te molestan mis bostezos, mi Rey?
—No me llames así —espetó.
—¿Por qué no? ¿No eres el dueño del universo o algo así? —me
burlé.
—Porque no lo dices por respeto. —Vi que la mano de Liam se
apretaba contra su rodilla—. Solo lo dices para fastidiarme.
—Oh, mira —fingí una sonrisa hacia él—, está aprendiendo.
Liam no respondió, pero su energía bullía en los pequeños
confines del coche. Me negué obstinadamente a admitirle que estaba
cansada. Después de beber el café en casa de Nym, se podría pensar
que estaría más alerta.
Me adentré en el bosque y los faros saltaron al chocar con otro
pequeño bache. Gruesos árboles bordeaban la carretera de grava,
con sus hermosos colores apagados por la oscuridad. Adonael era
una pequeña ciudad situada frente a un bosque que continuamente
amenazaba con reclamarla. Cuando los fragmentos de Rashearim
cayeron y se hundieron en las profundidades del planeta,
transportaban minerales que ponían la naturaleza a cien por hora.
Fue una de las pocas cosas buenas que salieron de aquella
experiencia.
La pequeña cabaña de madera estaba apartada, pero Nym sabía
dónde vivía Sophie porque era ella quien la ayudaba a mantenerse
fuera del radar. Sophie había sido expulsada del aquelarre de
Santiago hacía años por un pequeño desliz que la había puesto en el
radar de los celestiales. Desde su excomunión, había estado
haciendo lecturas y hechizos para mortales desprevenidos. Creo que
quería la cabaña tan lejos por motivos estéticos. Era excéntrica, por
decir lo menos.
Entré en la entrada ligeramente curvada y aparqué el coche. La
luz junto a la puerta mostraba un pequeño porche envolvente.
Varias macetas colgaban de las vigas y un pequeño banco cubierto
de cojines daba un toque acogedor.
Vi su silueta a través de la ventana mientras se levantaba y salía
del salón y se perdía de vista. Bien, al menos estaba en casa. Abrí la
puerta y salí, con las botas crujiendo contra las pequeñas rocas. Yips
y aullidos iluminaron la noche, otro recordatorio de que la cabaña se
encontraba en las profundidades del bosque de Adonael.
—¿Esta es la casa de tu amiga?
Me encogí de hombros mientras Liam rodeaba la parte delantera
del coche. Estudió la casa como si estuviera memorizando cada
puerta, ventana y centímetro cuadrado.
—Amiga es una exageración —dije y caminé hacia el porche, con
Liam a mi espalda—. Déjame hablar a mí, ¿de acuerdo? Dudo que
ella sepa algo sobre mi ruptura con Kaden, así que vamos a jugar a
que todavía estoy trabajando para él, y tú eres solo mi compañero
molesto, como dijo Nym.
Suspiró, y la luz del porche parpadeó cuando llamé ligeramente a
la puerta.
—¡Basta ya! Tranquilízate. No hables, ni discutas, ni te muevas
mucho.
La puerta se abrió y Sophie se quedó inmóvil, con su melena
castaña ondeando detrás de ella. Su boca se aflojó y sus ojos se
abrieron de par en par al verme primero a mí y luego a Liam.
—Hola, Sophie, tanto tiempo sin verte.
Tenía los ojos como platos, fijos en Liam. Se quedó inmóvil y
chasqueé los dedos delante de su cara.
—¡Sophie! —Solté las manos y sonreí—. Cariño, estás babeando.
Sacudió la cabeza como si saliera de un aturdimiento, pero supe
que se trataba de algo distinto a la atracción, incluso cuando esbozó
una pequeña sonrisa. Era miedo, simple y llanamente. Podía olerlo.
—Dianna. Ha pasado tiempo. ¿Qué te trae por la ciudad? —Dio
un paso atrás, abriendo más la puerta, y entramos. Estaba aprensiva,
pero eso no era inusual. Si seguía pensando que trabajaba para
Kaden, supondría que estaba aquí para cobrar la deuda. Si a eso le
añadimos el hombre que se cernía a mi lado, estoy segura de que
pensó que era una deuda que debía pagar con sangre.
Entramos y Sophie cerró la puerta tras nosotros. La cabaña tenía
comodidades modernas, pero su aspecto era el que cabría esperar de
una cabaña en medio de la nada, propiedad de una bruja. Era un
concepto abierto, y desde la entrada podíamos ver el pequeño
comedor de la cocina y las escaleras que llevaban al segundo nivel.
La chimenea del salón era oscura, pero las gruesas alfombras de piel
añadían calidez. La combinación de colores marrón y beige daba a la
cabaña una sensación hogareña, si no se tenían en cuenta todas las
cabezas de animales montadas en las paredes y los tarros
transparentes llenos de quién sabía qué.
Se acercó a la chimenea y levantó la mano. Una pequeña chispa de
energía verde salió de su palma y los troncos estallaron en llamas.
Sophie era bonita, sobre todo teniendo en cuenta que rozaba los
cuatrocientos años. Los ojos de Liam seguían sus movimientos, pero
no podía decir si estaba mirando su trasero en los ajustados
pantalones de lycra que llevaba o si había algo en su pequeño truco
de magia que había captado su atención.
—Mira, no tengo mucho tiempo. Necesito tu ayuda.
Eso llamó su atención y se volvió hacia mí.
—¿Ah, sí? Creía que se habían olvidado de mí después de mi
pequeño percance.
Resoplé.
—¿Percance? Intentaste traicionar a Santiago y se enteró. Tienes
suerte de que Kaden no te arrojara a la fosa.
Se estremeció al oírlo y tiró de las mangas de su blusa blanca.
—¿Entonces no estás aquí para recoger mi cabeza o algo así?
—No. Necesito que te la quedes y me ayudes a encontrar un
artefacto antiguo.
—¿El que Kaden ha estado buscando? —Sus hombros parecieron
tensarse.
Ladeé ligeramente la cabeza.
—¿Y cómo sabrías eso, estando excomulgada y todo eso?
—Las criaturas del Otro Mundo hablan, Dianna. Tú, más que
nadie, deberías saberlo.
—¿Cuánto han hablado últimamente? —Me invadió la aprensión
y me esforcé por ocultar mi inquietud. Recorrí la habitación,
pasando los dedos por los frascos alineados en una estantería.
Compartían espacio con varios helechos, y el polvo se acumulaba en
los que ella rara vez utilizaba. Unos pocos contenían plumas, y uno
un extraño pie, de vaya a saber Dios que cosa. Había un frasco de
globos oculares que probablemente pertenecieron a mortales y otro
lleno de insectos. Cogí el tarro con los insectos y lo agité
ligeramente.
—¿Por qué? ¿Tienes algo que ocultar? —Miró a Liam, recorriendo
su figura con la mirada. Gracias a los dioses, permaneció en
silencio—. ¿Tal vez un nuevo novio?
—No —espeté con disgusto—. Está aquí por si decides que no
quieres jugar limpio. Entonces te haríamos pedacitos.
Miró a Liam y luego a mí, pensando claramente en cómo podría
desmembrarla.
—Paso de eso. Entonces, ¿cómo se supone que voy a encontrar
este artefacto si la mano derecha de Kaden no puede?
Bien. Si Sophie pensaba que aún trabajaba para Kaden, significaba
que no sabía lo de Alistair.
—¿No tienes un hechizo o algo que puedas hacer? Quiero decir,
es antiguo y probablemente maldito, así que ya sabes, justo en tu
callejón.
Asintió una vez y suspiró.
—Puede que tenga un hechizo o dos que robé del grimorio de
Santiago.
Le guiñé un ojo y volví a colocar el tarro lleno de bichos en la
estantería.
—Sabía que podía contar contigo, Soph.
—Bien, déjame subir por algunas provisiones. Ahora vuelvo. —
Me miró y luego a los frascos detrás de mí—. Y por favor, no toques
nada.
Le sonreí con satisfacción.
—Te lo prometo.
Miró a Liam una vez más antes de subir las escaleras. Cuando
desapareció al doblar la esquina, me acerqué a Liam y le susurré:
—Buen trabajo. Estoy realmente impresionada. No has dicho ni
una palabra. —No se volvió ni me miró, no mostró irritación por mi
comentario, lo cual era extraño. Su mirada permanecía fija en la
escalera, como si pudiera ver a través de las paredes—. ¿Qué miras
fijamente?
No contestó, y su mirada no vaciló en ningún momento.
—¿Quieres un rato a solas con ella? Si encuentra el libro, puedo ir
a buscarlo. Ustedes dos deberían haber terminado para cuando
regrese, y podría ayudar a quitarte ese palo grande que tienes en…
—Tu amiga te miente —dijo con tal seguridad que me sorprendió.
—¿Qué?
Se volvió hacia mí con cara de confusión.
—¿Cómo no puedes verlo? La inquietud, el paso y la falta de
contacto visual. Incluso si ese no fuera el caso, su olor por sí solo se
disparó en el momento en que entramos.
—Sí, eso es porque ella está sudando por ti, señor alto-oscuro-y-
molesto. Sophie no es tan lista como para traicionar a nadie, y
aunque lo hiciera, ¿a quién recurriría? Kaden es el dueño del
aquelarre más grande, y Santiago la odia. No tiene a nadie.
Me sostuvo la mirada y ladeó la cabeza.
—Tú tampoco, y ahora mira dónde estamos.
Mi sonrisa vaciló mientras la inquietud me retorcía las entrañas.
—Iré a verla. Asegúrate de que realmente está buscando el
hechizo.
Fue a abrirme camino pero levanté la mano, apretándola contra su
pecho…
No pude evitar flexionar mis dedos contra todo ese músculo
caliente y sólido.
—Espera aquí, por si acaso.
Me miró la mano y luego volvió a mirarme.
—Me estoy cansando de que me des instrucciones sobre lo que
debo o no debo hacer. Soy el rey de este reino y de todos los reinos
intermedios. Tú no me das órdenes. Retira tu mano.
Lo hice, dejándolo caer a mi cadera.
—Sí, un rey en otro mundo, pero no en éste. Espera. Por favor.
Sus ojos escrutaron los míos, sus fosas nasales se encendieron una
vez.
—Cinco minutos.
—¿Qué?
—Cuatro.
La comprensión hizo clic.
—Oh, aún no ha pasado ni un minuto —dije antes de subir las
escaleras lo más silenciosamente posible.
El pasillo estaba poco iluminado y era pequeño. De las paredes
colgaban cuadros, pero no eran de Sophie ni de sus amigos. Eran
cuadros impersonales de flores y paisajes, de los que se ven en los
hoteles. Eso era raro. Conocía a Sophie lo suficiente como para saber
que le encantaba mirarse a sí misma.
Levanté un marco y vi un recibo pegado en la parte de atrás. ¿Qué
carajos? ¿Lo había comprado hoy? Bajé el cuadro y avancé por el
pasillo. Pasé junto a una mesita auxiliar con un surtido de
chucherías encima. Había tres puertas en el pasillo, dos de las cuales
estaban cerradas. La tercera, al final, estaba entreabierta y las
sombras bailaban en la habitación poco iluminada.
—Te dije que vendría. —La voz de Sophie era un susurro, pero
me detuvo en seco. Me apreté contra la pared y me acerqué
sigilosamente.
—Si ha traído al Destructor del Mundo con ella, él no vendrá —
respondió una voz masculina grave.
Me asomé al interior y vi a Sophie de pie junto a un gran armario,
con las manos entrelazadas mientras suplicaba a alguien en el
espejo.
El espejo no reflejaba nada, solo un brillo oscuro y turbio. No
podía ver ni distinguir con quién estaba hablando, pero podía sentir
su energía llenando la habitación. Tenía que ser uno de los hombres
de Kaden.
—Escucha, todavía puedo traerla.
—Esperemos —dijo, y el espejo parpadeó antes de volver a la
normalidad.
—Bueno, una vez traidor, siempre traidor —dije mientras
empujaba la puerta y entraba en su dormitorio.
Sophie dio un respingo y giró hacia mí. Me miró mientras se
apretaba contra la cómoda que tenía detrás. Vi cómo movía los
brazos y negué con la cabeza.
—No tienes nada aquí que pueda matarme. Lo sabes, ¿verdad?
Ella tragó saliva.
—No lo entiendes.
—¿Qué es lo que no entiendo? ¿La criatura espeluznante con la
que hablabas en el espejo, o que no estás tan excomulgada como
creía? O quizá Kaden me ha estado mintiendo sobre muchas cosas.
—La última parte me hizo hervir—. ¿Cuánto te ofreció por mi
cabeza?
—¿Qué importa? Tú harías lo mismo.
Levantó la mano y la puerta que había detrás de mí se cerró de
golpe. Miré por encima del hombro, sabiendo que el sonido alertaría
a Liam. Cuando me volví, Sophie estaba de pie con una pequeña
ballesta entre las manos.
—El plan era perfecto. Nym me envió todo. Te llevaré de vuelta
con Kaden. Cuando termine contigo, volveré al aquelarre y Nym se
sentará junto a Kaden.
Antes de que tuviera tiempo de reaccionar, apretó el gatillo. En
lugar de una sola flecha, varios proyectiles en forma de aguja
surcaron el aire. Me dieron de lleno en el pecho, haciéndome caer de
espaldas. Me apoyé en los codos mientras mis colmillos descendían.
Iba a hacerla pedazos. Estaba a mis pies, con una sonrisa que casi le
parte la cara.
—Esto no me matará, imbécil —gruñí, mirándola.
Puso una mano en la cadera, bajando la ballesta.
—No me jodas. Pero ese café que te tomaste en casa de Nym tenía
algo extra. Seguro que has notado los efectos. Las flechas llevan el
mismo veneno. Creo que me va a gustar ser rica, y no puedo esperar
a estar de vuelta en el aquelarre. Gobernaré junto a Kaden mientras
Onuna arde.
La fuerza se escurrió de mis brazos y me desplomé de nuevo en el
suelo. ¿Veneno? Me habían envenenado. Nym me había traicionado.
Miré las agujas que me sobresalían del pecho e intenté alcanzarlas.
El brazo me pesaba demasiado y la mano se me cayó al costado
antes de poder tocarlas. Tosí y me empezó a doler la garganta,
mientras la oscuridad jugaba con los bordes de mi visión.
—Créeme —mi voz quebrada y débil—, ese no es un asiento que
quieras.
—Lo dice la que tiene todo el poder. Tú no lo entenderías.
Siempre has sido la favorita de Kaden. —Presionó su pie contra las
agujas, forzándolas a penetrar más profundamente en mi cuerpo.
Apreté los dientes, luchando contra el dolor—. Ahora, voy a
esconderte en el armario e iré abajo a distraer al Destructor del
Mundo hasta que lleguen mis refuerzos.
Me invadió una oleada de mareos nauseabundos y supe que no
estaría consciente mucho más tiempo. Sophie se inclinó hacia abajo,
mirándome con una sonrisa de suficiencia mientras me saludaba.
—Buenas noches, zorra.
La puerta estalló con un fuerte estruendo, el suelo tembló
mientras fragmentos de madera irrumpían en la habitación. Sophie
abrió mucho los ojos y levantó la ballesta, apuntando hacia mí. No
tuvo tiempo de apretar el gatillo antes de que una fuerza invisible la
lanzara por los aires. Liam pasó por encima de mí mientras la
habitación se enfocaba y desenfocaba. Un silbido atravesó el aire,
seguido de un golpe seco. El mundo se volvió negro, pero un tirón y
un dolor agudo y punzante en el pecho me devolvieron a la
realidad. La irritación de Liam era un consuelo familiar en un mar
de agonía.
Tirón.
—… exasperante…
Tirón.
—… desobediente…
Tirón.
—… mujer irritante…
Cuando la última aguja salió de mi pecho, sentí que flotaba. Mis
brazos y piernas colgaban sin fuerza mientras me acunaban contra
una superficie dura y cálida. La vista se me nubló por los efectos del
veneno. Lo último que vi fue la cabeza de Sophie a los pies de la
cama, con los ojos muertos, inmóviles y fijos.
CAPÍTULO 23
Dianna
«Hay recompensa por tu cabeza».
«Déjame ir».
«Nunca».
«Kaden quiere a su perra de vuelta».
«Un asiento al lado de Kaden».
Me negué a abrir los ojos y me incorporé. Una oleada de náuseas
me inundó y expulsé el contenido de mi estómago. Sentí que alguien
me sujetaba la nuca con las manos. Cuando mi cuerpo intentó
desplomarse, unos brazos fuertes me sostuvieron. Algo cálido me
bañó los labios y el costado de la cara antes de que me volvieran a
tumbar con suavidad. Todo me dolía e, incluso con los ojos
cerrados, el mundo me daba vueltas. Un líquido espeso y dulce me
llenó la garganta y un agradable frescor me quitó el dolor mientras
me dormía de nuevo. Ya no me dolía el estómago ni estaba
mareada, solo la oscuridad me envolvía de nuevo.

Mis ojos se abrieron de golpe y me paralicé.


—Estoy muerta. Lo sé, mierda.
Una enorme puerta dorada flanqueada por enormes antorchas
gemelas se alzaba ante mí. Las llamas parpadeaban y danzaban
mucho más alto de lo que jamás había visto. En la superficie de la
puerta había grabados antiguos que representaban una batalla que
desconocía. Por esa puerta debía de pasar al juicio final antes de que
me enviaran a Iassulyn.
Miré hacia abajo y vi que aún llevaba la camiseta blanca, los
vaqueros oscuros y los tacones. Me levanté la camiseta y me miré el
pecho, pero no vi ni rastro del ataque de Sophie. Qué raro. Bueno, si
estaba muerta, al menos estaría cómoda y a la moda mientras
embrujaba a la gente.
«Espera, ¿qué pasa con Gabby?» Me giré, intentando encontrar
una salida. Necesitaba volver con Gabby. Estaría sola y, si yo moría,
definitivamente enfadada. ¿Y si Liam no cumplía su parte del trato
porque no habíamos encontrado el libro?
Me detuve, distraída por los grabados de las paredes. Hacían
juego con la puerta, y había muchas escenas. Algunas eran
representaciones de batallas, mientras que otras eran de personas
realizando tareas cotidianas. Hasta donde alcanzaba la vista, el
vestíbulo estaba flanqueado por antorchas y largas cortinas de seda
carmesí ondeaban al viento. La zona estaba a oscuras, salvo por el
tenue parpadeo de las llamas.
—¿Hola? —grité, girando en círculo—. ¿Hay alguien en casa?
¿Solicito un juicio final, o todos somos conscientes de que no debería
estar aquí? La broma es para mí. Ahora lo entiendo. ¡Salgan!
Para mi sorpresa, nadie respondió. Uno pensaría que un lugar tan
grande como este estaría lleno de gente.
Estaba frustrada, a punto de gritar obscenidades para ver si eso
conseguía alguna reacción cuando oí pasos que se acercaban por el
pasillo. Sonaba como una sola persona, y venía rápido. «Bien, bien,
gran trabajo, Dianna. Probablemente has molestado a una bestia
antigua». Me retiré, buscando un lugar donde esconderme.
Quienquiera, o lo que sea que viniera, tenía prisa.
Seguí moviéndome hacia atrás, temerosa de darle la espalda, con
las manos buscando la pared por detrás. Di un último paso y
parpadeé. Cuando abrí los ojos, una pared con profundos grabados
ocupaba mi visión.
«¿Acababa de atravesar un muro? ¿Qué estaba ocurriendo?»
Giré y se me cortó la respiración al contemplar la amplia
habitación. Di un paso y luego otro, sin que mis zapatos resonaran
en el brillante suelo de piedra. La ausencia de sonido era
ensordecedora. Me detuve en medio de la sala para asimilarlo todo,
fijando mi mirada primero en las columnas doradas que se alzaban
en las esquinas. De las enormes ventanas grabadas colgaban telas
vaporosas que danzaban como movidas por una suave corriente de
aire. Eché la cabeza hacia atrás y giré en círculos, contemplando el
cielo nocturno.
«Oh, mierda».
Definitivamente, ya no estaba en el plano mortal. La galaxia que
veía a través del techo medio perdido estaba formada por estrellas y
planetas que no pertenecían a mi mundo. Iluminaban el frío cielo,
con colores que iban del rojo al morado y una mezcla de azules. Los
meteoritos atravesaban los espacios vacíos mientras las nebulosas
giraban. Era lo más hermoso que había visto nunca. Ninguna
pintura o imagen podía compararse.
Gruñidos y gemidos me sacaron de mi admiración por la
extraordinaria vista, y me di cuenta de que no estaba en un lujoso
mausoleo, sino en el dormitorio de alguien. ¿Qué idiota tendría una
habitación con el techo abierto para contemplar la maldita galaxia?
Se oyeron más crujidos y me acerqué sigilosamente. Una cama
con dosel surgió de la oscuridad, con telas alrededor de las espirales
de cada esquina. Mis ojos se clavaron en la pareja y me detuve,
temerosa de hacer notar mi presencia. Vi cómo las suaves piernas
femeninas se echaban sobre los gruesos hombros masculinos y los
tobillos de ella se enlazaban detrás de la cabeza de él. Él la penetró,
provocando un coro de gritos y gemidos, tanto femeninos como
masculinos.
Las uñas rastrillaron la musculosa espalda, dejando pequeños
arañazos rosados a su paso. Siseó y le cogió las manos,
sujetándoselas por las muñecas por encima de la cabeza. El deseo se
encendió y se enroscó en mí al ver aquel poderoso cuerpo chocar
contra el suyo. Ella gritó un nombre y el calor que se acumulaba en
mi interior se apagó como si alguien me hubiera echado un cubo de
agua fría.
Debería haberme dado cuenta antes, dados los brillantes tatuajes
plateados que marcaban todo su cuerpo, pero nunca lo había visto
desnudo. Sabía que esta escena quedaría grabada para siempre en
mi memoria. Me di cuenta con una punzada de decepción.
«Maldito Liam».
—Por favor, no pares —gimió la mujer.
Le siguió una respuesta brusca que me dio ganas de vomitar.
—He muerto, y este es mi castigo. Esto es peor que el Iassulyn.
Levanté las manos y aparté la mirada del empuje erótico de sus
caderas. No sabía cómo había acabado en los recuerdos de Liam. Era
imposible, a menos que…
Me detuve al darme cuenta de lo que estaba pasando. Estaba en
un maldito sueño de sangre. Me llevé las manos a la cara y me tapé
los ojos mientras negaba con la cabeza.
—No, no, no, no.
Dejé caer las manos y me miré la palma donde me había cortado.
Una pequeña y fina cicatriz corría paralela a las líneas de mi palma.
Liam tenía una a juego después de aquel estúpido trato de sangre.
Pero si esa hubiera sido la causa, habría soñado antes, sobre todo
porque había dormido la siesta en el convoy. ¿A menos que me
hubiera dado de comer? Se me oprimió el pecho. ¿Había estado tan
cerca de la muerte que había temido que muriera? ¿Me había
alimentado para mantenerme con vida?
—Idiota.
Pateé la cama donde él y quienquiera que fuera esta mujer
misteriosa estaban intercambiando posiciones.
—¿Por qué hiciste eso? —dije, ahogando las palabras.
Era un inconveniente de ser lo que era. Si bebía demasiado o me
comía a alguien, fragmentos de sus recuerdos se mezclaban con los
míos. No podía controlar los sueños de sangre, y odiaba las
imágenes y emociones que venían con ellos. Por eso, entre otras
razones, intentaba no consumir sangre. Afortunadamente, los
sueños rara vez duraban mucho y, con los sonidos que provenían de
la cama, estaba segura de que terminarían pronto.
Miré a mi alrededor, preguntándome por qué el recuerdo era
importante para él. Comprendía que era un hombre, pero
normalmente los recuerdos que veía en los sueños de sangre habían
afectado profundamente al ser. Normalmente, lo que veía eran actos
o sentimientos de tal impacto emocional que se habían convertido
en parte de lo que hacía que el individuo fuera quien era. ¿Tal vez se
debía a esta mujer misteriosa? ¿Era un amor perdido, una aventura,
o tal vez una exesposa? Liam no llevaba la marca del Ritual de
Dhihsin en las manos, solo esos anillos de plata, así que sabía que no
estaba emparejado.
Sentí que se me oprimía el pecho al pensar que Liam estaba atado,
pero antes de que pudiera procesar la emoción, las grandes puertas
que había detrás de mí se abrieron de golpe y un hombre alto entró
en la habitación. Conocía a este hombre. Su pelo largo y trenzado
estaba decorado con joyas brillantes. Me había acostumbrado a las
líneas azules que le recorrían los brazos y el cuello hasta parecerse a
las llamas añiles de sus ojos. Todos los miembros de La Mano tenían
ese mismo brillo. Logan vestía lo que me recordaba a una mezcla
entre túnica y armadura de combate, con un lado del pecho al
descubierto.
—¡Samkiel! Mis disculpas, pero tu padre se acerca rápidamente —
dijo Logan, cerrando la puerta y atravesándome como si fuera un
fantasma.
Logan apartó las cortinas que rodeaban la cama mientras la mujer
jadeaba, sorprendida por la intrusión. Aparté la mirada de la cama
cuando las palabras de Logan me asaltaron. El padre de Liam se
dirigía hacia aquí. Sabía que estaba en un sueño de sangre, pero la
idea de verlo me llenaba de inquietud. Kaden nos había contado
historias sobre lo poderosos y crueles que eran los dioses. Un toque
podía convertir a un ser en polvo, y su ira podía hacer temblar a las
mismísimas estrellas. Sus armas tenían más poder que el sol, y
estaban más que felices de usarlas contra nosotros.
—Se suponía que tenías que distraerlo, Nephry —dijo Liam, con
voz ronca. Así que Nephry era el verdadero nombre de Logan.
Liam bajó de la cama y se envolvió las caderas con una sábana,
pero no antes de que Logan y yo pudiéramos echar un buen vistazo
a todas sus cualidades. ¿Por qué no me sorprendió que tampoco le
faltara en ese departamento? ¿Por qué no podía ser pequeño y no
prácticamente una tercera pierna?
Lo estudié abiertamente, decidiendo que aprovecharía la
oportunidad para saciar mi curiosidad. Después de todo, era
guapísimo. El Liam del sueño de sangre era diferente. No era el
Liam que yo conocía. Parecía más feliz y menos irritable, pero
todavía con esa actitud arrogante. El Liam de Rashearim era más
joven e inquebrantable, con un aura que apestaba a arrogancia.
A diferencia de la primera vez que lo vi, solo una barba oscura
ensombrecía la línea perfecta de la mandíbula, sin rastro de la
espantosa barba con la que había llegado. Su cabello oscuro yacía
ondulado sobre sus enormes hombros. Emanaba salud, juventud y
vitalidad. Sus ojos quemaban mercurio fundido y, cada vez que se
movía, el brillo plateado parecía dorar su piel. Era como si su poder
buscara una salida. Ahora entendía por qué podía sentirlo siempre
que estaba cerca de mí. No solo era poderoso. Él era el poder.
Liam dio un paso hacia Logan, pero su mirada estaba fija en la
puerta.
—¿Cuánto falta para que llegue?
Tal vez fuera porque hacía un mes que no tenía relaciones
sexuales, pero Liam desnudo era una maldita obra de arte. Nunca se
lo diría, pero verlo incluso semidesnudo hacía que se me hiciera la
boca agua, que se me tensaran los pezones y que se me apretara el
corazón. No podía negar mis reacciones físicas ante él, pero eso no
cambiaba nada. Seguía siendo un imbécil.
—Hice todo lo que pude. Incluso conseguí que las ninfas tocaran
una cancioncilla —dijo Logan, haciendo un gesto hacia la puerta
cerrada que tenía a sus espaldas.
Liam le dio una palmada en el hombro a su amigo mientras
caminaba junto a él hacia la mesa. Sirvió algo en una copa dorada.
—Me perdí otra coronación, así que no hay duda de que estará
malhumorado.
—¿Otra coronación, Samkiel? —dijo la mujer, con la voz aún
ronca por el placer.
Levantó las piernas y se puso de pie. Su piel tenía un tono marfil y
su preciosa y larga melena rubia se balanceaba sobre sus hombros al
moverse, los mechones que caían hacia delante apenas ocultaban las
exuberantes curvas de sus pechos. Yo había sido testigo de su juego
salvaje, pero ni un solo mechón brillante estaba fuera de lugar.
Levanté las manos y dije en voz alta:
—Tiene que ser una broma. ¿Todo el mundo aquí es perfecto?
Todo empeoró cuando se dio la vuelta y se dirigió con elegancia
hacia una silla, cogiendo un largo vestido bordado. Cada uno de sus
movimientos era poesía en movimiento, la suave luz que entraba
por el techo roto acariciaba sus curvas femeninas. Las brillantes
líneas de color que trazaban sus delicadas formas coincidían con las
de Logan. Me sorprendió que fuera una celestial, porque era todo lo
que una diosa debería ser, deslumbrante de la cabeza a los pies.
—Hola, Imogen. Tan deslumbrante como siempre —dijo Logan,
guiñándole un ojo.
—No más delirios para mí, gracias. Samkiel ya se ha ocupado de
eso. —Sonrió, abrochando el vestido por detrás.
—Seguro que sí. —Logan sonrió satisfecho, mirando a su amigo.
Liam se encogió de hombros a media copa, con los ojos llenos de
satisfacción masculina. Terminó su bebida antes de dedicarle a
Imogen una sonrisa devastadora.
—¿Me culpas?
Dioses. Me iba a poner enferma si tenía que ver a Liam flirtear.
Antes de que tuviera la oportunidad de encontrar una salida o de
obligarme a despertarme, el aire de la habitación cambió. Logan e
Imogen se enderezaron y la expresión de Liam se volvió hosca. Sentí
el poder que se dirigía hacia nosotros, incluso en el sueño de sangre,
y luché contra el impulso de huir. Oí lo que parecía un pequeño
ejército acercándose mientras Logan iba a ponerse al lado de
Imogen.
La puerta se abrió y entraron varios guardias. Se distribuyeron
por las paredes, formando focos de sombra. Entró un hombre
mucho más alto que Liam, pero de constitución casi idéntica. Su
cabello tenía casi la misma longitud que el de Liam, pero en lugar de
caer en ondas, estaba enrollado en una masa de largos y gruesos
rizos que le caían por la espalda. Algunos estandartes estaban
enroscados con bandas doradas que brillaban bajo la luz de las
estrellas. El brillo de las joyas incrustadas contrastaba con su piel
morena. Una barba oscura delineaba su mandíbula, aumentando su
fuerza en lugar de ocultarla. Ahora sabía de dónde había sacado
Liam su devastadora belleza.
Empuñaba una larga lanza de oro con la mano derecha. El asta
brillaba, con una luz dorada pulsando cerca de la punta afilada. La
lanza tenía grabado lo que reconocí como el lenguaje de los dioses, y
las mismas letras rúnicas estaban grabadas en lo más profundo de
su armadura de combate. Rodeaban el león tricéfalo de su coraza y
emitían destellos dorados en todas las piezas metálicas que llevaba,
incluido el faldón que se unía a la parte superior de sus botas de
cuero.
El poder que emanaba me recordaba al de Liam, excepto que el
suyo parecía ocupar toda la habitación. Incluso en el sueño, con mis
sentidos embotados, podía sentirlo. Era como si hubiera abierto la
puerta y me recibiera el sol. Retrocedí, sintiendo que se me erizaban
los pelos de los brazos. El Ig'Morruthen que había en mí se agitó y se
enroscó, sintiendo el peligro y tratando de escapar. Todos mis
instintos sabían que había una amenaza, y yo sabía quién era.
El Dios Unir.
Imogen y Logan se arrodillaron, inclinando la cabeza cuando él
entró.
—Padre —dijo Liam simplemente, encontrándose con la mirada
de su padre.
—¿Dónde estabas? —preguntó Unir, las palabras haciendo vibrar
la habitación.
—Si estás aquí, no hace falta que preguntes —espetó Liam con
frialdad.
Echó un vistazo a la habitación e hizo un gesto a Logan e Imogen
para que se levantaran.
—Déjennos.
Imogen miró una vez más a Liam antes de que una vibrante luz
azul los envolviera a los dos. Mi mirada los siguió mientras salían
disparados a través del techo abierto hacia el cielo. Mi corazón se
retorció al recordar cómo Zekiel había hecho lo mismo en su muerte.
Respiré hondo y volví a mirar el enfrentamiento que se estaba
produciendo entre padre e hijo.
—¡Eso significa todos ustedes! —bramó Unir, golpeando el suelo
de piedra con la culata del bastón.
La habitación se estremeció, el poder dentro de él se agitó.
Retrocedí, mis instintos me gritaban que huyera mientras la
habitación entera amenazaba con explotar. Liam ni siquiera se
inmutó, impasible ante la demostración de ira de su padre.
Los guardias se dispersaron rápidamente, cerrando la puerta tras
ellos. Unir suspiró y sacudió la cabeza antes de tomar asiento y
apoyar la lanza contra la pared. Estiró las piernas hacia delante y
apoyó el codo en el brazo de la silla. Se frotó el puente de la nariz y
yo sonreí, ya que había visto a Liam hacer lo mismo muchas veces.
Era evidente de quién había adquirido esa costumbre.
—¿Quieres un poco, padre? —preguntó Liam, sirviendo otra copa
del líquido dorado.
—No —replicó bruscamente Unir.
Ahora también sabía de dónde había sacado eso Liam. Los ojos de
Unir seguían cerrados como si al dios le doliera la cabeza.
—Me vuelves loco, hijo mío. Una simple tarea es lo que te pido, y
todavía no puedes completarla.
—Difícilmente veo que tenga mayor importancia, padre. Fue un
servicio de coronación para celestiales que sobrevivieron a una
batalla que un simple niño podría haber ganado.
—Es de gran importancia que su rey muestre su rostro. En
cambio, tú lo escondes entre los muslos de una mujer.
Liam señaló a su padre con un solo dedo.
—Para ser justos, había cumplido esa tarea mucho antes de que
comenzara la coronación.
—Samkiel.
—Seguimos entrenando a nuestros guerreros para una amenaza
que puede que nunca llegue —dijo Liam, tomando otro sorbo.
—Es mejor estar preparado para la guerra, a que la guerra llegue,
y tú no lo estés —dijo Unir, encontrándose con la mirada de Liam.
—Estoy preparado, igual que el resto de los celestiales. Yo formé
La Mano, y ellos entrenan día tras día. Además, te tenemos a ti y a
los otros dioses. Nadie se atrevería a invadir Rashearim.
Liam sonrió satisfecho y dejó su copa en el suelo.
—¿Te escuchas a ti mismo? Cuando hablas, tus palabras destilan
orgullo, santurronería y arrogancia.
Los ojos de Unir brillaron de irritación, y tuve que darle la razón a
su padre en eso.
—Quizás. O tal vez, simplemente no le veo la importancia.
Liam se encogió de hombros y, antes de que me diera cuenta de lo
que estaba sucediendo, Unir estaba al otro lado de la habitación,
tirando las copas y el vino de la mesa.
—¡No lo ves! ¿Cómo podrías? Todo lo que ves son tus propios
deseos egoístas. Los muchos amantes, el licor, las reuniones a las
que asistes con tus amigos. ¡No son tus amigos! No los hicimos para
eso. Su propósito es servir, obedecer y luchar cuando guerreamos —
bramó Unir.
La gente normal retrocedía cuando alguien tan enorme y lleno de
poder avanzaba o levantaba la voz, pero Liam no. No se movió
mientras observaba a su padre.
—Me hablas como si no fuera tu hijo. Conozco las leyes antiguas.
Me las has hecho comer, obligándome a tragarlas a diario desde que
era un bebé, y sé de mis amigos. Son seres sensibles y sienten igual
que yo. Si se les da un propósito en el que creen, lo seguirán. ¿Por
qué crees que abandonaron a los otros dioses? Es porque no los veo
como objetos que controlar.
Unir se pasó la mano por la cara y asintió.
—Los otros dioses lo ven. Lo ven y temen una rebelión entre
nuestras filas.
—¿Una rebelión? ¿De quién?
—De ti.
—¿Cómo?
—Llevas el arma de Oblivion. Has acabado con los mundos, y
ahora reúnes a sus soldados para que luchen por ti. Pensamientos
de un levantamiento se burlan de sus mentes.
«¿Arma de Oblivion? ¿Qué significa eso?».
—Nunca lo haría. Ni siquiera deseo liderar. Ese es tu sueño, no el
mío. Nací en esto y no tuve elección.
Echó la cabeza hacia atrás como si estuviera realmente agotado.
—Siempre debe haber un gobernante. Tú lo sabes. De lo contrario,
los reinos se separarían. Tiene que haber una constante, un rey que
deje de lado su propio deseo egoísta por el bien mayor. Un dios no
debe ser egoísta. Esa es la ley suprema.
Liam se sentó en los escalones que conducían al estrado donde
descansaba su enorme cama. Pasó el pulgar por el borde del cáliz
dorado que aún sostenía.
—Pero, ¿por qué tengo que ser yo? Dáselo a Nismera. Ella es la
siguiente.
—Lo fue hasta tu nacimiento. Ahora la corona recae en ti. Eres mi
único hijo. —Unir levantó la vista y se encontró con la mirada de
Liam. La emoción, casi violenta en su intensidad, se reflejó en su
rostro—. No soportaré más.
—¿Por qué?
—Ya sabes por qué.
—¿Por lo que le pasó a mi madre? ¿Tienes miedo de lo que le
pueda pasar a otra?
—No. —Unir respiró hondo y se frotó la nuca, una acción casi
mortal. Apartó la mirada mientras una pizca de tristeza bailaba en
sus facciones—. Amé a tu madre, y nunca amaré a otra. Sabes que al
principio nuestra relación era secreta. Con el tiempo, la verdad salió
a la luz y tuve que defender lo que más quería.
—¿Como haces conmigo?
Unir sonrió y dijo:
—Parecido, sí. A los dioses no les gusta compartir sus dones,
aunque los anteriores a nosotros y los anteriores a ellos los hayan
transmitido. Así que, sí, entiendo por qué te preocupas por tus
amigos. Los ves por lo que son, no para lo que fueron hechos, de la
misma forma que yo lo hice con ella. Es realmente un don, Samkiel.
No deseo que lo pierdas, pero ellos nunca lo aceptarán. Se han
librado guerras por cosas más simples que un título. Mis visiones
han empeorado recientemente. Veo mundos ardiendo, reinos
desgarrados y batallas en las que mueren demasiadas personas. Así
que sí, le temo a la guerra.
Liam asintió mientras levantaba la vista.
—Muy bien. ¿Qué quieres que haga ahora, padre?
—¿Primero? —Sus ojos recorrieron la habitación—. Limpia este
desastre, vístete e intentemos salvar parte de este día. Nos vemos en
el salón principal.
Unir cogió el bastón dorado y se dirigió hacia la puerta.
—¿Por qué no la trajiste de vuelta? —gritó Liam a la espalda de su
padre. Unir se quedó inmóvil e inclinó la cabeza, pero no se
volvió—. Podrías hacerlo. Es uno de tus dones.
—Cuando falleció, habría hecho pedazos el universo entero para
traerla de vuelta, pero sabía que estaba mal. La resurrección, sin
importar las circunstancias, está prohibida. No se gana algo tan
valioso como una vida sin pagar un precio muy alto. Hay cosas que
ni siquiera nosotros podemos permitirnos —dijo antes de abrir las
puertas. Los guardias que esperaban fuera se pusieron firmes. Sin
mirar atrás, cerró las puertas en silencio.
Observé cómo Liam miraba fijamente la puerta. Había perdido a
su madre. Podía identificarme con ese dolor más de lo que me
gustaba admitir. Liam agachó la cabeza y dejó que la copa que
sostenía cayera de sus manos. Rodó por los escalones y giró
lentamente en el suelo. Una parte de mí sentía lástima por él,
mientras que otra recordaba al depredador que había bajo aquella
piel agradablemente tensa. Era el Destructor del Mundo en todos los
sentidos de la palabra. Era como si estuviera viendo a su verdadero
yo, no al imbécil malhumorado y grosero que había llegado a
conocer. ¿Qué más le había sucedido para provocar un cambio tan
drástico?
Di un paso hacia él, sin saber qué iba a hacer, pero antes de que
pudiera averiguarlo, la habitación se balanceó y empezó a
disolverse.
CAPÍTULO 24
Dianna
Unas sábanas frescas y suaves me envolvieron el torso mientras
me daba la vuelta y me acurrucaba aún más en la cálida cama.
«Espera, ¿por qué estoy en la cama?» Abrí los ojos de golpe, pero los
cerré con la misma rapidez. Me cubrí la cara con el brazo, la luz de
la habitación me cegaba.
Levanté las pestañas con cuidado y entrecerré los ojos para ver la
habitación. Había una gran ventana a mi derecha. Las gruesas
cortinas de color crema colgaban hasta el suelo, pero estaban
descorridas, lo que permitía que la luz del sol se derramara por la
habitación en rayos dorados. Estiré el brazo y las puntas de los
dedos apenas alcanzaron el borde de la enorme cama. El edredón se
deslizó hacia abajo mientras me apoyaba en los codos. Este lugar no
era ni de lejos tan elegante o vibrante como el Rashearim que había
visto en el sueño, así que ¿dónde estaba?
—Estás despierta. Ya era hora.
Di un respingo y rodé. Un indigno chillido de alarma salió de mis
labios cuando caí de la cama y mi cuerpo golpeó el suelo con un
fuerte ruido sordo. Agarré el edredón, tiré de él a mi alrededor y
miré fijamente al hombre corpulento que descansaba en la silla al
otro lado de la habitación. Mi enfado se convirtió en confusión
cuando vi los libros, los papeles y el portátil sobre la mesita que
tenía delante. Llevaba unos vaqueros beige y un jersey blanco con
las mangas subidas hasta los codos. Sus bíceps se flexionaban
mientras cruzaba los brazos y me miraba desde el otro lado de la
habitación. Estaba enfadado conmigo. Bueno, al menos eso era
normal.
—¿Dónde estamos?
—¿Cómo te sientes?
—¿Ignoras mi pregunta haciéndome otra? —Entrecerré los ojos y
me levanté con dificultad. Mis piernas amenazaban con ceder y me
agarré al borde de la cama, aferrándome con fuerza al edredón. Me
balanceé y sentí que las manos de Liam me sujetaban los hombros,
estabilizándome. Ni siquiera lo había visto moverse, pero allí estaba
frente a mí, sosteniéndome con el brazo extendido.
—Tu pregunta es irrelevante, ya que nos iremos pronto —dijo. Su
mirada me recorrió, evaluando cada uno de mis movimientos como
si buscara alguna señal de que estaba a punto de caerme muerta—.
Ahora, responde a mi pregunta. ¿Cómo te sientes?
Levanté la vista hacia él y me giré para sentarme en la cama,
apoyándome en su fuerza más de lo que jamás admitiría.
—Bien, supongo. Un poco cansada, pero bien. ¿Qué…? —Empecé
a decir algo más, pero me quedé sin palabras cuando me asaltaron
los recuerdos.
Miré hacia abajo y me quité la camiseta de tirantes del pecho. Las
heridas punzantes y la telaraña de venas negras que las rodeaban
habían desaparecido. Estaba limpia y vestida con una camiseta de
tirantes oscura y unos pantalones de salón a juego, sin rastro de la
sangre que sabía que había manado de mí.
—¿Me desnudaste?
Su boca formó una línea dura, sus manos se flexionaron sobre la
curva de mis hombros.
—Te pido disculpas. ¿Sueles tener en el pecho una hemorragia
parecida al alquitrán? ¿O normalmente te convulsionas cuando te
disparan? Estabas asquerosa, posiblemente muriendo, ¿y te
preocupa que te desnude?
—No quiero que me toques. —Recordé lo que hacían esas manos,
lo doloroso que podía ser su tacto, y no las quería cerca de mí.
Retrocedió como si lo hubiera quemado.
—Por favor, no me insulte, señorita Martínez. El deseo de tocarla
es, y siempre será, lo más alejado de mi mente o mis intenciones. —
Puso las manos en las caderas, sacudiendo la cabeza mientras me
miraba—. Una de las celestiales la limpió después de evaluar las
heridas. Estaba cubierta de bilis y apestaba. Ni siquiera yo soy tan
cruel como para dejar que se pudra así.
Miré la silla y el desorden a su alrededor.
—¿Cuánto tiempo he estado fuera?
Sus ojos siguieron los míos y dijo:
—Dos días, seis horas y treinta minutos.
—¿Los has contado?
—¿Sí? ¿Por qué te sorprende? Tu ausencia solo ha alargado lo que
supuse que sería una aventura corta.
—Lo siento. No planeaba que me disparara una bruja enfadada —
espeté, sacudiendo la cabeza.
Me froté el pecho y eché un vistazo a la papelera que había cerca
del borde de la cama. A través de la bruma de estar despierta y
perdida en el mundo, recordé a alguien que me sostenía mientras mi
cuerpo trataba de deshacerse de la toxina. Liam dijo que había
habido celestiales ayudando, pero yo recordaba su voz, su olor y la
sensación de sus brazos. Pero tal vez solo fuera un sueño febril.
—Ella me envenenó. No, ellas lo hicieron. Sophie y Nym me
envenenaron.
La cama de al lado se hundió y miré a Liam mientras se sentaba.
—Eso deduje. —Se frotó las manos, sus anillos de plata
conectándose cada pocas pasadas—. No entiendo por qué el hombre
con el que compartiste tu cama, tu creador, te haría enfermar
violentamente solo para obligarte a volver con él.
Resoplé.
—Digamos que «compartir» es un término poco preciso, y
sinceramente no sé por qué Kaden está tan empeñado en
recuperarme. Sophie dijo que no sabía cuánto veneno necesitaría
para derribarme, así que quizá solo querían incapacitarme y se
pasaron.
Hizo un ruido, que acepté como un gruñido de acuerdo.
—¿Dónde está Sophie?
Me miró, con el rostro inexpresivo, pero los ojos encendidos por la
rabia que recordaba.
—¿Qué parte?
Un recuerdo pasó por mi mente. Recordé la puerta que se abrió de
golpe detrás de mí mientras yacía en el suelo. Liam había pasado
por encima de mí y vi la cabeza decapitada de Sophie rodar hacia
mí, con sus ojos hundidos mirándome fijamente. Liam había hecho
eso. Tragué saliva y me pasé la mano por la garganta. Sus ojos
siguieron la trayectoria de mi mano, pero no dijo nada.
—¿Y Nym?
—Detenida pero respirando.
Asentí una vez.
—Una última cosa, ya que estaremos pegados el uno al otro
durante un tiempo. —Eché la mano hacia detrás, alcance una
almohada y se la lancé—. ¡No puedes alimentarme con tu sangre,
idiota! —Cogí otra almohada y le apunté a la cabeza. La cual apartó
de un manotazo y me fulminó con la mirada—. No solo consumo la
sangre. Ingiero recuerdos con ella.
Ladeó la cabeza y tiró mi esponjosa arma al suelo.
—¿Recuerdos? Eso no es posible.
—Oh, es muy posible. —Levanté la última almohada de la cama,
lista para atacar—. Y acabo de conseguir un pase entre bastidores
para imágenes y sonidos que deseo eliminar de mi cerebro.
—Si ese es el caso, deberías haber tenido estos sueños antes.
Desde el trato de sangre, mi sangre está en tu sistema como la tuya
en el mío.
Bajé lentamente mi arma llena de plumas mientras pensaba en
ello.
—Bueno, supongo que no era una cantidad lo suficientemente
grande. No sé. No me obligué a estar así, y en realidad no he
dormido desde que hicimos el pacto. Solo esa siesta en el convoy.
Sus ojos se entrecerraron.
—Sin embargo, aquí estás, criticando mi horario de sueño.
—No se trata de eso —dije con la mirada.
—Correcto, esa no es la cuestión. ¿Qué viste con este poder tuyo?
Sentí un nudo en el pecho al recordar la conversación privada de
Liam y Unir, y sentí que se me iba el color de la cara cuando las
imágenes de él e Imogen volvieron a mi mente. Me aclaré la
garganta, haciendo a un lado mi malestar. No sabía por qué el
recuerdo de sus gritos y gemidos me revolvía el estómago. No podía
ser vergüenza. Lo había hecho mucho peor… o mejor, según se
mire. La parte lógica de mi cerebro intentaba convencerme de que
era porque no lo veía de esa manera.
Liam era una leyenda, nuestra versión del hombre del saco, y me
había torturado. Por supuesto, yo había intentado matarlo y había
participado en la muerte de uno de los suyos. Era el Destructor del
Mundo, y ese nombre y ese título sonaban a verdad por lo que había
dicho su padre. Pero para mí, era Liam, estirado, arrogante y
egocéntrico.
—¿Quién es Imogen? —solté antes de darme cuenta de lo que iba
a decir.
Liam parecía sorprendido por primera vez desde que lo conocía.
—¿Cómo conoces ese nombre? —Su voz salió como un ronco
susurro.
Culpé a la bestia que residía en mí por apoderarse de mí y forzar
las palabras a salir como un vómito.
—¿Es una exnovia? ¿Está muerta? ¿Es por eso que eres tan
miserable y malo?
Sacudió la cabeza. Tenía la mandíbula de piedra y el tono de su
voz estaba cargado de ira.
—¿Alguna vez intentas moderar tu vocabulario cuando te diriges
a mí? A veces eres tan grosera.
—La verdad es que no. ¿Pero no respondiste a la pregunta? ¿La
amabas?
Si ella había muerto, eso podría explicar por qué actuó con tanta
frialdad. Perder a tu familia y a la persona que más querías puede
trastornar hasta al más fuerte de nosotros.
Apretó la mandíbula y se llevó la mano a la sien, frotándosela
durante un segundo. Lo había visto hacerlo varias veces, pero no
había dicho nada. Esa era otra pregunta para otro día.
—No es que sea asunto tuyo, pero Imogen no está muerta. Yo no
la amaba, ni es mi… —hizo una pausa, agitando la mano como si
intentara digerir las palabras—, nada de lo que has afirmado
anteriormente.
—Oh, Liam, no sabía que eras un jugador, pero tiene todo el
sentido. Dado tu título, estoy segura de que podrías tener a quien
quisieras, diosa o no. Bien por ti.
Dejó escapar un largo suspiro exasperado mientras se pellizcaba
el puente de la nariz. Bien, lo había irritado.
—Señorita Martínez, por favor, concéntrese.
—Bueno, en fin —levanté la vista mientras intentaba relatar los
hechos—, los vi desnudos a ti y a tu novia-no-novia. También estaba
en otro mundo. El edificio en el que estaba no se parecía a nada que
hubiera visto antes, y eso fue antes de estar en tu habitación. Faltaba
el techo, y podía ver tantos planetas y estrellas. Era…
—Rashearim —susurró. Pronunció la palabra como quien
pronuncia el nombre de un pariente muerto. Lo miré y vi cómo se le
iba el color de la cara, y su enorme cuerpo parecía arrugarse sobre sí
mismo. Parecía tan triste.
Fue en ese momento cuando lo comprendí. Por qué Liam era
como era y por qué no le importaba su aspecto. Supe por qué era tan
brusco. Era tan cerrado con todo el mundo, incluso con aquellos que
él decía que eran sus amigos. Estaba consumido por la pena y el
dolor. Liam estaba de luto.
Se aclaró la garganta y preguntó:
—¿Siempre se obtienen interpretaciones tan vibrantes del pasado
de uno?
Miré hacia abajo, revolviendo un trozo del edredón.
—Si son lo bastante fuertes. —Volví a levantar la vista, soltando la
mano—. Había supuesto que todos los tuyos serían aburridos. No te
ofendas.
Su ceño volvió a fruncirse, reemplazando la tristeza embrujada de
su mirada. Lo aceptaría. Prefería mucho más al Liam enfadado y
decepcionado conmigo que al herido. Liam herido me hacía sentir
cosas que no quería sentir gracias a mi estúpido corazón mortal.
Giró la cabeza como perdido en sus pensamientos antes de
aclararse la garganta y decir:
—Es fascinante. ¿Podría esto darnos una idea de dónde se
esconde Kaden? Supongo que los dos comparten la misma sangre,
¿verdad?
—En realidad, no. —Arrugué la nariz—. Nunca me dejó. Siempre
hablaba de cómo sus recuerdos dañarían mi cerebro mortal.
Liam parecía escéptico.
—O te estaba ocultando cosas.
Asentí, sabiendo que probablemente era lo segundo. Sobre todo
teniendo en cuenta cómo me había mentido Kaden.
—O eso.
—¿Este poder es transmisible?
Me burlé, agarrando la almohada y levantándola una vez más.
—¿Perdona? ¿Como una enfermedad?
Se quedó mirando mi arma no mortífera y puso la mano en la
almohada, obligándome a bajarla.
—En esencia, sí. Tú y yo hemos compartido sangre, y necesito
saber si esto es algo que pueda experimentar.
Mis oídos ardían de calor mientras me sonrojaba, pensando en las
cosas que Liam podría presenciar si viera mi pasado.
—La verdad es que no lo sé. Espero que no, pero nunca he
compartido mi sangre con nadie.
—Así que es posible. —Hizo una pausa—. ¿Cuánto dura este
poder? ¿Los sueños?
Me encogí de hombros.
—Normalmente no mucho. Un día o así con los mortales, pero tú
eres diferente. Eso tampoco lo sé.
—Según mis estudios, los poderes y habilidades de los
Ig'Morruthens varían según la especie y el tipo. Dado que tú y tus
hermanos parecen ser de un tipo no clasificado en ningún texto que
tenga Vincent, ¿hay algo más que deba saber sobre sus dones?
Lo estudié un momento, sopesando mis opciones y decidiendo si
debía decirle la verdad o dejarlo con la duda. Con un suspiro, me
encogí de hombros y dije:
—Estoy segura de que si sueñas, verás todos mis dones. Pero no,
ya has visto todo lo que puedo hacer. Me has visto transformarme y
has visto el fuego que empuño. Ahora conoces mis sueños de
sangre.
—¿Sueños de sangre? Hmm. —Asintió mientras parecía
reflexionar sobre mis poderes—. Por favor, házmelo saber si tienes
más de estas visiones, ¿sí?
Le hice un simulacro de saludo.
—Claro, jefe. Me aseguraré de avisarte si tengo más sueños
sexuales vívidos contigo e Imogen antes de que Logan interrumpa.
Sus ojos se entrecerraron en mí como si supiera exactamente qué
día había visto. Mentiría si dijera que no me intimidaba, sobre todo
después de ver cómo se enfrentaba a su padre sin inmutarse.
—Ese no fue el único incidente que ocurrió aquel día. ¿Qué más
vio u oyó, señorita Martínez?
Oí su voz entrecortada y supe que le preocupaba que hubiera
visto demasiado. Eso llamó mi atención.
—Vi a tu padre, Unir. Es mucho más alto que tú, lo cual ya es
mucho decir. Podía sentir el poder en ese recuerdo tuyo, pero no
podía entender el lenguaje. Entonces me desperté.
Era mentira, pero me pareció que su conversación era demasiado
personal para repetirla a pesar de que yo la viera y la oyera. Aunque
fuera un idioma desconocido, yo estaba en su cabeza, así que
entendía lo que se decía.
Sonreí con satisfacción, sabiendo que le molestaría.
—¿Por qué? ¿Hay algo que no quieres que vea?
Se levantó con un movimiento fluido, su velocidad me recordó
que aunque sentía algunas emociones mortales como la tristeza o la
pena, estaba lejos de ser mortal.
—Creo que es hora de que nos vayamos.
Así que tenía secretos. Me sorprendió.
—¿Dónde estamos? Y no vuelvas a ignorar esa pregunta.
—Un hotel en las afueras de Adonael.
Todo encajó y un pavor abrumador me invadió mientras me
levantaba de la cama a toda prisa.
—¿Qué? Te dije que nada elegante, Liam. Por debajo del radar —
espeté mientras echaba un vistazo a la habitación, que ahora me
daba cuenta de que tenía un tamaño decente incluso para ser un
hotel. Necesitaba encontrar mis zapatos y teníamos que salir rápido
de aquí—. ¿Por qué te cuesta tanto escuchar?
—¿Perdón? No hice esto por ocio. Estabas inconsciente, y no tenía
ni idea de cómo funcionaban sus hechizos o qué hacer. No estaba
seguro si alimentarte era lo correcto. Necesitaba información, y no
podía obtenerla de esos lugares fuera del radar que recomiendas.
Me tiré al suelo, buscando debajo de la cama los tacones que
llevaba puestos. Me levanté al no verlos.
Lo fulminé con la mirada.
—Sí, pero ¿cómo hemos llegado hasta aquí? No puedes conducir,
así que eso significa que llamaste a alguien, lo que significa que
podría ser rastreado. Si Kaden o sus lacayos fueron a casa de Sophie
a buscarme, probablemente sepan dónde estamos.
—No sabes nada de mí ni de lo que puedo o no puedo hacer. Tu
falta de confianza en mis habilidades es insultante. Soy un rey,
¿recuerdas? Puedo hacer y conseguir todo lo que desee.
—Oh, créeme, no lo he olvidado, mocoso malcriado —dije en voz
baja.
Hizo un gesto de desaprobación, haciéndome saber que había
oído lo que dije, pero no hizo más comentarios.
—Llamé a Vincent después de lo ocurrido. Este es uno de los
muchos establecimientos de propiedad celestial. Siempre me
atenderán si lo pido.
Así de fácil, la empatía que sentía por él se evaporó. Era un idiota
consentido. Quise comentar que había visto de primera mano lo
bien que lo cuidaban, pero logré contenerme.
—Hice que aseguraran la casa de Sophie y te traje aquí. Este era el
lugar más cercano donde podías descansar y yo podía quedarme a
tu lado para asegurarme de que no murieras.
Liam acababa de confirmar lo que yo ya había deducido de los
papeles y el desorden alrededor de aquella silla. Se había quedado
conmigo.
—Además, no puedo perderte.
—Qué amable —bromeé a medias. Sabía que no lo decía en el
buen sentido, pero irritar a Liam era mi nuevo pasatiempo favorito.
—Tu muerte sería un gran inconveniente, dada la misión que
debemos completar. Así que, dicho esto, no volverás a perderme de
vista. Eso significa que no me das órdenes ni me dices lo que tengo
que hacer.
Puse los ojos en blanco mientras seguía buscando mis zapatos por
la habitación.
—Ahí está. Pensé que había perdido al terrorífico hombre-dios
por un segundo.
Me fulminó con la mirada antes de pellizcarse el puente de la
nariz.
—Si mueres, no tendré pistas del Otro Mundo sobre esa ridícula
idea de que Azrael dejó un libro. Eres mi mejor oportunidad de
predecir y detener los ataques.
Asentí con la cabeza y desistí en mi intento de encontrar mis
zapatos. Tendría que ir descalza hasta que pudiera conseguir otro
par.
—Qué caballero. Ya veo por qué las mujeres caen rendidas a tus
pies.
Sus fosas nasales se encendieron y su mandíbula se endureció.
—¿Tienes que hacer bromas cada segundo que respiras?
Sonreí, sabiendo que por fin me había metido en su piel.
—¿Por qué te molestan?
—Eres absolutamente atormentadora. Te das cuenta, ¿verdad?
—Me encanta cuando flirteas conmigo. —Le guiñé un ojo,
haciendo que se le saliera una vena de la frente, lo que solo me hizo
reír. Si hubiera podido matarme en el acto, sabía que lo haría—.
Bien, bien, es justo.
—¿Entonces estamos de acuerdo? ¿No me abandonarás mientras
vas a hablar con alguno de tus supuestos amigos o informantes?
Me acerqué a él y cambió sutilmente de posición, preparándose
para atacar. Me detuve a pocos centímetros de él y le tendí el
meñique. Su mirada se posó en mi mano, mirándola como si le
hubiera ofrecido un animal muerto.
—Promesa de meñique, nunca lo abandonaré, Alteza.
Su mirada se desvió hacia la mía, con una emoción que no
reconocí en sus ojos grises. Le agarré la mano y lo obligué a jurar
con el dedo meñique mientras miraba nuestras manos unidas y
volvía a mirarme.
—No entiendo esto.
—Es algo divertido que Gabby y yo hacíamos cuando éramos más
jóvenes y que perduró a lo largo de los años. Cuando murieron
nuestros padres, tuve que robar durante un tiempo para sobrevivir.
Esta fue una de las muchas cosas que se nos ocurrieron para
asegurarnos de que volvería. No puedes romper una promesa de
meñique. Es como una ley, pero no tus aburridas leyes.
—¿Robaste? —Por supuesto, eso llamó su atención.
—No todo el mundo nace con una cuchara de plata en la boca, su
Alteza.
Dejó pasar mi comentario antes de asentir lentamente.
—Muy bien. Promesa de meñique.
Fue tan extraño oír esas palabras salir de sus labios que sonreí.
Aquello pareció alterarle más que mis molestas ocurrencias, y sus
ojos se abrieron un poco. Bajé la sonrisa y la mano.
—Debería haber sabido que Sophie no sería de fiar —dije,
cambiando de tema a propósito.
Se metió las manos en los bolsillos.
—¿Todos tus amigos te disparan en el pecho?
Arrugué ligeramente la nariz y me encogí de hombros, pensativa.
—Sé que esto puede sorprenderte, pero no tengo mucha gente
que se preocupe por mí. Mi hermana, claro, ¿pero amigos? Todos
mis amigos son a través de Kaden, y eso significa que hay muy
pocos cuya lealtad estaría conmigo. —Forcé una risa amarga y me
pasé un mechón de pelo por detrás de la oreja. Esperé a que me
diera la razón, a que dijera algo grosero o malo, pero por una vez no
lo hizo.
Una mirada sombría cruzó su rostro. ¿Sentía lástima por mí?
Fuera lo que fuese, la emoción desapareció tan rápido como
apareció.
—Con eso en mente, necesitaremos un nuevo plan. Tus amigos
son poco fiables y peligrosos. A menos que tengas otros informantes
que puedan ser de ayuda y no intenten devolverte a Kaden, creo
que debemos volver al Gremio en Boel.
Me mordí el labio inferior, con el pecho dolorido por la
incertidumbre. Había alguien, pero no estaba segura de querer
meterlo en esto. Le había hecho una promesa, pero nos
encontrábamos en una situación desesperada como la del fin del
mundo. Le había dado a él y a su familia una salida, una
oportunidad de escapar. Si acudía a él, los arrastraría de nuevo a mi
lío con Kaden. Estaría poniendo un blanco en su espalda.
—Puede que tenga otro plan, pero tendrás que hacer otra
promesa.
—¿Tengo que hacerlo? —preguntó, levantando una sola ceja.
Asentí con la cabeza.
—Se supone que este hombre está muerto y su paradero debe
permanecer en secreto —dije, sin humor en la voz.
La confusión llenó sus ojos.
—No lo entiendo.
Quería que mi treta durara más. No quería que tuviera ni siquiera
un atisbo de mi verdadero yo, y no quería hundir a nadie más
conmigo.
—Prométeme que si te llevo allí, si te muestro mi mundo, no
actuarás como el todopoderoso ejecutor de la ley.
—Señorita Martínez. No sé si puedo hacer que…
Agarré sus manos y las estreché entre las mías. No me había dado
cuenta de lo grandes que eran sus manos en comparación con las
mías hasta que se las estreché. Sus anchas palmas estaban marcadas
por callosidades ásperas, y supe que se las había ganado en largas
batallas. Levanté la vista e intenté suplicar todo lo que pude. Rara
vez suplicaba por algo, pero haría lo que fuera necesario para
mantener a salvo a mi amigo.
—Por favor. No te lo estoy ordenando, te lo juro. Te lo suplico.
Estos son mis amigos de verdad, y odian a Kaden tanto como tú.
—Si se hiere a inocentes…
—No lo harán, créeme. Y si lo hacen, entonces, por todos los
medios, haz cumplir la ley hasta el final.
Estuvo callado tanto tiempo que temí que no aceptara.
—Muy bien. Entonces te lo prometo. —Miró hacia abajo, donde
aún sostenía sus manos—. ¿Esto requiere otro meñique?
Negué con la cabeza mientras me reía, escapándoseme un
pequeño bufido.
—No, no es necesario. —Solté las manos y me di la vuelta,
dirigiéndome al baño para darme una ducha.
—Espera. ¿Adónde vamos? —exclamó Liam justo antes de que
cerrara la puerta.
—Zarall. Hay un Príncipe Vampiro que debí matar y no lo hice.
CAPÍTULO 25
Dianna
—¿Otra parada? —gimió Liam y se movió en el asiento del
copiloto.

De acuerdo, lo entendía. Tuvimos que repostar varias veces y


volví a tener hambre. Como estaba intentando por todos los medios
no comerme a la gente, pues bocadillos.

—Sí, otra parada. ¿No quieres salir y estirar las piernas? Llevamos
horas atrapados en este coche.

—No, lo que me gustaría es que no fuéramos en coche a todas


partes cuando existen medios de transporte más rápidos.

—Y te he dicho al menos diecisiete veces por qué no podemos.

Hizo un gesto con la mano hacia mí, claramente agitado.

—Sí, sí, tú y este radar obsesivo.

Puse los ojos en blanco.

—Además, tengo que hacer pis y tengo hambre.

Me miró exasperado.

—Pero si acabas de comer hace unas horas.

—La gente normal come más de una vez al día.

—No eres una persona normal, o una persona, para el caso.

Me mordí el labio mientras aparcaba el coche.

—Dioses, es una sorpresa que tengas amigos.


—Lo dice aquella cuyos amigos intentan matarla repetidamente.

Mi mirada se entrecerró.

—Alguien está de mal humor. ¿Cuándo fue la última vez que


comiste de verdad?

Evitó el contacto visual y miró fijamente hacia la pequeña tienda.

—Date prisa —espetó.

Me giré completamente en el asiento y apoyé el brazo en el


volante.

—Liam. ¿Cuándo fue la última vez que comiste?

Sabía que no había comido ayer ni anteayer, ya que yo había


conseguido comida y acabé comiéndomela toda. Justo ahora se me
ocurrió que no lo había visto comer ni dormir. Aunque lo que había
estado haciendo apenas podía considerarse dormir. Las imágenes
del pasado de Rashearim y Liam seguían plagando mis sueños. Por
suerte, consistían más en batallas y menos en orgías.

El aire del vehículo se sentía condensado, como si su agitación


tuviera peso físico. Los cierres de la puerta saltaron y mi puerta se
abrió. Di un pequeño respingo y miré detrás de mí. ¿Lo había hecho
él? Claro que sí. Recordé el ataque a Arariel cuando intenté escapar.
Sentí que una fuerza invisible, como una gran mano, me rodeaba la
cola y me tiraba hacia atrás.

—Cinco minutos —dijo bruscamente mientras se apoyaba en la


puerta del pasajero, con los brazos cruzados. Era un imbécil
arrogante.

—No puedo hacer pis en cinco minutos. Tendría que correr por la
tienda —dije, levantando las manos.

No dijo nada, solo levantó una ceja como desafiándome.

Suspiré pesadamente, echando la cabeza hacia atrás brevemente


antes de volver a mirarlo.
—Ugh. Dame diez minutos.

—Ocho.

—Liam.

Me miró como si le hubiera hecho la pregunta más idiota cuando


lo único que había hecho era decir su nombre.

—Asumiste que estaba… ¿Cuál es la palabra? —Hizo una pausa,


mirando hacia otro lado por un segundo mientras buscaba la
palabra que quería—. ¿Bromeando? ¿Cuando dije que no quería
perderte de vista?

—Bien —gemí, levantando los brazos de nuevo.

—Tienes siete minutos ahora que quieres discutir.

Entorné los ojos hacia él. Si hubiera podido estrangularlo, lo


habría hecho.

No me molesté en discutir. No tenía sentido. Liam solo contaría


más y no quería arriesgarme a que me siguiera dentro. Negué con la
cabeza y lo miré un momento más antes de saltar del coche. Cerré la
puerta con demasiada fuerza, pero era un completo imbécil y su
rutina de altanería me estaba poniendo de los nervios. Era un viaje
de poder y estaba harta de tratar con hombres y sus egos.

Un timbre sonó en el techo cuando empujé la puerta de cristal


para abrirla. Las dependientas me miraron, la de la caja sonrió
mientras daba el cambio a la persona a la que estaba ayudando.
Varias estanterías llenas de aperitivos y suministros de todo tipo
formaban pasillos en el pequeño espacio. Una niña eligió una bolsa
de caramelos y su hermano, patatas fritas, mientras sus padres
sonreían complacidos.

Recorrí la tienda con la mirada, asegurándome de saber dónde


estaba todo el mundo y tomando nota de mis salidas. La máquina
de bebidas heladas me llamó y fui directa a ella, mezclando
alegremente tres colores diferentes hasta formar un brebaje morado.
Había suficiente azúcar en aquel brebaje dulce para mantenerme
despierta al menos unos días más.

Tomé un sorbo y no perdí de vista a los cajeros mientras


deambulaba por la pequeña tienda. El timbre de la puerta sonó
varias veces mientras la gente entraba y salía. Cogí unas bolsas de
patatas fritas y unos bocadillos antes de dirigirme a la caja
registradora. Uno de los cajeros empezó a barrer y me observó de
reojo mientras colocaba mis compras en el mostrador. El timbre
volvió a sonar cuando el único cliente que quedaba en la tienda se
marchó.

—¿Por qué estás aquí?

Sonó un pitido al escanear mis patatas.

—Eso es grosero, Reissa. No «hola» o «¿cómo has estado?».

Entrecerró los ojos y me dijo:

—Todos los del Otro Mundo saben cómo has estado. Kaden puso
una gran suma en esa bonita cabeza tuya.

Otro chico vino del fondo, mirándome de reojo mientras pasaba a


la otra caja. Parecía un adolescente, pero era difícil saberlo.

—Eso es lo que he oído. Entonces, ¿piensas cortármela? —dije,


inclinándome hacia delante para dar un largo sorbo a mi bebida.

Escaneó el último bocadillo y lo embolsó antes de apoyar ambas


manos en el mostrador.

Reissa me miró a los ojos y me sostuvo la mirada.

—Solo quiero vivir en paz con mis hijos, Dianna —dijo, señalando
con la cabeza a los dos chicos—. Además, cualquier violencia solo
alertaría a ese hombre corpulento de tu coche. Aunque no es un
hombre en absoluto, ¿verdad?
Miré detrás de mí, dando otro sorbo a mi bebida y asegurándome
de que el coche y Liam estaban justo donde los había dejado. Había
aparcado para que él no pudiera ver la tienda.

—Anatómicamente, sí, todo lo demás diría que no.

Sacudió la cabeza y se bajó lentamente del mostrador, atando las


bolsas para cerrarlas.

—¿Por qué iba a ayudarte, Dianna? Si Kaden se entera, no solo


tendrá mi cabeza, sino que también irá por mis hijos. El riesgo es
demasiado grande.

—Es justo. —Me acerqué con la mano libre y le agarré la nuca.


Mis dedos se enroscaron en su pelo y golpeé su cara contra la
encimera, manteniéndola allí.

—Sabes, intenté ser amable la primera vez que pedí ayuda.


Conseguí que me dispararan en el pecho y me envenenaran, así que
no creo que quiera ser amable nunca más.

Levanté su cabeza y la volví a golpear con fuerza contra el


mostrador.

Oí caer la escoba cuando sus hijos se abalanzaron para proteger a


su madre.

Los miré, con los labios curvados en una sonrisa malévola.

—Oh, sí, por favor. No he quemado a nadie vivo en al menos un


mes.

—Para. —Ella gruñó bajo mi mano—. No pasa nada.

Los chicos se detuvieron en seco y la miraron antes de


fulminarme con la mirada.

—Vamos a jugar a un juego. Tú me dices lo que quiero y yo no te


quemo junto con este lugar.

—No lo harías.
Reissa chilló cuando volví a golpearle la cabeza contra el
mostrador.

—Espero que mi reputación no se haya resentido tanto.

Hizo un ruido en voz baja, pero no hizo más comentarios.

—Vamos. No seas así. —Me incliné más cerca, mi mano


presionando más fuerte contra su cráneo. Ella gruñó por la
presión—. ¿Te gustaría ver a tus hijos de rodillas, suplicando la
muerte mientras licúo sus órganos de dentro a fuera?

Realmente no podía hacerlo. Lo había intentado una vez, pero


acabaron ardiendo mucho antes de que empezara la súplica. Aun así
era una buena amenaza y supe que había funcionado cuando olí su
miedo.

—Bien, bien, bien —suplicó y yo aflojé, levantando la mano. Ella


se apartó de la encimera y se peinó el pelo con un par de pequeños
movimientos antes de alisarse la parte delantera de la camisa
ligeramente arrugada.

—Además —dije, girando la pajita en mi bebida para deshacer el


hielo que se había apelmazado en el fondo—, cuanto menos ruido
hagamos, mejor. No queremos que salga del coche un alto, moreno
y molesto.

—Así que es verdad. Tienes al Destructor del Mundo en la palma


de tu mano. Bueno, si alguien pudiera corromper a un dios, serías
tú.

Mi labio se curvó de disgusto ante su insinuación.

—¿Qué? ¿Eso es lo que piensa todo el mundo? ¿Que jodí con mi


salvación?

—Eres todo lo que odia. ¿Por qué si no te habría incinerado a


primera vista?

Me salió humo por la nariz y supe que mis ojos se habían puesto
rojos. El vaso de poliestireno que tenía en la mano chisporroteó y
luego se derritió y el líquido azul y morado cayó al suelo con un
chapoteo.

—Puede que ya no esté bajo el dominio de Kaden, pero eso no me


convierte en una amenaza menor. Vuelve a faltarme al respeto y
serás la última de tu raza de ocho patas.

Se quedó mirando el desastre pegajoso del suelo y luego me miró


a los ojos de mala gana. Su garganta se estremeció una vez y tragó
saliva.

—Lo siento, es que…

—El Otro Mundo habla, lo sé, lo sé. —Sacudí la mano, dejando


caer los restos de mi bebida.

Sus hijos no se habían movido, pero tenían el cuerpo tenso y las


manos apretadas. Vi sus camisas ondulándose alrededor de sus
hombros, las piernas que mantenían ocultas bajo su piel moviéndose
en una táctica intimidatoria. Qué lindos. No fue hasta que tomé aire,
calmando la corriente de ira que me invadía, que oí movimiento
detrás de la puerta metálica. Había algo más que los dos chicos con
ella.

Hizo un gesto con la mano a uno de los chicos, ordenándole en


silencio que limpiara el desastre. Lo miró mientras cogía la fregona
y se volvió hacia mí.

—¿Qué necesitas?

—Una forma segura de pasar El Donuma. Camilla tendrá mi


cabeza si pongo un pie en esa zona. —Me quedaban unos cuatro
minutos del tiempo asignado. Tenía que darme prisa.

—Ah, sí, la Reina Bruja. Quizá si le hubieras dado lo que quería,


no los odiaría tanto a ti y a Kaden.

—Kaden hizo a Santiago su mejor amigo brujo, no a mí. Sé que su


poder rivaliza con el de él, pero Santiago tiene polla, lo que
automáticamente le da ventaja. —Me giré hacia sus hijos—. No se
ofendan.

—Si te ayudo, ¿qué recibo a cambio?

Me encogí de hombros.

—No sé. ¿Qué quieren las arañas?

El puño de Reissa golpeó el mostrador, haciendo que la máquina


fallara. Se le abrieron varios ojos a lo largo de la frente y su disfraz
de mortal se desvaneció cuando unas espinas en forma de aguja se
clavaron en su peluca.

—No somos arañas. Sabes que odio esa comparación.

Sonreí divertida por haberla molestado.

—¿Estás segura? Entre las patas y los ojos, y oh, no olvidemos las
creaciones en forma de telaraña que sé que tienes en la espalda, todo
parece sumar araña. ¿Qué hay para comer hoy? —Me incliné más
cerca, olfateando el aire—. Huelo ciervos y… oh, autoestopistas.

Su labio se curvó hacia atrás anticipando el descenso de sus


colmillos.

—¿Es mejor tu dieta?

—Dejé de ser mortal hace mucho tiempo. Ahora soy


prácticamente una Ig'Morruthen vegetariana.

Sacudió la cabeza y respiró hondo; sus numerosos apéndices y


ojos desaparecieron al recuperar su forma mortal. Se pasó una mano
por la peluca y dijo:

—Tengo una forma de que puedas escabullirte en El Donuma,


pero tendrás que preguntárselo tú misma. Se han trazado líneas,
Dianna. Kaden ha perdido a dos generales y su facción se tambalea.
Ya nadie confía en nadie.

Me miré las manos, imaginando la sangre que las marcaba incluso


ahora. Todo lo que vi fue rojo. Después de lo que había hecho,
Kaden nunca dejaría de cazarme y toda su infraestructura tenía que
estar al borde de una guerra civil. Si pensaban que no podía
mantener a raya ni siquiera a los más cercanos, tendría que hacer
algo drástico para recuperar el control. Reprimí esos pensamientos y
me encontré con su mirada, mientras mis dedos golpeaban el
mostrador.

—¿Dónde está? ¿Ese hombre que puede ayudarme?

Metió la mano bajo el mostrador y sacó una pequeña caja gris.


Sacó una llave de su delantal y la abrió. Después de rebuscar entre
varios teléfonos, eligió uno negro pequeño. Lo abrió de un tirón y lo
encendió.

Miré el gran reloj de la pared. Mierda, se me estaba acabando el


tiempo. Miré por las puertas de cristal, esperando que Liam no
estuviera de camino. Tecleó un número en el teléfono antes de
pasármelo.

—Ha surgido un festival en Tadheil. Él estará allí. Le diré que


espere una llamada de este número. Estate allí cuando te diga
porque no esperará.

Suspiré y negué con la cabeza, sabiendo que a Liam le daría otro


ataque en cuanto se enterara.

—No tengo tiempo para un festival.

—Haz tiempo porque, te guste o no, no hay nadie que quiera


ayudarte ahora.

No dije nada más mientras le cogía el teléfono y me lo guardaba


en el bolsillo trasero. Cogí mis bolsas y me dirigí hacia la puerta. El
timbre sonó una vez más cuando salí y me estrellé contra lo que
parecía una pared de ladrillos.

—Hijo de… —Levanté la vista, frotándome la cabeza—. Liam.

—Mentiste. —La mirada de Liam se entrecerró en mí, con los


brazos cruzados.
Se me aceleró el pulso. ¿Me había oído hablar con Reissa? ¿Lo
había visto todo? Si sabía lo que eran y lo que guardaban atrás, los
destruiría a ellos y a la tienda. Puede que los hubiera amenazado,
pero no tenía intención de hacerlo. Eran una familia pequeña y yo
no sería responsable de que se perdieran unos a otros.

—Dijiste que tenías que ir al baño, pero ¿qué es eso? —Señaló las
bolsas que tenía en la mano. Solté el aliento y la tensión de mis
hombros disminuyó.

—Oh, ¿esto? Sí, nos he traído unos aperitivos. —Sonreí y caminé a


su alrededor, esperando que me siguiera. Respiré aliviada cuando
sentí aquel poder desgarrador detrás de mí un momento después.
«Gracias a los dioses». Me dirigí al coche, abriendo el lado del
conductor mientras él caminaba por delante. No le dedicó ni una
segunda mirada a la tienda.

—Has tardado demasiado —me regañó Liam mientras se


deslizaba en su asiento y cerraba la puerta.

Me encogí de hombros.

—Te lo dije, tengo bocadillos. Necesitas comer algo.

Liam se masajeó las sienes como si la sola idea fuera demasiado


para él.

—¿Puedes dejar ese tema, por favor?

—¿Qué pasa con los dolores de cabeza? ¿Te estás poniendo


inquieto? ¿Sabes qué te ayudará? Comer y dormir.

—No. —Su tono me dijo que lo dejara.

—En serio, puedes echarte una siesta en el coche. Prometo no


tirarnos por un barranco.

—Solo conduce.

—Sabes, mantener todo reprimido tampoco es una solución.

Liam bajó las manos.


—Si necesito tu consejo, te lo pediré. Ahora, ¿podemos continuar,
por favor? Ya me has hecho perder bastante tiempo.

Golpeé la bolsa de bocadillos contra su pecho.

—Es la última vez que digo o hago algo amable por ti. Tienes un
viaje de ego más antes de que pierda la cabeza, Liam. Sabes que no
eres un rey ni un salvador para mí, ¿verdad? Puede que por fuera
parezcas genial, pero por dentro solo eres un idiota amargado,
mezquino y feo.

No podía evitarlo. Estaba cansada de que me hablara como si


fuera su sirvienta y estaba más que dispuesta a pelear si no
cambiaba el tono. Su expresión era incrédula, como si nunca antes le
hubieran hablado así. Lo cual, por lo que había visto de su pasado
en mis sueños, sabía que no había sido así. Todos lo adoraban,
pendientes de cada una de sus palabras.

Liam no respondió ni emitió uno de esos gruñidos que hacía


cuando algo le disgustaba. Se limitó a coger la bolsa con la que
prácticamente lo había asaltado y se apartó de mí. Sin decir nada
más, puse el coche en marcha atrás y me alejé de la gasolinera.

Estábamos al otro lado de Charoum antes de que Liam finalmente


se desmayara y yo di gracias a los dioses muertos. Me detuve varias
veces más para ir al baño y cada vez tuve que escucharlo quejarse de
cuánto tiempo estábamos perdiendo. No había tocado los bocadillos
y me había gritado cuando me eché hacia atrás para coger una bolsa
de patatas fritas mientras conducía. Le dije que no nos íbamos a
morir si teníamos un accidente de coche, pero no le hizo tanta gracia
como a mí. Pero cuando el sol se puso una vez más, finalmente se
quedó dormido. Tenía los brazos cruzados y la cabeza apoyada en la
ventana mientras sus ojos bailaban detrás de los párpados. Incluso
dormía enfadado.
Mientras dormía, saqué el pequeño teléfono que me había dado
Reissa. Lo moví de modo que mis manos estuvieran sobre el volante
mientras marcaba el número de Gabby. Otro golpe hizo saltar el
coche y miré para asegurarme de que Liam seguía dormido.

—¿Diga? —contestó una voz somnolienta después de unos


timbres.

—Gabby, qué vergüenza que contestes a números que no conoces.

—¡Dianna! —prácticamente gritó.

—¿Te he despertado?

Bostezó y la oí gemir mientras se estiraba.

—No. Normalmente estoy despierta a la una de la mañana.

Solté una risita.

—Tonta.

—¿Qué haces? ¿Estás bien? ¿Cómo va el viaje?

Puse el coche en conducción automática y levanté una pierna para


apoyar el brazo en la rodilla. La carretera estaba vacía, las estrellas
eran la única luz en el camino que había tomado.

—Estoy conduciendo y sí, supongo y digamos que es complicado.

—¿Liam sigue siendo un grano en el trasero? —Oí una pequeña


bofetada mientras se tapaba la boca—. Oh, espera, ¿estoy en el
altavoz? ¿Puede oírme? ¿Sabes que tienen superoído?

Me reí por lo bajo.

—Sí, y no te preocupes, en realidad está dormido.

—¿Duerme?

—Eso es lo que he dicho. —Miré hacia él, observando cómo su


pecho subía y bajaba sin cesar. Era extraño verlo dormido, ya que
llevaba días mirándome fijamente. Tenía que admitir que me
gustaba la paz y la tranquilidad que me proporcionaba su sueño.
—Al parecer, tiene el sueño profundo porque he golpeado como
tres pequeños baches en la carretera y nada.

—También eres una conductora terrible.

—Oye, tú fuiste quien me enseñó.

Fue su turno de reír y el sonido fue un bálsamo. Me habían


traicionado, me habían disparado, me habían envenenado y había
tenido que soportar la actitud constante de Liam. Este viaje me
había puesto más nerviosa de lo que pensaba. Deseé poder volver y
comer comida basura mientras Gabby lloraba con otra película
ñoña. Se me oprimió el pecho porque sabía que eso no volvería a
ocurrir.

Me aclaré la garganta y me senté un poco más recta.

—¿Cómo estás allí? ¿Son amables contigo?

—Lo son. Neverra y Logan pasan mucho tiempo conmigo. Sé que


la mayor parte es para vigilarme, pero aun así es agradable. Tienen
un ala médica y, dada mi experiencia, me han puesto a trabajar.

—Oh, así que Logan está curado y es amistoso. Bien. Y seamos


sinceras, seguirías queriendo trabajar aunque no lo necesitaras.

—Me gusta ayudar a la gente. Incluso a la gente que se cura a un


ritmo alarmante. —Soltó una risita y la oí revolverse—. Pero sí, son
agradables. A Neverra le gustan todas las películas ñoñas por las
que te burlas de mí y ella y Logan se pusieron unas máscaras
faciales conmigo.

—¡Sustituyéndome ya! Me siento ofendida.

Esta vez me uní a su risa. Era agradable olvidar, aunque fuera por
unos instantes, que estaba en medio de una guerra de dioses contra
monstruos.

—No, no, sabes que nunca podría reemplazarte. ¿Quién me


robaría los zapatos y la ropa? Y nadie puede quejarse y fastidiar
como tú. O molestarme. O…
—Bien, bien, ya entendí.

Se quedó callada un momento.

—Entonces, ¿realmente crees que encontrarás el libro antes que


Kaden?

Me moví ligeramente en el asiento, incorporándome un poco más.


Volví a bajar la pierna, agarré el volante y apagué el piloto
automático.

—Sinceramente, no lo sé. Liam cree que no es real y siento que él


lo sabría. Pero al mismo tiempo, el Otro Mundo está aterrorizado.
Kaden está tramando algo y las personas en las que puedo confiar
son muy pocas.

—Bueno —suspiró—, me siento aliviada de que Liam esté


contigo. Al menos nada te hará daño mientras él esté cerca.

Me callé, no quería mencionar que me habían envenenado. Ya


estaba hecho y solo la preocuparía, pero debió de interpretar mi
silencio. Maldito vínculo de hermanas.

—¿D? ¿Qué te pasa? Por favor, dime que no estás herida.

—¿Qué? No, estoy bien. Solo desearía estar de viaje con alguien
que no fuera él. Es tan idiota a veces, Gabby. Sé que es un guardián
de los reinos o lo que sea, pero ¿cómo puede gustarle a la gente?

La oí suspirar y sospeché que estaba a punto de recibir un


sermón.

—Bueno, por lo que deduje de Logan y Neverra, no siempre fue


como es ahora. Quiero decir, piénsalo. Es un antiguo rey guerrero de
otro mundo. Estoy segura de que está sufriendo su versión de
trastorno de estrés postraumático, depresión, o peor.

Miré al antiguo guerrero en cuestión. Se apoyaba pesadamente en


la ventana, con la respiración tranquila y las pestañas ridículamente
largas ensombreciéndole las mejillas.
—Depresión, ¿eh? Mira a mi hermana psicoanalizando dioses.

—Lo digo en serio. Explicaría el comportamiento errático, los


cambios de humor y el temperamento desigual. El trauma afecta al
cerebro drásticamente y dado que ha vivido mucho, mucho tiempo,
¿quién sabe cuáles son los efectos secundarios? Solo digo que tengas
cuidado.

—Sí, mamá.

Ella resopló.

—Bien, lo dejaré pasar. ¿Y quién sabe? Tal vez se sienta solo.


Logan y Neverra dijeron que había estado aislado durante siglos.
No lo han visto desde que cayó Rashearim.

—Oh, por favor. Ese hombre no ha estado solo desde que llegó a
la pubertad. Deberías ver los sueños de sangre que he tenido.
Dioses, he visto diosas, celestiales, lo que sea, inclinarse para él. Si
no es una batalla o una fiesta, está ocupado mojándose la polla.

—Espera, ¿qué? —Su voz era alta y chillona antes de calmarse


para preguntar—: Dianna, ¿qué?

—Lo sé, ¿verdad? Quiero decir, pensé que tenía experiencia…

—Espera, ¿te ha alimentado y lo has visto desnudo? —


prácticamente me gritó al oído.

—Sí, sería fantástico si fuera alguien más.

—Dianna, deja de desviar la atención. Eso no me importa. Te


alimentó, lo que significa que estabas lo suficientemente herida
como para que se preocupara. ¿Qué pasó?

Bien, mierda. Podía fingir una mala conexión y colgar, pero hacía
tiempo que no hablaba con ella y no quería terminar la llamada solo
porque me había descubierto.
—Bueno, es una larga historia. La versión corta es que Sophie y
Nym pudieron haberme envenenado y Liam me alimentó porque
pensó que me estaba muriendo.

El teléfono quedó en silencio un momento antes de que ella


preguntara.

—¿Pero estás bien ahora? —La culpa se agitó en mi interior y mis


manos se apretaron contra el volante al oír el miedo en su voz.

—Sí, estoy bien. Lo juro.

Suspiró y sonó como si se hubiera tumbado en la cama. Me la


imaginaba saltando de un lado a otro cuando se enteró de los
sueños de sangre. Mi hermana siempre estaba preocupada.

—Bueno, yo, por mi parte, no veo la hora de que esto termine y


podamos volver a una vida seminormal. No habrá Kaden, así que
esta vez tendrás una vida de verdad. —Hizo una pausa—. ¿Qué te
parece volver a las Islas Sandsun? Tienen una parte aislada y sin
señalizar de la playa que encontré mientras me escondía. Tienen
acantilados desde los que podemos bucear y es muy bonita. No
hemos estado juntas en una playa como esa en al menos treinta
años. Ni siquiera invitaré a Rick. Será solo un agradable, relajante y
divertido viaje de hermanas. Que sean nuestras primeras
vacaciones. Por favor, por favor, por favor.

—Bien, bien, bien, suena como un plan. Deja de suplicar. —Mis


labios se curvaron en una pequeña y triste sonrisa mientras mi
visión se volvía borrosa. No le había contado los términos de mi
trato con Liam, y no estaba segura de si iría a la cárcel o si él tenía
planeado algo peor. Liam nunca me dijo lo que iba a hacer conmigo
y yo prefería no saberlo.

Se quedó callada un momento más, con el silencio suspendido


entre nosotras. Estaba segura de que percibía mis emociones, incluso
desde tan lejos.

Gabby tomó aire.


—Escucha, sé que ahora mismo es difícil. Sé si quieres admitirlo o
no, que estás frustrada y probablemente enfadada. Pero creo en ti.
Has pasado por mucho, D. Mucho. Eres la persona más fuerte que
conozco. Si este estúpido libro existe, lo encontrarás. Eres terca pero
resistente. Puedes sobrevivir a todo.

Me sequé la cara, cubriendo mi constipación con una pequeña


carcajada.

—Gracias por la charla.

—De nada. Ahora para en algún sitio y duerme un poco. No


deberías conducir tan tarde. No me importa lo que diga Liam.

Miré al dios dormido y bostecé.

—La verdad es que me parece un buen plan. Creo que veo uno de
esos moteles sombríos más adelante.

—Perfecto para ti, supongo —dijo riendo—. Llámame mañana si


puedes.

—Sí, señora.

Resopló al teléfono.

—Recuerda que te quiero. —Sonreí y le devolví las palabras antes


de colgar. Un gran letrero a media luz atravesaba la oscuridad.
Gabby tenía razón. Estaba agotada y cansada de estar atrapada en el
coche.

El letrero se encendía y apagaba y casi podía oír el zumbido de las


luces. Entré y solo vi un camión aparcado en la parte trasera del
edificio. Me acerqué a la oficina y vi a una mujer pequeña sentada
en un mostrador viendo la televisión. Tenía un cigarrillo entre los
dedos y el humo flotaba en el aire tras el cristal.

Aparqué el coche, pero lo dejé en marcha. Como no quería


despertar a Liam, abrí la puerta con cuidado. Me encantaría no tener
que escucharlo quejarse. Cuando ni siquiera se movió, salí de un
salto y cerré la puerta con cuidado.
Al entrar, sonó un timbre y la mujer, que aparentaba unos
cincuenta años, se volvió hacia mí. Apagó el cigarrillo y bajó el
volumen del televisor.

—Hola, querida. ¿Buscas una habitación esta noche?

—Sí, por favor —dije antes de reclinarme y asegurarme de que


Liam no se había despertado.

—Es guapo —dijo mientras sacaba una llave del gran tablero
marrón que tenía detrás—. Has elegido el hotel perfecto si tú y tu
novio quieren hacer ruido. No tenemos muchos clientes.

Levanté la mano, la expresión de disgusto en mi cara la hizo


detenerse.

—No es mi novio.

—¿De verdad? Es una pena. —Sonrió mientras se acercaba al


mostrador y me entregaba la llave—. Serán cuarenta dólares,
señorita.

—¿Cuarenta pavos por una sola noche?

Se encogió de hombros.

—Como he dicho, tan lejos no hay mucha gente. La mayoría son


camioneros o… —se le cortó la voz mientras me miraba de arriba
abajo y luego dirigió su mirada hacia Liam—, ya sabes, mujeres
trabajadoras.

La forma en que dijo la última parte me hizo fulminarla con la


mirada.

—No soy una prostituta.

—Como he dicho, no hay que juzgar. —Levantó las manos en


señal de defensa.

No dije nada mientras sacaba el dinero que había robado. La


gente debería aprender a cerrar los coches con llave, sobre todo en
las áreas de descanso. No podíamos usar ninguna de las tarjetas que
nos había dado Nym porque sabía que las estaban rastreando.
Desdoblé los billetes y solté de golpe los cuarenta dólares antes de
coger la llave del mostrador y darme la vuelta para marcharme. Su
risa me siguió mientras subía el volumen del televisor y ella volvía a
su programa.
CAPÍTULO 26
Liam
—Samkiel. Levanta las manos. —Mi padre hizo una demostración
mientras estábamos en el pabellón sobre el comedor en las orillas
exteriores de Rashearim. Las nubes rodeaban las cimas de las
montañas, y una ligera brisa traía el apetitoso aroma de la comida
del festín. Lo que más deseaba era estar allí.

—No puedo hacerlo —dije, cada vez más frustrado. Oía a mis
amigos reunirse abajo y quería unirme a ellos.

—Debes aprender a controlar tus poderes, o te devorarán. ¿Deseas


ese destino? ¿Combustionar y ser reducido a nada más que cenizas
en el viento?

Las columnas de oro que nos rodeaban vibraron ante su tono. Los
símbolos tallados en la piedra del pabellón brillaron con intensidad
cuando mi padre también se frustró.

Con un suspiro exasperado, negué con la cabeza y dije:

—No.

La enorme ciudad plateada estaba despierta y bullía de actividad.


Llevábamos aquí arriba desde el amanecer. Estaba cansado de
entrenar, pero él persistió.

—Ahora, concéntrate. Cada pensamiento que tienes y cada


emoción que sientes vienen de tu centro. Tu ira. —Me señaló el
estómago—. Viene de tus entrañas. —Luego me señaló el pecho—.
Tus deseos vienen de tu corazón y tu idiotez. —Alargó la mano y
me revolvió el pelo de la cabeza, haciendo que los mechones
bailaran por mis hombros—. Viene de aquí.

Le aparté la mano de un manotazo y volví a levantar la palma.

—Está bien, está bien.

—Ahora, concéntrate.

Sus ojos se iluminaron con un resplandor de plata pura que


coincidía con el mío. Vi cómo se formaba energía sobre su palma. Al
principio, solo era una chispa, pero luego empezó a arremolinarse
en un pequeño patrón circular. De ella brotaban látigos de energía
del mismo color que el poder que corría por nuestras venas.

—Una vez que sacas la energía fuera de ti, es fácil manipularla. Se


le puede dar forma. —Hizo bailar la bola de luz entre sus dedos
hasta que formó una pequeña hoja—. O simplemente utilizarla tal
cual. —Volvió a la esfera original—. Pero el poder tiene sus límites.
Lo que le das, lo toma. Si lo alimentas demasiado, te agotará. Eso es
algo que siempre hay que recordar, sobre todo en la batalla.

Asentí con la cabeza y sus palabras se repitieron en mi mente


mientras me concentraba. Núcleo, corazón, cerebro. Centro,
concentración, liberación.

Respiré hondo y volví la palma de la mano hacia el techo,


repitiendo las seis palabras como una letanía.

«Núcleo, corazón, cerebro».

«Centrar, enfocar, soltar».

La energía chispeó en mi palma y una oleada de poder recorrió


todo mi ser. Las luces gemelas a ambos lados de mi cuerpo
palpitaron bajo mi piel y la energía se dirigió hacia mi mano.
Levanté la vista y vi la amplia sonrisa de mi padre. Estaba orgulloso.
De mí.
Me concentré más, deseando que tomara forma. El pequeño orbe
se formó, pero no aguantó mucho tiempo. El sudor empapó mi
frente mientras me concentraba. Podía hacerlo. Lo sabía.

—Respira, Samkiel.

¿No vio que respiraba?

Mis dedos se curvaron en las puntas mientras intentaba


mantenerla unida. Quería una hoja como la que él había hecho. Solo
necesitaba empujar un poco más fuerte y…

La bola creció más que todo mi puño. La luz en su interior se


volvió cegadora. Se retorcía y giraba sobre sí misma. Mi poder no
era entero ni dócil como el suyo, sino una bola rota de energía que
amenazaba con devorarlo todo a su alrededor. Salió disparada hacia
el cielo, abriendo un gran agujero en el techo.

La fuerza de la explosión nos arrastró y llovieron trozos de piedra,


los escombros nos cubrieron con una capa de polvo blanco. Unir se
apartó un largo mechón de pelo negro de la cara. Frunció el ceño y
puso las manos en las caderas, sustituyendo su expresión de orgullo
por un ceño fruncido.

El doloroso pozo de mis entrañas volvió a formarse mientras


bajaba la mirada. Nunca sería tan poderoso como él ni tendría su
control. Se me hizo un nudo en la garganta y di un paso atrás. Miré
al agujero del techo y mil voces llenaron mi cabeza, recordándome
que nunca sería lo bastante bueno.

Mi temperamento estalló, los escombros que nos rodeaban


vibraron contra el suelo.

—¡No sé por qué me presionas tanto todo el tiempo! Yo no soy


como tú.

—Samkiel.

—No soy normal, y me parece bien. Tú eres el que tiene algo que
demostrar, no yo. —Me alejé girando, con los puños apretados a los
lados. Las luces a lo largo de mi cuerpo palpitaban y las sillas y
mesas chocaban contra las paredes a mi paso. Apenas había llegado
a los escalones cuando sentí que una fuerza invisible me rodeaba
por la cintura y me tiraba hacia atrás. Mis pies apenas tocaban el
suelo cuando utilizó su poder para darme la vuelta y obligarme a
mirarlo de nuevo.

Me puso de pie y me dijo:

—Mira. —Su rostro no mostraba enfado mientras señalaba hacia


arriba.

—No necesito ver mis fracasos para saber…

Las palabras murieron en mis labios mientras los escombros que


nos rodeaban flotaban hacia el techo. Pedazo a pedazo, el agujero se
fue rellenando poco a poco. La mano extendida de mi padre brillaba
con fuerza.

—¿Cómo?

Sonrió una vez más.

—El mismo poder que corre por mis venas fluye por las tuyas. Sí,
dada la técnica o la fuerza de quien lo ejerce, puede dañar, pero
también puede reconstruir y curar. Incluso los más fuertes entre
nosotros han aprendido a usarlo para curar. No eres un fracaso, ni lo
serás. —Dio una palmada y se quitó el polvo de la ropa—. Ahora,
intentémoslo de nuevo. Extiende la mano.

«No eres un fracaso». Las palabras me sonaban a verdad.


Estudiaba todos los días con la esperanza de convertirme en rey. No
todas las deidades estaban contentas con mi ascenso, y no dudaban
en hacérmelo saber. Las únicas opiniones que me importaban eran
las de mis amigos y mi padre. Si no les fallaba a ellos, tal vez no
fracasaría gobernando. Asentí una vez antes de sonreír y elevar mi
mirada a la suya.
Mis ojos se abrieron de par en par cuando un resplandor se posó
sobre la imagen de mi padre, distorsionándola. Retrocedí un paso y
luego otro. No, esto no había ocurrido, no aquí. Un líquido plateado
brotó de sus ojos, luego de su nariz y de su boca. La habitación se
oscureció y tembló. Nos quedamos inmóviles mientras el edificio
volaba por los aires. El aire se llenó de gritos y rugidos. Los
relámpagos naranjas danzaban entre las nubes amarillas.

El hedor de la sangre y la muerte flotaba sobre los restos de


Rashearim. La cabeza me daba vueltas al ver legiones de celestiales
luchando entre sí. El metal cantaba al chocar sus armas y la luz
vibraba en ellas. El mundo tembló cuando muchos cayeron, sus
cuerpos estallaron en luz y salieron disparados hacia el cielo. Mi
padre me miraba fijamente, con la ropa ensangrentada, la cara llena
de cicatrices y aquellos ojos, aquellos ojos vacíos y muertos.

—¿Estás contento, Samkiel? Esto es lo que querías, ¿verdad? —


Era la voz de mi padre, pero las palabras eran crueles.

Sentía el cuerpo pesado y miré hacia abajo, viendo la armadura


manchada de sangre que envolvía mi pecho. Sostenía una lanza de
plata cubierta de sangre en una mano y un escudo roto en la otra.

—Nunca quise esto —dije, sacudiendo la cabeza con tanta fuerza


que se me nubló la vista.

—Eres un Destructor del Mundo. Otro de mis errores. Habríamos


estado mejor sin ti. Yo habría estado mejor sin ti. —Avanzó,
arrastrando una pierna rota tras de sí.

—Para. —Solté la lanza, me arranqué el casco de la cabeza y lo tiré


a un lado.

—Qué desperdicio.

—No.

Di otro paso atrás.


—Fui un tonto al pensar que podrías guiarnos. Solo nos has
llevado a la destrucción.

—No lo dices en serio. —Me detuve cuando se acercó, mi cuerpo


temblando. Estaba frente a mí, sus manos alcanzaban y agarraban
mis hombros, sus uñas se clavaban profundamente.

—Nunca deberías haber nacido. Tu madre todavía estaría aquí.


Rashearim todavía estaría aquí.

—¡He dicho que pares! —Mi poder brotó de mí, la ilusión a mi


alrededor tembló, pero no se disipó. Lo agarré por el cuello y lo
levanté de sus pies—. ¡Por qué me persigues! ¿Qué quieres de mí?
No lo entiendo.

Lo sacudí mientras me arañaba las muñecas, con las garras negras


arrastrándose por mi carne, el dolor mordiéndome.

—Liam. —Se atragantó y me agarró los brazos—. Liam, estás


soñando. Despierta.

Su voz se quebró y cambió, volviéndose más femenina.

—Hice lo que me pediste, padre. Hice lo que me pediste. Querías


un rey, así que me convertí en rey. Entonces, ¿por qué? ¿Por qué no
me dejas descansar?

—Yo —ahogó la voz, esas uñas clavándose con más fuerza—, no


soy tu maldito padre.

Un ámbar brillante cubrió sus iris, borrando el plateado. Un fuego


ardiente, feroz y abrasador salió disparado de sus ojos, haciéndome
volar hacia atrás. Mi espalda chocó contra una superficie dura y caí
al suelo. Me impulsé sobre los codos y tosí mientras levantaba la
mano para taparme los ojos. La cabeza me palpitaba tan fuerte que
parecía que se me iba a romper. El mundo que me rodeaba temblaba
y se dispersaba mientras parpadeaba varias veces.

Las imágenes de Rashearim desaparecieron, sustituidas por una


habitación en penumbra. Oí el crujido de unos pasos que se
acercaban y me volví hacia el enorme agujero de la pared. Unos ojos
rojos brillaron entre el polvo y me incorporé cuando una figura alta
y esbelta atravesó los escombros. Su espesa cabellera bailaba
alrededor de sus hombros desnudos como si tuviera vida propia.
Llevaba una camiseta ajustada de tirantes finos y unos pantalones
negros sueltos a juego. Era impresionante. Una diosa oscura
devuelta a la vida. Era…

—Liam. —Tenía la voz entrecortada—. ¿Qué carajos?

Era Dianna.

Sacudí la cabeza, volví a la realidad y el dolor se calmó. Al


segundo siguiente ya estaba de pie.

—Señorita Martínez.

—Para. De. Llamarme. Así. —Pronunció las palabras. Mentiría si


dijera que no me estremecí un poco. Sus ojos ardían de rabia
Ig'Morruthen, y su voz era un graznido roto. Su voz… ¡No!

En un segundo estaba frente a ella, tocándole suavemente la


mandíbula. Hizo un gesto de dolor y me dio un manotazo cuando le
eché la cabeza hacia atrás.

—Eso duele.

No lo pensé mientras me inclinaba para cargarla en mis brazos. La


acuné contra mi pecho y atravesé el agujero que ella había hecho al
arrojarme contra la pared.

—Bájame —dijo, con voz profunda y estrangulada.

La acomodé en la cama medio rota. La habitación estaba


destrozada y el techo había desaparecido por completo. Era una
muestra más de mi naturaleza destructiva. Bajé la cabeza y me froté
las sienes con las manos mientras cerraba los ojos y me concentraba.

Abrí los ojos y su brillo iluminó la pequeña y oscura habitación.


Todo empezó a vibrar y oí el estruendo del techo al repararse. Los
electrodomésticos y los muebles volvieron a estar enteros, las sillas
dejaron de estar hechas pedazos. La cama en la que estaba sentada
Dianna se sacudió al repararse el armazón roto. Cuando el enorme
agujero de la pared se rellenó, miré a Dianna. Tenía los ojos
desorbitados mientras observaba la habitación restaurada. Se
llevaba las manos a la garganta y podía ver los moratones morados
y negros que se formaban en su delicada piel.

Me agazapé ante ella y supe que había ido demasiado rápido


cuando dio un respingo y retrocedió, asustada por mi repentino
movimiento. Me observó con cautela, como si esperara otro ataque.

—Déjame ver —dije, acercándome lentamente pero sin tocar,


esperando su permiso—. Por favor.

Me estudió, su mirada se desvió hacia mi mano y supe que


recordaba el dolor que podía provocar mi contacto.

—Te prometo que no te haré daño.

—Ya lo has hecho —dijo ella, con la voz cada vez más ronca al
hinchársele la garganta.

—Por favor. Déjame arreglar esto. —Me sostuvo la mirada y lo


que vio la convenció de bajar las manos. Le separé las rodillas y me
acerqué. Tragó saliva ante mi proximidad, lo que volvió a
provocarle una mueca de dolor, pero no se apartó.

Puse una mano a cada lado de su delgada garganta y cerré los


ojos, recordando las palabras que mi padre me había enseñado hacía
tanto tiempo. Sentí la oleada de energía que se arrastraba desde mi
centro. Recorrió mis brazos y llenó mis manos antes de pasar a ella.
Oí su suave jadeo y abrí los ojos. Hilos de luz plateada rodeaban su
garganta como un collar, envolviéndola en un resplandor etéreo.

Un hueso se encajó en su sitio con un chasquido nauseabundo y vi


cómo desaparecían los moratones, dejando su hermosa piel de
bronce tersa una vez más. Me aparté y me levanté antes de sentarme
a su lado en la cama. Permanecimos callados durante un largo
momento, con un silencio ensordecedor.
—Me has roto la laringe, imbécil —carraspeó, sin dejar de frotarse
la garganta.

—Lo siento. —Decir que estaba avergonzado sería quedarse corto.

Asintió y miró por la ventana como ensimismada.

—¿Dónde estamos? —Mi voz no sonaba como la mía.

—Un hotel. Aunque no tan lujoso como el tuyo. —Intentó


bromear, pero sus palabras eran frías. Le faltaban su humor y su
chispa habituales, y yo odiaba ser el causante. Bajé la cabeza y
suspiré, frotándome el puente de la nariz.

—Lo siento.

—Te disculpas mucho para ser de la realeza.

—De verdad que no quería hacerte daño. No sabía que eras tú. —
No sabía qué decir. Sonaba tan inadecuado decir que no había
sabido dónde estaba o quién era ella en ese momento. Era
imperdonable que el rey de Rashearim no controlara sus poderes.

—¿Tienes arrebatos así cada vez que duermes? ¿Es por eso que no
quieres hacerlo? —Sentí que la cama se movía, pero me quedé
donde estaba.

Asentí, con la lengua pegada al paladar por la vergüenza.

Me pasé las manos por la cara, tratando de encontrar mi voz.

—No debería haber dormido, pero estoy tan cansado. —Mis


manos cayeron sobre mi regazo mientras me giraba para mirarla—.
¡Te dije que no quería esperar! Te dije que no quería prolongar esto
más de lo necesario. Ahora ves por qué. Soy volátil, señorita… —Me
detuve—. Dianna. No puedo estar aquí mucho tiempo. Mi cuerpo
necesita dormir, por mucho que desee que no sea así.

No era mi intención reprenderla, pero las emociones que


mantenía enterradas tan profundamente parecían explotar a su
alrededor. Entre su comportamiento errático e impulsivo y sus
comentarios groseros y sarcásticos, sacaba a relucir una parte de mí
que había permanecido dormida durante siglos.

Vi cómo había respondido y se había iluminado en torno a su


hermana, lo que me dijo más sobre ella de lo que estaba seguro de
que querría. A veces, el aura de Gabby parecía envolver a Dianna,
su luz se extendía para domar a la bestia salvaje que yacía bajo la
piel de Dianna. Puede que ya no fuera mortal, pero una parte de ella
aún sentía y amaba. Era esa parte la que hacía difícil que me cayera
mal. Despertaba en mí emociones que me hacían olvidar lo que era y
de lo que era capaz.

—Lo siento. No quería gritar. Es que no quiero dormir. Nunca.

—¿Por las pesadillas?

Me pasé la mano por la nuca.

—¿Así se llaman aquí? Yo los llamo terrores nocturnos. Recuerdos


muy pasados que resultan en —hice un gesto a la habitación ahora
limpia—, esto.

Dianna se quedó callada unos instantes, pareciendo procesar lo


que yo había dicho antes de preguntar:

—¿Alguien más lo sabe?

—Nadie lo sabe. Solo tú —dije, mirándola. Había inclinado el


cuerpo hacia mí con las piernas cruzadas y las manos en el regazo—.
¿Cómo me detuviste? Siempre he tenido miedo de estar cerca de
alguien cuando ocurren esas cosas. Tengo miedo del daño que causo
y de tener a alguien cerca que pueda resultar herido.

Dianna se encogió de hombros.

—Bueno, te oí susurrar en sueños y entonces todos los muebles de


aquí empezaron a levitar. Todo el edificio se movió. Intenté
despertarte y… —hizo una pausa y se llevó la mano a la garganta
antes de soltarla—, pensé que me ibas a reventar la cabeza, así que
reaccioné.
La culpa volvió a morderme. Era otro recordatorio de que estar
cerca de ella me hacía sentir cuando nada ni nadie había podido
llegar a mí.

—Eres mucho más fuerte de lo que crees. Especialmente si puedes


desarmarme.

Dejó escapar una breve carcajada que era más que nada un
bufido.

—Gracias.

Se hizo el silencio una vez más y un incómodo aire de tensión


llenó la habitación. No supe qué más decir que disculparme una vez
más.

—Sabes, yo también solía tener pesadillas. De hecho, a veces


todavía las tengo. —Se miró las manos mientras jugaba con un dedo
y luego con el siguiente—. Gabby me ayudó mucho cuando me
convertí, pero seguía soñando con la sangre y la lucha. Los gritos
que oía por la noche me recordaban constantemente lo que había
hecho por Kaden. Lo que me obligó a hacer.

Se me oprimió el pecho. Comprendía lo que decía y estaba


profundamente familiarizado con la culpa y el dolor.

—¿Alguna vez pararon?

Me sostuvo la mirada, con los ojos ensombrecidos.

—Venían con menos frecuencia. En las noches realmente malas,


me escapaba para llamar a Gabby. Si las tenía cuando la visitaba,
ella me abrazaba. —Rompió el contacto visual y bajó la cabeza,
apartándose un mechón de pelo de la cara—. Es bueno tener a
alguien a tu lado, alguien que te entienda. Si no, te lo guardas todo y
explotas. Como tú esta noche.

—Sí.
—Liam, eres demasiado poderoso para dejar que eso ocurra. Si no
hubiera conseguido despertarte, podrías haber arrasado toda esta
zona. Podrías haber matado…

Me levanté bruscamente y empecé a caminar.

—Soy consciente.

—No estoy siendo mala, y no estoy tratando de pelear, pero ¿qué


pasa con tus amigos? ¿Puedes hablar con ellos?

—No. —Me giré para fulminarla con la mirada; la única palabra


que pronuncié fue agresiva y áspera. La vi estremecerse y me di la
vuelta para reanudar mi paseo—. No, no puedo.

El silencio fue casi ensordecedor hasta que ella dijo:

—Gabby me enseñó a no vivir en el pasado. Bueno, al menos lo


intenta. Dijo que no tiene sentido porque allí no crece nada. Has
visto más de mil mundos y has vivido más de mil vidas. Solo puedo
imaginar lo que has hecho y lo que has visto. Estoy segura de que ni
siquiera los sueños de sangre podrían mostrarme todo lo que has
vivido. —Me miró y sus ojos se clavaron en mí, viendo cosas que yo
no quería que supiera. Pero su expresión era suave y llena de
comprensión—. Está bien no estar bien, Liam.

Se me apretó el pecho y me quedé callado un momento. Nunca


había tenido a nadie a mi lado. No así. No cuando desnudé toda mi
alma y revelé mis debilidades. Ella era mi enemiga, pero mi
enemiga era la única que parecía comprenderme a mí y a los
demonios contra los que luchaba. Aun así, sus palabras estaban muy
lejos de la verdad.

«Está bien no estar bien».

Sacudí la cabeza.

—No para mí.

—Entonces, ¿qué tal si hacemos un nuevo trato?


Eso llamó mi atención y me detuve para centrarme en ella, con la
cabeza todavía martilleándome.

—¿Un nuevo trato? ¿No hemos hecho suficientes?

—Este no tiene que ver con el libro ni con los monstruos con los
que podemos o no luchar.

Me quedé callado un momento, pero me picó la curiosidad.

—¿Esto requiere otra promesa de meñique?

Una pequeña sonrisa, una sonrisa de verdad, adornó sus labios y


mi pecho se apretó una vez más.

—Sí. Estamos atrapados juntos en esta loca misión. Si te equivocas


con el libro, probablemente se acabe el mundo, así que ¿por qué no
hacer una tregua? Deberíamos dejar de pelearnos e intentar ser
amigos. —Levantó la mano, cortándome cuando iba a hablar—.
Mientras tengamos que trabajar juntos, estar todo el rato chocando
cabezas no nos lleva a ninguna parte.

—En eso puedo estar de acuerdo.

—Bien, es un comienzo. Y mientras estemos juntos, puedes


compartir tus cargas conmigo. Prometo no juzgarte ni ridiculizarte
ni hacerte sentir menos que nadie por ellas. Tus cargas se convierten
en mis cargas.

—¿«Tus cargas se convierten en mis cargas»? —Mi ceño se


frunció.

—Sí —dijo ella. Fue como si un guijarro hubiera caído en medio


de un lago tranquilo. En el gran esquema de las cosas, no significaba
nada. Sin embargo, provocó una pequeña ondulación,
aparentemente insignificante y algo cambió.

—De acuerdo.

—Así que, a la luz de nuestra recién formada alianza, te ayudaré


con tus pesadillas. A veces es más fácil hablar con un extraño que
con la gente que te importa y prometo no compartir nada de lo que
me digas, ¿de acuerdo?

Sacudí la cabeza.

—Esto no es algo que las palabras puedan simplemente curar.

—¿Qué acabamos de decir sobre discutir? —dijo ella, recuperando


la sonrisa de satisfacción que solía llevar.

Mujer frustrante.

Fruncí los labios y suspiré.

—Muy bien. ¿Cómo piensas ayudarme?

Se echó hacia atrás en la cama hasta que hubo espacio suficiente


para mí y palmeó el espacio a su lado. Mi curiosidad se convirtió en
preocupación.

—Ven aquí y te mostraré.

Había oído palabras parecidas antes, pronunciadas tanto por


celestiales como por diosas. Por lo general, era una invitación y
pronto estaban de rodillas, adorándome con las manos, la boca y la
lengua. Mi pulso se aceleró y la sangre de mis oídos palpitó
mientras amenazaba con viajar a otra parte. Intenté hablar, pero se
me había secado la boca. Me aclaré la garganta y volví a intentarlo,
consiguiendo decir:

—Solo hay una cama.

—Genial, eres observador. Estoy muy orgullosa. Ahora ven aquí.

Mis dedos se flexionaron contra la alfombra. Debo haber


malinterpretado sus intenciones. No quería decir que quisiera
acostarse conmigo. Me sudó la espalda.

—Pero…
—Prometo comportarme lo mejor posible, su Alteza. Su virtud
está a salvo conmigo —dijo y apretó la mano sobre su corazón—. Lo
prometo.

—No me refería a eso. —Sacudí la cabeza. ¿Por qué se me había


pasado por la cabeza algo así? ¿Qué me pasaba? No veía y nunca
vería a Dianna de esa manera—. Bien.

Tragué saliva y puse un pie delante del otro hasta llegar a la cama.
Me senté en el borde y ella puso los ojos en blanco, echándose más
hacia atrás.

—Liam, acuéstate.

La miré una vez más antes de tumbarme, con el cuerpo tenso. Ella
también se tumbó, pero se quedó de lado, apoyando la cabeza en la
mano.

—¿Qué se supone que hace esto?

Se rio y el blanco puro de sus dientes brilló en la habitación a


oscuras.

—Pareces muy incómodo. Relájate. Has tenido mujeres y hombres


en tu cama antes. A veces todo a la vez. Lo he visto.

—Eso no es… —¿Por qué no me funcionaba el cerebro?—. Eso es


diferente.

—¿Por qué? ¿Porque no eran Ig'Morruthen? —preguntó ella, con


un tono nervioso.

—Bueno, no, porque… ¿Por qué estamos hablando de esto? —


¿Por qué estoy tanteando mis palabras?—. Esto no me ayuda.

Puso los ojos en blanco y dijo:

—Relájate.

Respiré hondo y me puse de lado para mirarla.


—Así que, por lo que he oído, ¿Logan es tu mejor amigo, pero
también trabaja para ti? Los llamas La Mano, pero son celestiales,
¿verdad? ¿Qué significa eso?

No entendía en qué me iba a ayudar esto, pero respondí a su


pregunta.

—Mi padre creó a Logan, pero no fue concebido. Todos los


celestiales fueron creados por un dios u otro. Los celestiales no
nacen y tienen una sombra de nuestros poderes.

Asintió con la cabeza y me di cuenta de que estaba concentrada en


mí.

—Mencionaste a tu padre en tu pesadilla. ¿Quieres hablar de él?

—No. —Me salió duro, pero eran recuerdos que no compartiría


con nadie.

Tragó saliva antes de volver a cambiar de tema.

—¿Por qué hacer algo tan parecido? ¿No temían que se rebelaran?

—Los celestiales no tienen poder para rebelarse con éxito.


Siempre pensé que los crearon porque estaban aburridos y querían
algo sobre lo que gobernar, ya que no podían controlarse unos a
otros.

Sonrió con satisfacción, con las comisuras de los labios torcidas y


los ojos brillantes.

—¿Cómo no lo sabes?

—Sé que es difícil de creer, pero cuando crecí allí, casi nada me
importaba. Conseguía lo que quería, con quien quería y apenas tenía
que mover un dedo. Esa era la ventaja de ser rey. Así que no me
importaba la política, lo cual fue un error por mi parte. Como has
dicho, era un mimado y un santurrón.

Se rascó distraídamente la nuca.

—No quería decir eso.


—Sí, lo hiciste. No te disculpes. Te agradezco la sinceridad.

Dianna sonrió satisfecha y sus palabras goteaban sarcasmo.

—¿Ah, sí?

Entrecerré los ojos y ajusté el brazo bajo la cabeza para estar más
cómodo.

—A veces. No es algo a lo que esté acostumbrado. Todo el mundo


ha sido siempre tan cauto conmigo, inclinándose todo el tiempo,
cosa que detesto. Me llaman señor como si mi nombre ya no
significara nada. Como si mi título fuera todo lo que soy o seré para
ellos. La mitad de las veces tienen miedo de decir algo equivocado.
Me hace sentir como si ya no fuera una persona para ellos.

—Bueno, como me dijiste, no eres una persona, no realmente.

Era mi turno de sobresaltarme. Me levanté sobre el codo.

—Oh, ¿así que me escuchas?

Sus ojos se suavizaron y una sonrisa iluminó su rostro. Me quedé


helado y, por un momento, olvidé cómo respirar. Nunca la había
visto sonreír de verdad. Iluminaba su rostro y la hacía parecer casi
divina.

—Solo escucho cada vez que hablas. ¿Cómo podría no hacerlo?


Sueles quejarte en voz alta.

Me dejé caer de nuevo, colocando el brazo bajo mi cabeza una vez


más.

—Dijiste que no más peleas.

Se encogió de hombros.

—Eso no fue pelear, más bien meterse contigo, bromear.

—No entiendo la diferencia.

—No te preocupes. Yo te enseñaré. Entonces, volviendo a La


Mano y los celestiales. ¿No nacieron? ¿Cómo se sienten? Neverra y
Logan están casados. La alegría y la risa que vi en los recuerdos de
Logan era amor verdadero.

—Los celestiales son seres sensibles creados por mi padre y los


demás dioses. Su propósito principal es servir. Como has visto,
pueden amar de verdad. Su alto metabolismo requiere que coman
mucho. Son altamente sexuales y tienen la misma pasión por la
lucha. Son valientes, rápidos para adaptarse y muy buenos en la
guerra, lo que los convierte en las máquinas de matar perfectas. Eso
los hace inestimables durante la batalla.

Ella asintió y yo me relajé. Mis nervios se calmaron un poco más


mientras seguíamos hablando.

—Así que los que te siguen, los que quedan, ¿te hacen caso?

—Tienen que. Los elegí yo mismo, reclutándolos de entre los otros


dioses de Rashearim. Necesitaba mi propia legión, por así decirlo.

—Y así formaste La Mano.

—Sí.

Ella resopló.

—Entonces, ¿por qué Vincent pone esa cara cada vez que le dices
algo?

Sentí que los labios se me torcían en una pequeña sonrisa. Los ojos
de Dianna se desviaron hacia ellos, con una breve expresión de
asombro en el fondo. Me aclaré la garganta.

—A Vincent nunca le ha gustado que nadie tenga poder sobre él.


Culpo a Nismera por ello.

No mencionó mi repentino cambio de postura o tono, solo


continuó:

—¿Quién es?

Se me heló la sangre al recordarlo. Las cicatrices en mi garganta y


pantorrilla ardiendo.
—Una antigua diosa cruel. Murió durante la guerra. Ella creó a
Vincent y a algunos otros. Vincent es el único miembro que queda
de su línea.

Volvió a asentir con la cabeza antes de acercarse. Debió ver mi


repentina cautela porque sonrió.

—Cierra los ojos.

—¿Por qué?

—Te prometo que no te haré daño. Ni siquiera tengo una espada


olvidada conmigo esta vez.

Mi mirada se entrecerró ante su intento de humor.

—No me preocupa que me hagas daño.

Ladeó la cabeza, con las hermosas ondas oscuras de su cabello


cayendo sobre su hombro.

—Entonces, ¿qué te preocupa?

Esperó pacientemente. Le sostuve la mirada y tardé unos


instantes, pero hice lo que me pedía y cerré los ojos. Su aliento era
un susurro, su aroma rico y picante me envolvía. Sentía el calor de
su cuerpo invitándome a acercarme. No estaba nervioso, pero otra
emoción me invadía. Era como si pequeñas agujas bailaran sobre mi
piel. Sentía una extraña combinación de ansiedad y expectación.

—¿Puedo tocarte?

Mis ojos amenazaban con abrirse, pero permanecí inmóvil. Tenía


miles de años y había hecho cosas que Dianna ni siquiera podía
soñar, pero su pregunta me hizo hervir la sangre. No me moví y mi
respiración se entrecortó al decir:

—Sí.

Quizá necesitaba otro tipo de liberación. Era algo de lo que me


había privado durante siglos. Por otra parte, no había tenido el
deseo hasta ahora. Dianna estaba prohibida, pero era algo a
considerar y nadie tenía por qué saberlo.

«Espera, no». ¿Qué me pasaba? ¿Por qué estaba pensando esas


cosas? Era Dianna, no una consorte que suplicaba satisfacer mis
deseos. Pensé en alejarme, en decirle que no funcionaba, pero
descarté la idea cuando sentí sus dedos peinándome el pelo. Abrí los
ojos de golpe y ella me dedicó una pequeña y amable sonrisa.

—Mi hermana hacía esto las noches que me iba mal. No era
mucho, pero me ayudaba. Siempre me gustó que me tocaran el pelo
mientras me dormía. Era una caricia reconfortante que me
recordaba que no estaba sola. Como he dicho, no es mucho, pero es
suficiente.

«No estoy solo».

Sus palabras tocaron una fibra sensible en mí, apagando la chispa


de la lujuria y sustituyéndola por otra emoción. Era más que
abrumadora y esa otra emoción era algo con lo que no estaba
familiarizado. Era algo cálido y feliz, pero también agudo y
doloroso. Había vivido solo con un vacío desgarrador durante tanto
tiempo que no estaba seguro de qué hacer con la calidez y la paz.
Las palabras no podían abarcar los sentimientos y compartíamos
más de lo que ella sabía.

—Siento haberte quemado la mitad del pelo, pero así te queda


mejor. Ya no pareces sarnoso.

—Sin peleas —murmuré, lo que solo me valió una pequeña risita


por su parte.

Deslizó sus dedos por mi pelo, sus uñas un leve susurro sobre mi
cuero cabelludo. No tuvo que decirme que volviera a cerrar los ojos.
Lo hice yo solo.

—Entonces, ¿cómo conseguiste que Vincent trabajara para ti? —


Su voz sonaba ahora como un zumbido, una suave nana que me
instaba a dormir.
—Logan y yo lo convencimos poco a poco para que pasara tiempo
con nosotros en Rashearim. Ahora es mucho más audaz que
entonces, pero tenía una buena razón para ello. Nismera abusó de él
de formas que aún no nos ha contado.

—Pobre Vincent. Las leyendas hacen que La Mano sea


monstruosa y mortal, pero ellos parecen tan mortales.

—Mmm, no los has conocido a todos. Tengo unos cuantos así.


Trabajaron con mi padre y, por ley, trabajaron conmigo. Así que
pasamos mucho tiempo juntos. Son más mortales, como tú dices,
que otros. No quería que toda su existencia consistiera en luchar y
seguir todas las órdenes. Quería más para ellos.

Sus dedos bailaban una danza repetida contra mi cuero cabelludo


que pronto memoricé.

—¿Dónde están los otros?

Bostecé antes de responder:

—En los restos de mi antiguo mundo. Reformé las partes que no


se desintegraron. Es pequeño, no tan grande como este planeta, pero
como dijiste, es suficiente. Todavía trabajan para el Consejo de
Hadramiel en la ciudad. Se parece a la Ciudad Plateada, solo que
mucho más grande.

Su mano se detuvo y abrí los ojos. La expresión de su cara era casi


cómica.

—¿Has vuelto a montar un planeta?

—Sí. —Estaba confuso—. Oh, olvidaba que eso no es normal para


tu gente aquí. —Me apoyé en el codo mientras ella seguía
mirándome como si me hubiera crecido una segunda cabeza—. No
es tan difícil como parece. Mi padre y su padre antes que él y su
padre antes que él crearon varios. Mi tatarabuelo creó Rashearim. —
No se movió ni habló y se quedó mirándome—. ¿Estás bien?
Dianna sacudió la cabeza y se colocó un mechón de pelo detrás de
la oreja.

—Sí, lo siento, no sabía que podías hacer eso. Sé que eres un dios,
pero no esperaba que fueras tan poderoso.

—Podemos hablar de otra cosa si lo deseas.

Su mirada se desvió hacia la mía y luego hacia sus manos.

—En realidad hay algo que quiero decirte. Especialmente si


vamos a empezar de cero y al menos intentar ser cordiales, si no
amigos, mientras buscamos este libro.

Me tensé, preguntándome qué más me había estado ocultando.

—Está bien.

Respiró hondo antes de volver a mirarme.

—Yo no maté a Zekiel en Ophanium. Estaba malherido por culpa


de Kaden e intentó escapar. Lo detuve y tenía toda la intención de
arrastrarlo de vuelta. Invocó una espada de plata y habló de ti y de
cómo volverías y… —Se detuvo como si el recuerdo fuera
doloroso—. Todo sucedió tan rápido. Intenté detenerlo, pero no
pude, así que… —Sus palabras se interrumpieron una vez más y la
estudié mientras esperaba a que continuara.

Mis fosas nasales se encendieron e inhalé profundamente,


esperando percibir un cambio de olor que me indicara que podía
estar mintiendo. La miré a los ojos, buscando a la bestia que había
destruido el Gremio en Arariel y causado tantas bajas. Permaneció
sombría y no vi nada que indicara que no estaba siendo sincera.

Descubrir la verdad de cómo había muerto Zekiel me dolió más


de lo que pensaba. Me alegraba haber sentido algo, incluso dolor,
pero parecía que me costaba controlar mis nuevas emociones.

—¿Por qué no me lo dijiste antes?


Vi un destello de dolor en sus ojos, seguido rápidamente de lo que
pensé que era ira, pero pronto me di cuenta de que era
determinación.

—¿Hubiera importado? No soy buena, Liam. Tenía toda la


intención de arrastrarlo de vuelta con Kaden, que lo habría hecho
mucho peor. No importa lo que Gabby vea o piense, soy un
monstruo. Hago lo que tengo que hacer para protegerla. Siempre lo
he hecho y siempre lo haré, aunque eso signifique luchar contra un
dios. —Forzó una sonrisa.

La había visto recurrir al humor o a un comentario grosero


cuando un tema se volvía demasiado real para ella, así que, al verla
fingir esa sonrisa, decidí darle una salida.

—Luchaste terriblemente, por cierto —le dije.

—¿Perdón? —Su humor pareció cambiar, la mirada atormentada


abandonó sus ojos mientras sonreía—. Te apuñalé, por si lo has
olvidado.

—Me tomaste desprevenido. No creas que volverá a ocurrir.

Puso los ojos en blanco.

—Claro, su Alteza. Ahora túmbate y cierra los ojos.

—Qué contundente —dije, pero me relajé y cerré los ojos.

La sentí tranquilizarse antes de que volviera a hablar.

—¿Puedes hacer un celestial?

Eso era extraño, pero no teniendo en cuenta las otras preguntas


que había hecho.

—Por desgracia, ese poder solo está disponible para los dioses
creados a partir del Caos. ¿Por qué lo preguntas?

Dianna suspiró suavemente y sentí que la cama se hundía un


poco cuando se acercó más a mí. Sus dedos volvieron a deslizarse
por mi pelo mientras decía:
—Gabby. He hablado antes con ella y parece que Logan y Neverra
le caen muy bien. Es la primera vez en mucho tiempo que la oigo
tan contenta. No paraba de hablar de ellos. No sé… Creo que le
hubiera encantado ser celestial, y si lo fuera, ya no estaría atada a
Kaden ni a mí. Podría tener una vida semireal, normal y feliz.

—Si realmente lo desea, podría quedarse y trabajar para mí. Hay


trabajos más que suficientes, y, además, tenemos un trato. Ella
tendrá su vida normal como mejor le parezca.

Sentí que se ponía rígida contra mí, que dejaba de peinarme el


cuero cabelludo. Estaba a punto de abrir los ojos, temiendo haber
dicho algo equivocado.

—Gracias, Liam. —Sus dedos volvieron a enredarse en mi pelo.

—De nada. No he hablado con nadie en… bueno, no recuerdo la


última vez.

—Bueno, puedes hablar conmigo cuando no estés siendo un


grano en el trasero.

—Supongo que es un eufemismo para referirse a mis acciones y


no a una parte física del cuerpo.

—Sí. —Su pequeña risa sacudió la cama—. Ahora vete a dormir.

No recuerdo cuánto tiempo me llevó ni si seguimos hablando,


pero el sueño llegó, y las pesadillas no.
CAPÍTULO 27
Dianna
—Levántese y brille, su Alteza Real —dije, sacudiendo el hombro
de Liam. Estaba de espaldas a la puerta, todavía en la misma
posición en la que se había quedado dormido. Sinceramente, si no
hubiera podido ver cómo subía y bajaba el pecho, habría pensado
que estaba muerto.
Me incliné más hacia él y le susurré:
—Liam. Si mueres, ¿significa eso que no iré a una prisión piadosa
o lo que sea?
Gimió mientras se daba la vuelta lentamente. Me levanté y me
puse la mano en la cadera.
—Hola, bello durmiente.
Se estiró y la camisa se le subió hasta dejar al descubierto una
franja de piel bronceada sobre los definidos músculos del abdomen.
Sus manos golpearon el feo cabecero y sus pies colgaron del otro
extremo; la cama era demasiado pequeña para su enorme cuerpo.
—¿Qué hora es? —El sueño se apoderó de su voz, haciéndola una
octava más grave. Se frotó el sueño de los ojos mientras se sentaba
sobre el codo, con parte del pelo pegado a un lado de la cabeza. Era
la cosa más hermosa y molesta que jamás había visto. Me sacudí el
pensamiento de la cabeza.
—Casi las ocho.
Eso lo despertó. Se incorporó y bajó las piernas de la cama,
apoyando los pies en el suelo. Se frotó la cara una vez más antes de
mirarme.
—Tenemos que irnos. ¿Por qué me dejaste dormir tanto tiempo?
—Porque no duermes y lo necesitas. —Recogí la bolsa de donde la
había dejado en la vieja y gastada silla cuando había vuelto a la
habitación—. Salí y te traje algo de ropa. Quemé el resto de las cosas
que nos dio Nym. Puede que haya envenenado la ropa que envió, y
tienes que mezclarte. Quiero hacer una parada antes de ponernos en
camino, así que date prisa y vístete.
—¿Una parada?
—Sí. Paige, la dulce anciana que regenta este lugar, me habló de
una pequeña zona de desayunos a unos kilómetros de la ciudad.
Tengo hambre y tú también necesitas comer.
Por la expresión de su cara, me di cuenta de que estaba a punto de
negarse.
—Mira, si vamos a intentar esto de ser amigos, tienes que comer.
Lo vi abrir la boca para decir algo, pero le corté.
—Ah, no, no quiero oírlo. Puedes engañar a tus amigos, pero a mí
no me engañas. No te he visto tocar ni un trozo de comida desde
que empezamos nuestro viajecito, y ya ha pasado casi una semana.
Probablemente por eso también sigues teniendo esos dolores de
cabeza. Sinceramente, no sé cómo mantienes todo eso —hice un
gesto con la mano hacia su físico— en forma mientras no comes.
—No se lo digas a los demás —dijo, levantando la comisura de los
labios—. Por favor.
—Su secreto está a salvo conmigo, Su Alteza.
Me miró con los ojos entrecerrados.
—Además, deja de llamarme así.
—Lo haré si comes.
Me sostuvo la mirada un momento más antes de mirar la bolsa.
—No necesito la ropa. Supongo que son de la talla equivocada,
como todo lo demás que Logan me ha dado —se burló.
—Bueno, lo siento. Yo no…
Mis palabras sarcásticas mueren cuando se puso de pie, el aire a
su alrededor temblando mientras hilos y telas surgían de la nada.
Sus vaqueros desgastados y descoloridos cambiaron a un par limpio
y oscuro que se amoldaba a sus poderosos muslos y trasero. Su
nueva camisa era gris apagado y se ceñía a su ancho pecho y anchos
hombros. Se me secó la boca cuando una chaqueta negra se formó
sobre su cuerpo, estrechándose unos centímetros más allá de su
cintura. Extendió los brazos.
—¿Qué te parece?
—Está bien. No pasa nada. —Tropecé con mis palabras,
apretando la bolsa contra mi pecho. El hombre era ridículamente
hermoso—. ¿Cómo hiciste eso?
Liam se encogió de hombros y bajó los brazos a los costados.
—Es todo material. Puedo imitar el tejido de las prendas que
llevas. Es mucho más fácil de manipular en este plano. El aire de
Onuna está lleno de partículas útiles.
—Oh, bien —dije como si algo de eso tuviera sentido para mí.
Estaba demasiado ocupada luchando contra las ganas de quitarle
esa ropa que tan bien le quedaba. Sacudí la cabeza—. ¿Cómo se te
ocurrió esto?
—He prestado atención a lo que visten los mortales. Sus prendas
son mucho más resistentes que las telas transparentes de Rashearim.
Supongo que es porque los mortales tienen una piel muy fina, y las
estaciones cambian rápidamente aquí. Dijiste que tenía que pasar
desapercibido. ¿No lo estoy haciendo bien?
—No, no, es genial, de verdad. Solo me sorprende que puedas
hacerlo, supongo.
Me estudió un momento.
—¿Tienes miedo?
—No estoy asustada, solo aprensiva. Eres mucho más poderoso
de lo que esperaba. —Su rostro pareció decaer, el hombre duro e
inexpresivo de ayer amenazando con volver. No quería eso. Prefería
a este Liam. Había hablado conmigo durante toda la noche y le
importaba lo que yo pensara de su atuendo. Me acerqué un poco
más y entrecerré los ojos, sonriendo con satisfacción mientras le
tocaba el pecho juguetonamente—. ¿Qué es lo que no puedes hacer?
Liam miró mi dedo, su rostro se suavizó y se metió las manos en
los bolsillos. Sus labios formaron una fina línea mientras pensaba.
Echó la cabeza hacia atrás y entornó los ojos hacia el techo. Resoplé
y puse los ojos en blanco ante su teatralidad. Me miró con un brillo
juguetón en los ojos. Se encogió de hombros y dijo:
—No puedo resucitar a los muertos.
—¿Qué? ¿Lo has intentado?
—Mi padre podía, y yo lo intenté con un ave muerta cuando era
más joven. No funcionó. Supongo que solo él tenía algunos dones.
—Bueno, supongo que no se puede tener todo. Tendrás que
conformarte con crear planetas y ropa de la nada. —Le di un ligero
golpecito en el brazo, con la esperanza de mantener esta versión de
él conmigo un poco más—. Bien, vamos a comer. Me muero de
hambre.
Liam emitió un sonido grave de diversión en el fondo de su
garganta mientras me seguía hacia la puerta.
—Qué contundente.

La cafetería era mucho más bonita de lo que había imaginado. Era


pequeña y me recordaba a esas películas que tanto le gustaban a
Gabby. El interior era rico y rústico. Estaba lleno de mesas de
madera rodeadas de bancos y sillas desparejadas. Podíamos ver a
los cocineros volteando y friendo una gran variedad de comida a
través de la ventana mientras los camareros se apresuraban a servir
a los hambrientos clientes.
Había una familia en un reservado del fondo, el hijo mayor
coloreando en una pequeña tableta mientras la mujer llevaba la
comida a la boca de un bebé con una cuchara. Un grupo de
adolescentes estaba sentado en el extremo opuesto del restaurante,
perdido en una conversación. Algunas personas se sentaron en la
barra a ver la televisión mientras comían. Era un lugar agradable y
pintoresco.
—¿Cómo está tu cabeza? —le pregunté a Liam desde detrás de mi
taza mientras daba un sorbo a mi café. Apenas cabía en la cabina,
pero no se quejó. Le había dicho que me gustaba estar junto a la
ventana, y él había asentido y me había dejado guiar. Gabby dijo
que observaba a la gente, pero en realidad solo quería asegurarse de
que nadie pudiera acercarse sigilosamente. Varios mortales
caminaban por la acera, completamente ajenos al dios que
apuñalaba los huevos de su plato.
—Mejor —dijo antes de dar otro bocado. Me alegré de que
estuviera comiendo y de que no me hubiera echado la bronca por la
comida tan copiosa que le había pedido. No sabía lo que le gustaba,
así que pedí casi todos los platos del menú. La camarera ni siquiera
pestañeó, pero creo que estaba distraída con Liam. Eso parecía ser
un problema dondequiera que fuera.
—Extraño, es casi como si supiera de lo que estoy hablando.
Tragó la comida que tenía en la boca y dijo:
—¿Y ahora quién es el gallito?
—Oh, confía en mí, grandullón. No tengo nada contra ti.
Me sonrió antes de cortar un trozo de salchicha. Había comido
más de lo que yo pensaba, pero creo que era sobre todo porque yo
no paraba de darle la lata. Tomé otro sorbo de café y un escalofrío
me recorrió la espalda. Me estremecí, haciendo que me temblaran
los hombros.
—¿Qué pasa? —preguntó con la boca medio llena.
Miré por la ventana, con la esperanza de ver lo que había
despertado mis sentidos. Se me erizaron los pelos de los brazos y se
me puso la carne de gallina, pero no vi nada ni remotamente
celestial o de otro mundo. La calle estaba abarrotada de mortales
normales y corrientes.
—Dianna.
Me di cuenta de que llevaba varios minutos sentada y mirando en
silencio.
—Lo siento, nada. Creí sentir algo, pero podría ser solo frío.
Asintió con la cabeza y se comió metódicamente el resto de la
comida, pero ahora estaba alerta y su mirada oscilaba entre la
ventana y yo.
—Sabes —dejé mi taza de café y crucé las manos sobre la mesa—,
tenía una pregunta que no pude hacer anoche.
—Has hecho muchas preguntas. ¿Qué más podrías querer
aprender? —preguntó Liam, dando un sorbo a su café.
—Los reinos. Dijiste que están sellados. Lo que significa que
nuestro mundo está cerrado a los demás. Mi pregunta es ¿cómo?
Su rostro palideció y oí la estática interrumpir la música. Las luces
de la cafetería parpadearon un par de veces, haciendo que algunas
personas murmuraran confundidas y miraran al techo. Sabía que no
era nada eléctrico, sino el hombre que tenía delante. Mi pregunta
había desencadenado un flashback, y me di cuenta de que no quería
hablar de ello.
—¿Es demasiado personal? Lo siento. Quiero decir, he visto
destellos de tus recuerdos, pero nada de eso. Además, los sueños de
sangre desaparecen después de un tiempo.
Liam no dijo nada mientras me miraba. Bajó lentamente la taza y
la depositó con cuidado sobre la mesa.
Levantó la mano y se pasó el pulgar por el puente de la nariz; el
café volvió a la normalidad mientras me miraba.
—Está bien. Anoche dijiste que hablar de cosas podría ayudarme.
—Sí, pero si no quieres…
—Sí, quiero. —Me interrumpió mientras deslizaba las manos por
debajo de la mesa. Pude ver la flexión de sus bíceps y supe que
estaba apretando los puños.
—Fue el día después de mi coronación. Mi padre estaba fuera
ocupándose de asuntos del consejo. Recuerdo que los salones
estaban decorados para la fiesta. Iba a ser una celebración
multitudinaria, y yo estaba deseando que llegara toda la diversión.
—Volvió a poner las manos sobre la mesa, juntó los dedos y se
inclinó hacia mí como si temiera que los mortales del café lo
oyeran—. Uno de los celestiales de la diosa Kryella me encontró en
la reunión y me dijo que ella deseaba verme. Yo ya estaba algo ebrio
y supuse que solo quería pasar un rato conmigo. Me equivoqué.
«Kryella. ¿Por qué me sonaba ese nombre?» Y entonces caí en la
cuenta. Había recorrido muchos de los recuerdos de Liam durante
los últimos días, y le recordaba gimiendo ese nombre. La luz de la
luna había brillado sobre su piel morena y sus mechones rojizos
mientras se retorcían el uno contra el otro en la piscina del centro
del templo. Me había vuelto loca y había dado una patada a una de
las enormes columnas doradas, frustrándome aún más cuando mi
pie la atravesó. Luego, cuando descubrí cuánto tiempo podía
aguantar aquella chica la respiración bajo el agua, recé para que se
acabara aquel estúpido sueño.
—El celestial me condujo fuera del gran salón y a un templo al
otro lado de la ciudad. Era el que Kryella usaba para sus rituales.
Creo que Logan habló de brujas aquí. Bueno, Kryella fue la primera
de su especie en manejar lo que todos ustedes consideran magia. Su
poder asustó incluso a mi padre, no es que ella lo hubiera
traicionado. Ella, junto con algunos otros, fueron los únicos
verdaderos aliados que tuvo mi padre.
Nuestra camarera se detuvo entonces, sacando a Liam de sus
pensamientos y de la siguiente parte de la historia. Liam continuó
después de que ella rellenara nuestras bebidas y recogiera nuestros
platos.
Los dedos de Liam golpearon distraídamente el borde de su taza,
pero su expresión permaneció inexpresiva.
—Mi padre y Kryella estaban allí, de pie alrededor de un enorme
caldero sobre llamas verdes. Parecía que estaban debatiendo hasta
que me vieron. Llevaban el atuendo del consejo y su expresión me
decía que la reunión no había ido bien. Les pregunté, pero se
negaron a hablar de ello. En cambio, me explicaron que me
necesitaban para sellar los reinos.
—¿Dijeron por qué? Quiero decir, esto fue antes de la Guerra de
los Dioses, ¿verdad?
—Mucho antes.
—Entonces, ¿por qué?
—Tras la muerte de mi madre, mi padre se volvió paranoico. Su
temperamento había aumentado mientras que su paciencia no.
Kryella me habló del hechizo que deseaba realizar, y mi padre me
aseguró que era por un bien mayor. —Liam se detuvo un momento
y levantó la vista, observando cómo los adolescentes pasaban a
nuestro lado sin preocuparse por nada. En cuanto pasaron,
continuó—: Los reinos siempre deben tener un guardián. Mi padre
temía la guerra y había decidido un plan de contingencia. Yo era ese
plan.
Liam se miró las manos, ensimismado. Me preguntaba si
continuaría cuando dijo:
—Requería sangre, más de la que sabía que podía dar. Pronunció
unas palabras de encantamiento y la atadura se realizó. Recuerdo
que estaba tan cansado que apenas podía mantenerme en pie, y
entonces el mundo se volvió negro. Mi padre dijo que estuve
inconsciente durante días. Culpó de mi ausencia a mis costumbres
indómitas para que nadie se preocupara, pero los tres sabíamos la
verdad.
—¿Y cuál era la verdad?
—La verdad era que, si mi padre caía, yo me volvería
verdaderamente inmortal. Mi vida estaría ligada a los reinos y
nunca moriría. Cuando ascendiera, los reinos se cerrarían y ya no
podríamos viajar entre ellos.
No podía imaginar esa clase de presión. Era literalmente el peso
del mundo sobre los hombros de Liam.
—Pero, ¿por qué? ¿Por qué cerrar todos los reinos solo porque él
murió? ¿Qué pasa con los demás seres de esos reinos?
—Mi padre temía una gran guerra cósmica. Tenía visiones,
imágenes y sueños que le venían y luego se hacían realidad. Veía el
universo sumido en el caos, y cerrar los reinos era la única forma
que veía de conseguir la paz. Mi padre quería proteger tanta vida
como fuera posible en caso de que los dioses cayeran.
La ira ardió en mí por Liam y bajé las pestañas para que no la
viera. Su padre no le había dado ninguna opción antes de poner
sobre sus hombros la carga de la protección. Independientemente de
la necesidad de un guardián o de cualquier otra tontería que le
hubieran dado, lo habían aislado. Habían puesto el destino de los
mundos a sus pies y no le habían dado más apoyo que el que él
había creado.
—Lo siento.
Su mirada se desvió un instante hacia la mía, con la comisura de
los labios crispada.
—No tienes por qué sentir pena. Fue hace casi un milenio. Pero te
lo agradezco.
—Bueno, como distracción, tengo algo que probablemente te hará
enojar. —Junté las manos.
Inclinó ligeramente la cabeza y se echó hacia atrás, cruzando los
brazos sobre el pecho.
—¿Por qué iba a enfadarme?
—¿Recuerdas la tienda a la que fuimos ayer? Bueno, digamos que
una amiga que trabaja allí me dio una pista sobre cómo podemos
entrar en Zarall.
Cerró los ojos, tomando aire mientras tragaba.
—Juraste con el dedo meñique que no me dejarías atrás cuando te
ocuparas de esos amigos tuyos.
—Técnicamente —levanté las manos simulando rendición—, no te
dejé. Estabas a unos metros, sentado en el coche.
—Señorita Mar… —Se detuvo, con la mandíbula apretada—.
Dianna. ¿Cómo puedo confiar en ti si me ocultas cosas, pero me
pides que desnude mi alma?
—Y por eso te lo digo. Es lo último, te lo prometo.
Su cara me decía que no me creía.
—Lo prometo, ¿bien? Liam, no te ofendas, pero eres aterrador
para mucha gente. Se supone que no existes, ¿recuerdas? Eres
nuestra versión del hombre del saco. Además, son huidizos. No
quería arriesgar la única oportunidad que tenemos de entrar en
Zarall.
No dijo nada durante un minuto mientras me sostenía la mirada.
La intensidad en el fondo de sus ojos grises despertó algo femenino
y necesitado en mí.
—¿No te aterroricé?
Una punzada aleteó en mi pecho. Aquel macho poderoso e
indomable se preocupaba por lo que yo pensaba de él. No tenía ni
idea de cómo era posible.
—Bueno, no, pero estoy loca.
—En eso, podemos estar de acuerdo.
—¡Oye!
Por segunda vez, sonrió. Fue solo un breve destello de sus
estúpidos y perfectos dientes, pero me deshizo. Era lo más sencillo,
y lo odiaba. Sonrió y la gravedad se desplazó, atrayéndome hacia él
como si fuera mi ancla. Aparté de mi mente las tonterías románticas.
Había sido tan frío y carente de emociones hasta la noche anterior.
La belleza y la calidez de su sonrisa me habían sorprendido.
Solo era eso, ninguna otra razón.
—¿Y qué dijo tu informante?
Crucé las piernas por debajo de la mesa.
—Bueno, tenemos que encontrarnos con un tipo en un pequeño
festival en las afueras de Tadheil. Si salimos pronto, llegaremos a
tiempo.
Liam asintió, cerrando los ojos mientras se frotaba el puente de la
nariz. Era evidente que estaba enfadado, pero intentaba controlar su
temperamento.
—Te prometo que no te ocultaré nada más.
Abrió los ojos, buscando mi mirada.
—Bien.
Sonreí y saqué del bolsillo trasero el dinero que me quedaba. Salí
de la cabina y Liam me siguió. Se detuvo y se quedó mirando el
dinero que tenía en la mano.
—¿De dónde has sacado eso?
Me miré la mano mientras caminábamos hacia la caja
registradora. Le dediqué una pequeña sonrisa y le dije:
—Bien, prometo no ocultarte nada más. A partir de ahora. En este
mismo momento.
Suspiró y juré que oí un gruñido retumbar en su pecho.
CAPÍTULO 28
Dianna
Nos sentamos en el coche en el aparcamiento sin asfaltar. El
festival era mucho más grande de lo que pensaba. La música se
filtraba por las ventanas y las luces moradas, doradas y rojas
iluminaban la oscuridad. Las atracciones se movían y se
desplazaban, y podíamos oír los gritos de los que se habían atrevido
con la montaña rusa y las atracciones más emocionantes.
La gente pasaba junto al coche, parejas cogidas de la mano,
familias que se marchaban con niños exhaustos dormidos en brazos
de sus padres. Vimos pasar corriendo a un grupo de adolescentes,
gritando y riendo mientras señalaban las atracciones.
—¿Estás bien? —le pregunté a Liam por tercera vez.
No se había movido para abrir la puerta. En lugar de eso, se
quedó sentado contemplando el caos del festival.
—¿Siempre están gritando?
—¿Te molesta?
—No. —Me miró, luego hacia atrás mientras otra serie de gritos
llenaban el aire—. Sí.
Sabía que le molestaba, y sabía por qué. Había visto algunas de
las batallas que había librado y era consciente de las cicatrices que
llevaba.
—Son gritos de felicidad, no llamadas a la guerra ni gritos de
muerte.
Respiró hondo, su cuerpo vibraba de tensión. Le había hecho
repetir su pequeño truco y cambiarse de ropa, quería que encajara
mejor entre la multitud. La cazadora vaquera se tensaba sobre sus
bíceps mientras se cruzaba de brazos. Su ansiedad era otra presencia
en el coche, y yo había aprendido lo suficiente sobre él para saber
que no era por miedo a sí mismo, sino por lo que podía hacer si
perdía el control.
—Puedo entrar sola.
—No —espetó y luego se encogió ante el tono de su propia voz—.
No, prometiste que no me dejarías. Es que…
Me moví en mi asiento para poder mirarlo.
—Háblame.
Liam vaciló y me sostuvo la mirada como si tratara de escudriñar
en mi alma. No era sugerente, sino calculadora. Me di cuenta de que
se sentía vulnerable y expuesto. Contuve la respiración, casi
desesperada por que confiara en mí. Hasta anoche, habría dicho que
era para poder reunir información y usar lo que aprendiera contra
él. El monstruo que había en mí me instaba a hacer precisamente
eso, pero la parte de mí que se había deleitado en la intimidad de la
noche anterior sabía que me llevaría sus secretos a la tumba. Esa era
la parte de mí que solo existía porque Gabby existía, y me
aterrorizaba.
Sus puños se apretaron cuando pareció tomar una decisión, y
volvió a respirar hondo antes de decir:
—Los gritos me recuerdan a antes. Es como si mis sueños se
hicieran realidad y volviera a Rashearim. Sé que no es lo mismo,
pero cada vez que oigo los gritos, puedo oler la sangre y sentir cómo
tiembla el suelo. Puedo ver a las bestias monstruosas surcar el cielo,
y vuelvo a estar allí. Siento como si el pecho me fuera a estallar.
Me acerqué, puse mi mano sobre la suya y apreté una vez. Bajó la
mirada hacia mi mano antes de volver a mirarme. Estaba tan
sumido en la tristeza que no podía creer que no lo hubiera visto
antes. Cuando lo conocí, la cáscara de lo que creía que sería un dios,
solo había visto arrogancia, odio y desprecio en su mirada. Pero
había mucho más que eso. Había pensado que tal vez era el
resultado de contener demasiado poder. O tal vez simplemente se
había cansado de vivir, pero cuando lo miré a través de la lente de la
noche anterior, vi pena, tristeza, ansiedad y dolor. Tenía mucho
dolor puro y crudo.
—Oye, soy la única bestia de la que tienes que preocuparte, y
prometo no rasgar el cielo.
La comisura de su boca se torció al mirarme.
—No eres una bestia.
—Quiero decir, tengo mis momentos. —Me encogí de hombros,
apretando su mano una vez más—. Podemos irnos. Puedo intentar
encontrar otra forma de llevarnos a Zarall.
—No, si esta es nuestra mejor oportunidad, tenemos que
aprovecharla. —Apretó la mandíbula y se apartó de mi contacto.
Pude ver cómo levantaba de golpe los escudos que tan
expertamente había construido a lo largo de los siglos. Su rostro
volvió a quedar en blanco cuando abrió la puerta y salió. El aire
fresco de la noche me recibió cuando salté del coche. Me apresuré a
llegar a su lado mientras se metía las manos en los bolsillos. Tal vez
me había excedido tratando de consolarlo, pero no podía detener la
compulsión. Maldito corazón mortal. Todo era culpa de Gabby.
—Mira. Entraremos juntos, y no me iré de tu lado, ¿de acuerdo?
Asintió una vez antes de ajustarse la chaqueta. Lo había obligado
a cambiarse de ropa casi seis veces. Todo lo que hacía le hacía
destacar demasiado, pero, de nuevo, eso podría ser solo porque se
trataba de Liam. Podría haberse puesto una bolsa de basura y la
gente se habría partido el cuello para mirarlo. No es que los culpara,
pero necesitaba que nos mezcláramos. Seguía sobresaliendo, pero
esperaba que fuera suficiente. Volvió a respirar hondo y miró más
allá de mí. Vi cómo le temblaba la mandíbula mientras mantenía la
compostura.
—Solo no destruyas este lugar o electrocutes a alguien o
desintegres las atracciones o…
—Dianna.
—Lo siento. —Levanté las manos.
Incliné la cabeza hacia la entrada, indicándole que me siguiera.
Asintió y echó a andar. Sus pasos eran ligeros junto a los míos, y no
dejaba de mirarlo, observando cómo la multitud de luces
proyectaban sombras de colores sobre su rostro. Los músculos de
sus hombros se flexionaban cada pocos segundos, coincidiendo con
las risas, los gritos y los rugidos de la montaña rusa al pasar a toda
velocidad por otro bucle.
—Creo que sé por qué tus pesadillas son tan malas. No has
procesado nada de lo que ha pasado. Lo has enterrado, te has
enterrado a ti mismo, y ahora que te han vuelto a meter en todo, es
demasiado.
Liam no me miró mientras hacíamos cola para comprar las
entradas, su mirada escudriñaba a la multitud.
—¿Ah, sí?
—Sí, aunque yo no fui el cerebro detrás de esa deducción. En
realidad, fue Gabby. Culpo a las clases de psicología que tomó en la
escuela. Parece que algo de eso se le quedó.
Por fin me miró, con el rostro confuso.
—¿Hablaste con tu hermana de esto? ¿Sobre mí?
—Bueno, no, en realidad no. Solo me quejaba porque has sido un
completo imbécil. Entonces Gabby dijo que probablemente es por
todo lo que has pasado. Ella pensó que tal vez solo necesitabas a
alguien con quien hablar. —Me encogí de hombros, feliz de que
estuviera concentrado en mí y no en la ansiedad de estar en este
lugar, pero insegura de cómo reaccionaría ante mi revelación.
No respondió, se limitó a mirarme, lo que me inquietó aún más.
Entonces emitió ese pequeño gruñido que solía hacer antes de
asentir y volver a centrar su atención en lo que nos rodeaba.
—Necesitas un amigo, y por suerte para ti, estoy aquí. —Lo
empujé juguetonamente con el hombro, aligerando el ambiente y
manteniéndolo distraído.
Me miró.
—Qué suerte tengo, ¿eh?
Esa extraña sensación de estar anclada en él me invadió mientras
lo miraba fijamente. Algo había cambiado anoche. No tenía sentido,
pero sabía que una vez que esto terminara, no me iría. No intentaría
huir ni evitar mi inevitable castigo.
Quería creer que era por Gabby. Sería el colmo del egoísmo huir y
arrastrar a Gabby conmigo, escondiéndome de otro hombre
poderoso. Sobre todo, porque sabía que estaría protegida y sería
realmente feliz con La Mano mientras trabajaba junto a los
celestiales. Tal vez fuera la forma en que Liam hablaba de sus
amigos o lo que había sacrificado para darles la vida que ahora
llevaban, pero le creí cuando le prometió una vida normal. Así que
no huiría ni lucharía más. Me enfrentaría a mi condena, fuera cual
fuese, y casi creía que Gabby era la única razón.
—Además, quizá esto me valga una condena menor cuando
acabemos aquí —dije encogiéndome de hombros, curvando los
dedos contra la palma de la mano y la cicatriz que la atravesaba.
La línea avanzó, y nosotros también.
—Quizás.
Eso me dio una chispa de esperanza y el valor para preguntar:
—¿Y quizá Gabby pueda visitarme de vez en cuando? Quiero
decir, incluso los convictos mortales tienen derecho de visita.
La joven madre que estaba frente a mí miró hacia atrás y atrajo a
sus hijos hacia sí. Le sonreí, pero Liam no pareció darse cuenta y
siguió mirándome. Entrecerró los ojos y dijo:
—Tal vez.
Mi sonrisa casi me llegó a las orejas y coloqué las manos a la
espalda, balanceándome ligeramente.
—Bueno, no has dicho que no.

Llevábamos por lo menos dos horas en el parque y el único


mensaje que había recibido de nuestro contacto era que llegaba
tarde. Me detuve en una de las casetas para comprar una gran y
esponjosa nube púrpura de algodón de azúcar y me estaba llenando
la cara cuando Liam volvió a quejarse.
—¿Por qué tarda tanto? Todos tus amigos son terribles y poco
fiables.
Suspiré mientras cogía otro trocito de delicia azucarada y me lo
llevaba a la boca. Giré y caminé hacia atrás mientras miraba a Liam.
Un grupo de chicas jóvenes soltó una risita al pasar, y un timbre
sonó acompañado de vítores cuando alguien ganó un premio en uno
de los juegos.
—¿Qué? ¿No te estás divirtiendo? Creía que te gustaba el juego de
tiro al blanco y los coches de choque.
Su labio se curvó con disgusto mientras seguíamos caminando.
—Los coches pequeños son violentos y dejan conducir a niños
pequeños. ¿Es que no se preocupan por los pequeños? Es ridículo.
Las vidas de los mortales son efímeras, y sin embargo construyen
artilugios que podrían acabar con ellas en instantes.
Eché la cabeza hacia atrás y me reí, con un sonido pleno y sin
trabas. Cuando por fin volví a controlarme, me enjugué las lágrimas
con la mano libre y le sonreí. Me miraba con una expresión muy
extraña.
—Nunca te había oído reír así —dijo, con una sonrisa dibujada en
los labios.
Me temblaban los hombros mientras me pasaba el dedo por
debajo del ojo, sin dejar de reírme. Me puse a su paso, caminando a
su lado.
—Eres gracioso. —Choqué su hombro con el mío—. A veces.
—¿A veces? —Levantó la ceja mientras me atiborraba la cara con
más azúcar morado hilado.
—Sí, ya sabes, cuando no estás siendo un idiota.
Gruñó con más humor que irritación. Caminamos uno al lado del
otro y se hizo el silencio entre nosotros. No era del tipo incómodo.
Nunca era incómodo con él, solo un silencio confortable. Bueno,
todo lo tranquilo que podía ser con las risas, chillidos y carcajadas
que flotaban en todas direcciones.
—¿Qué es esa cajita con luces intermitentes?
Le di otro mordisco a mi algodón de azúcar mientras pensaba en
su pregunta.
—¿El fotomatón?
—Sí.
Me encogí de hombros.
—Solo quería probar que el todopoderoso Destructor del Mundo
se divertía por una vez.
Se detuvo, haciendo que casi tropezara con mis propios pies.
—No me gusta ese nombre.
—Lo siento —dije, haciendo una mueca. Alargué la mano y toqué
la suya—. No volveré a decirlo.
Asintió con la cabeza.
—Te lo agradecería.
—¿Cómo conseguiste ese título? Lo he oído tantas veces en tus
memorias.
Volvió a quedarse callado, sin ningún rastro de humor.
—No es algo de lo que desee hablar si no es necesario.
—Entendido, jefe. —Me metí otro bocado de caramelo en la boca.
—Tampoco me llames así.
—¿Qué, no te gusta?
—No.
Su palabra favorita.
—Bien, ¿y Su Majestad? ¿Su Alteza? Oh, ya lo tengo —me giré
ligeramente hacia él, señalando—, ¿mi señor?
Frunció el ceño, mirándome.
—Nunca nada de eso. Por favor.
Solté una risita, pero me detuve cuando un trío de mujeres pasó
junto a nosotros. Se quedaron mirando a Liam, con un interés
evidente en sus ojos. Sucedía lo mismo dondequiera que fuéramos.
Liam no solo era devastadoramente guapo, sino que el aire de poder
que desprendía le hacía casi irresistible tanto para los hombres como
para las mujeres. No creo que se diera cuenta
Liam observaba atentamente a la multitud, pero me di cuenta de
que en realidad no veía a la gente. Su cabeza giró hacia el sonido de
un crujido seguido del tañido de una campana, y noté que le latía
una vena en el cuello. Se frotó las sienes, pero bajó la mano cuando
se dio cuenta de que lo observaba. Había estado así toda la tarde. Se
esforzaba por mantener a raya a los demonios que lo acechaban,
pero tenía la mandíbula tan apretada que me preocupaba que
pudiera romperse los dientes. Me gustaría que hubiera alguna
manera de acelerar esto, pero estaba fuera de mi control. Así que,
por el momento, lo distraía con juegos, golosinas demasiado dulces
y fotomatones, cualquier cosa para evitar que se autodestruyera.
—¿Cómo está tu garganta? Supongo que no te he hecho mucho
daño.
Me atraganté con el trozo de algodón de azúcar que acababa de
meterme en la boca. Me llevé la mano al pecho mientras tosía,
intentando despejar las vías respiratorias. Su comentario y mi
pequeño ataque nos valieron algunas miradas y murmullos de la
multitud de adolescentes cercanos.
Liam se detuvo bruscamente y extendió la mano para asegurarse
de que no me estaba muriendo. Me puso las manos en el hombro y
en la espalda, apoyándome mientras me aclaraba la garganta y
recuperaba el aliento.
—¿He dicho algo malo?
Le hice un gesto con la mano para indicarle que estaba bien y él se
irguió, soltando las manos. Ignoré el hecho de que inmediatamente
me sentí despojada por la pérdida de su tacto.
—No, bueno, sí, pero no. Tenemos que mejorar tus frases.
No dije nada más mientras divisaba una mesa vacía entre algunas
de las atracciones menos populares y más tranquilas. Llevé a Liam
hasta ella y me subí a la mesa, apoyando los pies en el banco. Liam
se sentó a horcajadas sobre el banco y apoyó el codo en la mesa,
observando la frenética actividad del festival.
Acerqué mi algodón de azúcar a Liam.
—¿Quieres un poco?
Levantó la nariz, a punto de negarse, cuando volvió a mirarme.
—Confía en mí. Esto es increíble.
Me miró con cautela y lo cogió como si estuviera manipulando un
animal muerto. Vi cómo arrancaba un trozo y se lo metía en la boca
a regañadientes. Su rostro se contrajo ante el dulce sabor y sus ojos
se cerraron un instante antes de abrirse. Sacudió la cabeza y se me
escapó una risita.
—Es, umm…
—¿Dulce?
Asintió con la cabeza, pero dio otro bocado. Parecía más
preparado para el segundo bocado, y la tensión de sus facciones se
relajó.
—Sí, pero es agradable.
Me apoyé en la mesa, usando las manos como soporte.
—Bien.
Liam dijo algo más, pero no lo oí. Un escalofrío me acarició la
columna vertebral y se me puso la piel de gallina en los brazos. Los
pelos de la nuca se me erizaron cuando me incorporé y me giré para
mirar detrás de mí. El Ig'Morruthen que había en mí se había puesto
en alerta máxima, listo para atacar o defenderse. Era lo mismo que
había sentido en el café y en Ophanium. ¿Había otro celestial aquí?
Me asomé a las profundas sombras, pero nada destacaba.
—Dianna, tus ojos.
Liam estaba de pie frente a mí, bloqueándome la vista. Sacudí la
cabeza y cerré los ojos, deseando que volvieran a la normalidad
antes de abrirlos parpadeando.
—¿Qué pasa?
—Nada. —Volví a mirar detrás de mí. Tan rápido como la
sensación había llegado, se había ido.
—Dijiste lo mismo en el café. —Miró detrás de mí como si pudiera
encontrar lo que yo no podía—. ¿Qué es?
—No lo sé. Me pareció sentir algo.
Liam miró fijamente en la oscuridad durante unos instantes antes
de volver su mirada hacia mí.
—No veo, ni siento, nada.
Me abracé con fuerza.
—Tal vez solo tengo frío.
—Los Ig'Morruthens no tienen frío a menos que estén en climas
duros como el planeta Fvorin. Tú no deberías tener frío. —Extendió
la mano y me acarició la frente con los dedos—. ¿Es esto un efecto
secundario del veneno que tus amigas tan amablemente te dieron?
Le aparté la mano.
—No es el veneno. Al menos, no lo creo. Me siento bien. Solo creí
sentir a alguien o algo.
Sabía que no podía ser Kaden. Él no aparecería cerca de Liam.
Había visto el miedo en su rostro cuando Zekiel murió. Temía a
Liam, quisiera admitirlo o no. Si hubiera sido un celestial, se habría
acercado para adular a Liam como hacían todos. Miré detrás de mí
una vez más. ¿Tal vez Tobias? No, él era más perra de Kaden que
yo. Mis pensamientos se desviaron cuando Liam colocó su chaqueta
sobre mis hombros y la cerró sobre mi pecho. Me cubrió como una
manta de tela vaquera y levanté la vista hacia él, sorprendida.
—Vi a alguien hacer esto antes de que me obligaras a entrar en
esos coches pequeños y agresivos.
Sonreí. Liam había estado observando en silencio a todos los que
nos rodeaban durante todo el tiempo. Pensé que había estado
vigilando en busca de amenazas potenciales o luchando contra los
demonios que arañaban su subconsciente. En cambio, había estado
observando y aprendiendo el comportamiento de los mortales.
Aunque no se daba cuenta de lo íntimo que era el gesto, era
agradable.
—Gracias —respondí, con la comisura de los labios torcida
mientras me envolvía con su chaqueta. Bajé la barbilla y hundí la
cara en el cuello. Inspiré profundamente a escondidas, sintiendo su
aroma limpio y masculino. Su camiseta blanca le ceñía el torso y
contrastaba con su piel bronceada y sus brazos musculosos. Su
mirada llamó la atención, y se giró al oír los comentarios susurrados
de un grupo de mujeres. No dijo nada mientras se sentaba a mi lado,
pero me di cuenta de que su humor se había agriado.
—¿No te gusta la atención?
Liam se frotó las manos y bajó la cabeza.
—No me siento cómodo en público. Detesto las grandes
multitudes y prefiero estar solo. Solía disfrutar de las reuniones, y
estoy seguro de que lo sabes, ya que has visto mucho de mi pasado.
Ahora odio que me miren. —Apoyó la barbilla en la mano,
observando a la gente pasar. Le echaban un vistazo y luego
apartaban la mirada, algunos no tan disimuladamente como creían.
—¿Quieres que les prenda fuego? —Le di otro golpe, esta vez con
la rodilla.
—En absoluto —murmuró, sin levantar la cabeza—. Simplemente
lo odio. Odio es la palabra correcta, ¿no? —preguntó, inclinando la
cabeza para mirarme sin apartar la barbilla de la mano.
Asentí con la cabeza.
—¿Por qué? ¿Cuál es la verdadera razón?
Liam suspiró y volvió a mirar hacia delante.
—No tiene importancia.
—Si te molesta, lo es. Además, tenemos tiempo que matar.
Ilumíname.
Una melodía alegre llenó el aire cuando la atracción más cercana a
nosotros se puso en marcha de nuevo. Liam guardó silencio por un
momento y me pregunté si me habría oído entre tanto ruido.
—No lo sé. Supongo que siento como si pudieran ver todo lo que
he hecho. Cada error, cada decisión equivocada, y me culpan por
ello.
Fruncí el ceño.
—Sabes que eso no es verdad.
—Ya te he dicho que no es importante —dijo, volviendo a su tono
áspero.
—Hey. —Le empujé el hombro, no tan fuerte como para hacerle
daño, pero lo suficiente como para llamar su atención. Se incorporó
y me miró—. Lo es, pero no por la razón que crees. Es importante
porque es otra cosa en la que tendrás que trabajar. Estás
proyectando lo que sientes. No te conocen, igual que nosotros a
ellos. —Envolví su chaqueta con más fuerza y me incliné más cerca
para susurrar—: Y te voy a contar un secretito. No te miran porque
te conozcan como un antiguo rey guerrero o por las batallas que has
librado o las que has perdido. Todo eso está en tu cabeza. Te miran
porque piensan que eres guapísimo.
Se apartó y me miró sorprendido.
—¿Guapísimo? —dijo la palabra como si fuera lo más inquietante
que pudiera imaginar.
—¿Esa es la parte que has oído de todo lo que he dicho? —Puse
los ojos en blanco y me llevé otro trozo de algodón de azúcar a la
boca—. ¿Esta es la parte en la que fingimos que no lo eres?
Sacudió la cabeza y su mirada se clavó en mis labios mientras los
recorría con la lengua.
Suspiré, cediendo.
—Sí, ya sabes. Atractivo, guapo, deseable. —Eso pareció encajar
en su cerebro divino porque la comisura de sus labios se crispó—.
Especialmente cuando sonríes.
Sacudió la cabeza y soltó una risita, el sonido fue como una caricia
de terciopelo sobre mi piel. Liam era letal en más de un sentido.
—Me llamas una cosa y luego otra. Tu opinión cambia como el
viento.
—Oh, créeme, mi opinión no ha cambiado. Quiero decir, te veías
terrible por un tiempo. Además, sigo pensando que a veces eres un
completo imbécil y que tienes un ego del tamaño de la luna, pero no
estoy ciega. —Su sonrisa se desvaneció, lo que no hizo más que
ensanchar la mía—. Oye, al menos soy sincera.
—Sí que lo eres.
Seguí sonriendo, cogiendo los últimos trozos de algodón de
azúcar y metiéndomelos en la boca.
—Ya que te he sonsacado tus profundos y oscuros secretos,
supongo que podría contarte uno de los míos.
Eso llamó su atención, la curiosidad bordeando sus rasgos.
—Parece justo, sí.
—Bien —dije, apuntándole con mi bastón de algodón de azúcar—
. No te rías, pero aunque suene patético, quiero lo que Gabby adora
en sus tontas películas cursis. Bueno, lo hacía. Una vez intenté algo
serio con Kaden. Entonces se alejó de mí. Ha sido diferente desde
entonces. Definitivamente es más del tipo de relación abierta. O un
monstruo, supongo.
Sus ojos se clavaron en los míos una fracción de segundo de más.
—Lástima. Yo no compartiría.
Su comentario me tomó desprevenida. Puse los ojos en blanco y le
di un manotazo con el bastón de algodón de azúcar vacío.
—Mentiroso. Te he visto compartir muchas veces.
Liam sonrió mientras esquivaba mis intentos fallidos de agresión.
—¿Es eso algo normal y piadoso? Lo de las fiestas gigantes y las
orgías desenfrenadas.
La risa de Liam hizo que me flaquearan las rodillas.
—No —dijo, mirándome antes de volver a observar a la
multitud—. Es una forma de pasar el tiempo, supongo. Y no todos
los dioses son así. No cuando encuentran a su amata.
—¿Qué es eso?
Se encogió de hombros, sacudiendo ligeramente la cabeza.
—En tu lengua mortal, significa amado. Es lo que tienen Logan y
Neverra.
—Oh. —Asentí lentamente—. ¿La marca de Dhihsin?
Se volvió hacia mí, con la frente arrugada mientras intentaba
encontrar las palabras adecuadas.
—Sí, pero más. Es el reflejo de tu alma. No sé si es una traducción
correcta. La marca de Dhihsin solo muestra al mundo el vínculo que
ya han establecido.
—Así que, básicamente, tu otra mitad.
—En términos sencillos, supongo, pero es mucho más que eso. Es
más profundo. Es una conexión que las palabras no pueden
transmitir del todo.
—¿Todo el mundo tiene uno? ¿Tienes tú uno? —No sabía por qué
de repente me importaba tanto, pero me importaba. Las imágenes
que había obtenido del subconsciente de Liam me decían que no lo
tenía. Pero, ¿y si hubiera tenido una pareja y la hubiera perdido?
Podía imaginármelo sintiendo tanto dolor que cerrara los recuerdos.
—No. A pesar de tus historias y leyendas, el universo no es tan
amable. —La tristeza apareció en sus ojos color tormenta. Quizá
Gabby tenía razón. Quizá el poderoso y aterrador Destructor del
Mundo se sentía solo.
Me incliné hacia él, sacudiéndolo de cualquier pensamiento cruel
que le rondara la cabeza.
—Si tuvieras uno, ¿cómo sería? Si tuvieras que elegir.
Frunció los labios, pensando un momento. Era una distracción,
claro, pero también era divertido hablar con él.
—Si pudiera elegir, y tuviera que elegir. Querría un igual. Un
compañero en todos los aspectos de mi vida, como lo que
compartieron mi padre y mi madre. —Mi intención era que la
conversación lo hiciera aventurarse más lejos de los fantasmas que
lo perseguían, pero parecía que no podía escapar por mucho que lo
intentara. Así que siendo yo, hice lo que mejor sabía hacer.
Contrarrestar con humor.
—No lo sé. —Suspiré con fuerza para atraer de nuevo su mirada
hacia mí—. Parece casi imposible. Necesitarías a alguien que
pudiera manejar tu enorme ego con regularidad y responder a todas
tus llamadas. Por no mencionar…
—Cállate. —Resopló, esta vez dándome un codazo con el hombro.
El zumbido de mi bolsillo trasero interrumpió nuestra discusión.
Saqué el móvil y leí el texto que aparecía en la pantalla.
Noria. Ahora mismo.
Se lo mostré a Liam y señalé con la cabeza la gran rueda giratoria.
Se levantó y me ayudó a levantarme de la mesa, nuestros estados de
ánimo se calmaron mientras nos dirigíamos a la parte trasera de la
feria.
CAPÍTULO 29
Liam
Los olores aquí eran atroces, pero la horda de mortales no parecía
darse cuenta. Había visto a una manada de D'jeern causar menos
destrucción, y eso ya era mucho decir, dado que eran bestias
grandes y torpes con varios cuernos donde deberían estar sus ojos,
dientes podridos y dentados, y se alimentaban de restos de criaturas
muertas.
Aunque el festival fue un asalto a todos mis sentidos, hubo
momentos en los que disfruté. Nunca se lo admitiría, pero la
presuntuosa mujer morena que se paseaba delante de mí quizá
tuviera algo que ver.
Puede que no quisiera admitirlo, pero disfrutaba de su compañía.
Eso era otra cosa que no compartiría con ella. Pensar que podía ser
cordial, incluso feliz, con un Ig'Morruthen era absurdo. Los antiguos
dioses habrían pensado que me había vuelto loco, pero era cierto.
No estaba tan atrapado en el pasado cuando ella estaba cerca.
Dianna aún tendría que pagar por sus crímenes contra mi pueblo
y el mundo mortal. Me pesaba el pecho solo de pensar en castigarla,
pero era la ley y yo era el encargado de hacerla cumplir. Pero,
aunque nuestro vínculo fuera temporal y fraudulento, estaba
agradecido por el respiro que me había proporcionado.
—Lo estás haciendo otra vez. —Su voz eufónica se filtró en mi
conciencia, devolviéndome al presente. La chaqueta que le había
regalado se desprendió de sus hombros, revelando más de aquella
piel dorada y bronceada. Ella afirmaba que todo el mundo me
miraba, pero yo me había fijado en todos los ojos que se habían
posado en ella desde que había entrado en este odioso lugar. En el
último recuento, eran cuarenta y cinco, no, espera, hubo otro,
cuarenta y seis. Me dije que solo llevaba la cuenta por razones de
seguridad, nada más. Ella tenía enemigos, y yo aún no estaba seguro
de este supuesto contacto suyo. No necesitaba que la envenenaran o
la dejaran inconsciente otra vez.
—¿Haciendo qué, exactamente? —pregunté al doblar una
esquina. Una fila de mortales esperaba pacientemente para subir a
unas cestas unidas a un monstruoso círculo iluminado. Reían y
chillaban mientras yo me encogía al oír cada pieza de metal que
luchaba por mantenerse unida. Sus vidas eran tan cortas y, sin
embargo, se arriesgaban a morir innecesariamente. Me llevó más
allá de las atracciones y se adentró más en las sombras. Aquí no
bailaban luces ni música, ni tampoco mortales.
—La cosa silenciosa y enfurruñada —dijo mientras se agachaba
bajo unos barrotes metálicos que sostenían un trozo de plástico
ondeante. La seguí, lo que parecía ser habitual últimamente.
—¿Tienes que prestarme tanta atención?
Su pelo era una masa de ondas y rizos que danzaban sobre sus
hombros mientras se giraba, con una sonrisa traviesa curvando sus
exuberantes labios. Sabía que sus siguientes palabras serían
sarcásticas o groseras, pero antes de que pudiera decir nada, oímos
pasos en el camino de grava. Su humor se serenó y su brillante
sonrisa se desvaneció.
Un hombre mal cuidado salió de la oscuridad, con la ropa gastada
y sucia. Llevaba la camisa medio metida en unos vaqueros que le
colgaban holgadamente de las caderas. El olor que lo rodeaba en
una nube casi visible era casi peor que los olores que se cernían
sobre el festival. Me puse delante de Dianna, protegiendo su cuerpo.
Puede que ella conociera a ese hombre, pero yo no, y el último
informador le había clavado agujas.
—Llegas tarde.
Los ojos del hombre pequeño y delgado se abrieron de par en par.
—Oh, hombre, eres enorme. Pero no en el mal sentido. Eres alto y,
ya sabes, grande. Eres realmente él, ¿verdad? ¿El que todo el mundo
susurra en el Otro Mundo?
Dianna vino a mi lado, contestando antes de que yo pudiera.
—Sí, es él. ¿Por qué has tardado tanto? Llevamos horas aquí.
Levantó las manos y miró a Dianna, que estaba de pie con los
brazos cruzados y la cadera ladeada. Tragó saliva y sus ojos
recorrieron su figura con evidente interés masculino. Cuarenta y
siete.
—Mira, tienes suerte de que haya aparecido. Estás en la lista
negra, mejillas dulces, lo que significa que nadie de aquí al Otro
Mundo quiere ayudarte.
Sentí que cambiaba de postura y que se le iba un poco de ese aire
chulesco que tan bien llevaba. Eso me molestó. El aire que nos
rodeaba se cargó de nubes que se cernían a lo lejos, y mi
temperamento se encendió. No permitiría que nada mermara su
espíritu.
El hombre delgado y maloliente continuó:
—Sé que tus conexiones son limitadas, pero el Otro Mundo se
agita. Dicen que encontró el libro.
Oí su aguda inspiración y me crucé de brazos. Lo miré como si
estuviera loco.
—Tus fuentes te mienten. Es imposible. El libro no existe.
Se movió de un pie a otro, mirando a su alrededor, antes de decir:
—Mira, hombre, solo te digo lo que sé, ¿bien? Volviste, y todo el
mundo está al límite. Es un caos ahí fuera, y empeoró cuando le
robaste a su preciosa noviecita.
Oí a Dianna burlarse a mi lado. La miró y se metió una mano en el
bolsillo.
—Se dice por ahí que Kaden está más que molesto y busca
venganza a lo grande.
—Si está tan enfadado, ¿por qué no lo he visto?
Se encogió de hombros, sin dejar de moverse de un pie a otro.
Podía oler la ansiedad que se filtraba por sus poros, y mi
desconfianza hacia él aumentó.
—Es listo. No creo que ataque a menos que sepa que puede
eliminarte.
Se acercó un poco más y se inclinó hacia Dianna. Inclinó la cabeza
hacia delante y susurró:
—He oído que le da igual cómo recuperarte. Viva o muerta, ha
puesto precio a tu cabeza. He oído que te arrastraría de vuelta en
pedazos si tuviera que hacerlo.
Dianna no se movió ni dijo nada, pero sentí que el pánico se
apoderaba de ella. La miré y vi que se esforzaba por mantener la
frialdad y la calma que siempre proyectaba.
Antes de darme cuenta de lo que hacía, me había vuelto a poner
delante de ella. Agarré la parte delantera de su sucia camisa,
levantándolo de sus pies.
—Que lo intente —dije, mi voz era un gruñido amenazador
incluso para mis propios oídos.
Sus ojos se abrieron de par en par mientras sus pies pataleaban en
el aire y sus manos se agarraban a mis muñecas.
—Nos está haciendo perder el tiempo y suministrando amenazas
vacías. Díganos cómo podemos llegar a Zarall, o esta reunión habrá
terminado.
—Oye, oye, no quiero problemas, ¿bien? Recibí la llamada, y estoy
aquí para ayudar. Necesitas un vuelo a Zarall, y conseguí uno.
Conocerás a un amigo mío. No preguntes su nombre. No quiere
involucrarse más de lo que ya está. Llevará un cargamento, y
ustedes viajarán con la carga. Es un avión pequeño, pero los llevará
sin ser detectados.
—¿Qué aeropuerto? —Dianna interrumpió.
—Aeropuerto Internacional. Está a unos kilómetros de aquí.
Estará en uno de los hangares traseros. —Sus ojos brillantes me
miraron a mí y a ella—. El tiempo apremia, mejillas dulces, así que
no lo hagas esperar.
Oí el sonido de sus zapatos rozando las rocas mientras se daba la
vuelta y se alejaba. Dejé caer la lamentable excusa de hombre, que
cayó de rodillas. Dianna no se molestó en mirar atrás. Sabía que le
pasaba algo, y me molestaba más de lo que me gustaba admitir.
—Es extraño de ver —dijo el hombre mientras se levantaba del
suelo y se limpiaba las manos en las rodillas de los vaqueros—. El
hijo de Unir y un Ig'Morruthen trabajando juntos. Las historias
decían que ustedes dos estaban destinados a derramar la sangre del
otro hasta que las estrellas murieran, y sin embargo parecen más
que acogedores.
No respondí a su comentario ni me interesó su opinión. Le di la
espalda y seguí a Dianna.
Por primera vez desde que iniciamos nuestro largo viaje, Dianna
no habló. La miré varias veces durante el trayecto al aeropuerto para
asegurarme que seguía en el coche conmigo. Su rostro permanecía
cauteloso mientras conducía con una mano en el volante. Apoyaba
el codo en la ventanilla y se mordía la uña del pulgar con la mano
libre en los labios.
—Es la primera vez que callas desde que empezamos este viaje.
Sin respuesta.
—Normalmente, tienes un millón de cosas que decir en rápida
sucesión.
Ni siquiera me dirigió una mirada mientras maniobraba el coche
suavemente en otra curva. El silencio lo envolvía todo, pero no sabía
cómo ayudarla como ella me había ayudado a mí los últimos días.
Lo único que sabía era que tenía que intentarlo. Perdido en mis
pensamientos, intentando averiguar cómo hacer que me hablara, me
sorprendí cuando paró el coche. Miré a mi alrededor y vi que
estábamos en medio de la nada.
Las luces del vehículo iluminaban una carretera abandonada.
Podía ver grandes edificios de metal marrón a lo lejos y vallas
metálicas a ambos lados de la carretera. La hierba crecida
amenazaba con reclamar el pavimento, y pequeños insectos bailaban
bajo los haces de luz de los faros. La única luz que podía ver desde
allí era la roja y parpadeante de una alta torre. Observé cómo un
avión aceleraba con un profundo rugido de sonido, recorriendo a
toda velocidad la pista antes de alzar el vuelo.
Dianna sacó su pequeño teléfono negro antes de salir del coche.
Ni siquiera se molestó en cerrar la puerta mientras levantaba el
teléfono en el aire y se alejaba. Suspiré y salí del coche para seguirla.
—Dianna.
No dijo nada mientras rodeaba la zona antes de subir al vehículo,
aún con el teléfono sobre la cabeza. Era una mujer muy peculiar.
—Tengo un servicio pésimo aquí fuera —dijo mientras se sentaba
y doblaba las piernas hacia delante. Con una mano, me agarré al
lateral del vehículo y me levanté. El coche se sacudió y se inclinó
hacia un lado antes de enderezarse.
Me senté cerca de ella y la miré por encima del hombro mientras
escribía rápidamente un mensaje para informar a nuestro contacto
de que estábamos aquí y esperando. Después, pulsó el pequeño
botón de enviar y se quedó mirando la pantalla como deseando que
apareciera una respuesta.
La miré, con la mitad de la cara iluminada por el resplandor del
teléfono.
—¿Piensas permanecer en silencio durante el resto del viaje?
Su teléfono emitió un pequeño pitido cuando apareció un
mensaje. Lo leyó rápidamente y cerró el teléfono antes de que yo
pudiera ver lo que ponía. Asintió con la cabeza y esperé a que
respondiera a mi pregunta, desesperado porque me hablara.
Ansiaba que hiciera cualquiera de las cosas molestas con las que me
había atosigado durante las últimas semanas. En lugar de eso,
respiró hondo y apretó las rodillas contra el pecho, rodeándolas con
los brazos.
—Estará aquí al amanecer. Así que tenemos un rato.
—Dianna —bajé la cabeza hacia ella, intentando que me mirara—,
¿podrías decirme qué te preocupa?
No habló mientras echaba la cabeza hacia atrás, mirando hacia
arriba y evitando mis ojos. Seguí su línea de visión, viendo lo mismo
que ella. Las estrellas iluminaban tenuemente el cielo nocturno, y
una luna creciente abrazaba el horizonte. No era tan bello como en
Rashearim, pero atrajo su mirada. Me incliné hacia atrás y estudié su
perfil; la fresca brisa nocturna le acariciaba los mechones de pelo
sueltos que rodeaban su rostro.
—¿Así que todos esos son otros reinos?
Su pregunta me tomó desprevenido, pero no dudé en contestar.
—Algunos, sí. Algunos son antiguos mundos muertos que
estaban vivos mucho antes de que naciera mi padre.
Aún llevaba mi chaqueta, y se la envolvió más fuerte.
—Entonces, ¿hubo dioses antes que tú?
Sabía que estaba evitando lo que realmente le preocupaba, pero
me negué a insistir. Me contenté con que me hablara.
—Oh, sí. Muchos. Seré sincero. De niño era un ignorante. Debería
haber prestado más atención, pero por lo que recuerdo, hay grandes
seres que van más allá incluso del universo. Son cosas gigantes sin
forma. Mi padre decía que allí es donde vas cuando mueres. Otro
reino que ni siquiera nosotros podemos alcanzar, más allá de las
estrellas, más allá del tiempo, la paz eterna.
Ella asintió mientras sus ojos escudriñaban la brillante oscuridad.
—Te envidio.
Fruncí el ceño mientras la miraba fijamente.
—¿Qué?
Se encogió de hombros y sus ojos reflejaron la luz de la luna.
—Nunca llegaré a ver esos otros mundos. Este reino es todo lo
que conoceré. Pero me gustaría poder ver más.
—Quizá algún día.
Entonces se volvió hacia mí, con una pequeña sonrisa dibujada en
los labios. No había lágrimas en sus ojos, pero la tristeza marcaba
sus hermosos rasgos.
—Ambos sabemos que una vez que esto termine, si no estoy
muerta, será en cualquier prisión divina que tengas para mí. No
tenemos que fingir.
No dije nada. Había estado pensando en qué sería de ella una vez
que todo esto terminara, y mis opciones pesaban sobre mi
conciencia.
—Necesito otra promesa. —Tragó saliva con dificultad, como si le
costara formar las palabras.
—Pero ya te he hecho muchas. —Intenté relajar el ambiente.
Quería calmar el dolor que irradiaba de ella.
—Si Kaden me pone las manos encima, cuida de Gabby, ¿bien?
Sus palabras me tomaron desprevenido.
—¿Este repentino cambio en tus emociones se debe a lo que dijo
ese hombre en el festival sobre Kaden?
—No lo conoces como yo. Llevo siglos con él. Todo lo que dice, lo
dice en serio, y lo cumplirá. No hace amenazas en vano, Liam. Si
dice que me traerá de vuelta, aunque sea en pedazos, lo hará.
La forma en que me miraba, la forma en que hablaba. Era como si
su destino ya estuviera sellado. Estaba segura de que él se la
llevaría.
—No dejaré que te tenga.
Su sonrisa era pequeña y no le llegaba a los ojos.
—Sé a lo que me comprometí, y conocía los riesgos. Sabía el
precio que pagaría cuando maté a Alistair y volví contigo. En el
momento en que decidí ayudarte, mi destino estaba sellado. La
libertad y la servidumbre iban de la mano con Kaden, y acepté con
gusto sus condiciones. Pagué la vida y la libertad de Gabby con
sangre. Tú y yo sabemos que estoy cubierta de ella.
Dianna sacudió la cabeza y se miró las manos como si pudiera ver
la sangre en ellas. La realidad de nuestra situación la había golpeado
en lo más profundo de su ser.
—Sé que no soy una buena persona. —Hizo una pausa y soltó una
risa corta y sin humor—. Dioses, ya no soy una persona en absoluto.
Conozco mi destino, y es uno que merezco, pero Gabby es inocente.
Siempre lo ha sido. Puede que yo haya sido la fuerte que robaba
para que pudiéramos comer, la que luchaba para que pudiéramos
vivir, pero ella me mantuvo unida. Su único defecto es que me
quiere. Incluso cuando estaba en mi peor momento, nunca dejó de
quererme. Merece ser feliz. La he encadenado a esta vida durante
demasiado tiempo. Así que promételo. Si algo sale mal y no lo logro,
prométeme que la mantendrás a salvo. Promételo. Solo promételo.
Sus ojos no contenían el humor cuando se volvió y me miró
fijamente, con su vibrante luz apagada. Me suplicaba en silencio, me
rogaba desesperadamente que mantuviera a salvo a su hermana. En
ese momento decidí que aquella mujer nunca debía suplicar.
Comprendí que se preocupaba por su hermana, pero ¿quién se
preocupaba por ella? En ese momento, parecía tan inocente. No era
la mujer despiadada que había conocido. Era solo una chica que
había nacido en el caos. Kaden la había arrinconado, le había
quitado sus opciones hasta que se había convertido en un arma. Se
había convertido en lo que necesitaba ser para proteger a la única
persona que aún veía el bien en ella.
Como no soportaba verla tan sola en la oscuridad, me acerqué a
ella y le cogí la mano de la misma forma que ella había hecho con la
mía durante mis terrores nocturnos. Me había reconfortado y quería
hacer lo mismo por ella.
—Prometo asegurarme que Gabby esté a salvo. También prometo
que no volverá a ponerte la mano encima. Si intenta llevarte,
prometo que haré que se arrepienta de haber nacido.
—Otra vez ese ego. —Resopló, sacudiendo ligeramente la cabeza.
Le dediqué una sonrisa ladeada.
—¿Ego? No, has visto en mis recuerdos que he hecho que
monstruos y hombres rueguen por sus vidas.
—Oh, he visto mi parte justa de la mendicidad.
Sus palabras provocaron en mí una sensación muy extraña.
Empezó en mi diafragma y se extendió hacia fuera. Eché la cabeza
hacia atrás y me reí, me reí de verdad. Se apoderó de mí tan
rápidamente que el sonido fue un poco chocante. Volví a mirarla, y
la sorpresa en su rostro fue satisfactoria.
—Sabes demasiado de mí. Me temo que hasta La Mano sentiría
envidia.
Eso me hizo sonreír de verdad. Dianna miró nuestras manos
unidas.
—Prometo no contarlo. —Su pulgar recorrió el dorso de la mía—.
Eres dulce cuando eres homicida.
—No sé qué significa eso.
Me miró y me dedicó una pequeña sonrisa antes de apartar su
mano de la mía.
La mitad era mentira. Sabía lo que quería decir, pero me divertía
verla intentar explicarme palabras y frases. Se movió y se tumbó en
el vehículo. Me acomodé a su lado mientras se ajustaba la chaqueta.
La vi hundir la barbilla e inhalar profundamente el resistente
material antes de que sacara una tira de papel del bolsillo.
—¿Las guardaste? —Su risa fue pequeña y rápida, pero me calmó
los nervios—. Creía que te las habías dejado en el fotomatón. —Sus
ojos se iluminaron de alegría al mirar las fotos.
—Sí, me lo sugeriste.
—No sé si me escuchas la mitad del tiempo.
—Siempre escucho.
Puso los ojos en blanco antes de señalar una de las imágenes.
—Esta es mi favorita. —Era aquella en la que había estado
señalando la cámara parpadeante con una mano mientras intentaba
mover mi cara hacia ella con la otra. Mi cara de confusión quedó
grabada para siempre—. El poderoso rey es amigo de su
archienemiga, Ig'Morruthen —me burlé, haciendo que se volviera
hacia mí.
—No eres mi enemiga. En realidad, tendrías que vencerme en una
pelea.
Me dio una bofetada juguetona en el brazo. Sus pequeños golpes
apenas me afectaban, pero parecía ser alguna forma extraña de
afecto de ella.
—Bien, bien, enemiga no, pero ¿qué tal amiga?
—Sí —asentí—, mi amiga.
Aquella respuesta pareció complacerla. Volvió a mirar las fotos,
acariciando la imagen.
—Me gusta ésta porque me recuerda lo mucho que intento
obligarte a escuchar —dijo riendo.
Decidí que esa también era mi favorita.
No recuerdo cuánto tiempo hablamos, pero en algún momento,
entre sus risas y sonrisas, decidí que desgarraría el mundo por ella.
Cuando se giró hacia mí y me rodeó el pecho con sus brazos, el
mundo se desvaneció. Fue un breve respiro mientras sostenía su
cuerpo acurrucado contra el mío. Fue un momento de paz hasta que
los sueños que amenazaban con destrozar mi alma lo hicieron
añicos.
CAPÍTULO 30
Liam
Las sábanas de seda me enredaban las piernas mientras reíamos,
reíamos y nos revolcábamos bajo ellas. Apoyé los antebrazos a
ambos lados de su cabeza para no aplastarla. El pelo se le pegaba a
la cara sonrojada mientras se reía. Acaricié la curva de su mejilla,
apartando los mechones acaramelados, incapaz de recordar su
nombre.
Se inclinó hacia delante y me besó una vez más antes de tumbarse
contra la cama. Había telas esparcidas por mi habitación, prueba del
placer que habíamos disfrutado la noche anterior. Los pájaros
cantores volaban junto a la ventana abierta y la luz de la mañana
entraba en la habitación.
—¿Y si Imogen se entera?
—No estoy comprometido con Imogen ni ella conmigo.
Se mordió el labio inferior y me pasó un dedo por la mandíbula.
—Habla de ti como si fueras suyo.
Mis palabras no contenían bondad, solo verdad. Eran las mismas
palabras que le había dicho a Imogen y a muchos otros que
pensaban que un espacio en mi cama significaba mi corazón o mi
corona.
—No la amo, no como ella me ama. Ni puedo amarte a ti. No
tendrás una corona por acostarte conmigo. Si eso es lo que buscas,
no puedo dártela. ¿Entiendes?
—Sí —susurró, rodeando mi cuello con sus brazos—. Te tendré
como pueda. —Su pierna subió por mi costado mientras apretaba
sus caderas contra las mías.
—¿Es así?
Mi sonrisa se ensanchó cuando me incliné hacia delante y acerqué
mi boca a la suya. Un suave gemido se escapó de sus labios cuando
me apoderé de ellos. Agarré su cara y su mandíbula, empujando
suavemente su cabeza hacia atrás para permitirme un mejor acceso
mientras mi lengua bailaba con la suya.
Me eché hacia atrás y abrí los ojos lentamente. Me quedé helado,
con el corazón martillando en el pecho. Me levanté de un empujón y
me aparté, mirando atónito. Las exuberantes curvas de marfil de la
mujer que tenía debajo habían sido sustituidas por una esbelta
mujer de piel dorada con gruesas ondas oscuras que se enroscaban
alrededor de su cara y sus hombros.
—Dianna —exhalé su nombre—, no deseo soñar contigo de esta
manera.
—¿Estás seguro? —Se incorporó y se acercó a mí. El pelo le caía
por la espalda, revelando las curvas dulces y ágiles de su cuerpo y la
suave turgencia de sus pechos.
Algo dentro de mí se rompió. Se me secó la boca y el cuerpo me
ardió de necesidad.
Dianna me pasó una sola mano por el brazo mientras aquella voz
sensual susurraba como un canto de sirena:
—Quédate conmigo.
Tragué el nudo que se me hizo en la garganta y levanté la mano
para apartarle un mechón de pelo que le había caído sobre la frente.
Le acaricié ligeramente la frente con un dedo. Las mismas cejas que
ella levantaba tan a menudo en mi dirección. Recorrí con el dedo la
curva de su mejilla. Las mismas mejillas que se iluminaban cuando
sonreía. Le acaricié un lado de la cara, le rodé la mandíbula con la
mano y pasé el pulgar por la forma de sus labios carnosos, su
hermosa boca desafiante.
Me preguntaba qué haría falta para que abriera los labios y
gritara. Ansiaba saber si me mordería y me arañaría mientras me
enterraba tan dentro de ella que no podría ver bien.
—Ya consumes todos mis pensamientos despiertos, ¿debes
consumir también mis sueños?
Inclinó la cabeza hacia atrás mientras le pasaba los dedos por la
barbilla y la garganta. Me moví lentamente, memorizando cada
línea y curva de su rostro. Se le escapó un suave gemido cuando mi
mano bajó más, recorriendo sus clavículas antes de sumergirse en el
valle bajo sus pechos. Entonces supe que quería verla y tocarla así
de verdad, aunque no estuviera bien. Una parte de mi cerebro
susurraba que estaba prohibido. Estábamos prohibidos.
Su cuerpo se enroscó bajo el mío, acercándome como si fuera una
ola en el mar y yo estuviera dispuesto a ahogarme.
Mis ojos se encontraron con su mirada color avellana, y supe que
aquel momento quedaría grabado en mi memoria mucho después
de que me hubiera convertido en polvo de estrellas. Me incliné
hacia…
Sentí que un calor húmedo sustituía a la calidez de su piel sedosa
y me obligué a apartar la mirada de sus ojos para mirar mi mano,
sorprendido al ver que la sangre se agolpaba bajo las yemas de mis
dedos.
No.
Tosió y levantó la cabeza, con los ojos teñidos de lágrimas y un
hilillo de sangre goteando por la comisura de los labios.
—Lo prometiste —dijo, con palabras confusas.
¡No!
La atraje hacia mí, acunando su cabeza mientras tosía. Apreté la
mano contra el agujero de su pecho, intentando detener la
hemorragia, pero fue inútil. Su cuerpo se agrietó y se dobló antes de
convertirse en cenizas. Cerré los ojos de golpe mientras el poder que
llevaba dentro amenazaba con arder. Sentí vibrar el anillo oscuro de
mi dedo. Oblivion reaccionaba a mi rabia y mi dolor, ansiosa por ser
invocada. Un dolor, puro y cegador, me consumía, su aguda y
dolorosa punzada me hacía desear destruir todo a mi paso. Sabía
que con la espada oscura podía aniquilar y reducir a meros átomos
cualquier ser vivo.
Abrí los ojos de golpe y me detuve al darme cuenta de que ya no
estaba en mi habitación. Levanté la vista y observé a mi alrededor.
Abrí los brazos y no quedaba ni rastro de las cenizas de Dianna.
Tenía las manos limpias, sin rastro de ella, y me dolía el pecho por la
pérdida. Una armadura plateada cubría mis brazos, piernas y torso.
Giré lentamente, con las manos aún extendidas mientras miraba a
mi alrededor.
Me encontraba en el enorme vestíbulo de la Cámara de Raeul, el
edificio de reuniones y comercio de Rashearim. Una tela de color
crema sujeta a las enormes columnas, ondeaba con la brisa. Las
paredes estaban revestidas de estatuas de los dioses en distintas
posturas de batalla. Risas y gritos inundaban el pasillo principal. Me
acerqué al sonido del jolgorio, cuya intensidad aumentaba a medida
que llegaba a la gran entrada tallada.
Varios hombres y mujeres estaban sentados ante una mesa larga y
gruesa en el centro de la cámara. Había varios cascos descansando al
final de la mesa y llevaban la misma armadura que yo, pero
cubiertas de suciedad y escombros.
Los conocía, los conocía a todos. Éramos nosotros, La Mano y yo.
Logan, Vincent, Neverra, Cameron, Zekiel, Xavier e Imogen. No
podía ubicar qué batalla rememorábamos todos, solo que recordaba
este tiempo. Era una época más feliz.
—¡Samkiel, si te vuelves más rápido en la batalla no nos
necesitarás más! —gritó Logan mientras se echaba hacia atrás, con el
casco en el regazo.
—Eso es incorrecto. Puede que tenga la fuerza y la habilidad, pero
no el cerebro —gritó Cameron, levantando una taza mientras los
demás se reían.
—Sigue así y me aseguraré de que todo el mundo vea el cerebro
que no tienes. —Oí mi propia voz desde el otro extremo de la mesa.
Relajado y posado, pero aun goteando exceso de confianza, odiaba
esta versión de mí mismo. No recordaba quién era entonces y, desde
luego, ya no me sentía como él. Era un recuerdo lejano, igual que
este sueño. Lo único que me traían estos recuerdos era pena. Intenté
concentrarme y querer despertarme, pero la escena seguía
representándose ante mí.
—¿Cuántos Ig'Morruthens había hoy? ¿Diez? ¿Doce? —preguntó
Xavier, robándole un poco de comida a Cameron.
—No es suficiente. —Fue mi respuesta—. Su número aumenta y
los dioses apenas se inmutan.
Vincent tragó el amargo trago y se aclaró la garganta.
—Cuantos menos de ellos haya en este reino, más seguros
estaremos todos.
Asentí con la cabeza mientras me frotaba la barbilla.
—Estoy de acuerdo. Son bestias descerebradas y destructivas. No
tienen ningún propósito real, excepto ser armas de guerra. Cuanto
antes liberemos los reinos de ellos, mejor.
Los demás alzaron sus copas, vitoreando al unísono, antes de
seguir hablando y riéndose de alguna otra tontería.
—Vaya. Qué duro.
No me moví, solo mantuve las manos delante de mí mientras
Dianna aparecía en mi periferia. Permanecimos uno junto al otro,
observando la escena que se desarrollaba ante nosotros.
—Era una época diferente. Yo era diferente. Arrogante. —Suspiré
profundamente—. Creía que matar era la única forma de proteger
mi hogar.
Inclinó la cabeza hacia mí, con los brazos a la espalda.
—Oye, no tienes que darme explicaciones.
—¿Esto es parte de nuestro trato? ¿Los sueños de sangre que
mencionaste? ¿Por eso sueño contigo ahora?
Una lenta sonrisa seductora se dibujó en su rostro mientras se
mordía el labio inferior.
—¿Te gustaría que fuera por eso? ¿Excusaría todas las cosas
desagradables que piensas de mí?
Sentí que se me apretaba la mandíbula mientras apartaba la
mirada de ella.
—Quiero decir, ¿cómo podrías estar con un monstruo?
—No eres un monstruo —espeté, encontrándome con su mirada,
lo que solo provocó su risa.
—No te preocupes, tu secreto está a salvo conmigo. Además, en
realidad no estoy aquí. Solo soy tu yo superior intentando decirte
algo.
Entrecerré los ojos y le pregunté:
—¿Decirme qué?
Se adelantó, acortando la distancia que nos separaba, y yo
contuve la respiración. Levantó la mano y me acarició suavemente
la mejilla. Me negué a moverme cuando su suave tacto se volvió
doloroso, sus uñas se clavaron en mis mejillas y arrastraron mi cara
hacia la suya. Aquellos ojos color avellana, antaño encantadores,
ardieron en carmesí cuando se inclinó lo suficiente como para que
sintiera su aliento en mis labios.
—Que así es como se acaba el mundo. —Su voz era un siseo
sibilante. Levanté la mano y le agarré la muñeca mientras ella me
apretaba la mandíbula. Era tan fuerte que me giró la cabeza a la
fuerza, dándome la espalda. Tropecé y, cuando me corregí, el
escenario volvió a cambiar.
Alcé la mano y me toqué el lado de la cara donde me había
clavado sus garras. No había sangre ni arañazos en mi cara. Tragué
saliva y miré a mi alrededor, intentando averiguar dónde estaba.
Estaba cerca de un balcón, pero era uno que no reconocía. Las
pirámides se alzaban en la distancia, varios edificios más pequeños
hechos del mismo material decoraban el espacio a su alrededor. La
luna colgaba en lo alto, tiñéndolo todo de plata. Era precioso, pero
no era mi hogar. La luz se reflejaba en la armadura que aún llevaba.
El sonido de muchos pasos marchando al unísono me hizo
volverme. Las antorchas colgaban de las paredes cercanas, la
pequeña llama apenas brillaba. Miré fijamente las sombras más allá
de la luz, soldados vestidos de plata aparecieron como convocados
desde la oscuridad. Llevaban gruesos escudos ovalados a los lados y
empuñaban armas encendidas. No les quité los ojos de encima
mientras avanzaban al unísono, golpeando con sus botas el suelo de
piedra. Soldados. Eran mis soldados.
El viento que soplaba a mis espaldas me azotó el pelo cuando mi
espalda chocó contra la barandilla del balcón. Los soldados se
detuvieron y movieron su escudo delante de ellos antes de señalar
con un solo dedo más allá de mí.
Miré por encima del hombro, un resplandor anaranjado
iluminaba lentamente el cielo a mis espaldas. Me giré lentamente,
contemplando horrorizado el paisaje, antaño vibrante y hermoso,
reducido a cenizas y escombros. El cielo tronó, brillando con ese
mismo naranja teñido de rojo. Los relámpagos carmesíes se
sucedieron rápidamente. Otro fuerte y atronador rugido resonó en
el aire espeso de ceniza y humo mientras una gran figura se abría
paso entre las nubes. Unas alas gruesas y poderosas golpearon el
cielo. El resto del cuerpo del Ig'Morruthen quedó oculto por las
espesas nubes. La bestia rugió de nuevo y envió estruendosas llamas
por la tierra devastada.
Conocía esta escena, solo que no estaba sucediendo en Rashearim.
No, lo estaba. ¿Era esto lo que mi yo superior estaba tratando de
advertirme? ¿La destrucción total y absoluta? Tropecé hacia atrás y
solté un rugido de negación y dolor, deteniéndome al chocar con
alguien. Me giré y vi a Dianna detrás de mí.
Tenía los ojos blancos, pero no era eso lo que me asustaba. Era el
grueso hematoma que tenía alrededor de la garganta. Parecía como
si alguien le hubiera roto el cuello con tanta violencia que casi le
hubiera arrancado la columna vertebral del cuerpo.
—¡Dianna! —Se me escapó un sollozo mientras la alcanzaba y me
detenía.
Las sombras detrás de ella parecieron moverse y miré por encima
de su cabeza. Un trono se alzaba en la lejanía. Un hombre estaba
sentado en él. No tenía rostro, solo su forma me decía que era varón.
Apoyaba un codo en el brazo de la silla y sostenía la barbilla con el
puño. La armadura que llevaba era de obsidiana pura con pinchos
que sobresalían de las rodillas y los hombros, imitando la corona
que llevaba. Kaden.
Un gruñido retumbante resonó detrás de él cuando lo que yo creía
que era parte de su trono se movió. La punta de una cola gruesa y
puntiaguda surcó el aire y desapareció de mi vista. Un cuerpo
grande y voluminoso surgió de la oscuridad, los ojos rojos se
entrecerraron en rendijas mientras la criatura me miraba con
desprecio. Era la misma bestia alada en la que se había convertido
Dianna, pero más grande.
—Mira lo que has hecho —dijo Dianna. Volví mi atención hacia
ella, con la voz entrecortada por el devastador estado de su cuello—.
Mira. Has traído la destrucción aquí.
—¡No! No, no lo hice. —Sacudí la cabeza rápidamente de un lado
a otro.
Su voz no era más que un susurro áspero, mientras señalaba
detrás de mí.
—Eso es todo lo que eres. Destrucción.
—No.
—Ahora lo ves, Samkiel. Así es como se acaba el mundo.
Más gente avanzaba arrastrando los pies desde detrás de su trono.
Eran muchos. Varios cientos llenaban ahora el templo. Todos
estaban cubiertos de suciedad y sangraban. A algunos les faltaban
miembros, otros no tenían cabeza y otros eran meros esqueletos.
Levantaron cualquier miembro que pudieron, señalando el caos que
había detrás de mí.
Empezaron a cantar, y me llevé las manos a los oídos, intentando
bloquearlo, intentando detenerlo. El sonido era ensordecedor, y no
ayudaba que las palabras parecieran resonar dentro de mi cabeza,
haciéndose más fuertes a cada paso que daban.
—No, puedo parar esto. Dime cómo —grité por encima de las
crecientes voces. Seguían llegando, avanzando inexorablemente,
empujándome hacia el borde, repitiendo lo mismo una y otra vez.
«Así es como se acaba el mundo».
«Así es como se acaba el mundo».
«Así es como se acaba el mundo».
CAPÍTULO 31
Dianna
—Liam. —Tiré de su brazo una vez más tratando de despertarlo.
Seguía murmurando como si hablara con alguien, y su cara estaba
contorsionada por el dolor. Había estado dando vueltas en la cama
toda la noche, lo que significó que yo no pude dormir—. ¡Liam! —
grité, volviéndolo hacia mí. Le di un par de golpecitos en la cara,
tratando de sacarlo del bucle en el que estaba atrapado. No
necesitaba que se despertara gritando y destrozara el coche.
—¡Liam, por el amor de los dioses, despierta, idiota!
Esta vez lo sacudí un poco más fuerte. Sus ojos se abrieron de
golpe, con el iris plateado resplandeciente. Tuve una fracción de
segundo para pensar en una forma de volver a dejarlo inconsciente
para que no me destrozara a mí y al coche.
—Así es como se acaba el mundo. —Sus palabras salieron en un
susurro, sus ojos volvieron a la normalidad cuando se centraron en
mí. Tenía la mandíbula floja, pero cuando sus ojos buscaron los
míos, el reconocimiento relampagueó.
—¿Dianna? —Se apartó de mí, un poco más fuerte de lo habitual,
haciéndome caer de culo en ese estrecho coche—. ¿Qué estás
haciendo?
Me senté en el estrecho espacio tanto como pude.
—En primer lugar, ay, imbécil. Segundo, estaba intentando
despertarte. Estabas teniendo una pesadilla otra vez.
Se giró todo lo que pudo gimiendo al intentar estirarse en la parte
trasera y acabó golpeándose la cabeza contra el techo del coche.
—¿Cómo hemos llegado hasta aquí? —preguntó, frotándose la
parte superior de la cabeza y escudriñando el interior, con los rasgos
aún dibujados por su pesadilla.
—Bueno, estoy bien, gracias por preguntar. —Me encogí de
hombros, lanzándole una mirada—. Tú te dormiste primero y no
quería que ninguno de los dos rodara por el techo del coche, así que
nos moví. El asiento trasero tiene espacio suficiente para que
durmamos cómodamente. Por supuesto, no lo hice ya que diste
patadas y vueltas toda la noche.
Miró por la ventana, contemplando el horizonte y el sol naciente.
—¿Dónde está tu próximo informante?
Algo no encajaba.
—¿Qué te pasa?
—Nada. —Ni siquiera me miró.
—Debería llegar pronto. Podemos ir a esperar —dije, haciendo un
gesto con la mano hacia una de las perchas desiertas.
Liam no dijo nada mientras abría la puerta trasera sin tocarla. Me
acerqué al borde de la puerta y lo seguí.
—Liam, has tenido otra pesadilla. ¿Es eso lo que te preocupa?
¿Quieres hablar de ello?
No me miró y no se dio la vuelta.
—No.
Bien, entonces volvimos a eso.

Unas horas más tarde, el avión que habíamos tomado aterrizó en


Zarall. Liam no me había dirigido la palabra en todo el vuelo y yo
no sabía por qué. Sentía que lo había hecho enfadar, pero no había
hecho nada. Tal vez había revelado demasiado anoche. Escuchar lo
desesperado que estaba Kaden por recuperarme, y saber que se
refería a cualquier medio necesario, me había puesto más que
nerviosa. Sabía de lo que era capaz. Kaden nunca decía nada que no
pensara. Tal vez yo había ido demasiado lejos, había pedido
demasiado y Liam había decidido que yo no valía la pena.
Estaba muy confusa. Nos habíamos divertido, habíamos hablado
y Liam se había reído de verdad. Pensé que éramos… amigos, y
mentiría si dijera que su repentina frialdad no me dolió. Me
pregunté si había hecho algo mal y me sentí estúpida por haberme
preocupado tanto. Maldito estúpido corazón humano.
Liam se apartó finalmente de la ventanilla y me miró. Me
desabroché el cinturón de seguridad y me puse de pie,
completamente enfadada por su rápido cambio de humor.
—Aquí es donde los dejo bajar —dijo el piloto, deteniéndome en
la puerta—. Recuerden, tenemos un trato. —Tenía la camisa
manchada de café y el pelo revuelto; mirarlo me hacía sentir
afortunada de haber llegado aquí de una pieza.
Abrí la escotilla con un fuerte tirón de la palanca metálica.
—Sí, sí, me aseguraré de que los Vanderkais te paguen bien.
Murmuró en voz baja antes de que yo bajara corriendo los
escalones oxidados y tocara tierra firme. Oí los pasos de Liam en la
pista detrás de mí. El sol brillaba con fuerza sobre el rústico fondo
blanco y azul del aeropuerto vacío y abandonado. Me di cuenta de
que el piloto nos había dejado lo más lejos posible de la terminal. No
había coches ni nadie a la vista. Parecía que tendríamos que
averiguar cómo llegar al complejo de Drake por nuestra cuenta.
Miré a Liam, que miraba a todas partes menos a mí.
—Recuerda que estos son mis amigos, y son de los buenos, así
que por favor, no saques la espada sin razón.
Un músculo de su mandíbula se tensó.
—Ya te lo he prometido.
Sonreí y extendí las manos.
—Así es. Bien, ahora tomémonos de las manos.
Me miró y luego volvió a mirarme, con las cejas fruncidas. Yo ya
sabía que iba a protestar.
—Yo no…
Le agarré las manos antes de que pudiera terminar su protesta. La
niebla negra bailó en círculo alrededor de mis pies antes de que
desapareciéramos del aeropuerto.
Liam sostuvo otra rama grande mientras yo me agachaba debajo
de ella.
—No digas nada.
—Mi única sugerencia es que si deseas teletransportarte,
tengamos una ubicación más precisa.
Giré y mi pie se enganchó en una raíz.
—Acabo de decir que no lo digas.
Bien, tenía razón. Probablemente debería haber prestado más
atención cuando Drake me había dado la ubicación de donde
estarían una vez que nuestra treta se hubiera completado. Pero
habían pasado casi tres meses, y los detalles eran confusos.
—Entonces, ilumíname más sobre estos supuestos amigos tuyos
que nos están haciendo atravesar esta jungla para encontrarnos con
ellos.
—Oh, mira, ahora quieres hablar. ¿Seguro que no quieres seguir
enfurruñado el resto del viaje?
Se detuvo en seco.
—Yo no me enfurruño.
Puse los ojos en blanco y me incliné para arrancarme una liana
que me había rodeado el tobillo.
—Claro. ¿Cómo quieres llamar a las últimas horas?
Apartó la mirada de mí.
—Estaba… pensando.
Volví a poner los ojos en blanco y empecé a caminar de nuevo,
levantando los pies un poco más esta vez.
—Da igual. Mira, puedo intentar acercarnos.
—No. Ya lo hemos intentado y solo nos ha hecho retroceder más.
Continuaremos a pie.
Suspiré en voz alta para que supiera que me molestaba. Sostuvo
cerca su espada resplandeciente y la utilizó para cortar parte del
espeso follaje mientras avanzábamos. El silencio empezaba a
ponerme nerviosa, así que hice lo que mejor sabía hacer: hablar.
—Drake es el más cercano a mí. —Liam se detuvo a medio golpe,
como si mi voz lo hubiera sobresaltado. Asintió y siguió cortando el
espeso follaje mientras yo continuaba—: Técnicamente es el príncipe
vampiro, pero rara vez actúa como tal. Ethan es su hermano y rey.
Resumiendo, su familia llegó al poder y ahora gobierna a todos los
vampiros de este mundo. Lo cual puede parecer mucho, pero en
realidad su número es bastante bajo teniendo en cuenta la
población.
Cortó un camino delante de nosotros, varias ramas cayeron al
suelo.
—¿Y cómo se llega a tal poder?
—Familia. Kaden los había reclutado mucho antes de que yo
llegara. Ethan no era rey entonces, ni mucho menos, pero con la
ayuda de Kaden ascendió al poder. Hay algunas otras familias de
vampiros que desearían que él no fuera rey, pero supongo que eso
es un hecho cuando se trata de alguien que tiene el control. Estoy
segura de que lo entiendes. —Puse la mano sobre un tronco bastante
grande mientras maniobraba para pasar. Liam lo recogió y lo tiró a
un lado como si fuera un palo molesto. «Presumido».
Se encogió de hombros y pensé que iba a reanudar su silencio
cortante y volver a ignorarme, así que me sorprendió cuando dijo:
—Hasta cierto punto, sí. —Miré su ancha espalda mientras
hablaba—. A nadie le entusiasmó que me convirtiera en rey, ni
siquiera a mí. Es algo más que un título. Las responsabilidades que
conlleva pueden ser una pesada carga. La gente confía en cada una
de tus palabras y vigila cada uno de tus movimientos. —Se detuvo
como si hubiera retrocedido a una parte de su memoria a la que yo
no podía llegar—. Es abrumador como mínimo, y algo que no le
desearía a nadie.
Eso despertó mi interés.
—Así que si tuvieras una oportunidad, solo digamos
hipotéticamente, ¿lo dejarías?
Sus ojos se encontraron con los míos, algo destellando en esas
profundidades color tormenta.
—¿No ser rey?
Asentí con la cabeza.
—En un santiamén. Sí. Si eso significara que podría ser quien
quisiera, hacer lo que quisiera. Lo dejaría. —La culpa se reflejó en
sus facciones mientras negaba con la cabeza. Empezó a caminar una
vez más, sus palabras casi perdidas, eran tan bajas—. Pero no
puedo.
Lo seguí, dejándolo guiar una vez más.
—Nunca se lo había dicho a nadie. —Me miró—. Por favor, no lo
repitas.
Levanté la mano.
—Promesa de meñique.
Esta vez no sonrió, ni siquiera lo intentó. La mirada que cruzó su
rostro me recordó al Liam que comenzó este viaje conmigo, no al
que me habló hasta que ambos nos quedamos dormidos.
—No más de esas.
—De acuerdo. —Nuestras miradas se cruzaron una vez más,
asentí con la cabeza y me llevé la mano al costado. Se apartó de mí y
avanzó. Había silencio de nuevo y me dolía. Mentiría si dijera que
estar cerca de él me molestaba la mayoría de las veces, pero otras
veces, simplemente me divertía. La diversión era algo que no había
tenido desde hacía mucho tiempo, y era algo que no sabía que
necesitaba. Su alejamiento me hacía sentir perdida.
—¿Estás segura de que estamos en el lugar correcto?
Sacudí la cabeza despejando mis pensamientos.
—Sí, te lo prometo. Me dijo exactamente dónde sería. Solo que no
recuerdo la parte de la selva. —Me giré un momento, mirando
detrás de nosotros—. Puedo sentir su esencia, supongo que se
podría decir, pero cada vez que siento que nos acercamos, es solo
más jungla. Es casi como…
La frase se me quedó en la garganta cuando me taclearon de
costado. El aire se me escapó de los pulmones mientras era lanzada
por los aires y luego atrapada. Me hicieron girar en círculos
mientras unos brazos musculosos me agarraban con fuerza por la
cintura. Finalmente, Drake me colocó en el suelo y me llenó la cara
de besos.
—Oh, cómo te he echado de menos.
Sonreí alegremente a mi amigo. Sentí que las lágrimas me
escocían los ojos y le devolví el abrazo con fuerza. La última imagen
que tuve de él fue su rostro fundiéndose en cenizas mientras
pronunciaba aquellas palabras: «Mejor morir por lo que crees
correcto que vivir bajo una mentira». Y mentí.
El calor de su cuerpo se desvaneció y mis ojos se abrieron de
golpe, conmocionados. Liam sujetaba a Drake por el cuello. Los pies
de Drake colgaban mientras Liam le acercaba la espada al ojo.
—¡Liam! —grité, corriendo hacia él y agarrándolo del brazo—.
¡Bájalo!
Una mirada que nunca había visto adornó el rostro de Liam, y mi
corazón se detuvo. Tenía todo el aspecto del Destructor del Mundo
que habían predicho las historias. ¿Era la misma mirada que dirigía
a todos aquellos que habían caído ante su espada?
—Te atacó.
Tiré una vez más del brazo de Liam. Drake no se resistió, solo
agarró la muñeca de Liam y miró la espada. Me deslicé por debajo
de su brazo, interponiendo mi cuerpo entre él y Drake.
—No, no lo hizo. Solo está emocionado por verme. Por favor,
bájalo.
La mirada penetrante de Liam se centró en mí, y me quedé
hipnotizada por el borde plateado de sus iris. Le toqué suavemente
el pecho y, durante una fracción de segundo, su rostro se suavizó.
Dejó caer a Drake, sin apartar su mirada de la mía mientras apretaba
la mano, haciendo desaparecer la espada. Liam dio un cuidadoso
paso atrás, poniendo distancia entre nosotros. Me lamí los labios y
miré hacia otro lado, sorprendida al ver que el bosque se había
derretido.
Drake se frotó la garganta y sacudió la cabeza a los guardias que
nos rodeaban, diciéndoles que se retiraran. Los perros, a su lado,
gruñían y mordían el aire, y sus adiestradores se esforzaban por
controlarlos. Era evidente que no les gustaba ni el olor de Liam ni el
mío.
Drake silbó y les ordenó volver a sus puestos. Los hombres
asintieron y retrocedieron. Me giré para observar mejor el entorno.
No había estado en este lugar antes y por una buena razón. Querían
asegurarse de que tenían refugios que Kaden no conocía.
El camino pavimentado se dividía y fluía alrededor de una gran
fuente. Era enorme y hermoso, pero lo que atrajo mi atención fue el
enorme castillo. Sí, castillo, porque ¿por qué iba a tener una familia
de vampiros una casa normal? Puse las manos en las caderas y me
incliné hacia atrás para contemplar la vista completa. Los grandes
muros de piedra gris oscuro daban forma al imponente edificio.
Varias torres se alineaban en la parte delantera y trasera de la
enorme estructura, con largas ventanas ovaladas en la parte
delantera del palacio. Oía el agua a lo lejos y, por el olor a rosas y
jazmines, supe que había un jardín en algún lugar a la izquierda.
—Es una vieja reliquia familiar —me susurró Drake al oído.
Me giré y le di una palmada juguetona en el pecho.
—Odio cuando haces eso.
—Creía que te gustaba que te susurrara palabras dulces al oído —
me preguntó con una sonrisa gatuna. Su voz era un gruñido gutural,
pero su mirada estaba fija detrás de mí. Podía sentir a Liam a mi
espalda y sabía que Drake estaba tratando de agitarlo. Mi única
pregunta era: ¿por qué? ¿Y por qué creía que coquetear conmigo
funcionaría?
Lo fulminé con la mirada. Sonrió ampliamente antes de señalar
con la cabeza los grandes escalones de piedra que había a nuestra
derecha.
—Sentimos tu poder en cuanto aterrizaste. Supuse que me habrías
encontrado antes, dadas las indicaciones que les di, pero me alegro
de que estén aquí. Ahora, si me siguen, mi hermano los espera.
—¿Nos espera? —pregunté.
—Sí. Es hora de cenar y tenemos mucho de qué hablar. —Me
dirigió aquella deslumbrante sonrisa coqueta antes de darse la
vuelta y subir los escalones de piedra. Suspiré y seguí a Drake,
pudiendo oír a Liam detrás de mí.
—¿Este es tu amigo? —preguntó Liam.
—Sí, un amigo de verdad que no se molesta y me deja de lado
cuando hay algo que claramente le molesta. —Sabía que mis
palabras destilaban ira, pero aun así estaba molesta.
La mirada estoica que tantas veces había visto en el rostro de
Liam regresó, pero no dijo nada.
Llegamos al final de la escalera justo cuando Drake abría de un
tirón las grandes puertas dobles de madera. Nada más cruzar el
umbral, sentí el olor a comida y me rugió el estómago.
—¿Tienes hambre, Dianna? —preguntó Drake, mirándome.
—Sí, mucha.
Se rio, pero apenas me di cuenta mientras contemplaba el interior
del castillo, que era más impresionante que el exterior. Unos cuantos
guardias estaban de pie junto a la puerta con las armas a los lados.
No nos miraron, ni siquiera nos saludaron, cuando entramos en el
vestíbulo. Oí latidos en todo el castillo, probablemente del personal
mortal y de los invitados. La presencia de unas cuantas docenas de
vampiros me produjo un escalofrío que me puso la carne de gallina.
—Este sitio es enorme —susurré mientras giraba mirando al
techo. Una gran araña, del tamaño de un coche, colgaba del techo y
alcanzaba una altura asombrosa. Dos grandes pasillos se
ramificaban a ambos lados de la entrada, con las paredes decoradas
con cuadros antiguos y modernos. Una gran escalera ascendía hacia
arriba, con los peldaños de piedra lisa cubiertos por una alfombra
roja.
—No necesariamente. Los pasillos de Rashearim harían que esto
pareciera una pequeña choza.
Drake miró hacia Liam, sin perder el ritmo.
—El tamaño no lo es todo.
Le lancé una mirada a Drake, deseando que no contrariara más a
Liam. Liam ya estaba de mal humor y yo no quería tener que
aguantarlo más esta noche. Drake se limitó a encogerse de hombros
mientras Liam seguía cruzando miradas entre nosotros.
—Ethan tenía habitaciones preparadas para los dos desde que la
encantadora Dianna me dijo que venían. —Miró a Liam antes de
dedicarme una sonrisa depredadora—. Puedo acompañarlos a su
habitación, si quieren refrescarse. Los dos tienen un aspecto y un
olor horrible.
—Gracias, la verdad es que me encantaría.
—Las damas primero. —Sonrió y me tendió el brazo. Lo cogí y
pasé el mío por debajo del suyo. Drake miró a Liam—. Haré que
alguien te muestre la tuya.
Juraría que oí a Liam gruñir detrás de nosotros mientras subíamos
las escaleras, pero lo atribuí al cansancio.
Drake se había asegurado de que tuviera todo lo que necesitaba.
Utilicé los productos de afeitado con gratitud. El vello de mis
piernas y vagina se había descontrolado un poco. Había un surtido
de todo tipo de jabón, exfoliante, crema exfoliante, lo que se te
ocurra. No me había dado cuenta de cuánto echaba de menos el
jabón de verdad. ¿Me estaba malcriando? Seguramente. ¿Me
quejaría? No, nunca.
Llené la enorme bañera con demasiadas burbujas, pero ni siquiera
me importó. Lo necesitaba. Después de un largo baño y varias
friegas, por fin me sentía yo misma. Salí y el agua salpicó el suelo de
mármol gris. Me envolví en una exuberante toalla antes de limpiar
el vapor del espejo. Tenía el pelo enmarañado, incluso después de
lavármelo. Me pasé un rato deshaciendo los nudos de las gruesas
hebras mojadas y me pregunté si la habitación de Liam sería tan
bonita como ésta. Me detuve en seco, diciéndome que no me
importaba. Había vuelto a ser grosero y despectivo, así que por mí
podían haberlo metido en el calabozo.
Cerré los ojos un segundo, deseando que la llama de mi interior
saliera a la superficie, secándome el pelo un poco más rápido. Me
detuve al cabo de unos instantes, cuando empecé a sentirme un
poco mareada. Era una desventaja de comer alimentos mortales y no
mortales. La comida me mantenía, pero no alcanzaba el nivel de
poder que suponía consumir personas. El lado positivo era que no
me sentía diferente a cualquier otra persona.
Mis pies descalzos no hacían ruido contra la fría baldosa cuando
salí del cuarto de baño, las luces se apagaron detrás de mí. La
habitación que me habían dado era enorme, incluso para un castillo
de este tamaño. Mis dedos se enroscaron en la alfombra de felpa.
Era tan suave, y sin duda mejor que los hoteles baratos en los que
nos habíamos alojado. Las paredes eran de color gris oscuro y varios
cojines a juego decoraban un gran sofá de dos plazas frente al
televisor de pantalla plana de la pared. Había revistas esparcidas
por una mesa de centro con tapa de cristal y flores en un jarrón
redondo naranja que añadían un toque de color. Olían frescas, como
cortadas del jardín. Pasé junto a ellas y rocé ligeramente los bordes
de las flores con las yemas de los dedos.
Mi cama, si es que podía llamarse así, estaba al fondo de la
habitación. Una gran manta blanca de piel sintética cubría el
colchón. Mi parte favorita era el vestidor. Las paredes estaban
forradas de todos los zapatos con los que pudiera soñar, y la gama
de colores era increíble. Filas y filas de vestidos, camisetas y
pantalones colgaban de estanterías con una gran isla en el centro.
Mi placer por el entorno se atenuó al recordar que no se trataba de
una visita normal y que no podía quedarme aquí. Tenía trabajo que
hacer, información que reunir, un libro que encontrar, y luego
probablemente me arrojarían a algún reino de prisión divina.
Me sobresalté al oír que llamaban a la puerta y apreté más la
toalla. Los mechones mojados de mi pelo me golpearon la espalda
cuando levanté la cabeza hacia la puerta.
Respiré hondo, tratando de calmar mis nervios.
—Adelante.
La cabeza de Drake asomó un segundo después, y mentiría si
dijera que no estaba un poco decepcionada.
Captó mi expresión y su sonrisa se ensanchó.
—¿Esperas a alguien más?
Sacudí la cabeza.
—No.
Entró, cerrando la puerta tras de sí.
—Dianna estás absolutamente reluciente. ¿Te gustaron los
jabones? La mitad de los que hay ahí son de Naaririel.
—Sí, gracias. —Sonreí—. Siempre me cuidas. —Drake había sido
una constante para mí desde que me convirtieron, y sabía que
siempre me cubría las espaldas.
Iba más arreglado de lo que pensé que iría solo para cenar, con un
aspecto increíble en un traje bien cortado que realzaba su belleza
masculina. Drake era un hombre guapísimo, pero no hacía nada por
mí, no como cierto dios molesto y grosero.
—¿Llevas solo una toalla esta noche? —preguntó Drake con una
sonrisa. Caminó hacia el armario y abrió la puerta de un tirón.
Puse los ojos en blanco y apreté más la toalla.
—No, y visto lo que llevas puesto, supongo que tengo que
vestirme. —Pasó a mi lado y se dirigió al armario mientras
rebuscaba entre la ropa que ya había allí.
—Si quisieras ponerte solo una toalla, no me importaría, ni
tampoco a tu nuevo novio —dijo con una sonrisa de satisfacción
mientras rebuscaba entre el arsenal de ropa.
Se me heló el corazón.
—Él no es mi novio.
Me lanzó una mirada.
—¿Segura? Es terriblemente protector para alguien que…
Levanté la mano.
—Por favor, para. Liam no es, ni será nunca, mi novio. Lo estoy
ayudando, eso es todo. Recuerda lo que dijiste, es mejor morir por
algo, que vivir bajo una mentira.
Sacudió la cabeza.
—No me digas que te uniste al Destructor del Mundo por consejo
mío. Te quiero libre de Kaden, no encadenada a otro hombre
poderoso, Dianna.
Resoplé, apartándome un rizo húmedo de los ojos.
—Hablas como Gabby, y yo no estoy encadenada a nadie.
Créeme, quiere estar lo más lejos posible de mí. —Lo había
demostrado en las últimas horas—. Además, tenemos un trato.
—Oh, un trato, ¿eh? ¿Qué clase de trato?
Me encogí de hombros, aferrándome más a mi toalla.
—Un trato de sangre.
Drake casi arrancó un vestido de la percha mientras giraba hacia
mí, con una sombra de preocupación en los ojos.
—¿Un trato de sangre, Dianna? ¿Con él?
Entré en el armario y le tapé la boca con la mano para que no
alertara a toda la mansión vampírica.
—Shh, no es tan grave. Quiero decir también tuvimos un estúpido
enfrentamiento alguna vez.
Puso los ojos en blanco y me agarró ligeramente de la muñeca,
apartando mi mano de su boca.
—Eso duró unas horas porque tú cediste primero. ¿Cuáles son los
acuerdos de este trato? Ningún dios compartiría o derramaría
voluntariamente su propia sangre.
Tragué saliva, no quería decirle que Liam había hecho
precisamente eso por mí, y más de una vez.
—No es importante ni la razón por la que estamos aquí —le
respondí.
Cambió de postura, acunando mi mano entre las suyas.
—Me preocupo por ti, Dianna, sobre todo si ya están follando.
—No es así —le espeté, apartando la mano de la suya, con las
mejillas encendidas por la insinuación—. Liam no es como Kaden.
No nos acostamos ni remotamente cerca. —Esa última parte me hizo
hervir la garganta, porque en el fondo sentía que estábamos unidos.
Tenía una conexión más íntima con él que con cualquier otro
hombre con el que me hubiera acostado.
—¿Es así? —preguntó Drake mientras me tendía un vestido—.
¿Entonces por qué apestas a él y él a ti? Sus olores están tan
entrelazados que no se puede diferenciar entre los dos.
Me acerqué y le arrebaté el vestido de la mano.
—Si no me crees, está bien. Todo lo que han hecho es animarme a
armarme de valor y dejar a Kaden. En el momento en que lo hago,
en el momento que encuentro una manera, recibo críticas por ello.
Puso las manos en las caderas.
—Solo he estado con ustedes unos minutos, pero veo la forma en
que él te mira y tú a él. Puede que te mientas a ti misma y a él, pero
no cometas el mismo error, Dianna. Puede que no sea como Kaden,
pero es igual de poderoso. No quiero verte lastimada nunca más.
Quiero más para ti. Quiero que tengas la libertad de tomar tus
propias decisiones y forjar tu propia vida.
—No tengo ninguna. Ambos sabemos que en el momento en que
le di mi vida a Kaden, mi libertad, mi derecho a elegir,
desaparecieron. Todo lo que puedo hacer es tratar de darle a mi
hermana una vida mejor, tratar de darles a todos algo mejor. No
más gobernantes. No más tiranos. ¿No es eso lo que dijiste que era
Kaden? Liam puede matarlo. Solo trato de hacer lo mejor que
puedo, ¿de acuerdo?
Esa última parte estaba llena de emociones que me cuidé de
mantener enterradas, y me sentí abrumada, por no decir otra cosa.
Se me nubló la vista y se me llenaron los ojos de lágrimas.
Drake estaba delante de mí antes de que cayera la primera, su
mano ahuecando mi barbilla y su pulgar rozando mi mejilla.
—Lo sé. Te prometo que no estoy siendo malo. Solo…
Sus palabras se detuvieron y supe exactamente por qué. Sentí ese
poder que todo lo consume en el armario con nosotros. Mi pena, mi
miedo y mi arrepentimiento ya no me abrumaban y el dolor de mi
pecho se calmó, permitiéndome respirar mejor.
—¿Interrumpo algo?
Me aparté bruscamente del contacto de Drake y me encogí,
sabiendo que él lo vería como un signo de culpabilidad y creería que
había algo entre Drake y yo.
—¿Llamas a la puerta? —preguntó Drake, soltando la mano.
—No cuando parece angustiada. —La voz de Liam retumbó
detrás de mí, las luces de mi habitación parpadeaban siniestramente.
Me aparté de Drake y me volví hacia Liam, con la intención de
calmarlo antes de que hiciera saltar un fusible.
Se me cortó la respiración. Se había duchado y cambiado de ropa.
Había acertado, el blanco no era su color, sino el negro. Llevaba un
traje que le quedaba bien. Todo de negro, la camisa más oscura que
la chaqueta y los pantalones. Se me revolvió el estómago al verlo.
¿Qué me pasaba?
—Tienes ropa. Quiero decir, te has cambiado de ropa. —Mis
palabras salieron revueltas.
Dejó de intentar agujerear a Drake con la mirada y me miró.
—Sí. Me los proporcionaron. ¿Dónde están las tuyas?
Miré hacia abajo, recordando que en realidad no estaba vestida y
seguía en toalla.
—Oh, eso…
—Vete —le dijo a Drake, a quien sentí erizarse a mi lado.
—Este no es tu dominio, Destructor del Mundo. No me das
órdenes en mi propia casa.
Liam dio un paso adelante y yo me interpuse rápidamente entre
ellos. Con toalla o sin ella, no dejaría que se pelearan. Liam se
detuvo a escasos centímetros de mí, el calor de su cuerpo como una
caricia sobre mi piel desnuda.
Liam me miró y luego volvió a mirar a Drake.
—No es tu casa. Es la de tu hermano. No eres más que un
príncipe, no un rey. Ahora vete, deseo hablar con Dianna, y no
confío en ti ni te conozco lo suficiente como para estar aquí.
Levanté la mano antes de que las cosas se pusieran sangrientas.
—Liam, no puedes hablarle así a la gente —le espeté antes de
volverme hacia Drake y pedirle perdón con la boca antes de decirle:
—¿Puedes marcharte, por favor? Estaremos abajo en un
momento.
Los ojos de Drake brillaron y apretó la mandíbula antes de
inclinarse para darme un beso en la mejilla. Sabía que lo había hecho
para molestar a Liam, y funcionó. Podía sentir el pulso del poder de
Liam y sabía que se estaba imaginando cómo sería atravesar a
Drake. Esperé a que la puerta se cerrara detrás de Drake antes de
golpear a Liam en el pecho y decirle:
—¿Qué ha sido eso?
Había seguido los movimientos de Drake, como un depredador a
la caza de su presa, con los ojos fijos en la puerta hasta que sintió
que mi mano lo rozaba. Se miró el pecho antes de encontrar mi
mirada.
—No me gusta.
Suspiré, cogí algunos de los vestidos que Drake había sacado y
pasé junto a Liam en dirección al baño.
—Ni siquiera lo conoces.
—Te toca sin tu permiso. Es grosero y en general excitable.
—¿Cómo sabes que no tiene permiso?
Las luces parpadearon una vez más mientras Liam me seguía.
—¿Lo tiene?
Me reí, realmente me reí, mientras cerraba la puerta del baño tras
de mí. Grité para que pudiera oírme mientras dejaba caer la toalla y
cogía un vestido.
—No me toca como tú haces que parezca, y así son los amigos
cuando se quieren. Es una muestra de afecto, Liam. Por Dios.
—No haces eso conmigo.
Sus palabras me cortaron la respiración. Liam no quería decir eso.
No entendía las interacciones humanas. Todavía estaba
aprendiendo, ¿verdad? Me puse el vestido mientras mis
pensamientos daban vueltas. Era un conjunto negro de manga larga
y corte corto, con una espalda abierta que no era demasiado
reveladora.
Me recogí el pelo por detrás de los hombros, con las gruesas
ondas haciéndome cosquillas en mitad de la espalda. No me molesté
en usar horquillas ni pinzas, sabiendo que no podría domarlo con
tanta humedad.
Tras pintarme rápidamente los labios de rojo, me miré una última
vez en el espejo antes de salir del baño.
—¿No te abrazo prácticamente todas las noches para que no
tengas pesadillas tan malas como para destruir varios edificios, o no
sé, arrasar una zona entera?
Caminaba, con la mano en la cadera y ensimismado en sus
pensamientos. Se detuvo a medio paso y su mirada recorrió
lentamente mi cuerpo de arriba abajo. Su voz era ronca y a la vez
indignada cuando por fin dijo:
—¿Eso es lo que llevaras puesto?
Extendí los brazos y miré hacia abajo.
—¿Qué le pasa a mi vestido?
Por un momento pareció realmente confundido.
—¿Vestido? Eso no es un vestido. Parece que tuvieras planes de
llevártelo a la cama directamente después de la cena.
Me quedé con la boca abierta.
—¿Cómo dices? No me acuesto con nadie, imbécil arcaico. —
Señalé el vestido que llevaba, con el dobladillo a la altura de los
muslos—. Ni siquiera se ve nada.
—Se ve bastante. Es prácticamente un insulto.
Puse las manos en las caderas.
—¿De dónde sacas…?
Levantó la mano y el material que llevaba empezó a vibrar contra
mi piel. Miré hacia abajo y me quedé helada cuando la tela de mi
vestido negro se transformó en un vibrante rojo intenso que hacía
juego con mis labios. Crecía y me llegaba hasta los pies. El corpiño
me quedaba perfecto, los finos tirantes me rodeaban los hombros y
se entrecruzaban en mi espalda. Liam bajó la mano y yo giré hacia el
cuarto de baño. Me quedé boquiabierta al ver mi reflejo. El vestido
era impresionante y él lo había hecho para mí.
Me sentí tan prestigiosa y regia con la forma en que la sedosa tela
carmesí abrazaba amorosamente mis curvas antes de caer hasta el
suelo. El material era transparente, pero no transparente como las
prendas que llevaban las diosas de su mundo natal.
Liam apareció detrás de mí y mi pulso se aceleró ante la imagen
que formábamos. Me sentía como una diosa, sobre todo con él, con
su elegante traje y su pelo recién peinado, a mi espalda. Parecía que
nos dirigíamos a un baile, no abajo a una reunión que
probablemente acabaría mal.
—Ya está. Así está mejor —dijo, con la satisfacción y el hambre
brillando en sus ojos.
—Se va a enfadar mucho. —Sonreí y lo miré en el reflejo. Me pasé
una mano por la parte delantera del vestido y me giré de lado a
lado, observando cada detalle brillante.
—Déjalo. —La voz de Liam era un gruñido suave que me hizo
detener. Me observaba mientras giraba, pero siempre me observaba,
sobre todo cuando creía que no estaba mirando—. No me importa.
En mi mundo, durante los grandes compromisos, todas las diosas y
celestiales llevaban vestimentas similares. Algunas les llegaban
hasta los pies, otras apenas tocaban el suelo, pero todas
resplandecían y brillaban como la luz de las estrellas sobre el cielo
oscurecido. Eran realmente hermosas, y tú también lo eres. Eres una
reina y deberías estar vestida con las mismas sedas, no con el falso
material barato que él había elegido.
Se me hizo un nudo en la garganta al oír las palabras de Liam.
¿Así era como me veía? Me volví hacia él, con su cara a escasos
centímetros de la mía y su olor rodeándome. Sentí que el calor me
subía a las mejillas y me aclaré la garganta.
—Gracias. Por el vestido. Es precioso.
Sonrió, se dio cuenta de lo que había hecho y dio un paso atrás.
—De nada.
—Ahora, ¿qué tenías que decirme?
—¿Decirte? —preguntó con cara de confusión.
Salí del baño, recogiendo los lados de mi vestido para poder
caminar.
—En el armario, dijiste que tenías algo de lo que querías hablar.
—Ah, sí. No, lo dije para que se fuera.
—Liam —mis ojos se abrieron de par en par mientras soltaba una
risita— eso es muy grosero.
—Pido disculpas. Hay demasiada gente aquí, y puedo oírlos a
todos. Es abrumador. —Se sentó en el borde del sofá y exhaló un
largo suspiro—. Y este palacio suyo parece demasiado denso y
apretado. Es como si las propias paredes trataran de encerrarme. Tú
pareces ser la única a la que soporto tener cerca.
Me moví alrededor del sofá y me senté a su lado.
—Eso es realmente dulce. Todavía estoy esperando que digas algo
malo como continuación.
—No soy malo contigo.
—Ciertamente lo has sido hoy.
Se miró las manos y su pulgar se deslizó sobre un anillo de plata
en particular. Éste no era de plata pura como los demás, sino que
tenía un anillo de obsidiana alrededor.
—Pido disculpas entonces. No dormí bien anoche.
—Lo sé. Estuve allí.
—Si te he molestado, no era mi intención. No era mi intención, te
lo prometo —dijo, la sinceridad en su voz clara.
—No pasa nada. Estoy acostumbrada a que a veces no seas el más
encantador. Pensé que ya habíamos superado lo de la maldad. Pensé
que éramos amigos
—Lo somos. —Se giró para mirarme de frente como si hubiera
dicho algo que le molestara—. Yo solo… La pesadilla de anoche fue
demasiado.
Mis cejas se fruncieron con preocupación:
—¿Quieres hablar de ello?
—No.
Asentí con la cabeza antes de sentarme más erguida y suspirar.
Volvió a quedarse callado, y yo solo deseaba que me dejara
ayudarlo.
—Quiero hablar de lo mucho que no quiero ir a esta cena.
Me reí en voz baja.
—Seguro que no tardarán mucho. Además, tienen contactos que
ni siquiera Kaden conoce. Así que podrían indicarnos dónde está el
libro que dices que no existe y podríamos irnos.
Extendió la mano, con el meñique extendido.
—¿Me lo prometes?
Se me apretó el pecho.
—¿Pensé que no querías prometer nada más?
—Se me permite cambiar de opinión —dijo, señalando con la
cabeza mi mano.
Sonreí, extendí el meñique y él lo agarró con el suyo. El acto fue
tan puro y, sin embargo, envió un pequeño rayo de electricidad a
mis entrañas.
—Sí, lo prometo.
CAPÍTULO 32
Dianna
El silencio en el comedor era pesado y lleno de tensión. Apuñalé
mi comida, el tenedor atravesó la tierna carne y golpeó el plato. Nos
sentamos en una larga mesa pulida, la luz de las lámparas de araña
brillando en su lustroso tablero. Ethan se sentó en la cabecera y yo
me senté junto a Liam en el otro extremo.
En cuanto entré en la habitación, supe que me había equivocado
al ponerme aquel precioso vestido. Ethan y Drake me miraron y
luego se miraron entre ellos. No había servido de nada que Liam me
tendiera la silla e incluso la empujara. Sabía lo que estaban
pensando, pero Liam solo intentaba ser amable.
—Precioso vestido, Dianna —dijo Drake, llevándose la copa a los
labios—. Definitivamente no es uno de los míos.
«Sí, mala idea».
—No, no es uno de los tuyos —dije.
—¿De dónde lo has sacado? —preguntó antes de dar un sorbo a
su bebida, ocultando su sonrisa.
Respiré hondo, sabiendo que intentaba provocarme. Quería
información, pero debería haber sabido que no debía jugar conmigo.
—Liam lo hizo porque todos los que me diste, me hacían enseñar
el trasero.
Se rio y asintió derrotado.
—Es un buen trasero.
—Eso me han dicho.
Los ojos de Liam parpadeaban entre Drake y yo mientras
charlábamos. Por un momento, el aire se cargó y la luz se atenuó
mientras la habitación se quedaba en silencio. Ethan fulminó a Liam
con la mirada y sentí que mi cuerpo se tensaba a medida que
aumentaba la agresividad masculina en la habitación. Suspiré, esta
cena y nuestra recopilación de información no llevaban a ninguna
parte.
Ethan, el Rey Vampiro, era tan hermoso como Drake, si no más.
Sus preciosos rizos oscuros eran espesos en la parte superior de la
cabeza, pero estaba afeitado en los costados. Llevaba un abrigo
negro con solapas rojas sobre una camisa negra y pantalones de
vestir a juego. Sus zapatos eran probablemente más caros que los
míos. Estaba segura de que la ropa que llevaba Liam había salido
del armario de Ethan. Eran más o menos de la misma estatura, con
una musculatura poderosa. Ambos irradiaban poder y se miraban
como lanzando puñales.
—¿Cómo está Gabby? —La voz de Drake rompió el silencio.
Tragué un bocado de carne antes de decir:
—Estupenda. He hablado antes con ella. La acaban de ascender en
el hospital. Bueno, antes de que yo… —Sé me cortó la voz al pensar
en cómo la había desarraigado una vez más. Habíamos hecho las
paces tras nuestra pelea, pero sus palabras seguían doliendo. Pero
estaba bien. Ella tendría la vida que quería, sin importar lo que yo
tuviera que hacer.
Se aclaró la garganta y supe que intuía que era un tema delicado y
que iba a insistir. Antes de que pudiera decir nada, me volví hacia
Ethan y le pregunté:
—¿Dónde está tu mujer? Hace siglos que no veo a Naomi.
Drake dejó de masticar y miró a su hermano mientras los ojos de
Ethan bailaban hacia los míos.
—Está de viaje. Deseaba poder venir, pero tiene cosas más
importantes que atender.
Asentí y volví a mi plato. Tenía curiosidad por saber qué podía
ser más importante que Kaden intentando acabar con el mundo y
Liam regresando, pero dejé el tema en paz.
Se hizo el silencio una vez más y Drake y yo parecíamos ser los
únicos comiendo.
—¿Los vampiros comen?
La voz de Liam me cogió desprevenida. Había permanecido en
silencio y no había tocado ni una pizca de su comida. Mis ojos se
abrieron de par en par cuando lo miré, sorprendida por su
brusquedad. No me miró, sus ojos estaban fijos en Ethan.
—Sí. ¿No deberías saberlo dada tu reputación? —bromeó Ethan.
Oh dioses, esto iba a ser terrible.
—Incorrecto. Los vampiros que gobernaron mucho antes que tú
eran criaturas cuadrúpedas y viciosas.
La mirada de Ethan no vaciló mientras golpeaba su tenedor
contra el plato.
—¿Seguro que ya se han ido todos?
—Sí. La línea de sangre vampírica se originó en los
Ig'Morruthens, pero la evolución se convirtió en… bueno, en ti.
—¿Evolución? Interesante. ¿Y qué pasó con nuestros
predecesores?
—Guerra. Algo que planeo no dejar que vuelva a ocurrir.
—¿Ah, sí? —dijo Ethan, llevándose el vaso a los labios y bebiendo
un sorbo.
—¿No es ese el objetivo aquí? ¿Por qué sino traicionas al que
llaman Kaden? No hay victoria en la guerra, solo muerte, incluso el
bando ganador pierde.
Me tragué un nudo en la garganta mientras me echaba
ligeramente hacia atrás. Ethan sonrió suavemente, pero yo sabía que
no era una sonrisa agradable. Drake apoyó el codo en la mesa y
observó el vaivén de la conversación.
—Quiero creerte, pero tu reputación me hace menos proclive. Has
masacrado incontables criaturas como nosotros, como Dianna.
Incluso si ustedes dos desfilan como amigos, ella es un
Ig'Morruthen, tu enemigo jurado durante eones. Por supuesto, no
fue por elección, pero ella es una bestia, no obstante. Podemos beber
sangre para mantener la vida, pero ella también. Ella tiene que
consumir carne mortal.
—Técnicamente, hace tiempo que no lo hago —dije levantando la
mano. Drake soltó una risita, pero Liam y Ethan no apartaron la
mirada el uno del otro.
Había intentado restarle importancia, pero las comparaciones me
destrozaron el corazón. Sabía que Ethan no lo decía con mala
intención, pero no necesitaba que me recordaran los lados más
oscuros de mi naturaleza. Sin embargo, tenía razón, Liam era todo lo
que nos habían enseñado a temer. Sin embargo, lo miré y vi al
hombre que temblaba por las noches por el mundo, la familia y los
amigos que había perdido. Vi al hombre que hacía preguntas sobre
las cosas más básicas y que pensaba que me estaba salvando cuando
empezamos este viaje. Liam era mi amigo.
Se quedó callado un momento mientras miraba fijamente a Ethan
y mis nervios se dispararon.
—Dianna es diferente. He visto el mal, lo he visto nacer, lo que
ansía y cómo actúa. Ella puede ser testaruda y errática. A veces es
grosera, incluso violenta o peligrosa, pero no malvada, ni siquiera
un poco.
Parpadeé un par de veces, completamente sorprendida por sus
palabras, sobre todo después de todo lo que había hecho desde que
nos conocimos. Respiré entrecortadamente y me acomodé un
mechón de pelo detrás de la oreja. Liam no me miró, pero no tenía
por qué hacerlo. Sabía que hablaba en serio, incluso en las partes
menos agradables. No me consideraba un monstruo. No sabía que
necesitaba oír esas palabras de él. Fue un alivio tan grande que casi
me mareo.
—¿Estás enamorado de ella?
Me quedé con la boca abierta.
—¡Ethan! —grité, volviéndome hacia él mientras Drake escupía su
vino por la mesa.
—No —dijo Liam, ignorándonos por completo a Drake y a mí—.
Es mi amiga, ni más ni menos.
Ethan arqueó una ceja aristocrática.
—Perfecto, porque no necesitamos a otro poderoso obsesionado
con ella. Sin embargo, Kaden sigue obsesionado, y planea hacer
pedazos a todo el mundo para recuperar lo que es suyo. Lo
entiendes, ¿verdad?
—Kaden no está enamorado de mí —le espeté a Ethan y sorprendí
a Drake bajando rápidamente la mirada a su sitio para ocultar su
expresión—. ¿Qué?
—Kaden te ha rastreado hasta la frontera este. Todos los contactos
que te han ayudado han muerto prematuramente. Los más cercanos
a él que han sido enviados y no te han devuelto a él, han sido
masacrados. Su legión se ha desmoronado desde que te fuiste y
mataste a Alistair.
La información me dio vueltas en la cabeza, pero tenía sentido.
Por eso las sombras habían ido tras Gabby. Quería atraerme de
vuelta utilizándola como cebo. Me había engañado a mí misma
pensando que acabaría rindiéndose, pero sabía que me estaba
persiguiendo. Por eso había tenido cuidado de no usar demasiado
mis poderes ni teletransportarme en nuestro viaje. No quería
alertarlo de dónde estábamos. Me agarré las rodillas por debajo de
la mesa, con el corazón latiéndome con fuerza. Acababa de hablar
con Gabby antes de cenar. Estaba terminando un trabajo, y Neverra
y Logan estaban con ella. Estaba bien. Estaba a salvo.
—Eso no es amor. —Levanté la cabeza y miré a Ethan—. Soy una
posesión para él. Siempre lo he sido.
—Un arma, una posesión, una amante. Eres todo eso y más para
él. Fuiste la única que sobrevivió a ser convertida por él, y por favor,
créeme, lo ha intentado de nuevo desde que te fuiste.
La sangre me latía con fuerza en los oídos. Si lo había hecho, eso
significaba que tenía aún más de esas bestias. Allí estaba yo,
bromeando y ayudando a Liam, cuando Kaden estaba creando un
ejército.
—Que vengas aquí pone en riesgo todo lo que te habías propuesto
hacer por nosotros y, sin embargo, accedimos a ayudarte. ¿Quieres
saber por qué?
Sostuve la mirada de Ethan y, cuando no respondí, dijo:
—Porque le tiene miedo. —Señaló hacia Liam—. No te atacará ni
se arriesgará a ir por ti directamente mientras esté en este plano.
Nos enteramos del atentado contra tu hermana y ahora que sabe
que está fuera de su alcance, necesita encontrar ese libro. Por alguna
razón, cree que en él hay un código o una respuesta sobre cómo
detenerlo.
Liam permaneció sentado, asimilando toda la información que
Ethan le daba. Tenía las manos debajo de la barbilla mientras seguía
mirando fijamente a Ethan. No podía leer su expresión ni calibrar
los pensamientos que se formulaban detrás de sus ojos color
avellana.
—Lo queríamos aquí. Una vez que supimos lo que realmente
buscaba, y que las leyendas no eran solo leyendas, planeamos
separarnos de su legión. Empecé a investigarte por mi cuenta,
sacando de fuentes enterradas durante mucho tiempo por mi gente.
Drake ocupó mi lugar en las reuniones, recopilando toda la
información que podía conseguir. Entonces algo cambió, y Kaden se
obsesionó con este libro, cometiendo actos oscuros en su deseo de
obtenerlo. Está celebrando reuniones, masacrando y torturando
celestiales, con la esperanza de encontrar este libro.
—Soy consciente —dijo finalmente Liam—. El único problema es
que el Libro de Azrael no es real.
—Está matando porque así lo cree.
Liam se irguió y rechazó las palabras de Ethan.
—Está equivocado. Azrael está muerto. Nunca logró salir de
Rashearim.
Ethan frunció el ceño.
—Debes de estar equivocado.
—No lo estoy. Vi su cuerpo hecho polvo después de que ayudara
a escapar a su esposa. Fuimos dominados por los Ig'Morruthens.
Fue despedazado y reducido a cenizas cuando cayó Rashearim.
¿Cómo podría estar equivocado?
Sentí que la habitación se cargaba, que los platos de la mesa y los
cuadros de las paredes vibraban lentamente. Los guardias se
miraron entre sí y luego a Ethan.
—¿Te gustaría ver el polvo de estrellas de mi mundo natal?
Las luces parpadeaban, señal de su creciente agitación, mientras
las pesadas lámparas de araña situadas sobre nosotros empezaban a
oscilar. Drake observaba a los dos hombres, con el cuerpo tenso.
Moví la rodilla por debajo de la mesa y choqué ligeramente con la
de Liam. El breve contacto lo sacudió de su creciente ira y dolor. Me
miró y sus ojos se suavizaron al sostenerme la mirada. Soltó un
suspiro y la habitación se calmó.
—Mis disculpas —dijo Ethan, incorporándose ligeramente—. Si
eso es cierto, entonces alguien ha hecho una réplica o copia. Camilla
ha encontrado algo en El Donuma y lo ofrece al mejor postor. Kaden
lo quiere.
Casi me atraganto de nuevo.
—¿Camilla?
Drake asintió y dijo:
—Sí, encontró a alguien hace unos días. No quiere dar ninguna
información, solo que encontró el libro, sabe dónde está y pide una
gran suma a quien más lo quiera.
—¿Por qué Kaden no ha asaltado su aquelarre, lo ha destruido y
se lo ha llevado? —le pregunté.
—Si la mata, no conseguirá la información, y tú mataste a la única
persona que podía arrancársela de la mente. Así que supongo que
está esperando a ver quién la consigue primero y los matará y se lo
llevará.
Liam se inclinó hacia delante y entrelazó los dedos.
—¿Cómo encontramos a esa tal Camilla?
La sala volvió a quedar en silencio.
—Puedo intentar concertar una reunión. Probablemente acepte
reunirse contigo si sabe que estás aquí e interesado, pero no dejará
que Dianna ponga un pie en El Donuma.
Liam me miró.
—¿Por qué?
—Digamos que me odia
—Tenemos que trabajar para que tengas mejores amigos en tu
vida.
—¡Eh, estoy sentado aquí mismo! —dijo Drake, su tono ofendido.
Liam se volvió hacia él y le dijo con toda seriedad:
—Exactamente.
Solté una risita mientras Drake se echaba a reír. Fue un buen
desahogo después de oír lo que Ethan tenía que decir sobre Kaden y
de que nuestra búsqueda del libro se complicara aún más.
Durante la hora siguiente discutimos los planes de batalla y lo que
haríamos si Camilla aceptaba nuestra petición y podíamos entrar en
El Donuma. Cómo nos reuniríamos con ella y la convenceríamos
para que nos diera el libro, etcétera. Liam había comido por fin su
comida, pero yo hacía tiempo que había abandonado la mía. Se me
revolvía el estómago cada vez que pensaba en lo que había dicho
Ethan. Puede que Kaden hubiera fracasado en su intento de crear
otro como yo, pero eso solo significaba que tenía más soldados para
su ejército.
Liam engullía su comida, sin prestar realmente atención a lo que
comía, mientras Ethan seguía hablando de los obstáculos a los que
podríamos enfrentarnos. Drake añadía algún detalle de vez en
cuando, pero se concentraba sobre todo en escuchar. No pude
quedarme quieta por más tiempo y empujé mi silla hacia atrás.
—La cena estuvo increíble, pero estoy cansada. Los veré a todos
mañana —dije.
Sin esperar respuesta, salí de la habitación. No me importó que
los guardias se estremecieran y echaran mano a sus armas cuando
me moví demasiado deprisa. Sentía la sangre helada en las venas
mientras mi cerebro corría en un millón de direcciones diferentes.
Liam tenía razón. Esto estaba llevando demasiado tiempo.
Mi esperanza de que nadie me siguiera se desvaneció
rápidamente cuando sentí el poder de Liam rodando hacia mí,
grueso y pesado. Su gran mano callosa me agarró del brazo, justo
por encima del codo, y me hizo girar.
—Dianna. Te he estado hablando.
—¿Qué? —Miré fijamente a Liam y me di cuenta de que había
avanzado mucho más rápido de lo que pensaba. Estábamos a mitad
de camino de un tramo de escalones de piedra.
—¿Adónde vas? Este no es el camino a tu habitación.
—¿Oh? ¿Ya lo tienes memorizado?
Su mirada se entrecerró, su mano aún encadenaba ligeramente mi
brazo.
—Conozco esa cara. ¿Qué estás planeando?
Maldito hombre dios molesto.
—Nada.
—No puedes ir a ella. Tenemos un plan, y que vueles a exigir
respuestas bombardeando una ciudad, no es uno de ellos.
Solté un suspiro exasperado y sacudí el brazo para zafarme de su
agarre.
—Eso… no es lo que iba a hacer.
Puso las manos en las caderas, con la chaqueta del traje ondeando
a su alrededor.
—¿Oh? ¿Entonces a dónde vas exactamente?
Había planeado encontrar un par de mortales de los que
alimentarme para tener suficiente energía para volar hasta El
Donuma. Una vez allí, encontrar la finca de Camilla y obligarla a
darme el libro. Pero no iba a decírselo y darle la razón.
Frustrada, gemí y me sujeté los laterales del vestido. Lo empujé y
subí los escalones de piedra. No dijo ni una palabra mientras me
seguía hasta el vestíbulo principal.
Nos quedamos en silencio, las palabras pronunciadas en la mesa
flotando entre nosotros. Kaden estaba entrenando para construir un
ejército. Estaba desesperado por que volviera. Estaba obsesionado
con encontrar un libro que, según Liam, no existía. Y luego estaba lo
que Liam había dicho. Sus palabras me conmovieron y, al mismo
tiempo, me dejaron una sensación de vacío. Fue aún más incómodo
cuando Ethan le preguntó si estaba enamorado de mí. Éramos
amigos, solo amigos.
Me detuve ante la puerta principal y me quedé mirándola un
momento antes de volver a mirarlo.
—¿Quieres salir de aquí? ¿Solo un rato?
Inclinó la cabeza y me miró interrogante, pero aceptó.
Caminamos por uno de los senderos empedrados de la parte
trasera del castillo. El bosque estaba vivo con el sonido de los
insectos y el aullido ocasional de algún depredador cuadrúpedo.
Me había dado su chaqueta para que me la pusiera sobre los
hombros desnudos, incluso cuando insistí en que no la necesitaba.
Mi temperatura corporal era unos grados más alta que la de la
mayoría de la gente y me sentía completamente cómoda. No
obstante, fue un detalle y un descanso de la extrema frialdad de su
actitud de antes.
Me pregunté si su repentino cambio de comportamiento era una
especie de disculpa por haber sido un idiota después de la pesadilla
de la que se negó a hablarme. Otra parte de mí me decía que era
algo más profundo. O tal vez solo me sentía desconcertada por lo
que Ethan había dicho sobre las medidas que Kaden estaba tomando
para recuperarme. Sabía que no actuaba por amor. El amor no
existía en nuestro mundo. Yo no era más que una posesión para él, y
quería recuperar su juguete. Se me revolvió el estómago al darme
cuenta de hasta dónde habíamos llegado.
—Dianna. ¿Has oído algo de lo que he dicho?
Sacudí la cabeza, ni siquiera fingiendo.
—Lo siento. La cena me ha puesto de los nervios.
—Comprensible —dijo mientras continuábamos.
Mis pies susurraban sobre el camino de piedra, mi vestido se
balanceaba alrededor de mis tobillos con cada paso.
—Pareces más feliz.
Soltó un bufido bajo, un sonido forzado con una pizca de
agitación.
—¿En la cena? ¿Cómo es eso?
Lo miré y casi me tropecé, su belleza masculina me dejó sin
aliento. La luz de la luna tiñó sus rasgos de plata e iluminó sus ojos.
Su poder era casi visible en el aire que nos rodeaba, envolviéndome.
Lo sentí como una caricia casi física, y en ese momento me sentí
segura. Era una sensación tan extraña que tardé un momento en
recuperar la voz.
—No, perdona, no me refería a la cena. Solo pensaba en general.
Sonríes más. No eras así cuando te conocí. Aunque también
intentaba matarte.
—Sí, eso es verdad.
—Tampoco pareces tan desaliñado e indómito como antes. El
corte de pelo y la ropa te quedan bien. Muy bien
Me miró frunciendo el ceño.
—¿Se supone que es un cumplido? Si es así, es absolutamente
terrible.
—No, solo digo que estás saliendo de tu caparazón, por así
decirlo.
—Ah —dijo y continuamos nuestro paseo—. Supongo que es más
fácil ser así contigo. No me das opción.
Choqué mi hombro contra el suyo, el ligero golpecito ni siquiera
lo perturbó.
—¿Se supone que es un cumplido?
—Supongo. —Hizo una pausa y supe que estaba pensando. Me
había acostumbrado a ese manierismo cuando intentaba formular
con palabras lo que pensaba o sentía—. Hay un dicho en mi idioma,
en mi mundo. No se traduce realmente a tu idioma, pero significa
calcificar. Los dioses anteriores a mí y a mi padre llegaban a un
punto en sus vidas en el que las emociones se disipaban. A menudo
sucedía después de lo que ustedes considerarían un evento
traumático. Perdían una parte de sí mismos y, desconectados de sus
emociones, dejaban de preocuparse por nada ni por nadie. Era como
si se apagara la luz que llevamos dentro y nos convirtiéramos en
piedra.
Me detuve y él se volvió hacia mí.
—¿Piedra? ¿Como piedra de verdad?
Asintió con la cabeza, apretando los músculos de la mandíbula.
—Es imposible saber cuándo ocurrirá. Siempre supuse que se
debía a una gran pérdida. La pérdida de algo que valoraban más
que nada en el universo. Temí que mi padre se enfriara tras la
muerte de mi madre. Las señales estaban ahí, pero no lo hizo. Una
parte de mí siente que eso es lo que me está pasando. —Se miró los
pies y pude ver el dolor en las líneas de su cuerpo. Lo cual era una
buena señal, pero ya llevaba casi tres meses con él. Sabía que había
partes de él que había cerrado.
Habíamos compartido la misma cama varias veces, pero nunca
fue algo íntimo. Sus manos nunca vagaban, ni se frotaba contra mí
en mitad de la noche, buscando liberarse. Si me presionaba, se
guardaba las manos. A veces se movía, temblaba como perdido en
un sueño. Esas eran las noches en que se despertaba sudando, me
miraba y volvía a dormirse. Supuse que si quería contarme sus
pesadillas, lo haría. Pero a mí me ayudaba. No me sentía tan sola,
aunque nunca se lo diría a él. Era agradable tener a alguien ahí, y
pensé que a él también le ayudaba.
Alargué la mano y se la puse en el hombro, con un tacto suave
para no agobiarlo.
—Prometo no dejar que te conviertas en piedra. —Sonreí
tranquilizadoramente.
Sus ojos danzaron por mi cara.
—Dudo que pudiera estar contigo mucho tiempo. Eres demasiado
invasiva e intrusiva.
Esta vez le golpeé el hombro con fuerza suficiente para hacerlo
dar un pequeño respingo, pero no tanto como para hacerle daño. En
sus labios se dibujó una sonrisa, y supe que lo había dicho sobre
todo para irritarme:
—Y con demasiada fuerza.
Le di otro manotazo, pero retrocedió un paso. Estaba jugando
conmigo. Me gustaba este Liam. Era diferente cuando estaba
conmigo, cuando se alejaba de los otros que exigían un rey. Era casi
normal.
—Bueno, no eres terrible. —Me encogí de hombros, mirándolo
una vez más—. A veces.
—Tomaré eso.
Volvimos a dar un paso atrás, con las mismas sonrisas en nuestros
rostros mientras caminábamos. Levanté la vista y me di cuenta de
que habíamos llegado al jardín. Había olvidado lo mucho que Drake
amaba ese jardín. Aunque la razón no era precisamente feliz. Una
examante, no esa no era la palabra correcta. Él la había amado tanto
como cualquiera podría amar, pero ella había elegido a otro. Creo
que eso lo quebró. Aunque ella lo había diseñado y construido, él lo
había conservado y mantenido. Con sus cuidados, había florecido.
Dos estatuas flanqueaban la entrada. Eran dos mujeres que
sostenían cuencos de cerámica y los inclinaban como si estuvieran
vertiendo una solución invisible. Puse las manos en la chaqueta de
Liam mientras miraba hacia arriba.
—¿Qué es esto? —preguntó Liam cuando nos detuvimos cerca de
la entrada.
—Un jardín. ¿No tenían de esos en Rashearim? —pregunté,
volviendo a mirarlo. Su rostro se había vuelto frío. ¿Estaba loco?
¿Por un jardín?
—¿Esto es un jardín? Es terrible —dijo con la cara contraída por el
asco.
—Liam, ni siquiera has entrado todavía —dije con un suspiro
antes de salir al jardín. Sabía que me seguiría de cerca. Siempre lo
hacía. El sendero se abría, dividiéndose a izquierda y derecha, con
flores espesas y hermosas que bordeaban los caminos. Encima había
pequeñas luces que proyectaban un exuberante resplandor sobre las
plantas y creaban profundas sombras. Era absolutamente hermoso,
aunque a Liam se le torcieran los labios ante todo lo que pasábamos.
Me dirigí hacia el centro, atraída por el sonido y el olor del agua
corriente. Conociendo a Drake, tendría una fuente aquí, y yo quería
verla.
—Hasta sus plantas son atroces —dijo, alargando la mano para
tocar un surtido de flores moradas.
—¿Por qué encuentras ofensivo todo lo que se asocia con ellos? Es
como si quisieras buscar pelea.
Dejó caer la mano y se la frotó contra los pantalones antes de
volverse para mirarme.
—No me gustan. Incluso la energía que los rodea me parece
perturbada. Hay algo que no me gusta.
—Probablemente están nerviosos porque estás aquí. Recuerda que
eres importante, Liam. Drake es uno de mis amigos más antiguos, y
no olvides que su familia nos está ayudando.
Se metió las manos en los bolsillos mientras continuábamos.
—Sí, nos están ayudando. Lo que parece extraño dado su miedo a
Kaden y lo que pasaría si descubre que lo traicionaron. ¿Qué hace
que estos poderosos amigos quieran correr ese riesgo? No confío en
ellos, ni quiero que estés a solas con ellos por mucho tiempo.
Casi tropiezo con mis propios pies al engancharme con el
dobladillo del vestido, deteniéndome bruscamente. Me levanté la
falda y lo miré.
—¿Cómo dices? No puedes decirme con quién puedo estar y con
quién no. Esto no funciona así, ni tú tienes nada que decir sobre mí.
No soy tu posesión, igual que no soy de Kaden.
—No se trata de posesión. —Sus cejas se fruncieron mientras me
miraba—. Me preocupo por ti.
Sus palabras me tomaron desprevenida, y el comentario sarcástico
que había preparado, murió en mis labios. No sabía qué decir, y era
la primera vez. Sus ojos se habían suavizado al mirarme. Ya no eran
duros ni estaban moteados por la ira y la irritación. Pasó de mirarme
a la cara a mirarme al pecho, y una expresión de dolor se dibujó en
sus rasgos antes de apartar la mirada. Confundida por el cambio de
actitud, revisé el elegante vestido de seda que me había hecho,
pensando que había derramado algo sobre el corpiño, pero no había
nada.
—No tienes que preocuparte por mí. He estado viva todo este
tiempo.
—Cegada —refunfuñó, evitando aún mi mirada.
Resoplé y di media vuelta, adentrándome en el jardín.
—Y no, no tienes que preocuparte por ellos. Llevan tiempo
intentando separarse de Kaden.
—¿Y Kaden no sospecha?
Me encogí de hombros.
—Me vio matar a Drake en Zarall. Bueno, la imagen de Drake, al
menos. Cree que está muerto.
La mirada de Liam se desvió hacia la mía.
—¿Y el hermano? ¿El que se hace llamar rey? ¿Kaden no temería
las represalias por la pérdida de un miembro de su familia?
—Supongo que piensa que está escondido. Nadie iría
descaradamente contra Kaden. No son estúpidos. Sería un deseo de
muerte. A pesar de tu ego y lo que piensas, Kaden es fuerte,
poderoso y psicótico.
Liam volvió a emitir aquel gruñido al que me había
acostumbrado.
—No le temo.
Fue mi turno de gruñir de fastidio.
—Deberías.
Suspiré mientras nos acompasábamos de nuevo, las criaturas de
la noche llenando la oscuridad con su canto.
—Tiene que haber al menos una cosa que te guste aquí.
—No.
Resoplé.
—Bien, solo di una cosa buena de ellos. La mansión —dije,
señalando la hermosa estructura.
—Demasiado engorrosa.
¿Estaba bromeando? ¿Bromeando conmigo? La risa que se me
escapó le provocó una sonrisa sincera. Parecía disfrutarlo, aunque
seguía siendo hosco.
—Bien, ¿qué pasa con sus trajes?
—Demasiado confinados.
—Oh vamos, ¿tiene que haber algo que te guste?
Liam levantó la cara y asintió mientras reflexionaba. La comisura
de sus labios se levantó como si se esforzara por encontrar algo.
Estaba a punto de hacerle otra pregunta cuando dijo:
—Me gusta el idioma de aquí. Es lo más parecido al de mi madre.
«¿Su madre?» El corazón me dio un vuelco. No había hablado de
ella y, ahora que lo pensaba, tampoco la había visto en ninguno de
sus recuerdos. Lo único que recordaba era la mención de su muerte.
Recordaba las palabras de su padre y lo triste que había estado Liam
en aquel sueño de sangre, pero no había visto ningún recuerdo de
ellos juntos como una familia. ¿Podría ser tan terrible que lo hubiera
bloqueado? Tenía miedo de preguntar, una parte de mí no quería
que volviera a esconder ese raro lado juguetón, pero se había abierto
a mí y no iba a desaprovecharlo.
—¿Cómo era ella?
Su garganta se estremeció antes de que un músculo de su
mandíbula se tensara.
—Si no quieres hablar de ello, no tienes que hacerlo. Podemos
hablar de la cena divertida.
Una parte de él pareció relajarse mientras resoplaba.
—No. Ya has visto y sabes tanto de mí, que no hay razón para no
contarte esto también. Y como has dicho, tal vez hablar de esto me
ayude. —Inhaló profundamente como si estuviera escogiendo sus
palabras—. Era amable y dulce por lo que recuerdo. Enfermó
después de que yo naciera. Yo era demasiado joven para verlo al
principio, pero cuando crecí, noté los cambios. Era una guerrera,
una celestial bajo el dominio de un viejo dios, pero su luz empezó a
apagarse cuando se quedó embarazada de mí. Se trasladó al Consejo
una vez que se debilitó demasiado como para levantar una espada.
Ese es el problema con los dioses que nacen. El feto toma
demasiado, requiere demasiada energía y poder de la madre
mientras se desarrollan. El riesgo es demasiado grande. Por eso soy
el único.
—Liam. —No quería disculparme otra vez porque él no lo
necesitaba. Necesitaba otra cosa—. Lo que le pasó no es culpa tuya.
Sus ojos se encontraron con los míos, y vi que la carga de tristeza
que llevaba se aliviaba.
—¿No lo fue?
—No. Si se sabía, entonces ella conocía los riesgos y aun así se
quedó embarazada. ¿Y sabes lo que pienso? Creo que amaba tanto a
tu padre y a ti que no le importó. Apostaría todo el dinero del
mundo a que no se arrepintió. El amor de una familia es más fuerte
que nada, créeme.
No dijo nada durante un momento y me di cuenta de que
habíamos dejado de caminar. Me miró fijamente como buscando la
verdad de mis palabras. Creo que una parte de él estaba
desesperada por oír que no era culpa suya.
—Me sorprendes, Dianna.
—Eso has dicho.
Asintió con la cabeza y nos guió mientras continuábamos nuestro
paseo nocturno.
—¿Qué pasó con tus padres? Ya que acabo de desnudar mi alma,
me gustaría saber de la tuya.
—Bien, como es justo —bromeé a medias—. Resumiendo, mi
madre y mi padre eran curanderos. Les encantaba ayudar a los
demás con lo que en aquella época se consideraba medicina.
Cuando cayeron los fragmentos de Rashearim, se desencadenó una
plaga. Continuaron ayudando a otros hasta que la enfermedad los
consumió a ellos también. Desde entonces hemos sido Gabby y yo.
Siempre nos hemos cuidado mutuamente.
—¿Tenías algún otro familiar? ¿Alguien que pudiera ayudarte?
Sacudí la cabeza y bajé la mirada un segundo.
—No, no lo teníamos. Nos alimentaba y reuní provisiones. —La
cara de Liam no cambió mientras esperaba pacientemente a que
continuara—. Fui una ladrona, más o menos. No estoy orgullosa de
ello, pero hice lo que tenía que hacer por mi familia. Siempre lo he
hecho y siempre lo haré.
—Parece lógico. La gente tiende a hacer lo que cree necesario en
tiempos de crisis.
Estaba más que sorprendida. Esperaba que Liam me regañara,
pero no lo hizo. Vio mi expresión y sonrió.
—No estoy justificando ni diciendo que esté bien, pero no sabes
quién eres realmente hasta que no te quedan opciones. Eso es todo.
—Se encogió de hombros, mirándome—. Además, no me sorprende.
Después de todo, intentaste robarme, y fracasaste.
—Qué engreído. —Le di un ligero golpe en el brazo mientras
sonreía.
Nos detuvimos cuando el camino se abrió en el corazón del jardín
de ensueño. Las pequeñas luces brillantes iluminaban la gran fuente.
Inconscientemente, había estado siguiendo el sonido del agua. En el
centro de la fuente se alzaban estatuas de piedra, varias personas
sostenían diversos recipientes y el agua caía de ellos al estanque. Era
enorme e impresionante.
—Mi madre tenía un jardín en Rashearim. —Las palabras de Liam
me sobresaltaron y me volví para mirarlo, ansiosa por saber más
sobre él—. Mi padre creó para ella un elaborado laberinto con las
más bellas obras de arte y follaje. Era mágico y mucho mejor que
éste. Nunca lo usamos después de su muerte. Mi padre lo dejó
pudrirse. Creo que le dolía demasiado visitarlo o verlo de nuevo.
—Lo siento.
Se encogió de hombros como si no le doliera.
—No hay razón para que lo sientas.
Dio un paso adelante, inclinándose ligeramente para agacharse
bajo el arco curvo de enredaderas enmarañadas. Mis pasos eran
ligeros mientras lo seguía. Me senté en el borde de la fuente
iluminada por la luna para descansar los pies. Mundanos o no, los
tacones seguían doliendo después de un tiempo.
Liam no se sentó. En su lugar, se acercó a uno de los grandes
arbustos en flor y pasó los dedos por los delicados pétalos. Arrancó
un precioso lirio amarillo y lo hizo girar lentamente por el tallo. Era
un espectáculo ver al poderoso Destructor del Mundo sosteniendo
una flor tan pequeña y frágil.
—¿Sabes cómo conseguí mi nombre?
Me senté un poco más erguida, ajustándome la chaqueta y
saboreando el aroma que desprendía.
—¿Qué? ¿Samkiel?
No me miró, su mirada se centró en la flor.
—No, ese nombre me lo dieron al nacer. Aunque conlleva más
sangre y muerte de las que me gustan. He hecho tantas cosas a lo
largo de los siglos de las que me arrepiento. Hay tantas cosas que he
perdido. —Finalmente se giró y sus ojos se clavaron en los míos al
decir—: Gente que he perdido.
La expresión sombría que tanto había llegado a odiar apareció en
sus facciones. Siempre era un preludio de la pena que se escondía
tras aquellos ojos encantadores. Así que hice lo que mejor sabía
hacer y lo molesté.
—¿Te refieres a Liam? Sí, me preguntaba cómo elegiste un
nombre tan sencillo.
—Gracioso. —Un suspiro se escapó por sus fosas nasales, sus
hombros se alzaron por un momento y supuse que eso era lo más
cerca que estaría de reírse esta noche—. En nuestro mundo teníamos
una flor que avergonzaría la belleza de ésta. Tenía anillos amarillos
y azules que se movían en ondas por los pétalos cuando la tocabas.
Se llamaba orneliamus o Liam para abreviar. Eran las favoritas de
mi madre y un símbolo de fuerza y protección. Podían adaptarse a
cualquier clima y eran tan resistentes que resultaba casi imposible
matarlas. Fue necesaria la muerte del planeta para erradicarlas.
Sus ojos miraron los míos antes de acercarse y sentarse a mi lado.
Inclinó el tallo de la flor hacia mí, ofreciéndomela. Sentí que el
corazón me daba un vuelco cuando estiré la mano para aceptarla.
Me dedicó una pequeña sonrisa antes de apoyar los codos en las
rodillas y juntar las manos delante de él.
—Yo quería ser eso.
Liam me dio una flor. Una simple y jodida flor, y mi mundo se
tambaleó. Era la cosa más bonita y estúpida por la que podía
obsesionarme. Pero esta pequeña planta amarilla de repente
significaba el mundo para mí, y odié la forma en que mi estómago
se revolvió mientras la miraba en mi mano. A Gabby le regalaban
flores, a mí no, a mí nunca.
—El gran y poderoso Rey de Todo lleva el nombre de una flor.
Qué irónico.
Me sonrió y se me cortó la respiración. Con el resplandor de las
lucecitas y la luna brillando, ensombreciendo sus facciones, estaba
absoluta y dolorosamente guapísimo.
—¿Revelo tanto y aun así no haces nada más que hacer una
ocurrencia inteligente? Me hieres.
Arrugue la nariz y le di un manotazo juguetón con mi flor, no tan
fuerte como para dañarla, pero sí lo suficiente como para molestarlo.
—Seguro que sí, señor invencible.
—Tantos nombres para mí, y sin embargo, tengo muy pocos para
ti. Arreglaré eso.
—Inventa todos los que quieras mientras no vuelvas a llamarme
gusano.
Su expresión se suavizó y se le torció una comisura del labio.
—Realmente recuerdas todo lo que digo, ¿verdad?
—Solo las cosas verdaderamente terribles.
—Arreglaré eso también.
Sentí que el rubor me subía por la cara antes de darme la vuelta y
colocarme un mechón de pelo detrás de la oreja. No quería decir las
cosas que decía de la forma en que sonaban. Pero sus palabras, y la
forma en que las decía, me hacían doler en todos los lugares
equivocados.
—En una escala del uno al cinco, ¿qué probabilidades hay de que
muramos todos?
—Cero. El libro en sí no existe. No importa lo que digan.
—Bien, pero digamos que sí. ¿Cuál sería la probabilidad?
Se encogió de hombros, con el ceño fruncido.
—Tal vez uno. Si el libro es de algún modo una reliquia real que
mi pueblo nunca llegó a poseer, entonces puede haber motivos para
temer algo, pero la probabilidad es extremadamente baja en el mejor
de los casos. Azrael nunca logró salir de Rashearim y todo lo que
hizo murió con él cuando el planeta fue destruido.
Una melodía alegre inundó el aire, interrumpiendo nuestra
conversación. Liam y yo nos volvimos hacia el castillo. No era
incómodamente ruidosa, pero con nuestro superoído podíamos
oírla con claridad.
—¿Qué es eso? —preguntó Liam, con el labio curvado hacia
arriba en señal de disgusto.
—Música.
Su cabeza giró hacia mí.
—Soy consciente, pero ¿por qué?
Su suposición era tan buena como la mía. Me encogí de hombros
y miré más allá de él, hacia la mansión.
—No lo sé, es Drake. Probablemente estén tocando algo para los
huéspedes que se han despertado.
—¿Estás preocupada?
Me centré en Liam para descubrir que me miraba fijamente.
Levanté una ceja.
—¿Por la música?
—Por morir.
Su pregunta me pareció extraña. No solo por lo que preguntó,
sino por la forma en que me miró cuando lo dijo. Negué con la
cabeza, con las ondas de mi pelo haciéndome cosquillas en las
mejillas.
—No. ¿Por la muerte de mi hermana? Sí.
Esa expresión fría volvió a su rostro como si yo hubiera dicho algo
malo.
—Te preocupas tanto por los demás, pero no por ti. ¿Por qué?
Yo sonreí, pero él no.
—¿No se supone que debo hacerlo? Quiero decir que siempre
supuse que saldría a luchar, ¿sabes? Así es como yo lo veo. ¿Ahora
Gabby? Ella es la que tiene una vida, una carrera y un novio. Yo no
tengo nada de eso. Así que no estoy preocupada por mí. Puedo
sobrevivir a casi todo. Gabby no.
No dijo nada y siguió mirándome como si lo hubiera insultado.
—¿Qué? —pregunté—. ¿Por qué me miras así?
Sacudió lentamente la cabeza.
—No eres lo que esperaba.
—¿Qué significa eso? ¿Los Ig'Morruthens no tienen sentimientos?
—No los que yo he encontrado.
—¿Ah, sí? ¿Cómo eran?
—Poderosos, peligrosos, feroces y ni de lejos tan molestos como
tú. —Eso le valió un empujón que apenas lo movió y, sin embargo,
actuó como si lo hubiera hecho agarrándose el brazo y frotándoselo
mientras me miraba fijamente, con una sonrisa dibujándose en ese
rostro ridículamente perfecto—. Pero igual de violentos.
Seguimos hablando, pasando cómodamente de un tema a otro,
algunos pesados y otros desenfadados, pero no hablamos más de
Kaden ni del libro. El tiempo pasaba y, sin embargo, no lo notaba
cuando estaba con él y eso me aterraba.
CAPÍTULO 33
Liam
Tenía la mano debajo de la cara, presionando ligeramente la
mejilla hacia arriba mientras su corazón latía más despacio. El sueño
se apoderó de ella y unos mechones oscuros y ondulados le
cubrieron la mitad de la cara mientras yacía de cara a mí. «¿Cómo es
que tiene un aspecto tan exquisito incluso cuando duerme?»
Mientras me movía, ajustando con cuidado el brazo bajo la
almohada, me fijé en la flor amarilla en el vasito de agua que había
colocado en la mesilla de noche. Una sonrisa se dibujó en mis labios.
Era algo tan pequeño y, sin embargo, ella lo sostenía como si
significara algo. Una sensación desconocida me tiró de las tripas y
pensé de dónde la había sacado, sabiendo que podría encontrarle
mil más aún mejores.
«Así es como se acaba el mundo».
Las palabras resonaron en mi subconsciente y cerré los ojos con
fuerza. No dormí, fingía que lo hacía para que ella no se preocupara
y, de hecho, se quedara dormida. Estaba inquieto y frustrado. No
sabía cuál era el término correcto para describir exactamente cómo
me sentía, pero sabía que no podía dormir. No quería revivir la
sangre, el fuego y los cánticos.
«Así es como se acaba el mundo».
Una y otra vez, el maldito sueño atormentaba mis horas de vigilia,
y ahora tenía esos sentimientos tan encontrados hacia ella que se
habían añadido a la confusión emocional. Suspiré, volviéndome
boca arriba y mirando fijamente el espantoso techo decorado. Mis
dedos bailaban, golpeando sobre mi pecho. No, no podía verla así,
no me lo permitiría. Me había dicho a mí mismo después del sueño
que me distanciaría, que sería profesional.
Giré la cabeza hacia ella, observando cómo dormía plácidamente.
Sabía que había sido un tonto al pensar que podría mantenerme
alejado de ella. Se me había apretado el pecho cuando Drake la
había abrazado. Luego me estaba arreglando por los pasillos y sentí
ese cambio en ella. Era leve, pero estaba ahí, como un pequeño
pellizco de dolor y tristeza. Cuando vi su angustia y la mano de él
sobre ella, supe que haría que su muerte fuera lenta y dolorosa.
Estuve a punto de hacerlo pedazos allí mismo, pero ella me
calmó. Ella había hecho eso muchas veces, solo por estar allí. No se
parecía en nada a las criaturas de casa, ni siquiera un poco. Decía
que no era tan cariñosa como su hermana, pero lo era. Me quedé allí,
mirándola dormir hasta que esa voz flotó en mi cabeza una vez más.
Me aparté de la cama y vi cómo se movía, se acurrucaba en la
almohada que había colocado donde yo estaba tumbado. Cuando
me aseguré de que estaba tranquila y no iba a despertarse, salí
silenciosamente de la habitación.
—Eres bueno en eso —dijo Drake desde donde estaba apoyado en
una puerta a mitad del pasillo—. Mucha práctica escabulléndote de
las habitaciones de las mujeres, supongo.
Caminé hacia él mientras se enderezaba.
—¿Dónde está?
—¿Qué tal una copa después de su pequeña cita? ¿Te gustó el
jardín? Sabes que hay rincones tan alejados que ni siquiera nosotros
lo oiríamos si decides follártela ahí fuera.
Se enderezó cuando me acerqué a él. Medía al menos medio
metro más que él. Lo miré fijamente, con los anillos de plata
vibrando en mis dedos, deseando que invocara una de las armas.
Podría acabar con él en cuestión de segundos, convirtiendo sus
restos en cenizas al viento. Lo único que me detuvo fue saber que la
mujer que dormía a unos metros nunca me perdonaría.
—He matado a hombres por menos. Así que no te equivoques, si
no le importaras, habría convertido tu cuerpo en brasas por cómo
me hablas.
Sonrió, una sonrisa lenta y curvada, haciéndome saber que mi
amenaza le parecía graciosa y que no se sentía intimidado.
—¿Qué haces aquí, Drake? ¿Qué quieres?
Señaló el techo con la cabeza.
—Ethan quiere verte en el estudio. Vamos.
No dije nada y lo seguí hasta un gran vestíbulo. Unos cuantos
bancos y mesas pequeñas, pesados y excesivamente ornamentados,
estaban agrupados y rodeados de espeso follaje. Una pareja de
vampiros conversaba profundamente, pero se callaron cuando
pasamos. Se incorporaron y abrieron mucho los ojos. No dijeron
nada hasta que cruzamos la sala, pero oí los susurros.
«El Destructor del Mundo».
Sacudí la cabeza mientras subíamos los escalones de mármol,
despejando las imágenes que siempre me venían cuando oía el
título. Llegamos al final de la escalera y miramos a nuestro
alrededor. Esta zona no parecía encajar con el resto de la mansión.
Mis ojos se entrecerraron al estudiar los cuadros colgados en las
paredes. Parecía que eran retratos de antepasados que se
remontaban décadas atrás. Oí movimientos debajo de nosotros
cuando los otros huéspedes empezaron a despertarse. Conté
veinticinco latidos, pero podía sentir la esencia de cuarenta y un
vampiros del Otro Mundo.
—Tienes un tremendo número de invitados aquí.
—Sí, los que están bajo el gobierno de mi hermano y temen el
castigo de Kaden se sienten más seguros aquí con nosotros, así que
Ethan abrió las puertas de nuestra pequeña y modesta mansión.
Descubrí que los comentarios enjundiosos de Dianna no me
molestaban, pero con él tenía imágenes de arrancarle la lengua de la
cara casi cada vez que hablaba. En lugar de eso, mantuve la boca
cerrada y asentí cuando se detuvo ante unas grandes puertas dobles
de ónice. Lo que parecía ser una cabeza de reptil estaba tallada en
las puertas, las líneas de la criatura se curvaban hacia las manillas
que Drake agarraba y retorcía. Abrió la puerta con una mano y me
invitó a pasar a la espaciosa sala. Varios sofás y sillas de aspecto
confortable estaban dispuestos en pequeños grupos. En todas las
paredes había estanterías que llegaban hasta el segundo piso. Al
fondo había una escalera de caracol con la barandilla dorada.
Una brasa se encendió desde la silla en medio de la habitación
mientras Ethan miraba hacia mí.
—¿Fumas?
Sacudí la cabeza.
—No.
—¿Ni siquiera por diversión, supongo?
Los recuerdos volvieron a Rashearim siglos atrás, cuando Logan,
Vincent, Cameron y yo nos escapábamos del entrenamiento para
darnos el gusto de tomar bebidas ilícitas por lo que ellos
consideraban diversión. Bebidas suaves que hacían que la presión
que se ejercía sobre mí y los demás pareciera menor.
—Ya no.
Drake soltó una risita.
—Sabía que había un chico malo debajo de toda esa animosidad.
Por qué si no Dianna se sentiría atraída por ti.
—No se siente atraída por mí. Me está ayudando —le corregí,
lanzándole una mirada furibunda. Su sonrisa creció al pasar a mi
lado, interponiéndose entre Ethan y yo. Protegía a su hermano y
permanecía a su lado como una sombra. También era muy protector
con Dianna. Aunque supuse que sus motivos con respecto a ella
eran muy diferentes. Su olor cambiaba drásticamente cuando estaba
cerca de ella, haciéndome sentir una emoción que no podía explicar.
Drake cogió un objeto cilíndrico marrón que había sobre la mesa,
cerca de su hermano, y encendió una cajita de plata. Una llama
estalló cuando encendió la punta del cilindro marrón y resopló por
el otro extremo, con el humo envolviéndole la cara.
—Puros. Así se llaman —dijo Ethan, observándome atentamente.
—Leer la mente es una práctica lucrativa. Una que lleva tiempo
desarrollar si uno tiene el don y la habilidad —dije, entrecerrando
los ojos hacia él.
Drake soltó una risita, una pequeña bocanada de humo escapó de
sus labios. Ethan se limitó a encogerse de hombros.
—Ah, sí. Puede ser. Por suerte para ti, solo unos pocos en mi
mundo lo poseen. Es una de las muchas habilidades que nos
transmitió mi padre, pero nuestra capacidad no es ni de lejos tan
fuerte como la de Alistair. Puedo captar frases, destellos de lo que
piensas, pero nada tan poderoso como él. Alistair fue el último
maestro de la mente, y Dianna lo convirtió en cenizas.
—¿Para eso me has hecho venir? ¿Para charlar sobre asuntos que
ya conozco?
Se rio por lo bajo.
—Sí, aunque te esperaba antes. Drake me informó de que tú y
Dianna estaban disfrutando de los jardines.
La sonrisa felina de Drake se extendió. Parecía que era más
sombra de lo que yo creía. Era evidente que vigilaba todo lo que
ocurría aquí, y lo hacía lo bastante bien como para que no lo
percibiera cuando Dianna y yo nos marchamos esta tarde.
Sentí el calor en mis manos a medida que subía mi temperamento.
—Tú, como tu hermano, olvidan con quién hablan. Te pido
disculpas por suponer que lo que hago o adónde voy te concierne.
Ethan se levantó con un movimiento fluido. Su andar depredador
mientras se acercaba al escritorio de madera oscura era la prueba de
que el vampiro moderno había evolucionado directamente de las
bestias de cuatro patas que yo recordaba. Eran una mezcla de felino
y reptil, silenciosos y sigilosos. Eran un depredador perfecto y uno
que mis antepasados despreciaban.
—Tu odio hacia nosotros no se ha desplazado, ¿sabes? A nosotros
tampoco nos gusta mucho que estés aquí —dijo Ethan, obviamente
leyendo mi mente otra vez.
—Eso es intrusivo y más que grosero, no importa quién seas.
Ethan sonrió satisfecho.
—Mis disculpas, Alteza. Es que el tiempo apremia y es más
conveniente. —Colocó su puro en un pequeño plato de cristal sobre
el escritorio y me hizo un gesto para que me acercara. Me detuve a
su lado mientras encendía una pequeña luz, iluminando varias
páginas y un gran mapa con puntos.
—Drake pudo sacar algunos objetos de la guarida de Kaden antes
de que nos descubriera.
Asentí una vez, con los ojos escrutando el mapa que tenía delante.
—¿Así que esta fue otra de las razones por las que dejaste de
acudir a las reuniones de las que me habló Dianna?
—Sí, una de ellas. La otra era que el peligro de su ansia de poder
supera con creces nuestro miedo a ti.
—Tengo una pregunta. Obviamente Drake no está muerto.
¿Cómo es que Kaden vio su muerte? ¿Qué papel jugó Dianna en la
ilusión?
Ethan asintió una vez y dijo:
—Sí. Fue una treta que formaron una vez que se enteró de que no
nos presentamos a la última reunión. Kaden quería la cabeza de mi
hermano como represalia por no haberme presentado otra vez.
Dianna no podía matarlo, así que idearon un plan. Mi hermano es
popular entre algunas brujas que felizmente desarrollaron un
hechizo de camuflaje. Su muerte parecía real, pero no lo era. Es el
mismo tipo de hechizo que protege nuestra casa.
—Interesante.
—Volviendo a lo que te pedí antes en la cena. Quiero un trato.
Ah, sí. La pregunta que propuso mientras Drake y Dianna
hablaban libremente. Completamente ajenos a la conversación
telepática separada que teníamos entre manos.
Mi labio se curvó con disgusto.
—No compartiré sangre contigo.
—Te dije que hicieron un trato de sangre —dijo Drake desde
detrás de mí.
Mis hombros se tensaron, pero mantuve la atención en Ethan. ¿Se
lo había dicho Dianna? Si era así, ¿Por qué me inquietaba? ¿Qué más
le había contado? Me sacudí el pensamiento de la cabeza, tratando
de ignorar las emociones que despertaba.
—Si hago esto, será por el bien de Dianna, no por el tuyo. Mi
lealtad está con los inocentes, y ustedes se alimentan de los
inocentes. Lo que hacen está prohibido, pero Dianna cree que son
sus amigos. Demuéstrenle que tiene razón, y te concederé el perdón.
Ethan negó con la cabeza, con una expresión de decepción en el
rostro.
—Muy bien. ¿Hay algún tipo de vínculo o juramento piadoso que
deba pronunciarse o firmarse?
—No.
Ethan frunció las cejas.
—Si no es eso, ¿cómo sabré que mantendrás tu palabra?
Incliné la cabeza hacia atrás, mirando al techo, frustrado por tener
que dar explicaciones a alguien una vez más. Agotaba mi paciencia,
me encontré con su mirada y se lo expuse en términos que esperaba
que entendiera.
—Podría hacer que asaltaran y confiscaran esta mansión que tanto
amas con una sola llamada. Como resultado, tú y todos los
presentes serían arrestados. Puedo llevarme los objetos que deseas
darme. Pero como le hice una promesa a Dianna, no haré nada de
eso. Así que esa es tu garantía y el único trato que estoy dispuesto a
hacer.
Una lenta sonrisa se dibujó en el rostro de Ethan.
—Muy bien. Trato hecho. —Miró a Drake antes de decir—: Ella es
algo rara, eso es seguro. No importa lo que Kaden haya hecho para
convertirla en una criatura de odio y miedo, ella no se quebró. Es su
corazón. Puede que sea un corazón mortal, pero es más fuerte que
cualquier cosa que haya encontrado. Puede que se alimente, folle y
respire como nosotros, pero no es una de nosotros. Creo que en el
fondo lo sabes. Ella es diferente.
La conocía. Lo había demostrado en repetidas ocasiones, pero no
hablaría de ella con estos dos vampiros.
—Pero tengo una pregunta antes de continuar —dijo Ethan
cuando no respondí.
La irritación se reflejó en mi tono mientras lo miraba.
—¿Qué?
—No tienes intención de quedarte, ¿verdad?
La pregunta me confundió, pero no vi ningún problema en
responder. No era como si fuera un secreto.
—No, volveré a los restos de mi hogar una vez que esto termine.
—Te lo dije —dijo Drake, su expresión antes burlona era ahora
dura y fría. La brasa del puro hacía juego con el brillo anaranjado
que ardía en sus ojos, revelando la verdad de su naturaleza.
La voz de Ethan había perdido todo el humor, su tono era más
serio de lo que yo había oído, incluso cuando hablábamos de la
posibilidad de muerte y destrucción.
—Un consejo entonces, Destructor del Mundo. No le llenes la
cabeza de palabras bonitas. No le hagas vestidos hermosos. No la
lleves a pasear a medianoche por un jardín, ni le des flores recogidas
a mano. Kaden la ha alimentado con sobras durante años para
mantenerla a raya. Es una mujer que ansía el amor, diga lo que diga.
Si no tienes intención de quedarte o estar con ella, no la cortejes y
hagas que se preocupe. No seas quien la haga caer si no tienes
intención de atraparla.
No tenía ni idea de cómo no había visto a Drake en el jardín. Ni
siquiera lo había sentido. Me enfurecí y la lámpara de la mesa
parpadeó. Mi mirada se entrecerró y mi voz se llenó de irritación.
—¿Seguro que no estás enamorado de ella?
La risa de Drake resonó en la habitación, molestándome aún más.
La expresión de Ethan no vaciló mientras levantaba la mano
izquierda. El intrincado diseño del ritual de Dhihsin adornaba su
dedo.
—Por si lo has olvidado, estoy felizmente casado. —Bajó la mano
y continuó—: Digamos que estamos en deuda con ella y queremos
lo mejor para ella. No queremos que sufra más de lo que ya ha
sufrido.
—Muy bien —dije.
Extendí la mano hacia el centro de la habitación. Mi piel se
iluminó de plata, las gruesas líneas dobles se formaron a lo largo de
mis piernas, pecho, brazos y debajo de mis ojos. Los anillos de plata
giraron en mis dedos mientras pronunciaba las antiguas palabras de
la invocación. Se formó un círculo de plata y la biblioteca tembló.
Los objetos que no estaban asegurados fueron empujados hacia
atrás por la fuerza de mi poder. Un rayo plateado salió disparado
hacia arriba y Logan y Vincent salieron. En cuanto entraron en la
sala, bajé la mano y mi piel recuperó su suave color dorado.
—¿Así que ese es tu verdadero aspecto? —preguntó Drake, con el
rostro impasible, pero podía ver el miedo instintivo de lo que yo era
en el fondo de sus ojos.
No dije nada mientras Logan y Vincent caminaban hacia mí.
Tenían todo el aspecto de los formidables guerreros que eran. Yo les
había inculcado toda la fuerza letal que poseían. Un sutil cambio se
produjo en Ethan y Drake, sus posturas se volvieron defensivas.
Observaron atentamente a los recién llegados, inseguros de si eran
una amenaza.
Verlos alivió parte de la tensión que no sabía que había estado
sintiendo aquí en este lugar extraño, rodeado de enemigos. Logan
estaba entero, y mucho más que curado. Vincent, aunque nuestro
último encuentro no fue muy agradable, parecía alegre y feliz de
verme. Me sorprendió darme cuenta de que yo también los había
echado de menos. Era una sensación tan extraña después de haber
estado tan vacío y frío durante tanto tiempo.
Sus vibrantes y brillantes ojos azules escudriñaron a Ethan y
Drake. Estaban nerviosos y tenían motivos para estarlo. Habían sido
entrenados para detectar hasta la más mínima amenaza y este lugar
había encendido su sangre celestial.
—Esto es lo que tienen sobre Kaden en este momento. Quiero a
un miembro de La Mano con Gabriella en todo momento. Me han
informado de que Kaden está muy motivado a capturar a Dianna, y
temo que intente arrebatarle a Gabby de nuevo. Eso también
significa más seguridad.
Vincent miró a los vampiros que escuchaban antes de decir:
—Ya he añadido algunas cosas a nuestros Gremios mientras has
estado fuera.
Miré a Ethan y señalé el mapa.
—Háblame de esto.
Sus ojos echaron chispas ardientes y vi el filo de sus colmillos
cuando dijo:
—El mapa señala puntos donde podría atacar. Son lugares que ha
frecuentado en el pasado. Hay varias cuevas que creemos
importantes, pero parece que le gusta estar bajo tierra. Cada lugar
que ha poseído ha tenido una zona excavada en alguna parte.
Asentí y les dije a Logan y Vincent:
—Síganle la pista. Tienen un dossier sobre Kaden. Léanlo e
infórmenme de cualquier cosa que necesite saber o si encuentran
algo más.
Logan asintió y recogió las carpetas y los papeles. Se los entregó a
Vincent antes de enrollar el mapa. Dijo:
—No hemos visto ningún aumento de ataques ni de personas
desaparecidas. Parece que todo se ha calmado.
—¿Qué pasa con el Libro de Azrael? ¿Deberíamos preocuparnos?
—preguntó Vincent, acunando los archivos y las páginas que Logan
le había dado.
Logan y yo negamos con la cabeza.
—Lo vimos. Estaba muerto, Vin. No hay forma de que saliera del
mundo, mucho menos de que escribiera un libro.
Los ojos de Vincent se desviaron entre nosotros.
—¿Por qué Kaden está tan seguro de su existencia entonces?
—Eso es lo que voy a averiguar —dije mientras las palabras de
Ethan pasaban por mi mente—. Creo que la está cazando a ella, y si
es así, deberían estar a salvo, pero no quiero arriesgarme. —Agarré
el hombro de Vincent—. Sé diligente y mantenlos a todos a salvo.
Me dedicó una sonrisa y una rápida inclinación de cabeza.
—Sí, mi señor.
Por una vez aquel título no me persiguió, y no lo corregí. «¿Qué
me estaba pasando?» Logan gimió y puso los ojos en blanco.
—¡Por favor, no le digas que está al mando! Ha sido un mandón y
un grano en el trasero desde que te fuiste.
Sonreí con satisfacción, sin haberme dado cuenta de lo mucho que
los había echado de menos hasta ahora. Logan me miró fijamente,
con los ojos desorbitados, antes de controlarse, aclararse la garganta
y decir:
—Nos pondremos en camino. Llamaré si algo cambia.
Asentí y solté la mano del hombro de Vincent. Abrí el portal una
vez más y los vi marcharse. Cuando lo atravesaron y
desaparecieron, me volví hacia Ethan. Los papeles y los libros se
acomodaron cuando la fuerza de la apertura y el cierre del portal
disminuyó.
—Te doy mi palabra de que tú y los tuyos estarán a salvo.
Giré sobre mis talones y me dirigí a la puerta.
—¿Es cierto que empuñas la espada de Oblivion? —exclamó
Ethan.
Me paré en seco y me volví para mirarlo.
—¿Cómo sabes eso?
Los ojos de Drake bailaron entre Ethan y yo.
—Así que es verdad.
—¿Quién te habló de eso? —Mi voz era un mero susurro.
—Kaden, dijo que era un arma forjada para la destrucción pura y
la muerte verdadera. Oscuridad sin fin por toda la eternidad, sin
vida después de la muerte, sin nada. La energía incrustada en la
espada podía acabar con mundos. Por lo tanto, su nombre, el
Destructor del Mundo.
Apreté la mandíbula. Aquella arma representaba otra parte de mi
historia que deseaba olvidar.
—¿Y cómo iba a saber algo así? —Era una imposibilidad, pues
nadie que lo hubiera visto vivía. Nadie excepto yo.
—Es viejo, Liam, viejo y poderoso. Lleva siglos buscando
información sobre ti.
Mi poder se desbordó, las puertas tras de mí se abrieron de golpe
y vibraron contra las paredes.
—Entonces sabes muy bien de lo que soy capaz —dije. Me di la
vuelta, abandonando el estudio y a ellos.
Lo último que oí fue a Drake diciendo:
—Así que ese es Samkiel. Estamos en problemas y muy
profundos.
Mis pies apenas tocaban la alfombra barata que cubría los
escalones de piedra mientras aquella sensación que todo lo abarcaba
me desgarraba las entrañas. El pecho me martilleaba ante la sola
mención de aquella arma y de lo que había hecho con ella a lo largo
de los siglos. El sonido del metal repicando contra el metal, la sangre
empapando el suelo, la forma en que los rugidos y los truenos
hendían el aire corrían en un bucle constante por mi subconsciente.
¿Cómo podía saberlo?
Tomé aire y casi derribo a un caballero al chocar mi hombro con
él. Gritó, frotándoselo como si estuviera conmocionado. No podía
parar el martilleo en mi cabeza. Necesitaba aire, necesitaba a
Dianna. Volví hacia su habitación antes de darme cuenta de a dónde
me dirigía, me encontré fuera de su habitación. Me detuve y agarré
el pomo con la mano. Mi visión se aclaró y el martilleo de mi cabeza
disminuyó. Mi respiración se calmó y la opresión de mi pecho se
alivió cuando fui capaz de sentirla al otro lado de la puerta. Las
palabras de Ethan resonaron en mi cabeza.
«No seas quien la haga caer si no tienes intención de atraparla».
Miré hacia aquella puerta perfectamente normal y supe que la
mujer que había detrás era más valiosa para mí de lo que quería
admitir ante nadie, y mucho menos ante mí mismo. ¿Qué estaba
haciendo? La guerra amenazaba este mundo y yo pasaba el tiempo
en los jardines. Estaba distraído de nuevo, distraído por ella y por lo
que sentía. No podía hacerlo, no otra vez, no aquí y no en este
planeta. Así que bajé la mano y me fui.
CAPÍTULO 34
Liam
Habían pasado unos días desde mi encuentro con Ethan y Drake.
Hacía unos días que había encontrado una excusa para no estar
cerca de ella. Había dejado de compartir cama con Dianna, y no
había tenido una sola noche de paz desde entonces. Intenté dormir
solo, y acabé haciendo un agujero en la pared al despertarme. El
lado positivo fue que daba al bosque, y lo reparé antes de que nadie
se diera cuenta. Supusieron que un terremoto había sacudido el
castillo, sin sospechar nunca del dios de arriba. Nadie lo cuestionó,
nadie excepto ella.
«Así es como se acaba el mundo».
«Así es como se acaba el mundo».
«Así es como se acaba el mundo».
Echaba de menos las noches en que Dianna me consolaba, sus
manos frotando mi espalda empapada de sudor mientras me mecía.
Cerraba los ojos con fuerza, esperando que la energía que había tras
ellos no se desbordara. Sin miedo al poder que yo apenas
controlaba, permanecía cerca de mí, susurrándome que solo era un
sueño. Repetía las palabras como un mantra, tratando de
tranquilizarme.
No le había dicho que ya no soñaba con la caída de Rashearim.
Los muertos me susurraban, una y otra vez, terminando siempre
con su cadáver y sus ojos ardientes. Si no fuera porque estaba
soñando con ella debajo de mí y mi cuerpo enterrado tan profundo
en ella, casi podía volver a sentir nuevamente. Eso me asustaba más
que nada, y no sabía cómo decirle que ahora todos mis sueños eran
con ella. Así que dejé de dormir de nuevo y me escapé a mi
habitación en cuanto se distraía, negándome a abrir la puerta. Sabía
que ella quería ayudar y estaba frustrada y confusa por mi
comportamiento. No quería hacerle daño y ella no podía ayudarme,
nadie podía.
Al principio, parecía enfadada por mi evasión, pero luego
permitió que Drake la distrajera. Sus risas parecían irritarme, así que
me retiré al estudio. Ethan no me molestaba allí, nadie lo hacía. Allí
me quedé, leyendo, investigando y comunicándome con el Gremio,
a la espera de noticias sobre el próximo destino.
Los días se alargaban y me sentía inquieto. Decidí que necesitaba
emplear algo de energía que no implicara más bombillas rotas o
averías en el equipo eléctrico. Había un gimnasio en las partes más
bajas del castillo, y cuando no estaba leyendo o elaborando
estrategias, acababa allí. Cuando dejaba de funcionar, recorría todo
el perímetro durante horas para mantener a raya las voces. Ayudaba
un poco, pero no lo suficiente.
Nunca era suficiente.

La pantalla de mi teléfono parpadeó antes de que apareciera la


cara de Logan.
—¿Algo? —pregunté a modo de saludo.
Sacudió la cabeza y levantó un libro.
—Los mismos textos que teníamos en Rashearim. Los únicos que
podrían considerarse remotamente peligrosos son los que describen
cómo se fabrican y funcionan nuestras armas. No son nada de
extrema importancia. No tiene sentido saber cómo se fabrican
nuestras armas si no hay un dios que las fabrique.
Suspiré con frustración y me pasé una mano por la cara
empapada de sudor. Los pájaros gorjeaban en el follaje demasiado
denso. Había corrido hasta que mis piernas quisieron rendirse antes
de detenerme, eligiendo un lugar aislado para llamar a Logan.
—Sé que estás molesto, pero ¿qué pasa con la bruja?
Sacudí la cabeza y me volví hacia el pequeño mamífero que me
miraba desde una rama baja.
—No hemos oído nada, así que estamos esperando.
—Lo que odias.
Asentí con la cabeza.
—Sí, mucho. ¿Y el mapa?
Cerró el libro, el mundo giraba en la pantalla mientras se movía
por el estudio.
—Envié a algunos nuevos reclutas a los lugares señalados en el
mapa. Solo son viejas minas abandonadas y cavernas vacías, no hay
nada.
Pronuncié una antigua maldición que hizo que Logan sonriera al
teléfono.
—Hacía tiempo que no oía esa.
—Deseo que esto termine. Si es tan viejo y poderoso como todo el
mundo dice, ¿por qué está tardando tanto? Si el libro de Azrael es
real, y eso es un gran si entonces ¿por qué ha sido tan difícil de
encontrar, incluso para nosotros?
—Conociendo a Azrael —hizo una pausa—, tal vez no quería que
lo encontraran. Si el Dios Xeohr le obligó a crear este libro, tal vez
tenía órdenes estrictas de no hablar de él.
—¿Crees que Xeohr le ordenó hacerlo?
—Posiblemente. Azrael no fabricaba objetos con poder real a
menos que se le coaccionara. Ya sabes, «demasiado poder en las
manos equivocadas». Quizá lo que hay dentro sea así de peligroso.
Me froté las sienes.
—Le das demasiado crédito. Estaba metido hasta la cintura en las
mismas perversiones que nosotros. Era uno de los nuestros, aunque
no pudiera alejarlo de Xeohr, pero él también fingía que le
importaban las palabras y las lecciones que predicaban los dioses.
—Es verdad. —La risa de Logan resonó en el bosque y forzó una
leve sonrisa en mis labios—. ¿Por qué no le preguntas a la belleza
morena con la que estás atrapado? Tal vez ella sepa algo.
—No.
Se me cayó la sonrisa y él también lo notó.
Logan se movió una vez más y esperé a que se acomodara detrás
de uno de los escritorios.
—Sabes, escuché a su hermana al teléfono con ella, quejándose de
que ya no te acuestas con ella.
Gemí y bajé la cabeza, frotándome la frente.
—Eso no significa lo que crees que significa.
Se echó a reír.
—Oh, vamos. Esta es la misma vieja historia que hemos oído
durante eones. El gran Samkiel los ama y los deja.
—No compares a Dianna con ninguna de mis conquistas pasadas.
—Levanté la cabeza y el teléfono parpadeó en negro antes de volver
a la normalidad. Exhalé un suspiro, tratando de contener el poder
dañino que ondulaba bajo mi piel—. Lo nuestro no es así, y no
volveré a hablar de ello.
—Bien. Ilumíname entonces. ¿Cómo es que la última vez que
hablamos estábamos todos en el mismo bando? Los Ig'Morruthens
eran malos, nosotros buenos, ¿y ahora qué? ¿Trabajamos con ellos?
¿Como los dioses traidores antes que nosotros?
Aparté la mirada del teléfono, recordando lo rápido que cayó
Rashearim a causa de aquella traición.
—Escucha, no estoy cuestionando tu regla, y no estoy siendo un
idiota. A Neverra y a mí nos gusta Gabriella, pero ¿Dianna? De
todas las mujeres en todo el universo que podrías elegir para rascar
tu comezón de siglos, no dejes que sea ella. Diablos, llama a Imogen.
Todos sabemos que estaría más que feliz y esperando.
—No necesito que me rasquen nada, y Dianna no es como los
Ig'Morruthens de nuestra época. Ella es diferente. Ya lo has visto.
—Sí, la vi doblar su forma con meras sombras, la vi volar una
embajada, ¿matando a cuántos mortales? Ah, y también la vi clavar
una espada en el cráneo de uno de los suyos.
Me estaba frustrando y él lo sabía.
—Ya no podemos pensar así. ¿Conoces otra razón por la que
Rashearim cayó? Los dioses que se convirtieron utilizaron a los
Ig'Morruthens. Trabajaron con ellos para masacrarnos a casi todos.
Así que, sí, ella me ha ayudado y ha seguido ayudándome, pero eso
es todo. No importa lo que tú, o los otros, hayan tramado en esa
cabeza tuya.
—Oye, yo no he dicho que los demás pensaran…
Mi mirada se entrecerró, sabiendo bien con qué frecuencia
hablaban todos.
—Los conozco. Los conozco a todos.
—Bien, es justo. Solo nos preocupamos por ti. Has estado fuera
mucho tiempo, Liam. —Hizo una pausa y se pasó una mano por la
cara—. Pero tienes razón. Ellos definitivamente tenían ventaja sobre
nosotros. Lo que digas lo seguiremos, ya lo sabes.
Sabía en la parte moralmente pensante de mi conciencia que
provenía de un lugar de cuidado, pero había tanto que él no sabía.
Había tanto que no había visto de ella, de mí. Suponía que yo seguía
siendo el mismo de antes, pero Samkiel murió en Rashearim en el
momento en que se redujo a polvo y rocas. Además, no era del todo
injusto. Mis sentimientos, o lo que sentía por ella, parecían haber
cambiado. Me preocupaba por ella, y aprender más de ella parecía
hacerme darme cuenta de que teníamos más en común de lo que
suponía. Estar cerca de ella era fácil y había momentos en los que no
me sentía como el temido rey que se rumoreaba que era.
—Me ayudaba con mis pesadillas.
Se incorporó lentamente, girando la cabeza de un lado a otro
como si quisiera asegurarse de que no había nadie más en la
habitación.
—¿Pesadillas? ¿De Rashearim?
Asentí con la cabeza.
—Eso y lo que pasó después de que los echara a todos.
—Quieres decir después de obligarnos a todos a abandonar
nuestro mundo mientras tú te quedabas y luchabas.
Levanté un hombro como si nada.
—El planeta estaba en erupción. Ninguno de ustedes habría
sobrevivido.
—Bueno, no nos diste opción en eso.
—No, no lo hice. Tu vida y la de los demás no son prescindibles.
La muerte de Zekiel es otra cosa que me perseguirá por el resto de
mi muy larga vida.
Logan se pasó la mano por la cara. Sabía que la pérdida de Zekiel
lo había herido profundamente.
—Hay otra cosa —dije, decidido a confiar en este hombre que me
había apoyado durante siglos, incluso cuando yo repudiaba su
lealtad.
Logan volvió a centrarse en mí.
—¿Oh?
—Siento que estoy desarrollando la misma vista que tenían mi
padre y mi abuelo.
—¿En serio? —Los ojos de Logan se abrieron de golpe.
—Sí. Recuerdo que me hablaban de sus sueños y visiones,
advirtiéndome de lo que algún día podría enfrentarme. Eran del
futuro que vendría, pero no completo y no siempre claro.
—Sí, eran tan absolutamente aterradoras que a tu abuelo casi lo
vuelven loco. —Se inclinó hacia adelante—. ¿Qué viste?
No podía decirle que había soñado con ella. Ni siquiera quería
admitirlo ante mí mismo, así que le conté la otra parte de mis
recientes terrores nocturnos.
—El fin del mundo. Igual que Rashearim, pero también diferente.
El cielo temblaba con las mismas enormes bestias. Vi a un rey, su
trono y su armadura hechos de cuernos. Vi a los muertos vivientes,
pero no sé qué significa nada de eso ni cómo detenerlo.
Los ojos de Logan se oscurecieron de miedo y desesperación
mientras negaba con la cabeza, poniéndose una sola mano sobre la
boca.
—Maldita sea.
—Maldita sea, tienes razón.

Ese dolor tan familiar volvió a martillearme en las sienes y


suspiré. La luz parpadeó en el escritorio. Me estiré y miré las pilas
de libros que me rodeaban. Me había escondido y me había
dedicado a investigar mientras esperábamos noticias de Camilla. La
biblioteca de Ethan contenía artículos que se remontaban al
principio de la civilización. No había encontrado nada que
mencionara la caída de Rashearim o a los celestiales que se
refugiaron aquí mientras reconstruía los restos de nuestro mundo.
Si la información que Ethan me había dado era exacta, y Kaden
era realmente tan antiguo como decía, entonces el comienzo de la
civilización podría darme pistas. Los mortales tenían historias
antiguas de bestias míticas. Tal vez Kaden era un Ig'Morruthen que
había escapado de la Guerra de los Dioses y había aterrizado aquí,
planeando reconstruir sus filas. Pero los de aquí tenían que ser una
subespecie. Había leído y releído sobre pájaros de fuego que
danzaban por el cielo, cambia pieles que atraían a sus víctimas a la
muerte, e incluso dragones. Todos ellos encajaban, y sin embargo
ninguno de ellos encajaba completamente.
Unos pasos se acercaron y la puerta del estudio se abrió
lentamente. No necesité levantar la vista para saber quién era mi
visitante. Había un plato encima del libro que estaba leyendo.
—Mira, te he hecho algo. ¿Ves la cara? Es gruñón como tú.
Mantuve la mirada baja, con la frente apoyada en la mano. El
plato tenía un disco delgado parecido a un pastel marrón con
medias esferas redondas rojas formando los ojos. La boca estaba
hecha de una crema espumosa blanca y tenía el ceño fruncido.
Levanté la vista y vi cómo Dianna dejaba el plato y sacaba una pila
de libros del escritorio. Acercó una silla grande y se sentó.
—Muy graciosa.
Sacudí la cabeza y aparté el plato antes de volver a mi libro.
—Sí, exactamente así.
—No soy gruñón. Estoy ocupado.
Su tenedor repiqueteó sobre su plato mientras cortaba un trozo de
su comida y le daba un mordisco.
—Tampoco duermes.
Cerré el libro, sabiendo que no podría concentrarme con ella
cerca.
—¿Y cómo lo sabes? Pensé que tú y tu amigo estarían demasiado
ocupados poniéndose al día como para darse cuenta.
En efecto, se habían puesto al día. Varias veces me tropecé con
ellos en medio de una broma. En cuanto entraba, sus risas se
apagaban y la tensión llenaba el ambiente.
Bajó el tenedor y se reclinó en la silla, cruzando las piernas.
—Oh, no lo sé. Tal vez fue ese terremoto al azar, o que han tenido
que buscar problemas con la electricidad tres veces en los últimos
días. O tal vez una pista es que me has estado evitando y no me has
pedido que me quede contigo en dos semanas.
«¿Dos semanas? ¿Se ha puesto el sol tantas veces?» Sus pistas
estaban tardando más de lo prometido, y aún necesitábamos esa
invitación antes de poder continuar nuestra búsqueda. Mientras
tanto, yo intentaba desentrañar el misterio de su creador.
—Tus observaciones son molestas.
Ella hizo una mueca, un aliento dejando sus fosas nasales en un
resoplido.
—¿Por qué? ¿Porque tengo razón?
«Sí», me dije, y seguí buscando otro libro.
—No puedes ignorarme para siempre. Ahora come.
Movió el libro que yo utilizaba como distracción y volvió a
ponerme el plato delante. Era mi turno de fruncir el ceño, pero
aparté los libros y acerqué el plato a mí. Cogí el tenedor, solo un
trozo, y le di un mordisco. La fulminé con la mirada mientras
masticaba y tragaba antes de preguntar:
—¿Contenta?
Sonrió antes de empezar a comer de nuevo.
—¿Dime por qué no duermes? ¿Más pesadillas?
«Sí. Pesadillas sobre tu final.»
Tragué otro bocado del desayuno azucarado que me había traído
antes de decir:
—No estoy cansado. Simplemente no quiero dormir. Si lo que
dicen es cierto, tenemos poco tiempo para encontrar este libro antes
que él.
Apuñaló su comida.
—Sí, y esperar a que Camilla acepte la invitación está llevando
más tiempo del que esperaba.
Asentí con la cabeza, esperando cambiar de tema.
—Entonces, ¿por qué Camilla te odia tanto? Otra amiga-no amiga.
—Prueba con una examante.
Volví a sentir ese matiz de calor, el mismo que sentí cuando Drake
puso una mano sobre ella. Nunca lo había sentido y no sabía lo que
significaba, solo que no me gustaba. Incluso el hecho de que ella
hablara de estar con otro me producía una sensación en las tripas
que no reconocía. Sabía de lo que me había contado antes, pero
escuchar sobre su extremo apego hacia ella y, aun así, permitió que
alguien se le acercara tanto.
—¿Kaden permitió eso?
Se le escapó una pequeña risa.
—No le importaba mi relación con Camilla. De hecho, iba a darle
un asiento en su mesa, pero ella se preocupaba mucho por mí, y eso
no le gustaba. Así que la exilió porque yo le rogué que no la matara,
y Santiago obtuvo su asiento en su lugar. Nunca le dije lo que había
hecho para que no la matara, pero ya es demasiado tarde. Supone
que la socavé y que fui responsable de su pérdida de poder. No he
hablado con ella en años, Kaden no lo permitiría. Me odia porque
cree que no luché por ella y elegí quedarme con Kaden. Quiero decir
que lo que tuvimos fue genial y divertido, pero yo no la amaba, no
como ella me amaba a mí. De todos modos, mi decisión no podía ser
otra. No arriesgaría a Gabby.
Sus palabras se hicieron eco de partes de mi vida, dejándome
asombrado de que pudiéramos ser tan diferentes y tener tanto en
común. Conocía muy bien a los amantes del pasado que sentían más
por ti que tú por ellos. Sabía lo horrible que eso podía hacerte sentir.
—La estás arriesgando ahora estando conmigo, ¿no?
—Contigo es diferente. —Hizo una pausa como si se estuviera
recuperando y terminó de masticar un pequeño bocado antes de
decir—: Tú eres lo único que Kaden teme.
—Nunca me contaste la historia de cómo terminaste en las garras
de Kaden. Solo que diste tu vida por la de tu hermana.
Su expresión se quedó en blanco y vi las sombras en sus ojos antes
de que mirara su plato y se encogiera de hombros.
—Es una larga historia. Quizá en otra ocasión.
Asentí, sabiendo que no debía presionarla. Ya me lo contaría a su
debido tiempo.
—¿Te gustan las crepes?
Asentí con la cabeza mientras daba otro bocado, masticando y
tragando antes de decir:
—¿Así se llaman? Están divinas. Creo que los dulces, como tú los
llamas, pueden ser mi debilidad.
Se rio entre dientes.
—Así que tienes una debilidad. Tu secreto está a salvo conmigo.
—Guiñó un ojo antes de tomar otro bocado—. Agradece que Gabby
me enseñó a cocinar porque si no, esto sería asqueroso.
Le di otro bocado.
—¿Hiciste el desayuno para toda la finca? —Aunque mi pregunta
se refería más bien al vampiro que seguía todos sus movimientos
como un sabueso Vennir en celo.
Dianna negó con la cabeza, resoplando ligeramente y tapándose
la boca.
—No, solo para nosotros. Me das demasiado crédito. No soy tan
amable.
Siguió comiendo, completamente inconsciente del impacto de su
simple afirmación. Una pequeña sonrisa se dibujó en mis labios y
me relajé por primera vez en semanas. Era tan fácil hablar con
Dianna y había echado de menos poder hacerlo. El peso del mundo
parecía quitárseme de encima cuando estaba cerca de ella. Por muy
bien que me sintiera, era un problema si pretendía marcharme una
vez recuperado el libro, real o no. Las palabras de Ethan volvieron a
rebotar en mi cabeza y me mordí las bonitas palabras que quería
decirle.
—Gabby es una buena persona, y lo digo en serio. Tanto los
mortales como las criaturas desprenden cierta energía, una forma
verdadera, supongo. Algunos la llaman el alma, mientras que otros
se refieren a ella como un aura
—¿Puedes ver eso? —interrumpió, con los ojos muy abiertos—.
Puedes ver el alma de la gente.
No sabía si la había enfadado o me había expresado mal porque
se quedó muy quieta, mirándome fijamente.
—Sí. Depende de la persona o criatura, y a veces tengo que
concentrarme, pero puedo ver a la mayoría.
Dejó el tenedor y apoyó el codo en el escritorio, apoyando la
barbilla en la mano. Se inclinó hacia ella, totalmente concentrada.
—¿Cómo es el de Gabby?
—Amarillo y rosa, vibrante y cálido, como ella. —Dejé el tenedor,
cogí el paño blanco que había traído y me limpié la boca.
Sonrió.
—Sí, eso suena a ella. ¿Y el mío? ¿Qué aspecto tengo?
—Muy parecido.
No quería contarle el caos que bailaba a su alrededor, ni siquiera
ahora. No quería que se sintiera menos de lo que era. El suyo era
vibrante, sí, pero era una mezcla de rojos y negros con un toque de
amarillo. Era puro caos arremolinado como el borde del universo
mismo.
—Genial.
Sonrió, metiéndose una de esas pequeñas cerezas en la boca.
Me aclaré la garganta.
—Te he oído hablar antes con tu hermana. ¿Cómo está?
Sus ojos parecieron brillar ante mi pregunta, como si nadie se lo
hubiera preguntado antes. No mencioné lo que Logan me había
dicho. Sus frases o lo que compartimos, o no compartimos, no era
asunto de nadie.
—En realidad, está genial. Ha podido trabajar en el departamento
médico del Gremio con algunos de los celestiales de allí. Así que
está más que contenta. Gracias.
Extendió la mano y la puso sobre la mía. Su tacto me hizo sentir
un escalofrío de consciencia, que llamaba a algo que creía muerto
desde hacía mucho tiempo. La sensación hizo que se me erizara el
vello del brazo y no estaba seguro de si se debía a una sensación de
alarma o a un deseo de más. Quité la mano de debajo de la suya y
volví a coger el tenedor. Su cuerpo se tensó y retiró lentamente la
mano, pero no dijo nada y volvió a comer.
La habitación volvió a quedar en silencio. No era culpa suya, ni yo
quería hacerle daño. Simplemente no estaba acostumbrado a cómo
me sentía a su lado y su tacto encendió un lugar dentro de mí que
hacía tiempo creía muerto.
—¿Por qué tú y tu hermana repiten siempre el mismo mantra? —
Hice la pregunta apresuradamente, sin querer que terminara
nuestra conversación.
Una sola ceja se levantó.
—¿Qué quieres decir?
—Al final de tus llamadas siempre dices, «recuerda que te quiero».
¿Tienes miedo de que lo olvide?
Se rio suavemente y cruzó los brazos sobre la mesa.
—Oh no, es como una despedida, supongo. Mis padres lo decían
todos los días antes de irse. Gabby y yo lo adoptamos y lo hemos
dicho desde que éramos pequeñas. Supongo que se nos quedó
grabado. Se siente especialmente importante dado el trabajo que
hago ahora. Es por si acaso nunca volviera, que sé que suena un
poco morboso.
—No lo es. Es bonito. Es algo para que ustedes dos compartan.
Su sonrisa volvió lentamente.
—Gracias.
Estaba a punto de hacer otra pregunta cuando el ruido de pasos
acercándose desbarató mis pensamientos. La puerta se abrió de
golpe y ambos giramos hacia ella.
—¡Ahí estás! Te he estado buscando por todas partes.
Drake gritó al entrar y avanzó a toda velocidad. Había llegado a
odiar su sonrisa diabólica porque sabía que siempre iba dirigida a
esa astuta mujer que estaba sentada frente a mí. Llevaba unos
pantalones negros holgados, pero no llevaba camisa, lo que hacía
alarde de su pecho musculoso y la extensión de su tensa piel
morena. Cuando se arrodilló junto a Dianna, me di cuenta de que
tenía las manos vendadas. Ella se sentó e inclinó el cuerpo hacia él,
con una sonrisa radiante. Me dolía el pecho y me di cuenta de que
no me gustaba compartir su atención.
Le fruncí el ceño y le dije:
—Tienes que venir con una advertencia.
Me miró y sonrió, completamente indiferente.
—Gracias.
—Eso no fue un cumplido.
Dianna se rio y sentí como si me hubieran dado un puñetazo en
las tripas. Odiaba la forma en que se sonreían. Me pregunté si ella
pensaba en su piel perfectamente impecable, si soñaba con ella. ¿La
dejaría tocarla si quisiera? No era como la mía, estropeada y llena de
cicatrices por las batallas libradas a lo largo de mi vida. Claro que yo
podría haber sido más alto y mi definición muscular era más
pronunciada que la suya, pero nunca sería la criatura impecable que
era él.
Los ojos de Dianna parecieron bailar cuando entró en la
habitación. Puede que las historias y leyendas de mi pasado me
aclamaran como un ser magnífico, pero con Dianna sentí un
pequeño empujón de timidez. ¿Y si prefería a hombres como Drake?
Aunque sabía que no debería importarme, ni debería molestarme, lo
hacía en algún nivel básico. Odiaba las palmadas juguetonas de su
manita. Sentía que estaban reservadas solo para mí y, sin embargo,
ella hacía lo mismo con él. Se reía, se reía de verdad cuando él
hablaba o hacía algún comentario grosero. Solo la había oído reír así
una vez conmigo. Sus risas se apagaban cuando entraba en la
habitación, y no supe por qué me molestaba tanto, pero realmente lo
hacía.
—¿Lista para calentar y sudar, preciosa? Te estiraré antes. —Le
sonrió sugerentemente y me hirvió la sangre.
No sabía si habían sido amantes y me negaba a preguntar. No me
correspondía a mí, y no debería importarme, pero una parte de mí
esperaba que él nunca hubiera puesto una mano sobre su carne
desnuda. Era una idea ridícula. Dianna no era mía y solo éramos
socios, conocidos, amigos. Pero si ésa era la verdad, ¿por qué me
dolía el corazón? Los músculos se me agarrotaron bajo los
omóplatos mientras mis manos se cerraban en puños y luego se
soltaban. Estaba haciendo el ridículo.
Dianna se puso de pie y recogió nuestros platos mientras Drake se
levantaba.
—Claro, déjame cambiarme de ropa y nos vemos abajo.
—¿Adónde vas?
Por la forma en que ambos se giraron y me miraron fijamente, me
di cuenta de que la pregunta había salido áspera y un poco agresiva.
No había querido preguntar, pero tenía que saberlo. Ella acababa de
llegar, y ahora él aparecía y ella se iba una vez más.
—Drake me ha estado ayudando a mantenerme al día con mi
entrenamiento en las últimas semanas. Lo que sabrías si te
molestaras en salir de este estudio y me buscaras.
Drake enarcó las cejas, pero no intervino. Al menos no era un
completo idiota.
—Te dije que necesitábamos reunir toda la información que
podamos encontrar sobre Kaden mientras esperamos a que Camilla
acepte o rechace la invitación. Por eso estamos aquí.
—¿Qué se supone que significa eso? ¿No he estado ayudando?
—¿Hasta ahora? No.
Sus fosas nasales se encendieron y supe que había tocado algún
nervio. Nos habíamos llevado bien, pero venir aquí parecía remover
algo en nuestro interior.
—Bueno, si te hubieras molestado en hablar conmigo, en lugar de
ignorarme, sabrías que no encontrarás nada escrito sobre él en un
libro. Pero no, prefieres ignorarme.
—No te estoy ignorando.
Se burló, apretando con más fuerza los platos.
—¿Estás seguro de eso? ¿Cuándo fue la última vez que
mantuvimos una conversación real aparte de que yo te moleste y tú
respondas con un gruñido o la palabra no? O, ¿qué tal cuando voy a
tu habitación y ni siquiera abres la puerta?
Cerré los ojos y me froté la frente, el maldito martilleo comenzaba
una vez más. Mi voz era cualquier cosa menos amable cuando dije:
—No compartiré más la cama contigo cuando por hacerlo me
sermonean criaturas muy por debajo de mí pensando que tengo
malas intenciones contigo.
La habitación tembló antes de quedarse inquietantemente quieta,
y pensé que mi poder había vuelto a romper la correa. Pero cuando
abrí los ojos y miré a Dianna, me di cuenta de que no era mi ira la
que sentía, sino la suya. Levanté la vista y vi su ira grabada en sus
rasgos afilados. Un humo blanco se enroscaba bajo sus fosas nasales
mientras me miraba. La última vez que la había visto así fue justo
antes de que la habitación explotara en la Ciudad de Arariel.
—¿Me has estado evitando porque piensan que nos acostamos? —
Sus palabras fueron cortas y cortantes.
Mis ojos se dirigieron al hombre excesivamente cariñoso que
estaba a su lado:
—¿No te han contado tus preciosos amigos lo que me han dicho
de ti?
Los ojos de Drake se abrieron de par en par cuando la cabeza de
Dianna giró hacia él. Levantó las manos en señal de rendición.
—Oye, Ethan y yo solo estábamos cuidando de ti.
El plato que tenía en la mano se hizo añicos, cayendo al suelo
restos de comida y fragmentos del delicado plato.
—Ustedes dos son como hermanos dominantes.
Olí el fuego, aunque ella aún no había convocado las llamas.
Drake también lo hizo y retrocedió un paso, sus ojos se desviaron
hacia su puño ahora cerrado.
—A quién me follo, o no me follo, no es asunto tuyo ni de Ethan.
Pones a todos aquí en peligro porque te preocupa tanto protegerme.
—¡Dianna! —dije, mi voz aguda.
—¿Qué significa eso? —Drake frunció las cejas, obviamente ajeno
a mis pesadillas.
—Y tú —dijo, volviéndose hacia mí. Sus ojos se clavaron en los
míos y vi cómo la ira se desvanecía, solo para ser reemplazada por
tristeza y eso era mucho peor—. ¿Ni siquiera pudiste decírmelo?
Después de todo, ¿de repente no podías confiar en mí? Siento
mucho que me encuentres tan repulsiva que la mera mención de
follar conmigo te haga evitarme durante semanas.
Me puse en pie, planté las manos sobre el escritorio y varias
páginas de texto flotaron hasta el suelo. Le sostuve la mirada y
gruñí:
—No pongas palabras en mi boca. Yo no he dicho eso.
Dio un paso hacia delante, acercándose al otro lado del escritorio.
—¡Así es como actúas! —Un anillo rojo comenzó en el borde de
sus iris y luego los inundó, sofocando el rico marrón—. Al parecer,
sus opiniones significan más para ti que mis sentimientos. Así que
he terminado. He terminado de intentar ser tu amiga. He terminado
de intentar ayudarte con las visiones de tu pasado, y he terminado
de preocuparme. Tenemos que trabajar juntos, pero ya no voy a
hacer esta mierda rara de ir y venir contigo. No somos amigos,
Liam. Nunca lo fuimos. —Se levantó del escritorio y, sin mirarme ni
un segundo a mí ni al enorme agujero que acababa de hacerme en el
pecho, se marchó.
Drake se volvió hacia mí y puso las manos en las caderas mientras
suspiraba.
—Ella está bien. Solo necesita calmarse, ¿sabes?
Mi mandíbula se apretó mientras mis labios se formaban en una
fina línea.
—Fuera.
Sus ojos se iluminaron mientras una sonrisa burlona curvaba sus
labios. Levantó la mano en un pequeño saludo y siguió a Dianna
fuera de la habitación. En cuanto la puerta se cerró y salió de la
habitación, todos los objetos y muebles estallaron en mil pedazos.

No la vi al día siguiente, y estaba bastante seguro de que ese día


se había encerrado en sí misma. El sonido de su risa estaba ausente
en el castillo, pero sus palabras resonaban en mi cabeza, y eso me
disgustaba más de lo que me importaba admitir.
«No somos amigos, Liam. Nunca lo fuimos».
Mentiría si dijera que mis ojos no se dirigían hacia la puerta de la
sala de estudio cada vez que oía pasos. La esperanza de que fuera
ella, lanzándome otro comentario grosero, se negaba a flaquear.
Quizá se había olvidado de decirme algo y necesitaba recordarme lo
idiota que era. Pensé que mi mirada atravesaría la puerta ese día,
pero nunca llegó.
No había tenido en cuenta sus sentimientos, solo los míos,
supongo. Acepté una amistad y, sin embargo, había tratado con más
respeto a quien detestaba. Ella me había ayudado más de lo que
creía, y yo la había tratado injustamente. Tenía razón. Así que decidí
hablar con ella e intentar hacer las paces.
La ropa que me prestaron aquí era de mejor calidad que la que
había recibido al llegar. Me puse un par de pantalones negros largos
tipo jogging. La camiseta de manga larga debía quedarme ajustada,
pero era más ceñida de lo que me gustaba. Mi capacidad para
invocar telas estaba fuera de mi alcance desde que no había
dormido, así que no tuve más remedio que ponerme lo que me
proporcionaron. Cada vez me costaba más controlar las visiones que
me acosaban y mantenerme despierto.
Suspiré y salí de mi habitación, dando los pasos de dos en dos. Me
crucé con algunos huéspedes que huían de mí o se agachaban y
susurraban a los que tenían más cerca. Continué mi camino,
utilizando la conexión que me negaba a reconocer para rastrear a la
ardiente mujer. Un fuerte golpe seguido de un gruñido de dolor de
un hombre me hizo dirigirme hacia el ruido en un gran vestíbulo.
Allí estaba ella.
—¿Por qué te desquitas conmigo? Me disculpé —gimió Drake
desde el suelo cuando entré. Era el mismo gimnasio que había
utilizado antes, solo que esta vez la destrucción era bastante
evidente. Lo que primero me llamó la atención fueron las numerosas
salpicaduras de círculos negros en las paredes de hormigón. El olor
a llama fresca me decía que la mitad de ellos habían sido creados
recientemente, y la otra mitad quizá hacía un día. La gran
almohadilla roja que cubría el centro del suelo estaba marcada en
algunos lugares. Los dos maniquíes humanoides que estaban
asentados en la pared del fondo tenían la mitad de la cara y partes
del cuerpo fundidas. De la pared más cercana a mí colgaban cuerdas
con los extremos negros y deshilachados. Lo único que parecía
intacto eran los grandes espejos que cubrían la pared, un surtido de
campanas metálicas y placas circulares alineadas ante ella.
Mis ojos dejaron de vagar cuando me centré en Dianna. Sus ropas
no eran las que le había visto antes. Se ceñía a su esbelta figura y se
ceñía demasiado bien a sus delgados músculos y pequeñas curvas.
Tenía los hombros, los brazos y el torso al descubierto. Llevaba el
pelo recogido en lo alto de la cabeza, con la punta bailando entre los
omóplatos. Estaba impresionante, pero todavía más que enfadada.
—Finalmente, alguien más a quien puedes golpear.
Drake se levantó lentamente del suelo, sujetándose el costado.
Había agujeros en su ropa en varios puntos, lo que demostraba que
ella no se había contenido. «Buena chica».
—Vete.
Eso dolió.
—No.
—No tengo ninguna información nueva, y estoy ocupada, así que
vete.
Intentó devolverme las palabras solo que con más veneno. Drake
cojeó hacia una fila de bancos, sentándose lejos del camino.
—No.
Las llamas le hacían cosquillas en la punta de los dedos mientras
me miraba fijamente.
—Si pisas esta colchoneta, también lucharé contra ti.
Muy bien. Bajé la mirada y apoyé deliberadamente un pie en la
colchoneta. Levanté la vista, sosteniendo su mirada en un desafío
tácito. Ella lo vio y se lanzó.
Dianna me lanzó un puñetazo a la cara y yo giré a la derecha,
dejándolo pasar. Giró y me propinó un codazo en la barbilla. Me
eché hacia atrás y no conectó. Lanzó una combinación de puñetazos,
todos fallidos, lo que no hizo sino frustrarla aún más.
—Si tus intenciones son pegarme, lo estás haciendo mal —dije,
desviando otro puñetazo.
—Eres tan molesto —dijo, lanzando su pierna en una patada hacia
arriba.
—Vine a disculparme.
—Vete a la mierda.
Dio vueltas alrededor del ring, con los puños en alto y pegados al
cuerpo. Hoy no había risas en ella, ni ocurrencias, ni bromas. Era
todo rabia destemplada que apenas contenía. Se movía como un
gran depredador felino, midiéndome. Era calculadora, peligrosa y
excepcionalmente impresionante.
—No quiero hacerte daño.
Ella respiró
—Lo dice el que ni siquiera puede tocarme.
Dianna volvió a moverse, esta vez con un combo de puñetazos y
rodillazos. Bloqueé con la mano, pero la fuerza de sus movimientos
hizo que escocieran. Golpeaba con fuerza, pero no era lo bastante
precisa. Estaba entrenada, pero no como yo o La Mano. Si usara más
las piernas, sería muy eficaz. Tenía la longitud para alcanzar a su
oponente, pero no la habilidad correcta. Todavía no. Se acercó y
lanzó un golpe que esquivé. Voló junto a mi cabeza mientras su otro
puño se disparaba hacia arriba, apuntando a mi mandíbula. La
agarré por la muñeca y la giré hacia mí. Respiraba
entrecortadamente mientras la sujetaba con la espalda contra mí. Le
sujeté las muñecas por delante mientras intentaba soltarse.
—Tus golpes son fuertes pero descoordinados.
—Arde en Iassulyn.
La risa de Drake resonó en el fondo.
Inclinó la cabeza hacia el sonido, con el sudor bailándole en la
frente.
—¿Por qué te ríes? No te veo intentando luchar contra un dios.
Drake no respondió, pero se calló.
—Ignóralo. Quería disculparme, Dianna, no pelear contigo.
—No hay nada por lo que disculparse. —Su respiración se
detuvo, y la sentí retorcer sus muñecas en mi mano—. No somos
amigos.
—Deja de decir eso.
Sentí que intentaba girar las muñecas, así que las apreté con más
fuerza.
—Siento cómo he actuado y he estado actuando. Me están
pasando demasiadas cosas en este momento y estoy dejando que me
molesten. Permití que personas que no significan nada me afectaran.
Me has ayudado tremendamente desde que empezamos, y
realmente lo aprecio y a ti también. Lo siento.
Se quedó callada, parte de la tensión abandonó su cuerpo cuando
dejó de intentar liberar sus muñecas.
—Eres malo. —Su voz apenas superaba un susurro.
—Lo sé.
—Y grosero.
Se me escapó un pequeño bufido, mi aliento movió algunos
mechones sueltos de pelo sobre su cabeza.
—Lo sé.
—Déjame ir.
Mi agarre sobre sus muñecas se aflojó, pero no lo suficiente como
para liberarla. Todavía no.
—Lo haré una vez que digas que ya no estás enfadada conmigo.
Ella suspiró.
—Bien, no estoy enfadada contigo.
Relajé con cautela el agarre de sus muñecas y le solté las manos.
Dio un paso hacia delante y giró. Su puño salió disparado
demasiado rápido para que yo pudiera desviar el golpe. Oí el
crujido dentro de mi cabeza y resonando en la habitación, mientras
un dolor abrasador me atravesaba la nariz y se extendía hacia el
exterior. Levanté la mano y me la tapé con la otra.
—¿Por qué ha sido eso? —pregunté, entrecerrando los ojos ante
su imagen borrosa.
—Por ser un imbécil estas dos últimas semanas. —Se encogió de
hombros—. Me siento mejor ahora.
Me pellizqué el puente de la nariz, la pequeña fractura se curó y el
hueso volvió a su sitio. Debo reconocer su mérito. Nunca se rindió.
Levantó la mano y apretó la cinta que le sujetaba el pelo antes de
girar las muñecas y adoptar una postura defensiva.
—¿Todavía quieres pelear? Me disculpé.
—¿Cansado ya? —Una lenta sonrisa se dibujó en sus labios y sentí
que la energía de la habitación cambiaba. Sus ojos brillaron con ese
familiar resplandor de brasa roja—. Te dije que estaba entrenando.
Si has terminado, Drake puede sustituirte.
No sé por qué ese comentario me heló la sangre, pero así fue.
—No, por favor, quédate. Preferiría curarme un poco más antes
de que me rompa otra costilla —dijo Drake desde donde estaba
desplomado en el banco—. Por favor, no destruyas esta casa. Ethan
me matará.
Su comentario me tomó desprevenido y le dio una oportunidad.
No la vi moverse ni desvanecerse, pero sentí que el aire desplazado
me bañaba cuando volvió a formarse y su puño apuntó a mi cabeza.
Me moví y sus nudillos apenas rozaron la parte superior de mi
hombro. Antes de que pudiera recuperarme lo suficiente como para
reaccionar, giró una pierna, y su pie se dirigió hacia mi cabeza. Me
incliné hacia atrás mientras ella se corregía, pero no fui lo bastante
rápido para evitar su segunda patada. El centro de su espinilla me
golpeó el hombro con tanta fuerza que me escocía.
Drake soltó un grito de felicitación, pero ambos lo ignoramos.
Dianna mantenía los puños en alto, una pierna por delante y una
expresión desafiante y atrevida.
Me froté el hombro mientras el ligero dolor desaparecía.
—Tus brazos están menos definidos que tus piernas. Hay más
potencia ahí, dada la relación entre tus caderas y tus piernas.
Ella bajó la mirada mientras Drake decía sarcásticamente:
—Creo que es su forma de decir que tienes un buen trasero. Con
lo que estoy de acuerdo.
Ambos lo miramos fijamente y él se echó a un lado. Una bola de
fuego chocó contra la pared donde había estado sentado. Las llamas
chisporrotearon en la piedra oscura y chamuscada.
—¡Oye! ¿Qué dije sobre destruir la casa, Dianna?
Captó mi mirada y decidió callarse.
—Ignóralo —dije y me volví hacia ella. Estaba agitando los puños,
apagando las llamas persistentes de su puño.
—Solo con tus poderes, eres más fuerte que la mayoría de mis
celestiales, pero aún no lo suficiente para La Mano o para mí.
Se burló y negó con la cabeza, sus ojos amenazando con
incinerarme.
—No lo sé. Me las arreglé bastante bien con Zekiel y contigo.
—No digo que sea algo malo —añadí, negándome a morder el
anzuelo. No pretendía discutir con ella—. He entrenado durante
siglos, ellos también. Tienes los movimientos adecuados, pero no la
ejecución. También te entrenó alguien que probablemente no quería
que fueras lo bastante fuerte como para dominarlo. Ya eres
peligrosa, Dianna, ahora vamos a hacerte letal.
Enderezó los hombros y el brillo carmesí de sus iris se atenuó al
asentir.

Pasaron los días sin que se supiera nada. Logan informó de que
no había habido movimientos sospechosos ni muertes. A pesar de
ello, o tal vez por ello, estaba nervioso. Algo no encajaba, pero me
costaba identificar el qué.
Dianna y yo habíamos entrenado todos los días, pero ése era el
único tiempo que pasábamos juntos. No volvimos a hablar de ello,
pero había una distancia entre nosotros que amenazaba no solo
nuestra asociación, sino nuestra amistad. No me pedía que la
acompañara por la noche, y yo no acudía a ella. Me detuve varias
veces ante su puerta, con la mano levantada para llamar, pero
siempre me detenía. Me decía a mí mismo que era mejor así, ya que
mi estancia no era permanente. No podía encariñarme con su calor y
el consuelo que me proporcionaba, aunque lo anhelara.
En lugar de eso, cada noche me iba a mi habitación y me tumbaba
en la cama, mirando por la ventana. Miraba la luna caer y el sol salir,
igual que había hecho en los restos de Rashearim. A medida que
pasaban las noches, esa profunda y oscura sensación de vacío en mi
pecho que ella había ahuyentado, empezaba a arrastrarse de vuelta.

La rodeé mientras permanecía de pie con los ojos cerrados y


apoyada en una pierna, la otra doblada en la rodilla, la planta del
pie contra el muslo. Tenía las palmas de las manos juntas a la altura
del pecho.
Dianna abrió un ojo, manteniendo su postura mientras decía:
—Si me dejas usar mis poderes podría demostrarte lo rápido que
podría derribarte.
—No. —Me detuve frente a ella, con las manos entrelazadas a la
espalda—. Tú deseabas entrenamiento, así que entrenaremos como
es debido. No cualquier intento fallido que intentaste con el Sr.
Vanderkai.
Suspiró antes de cerrar los ojos.
—Piénsalo de este modo. Tus poderes son fenomenales, pero si te
esfuerzas demasiado y ya no tienes acceso a ellos, estás indefensa.
Debes saber defenderte y ser consciente de los límites de tus
capacidades.
Dianna abrió un ojo.
—Nunca he tenido ningún problema antes.
—Eso no significa que no pueda suceder. Confía en mí. —Volví a
rodearla y esta vez me detuve detrás de ella—. Te enseñaré una
técnica que mi padre me enseñó una vez.
Giró la cabeza y me miró por encima del hombro. No dijo nada,
solo asintió una vez y esperó a que continuara.
—Extiende tus brazos hacia mí.
Ella miró hacia delante y obedeció. Me acerqué un centímetro, y la
rica y especiada fragancia de la canela me llenó la nariz. Se mezclaba
con el aroma único de Dianna, que había echado mucho de menos
en los últimos días. Sacudí ligeramente la cabeza, apartando esos
pensamientos y concentrándome de nuevo.
—No te tocaré físicamente, pero ya verás lo que pasa cuando
empiece.
Inclinó la cabeza hacia mí, con la cara a escasos centímetros de la
mía.
—¿Qué significa eso?
Levanté las manos y las palmas empezaron a brillar al posarse
sobre sus muñecas. Una luz violeta y plateada danzó de mí a ella,
pequeñas líneas de electricidad que nos conectaban. Sus ojos se
abrieron de par en par, pero no hizo ademán de apartarse o
detenerme. Seguí las líneas de sus brazos, dejando que el contacto
de mi magia lamiera su piel.
Se estremeció y tragó saliva antes de decir:
—No me duele. No como antes.
—Eso es porque puedo controlar la intensidad. Si quisiera que
doliera, podría hacer que doliera.
Me miró como si estuviera a punto de soltar alguna ocurrencia,
pero su expresión se apagó al detenerse. Se me encogió el corazón
de decepción cuando volvió a mirarse el brazo.
—El movimiento bajo mi piel. ¿Qué es eso?
—Ese es tu poder. ¿Ves las sombras que se doblan cuando paso?
Se está preparando para actuar y defenderte de lo que percibe como
una amenaza. Es paciente, solo espera a que lo llames.
—Genial. Asqueroso pero genial.
Mi mirada se entrecerró.
—No es asqueroso. Forma parte de ti, igual que la luz que hay
dentro de mí forma parte de mí. Eres tú y no lo es.
Sus ojos se cruzaron con los míos y volvió a asentir. Me coloqué
frente a ella, con la mano derecha a escasos centímetros de su piel y
su poder siguiéndola como una sombra.
—Mi padre me enseñó este mantra. Es muy diferente del que
tienes con tu hermana, pero me ayudó a ganar control y mantener la
concentración. Él lo etiquetó como la principal fuente de poder. La
parte lógica de tu poder proviene de tu cerebro. —Pequeños
zarcillos de su poder me siguieron cuando moví la mano hacia su
cabeza. Sus ojos se cruzaron momentáneamente mientras intentaba
seguir el movimiento—. La emoción y la irracionalidad provienen
de tu corazón. —Bajé la mano, sin tocarla, pero con la palma sobre
su pecho. Su respiración se entrecortó cuando las pequeñas sombras
de su interior parecieron bailar y provocar las chispas de mi poder.
Algo había cambiado. Su pecho subía y bajaba bajo la tela empapada
de sudor de su top, y mi mente revoloteaba hacia los sueños en los
que suplicaba que la tocara. Respiré con calma y volví a
concentrarme. Me acerqué a su costado, trazando la línea de su torso
hasta posarme sobre su vientre—. Y, por último, tu ira, ese fuego
que empuñas, proviene de tus entrañas. —Las sombras bajo su piel
se mezclaron con un rojo vibrante.
Recobré mi poder y la luz se apagó mientras me llevaba la mano
al costado. La oí soltar un suspiro entrecortado, como si hubiera
aguantado demasiado tiempo.
—Núcleo, corazón, cerebro —dije—. Ése es el desencadenante
principal de tus poderes. Uno no puede existir ni funcionar sin el
otro. Las decisiones tomadas con uno y no con los otros dos pueden
ser mortales. Los verdaderos maestros de la habilidad pueden
controlar y manipular los tres.
—Déjame adivinar, ¿eres un verdadero maestro? —Su ceja se
levantó mientras ponía las manos en la cadera.
—Tengo que serlo. Mis decisiones no pueden basarse en lo que
me dice el corazón, cueste lo que cueste. No puedo romper o torcer
las reglas porque lo desee. El universo se desequilibraría si utilizara
mi poder por razones egoístas.
Sus ojos se suavizaron por un momento antes de bajar la mirada.
—¿Cómo lo controlo como dijiste?
—Centrar, enfocar, soltar. —Hice una pausa mientras la palabra
adecuada entraba en mi mente—. O, meditación como lo llama este
mundo.
Se llevó las manos a los costados y asintió.
—Bien, enséñame más.
—Muy bien.
Pasamos el resto de la tarde meditando. La práctica me ayudó a
calmar mis nervios erráticos y prometí utilizarla más.
Cada día trabajábamos en algo nuevo, pero al quinto día volvimos
al combate. Habíamos decidido que cada vez que Drake hiciera un
comentario, él tenía que ser el blanco. Eso lo hizo callar y, al final,
dejó de venir.
Al sexto día, le enseñé a sostener y manejar una espada. Se le daba
fatal. Lo odiaba y prefería la fuerza bruta, y aunque estaba de
acuerdo en que era una buena habilidad, se quejaba a cada segundo.
—Muéstrame cómo luchaste contra Zekiel y sobreviviste —le
pedí, con un bastón de madera en la mano mientras la rodeaba.
Dianna sostenía un bastón a juego y copiaba mis movimientos,
con el cuerpo empapado en sudor y la respiración agitada.
—No fue fácil. Era rápido, como tú.
—Es una habilidad…
—Lo sé, lo sé. Lleva tiempo dominarla.
Se lanzó. La madera chocó contra la madera con un fuerte crujido
que resonó en toda la habitación. La empujé hacia atrás y giró,
corrigiéndose. La azotó una vez más, apuntando a mi brazo
izquierdo. Me moví, bloqueando el golpe. No importaba cuántas
veces fallara, aprendía, corregía y contraatacaba. Era decidida, hábil
a su manera y resistente. Un arma perfecta hasta la médula, se
negaba a rendirse. No importaba cuántas veces se magullara o
silbara de dolor cuando mi arma conectaba.
Como ahora.
Mi bastón golpeó su cabeza, se inclinó hacia un lado. Se le formó
un pequeño hilo de sangre en el labio y se lo limpió sin cuidado.
Bajé el arma y corrí a su lado.
—Dianna.
—Estoy bien. —Levantó la mano, deteniendo mi avance.
Últimamente me había dado cuenta de que no me quería cerca de
ella. Si se lastimaba durante nuestro entrenamiento, no quería mi
consuelo ni que la atendiera. Le dolía tanto como a mí verla sufrir.
Me quedé en mi sitio mientras ella seguía mirándome. Se limpió
los restos de sangre mientras se curaba el labio.
—Ves. Todo mejor.
—Déjame ver. —Prácticamente le supliqué.
Levantó su bastón, apuntando a mi pecho, manteniéndome a
distancia.
—He dicho que estoy bien. Levanta tu arma. ¿Comprobarías a tu
enemigo cuando lo hieres? No.
—Tú no eres mi enemiga —dije rotundamente.
El dolor brilló en sus ojos, pero todo lo que dijo fue:
—Levanta tu arma.
Antes de que pudiera responder, se abalanzó sobre mí. Le aparté
el bastón de un manotazo, pero eso no la detuvo y volvió a la carga.
¿No había aprendido nada? Me moví, preparándome para bloquear
otro golpe mientras ella apuntaba a mi costado. Los bastones
chocaron una vez por encima de nuestras cabezas, luego a mi
izquierda, a su derecha, y de nuevo cuando ella giró, apuntándome
a la garganta. Con un fuerte golpe hacia arriba, le quité el bastón de
la mano. Tuve un segundo para empujar el mío hacia delante, pero
ella ya no estaba, solo quedaba una fina capa de niebla en su lugar.
Sentí un fuerte empujón en las rodillas y caí hacia delante. Tuve un
segundo para procesar lo que había sucedido cuando su pierna me
golpeó en un lado de la cara, haciéndome girar lo suficiente como
para caer de espaldas. La vi coger el bastón de madera con una
mano y clavármelo en el centro del pecho.
—Así es como luché contra Zekiel —jadeó, sin humor en su
mirada, solo la misma mirada dura que me había dirigido desde
nuestra pelea en el estudio.
Había combinado lo que yo le había estado enseñando con sus
propios movimientos, creando un estilo de lucha único e
imprevisible que me había tomado desprevenido. Había ejecutado a
la perfección una patada giratoria que me hizo caer de culo y ahora
me apuntaba con un arma al pecho. Nunca dejaba de pensar,
siempre estaba calculando y tratando de averiguar cómo convertir
un combate en algo ventajoso para ella. Estaba más que
impresionado con esta hermosa, peligrosa y magnífica mujer.
Tiró el bastón de madera a un lado y se dirigió hacia la toalla y la
botella de agua que había traído. Volvió y se tumbó en la
colchoneta. No trajo la mía ni se ofreció a compartir nada conmigo.
El desaire me quemaba más que cualquier llama que pudiera
esgrimir.
Me incorporé y acerqué las rodillas. Apoyé los brazos en ellas y
me volví hacia ella.
—Es impresionante lo que has absorbido en tan poco tiempo.
Aprendes rápido, aunque odies mi forma de entrenar o a mí. —No
era mi intención que se me escapara esa última parte, pero cada vez
me resultaba más difícil ignorar lo mucho que dolía esta ruptura
entre nosotros. Era peor que cualquier dolor físico que hubiera
soportado.
Sus ojos se cruzaron con los míos y se desviaron antes de que
pudiera medir su expresión.
—Eres muy mandón cuando entrenas, pero tiene sentido.
Estiró la pierna y chocó su pie contra el mío. Era el primer
contacto que iniciaba fuera del ring. Se dio cuenta de lo que había
hecho y se le cayó la cara de vergüenza. Retiró la pierna y se alejó
unos centímetros de mí, y tuve que obligarme a no estirar la mano y
arrastrarla hacia mí. Echaba de menos que me tocara. Los golpes
juguetones y a ella. Solo a ella.
—Me disculpo por mis acciones últimamente. Me estoy
frustrando esperando, y eso me tiene al límite, supongo.
Se encogió de hombros y cruzó las piernas. Bajó los ojos y se ató
los cordones de los zapatos.
—No tienes que seguir disculpándote, Liam. En serio, no pasa
nada.
Mis cejas se fruncieron mientras me volvía completamente hacia
ella.
—Dianna. Sigues diciendo eso, pero realmente no creo que esté
bien. Tú…
Las puertas detrás de nosotros se abrieron y Ethan entró, Drake
pisándole los talones. Como de costumbre, ambos iban vestidos de
negro. Sin embargo, Drake iba exagerado con un traje y una
camiseta roja. Apestaba a actividades ilícitas y a una pequeña
fragancia de lavanda. No me gustaba ninguno de los dos olores,
pero al menos no olía a canela.
—Buenas noticias. La invitación ha sido aceptada.
Dianna se puso en pie de un salto, limpiándose las manos en los
leggins que abrazaban su trasero y sus piernas.
—Genial, ¿cuándo nos vamos?
—¿Ya estás ansiosa por dejarme? —bromeó Drake, pero Dianna
no respondió como solía hacer. Quizá no era el único que se
enfrentaba a su ira. Drake se dio cuenta y se le borró la sonrisa de la
cara.
Ethan miró a su hermano y luego a nosotros.
—Su condición es que solo me quiere a mí y a algunos miembros
de mi linaje. Creo que desea hacer las paces ya que el mundo cree
que Drake está muerto.
Dianna asintió una vez, cruzándose de brazos.
—No confío en Camilla en absoluto, pero puedo parecerme a
cualquiera. Así que puedo llevarme a Drake conmigo y…
—Absolutamente no. —Eso hizo que todas las cabezas se giraran
hacia mí, pero no me importó—. No me dejarás aquí mientras caes
en una trampa, o algo peor.
—No puedes ir conmigo. No solo te reconocerían, sino que te
sientes como un cable vivo. Tu poder por sí solo les alertaría en el
momento en que pusieras un pie en la zona.
No me importó que tuviéramos público y me enfrenté a ella.
—¿Cómo podría no sentirte? Aunque cambies de forma, las
criaturas del Otro Mundo pueden reconocer tu poder. No eres como
ellos. Estás un escalón por encima, si no más.
—Por insultante que sea, el Destructor del Mundo tiene razón. —
Ethan suspiró, lanzándome una mirada—. Es por eso que tenemos
estos.
Drake se adelantó, sosteniendo una gran caja grabada. La abrió y
mostró dos brazaletes de plata en forma de cadena.
Los estudié y percibí el poder que irradiaban.
—¿Qué objeto encantado es este?
—Las pulseras de Ophelia —susurró Dianna mientras miraba a
Drake y recuperaba la sonrisa. Apreté la mandíbula al darme cuenta
de que era otra cosa que compartían y de la que yo no sabía nada.
—Explíquense, por favor.
A Dianna se le borró la sonrisa y se volvió hacia mí.
—Son un tesoro, por no decir otra cosa, y extremadamente
encantados. Son lo bastante fuertes como para hacer que cualquier
criatura del Otro Mundo parezca un mortal normal. En pocas
palabras, puede camuflar el poder de alguien.
—Un amigo común me las prestó —añadió Drake, mirando a
Dianna—. Así que, por favor, ten cuidado y devuélvelas. Me
gustaría no molestarlo. —Cerró la caja y se la entregó a Dianna.
Ella lo miró, una pequeña sonrisa danzó en su rostro mientras se
la quitaba de encima.
No pude seguir viendo cómo le sonreía y me volví hacia Ethan.
—Entonces, ¿cuál es el plan?
CAPÍTULO 35
Liam
—Este plan es horrible —le dije a Drake, que estaba sentado en
uno de los sofás cercanos. Estábamos arriba, en uno de los antiguos
despachos de Ethan. Había un gran cuadro de una pareja
elegantemente vestida sobre una enorme chimenea. Había sillas y
sofás para sentarse y estanterías en las paredes. Su gran escritorio
estaba atestado de papeles y pergaminos que habíamos estudiado
los últimos días, buscando algo, cualquier cosa que pudiera
ayudarnos a derrotar a Kaden.
La habitación estaba escasamente iluminada, la única luz que
teníamos encendida era la pequeña del escritorio. Me apoyé en la
chimenea, llamando a las llamas plateadas a mi mano antes de
sofocarlas en mi puño. La luz parpadeó mientras tomaba prestada
su energía para crear el fuego. Solía hacer tareas similares cuando
era joven, como forma de calmar mis nervios. Además, era como
todo, una distracción de lo que realmente quería.
—Funcionará. Confía en mí.
No me volví hacia él mientras hacía un ruido bajo en mi garganta.
La sombra de Drake ocupó el espacio cerca de mí.
—Realmente no te gusto, ¿verdad?
—¿Debería?
—¿Cuál es tu problema? Además del hecho de que odias a todas
las criaturas del Otro Mundo.
—No odio a todas las criaturas del Otro Mundo. Esa es otra
historia fabricada en las mentes de todos los que no me conocen.
Se burló, cruzándose de brazos.
—Mis disculpas, mi rey, pero ¿a cuántos has masacrado?
¿Cuántos murieron antes de que los reinos fueran sellados?
Pude ver en el reflejo de sus ojos que los míos habían empezado a
brillar de plata. Estaba tan harto de que me echaran en cara mi
historia aquellos que no sabían nada de lo que había pasado o en lo
que había tenido que convertirme.
—No sabes nada de mí.
—Oh, así que es por Dianna entonces. ¿Te sientes amenazado por
mí?
—No me gusta cómo le hablas a veces, pero ¿amenazado? Jamás.
He conocido a muchos hombres como tú. —Hice una pausa y
levanté un hombro en un descuidado encogimiento de hombros—.
Dioses, yo solía ser uno. Un simple movimiento de dedo y puedes
tener a la mujer que quieras, docenas a la vez si lo pides.
Las cejas de Drake se levantaron.
—Espera, cuando dices docenas a la vez, quieres decir…
Levanté la mano para interrumpirlo.
—Esa no es la cuestión. La cuestión es que ella no se merece que le
hablen así ni que la traten como una simple conquista. No es un
objeto para que tú y Kaden regateen. Así que no, no me gustas, ni
pretenderé ser tu amigo de ninguna manera. La única razón por la
que aún no te he matado es que le prometí a Dianna que me portaría
lo mejor posible. Aunque ella me odie en este momento, no faltaré a
mi palabra.
Esbozó una lenta sonrisa arrogante.
—Y dices que no estás enamorado de ella.
—No lo estoy, pero aun así se merece a alguien en su vida que se
preocupe por ella más allá de los actos físicos que sigues sugiriendo.
Alguien que la respete y la trate como a una igual, no como a un
peón. No tiene a nadie más que a su hermana.
Se le escapó una sonrisa mientras cruzaba los brazos sobre el
pecho.
—Estoy de acuerdo. Gabby es su única familia, y aunque somos
amigos, nadie podría acercarse a ella. Kaden no lo permitiría. La
tenía muy atada, a veces literalmente, por lo que he oído. También
creo que Dianna tenía miedo de acercarse a alguien porque él los
usaría como armas contra ella, igual que hizo con Gabby.
Me dolían los dientes de tanto apretar la mandíbula. Odiaba
pensar en ella viviendo aquella vida durante siglos, sola y temerosa
de entablar cualquier relación. Había estado rodeada de seres en los
que no solo no podía confiar, sino que buscaban activamente hacerle
daño.
Como no dije nada y me quedé mirándolo, continuó:
—No pretendía molestarte preguntándote si la quieres, sino tal
vez que te dieras cuenta de los sentimientos que sigues negando.
También quería asegurarme de que no eras otro como él. Los dos
estamos de acuerdo en que es fuerte y guapa, y eso atrae a los
hombres poderosos.
—¿Así que estás diciendo que no estás enamorado de ella? —
pregunté, la duda clara en mi tono.
Se adelantó y me dio dos palmadas en el hombro antes de soltar la
mano.
—La quiero, pero no estoy enamorado de ella. He amado a una
mujer en toda mi existencia, y ella se fue hace mucho tiempo. He
terminado con todo eso del amor. —Vi cómo la pérdida y el
arrepentimiento se reflejaban en sus facciones. Era algo que yo
reconocía, por diferentes razones—. ¿Y tú? ¿Has estado enamorado
alguna vez?
Hice una pausa mientras miraba fijamente la chimenea,
concentrándome en el resplandor de una única brasa en la madera
moribunda.
—No. Nunca lo he hecho. He deseado, me he preocupado por los
demás, pero nunca he amado. Mi padre me dijo una vez que
destrozaría el universo conocido por mi madre. Nunca he sentido
eso por nadie. Logan y Neverra han estado juntos desde que tengo
memoria. Son inseparables, y han arriesgado sus vidas para
protegerse el uno al otro. Claro, me preocupo por mis amigos, mis
amantes en su momento, pero nunca así. Tal vez sea la parte
piadosa de mí, pero no creo que esté hecho así.
—¿Hecho de qué manera? —No me giré para ver la cara de
Drake, sabiendo que había dejado escapar demasiado de mí.
—Soy un destructor. El destructor del mundo en todos los
aspectos. Soy todo lo que debes temer. Lo digo con todo mi ser y no
de la forma egoísta que Dianna supone. He quemado mundos hasta
la médula y matado bestias tan grandes como para devorar este
mismo castillo. Siempre he sido un arma para mi trono, mi reino, mi
familia. Los libros no se han equivocado en ese hecho. La Guerra de
los Dioses comenzó por mi culpa. Mi mundo ha desaparecido por
mi culpa. ¿Cómo hay espacio en mí para amar?
Se quedó callado un momento y me pregunté si por fin me temía
lo suficiente como para no hacer bromas ni ocurrencias, pero no olí
el miedo en el aire. Miré hacia él mientras miraba fijamente al
mismo lugar que yo. Su garganta se estremeció una vez antes de
hablar. Su voz era más suave, y no había ni rastro del embaucador
que nos había acompañado las últimas semanas.
—¿No lo sabes? El amor es la forma más pura de destrucción que
existe. —La comisura de su labio se levantó—. Y no tienes que
preocuparte por Dianna y por mí. Somos amigos desde hace siglos.
Solo amigos. Nunca nos hemos acostado ni nos acostaremos. La
quiero, pero no como tú crees. Ethan tenía una alianza con Kaden
mucho antes de que se convirtiera en rey. Fui yo quien la encontró
mendigando y llorando en ese desierto abrasador. Una plaga había
arrasado Eoria, y muchos murieron. Kaden y su horda se
aprovecharon de ello. Ya entonces buscaba el libro. Llevábamos allí
unos días y muchos de los humanos habían huido, buscando refugio
de la enfermedad, así que la sangre escaseaba. Salí a cazar y pasé
por delante de una casa destartalada, la voz femenina del interior
sollozaba y rezaba a quien pudiera escucharla. Aparté la tela
rasgada que cubría la entrada improvisada y la encontré sentada
con su hermana.
Drake se quedó callado, obviamente perdido en el pasado. Esperé,
hambriento de cualquier información sobre Dianna y su pasado.
Respiró hondo y pareció recordar que yo estaba allí.
—Pensé en matarlas a las dos. Eran mortales y la enfermedad
había hecho estragos en Gabby. Se estaba muriendo. Podía oír el
tartamudeo de su corazón, pero a Dianna no le importaba. Me rogó
y suplicó, ofreciéndome cualquier cosa si la salvaba, incluso a ella
misma. No sé si fueron sus ojos, su forma de hablar o el dolor total y
absoluto de su voz lo que me recordó tanto a mi amor perdido, pero
no podía dejarla morir. Así que se la llevé a Kaden. En ese momento
no sabía que existía la posibilidad de que su sangre la convirtiera en
una bestia. Él sacó un pedazo de ella y lo reemplazó con un pedazo
de sí mismo, oscuridad que siempre supuse. Fue doloroso y terrible.
Luchó durante días mientras intentaba mantenerse mortal y viva. Y
contra todo pronóstico, lo logró. Ella no viene de una familia mítica.
Es solo una chica que sobrevivió por pura fuerza de voluntad, y eso
la hace más fuerte que nosotros. La hace mortal. Él lo sabía, y por la
forma en que la miró después supe que había cometido un error.
Se me encogió el corazón al oír lo que no sabía de ella. Explicaba
tantas cosas. Por qué era como era. Por qué nunca se rendiría con los
que tenía cerca. Había sido una luchadora desde el principio.
Increíble. Ella era increíble.
—La salvaste a ella y a su hermana ese día.
Sus ojos mostraban dolor al mirarme.
—¿Lo hice? ¿O solo he creado más caos? Ethan me odió durante
años por ello. Al final lo superó, pero me odiaba. Él cree en todo eso
del equilibrio, como tú. Dianna y su hermana debían morir ese día,
pero él dijo que yo cambié el destino. Cree que todo tiene un precio.
Asentí lentamente.
—Suele ser así, sí.
—Entonces, ¿cuál es el precio por su vida? —Sus ojos parecían
suplicar respuestas que yo no tenía.
—Eso no lo sé. Diré que, a pesar de su hostilidad y sus
comentarios groseros, su existencia no es lo peor del mundo.
Forzó una sonrisa y se limpió un lado de la cara con el dorso de la
manga.
—Soy amable con ella y le doy lo que puedo porque sé cómo es
Kaden, y sé que en parte es culpa mía. Ella dice que somos
sobreprotectores, pero alguien tiene que serlo. Así que no, no
deberías sentirte amenazado por mí, pero también deberías dejar de
esforzarte tanto por no sentir algo por ella. Puede que sea la criatura
que te han educado para destruir, pero es mucho más que eso.
Mucho más. Tómalo de alguien que perdió a su amor. No des por
sentado lo que sientes, lo vale todo.
Arrastré los pies, ajustando la postura.
—No es así con nosotros.
—Claro, por eso los dos son prácticamente inseparables, por eso
no puedes dejar de mirarla, por eso se molestó tanto después de
enterarse de lo que dijimos Ethan y yo, y por eso te niegas a
compartir la cama con ella.
Me pasé la mano por la nuca.
—Admitiré que cada vez me resulta más difícil compartir la
misma cama con ella, pero independientemente de cómo me sienta,
se merece algo mejor que yo y este mundo al que se ha visto
obligada. Deseo para ella lo mismo que ella ansía desesperadamente
para Gabby. Una vida fuera de monstruos, sangre y peleas.
—Así que eso es lo que es. Todo un mártir. Espero que te des
cuenta por el bien de ambos de lo que estás arriesgando antes de
que él venga por ella, y no te equivoques, vendrá por ella. Apenas la
ha perdido de vista durante siglos.
—No dejaré que la tenga.
—Espero que no, porque si lo haces —extendió la mano y me dio
una palmada en el hombro—, no volverás a verla.
La aproximación de pasos pesados interrumpió nuestra
conversación. Las puertas se abrieron de un empujón y apareció
Ethan. Se detuvo en el umbral, ajustándose las solapas y las mangas
de la chaqueta.
—¿Estamos listos? —preguntó.
Le eché un vistazo y suspiré.
—Es un disfraz terrible.
La voz de Ethan bajó al tono femenino al que me tenía tan
acostumbrado mientras se ponía una mano en la cadera.
—¡Oh, vamos! Me pareció perfecto. Incluso tengo las pulseras.
¿Cómo lo sabías?
«Porque tengo cada parte de ti memorizada y transcrita en mi
cerebro».
Me encogí de hombros.
—La postura, la forma en que te comportas. Ethan no camina ni se
reclina así.
Una gruesa voz masculina inundó la habitación desde detrás de
Dianna.
—Conmovedor, Destructor del Mundo. No sabía que te
importaba.
El Ethan real se acercó por detrás de Dianna, los dos parecidos,
pero no.
—¿De qué estaban hablando los perdedores? —preguntó,
claramente molesta por su fallido intento de disfraz.
Drake se aclaró la garganta mientras caminaba hacia ellos, su
comportamiento frío y molesto de vuelta.
—Oh, solo de política.
Arrugó la nariz y le dio un manotazo, lo cual era divertido dada la
forma que tenía.
—Aburrido.
Drake levantó la solapa del grueso abrigo negro que llevaba,
olfateándolo. Ella lo apartó y él dijo con una risita:
—Te queda bien, pero quizá necesites más colonia. Todavía
puedo oler ese aroma lujurioso tuyo.
El verdadero Ethan puso los ojos en blanco y negó con la cabeza.
Me encontré con los ojos de Drake y, sabiendo lo que sabía ahora,
esta vez no sentí el impulso de arrancarle la cabeza. Sabía que los
comentarios y las bromas eran una forma de hacerla sonreír. Era una
forma de penitencia.
Dianna caminó hacia mí, una visión peculiar sabiendo lo que
había bajo el falso exterior. Sacó la pulsera de plata y me indicó que
extendiera el brazo. Lo extendí y ella sujetó la pulsera alrededor de
mi muñeca. Una pequeña ráfaga de aire pareció envolverme antes
de desaparecer.
Drake se estremeció.
—Maldición. Esos son fuertes. Bromas aparte, creo que
funcionará. No puedo sentir el espeso poder electrizante en la casa
ahora mismo.
Ethan, el auténtico Ethan, asintió y dijo:
—Funcionará.
CAPÍTULO 36
Dianna
No funcionó. Fue un error.
Golpeé ligeramente con el pie el suelo de mármol de la gran villa.
Entraron varias criaturas de otro mundo, todas ellas en tropel hacia
la gran zona de la piscina y los varios bares de jugos. El interior de
la villa estaba iluminado con luces doradas colgantes y se oía una
música suave y rítmica.
—Basta ya —ordenó Liam, su voz inundó mis oídos y me sacó de
mi aturdimiento.
Me giré hacia él, nuestra estatura era casi la misma ahora, otra
cosa a la que debía adaptarme.
—¿Basta de qué?
Levantó el vaso que sostenía y bebió un sorbo antes de decir:
—De moverte nerviosamente. Ethan no hace eso. Mantén la
cabeza alta y actúa como un rey.
Asentí hacia una mujer que me sonrió al pasar antes de susurrar
entre los dientes apretados:
—Oh, lo siento, ¿y cómo actúan los reyes?
Me miró como si estuviera bromeando.
—Como tú. Engreídos y arrogantes porque saben lo poderosos
que son.
Levanté la mano para rascarme la frente.
—Creo que hubo un cumplido por ahí en alguna parte.
Liam se encogió de hombros.
—Puede que sí. Puede que no. Nunca admitiré ninguna de las dos
cosas.
Quise sonreír y tal vez colar otro comentario sarcástico, pero no
pude. Todavía estaba enfadada… ¿herida? No lo sabía. Lo único que
sabía era que me preocupaba demasiado lo que él pensara de mí.
Me preocupaba demasiado en general. Como siempre, Gabby tenía
razón. Todo lo que había hecho era cambiar un hombre poderoso
por otro, excepto que a este le parecía repulsiva. Me evitaba como a
la peste, y yo no podía olvidar aquella pelea en el estudio. Sus
palabras me habían causado un dolor punzante en el corazón, y aún
no entendía por qué me había apartado. Pensaba que era mi amigo
y, aunque me dolía admitirlo, había empezado a querer algo más.
Me pasaba los días encerrada en aquella habitación, incluso
ignorando las llamadas de mi hermana porque ella lo sabría. Se
daría cuenta de lo tonta que era.
Había tirado aquella maldita flor a la basura en cuanto pude, y
sus hojas marchitas y secas se burlaban de mí desde el otro lado de
la habitación. Y aquí estaba yo, soñando con hombres que me daban
vestidos bonitos y decían palabras más bonitas, como si mi mundo
no fuera fuego, odio y dolor. Dioses, ¿estaba tan desesperada por
una migaja de amabilidad?
«Qué chica tan estúpida».
—¿En qué estás pensando? —Los ojos de Liam se entrecerraron
viéndome.
—Nada. —Sacudí la cabeza—. ¿Por qué?
—Tu olor y tu aura cambiaron por un momento. —Cualquier
expresión que pasara por mi cara, él la notaba—. Además Ethan
tampoco se encorva.
—¿Y cómo sabes tanto? —murmuré, fingiendo mirar a mi
alrededor mientras los invitados seguían llegando, todos vestidos de
etiqueta. Podía sentir los ojos de Liam clavados en mí y la presencia
de unas doce brujas, pero eso era todo.
—Pasé tiempo con él mientras te preocupabas.
Suspiré, sin importarme si eso era propio de un rey. Me molestaba
los celos extraños que sentía hacia Drake cuando, claramente, era
esa criatura repulsiva a la que no soportaba tener cerca. No tenía ni
idea de lo que Drake y yo habíamos pasado juntos, ni de cómo me
había ayudado a sobrevivir.
Ignoré su comentario y el silencio volvió a crecer entre nosotros.
Así había sido desde que estuvimos en el estudio. Se me acercó más,
bajó la cabeza como si quisiera susurrarme, pero otra parte de mí
sabía que solo quería tenerme cerca y, por alguna razón, eso me
dolió más.
—¿A cuántos crees que convocó aquí?
—Suficientes —le susurré, alejándome un paso. Él también se dio
cuenta y juraría que lo oí suspirar. Camilla era conocida por sus
fastuosas fiestas, otra de las razones por las que Drake y ella se
llevaban tan bien. La propiedad era una de tantas y estaba situada
en una pequeña isla desconocida cerca de San Paulao, aquí en El
Donuma. No aparecía en ningún mapa, y ella pagaba al gobierno
para mantenerla así. No sabía cuánto le costaba, pero lo suficiente
como para que también hicieran la vista gorda ante las extrañas
desapariciones que asolaban la zona. No le mencioné nada de eso a
Liam. Cuanto menos supiera ahora, mejor.
Nos encontramos en la mansión de estilo abierto. Una gran fuente
circular se encontraba en el centro de la extensión abierta; varios
caminos se ramificaban desde ese punto central, como los radios que
unen una rueda. Cada sendero estaba bordeado por varios arbustos
y árboles pequeños. Columnas, mucho más pequeñas que las que vi
en los recuerdos de Liam, decoraban el primer y el segundo piso.
Las luces brillaban en ambos niveles, el propio edificio se curvaba
hacia la entrada principal con un gran pabellón de piedra en la parte
delantera. El río corría cerca y los barcos atracaban, desembarcando
a los invitados en un flujo constante, la orilla de los que llegaban un
poco más tarde. Por supuesto, Ethan tuvo que llegar en helicóptero,
lo que me pareció excesivo, pero las apariencias y todo eso. La
jungla se cerraba en torno a la propiedad, manteniendo lejos a los
curiosos, aunque no era probable que alguien se acercara.
De repente, mis guardias se pusieron un poco más erguidos, la
espalda de Liam se tensó y sus hombros se cuadraron cuando un
caballero alto vestido con una camisa blanca abotonada y pantalones
oscuros se detuvo ante nosotros. Se comportaba como el
guardaespaldas que se suponía que era.
El hombre hizo una leve reverencia y dijo:
—Mi señor. Ahora le recibirá.
Tardé un segundo en darme cuenta de que se dirigía a mí. Me
había acostumbrado tanto a que la gente adulara y se inclinara ante
Liam, que pensé que se dirigían a él. Me recuperé rápidamente y
asentí con la cabeza una vez antes de enderezarme del todo.
Mantuve la cabeza alta, recordando lo que Liam me había dicho. Si
iba a representar a un rey, tenía que actuar como tal. No había
tiempo para juegos. Lo seguimos a través de un pequeño grupo de
personas que nos miraron una vez antes de bajar la cabeza.
Entramos en un vestíbulo, donde las luces eran más tenues y
nuestros zapatos resonaban en el suelo de mármol.
Un escalofrío me recorrió la espalda y se me erizó el vello de los
brazos. Me detuve, los guardias y Liam se detuvieron conmigo
mientras miraba detrás de nosotros. Mis fosas nasales se dilataron
como si pudiera oler lo que me tenía en vilo. Sentí la misma
presencia del festival en Tadheil.
«Kaden la ha estado siguiendo».
La voz de Ethan resonó en mi mente, pero no se trataba de Kaden,
estaba íntimamente familiarizada con su poder y no era este.
—¿Mi señor? —preguntó nuestro guía, su mirada siguiendo la
mía. Me volví, me ajusté la chaqueta y sacudí la cabeza una vez—.
Mis disculpas, creí ver a alguien conocido.
Me estudió un momento antes de esbozar una breve sonrisa. Se
volvió y extendió el brazo para que siguiéramos hacia la parte
trasera de la casa.
—Por aquí.
—¿Qué pasa? Es la segunda vez que haces eso. —La voz de Liam
era un susurro a mi lado mientras continuábamos.
—No lo sé. Solo estate alerta.
Me observó con el rabillo del ojo antes de volver a mirar detrás de
nosotros. Esperaba equivocarme. Era imposible que Kaden supiera
lo que habíamos planeado y mucho menos a quién íbamos a visitar.
Era imposible. Me había asegurado de que Drake permaneciera
muerto para todos menos para mí y de que tomáramos la ruta más
segura posible. Pero ese escalofrío, esa sensación me decía que nos
estaban cazando. Solo esperaba equivocarme.

Entramos en una habitación lo bastante grande como para ser una


vivienda independiente. Primero nos encontramos con una mesa
alargada, rodeada de varias sillas de respaldo ovalado, algunas
arrimadas a la mesa y otras no. Más allá había dos sofás en forma de
medialuna, con gruesos cojines blancos y dorados. A nuestra
izquierda había un gran ventanal en el que la selva se apretaba
contra el cristal. Una lámpara de araña de varios oros iluminaba el
espacio.
Vi a varias brujas asomadas a un balcón, observando nuestra
entrada. Unas enredaderas en flor envolvían la barandilla de la
escalera curva.
—Bienvenido, Rey Vampiro. —La sensual voz de Camilla flotó en
el aire.
Su poder llenó la habitación, apretándose contra mi piel como el
satén más suave cuando apareció en el balcón.
Tenía los labios pintados de un burdeos intenso que realzaba su
volumen y hacía brillar sus ojos esmeralda. Sus rasgos eran afilados
y suaves al mismo tiempo, y la belleza de su rostro había atraído a
muchos hombres y mujeres. La mayoría no había vivido para
lamentarlo. Ondas de cabellera castaña caían en cascada sobre sus
hombros mientras bajaba las escaleras con elegancia. Una pierna
bronceada y tonificada se deslizó por la profunda abertura de su
vestido negro ceñido a la piel, un pie de tacón brillante tras otro
subiendo los escalones. Mi respiración se entrecortó ante su belleza,
y me pregunté si la de Liam también. A pesar de lo hermosa que era,
el chasquido de sus tacones en las escaleras era para mí como clavos
en una pizarra. Sabía que era más que poderosa para convertir esta
noche en mortal.
—Bienvenido a mi otra casa. —Sonrió con frialdad al llegar al pie
de la escalera, con la mano apoyada en la barandilla. Sus uñas eran
del mismo tono que su vestido y tan afiladas como su lengua.
—Gracias por aceptar la invitación. Aunque tus dudas me
preocuparon al principio —respondí.
«Actúa como un rey Dianna, actúa como un rey».
—Bien, es muy difícil organizar una reunión de este tamaño. Fue
todo un reto intentar que todo el mundo viniera a tiempo y con
todos los conflictos de horarios. Lo entiendes, ¿verdad? —Su sonrisa
adquirió un tono seductor mientras inclinaba la cabeza hacia mí.
—Por supuesto —murmuré, observándola atentamente.
La sonrisa de Camilla no se borró mientras caminaba hacia el
centro de la habitación. Se detuvo en el borde de la mesa ovalada y
golpeó el tablero con sus largas uñas.
—Debo admitir que me sorprendió que te interesara mi oferta.
Había asumido que tú y tu familia habían terminado con todo lo
que involucrara a Kaden. Especialmente después de que envió a su
perra a matar a tu hermano.
Tragué saliva, sin darle a entender que había sentido ese pequeño
pinchazo.
—Sí, bien, si puedo sacarle ventaja, que así sea. Venganza y todo
eso. ¿Entiendes?
—Claro que sí. ¿Por qué crees que estoy haciendo esto? Ahora
tengo algo sobre él. Sobre mucha gente en realidad.
Asentí una vez, como había visto hacer a Ethan, y le sostuve la
mirada. Nunca rompió el contacto visual.
—Sí, por lo que he oído, has encontrado el Libro de Azrael.
Chasqueó la lengua agitando un solo dedo en el aire.
—Oh, encontré eso y algo aún mejor.
Varias de las brujas del balcón bajaron lentamente las escaleras.
Dos hombres se dirigieron hacia la cocina, una mujer y otro hombre
llegaron a su lado. El hombre le tendió la silla y ella se sentó; sus dos
ayudantes se unieron a ella una vez acomodada.
Liam y yo nos sentamos mientras las otras dos brujas salían de la
cocina con bandejas y varias copas llenas de un líquido rojo
brillante. Mis fosas nasales se expandieron al igual que las de los
guardias. Sangre. Mierda. Liam no era un vampiro ni una criatura
nacida para consumir sangre.
—¿Una copa? —preguntó, cruzando las manos bajo la barbilla
mientras nos sonreía. Los otros dos hombres se detuvieron en seco,
ofreciéndonos las copas a mí y a los guardias—. Me aseguré de que
fuera fresca para ti y los tuyos. Un mercader que pensó que podía
robarme. Los típicos hombres que temen a las mujeres con poder.
—Muy amable, pero me temo que hemos comido antes de venir
aquí. —Le ofrecí una sonrisa cortés, manteniendo las manos
cruzadas delante de mí.
Inclinó la cabeza hacia un lado, con cara de perplejidad.
—¿Estás seguro? Pareces hambriento.
¿Me estaba poniendo a prueba? ¿Lo sabía? Me pasé
distraídamente el pulgar por las pulseras de las muñecas. No, aún
podía sentir la magia contra mi piel. Estaba paranoica.
Le sostuve la mirada mientras cogía una copa. El líquido carmesí
tiñó la copa de cristal y mi corazón dio un ligero respingo. La bestia
que llevaba dentro salió a la superficie. Tenía mucha sed. Tenía que
bebérmelo, para guardar las apariencias.
Sonreí suavemente, con cuidado de no enseñar los dientes,
mientras cogía la copa por el tallo. La copa se apretó contra mis
labios y el cálido líquido rozó la punta de mi lengua. Un fuego
estalló en mi boca y luego en mi garganta al tragar. Un suave
gemido salió de mi garganta al vaciar el contenido más rápido de lo
previsto. Aquel viejo y familiar deseo volvió a rugir multiplicado
por diez. Quería, no, necesitaba más. Sentí que la piel se me erizaba,
que el Ig'Morruthen que llevaba dentro se deslizaba, suplicando que
soltara la correa. Recuerdos, breves y rápidos, se deslizaron en mi
mente. Un hombre pequeño con el pelo desaliñado, cogiendo lo que
parecía una piedra de algún tipo. El dolor acompañó a una ráfaga de
magia. Vi los ojos de Camilla observando desde un rincón oscuro
mientras decía a sus hombres que lo ejecutaran, y luego no hubo
nada.
Le devolví la copa mientras mis guardias hacían lo mismo. No
miré a Liam, no quería ver su disgusto por lo que acababa de hacer.
Él ya me consideraba repugnante y verme alimentarme aunque
fuera de una copa de vino, probablemente solo consolidaba aún más
su opinión sobre mí.
Por el rabillo del ojo, lo vi colocar de nuevo una copa vacía en la
bandeja. Mantuve el rostro inexpresivo, pero me pregunté cómo se
habría deshecho de la sangre.
Los ojos de Camilla brillaban mientras seguía sonriéndome.
—Theo, ¿podrías llevar a los guardias del señor Vanderkai a
disfrutar de la fiesta? Ah, y al resto del aquelarre también.
Levanté la mano.
—No será necesario.
—Oh, sí, lo será.
Vi cómo la mujer que estaba a su lado se levantaba e indicaba a
las demás brujas que la siguieran. Se dirigieron hacia la puerta,
haciendo señas a mis guardias para que las acompañaran. Un solo
hombre se detuvo frente a Liam.
—Deja a ese, por favor.
El hombre asintió y siguió a los demás a la salida. Una vez
cerradas las puertas, Camilla dijo:
—Quiero cinco millones y protección para mí y los míos.
Levanté las cejas, momentáneamente sorprendida.
—¿Protección? Independientemente de nuestra familiaridad,
dudaba que tus brujas quisieran estar cerca…
Sus ojos se cruzaron conmigo.
—No estoy hablando contigo.
Sentí que el corazón me daba un vuelco cuando me di cuenta de a
quién se lo estaba pidiendo exactamente. Ella lo sabía. Mierda.
—Todo el mundo quiere un trato —dijo Liam con un suspiro,
frotándose brevemente los ojos con los dedos índice y pulgar.
Puso las manos sobre la mesa y se levantó con un movimiento
fluido. Sus movimientos estaban llenos de gracia y orgullo mientras
rodeaba la mesa. Sus ojos recorrieron a Liam como si estuviera
memorizando cada línea y cada músculo oculto bajo la fina capa del
traje que tenía puesto. Llevaba el pelo recién cortado, con una
pequeña decoloración a los lados. Los mechones oscuros de su
cabeza estaban domados por el gel que Drake le había aplicado.
Liam era consciente de su aspecto físico y de cómo reaccionaban
los demás ante él, pero parecía utilizarlo principalmente como
cualquier otra arma de su arsenal. Independientemente de su
intención, llamaba la atención dondequiera que fuera. Algunos de
los miembros del castillo de Ethan reían y soltaban risitas cada vez
que caminaba por los pasillos. Otros lo acechaban solo para
vislumbrarlo. Sabía que ella veía lo mismo que todos nosotros. Era
guapísimo de un modo repugnante, y sabía que a Camilla no se le
había escapado.
—Digamos que reconocemos el verdadero poder cuando lo
vemos. —Se detuvo ante nosotros, con la mano apoyada en la mesa
y otra en la cadera.
—¿Desde cuándo lo sabes? —pregunté.
Me fulminó con la mirada, ya sin esa falsa amabilidad.
—Primero, el avión que tomaron para llegar a Zarall cruzó mi
frontera. Solo fue un segundo el que estuviste en mi territorio, pero
medio segundo de más. Entonces sentí tu poder enfermizo.
Segundo, Ethan envía lacayos por una invitación, cuando no ha
contactado a nadie desde que asesinaste a Drake. Tercero,
reconocería los brazaletes de esa zorra de Ophelia en cualquier
parte, y cuarto —sus ojos bailaron sobre Liam una vez más—, su
aura de divinidad es obvia. Ningún mortal tiene ese aspecto. Puede
que esos brazaletes retengan una fracción de su verdadero poder,
pero su cuerpo está lleno de él.
—Por favor, no alimentes su ego. Ya es lo suficientemente grande.
—Me lo imagino —ronroneó mientras se acercaba a él.
Antes de que me diera cuenta de lo que estaba haciendo, saqué la
mano y la agarré por la muñeca. Un gruñido, bajo y amenazador, se
escapó de mis labios mientras la bestia que llevaba dentro se
enroscaba. Ambos se giraron para mirarme.
—No lo toques. Sé muy bien lo que puedes hacer con las manos.
—Mi voz era gutural, casi un gruñido.
—Ah, ahí está tu verdadero ser —me espetó Camilla, con la
muñeca aún sujetada por mí.
Liam me miró y fui incapaz de leer su expresión.
—Dianna. No pasa nada. Déjala ir.
No me moví.
—Por favor. —Habló en voz baja y el Ig'Morruthen bajo mi piel
respondió.
Apreté la mandíbula, pero la solté. Apoyó la mano contra el pecho
un segundo antes de girar la muñeca con cautela. Debía de ser la
sangre que me había dado lo que me estaba volviendo tan errática.
Mis emociones estaban exaltadas, eso era todo. Di un paso atrás,
poniendo distancia entre nosotros. Camilla me miraba con una
sonrisa de suficiencia. Lo único que quería era borrarle esa mirada
de la cara. Me salieron garras de las yemas de los dedos y cerré las
manos en puños para ocultarlas, las afiladas garras herían mi piel.
—Interesante. Había supuesto, dada tu reputación, que podrías
seducir incluso a un dios.
—No he seducido a nadie.
—Pero lo has visto, ¿verdad? Debe ser enorme y abrumador, casi
demasiado para que una persona lo contenga, y mucho menos lo
maneje.
Mi cabeza se echó hacia atrás y mi cuerpo se calentó de repente.
—¿Qué? No —espeté, evitando por completo la mirada de Liam—
. Bueno, una vez, pero fue cosa de un sueño raro. —Cerré los ojos,
agitando ligeramente las manos en el aire—. Espera… ¿por qué
estamos hablando de su pene?
Camilla ladeó la cabeza, con una ceja levantada.
—Me refiero a su poder.
—Oh. —Dejé caer las manos a los lados y sentí que la cara me
ardía. De repente, la habitación me pareció demasiado pequeña—.
Sí, yo también lo he visto.
Sacudió la cabeza, ignorándome mientras se fijaba en Liam una
vez más.
—He oído historias, todos las hemos oído, sobre el gran
Destructor del Mundo. Se rumorea que tu padre podía dar forma a
los mundos y, sin embargo, tú acabas con ellos. Tienes un poder sin
igual. —Un solo movimiento de su mano y las luces de la habitación
se hicieron más brillantes. Las llamas crepitaban en la chimenea,
detrás de ella, mientras un viento lento recorría la habitación. Las
cortinas que cubrían los grandes ventanales se abrieron y las
estrellas del cielo nocturno proyectaron un pálido resplandor sobre
el suelo. Observé cómo su magia se arremolinaba en zarcillos
verdes, formando una pequeña bola que hizo bailar entre sus dedos.
—Te he enseñado lo mío. Ahora, muéstrame lo tuyo.
Puse los ojos en blanco ante el evidente intento de flirteo. Buena
suerte con eso. Liam mostraba tan poco interés por el placer físico,
que hubiera jurado que era de piedra si no hubiera sido testigo de su
pasado.
Las luces se atenuaron y un brillante orbe plateado comenzó a
girar sobre la palma de la mano de Liam. Entrecerré los ojos,
incapaz de mirar directamente a la pequeña esfera. Era tan brillante
que parecía un sol en miniatura.
Liam miró fijamente a Camilla, con una expresión de interés que
no le había visto mostrar a nadie antes. Mi interior se retorció. Sus
ojos reflejaron el brillo plateado de su energía mientras se inclinaba
hacia ella.
—Es tan bonita. —Su voz era un susurro entrecortado cuando lo
miró a los ojos—. Y poderosa. Puedo sentirlo.
La forma en que lo dijo me hizo apretar los dientes hasta
romperme la mandíbula.
—Gracias. La tuya también es impresionante. La sensación de tu
magia me recuerda a una diosa de mi época.
—¿La Diosa Kryella? —Se le quebró la voz—. ¿La conocías?
—Oh, créeme, la conoció —dije, pero me ignoraron, perdidos en
una extraña mirada mágica.
—Sí, así es. Fue la primera en manejar y doblar la magia. ¿Cómo
aprendiste? ¿Cómo lo supiste? ¿Eres descendiente? No tuvo hijos.
Los exuberantes labios de Camilla se curvaron en una brillante
sonrisa mientras lanzaba la bola verde de una mano a la otra.
—No, no soy descendiente, pero sus enseñanzas se han
transmitido durante generaciones.
Liam parecía asombrado y eso me hizo sentir enferma.
—Impresionante. Verdaderamente. Dominar una habilidad como
la tuya puede llevar años, y sin embargo tu aspecto es todo lo
contrario a envejecido. —Observó la masa verde de su poder,
hipnotizado.
Su sonrisa casi eclipsó el brillo de su poder. Ella lo miró,
tomándose el cumplido a pecho, lo dijera en serio o no. La bilis
subió a mi garganta, la criatura dentro de mí chasqueó las
mandíbulas.
—Todo es energía. No pertenece a nadie, solo la usamos y
protegemos. Practicamos, nos concentramos —hizo una pausa y se
volvió hacia mí—, pero no abusamos. —Genial, tenían mantras
similares sobre el uso de su poder.
Resoplé y volví a poner los ojos en blanco. No era de extrañar que
se burlara del poder que Kaden nos obligaba a ejercer. Sobre todo
porque resaltaba otra diferencia entre Liam y yo. Pero era la única
forma que conocía, y funcionaba.
—Verdaderamente, el control que ejerces sobre tu don es
asombroso —dijo Liam, sin mirarme siquiera.
—Gracias. —Sonrió antes de cerrar la mano y la energía verde se
disipó. La bola de energía plateada que Liam tenía en la palma de la
mano se rompió al girar la muñeca. Los fragmentos se dirigieron
hacia todas las lámparas y se encendieron una a una.
—Ahora, es hora de trabajar. —Se acercó unos centímetros a él y
volví a erizarme. Sabía que era lo bastante fuerte como para cuidar
de sí mismo, pero la forma en que lo miraba me revolvía el
estómago—. Te diré dónde está el libro por un precio.
Gemí en voz alta y agité una mano hacia ella.
—Ya has puesto tu precio, Camilla.
—Eso hice, pero lo quiero sellado.
—¿Sellado? —Me crucé de brazos con fuerza cuando Liam por fin
me miró—. Estás loca si crees que vas a atarte a él de alguna manera.
Las cejas de Camilla se alzaron, pero no me importó cómo sonaba
o si me estaba extralimitando. Sabía que cierta magia, sobre todo la
oscura, requería sangre para que un trato fuera totalmente
vinculante. Yo no era una bruja. No podía invocar ni vincular nada,
pero solo el poder de nuestra sangre combinada había atado nuestro
trato. De ninguna manera iba a permitir que Camilla hiciera lo
mismo.
—¿Protectora del Destructor del Mundo, Dianna? —Sus labios se
curvaron en esa sonrisa viciosa de nuevo—. Qué linda. ¿También
hablas por él?
—No —interrumpió Liam antes de que pudiera responder,
dirigiendo una mirada hacia mí—. No lo hace.
Sacudí la cabeza y me di la vuelta. No sabía qué pediría Camilla.
Podía parecer dulce y tentadora, pero bajo su piel vivía una zorra
fría y confabuladora. No sé qué había esperado. ¿Cuándo me había
escuchado?
—Bien. —Juntó las manos y dio otro paso hacia él. Miró entre
Liam y yo antes de decir—: Quiero sellarlo con un beso.
—¿Qué? —Solté—. No voy a besarlo. —Liam se apartó de mí,
pero capté su expresión de lo que parecía dolor. Pero eso no podía
ser cierto, probablemente solo era asco. Sabía que nunca aceptaría
besarme, ni siquiera para encontrar el libro. Liam besaba a diosas,
no a monstruos.
No podía besarlo, pero por una razón completamente diferente.
Sabía que acabaría conmigo y estaría perdida. Había una parte de
mí tan hambrienta y desesperada por su contacto que no me atrevía
a reconocerlo. En lugar de eso, la había enterrado bajo bromas y
sarcasmo. Había utilizado a Drake para distraerme de mis crecientes
sentimientos por Liam. Mantuve oculto mi deseo, pero no podía
ocultármelo a mí misma. Si lo besaba, sabía que se daría cuenta y no
sabía si podría soportar su rechazo otra vez.
Ella se volvió hacia mí, toda orgullo y arrogancia, una lenta
sonrisa curvando sus labios.
—No de ti. De mí.
Me hervía la sangre.
—No.
Pensé que la palabra había salido de Liam y me sorprendí un
poco al darme cuenta de que la había dicho yo. La parte oscura de
mí era fuerte y estaba haciendo acto de presencia ahora que me
había alimentado. Al menos eso es lo que me decía a mí misma.
Sonrió una vez más, fría, cruel y poderosa porque sabía que en ese
segundo tenía poder sobre mí.
—No creo que dependa de ti. Después de todo, no tomas las
decisiones por él, como él dijo. —Se inclinó hacia mí, apretada
contra Liam mientras levantaba esa mano perfectamente arreglada y
la colocaba sobre su mejilla—. Entonces, Destructor del Mundo,
¿qué será? Te daré la ubicación del libro, y todo lo que tienes que
hacer es besarme.
Vi cómo sus ojos se posaban en sus labios. Apreté los dientes y
una fría ráfaga de ira me recorrió el cuerpo.
—¿En serio? —pregunté, sin importarme cómo sonaba—. ¿Estás
considerándolo?
Sus ojos se clavaron en los míos. Su mirada era penetrante y no
contenía ni una pizca de humor ni ningún rastro del Liam con el que
había pasado los últimos meses.
—No es más que un beso, Dianna. ¿Qué importancia tiene?
«¿Qué importancia tiene?» Se me oprimió el pecho. Lo dijo como
si no significara nada, y quizá a él no le importara. Tal vez había
leído demasiado en las miradas robadas y los secretos íntimos que
habíamos compartido. Obviamente, lo que sentía era todo unilateral
y, en contra de mi buen juicio, había caído por alguien que no tenía
intención de atraparme.
—Tienes razón. —Cuadré los hombros, tratando de aliviar el
dolor por lo que había roto en mí—. No importa.
—Bien —fue todo lo que dijo y todo lo que ella necesitaba oír. Su
mano le acarició la mandíbula mientras él bajaba la cabeza hacia la
suya.
«Estúpida, estúpida chica».
Agarré las mangas de la chaqueta del traje con tanta fuerza que
casi rasgué la tela. Esperaba que fuera rápido. Liam no parecía del
tipo que deseara a nadie. Después de lo que había visto en los
sueños de sangre, sabía que había sido muy sexual en algún
momento. Pero durante las semanas que había dormido con él, no
había intentado tocarme íntimamente y no había tenido ninguna
reacción física, ni siquiera por la mañana. Había supuesto que esas
funciones corporales habían muerto con el trauma de su pasado.
Me equivoqué.
Lo que empezó como un simple beso pronto se profundizó
cuando él inclinó su cabeza hacia un lado, prácticamente devorando
su boca. Ella soltó un gemido suave pero embriagador que me
produjo náuseas. Me negué a apartarme, incluso cuando él también
soltó un ruido que solo le había oído en aquel maldito sueño. Lo
estaba disfrutando. Las lágrimas amenazaban con cegarme, pero lo
vería y dejaría que acabara con lo que sentía por él. Me había
equivocado tanto. Él tenía esos sentimientos. Solo que no los tenía
por mí. Supongo que debías ser una diosa o una hermosa bruja con
magia para llamar su atención. Tal vez Camilla era menos
monstruosa que yo.
Después de lo que pareció una eternidad, se separaron. Camilla
soltó un fuerte suspiro y dijo:
—Realmente eres todo lo que dijeron.
Un comentario más y juro que perdería el control de mis
tendencias más homicidas.
Finalmente me permití apartar la mirada, sin importarme una
mierda lo que aquello revelaba de mis emociones. Estaba molesta y
no tenía derecho a estarlo. Era bien sabido que él odiaba a los de mi
clase. Estaba enfadada por el deseo que sentía por él y porque la
única persona a la que quería no podía tenerla. Liam no era mío y yo
no era suya. Ni siquiera éramos amigos. Yo era un arma, una
herramienta, y fue mi estúpida culpa por pensar que era, o podía
ser, otra cosa para él o para Kaden.
—¿Todo bien, Dianna? —preguntó Camilla en un susurro ronco.
La miré, sabiendo que mi cara mostraba toda la rabia y el dolor
que sentía.
—Vaski lom dernmoé —siseé en eoriano, con un gruñido grave
vibrando en lo más profundo de mi garganta.
La risa de Camilla fue aguda y precisa, cortando otra herida en mi
alma.
—Ah, así que es verdad. Los Ig'Morruthens son territoriales.
No dije nada. La bestia que había en mí gruñía y arañaba,
suplicando libertad, suplicando hacerla pedazos.
Ella sonrió alegremente. Su boca roja, hinchada y manchada, hacía
juego con la de Liam.
Ella había ganado. Me odiaba porque sentía que le había quitado
un puesto. Ahora me había quitado algo. Un beso que ni siquiera
sabía que quería hasta ahora.
Para ella estábamos a mano.
No podía mirar a Liam. Podía sentir el peso de su mirada y sabía
que quería que lo mirara a los ojos, pero no me importaba. Camilla
siguió sonriéndome mientras decía:
—Ahora que lo hemos resuelto. Que empiece la fiesta. —Levantó
las manos y dio una palmada, la puerta a mi derecha se abrió. No
me giré ni me moví, pero se me cayó el estómago al oler la colonia
carísima.
—Hola, Dianna.
Nos habían tendido una trampa.
—Santiago. —Su nombre salió de mis labios en un siseo.
CAPÍTULO 37
Dianna
—Lamento interrumpir. Parece que tu novio se estaba divirtiendo.
—Santiago le sonrió a Liam y al carmín rojo de sus labios.
—Santiago, el perro faldero de Kaden. Estás muy guapo. No me
digas que te arreglaste solo para mí —me burlé—. ¿Cuántas veces
tengo que decírtelo? No significa no.
Varios miembros de su aquelarre estaban de pie a ambos lados de
él, todos vestidos con trajes carísimos y esos malditos zapatos de
cuero. Odiaba los zapatos de cuero.
Sonrió y me miró lascivamente.
—Echaba de menos esa boca. Kaden también.
—¿Ah, sí?
Tragué aire suficiente para incinerarlo a él y a todo el edificio,
pero no tuve oportunidad de usarlo. Camilla invocó aquella magia
verde y la lanzó contra mí. Oí el grito de Liam mientras mi cuerpo
volaba hacia la silla ovalada más cercana, antes de que la silla
pudiera volcar con mi peso, se estabilizó. Unos lazos verdes y
brillantes me ataban las muñecas y los tobillos. Intenté romper las
lianas de aspecto frágil, pero sentía como si un ancla se posara sobre
cualquier parte de mi cuerpo que tocara. Levanté la vista y vi que
tenía a Liam inmovilizado contra la pared más lejana con las mismas
cintas verdes que le apretaban las muñecas y las piernas. Tenía
varias más que yo decorándolo. Una atadura más fuerte para sujetar
a un ser más fuerte.
Apreté los dientes mientras luchaba contra mis ataduras. Mi silla
se deslizó hacia atrás, hacia la mesa, y las patas rozaron su precioso
suelo antes de detenerse con la fuerza suficiente para lanzar mi
cabeza hacia delante.
—Zorra. —Mi velo cayó en cuanto las palabras salieron de mi
boca. Mi forma se onduló y se dobló. La apariencia y la
masculinidad que había impuesto a mi cuerpo se disolvieron, y ya
no era el Rey Vampiro sino yo misma. Sus ropas se derritieron con
la fachada, revelando el top de encaje blanco y el pantalón sastre que
llevaba.
Los ojos de Camilla recorrieron mi atuendo.
—Bueno, ¿no estás encantadora? Toda vestida como una jefa
cuando sabemos que eres más bien una perra rastrera.
Mi cabeza giró hacia ella. Estaba furiosa. Con todo lo que había
pasado entre Liam y yo, la espera de esta estúpida reunión y el
hecho de que me hubieran tendido una trampa de nuevo, estaba
dispuesta a hacer llover fuego.
—¿Rastrera? Lo último que recuerdo es que tú te arrodillabas más
que yo, Camilla.
—Señoras, señoras —dijo Santiago mientras se colocaba en el
borde de la mesa, con una sonrisa de oreja a oreja—. Peleen más
tarde, tenemos poco tiempo.
Su sonrisa era demasiado arrogante mientras miraba hacia la
pared del fondo. Los ojos de Liam sangraban plata mientras luchaba
contra el poder de Camilla. Ella se interpuso entre nosotros, con una
mano levantada hacia mí y la otra hacia Liam. Apretó los dientes
mientras descargaba más poder sobre él. Pude ver las gotas de
sudor que se formaban en su cabeza. Luchaba por liberarse y, por lo
que parecía, estaba a punto de conseguirlo.
—¿Así que eres tú? ¿El Destructor del Mundo? —preguntó
Santiago.
La mirada de Liam se desvió hacia Santiago, y lo miró de arriba
abajo antes de decir:
—Y tú eres hombre muerto si le pones una mano encima.
Santiago se rio y se puso una mano en el estómago.
—Ah, Dianna, creo que le agradas. Qué tierno.
Ignoré su comentario, mirando de él a Camilla y viceversa.
—Así que ahora son amigos, ¿eh? Típico. Toda una serpiente.
Santiago volvió a reír.
—¿Nosotros? ¿Una serpiente? ¿Quién traicionó a quién primero,
Dianna? —Levantó la ceja mientras me recorría con la mirada—.
¿Dónde está Alistair?
Me incliné hacia delante todo lo que pude.
—Desátame y te mostraré.
Se encogió de hombros, aparentemente sin inmutarse mientras
chasqueaba la lengua.
—Kaden quiere que vuelvas y además ha puesto un precio
exquisito a tu cabeza. Deberías haber sido inteligente como Camilla.
A ella le han prometido un asiento después de ayudar a traerte a ti,
a él y a ese maldito libro.
Se me hundió el estómago al saber lo que me esperaba una vez de
vuelta. Probablemente nunca volvería a ver la luz del día. Me
alejarían de Gabby. Sabía que nunca la volvería a ver.
—Tendrás que arrastrarme de vuelta. —Me temblaba la voz, y no
me importaba quién me oyera o me viera—. Y lucharé contra ti en
cada paso del camino.
Los ojos de Santiago llameaban verdes por la fuerza de su poder
mientras se inclinaba hacia la mesa y se apoyaba con las manos en
ella.
—Tenemos un largo viaje por delante, y para cuando termine
contigo, estarás suplicando volver. Me aseguraré de ello, y lo
disfrutaré.
—Morirás si lo intentas —dijo Liam, cortando mi odio cegador
mientras miraba a Santiago.
—Cállalo, Camilla —espetó Santiago, sin apartar los ojos de los
míos.
Mi cabeza fue forzada hacia atrás y otra espiral mágica me rodeó
la garganta. Tiró con fuerza y me obligó a cerrar la mandíbula tan
rápido que me mordí la lengua con tanta fuerza que saboreé la
sangre. Gruñí, con la cabeza dándome vueltas y mi vista
oscureciéndose por la falta de oxígeno. Tan rápido como empezó, se
calmó.
—Vuelve a hablar y le reventaré su preciosa cabecita. —La voz de
Camilla se filtró entre mi dolor y mis jadeos.
Liberó una pizca de su poder y yo bajé la cabeza, haciendo una
mueca de dolor al intentar tragar.
—Deja… las… amenazas —dije, jadeando mientras miraba a cada
uno de ellos, apartándome de la cara los mechones sueltos de pelo—
. Solo está aquí por el libro, igual que el resto de ustedes, idiotas. Así
que déjense de amenazas vacías.
Dirigí a Liam una mirada significativa. Pareció entender que
quería que siguieran hablando. Su mandíbula se relajó y vi que sus
músculos cedían un poco. Todavía estaba probando y presionando
sus ataduras, pero volvió a centrar su atención en Santiago.
—¿Este es tu plan? ¿Trabajar con el Destructor del Mundo y matar
a Kaden? Kaden no puede morir. Tú lo sabes. ¿Lo sabe él? —dijo
Santiago, con una voz tan arrogante que casi vuelvo a poner los ojos
en blanco.
Los ojos de Liam se entrecerraron ante aquella nueva información.
Todo el mundo pensaba que Kaden no podía morir, pero eso era
porque nadie había intentado matarlo.
Me encogí de hombros, ignorándolo.
—Entonces, ¿dónde está? Si es inmortal y tan todopoderoso, ¿por
qué no viene a buscarme él mismo? Todo lo que veo es que les ha
ordenado a sus malditos lacayos que me arrastren de vuelta. Eso es
lo que son. Lo saben, ¿verdad? No le importan una mierda ni
ustedes ni nadie. Solo él mismo.
Santiago y Camilla se rieron. Santiago se ajustó el traje y se colocó
entre mis rodillas abiertas. Se inclinó hacia mí y me rozó la curva de
la mejilla con los nudillos, apartándome los mechones despeinados
de la cara. Todo mi cuerpo se revolvió. Me aparté de él todo lo que
pude. Los grilletes mágicos y el collar me lastimaban la piel, pero no
me importó.
—Bueno, supongo que es bueno que no esté desesperado por su
amor.
Me susurró esto último al oído antes de enderezarse una vez más.
Aquella parte me escoció y rechiné los dientes mientras intentaba
pensar en una forma de desarmar el hechizo de Camilla para poder
matar a todos los presentes.
Santiago suspiró, claramente aburrido.
—Realmente fue un intento valiente, pero ambos sabemos que no
hay manera de que puedas ser más astuta que él, y mucho menos
vencerlo. Debiste dejar tu culo perfecto donde estaba. Oh, bueno. —
Metió la mano por detrás, sacó una pistola y me apuntó. Le quitó el
seguro antes de amartillarla y colocarla junto a mi sien. El frío
mordisco del metal me provocó una mueca de desprecio cuando la
empujó contra un lado de mi cabeza.
—Eres tan débil. Tuviste que atarme para vencerme. Tan hombre.
—Sus labios se curvaron, y supe que había tocado un nervio. Bien—.
¿Qué vas a hacer, Santiago? ¿Dispararme? No me matará.
Se encogió de hombros con la comisura del labio torcida hacia
arriba.
—No lo hará, pero nos facilitará arrastrarte de vuelta.
Hice una pausa mientras asimilaba lo que había dicho. Intenté
mirarlo.
—¿Nos?
Señaló hacia la gran ventana del otro lado de la habitación. Sentí
que se me aceleraba el pulso cuando varios pares de brillantes ojos
carmesí me miraron desde la selva. Cuatro grandes figuras estaban
cerca del cristal, con las alas astadas extendidas. Sonreían como
primates, mostrando unos dientes negros y afilados. Una de ellas
apoyó su mano llena de garras contra la ventana, con sus gruesas
garras esperando hacerme pedazos. Otro arrastró una gruesa lengua
negra por el vidrio, dejando un rastro de baba a su paso. Pude ver
varios pares de ojos rojos detrás de ellos. Mierda. Eso era lo que
había sentido al llegar aquí. Había traído a los Irvikuva. Había
traído a muchos. Estábamos muy jodidos.
Los truenos retumbaban en la distancia mientras los relámpagos
iluminaban el cielo. Una tormenta que no sabía que se avecinaba.
—¿Irvikuvas? ¿En serio? —Mi voz era firme, pero serían un
problema. Podrían hacerme mucho daño con sus garras y dientes.
Herirme lo suficiente como para frenarme, y si él había traído tantos
como yo pensaba, entonces estábamos en serios aprietos.
Apretó con más fuerza la pistola contra mi sien.
—Aunque reconozco tus méritos, Dianna, tu pequeño motín le
puso los nervios de punta. Pero no importa la forma que tomes o los
amigos de los que te rodees, siempre le pertenecerás. La patética
puta de Kaden.
Me volví hacia él y le escupí en la cara. Retrocedió y se limpió la
saliva con la manga.
—Me encanta cómo hombres como tú lanzan esas palabras como
si debieran doler, significar algo. Sin embargo, eres el mismo que
lloró cuando no logró conseguir que le chuparan la polla.
El humor abandonó inmediatamente su rostro.
—El poderoso líder del aquelarre, que podía tener a quien
quisiera, había llorado como un bebé porque le dijeron que no.
¿Quién es patético ahora?
Levantó la pistola, apoyando el cañón contra mi frente.
—Eres una perra.
—Lo sé.
Apretó el gatillo. Vi el destello, pero había desaparecido antes de
oír el eco del disparo.
CAPÍTULO 38
Liam
La fuerza del disparo hizo que la silla se cayera. Todo mi cuerpo
se paralizó al ver cómo el cuerpo de Dianna se desplomaba hacia un
lado. La pared que me sujetaba se resquebrajó y gimió cuando un
poder puro y cegador sacudió todos los cimientos. Los escombros
llovieron ante nosotros mientras gruesas bandas de plata se
iluminaban bajo mi piel, y supe lo que sucedería. Mis músculos se
contrajeron, tensando los tentáculos mágicos verdes que me
sujetaban a la pared. Cada parte de mí suplicaba arrancar esta casa
de sus cimientos y hacer pedazos a todos los que estaban dentro.
Pero no podía después de lo que Camilla me había enseñado.
Las visiones habían desgarrado mi subconsciente mientras ella me
besaba. Las imágenes de la hija de Azrael, el libro que poseía, y el
pueblo donde se había quedado, llenaron mi mente. Camilla llevaba
tiempo trabajando contra Kaden. En ese intercambio me advirtió
que le siguiera el juego o pondría a Dianna en un peligro aún
mayor. Habría hecho cualquier cosa para mantenerla a salvo, pero el
dolor que presencié más allá de la fachada del rostro de Ethan me
retorció por dentro. Sabía que podía haber causado un daño
irreparable a la nueva conexión entre nosotros.
—Te enfrentarás a Oblivion por esto —me burlé de Santiago
mientras sostenía el arma hacia ella mientras estaba inerte.
—¿Ah, sí? —Santiago disparó dos veces más, con una sonrisa
cruel y enfermiza en el rostro, y pude ver cómo el cuerpo de Dianna
se sacudía con cada chasquido. Tiré de mis ataduras mientras el
cielo comenzaba a aullar en la distancia, el crescendo de la tormenta
que se acercaba coincidía con los latidos de mi corazón. Los ojos de
Camilla se desviaron hacia los míos en señal de advertencia.
—¿Tienes que hacer eso? —preguntó, volviéndose hacia Santiago.
—Llámame sádico. —Se encogió de hombros y lo marqué para la
muerte—. Ahora, tenemos que coger un vuelo. —Puso la pistola
sobre la mesa antes de ajustarse las mangas.
Dejé escapar un gruñido casi inaudible, sabiendo que no podía
dejar que se la llevara. Mis músculos se tensaron mientras me
preparaba para arrancarme de la pared, pero me detuve cuando las
luces parpadearon. Todo el mundo se quedó helado mientras la
oscuridad crecía por todos los rincones, apagando las luces más
alejadas de nosotros.
Camilla me siseó:
—¿Qué haces?
—No soy yo.
Un gruñido profundo y despiadado salió por debajo de la mesa, y
un humo negro se enroscó en los bordes. La sala se silenció cuando
todos sentimos ese poder omnímodo surgir del suelo. El corazón me
dio un vuelco al sentir su sabor en el mío, casi rival del mío. La mesa
volcó con tanta fuerza que se estrelló contra el techo, haciendo caer
escombros sobre la habitación.
«Dianna».
Fue el único pensamiento que tuve cuando una gran bestia negra
y elegante se lanzó desde el suelo, toda dientes y garras, aterrizando
sobre Camilla. Ella gritó y su sangre salpicó la pared que estaba
cerca de mí. Los tentáculos verdes cayeron de mi cuerpo y me
deslicé por la pared, cayendo de pie.
Santiago me miró y sus ojos se abrieron de par en par mientras yo
me levantaba lentamente del suelo. Nunca había sentido la rabia
pura y ciega de despedazar a otra persona con mis propias manos
como cuando lo miré. Moriría gritando por lo que le había hecho. Su
garganta se estremeció una vez al leer la expresión de mi rostro.
Retrocedió, levantó las manos y palmeó una vez, desapareciendo de
la habitación en un destello de luz verde. Maldito cobarde.
Se oyó un grito estremecedor seguido de un fuerte crujido. Me
giré y me agarré al grueso pelaje de la bestia que Dianna llevaba
mientras mutilaba y arañaba a Camilla. La arranqué de un tirón y
una de sus enormes zarpas se abalanzó sobre mí, rasgando la camisa
y marcándome el pecho.
—A ella no. La necesitamos —grité mientras la lanzaba
separándolas. Sus garras se clavaron en el suelo, abriendo
profundos surcos en el suelo de mármol hasta que se detuvo. Sus
ojos rojos se clavaron en los míos antes de sisear. Un espeso mechón
de pelo negro se alzó a lo largo de su espalda mientras me enseñaba
los dientes en señal de desafío. Su mirada se clavó en algo que había
detrás de mí y su gruñido creció de repente. Más orbes verdes
parpadeantes entraron en la habitación, apuntando hacia ella.
Santiago se había marchado, pero su aquelarre se había quedado y
seguía planeando llevársela. La sangre le goteaba de la papada
mientras gruñía una vez más y corría a mi lado. Su velocidad era
cegadora, y me giré justo a tiempo para verla saltar sobre un brujo,
enviándolo a través de la puerta abierta y perdiéndolo de vista.
Tuve una fracción de segundo para intentar formular un plan
antes de que las gruesas ventanas de cristal que teníamos detrás se
hicieran añicos. Un chirrido hueco llenó la habitación cuando
aquellas enormes bestias aladas entraron volando. Moví el cuerpo
para proteger a Camilla.
Se desató el caos cuando las brujas que venían con Santiago
abrieron fuego. Las balas me hirieron en el costado, las piernas y los
brazos, lo que me enfureció aún más. Las armas mortales eran una
mera molestia más que algo dañino para mí. La reina bruja podría
ser otra historia. Un anillo vibró en mi mano cuando invoqué mi
escudo. Me cubría el cuerpo con el emblema de las tres cabezas de
mi padre en el centro. Me agaché con él en la mano y las balas
rebotaron en él. Recurrí a una fracción de mi poder y lancé mesas,
sillas y cristales en todas direcciones. Las brujas y algunas de las
bestias aladas cayeron, sangrando por los impactos de metralla.
Arrastré a Camilla del brazo, con los pies empapados de sangre
resbalando mientras corríamos. Fuimos al exterior y oímos el
estruendo de la detonación en el último piso. Olí las llamas y el
humo no tardó en llegar mientras todo el edificio temblaba. Las
luces parpadeaban y el agua caía del techo.
«Dianna».
Tenía que llegar hasta ella, pero primero tenía que ocuparme de
Camilla. Devolví el escudo a mi anillo y me volteé hacia ella. Mis
manos se iluminaron con un poder plateado mientras me agachaba
sobre su cuerpo ensangrentado. La luz bailó sobre su cuerpo,
curando los cortes y heridas que le había causado Dianna. Siseó de
dolor y su mano libre se aferró a la mía mientras sus heridas se
cerraban.
—Me ayudaste con el libro, así que cumpliré nuestro trato. Coge a
los más cercanos y abandona esta isla. Tengo que ir a buscar a
Dianna.
Sonaron rugidos detrás de mí y giré, poniéndome en pie mientras
levantaba la mano. Unas líneas plateadas cobraron vida a lo largo de
mi antebrazo. Disparé una bola de energía pura hacia las bestias que
venían a atacarnos desde la puerta abierta. Se desintegraron, sus
cuerpos se redujeron a cenizas y volaron por los aires entre un
suspiro y el siguiente.
Sentí un tirón en la manga y miré a Camilla. Me estaba utilizando
como palanca mientras luchaba por ponerse de pie. Cuando por fin
lo consiguió, las piernas le flaqueaban y apoyó una mano en la
pared más cercana.
—Ella se preocupa por ti. Tendrás que recordarlo para superar lo
que él ha planeado.
No entendí muy bien lo que intentaba decirme, pero asentí.
—Creo que podrías haber arruinado eso.
—No —sacudió la cabeza con una pequeña sonrisa llena de
sangre—, solo hice que se diera cuenta.
Un grito resonó en la habitación, el sonido atravesó el ruido de la
batalla. Levanté la vista cuando un hombre fue lanzado desde el
balcón y aterrizó con un ruido sordo y húmedo. Cuando me volví,
Camilla ya no estaba.
Volví a entrar en la mansión justo cuando una gran explosión
sacudió el edificio, las llamas lamían el techo mientras una gran
nube de humo bajaba por las escaleras, los monstruos chillaban de
terror y dolor.
«Dianna».
Me giré, protegiéndome los ojos del espeso resplandor
anaranjado. El follaje del exterior ardía y varias personas, amigas o
enemigas, no sabría decir, corrían envueltas en llamas. La gran
mansión volvió a temblar, la explosión fue seguida de un chillido de
dolor y una maldición. Estaba herida. No dudé, no pensé mientras
saltaba a través de varias toneladas de mármol y ladrillo,
aterrizando en el último piso. Tuve una fracción de segundo para
pensar en invocar la espada de Oblivion, pero no podía arriesgarme,
no aquí. Apreté los dedos cuando invoqué el arma de plata en
llamas y la empuñé con más fuerza mientras intentaba entrecerrar
los ojos a través del humo nebuloso.
—¡Dianna! —grité—. ¿Dónde estás?
El movimiento vino de mi izquierda, el latido del corazón de la
criatura antinatural mientras blandía mi espada. La cabeza de la
bestia cayó al suelo despidiendo un olor nauseabundo. Varios más
aparecieron entre el humo, obviamente buscándola. La habían
perdido. Me vieron y atacaron sin pensárselo dos veces. Me lancé y
me deslicé por el suelo cubierto de ceniza, cortándoles las piernas a
la altura de las rodillas. Chillaron al caer. Con un movimiento suave,
me levanté y apuñalé a los tres en el cráneo, uno por uno.
Un momento después, sus cuerpos coincidían con el hollín del
suelo. El sonido de una pelea en el pasillo me hizo volverme. Sin
molestarme en pensar, eché a correr y me detuve en una gran
habitación con muebles volcados. El gran estudio estaba a oscuras y
el suelo estaba cubierto de velas. Las gruesas cortinas ondeaban al
viento mientras las bestias aladas luchaban contra una criatura
mucho más hábil y rápida que ellas. Ya estaban muertas, solo que
aún no lo sabían. Las sombras aparecían y desaparecían
golpeándolas con puñetazos y patadas.
«Dianna».
Las desmembró metódicamente, alas, brazos y piernas volaron
por la habitación. Las cabezas rodaron, sus negros dientes
rechinaron y sus ojos carmesí se abrieron de par en par. La sangre
salpicaba el suelo, el techo y las paredes. Fruncí el ceño. Estaba
impresionado, pero siempre lo estaba con ella. Después de todo, no
necesitaba mi ayuda.
El edificio volvió a temblar y me agarré al marco de la puerta para
estabilizarme. Podía oír cómo se doblaba y desgarraba la
infraestructura. Sabía que la mansión estaba a punto de
derrumbarse.
Un aliento caliente me hizo cosquillas en la nuca. Giré, incliné la
espada hacia arriba y corté la cabeza de otra bestia. Su cuerpo se
desplomó en el suelo cuando completé mi giro.
Dianna salió de las sombras, el traje sastre de encaje color crema
que llevaba estaba cubierto de sangre y suciedad. Levantó la mano
con garras y se limpió la sangre de la boca con el dorso. Sus ojos
eran pozos de rabia carmesí mientras se centraba en mí. Por un
momento, yo, cazador de bestias y destructor de mundos, le temí.
—Dianna —dije su nombre como un susurro, una súplica.
—¿Qué? —La única palabra era aguda y llena de ira.
Le tendí la mano.
—El edificio está a punto de caer. Vámonos de aquí.
Miró mi mano extendida como si le estuviera ofreciendo leche
agria. Se dio la vuelta, con el labio torcido por el asco. No tuve
tiempo de responder a su repulsiva respuesta, pues oí el grito de
muchas más de aquellas bestias que venían hacia nosotros.
—Destructor del Mundo. —El siseo me sacudió los nervios y me
giré. La sala estaba envuelta en llamas, las siluetas demoníacas de
las criaturas en la habitación llena de humo. Sonreían y chasqueaban
los dientes mientras atravesaban ilesas el fuego. Por supuesto,
habían nacido de Kaden, y los poderes de Dianna también
procedían de él.
Dianna dio un paso adelante, apuntando al pasillo, con las garras
extendidas y dispuesta a luchar. La agarré por la cintura y tiré de
ella contra mí, atravesando el techo. Le acerqué la cabeza con la
mano para que no sufriera la mayor fuerza, pero aun así emitió un
sonido sordo cuando atravesamos las vigas de soporte del techo.
El cielo nocturno nos saludó durante una fracción de segundo
mientras me dirigía al abrigo de la selva. Mi visión se aclaró a
medida que nos alejábamos del edificio en llamas. Nos dejé caer en
el suelo de la selva con un fuerte golpe. En cuanto nuestros pies
tocaron el suelo, ella me empujó. Tropecé hacia atrás, no esperaba
tanta fuerza, pero rápidamente me enderecé. La agarré del brazo y
la atraje hacia mí con demasiada fuerza.
Dianna se golpeó contra mi pecho y balbuceó:
—¿Qué estás…?
Le tapé la boca con la mano y miré hacia atrás. Señalé hacia arriba,
oyendo a las bestias gritar y aletear por el cielo mientras salían de la
mansión en llamas en busca de nosotros. Retiré lentamente la mano
de su boca antes de llevarme el dedo índice a los labios, haciéndola
callar. Sus ojos seguían siendo fuego carmesí mientras me miraba,
pero no habló.
Levanté un brazo lentamente, la energía cayendo de mí en
pequeñas olas. La temperatura bajó y el viento se levantó
lentamente, la niebla se deslizaba desde todas direcciones, lo
bastante espesa como para confundirlas y ocultarnos. La niebla
cubría el bosque que nos rodeaba. Los truenos resonaban cerca, la
tormenta que había provocado al verla herida, ahogando cualquier
sonido de conversación. Ahora no podrían encontrarnos. Miré a
Dianna y solté mi brazo.
—Bien, ahora podemos… —Se apartó de mí con fuerza suficiente
para hacerme retroceder el hombro.
—No me toques. —Giró y se alejó—. No me toques nunca. —Sus
zapatos se hundieron en el suave y denso suelo mientras
prácticamente huía de mí.
—Dianna. ¿A dónde vas? —la llamé.
Lanzó las manos al aire, el trueno que nos rodeaba cubrió sus
gritos.
—¡Oh, no lo sé! Tal vez encuentre una forma de salir de esta
maldita niebla que hiciste, y entonces saldré caminando de esta
jungla, ¡ya que no puedo volar muy bien con esas malditas criaturas
alrededor!
Casi tropiezo con una gruesa enredadera mientras la seguía. Los
relámpagos danzaban por el cielo.
—¿Puedes esperar? No sé moverme por aquí.
—Genial. Quizá te pierdas.
Resoplé.
—Eso fue grosero.
—En serio, no me importa, Liam.
Me detuve en seco, sin disimular el veneno en la voz.
—Comprendo tu hostilidad. Consumir aumenta las emociones
Ig'Morruthen, y supongo que como hace tiempo que no participas,
tu cuerpo está en sobrecarga sensorial.
Giró, y el movimiento brusco casi la hizo deslizarse en el suelo
resbaladizo. Sus brazos se agitaron mientras luchaba por recuperar
el equilibrio. Una vez que se estabilizó, me miró fijamente y casi
siseó al decir:
—Sí, Liam, dame una maldita lección de historia mientras
estamos atrapados aquí. Cuéntame más cosas sobre mí. ¿Sabes qué
más no te han contado tus estúpidas y prestigiosas enseñanzas? Que
tenemos sentimientos, mierda. No seré un peón para ti, para Kaden,
para nadie. ¿Entiendes? Tienes tanta suerte de que no pueda volar
ahora mismo sin arriesgarme a que me descubran porque, que los
dioses me ayuden, te dejaría muy rápido. Me llevaría a Gabby, y
nunca me volverías a ver.
Sus palabras me escocieron y el corazón me martilleó en el pecho.
¿Dejarme? No me gustaba cómo sonaba ni el hecho de que lo
hubiera pensado.
—Te encontraría —resoplé más que nada para disimular el dolor
que de pronto hizo que se me cayera el estómago y se me apretara el
pecho.
Echó la cabeza hacia atrás, con la misma cara de asco que antes.
—¿Qué tal si te preocupas por ese estúpido libro que tanto te
gusta?
Me encogí de hombros, cruzándome de brazos mientras ella
seguía alejándose furiosa.
—Hicimos un trato, Dianna. No puedes dejarme, ni romperlo, a
pesar de tu mal humor.
Vi cómo apretaba el puño y su mirada se volvía mortífera.
—¿Mi mal humor? Tienes mucha suerte de que no pueda lanzarte
una bola de fuego a la cabeza ahora mismo.
—Escucha, sé que la sangre fresca en tus venas te tiene…
—¡Esto no tiene nada que ver con eso! —prácticamente gritó.
—¿Entonces qué es? ¿Es por tu amiga, Camilla?
Sus ojos carmesí se entrecerraron hasta convertirse en rendijas, y
en ese momento temí que me incinerara allí mismo.
—¿Amiga? ¡Ja! —ladró una risa burlona—. Es más tu amiga ahora
que prácticamente le has hecho la garganta profunda —espetó una
vez más antes de darse la vuelta, adentrándose en el bosque. Estuvo
a punto de resbalar de nuevo y se agarró a una rama cercana para
estabilizarse.
La mezcla de sus palabras me confundió durante un breve
segundo antes de que cayera en cuenta. Fue entonces cuando lo
comprendí y sentí un gran alivio. Temía haber destruido lo que
había entre nosotros, pero Camilla tenía razón. Si Dianna hubiera
acabado de verdad conmigo, se habría marchado a pesar de sus
amenazas o del peligro. En lugar de eso, me estaba escupiendo.
Estaba enfadada, pero no había terminado. Sacudí la cabeza, pero no
fui tan estúpido como para mostrarle mi diversión o alivio. No
quería dejarme. Solo estaba enfadada porque había besado a
Camilla. No me moví ni un milímetro mientras la llamaba,
cruzándome de brazos.
—Te ves absolutamente ridícula en tu intento de alejarte.
—¡Bueno, siempre te ves ridículo!
Le respondí:
—Tu refutación es la de una niña.
Se detuvo, giró sobre sí misma y volvió hacia mí. Las llamas
estallaron alrededor de sus manos y las cerró en puños. Sin
detenerse, me lanzó la bola de fuego a la cabeza. Me agaché y las
llamas pasaron zumbando junto a mi cabeza. Seguí esquivando
mientras ella lanzaba no una, sino dos más. Chisporrotearon y
murieron al chocar con el húmedo suelo del bosque.
—¿Acabas de llamarme niña?
Le sonreí con satisfacción, sabiendo que se lo tomaría como el reto
que era.
—Es como estás actuando.
Sus ojos se entrecerraron, las llamas que aún envolvían su mano
resonaban en sus iris carmesí mientras levantaba la mano y se
señalaba la frente.
—Perdona, ¿a quién acaban de disparar en la cabeza mientras
estabas ocupado metiéndole la lengua hasta la garganta a Camilla?
Me dolía el pecho al recordar el ruido, su cuerpo cayendo y la
sonrisa de Santiago. Había sonreído como si disparar a una mujer
atada fuera algo de lo que sentirse orgulloso. Lo pagaría muy caro
en cuanto le pusiera las manos encima, pero antes de llegar a eso
tenía que ocuparme de sus celos y su dolor.
—Santiago perecerá por lo que te hizo, y no hubo —hice una
pausa no queriendo mentirle—, hubo muy poca lengua. Y para tu
información, me mostró dónde está nuestro próximo objetivo.
Cruzó los brazos sobre el pecho y las llamas de sus manos se
extinguieron. Apartó la mirada mientras el dolor retorcía de nuevo
sus hermosas facciones.
—Qué bonito. Me alegro de que su sesión de besos nos haya
ayudado a resolver un enigma. Felicidades. ¿Quieres un premio?
—¿Por qué estás tan molesta?
Su cabeza se giró hacia mí, avanzando una vez más.
—¿Molesta? ¿Por qué estoy molesta? La elegiste a ella antes que a
mí, ya sabes, a tu actual compañera. Podrías haber escapado de su
control. Eres más que lo suficientemente fuerte, pero no, tuve que
recibir un disparo, varias veces debo añadir. Y en cuanto intento
matarla, me lanzas como si… —se detuvo, casi ahogándose con las
palabras. Ahora estaba a unos metros de mí—. Como si yo no
significara nada cuando soy yo quien arriesga mi vida, mis amigos y
mi única sangre para ayudarte. Debería haber dejado a Logan en esa
maldita calle en llamas y haber matado a Kaden yo misma.
Se dio la vuelta una vez más, alejándose a pisotones, y esta vez no
la seguí. Aparecí delante de ella, agarrándola de los brazos y
haciendo que se detuviera.
—Oye, no elegí a nadie antes que a ti.
Sus ojos volvieron a brillar.
—Suéltame.
Lo hice, pero ella no se apartó, así que continué:
—Dianna, ella me mostró visiones cuando me besó. Me mostró
cuál es nuestro próximo movimiento. Ha estado trabajando
encubierta como tú todo este tiempo. Eso es todo y la única razón
por la que realmente me besó.
Me miró por debajo de las pestañas, con el dolor aún
ensombreciendo el fondo de sus ojos.
—¿Por eso trajo a Santiago?
—No puedo asegurar eso. Lo que sí sé es que prometo
desmembrar a Santiago la próxima vez que nos crucemos, y sabes
que cumplo mi palabra.
Se quedó callada un momento, y estuve medio tentado de dar un
paso atrás, temiendo que me incendiara. Sabía que su temperamento
seguía presente. Podía sentirlo.
—No —dijo ella, cruzándose de brazos y mirando hacia otro lado.
—¿No?
—Quiero descuartizarlo —lo dijo con tanta calma que sonreí. Ella
seguía sin mirarme, solo mantenía la mirada fija en la distancia.
Extendí la mano con cuidado y le quité una de las varias hojas que
cubrían su pelo.
—Hablaremos de ello.
Dianna miró mi mano antes de apartarla con una ligera palmada.
—No me toques, y no intentes ser amable conmigo ahora. Tienes
el aliento de Camilla.
Mi sonrisa creció cuando ella pareció perder parte de ese intenso
fuego.
—No veo el gran problema. No es peor que el flirteo constante
entre Drake y tú o las risas que comparten por chistes que no
entiendo. Al menos he reunido información.
Inclinó la cabeza y sus ojos recorrieron los míos.
—¿Eso es lo que era? ¿Una venganza? ¿Intentabas ponerme
celosa?
La forma en que formuló la pregunta hizo revivir terminaciones
nerviosas que no había utilizado en siglos. Era más suave que el
tono que solía emplear conmigo, y la parte de mí que había
silenciado para sobrevivir gritó despierta.
Cuando había reaccionado con disgusto ante la idea de besarme,
me había dolido. Nunca me habían rechazado, y tal vez fuera solo
ego, pero tenía la sensación de que era algo más que eso. Ella no
sabía cuánto había deseado que fueran sus labios los que estuvieran
bajo los míos. Todavía podía saborear la mancha roja del pintalabios
de Camilla en mi boca, y quería borrar todo rastro de ella con el
sabor de Dianna. Era un intenso deseo ardiente que desgarraba mi
propio ser.
—¿Estás celosa? —pregunté y una parte de mí rezó a los dioses
antiguos para que la respuesta fuera afirmativa.
Dianna se acercó un paso sin parecer darse cuenta. Su cuerpo
estaba a pocos centímetros del mío, su aroma se imprimía en mi
mente con cada respiración. Estábamos demasiado cerca, y no solo
físicamente, sino también mentalmente. Ella consumía mis
pensamientos, haciéndome sentir y cuestionar todo.
Su voz era un susurro jadeante que nunca había usado conmigo.
—¿Quieres que lo esté?
La respiración de Dianna se entrecortó y su mirada se posó en mis
labios. Movió su lengua y dejó brillando la curva de su labio
inferior. Me moría de ganas de aceptar su invitación, de saborear su
tacto y su gusto hasta que solo su aroma permaneciera en mi piel.
Quería hacerla mía.
No sabía nada de amor, pero sabía que la quería, la necesitaba y
soñaba con ella. Era lo más inapropiado e irresponsable que podía
desear para mí. Solo quería sentir y una sola caricia suya encendía
mi cuerpo. Quería sus manos en cada parte de mí, y lo deseaba más
de lo que jamás había deseado nada en mi vida. Era el deseo más
egoísta del mundo, pero la deseaba más que a una corona, más que
a un trono, más que al aire. Tenía la confirmación de que el Libro de
Azrael existía y la amenaza de guerra se cernía sobre mí, pero todos
mis pensamientos se centraban en Dianna. Camilla tenía razón. Ella
me había seducido. Más que eso, ella era mi dueña y ni siquiera lo
sabía.
Me acerqué un poco más y levanté las manos para acariciarle la
cara. Mis dedos rozaron su oreja y mi pulgar rozó su mejilla
mientras me inclinaba hacia ella. Sus labios se separaron
ligeramente cuando bajé los míos y me quedé inmóvil. Su cuerpo se
estremeció y sus facciones se contorsionaron de dolor. Sus cejas se
fruncieron y la boca se le llenó de sangre. Bajó la mirada y yo la
seguí, viendo las largas garras curvadas que le atravesaban el torso.
Levanté la cabeza y miré fijamente los ojos rojos como la sangre, de
uno de los Irvikuva. Me sonrió triunfante, mostrando una boca llena
de dientes negros y puntiagudos.
—¿Liam? —borboteó.
Fui demasiado lento, las yemas de sus dedos rozaron los míos
mientras ella era arrastrada hacia la espesa maleza y se perdía de
vista.
CAPÍTULO 39
Liam
«Mierda». La palabra que Dianna utilizaba con frecuencia pasó
por mi mente. Había estado tan distraído que no había percibido a
la criatura hasta que fue demasiado tarde. Mi cabeza palpitaba
mientras las imágenes de mis pesadillas aprovechaban para asaltar
mi mente. Había sangre, tanta sangre, en su pecho, sus cenizas. No,
no podía morir, no moriría. Desgarraría el tejido mismo de este
mundo en átomos.
—¡Liam!
Dianna gritó mi nombre y su sonido resonó en el bosque, lo que
me impulsó a correr más deprisa. Su voz se llenó de dolor y rompió
algo dentro de mí.
«Planea hacer pedazos a todo el mundo para recuperar lo que es
suyo. Lo entiendes, ¿verdad?»
Las palabras de Ethan resonaban en mi cabeza mientras
atravesaba el bosque a toda velocidad.
—¡Dianna! ¿Dónde estás? —grité, espantando a los pájaros de los
árboles en racimos.
Árboles, arbustos, nada se interponía en mi camino mientras la
fuerza me atravesaba. Atravesé la jungla a una velocidad alarmante,
sin dejar a mi paso más que vegetación aplastada.
—¡Liam! —Volví a oír su voz desde mi derecha. Patiné hasta
detenerme, el suelo bajo mis pies se movió.
—¡Liam! —No, espera, ella estaba delante de mí.
De nuevo sonó mi nombre. Esta vez desde detrás de mí.
—¡Liam! —Esta vez vino de mi izquierda.
«No dejaré que la tenga».
«Espero que no porque si lo hace, no volverás a verla».
Sostuve mis manos alrededor de mi boca y grité:
—¡Dianna!
No oía más que animales despejando el bosque. Cerré los ojos,
reflexionando e intentando recordar todo lo que había aprendido
sobre cómo concentrarse. El fracaso no era una opción, por ella
podía hacer cualquier cosa. Ralenticé mi respiración, controlando
cada inspiración y espiración. El bosque volvió a quedar en silencio,
el chasquido de una rama sobre mí sonó como un disparo en el
silencio.
—¡Liam! —el grito fue seguido de una risa enfermiza. Mis ojos se
abrieron de golpe y se encontraron con los ojos rojos que brillaban
en la copa del árbol. Las garras se clavaron en la corteza del tronco
mientras la criatura descendía boca abajo por el árbol, como un
lagarto deformado. Sus alas, gruesas y pesadas, se abrieron y
cerraron mientras seguía sonriendo con los dientes cubiertos de
sangre. La sangre de Dianna.
—¡Liam! —Hice girar a otra criatura que salía de los arbustos por
detrás de mí, con las alas curvadas hacia atrás como si acabara de
aterrizar.
Podían imitar.
—¿Dónde está? —pregunté, con una voz que no era la mía y que
hacía vibrar los árboles que nos rodeaban. Los pájaros chillaron y
huyeron hacia el cielo nocturno mientras mi poder se desprendía de
mí. La primera criatura saltó del árbol y el suelo tembló con el
impacto de sus pies contra el suelo del bosque. Incliné mi cuerpo
para mantenerlas a ambas a la vista.
La bestia se alzaba sobre mí, su sonrisa demasiado grande y
dejando al descubierto los dentados dientes negros que goteaban
tejido.
—Demasiado tarde, Destructor del Mundo. Has vuelto a fracasar.
Ahora volvió con el amo. —Su tremenda cabeza se acercó, el hedor
de su aliento abrumador—. En pedazos.
Se rieron, con un sonido enfermizo. Las palabras me atravesaron,
despertando algo oscuro que había mantenido oculto durante eones.
«He oído que te arrastraría de vuelta en pedazos si tuviera que
hacerlo».
Su sonrisa se congeló de asombro y bajó la mirada, mirándose el
torso con confusión. Sin emitir sonido alguno, su cuerpo se
convulsionó. Retrocedió un paso antes de convertirse en polvo
negro y espeso.
No sabía que podía convocar la espada de Oblivion con tanta
rapidez, pero no tuve tiempo de pensarlo demasiado. Las líneas
plateadas grabaron mi cuerpo en patrones que se retorcían y
zigzagueaban hacia mi cara. La segunda criatura me miró y luego
observó la espada que sostenía. Un espeso humo negro y púrpura
rezumaba del arma. La espada no era de plata ni de oro como el
bastón que mi padre y los dioses guardaban. La mía era de
obsidiana pura. Una verdadera espada de la muerte.
La espada de Oblivion era la que había fabricado durante mi
ascensión. Su leyenda se había transmitido a través del tiempo. Una
historia contaba cómo acabé con los mundos y el arma que lo hizo
posible. Incluso los antiguos dioses le temían, y me había prometido
a mí mismo que nunca volvería a invocarla. Había pensado que no
había nada que pudiera obligarme a romper mi promesa, pero la
forma en que esas criaturas se habían burlado de Dianna, de su
dolor y de su destino me habían demostrado lo contrario. Lo
arriesgaría todo por Dianna. Sonreí y me desaté. Un movimiento de
mi anillo y una armadura plateada apareció en mi cuerpo,
cubriéndome de pies a cabeza. Atuendo de guerra y la guerra iría
por ella.
La criatura huyó hacia el cielo.
—Oh, no corras ahora. Acabamos de empezar. —La seguí,
disparando al aire detrás de ella. Chilló como un animal herido, su
miedo y pánico resonando en la noche. Me proyecté más lejos y más
rápido. Cuando me deslicé junto a ella, giré la espada hacia un lado
y la partí por la mitad. Sus gritos se apagaron y se convirtió en
cenizas.
Me quedé flotando, girando en el cielo, buscando mi próximo
objetivo, y fue entonces cuando la vi. A lo lejos, un penacho de
llamas anaranjadas estalló en la existencia. «Dianna». No lo dudé.
Impulsé mi cuerpo hacia delante, volando hacia ella a toda
velocidad. Mi único objetivo era salvarla, ayudarla.
Mi aterrizaje hizo temblar el suelo, sobresaltando a cuatro más de
aquellas horribles bestias. Partes de cuerpos medio quemados
ensuciaban la zona. Había luchado, y luchado bien, pero no era
suficiente. Estaba herida y en inferioridad numérica, pero ya no.
Las cuatro criaturas restantes arrastraban a Dianna, que pataleaba
y arañaba, hacia un enorme agujero en el suelo. Estaba encendido y
ardiendo, enviando un espeso humo negro hacia el cielo. Se la
llevaban a «él».
No.
Me echaron un vistazo y aceleraron. Sus poderosas alas se
abrieron y saltaron, tratando de llegar al agujero con ella. Lancé mi
espada, apuntando como una lanza. Atrapó a la que la sujetaba con
más fuerza, desintegrando a la criatura tras el impacto. Cuando
Dianna cayó, salté y volví a colocar la espada en mi anillo. Aterricé
con fuerza junto a aquel agujero ardiente. Dianna se aferró al borde
del pozo, gritando de rabia. Las tres bestias restantes se aferraron a
ella, haciendo todo lo posible por arrastrarla. Oí un estallido y un
desgarro cuando Dianna gritó una vez más, desafiándolas. Esa era
mi chica.
La agarré de las muñecas mientras las bestias le arañaban y
tiraban de las piernas. Ella maniobró, utilizando una de las patadas
que le había enseñado, y golpeó a una lo bastante fuerte como para
hacerla caer. Desapareció en el pozo.
Tiré tan fuerte como pude, sacándola de aquel agujero y
estrechándola contra mí. Sabía que la sujetaba con demasiada
fuerza, pero no estaba seguro de poder soltarla. Dos cabezas
monstruosas asomaron sus dientes, agarrándola con sus manos
llenas de garras, tratando de alcanzarla, decididas a terminar su
misión. La estreché contra mí mientras volvía a invocar la espada de
Oblivion.
—Cierra los ojos.
Asintió y enterró la cara contra las placas blindadas de mi
hombro, aferrándose a mí. Lancé la espada, volteándola y agarrando
la empuñadura. Me arrodillé y la clavé en el suelo con fuerza
suficiente para hacer temblar el terreno bajo nosotros. Unas venas
púrpuras y negras en forma de telaraña corrieron hacia la fosa,
matando todo lo que encontraban a su paso. La energía ardió hacia
delante, alcanzando a las criaturas. Sus ojos rojos se abrieron de par
en par antes de chillar. Mi poder las tocó y el polvo que quedaba se
lo llevó el viento. El agujero ardiente se agitó, el humo salió del pozo
cuando las llamas se cristalizaron y el portal quedó inactivo. Solté la
espada de Oblivion antes de que pudiera causar más daño y la
devolví a su éter.
Todavía arrodillada, acuné a Dianna con un brazo y la eché hacia
atrás para evaluarla a ella y a sus heridas. Utilicé la mano libre para
apartar con cuidado los mechones de pelo de su rostro
ensangrentado y desgarrado. Sus ojos me miraron fijamente:
—Ca… ba… lle… ro en bri… llan… te ar… ma… du… ra.
—¿Qué? —Sus palabras se vieron interrumpidas por los tajos en
su garganta, pero entonces una parte de mi cerebro radical hizo clic.
«Armadura». Todavía la llevaba. Con un movimiento del pulgar, la
armadura desapareció hacia mi anillo.
—¿Dónde estás herida? ¿Estás bien?
Negó con la cabeza mientras apretaba los dientes, con la boca
cubierta de sangre. Miré hacia abajo y me estremecí al ver las
gruesas marcas de garras y pinchazos que tenía por todo el cuerpo.
Tenía el brazo casi arrancado por el hombro. Le pasé las manos por
todo el cuerpo y vi los huesos de una pierna terriblemente
retorcidos.
Siseó, y me detuve, mirándola a la cara.
—¿Por qué no te estás curando?
—Irvi-kuva.
Por supuesto. Hechos de la misma sangre, por supuesto, podrían
herirla terriblemente.
Fui a desenfundar el arma encendida para ofrecerle mi sangre,
pero ella hizo un movimiento apenas perceptible con la cabeza y se
señaló la garganta medio desgarrada. Me moví y ella volvió a sisear
de dolor. Miré hacia abajo y me di cuenta de lo torcida que tenía la
cadera. Mi mente dio vueltas al ver las profundas heridas
desgarradas en su carne. Había supuesto que las heridas de nuestro
anterior altercado se curarían rápidamente gracias a su regeneración
mejorada, pero me había equivocado. Estaba gravemente herida y
sangraba mucho.
—Aguanta, ¿sí? Nos llevaré a un lugar seguro. Solo quédate
conmigo.
Intentó asentir, sin conseguirlo, mientras yo saltaba de nuevo al
cielo, casi desesperado por alejarme de aquel lugar.
CAPÍTULO 40
Liam
Aterricé en una subdivisión poco iluminada de un pueblo
llamado Chasin. Quería volar más lejos, pero podía sentir que ella se
me escapaba. Además, la mayor altitud del lugar y el encuentro con
la nieve me ralentizaron. Había estirado la mano, buscando
cualquier señal de poder celestial mientras surcaba el cielo. Había
encontrado al menos dos celestiales aquí. Sería suficiente refugio.
La pequeña ciudad estaba a la sombra de las montañas nevadas.
Había coches aparcados a lo largo de las calles empedradas y
pequeñas casas a ambos lados. Los árboles se elevaban en espiral
hacia el cielo, la nieve lo cubría todo y danzaba en el aire a nuestro
alrededor.
Dianna gimió y se estremeció entre mis brazos cuando
aterrizamos. Su sangre empapó mi frente y el miedo se apoderó de
mí cuando sentí que sus latidos se ralentizaban. Una parte de mí
sabía que no moriría, pero existía esa pequeña duda. ¿Y si estaba
equivocado y no conocía los verdaderos límites de su poder?
Concentré mi vista en cada casa, viendo si podía captar alguna luz
celestial. Sabía que había percibido algo. Mi visión cambió,
permitiéndome ver las formas de los mortales, con sus corazones
latiendo. Me detuve en una casa, cuya pareja resplandecía con la
firma cobalto de un celestial.
«Ah, ahí estaban. Perfecto».
Estaba en el porche en cuestión de segundos, sin molestarme en
caminar. Pateé ligeramente la puerta con el pie, temeroso de soltar a
Dianna ni un segundo.
Varios cerrojos chasquearon antes de que la puerta se abriera,
revelando a una mujer pequeña. A los mortales les parecería que
ella rondaba los ochenta, pero yo sabía muy bien que tenía unos
cuantos miles de años.
—Samkiel. —Su voz se entrecortó. Oí al otro ser de la casa
precipitarse hacia delante. Me miraron fijamente, con sus ojos azules
centelleantes.
—¿Podemos usar su casa, por favor? Mi… —Dianna gimió en mis
brazos, aferrándose a mí con más fuerza y yo hice una pausa para
que se me escaparan las palabras y lo que ella realmente significaba
para mí. Ella era mucho más de lo que estaba a punto de decir—. Mi
amiga está gravemente herida.
Asintieron, contemplaron la figura ensangrentada en mis brazos y
se apartaron. El calor de la casa nos envolvió en su abrazo, la
chimenea del fondo lamía los troncos humeantes. Pasé por el
pequeño salón y el caballero me guió hacia la cocina. Apartó los
objetos de la mesa mientras la mujer entraba con varias toallas y las
colocaba sobre el tablero. Acosté a Dianna sobre ellas, oyendo cómo
siseaba al tocarlas con la espalda.
—Lo siento.
Miré alrededor de la pequeña cocina en busca de algo que pudiera
ayudar.
—¿Tienes alguna hierba de nuestro mundo? ¿Algo guardado? —
pregunté, mirando entre ellos. La mujer se escabulló hacia una
estantería y empujó, dando paso a lo que parecía un pequeño
frigorífico. Lo abrió y descubrió varios tarros de cristal con poco
contenido. Cogió uno y se apresuró a entregármelo.
Hojas de Secctree. Eran de color amarillo verdoso y olían fatal,
pero aliviaban el dolor. Giré la tapa y arranqué una sola. Levanté la
cabeza de Dianna y se la llevé a los labios.
—Abre la boca, Dianna. Necesito que te comas esto. Es palpable
como esa creación de nubes de caramelo de colores que me diste. Te
ayudará con el dolor.
Lo intentó, pero no lo consiguió. Los músculos de la mandíbula se
tensaron. El corte era demasiado profundo. Moví la mano, incliné la
cabeza hacia atrás y le levanté la barbilla. Forcejeó débilmente. Sabía
que le estaba haciendo daño, pero no tenía otra opción.
—Sé que duele, y lo siento, pero si voy a curarte. Con los cortes
tan profundos se sentirá como ser desgarrado una vez más. Tengo
que hacerlo.
Sus ojos inyectados en sangre se encontraron con los míos, y pude
ver la aceptación en ellos y su cuerpo relajándose.
Acuné su cabeza un poco más arriba para que pudiera tragar sin
atragantarse antes de deslizar la hoja en su boca.
Cerró los ojos mientras la tumbaba suavemente sobre la mesa. Su
pantalón sastre era un desastre carmesí hecho jirones. Me remangué
y me volví hacia los propietarios.
—Tengo ropa que puede ponerse cuando se cure. —La mujer dijo
antes de agarrar suavemente el brazo de su marido—. Prepararemos
sus habitaciones.
Asentí con la cabeza.
—Gracias —dije antes de que salieran de la cocina y se perdieran
de vista.
Salieron de la cocina, sus pasos resonaban por el pasillo mientras
limpiaban o reorganizaban otra habitación.
—Esto va a doler y por eso, te pido disculpas.
Volvió a asentir levemente, sus ojos seguían cada uno de mis
movimientos. Apreté el puño y lo abrí un instante después, con la
luz plateada brotando de mi palma. Danzaba y se extendía en
pequeños latigazos de energía. Me quedé mirando sus pies
magullados y sucios, los zapatos que había llevado habían
desaparecido hacía tiempo. Dirigí la energía allí donde era necesaria
y los dedos de sus pies se movieron ligeramente mientras la piel
bajo mi mano se curaba.
Las luces de la cocina parpadearon varias veces mientras extraía
más energía de las fuentes más cercanas. La televisión y las radios
cercanas se encendían y apagaban, y la estática llenaba la habitación.
Seguí las líneas de sus espinillas, rodillas y muslos. Siseó cuando
varios de los grandes cortes de sus muslos volvieron a unirse. Un
fuerte crujido resonó en la habitación y ella se retorció de dolor
cuando la cadera volvió a su sitio.
—Lo siento, lo siento —murmuré, quitándole el pelo
ensangrentado de la cara. Se relajó y volvió a tumbarse sobre la
mesa. Me obligó a asentir brevemente y me enderecé, reuniendo
más energía para continuar. Mi mano siguió su camino justo cuando
se cortó la luz por completo, dejándonos a oscuras. Oí a la pareja
murmurar por el pasillo. Las luces del exterior parpadearon y
pronto toda la calle quedó a oscuras mientras yo atraía más energía
hacia mí. Pasé la mano por su bajo vientre y su abdomen. Su mano
se estiró y me agarró de la muñeca, y yo me detuve.
Los ojos de Dianna permanecían cerrados, pero pude ver el dolor
que intentaba ocultar. Inspiraba y espiraba lentamente, dominando
la ola de agonía. Esperé pacientemente, acariciándole ligeramente el
pelo con la mano libre, hasta que me soltó con una respiración
temblorosa. Volví a concentrarme y le pasé la mano por la caja
torácica, los pechos, la clavícula y la garganta, y luego subí hasta
asegurarme de que todos los arañazos y moratones de aquella cara
preciosa habían desaparecido.
La electricidad volvió a funcionar en cuanto recuperé la energía.
El ruido llenó la cocina mientras sonaba la televisión, la radio
continuaba con su alegre canción. Retrocedí un paso mientras ella se
incorporaba lentamente. Me miró y sus ojos se ablandaron antes de
mirarse a sí misma. Levantó los brazos despacio y los giró para
examinarlos antes de pasar a las piernas. Tragó saliva y volvió a
mirarme.
—¿Cómo te sientes? —Sabía que estaba demasiado cerca, pero no
podía obligarme a dar un paso más.
Se frotó las manos por los brazos.
—Están fríos pero enteros.
—Bien, bien. —Tenía tantas cosas que decir, pero no sabía cómo
ni por dónde empezar. Empezó a decir algo, pero se detuvo ante el
ligero sonido de pasos en el pasillo.
—Tengo listas las habitaciones de invitados. —La mujer sonrió
tímidamente mientras se retorcía las manos—. Hay un cuarto de
baño en ambas, no tan grande como al que está acostumbrado, mi
señor, pero suficiente. Ambas habitaciones están al final del pasillo e
intenté encontrar ropa que fuera suficiente.
Dianna respiró hondo y me miró una vez más, con expresión
indescifrable, mientras saltaba del mostrador.
—Gracias, señorita…
—Llámame Coretta.
—Gracias, Coretta.
Coretta sonrió de nuevo, juntando las manos delante de sí.
Dianna asintió mientras se arreglaba la ropa rota. Me miró una vez
más antes de alejarse por el pasillo y desaparecer de mi vista.

El espejo empañado de vapor me miraba mientras me apoyaba en


el pequeño lavabo. Alargué la mano hacia atrás y agarré la ropa
prestada: una camisa de cuadros que me queda bien y unos
pantalones grises de entrecasa. Me abroché la camisa y me volví
hacia el espejo.
Respiré hondo y me centré antes de estirar la mano hacia delante
y dibujar un círculo con los antiguos símbolos del espejo. Retrocedí
y observé cómo brillaba como si una pequeña gota hubiera caído en
un plácido estanque. Al instante apareció el rostro de Logan.
—Liam. Llevo horas llamándote. ¿Dónde está tu teléfono?
Me detuve, dándome cuenta de que hacía tiempo que no veía ni
tenía uno.
—No sé. ¿Qué ha pasado?
Se burló:
—Dímelo tú. Una parte de El Donuma está en llamas. Apareció
una extraña tormenta y luego un terremoto que se sintió hasta
Valoel.
Miré hacia abajo. La espada de Oblivion. No la había dejado en el
suelo por mucho tiempo, pero al parecer, fue suficiente para que se
sintiera tan lejos.
—Mierda.
Logan parecía sorprendido, con el ceño fruncido.
—¿Dónde aprendiste esa palabra?
Me pasé la mano por los rizos cortos y húmedos de mi pelo.
—No es importante. Kaden lanzó un ataque. Tiene bestias que son
versiones más pequeñas de las criaturas de las leyendas, incluidos
los dientes, las garras y las alas. Todo. Las envió por Dianna. Actué.
No me pidió más detalles, solo asintió.
—Así que ese es el poder que sentimos. Supongo que está a salvo.
—Sí.
—Bien. Su hermana puede ser pequeña, pero me temo que
intentaría despellejarnos vivos a todos si le pasara algo.
—Seguro que Dianna la llamará pronto. —Me froté un lado de la
cabeza.
Logan suspiró.
—Oh, gracias a los antiguos. Me gustaría recuperar a mi mujer.
Sigue robándomela todas las noches para ver esas películas
ridículas. Las oigo llorar en el salón y supongo lo peor. Pero me
dicen que es normal y que disfrutan… Es confuso. ¿Por qué a las
mujeres les gusta tanto llorar?
Negué con la cabeza, sonriendo mientras Logan despotricaba. Lo
vio y se detuvo.
—Estás sonriendo otra vez. Yo también lo noté en el castillo de ese
vampiro. Me alegro. Incluso vuelves a tener un aspecto decente. Has
engordado, lo que significa que estás comiendo.
Fruncí el ceño.
—¿Notaste mi falta de apetito?
—Me doy cuenta de todo, hermano. Solo me niego a que me
regañen por llamarte la atención por ello. A diferencia de Vincent y
la belleza morena con la que estás atrapado. —Sonrió, la imagen
parpadeó, y supe que no aguantaría mucho más—. Parece que esa
luz vuelve a brillar en ti. Es agradable.
—Sí.
Perdí la sonrisa y Logan se aclaró la garganta, obviamente
consciente del cambio en mi estado de ánimo.
—Independientemente de lo que haya pasado en El Donuma,
aquí no hemos experimentado nada ni remotamente del Otro
Mundo. Ni ataques ni actividad, parece que puede estar reservando
todo su poder y esfuerzos para ustedes dos.
Sentí un tic muscular en la mandíbula.
—Eso parece. Necesito que tú y los demás investiguen a dos
brujos, Santiago y Camilla. En cuanto encuentren algo sobre ellos,
háganmelo saber. Santiago dirigía un aquelarre en Ruuman. Vincent
probablemente sepa algo de él. Camilla dirigía uno en El Donuma.
—Dicho y hecho, señor.
Sacudí la cabeza y me levanté del lavabo.
—No me llames así.
—Mira eso, hasta tu lenguaje está cambiando. —Logan sonrió
satisfecho—. ¿Qué hay del libro? ¿Alguna pista?
—Sí, de hecho. La hija de Azrael vive.
Logan dio un paso atrás, con los ojos muy abiertos.
—De ninguna jodida manera.
Le sonreí.
—Ahora tu lenguaje.
—Oye, he estado en este avión más tiempo que tú. Sus palabras
son contagiosas. —Se acercó al espejo—. ¿Dónde está ella? Quiero
decir que Victoria sobrevivió, aunque Azrael no. Me imaginé que lo
habríamos sabido.
—Eso es lo que voy a averiguar.
Se pasó una mano por la cara.
—Esto lo cambia todo.
Se me hundió el estómago, sabiendo que cambiaba más de lo que
él podía imaginar.
—Sí, sí, lo hace.
—¿De verdad crees que puede acabar con el mundo?
Bajé la cabeza y di un paso atrás, agarrándome a los lados del
lavabo.
—No lo sé. Si mis visiones son exactas, entonces eso es lo que
pasará.
—Liam, tu padre dijo que eso es lo que podría suceder, no
siempre lo que sucederá. Incluso él tuvo visiones que nunca llegaron
a ser.
—Pero, ¿por qué con tanta fuerza? ¿Por qué se repite la misma
versión? Tiene que ser una señal. —Sentí que las palabras salían de
mis labios incluso cuando me volví hacia la puerta del baño. Podía
oír los latidos de su corazón desde aquí, y el resto del mundo
quedaba ahogado por ellos. Se había convertido en mi centro de
atención y no había podido evitar escuchar los sonidos de su
supervivencia. Había soñado con su muerte, y vi como esa bestia le
abría un agujero. Había sucedido, lo que significa que la parte del
fin del mundo también lo haría. Me volví hacia el espejo y el resto
del mundo volvió a mí. La televisión y los murmullos del piso de
abajo inundaron mis oídos. La puerta de un coche se abrió al final
de la calle y los sonidos del sueño de las casas cercanas sonaron con
fuerza en mis oídos.
Logan suspiró.
—¿Qué necesitas de mí?
—Transporte por la mañana. Un convoy que pueda pasar
desapercibido para donde tenemos que ir.
—Dicho y hecho.
Hablamos unos minutos más antes de cortar la conexión con la
promesa de conseguir un teléfono de verdad. Logan informaría a los
demás y yo había prometido informar a los del Consejo de
Hadramiel en cuanto tuviera ocasión.
CAPÍTULO 41
Liam
Mi mano permaneció levantada como si fuera a llamar. Era lo
mismo que había hecho en la mansión de los Vanderkai cuando no
podía dormir, pero me negaba a quedarme con ella. Dudaba por las
mismas razones. Las luces parpadeaban en el piso de abajo mientras
la pareja celestial preparaba lo que olía a té y se acomodaba para
pasar la noche. Dejé caer los nudillos y llamé ligeramente a la
puerta.
—Dianna.
—Estoy bien. —Oí el crujido de las sábanas y un resoplido.
No me molesté en esperar, una preocupación y un dolor oprimía
mis entrañas cuando abrí la puerta.
Vi brevemente sus ojos antes de que volviera a acurrucarse en el
grueso edredón. Encima tenía otra manta gruesa de piel sintética. Su
pelo oscuro sobresalía por encima mientras se acurrucaba sobre sí
misma.
—He dicho que estoy bien. —Fue su respuesta amortiguada.
—¿Qué te pasa? ¿Estás llorando?
—No.
Me adentré en la pequeña habitación y cerré la puerta en silencio.
Esta habitación, como la mía, era pequeña. Una cama ocupaba el
lado derecho con un pequeño cuarto de baño cerca y un armario a la
izquierda. No había más muebles ni sillas. Una ventana ocupaba la
pared más alejada, las cortinas transparentes no impedían ver la
nieve que caía, cubriéndolo todo con una gruesa capa de blanco.
Sentí una corriente de aire en la habitación. ¿Tenía frío?
—Dianna.
—He dicho que estoy bien. Vete a la cama. ¿No tenemos que
levantarnos temprano o algo así? ¿No es eso lo que tú y Logan
dijeron?
Me acerqué un paso más.
—¿Espiando a escondidas?
—La casa es pequeña.
Eché un vistazo a la habitación.
—Eso es, y hay corrientes de aire y también un mal tiempo. No
sabía que nevaba en esta época del año.
Era consciente de que estaba divagando como un loco, pero diría
y haría cualquier cosa para quedarme con ella. No me importaba lo
idiota que sonara.
—Estoy cansada, Liam. Vete a la cama. Podemos hablar por la
mañana —dijo, acurrucándose aún más en su capullo de manta.
Quería que me fuera. ¿Me estaba evitando después de todo?
Bien. Me acerqué al otro lado de la cama, levanté las sábanas que
ella se había puesto tan apretadas y me metí dentro.
Se volvió para mirarme, con los ojos apagados por el cansancio.
—¿Qué estás haciendo?
—Me dijiste que me fuera a la cama, y eso es lo que estoy
haciendo.
—Aquí no. Tienes la tuya.
—No quiero la mía. —Y no la quería. Necesitaba estar cerca de
ella. Casi la había perdido. ¿No se daba cuenta?
Una expresión de dolor cruzó su rostro mientras me miraba.
—¿No tienes miedo de lo que piensen tus preciosos celestiales?
«¿Así que de eso se trataba?».
—No. Y, además, tengo frío.
Se burló mientras se tumbaba lo suficientemente fuerte como para
que la pequeña cama temblara y crujiera.
—Los dioses no tienen frío.
Copié su posición, tumbado frente a ella. Cerca, pero no tanto
como para tocarla.
—Ah, ¿sí? ¿Así que conoces a muchos?
Vi cómo se encogía de hombros.
—Solo a uno muy molesto.
Mis labios se curvaron en una pequeña sonrisa. Aceptaría
cualquier ocurrencia que me lanzara con tal de que ella estuviera
bien.
—¿Llamaste a tu hermana?
Ella apartó la mirada.
—No.
—¿Por qué? —Eso me preocupó.
—No quiero que se preocupe y estoy demasiado cansada para
actuar como si estuviera bien esta noche.
Volvió a haber silencio durante un largo momento. El silencio
entre nosotros era lo que más odiaba. Quería arreglar lo que estaba
tan roto entre nosotros y, sin embargo, con toda mi fuerza y poder,
no sabía cómo. Ante mis ojos pasaron imágenes de nosotros en el
bosque antes del ataque. Cómo me hablaba, cómo me miraba y
cómo separaba los labios antes de que se la llevaran. Las palabras
que quería pronunciar burbujeaban en mi garganta y, sin embargo,
permanecían atrapadas allí. Intenté forzarlas, pero cuando hablé, lo
que dije no tenía nada que ver con lo que sentía.
—Probablemente deberíamos dormir un poco. Tenemos que salir
al amanecer. Logan está organizando espacio para nosotros en un
convoy mañana por la mañana. Estamos cerca de donde vive la hija
de Azrael, pero después de todo lo que ha pasado, ambos
necesitamos descansar.
Dianna me miró, sus ojos recorrieron mi cara como si esperara
que dijera algo más. No lo hice. Asintió y se apartó de mí, y me
maldije en silencio. ¿Qué me pasaba? Dianna no se parecía a nadie
que yo conociera. Me dejaba indefenso. Había matado a criaturas
del tamaño de estrellas y, sin embargo, esta mujer ardiente y
testaruda me ponía… nervioso. Necesitaba decirle lo que sentía,
pero primero tenía que averiguar qué era lo que sentía. Hice una
mueca, podía de oír la risa burlona de Cameron si alguna vez se
enteraba. Dioses, todos ellos.
Me pasé distraídamente la mano por la cara mientras miraba su
espalda. Se había envuelto en tantas mantas como pudo, dejándome
prácticamente sin nada. Levanté las mantas que tenía más cerca y
ajusté mi cuerpo a su espalda.
—¿Qué haces? —preguntó ella, con el cuerpo tenso.
—Me acerco a ti para entrar en calor. Te dije que tenía frío.
Resopló y soltó un aullido cuando mis pies tocaron la piel
desnuda de sus tobillos.
—Dioses, ¡qué frío estás! No estabas mintiendo.
Sonreí. No mencionaría que podía controlar mi temperatura
corporal. Era necesario que estuviera cerca de ella, y si eso
significaba una pequeña mentira por omisión, podía vivir con ello.
Cuando desapareció, me aterrorizó la idea de no volver a verla.
—No, no lo hacía.
Con un gran suspiro, volvió a acurrucarse contra mí. Me agarró
de la muñeca y tiró de ella, apretando mi mano contra su abdomen.
De la misma forma en que habíamos dormido antes en las noches
que mis temores me dominaban violentamente. La abracé, con la
cabeza hundida en el pliegue de su cuello, y conté cada latido, cada
respiración. Por primera vez en semanas sentí como la tensión
abandonaba mis hombros. Los antiguos hablaban de la paz absoluta
más allá de los mundos más allá de los reinos y cuando abracé a
Dianna la sentí. Paz absoluta. Un sentimiento que había estado
buscando durante tanto tiempo. Respiré su aroma mientras ella
parecía estremecerse a mi lado.
Demasiado cerca otra vez.
Demasiado cerca.
Me estaba permitiendo acercarme demasiado a ella de nuevo,
pero esta vez no me importaba. Mi cuerpo se relajó mientras
saboreaba la sensación de tenerla aquí, entera y no secuestrada. Casi
lo habían conseguido, casi la habían arrastrado hacia él y lejos de mí.
El miedo seguía estremeciéndome mientras levantaba la cabeza.
Tenía que asegurarme de que estaba bien.
La curva de su hombro quedó al descubierto por la ropa
demasiado grande, y le pasé la mano por encima mientras le movía
el pelo hacia un lado. Se estremeció y me detuve, temiendo haberla
herido. ¿Todavía estaba dolorida? ¿Estaba sensible? No sabía si
realmente la había curado del todo.
—¿Qué te pasa? —La preocupación afiló mi frente—. ¿Todavía te
duele? ¿Sigues herida?
—No. —Su voz sonaba como un susurro sin aliento—. Tus
anillos… están fríos.
El alivio me inundó.
—Mis disculpas. —Mis labios se curvaron en una pequeña sonrisa
de satisfacción. Una piel suave se encontró con mi dedo cuando lo
pasé ligeramente por su cuello, recorriendo la carne expuesta que
podía ver. Recordé sus lágrimas y su sangre. Me dolían el pecho y
las tripas, pero ahora estaba bien. Estaba a salvo. Su piel estaba
intacta, ya no tenía cortes en los hombros ni en la garganta.
—Lo siento si te lastimé cuando te curé.
Pude ver el borde de su sonrisa por encima del hombro. Era corta,
pero suficiente.
—Sabes, te disculpas mucho para ser de la realeza.
Mi sonrisa era genuina.
—No dejas de decírmelo.
Volvía a estar en silencio mientras acariciaba los pocos cabellos
sueltos en su mejilla. Examiné el borde de su cara. No había marcas,
ni magulladuras, ni agujeros de bala. Mi mente traidora me
proporcionó de buena gana el recuerdo del sonido de la pistola, su
caída y la sonrisa de Santiago. La muerte sería una bondad una vez
que acabara con él.
La cama se movió y ella se puso de lado, frente a mí. Le toqué el
hombro, acariciando el calor sedoso de su piel.
—Viniste por mí —dijo, mirándome a través de sus espesas
pestañas. Lo juro, me derretí—. Me salvaste incluso cuando no
tenías que hacerlo. Tenías la información que necesitabas. Podrías
haberme dejado para encontrar el libro, pero viniste por mí.
Me sorprendió su afirmación. Era una idea ridícula, y nunca había
sido una opción. ¿Quién la abandonaría? Aunque, dada la compañía
que había tenido antes, entendía por qué se lo cuestionaba.
—Nunca te abandonaría.
Una suave sonrisa adornó su rostro cuando levantó la mano y me
pasó ligeramente los dedos por el pelo. Ella había hecho lo mismo la
primera noche que me asaltaron los terrores y casi derribo el motel.
Levanté la cabeza en busca de sus caricias y me sujetó la cara con las
dos manos. Bajé la frente hacia la suya y cerré los ojos mientras
saboreaba la sensación. El aroma a canela de Dianna me envolvió y
me penetró por todos los poros. Su aliento se mezcló con el mío
cuando mi nariz rozó la suya. De repente me di cuenta de lo bien
que encajaba su cuerpo contra el mío y de que eso me mataría. Nos
quedamos en silencio, con el trauma de las últimas horas pesando
entre nosotros.
—Intenté luchar, pero eran demasiados.
—Lo hiciste perfectamente.
Sacudió la cabeza de un lado a otro, su frente se mecía contra la
mía y nuestras narices se rozaban.
—No, no, no lo hice. No soy tan fuerte
Abrí los ojos y me eché hacia atrás para acunar su rostro. Le rocé
los pómulos con los pulgares hasta que se encontró con mi mirada.
—Dianna. Te superaban en número. He visto caer a guerreros
curtidos y sanguinarios cuando los atacaban demasiados. —Busqué
esos ojos color avellana, feliz de ver que estaban curados y ya no
inyectados en sangre, sino enteros, puros y perfectos, como ella.
Resopló.
—No soy una guerrera.
—Sí, lo eres. Además de valiente, testaruda, grosera y volátil, eres
una de las personas más fuertes que conozco. Peleas conmigo en
todo. Lo cual es mucho decir, teniendo en cuenta que todo el mundo
tiembla cuando entro en una habitación. —Se rio entre dientes y
cerró los ojos—. Mírame. Habría que ser un tonto ignorante para no
pensar que eres alguien extraordinaria, Dianna.
Algo cambió en aquellos ojos color avellana cuando se cruzaron
con los míos. Fue algo pequeño, pero no por ello menos
estremecedor. Sus labios se inclinaron sobre los míos y me quedé
helado. Por primera vez en toda mi existencia, me quedé paralizado.
Su beso era ligero, tentador, y todo lo que no sabía que me faltaba.
Se apartó y me miró, sus dedos trazaron la línea de mi mandíbula.
Una lenta sonrisa maliciosa curvó sus labios.
—Todavía tienes aliento de bruja.
Algo se rompió, se enroscó y ardió en mí, y lo permití.
—Pues arréglalo.
Me moví y la metí debajo de mí. Nuestras bocas se juntaron con
fuerza suficiente para hacer temblar los cielos. No habría podido
explicarlo ni, aunque los mismos dioses me hubieran dado un siglo
para hacerlo. No había palabras para describir cómo se sentían los
labios de Dianna contra los míos, pero con aquel primer beso, mi
gravedad había cambiado. Puede que no tuviera palabras para
hacerle justicia a ella o a lo que estaba sintiendo, pero sabía que, si
ella me lo permitía, pasaría felizmente un milenio intentándolo.
Mis manos recorrieron las sedosas trenzas con las que había
soñado cada vez que me había permitido soñar. Tiré de ella para
acercarla más, con el cuerpo dolorido por una necesidad eterna que
nunca había conocido y que cobraba vida, suplicando ser saciada.
Todas mis terminaciones nerviosas se despertaron de repente y
gritaron.
Incliné la cabeza hacia un lado, profundizando el beso. Ella gimió
suavemente cuando mi lengua pasó por sus labios y bailó sobre los
suyos. Enredé las manos en su pelo, esperando que no se apartara,
esperando que no cambiara de opinión. Había besado y me habían
besado miles de veces en mi vida, pero nada comparado con esto.
Con la persona adecuada, un beso es mucho más que un beso. Era
puro éxtasis sin filtro. Una parte de mi alma había estado esperando
a esta mujer y un beso suyo me había deshecho. Una voz que no
podía ignorar insistía en voz baja en que ella era lo que me faltaba.
Ardía, gritaba y chillaba:
«Es ella».
«Es ella».
«Es ella».
Por puro instinto, levantó las caderas, apretándose contra mí. La
atraje hacia mí, nuestros cuerpos encajaban a la perfección y, por
primera vez en siglos, lo sentí. Esa vieja sensación familiar corrió
por mis venas.
La excitación, aguda, intensa y ardiente, me inundó y mi cuerpo
reaccionó con tanta fuerza que la cabeza me dio vueltas. Gemí
mientras ella me rodeaba con las piernas. Mis manos se posaron en
su trasero, empujándola contra mí y manteniéndola allí mientras la
apretaba. Gimió contra mi boca, su lengua bailando contra la mía, y
supe que movería los planetas para oírla una y otra vez. Me rozó la
nuca con las uñas mientras tiraba de mí para acercarme. Me chupó
el labio inferior antes de mordisquearlo, como si marcara como suyo
cada lugar que Camilla había tocado. La leve punzada de dolor hizo
que me doliera la polla y me hirvió la sangre, dejando atrás
cualquier parte crítica de mí. Quería, no, necesitaba más. Le acaricié
el pecho con reverencia a través de la fina tela de su camiseta. Mi
pulgar rozó con avidez su pezón mientras ella gemía, moviendo las
caderas con tanta fuerza contra mi creciente erección que casi me
corro allí mismo.
El sonido de pasos arrastrando los pies y un televisor que se
encendía de repente nos hizo separarnos. Miramos hacia la puerta y
luego volvimos a mirarnos mientras Dianna me empujaba
juguetonamente en el hombro.
—Haces demasiado ruido —susurró.
Me burlé, manteniendo la voz baja mientras me levantaba sobre
un brazo.
—¿Soy demasiado ruidoso? Tu eres demasiado ruidosa.
La sonrisa que me dedicó fue la primera verdadera que había
visto en semanas.
Miró hacia la puerta y luego volvió a mirarme, mordiéndose el
labio inferior hinchado por el beso. Mi mirada se clavó en su boca y
me sentí atraído de nuevo. Bajé la cabeza, pero su mano
apretándome el pecho me detuvo. Soltó una risita y dijo:
—Probablemente no deberíamos besarnos en voz alta en una casa
con superseres.
Asentí una vez, aunque cada fibra de mi ser se rebeló.
—Tienes razón.
—Quiero decir que ofrecieron su casa y nos ayudaron. Me parece
grosero mantenerlos despiertos porque eres demasiado ruidoso.
Vi ese brillo travieso en sus ojos mientras bromeaba conmigo.
Aunque hubiera querido, no habría podido evitar sonreír. Con ella
nunca podía.
—¿Yo?
Asintió con la cabeza mientras se deslizaba por debajo de mí. La
sensación de su cuerpo deslizándose contra el mío me hizo contener
otro gemido. Sonrió con complicidad antes de girarse hacia la puerta
del dormitorio.
Me aclaré la garganta y dije:
—Quiero decir que es bastante grosero.
Me acomodé detrás de ella, rodeé su cintura con los brazos y la
atraje hacia mí. Dianna se contoneó mientras se acomodaba. Una
sacudida de placer recorrió mi cuerpo cuando la curva de su trasero
se frotó contra mi polla. Me tenía palpitando y apenas me había
tocado. Aquella mujer era pura maldad. Cerré los ojos y hundí la
cabeza en su cuello; se me escapó un leve gemido por el intenso
placer que me recorrió.
—Dianna.
—¿Hmm? —Me preguntó mientras se frotaba contra mí otra vez.
Mi mano voló inmediatamente a su cadera, poniendo fin a su
tortura.
—Chica mala.
—¿De qué estás hablando? Solo me estoy poniendo cómoda.
Le di una nalgada lo bastante suave como para no escocerle, pero
lo bastante fuerte como para que soltara un pequeño chillido.
—Sabes lo que haces —le susurré al oído mientras la agarraba con
más fuerza por las caderas.
—No sé de qué estás hablando.
Muy bien. Dos podían jugar a ese juego y me encantaban los
retos.
Mi mano se extendió sobre su cadera y las puntas de mis dedos
rozaron la camiseta extra grande que llevaba.
—Antes deseabas que no te tocara. ¿Sigue siendo ese tu deseo?
Su cabeza se volvió hacia la mía y su aliento me hizo cosquillas en
los labios.
La oí tragar saliva mientras me miraba. Se echó hacia atrás y me
acarició un lado de la cara.
—No.
—Muy bien. —Deslicé la mano bajo la fina tela de su camiseta.
Mis dedos se extendieron mientras los pasaba por sus costillas y
más arriba—. Pero tendrás que estar callada. Es una casa pequeña.
Su sonrisa se apagó lentamente y aquella boca perfecta se abrió
ligeramente cuando mi mano recorrió la curva de un pecho y luego
del otro, apretándolos con firmeza. Sus ojos se cerraron y sus
gemidos fueron más bien exhalaciones cuando le pasé los dedos por
los pezones, acariciándolos hasta convertirlos en pequeñas y
apretadas puntas.
Cambié de opinión. Su risa era mi segundo ruido favorito.
Apretó la cabeza contra mí mientras yo tiraba y pellizcaba un
pezón tras otro. Se apretó contra mí y volvió a gemir. Era un suave
susurro de lo que sabía que podía hacerle sentir. Un placer puro y
exquisito estallaba en mi interior cada vez que se movía contra mí,
cuando su trasero rozaba mí ya dolorida polla, y yo me deleitaba en
él. Pero no era mi placer lo que me interesaba esta noche. Solo
quería darle un poco de alegría entre todo el dolor que había
soportado a manos de Kaden, de mí, de cualquiera.
Giró la cabeza y acarició con su boca la línea de mi mandíbula, mi
cuello, cualquier parte que pudiera alcanzar, incendiando mi
cuerpo. Me agarró el pelo con los dedos y curvó aún más su cuerpo
hacia el mío.
—Sabes, antes no fui sincero —susurré, mi mano se deslizó por
debajo de su camiseta.
—¿Hmm?
—Tienes un trasero fenomenal. —Metí la mano por debajo de la
cintura de su pijama. Mi mano se curvó antes de que ahuecara una
nalga lo que provocó otro gemido más suave de ella—. Casi me
avergüenza admitir cuántas veces lo he mirado, he fantaseado con
él.
Empujó mi mano y su respiración se aceleró. Se me dibujó una
sonrisa en la cara. ¿Así que eso era lo que le gustaba a mi Dianna?
Le gustaba oír palabras tan seductoras como ella. Muy bien.
—¿Quieres saber por qué te evitaba? ¿Por qué no podía soportar
pasar otra noche a tu lado?
Sus labios se despegaron de mi cuello y su nariz rozó la barba
incipiente de mi mandíbula mientras me miraba. El ardor de sus
ojos iluminó la habitación y todo mi mundo. Asintió una vez, con la
mano apoyada en mi cara.
—Porque no podría tumbarme ahí, cerca de ti, y no desear estar
dentro de ti.
Introduje mi rodilla entre sus muslos y la levanté, abriéndola para
mí. Mi mano se sumergió entre sus piernas y ella jadeó cuando mi
mano la encontró más que húmeda.
—¿Todo esto es para mí, Dianna? —le pregunté mientras se ponía
aún más resbaladiza bajo mi mano.
Ella asintió desesperada, con los ojos entrecerrados mientras mis
dedos recorrían su entrada hasta su clítoris y viceversa. Sus caderas
se movieron conmigo antes de morderse el labio inferior. La acaricié
lenta y deliberadamente antes de meterle un solo dedo. Su coño se
apretó en torno a mi dedo mientras un gemido embriagador se
escapó de sus labios, mucho más fuerte esta vez.
—Shh. —Levanté la mano y le susurré al oído—. ¿Quieres
despertar a todo el vecindario?
No le di la oportunidad de responder y le metí el dedo hasta el
fondo. Ya estaba más que mojada, pero me moví despacio, sin
querer hacerle daño. No necesitaba más dolor. Ya había soportado
bastante. Se estrechó contra mi mano, parando brevemente cuando
saqué el dedo hasta la punta antes de meterle otro. Su cabeza cayó
hacia atrás y las venas de su cuello se hicieron visibles mientras
gimió con fuerza contra la mano que le cubría la boca. Se agarró a
mi brazo y me apretó la mano, suplicando más.
Mis labios rozaron la concha de su oreja.
—Se siente bien, ¿verdad?
Su respuesta fue amortiguada al gemir contra mi mano, pero el
apretón que sentí alrededor de mis dedos ante mi pregunta fue
respuesta más que suficiente.
—¿Te gustaría ver qué más puedo hacer, Dianna?
Asintió con la cabeza y sentí que mi poder irradiaba calor por mis
venas.
—Ya te he dicho antes, que puedo hacer que duela si quiero, pero
también puedo hacer que se sienta así.
Se quedó paralizada un instante al sentir aquella fuerza invisible,
como segundas manos, deslizarse sobre sus pechos. Sus ojos se
abrieron de par en par y se apretó con fuerza alrededor de mis
dedos antes de que sus ojos se entornaran cuando envié esa fuerza
invisible a su clítoris.
Quería ver si Dianna tenía el mismo punto sensible que mis
amantes anteriores. Curvé mis dedos dentro de ella, su mano se
apretó alrededor de mi brazo mientras bombeaba con más fuerza.
Un gemido profundo vibró contra mi mano mientras sus
movimientos se volvían febriles.
—Sí. —Mordisqueé la piel de su cuello provocando otro gemido
mientras hablaba—: Cabalga sobre mis dedos como cabalgarás sobre
mi polla cuando te tome bajo las estrellas.
Lo hizo, apretando el trasero contra mí mientras yo levantaba más
la rodilla, abriéndola más. Su cuerpo temblaba mientras la
penetraba con fuerza, mis dedos respondían a cada embestida,
empujando más dentro de ella. Mi magia acariciaba su clítoris,
lamiéndolo y chupándolo. Respiraba entrecortadamente contra mi
palma y me agarraba dolorosamente el brazo. Se arqueó contra mí y
su cuerpo se tensó cuando alcanzó el clímax y se liberó. Su cuerpo se
estremeció y se dobló contra mí. Las paredes de su coño se cerraron
con fuerza en torno a mis dedos mientras seguía extrayendo de ella
hasta la última gota de orgasmo. Su cabeza cayó en el pliegue de mi
hombro, mostrando el blanco de sus ojos mientras sus párpados se
agitaban. Contemplé atónito cómo una oleada tras otra de placer la
inundaba. Hambriento de más, volví a mover la fuerza contra su
clítoris, haciéndola gemir mientras otro temblor la desgarraba. Juré
que gritó mi nombre en la palma de la mano.
Era adictivo ver su placer y saber que era solo para mí.
Esperé unos instantes antes de retirar con cuidado los dedos de su
interior. Le besé el hombro y el cuello mientras le retiraba la mano
de la boca. Se hundió contra mí y giró la cabeza para mirarme.
—Nunca admitiré lo increíble que fue —jadeó—, tu ego ya es lo
suficientemente grande.
Sonreí y deslicé mi mano por debajo de los pantalones de su
pijama antes de subírselos.
—Eran solo mis manos. ¿Qué tan necesitada estás, mi Dianna?
Algo brilló detrás de sus ojos, su sonrisa se desvaneció
ligeramente mientras sus ojos buscaban los míos.
—¿Qué? —pregunté, esperando no haberla ofendido. Estaba
bromeando.
Ella negó con la cabeza.
—Nada.
La vi volverse completamente hacia mí. Ese brillo travieso tan
familiar iluminaba sus ojos. La agarré de la muñeca cuando sentí
que sus dedos buscaban la cintura de mis pantalones.
—Esta noche no. Tenemos que irnos temprano, ¿recuerdas?
Parecía confusa.
—¿Seguro? Solo me llevaría cinco minutos.
No pude evitar reírme.
—Dianna, si me tocas, te prometo que ninguno de los dos dormirá
esta noche. Apenas me aferro al control, y la primera vez que te
tome, no quiero que ninguno de los dos tenga que preocuparse por
estar quieto. —Le di un beso en la frente—. Duérmete.
Ella sonrió, volvió a sonreír de verdad mientras acomodaba las
manos bajo la almohada, debajo de su cabeza.
—Sí, su Alteza. —Cerró los ojos. La observé un momento antes de
coger la gran manta y cubrirnos con ella. Me tumbé frente a ella,
mirándola dormir. Escuché el rítmico latido de su corazón mientras
dormía.
Estaba a salvo y entera. Mis sueños se habían hecho realidad, pero
no la había perdido ni había muerto. Una parte de mi corazón
cantaba, sabiendo que estaba bien, mientras que otra se agitaba con
emociones que apenas reconocía. La observé dormir todo lo que
pude antes de que mis ojos se cerraran por la fuerza. Por mucha paz
que hubiera encontrado esta noche, las pesadillas seguían
apareciendo.
CAPÍTULO 42
Dianna
Descubrí que me encantaba despertarme con Liam. Especialmente
cuando me desperté primero y pude despertarlo llevándomelo a la
boca. Su polla me rozó el fondo de la garganta, y el sonido que
retumbó en su garganta hizo que se me derritiera el corazón. Me
agarró la parte de atrás del pelo con más fuerza y se mordió el labio
inferior para amortiguar sus gemidos.
¿Seguíamos en casa de los dulces celestiales que nos socorrieron?
Sí. ¿Me preocupaba lo más mínimo que nos oyeran? No. ¿Creía
Liam que podía darme orgasmos múltiples y que yo no le
devolvería el favor? Eso parecía.
Lo miré mientras deslizaba la lengua desde la base hasta la punta
de una larga y lenta lamida. Su mano libre estaba sobre su cabeza,
agarrando fuertemente el cabecero. Su mirada estaba centrada en
mí, el brillo plateado de sus ojos ardía intensamente desde debajo de
sus párpados entrecerrados.
Deseaba tener más tiempo para explorarlo. Quería encontrar cada
rincón que lo hacía gemir, descubrir qué pasaría si se perdía en el
deseo. Pero oía a los dueños de casa revolviéndose en la cocina y
sabía que nos quedaba poco tiempo.
Apreté la mano en la base de su polla y la acaricié. Mis dedos no
se juntaron mientras lo agarraba, maravillada por su tamaño. Lo
había visto antes en los sueños de sangre, pero ver y tocar eran dos
cosas muy distintas. Giré lentamente la mano, yendo de la base a la
punta y viceversa mientras lo observaba. Liam era absolutamente
hermoso, no podía evitar explorarlo, deslizando mi mano libre por
los planos de sus abdominales. Sus caderas se levantaron,
empujando su polla contra mi mano, y me sentí tan poderosa
haciendo retorcer a este dios.
—Voy a hacer que te corras muy rápido —susurré y me lamí los
labios. Gimió lo más bajo que pudo y su cabeza se hundió más en la
almohada mientras asentía—. Te prometo que la próxima vez haré
que dure más. Intenta no hacer ruido. —Me encantaba que
estuviéramos desarrollando nuestras propias bromas privadas,
profundizando la intimidad entre nosotros.
Esbocé una sonrisa diabólica antes de pasar la lengua por la punta
de su polla. Sus ojos plateados volvieron a mirarme mientras le
acariciaba la parte inferior de la polla con pequeños y cortos
lametones.
—Dianna. —Su voz era un gruñido bajo de impaciencia.
Me reí suavemente y cerré la boca sobre la cabeza de su polla. Con
una mano le acaricié la enorme polla y con la otra le masajeé
suavemente los huevos. Lo oí golpear la almohada contra su cara
mientras intentaba, sin conseguirlo, disimular su gemido. Ese
sonido, sabiendo que era yo quien lo provocaba, me volvió loca.
Aumenté el ritmo y sus caderas se movieron al mismo ritmo que las
mías. Ya no me sujetaba suavemente el pelo, sino que lo agarraba
con fuerza en el puño.
Gemí alrededor de su polla, enviando vibraciones a través de la
dura longitud que llenaba mi boca. Él respondió empujando con
más fuerza. Sentí que la punta me llegaba al fondo de la garganta,
pero no lo detuve. Quería más.
Liam gimió de nuevo y tuve la vaga idea de que ya no le
importaba quién lo oyera.
—Eso se siente tan jodidamente bien, mi Dianna.
«Mi Dianna».
Otra vez esa palabra. No sabía si era la posesividad que contenía o
la forma en que la decía, pero hizo que mi cuerpo se calentara. Sentí
que me ponía resbaladiza. Sabía que, si no terminaba pronto, no me
importaría quién estaba en esta maldita casa. Quería sentirlo dentro
de mí, y lo tomaría duro y rápido.
—Mírame. —Apenas reconocí su voz, pero sabía que nunca
podría ignorar la necesidad que había en ella.
Levanté la mirada. La almohada que tenía sobre la cabeza hacía
tiempo que había desaparecido.
—Eso es, nena. Eres tan jodidamente hermosa. Me encanta cómo
te ves cuando me chupas la polla.
Liam sabía lo que esas palabras me provocaban. Lo había
descubierto y lo utilizaría. Le acaricié los huevos por última vez
antes de agarrarle la polla con las dos manos. Apreté los dedos a su
alrededor, tratando de imitar lo que sentiría si me sentara a
horcajadas sobre él y lo llevara hasta el fondo. Quería mostrarle
cómo lo apretaría por cada palabra obscena que me susurrara.
Levantó las caderas y sentí cómo se estremecía. Su miembro se
hinchó, mis labios se estiraron alrededor de la polla y supe que
estaba cerca.
—Chúpame más fuerte. Por favor, nena, por favor.
Así lo hice, chupando con fuerza y deslizando la lengua por la
parte inferior de su pene mientras mis manos trabajaban a la par,
adorando su cuerpo. Saboreé su sabor y el placer que estaba
experimentando, deseando darle más.
—Estoy tan cerca —dijo con un gemido ahogado, su mano
agarrando mi pelo con más fuerza—. Estoy tan cerca. Ven aquí.
Gemí contra él, manteniendo el ritmo. Era tonto si pensaba que no
quería que se liberara en mi boca, en mi garganta. Quería
saborearlo. Debió de leer la intención en mi expresión, porque su
cuerpo se estremeció y las intrincadas líneas plateadas de sus
tatuajes recorrieron su piel. Permanecieron allí durante una fracción
de segundo, como si hubiera perdido el control de su forma.
Levantó las caderas y me agarró el pelo con las dos manos, echando
la cabeza hacia atrás hasta que noté cómo todo su cuerpo se tensaba
mientras se derramaba en mi boca. Mi nombre salió de sus labios en
un grito perfecto que sabía que ni siquiera una televisión podría
ahogar, pero que nunca olvidaría. Me quedé quieta y ronroneé
contenta, dejando que hasta la última gota escapara de él y se
vertiera en mí antes de tragar. Su respiración era agitada y su cuerpo
temblaba por las réplicas del placer mientras se relajaba contra la
cama. Le lamí el costado del pene, limpiando las gotas que se habían
escapado. Me agarró de los hombros y tiró de mí hacia arriba y lejos,
arropándome contra su costado mientras intentaba recuperar el
aliento.
Me reí.
—¿Hasta los dioses son sensibles?
—Mucho. —Sonaba tan gastado, tan relajado. Me gustaba este
Liam. En realidad, eso era mentira. Me gustaban todas las versiones
de él, incluso las gruñonas, aunque no debiera.
Me pasé el dorso de la mano por los labios, pero él me atrapó la
muñeca, deteniéndome.
—No me borres.
Mi corazón se encogió, pero resoplé y dije:
—Ahí está el mandón y arrogante hombre dios, y no, pero tengo
baba en la cara.
—No me importa. No vuelvas a hacerlo. —Me tiró sobre su pecho
y me dio un beso duro y rápido.
Sonreí contra sus labios.
—¿Esto nos convierte en enemigos mortales con derecho a roce?
—Frunció el ceño—. O supongo que amigos con derecho a roce.
Me miró como si le hubiera dado una bofetada. Me eché hacia
atrás, con las manos apoyadas en su pecho, para poder leerle mejor
los ojos.
—¿Amigos? ¿Como tú y Drake?
—Oh, em, no. Nunca he hecho algo así con Drake.
—Entonces no me asocies con él.
Volví a apoyar la cabeza contra su pecho.
—No lo hice. Estaba diciendo…
Lo que estaba a punto de decir murió cuando un timbre estridente
llenó la habitación. Miramos hacia la puerta cuando el sonido volvió
a sonar. Me di cuenta de que había estado sonando una y otra vez
durante toda la mañana, pero habíamos estado demasiado ocupados
para darnos cuenta. La realidad se apoderó de nosotros y aparté a
Liam, dejándole espacio para moverse. Se levantó de la cama y se
ajustó la ropa antes de abrir la puerta y atender el teléfono.
—Soy Logan. El convoy. Lo perdimos.
—Uy.

Me senté en la mesa del comedor con nuestros encantadores


compañeros de casa, metiendo otra rebanada de pan tostado en mi
boca. Coretta hacía las mejores tostadas del mundo y no me había
dado cuenta del hambre que tenía hasta que bajé las escaleras y olí
el desayuno. Su marido estaba sentado frente a mí, leyendo en una
tableta sobre el caos del que pude o no haber formado parte anoche.
El recuerdo de las garras arrastrándose por mi piel aún estaba
fresco y me estremecí. Estaba bien. Estaba viva y entera y no me
habían atrapado. Estaba bien.
—¿Cómo dormiste anoche? —preguntó Coretta, haciéndome
morder la lengua. Siseé, llevándome la mano a los labios. ¿Nos
habían oído? Quiero decir que Liam me había tapado la boca, pero
unos cuantos lametones en cierta parte de él y Liam prácticamente
se salió de la piel. Los ruidos que hacía eran mi nueva adicción
favorita y algo que quería volver a oír lo antes posible, pero no
quería hablar de nuestras actividades mañaneras con esta dulce
pareja.
—Bien —dije por fin. Las cejas de su marido se alzaron y una
sonrisa se dibujó en la comisura de sus labios, pero no me miró—.
¿Y tú?
Se apartó de los fogones y trajo un plato con huevos y salchichas.
—Muy bien, querida. —Me sonrió mientras se sentaba junto a su
marido y cogía su taza de café—. Estaba preocupada por ti. Esas
heridas eran profundas, y no puedo imaginar qué tipo de criatura
podría hacer eso. Había asumido que habían muerto con Rashearim.
Dolores fantasmales resonaron en mi cuerpo ante la mención de
aquellas garras clavándose en mi carne. El miedo que había sentido
al ser arrastrada de vuelta junto a Kaden me perseguiría durante
mucho tiempo. Antes de que pudiera responder, las escaleras
crujieron y unos pasos se acercaron. Como de costumbre, lo sentí
antes de verlo. Un escalofrío me recorrió la espalda, no por miedo,
sino por la necesidad primaria de tenerlo, de tenerlo de verdad.
Vino a mi lado, bloqueando mi visión periférica mientras se sentaba.
Ambos celestiales le sonrieron en señal de bienvenida mientras yo
seguía mirando como una idiota sin dejar de comer. ¿Era siempre
tan atractivo? El hambre volvió a despertarse en mí y no tenía nada
que ver con el desayuno que tenía delante.
Su mano se deslizó por mi espalda mientras se sentaba, y me
estremecí antes de apoyarme brevemente en ella. Después de la
noche anterior, me di cuenta de que la forma en que Liam
demostraba su afecto era sin duda el contacto físico, y él lo había
confirmado una vez más esta mañana.
—Gracias por dejarme usar su casa. Me disculpo por la repentina
emergencia.
—Por favor, es lo menos que podemos hacer. —Ella le sonrió—.
¿Encontraste el teléfono? Un mensajero lo trajo esta mañana
temprano.
Se sentó a escasos centímetros de mí, su muslo rozó el mío por
debajo de la mesa mientras esbozaba una pequeña sonrisa, fijándose
en el plato que le había preparado. Otro roce de su pierna fue un
silencioso agradecimiento antes de coger el tenedor sin pensárselo
dos veces. Era agradable verlo comer y sentirse mejor. Una extraña
sensación de satisfacción me invadió y me aterrorizó más que
cualquier otra cosa a la que me hubiera enfrentado. Liam podía
destruirme.
—Sí, lo recibí. Gracias por asegurarte de que lo tuviera. Tenemos
que salir pronto para alcanzar al próximo convoy. —Liam miró
hacia mí, tomando un sorbo del zumo recién exprimido. Un tácito
«ya que nos has hecho llegar tarde» flotaba en el aire mientras yo
asentía con la cabeza, sin avergonzarme lo más mínimo por lo de
esta mañana.
—Suena genial.
—Oh, mi señor, quería darles las gracias a ti y a ese dulce Vincent
una vez más por todos los preciosos regalos y dulces mensajes que
me enviaron.
Liam y yo la miramos mientras ella nos sonreía alegremente y su
marido hacía lo mismo.
—Sí —respondió él, tendiéndole la mano y agarrándola con
fuerza—. Nuestro hijo falleció, pero nos enteramos de lo heroico que
fue durante el ataque en Arariel.
Me obligué a tragar el trozo de tostada, ahora seco. Sus palabras
me golpearon por otra razón. Yo había sido la atacante.
Liam sintió mi inquietud y se aclaró la garganta, dedicándoles
una de esas hermosas y brillantes sonrisas.
—Sí, bueno, solo deseamos ayudar en lo que podamos. Solo sepan
que ahora está en paz en el Asteraoth.
El Asteraoth sonó a través de mí. El lugar más allá del tiempo y el
espacio. Donde van los muertos y nosotros nunca podríamos llegar.
Sonrió y se secó una lágrima perdida.
—Eso es todo lo que queremos para nuestro querido y dulce
Peter.
Mi rodilla se movió involuntariamente, golpeando la mesa con la
suficiente fuerza como para hacer temblar los platos. Liam me miró
con preocupación mientras la pareja me miraba.
—Lo siento —forcé una sonrisa, aunque se me revolvía el ácido en
las tripas—, dolor muscular remanente del ataque de anoche.
Espasmos raros.
—Está bien, querida, ¿por qué no te hago un té de hierbas antes
de que te vayas? Hace maravillas contra el dolor. —Se levantó, sin
darse cuenta, mientras se dirigía hacia la tetera. La rodilla de Liam
rozó la mía, igual que yo había hecho con él durante la cena en casa
de Drake. Fue un pequeño pero reconfortante roce que pareció
tranquilizarme. Vi cómo la madre del hijo al que no solo golpeé
hasta casi matarlo, sino que entregué al psicópata Alistair, me
preparaba té para aliviar mis dolores y molestias cuando le había
causado el mayor dolor de su vida.

Mis pequeñas alas emplumadas batieron a través del cielo. Estaba


lo bastante alto como para ver pero no ser vista, y la forma de pájaro
local que había adoptado me lo ponía fácil. Di una última vuelta y
aterricé en un claro fuera de la vista de la entrada del templo. Estaba
cubierto por kilómetros de bosque, pero enseguida vi al Destructor
del Mundo apoyado en un árbol. Volví a mi forma básica mientras
me acercaba y me detuve cerca de él.
—Ahora veo por qué los viejos dioses estuvieron a punto de
ganar. —Sus ojos me recorrieron con lo que parecía una expresión
de admiración—. Tus poderes son más que convenientes.
Liam se puso a mi lado mientras nos dirigíamos hacia el templo
donde se suponía que íbamos a encontrarnos con la hija de Azrael.
—Ah, ¿sí? ¿Quieres utilizarme? —Lo dije más como una broma
sugerente, pero creo que Liam no entendió el sentido del humor.
—Nunca —dijo, con voz dolorida—. Jamás sugeriría tal cosa. Te
aprecio. De verdad.
El corazón me dio un vuelco al oír sus palabras. Llámame
estúpida, pero nunca nadie me había hablado así. Nadie. O hacía lo
que se esperaba de mí o metía la pata y escuchaba sobre el tema sin
parar. Nadie me apreciaba.
—¿Algo? —preguntó al ver el templo. Estaba cubierto de musgo y
los turistas zumbaban a su alrededor, riendo y hablando.
Negué con la cabeza.
—No.
Una media sonrisa adornó su bello rostro.
—Te lo dije. Estás paranoica.
Le di una palmada juguetona en el hombro cuando nos
detuvimos al borde de los terrenos del templo, permaneciendo en
las sombras. Una mirada acalorada cruzó sus diabólicas facciones.
En ese momento, estaba convencida de que le gustaba que lo tocara.
—No es paranoia, pero no confío en que Camilla no prepare otra
trampa.
—No te pasará nada. —Su sonrisa se desvaneció mientras la rabia
helada volvía a colarse en sus ojos—. Otra vez no.
Una breve sonrisa cruzó mi rostro incluso cuando aquellos
dolores fantasmas sugerían lo contrario, incluso ahora que me
dolían, pero no se lo dije. Aparecieron imágenes de él cayendo al
suelo cubierto con la misma armadura que le había visto llevar en
las corrientes de sangre. Samkiel, el temido rey, había venido por
mí. Un auténtico caballero de brillante armadura. Me moría de
ganas de llamar a Gabby y contárselo. Le encantaría. Era todo lo que
sus películas y libros románticos juraban que era real.
Le dediqué una pequeña sonrisa y casi me sobresalté cuando un
grupo de turistas pasó junto a nosotros, sonriendo y haciendo fotos.
Estábamos frente al gran templo de Elcon, en el continente Nochari.
La estructura estaba hecha de piedras verdes talladas y se
encontraba en medio de otra selva, con enredaderas y vegetación
amenazando con reclamarla. Honestamente, mi conocimiento
histórico no era tan bueno, pero se construyó en memoria de la
fundación de esta área.
Me di una palmada en el brazo y otro cuerpo diminuto de
mosquito cayó al suelo del bosque. Me había quedado callada, pero
Liam también, lo cual no era nada terriblemente anormal. Habíamos
viajado durante varias horas en un espacio reducido y estrecho,
rodeados de toneladas de gente. Realmente nos había puesto
nerviosos. El trasiego constante y los choques con otras personas
habían sido incómodos, pero era el único convoy que podíamos
conseguir con tan poca antelación. Nos había hecho ropa adecuada
para las temperaturas más cálidas. Resulta que era un poder
bastante grande para tener cuando se viaja sin equipaje.
Suspiré y me crucé de brazos, soltando:
—¿Por qué Vincent o tú no les dijeron la verdad?
—Sabía que eso te había estado molestando.
Me volví hacia él.
—¿Por qué mentir?
No me sentía culpable. Sabía lo que era, aunque Gabby o Liam me
vieran de otra manera. Hice lo que tenía que hacer. Siempre haría lo
que fuera necesario para mantenerla a salvo. Pero una parte de mí
temía lo que él pensara de mí, y eso me asustaba más de lo que me
importaba admitir. No podía evitar preguntarme si se sentía
culpable por lo de anoche. No lo parecía.
—A veces una simple mentira es mejor que una dura verdad. La
verdad es que murió en batalla, pero esa es una mentira de Vincent,
no mía. No era consciente de la conexión cuando nos detuvimos
anoche, o te habría llevado a otro sitio.
—¿Por qué?
Me miró de frente y yo le sostuve la mirada, intuyendo que lo que
quería decir era importante.
—Porque has estado perdida en tu propia cabeza desde que
descubriste quiénes eran. Puede que no te conozca desde hace
mucho, Dianna, pero tienes un tic. Tu tic es ese silencio solemne que
te aleja de mí. El que me deja fuera.
—No me arrepiento, Liam. Lo sabes, ¿verdad? —Y no lo hacía—.
Haría cualquier cosa para mantener a Gabby a salvo. Lucharé para
destruir cualquier amenaza contra ella. Ella es todo lo que me
queda.
—Soy muy consciente —dijo, pero la preocupación seguía
creciendo en mis entrañas. Odiaba que de repente me importara
tanto lo que pensara de mí.
—¿Y cómo te hace sentir eso ahora?
Vi el momento en que se dio cuenta exactamente de por qué me
importaba tanto. El calor ardió en sus ojos, el deseo y la necesidad
desnuda en sus profundidades me sorprendieron. Se inclinó hacia
adelante, apoyando la mano en mi espalda baja y me atrajo hacia la
curva de su cuerpo. Su aliento me hizo cosquillas en la oreja
mientras susurraba:
—Si no estuviéramos tan preocupados por encontrar este libro, te
demostraría de siete maneras diferentes lo mucho que no afecta a lo
que siento por ti.
Mi corazón retumbó en mi pecho, una pequeña sonrisa traviesa se
dibujó en mi cara mientras rozaba con mis labios la curva de su
mandíbula, saboreando el roce de su barba contra su suavidad.
—¿Solo siete?
—Veamos primero cuánto puedes aguantar. —Lo sentí sonreír
mientras me tocaba el trasero con la mano, lo bastante bajo como
para rozarme el centro con los dedos. Grité y su risa me provocó
otra oleada de calor. Se levantó y se volvió hacia el templo, tirando
de mí hacia delante—. ¿Así que eso es lo que también te ha estado
molestando?
—No. —Suspiré—: Sí.
—¿Deseas que sienta algo por ti? No es como si no supiera ya de
lo que eres capaz.
—Lo maté o al menos ayudé. He matado a algunos de los tuyos.
—Y yo ayudé a acabar con todos los tuyos. —Sus brazos me
rodearon en un pequeño abrazo—. Ambos estábamos cegados por
una ignorancia voluntaria. He hecho cosas que desearía poder
borrar de mi mente, pero crecemos, aprendemos y lo hacemos
mejor. No te estoy excusando a ti ni a mí, pero sé hasta dónde
llegarías para proteger a tu hermana. Sé lo que Kaden te ha obligado
a hacer. Pareces creer que soy un ser puro y bueno cuando los dioses
antiguos me enseñaron a acabar con los mundos.
—Para mí lo eres.
Sentí su risita contra mi espalda y pude oír la sonrisa en su voz.
—Dianna siendo amable. ¿Te has puesto enferma?
—Cállate. Siempre soy un encanto —le dije, dándole un codazo
juguetón en las costillas—. Sabes, tú también tienes un tic, ¿verdad?
Su aliento me hizo cosquillas en la parte superior de la cabeza.
—¿Oh? Ilumíname.
—Eres un pateador.
—¿Qué quieres decir? —preguntó.
—Me di cuenta las primeras veces que compartiste la cama
conmigo. Las noches en que tus pesadillas eran peores, te movías y a
veces pataleabas. No tan fuerte como para hacer daño, pero es como
si intentaras huir de algo. Anoche también lo hiciste.
Guardó silencio durante un momento demasiado largo y temí
haber dicho algo equivocado.
—Pensé que mis sueños disminuirían, pero siento que solo han
empeorado.
—¿Las pesadillas?
Asintió, pero sentí que volvía a levantar esas paredes.
Me giré en sus brazos y lo miré.
—Liam. Háblame.
Su garganta se estremeció una vez y miró más allá de mí, fijando
la vista en el templo que teníamos ante nosotros.
—Mi padre, su padre y los que le precedieron tuvieron visiones.
Imágenes que predecían lo que sucedería. Se dice que mi bisabuelo
se volvió loco a causa de ellas, y ahora temo que yo también lo esté.
—¿Loco?
Asintió con la cabeza.
—Mi padre me contó cómo su abuelo se perdió al no poder
cambiar los horrores que pueden llegar a suceder, y ahora temo
estar yendo por el mismo camino al no poder conseguir que se
detengan. Me has ayudado enormemente, pero este nuevo sueño
parece ser uno que ni siquiera tu presencia puede penetrar.
Forzó una sonrisa que solo hizo que mis entrañas se retorcieran de
preocupación.
—¿Son los mismos que tenías en Morael?
Su respuesta fue un simple asentimiento.
—Mencionaste un sueño anoche. ¿Es el mismo? ¿Qué más pasa?
El dolor y el horror relampaguearon en sus ojos grises como si allí
se gestara una tormenta.
—No tiene importancia.
—La tiene si te molesta.
—Lo que me molesta es que sigamos esperando a pesar de que
fuimos nosotros los que llegamos tarde. —Un músculo le hizo tictac
en la mandíbula y supe que no quería seguir hablando de esto. Al
menos se había abierto más, pero me preocupaba lo que no me
estaba contando. No lo presionaría, no le pediría más de lo que
quería darme.
—¿A qué hora dijo esta chica otra vez? —pregunté, permitiendo el
cambio de tema.
—Ella no es esta chica. Su nombre es Ava.
Rodé los ojos.
—Lo siento. Ava.
Se le escapó un bufido.
—Es la hija de Azrael. Lo que significa que es una celestial de
mayor rango por sangre. Voy a hacer como si fueras mi segunda
para guardar las apariencias. Por favor, se respetuosa y no
amenazante.
Sus ojos se entrecerraron cuando levanté las manos
inocentemente.
—Bien, bien. Puedo hacer un pequeño juego de roles si es lo que
quieres.
Negó con la cabeza, pero vi la sonrisa, aunque la ocultó
rápidamente.
—Y habló de estar aquí a las cuatro y media. Justo cuando cierran.
Cierto. Había utilizado el teléfono de Liam en el convoy para
llamar a Gabby. Le hice saber que estaba viva y bien antes de que
Liam lo cogiera y llamara a la mujer con la que debíamos reunirnos.
Ella se negó a decirle dónde vivía realmente, lo cual me pareció
extraño, pero supuse que, si alguien tenía derecho a ser paranoica,
era ella.
Observé cómo el sol se acercaba al mundo.
—A lo mejor no viene. Probablemente se acobardó o algo así.
Echó la cabeza hacia atrás, claramente frustrado con la situación.
—¿Puedes intentar ser positiva?
—Sí. Estoy segura de que odio la selva.
Liam empezó a decir algo, pero se detuvo cuando una mujer
menuda y morena se acercó pavoneándose por el sendero. Empujó a
los turistas que se dirigían hacia la salida. Nos enderezamos y yo di
un paso, poniendo un poco de distancia entre Liam y yo. Ella nos
saludó con la mano mientras caminaba hacia nosotros. Su
vestimenta era similar a la mía, una camiseta blanca y unos
pantalones de color claro. Sus botas eran gruesas y llevaba una
mochila sobre un hombro.
—Siento haberlos hecho esperar —dijo al detenerse ante nosotros,
con su corta coleta balanceándose alegremente. Un hombre la
seguía, con la espalda encorvada por el peso de la mochila que
llevaba y la mirada fija en nosotros.
—Ava, ¿correcto? —preguntó Liam, dando un paso adelante.
—¿Te conozco? —pregunté al mismo tiempo. Mis sentidos se
habían puesto en alerta, una sensación extraña pero familiar me
retorcía las entrañas.
—Cielos, no. Creo que me acordaría de alguien como tú —dijo
riendo, haciéndome un gesto con la mano para que me detuviera
antes de volverse hacia Liam. Su sonrisa creció cuando se inclinó
hacia delante para abrazarlo. Liam se quedó inmóvil, con los brazos
atrapados a los lados. La fuerza del abrazo lo sacudió. Me moví
rápidamente, apartándola de él y obligándola a dar un paso atrás.
Se dio cuenta de lo que había hecho y se corrigió mientras yo me
interponía entre ella y Liam.
—Lo siento mucho. —Se rio, tapándose la boca con la mano—. Es
que mi madre hablaba tanto de ti. Ahora estás aquí, y es tan irreal.
Arqueé la ceja.
—¿Así que sueles tocar a gente que no conoces?
Liam se movió a mi lado
—Bueno… no —balbuceó, con la mirada rebotando entre Liam y
yo—. Lo siento.
—Está bien. Dianna es solo —hizo una pausa— protectora.
Cuando levanté la vista hacia él y encontró mi mirada, sus ojos se
suavizaron como si lo apreciara. Se aclaró la garganta y Liam
pareció recordar dónde estábamos. Se volvió hacia ella, pero dio un
paso más hacia mí.
—¿Tu madre? ¿Victoria? ¿Dónde está? Yo también esperaba verla
hoy.
Sus ojos brillaron mientras se llevaba la mano a la espalda,
rebuscando en su bolso. Me tensé y sentí que Liam se quedaba
inmóvil. Después de haber sido atacados en casi todos los sitios a los
que habíamos ido, estábamos más que nerviosos. En lugar de un
arma, sacó una tela blanca y azul brillante. El material brillaba de
una manera que no era de este mundo. Liam dio un paso adelante y
la tocó, con una expresión ilegible.
—Ella guardó esto conmigo. Dijo que mi padre se lo dio para mí,
algo así como una manta de bebé, supongo. Dijo que tú se la diste
antes de que cayera Rashearim. —Sus ojos se llenaron de lágrimas—
. Murió hace mucho tiempo.
—Lo siento mucho —susurró Liam, devolviéndole la
deslumbrante tela—. Quédatela. Tal vez algún día puedas usarla
para tus hijos.
Asintió con la cabeza y volvió a guardarla en la mochila. Señaló al
hombre que tenía detrás.
—Siento haber sido tan grosera. Este es Geraldo. Es mi guardia
celestial. Lleva conmigo mucho tiempo.
Geraldo hizo una reverencia superficial, con los ojos de un azul
vibrante, sin dejar de mirarme.
—Lo siento. No habla mucho. Especialmente con ella aquí.
—¿Perdón?
—Un Ig'Morruthen ¿verdad? Puedo sentir tu poder. Mi madre me
dijo que tu especie fue erradicada en la Guerra de los Dioses, pero
no se puede negar tu poder. Prácticamente vibras con él. Además,
Camilla nos informó.
Sentí que Liam se ponía rígido a mi lado. Bueno, ahí se fue
nuestro plan.
Intentó sonreírme, pero parecía más bien asustada.
—Lo siento. No intentaba insultarte.
—No tienes nada que temer de Dianna. Te lo prometo. Ella es
mi… —Liam hizo una pausa y yo esperé. Supongo que no había
pensado en lo que éramos ahora. «¿Somos algo?».
—Amiga —dije, ya que Liam parecía tener la lengua trabada en
ese momento—. Soy su amiga.
Geraldo seguía observándome, y estaba segura de que veía el
hambre en mi expresión, aunque yo intentara ocultarla. Incómoda,
miré a Liam y vi que me estaba fulminando con la mirada.
Geraldo se inclinó hacia delante, con su acento marcado.
—Pero ella está con Kaden, ¿no?
—No. —La voz de Liam era un gruñido amenazador.
—No estoy con Kaden ni le pertenezco. —Me miraron con una
incredulidad tan profunda que rayaba en la diversión—. Es una
larga historia.
—Lo siento. Eso no es lo que habíamos oído —dijo Ava, mirando
de nuevo a Geraldo.
—Bueno, es la verdad. ¿Podemos darnos prisa? Me están
comiendo viva los mosquitos —dije, dando una palmada a uno de
los molestos insectos.
Liam señaló hacia la selva y dijo:
—Muy bien.
No dijimos nada más mientras nos dirigíamos al templo. Geraldo
y Ava tomaron la delantera cuando se marcharon los últimos
turistas. Nos quedamos entre los árboles, rodeados de enredaderas y
arbustos. Liam me agarró del brazo y aminoró el paso, dejando que
Ava y Geraldo se adelantaran unos pasos. Se inclinó hacia mí, con
su voz como un susurro caliente contra mi oído y lo suficientemente
bajo como para que ningún ser humano pudiera oírlo.
—¿Amiga? —siseó entre dientes.
—¿Qué? —pregunté, confusa. Lo miré a él y luego a Ava y
Geraldo, que seguían caminando. Entonces, me di cuenta. Estaba
enfadado porque lo había llamado amigo.
—Ya son ocho maneras porque cuando salgamos de aquí, voy a
borrar la palabra amigo de tu vocabulario.
Sin darme la oportunidad de responder, me soltó y se alejó.
Olvidé cómo respirar y me quedé allí de pie viéndolo alejarse, con el
corazón derretido por la necesidad. Cuando mi cerebro volvió a
funcionar, casi tuve que correr para alcanzarlos.
Cintas adhesivas y carteles de advertencia de varios colores
advertían a la gente de que se mantuviera alejada. Bloquearon una
parte de la parte trasera del templo donde habían caído rocas y
escombros. Nos escondimos bajo la cinta. No había guardias a la
vista. Probablemente habían desalojado a los visitantes antes de
pasar por aquí.
—Entonces, ¿cómo se hicieron amigos Liam y tú? —Sentí la
mirada de Liam ante la pregunta de Ava. No miré hacia él mientras
nos dirigíamos a una puerta tallada en la pesada piedra. Dioses,
odiaba esa palabra—. He oído que los de tu clase son de los que
matan primero y preguntan después.
Ava y Geraldo sacaron las linternas de sus mochilas y nos
ofrecieron a Liam y a mí las nuestras. Liam cogió una, pero yo la
ignoré. Me concentré y una llama brillante cobró vida, bailando en
la palma de mi mano. Las ruinas de esta sección del templo olían a
moho y agua estancada. Fabuloso.
Me di la vuelta y me dirigí hacia abajo por las escaleras cubiertas
de maleza, un paso roto a la vez.
—Oh, confía en mí, todavía puedo matar.
¿Por qué me resultaba tan molesta? ¿Era porque había abrazado a
Liam? ¿Era tan posesiva? Tal vez solo tenía hambre.
—Ella no matará. Dianna, por favor, trata de ser educada.
Hice una mueca a espaldas de Liam y Ava, que caminaba a mi
lado, soltó una risita.
—Mis disculpas, Ava. Es que no sabemos nada de ti. En realidad,
ni siquiera sabíamos que existías hasta que Liam metió su lengua en
la garganta de una bruja.
Llegamos a un muro de piedra tallada mientras Liam giraba,
sacudiendo la cabeza hacia mí.
—Dianna.
—¿Qué? Es verdad. —Lo ignoré y le di una palmadita en el pecho
mientras me deslizaba a su lado.
—Umm, bueno —dijo Ava, con los ojos muy abiertos.
—Oh, vamos. Usa tus palabras de niña grande. —Sí, ella me
molestaba, pero algo estaba mal. Lo sentí. Lo sabía. Mis instintos
estaban en alerta máxima, diciéndome que tenía que proteger a
Liam, pero no sabía por qué.
—Es una larga historia —dijo Liam, lanzándome otra mirada
fulminante.
—Si han estado en contacto con Camilla, ¿no deberían saberlo ya?
—pregunté con suspicacia. Los ojos de Geraldo brillaron con fuego
cobalto, ganándose una sonrisa de mi parte. Sabía que llevaba una
de esas armas de fuego, todos las llevaban. Mis garras crecieron
desde la mano que llevaba al costado. Él se dio cuenta y yo sonreí—.
Por favor, dime que eso es una amenaza.
Geraldo dio un paso adelante, con sus anillos de plata bailando en
sus dedos. Liam me agarró del brazo y me tiró hacia atrás.
—¿Qué te pasa? —Su cara no tenía humor—. Pido disculpas, por
lo general es un poco mejor educada. —Me fulminó con la mirada—.
A veces.
—¿En serio? Aparecen, ofrecen un poco de información, ¿y tú les
crees? ¿No sientes la más mínima curiosidad por saber cómo se las
han arreglado para esconder este libro? ¿Por qué Kaden no lo ha
encontrado todavía? ¿Camilla lo escondió durante cuánto tiempo?
¿Son celestiales, pero nunca acudieron a ti ni a La Mano?
¿Simplemente confías en ellos porque son celestiales?
Levanté una ceja y las garras de mi mano retrocedieron mientras
le pedía que no me contradijera. Liam me estudió durante un
momento antes de decir:
—Independientemente del comportamiento impulsivo de Dianna,
tiene razón. ¿Dónde han estado y por qué ninguno de los dos se ha
puesto en contacto con el Gremio?
Ava miró a Geraldo. Cuando él asintió, ella respiró hondo y dijo:
—La verdad es que hemos estado escondidos. Mi madre insistió
en que permaneciéramos aislados. Un amigo de un amigo conoció a
uno de los socios de Camilla hace unos meses. Así nos enteramos de
la sublevación de la que formaba parte Camilla. Resumiendo, ella no
quiere el libro en manos de Kaden más que nosotros. Tampoco es un
libro cualquiera. —Miró a Liam, con una mirada intensa—. Tú
conociste a mi padre, y estás familiarizado con las armas y máquinas
que diseñó. Mi padre creó un manual, por así decirlo. Dentro de este
libro, hay más de mil secretos de Rashearim. Era un plan de
contingencia, hecho para los celestiales en caso de que te volvieras
en su contra. Contiene secretos sobre muchas cosas, pero lo más
importante, cómo matarte.
—¿Qué? —Di un paso adelante. Eso llamó mi atención—. Liam no
puede morir. Es inmortal. Verdaderamente inmortal
—No, no lo es. —Ava me miró, con ojos suaves y amables—. Él
puede. Por eso Kaden lo quiere. Es un libro para abrir reinos y
acabar con mundos. Y todo empieza con su muerte. —Señaló a Liam
con la cabeza.
«¿La muerte?».
Nunca me planteé su muerte. Era más grande que la vida,
indomable e insustituible. Él era su rey y, sin embargo, su pueblo
había hecho algo para matarlo.
—Me encantaría que alguien lo intentara. —Me giré, mirando
fijamente a Geraldo—. Eso sí que es una amenaza. —Y lo dije con
todas mis fuerzas. No sabía por qué de repente me sentía tan
protectora y posesiva con Liam, pero no me apetecía examinar mis
emociones demasiado de cerca. Liam me apretó ligeramente el
brazo, atrayéndome hacia él. No me había dado cuenta de que había
dado un paso más cerca de ellos.
—No dejaré que eso ocurra. —Mis ojos se encontraron con los
suyos, mis palabras un voto silencioso.
Me había dicho esas palabras varias veces, y siempre había
cumplido su promesa. Era Liam, el molesto, hermoso y grosero
Liam. Me hablaba de sus pesadillas, de su pasado. Me hacía vestidos
estúpidos y me regalaba flores. Me había salvado la vida y había
evitado que me arrastraran de vuelta con Kaden. Me vio, a mi
verdadero yo, y no me dio la espalda. Me había curado. No sabía
cuándo había sucedido, pero él era mío y haría pedazos a cualquiera
que lo tocara. Al menos le debía eso.
Una sombra de sonrisa cruzó sus labios.
—Lo sé.
—Lo siento. De verdad, pero…
—Ahórratelo. Tu padre hizo un libro para matar a alguien a quien
se suponía que cuidaba. No hay excusa. Acabemos con esto.
Ava asintió y se movió incómoda antes de que siguiéramos
adentrándonos en el templo. Por fin me había dado cuenta de lo que
me había estado pisando los talones.
Muerte.
La palabra flotaba en el aire y, al ponerse el sol, sentí que se unía a
nosotros en el templo.

Los grabados huecos de los ojos de la calavera me devolvieron la


mirada. La llama que sostenía en la mano lo iluminaba y hacía bailar
las sombras a mi alrededor. Las linternas se habían apagado y yo
había encendido varias antorchas de madera para Geraldo y Ava.
Liam utilizó su luz plateada para alejar la oscuridad.
—Templo espeluznante.
—Este ni siquiera es el principal. —La voz de Ava resonó detrás
de mí. Me giré, con el fuego bailando en la palma de mi mano. Se
inclinó sobre su mochila y sacó lo que parecía un mapa. El papel era
grueso y gris azulado a la luz de las antorchas. Lo desdobló unas
tres veces y lo extendió sobre una gran roca.
—¿Ves esto? Aquí es donde estamos. Mi madre hizo construir
catacumbas por toda la parte baja del templo, conectándolas con
otras estructuras cercanas.
—¿Cercanas?
La luz de la antorcha que había colocado entre dos piedras
torcidas proyectaba un resplandor sobre la mitad de su rostro, el
resto se perdía entre el fondo oscurecido. Geraldo se cernía sobre su
hombro mientras Liam la observaba con los brazos cruzados.
—Sí. Hay miles de templos y estructuras en esta jungla que los
mortales aún no han descubierto. La mayoría tiene miedo de
aventurarse muy adentro. Es fácil perderse y morir a manos de una
criatura venenosa o sucumbir al hambre
—Entonces ¿Adónde tenemos que ir? —preguntó Liam,
sobresaltándonos a todos. Había estado callado la mayor parte del
viaje, y solo hablaba cuando Ava resbalaba en una piedra lisa y
húmeda o cuando Geraldo casi era empalado por alguna trampa
antigua.
—Dame un segundo. —Su dedo trazó el camino de varias líneas
antes de detenerse en una pequeña caja cuadrada.
—¿Por qué este templo, este lugar, sin embargo?
Ava miró alrededor de la oscura habitación.
—A mi madre le encantaba este lugar, el país y la gente. Amaba la
historia y la cultura. Cuando llegó aquí tras la caída de Rashearim,
decidió quedarse. El idioma le resultaba más fácil de aprender, ya
que era más parecido al de Rashearim.
—Eso es cierto —asintió Liam.
Sonrió antes de que un toque de tristeza cruzara sus facciones.
—A ella le gustaba estar aquí y pensó que a mi padre también.
—Pero ¿por qué el templo?
—Victoria era muy hábil en arquitectura y combate. Supongo que
ayudó a construir muchas estructuras aquí, además de permanecer
cerca de la gente a la que amaba —dijo Liam.
Ava asintió con la cabeza.
—Tienes razón. Como dije, le encantaba estar aquí. Luchó en
varias rebeliones, y cuando murió, quería ser enterrada junto a los
más cercanos a ella. Creo que siempre supo que el libro era
demasiado peligroso para dejarlo desprotegido, y construyó muchos
de estos lugares con eso en mente. Estas catacumbas son un
laberinto de túneles envueltos por una jungla salvaje y primitiva.
Son el lugar perfecto para esconderse.
—Si Dianna ha terminado con sus preguntas, ¿puedo preguntar
ahora en qué dirección? —Liam estaba nervioso, y sospeché que
tenía algo que ver con la parte del sueño que no quería contarme.
Ava se levantó con el mapa en la mano. Cogió la linterna y señaló
hacia un túnel oscuro.
—Por ahí.
No hablamos mientras avanzábamos por el pasillo, éste más
húmedo que el anterior, ya que parte de la selva intentaba colarse.
Caminamos durante lo que parecieron horas, Ava dando una vuelta
y luego la siguiente. Nos agachamos bajo un espeso dosel de
telarañas y doblamos una esquina, solo para encontrar nuestro
camino bloqueado por una gran masa de piedra.
—Genial. Estamos perdidos —dije con un suspiro exasperado.
Todos se volvieron hacia mí, con expresión poco divertida. Me
encogí de hombros y pronuncié la palabra:
—¿Qué?
Liam negó con la cabeza antes de mirar por encima del hombro de
Ava. Sus cejas estaban juntas, concentradas.
—No, éste es el camino correcto. Lo sé. —Geraldo se acercó para
iluminar aún más el mapa que ella sostenía—. ¿Ves? La línea pasa
justo por este pasillo.
Me acerqué un poco más, echando un vistazo más de cerca. No se
equivocaba. Una delgada línea atravesaba esa enorme roca. Hmm.
Pasé junto a Ava, estudiando la sólida piedra.
—¿Qué estás haciendo?
Hice callar a Liam mientras apretaba la oreja contra el grueso
muro de piedra. Levanté los nudillos y golpeé la sólida barrera.
Unos gruesos ruidos vibraron de vuelta mientras me movía a lo
largo de la pared, golpeando a medida que avanzaba. Al cabo de
unos metros, una respuesta hueca me devolvió el eco. Di un
respingo cuando el eco cambió y la respuesta se volvió hueca. Sonreí
y grité:
—¡Lo he encontrado!
Todos me miraron como si me hubieran salido cuernos.
Rápidamente pasé mis manos sobre mi cabeza, asegurándome de
que no los tuviera antes de preguntar:
—¿Es que no han visto ninguna película de aventuras? ¡Hola!
¿Una pared misteriosa que no es una pared?
Liam me miró como si me hubiera vuelto loca y yo suspiré.
—Es una puerta falsa. Un muro trampa. Está literalmente en todas
las películas de aventuras que le he hecho ver a Gabby.
Se dieron cuenta a medida que, uno a uno, lo comprendían.
—Supongo que fue cerrado por magia celestial. Así que, vamos,
grandullón. Es tu turno —dije, haciendo un gesto a Liam para que se
acercara. Caminó hacia mí y no pude evitar suspirar de placer al
verlo moverse. Se detuvo frente a la puerta y me miró de arriba
abajo. Sonreí con arrogancia—. Estarías perdido sin mí. Puedes
decirlo. De nada.
Liam levantó la mirada en su versión de poner los ojos en blanco,
pero no dijo nada mientras se giraba y levantaba la mano. Bajó las
pestañas y, cuando volvió a levantarlas, sus ojos brillaban con
aquella plata etérea. Apretó la mano contra la pared, murmurando
en un idioma que no pude identificar. Hermosos símbolos plateados
y azules cobraron vida, grabados profundamente en la piedra.
Formaban un hexágono resplandeciente, con marcas que
zigzagueaban dentro y fuera. La pared se movió y retrocedió antes
de desplazarse hacia un lado. Apenas hizo ruido, y fue
sorprendente. Con su peso y su antigüedad, mi mente esperaba
mucho más ruido. Victoria y Geraldo estuvieron detrás de nosotros
en un segundo, casi mareados por lo que habíamos encontrado.
Liam me miró antes de agachar la cabeza y atravesar la puerta
recién descubierta. Lo seguí con Geraldo y Ava justo detrás de mí.
El sonido de la piedra triturada resonó fuertemente en la
oscuridad mientras los escalones de piedra se formaban bajo los pies
de Liam. Las llamas iluminaron las antorchas montadas en las
paredes en un solo soplo. Las telarañas y las enredaderas colgadas
del techo se movían en un viento místico. Extendí la mano y agarré
la manga de Liam, asegurándome de no tropezar con mis propios
pies. Él me miró con una expresión que no pude leer. ¿Seguía
enojado por mi comentario sobre mis amigos?
—Mira, tú eres el que hace aparecer escaleras de la nada, ¿bien?
No quiero caerme —dije. Era verdad a medias, pero el viento que
corría por aquí también me había hecho sentir un escalofrío. Era la
misma sensación que había sentido en el festival, y el mismo
escalofrío que sentí en casa de Camilla.
Llegamos al final de los escalones y nos encontramos con otro
túnel oscuro que se extendía ante nosotros. Antorchas gemelas con
forma de garras metálicas iluminaban el exterior de la desgastada
piedra, pero el interior era negro como la medianoche. Varios
monstruos de piedra tallada se alineaban en las paredes del templo,
con los rostros contraídos por los gritos. Levanté más la mano,
proyectando la luz en una esfera mayor, iluminando más figuras.
Eran criaturas de batalla, que vestían la misma armadura que había
visto en los sueños de Liam. Tragué saliva. Nos estábamos
acercando.
El sonido del agua que goteaba llamó mi atención y me di cuenta
de que el suelo estaba resbaladizo. El olor a agua estancada y moho
asaltó mis sentidos. Pude ver cómo el agua se filtraba por secciones
del muro de piedra. El túnel también debía de recoger el agua
sobrante de la lluvia. Genial, mis pies iban a oler a agua acre de lago.
Al menos, con mi sistema inmunitario, no enfermaría.
—Siempre me pregunté cuán profundo iba este templo. Mi madre
nunca me permitió aventurarme tan profundo. Decía que estaba
prohibido. Había puesto guardias para vigilar este lugar. Ya sabes,
para mantener a los mortales lejos, pero ya se han ido —dijo Ava,
mirando su mapa y entrecerrando los ojos.
Me acerqué, asegurándome de que la llama de mi mano se
mantuviera alejada del viejo pergamino.
—Gracias. —Ella sonrió antes de trazar la línea del túnel—.
Debería estar por aquí.
Nos detuvimos en seco, el borde del templo terminaba en un
acantilado colgante. Las piedras rodaron al caer, el silencio pesado
hasta que las oímos caer en el agua muy abajo. Tragué saliva,
levantando la mano sobre el borde, tratando de ver cuán profundo
era.
—¿Qué te parece? ¿Unos buenos dos o tres metros? —pregunté,
inclinándome un poco más. Sentí la mano de Liam en mi brazo
mientras me agarraba, no bruscamente, solo lo suficiente para
estabilizarme y que no me cayera. Volví a mirar su mano y luego su
cara.
—Al menos diez metros. —Fue su respuesta.
Volví a mirar por el agujero.
—Bueno, menos mal que todos somos inmortales.
—La forma en que golpean las rocas me dice que es bastante
profundo. Tal vez una caverna submarina, pero no lo sabremos
hasta que vayamos.
Los dos nos giramos hacia Ava y Geraldo. Asintieron y Ava
guardó su mapa.
—¿Vamos? —Liam señaló hacia la extensión abierta.
—Las damas primero. —Sonreí y él puso los ojos en blanco.
CAPÍTULO 43
Dianna
El salto no había sido lo peor. Lo peor había sido el agua helada
del fondo. Después de arrastrarnos fuera de la piscina, nos quitamos
el agua de las botas e intentamos secarnos todo lo que pudimos
antes de continuar. El mapa de Ava era un desastre arrugado, las
imágenes estaban borrosas pero aún legibles.
Nos arrastramos a través de una milla de agua repugnante, con
los pies sumergidos en Dios sabía qué. Me sentía frustrada por mi
torpeza y Liam tampoco parecía muy contento mientras
avanzábamos. Mis botas se enganchaban en raíces, rocas y grietas,
pero me las arreglé para no romperme el cuello.
Ninguno de nosotros sabía la longitud real del túnel, y todos
estábamos cada vez más irritables y cansados. Habían pasado horas,
sino un día. No lo sabía. Mi talón se enganchó en una roca y mi
cuerpo se tambaleó hacia delante. Me detuve contra la pared más
cercana, maldiciendo y murmurando mientras sacaba una masa
verde y fibrosa de mi bota y la tiraba a un lado.
—Odio —resbalé enderezándome, mientras me empujaba de la
pared—, la jungla.
Liam hizo una pausa, esperándome.
—De acuerdo a lo que Ava nos mostró, solo está un poco más
lejos.
Resoplé y me incorporé.
—Estoy segura de que dijiste eso hace una hora. —No le dije
cuánto me había dolido caer en aquella maldita agua helada. Me
negué a reconocer los dolores fantasmas de la noche anterior. Me
dolían los pies de este suelo abandonado de la mano de Dios y
habíamos caminado kilómetros, por lo menos. Los dolores y la lenta
curación se debían a que no había comido como debía.
Ava y Geraldo se detuvieron y miraron hacia atrás. Liam suspiró
y dijo:
—Tu curación es como la de un dios. ¿Cómo es que no puedes
mantener el ritmo?
Levanté las manos.
—¡Oh, lo siento! ¿Estuviste anoche a punto de ser despedazado,
arrastrado por la jungla por bestias y luego pegado de nuevo por
arte de magia? No, creo que no. Solo estoy un poco dolorida, ¿de
acuerdo? Dame un respiro. —Además, me dolía mantener el ritmo
cuando cada camino que tomábamos era irregular o implicaba algún
desafío.
Intenté ponerme más erguida y me dolían los abdominales.
Reprimí un grito ahogado y me sujeté el costado durante una
fracción de segundo, antes de dejar caer la mano.
Sus facciones se ensombrecieron al recorrerme con la mirada.
—No me dijiste.
—Bueno, estábamos —hice una pausa, dándome cuenta de que
Ava y Geraldo nos miraban fijamente—, ocupados. —Creé otra llama
y obligué a mis pies a moverse.
La supercuración no importaba cuando los que me desgarraban
compartían mi sangre. Por supuesto, me había curado gracias a
Liam, pero por dentro, todavía me sentía sensible y dolorida. No
había querido decírselo anoche. No quería que dejara de tocarme.
Liam me estudió, observando mi postura y mi expresión. Dejó
que la esfera de energía que tenía en la mano se desvaneciera
mientras caminaba hacia mí, se escuchaba el eco de sus botas a cada
paso.
Lo vi venir, su poder le precedía y envolviéndome en su calor.
Antes de que me diera cuenta de lo que pretendía, me levantó en
brazos. Una mano me acunaba la espalda y la otra me sostenía las
piernas.
—Liam, ¿qué estás haciendo? —gruñí. El aire se me escapó ante
su repentina acción.
—Nos queda un poco más. No puedes caminar si no te estás
curando bien. —Ava y Geraldo compartieron una mirada pero no
dijeron nada mientras Liam me acunaba. Rodeé sus anchos hombros
con un brazo y el dolor de mis piernas y pies disminuyó.
—Bueno, si hubiera sabido que me llevarías, habría dicho algo
mucho antes.
Resopló y me rozó la frente con los labios antes de darse la vuelta
conmigo en brazos.
—¿Cuánto falta?
Ava y Geraldo nos miraron con idéntica expresión de asombro.
Ante la pregunta de Liam, parecieron reaccionar. Ava sacudió la
cabeza y dijo:
—Oh, sí, mmm, solo un poco más lejos.
Liam asintió antes de dar media vuelta y dirigirse hacia el
sendero.
Nadie dijo nada mientras avanzábamos. Mantuve las manos
unidas a su nuca sin apretarlas, y mi cuerpo cantaba de alivio. Liam
me cargó durante lo que me pareció otra hora. Nunca se quejó, ni
pareció incómodo, ni actuó como si yo fuera una carga. Era
agradable, para variar.
El silencio en nuestro pequeño grupo era ensordecedor, pero yo
no tenía energía para inventar nada ingenioso o sarcástico. Ava no
hablaba y se limitaba a indicarnos la siguiente dirección, no dijo
nada mientras nos guiaba por una pequeña pendiente y aparecieron
varios monumentos de piedra caídos iluminados por los rayos del
sol.
Liam se detuvo y me puso suavemente de pie. Me cogió de la
mano y yo lo seguí, pasando por debajo de un gran pilar que había
caído contra la pared opuesta. Nos detuvimos cuando vimos los
cuatro ataúdes de piedra en la enorme sala que había más allá.
Estaban colocados en diagonal y tenían grabados muy elaborados.
El techo era alto y llegaba a un punto agudo sobre el centro de la
cripta, la pared estaba cubierta de musgo y enredaderas. Podía ver
salas más pequeñas a través de puertas arqueadas abiertas, con más
ataúdes descansando en sus centros.
—¿Por qué querría Victoria ser enterrada tan lejos de la
civilización? —pregunté, girándome lentamente para contemplar el
mausoleo—. ¿Y en un lugar tan húmedo y sucio?
—No quería poner en peligro la ciudad que amaba. Era más
seguro esconder el libro y sus restos lejos del lugar que ella llamaba
hogar —respondió Liam, dando un paso adelante—. ¿Cuál es la
tumba de Victoria, Ava?
Ava negó con la cabeza.
—No lo sé. No quería ponerme en peligro contándomelo. Lo
único que me dejó fue el mapa, y termina aquí.
—Muy bien. Sepárense y vean qué pueden encontrar cada uno. —
Liam inspeccionó las dos primeras tumbas y yo las restantes. Todas
parecían ataúdes antiguos normales. Las figuras talladas en las tapas
parecían soldados, con las espadas apretadas en sus manos de
piedra.
Ava y Geraldo se habían separado, cada uno en una habitación
más pequeña. Podía ver sus antorchas proyectando sombras en las
paredes de piedra mientras se movían. Volví a lanzar mi llama,
sintiendo cómo bailaba en la palma de mi mano, y tomé la
habitación más alejada de la entrada.
Un siseo me recibió al entrar en la gran sala oscura. Una serpiente,
enroscada y preparada para atacar, bailaba a mis pies. Me arrodillé,
extendí la mano con cuidado y la agarré. Siseó y escupió antes de
posarse, y su largo cuerpo se enroscó alrededor de mi brazo.
—Oye pequeño, ¿quieres enseñarme dónde está un libro antiguo
mágico?
Un pequeño agujero en el techo permitía que la luz del sol se
filtrara en el interior, haciéndome saber que ya no estábamos a
mucha profundidad bajo tierra. Un rayo de luz iluminaba una
tumba al fondo. Me acerqué y vi que, a diferencia de las demás, ésta
tenía una mujer en la parte frontal. La serpiente que tenía en la
mano pareció retroceder. Perfecto. Los animales siempre lo sabían.
La bajé y mientras se alejaba, me volví hacia la gran tumba.
Tenía las manos cruzadas sobre el pecho, el mármol era
imponente y estaba intacto. Llevaba el pelo largo y suelto y su rostro
mostraba un perfecto y apacible reposo. Sus dedos estaban
decorados con anillos, la marca de Dhihsin bien visible. A pesar de
lo que el artista había tallado en la piedra, pude sentir la tristeza que
persistía sobre su cadáver. Mi corazón se retorció, comprendiendo
un poco mejor ahora lo que significaba perder a una compañera. Era
la mujer de Azrael. Me acerqué para ver mejor, apoyando la mano
en la lápida. El dolor me atravesó y siseé, echándome hacia atrás. La
piel de la palma se ampolló y burbujeó antes de cicatrizar.
—¡Mierda! —Solté un chasquido.
—Dianna. —Sentí la ráfaga de viento detrás de mí—. ¿Qué
ocurre? —Liam vio mi mano en proceso de curación y me agarró de
la muñeca, acercándome—. ¿Estás herida? ¿Cómo…?
Sus palabras murieron al fijarse en la tumba que había a mi lado.
—Creo que la he encontrado —dije mientras me volvía hacia él.
Miró mi mano ya curada y me pasó suavemente el pulgar por la
palma antes de soltarla con cuidado. Pasó la mano por la tumba,
apenas haciendo contacto. Sus ojos brillaban y los anillos de plata de
sus dedos resplandecían. Debajo de su mano, vi bailar pequeñas
cuerdas de electricidad. La tumba empezó a crujir y él se movió para
mirar la cara de Victoria. Oí un silbido y un estallido cuando alejó la
mano. Extendió el brazo y me empujó detrás de él. La lápida se
deslizó hacia un lado y el ruido de piedra contra piedra resonó por
toda la habitación. Me puse de puntillas, intentando ver por encima
del hombro de Liam. Dentro yacía una figura vestida, con las manos
momificadas cruzadas sobre el pecho.
—No es Victoria —susurré.
Liam negó con la cabeza.
—No, no lo es. Cuando los celestiales o los dioses mueren, la
energía que nos compone regresa al lugar de donde procede. No
hay ningún cuerpo que enterrar. Este debe ser uno de sus súbditos
de confianza.
Me acerqué un poco a su izquierda mientras seguía mirando hacia
el interior. En la tumba yacían los restos de lo que posiblemente
fuera un hombre. El desgaste del tiempo había dejado un armatoste
grisáceo cubierto con un chal blanco. Cuentas y joyas adornaban el
cuello y sostenía en sus manos un libro gastado y andrajoso. Era
grueso, de al menos mil páginas, pero no estaba hecho de ningún
tipo de papel que yo hubiera visto. Estaba forrado de una especie de
cuero marrón con pestillos de plata que lo mantenían cerrado.
Varios símbolos estaban grabados profundamente en la parte
delantera.
El Libro de Azrael.
Por fin lo habíamos encontrado. No solo lo habíamos encontrado,
sino que lo habíamos encontrado antes que Kaden y Tobias.
Liam metió la mano en la cripta y separó con cuidado los dedos
del hombre del libro, susurrando una disculpa mientras lo sacaba de
la tumba. Se volvió hacia mí, sus ojos brillaban y esa hermosa
sonrisa resplandecía contra la barba oscura que ensombrecía su
mandíbula. Lo miré fijamente, asombrada de nuevo por su belleza, y
supe que haría cualquier cosa por verlo realmente feliz. No sabía
cómo había logrado traspasar mis defensas tan rápidamente, pero
no cabía duda de que había despertado en mí emociones que creía
que nunca sentiría por otra persona.
—Lo hicimos —dijo, estampando sus labios contra los míos. El
beso fue corto pero abrasador. Se apartó y yo sonreí, mordiéndole
ligeramente la barbilla. Me rodeó con el brazo y apretó mi cuerpo
contra el suyo.
—Más bien tú —corregí—. Yo soy sobre todo el músculo
contratado.
—No, lo hicimos, Dianna. Tienes razón. Siempre has tenido razón.
No podría haber hecho esto sin ti —dijo, sus ojos buscando los míos.
De repente sentí una opresión en el pecho.
—Estoy segura de que ese grueso cráneo tuyo se habría dado
cuenta con el tiempo.
—Siempre con las ocurrencias descaradas. —Sonrió antes de
besarme rápidamente una vez más.
—Por supuesto. ¿Quién más te mantendrá humilde?
Bajé la mirada hacia el libro apretado entre nosotros, capaz de
sentir la energía que desprendía y que me mordía la piel. Me zafé
suavemente de su abrazo. Liam, que parecía notar todo lo que me
pasaba, supo inmediatamente de qué se trataba y sostuvo el libro en
el brazo más alejado de mí. Por fin comprendí a qué se refería
Kaden cuando dijo que Alistair y yo lo sabríamos cuando
encontráramos el libro. No podía describir la energía que
desprendía, pero lo habríamos sabido con seguridad si hubiéramos
entrado en contacto con aquella cosa.
—Maldita sea, esa cosa es muy potente. Puedo sentir la energía
que desprende en oleadas. —Me estremecí.
Dio un paso atrás a regañadientes, intentando alejarlo aún más de
mí, como si temiera que pudiera hacerme daño.
—Lo siento. Mira, llevemos esto al Gremio. Tendré que llamar a
los demás e informarles —dijo, poniéndose delante de mí para
dirigir la marcha—. Además, necesitas una ducha. Hueles fatal.
—¡Oye! —grité—. Seguro que hueles igual de mal. —Aceleré el
paso, siguiéndolo de cerca mientras salía de la habitación.
—En este momento, no me importa. Aunque he olido cosas
peores. Largas batallas con criaturas cuyas secreciones tardaban días
en limpiarse —dijo Liam, mostrándome una sonrisa salvaje.
—Bien, tienes que dejar de sonreír. Estás empezando a asustarme
—le dije, mirándolo de reojo.
—¿Qué puedo decir? Estoy contento. Tenemos el Libro de Azrael,
cualquier cosa que venga ahora podremos afrontarla. ¿Qué es lo
peor que puede pasar? —Liam dio un respingo cuando le golpeé en
el hombro con el dorso de la mano.
»Ay, ¿a qué ha venido eso? —preguntó, frotándose el hombro.
—¿Estás loco? No puedes decir eso —siseé.
Liam negó con la cabeza, todavía sonriendo mientras se frotaba el
brazo con la mano libre.
—Qué contundente.
Le devolví la sonrisa, a punto de replicar con descaro, cuando
oímos pasos que se acercaban. Levantamos la cabeza y Ava y
Geraldo se unieron a nosotros en la antesala principal.
—Lo encontraste. Es eso, ¿no? —preguntó Ava, dando un paso
adelante.
Liam lo levantó ligeramente en el aire.
—Sí, y parece que tu madre tenía un sello en la tumba para que
solo yo pudiera abrirla.
Geraldo asintió cuando se dio cuenta. Ava suspiró, poniendo las
manos en las caderas mientras sonreía.
—Bueno, eso explica por qué no pudimos abrirla las últimas veces
que lo intentamos. Quiero decir que quemamos un montón de
celestiales.
Mis ojos se abrieron de par en par al oír sus palabras.
—¿Qué has dicho?
Ava no se movió ni respondió, con el cuerpo congelado en su sitio
y ese dulce rostro suyo se sumió en una media sonrisa permanente.
La mirada de Geraldo permaneció fija en el libro que sostenía Liam,
y después de mi última frase me di cuenta de que no había hecho
gran cosa. Permaneció allí durante medio segundo antes de que me
diera cuenta de que estábamos jodidos.
Tan, tan jodidos.
Liam debió sentir el cambio en el aire justo antes que yo, porque
se puso rígido. El cuerpo de Ava se sacudió hacia un lado, su brazo
se dobló en un ángulo impío y su cuello giró hacia un lado,
sobresaliendo el hueso de debajo. Estábamos viendo cómo había
muerto.
El cuerpo de Geraldo se desplomó, su columna vertebral se
deformó y partes de su piel se desprendieron, dejando al
descubierto el tejido subyacente. Aparecieron marcas de mordiscos
y cortes, como si lo hubiera atacado un animal salvaje. Se levantó de
un tirón, con los ojos de Ava y los suyos abiertos de par en par y de
un blanco opaco. En ese momento, supe que lo que había olido antes
no era solo agua estancada repugnante, sino a ellos. Habían estado
muertos y pudriéndose todo este tiempo.
Di un paso atrás y agarré a Liam por el brazo mientras me miraba
atónito.
—Tenemos que irnos. ¡Ya! —interrumpí.
—¿Qué es esto?
—La muerte. Y solo una persona tiene poder sobre ella.
Las cabezas de Ava y Geraldo se echaron hacia atrás, sus
mandíbulas rotas se abrieron obscenamente. Solo una criatura tenía
control sobre los muertos que ni siquiera un celestial haría estallar
en luz. Sabía que era demasiado tarde. Un aullido hueco resonó en
sus gargantas, llenando el mausoleo y llamando a su amo.
El volumen del espantoso gemido era desgarrador y me tapé los
oídos. Liam hizo una mueca de dolor y vi el breve destello de plata
cuando atravesó el cuello de Geraldo con su espada plateada. Su
cabeza rebotó y rodó por el suelo, pero su cuerpo permaneció
erguido.
Tiré del brazo de Liam.
—Eso no funcionará. Ya están muertos, y lo que los controla solo
los utiliza como faro.
Mi argumento quedó demostrado cuando aquel maldito gemido
siguió brotando del muñón de la garganta de Geraldo. Por primera
vez desde que lo conocí, Liam parecía conmocionado, pero me
escuchó. Volvió a guardar su espada en uno de los muchos anillos
que decoraban su mano. Me di la vuelta, buscando una salida
porque sabía lo que se avecinaba, y no era algo para lo que
estuviéramos preparados. Ni siquiera estaba completamente curada.
Giré en busca de otra salida, ignorando lo que quedaba de Ava y
Geraldo. Las paredes del mausoleo no mostraban ninguna señal de
otra salida. Las grietas que habían permitido el paso de la luz se
llenaron de varios kilos de barro y roca mientras excavaba en ellas.
Las garras sustituyeron a mis uñas mientras excavaba en las
paredes, esperando encontrar otra puerta secreta. Teníamos que
salir de aquí y rápido.
—¡Dianna, para! —espetó Liam, apartando mis manos de mi
búsqueda—. No hay otra forma de entrar o salir. Ya te lo he dicho.
—¡Tenemos que intentarlo! —grité, tirando de mis brazos hacia
atrás.
Pude ver cómo sus ojos se llenaban de preocupación al reconocer
el terror que casi me invadía.
—¿Qué viene, Dianna? ¿Quién viene?
La habitación enmudeció de repente cuando Geraldo y Ava
dejaron de lamentarse. Oí pasos y el silbido de una suave melodía
que se acercaba por el pasillo. Giré hacia la puerta y el sonido de
unas pesadas botas golpeando el suelo se acercó. Liam se puso a mi
lado mientras yo tragaba saliva, sabiendo lo que estaba por llegar.
Unos pasos se acercaron a nosotros, la energía de la habitación
cambió y el silbido cesó.
Tobias.
El Ig'Morruthen que yo conocía demasiado bien entró en el
mausoleo con las manos en los bolsillos.
—Bueno, bueno, bueno, la perra puede hacer algo bien.
Tobias entró a grandes zancadas, vestido con una chaqueta oscura
ceñida a la cintura y unos pantalones a juego. Se acercó, a la luz de
las antorchas, y me di cuenta de que el color oscuro de su ropa se
debía a la sangre que empapaba el tejido. Se detuvo y sacó
lentamente las manos de los bolsillos. Sus dedos tenían oscuras
garras cubiertas de sangre. Había matado y devorado a todos los
guardias que rodeaban la entrada del templo. Podía olerlo.
—Tobias —me burlé, poniéndome delante de Liam.
Si me colocaba en el ángulo correcto, no vería el libro en la mano
izquierda de Liam. Teníamos que salir de aquí antes de que
apareciera Kaden. Probablemente podría encargarme de Tobias por
mi cuenta, pero estaríamos seriamente jodidos si Kaden hiciera una
aparición como invitado.
—Samkiel. El destructor del Mundo. El aniquilador —se burló
Tobias, mirando fijamente a Liam—. Una criatura de tantos
nombres.
Podía sentir la energía de Liam desprendiéndose de él en oleadas,
y no necesitaba mirar detrás de mí para saber que sus ojos brillaban.
La última parte de las palabras de Tobias debió de tocar un nervio
del que yo no era consciente. ¿Qué sabía Tobias de él que yo no
supiera?
—¿Y cómo te llaman a ti? —preguntó Liam, con ira en la voz.
—Oh, lo siento, ¿Dianna no te dijo quién soy? —preguntó Tobias,
llevándose la mano al pecho, haciéndose el ofendido—. Me imaginé
que lo habría hecho ya que… ¿qué dijiste?
Levantó la mano y el cadáver de Ava se incorporó, su voz repitió
mis palabras.
—Soy su amigo. —Las palabras salieron de los fríos labios de Ava
con mi voz, salvo que el sonido era gorgoteante y destrozado.
Tobias soltó la mano y el cuerpo de Ava cayó, pudriéndose en el
suelo.
—Era una buena marioneta —dijo Tobias mientras miraba a Ava
descomponerse—. Los dos lo eran, aunque no iban a durar mucho
más porque ustedes decidieron tomarse su tiempo y saltar a esa
maldita agua. La carne muerta no dura mucho cuando está mojada
—dijo Tobias, acercándose a uno de los ataúdes. Pasó los dedos por
el polvo de la tapa y lo frotó entre los dedos.
—Tienes control sobre los muertos —dijo Liam, con un toque de
sorpresa en el tono—. La nigromancia ha estado prohibida durante
siglos.
—No soy el único ser antiguo que ha cometido atrocidades, Rey
Dios —dijo—. ¿Lo sabe todo sobre ti? ¿Le has hablado de la espada
de Oblivion? ¿Le has contado a cuántos de los nuestros has matado
con ella? ¿Le contaste la verdad, o simplemente se saltaron a la parte
en la que abre sus bonitas piernecitas?
—Jódete, Tobias —gruñí, clavándome las garras en las palmas de
las manos.
—Ella es un monstruo, Samkiel, y uno de los peores —replicó con
una sonrisa maligna en los labios—. No dejes que esos ojos tímidos
y esas sonrisas dulces te engañen. Ha matado y se ha deleitado con
ello. No se convirtió en la segunda de Kaden solo porque es buena
de rodillas.
Sentí que Liam se ponía rígido detrás de mí y, por un momento,
me preocupó lo que pensaría de mí después de oír aquel
comentario. Él sabía lo que yo haría por Gabby, pero no sabía lo
sanguinaria que podía llegar a ser. Debería estar preocupada por el
Ig'Morruthen que estaba frente a nuestra única salida y por la idea
de que pudiera conseguir el libro. No le conté a Liam todo sobre mi
pasado, igual que él no me había contado el suyo aparentemente.
No debería importarme, pero a una parte de mí sí le importaba lo
que Liam pensara de mí.
—Oh, ¿estás callada ahora? ¿No quieres que tu nuevo juguete se
entere de lo terrible que eres? Ella es dulce, lo sé, pero es igual que
nosotros, Destructor del Mundo. No importa lo que esos bonitos
labios murmuren cerca de tu polla —dijo Tobias, acercándose a otro
ataúd—. ¿Saben que puedo oler a cada uno en el otro? Es enfermizo.
Me imagino lo que hará Kaden cuando también se entere. Me
pregunto si hará que Gabby grite por ti mientras la desgarra
miembro a miembro.
Algo en mí se quebró y me lancé hacia él a toda velocidad.
Apenas oí a Liam gritar:
—¡No! —Golpeé a Tobias contra la pared con tanta fuerza que nos
llovieron trozos de piedra.
Me di cuenta demasiado tarde de que me había estado
provocando y yo había caído en la trampa. Me agarró de los brazos,
girando y volteando, cambiando nuestras posiciones y llevándome
contra la pared. Los ojos de Tobias brillaron con un rojo intenso en
la habitación a oscuras mientras me agarraba del cuello y me
levantaba. Sus garras me atravesaron la piel y mi espalda rozó la
roca. Sentí el hormigón duro detrás de mí mientras me levantaba y
vi sus ojos de un rojo brillante en la habitación a oscuras.
¿Dónde estaba Liam? No podía verlo más allá de los hombros de
Tobias, la habitación estaba sumida en sombras profundas. No solía
ser del tipo de damisela en apuros, pero me vendría bien un poco de
ayuda mientras Tobias monologaba.
—Estás débil, Dianna. ¿No has estado comiendo bien? ¿Menos
proteínas en tu dieta? —preguntó. Sonrió y vi que sus dientes se
convertían en puntas. Ladeó la cabeza e inhaló—. Oh, no lo has
hecho, ¿verdad? Por eso no te curas. ¿Estás fingiendo ser mortal otra
vez? ¿Qué tal te funcionó la última vez?
Al instante siguiente, Liam estaba detrás de Tobias, con sus ojos
ardientes mientras lo agarraba por el hombro. Sentía que la mano de
Tobias me rodeaba la garganta y luego fue lanzado por los aires.
Voló a través de una de las paredes internas y aterrizó con un fuerte
estruendo, con la piedra amontonándose encima de él.
—¿Qué te he enseñado sobre las emociones? Contrólate, Dianna
—dijo Liam, ayudándome a levantarme de mi posición agachada.
Me acaricié la garganta, con los dedos pegajosos de sangre.
—Sí, en realidad no pensé. —Mi voz era áspera mientras me
levantaba, apoyándome en el brazo de Liam—. Liam, él es más
fuerte que yo. Estuvo ahí fuera comiendo y alimentándose de los
guardias. Tenemos que irnos.
El ruido sordo del lugar donde había aterrizado Tobias nos hizo
girar la cabeza en esa dirección. Lentamente, emergió de la
polvareda, limpiándose el polvo y los trozos de piedra de la ropa
como si no acabara de estrellarse contra una pared. Nos miró
fijamente, enderezándose la chaqueta y recuperando la postura, sin
un solo rasguño.
—Eso sí que fue grosero. —Tobias se crujió el cuello antes de salir
de los escombros—. Me has preguntado quién soy, Samkiel. —El
timbre de la voz de Tobias cambió, haciendo vibrar las paredes, y
supe lo que estaba a punto de ocurrir—. Permíteme que te lo
muestre.
El cuerpo de Tobias se agrietó y se dobló mientras protuberancias
óseas, gruesas y punzantes, crecían desde sus hombros y codos. Su
piel se tiñó de negro con un brillo rojizo y sus rasgos impecables se
volvieron más angulosos y afilados. Cuatro cuernos se alzaron sobre
su cabeza, apuntando hacia el techo. Sus garras se alargaron y
curvaron, y sus afilados dientes serrados brillaron mientras nos
sonreía.
Sentí que el aire se volvía pesado, que el poder de Liam llenaba la
habitación y me presionaba. Lo miré y vi en su rostro una expresión
de conmoción pura y dura. Le rodeé la muñeca con la mano, pero no
me hizo caso.
—Haldnunen —susurró Liam.
La sonrisa de Tobias era fría, helada.
—Hace eones que no oigo mi verdadero nombre, Samkiel.
—No es posible. —A Liam se le cortó la respiración—. Tú
pereciste junto a mi abuelo. Vi los textos. Los leí. Los conozco.
—¿Es eso lo que te dijo tu padre? —Tobias chasqueó la lengua—.
Tu familia está llena de mentirosos, Samkiel. Lástima que no estarás
para poder averiguarlo.
Liam cuadró los hombros y miró a Tobias.
—No importa quién o qué seas. Hará falta un ejército para
detenerme.
La risa de Tobias era fría y francamente mortal. Estiró los brazos
hacia los lados, apretando las manos en puños. Sus garras se
clavaron en sus palmas, extrayendo sangre fresca. Habló en la
antigua lengua de los Ig'Morruthens. La sangre brotó entre sus
dedos y goteó sobre el suelo, chisporroteando y arremolinándose en
un humo oscuro al entrar en contacto con las piedras.
—Menos mal, Samkiel —dijo, con voz grave y amenazadora—,
que me sobran cuerpos.
El mausoleo tembló cuando la piedra absorbió su sangre. Liam y
yo contemplamos horrorizados cómo, una a una, las tapas de los
ataúdes empezaban a deslizarse lentamente. La cripta se llenó de
gemidos y la tierra se abrió bajo nuestros pies cuando los muertos
empezaron a levantarse.
CAPÍTULO 44
Dianna
¡Pum!
Mi mano golpeó una vez más el hombro de Liam mientras
corríamos.
—«Hará falta un ejército para detenerme» —me burlé—. Tenías
que utilizar tu gigantesco ego, ¿verdad?
Otro estallido.
—No me dijiste que Tobias era un rey de Yejedin —espetó Liam
mientras corríamos por un túnel en ruinas. Varias criaturas muertas
gemían y se lanzaban tras nosotros.
—¿Un qué? —jadeé mientras extendía la mano detrás de nosotros,
lanzando otra bola de fuego. Liam me tiró con fuerza hacia una
esquina y me apretó contra la pared, presionando su cuerpo sobre el
mío.
—La corona se le incrustó en el cráneo —dijo en voz baja después
de que varias docenas de muertos pasaran por delante de nosotros.
Estábamos cubiertos de suciedad, escombros y sangre después de
tener que luchar para salir de la cripta.
—Bueno, no lo sabía —susurré—. Pensé que eran cuernos.
Me miró como si me hubieran salido cuernos.
—No son cuernos. Son una corona. Es uno de los Cuatro Reyes.
Me quedé boquiabierta, con los ojos desorbitados.
—¿Cuatro?
Liam me miró fijamente, con expresión aturdida, mientras caía en
la cuenta.
—Explica muchas cosas. Su poder. Quién es Kaden. Por qué
pueden esconderse de mí. Dianna, son más viejos que yo. Siglos más
viejos. —Levantó una mano sucia y se frotó frenéticamente la cabeza
antes de clavar sus ojos en los míos—. Eso te convierte en una reina.
Una reina de Yejedin. Si es uno de los cuatro. Por eso es tan
despiadado, tan territorial. Por eso hará cualquier cosa para
recuperarte.
Las palabras de Liam me revolvieron el estómago y sentí que la
bilis me llenaba la garganta. No, no podía tener razón y, sin
embargo, el corazón me martilleaba en el pecho.
—No. No soy suya. No soy su reina.
Liam respiraba entrecortadamente mientras me miraba.
—Tenemos que volver a la sala principal. Volví a meter el libro en
la tumba cuando empezamos a luchar y no quiero dejarlo allí.
Le di un golpe en el pecho y me miró. Incluso cubierto de Dios
sabía qué, todavía podía ver su ceño fruncido.
—¿Te refieres a la misma habitación en la que Tobias sigue?
—Sí —siseó, el sonido apenas un susurro—. Mataré a Tobias
mientras tú recuperas el libro. Está lo suficientemente agrietado
como para que no te hagas daño.
No me dio la oportunidad de discutir y contemplé la posibilidad
de golpearlo de nuevo mientras se acercaba sigilosamente a la
abertura de nuestro escondite. Liam mantuvo una mano contra mi
estómago, manteniéndome en el sitio mientras se asomaba por la
esquina. Asintió con la cabeza y me cogió de la mano, dirigiéndome
hacia la sala de los ataúdes a toda prisa. Seguí mirando hacia atrás,
asegurándome que los muertos no habían vuelto. De momento, no
había moros en la costa.
A medida que nos acercábamos, oía el ruido de las piedras y los
gritos de frustración de Tobias mientras buscaba el libro.
Nos detuvimos al borde de la enorme puerta mientras los ojos de
Liam me recorrían.
—Recuerda lo que te enseñé.
Asentí con la cabeza, encendiendo llamas en mis manos, antes de
echar un vistazo a la habitación. Había varios muertos dando
tumbos por la habitación, a algunos les faltaban miembros y
tropezaban con piedras sueltas.
—Reina o no, por favor, ten cuidado.
Me encontré con la mirada de Liam, pero fui incapaz de descifrar
la emoción que había en sus ojos. Su pulgar pasó sobre su anillo
mientras invocaba una vez más aquella armadura plateada. Pronto
se formó un arma de fuego en su mano, esta vez mucho más larga
que las que había invocado antes. Me miró una vez más antes de
entrar en la habitación, volando hacia Tobias. Les oí gruñir al chocar
y el mausoleo tembló.
Mierda.
«Bien, Dianna, está distraído, coge el libro».
Corrí hacia la habitación, con los escombros cayendo en cascada a
mi alrededor. Sentí que mi cráneo chocaba contra la pared cuando
varios muertos vivientes se abalanzaron sobre mí, mordiéndome y
arañándome. Golpeé con la rodilla la cabeza del que tenía más cerca,
convirtiendo su cráneo en polvo antes de incinerar a varios más.
Utilicé el pie para dar una patada contra la pared, impulsándome
hacia delante con fuerza suficiente para decapitar a unos cuantos
más.
Aterricé a unos metros, frente a la habitación que necesitaba. Los
sonidos de pies corriendo hacia mí y gemidos detrás de mí, me
dijeron que los que no golpeé se estaban acercando. Maldita sea.
Necesitaba encontrar la tumba de Victoria rápidamente. Corrí hacia
el interior y escudriñé la habitación, entrecerrando los ojos cuando
aparté a un no muerto de un codazo, haciendo que dejara caer al
suelo la espada rústica que llevaba. Me agaché y la cogí antes de que
mi cabeza se disparara hacia arriba. El ruido de las piedras que
caían a mi alrededor me hizo levantar la vista. Tobias y Liam
estaban teniendo una pelea aérea por encima de nosotros, el templo
temblaba cada vez que uno lanzaba al otro contra las paredes o el
techo. «Concéntrate, Dianna». Él era inmortal, completamente
inmortal, estaría bien. Giré, cortando a todas las criaturas muertas
que se acercaban mientras buscaba por la habitación.
La zona era un completo desastre. ¿Cómo demonios iba a
encontrar ahora la tumba de Victoria? Tiré a unos cuantos a un lado
justo cuando otro no muerto se acercaba para agarrarme. Lo
atravesé con mi espada y sentí que algo saltaba sobre mi espalda. Su
brazo esquelético me rodeó la garganta, lo agarré, salté y caí de
golpe al suelo, aplastándolo bajo mis pies. Antes de que me diera
tiempo a levantarme de un salto, otro no muerto me alcanzó con sus
uñas podridas, que se aferraron a la parte delantera de mi camiseta
y me levantaron. Maniobré con los brazos por debajo, los levanté y
bajé los codos, cortando sus huesudos brazos. Me acerqué, cogí la
espada rústica y apuñalé en el cráneo al que se arrastraba hacia mí.
Miré hacia abajo y me fijé en los brazos que colgaban de mi
camiseta. Me los arranqué, sintiendo un escalofrío de repulsión.
—Puaj. —Los tiré al suelo y los hice pedazos.
Tobias gritó y la habitación volvió a temblar, haciéndome caer.
Solté el arma al caer y vi con consternación cómo se colaba por una
grieta y desaparecía. El poder de Tobias debió de parpadear, porque
todos los muertos vivientes se detuvieron y se agarraron, dándose
palmadas como para asegurarse de que seguían de una pieza.
Me levanté sobre los codos y fue entonces cuando lo vi. El
acabado de mármol.
Me levanté de un salto y corrí hacia él cuando algo me golpeó y
me empujó de nuevo al suelo. Me quedé sin aliento al caer de bruces
contra el frío suelo. Varios muertos vivientes me desgarraron la
espalda.
Cada vez que intentaba levantarme, se me echaban más encima.
Los que había visto empuñando armas finalmente entraron en la
cripta. Como no podían alcanzar a Liam, se concentraron en mí. Oí
cuchilladas contra el hormigón mientras se apuñalaban a sí mismos,
intentando destriparme.
Grité cuando una de las espadas se clavó en una herida ya
cicatrizada.
Esta vez, el mausoleo tembló con fuerza y el suelo se partió en
una estrecha grieta. Parecía como si se hubiera caído una enorme
losa del templo, pero lo que oí a continuación me dijo que
probablemente era Tobias lanzando a Liam.
—Perdiste tu espada, Destructor del Mundo. Estás distraído.
¿Estás preocupado por ella? —Tobias rio fríamente—. ¿Se te ha
metido en la piel? ¿Quieres que la extirpe?
El suelo crujió una vez más, temblando como si un avión
despegara a pocos metros de mí. El aire se iluminó con el poder de
Liam y el golpe desintegró a varios de los muertos vivientes. Liam
volvió a levantarse de un salto, y la fuerza con la que abandonó el
suelo derribó a varios muertos vivientes más.
Me saqué la espada del abdomen y, con los labios curvados en un
gruñido, volví a ponerme en pie. Tres muertos vivientes se lanzaron
contra mí cuando agarré la espada por la empuñadura. Giré de la
misma manera que Liam me había enseñado, utilizando el impulso
de la parte superior de mi cuerpo para blandir el arma por encima
de mi cabeza y hacia abajo, decapitándolos de un solo golpe.
Vinieron más y también los derribé. Era una danza de la que no
sabía que era capaz, pero la espada era antigua y estaba oxidada. En
mi décima muerte, se fracturó, rompiéndose en el cráneo del no
muerto.
Me había ganado un pequeño respiro, pero no duraría mucho.
Giré buscando el ataúd de mármol, pero ya no estaba. Doble
mierda. Su lucha no ayudaba. El templo temblaba y llovían
escombros cada vez que chocaban contra una pared.
Liam arrojó a Tobias a través de otra parte del mausoleo y yo hice
mi movimiento. Corrí hacia Liam mientras lo acechaba y lo agarré
por el brazo. Sus ojos eran de plata fundida, ardientes por la furia de
la batalla, cuando se volvió y me miró a través de la pequeña rendija
de su casco. La combinación de su mirada y los restos y la sangre
que cubrían su armadura le daban un aspecto aterrador. Estuve a
punto de dar un paso atrás, pero en cuanto vio mi cara sus facciones
se relajaron. Tiré de él hacia el extremo más alejado de la cripta justo
cuando Tobias se desenterraba.
Liam y yo estábamos apretados contra un trozo de muro de
piedra en ruinas, a varios metros de donde habíamos empezado.
Habíamos luchado, pero no había ninguna diferencia. No importaba
cuántos quemara y pateara, o cuántos cortara él, seguían llegando.
La caverna volvió a temblar cuando oí a varios más por encima de
nosotros, abriéndose paso a golpes. Más muertos vivientes se abrían
paso a través de la entrada. Temía que Tobias hubiera convocado a
todos los mortales enterrados en kilómetros a la redonda. Cayó
polvo mientras oíamos a los que no intentaban destrozarnos,
buscando el libro.
—¿Dónde has ido, Destructor del Mundo? Estaba empezando a
divertirme —rugió Tobias.
Arrancó ataúdes del suelo y los lanzó contra las paredes,
provocando el desplazamiento y la caída de más escombros. Si no
nos despedazaban, pronto nos enterrarían vivos. Estábamos
rodeados por al menos treinta muertos. Todos eran esqueléticos,
vestían ropas hechas jirones y tenían la piel podrida pegada a lo que
quedaba de ellos. Otros parecían desgastados por la batalla, con
miembros perdidos y cascos oxidados por el tiempo. Llevaban algún
tipo de arma que solo puedo suponer que fue enterrada con ellos,
desde espadas hasta hachas de batalla oxidadas. No podía
arriesgarme a que me decapitaran mientras destruían este edificio.
Necesitábamos un nuevo plan.
—¿Cuántos muertos hay enterrados aquí? —le susurré a Liam
mientras me asomaba por la esquina. Varios se movieron al unísono,
buscándonos y arrojando escombros en el proceso. Me moví,
apretándome contra la pared mientras flexionaba la mano, cada
músculo que tenía gritaba. Estaba débil y lo sabía.
—Demasiados. Demasiados —dijo Liam mientras giraba de un
lado a otro, calculando nuestras posibilidades antes de mirarme, con
su armadura plateada cubierta de sangre. Hizo un movimiento con
el dedo y el casco desapareció. El pelo empapado de sudor se le
pegó a la cabeza—. ¿Cuánta fuerza te queda?
Sacudí la cabeza.
—No la suficiente. Cada vez que creo que tengo ventaja, aparecen
más. Es demasiado potente. Alistair era igual. Había una razón por
la que Kaden nos mantenía a los tres cerca de él. La única diferencia
era que ellos aceptaban su naturaleza, mientras que yo no. No soy
tan fuerte, Liam.
Su mirada no vaciló.
—Sí, lo eres.
Otro fuerte estruendo nos hizo agacharnos. Me moví
rápidamente, arrastrándome detrás de una columna medio
destruida.
Sabía que estábamos jodidos, sobre todo si Tobias era ese rey que
Liam creía que era. Tobias habría sido un desafío suficiente, pero
había levantado a todos los cadáveres de los alrededores y nos
superaba en número. No sabía cómo íbamos a impedir que
consiguiera el libro. Sabía que Liam podía utilizar el arma
incendiaria y acabar con Tobias, pero si estaba más preocupado por
mí, el ejército muerto podría dominarlo fácilmente. Cosa que sabía
que haría porque era amable y bueno y todo lo que yo quería ser.
Solo se me ocurría una opción, y no acabaría bien para mí. Sabía lo
que tenía que hacer, aunque una parte de mí lo odiaba.
—Liam —dije, sin importarme si me oían los muertos o Tobias—,
tienes que irte. Llega hasta el libro, cógelo y vete. No vamos a salir
los dos vivos de este templo.
—Sí, lo haremos.
—Estamos superados en número y maltrechos. Aún no estoy al
cien por cien después de lo de la jungla, y lo creas o no, esta caverna
acabará cayendo. Necesitamos ese libro. —Hice una pausa, tragando
un creciente nudo en la garganta—. Necesitas el libro. Es lo único
que importa.
Era verdad, aunque me doliera. Era verdad.
Sus ojos cansados de la batalla escudriñaron los míos.
—No.
—No hay otra manera.
Agarró la espada de plata con más fuerza y se apoyó en las
rodillas.
—Estoy trabajando en ello.
—¿Por qué no usas la espada oscura, como antes? ¿No mató a
varios en segundos?
Sus ojos se entrecerraron.
—Te dije que cerraras los ojos.
—Yo no escucho. —Sonreí suavemente aunque las lágrimas me
escocían los ojos. Sabía que si este plan funcionaba, Tobias me
arrastraría de vuelta con Kaden, y no volvería a verlo ni a él ni a mi
hermana.
Sacudió la cabeza, volviéndose hacia la horda de muertos que se
arrastraba.
—No puedo usarla aquí. El espacio es demasiado pequeño. No
solo erradicaría todo lo que hay aquí, sino también a ti. No me
arriesgaré.
Mi punto estaba probado. Suspiré, sabiendo lo que venía a
continuación.
—Puedo distraerlo el tiempo suficiente para que cojas el libro y te
vayas.
—No.
—Tu palabra favorita, qué sorpresa. Escucha, este era el plan
desde el principio. Por encima de todo, te quedas con el libro. Es por
eso que tenemos un trato. Solo cuida de mi hermana. Por favor. —
Agarré su brazo blindado cubierto de escombros y lo acerqué a mí.
Su frente tocó la mía mientras cerraba los ojos y volvía a respirar su
aroma. Quería tenerlo grabado en mi mente mucho después de que
mi cuerpo se convirtiera en cenizas. Quería recordar cada día que
pasé con él, incluso cuando nos odiábamos. Se me apretó el pecho y
las lágrimas amenazaban con derramarse porque sabía que era el
adiós—. Lo prometiste.
Volvió a negar con la cabeza.
—No. —Afirmó la única palabra cortando cualquier respuesta
que pudiera haber tenido—. No voy a dejarte.
Le pasé la mano por el lado de la cara empapado de sudor antes
de besarlo con fuerza y rapidez.
—Quizá en otra vida —susurré contra sus labios.
No iba a darle elección. Me puse en pie de un salto y partí hacia la
derecha. Recogí un montón de huesos desechados y lo envolví en
una tela desaliñada con la esperanza de que Tobias se dejara llevar
por su necesidad de tener el libro y fuera lo bastante estúpido como
para creer que yo lo tenía para seguirme. Me detuve en la entrada
de la caverna, mis ojos se encontraron con los de Tobias el tiempo
suficiente para forzar una mirada de desesperación mientras
apretaba más fuerte mi artimaña entre los brazos. Sus fosas nasales
se encendieron cuando me di la vuelta y eché a correr. Oí rugir a
Tobias al verme huir. Si no traía el libro o a mí de vuelta, las cosas
no acabarían bien para él. Sujeté mi abdomen, que se estaba curando
lentamente, mientras todas las cabezas se volvían hacia mí. Oí la
maldición de Liam, pero no me siguió. Los muertos vivientes
soltaron un grito hueco de muerte y marcharon tras de mí. Corrí por
el oscuro túnel antes de girar, lanzando un muro de fuego detrás de
mí. El túnel se iluminó y varios muertos vivientes atravesaron las
llamas. Cayeron, haciéndose pedazos, pero no fue suficiente. Los
muertos vivientes que venían detrás pisotearon los cadáveres y
ocuparon su lugar. Me agaché y salté, atravesando varias losas de
piedra y aterrizando en un nivel superior.
—Mala jugada —siseé con la parte superior de la cabeza
palpitando mientras un hilillo de sangre corría por mi frente. Mi
cráneo se curaría, pero lo haría lentamente. Me puse en pie y avancé.
El espacio se hizo más pequeño y me puse a gatas, teniendo que
arrastrarme para llegar a alguna parte. Podía oír el golpeteo del
agua más adelante, y supe que había llegado a una antecámara por
encima de donde habíamos empezado. No podía oír a Tobias ni a
Liam.
El sonido de arañazos me hizo mirar hacia atrás para ver a varios
de los muertos vivientes corriendo detrás de mí, sus mandíbulas
descompuestas abriéndose y cerrándose mientras se arrastraban
detrás de mí.
Mierda, debían de haberse amontonado unos encima de otros
para alcanzarme. Fui a disparar otra ráfaga de fuego cuando la
piedra que tenía debajo explotó. Unas garras me asieron por el torso
mientras Tobias irrumpía en el suelo.
—¿Dónde crees que vas?
Me tiró y mi cuerpo golpeó el suelo con tanta fuerza que me dejó
sin aliento. Se me echó encima un segundo antes de que pudiera
reaccionar y me arrancó la tela de las manos. Los huesos se
esparcieron por el suelo y mi treta se rompió.
—Te engañé —susurré mientras su rodilla se clavaba en mis
costillas—. Tú pierdes.
El odio puro y cegador llenó sus ojos carmesí mientras me
agarraba por los tirantes de la camiseta.
—Eso ya lo veremos. —Unos dientes dentados me desgarraron la
garganta y grité mientras me succionaba toda la energía que me
quedaba.
La sangre se me agolpó en la boca mientras Tobias me arrastraba
de nuevo a la habitación por el pelo. Me agarré a sus brazos, pero
fue inútil. Me había drenado y sabía lo que estaba a punto de hacer.
—Oh, Destructor del Mundo —gritó con voz cantarina, irónico y
burlón—. Tengo algo tuyo.
Los muertos vivientes se separaron, arrastrando los pies mientras
se apartaban. No pude ver a Liam, pero la lucha había cesado en
cuanto entró Tobias.
Me soltó durante una fracción de segundo, pero antes de que
pudiera escabullirme, me tiró de la garganta destrozada.
Tobias me giró de modo que quedé frente a Liam. Su armadura
cayó inmediatamente, como si al verme así se sintiera vulnerable en
más de un sentido. Tobias pareció reírse mientras sus garras se
introducían en mi pecho, apretándome el corazón. Me estremecí
ante la intensa presión. El dolor era abrumador, pero no podía
gritar. Me ardían los pulmones, como si el solo esfuerzo de tomar
aire me exigiera demasiado. Sentí que mi energía disminuía y me
mareaba. Un apretón, un movimiento, y estaba muerta.
—Shh shh, no tan rápido, Destructor del Mundo. Un paso más y
le arranco su corazoncito —gruñó Tobias—. Y ambos sabemos que
ni siquiera tú serás lo suficientemente rápido para salvarla.
Pude ver a Liam frente a mí, con una expresión desastrosa, como
si supiera que si daba un paso en falso, podría costarle algo. Solo
tenía que coger el libro e irse. Tobias no me dejaría marchar, sobre
todo después de lo que le había hecho a Alistair. Si no me mataba
aquí, me llevaría con Kaden, quien haría algo mucho peor.
—Solo… vete… —Me las arreglé para hacer gárgaras, agarrando
la mano de Tobias, tratando de conseguir que su agarre se aflojara lo
suficiente como para hablar.
Pude ver el cálculo entre los ojos de Liam mientras miraba entre
Tobias y yo. Estaba formulando algún tipo de plan. Pero yo no sabía
cuál. Idiota. No había esperanza para mí. Nunca la hubo. Solo
necesitaba que se fuera.
Tobias usó su mano libre para agarrarme la cara.
—¿Dudas por ella? —Me sacudió la cara y me estremecí—.
Jodidamente patético. Te has bañado en nuestra sangre durante
siglos. Igual que tu padre y su padre antes que él. Sin embargo, ¿una
cara bonita y de repente tienes corazón? No me lo creo.
—Déjala ir. —Las palabras no eran duras ni crueles, eran suaves,
pronunciadas como si supiera que si decía algo equivocado, Tobias
lo haría sufrir. «Oh, Liam, tonto. ¿Por qué no puedes dejarme?».
Tobias se rio, sintiéndolo también.
—¿Sabes una cosa? Tengo una idea. Podrías atravesarnos a los
dos con esa maldita espada. Vamos, Destructor del Mundo. Te
ahorraría mucho tiempo. Piénsalo, dos Ig'Morruthens, una espada, y
te quedas con el libro. Puedes hacer que parezca un accidente. De
todos modos, nadie la echará de menos —se burló Tobias, usando la
mano para sacudirme la cabeza ante su última afirmación para que
surtiera efecto.
Se me escapó un gemido de dolor, que hizo que Liam se
estremeciera y diera un paso hacia delante. Tobias tenía razón. Si
nos mataba a los dos, Kaden se quedaría solo y sin libro. Kaden
perdería la fuerza que tenía. Sus filas ya estaban divididas y
destrozadas. Liam y sus amigos estarían a salvo por un tiempo. Sí,
Liam me perdería, pero tendría el mundo a salvo y seguro. Ese era
el plan desde el principio. El dolor me sacudió de nuevo, pero esta
vez no era debido a las caricias poco amables de Tobias.
—No puedes hacerlo, ¿eh? —Tobias se burló—. ¿Es debilidad lo
que percibo? ¿Después de todos estos siglos el poderoso destructor
por fin tiene una debilidad?
—Si te doy el libro, ¿la dejarás ir? —preguntó Liam, con voz
apenas audible.
Sentí que Tobias se ponía rígido, una sonrisa diabólica se dibujaba
en sus labios cuando su cara se acercó a la mía.
—Sí.
—¿Tengo tu palabra? —preguntó Liam.
—Sí, dame el libro y te devolveré a la pequeña y dulce Dianna —
dijo Tobias, con un tono molesto en la voz. «No, no lo hará. Liam, no
seas tan tonto». Intenté hablar, pero solo salía un jadeo ahogado.
El rostro de Liam se torció.
—Muy bien. Está en la tumba sellada cerca de ti —dijo Liam,
haciendo un gesto con la espada.
—No soy tonto. Sé que está sellada para que solo tú puedas
abrirla —espetó Tobias—. Ábrela tú.
—Lo haré —dijo Liam, levantando una sola mano en señal de
derrota—. Solo tengo que ir allí.
Tobias miró de la tumba hacia Liam y viceversa. Asintió con la
cabeza y nos apartó a los dos a un lado para que Liam tuviera
espacio suficiente para coger el libro sin estar tan cerca como para
golpear. Los ojos de Liam no se apartaron de los míos mientras
caminaba lentamente hacia la tumba. Su mano rozó el lateral y, con
un movimiento sólido, arrojó la tapa al otro lado de la habitación.
Debía de haber sido amable antes, pero con la forma en que la lanzó
por toda la habitación, supe que no estaba de humor para juegos.
Metió la mano, con la mirada fija en mí, y cogió el libro. Lo agitó
en el aire y dijo:
—Ahora suéltala y te lo daré.
No podía creer lo que veía. No podía hablar en serio. No lo hacía.
Todo por lo que habíamos trabajado, todo lo que había pasado en el
estúpido viaje hasta aquí, ¿y lo entregaría? ¿Por mí? No. No podía.
—Liam. No lo hagas —resollé, y mis palabras se convirtieron en
un gemido cuando Tobias me apretó el corazón con más fuerza.
—Ahora, sé un buen Rey Dios y tíralo —instó Tobias.
—No hasta que la sueltes —dijo Liam, haciendo un gesto con la
mano.
Vi a Liam dar un paso adelante. Fue solo un centímetro, pero supe
que haría lo impensable. Intentaría salvarme. Porque era bueno. Era
todo lo que Tobias y yo nunca podríamos ser. No. Kaden no podía
conseguir el libro. Mi vida no era un buen intercambio para el
mundo. Yo no valía la pena. Hice acopio de todas las fuerzas que
pude y me agarré al brazo de Tobias. Incluso ese leve movimiento
me hizo escupir más sangre, pero sostuve la mirada de Liam.
—Lo prometiste —me atraganté, asintiendo hacia él. Él sabía lo
que quería decir. «Cuida de Gabby». Trato hecho o no, era lo único
que me había prometido. Una mirada que nunca había visto en él
cruzó sus facciones. Era la misma emoción que Kaden había
mostrado el día en que Zekiel había muerto.
Miedo.
Vi que sus ojos se abrían de par en par, que su color se tornaba
plateado y que se inclinaba hacia delante, con una sola palabra en
los labios. Antes de que pudiera pronunciarla, arranqué la mano de
Tobias de mi pecho, junto con mi corazón.
CAPÍTULO 45
Dianna
Oscuridad. Eso era todo lo que había, y sin embargo, mi cuerpo se
sentía cálido, completo. Me sentí estrechamente abrazada como si
estuviera envuelta en los brazos de un amante. No podía moverme,
pero tampoco quería hacerlo. ¿Era Asteraoth? ¿Había encontrado
por fin la paz?
El centro de mi pecho palpitaba, estallando en un dolor feroz y
punzante, que se extendía por cada parte de mi ser. Era un calor
líquido que me empapaba por dentro y por fuera. Intenté moverme,
luchar, patalear, cualquier cosa para escapar de aquel horrible dolor
cegador. Sentía como si alguien hubiera vertido lava en el espacio
donde se suponía que estaba mi corazón. ¿No me había arrancado el
corazón? ¿Estaba Tobias terminando el trabajo? No, eso también
estaba mal. Había sentido a Tobias desgarrar mi pecho y
destrozarlo. Entonces, ¿dónde estaba? ¿Qué me estaba pasando?
«Vamos. Vamos».
Oí a alguien suplicar, el sonido era una mezcla de sollozo y ruego.
Mis pensamientos se detuvieron cuando un líquido caliente empezó
a llenar mi garganta. Ambrosía. Es la única forma en que podría
describirlo. El sabor me dolía. Todo mi ser se sintió vivo de repente.
Tenía que ser lo mejor que había probado nunca. Todo mi cuerpo
hormigueaba, las terminaciones nerviosas chispeaban y se
disparaban. Cada trago me daba más control sobre mis miembros.
No estaba muerta. Ni siquiera estaba cerca de la muerte. No cuando
me sentía así. El mundo volvió a mí cuando tomé otro trago. El
sonido del viento, los pájaros y un gemido llenaron mis oídos. Sentí
que mis manos aferraban la fuente de aquel increíble elixir mientras
mis ojos se abrían de golpe.
Vi el cielo abierto de la noche. Estábamos en una extensión de
hierba, con árboles bordeando el campo. Mi visión se aclaró y las
estrellas se enfocaron lentamente junto con la silueta de una gran
figura que se cernía sobre mí. Todo lo que podía ver era la plata
pura de sus ojos, y me di cuenta de que lo increíble que había
saboreado era sangre. La sangre de Liam. Se arrodilló en una rodilla,
con el otro pie apoyado en el suelo, acunándome contra él. Mi
cabeza estaba apoyada en su poderoso muslo y su muñeca en mi
boca. Mis ojos se estaban adaptando a la oscuridad y podía ver las
líneas de dolor en su rostro. El gemido que había oído antes
procedía de él, ya que no me estaba alimentando con delicadeza.
Aparté los dientes de su carne y moví la cabeza hacia un lado.
—No.
Levanté la mano, intentando apartarlo.
—Dianna, te he devuelto físicamente el corazón al pecho con mis
propias manos —espetó Liam—. ¡Ahora, bebe!
Volvió a meterme la muñeca en la boca, sin darme tiempo a
responder.
Volví a morder, esta vez suavemente, sujetando su muñeca con
ambas manos mientras el dulce sabor llenaba mi boca. Dejé escapar
un gemido mientras mi cuerpo se curaba en lugares donde no me
había dado cuenta de que estaba herida. Liam tragó con fuerza
mientras yo le sacaba otro trago. Sabía lo que se sentía al recibir un
mordisco. Había veneno en nuestros colmillos. La mayoría de los
mortales describían la sensación como un calor que les producía
ondas de choque en el corazón, algo parecido al deseo.
Era más fácil alimentarse si la persona que lo permitía sentía
placer en lugar de solo dolor. Podía ser íntimo, por no decir otra
cosa. Era una característica que transmitimos a los vampiros y a
todas las criaturas que beben sangre. La evolución era una perra
difícil. Teníamos que alimentarnos igual que las criaturas menores
que engendrábamos, y la sangre era portadora de vida. Contenía la
magia más pura y potente del mundo. Era lo único que diferenciaba
a los vivos de los verdaderamente muertos.
—Tranquila —murmuró Liam.
Levanté la vista hacia él, mis labios se suavizaron mientras pasaba
la lengua por las heridas que había hecho antes de apartar su
muñeca de mi boca.
—Ya está bien. Ya estoy bien. Te lo prometo.
—Dianna… —empezó a decir algo más, pero yo ya estaba
intentando levantarme.
Liam me agarró del brazo y me ayudó a ponerme en pie. Miré su
muñeca y vi que se estaba curando, pero más lentamente de lo
normal.
—Gracias —hice una pausa, haciendo un gesto hacia su muñeca—
, por eso, y por devolverme el corazón al pecho.
Me miró, con el ceño fruncido bajo la capa de suciedad y mugre.
Parecía molesto, pero se limitó a asentir.
Miré mi ropa rota y hecha jirones. La camiseta de tirantes que
llevaba tenía un agujero en la parte delantera y estaba cubierta de
sangre. Aparté el material arruinado de mi cuerpo y pude ver la
carne brillante y levantada entre mis pechos, donde me habían
arrancado el corazón. Me toqué ligeramente el lugar, todavía
sensible por la cicatrización, mientras las palabras de Liam
resonaban en mi cabeza. ¿De verdad me había devuelto el corazón?
Tenía que haber estado muerta por un momento antes de que él
intentara alimentarme. Me había salvado. Siempre me salvaba.
Levanté la vista y me encontré con los ojos de Liam por un momento
antes de recorrer su cuerpo con la mirada, buscando heridas.
Habíamos pasado por muchas cosas en las últimas horas. La ropa
de Liam parecía haber pasado por una trituradora. Estaba cubierto
de cenizas, sangre seca y vísceras, y tenía el pelo pegado al cráneo
con Dios sabe qué. Me miré a mí misma y me di cuenta de que mi
aspecto no era mejor. Observé lo que nos rodeaba y el enorme
agujero que había a unos metros de nosotros.
—¿Qué ha pasado? —pregunté.
—¿Qué parte, Dianna?
Sí, estaba enfadado.
Sus manos volaron a sus caderas.
—¿La parte en la que no dudaste en quitarte la vida o la parte en
la que Tobias consiguió la última reliquia viviente de Azrael?
Bajé la mirada un segundo, frunciendo los labios.
—¿Supongo que ambas?
—No tiene gracia.
Se pasó una mano por la cara con cansada frustración.
—No estaba haciendo una broma. Hice lo que había que hacer.
Ibas a arriesgar el libro por mí. Lo vi, vi tu vacilación. Conozco la
cara que pones cuando estás calculando.
Dio un paso adelante y noté que se balanceaba aunque no lo
hiciera.
—No tenías ni idea de lo que iba a hacer y no deberías haber
intentado discernir mis intenciones. Me conoces desde hace apenas
unos minutos en el gran esquema de las cosas, y no deberías asumir
que sabes lo que haré o no.
—¿Así que no ibas a salvarme? —Mi ceño se frunció mientras me
cruzaba de brazos.
—Sí, te habría salvado a ti y al libro, pero no me diste opción. Tú
elegiste por mí.
Me burlé.
—No lo habrías hecho y Tobias habría conseguido el libro que
yo…
—¡No sabes de lo que soy capaz!
Era la primera vez que Liam me levantaba la voz y me estremecí.
No porque me asustara, sino por lo que oí en esas palabras. No me
gritó como lo había hecho Kaden ni me degradó como otros. Me
gritó y su voz temblaba de miedo.
—Liam.
—No me diste opción. Ninguna opción. Dejaste que Tobias te
arrancara el corazón. Agarró el libro, y volé a través del templo que
se derrumbaba con los restos de ti. Ahí está tu recapitulación.
—Hice lo que creí correcto.
—¿Para quién?
Mi cabeza se echó hacia atrás.
—Para ti, para el mundo, para mi hermana. Tú y todos no han
hecho más que predicar lo importante que es este maldito libro.
—¿Predicar? Como si no hubieras hecho nada en todo este fiasco
más que predicar sobre nuestra asociación y aun así no confiaras en
mí lo suficiente como para saber que podría haberte salvado y
haberme hecho con el libro.
—Lo siento, ¿bien? ¿Es eso lo que quieres oír? Lo siento, pero te di
la oportunidad perfecta para que esto se hiciera. No des vueltas a
esto y me conviertas en la mala de la película. Estás molesto, pero no
te pedí que me salvaras. Di mi vida para que tú y todos los demás
tuvieran la suya.
—¿Y qué hay de la tuya, Dianna? Siempre haces lo mismo. Tratas
voluntariamente de tirar la tuya como si no significara nada. Como
si tú no significaras nada.
Se detuvo, apretó la mandíbula y se dio la vuelta como si no
pudiera mirarme. El dolor me apuñaló, pero fue solo un momento,
porque volvió a girar y me señaló.
—Deberías haber confiado más en mí, Dianna. Después de todo lo
que hemos pasado, ¿por qué ibas a pensar que dejaría que te pasara
algo?
No dije nada porque sinceramente no encontraba palabras. Nunca
se me había ocurrido que él trataría de traerme de vuelta, sin
embargo, aquí estaba.
Miró alrededor del terreno destruido.
—Tenemos que irnos ahora. No sé cuánto tardará Tobias en llegar
a Kaden.
Se encontró con mi mirada, sus ojos cansados.
—Está lo suficientemente oscuro como para salir volando sin que
nos vean.
Sacudió la cabeza mientras levantaba la mano frotándose la sien.
—Es demasiado arriesgado y estuviste… muerta.
Su voz se quebró en la última palabra.
Empecé a decir algo, pero me detuve cuando vi que se balanceaba
sobre sus pies.
—Liam. ¿Estás bien?
—Estoy bien. Estoy bien —dijo justo antes de que se le pusieran
los ojos en blanco y cayera hacia delante. Lo atrapé, tropezando con
su peso muerto mientras intentaba evitar que se diera de bruces
contra el suelo.
CAPÍTULO 46
Dianna
—¿Dónde estás ahora?
Me aparté de la ventana, acunando el teléfono entre la oreja y el
hombro.
—Fuera de Charoum. Intenté volver volando, pero salió el sol, y
dudo que una bestia alada llevando a un hombre salga bien en las
noticias. Además, estoy cansada.
Podía oír a la gente que estaba con ella en la habitación, las
máquinas y sus zapatos en el suelo mientras caminaba.
—¿Esto es por lo que pasó en El Donuma? Los recientes
terremotos han estado en todas las noticias. Logan y Neverra
parecen nerviosos, actuando como si el fin del mundo estuviera
cerca. Me dejaron en el trabajo y se fueron. Ahora estoy atascada con
los guardaespaldas celestiales regulares, y todo el mundo está
siendo raro.
Me llevé la mano al pecho. Podía sentir el latido rítmico bajo mi
piel. Una pequeña y única cicatriz yacía ahora entre mis pechos. Se
notaba, pero era lo bastante pequeña como para que alguien que no
me conociera le prestara atención. Era solo una pequeña marca, pero
para mí, siempre sería un recordatorio de lo lejos que Liam estaba
dispuesto a llegar por mí.
—Sí, sobre eso —hice una pausa—, Tobias apareció.
—¿Qué? —Gabby prácticamente gritó antes de contenerse. La oí
disculparse con alguien a su lado antes de que susurrara—: ¿Qué?
¿Te encuentras bien? Bueno, supongo que estás bien porque estoy
hablando contigo. Eso es bueno. ¿Está muerto?
Me quedé callada un momento mientras me volvía hacia la cama.
Liam dormía, su pecho subía y bajaba más despacio que de
costumbre.
—No, pero yo sí. Creo. Por un segundo al menos, no sé…
Esta vez sí que gritó.
—¿Qué? Espera, ¿qué significa eso, Dianna?
Negué con la cabeza, frotándome la frente con la mano.
—Es una larga historia, pero nos engañaron para conseguir el
libro. Tobias apareció y resucitó a todos los muertos que pudo en un
radio de cinco kilómetros. Luchamos, perdimos, y Liam me trajo de
vuelta.
—¿Volviste como en la resurrección? Como en…
La interrumpí.
—Shh, no lo digas muy alto. No creo que sea algo bueno. Liam
dijo que la nigromancia está prohibida. Eso es lo que hace Tobias, y
todo es carne reanimada como en las películas de zombis, ¿sabes?
Lo que hizo Liam es diferente. Quiero decir, ¿incluso cuenta si
nunca me convertí en cenizas? ¿Significa eso que no morí de
verdad?
Volví a sentarme junto a la ventana, observando a los niños del
vecindario jugar. Gabby estuvo callada durante un rato.
—Di algo.
—Lo siento. Estoy desconcertada. Eso es algo grande, sin importar
si realmente te fuiste o no. Estás diciendo que básicamente restauró
tu corazón, Dianna. Lo único que no puedes hacer crecer de nuevo.
—Hizo una pausa de nuevo que solo volvió locos mis ya erráticos
nervios—. ¿Qué tan cercanos se han vuelto en este viaje, D?
Me di la vuelta, mirando a mi salvador dormido.
—Es complicado.
—¡Dianna! No lo hiciste —casi jadeó.
—Escucha, es diferente. Es diferente. Mira, deja que te lo explique
cuando vuelva, ¿bien? Prométeme que no me odiarás hasta
entonces.
—Bien, bien. —Se aclaró la garganta, y luego bajó la voz—.
Entonces, ¿eso significa que Tobias tiene el libro?
—Sí. No se lo digas a los demás. Todavía no. Siento que es algo
que Liam necesita abordar.
—Por supuesto.
Volvió a quedarse callada.
—Escucha, estaré bien. No te preocupes. Probablemente voy a
tratar de dormir un rato, y luego salir una vez que esté oscuro de
nuevo. Con suerte, Liam se despertará pronto. —Oí los ruidos de su
parte—. Te llamaré más tarde, ¿bien?
—De acuerdo. Recuerda que te quiero.
—Yo también te quiero.
Sonreí al teléfono antes de colgar.
Llamaron a la puerta de la habitación y el dueño de la casa se
asomó. Era un caballero de aspecto agradable con una familia
numerosa. Lo había obligado a que nos dejara quedarnos. La sangre
de Liam permitió que esa pequeña parte de mí trabajara a toda
marcha. Nos encontrábamos en la habitación de uno de sus hijos
adolescentes.
—¿Todo bien, señorita Dianna?
—Sí. —Asentí y sonreí—. Tú y tu familia deberían salir. Vayan a
una buena cena o al cine. Salgan de casa y vivan un poco.
Sus ojos mantuvieron por un momento una mirada vidriosa.
—Tienes razón. Una película suena genial.
No dijo nada más y se fue, cerrando la puerta tras de sí. Oí el
alboroto en el piso de abajo mientras los niños gritaban
entusiasmados. Unos pasos subieron las escaleras y bajaron
mientras cogían las llaves. La puerta principal se abrió y se cerró,
dejándonos en silencio. Me metí en la cama con Liam, apenas
cabíamos los dos. Me acomodé y me acurruqué a su lado.
Me había duchado y cambiado de ropa cuando llegamos y limpié
a Liam lo mejor que pude. Me habían prestado un jersey grueso y
unos pantalones de jogging que le quedaban bastante bien. Mi mano
recorrió las pequeñas ondas oscuras que amenazaban con
enroscarse hacia su frente. Él no se movió, solo respiró lenta y
profundamente.
—¿Por qué hiciste eso? —susurré. Las mismas palabras que había
pronunciado la primera vez que me dio de comer su sangre cuando
pensó que había muerto.
Me acurruqué contra él, rodeándolo con el brazo y apoyando la
cabeza en su hombro. Cerré los ojos, escuchando el lento latido de
su corazón, cuyo ritmo coincidía ahora con el mío.
Me dolía el cuerpo mientras me estiraba en la cama, con el brazo
revuelto entre las sábanas buscando a Liam y sin encontrar nada.
Estaba sola.
Me incorporé y me detuve. ¿Qué carajo? Miré alrededor de la
habitación que no pertenecía a un adolescente al que le encantaba el
fútbol y vivía en los suburbios con su familia. Las cortinas bailaban
al viento, arremolinándose alrededor de la gran estructura de la
cama. Los muebles que no eran de este mundo ocupaban gran parte
de la habitación, y los pájaros gorjeaban desde la gran ventana
abierta. «Oh, no, ¿es otro sueño de sangre?» Me llevé la mano a la
pequeña cicatriz del pecho, rozándola con los dedos a través de la
tela de la camisa. Ya lo creo.
Algo chocó fuera de la habitación y di un respingo. Oí el sonido
sordo de voces alzadas. Aparté las cortinas y caminé por el frío
suelo. Ni siquiera me molesté en intentar abrir las grandes puertas
de latón porque literalmente podía atravesar las paredes. Parecía
que había mucha gente reunida, pero ¿para qué? Caminé por el
enorme pasillo, contemplando el arte tallado en las paredes. Era tan
hermoso como la primera vez que lo había visto.
—¡El chico nunca escucha! —Oí gritar a alguien, sacudiéndome de
mi admiración por lo que me rodeaba.
—El chico está delante de ti. —Sonaba como Liam, y estaba
molesto.
No lo dudé mientras corría por el pasillo, siguiendo el sonido de
los continuos gritos. Me detuve tras bajar unas escaleras y entrar en
lo que me recordó a una catedral. El techo era tan alto que me
pregunté cómo habían colgado la enorme estructura inspirada en
una estrella brillante que había sobre él. Se movía y bailaba en tonos
azules, morados y plateados. Me recordó a una pequeña galaxia
atrapada en una lámpara de araña.
Los guardias sujetaban sus armas con fuerza, de pie frente a la
entrada principal. Entré y vi que varios cientos más se alineaban en
las paredes. Este lugar era tan enorme que no era de extrañar que
Liam le hubiera dicho a Drake que había visto mansiones más
grandes cuando lo visitamos. Varios guardias se volvieron en mi
dirección y me quedé inmóvil, pensando que podrían verme. Me
relajé cuando unos cuantos celestiales pasaron a través de mí y me
di cuenta de que los estaban mirando a ellos, no a mí.
«Dianna, es un recuerdo». Respiré hondo y me acerqué. Varios
celestiales estaban reunidos alrededor de lo que parecía una hilera
de grandes sillas. Estaban sentados en lo alto de un estrado que les
permitía ver toda la sala y a todos los presentes. Sin duda eran
tronos, hechos de metal de oro puro. Las patas estaban talladas para
representar diferentes animales. Eran animales con los que no estaba
familiarizada. Algunos tenían cuernos o colmillos, otras múltiples
alas, las plumas tan detalladas que podía ver los filamentos desde
aquí.
Se me cortó la respiración al ver las numerosas deidades sentadas
sobre ellos. Debía de haber al menos veinte o más. Varias llevaban
marcas como Liam, esas largas líneas de luz parecidas a venas que
parecían unirse en sus ojos. La luz de los demás parecía
desprenderse de ellos en ondas, sin estar ligada a su piel. Eran
hermosos de una manera extraña. Eran demasiado perfectos,
demasiado definidos. Obviamente eran dioses, sus ojos eran de
plata pura, como los suyos. La sala estaba llena de celestiales, su piel
azulada contrastaba con la de los dioses.
Instintivamente me acerqué a la pared del fondo mientras
observaba. Sabía que era un sueño, pero cada fibra de mi ser me
decía que corriera. Me quedé junto a una de las sillas vacías,
agarrada al borde mientras miraba por encima. Desde este ángulo,
podía ver a Liam. Tenía el pelo como la última vez que estuve aquí.
Los largos rizos salvajes bailaban sobre su coraza, sujetos por las
trenzas gemelas a ambos lados de la cara. Otros mechones estaban
sujetos con pequeñas bandas de metal enjoyado.
Fuera lo que fuese lo que estaba ocurriendo, debía de ser después
de que formara La Mano, porque todos los que reconocí llevaban
armaduras a juego. ¿Acababan de volver de una batalla? Logan, con
el pelo de la misma longitud pero la parte superior en un intrincado
diseño de trenzas que se unían en la base del cráneo antes de caer en
cascada por su espalda en tres gruesas trenzas, pasó junto a unos
cuantos celestiales para situarse cerca de Liam. Llevaba la cabeza
erguida y empuñaba una de aquellas armas encendidas, listo para
atacar si era necesario.
Observé a la multitud y vi a Vincent. Estaba al fondo del grupo,
sentado a un lado del estrado. Parecía aún más molesto de lo
normal. Tenía varias marcas de garras en el pecho y el brazo, pero
no sangraba.
—No escuchaste, Samkiel, y casi te cuesta varios celestiales. No
están hechos para ser tus juguetes, tonto insolente —espetó una
mujer, y giré la cabeza hacia ella. Tenía una larga cabellera blanca y
anillos de plata cubrían por completo sus dedos. Llevaba un vestido
resplandeciente bajo la armadura, y la luz se reflejaba en sus
hombreras cuando se movía. Era hermosa y, obviamente, mortal.
Las líneas plateadas de su cuerpo palpitaban con su ira mientras
apuntaba a Liam.
—Está hecho, ¿verdad, Nismera? —respondió Liam, limpiando la
sangre de su espada.
Así que esa era Nismera. La que había creado a Vincent, y
también le había hecho daño por lo que había dicho Liam.
—Sí, estoy bastante bien. —Oí gemir a Vincent.
Liam se volvió hacia Vincent y le hizo un gesto con la mano.
—Ves, está bien.
La sala estalló, todos hablaban por encima de los demás. La
puerta que había detrás de mí se abrió y entraron varios guardias
más, seguidos de un puñado de celestiales. Muy bien, ya estaba la
sala llena. Vestían una armadura metálica brillante, más gruesa que
la que llevaban Liam y sus guerreros. Un pájaro con múltiples alas
estaba grabado en las placas de sus pechos.
El ruido en la sala se apagó cuando se dirigieron al estrado y se
quitaron los cascos. Uno de los guerreros más altos arrojó una gran
cabeza sangrante a los pies de los dioses. Era grande, con dos
gruesos cuernos que se curvaban hacia atrás en espiral. Bajo sus
escamas brillaban motas de luz verde esmeralda, incluso muerta. Su
boca se abría en cuatro direcciones, dejando al descubierto unos
dientes ganchudos que brillaban con veneno. La sangre se
acumulaba alrededor del cuello cortado como un charco reflectante.
—Traigo la cabeza de un Ig'Morruthen —dijo una voz femenina—
. Uno de los muchos que Samkiel y sus guerreros derrotaron en
batalla.
Instintivamente me agarré la garganta. Sabía que cazaban
Ig'Morruthens y de todo, pero ver lo fácil que les resultaba arrancar
la cabeza de algo que normalmente me provocaría pesadillas, me
estremeció.
Para mi sorpresa, reconocí a la guerrera que había arrojado la
cabeza. Imogen. Era sorprendentemente hermosa, incluso cubierta
con la sangre de uno de los míos. Se acercó a Liam y lo saludó con
un beso. Sentí que se me revolvía el estómago mientras desviaba la
mirada. Así que también era una líder. «Estupendo. Perfecto. No
estoy celosa en absoluto».
—Lady Imogen, ¿puede dar fe de las acciones de Samkiel?
Recordé aquella voz. Me volví para seguir mirando y reconocí al
padre de Liam en todo su resplandeciente esplendor. Aunque
parecía cansado y frustrado. Estaba sentado en el trono central, con
una mano en la cabeza mientras se frotaba la sien y el bastón
apoyado en una pierna. Sonreí con satisfacción. Mi Liam se parecía
más a su padre que a la versión más joven de sí mismo.
—Con el debido respeto, mi gracia, la tarea fue completada. —
Imogen se inclinó un segundo antes de enderezarse. Liam tenía una
expresión de suficiencia en el rostro y extendió los brazos como en
un gesto de «ya te lo dije».
Puse los ojos en blanco mientras los dioses se enzarzaron de
nuevo en airadas discusiones, hablando por encima de los demás y
gritando. Suspiré, aquello no tenía sentido. ¿Así eran todas sus
reuniones?
—Entonces, ¿preferirías que el reino de Hynrakk permaneciera
abierto mientras ellos asolaban y masacraban a innumerables? —
Liam prácticamente gritó para que se oyera su voz.
Varios de los dioses se volvieron hacia él, la luz a su alrededor
palpitaba. Estaban enfadados. El dios que ocupaba la silla del
extremo derecho había estado mirando a Liam con malicia. Saltó de
su trono y se dirigió hacia Liam, irradiando amenaza. Era alto y
delgado, de rasgos angulosos, y sus músculos ondulaban mientras
apretaba los puños. Las espadas circulares de oro que llevaba atadas
a la espalda brillaban con su ira.
—Eres un chico arrogante y tonto —le espetó, y el suelo retumbó
a medida que su poder se flexionaba. Debo reconocer que Liam no
se echó atrás ni pareció inmutarse. Se cruzó de brazos y se mantuvo
firme, lamiéndose el interior del labio.
—Un chico que hizo lo que tú no pudiste, Yzotl.
Yzotl levantó la mano hacia Liam, y una estruendosa sirena llenó
el vestíbulo. Me tapé los oídos y me agaché, el ruido me hizo apretar
los dientes. Tan pronto como empezó, se acabó. Cuando volví la
vista hacia los tronos, el padre de Liam estaba de pie, con su bastón
clavado en el suelo entre ellos, con una luz plateada que danzaba
por las grietas que había creado en el suelo.
—¡Silencio! —dijo, y su voz resonó con fuerza. Todos los seres de
la sala obedecieron—. No habrá más discusiones por ninguna de las
partes. Lo que ha hecho mi hijo es arrogante, impulsivo y, sobre
todo, egoísta.
Se detuvo, con la mirada fija en Liam.
Liam sacudió la cabeza con disgusto, claramente no sorprendido
de que su padre no le cubriera las espaldas. Pero también podía ver
su dolor. Quería tenderle la mano, pero sabía que no podía. Los
otros dioses asintieron y murmuraron su acuerdo, pero sus
expresiones decayeron cuando él continuó:
—Sin embargo, la amenaza ha sido eliminada. La gente está a
salvo gracias a sus acciones. ¿Dónde estaríamos si castigáramos los
medios con los que mantenemos a salvo a los demás?
—Típico. —Nismera se burló, levantándose de su trono—. No
importa lo que el chico haga. Siempre elegirás su bando. Al diablo
las consecuencias de su desobediencia. Parece repetitivo, Unir.
Unir miró fijamente a Nismera, intensificándose el brillo de sus
ojos, pero no hizo ningún movimiento. Los demás parecían estar de
acuerdo con ella, asintiendo lentamente. Ella no dijo nada más antes
de salir disparada de la habitación en una bola de luz. Muchos otros
miraron a Liam y a Unir con disgusto antes de abandonar la sala en
una llamarada de luz. No me había dado cuenta de lo iluminada
que habían dejado la zona hasta que solo quedó Unir. La habitación
brillaba tenuemente mientras levantaba la lanza del suelo de
mármol agrietado, sin apartar los ojos de Liam.
—Tu orgullo, egoísmo e insolencia serán la razón por la que se
volverán contra ti —dijo Unir sacudiendo la cabeza—. No puedes
liderarlos, ni a nadie, si no te respetan. ¿No te he enseñado nada?
Años de entrenamiento, educándote, y aun así recurres a tácticas
bárbaras. ¿Cómo puedes aspirar a liderar?
—Padre, yo… —comenzó Liam, pero su padre se limitó a levantar
la mano.
—Me avergüenzo de ti. Tenía tantas esperanzas, y ahora tengo
que limpiar tu desastre. Otra vez.
Se quedó mirando a Liam un momento más, pero cuando éste no
dijo nada, sacudió la cabeza una vez más y desapareció. Empecé a
caminar hacia Liam, sin importarme que estuviera en un sueño. Mis
pasos vacilaron cuando el suelo comenzó a temblar. Me recordó a
los viejos tiempos, cuando un millar de caballos corrían salvajes por
los campos en plena guerra. Miré hacia mis pies, el suelo de mármol
se deshacía para revelar una extensión rocosa manchada de sangre.
Unos gritos a mis espaldas me hicieron agacharme justo a tiempo
cuando un rayo de luz dorada pasó por encima de mi cabeza.
Rápidamente me enderecé para asimilar mejor lo que estaba
sucediendo. Gritos y el sonido de metal contra metal llenaron mis
oídos. Eran los dioses y estaban luchando. Había oído historias
sobre la Guerra de los Dioses, pero nunca había sido testigo. Me giré
de un lado a otro, tratando de captar mejor lo que me rodeaba. Las
bestias que montaban los dioses eran enormes. Tenían garras
malvadas en las patas y sus ojos brillaban. Al principio pensé que
sus cuerpos estaban cubiertos de pelo fino, pero al mirar más de
cerca vi diminutas plumas de dedos que brillaban bajo la luz que se
desprendía de ellos en oleadas. Eran hermosas, pero también
aterradoras. Sobre todo porque una venía directa hacia mí. Me moví
y me agaché detrás de una gran formación rocosa, olvidando que
solo era un sueño. Me moví para tener una mejor vista,
asomándome por encima de la roca. Vi cómo atravesaban a un dios
con una de esas armas grabadas. Se desplomó, sujetándose el torso.
Gimió una vez antes de que la luz que danzaba sobre él explotara,
una ola de energía que se alejaba de donde él estaba.
Un rugido aterrador sacudió el aire mientras gruesas nubes
negras se cernían sobre mí. Unas alas más grandes que las que yo
pudiera conjurar golpearon el cielo mientras el fuego brotaba de la
enorme bestia, abrasando el suelo. Ig'Morruthens. Un escalofrío me
recorrió la espalda, el miedo se apoderó de mí ante lo que podía
llegar a ser. No quería ser un monstruo.
El suelo se sacudió una vez más y vi otra luz dorada dispararse
hacia el cielo, seguida de varias azules. Kaden tenía razón. Los libros
tenían razón. Pueden morir. Bien, tengo que despertarme ya. Me di
la vuelta y jadeé. Liam estaba de pie justo delante de mí, con sangre
goteando de su pelo y su armadura mientras una larga capa forrada
de verde y oro bramaba detrás de él. Su mirada se centró en algo
que había detrás de mí.
—¿Estás contento, Samkiel? Esto es lo que querías, ¿verdad? —La
voz sensual de Nismera dijo desde detrás de mí.
Liam hizo girar su espada dos veces mientras caminaba hacia mi
izquierda, sin dejar de mirar a la diosa detrás de mí.
—Nunca quise esto. —Me di cuenta de que el arma que llevaba no
era la oscura que había visto antes, sino una encendida.
—Eres un tonto si crees que te dejaríamos guiarnos. —Me giré
cuando la vi. Su armadura también estaba manchada de sangre.
Empuñaba una espada roja, la empuñadura reluciente con joyas de
oro.
—Mira a tu alrededor, Samkiel. Conseguirás la fama que tan
desesperadamente ansías. Ahora te conocerán por lo que realmente
eres. El Destructor del Mundo.
Liam no dijo nada mientras se abalanzaba hacia delante, clavando
la espada donde Nismera se había parado.
—Vamos, Destructor del Mundo. Invoca tu espada de la muerte.
Muéstrales quién eres. —Su sonrisa goteaba veneno mientras
cargaba de nuevo.
Su golpe atravesó mi forma incorpórea y casi la roza.
—No.
—Cobarde. —Nismera esquivó justo a tiempo, levantando su
espada. Sus armas chocaron una y otra vez, ambas hábiles
luchadoras. Cada movimiento de la diosa era rechazado por Liam, y
viceversa. Se oyeron más gritos mientras el suelo volvía a temblar.
El cielo centelleó y supe que otro dios había muerto. Aquello
debió de distraer a Liam el tiempo suficiente para que Nismera
pudiera tomar la delantera. Golpeó con su espada las piernas de
Liam. Él trató de esquivar, pero era demasiado tarde. Un largo tajo
apareció en la pantorrilla izquierda de Liam, la sangre manaba de la
profunda herida. Liam gritó de dolor y cayó de rodillas. Nismera
avanzó y Liam levantó la espada para bloquear su golpe. La espada
de Nismera atravesó la espada por la empuñadura, cortando la
palma de la mano de Liam.
—¿Realmente pensaste que podías vencerme, tonto ignorante y
engreído? Soy más fuerte que tú.
Nismera pateó a Liam en el pecho y éste cayó hacia atrás. Intenté
avanzar para ayudar, para hacer algo, pero era como si mi cuerpo
estuviera en arenas movedizas.
Colocó su gruesa bota blindada sobre el pecho de Liam,
hundiendo el afilado tacón en su coraza. Se inclinó hacia delante y
colocó la punta de su espada en la garganta de Liam, mientras la
sangre comenzaba a acumularse en la punta de su espada.
—Ya ves, Destructor del Mundo. Este es tu legado. Espero que
cuando la luz brote de tu pecho al morir sepas que toda esta
destrucción se debe a ti.
Levantó la espada y vi que quería clavársela a Liam en la
garganta. Una luz brillante golpeó el pecho de Nismera, enviándola
volando hacia atrás. Liam y yo seguimos su mirada hacia donde se
produjo la explosión y vimos al padre de Liam. Estaba herido, la
sangre cubría su armadura. Agarró su bastón, con un chispazo de
poder en la punta.
Liam se levantó con dificultad, con la pierna y el cuello
sangrando. Medio caminó, medio se arrastró hacia su padre.
Finalmente, capaz de moverme, corrí hacia ellos, pensando que
podría ayudarlos, pero mis manos atravesaron a ambos. «Mierda».
Alcanzó a su padre justo cuando Unir se desplomaba en sus brazos.
Liam luchó por levantarlo, empujándolo contra la pared. Su padre le
sujetó el costado antes de levantar la mano y notar que estaba
empapada en sangre.
—¿Padre? —dijo Liam, con la voz quebrada mientras miraba a
Unir.
El suelo volvió a temblar, haciendo que ambos tropezaran y casi
se cayeran. Otra luz brillante estalló cerca. Unir hizo un ruido de
disgusto al tropezar, y luego trató de corregirse. Sabía por la
cantidad de sangre que estaba perdiendo que no le quedaba mucho
tiempo.
—Tú… —su voz estaba llena de dolor—, lo siento de verdad. Solo
quería salvarlos. A todos ustedes.
—Padre.
Liam sacudió la cabeza, con lágrimas corriéndole por la cara.
Intentaba no derrumbarse. Tenía la sensación de que sabía que los
últimos momentos de su padre estaban a un suspiro. El suelo
tembló y estalló otra ráfaga de luz azul. Oí pasos que se acercaban y
me volví para mirar. Varios celestiales nos rodeaban, con armaduras
similares a las de Nismera, y supe que no estaban aquí para ayudar.
—Padre —susurró Liam—, no me dejes. No me dejes. Lo siento
mucho. Te escucharé mejor. Te lo juro. No puedo hacer esto sin ti.
No sé lo que estoy haciendo. —Le temblaba la voz, sin importarle el
creciente público.
—Sí, tu puedes —Unir asintió una vez—. Siempre has podido.
Liam observó con creciente horror cómo el rostro de su padre
comenzaba a iluminarse lentamente.
—Qué precioso. Un padre moribundo que se preocupa por
alguien más que por su propia codicia enfermiza de gobernar. —La
voz vino de detrás de los otros celestiales. Era el Dios Yzotl que
había visto antes en la reunión. Su armadura estaba cubierta de
sangre desde la parte superior de su casco hasta la punta de su
espada. Sangre de los suyos.
Unir agarró el bastón y empujó a Liam hacia atrás mientras se
ponía en pie con las últimas fuerzas que le quedaban. Lo hizo girar
una vez sobre su cabeza, enviando un rayo de luz dorada hacia el
dios, pero no fue lo bastante rápido. Yzotl hizo rebotar el rayo de su
espada, redirigió su propio poder y envió la ráfaga de vuelta hacia
Unir. Justo a través de su pecho. Le dio de lleno, creando un enorme
agujero en su coraza.
El mundo se detuvo durante una fracción de segundo cuando el
padre de Liam lo miró y sonrió, con una sola lágrima cayendo en
cascada por su mejilla.
—Te quiero, Samkiel. Sé mejor que nosotros. —Sonrió mientras
las grietas se formaban en su cuerpo. Respiró una vez más antes de
estallar en un millar de luces púrpuras y amarillas.
El grito de Liam resonó en todo el campo. Su aullido de dolor y
rabia vibró a través de cada centímetro del Rashearim que caía. Mi
corazón se rompió al oír su dolor mientras observaba cómo Liam
dejaba caer la cabeza entre las manos, sollozando violentamente.
Más dioses se estrellaron contra el suelo, rodeándolo, pero a él no le
importó. Yzotl avanzó con una sonrisa de puro odio en el rostro
mientras se detenía frente a Liam, que estaba arrodillado.
—¿Así que este es nuestro rey? ¿Un niño sollozante? —gritó Yzotl
mientras los otros dioses reían—. Qué patético.
Se agachó y agarró a Liam por el pelo. Lo levantó de un tirón y lo
obligó a ponerse en pie. El odio y el dolor estaban grabados en las
facciones de Liam. La sonrisa de Yzotl se transformó en una mueca
en una fracción de segundo, antes de que todo su ser se convirtiera
en una fina capa de ceniza. Todos se detuvieron, inseguros de lo que
acababa de suceder. Liam no se movió. No avanzó. Se quedó allí con
la cabeza gacha. No pasó mucho tiempo antes de que otro se armara
de valor. Se lanzó y Liam giró sobre su pierna buena, clavándole la
espada negra y púrpura en el cráneo. La energía no brotó de él como
de los otros. Su piel se volvió de un negro intenso antes de
desintegrarse. Más dioses se atrevieron a abalanzarse sobre Liam y
todos corrieron la misma suerte. Fue tan rápido que ni siquiera me
di cuenta de que se había movido hasta que todo lo que quedó fue
ceniza y arena.
Liam ni siquiera vaciló y agarró la espada con ambas manos,
volteándola una vez y clavándola en el suelo. Una energía similar a
la que sentí cuando lo conocí sacudió el suelo, extendiéndose en
todas direcciones. Los celestiales que no huyeron y los
Ig'Morruthens que habían estado avanzando constantemente,
gritaron de repente cuando el poder de la espada surgió con un
ruido sordo, el aire salió despedido como si hubiera estallado una
bomba. Todo lo que tocó la onda se redujo a cenizas, dejando solo a
Liam en un polvoriento campo de batalla desierto. Eso fue lo último
que vi antes de que Rashearim explotara.
CAPÍTULO 47
Liam
Abrí los ojos de golpe y estuve a punto de volver a cerrarlos de
golpe. Levanté la mano, protegiéndolos de la luz del sol que entraba
por la ventana. Miré a mi alrededor, intentando orientarme. Era un
espacio pequeño, y me confundieron las camisas que colgaban de
las paredes blancas, cada una de ellas con un número impreso en la
tela. Me giré cuando Dianna gimió desde donde dormía a mi lado.
Dianna.
Se movía inquietamente en sueños y sus cejas se fruncían. Me
acerqué y le puse la mano sobre el pecho. El latido rítmico de su
corazón era fuerte y casi lloro de alivio.
Eché un vistazo bajo la manta que me cubría y vi que la ropa que
llevaba era nueva y estaba limpia. ¿Nos había trasladado y había
cuidado de mí también? Sacudí la cabeza con incredulidad. Decía
ser una bestia espantosa, pero lo único que hacía era cuidar de los
demás.
Me alegraba saber que estaba viva, pero me disgustaba que
hubiera sucedido. Mi sueño se había hecho realidad, tal y como yo
lo había visto. Cerré los ojos y el recuerdo de verla morir se repitió
en mi mente. Oí las palabras salir de mis labios mientras mi visión
se nublaba. Había sido mi terror nocturno hecho realidad. Vi sus
ojos, vi cómo se iba la luz cuando ella le arrancó la mano de un
tirón. Su sonrisa había sido cruel y satisfecha cuando corrí hacia ella,
cayendo de rodillas para atrapar su cuerpo antes de que cayera al
suelo. El chirrido de sus alas cuando cogió el libro y alzó el vuelo.
Había salido de la cripta y se había oído un estruendo y un estrépito
al caer cientos de muertos. Después no hubo nada. El mundo quedó
completamente en silencio sin ella.
Mis lágrimas se habían negado a dejar de caer, y yo no había
entendido aquel dolor. Hacía siglos que no me sentía así, desde la
muerte de mi padre. Había acunado la cáscara vacía que era Dianna,
buscando la luz en su hermoso rostro. Ya no se reiría en los
momentos más inoportunos. Ya no me corregiría por las cosas más
estúpidas.
Se había ido, y sentí que una parte de mí también. La conocía
desde hacía apenas unos meses, pero en ese corto espacio de tiempo
me había encariñado profundamente con ella. Me había ayudado en
mis momentos más oscuros, sacándome constantemente de ese odio
tan profundo que sentía por mí mismo. Me había ayudado incluso
cuando yo no había sido muy amable con ella, y se había ido. Me
acordé de agarrar su corazón y colocarlo de nuevo en su pecho.
Recordaba haber volado con ella a través de aquella tumba vacía y
haber explotado en la noche con ella acunada en mis brazos. Todo lo
que sabía era que no podía perderla, no sin luchar por ella. Lo había
prometido. Había desenvainado una espada y me había cortado la
palma de la mano para meterme dentro de ella. Me había
concentrado en imaginármela entera de nuevo, riendo, feliz y
descarada. La había visto sonreír de nuevo. Sabía que no podía
resucitar a los muertos ni restaurar la vida perdida, pero tenía que
intentarlo.
Se lo había prometido.
La carne bajo mi mano había empezado a curarse desde el
interior. Su cuerpo se sacudió cuando le inyecté más energía. Las
venas, los músculos y los tejidos se entrelazaron, mientras su
corazón volvía a crecer y a restablecerse. Había saltado una, dos y
una tercera vez antes de retomar un latido rítmico. Luego siguieron
los tejidos de encima, las costillas y el esternón. Por último, los
músculos se rellenaron y la piel se alisó, sedosa y sin manchas. Me
había dolido el cuerpo al verter más sangre en ella. La luz bajo mi
mano había parpadeado, y no me había importado.
Retiré la mano, asegurándome de no tocarla.
Había funcionado, pero me preocupaba el coste.
Tuve cuidado de no despertarla cuando me levanté de la cama y
di unos pasos hacia la puerta. Salí de la habitación y me encontré en
un pasillo. Las paredes estaban repletas de fotos de mortales
sonrientes. Dianna debía de haberse apoderado de una casa. No oía
a nadie más en la casa y necesitaba darme prisa antes de que
volviera la familia.
Bajé corriendo las escaleras hasta el salón abierto. Estaba lleno del
desorden de una familia activa y de un gran sofá gris. Me coloqué
en medio de la habitación, respiré hondo y cerré los ojos. Me
concentré en Logan, intentando establecer una conexión con él. Sentí
el tirón familiar, pero luego se detuvo. Era extraño, nunca me había
pasado. Volví a intentarlo, pero me topé con una pared que mi
poder no podía atravesar.
«La resurrección tiene un coste».
La voz de mi padre resonó en mi mente. Mierda. Apreté y aflojé
los dedos. Si no podía invocar a Logan de la forma normal, tendría
que hacerlo de la forma mortal.
Caminé hacia la cocina bien iluminada, buscando un teléfono.
Cogí el pequeño aparato negro y marqué el número que Logan me
había obligado a memorizar.
Sonó una vez y fue contestado con un cortante:
—¿Hola?
—Logan. Soy Liam. Necesito que te reúnas conmigo en algún
lugar. Solo tú.

Le conté todo a Logan. Lo mismo que había hecho años antes en


Rashearim. Le hablé de El Donuma con todo lujo de detalles. Le
hablé de la lucha, de la muerte de Dianna, de su resurrección y de la
nueva amenaza a la que nos enfrentábamos.
—Hacía eones que no nos enfrentábamos a una amenaza real.
Estas no eran las bestias normales sin alma que me he encontrado
antes. No, esto era mucho peor —dije mientras nos sentábamos en el
gran salón.
La mirada de Logan buscó la mía antes de señalar hacia el techo y
la habitación donde aún dormía Dianna.
—Has hecho lo impensable, Liam.
—Lo sé.
—Aunque no haya muerto de verdad, la resurrección es tabú.
Prohibida. Las historias de horror que oímos sobre el daño que
podría causar. Podría haberte salido el tiro por la culata y acabar
siendo una cáscara vacía.
—Lo sé. —Mi voz salió un poco más dura de lo que pretendía.
—¿La amas?
Suspiré y eché la cabeza hacia atrás, apoyándola en el sofá.
—¿Por qué todo el mundo sigue preguntándome eso?
—Bueno, es una mujer muy atractiva con un vocabulario muy
persuasivo que algunos —hizo una pausa mientras señalaba—,
hombres que no han tenido atención femenina en un tiempo,
pueden encontrar seductor. —Hizo un ruido con la garganta,
claramente incómodo.
—¿Le importa a tu mujer que hables con tanto cariño de otras
mujeres? —Arqueé una ceja ante su respuesta.
—No, hablo de ti —replicó Logan, frustrado.
No dije nada, y él suspiró, dándose cuenta de mi agitación.
—Todo lo que digo, Liam, es que éste no eres tú. No te
arriesgarías por cualquier mujer. Te conozco. Esa clase de poder…
no sabes el daño que podría causar, y no solo a ti o a ella, sino al
universo. Siempre hablaban de un catalizador que lo desequilibraba
todo. Tú lo sabes.
Estaba tan equivocado. Si supiera lo que le hice a Rashearim, a los
dioses de allí, pensaría diferente. Sabría que soy plenamente
consciente de mi naturaleza destructiva y de lo peligroso que soy
para todos los que me rodean. Me pasé las manos por el pelo
mientras permanecía sentado.
—Lo sé.
Sentí el peso del sofá moverse a mi lado cuando Logan se sentó.
—Gracias por decírmelo. Echo de menos los días en que me
hablabas de verdad. —Se rio, pero sabía que era forzado—. ¿Y ahora
qué?
—¿Sabes algo de los vampiros que envié?
Logan asintió con la cabeza.
—Sí, hicieron notar mucho su presencia. A Gabby le gusta mucho
el ruidoso y parecían estrechar lazos sobre algunas historias que a
mí no me importaban.
Resoplé cruzándome de brazos Logan teniendo la misma
declaración hacia él que yo.
—Ese es Drake.
Logan se encogió de hombros.
—Neverra está con los dos. Creo que habló de un café o algo así.
Hice que otros celestiales fueran con ellos. Independientemente de
que a Gabby le gusten, a mí no. No sé qué es, pero no quiero dejar a
las chicas a solas con ellos demasiado tiempo. Y si lo que has dicho
de que los Cuatro Reyes siguen vivos es cierto, pues no se puede
confiar en ellos.
Giré la cabeza y se me formó una pequeña sonrisa. La forma en
que protegía a Gabby haría feliz a Dianna.
—Drake puede ser bullicioso pero es inofensivo. Más bien un
coqueto molesto.
Un gruñido bajo desgarró a Logan.
—Si coquetea con Neverra lo haré pedazos.
Una pequeña carcajada me recorrió antes de suspirar
inclinándome hacia delante y frotándome la cabeza.
—Sí. Es justo. No sé. Hay algo que no me cuadra. Algo malo.
—¿Un posible efecto secundario tal vez?
—Tal vez o tal vez algo más se está agitando. Siento que no puedo
mantener la cabeza fuera del agua. —Dejé escapar un largo
suspiro—. Tengo que ir al Consejo. Si Victoria trajo más pergaminos
de Azrael o textos de Rashearim, espero que sepan de ellos.
—Si vas al Consejo, Imogen, Cameron y Xavier te bombardearán
en cuanto pongas un pie en la ciudad.
—Lo sé, por eso vienes —hice una pausa frotándome la mano bajo
la barbilla antes de mirar hacia las escaleras—, y Dianna.
Sus ojos se abrieron de par en par.
—¿Cómo vas a colar un Ig'Morruthen en el Consejo?
—No es un Ig'Morruthen, es Dianna. Ella fue mortal alguna vez,
ten un poco de respeto.
Logan asintió, pero vi un brillo en sus ojos. ¿Me estaba poniendo a
prueba?
—Mis disculpas —dijo sinceramente, levantando una comisura de
los labios. Una prueba, en efecto.
Asentí y seguí adelante.
—Dicho esto, también tengo un plan para eso. Para empezar,
necesito que nos busques algo de ropa para que encajemos. Estoy
demasiado agotado para invocar ninguna prenda en este momento.
—Hecho —dijo Logan sin hacer más preguntas.
Me quedé mirando al techo, con la sensación de haberme perdido
algo.
—Algo me parece mal, Logan.
—Lo resolveremos. En el peor de los casos, tienes una reina de tu
lado.
Resoplé ante su afirmación antes de soltarla. Tenía razón. Dianna
nos daba una oportunidad mejor, pero solo una pequeña. Era
poderosa, pero rechazaba su naturaleza, que la mantenía en
desventaja. Aunque yo podría tener una solución para eso, no era
una que quisiera compartir con él.
—Tienes razón —respondí. La expresión de asombro de Logan
casi me hace sonreír—. Su poder supera con creces el de cualquier
criatura del Otro Mundo. Incluso mi padre temía a los Reyes de
Yejedin.
Logan soltó un suspiro ante mi revelación.
—Lo que no entiendo es cómo llegaron aquí. Los reinos y las
puertas llevan tanto tiempo cerrados que no debería existir nada con
tanto poder.
—Estoy empezando a pensar que han estado aquí mucho más
tiempo de lo que pensábamos. Moviéndose entre bastidores,
planeando y esperando… algo —dije.
—¿Esperando qué? —preguntó Logan, mirando a la pared,
aparentemente perdido en sus pensamientos.
—Esa es una muy buena pregunta.
Logan se levantó y se limpió las manos en los pantalones antes de
volverse hacia mí.
—Iré a buscar algo para ponernos y vuelvo enseguida.
—Un favor más —le pedí sin levantarme.
Se detuvo, girándose ligeramente.
—¿Sí?
—Necesito que distraigas a Imogen.
—Oh, que los viejos dioses me protejan. —Suspiró antes de
desaparecer de la habitación en un destello de luz cobalto.
El salón volvió a quedar en silencio mientras me frotaba la cara
con la mano. Debería haber sido más rápido y haber matado a
Tobias cuando tuve la oportunidad. Debí haber hecho mi jugada y
llegar hasta él antes de que le pusiera las manos encima. Se había
sacrificado por mí, por el mundo, y yo la había resucitado sin
pensármelo dos veces. Mi propio padre no resucitaría a mi madre, la
única persona a la que había amado con cada átomo de su ser. Sin
embargo, yo había resucitado a una mujer sabelotodo,
malhumorada y cariñosa. Era tan egoísta y débil como decían,
porque no la había traído de vuelta por el mundo, ni siquiera por
ella. La traje de vuelta porque no creía que pudiera existir en un
mundo sin ella.
«Un Dios no piensa en sus propios deseos o necesidades, sino en
las necesidades de los demás, a los que protege». Las palabras de mi
padre resonaron en mi cabeza. Tenía razón entonces, y aún más en
aquel momento. Incluso Tobias lo había visto, y tenía razón cuando
dijo que Dianna se me había metido en la piel. Mi pequeña
curiosidad por ella se había transformado en un profundo afecto y
una actitud protectora que no podía controlar. Me había costado el
Libro de Azrael y a una parte de mí no le importaba.
Un grito resonó en toda la casa, y en cuestión de segundos me
puse en pie y subí las escaleras. Entré por la puerta y encontré a
Dianna sentada en la cama, agarrándose el pecho. Se volvió hacia
mí, con los ojos muy abiertos e inmóviles.
—Realmente eres el Destructor del Mundo.
CAPÍTULO 48
Dianna
Los ojos de Liam se entrecerraron y sus cejas se fruncieron cuando
entró en la habitación. Me puse de pie y retrocedí en cuestión de
segundos.
—No te acerques más. —Levanté la mano y se detuvo.
—Dianna. Soy yo —dijo, levantando las manos como si me
tuviera miedo—. Apaga el fuego, por favor.
Miré hacia abajo, para ver que sostenía llamas gemelas. No lo
había sentido ni sabía que lo había invocado.
—Destruiste Rashearim. Por eso te llaman Destructor del Mundo.
No es solo un extraño nombre egoísta. Destruiste un planeta entero
con tu espada. Yo lo vi.
El rostro de Liam se desencajó y su cuerpo se puso rígido. Se dio
cuenta de que ya no había secretos entre nosotros, ni mentiras. Sabía
que yo lo sabía todo:
—Sí.
—Masacraste hordas de Ig'Morruthens.
—Sí.
—¿Es eso lo que me habrías hecho al principio?
Sus ojos buscaron los míos y supe que nunca me mentiría.
—Si fuera necesario.
Mi corazón martilleaba el instinto anulando el pensamiento
lógico. La bestia dentro de mí se agitó por primera vez, cautelosa
con él.
—¿Es necesario ahora?
—No. —Sacudió la cabeza, con una expresión de dolor marcando
sus rasgos—. ¿Cómo puedes preguntarme eso?
Apreté las manos, apagando las llamas.
—Vi morir a tu padre.
Por primera vez desde que entró en la habitación, apartó la
mirada de mí. Vi el destello de tormento antes de que recompusiera
sus facciones y pudiera volver a mirarme.
—Esa espada que vi, la misma que empuñaste la noche que me
salvaste. Vi la agonía en tus ojos y oí el grito que estremeció al
mundo. —Me acerqué y su mano se crispó mientras miraba el anillo
plateado y negro—. Quiero verla.
Sus ojos se cruzaron con los míos y no dijo ni una palabra
mientras movía la muñeca e invocaba la espada de obsidiana. Un
humo negro y púrpura danzó dentro de la hoja, y pude sentir su
poder desde el otro lado de la habitación.
—Es Oblivion. La forma más pura del más allá. Lo creé por
agonía, pena y arrepentimiento tras la muerte de mi madre. Su
muerte fue cercana a mi ascensión. Dicen que debes ir con la mente
clara cuando forjas tu arma. Yo no lo hice. El dolor es una emoción
poderosa que los dioses no pueden permitirse sentir y mucho menos
expresar. Es lo mismo con el amor. Hace que incluso los más
poderosos se vuelvan temerarios, erráticos e impredecibles. —Hizo
girar la espada antes de que desapareciera de nuevo en su anillo
oscuro—. La muerte de mi padre me destrozó. Por eso me fui. Por
eso me escondí, y por eso era el hombre que era cuando me
conociste. Lo que presenciaste fue el fin de Rashearim. El fin de mi
hogar. Nadie más sabe lo que ocurrió ese día, y me gustaría que
siguiera siendo así.
Asentí con la cabeza, comprendiendo por fin. La tensión de mis
hombros se aflojó.
—Eso es lo que ves cuando sueñas.
—Sí. —Parecía que quería decir algo más, pero se detuvo.
—Por eso odias tanto ese nombre. Es un recordatorio constante de
lo que has perdido.
Asintió lentamente.
—El bastón de mi padre, el que viste. Ayudó a formar planetas, a
curar a otros, a todo. Unir era conocido en todo el cosmos como el
Hacedor de Mundos y yo, Samkiel, seré conocido para siempre
como el Destructor del Mundo.
Mis ojos se ablandaron cuando el miedo que se había apoderado
de mí al despertar, soltó su agarre. Había visto la pelea y sabía cómo
lo habían tratado. Una parte de mí sintió compasión por él. Debería
haber tenido miedo o, como mínimo, haber sido cautelosa y
desconfiada. Él y los suyos habían matado a miles de criaturas como
yo y, sin embargo, aquí estaba yo, sintiendo pena por él. Me acerqué
y sus ojos me recorrieron hambrientos, pero pude ver que se
preparaba para mi repudio.
—¿Por eso te molestó tanto que muriera? ¿Porque tu padre había
dado su vida por ti?
Otro asentimiento cortante.
—Entre una lista de muchos, pero sí, no quiero que nadie más
muera por mí. Me he cansado de ello, y no lo merezco Dianna.
Sus ojos se apartaron de los míos, una mirada de disgusto cruzó
sus rasgos. Sabía que no iba dirigida a mí, sino a los dolorosos
recuerdos que había sacado a la luz.
—Liam. ¿Cuáles son las consecuencias? —Suspiró y se frotó los
ojos con el pulgar y el índice—. Lo vi en tus recuerdos. La
resurrección tiene un coste. ¿Cuál será el nuestro?
—No lo sé. —Sus ojos volvieron a encontrarse con los míos
cuando una brillante luz azul iluminó la habitación. Me tapé los ojos
cuando Logan apareció entre nosotros. Se tomó un momento para
observar lo que le rodeaba antes de mirarme, con los ojos clavados
en mi pecho. Una mirada de pena pasó rápidamente antes de que
apartara la vista y me di cuenta de que sabía lo que había pasado.
Colocó un montón de telas de color crema sobre la cama y se volvió
hacia Liam—. He traído lo que me pediste.
—Gracias, Logan.
—No hay problema. —Logan se volvió hacia mí, con una sonrisa
en los labios—. Bueno, ¿estás preparada para colarte en el Consejo y
esperar por los dioses que no nos descubran?
Mis ojos se abrieron de par en par mientras miraba entre los dos.
—Espera, ¿qué?

—Esta es una idea terrible. ¿Por qué tenemos que colarnos otra
vez? Tú estás a cargo de todo, solo pide la información —susurré
mientras Logan, Liam y yo nos escondíamos detrás de una enorme
columna. Toda ella estaba pintada con varias criaturas y personas
que no reconocí. No es que reconociera nada en este maldito
planeta.
—No puedo. Si uno o más sabían que Azrael había hecho un libro
que contenía la información que podría llevar a mi muerte, y no
compartieron esa información, entonces hay gente aquí en la que no
se puede confiar —susurró Liam, con su aliento haciéndome
cosquillas en los pelos de la cabeza. Tenía razón.
Logan se volvió hacia mí, vistiendo el ajustado traje pantalón
negro que le sentaba como un guante. Unos cinturones de oro
rústico le cruzaban el pecho y los hombros formando un chaleco. Un
fino chal negro colgaba de sus hombros y se movía con el viento. Me
había dicho que era lo que llevaba La Mano cuando estaba dentro de
las salas del consejo.
—Ustedes se encargan. Yo distraeré a Imogen y a los otros
miembros del consejo. Hagan su papel y recuerden, cuanto menos
hablen, mejor.
Mis ojos se entrecerraron mientras le susurraba:
—No es culpa mía que me hayan dado menos de una hora para
aprender su idioma.
Varios pasos se acercaban, resonando en el gran salón. Era un
espacio opulento y amplio. Se hallaba a la sombra de unas montañas
que se elevaban hacia el cielo, mucho más grandes y majestuosas
que todo lo que había visto hasta entonces. Los árboles de los
bosques circundantes eran altos, el follaje exuberante y los colores
impresionantes. El techo estaba abierto y enmarcaba todo lo que la
galaxia ofrecía. Todo aquí era más brillante, más claro, más nítido, y
yo quería admirarlo más, pero teníamos un trabajo que hacer.
—Ya viene —le dijo Logan a Liam, mirando por encima de mi
cabeza—. La distraeré todo lo que pueda, pero date prisa.
Liam me puso la mano en la espalda y yo me incliné hacia él. Me
había tocado cada vez que había tenido la oportunidad desde que
me desperté en aquella pequeña habitación. Por supuesto, no de la
misma forma divertida que antes, sino más bien porque temía que
yo desapareciera si no me tocaba.
Vi a Logan acercarse a un pequeño grupo de celestiales. Se
separaron cuando él se unió a ellos, y entonces la vi. Llevaba el pelo
rubio trenzado a los lados y un precioso vestido blanco. Era
transparente, pero no se veía a través de él. Cuando vio a Logan, se
le iluminaron los ojos y su sonrisa hizo que se le levantaran los
pómulos. Era incluso más hermosa en persona que en los sueños de
Liam. «Maldita sea».
Memoricé su forma e invoqué el poder necesario para cambiar.
Un momento de concentración y me parecía a ella, con ropa y todo.
Miré a Liam, que asintió con la cabeza y me condujo alrededor de
varias columnas más. Nuestros zapatos de suela blanda susurraban
sobre el brillante suelo de mármol.
Cuando nos perdimos de vista, aceleramos el paso y trotamos por
el laberinto de pasillos y escaleras. A pesar de nuestro esfuerzo, su
voz era firme cuando dijo:
—En el tercer piso están las cámaras del consejo. Solo tenemos
que pasar a los pocos guardias que hay y estaremos bien. Logan ha
comprobado que hoy no hay reuniones.
Al llegar al segundo piso, dejamos de correr. Paseamos
tranquilamente para no llamar la atención. Saludé a algunos
celestiales cuando pasamos y Liam asintió en su dirección. Casi se
les salieron los ojos de las órbitas cuando nos vieron, lo que supuse
que se debía al nuevo aspecto de Liam. No creía que nadie aquí lo
hubiera visto con el pelo corto. Además, el conjunto de camisa y
pantalones color crema hacía que su piel bronceada pareciera brillar,
y las líneas plateadas que trazaban la forma de su cuerpo
resplandecían a través de la fina tela.
Atravesamos varias salas enormes, zigzagueando entre gruesas
columnas como si no tuviéramos prisa por llegar a nuestro destino.
De repente, Liam cambió de dirección y tiró de mí hacia un pasillo
oculto tras una cortina roja y dorada. Me abalancé contra él y mi
nariz rebotó dolorosamente contra su duro pecho.
—Mierda —dijo, apartando la cortina para poder asomarse. Miró
hacia el otro extremo de la habitación como si hubiera visto a
alguien.
—Liam, has maldecido. ¿Dónde aprendió el chico «Sigue todas las
reglas» a hablar así? —bromeé en voz baja mientras le golpeaba el
pecho con el dedo índice.
—Probablemente de la mujer morena y malhablada cuyo
vocabulario grita indecencia. —Me miró durante una fracción de
segundo, con una sonrisa dibujada en los labios, antes de volver a
mirar más allá de la cortina. Me giré y nuestros cuerpos quedaron
tan cerca que casi gimo. Respiré hondo para controlarme y miré por
debajo de su brazo.
Un celestial alto, musculoso y de piel morena, con el mismo
uniforme que había llevado Logan, sonrió a una mujer con un jersey
de color hueso. Bien, era un miembro de La Mano que aún no
conocía. Dioses, ¿por qué eran todos tan guapos? Llevaba el pelo
engominado y recogido en una espesa coleta doble que se
derramaba por su musculosa y poderosa espalda. Luces azules, la
marca de los celestiales, recorrían sus brazos y su cuello, hacia sus
ojos penetrantes. Ojos que centellearon cuando se rio de algo que
dijo la mujer y se dieron la vuelta para marcharse.
—Es un miembro de La Mano. ¿Por qué nos escondemos? ¿Te
preocupa que nos vea?
Liam negó con la cabeza.
—No, no me preocupa Xavier. Me preocupa el que rara vez se
aparta de su lado.
Salimos de detrás de la gruesa cortina cuando Liam señaló con la
cabeza hacia la gran escalera.
—¿Por qué?
Liam empezó a decir algo, pero fue abordado por un lado. Oí
cómo el aire abandonaba sus pulmones, seguido de una risa
profunda y resonante. Giré, con las llamas bailando en las palmas de
mis manos. Mis ojos se abrieron de par en par cuando vi a un
hombre rubio levantar a Liam del suelo, con los pies colgando. Lo
levantó sin esfuerzo, como si no fueran del mismo tamaño.
—Cameron. Si valoras tu trabajo y tu vida me bajarás.
Cameron. Era el que Zekiel había mencionado en Ophanium.
Recuerdo que Liam también dijo algo sobre él. Cerré las manos en
puños, apagando las llamas, y las puse detrás de mi espalda.
Cameron lo soltó y Liam lo miró con desprecio, ajustándose la
parte delantera de la camisa.
—¿Creías que podías colarte en los grandes salones y que yo no te
olería?
«¿Oler?» Mis labios se torcieron al procesar lo que dijo. ¿Podría
oler a Liam en todo el edificio? ¿Podría olerme a mí? La inquietud
me recorrió las entrañas. Por el lado positivo, Liam y yo no
habíamos tenido relaciones sexuales ni nada que se le pareciera
remotamente antes de venir aquí; por el lado negativo, ¿funcionaría
mi treta con Cameron? Creo que este podría gustarme si no fuera
por el hecho de que podría arruinar lo que habíamos venido a hacer
aquí.
Se rio una vez más y volví a centrar mi atención en él. Llevaba la
misma ropa que Logan, pero yo ya sabía que formaba parte de La
Mano. Su piel clara se sonrojó al ver a Liam. Su pelo rubio trenzado
en una espesa cresta que le caía por la espalda se balanceó al poner a
Liam en pie.
Se volvió hacia mí, tomándose su tiempo para mirarme. Me quedé
paralizada, nerviosa de que hubiera visto las bolas de fuego que
había amenazado con lanzarle o de que se hubiera olido que yo no
era Imogen. Su cabeza se inclinó hacia un lado y miró detrás de mí.
Una lenta sonrisa traviesa curvó sus labios.
—Oh, ya veo. ¿Estaban jugando a otra emocionante ronda de
esconder la espada de batalla?
Detrás de mí se oyó una carcajada y miré por encima del hombro
para ver que Xavier había vuelto.
—Cam, hablas demasiado libremente. Un día Samkiel te quitará la
cabeza.
—No —sonrió Cameron—, le gusto demasiado.
—Discutible —dijo Liam mientras volvía a mi lado—. ¿Dónde
aprendiste a hablar así? El onuniano no es nuestro idioma
predominante.
Cameron se encogió de hombros.
—Logan nos visita a menudo. Nos pone al corriente de lo que
hacen los mortales y nos trae la mejor cocina. El chocolate es casi
orgásmico.
—Ah —dijo Liam, cogiéndome de la mano y volviéndose hacia las
escaleras—. Muy bien, entonces. Imogen y yo tenemos otros asuntos
que atender, y estoy seguro de que ustedes dos tienen algo que
hacer.
Cameron se puso delante de Liam y de mí, impidiéndonos
movernos.
—Hmm, asuntos. ¿Qué asuntos? Acabo de verla marcharse con
algunos miembros del consejo y con Logan, que ni siquiera nos ha
saludado. ¿Qué les pasa? Imogen dice que los asuntos en Onuna se
están agravando. Logan nos ha estado visitando menos. Ha habido
reuniones secretas del consejo, y el repentino regreso de tu cueva
tras siglos de ausencia. Lo más sorprendente es tu nuevo aspecto.
¿Hay algo que debamos saber?
Liam y yo nos quedamos paralizados, mi mente daba vueltas
mientras intentaba formular una excusa, pero Liam se me adelantó.
—Si la hubiera, te habrían avisado. Ahora muévete.
—Delicado, delicado —dijo Cameron, y Xavier se rio en voz
baja—. Imogen, normalmente lo haces un poco más amable después
de su cita. ¿Qué ha pasado? ¿Perdiste tu toque?
Cameron se acercó a mí con las manos entrelazadas a la espalda.
Se detuvo con una sonrisa de oreja a oreja.
Sentí que me subía la temperatura mientras apretaba los puños,
deseando que mi fuego no se moviera. No tenía ningún derecho
sobre Liam, pero sus palabras me molestaban. ¿Sería tan sencillo,
tan normal, que volviera a caer en los brazos de su examante? ¿Era
por eso que deseaba tanto volver a casa? Me dolía el pecho al pensar
en esas cosas.
—¿Perder mi toque? Ridículo. ¿Por qué si no crees que ha vuelto?
—Les dediqué mi mejor sonrisa Imogen. Intenté recordar cómo se
movía por lo poco que la había visto y recé para que mi intento
funcionara.
Xavier soltó una carcajada y Cameron me sonrió. Sin embargo, a
Liam no le hizo ninguna gracia.
—Ya basta. —Liam me empujó hacia las escaleras—. Tenemos
cosas más importantes que atender que tus intentos fallidos de
humor. Xavier, no lo alientes.
Xavier levantó las manos.
—Oye, no puedo hacer mucho.
Cameron le guiñó un ojo a Xavier, lo que solo pareció hacer
sonreír más al temible guerrero. Había una historia entre los dos.
Podía sentirla.
—Sé amable, Samkiel. Solo estaba bromeando. No es como si te
viéramos…
Sus palabras se detuvieron, su sonrisa se desvaneció cuando
pasamos junto a ellos. Al principio no me di cuenta, pero en cuanto
lo tuve delante, supe que lo sabía. Había visto o sentido algo que le
decía que yo no era quien decía ser.
Sus ojos azules se iluminaron un poco más mientras me
estudiaba. Liam se puso rígido a mi lado cuando Cameron me
olfateó no una, sino dos veces. Frunció el ceño, sin humor, y por
primera vez vi lo peligroso que era. Xavier apareció a su lado,
mirándome como si me hubieran salido cuernos.
—¿Qué pasa? —preguntó Xavier, tocando el brazo de Cameron.
Pareció sacarlo de su trance de mirada mortal. ¿Realmente podía
luchar contra dos miembros de La Mano si tenía que escapar?
Seguro que Liam estaba más abierto al hecho de que un
Ig'Morruthen lo ayudara, pero ellos no.
Liam se puso lentamente delante de mí, con su ancha espalda
impidiendo ver a los demás.
—Cameron. —Era una exigencia, no una pregunta.
—Tu olor, Imogen. Es diferente. —Cameron torció el cuello para
mirarme alrededor de Liam—. Hueles a especias.
Xavier me miró, entrecerrando la mirada. No tenía ni idea de cuál
era la obsesión con el olor, pero al parecer significaba mucho para
ambos.
—Le traje un regalo después de mi última visita a Onuna. Es un
perfume —dijo Liam, haciendo que Cameron apartara por fin los
ojos de mí. De repente, un interruptor se encendió. Volvió esa
sonrisa divertida y pude respirar de nuevo.
—Oh, bueno, eso tiene sentido. —Cameron se encogió de
hombros y Xavier se relajó—. Al menos por fin escuchó tus
mensajes. Tanto añorar y tanto amor no correspondido me estaban
poniendo de los nervios.
Liam había terminado mientras tiraba de mí hacia las escaleras.
—Tu trabajo terminará al final del día —dijo por encima del
hombro mientras subíamos los escalones de dos en dos.
Oí a Cameron susurrar a Xavier:
—Espera, está bromeando, ¿verdad?
—Sí, sí, aunque parece que te encanta contrariarlo.
—Es un don y una maldición.
Vi que Liam ponía los ojos en blanco y sonreí, sabiendo que había
captado mi gesto.
—Vayan los dos a hacer algo productivo de una vez. Ahora —
grité. Liam se volvió hacia mí, con una mezcla de sorpresa y
diversión en el rostro.
—Oye, Logan me dijo que hiciera mi papel —susurré.
Los oí reír entre dientes. Me volví brevemente y se quedaron
mirándonos. Cameron se apoyó en Xavier. Estaban tan concentrados
que juraría que veían a través de mi ilusión. Tragué saliva y se me
erizaron los pelos de los brazos. A pesar de su naturaleza
aparentemente dulce, podía sentir el poder que irradiaban ambos.
Y me aterrorizó.
CAPÍTULO 49
Dianna
—¿Qué pasa con Cameron y esa cosa rara de oler?
Liam apareció por la esquina cargando unos cuantos libros antes
de colocarlos sobre la mesa.
—Los sentidos de Cameron están agudizados incluso para
nosotros. Es un pequeño regalo del dios que lo moldeó y otra razón
por la que lo despidieron de ese rango y cayó bajo mi liderazgo.
—Así que es un excelente rastreador. Es bueno saberlo —dije,
apartándome del balcón y de la vista de las montañas—. Entonces,
¿qué tienes aquí de los Reyes de Yejedin?
—Todo —dijo Liam, revolviendo la pila de pergaminos y papeles
que había sacado de las enormes estanterías que nos rodeaban.
Había visto bibliotecas antes, pero esto, esto era otra cosa. Las
estanterías llegaban hasta el techo y rodeaban la habitación. Unas
escaleras del mismo color rojo y dorado que había visto en sus
sueños conducían a los niveles superiores y unas pasarelas se
entrecruzaban por encima.
Estudiaba un libro y se paseaba mientras leía. Agitó la mano libre,
invocando más pergaminos y papeles. Se añadieron a los montones
que había sobre la gran mesa de piedra del centro de la sala. Sonreí
ante el descuidado uso que hacía de su poder y, como atraída por él,
me volví hacia el balcón.
—Sus montañas y árboles brillan con un color que no estoy segura
de haber visto nunca. Parecen casi iridiscentes. Es realmente
precioso. Ojalá pudiera ver más, sobre todo de noche.
—Te acompañaré en otro momento —dijo distraídamente.
Me volví hacia él, un poco molesta de que lo dijera tan a la ligera.
Este lugar era especial… sagrado. Podía sentirlo en el pulso del
planeta y olerlo en el aire. Pero se ofreció tan despreocupadamente a
traerme aquí de visita, como si trajera monstruos y al enemigo
mortal de esta gente y de este mundo todo el tiempo.
—¿Ah, sí? ¿Cómo vas a hacer eso si estoy encerrada? ¿Planeas
secuestrarme una vez que esto termine? —Nunca me olvidé de lo
que podía pasar al final de nuestro acuerdo.
Dejó el libro sobre la mesa y pasó el dedo por una sección
mientras cogía otro pergamino.
—Bueno, Kaden tiene el libro ahora, así que probablemente
estaremos en esto más tiempo de lo esperado. Sospecho que
volveremos aquí más a menudo de lo previsto.
Me acerqué a la mesa, con el labio fruncido e insegura de mí
misma. Estaba sorprendida y sabía que no pertenecía a este lugar,
pero la belleza salvaje de este sitio me llamaba. Me moría de ganas
de explorarlo más, de explorarlo con él. Mi voz era baja e insegura,
pero forcé las palabras de todos modos.
—Me encantaría. Ver las estrellas desde aquí. Quiero saber si es
tan bonito como tus sueños.
Levantó la cabeza y me miró.
—Así se hará.
Liam no parecía estar de humor para bromas, y no lo culpé. Así
que no dije nada más mientras me sentaba en una de las grandes
sillas talladas a mano. Alargué la mano, cogí un libro de tapas
doradas y lo abrí. Las páginas me parecieron ásperas y el tinte
marrón me indicó que estaban hechas de un papel distinto al que
estaba acostumbrada. Sospeché que era más resistente e inmune a
los efectos del envejecimiento. Pude distinguir una o dos palabras,
pero nada más. Lo ojeé y miré las ilustraciones, lo cual no me sirvió
de mucho. Dejé aquel antes de coger otro, y ambos trabajamos en
silencio.
—Entonces, ¿tengo mi propia finca o algo así si soy reina? —
pregunté en el silencio, sin darme cuenta de que había tenido la
intención de hacer la pregunta.
Levantó la vista, con las cejas fruncidas por la concentración.
—No estoy seguro. Supongo que serás medio gobernante del
reino de Yejedin —dijo, hundiéndose en una silla.
—Genial. Tengo mi propio reino. —Mis nervios se dispararon y la
inquietud golpeó mis entrañas una vez más—. ¿Esto nos convierte
en enemigos reales ahora?
Los ojos de Liam se suavizaron, como si supiera por qué se lo
preguntaba.
—No, todavía tendrías que superarme.
Le dediqué una pequeña sonrisa antes de coger un gran libro
beige. El desgaste de las páginas lo hacía parecer antiguo. Lo abrí y
me recibió una gran bestia. Estaba dibujada con tinta gris y la
imagen sobresalía de la página. La recorrí con los dedos y me di
cuenta de que tenía una armadura chapada que le cubría el cuerpo.
No tenía patas, solo una cola en abanico. Tenía la boca abierta,
mostrando unos dientes afilados como cuchillas. Las palabras
escritas bajo el dibujo me resultaban extrañas, pero una destacaba.
Ig'Morruthen.
—¿Esto es lo que soy? —Las palabras salieron de mis labios en un
susurro. No levanté la vista, seguí mirando la página. Oí a Liam
acercarse, y su calor calentó mi cuerpo repentinamente frío cuando
se detuvo detrás de mí. Ojeé varias páginas más, todas ellas bestias
diferentes dibujadas con minucioso detalle. Mi corazón se hundía
con cada nueva imagen. Algunas tenían más dientes o garras, otras
tenían largos tentáculos, mientras que otras carecían por completo
de rasgos faciales.
Liam cogió el libro por detrás. Me volví para mirarlo por encima
del respaldo de mi asiento. Lo cerró con una mano y sus facciones se
suavizaron.
—En cierto modo, sí. De ahí viniste, pero no eres lo mismo,
Dianna.
—¿Crees que me crecerán cuernos como esos? ¿Esa cosa de la
corona? ¿Y si me hace la frente permanentemente grande?
Su sonrisa era amable mientras me pasaba una mano por la frente,
sus dedos me peinaban suavemente el pelo de la cara.
—Ya es grande. ¿Qué más podría pasar?
Cogí otro libro y le di un manotazo. Se rio por lo bajo y retrocedió.
Sujeté el tomo antiguo como si fuera un arma y lo miré con rabia.
—Hablo en serio.
Agarró el libro, pero no lo apartó mientras se acercaba de nuevo.
—No estoy seguro de lo que podrías ser, si te soy sincero al cien
por ciento. Me sorprendes y eres diferente a todo lo que he
experimentado. Así que para responder a tu pregunta, no lo sé.
—Ha estado bien. —Una pequeña sonrisa se formó en mis
labios—. Más o menos.
—Soy un buen tipo. —Me devolvió la sonrisa.
—En el dormitorio quizá, pero fuera de él, no tanto —bromeé,
dándole otro manotazo juguetón.
Esquivó mi intento antes de soltar el libro, su mano rozó mi pelo
una vez más mientras se alejaba. Me di cuenta de que guardaba el
que tenía todos los dibujos.
—Concéntrate, Dianna.
Ojeé el libro que tenía en la mano y descubrí que trataba de
armas. Mi mente seguía royendo las imágenes de las bestias de
fábula, pero las aparté.
Apoyé la barbilla en el puño mientras pasaba las páginas. Liam
volvió a pasearse mientras cerraba y cogía otro libro.
—La mayoría de estos registros tienen fechas que enumeran
artefactos fabricados, objetos perdidos hace mucho tiempo, o
aquellos que mi padre guardó bajo llave. Estoy teniendo dificultades
para localizar los últimos archivos conocidos de Azrael, lo cual es
peculiar.
—Probablemente los destruyeron —dije con indiferencia mientras
apoyaba la mejilla en la mano. Pasé otra página, ésta me mostraba
un arma de cadena de espada genial—. Los que lo sabían. Quiero
decir, ¿por qué fabricar un arma que mata dioses y luego guardar
registros de ella en un planeta donde vive un dios? —dije,
mirándolo por encima de otro libro inútil. Liam se había detenido y
me miraba fijamente. Mis ojos se abrieron de par en par cuando se
puso rígido y una sonrisa se formó en su rostro.
—Dianna. Tu inteligencia es aterradora a veces.
—Gracias, supongo.
Miró hacia el cielo abierto detrás de mí y luego hacia la puerta.
—¿Qué opinas de los vórtices?
—¿Otra vez? —pregunté, cerrando el libro que sostenía y
frunciendo los labios.

Mis gritos acabaron muriendo en mi garganta cuando aterrizamos


suavemente sobre una espesa masa negra ondulante. Empujé a
Liam, me aparté de él y me agaché apoyando las manos en las
rodillas.
—Nunca —hice una pausa al sentir que se me revolvía el
estómago—, vuelvas a hacerlo.
—Te pido disculpas, pero te advertí que sería todo un viaje.
Giré sobre él y rápidamente me tapé la boca con la mano, tratando
de mantener mi última comida donde pertenecía.
—Sí, un viaje, como uno corto. Sentí como si nos dispararan a
través de la catapulta más grande del mundo y luego nos
detuviéramos de golpe.
Me estudió, las líneas plateadas de su piel palpitaban.
—¿Estás bien?
Asentí una vez mientras ponía las manos en las caderas.
—Sí. No. Tal vez. Dame un minuto para no vomitar.
Su rostro mostraba preocupación, pero cuando la espesa masa
negra sobre nosotros se onduló también, captó toda su atención.
Parecía que estuviéramos en el borde del universo mismo, con
estrellas púrpuras, doradas y plateadas centelleando en la
aterciopelada extensión.
—¿Qué es este lugar?
—La criatura que nos encontramos hoy es la última de su especie.
Su especie desempeñó un gran papel en las mitologías de miles de
civilizaciones. Se les conocía como Moiras. Fueron cazadas y
masacradas por otros menos amables, mi padre construyó aquí un
hogar para la última de ellas. Yo era el único que tenía acceso a este
lugar, temeroso de que el último destino fuera erradicado. No tenía
ningún uso para ella y ninguna razón para hacerle daño. Como
recuerdas de mis memorias, mi atención estaba en otra parte.
—Oh —dije, girando en un lento círculo mientras intentaba
asimilar todo lo que me rodeaba. El cielo brillaba con estrellas que
parecían bailar lentamente unas alrededor de otras.
—Roccurrem, busco tu consejo. —La voz de Liam resonó en el
espacio vacío antes de apagarse. Extendí la mano y agarré el brazo
de Liam mientras varias masas similares a estrellas pasaban por
encima de mi cabeza. Me miró la mano y luego volvió a mirarme—.
Estás a salvo.
—Sí, claro. Lo que tú digas.
La extensión de negro pareció crecer en uno de sus bordes cuando
toda la luz se precipitó hacia ella. Un estallido silencioso resonó y
una criatura salió. Tenía forma, pero no. Todo su ser estaba formado
por la atmósfera galáctica que nos rodeaba. No tenía piernas ni
ninguna forma en la parte inferior de su cuerpo. Toda su forma era
nebulosa, se arremolinaba y se curvaba. Las luces danzaban y
flotaban a su alrededor como si estuviera hecho del universo mismo.
Tres formas negras circulares giraban donde debería estar su cabeza
mientras se deslizaba hacia delante.
—Samkiel, Rey Dios, Destructor del Mundo, buscas orientación
sobre información que ya has obtenido. —Cuando habló, susurró
desde todas las direcciones. Su voz flotaba por la habitación y a
través de mí, me entraba por un oído y me salía por el otro. Me
estremecí, espeluznante era quedarse corto—. Y traes a una criatura
cuyo medio de vida es la muerte.
—No es una criatura y es amistosa. —Se detuvo y me miró por
encima del hombro—. A veces.
Agarré con más fuerza su brazo, pero no dijo nada.
Liam insistió.
—Necesito saber qué había en el Libro de Azrael.
—Ya lo sabes.
—Si hay un arma hecha para matarme, ¿por qué no tenemos
archivos de ella? ¿Por qué no se menciona?
—Uno cuya sangre corre plata tomó lo que buscas hace mucho
tiempo.
—¿Un dios?
—Sí.
Las cejas de Liam se fruncieron aún más, y tuve que admitir que
aquella cosa flotante y brillante parecía estar hablando en acertijos,
lo que no hizo más que confundirme aún más.
—No quedan dioses. Aunque se borraran los archivos, quedaría
un rastro. Azrael murió en Rashearim mucho antes de que yo lo
destruyera. ¿Cómo consiguió Victoria ponerle las manos encima sin
morir también?
—Los secretos están enterrados desde hace mucho tiempo en tu
familia, Destructor del Mundo. Mucho antes de tu creación. El
celestial de la muerte tenía un maestro, un maestro que predijo la
gran desaparición. Los textos que buscas fueron escritos y ocultados
para mantener el equilibrio. Porque si los reinos sangran, el caos
volverá.
—¿Por su resurrección? —Vi cómo se le movía la garganta
mientras hablaba.
Aquellas cabezas flotantes bailaron hacia la derecha y luego hacia
atrás, girando hacia la izquierda.
—No.
—¿Su resurrección…? —Se detuvo, el dolor se extendió por su
rostro—. ¿Está bien?
No me había dado cuenta de que estaba tan preocupado por mi
regreso. Me sorprendió que preguntara por mí a esa criatura en
lugar de centrarse en el libro. Le apreté ligeramente el brazo
mientras la criatura que teníamos delante hablaba.
—Te preocupas por una abominación empapada de muerte. Qué
interesante
—Ella no es una abominación —se quejó Liam.
—Ella lo es y no puede morir por medios normales. No resucitaste
nada.
Era mi turno de hablar.
—Entonces, ¿no voy a ser un zombi raro y en descomposición o
algo así?
Varias de las cabezas giraron a la derecha y luego a la izquierda,
como confundidas por mi pregunta. La masa flotante a su alrededor
se expandió ligeramente antes de volver a la normalidad.
—Eres Ig'Morruthen, una criatura hecha para la destrucción. Eres
un agente de la muerte, la desesperación, el fuego y el caos. Los
antiguos que te precedieron hicieron temblar mundos, estremecer a
los dioses y avergonzar a los Primordiales de su creación. Eres una
bestia de leyenda y, sin embargo, vistes un traje de carne y tejido.
Eso pareció enfurecer a Liam. Dio un paso adelante y yo apreté el
agarre para impedir que se alejara de mí.
—Ella no es una criatura, y si vuelves a hablarle así, no quedarán
más Moiras en este universo ni en el siguiente.
Su cabeza giró y se detuvo como si él también estuviera tan
sorprendido como yo.
—Muy interesante, de hecho.
Me encogí de hombros y volví a apretar el brazo de Liam.
—Ignóralo, se pone de mal humor cuando no come. —Liam
sonrió brevemente antes de volverse hacia la criatura mientras yo
continuaba—. ¿Cómo averiguamos qué hay en el libro?
—Pronto lo sabrás.
—¿Cómo siguen vivos los Reyes de Yejedin? ¿Cómo lograron
traspasar los sellos de los reinos después de la Guerra de los Dioses?
—Podía sentir la frustración de Liam y oírla en su voz. Tenía razón,
esta criatura hablaba con acertijos.
—Tu familia está llena de secretos, Samkiel. Secretos que van más
allá de este mundo.
—¿Qué?
La masa arremolinada a su alrededor pareció brillar más antes de
atenuarse.
—Tú eres la llave que conecta a los que buscan venganza. Siempre
debe haber un Guardián. Unir percibió el final, conoció las
consecuencias y siguió adelante. Los reinos estaban cerrados y tu
muerte los abrirá todos. Está predicho. El caos volverá y el caos
reinará. Has visto una fracción de ello.
Liam se puso rígido y se le escapó una respiración entrecortada.
Mi agarre del brazo de Liam se tensó ligeramente.
—¿Lo has visto? ¿Cómo lo has visto? —Mis ojos se desviaron
entre ellos—. ¿Estás hablando de las pesadillas?
—Ve como su padre y su padre antes que él. Por distorsionado
que esté, sigue sonando a verdad. Los reinos se abrirán de nuevo.
—Pero si se abren significa que Liam morirá.
—Así está escrito y así será.
—No. —Miré a Liam, su mirada concentrada y lejana. Fuera lo
que fuese lo que el tipo de la cabeza flotante quería decir, había
tocado una fibra sensible en lo más profundo de su ser. Mis manos
se tensaron lo suficiente como para que me mirara—. Mientras yo
esté aquí, no te pasará nada. Te lo prometo y no necesito un
meñique para ello.
La sonrisa que forzó apenas era reconocible cuando me volví
hacia Roccurrem.
—¿Puedes darnos una buena noticia o algo?
Una cabeza parecía mirarme mientras las otras seguían girando.
Inmediatamente me arrepentí de haber abierto la boca.
—La profecía permanece. Uno cae, otro se levanta y comienza el
fin. Fue predicho y permanecerá. Uno tallado en la oscuridad, uno
tallado en la luz. El mundo se estremecerá.
Sentí que la habitación temblaba mientras el poder de Liam se
filtraba en oleadas.
—¿Fue todo esto parte de otra maldita prueba?
—Una prueba, en efecto, pero para solidificar los reinos. Así es y
así será. El universo necesitaba ver. Necesitaba saber.
—¿Necesitaba saber qué?
La sala volvió a temblar y aquellas cabezas flotantes giraron en
sentido contrario a las agujas del reloj y luego hacia atrás.
—Se te acaba el tiempo, Samkiel.
Me solté del brazo de Liam y di un paso adelante, ya sin
preocuparme por la criatura que hablaba en lenguas.
—¿Es eso lo que haces en esta tierra mítica? ¿Hablar en acertijos
todo el tiempo? ¿En qué ayudas?
—Dianna. —La voz de Liam no era más que un susurro cuando
me volví, viendo la angustia que brillaba detrás de aquellos ojos
plateados.
—No lo sabes todo. —Me di la vuelta, con mi ira en aumento.
—Parece que el Rey Dios ha encontrado un nuevo hogar. —La
forma de la criatura cambió, una cabeza giró y me habló mientras
las otras dos asentían al unísono.
—Eso tampoco tiene sentido, ¡sabes que su mundo está destruido,
imbécil flotante! —espeté yendo hacia Liam y le puse la mano en el
brazo—. Vámonos, Liam. Aquí no encontrarás ayuda. —Estaba
harta de este lugar y de esa criatura.
La voz de Roccurrem resonó una vez más en el espacio vacío, en
todas partes y en ninguna a la vez.
—Habrá una grieta estremecedora, un eco no solo de lo que se ha
perdido, sino de lo que no se puede curar. Entonces, Samkiel, sabrás
que así es como se acaba el mundo.
Me detuve con la mano en el brazo de Liam, dándome la vuelta
lentamente. Estaba dispuesta a lanzar todas las bolas de fuego que
hicieran falta para que se callara, pero ya era demasiado tarde. La
criatura no dijo nada más mientras se fundía en las sombras, su
cuerpo volvía al fondo de la galaxia y se alejaba de nosotros.

La biblioteca se abalanzó sobre nosotros cuando entramos. Las


páginas de los libros abiertos que habíamos dejado atrás se agitaron
por la fuerza de nuestra entrada. El viaje de vuelta fue menos
nauseabundo y, tras unas cuantas respiraciones profundas, recuperé
el equilibrio. Me volví hacia el balcón abierto, con el sol aún alto en
el cielo. Debíamos de llevar fuera solo unos minutos.
—¿Por qué no fuimos al hombre flotante en primer lugar en vez
de vagar por todo el mundo? —pregunté.
Liam se paseaba de un lado a otro pasándose las manos por el
pelo.
—En primer lugar, habla en pasado, presente y futuro, así que la
mitad de su información ha sucedido o sucederá. Dos, no creía que
el libro existiera, y mucho menos que fuera importante.
Asentí y me mordí el labio inferior.
—Bien, es justo. Entonces, ¿cuál es nuestro próximo plan?
Liam se encogió de hombros mientras seguía caminando.
—No lo sé.
—¿Cómo que no lo sabes?
Se detuvo bruscamente, apoyó las manos en las caderas y echó la
cabeza hacia atrás. Miró al techo mientras hablaba.
—Lo he visto. Así es como se acaba el mundo. Eso es lo que decía
el sueño. El mismo sueño en el que te vi… —Se detuvo y bajó la
cabeza para mirarme. Vi el brillo de las lágrimas en sus ojos.
—¿Liam? —Mi voz era suave, interrogante
—Lo vi. El cielo se rompió igual que Rashearim. Guerra fue lo que
dijo Logan cuando regresé por primera vez, y pensé que nunca lo
volveríamos a ver. Pensé que lo peor ya había pasado y que podía
descansar, pero estaba muy equivocado. —Empezó a caminar una
vez más—. Siempre me equivoco o me equivoco por unos segundos.
No fui lo bastante rápido para salvar a mi padre. En cambio, él
murió salvándome a mí. —Por primera vez desde que lo conocí,
parecía inseguro y crudo. Me hizo un gesto con la mano—.
Definitivamente no fui lo bastante rápido para salvarte. ¿Qué estoy
haciendo, Dianna, además de joderlo todo?
—Liam. —Di un paso adelante, pero él retrocedió ante mí.
—Eso es todo para lo que sirvo. Por algo me llaman el Destructor
del Mundo. Supongo que eso es realmente todo para lo que sirvo.
Ahora Onuna caerá. ¿Qué son dos más, no? —Se le escapó una
áspera carcajada autocrítica y supe que lo estaba perdiendo. Cada
emoción que había mantenido enterrada amenazaba con liberarse y
destrozarlo. Toda esa pena y depresión estaban asomando su fea
cabeza.
La habitación tembló y retrocedí a trompicones, pero me detuve.
Las hileras de estanterías que cubrían las paredes vibraron al levitar
todos los objetos que no estaban sujetos a algo.
Miré a mi alrededor mientras los temblores aumentaban
lentamente.
—Liam. Necesito que te calmes, ¿de acuerdo? Lo resolveremos
juntos, como siempre hacemos.
—No hay nada que averiguar, Dianna. No puede mentir. Todo lo
que dijo se cumplirá. ¿No lo entiendes?
Levanté los brazos.
—Bien, entonces enfrentaremos el fin del mundo juntos.
Esperaba poder atravesar el vacío resonante que intentaba
reclamarlo. Los pájaros de los árboles cercanos saltaron de sus
ramas y alzaron el vuelo cuando el suelo volvió a temblar. Me
aterrorizaba la idea de que si no respiraba o se calmaba, todo el
edificio se vendría abajo.
—Fallé. —Lo oí susurrar—. Otra vez.
—No, no lo hiciste.
—¡Sí, lo hice! Ya lo has oído. Tuve una oportunidad de tener ese
maldito libro. —Su voz subió una octava—. Fracasé porque te elegí
a ti antes que al libro, antes que al mundo. Fui egoísta por tu culpa.
Te arrastraste bajo mi piel como un parásito. Me has infectado y eso
me ha costado el mundo. Así que ahora, tengo que preparar ejércitos
una vez más para la guerra. Guerra, Dianna.
Sentí que mis mejillas se sonrojaban mientras el latido de mi
corazón saltaba en mi pecho. Estaba enfadada, molesta y triste por
él, todo al mismo tiempo.
—Tienes razón. No merecía la pena.
—No es así, Dianna. Para mí tú lo vales, y eso me convierte en el
bastardo más egoísta y el dios más peligroso que jamás haya
existido. Lo hice en un segundo, sin pensar ni preocuparme por las
consecuencias, y lo volvería a hacer una y otra vez. Lo que siento
por ti es abrumador y no puedo detenerlo. No sé lo que estoy
haciendo. ¿Lo entiendes? Tengo el peso de todo el universo sobre
mis hombros. Tenía un plan, y entonces te colaste en mi vida,
haciéndome ignorar toda razón. Me haces caminar por Onuna,
llevándome a lugares con música a todo volumen y golosinas
demasiado azucaradas. Me haces quedarme en castillos con
vampiros pretenciosos. Me haces reír, me haces sonreír, me haces
sentir. Me haces sentir normal y me permites olvidar que soy el
único gobernante porque me ves cuando me miras. Lo odio, Dianna.
Odio haberte conocido durante lo que otros considerarían meros
minutos. En el gran esquema de las cosas, nuestro tiempo juntos no
significa nada. He conocido y me he acostado con otros más tiempo
del que tú has estado en mi vida, y aun así, no he sentido nada más
que cariño por ellos. Odio que me afectes tanto, que te preocupes
tanto, cuando no lo merezco.
Su repentina confesión me hizo reflexionar. Mi mundo cambió
porque yo también sentía lo que él sentía por mí. Me había
encariñado tanto con él. Me preocupaba por él más que por nadie
antes que él y eso me aterrorizaba. Sentí las lágrimas rodar por mis
mejillas mientras me acercaba y apoyaba las manos en su pecho.
—Yo también lo odio. —Mi voz se quebró—. Yo no pedí esto.
Sentir por ti tanto como siento. Quiero decir, honestamente te
odiaba al principio.
Se le escapó un pequeño bufido mientras asentía, y las lágrimas se
derramaron por sus mejillas.
—Lo mismo.
—Idiota. —Lo golpeé suavemente, lo que solo hizo que mi visión
se volviera más borrosa—. Mira, lo entiendo, entiendo que hubieras
tenido el libro y el mundo estaría bien. ¿Pero cómo es eso una
elección? ¿Cómo? ¿Cómo es que estás siendo egoísta? ¿Qué sentido
tiene todo esto si este es el tipo de elecciones que tienes que hacer?
La habitación volvió a temblar y esta vez levanté la mano y le cogí
la cara, obligándole a mirarme. Las lágrimas y el miedo brillaban en
aquellos penetrantes ojos plateados.
—Eh, para, mírame. No me importa lo que diga ese vejestorio
flotante. Liam, tu padre vio algo en ti que necesitaba ser salvado.
Vio un futuro, y fuera lo que fuese, creyó con todo su ser que tú lo
harías realidad. Tus amigos, ellos ven lo que vales. Por eso son tan
leales, por eso te quieren, incluso ahora. Los salvaste sin saberlo. Les
diste un propósito más allá de seguirte. Les diste una elección, les
diste voluntad, les diste una razón de ser. He visto los recuerdos.
Liam, y entiendo que pienses que fallaste, pero no lo has hecho. No
lo harás.
Su voz era quebrada, rota. Un dios, derrotado y cansado.
—¿Cómo puedes estar tan segura? Lo he hecho antes.
—Porque eres fuerte y resistente. A veces eres un completo idiota,
y sí, a veces molesto y mandón, pero debajo de todo eso, te
preocupas. Amas, lo admitas o no. No eres una criatura sin mente,
Liam, nunca lo fuiste. No escuchas lo que nadie dice, y no deberías
hacerlo. Si esos seres todopoderosos que estaban por encima de ti
realmente lo supieran todo, Rashearim no habría caído. No me
importa lo que digan los demás. Sigue a tu corazón, Liam. Tienes
que hacerlo. El mundo no necesita más de ellos, necesita más de ti.
Escuché lo que dijo tu padre. Lo que te dijo. Quería que fueras
mejor. Mejor que ellos. Eso significa que te importa, Liam.
Sacudió ligeramente la cabeza mientras yo le secaba las lágrimas
con los pulgares.
—No sé lo que estoy haciendo. No creo que pueda sobrevivir a
pasar por eso otra vez.
Mis dedos pasaron ligeramente por su mejilla mientras le decía:
—Está bien. Lo resolveremos juntos, ¿bien? Haremos lo de
siempre, que a mí se me ocurre una idea y tú no estás de acuerdo,
entonces discutimos, hasta que al final te convencen mis increíbles
planes a prueba de tontos. —Resopló como si la risa por sí sola le
fallara, pero los temblores que hacían estremecer la habitación, se
calmaron lentamente—. Además, eres una de las personas más
fuertes que conozco. Pones a todo el mundo por delante de ti,
incluso a los Ig'Morruthens de sangre fría que te sacan de quicio y te
vuelven loco. —Sonreí suavemente mientras le pasaba el dedo por la
mejilla por última vez.
—No me sacas de quicio todo el tiempo. A veces eres ligeramente
divertida.
Sonreí, apartando las manos de su cara.
—Ligeramente divertida, ¿eh? Lo acepto. Recuperaremos el libro.
Te lo prometo. Pero no destruyas este mundo también.
Observé cómo respiraba entrecortadamente, inspirando y
expirando.
—Lo siento de verdad. No sé por qué no puedo controlarlo.
—Ataque de pánico.
—¿Qué?
—Sé que parece una locura pero eso es lo que me recuerda. Solía
tenerlos cuando salvé a Gabby por primera vez. Me despertaba
sudando, con el corazón a punto de salírseme del pecho. Pensaba
que no había conseguido salvarla y que no era real. Fui miserable,
pero lo superé porque la tenía a ella. Ella me ayudó y yo te ayudaré.
Levantó la mano y me pasó los dedos por el pelo. Era lo mismo
que yo había hecho por él las noches en que sus pesadillas lo
vencían. Era suave, tranquilizador y cariñoso.
—No te merezco.
—Definitivamente no. Sé que no lo entiendo de verdad, pero
tienes un millón y más, de ojos llenos de admiración, mirándote
para que los guíes. Eso es mucha responsabilidad, para ser honesta.
Incluso el más fuerte flaquearía bajo esa presión, Liam.
—No tienes ni idea. —Se quedó callado un momento mientras su
expresión se suavizaba y sus ojos recorrían mi cara—. No puedo
hacer esto sin ti.
Resoplé y parpadeé más lágrimas, con las mejillas aún manchadas
de antes.
—Obviamente.
Estudié sus rasgos a la luz de los soles ponientes. Parecía cansado
a pesar de que su cuerpo brillaba, como si estuviera absorbiendo la
energía de aquellas estrellas. No sabía cuánto tiempo llevaba
manteniendo el mundo en equilibrio, pero ¿acaso no se cansaría
hasta un dios?
Liam llevaba el peso de los mundos sobre sus hombros y era
esencial para mantener el orden del universo. Sin él, reinaría el caos.
Eso era lo que Kaden quería y Liam era lo único que se interponía
en su camino. Liam llevaba esa carga sin ninguna promesa de que
fuera a desaparecer. Me sorprendió que no se hubiera derrumbado
antes y hubiera dicho «al diablo con todo». Pero yo sabía que no
podía, que no lo haría. Lucharía hasta que el último aliento
abandonara su cuerpo.
—El peso del mundo —susurré antes de darme cuenta de lo que
había salido de mi boca.
Me miró, con el rostro sombrío. Me soltó con un suspiro y una
breve media sonrisa.
—Eso es lo que parece.
—Lo siento.
Me miró durante un segundo como si las palabras le
sorprendieran. Mierda, a mí también me sorprendieron.
—No lo hagas. Es mi derecho de nacimiento.
Resoplé.
—Lo que solo significa que no tenías elección en el asunto. —
Forcé una sonrisa mientras él asentía.
—En realidad, sí.
Volví a ver las imágenes del sueño sangriento. El Liam de
aquellos sueños había sido tan despreocupado, pero me di cuenta de
que era porque estaba perdido. Había estado luchando contra un
destino que venía por él, lo deseara o no. Deseé poder protegerlo,
mantenerlo a salvo y ayudarlo.
—Pase lo que pase o decidas lo que decidas, estaré a tu lado.
Lucharé contigo. No estarás solo, y haré todo lo que pueda para
mantenerte a salvo.
Cerró los ojos brevemente antes de volver a mirarme.
—Ya has hecho demasiado. Arriesgaste tu vida por mí para
conseguir ese libro. Salvaste a Logan cuando ni siquiera lo conocías.
Me ayudaste sin prometerme nada a cambio. Luchaste contra uno
de los tuyos para ayudar a salvar el mundo y diste tu vida en el
proceso —dijo, sus ojos bajando de mi cara a mi pecho. El vestido
que llevaba para disfrazarme de Imogen era un poco holgado en la
zona del pecho, dadas nuestras diferentes tallas. No me dejaba
demasiado al descubierto, pero podía verse mi esternón.
Sabía que no me miraba los pechos, sino la cicatriz casi invisible
que aún tenía en el pecho. Una expresión de dolor se dibujó en sus
facciones mientras tragaba saliva. Trazó ligeramente la marca
directamente sobre mi corazón y mi cuerpo respondió. Sentí como si
una descarga eléctrica recorriera cada fibra de mi ser. Me estremecí
y se me puso la piel de gallina en brazos y piernas. No me dolió,
pero su contacto me excitó más que el de cualquier otro hombre que
me hubiera tocado. No me estremecí ante su contacto, sino que me
incliné hacia él, sin aliento. Liam había tenido literalmente mi
corazón en sus manos, y yo le permitiría que me tocara como
quisiera.
Aspiré y mi voz tembló al decir:
—Pero me salvaste.
—Apenas. —Apartó lentamente la mano, apretando el puño al
darse cuenta de lo que hacía.
Levantó la mirada, sus ojos vagaban sobre mí como si estuviera
tratando de memorizarme. Me hacía sentir vulnerable, lo cual era
infantil. Había estado con hombres y mujeres, pero cuando Liam me
miraba o me tocaba, era como si nunca hubiera estado con nadie. El
mero hecho de verlo me encendía la sangre, como si avivara un
fuego en lo más profundo de mi alma. Quería que ardiera. Quería
más. Lo deseaba, y en ese momento sentí que la atracción y el deseo
que sentía por él eran recíprocos.
—Pensé que te había perdido. —Fue un susurro y su mirada se
desvió hacia la mía como si le sorprendiera haber dicho esas
palabras en voz alta.
—Sabes que no. Es imposible deshacerse de mí. —Sacudí la
cabeza con una sonrisa jugando en mis labios mientras le devolvía
sus palabras—. Como una infección.
No se rio ni sonrió ante mis palabras. No intentó bromear
mientras sus ojos se clavaban en los míos.
—Si eso es cierto… —El miedo se transformó en su mirada en otra
emoción fuerte y poderosa—. Entonces deseo que me infectes.
Deslizó la mano por mi clavícula y la aspereza de su palma callosa
hizo que un rayo de electricidad recorriera todo mi ser. Quedé
atrapada en su mirada y sentí cómo me latía el pulso cuando su
gran mano me rodeó suavemente el cuello. Me levantó la barbilla
con el pulgar y mis labios se entreabrieron como una invitación
instintiva. Sus ojos se llenaron de plata fundida y su mirada se posó
en mi boca. Su garganta se estremeció cuando mi interior se volvió
líquido. Me puse de puntillas mientras él se inclinaba hacia delante,
sin que a ninguno de los dos nos importara la línea que estábamos a
punto de cruzar.
Ambos sabíamos que no debíamos. No había futuro para
nosotros, y nunca lo habría. Él era un guardián, un salvador. Un
protector de este reino y todos los reinos intermedios y yo era una
Ig'Morruthen. Yo era la bestia de leyenda que él y sus amigos
cazaban. Yo era el monstruo debajo de la cama. Del que se contaban
historias para mantener a raya a todos los seres divinos. Estábamos
destinados a luchar hasta que el cielo sangrara y los mundos
temblaran. Pero cuando me tocó, me acunó la cara como si yo fuera
el ser más frágil y hermoso del mundo, me derretí. Con él no me
sentía como un monstruo y me di cuenta de que nunca lo había sido.
Sentí su aliento rozar mis labios y mi cuerpo cantó en respuesta
justo cuando la puerta se abrió de golpe. Liam y yo nos separamos y
ambos nos volvimos hacia la amenaza desconocida.
Logan se quedó allí, con los ojos desorbitados y la rabia desatada
a su alrededor.
—Tenemos un problema.
—Te lo aseguro, ahora estoy bien.
Logan hizo un gesto con la mano hacia el desorden de la
habitación.
—No, eso no. Se llevaron a Neverra y —Logan asintió una vez y
volvió su mirada hacia mí—, Gabby ha desaparecido.
CAPÍTULO 50
Dianna
La puerta moldeada en obsidiana se desprendió de sus goznes y
voló por la habitación cuando la abrí de una patada. Entré furiosa,
con las dos manos ardiendo salvajemente mientras escudriñaba la
zona. No había nadie, pero lo había supuesto desde que prendí
fuego a toda la isla de Novas en el momento en que Liam y yo
llegamos.
—Está vacío. —Liam pasó a mi lado con un arma encendida.
—Te dije que convocaras a Oblivion.
Se miró la mano y luego volvió a mirarme.
—No.
—No merecen una vida después de la muerte, Liam.
Donde yo había esperado ira, una expresión de preocupación
cruzó el rostro de Liam.
—Dianna, sabes lo que puede hacer. Tú estás aquí y puede que tu
hermana también. No voy a arriesgar a ninguna de las dos.
Negué con la cabeza, pasando junto a él mientras me dirigía al
pasillo.
No dijo nada mientras subíamos las escaleras. Golpeé con ambas
manos las puertas dobles, haciendo volar rocas y escombros hacia el
espacio abierto de la sala del trono.
—Si hay alguien aquí, solo el ruido los alertará, Dianna. Intenta
ser más silenciosa.
No dije nada, no quería admitir lo que ya sabía. La isla estaba
abandonada, lo que significaba que ella no estaba allí. Me dolía el
pecho y respiraba entrecortadamente mientras cuadraba los
hombros.
—Busca aquí. Volveré.
No dijo nada mientras pasaba junto a las sillas y los faroles vacíos
que decoraban los laterales de la sala. Las paredes no se movían
como cuando Kaden estaba en el castillo. Eran frías y vacías.
Exactamente como me sentía sabiendo que ella estaba ahí fuera, en
algún lugar, con él. Me obligué a no pensar en lo que podría estar
haciéndole e impulsé mis pies hacia adelante. Llegué a las
habitaciones de arriba y revolví las zonas de Alistair y Tobias, pero
no encontré nada.
Pasé por encima de los trozos de madera rotos, las sábanas hechas
jirones y los muebles desgarrados. Me sostuve con un brazo contra
el marco de la puerta mientras me volvía hacia el final del pasillo.
Había sido una pérdida de tiempo registrar aquellas habitaciones.
Sabía que no encontraría nada. Pero era una cobarde e intentaba
evitar aquella puerta.
Era la misma puerta que había golpeado cuando Kaden me había
dejado fuera. Cuando le había fallado y suplicado perdón porque
sabía el coste de mi fracaso.
Se me hinchó el pecho al mirarlo. Era mi pasado. Ya no tenía que
ser esa criatura. No sentí que mis pies se movían hasta que estuve
frente a la puerta, con la mano apoyada en el pomo. Con un giro y
un empujón, se apartó lentamente de mi camino.
Entré, un pie delante del otro, mis pasos resonando en el silencio.
La habitación parecía inmaculada, como si estuviera esperando a ser
ocupada. Me detuve frente a la cómoda y pasé las manos por
encima. La foto enmarcada de Gabby y de mí que Kaden me había
permitido conservar a regañadientes seguía allí.
Habíamos ido a la playa porque era su lugar favorito. En la foto,
yo la abrazaba mientras las dos sonreíamos a la cámara. Ella
agarraba el sombrero que llevaba mientras los finos tapados que
llevábamos sobre los bikinis ondeaban con el viento. Era la única
foto que tenía en este maldito lugar porque rogué que me la dejaran.
Kaden la odiaba, y yo ni siquiera podía pensar en lo que me había
exigido para permitirme conservarla…
Me temblaron las manos al agarrar el marco. El cristal se rompió,
distorsionando la imagen que había debajo en forma de mosaico. Me
di la vuelta y la lancé contra la pared. Grité y destrocé la maldita
cómoda, arrancando los cajones de la base y tirándolos en todas
direcciones. La ropa, una mezcla de la mía y la suya, se esparció por
el suelo. Giré y agarré el espejo, lanzándolo hacia la puerta. El cristal
estalló, el polvo brilló en el aire y el ruido fue en crescendo por toda
la casa. La casa. Aquello era una maldita broma. Era una prisión.
Respiraba con dificultad mientras miraba la cama. La misma cama
en la que me había follado. La misma cama en la que había llorado
hasta quedarme dormida cuando me quedaba sola, incapaz de ver a
la única persona a la que le importaba un bledo. Arranqué los postes
de la cama, los rompí sobre las rodillas y tiré los restos a un lado.
Tiré uno de ellos con tanta fuerza que se clavó en la pared. Mis
gemidos y gritos resonaron mientras me enfurecía.
Un agarre como el de una mordaza me aprisionó los brazos y giré
sobre mí misma, dispuesta a atacar. Me detuve cuando vi la cara de
Liam.
—¡Dianna! Dianna. Dianna. Esto no nos ayuda.
—No está aquí —le espeté, empujándolo lo bastante fuerte como
para que me soltara los brazos.
Se quedó atónito.
—¿Qué?
—Ella no está aquí. Él la tiene y está muerta. Lo sé —no podía
respirar, no podía pensar.
—No está muerta, Dianna.
—Lo está. Lo sé. No están aquí. Mira a tu alrededor. Hace tiempo
que no están aquí. ¿No te das cuenta? Toda la maldita cueva está
inactiva. Las habitaciones no han sido tocadas desde que… Desde
que me fui.
—Oye, mírame. No está muerta. —Sostuvo mi mano con la palma
hacia arriba junto a la suya, la fina cicatriz de nuestro trato todavía
presente—. Si lo estuviera, lo sabríamos. Además, no la matará. Ella
es el último vínculo que tiene contigo. La última cuerda de la que
puede tirar. Sabe que ella es lo único que tiene para mantenerte a
raya. Si ella desaparece, no tendrá control ni poder sobre ti.
¿Comprendes? Se la llevó para sacarte de tus casillas, volverte
errática, y está funcionando. Necesito que te concentres, ¿de
acuerdo?
—¿Cómo puedo concentrarme? —Las palabras se me escaparon
en un gemido mientras me llevaba la mano a la frente y me apartaba
de él.
Liam volvió a acercarse a mí, pero yo retrocedí. Sus ojos siguieron
mis movimientos mientras me alejaba de él, y sus cejas se
fruncieron. No estaba acostumbrado a esta faceta mía. No quería
que me consolara. Quería encontrar a mi hermana.
—No lo sabes. No lo conoces.
—Conozco a los hombres en el poder. Eres tan parte intrínseca de
esto como él y yo. Él quiere poder sobre ti solo los dioses saben por
qué, pero sé que no va a cortar ese lazo. Confía en mí. Por favor.
Mi pecho se agitó cuando las palabras resonaron en mi interior.
Confiar en él. Me lo había pedido cuando perdimos el libro después
de traerme de vuelta, y entonces debí hacerlo. Su expresión se
suavizó cuando suspiré y asentí lentamente.
—Ahora, ayúdame a buscar en el resto de la isla.
Asentí con la cabeza y lo seguí, con los fragmentos de cristal
crujiendo bajo mis pies. Me detuve y miré hacia abajo para ver la
foto de Gabby y de mí. Me tembló la mano cuando me incliné para
cogerla, trazando las líneas de su sonrisa feliz. Aquel viaje a la playa
que tanto la obsesionaba.
—¿Qué pasa? —preguntó Liam, apareciendo de nuevo a mi lado.
—Es un viaje que hicimos. Ese día nos tiramos por los acantilados,
pero ella me hizo ir primero porque tenía miedo. Yo siempre iba
primero. Tenía que asegurarme de que era seguro. Ella depende de
mí para que la proteja y yo… —Mis palabras se interrumpieron al
sujetar la foto con demasiada fuerza.
—La encontraremos.
—Liam —me volví hacia él y mi visión volvió a ser un caos
brillante—, tengo miedo.

Me senté en la enorme cama de su habitación en Ciudad Plateada.


El edredón estaba hecho un desastre debajo de mí. Debía de haberse
levantado tarde para ir a trabajar. Era la única vez que Gabby no
hacía la cama. Era demasiado ordenada para dejar nada
desordenado. Cogí uno de los jerséis verdes que tanto le gustaban a
Gabby y lo froté entre los dedos.
Liam y yo habíamos regresado hacía una hora. Novas había sido
un callejón sin salida. Kaden había abandonado la isla y, al parecer,
llevaba un tiempo fuera de ella. El mapa de Ethan también era un
callejón sin salida. Yo misma comprobé los lugares y no encontré
más que cavernas y minas vacías. No sabía dónde más ir, dónde
más buscar. Era como si hubieran desaparecido.
Me llevé el jersey a la cara e inhalé profundamente su aroma
mientras mis ojos empezaban a lagrimear. Si hacía lo que él le pedía,
viviría. Entonces podría salvarla. Nunca dejaría de buscar, la
encontraría y la salvaría. Como ella me había salvado a mí todas
esas veces. Todas las veces que Kaden fue demasiado duro,
mezquino y odioso, siempre tuve un lugar adonde ir.
Un hogar.
Era mi hogar.
«Déjame salvarte esta vez, Gabriella».
«Déjame salvarte».
Un ligero golpecito hizo que dejara caer el jersey sobre mi regazo
y mirara hacia la puerta abierta del dormitorio. Liam estaba allí de
pie y me di la vuelta. No quería verlo y una parte de mí pensaba que
él lo sabía. No quería que me consolara ni que me tocara.
—¿Encontraste a Drake o a Ethan? Logan dijo que estaban con
ellas.
—No.
Asentí, suspirando mientras miraba el jersey en mi regazo. Quizá
Kaden también se los había llevado por ayudarme.
—Parece que muchos de tus antiguos contactos también han
desaparecido. No solo ellos.
Asentí de nuevo, dejando el jersey a un lado y poniéndome de
pie.
—Bien, entonces buscaremos en otra parte.
Extendió la mano, agarrándome mientras pasaba a su lado.
Deteniéndome a su lado.
—¿Buscar dónde? Hemos comprobado los lugares que conocías.
Tus informantes no están. ¿Dónde más podemos ir?
—No lo sé. —Tiré de mi brazo hacia atrás y me zafé de su
agarre—. Eres un dios, haz algo piadoso. ¿Podrías sentir si ella
estuviera cerca o algo?
Sacudió la cabeza, su boca formando una línea sólida.
—No funciona así.
—Entonces seguiremos buscando.
Salí de la habitación y oí sus pasos muy cerca.
—¿Buscar dónde, Dianna? ¿Dónde más?
—No lo sé.
—Tiene que tener otro escondite, un lugar al que pueda haberte
llevado además de la isla. No hay forma de que pueda esconderse
tan bien en este reino.
Sacudí la cabeza y continué hacia la puerta.
—Déjame ayudarte, Dianna. Detente y piensa. ¿Dónde más podría
haberla llevado?
Di vueltas, con el temperamento y el dolor a punto de ebullición.
Seguía haciéndome preguntas como si yo tuviera todas las
respuestas.
—¡No lo sé! —Solté un chasquido llevándome las manos al pelo.
Mi mundo tembló y me di cuenta de que no era solo mi mundo, sino
también la habitación—. No lo sé, bien.
Liam me miró, sus ojos se abrieron de par en par durante un
segundo antes de escudriñar la habitación. No sé por qué me miró
como si yo lo hubiera hecho temblar. Lo hizo él. Siempre lo hacía.
Solté un suspiro.
—Solo necesito pensar.
Pero pensar fue lo último que ocurrió mientras la estática
iluminaba la habitación y el televisor que teníamos detrás se
encendía.
—Dianna.
CAPÍTULO 51
Liam
Los ojos de Dianna sangraban carmesí mientras me gritaba.
Estaba acostumbrado a su furia, la había visto antes, pero el poder
que desprendía, que sacudía la habitación, era nuevo. Se estaba
derrumbando, y lo sentí. Una parte de mí la sentía, sentía sus
emociones. Estaba llena de miedo, y podía sentir una parte más
oscura al acecho, esperando su oportunidad. Sabía que la estaba
perdiendo.
El aire se llenó de estática y el gran televisor del centro de la sala
se encendió. Nos giramos hacia él y nos acercamos un paso. Unas
palabras se desplazaron a lo largo de una pequeña pancarta roja en
la parte inferior, indicándonos que se trataba de una transmisión en
directo. Un hombre y una mujer estaban sentados en las sillas de los
presentadores. Sus trajes estaban rasgados y manchados de sangre.
Estaban muertos, lo que significaba que Tobias estaba allí.
—Buenas noches y bienvenidos a las noticias nocturnas de KM. La
noticia principal de esta noche es: Un rey con una corona rota que,
para empezar, ni siquiera era suya. —La mujer pasó las páginas
delante de ella mientras hablaba, y sus palabras me hicieron apretar
la mandíbula.
El hombre se volvió hacia ella. Podía ver los moratones de su
cuello y, al intentar sonreír, parecía que su mandíbula apenas
aguantaba.
—Ahora, Jill, esta ha sido una historia que ha circulado durante
siglos. Un hombre dotado de un título y un trono, pero infantil en
sus ideales y sin seguimiento.
Jill, asintió con la cabeza.
—Si lo piensas, Anthony, es bastante triste. Todo un planeta fue
destruido porque él simplemente no pudo controlarse.
Sabía que todos los golpes iban dirigidos a mí, pero no me
importaba. Ya lo había oído todo antes. No, mis tripas se retorcían
por otra razón. Dianna.
—Bueno, Jill, eso es lo que pasa cuando envías a un chico a hacer
el trabajo de un hombre. Hablando de trabajos, vamos a ver el
tiempo con Casey.
La cámara giró hacia el otro lado de la habitación, enfocando a
una mujer de pie con un pequeño aparato en la mano. Su traje
también estaba hecho jirones, y se notaba que la magia de Tobias era
lo único que la mantenía en pie. La pantalla detrás de ella se
convirtió en un gran mapa con lo que parecían nubes bailando en
ciertas zonas.
—Gracias, Anthony y Jill. El pronóstico anuncia cielos despejados
y tiempo soleado para los próximos días, pero el apocalipsis que se
avecina puede poner fin a esto. Si eso ocurre, es posible que veamos
nubes atronadoras cuando se abran los reinos. Las precipitaciones
serán intensas y con olor a cobre, ya que su sangre lloverá del cielo.
Pronosticamos algunos terremotos, pero deberían remitir antes de
que el planeta se desgarre. De vuelta a ti, Jill.
—Gracias, Casey. ¿Para cuándo podemos esperar este cambio
drástico?
—Oh, muy pronto. —Su voz dijo desde fuera de la pantalla.
La sonrisa de Jill era un poco demasiado amplia.
—No puedo esperar.
Anthony soltó una leve risita, con la mandíbula moviéndose
obscenamente mientras juntaba las manos y miraba a la cámara.
—Supongo que sería una buena idea para todo el mundo
esconderse, ¿eh?
—Oh, Anthony, no hay forma de esconderse de esto. Ahora,
tenemos un invitado especial con nosotros esta noche. Bastantes en
realidad.
Anthony la señaló.
—¿Sabes qué, Jill? Tienes razón. Ahora vamos a dar la bienvenida
a nuestro coanfitrión de esta noche. Kaden.
La cámara volvió a girar y sentí una sacudida. Su traje era oscuro
y tenía los pies apoyados en un escritorio, pero yo ya había visto
antes a ese hombre. Lo había visto sentado en un trono de huesos,
con una armadura de cuernos. Me sonrió desde la pantalla, con el
rostro totalmente visible, y vi por primera vez a mi verdadero
enemigo. Se relajaba tan despreocupadamente como si sus manos y
la camisa blanca que llevaba bajo el traje no estuvieran manchadas
de sangre. Llevaba el cuello desabrochado y pude ver el brillo de
una cadena de plata a su alrededor. Se lamió los dedos y sonrió a la
cámara.
Kaden.
El aire de la habitación se agitó cuando Logan y Vincent entraron.
Hablaron por encima del otro mientras Dianna miraba fijamente la
pantalla, sin mover un ápice el cuerpo.
—Liam. Está en todos los canales, en todas las emisoras.
Kaden se quedó allí sentado, mirándola como si también pudiera
verla.
—¿Qué? —pregunté, sin apartar los ojos de ella.
—Globalmente. Lo hemos comprobado.
—¿De dónde viene? ¿Puedes señalar un lugar?
Vincent negó con la cabeza.
—Esa es la cuestión, es como si la frecuencia viniera de todas
partes y de ninguna a la vez. No hay forma de apagarla.
Mis siguientes preguntas murieron cuando Anthony empezó a
hablar de nuevo.
—Ahora, Kaden, por favor dinos, ¿qué es exactamente el Otro
Mundo?
Mi adrenalina se disparó, sabiendo que esto no era algo que los
mortales tuvieran que aprender. No así. Logan dijo que habían
intentado detener la alimentación pero no pudieron.
—Parece sacado de una película, ¿verdad? —se rio Jill.
Kaden se incorporó, se inclinó sobre un lado de la mesa y juntó las
manos.
—Estoy de acuerdo, pero es mucho más. Todos piensan que los
monstruos no existen. Que son fruto de la imaginación de los
mortales. Pero están muy equivocados. Cada monstruo tiene un
origen basado en la realidad.
Jill asintió como si pudiera comprender lo que estaba pasando.
Era una marioneta de Tobias, como las de El Donuma. Todos lo
eran.
—¿Así que estás diciendo que todas las criaturas sobrenaturales
son reales?
—Todo y mucho más. El único problema es que la población es
prácticamente inexistente en este reino.
Era el turno de Anthony de hablar y puso la mano bajo su barbilla
tambaleante para escuchar de verdad.
—¿Cómo es eso?
Kaden sonrió, sin dejar de mirar fijamente a la cámara.
—Te contaré una historia. Érase una vez, en un mundo muy muy
lejano de aquí, un rey vil y despiadado. Gobernante de todos y
adorado por muchos, pero guardaba secretos. Oscuros y espantosos
que ocultaba incluso a los que decía amar más. Creía que la paz se
lograba a través de la fuerza. Una fuerza que utilizó y de la que
abusó hasta que dejaron de significar nada para él. Una vez logrado
su objetivo, los desechaba como basura. Entonces un día tuvo un
hijo. Un ser como él, puro de luz y todo lo que deseaba para su
nuevo mundo. Su hijo era el siguiente en la línea para gobernar y
había preocupación, ya ves.
—¿Preocupación? —incitó la voz inconexa de Jill.
—Oh, sí. Preocupado por que fuera como los anteriores, como su
padre. La verdad se hizo realidad poco a poco y el amigo se
convirtió en enemigo. Hubo un levantamiento, la sangre de los
dioses se derramó por las estrellas que ni siquiera puedes ver ahora.
La Guerra de los Dioses, pero fue mucho más que eso. —Los ojos de
Kaden parecían brillar como si él mismo hubiera estado allí.
—¿Qué pasó después?
Kaden suspiró echándose hacia atrás mientras cruzaba las manos
frente a sí.
—Bueno, lo que dicen tus leyendas del gran y poderoso Samkiel.
Salvó al mundo, ¿verdad? Todos los que se habían enfrentado a
ellos fueron encerrados por su sangre. Cada reino, cada mundo
sellado. —Hizo una pausa mientras se movía, metiendo la mano
debajo de la mesa. Un ruido sordo golpeó el escritorio mientras
dejaba caer el Libro de Azrael sobre él. Su sonrisa era veneno y rabia
mientras miraba hacia la cámara—: Bueno, al menos por ahora.
La estática se acumuló en la habitación, un aire opresivo denso y
pesado, y supe que estaba perdiendo la paciencia. No oí nada más
de lo que dijo mientras seguían hablando. Hablaba de mi padre, de
mi mundo, como si lo conociera personalmente y, sin embargo, yo
no lo recordaba ni a él ni a su nombre. Me volví hacia Logan y
Vincent.
—Ve, ve si puedes encontrar dónde está. Necesito cada forma
celestial aquí en Ruuman buscando. No puede esconderse de
nosotros, no cuando esto está en todas las emisoras del mundo. Una
vez que lo encuentres me llamas inmediatamente.
Ambos asintieron antes de salir disparados de la habitación en un
destello de luz azul. Las palabras de la pantalla se filtraron cuando
volví a mirar hacia el televisor. Las manos de Kaden ahora estaban
decoradas con gruesos guantes negros mientras ojeaba el Libro de
Azrael como si no fuera un poderoso artefacto antiguo en
descomposición que contenía los medios para mi muerte.
Jill se apretó el pecho como si pudiera sentir.
—Es una historia tan triste.
—¿Lo es? Me gusta pensar en ello como un renacimiento. Un
nuevo comienzo, dirían algunos. Mira aquí —señaló con un dedo
una página mientras Jill y Anthony se inclinaban hacia ella—, ésta es
la llave para abrir los reinos.
—Qué arma tan bonita.
—Estoy de acuerdo y una vez que lo consiga este mundo sangrará
y apuesto a que hay miles, sino millones, de seres molestos
buscando un poco de venganza.
Anthony ladeó la cabeza.
—Bueno, ¿qué pasa con nosotros los mortales si esto llega a
pasar?
Kaden se rio, el sonido hizo que incluso yo hiciera una mueca
mientras cerraba el libro de golpe.
—Bueno, te mueres. —Se detuvo y se encogió de hombros como si
no acabara de condenar al mundo—. O te esclavizan. Ahora mismo
está bastante incierto
Jill y Anthony se rieron como si fuera el chiste más gracioso que
hubieran oído nunca. Una vez que Jill tuvo control sobre sí misma,
dijo:
—Bueno, eso suena encantador. Me muero de ganas.
Anthony carraspeó.
—Ahora, normalmente tenemos una ronda de temas candentes
patrocinada por Jeff, pero ya que lo desmembraste, supongo que
tendrás que hacer la ronda de temas candentes. Así que, dinos,
Kaden, ¿cuál es el tema candente de esta noche?
—Bueno, amor, por supuesto.
—¿Amor? —Todos los ojos se volvieron hacia la cámara, y supe
que la siguiente parte era para Dianna. Me acerqué más a ella.
—Pues sí.
Jill agitó la mano y dijo:
—El escenario es todo suyo. —Anthony y Jill se congelaron en su
lugar, y supe que Tobias estaba liberando lentamente su control
sobre ellos. Miraron fijamente hacia delante mientras sus ojos se
volvían del blanco vidrioso de los muertos.
—Ahora, sé que todos están pensando que soy la encarnación del
mal, pero estarían equivocados. Amo el amor y nadie ama más que
Dianna.
Una foto de Dianna y mía apareció en la pantalla y me di cuenta
de que había estado mucho más cerca de nosotros de lo que había
supuesto. ¿Cómo no lo había sentido? Mi mirada se desvió hacia
Dianna. Estaba con la mirada fija en la pantalla, con los brazos
cruzados, irradiando pura rabia. Al estudiarla, supe que ella lo
había sentido. Aquellas veces que tuvo esos escalofríos, lo había
sentido, pero no había sabido lo que significaba.
Los ojos de Kaden parpadearon en rojo bajo las luces del estudio
mientras se ponía de pie y se acercaba a la cámara. Se quitó los
guantes de la mano dedo a dedo mientras miraba hacia la cámara.
—Le di todo lo que pude. Un intercambio, dirían algunos, por lo
que me pidió. —Se frotó la mandíbula con una mano manchada de
sangre.
Una foto de Dianna apareció en la pantalla y se quedó allí,
ocupando una de las esquinas.
—Todo lo que ella es, todo su poder, todo es gracias a mí, y sin
embargo he conocido perros que son más leales. Ella no puede
mantener las piernas cerradas, no es que yo pueda quejarme, solo
tuve que salvar a su hermana antes de que me dejara inclinarla. Lo
que estoy seguro que ella te dejó hacer también Samkiel. —La
imagen cambió a una de Dianna sonriéndome en la feria—. Espero
que la disfrutes mientras puedas porque no te equivoques, ella
también se volverá contra ti.
Vi cómo desviaba la mirada hacia alguien fuera de la pantalla
mientras las imágenes se desvanecían. Unos instantes después, su
actitud cambió. La postura de Dianna no vaciló. Era como si su
cuerpo se hubiera convertido en piedra. Me quedé a su lado, con la
mirada entre ella y la pantalla, mientras se me revolvían las tripas.
No tenía ni idea de cuál era su plan, pero no podía ir a buscarlo, no
cuando ella me necesitaba.
—Dianna, tsk, tsk, tsk lo sabes mejor que nadie. Sabes que tengo
ojos en todas partes. Este mundo me pertenece, mi amor, y nunca
estuve lejos. ¿No me sentiste?
Mi corazón se hundió aún más, la boca de mi estómago se
revolvió. Estaba en lo cierto. Ella lo había percibido. Era
inconcebible que yo no lo hubiera hecho. ¿Cómo no me había dado
cuenta de que estaba tan cerca? Y no solo una vez. Las siguientes
palabras de Kaden me hicieron preguntarme si tenía la habilidad de
leer la mente porque reflejaban mis pensamientos.
—Solo tengo curiosidad, sin embargo, ¿cuál es tu línea de
pensamiento con esta relación fallida? ¿Solo diversión? ¿Detenerme,
salvar el mundo y luego qué? ¿Crees que te quiere? ¿Que se
preocupa por ti? Pregúntale a cuántos hombres y mujeres les ha
susurrado esas palabras. Cuántos han caído a sus pies esperando
estar a su lado. No eres nada para él y nunca lo serás. No eres y
siempre serás más que un monstruo, no importa lo que él te diga.
No importa lo que finjas. ¿Crees que podrías gobernar a su lado
Dianna? ¿Incluso después de que me haya ido crees que te
aceptarían? Después de todo lo que has hecho. Él es realmente
inmortal Dianna. ¿Has pensado en eso? No lo somos. ¿Realmente te
odias tanto que estarías cómoda siendo su consorte por el resto de tu
vida mientras él se casa con una reina real? Necesitará una igual.
Alguien que gobierne a su lado, que dé a luz a sus hijos en su
mundo perfecto.
Sabía que la ira burbujeaba bajo la superficie de su tranquila
fachada. Sus ojos ardieron con ascuas rojas, pero entonces miró más
allá de la cámara y pareció recordar que no estaba solo. Se encogió
de hombros y apoyó las manos en la mesa.
—Vamos a jugar a un juego. Supongamos que tienen éxito, que
los reinos se salvan y que la gente canta y aclama en las calles. En el
fondo, Dianna, ¿de verdad crees que te elegiría a ti? Después de que
todo esto termine. Sé realista. —Chasqueó los dientes, negando
lentamente con la cabeza—. No lo creo. Creo que incluso si no gano
tú seguirás perdiendo.
Kaden se detuvo un momento, quizá dándose cuenta de que
había revelado demasiado. Miré a Dianna y su cuerpo se había
vuelto tan rígido que parecía que se iba a romper con un solo roce.
Estaba tan cerrada que no podía sentir nada de ella y eso era
aterrador. Dianna nunca se contenía.
—Ahora —dio una palmada antes de frotarse las palmas dos
veces—, volvamos a los negocios. Mira, este es el asunto, Dianna. Te
quería a mi lado, ¿sabes? Mi perfecta y hermosa arma para lo que
está por venir. —Suspiró decepcionado y se frotó la barbilla antes de
señalar a la cámara—. Pero, por desgracia, has elegido el bando
equivocado. Pero no pasa nada. Creo que puedo perdonarte y
dejarte volver a casa. Solo necesito darte una lección primero.
Dejó de hablar e hizo un gesto a alguien para que se acercara. La
cámara retrocedió y giró ligeramente. El nuevo ángulo nos permitió
ver a Kaden, un pasillo cerrado con una cortina encima y los
asientos que contenían al público. Miré más de cerca y vi que el
público estaba lleno de criaturas del Otro Mundo. Los ojos
fluorescentes en varios colores, y vi más de una docena de pares que
brillaban en rojo. Los Irvikuva permanecían en el pasillo del fondo
con las alas desplegadas, asegurándose de que nadie intentara salir.
La multitud se dividió y se quedó en silencio cuando Drake se
levantó y empezó a acercarse a Kaden. Mis labios se curvaron en un
gruñido silencioso ante su traición a su amistad y amor. ¿Cómo
había podido hacerle esto? Había confiado en él en contra de mi
buen juicio por ella, porque ella lo creía su amigo. El cobarde se
negó a mirar a la cámara mientras se detenía junto a Kaden.
—Vamos, Drake. El centro del escenario es tuyo, colega —se burló
Kaden, dándole una palmada en la espalda a Drake como si fueran
viejos amigos.
—Drake me contó todo sobre tu viajecito y el de tu nuevo novio a
El Donuma. Me dijo cuándo llegarían, cuánto tiempo se quedarían y
su próximo movimiento. Camilla me puso al corriente a partir de
ahí.
Hizo un gesto hacia el público y Camilla asintió con la cabeza alta.
Recorrí el público y reconocí a varias personas. Santiago estaba allí,
con sus aquelarres y los de Camilla entremezclados. Elijah estaba
sentado junto a algunos mortales de la embajada de Kashvenia.
Supongo que ella no fue la única traicionada. Parecía que algunos de
los mortales bajo mi jurisdicción también habían cambiado de
bando. Sentí que se me formaba un nudo en el estómago. Era pura
rabia sin adulterar. Extendí la mano hacia el brazo de Dianna. Sentía
la piel caliente bajo la camisa de manga larga. La froté con el pulgar
en pequeños círculos lentos, intentando tranquilizarla y hacerle
saber que estaba a su lado. Aunque las personas en las que más
confiaba no lo estuvieran.
—Lealtad verdadera desde el principio, Dianna —dijo Kaden,
palmeando a Drake en la espalda—. ¿Por qué no vuelves con tu
familia, viejo amigo?
Drake se alejó de Kaden sin mirar a la cámara ni una sola vez. Vi
cómo se unía a Ethan y a una mujer de pelo oscuro que supuse que
era la esposa de Ethan. La mujer que había estado demasiado
ocupada para recibirnos mientras estábamos en Zarall. Las piezas
empezaron a encajar y no me gustó la imagen que formaban.
¿Habían vendido a Dianna por la esposa?
—Verás, Dianna… —Su voz continuó hablando pero yo la
necesitaba lejos del tirón que él tenía sobre ella. Podía sentir esas
garras que tenía sobre ella como garras bañadas en ácido clavándose
en ella incluso desde aquí. Podía sentir cada palabra que le lanzaba,
abriéndola en canal.
—Dianna. —Mi voz era suave, y la sentí moverse cerca de mí. El
aire se volvió pesado como si una tormenta se estuviera gestando en
la habitación—. Recuerda lo que te enseñé. No dejes que te engañe.
No sabía si me había oído o no. Respiraba entrecortadamente y
tenía los ojos vidriosos y desenfocados mientras miraba al frente.
La voz de Kaden se cortó seguida de un silbido mientras miraba
directamente a la cámara y decía:
—Tobias, si eres tan amable. Hay una última cosa que me gustaría
enseñarle a mi dulce y preciosa chica.
La cámara tembló cuando Tobias salió de detrás de ella. Se giró y
mostró una sonrisa glacial que yo sabía que iba dirigida a Dianna.
Desapareció tras la gran cortina oscura. Un instante después de
marcharse, la cortina volvió a moverse y Tobias volvió a aparecer,
arrastrando consigo a una mujer encapuchada. La mujer luchó
contra él, pateando las piernas pero sin conseguir tocar el suelo
resbaladizo. Tobias la arrojó a los pies de Kaden, quien se inclinó y
la agarró por debajo del brazo con una mano antes de quitarle la
capucha con la otra.
Gabriella.
Lo oí entonces, en sincronía con el mío. El latido de su corazón y
el mío. Latían con rapidez, el mío golpeaba tan fuerte contra mis
costillas que me preguntaba si iba a estallar. Intenté respirar hondo,
con la esperanza de ralentizar el mío y a su vez el suyo. Vimos cómo
Gabby daba una patada y Kaden la dejaba caer. Intentó alejarse,
pero varios de los Irvikuva de Kaden gruñeron y chasquearon
detrás de ella, haciendo que se detuviera.
Dianna se apartó bruscamente de mi contacto y se tiró al suelo
frente al televisor. Creo que ni siquiera se dio cuenta de lo cerca que
estaba mientras sus manos se agarraban a los lados de la pantalla.
Kaden silbó, haciendo una señal a uno de los Irvikuva. Gabby
gruñó de dolor cuando la bestia la agarró por el brazo. El Irvikuva
miró a Kaden y, cuando éste asintió, lanzó a Gabby hacia él. Kaden
la atrapó y la agarró con tanta fuerza que Gabby se estremeció
mientras la arrastraba hacia la cámara.
—¿Te gusta el regalo que Drake me trajo Dianna? Incluso me
consiguió un miembro de La Mano —dijo mientras una sonrisa
mortal curvaba sus facciones. Apretó la cara de Gabby mientras
miraba fijamente a la cámara—. Saluda a tu hermana mayor, ahora.
—Espero que te pudras en la dimensión de la que vengas. Para
siempre —le espetó, mirándolo con desafío en cada línea de su
cuerpo.
Kaden se rio y miró a las criaturas del público.
—Es luchadora, ¿verdad? Igual que su hermana.
La multitud se reía y yo quería hacerlos pedazos a todos y cada
uno de ellos. Una rabia blanca y caliente me recorrió el cuerpo ante
la flagrante falta de respeto. Lo pagarían. Me aseguraría de ello.
Kaden tenía los ojos enrojecidos mientras la abrazaba. Ella lo miró
con toda la furia que pudo reunir mientras sus ojos se llenaban de
lágrimas.
—¿Hay algo que quieras decirle a tu hermana mayor? Sabes que
está mirando. —Su sonrisa era francamente venenosa mientras
apretaba un poco más la cara de Gabby, acariciándole la mandíbula
con el pulgar.
Los ojos de Gabby se clavaron en la pantalla con una silenciosa
desesperación, no por ella misma, sino por la persona que sabía que
la miraba. La única persona que dio su vida por la de ella.
Sus ojos se nublaron con lágrimas no derramadas mientras el
mundo contenía la respiración. Ni siquiera las criaturas detrás de él
se movían o respiraban. Eso era todo, un momento decisivo de lo
que estaba por venir. Kaden tenía el mundo en sus manos y lo
disfrutaba.
—Recuerda. —Gabby tragó una sola lágrima que se derramaba
por su mejilla—. Recuerda que te quiero.
Kaden se levantó de un tirón, llevándose a Gabby con él. Se rio
cuando Gabby pareció soltar un suspiro, con el pecho agitado por el
miedo que todos sentíamos.
—Ves. —Kaden se volvió hacia la habitación agitando la mano
libre mientras la otra permanecía bajo el cuello de Gabby
sujetándola—. No ha sido tan difícil, ¿verdad? Y dicen que soy
cruel. —Se volvió de nuevo hacia la cámara, esta vez con sus ojos
clavados en los míos mientras cogía la barbilla de Gabriella—. ¿Te
gustaría ver la verdadera bestia que descansa bajo la bonita piel de
Dianna, Samkiel? ¿Crees que te seguirá importando?
Averigüémoslo.
Se movió tan rápido que incluso me asustó, pero lo oí. El crujido.
Lo sentí como si vibrara a través de la habitación y dentro de mí.
Nadie se movió, nadie respiró. Fue como si el propio tiempo se
ralentizara mientras veía cómo la luz abandonaba sus ojos, cómo su
alma desaparecía de su cuerpo. Su cuerpo cayó al suelo con el cuello
retorcido. Su pequeña mano sin vida estaba extendida, intentando
atravesar la pantalla, desesperada por encontrar a la persona que
más amaba. Siseé y flexioné la mano mientras un cegador calor
blanco me recorría la palma. Miré hacia abajo y el corazón me dio
un vuelco cuando una línea amarilla brillante me atravesó la palma,
iridiscente y luminosa, antes de desaparecer.
El trato de sangre llegó a su fin de la forma más horrible.
«Sangre de mi sangre, mi vida está sellada con la tuya hasta que el
trato se complete. Te concedo la vida de mi creador a cambio de la
vida de mi hermana. Ella debe permanecer libre, ilesa y viva, o el
trato se rompe».
Lo olí antes de verlo. Una inclinación de cabeza y un estruendo
estremecedor llenó la habitación. No fue un estruendo. Un grito. Fue
tan fuerte y doloroso que hizo temblar el edificio y supe que podía
oírse en todos los reinos. Las alas y las escamas sustituyeron a la piel
y las extremidades cuando el Ig'Morruthen que había bajo su piel se
abrió paso en el mundo en cuestión de segundos. Las llamas que
brotaron de ella eran tan ardientes y brillantes que me cegaron. La
fuerza de aquella enorme cola me hizo atravesar paredes, hormigón
y cristales mientras me arrojaba de la habitación. Mi visión fue
consumida por el infierno mientras el edificio era engullido.
Me palpitaba la cabeza y me zumbaban los oídos mientras me
sentaba y los ahuecaba. Las palmas de las manos se humedecieron
al curarse los tímpanos. Mis ropas quemadas y desgarradas se
pegaban a mí, se fundían con mi piel. Me quité algunas brasas de la
manga mientras otro grito desgarrador partía el aire. Una fisura en
el mundo, puro dolor y rabia. Un eco de ruina. Mis sueños volvieron
y me di cuenta de que me había equivocado. Mi traducción era
errónea. Había demasiadas palabras e idiomas en mi cerebro.
«Así es como se acaba el mundo». Eso es lo que Roccurrem había
dicho.
«Habrá un crujido estremecedor, un eco no solo de lo que se ha
perdido, sino de lo que no se puede curar. Entonces, Samkiel, sabrás
que así es como se acaba el mundo».
Pero no era este mundo.
No, era el mío.
Era Dianna.
PRÓXIMO
LIBRO
"Entonces, Samkiel, sabrás que así es como se acaba
el mundo."
Pero no era este mundo.
No, era el mío.
Era Dianna.
El mundo tiembla de miedo mientras
la última pizca de humanidad de
Dianna es arrancada de ella.
Como debe ser.
El dolor consume a Dianna,
quemando cualquier atisbo de
bondad en su interior y amenazando
la incipiente relación entre ella y Liam.
Ahora, Liam debe sacarla del borde de la condenación total
antes de que se acabe el tiempo.
AMBER V.
NICOLE

Amber V Nicole es una escritora de fantasía oscura con un


toque de terror añadido a la mezcla. Cuando no está
escribiendo nuevas y fantásticas formas de devastar a sus
lectores, probablemente esté jugando videojuegos u
obsesionada con el anime. A Amber le encantan los
personajes moralmente grises, con sus defectos y todo, y
siempre está soñando con lugares lejanos con dragones,
magia y espadas. Le encantan los buenos villanos y planea
contar muchas historias con ellos como protagonistas.
Puedes encontrar a Amber más activa en su Instagram.

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