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EL REY DE SAN FRANCISCO

Mobster Series #1
 

Kris Hamlet
 
Copyright © 2022 Kris Hamlet
Todos los derechos reservados.

Este libro es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares,


instituciones e incidentes son producto de la imaginación de la autora y no
deben considerarse reales. Cualquier parecido con hechos, sucesos,
escenarios, personas, vivas o fallecidas, es totalmente casual.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, archivada o


introducida en un sistema de investigación, ni transmitida en cualquier
forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, de fotocopia, de
grabación o de otro tipo) sin el permiso previo por escrito del autor.

Imágenes con licencia de Pexels.com


Fotógrafo: Jordan Bergendahl
Fotógrafo: Eric Thurber
ISBN: 9781804317297

Traductora: Filomena Benevento


ADVERTENCIA: Esta novela está dirigida a un público adulto y, como
tal, puede contener escenas violentas, explícitas o de carácter sexual. Se
recomienda su lectura a un público consciente.
A quien cree que no puede lograrlo,
a quien mira a su alrededor y sólo ve oscuridad.

Resistan, renazcan, brillen.


Con todo respeto, no tienes ni idea de lo que significa ser el Número
Uno. Cada decisión que tomas influye en cada aspecto de cualquier otra
cosa. Es mucho lo que hay que hacer. Es un montón de cosas con las que
lidiar. Es demasiado para cualquiera. Y, al final, te encuentras solo frente a
todo esto.
 
TONY SOPRANO
 
PROLOGO

La sangre cubre el suelo como una moderna alfombra de lujo y no oigo


más que los silbidos de las balas volando sin parar sobre nuestras cabezas,
mientras los hombres de mi padre pierden la vida protegiéndolo: saben que
es mejor morir que fracasar.
Estos hombres son muy conscientes de lo cruel y mierda que puede ser
cuando quiere,     - prácticamente todo el tiempo, - pero mientras intento
detener la hemorragia taponando la herida de la pierna y el cuello, me doy
cuenta de que yo podría ser un pedazo de mierda incluso peor; de hecho, en
el momento en que me doy cuenta de que mi padre no saldrá vivo de este
maldito restaurante, un rincón oculto de mi cerebro procesa un pensamiento
peligroso: soy libre.
Exactamente tres segundos antes de darme cuenta de que la realidad de
los hechos es muy distinta y que, viéndolo bien, estoy jodido sin ninguna
vía de escape.
Soy hijo único, lo que significa que el cetro pasará por derecho a mí. Mi
vida está acabada, maldición.
Es este último pensamiento desesperado el que me empuja a presionar
más fuerte sobre las heridas, y a rogar a cualquier Dios que salve a mi padre
para que pueda continuar la vida que ama en el papel que yo nunca querría
desempeñar, a pesar de que mi padre me ha estado preparando toda la vida.
Un papel que obliga a vivir en una jaula dorada, limitando la libertad y la
autonomía de elección para someterse a viejas reglas de hace un siglo.
—Resiste, papá, —le insto—. Aguanta, estarás bien. Quédate conmigo,
la ayuda ya está en camino. Lo conseguirás, —digo y no estoy seguro de a
cuál de nosotros dos intento convencer.
En este punto respira con dificultad y, cuando me aprieta la mano y, me
lanza una mirada consciente, me gustaría congelar este momento, cerrar los
ojos y volver a abrirlos encontrándome en otro lugar. No importa dónde,
siempre que esté lejos de aquí
La mirada firme y sufrida de mi padre encuentra la mía aterrorizada y
exige toda mi atención. Puedo ver cómo la vida está abandonando sus ojos,
pero a pesar de la grave pérdida de sangre, todavía tiene la fuerza para
halarme un poco hacia él.
—Hijo mío, a partir de este momento, tú eres el Boss, —sentencia con
determinación, en voz lo suficientemente alta como para que le oigan los
pocos hombres que aún quedan para defendernos, un instante antes de
exhalar su último aliento.
Un par de esos hombres se giran para mirarme con una chispa de
admiración y respeto en su mirada, como si hubiera conseguido el ascenso
de mi vida. A mí me parece más bien una maldita condena a muerte.
Me llamo Frank Mancuso y acabo de convertirme en el Boss de la Mafia
de San Francisco.
Capítulo Uno

Seis meses después


FRANK
 
Todos están aquí para juzgarme.
Más que una celebración conmemorativa por los seis meses del
fallecimiento de mi padre. Esta noche no es más que un motivo para
reunirse delante de mis narices y ver si, a pesar de mi corta edad, estoy en
capacidad de guiar está “organización”, ni que fuéramos un puto holding
cotizado en la bolsa.
Ninguno de ellos tiene voz, ni voto, en realidad.
Mi padre era el Boss Regente.
Mi padre está muerto.
El título pasa a mí automáticamente.
Fin de la historia, a menos que alguien quiera desafiarme. Pero, para ser
honesto, saben tan bien como yo que he sido entrenado desde una edad muy
temprana para prepararme para este cargo y, aunque mi deseo de ser el Boss
es nulo y mi aspecto puede sugerir un CEO listo para la próxima reunión,
soy un sádico asesino de la mafia. Y no tengo la menor intención de
cambiar nada de mí, y menos para complacer a mi madre y a algún otro
viejo de mierda
Me apoyo en la pared junto a la chimenea y observo el doble salón
decorado de forma festiva. La casa de mi madre se ha preparado como si de
un matrimonio se tratara: la verdad es que siempre amó su papel de
consorte del Boss, quizás incluso más de lo que nunca había amado a mi
padre, si es que alguna vez lo hizo realmente.
El caso es que a mi madre siempre le ha encantado el modo en que todos
le demuestran su respeto, y desde que era un niño, recuerdo que no perdía la
oportunidad de abrir las puertas de nuestra casa, para mostrar su opulencia y
echar a la cara de toda esa riqueza desproporcionada
Cada aspecto de esta residencia había sido cuidadosamente diseñado
hasta en el más mínimo detalle para gritar "lujo", desde los mármoles
italianos que recubren los pisos e incluso la chimenea, hasta el estuco
florentino de las paredes, por no hablar de las estanterías cargadas de
primeras ediciones que nadie en esta casa ha leído nunca.
Todos los Hombres de Honor de mi padre, todos los que le juraron lealtad
y estaban dispuestos a recibir una bala por él, están presentes. Mi padre
había sido un líder nato. Dejaba que sus hombres más confiables idearan la
mejor estrategia y se ensuciaran las manos, pero con sus alentadores
discursos habría sido capaz de convencer a todos esos grandes y
corpulentos hombres a que cometieran un suicidio colectivo.
—Hijo mío, —me decía—, ensúciate las manos todo lo que quieras ahora
que estoy yo, vive tus experiencias, pero recuerda que tú ocuparás mi lugar,
y entonces te convertirás en el director de la organización. Serás tú a quien
corresponda tomar las decisiones, estrechar las alianzas y desencadenar
las guerras, pero te quedarás en la retaguardia. Rodéate de hombres que
sepan resolver los problemas y en los que puedas confiar con los ojos
cerrados, porque tendrás que confiarles tu propia vida.
Sí, pero yo soy diferente. Me gusta tener siempre el control, necesito
analizar cada estrategia posible y siempre opto por el máximo beneficio con
el mínimo riesgo,
y confío en tan pocas personas que las puedo contar con
los dedos de una mano. Por cierto, también me gusta ensuciarme las manos,
disfruto resolviendo los "problemas" yo mismo.
Sin embargo, pensaba que ya había demostrado ampliamente mi valía
durante estos meses, consolidando alianzas, aumentando los beneficios de
nuestras actividades y, sobre todo, manteniendo a raya a los Ghosts, un
grupo de bikers, unos delincuentes sin escrúpulos que, durante los últimos
meses, intentaban competir con nosotros en el comercio de drogas y armas,
llegando a veces a sabotear nuestras entregas. Otro problema del que espero
ocuparme de una vez por todas.
No me permito distraerme con asuntos relacionados con el trabajo y
vuelvo a escudriñar con atención a cada uno de los hombres presentes,
leyendo sus miradas sin dificultad: para los más jóvenes, los hombres de mi
edad, aquellos con los que me he criado, soy uno de los que merecen
respeto y confianza, porque nos abrimos camino juntos cuando éramos
niños y saben con cuánta determinación persigo cada objetivo que me
propongo. Además, siempre nos hemos cubierto las espaldas y, aunque no
los considero como hermanos al igual que a Alex, si ellos están dispuestos a
dejarse matar por mí, yo estoy dispuesto a matar a cualquiera para
mantenerlos a salvo, porque es cierto que somos una organización criminal
y vivimos de la ilegalidad, pero también somos una familia. Disfuncional,
ciertamente, pero sigue siendo una familia.
Los hombres mayores, en cambio, albergan una chispa de duda, porque
soy joven y ellos pertenecen a la vieja escuela, no se fían de nadie que no
esté "establecido", porque podría significar que no le doy el peso adecuado
a la familia, a los valores tradicionales, a las "cosas verdaderas y
fundamentales", que no estoy dispuesto a hacer todo lo posible para
defender la organización como lo hizo mi padre. Me habría tomado algún
tiempo, pero los habría convencido, no había la menor duda. Yo no fallaba.
Nunca.
Me acerco al que probablemente pienso sea mi único aliado de más de
cuarenta años en esta sala.
Luigi era un viejo amigo de mi padre, uno de los que solía venir a comer
a nuestra casa con su familia casi todos los domingos, antes de que su mujer
y su hija fueran víctimas de una represalia de los rusos, hace ya cinco años.
Desde entonces, se ha convertido en el fantasma de sí mismo, solitario,
siempre malhumorado, perennemente huraño.
—¿Cómo está usted esta noche, Don Luigi? —le pregunto cordialmente.
—Desafortunadamente, todavía camino por esta tierra, hijo mío. —Viva
el optimismo, maldita sea, pienso, mientras mantengo una expresión
impasible en mi rostro, y él continúa—: Y tú qué tal? ¿Solo otra vez esta
noche?
Jesús, ¿ahora él también se mete en esto? ¿No fue suficiente con mi
madre? ¿O bien ella lo instigó?
Miro a mi alrededor, saludando con un rápido gesto de la mano a todas
las personas presentes.
—No diría "solo". Mira a tu alrededor, solamente en esta sala, hay más
de cincuenta personas.
—Deja de hacerte el gracioso, ya sabes lo que quiero decir. Han pasado
seis meses desde la muerte de tu padre y todavía estás aquí, completamente
solo.
—Te ruego, Luigi, no te metas también tú...
—Ya sabes cómo funciona. No sé qué se necesita para encontrar a una
chica hermosa y ponerle un anillo en el dedo.
—No necesito a nadie a mi lado para dirigir esta organización de la mejor
manera posible: tengo las habilidades y capacidades. Ya sabes lo mucho que
me entrenó mi padre en la acción y lo mucho que me hizo estudiar para
estar preparado también en la teoría. ¿Por qué necesito una chica bonita a
mi lado ahora? Por no hablar de que no tengo ni tiempo ni ganas de
buscarla,
—resoplo con fuerza, esperando que quede clara mi intención de
cerrar definitivamente el tema, pero me equivoco de plano.
—Frank, te entiendo, hijo mío, pero no hace falta que te explique que
esta organización nuestra no se basa solo en el respeto, el dinero o las
estrategias. Se funda, sobre todo, en la sangre y en la familia. En la solidez
que eso conlleva, porque no hay nada más fuerte que la sangre. Puede sonar
arcaico, soy consciente de ello, pero así es como funciona, mi querido
muchacho. Es inherente a nuestra cultura, incluso antes de la forma de
dirigir la organización y sus asuntos. Tu padre ya era un innovador, y sabes
que, al principio de su mandato, no todo el mundo le miraba con buenos
ojos por esa misma razón, pero luego demostró estar a la altura del papel, y
aún más si se me permite decirlo, y en ese momento todo el mundo le
siguió sin más reparos —concluye, y no puedo dejar de notar la emoción
que le ha hecho temblar la voz hacia el final.
Le aprieto el hombro y me contengo, no se me da bien gestionar mis
propias emociones, y mucho menos las de los demás. Necesito salir de aquí,
lo más rápido posible, muchas gracias.
—Está bien, Luigi. Lo entiendo, en serio. Intentaré hacer lo que pueda y
seguir sus pasos.
Él levanta la vista y parece calmarse un poco, mientras que yo quisiera
lanzarme debajo de un autobús para no verme obligado a encontrar una
mujer con la que compartir el resto de mi vida. No digo más, me despido a
toda prisa y me alejo como si tuviera al diablo pisándome los talones.
Estoy seguro de que el problema es mucho más profundo que la
reticencia a un matrimonio concertado, pero ahora mismo no tengo en
verdad muchas ganas de desenredar el lío que llevo en la cabeza. Unas
ganas que tal vez nunca tenga.
Estoy seguro, sin embargo, también de otra cosa: todavía debe haber una
botella de Lagavulin en el estudio de mi padre, y es la única compañía que
realmente necesito para superar esta noche.
Capítulo Dos

Un mes después
FRANK
 
—Hijo mío, tenemos que hablar, —empezó mi madre, entrando en el
salón y encontrándome mirando por la ventana de cristal blindado de mi
ático del centro de San Francisco.
¿Por qué diablos le di el código del ascensor? Tendré que cambiarlo, o
quizá decirle al portero que llame antes de dejarla subir, pero eso
despertaría sospechas y habladurías sobre nuestra supuesta relación
idílica. Chismorreos que, ahora mismo, no me puedo permitir, ¡mierda!
Mi vida es un puto círculo vicioso, entre lo que se espera de mí como
Boss y lo que realmente me gustaría hacer: mandar al carajo a todo el
mundo y vivir mi vida como más me plazca.
No es que no me guste torturar y matar a los que me hacen un agravio,
pero quiero hacerlo a mi antojo y sin tener que someterme a normas y
códigos centenarios y totalmente anacrónicos: ¿quién demonios había
establecido que un enemigo debía morir con honor o no según las
circunstancias? Lo único que me importa es que muera, preferiblemente
bajo el filo de mi espada;
si además pudiera dedicar unas horas a cortar,
desgarrar y mutilar, estaría tan emocionado como un niño en la mañana de
Navidad.
—Hijo mío, —repite mi madre, y me doy cuenta de que no tendré
escapatoria. Suspiro profundamente para hacer acopio de la poca paciencia
que me queda y me doy la vuelta, saludándola con una reverencia.
Ella permanece alejada, acomodándose en uno de los sillones
y me
dedica un esbozo de sonrisa amable, pero tan fría que un escalofrío me
recorre la columna vertebral.
Mi madre nunca fue del tipo cariñoso, sino todo lo contrario. Pero
siempre he atribuido esta "frialdad" al papel social de la esposa del Boss, un
papel que sé muy bien cuánto ha sido importante para ella, a pesar de que
en un principio le fue impuesto por un matrimonio concertado de las
familias. Sin embargo, mis padres siempre se llevaron bien y nunca los vi
discutir; aunque, de hecho, nunca los vi tampoco intercambiar un momento
de afecto.
¿Es posible que siempre haya sido tan fría conmigo y que apenas me esté
dando cuenta? ¿O cuál fue el momento en que nuestra relación cambió
hasta ese punto? ¿Es posible que el hecho de que yo sea ahora el Boss sea
un obstáculo entre nosotros? ¿Es posible que este papel sea más fuerte que
el vínculo madre-hijo?
Después de siete meses, mi cabeza estalla, porque las preguntas solo
aumentan a medida que me doy cuenta de cuánto están cambiando las
actitudes de las personas que me rodean. Las respuestas, sin embargo,
parecen ser cada vez más inalcanzables.
Dejo de lado todas mis reflexiones y me concentro en ella,
con la
esperanza de que esta conversación termine pronto.
—Cuéntamelo todo, mamá, ¿qué te aflige hoy?, —le pregunto,
intentando reprimir la ironía en mi voz, porque me temo que ya sé por
dónde va esto... otra vez.
—Hijo mío, en este punto llevamos meses hablando de esto, pero nunca
cambia nada. Han pasado otras dos semanas y ya no sé qué hacer para que
entres en razón: nunca se ha visto a un Boss soltero; tu padre, a tu edad, ya
estaba casado y te esperábamos ansiosamente. También eres perfectamente
consciente de que la gente empieza a murmurar, porque eso te hace parecer
inapropiado, como si no te importara el valor de la familia, y sabes muy
bien que es precisamente la familia la base de este imperio, —empieza su
discurso casi automáticamente, como si lo hubiera ensayado al menos mil
veces, y yo no lo descartaría.
—Mamá, ya te he dicho que la transición desde el nombramiento de
Boss, de papá a mí es complicada y bastante delicada: algunos de los
Hombres de Honor más ancianos aún no han confirmado su juramento de
fidelidad y lealtad, los enemigos no esperan más que mi vacilación para
volarnos a todos. No puedo perder el tiempo en cortejos o citas galantes.
Pero te prometo que, cuando se calmen las aguas, empezaré a mirar a mi
alrededor, —le replico, soltando una vez más mi discurso, también
ensayado unas mil veces.
—Hijo, han pasado ya siete meses desde que tu padre falleció
trágicamente, —vuelve a la carga, ignorando lo que acabo de explicarle—.
Creo que ha llegado el momento de anunciar al menos un compromiso, si
no te sientes capaz de decidir la fecha de la boda,       —continúa
tranquilamente, como si no hubiera lanzado el equivalente a una bomba de
hidrógeno en mi maldito salón.
—Mamá…
—Entiendo que para ti el asunto no tiene ninguna prioridad y sé que le
corresponde al Boss tomar decisiones, resolver problemas y cuestiones
internas. Pero también sé que algunas de nuestras costumbres te parecen
anacrónicas, a pesar de que siempre han cumplido su función de forma
admirable. Por eso me gustaría que pensaras en la posibilidad de que yo
misma me encargue de la tarea: no será un matrimonio concertado en el
sentido estricto de la palabra, porque sólo me encargaré de seleccionar a
algunas jóvenes "puras" provenientes de familias de buena reputación para
presentártelas, pero la decisión final será tuya.
Casi me ahogo con la saliva ante lo absurdo de su idea, por no hablar de
la referencia velada a la virginidad de la novia, que me hace estremecer,
pero rápidamente recobro el semblante impasible propio de un Boss: a mi
madre le gustaría elegir a mi esposa: ¡qué puta idea!
Aun así, me tomo un momento para pensar en ello: tengo que resolver el
asunto, de una forma u otra, y desde luego no tengo tiempo, ni ganas, de
ponerme a buscar esposa o cortejar a alguna virgen que no sabría cómo
chupármelo, aunque le diera un curso de capacitación sobre el tema.
No nos escondamos detrás de un dedo, a mí me gusta follar, follar duro, y
no tengo intención de serle fiel a nadie; así que ¿qué más da que la elija yo
o que la elija mi madre? Sé que tiene razón y, en un par de ocasiones, los
miembros más ancianos de la organización ya me han señalado que “el que
está solo es más débil”.
Estoy tan exasperado que decido cerrar el asunto: —Bien, mamá,
encárgate tú. Me parece bien cualquiera de las jóvenes pertenecientes a las
familias de buena reputación. —pero cuando veo su rostro iluminarse,
prefiero precisar—. Pero no te engañes, sé cómo se educan nuestras mujeres
y no voy a aburrirme en casa jugando a la bella familia feliz: será, más bien,
una boda de fachada y yo seguiré haciendo lo mío en el club o donde me
parezca más oportuno, ¿Está todo claro para ti?       
—Hijo mío, no esperaría nada menos del Boss. Lo principal es que
dentro de la casa te comportes con respeto hacia tu mujer y que te cuides de
las habladurías. Tu figura es fundamental para la organización, pero la
figura de tu esposa debe ser respetada por todos tus hombres.
—Bueno, entonces diría que hemos conseguido un acuerdo, —me
permito una sonrisa más relajada—, cuando la hayas elegido, avísame y me
reuniré con ella en tu casa o en la de su familia.
Al final, mi madre logró alcanzar el objetivo que se había propuesto y
sonríe radiante, como si hubiera ganado la lotería. Bien por ella.
—Ya tengo en mente a un par de chicas de buena familia, y mañana las
contactare para ver si ya las han comprometido, pero no te preocupes,
aunque sea el caso, tú eres el Boss y tienes preferencia, parece haberse
sumido en un razonamiento todo suyo, que no quiero ni escuchar.
—Mamá, evita los incidentes diplomáticos entre familias: en caso de que
las chicas en las que has pensado ya estén comprometidas, pasa a la
siguiente, porque me importa un bledo a quién elijas y me preocupa más
mantener la unidad y la lealtad entre mis hombres, ¿está claro?, —parecería
una pregunta, pero mi madre sabe reconocer una orden o no habría durado
tanto tiempo al lado de mi padre.
Cerrado el asunto, me levanto y me dirijo al mueble bar para servirme
una copa, mientras ella se levanta, me sonríe con una media reverencia y se
despide.
Hace seis meses, al menos me habría dado un beso en la mejilla, pero
ahora soy el Boss y las muestras de afecto están en la lista de las malditas
debilidades.
Suspiro y vuelvo a admirar el panorama de la ciudad que se extiende
debajo de mí, justo antes de contestar el teléfono.
Es Alex, mi hombre de confianza, pero sobre todo mi mejor amigo, y
está pasando a recogerme. Ya sé que el destino será el Stark, el club de la
organización, mi club, el único lugar de perdición donde me permito sacar
la oscuridad que reina en mí.
Espero que Kat esté disponible, tengo mucho estrés que descargar y ella
es una de las que mejor aguantan. Maldición, realmente necesito
desahogarme.

***
 
Tan pronto como pongo un pie en el club, percibo la tensión nerviosa
levantarse de mis hombros como una roca y otro tipo de tensión propagarse
por mi vientre.
Miro a mi alrededor y observo con satisfacción que incluso esta noche el
local está lleno de clientes y de algunas personas destacadas de la ciudad.
Basta con echar un vistazo al gerente para darse cuenta de que incluso la
zona "exclusiva" de la planta superior del club, con sus salas privadas y sus
espectáculos privados, está abarrotada. Todo es jodidamente genial.
El Stark es un club que podría calificarse de peculiar, gracias a sus dos
almas muy diferentes: en la planta baja, hay baile, bebida y diversión
"normal"; arriba, la diversión es mucho más exclusiva y pervertida.
Aquí, hombres y mujeres satisfacen su curiosidad y sus fantasías siendo
espectadores o experimentando de primera mano, tranquilos por el altísimo
nivel de confidencialidad que garantizamos a nuestros clientes.
En resumen, pueden hacer lo que se les ocurra a sus retorcidas mentes,
dentro de los límites de la legalidad que deben cumplir, con la certeza de
que nadie se enterará. Que nadie los juzgará nunca
Y la gente está dispuesta a pagar precios disparatados por una certeza así.
Llego al piso de arriba y tomo asiento en mi salón privado habitual,
saludando con un breve gesto a una de las hermosas camareras. Todas
tienen unas tetas bonitas y firmes, unas caderas anchas y un culo para
morirse, y varios billetes grandes: son una de las razones por las que este
club gana dinero a manos llenas.
—Un whisky puro. Y Kat, —le digo en cuanto está lo suficientemente
cerca.
—Ahora mismo, señor —responde ella, manteniendo los ojos bajos.
Debe ser una sumisa.
Me estiro en mi butaca, disfruto de la música de fondo y del baile lascivo
de las bailarinas en el escenario, el ambiente está estudiado hasta el más
mínimo detalle para que incluso la decoración sea sensual y este lugar me
hace sentir jodidamente orgulloso, a pesar de que no es el negocio más
rentable de mi familia.
Me siento realmente honrado de llevar adelante la organización que mi
padre dirigió hasta su muerte, pero esta pequeña joya es toda mía, fruto de
mis proyectos, mis inversiones, mi sudor.
Es inevitable que me vengan a la mente las palabras de mi madre y no
puedo evitar resoplar. Realmente creo que me he metido en un lío por darle
carta blanca. Pero, ¿qué otra cosa podría haber hecho? Los hombres en mi
posición no buscan el amor. Seguro como el infierno, que nunca he tenido
una cita romántica.
Cuando quiero una mujer, sólo tengo que elegir entre las disponibles.
Prefiero a Kat, es cierto, porque consiente todas mis fantasías sin quejarse
nunca y disfrutando siempre. Pero nunca le he prometido nada y ella, como
las demás, es muy consciente de que no debe esperar de mí más que un
magnífico sexo.
Aunque, desde que me convertí en el Boss, también he notado ligeros
cambios en su actitud y, sobre todo, en su mirada: aún no lo he
contextualizado, pero creo que se trata de que está soñando despierta, de
ilusiones utópicas que no tienen la más mínima esperanza de hacerse
realidad. Tanto peor para ella, que se dará cuenta de que las cosas, por mi
parte, nunca cambiarán.
Perdido en estos pensamientos, me doy cuenta de su presencia justo antes
de que me ponga una suave mano en el hombro y aparezca a mi vista el
rostro sonriente de Kat, la malicia hecha mujer: labios carnosos,
ligeramente hinchados por el cirujano estético, perfectos para las mamadas,
tetas grandes y firmes, fenomenales para cuando las folle hasta venirme en
su cara, y un culo de ensueño, reservado exclusivamente para este servidor
para las noches más transgresoras.
Deja mi bebida sobre la mesa y da un par de pasos delante de mí antes de
empezar a insinuar un baile sensual y lascivo con el que quiere que entienda
exactamente lo que va a ocurrir en cuanto termine mi bebida. Oh, belleza,
no tienes ni idea de lo que te espera esta noche.
Tomo un sorbo de mi amado whisky escocés, dejo que el sabor cálido e
intenso me impregne la lengua y lo bajo muy despacio, siento que baja y el
fuego de mi interior se reaviva, necesita una salida y soy un maldito
afortunado porque lo que necesito está justo delante de mí.
Pero yo dirijo el juego, así que ignorando sus movimientos cada vez más
descarados, me concentro en el líquido de color caoba de mi vaso y en su
sabor ahumado caracterizado por notas de naranja y un toque de sal. Me
encanta.
Siento que el cuerpo de Kat casi vibra por la sensación de anticipación
que siente y, cuando estoy satisfecho con el control que ejerzo sobre mi
cuerpo y mis instintos, bebo lo que queda en mi vaso y le sonrío; ella se
sonroja y extiende una mano hacia mí y, a pesar de las luces tenues, veo que
sus pupilas se dilatan, señal de que su excitación la hace estar lista.
Me levanto y la sigo a una de las habitaciones privadas, la reservada para
mí, amueblada con un pequeño sofá, una mesa con un cajón siempre repleto
de preservativos, un pequeño escenario con un tubo para espectáculos
privados, una cama lateral y un pequeño baño contiguo: sencillo, pero
totalmente funcional.
En cuanto cierro la puerta, la empujo para que se arrodille. Obedece sin
decir nada y me mira con una expresión de adoración en su rostro. Me quito
los pantalones y me bajo el bóxer, y ya estoy duro. Obviamente.
Le sonrío con picardía y le ordeno: —Ya sabes lo que tienes que hacer,
Kat.
Ella corresponde a mi sonrisa, se ata el pelo en una apretada cola y se
inclina hacia delante, empieza a chuparme como si fuera un helado, el más
sabroso que haya probado nunca, empieza por la punta y se desliza hasta la
base sin vacilar, sin el menor reflejo de náusea, se mueve arriba y abajo
mientras empieza a chuparme y hace ruidos de excitación. Una verdadera
profesional, y mi madre quiere que me case con una maldita virgen.
La veo sacudirse de arriba abajo y me doy cuenta de que se está dando
placer con los dedos, preparándose para lo que va a venir, porque desde
luego no voy a perder el tiempo preparándola.
Sigue lamiendo, chupando y masajeando mis testículos, levantando de
vez en cuando su mirada traviesa hacia mí.
—Aprieta mis pelotas y métetelas en la boca, —le ordeno con una voz
entrecortada por la excitación.
Ella obedece sin demora y yo disfruto del momento de éxtasis, sintiendo
que la conocida tensión en la base de mi espalda se hace cada vez más
fuerte y cuando intuyo que ya casi estoy, le agarro la cabeza y empiezo a
follarle la boca como a mí me gusta: duro, áspero y extremo y ella obedece,
no se inmuta y toma todo lo que le doy, sin pestañar.
Siento la punta golpeando el fondo de su garganta y empujo, una y otra
vez, veo la saliva goteando por los lados de su boca, hasta que, finalmente,
la siento casi ahogarse y, en ese momento, llego al fondo y me quedo
quieto, vaciándome en lo más profundo de su garganta. Se relaja y bebe
hasta la última gota, jadeando excitada, y cuando no queda nada que tragar,
se retira un poco para limpiarme a fondo.
En ese momento, se levanta y se da la vuelta para acercarse a la mesa, se
sube a ella y, doblando los codos, apoya la cabeza en la tapa de madera y
separa apenas los muslos, manteniendo el culo al aire.
Desde donde estoy, puedo ver brillar los humores de su coño y sólo tardo
un momento en ponerme duro de nuevo.
En tres zancadas, estoy detrás de ella, sujetándome la erección y la
acaricio desde la base hasta la punta, mientras con la otra mano recupero un
preservativo del cajón y arranco el envoltorio con los dientes antes de
ponérmelo con un movimiento fluido.
Mueve el culo, a estas alturas impaciente y al borde del orgasmo, y como
un buen caballero, no la hago esperar más: con un firme empujón, me
hundo hasta el fondo y la lleno con cada centímetro de mi erección. Se
sobresalta, porque soy grande, pero no le doy tiempo a adaptarse. Con una
mano, le rodeo el cuello y aprieto, encuentro la presión adecuada, la
delgada línea entre el placer y el dolor, y empiezo a martillear dentro de ella
a un ritmo endiablado para lograr mi placer, si ella puede hacer lo mismo,
mejor para ella.
Murmura palabras indefinidas que seguramente repetirá a cada cliente.
Palabras vacías, a las que no presto ninguna atención.
Cuando estoy al límite y siento que se aprieta a mi alrededor, me retiro y
me muevo unos centímetros hasta encontrar la abertura entre sus nalgas y
empujo lenta pero firmemente y, tras una leve resistencia, estoy dentro y
vuelvo a empujar sin piedad, estoy cerca y sólo me hacen falta un par de
empujones más para terminar la cabalgada que he comenzado en mi modo
preferido.
Cuando termino, salgo y me deshago del preservativo.
—¿Frank? ¿Quieres acostarte? ¿Todavía puedo ocuparme de ti... —Kat,
con la voz un poco ronca, intenta convencerme para que me entretenga de
nuevo, ¿puede ser que todavía no haya aprendido? Llego, me desahogo, me
vacío y me voy. Sin embargo, no debería ser tan difícil de entender.
No pierdo el tiempo en responderle, voy al baño y me aseo rápidamente.
Levanto por un momento la mirada hacia el espejo: me acabo de venir,
debería estar relajado y en paz conmigo mismo, Pero la vibración violenta
que resuena dentro de mí en cada momento de vigilia todavía está ahí y mis
ojos claros están atormentados por sombras oscuras y demonios que no
quiero enfrentar.
Para salvarme, llega el timbre de mi teléfono, todavía en el bolsillo del
pantalón. Lo tomo y cuando veo el nombre de Alex en la pantalla, respondo
sin dudarlo.
—¿Si?
—Capo, hubo un problema con una entrega. Uno de los chicos se ha
equivocado. Estoy justo aquí afuera, Te espero.
—Voy para allá.
Una sonrisa maliciosa se extiende por mi rostro y percibo la vibración
más fuerte que antes: esta noche voy a matar a alguien y estoy más excitado
ahora que antes de una follada. Maldita sea, estoy en verdad jodido.
Capítulo Tres

ISABELLA
 
Este día no podría ser mejor, este es el pensamiento que tuve un
momento antes de regresar a casa después de pasar una tarde con mi
hermana Mariella en la Biblioteca Pública. Sé que no se considera una
actividad "clásica" de los adolescentes, pero mi hermanita y yo estamos
enamoradas de esos pasillos y nos gusta mucho la cultura que los habita.
Mi hermana podría perderse felizmente en la sección de literatura
francesa y yo en la de historia del arte, especialmente en la sección de las
maravillas de los artistas italianos.
Pasar tiempo entre estos volúmenes es, para nosotras, el equivalente a un
día en Six Flags, un parque de atracciones en Vallejo, una pequeña ciudad a
cuarenta minutos al norte de Frisco, de la que siempre me hablan mis
amigos del colegio.
¿Cuánto tiempo se necesita para poner la vida de alguien de cabeza? Me
pregunto ahora tratando de no entrar en pánico y reordenando mis ideas,
preguntándome cómo demonios es posible que un día casi perfecto se haya
convertido en una catástrofe sin precedentes.
Pero permítanme aclarar. Me llamo Isabella Rizzo, pero, aunque mi
nombre pueda engañar, sólo tengo orígenes italianos, por desgracia.
Mi sueño es visitar Italia y, una vez que me haya graduado, trasladarme
allí de forma permanente, quizá incluso a Roma, y respirar arte y
antigüedad todos los días de mi vida, con la esperanza de poder convertirlo
en mi trabajo y, hasta hace cinco minutos, estaba completamente segura de
que iba a realizar este sueño.
Aparentemente, sin embargo, mis padres tienen planes completamente
diferentes.
—¿Qué diablos significa que no puedo ir? Siempre me han dicho que
podía hacer lo que quisiera en la vida y justo ahora que por fin he decidido
lo que quiero hacer, me dicen que no puedo ir a la UCLA a estudiar Historia
del Arte, ¿por qué? —Casi grito mientras discuto con mis padres.
—No le hables así a tu madre, jovencita, —me reprende mi padre en
forma brusca desde su sillón favorito. Una abominación de cuero de color
camello que desentona con todo el resto del mobiliario y que, sin duda, ha
visto mejores tiempos, pero que mi madre nunca consiguió hacérselo tirar.
O, al menos, tapizarlo de nuevo.
—Todo está bien, querido —interviene con dulzura mi madre—, Isabella
está disgustada, como es lógico, y necesita entender que ahora mismo
tenemos que ser prudentes y no podemos hacer planes a largo plazo,
porque... Mi madre mira de nuevo a mi padre, como buscando su apoyo en
este discurso cuyo significado no capto, pero mi padre se cuida de no
intervenir, encogiéndose de hombros y mirándome de nuevo.
Según él, y de acuerdo con los dictados de la rígida y obsoleta educación
que ha querido inculcarme desde que nací, debo aceptar su "no" sin exigir
más explicaciones. Como no.
—¿Por qué?, —le insisto a mi madre, muy a sabiendas de que sucumbirá
a la presión.
Vuelve a mirar a mi padre un momento y, cuando él asiente con un
brusco gesto de la cabeza, se decide por fin a responderme.
—Porque el Boss está buscando esposa, y su madre se ha puesto en
contacto con nosotros para hacernos saber que Mariella está en competencia
con otra chica para ser elegida como su consorte, —me explica, evidente e
innegablemente feliz, mientras yo bajo la mirada al suelo para buscar mi
mandíbula, que forzosamente se me debe haber caído al suelo. —Para
nuestra familia es un honor, pero como puedes imaginar, si tu hermana se
convirtiera en la esposa del Boss, podrías convertirte en un objetivo y
tendríamos que protegerte, y es mucho más manejable hacerlo aquí en San
Francisco que tenerte en Los Ángeles,           —continúa como si nada.
Como si no me acabara de informar de que mi hermana, de apenas 17
años, podía acabar en las garras del Boss de la Mafia de San Francisco, una
figura reconocida como despiadada, sin escrúpulos ni alma, y mucho menos
corazón.
¿Qué carajo?
Buscando las palabras adecuadas para no sonar como un estibador, juro
que hago un inmenso esfuerzo, pero todo lo que saco es:  —¿Qué maldita
clase de broma es esta?
—Oye, —me dice mi padre, mirándome mal.
—Cariño, tienes que entender que Mariella es muy bella y sería un gran
paso en la jerarquía de las familias de San Francisco para nuestra familia si
pudiéramos casarla con el Boss, —me mira un momento con una expresión
que me atrevería a calificar de esperanzadora y un poco divertida si la
situación no rozara lo dramático.
Al no recibir ninguna reacción por mi parte, continúa: —Pero es esencial
que tú también hagas tu parte. Por eso hay que mostrar respeto por la
tradición, la familia y, por supuesto, el Boss y su propia familia.
Mis padres deben estar locos o bajo la influencia de alguna droga, no hay
otra explicación. Al menos debo intentar hacerles entrar en razón.
—Mamá, Mariella apenas tiene diecisiete años, aún está en el instituto,
¿cómo se te ocurre casarla con un tipo al que nunca ha visto y que,
presumiblemente, se dedica a matar, dar rodillazos y quién sabe qué otras
atrocidades? ¿Quieres verla muerta? Porque le dará un ataque, eso es
seguro. Ya sabes lo mucho que soñaba de niña con el príncipe azul con toda
esa fantasía con el caballo blanco, las praderas interminables y el castillo
para vivir felices y contentos para siempre. Vamos, ¿no puedes creer en
serio que esto es algo bueno para nuestra familia? ¿No se puede agradecer,
pero negarse?, —pregunto, mirando a ambos.
En este punto, es mi padre quien toma la palabra.
—Dime, Isabella, ¿crees que esto es una democracia? ¿Crees que es una
sociedad en la que podemos hacer lo que nos plazca sin temor a represalias?
Porque por mucho que tu madre vea un honor en ser elegida, y quede claro
que yo también, también sé lo que lo que pasaría si rechazáramos "la
amable oferta" y, créeme, no quieres ni imaginarlo, —concluye
sombríamente y su última frase me produce un escalofrío en la espalda, y
no de los agradables.
—Aunque no estoy para nada de acuerdo, entiendo la situación, —
respondo, porque sí, es cierto que siempre he tenido una vida cómoda, pero
no soy tan ingenua como para no saber lo que hacen mi padre o sus
"compadres", sobre todo cuando algunas tardes le pillaba llegando a casa
con una camisa manchada de rojo y, por desgracia, no era el lápiz labial de
una amante.
La realidad de los hechos es clara y evidente: mi hermana pequeña me
necesita y nunca podría echarme para atrás, aunque me costara mucho.
Suspiro y trato de recuperar un mínimo de racionalidad.
—¿Y? ¿Qué quieren que haga?, —pregunto resignada.
—Por ahora, sólo te pedimos que nos des algo de tiempo para entender
cómo evolucionará el asunto: puede que tu hermana no sea elegida y todo
esto se resuelva en una nube de humo y podamos volver rápidamente a
nuestras vidas habituales, —parece reflexionar un momento, antes de
continuar. —En caso de que efectivamente sea elegida, nos gustaría que la
acompañaras en este camino, con el apoyo mutuo que siempre las ha
distinguido a las dos, también porque sería más fácil que fueras tú quien
hablara con ella de... eh, cómo decirlo, de ciertas cosas... aquí, sólo que en
este último caso, tendrías que poner tu vida en pausa durante unos meses,
tal vez un año a lo sumo, pero créeme cuando te digo que lo tendremos en
cuenta y que, en cuanto sea posible, te haremos estudiar donde quieras, lo
que quieras.
Pues bien, debo decir que, a pesar de un breve momento de clara
vergüenza respecto a la charla sobre sexo, el argumento de mi madre no
está nada mal: después de esta sincera charla, ¿cómo iba a decirle que no?
Pero, sobre todo, ¿cómo iba a dejar a mi hermana sola en semejante
desventura? Así que hago lo único que puedo hacer como hija mayor de los
Rizzo, como hermana, como ser humano.
—Muy bien. En caso de que sea elegida, la apoyaré y la ayudaré a digerir
la idea. Pero en caso de que no sea elegida, empezaré ya en el segundo
semestre, no voy a perder todo el año, —digo en un tono que no admite
réplica y, de hecho, ninguno de los dos replica.
Por el momento, me conformo con esta pequeña victoria. No es mucho,
pero al menos tengo la última palabra.
Sin añadir nada más, me doy la vuelta y vuelvo a mi habitación. Necesito
estar sola, contener las lágrimas y, sobre todo, desprenderme de mis
pensamientos y averiguar cómo resistir, cómo poner mi vida en pausa,
porque nadie conoce a mi hermanita tan bien como yo.
Mariella es preciosa, con un físico envidiable, un rostro angelical y un
carácter tan dulce y sumiso que estoy segura de que hará perder la cabeza a
la madre del Boss.
Sólo he visto a la Sra. Mancuso en un par de ocasiones, la última en el
funeral de su marido hace poco menos de un año, y no la vi derramar ni una
lágrima, recta como un palo durante toda la ceremonia, una mujer que
impone respeto e inspira admiración con sólo mirarla.
¿Intentará moldear a mi hermana a su propia imagen? ¿O la dejará crecer
a su manera sin intentar influir en su personalidad?
Si la obliga a hacer algo contra su naturaleza, ya sé que chocaré con ella
y nadie quiere chocar con la familia del Boss. ¡Qué situación tan horrible!
Suspiro profundamente, dándome cuenta de que suspirar se convertirá en
una de las cosas que haga más a menudo en un futuro próximo, y cierro los
ojos.
Capítulo Cuatro

FRANK
 
San Francisco es mi ciudad.
Desde que nací, mis padres no han hecho más que repetirme este
concepto, hasta grabármelo incluso en mis huesos.
La familia Mancuso tiene el poder desde que mi abuelo, hace ya sesenta
años, tras la muerte del Boss Abati, desafió al segundo del Boss y salió
vencedor.
La historia de la mafia en San Francisco, sin embargo, tiene raíces mucho
más profundas que llegan hasta los años treinta del siglo XX, cuando
Francesco "Frank" Lanza salió victorioso de la disputa interna que se había
desencadenado y tomó el control en 1932, el año en que fundó
efectivamente la "familia" con unos sesenta Hombres de Honor a su
servicio y amplió el alcance de negocios incluyendo actividades como el
juego, las apuestas clandestinas, los contratos amañados, la extorsión, la
prostitución, el contrabando y el querido y viejo racket. Durante su
regencia, su hijo Jimmy lo apoyó y consolidó las relaciones con las familias
de Los Ángeles, Nueva York, Nueva Orleans, Chicago y Dallas.
Desde que la familia Mancuso ha estado al mando, estas relaciones se
han fortalecido aún más porque creemos en los valores de respeto y
transparencia entre los Hombres de Honor y nuestras relaciones con los
capos de otras ciudades son idílicas, y no se dan por descontadas.
Los que, en cambio, nos dan muchos problemas son los malditos Ghosts,
un club de MC que trabaja completamente al margen de la ley, pero con la
suficiente astucia como para que casi nunca los pillen.
Desde el año pasado, se les ha metido en la cabeza que quieren
apoderarse de ciertas zonas de la ciudad, en particular de Fisherman's
Wharf, uno de los principales puntos turísticos donde hacemos mucho
tráfico, extorsión y prostitución, y del Marina District, donde nuestro
negocio se centra en la protección que ofrecemos a tiendas y restaurantes y
en el blanqueo de dinero.
Mi opinión es que esas dos zonas les interesan porque son las más
cercanas al puente Golden Gate, una vía de escape que suelen utilizar para
desaparecer en la maleza al otro lado del puente. Zona verde en la que
también tenemos un almacén que a veces utilizamos para los interrogatorios
y para hacer desaparecer los problemas, ya saben a qué me refiero.
Cuando estoy a medio camino del puente, llamo a Alex.
—Estaré allí en cinco minutos. ¿Cómo van las cosas?
—Hemos empezado la entrevista, pero hay algunas dificultades que
resolver, aunque estoy convencido de que podremos solucionarlas con un
poco de perseverancia, —me explica en clave. Malditas intervenciones
telefónicas.
—Ese adorable chico querrá hablar conmigo, sin duda: tú ve
explicándole la parte divertida del trabajo, yo le explicaré el resto de las
normas, para que le queden claras a él y a los demás. —Traducido: dale una
paliza, asústalo, pero déjalo consciente, porque lo convertiré en una
advertencia para quien tenga dudas sobre mi posición.
—Claro, hermano... oh, mierda, quise decir claro, Capo.
Resoplo una carcajada. A pesar de que ya han pasado más de siete meses
desde mi ascenso a Boss, mi mejor amigo sigue confundiéndose, y a veces
me llama Capo, como era de esperar, y a veces vuelve a llamarme hermano,
como ha hecho toda la vida. Desde luego, no se lo echaría en cara.
—Estoy al final del puente, dile a los guardias que abran las puertas.
—Claro que sí, Boss.
Esta vez, se cuida de utilizar mi título y casi me dan ganas de reírme a
carcajadas. Si sólo fueran esos mis problemas.
Cuelgo sin responder y me concentro en la carretera, pisando el
acelerador. Estoy deseando saber quién había tenido las pelotas de acercarse
a uno de mis hombres y convencerle de que me traicionara a mí, a su
familia y a todos los valores en los que creíamos, y entonces sí que
disfrutaría porque le daría caza y le cortaría esas pelotas y se las haría
tragar. San Francisco es mi ciudad por una buena maldita razón y se la
habría mostrado.
Al entrar en el almacén, todos los hombres presentes inclinan la cabeza
en señal de saludo, yo les correspondo e inmediatamente me acerco al
hombre atado a la silla.
—¿Quién es este pendejo?, —pregunto a nadie en particular.
Como es obvio, es Alex quien responde.
—Se llama Tony, tiene veinticuatro años, es un hombre de honor desde
hace seis; su padre fue un leal Hombre de Honor hasta su muerte en un
tiroteo hace cuatro años, su madre murió al dar a luz a su hermana menor,
que ahora estudia en el college.
—Veamos si he entendido bien: tu padre ha muerto en el cumplimiento
de su deber y, por tanto, la organización te mantiene a ti y a tu hermana con
una renta vitalicia, ¿y te parece bien traicionarnos?, —pregunto con
sarcasmo—. Entonces, el dinero no es la razón por la que traicionaste a tu
familia. Pero entonces, ¿qué se queda fuera? ¿Honor? Mmm, no. Tu padre
fue leal hasta la muerte. ¿Te ha seducido el enemigo? Vamos, explícame, —
lo invito, pero él permanece en silencio. Pongamos a prueba esta
terquedad.
Incluso cuando le doy un puñetazo en la mandíbula, y luego en la nariz,
oyendo claramente el sonido del hueso al romperse, el bastardo permanece
en silencio.
Empieza a derramar sangre, pero levanta la vista y no veo miedo en sus
ojos, sólo una enorme sensación de desafío que le habría hecho tragar a
golpes.
Hago un gesto a uno de los hombres que están detrás de él para que lo
libere de las ataduras: a cretinos como ese hay que enfrentarlos de frente, y
yo lo habría hecho delante de mis propios hombres.
Desde un punto de vista objetivo, reconocía el hecho de ser un Boss
joven y necesitaba que entendieran que no me daba miedo ensuciarme las
manos. Sobre todo, con los que pensaban que podían traicionarme y salirse
con la suya.
Tan pronto como lo sueltan, el imbécil se pone de pie y hace girar sus
hombros, se toca la nariz, pero no retrocede ni un centímetro. Más bien,
vuelve a mirarme con aire de suficiencia. Como si él fuera superior a mí.
Puah. Tengo mucha curiosidad por ver cuánto aguanta.
—Mucho más fácil, —responde a mi petición anterior, escupiendo sangre
y saliva antes de continuar
—. No tienes las pelotas para ser el Boss. No
vales ni siquiera la mitad de lo que valía tu padre y todos lo saben.
Sé muy bien que se trata de una provocación, una bastante infantil, pero
eso no me impide ver rojo desde el deseo de apuñalarlo mil veces hasta
convertirlo en carne de matadero. Mantengo su mirada y por mi expresión
no se filtra la más mínima reacción
—¿De verdad? —replico burlón—. Y, dime, ¿cuánto te han dado para ser
la puta de los Ghosts? ¿Por cuánto te has inclinado para entregarles mis
bolas inexistentes, eh? ¿Cuánto vale tu culo?
La provocación es un arte que podíamos practicar los dos, pero el control
era otra cosa. Yo sabía que era de hielo, me había enseñado mi padre el arte
de la "máscara de póker",       —como él la llamaba, y me había llevado
años poner en práctica todas sus enseñanzas.
Y ahora, este traidor e incluso mis hombres se habrán dado cuenta de
que, por muy joven que pueda ser, también soy un hijo de puta que está
dispuesto a hacer cualquier cosa para mantener el control de la
organización.
Este maldito imbécil es muy consciente de que el único desenlace posible
de este encuentro es su propia muerte, pero en lugar de mostrar
arrepentimiento y ganarse una muerte rápida e indolora, quiere hacer el
camino aún más difícil para él. Y estoy aquí para complacerlo.
Hago girar los hombros, me tomo todo el tiempo para entregarle a Alex
las armas y cuchillos que siempre llevo y mientras tanto siento que la
adrenalina empieza a bombear en mis venas, pero la mantengo a raya,
vuelvo a ver al imbécil con una máscara bien confeccionada de fría calma,
no le muestro la vibración excitada que cobra vida dentro de mí, aprieto los
puños y doy un paso adelante, comenzando a golpearlo repetidamente.
He querido mostrar a todos que estoy desarmado, porque no necesito
armas. Soy el arma más letal en este maldito almacén.
Con un par de golpes certeros, le rompo el tabique nasal y, poco después,
se encuentra con un ojo casi completamente cerrado. Su ritmo empieza a
bajar, el subidón de adrenalina inicial con el que me desafió está
desapareciendo, y ahora sólo queda un pelele llorón en busca de piedad.
Una piedad que nunca he concedido a nadie, y menos a un imbécil como él.
Lo golpeo en los costados, apuntando a los riñones. No tengo ninguna
prisa por acabar con él, estoy apenas calentando y él solo me dio un golpe
en el pecho que prácticamente no sentí.
Empieza a quedarse sin aliento y mira a su alrededor, está perdiendo la
lucidez y se da cuenta de la mierda de situación en la que se ha metido, y
una chispa de miedo destella en sus ojos. Aquí vamos.
—Bien, Tony. Si estás listo para hablar, hay dos maneras de que esto
acabe: de la manera fácil o de la manera difícil. En el primer caso, responde
a todas las preguntas sin hacerme perder el tiempo, sin tratar de engañarme,
y seré misericordioso concediéndote una muerte rápida e indolora; en el
segundo caso, nos tomara más tiempo y es posible que no puedas responder
a mis preguntas verbalmente porque te cortaré la lengua. Sin embargo,
podrás escribir porque te dejaré la mano dominante, la otra te la cortaré
dedo a dedo. ¿Cómo quieres presentarte ante el Creador? ¿Entero o en
pedazos?,                —pregunto, anticipando la sensación de regocijo por lo
que está por venir.
—Púdrete, imbécil, de mí no sabrás una mierda, —responde con
desprecio, escupiendo sangre y saliva en el suelo.                  
Inhalo con toda la fuerza de mis pulmones, le dirijo la más letal de mis
sonrisas y vuelvo a casa, sumergiéndome profundamente en la oscuridad
que reina dentro de mí.
El espectáculo comienza.
Capítulo Cinco

FRANK
 
Después de haberlo aplazado ya dos veces por "compromisos
improrrogables", esta noche no he podido eximirme de las presentaciones
oficiales con la familia que mi madre seleccionó tras una cuidadosa
reflexión.
Me hizo hincapié en que había cumplido con mis peticiones, excluyendo
a todas las chicas que ya habían sido prometidas, y cuando me habló de las
dos "finalistas" Mariella y Martina, excluí a esta última a priori por tener
dieciséis años, ignorando con firmeza el hecho de que sus padres habrían
aceptado el matrimonio de todos modos. Está bien que sea un pervertido
hijo de puta, pero nunca seré un maldito pedófilo.
Esta noche, según parece, conoceré a la pobre desdichada que, muy a su
pesar, y salvo circunstancias imprevistas, se convertirá en la señora
Mancuso.
Lo único que sé de ella es que se llama Mariella Rizzo, que tiene
diecisiete años y que es virgen, algo que mi madre ha señalado en repetidas
ocasiones, como si fuera una virtud, aunque es todo lo contrario, debido a la
forma en que a mí me gusta follar, pero me pareció que no era apropiado
informar a mi madre al respecto.
Cuando llego a casa de mis padres, donde mi madre vive ahora sola con
el personal de servicio, mi chófer le abre la puerta y, por un momento, me
asombro al verla con un vestido largo tan llamativo que parece más bien
estar preparada para una boda, que para una cena de presentación oficial.
Será una larga noche, ya lo sé.
Sólo espero no gruñir demasiado, si no me arriesgo a matar de un susto al
pobre cordero del sacrificio.
Mi madre ni siquiera intenta mantener una conversación y responde con
monosílabos a las preguntas que intento hacerle, antes de que pierda por
completo las ganas y vuelva a ser mi yo gruñón e introvertido al que le
importa un bledo que su madre se haya vuelto gélida y huraña.
Joder, cómo me gustaría que eso fuera cierto.
El trayecto es bastante corto y la casa de los Rizzo es un chalet de dos
plantas en la zona residencial de San Francisco, más pequeña que la casa de
mi madre, pero aun así destaca.
Cuando salimos del coche, nos recibe una pareja distinguida que me
saluda con el debido respeto, me felicita por mi reciente avance en la
organización, por mi liderazgo, por la forma en que he reemplazado
dignamente a mi padre y también rinden homenaje a mi madre, a la que le
encantan este tipo de cumplidos, mientras yo sólo me siento enervado y
fastidiado.
—Boss, estamos muy contentos de recibirle en nuestra casa. Para mí y
para mi mujer es un honor que nuestra familia haya sido seleccionada para
un papel tan importante, y nuestra hija Mariella está emocionada y no ve la
hora de conocerlo, —me adula el padre, cuyo nombre aún no he captado,
pero interpreto mi papel a la perfección.
—Señor Rizzo, no podía existir mejor elección que ésta: me consta que
usted ha puesto mucho empeño en nuestra organización y que su dedicación
sigue siendo constante, al igual que sé que mi padre le tenía en alta estima.
Pero, por favor, llámenme Frank y trátenme de tu; al fin y al cabo, estamos
a punto de convertirnos en una gran familia. Intento ser gracioso, para
aligerar la formalidad del ambiente, un poco pesado para mis gustos.
—Oh, por supuesto. De acuerdo, Frank entonces. Mandemos a llamar a
nuestras hijas, para que se presenten antes de que nos sentemos a la mesa,
—se cuela en la conversación la señora Rizzo, una hermosa mujer de ojos
verdes.
Como si las hubiera evocado, oímos unos tacones bajando las escaleras y,
unos segundos después, se asoman al salón dos jóvenes, tan diferentes que
solo los ojos verdes iguales a los de la madre me hacen entender que son
hermanas: Ambas tienen una piel de porcelana y llevan un recatado vestido
tubo color negro, hasta la rodilla poco escotado, pero las similitudes
terminan aquí.
Una es delgada y menuda, no superará el metro sesenta, tiene el pelo tan
claro que parece casi blanco y, cuando cruza mis ojos, baja la mirada al
instante; la otra le lleva por lo menos diez centímetros, tiene una cintura
delgada, pero caderas y pechos prósperos, cabello oscuro como la noche,
labios pecaminosos y una mirada tan ardiente que, si las miradas pudieran
matar, en este momento, estaría carbonizado y agonizante en el suelo,
maldición.
Que sea ella Mariella, me descubro esperando y sorprendiéndome
incluso a mí mismo
—Señora Mancuso, Frank, ésta es nuestra hija mayor, Isabella, —la
presenta su padre y esa diosa de ojos de fuego da un paso adelante sin
apartar los ojos de los míos y, Dios me ayude, mi mente crea imágenes
bastante detalladas en su perversión y sensualidad que me viene la duda si
se reflejan en mis ojos, porque la veo abrir un poco los suyos, sonrojarse y
luego esbozar una sonrisita maliciosa. Se lo arrancaría a mordiscos.
—Buenas noches, es un honor tenerles como invitados esta noche, —nos
saluda Isabella y su voz es algo más ronca de lo que imaginaba y golpea
todos los puntos correctos en mis pantalones.
Por suerte, la señora Rizzo acude a mi rescate, con una sonrisa casi tan
grande como la de mi madre.
—Ella, en cambio, es Mariella, nuestra hija menor, tiene diecisiete años,
pero pronto cumplirá dieciocho.
—M-mucho gusto, —balbucea esa niña, y lo único que consigue provocar
en mí es una inmediata oleada de ternura. Que Dios me ayude.
Me adelanto y le doy la mano, que claramente está temblando, y me
siento como un completo idiota.
¿Por qué carajo dejé que mi madre decidiera? No puedo casarme con
esta niña, ni siquiera puede mirarme a la cara. ¿Qué piensa ella? ¿Qué
sacaré mi pistola y empezaré a enloquecer? O que voy a torturar a su gato,
si es que tiene uno. Mierda, tengo que salir de este lío, pero ¿cómo diablos
lo hago?
Necesito tiempo para reflexionar y razonar la mejor estrategia a aplicar
—Sus hijas son encantadoras, —digo sinceramente, volviéndome hacia el
Sr. y la Sra. Rizzo, y noto las miradas interrogativas que me dirigen el Sr.
Rizzo y también mi madre.
Sé muy bien que la tradición dicta que el futuro novio sólo hace
cumplidos a la "elegida", pero espero que ambos capten la indirecta.
—Sentémonos a tomar un aperitivo,          —invita la señora Rizzo, ajena
a la creciente tensión.
—Me parece una idea estupenda, Assunta, creo que podría ayudar a todos
a relajarse un poco, —comenta mi madre conciliadoramente,
proporcionándome un cortés recordatorio del nombre de la señora Rizzo.
Tomo nota, ya que se va a convertir en mi suegra, y eso es lo único
seguro de la noche.
Conteniendo una sonrisa conspiradora, me dirijo a la sala de estar,
amueblada con gusto, que no ostenta la opulencia de la casa de mis padres,
pero se nota que no les va nada mal.
Además, por la información que he tenido sobre el Sr. Rizzo, sé que ha
sido Hombre de Honor durante varios años y que también se ocupa de
algunos asuntos administrativos: en resumen, reparte fichas para conseguir
contratos de construcción en la ciudad, y cuando eso no sucede, pasa a
formas más persuasivas.
La pieza central del salón es una mesa de cristal puesta a la perfección
con cristalería y platería de primera calidad: sólo lo mejor para el Boss.
Me gustaría burlarme y sacudir la cabeza ante estas formalidades
superfluas, pero me contengo por respeto al papel que desempeño. Un papel
que tendré que desempeñar el resto de mi vida, me recuerdo.
Una camarera sirve a las jóvenes una bebida roja sin alcohol de aroma
dulce y a los adultos una copa de excelente prosecco italiano, de sabor
intenso, con un toque de fruta y una marcada acidez.
Bebo un generoso sorbo, tomándome mi tiempo y esperando que me
haga más afable que de costumbre.
Tengo que tener cuidado de no asustar a la niña, al menos no más de lo
que ya lo está, si quiero tener alguna posibilidad de conquistar a esa diosa
que continúa fulminándome con la mirada a unos pasos de distancia.
—Dime, Mariella, ¿qué te gusta hacer en tu tiempo libre? —Intento
amablemente romper el hielo, manteniendo un tono suave y optando por
una pregunta poco comprometedora. No quisiera causar una mala
impresión a mi futura cuñada.
Se pone de un rojo intenso, hasta el punto de que temo que le dé un
ataque, y baja la mirada, murmura algo, busca a su hermana, que asiente
para darle ánimos, y finalmente consigue decir: —M-Me gusta leer y hacer
d-danza clásica.
Dios, ayúdame, si para cada pregunta se tardara una eternidad para
responder, realmente será una velada interminable.
Inmediatamente después, capto la mirada ardiente que me lanza la
hermana mayor y me pregunto si mi expresión había traicionado alguno de
mis pensamientos. Imposible, mi cara de póker ya es famosa en la
organización, seguramente esta jovencita no puede saber lo que pensaba.
Sin embargo, para no ofender a nadie, me recompongo rápidamente y
vuelvo a intentarlo con una pregunta igualmente sencilla.
—¿Ya sabes lo que te gustaría estudiar después de graduarte?
Mi madre se vuelve repentinamente en mi dirección, mirándome
fijamente, pero no dice nada. ¿Hay algo que deba saber?
Por un momento, Mariella parece aún más perdida, pero se recupera
rápidamente y responde: —Me gusta la li-literatura, especialmente la
francesa. Mi sueño sería visitar París.
En ese momento, mi madre se aclara la garganta y no resiste más antes de
decir su parte.
—No te preocupes, querida. Si todo va bien, no será necesario que
continúes con tus estudios. Tu papel te permitirá quedarte en casa y
dedicarte a tus pasatiempos favoritos.
Casi me atraganto con mi prosecco ante ese disparate. ¿Qué es esto, el
siglo XIX?
En serio, mi padre ha conseguido acabar con la arcaica costumbre de las
sábanas ensangrentadas tras la noche de bodas y mi madre propone que esta
niña renuncie a cualquier posibilidad de estudiar para ser ama de casa.
Al diablo, tengo que morderme la lengua para no replicar de mala manera
a mi madre, y estoy seguro de que Isabella está haciendo exactamente lo
mismo, porque casi puedo ver el humo saliéndole de las orejas, pero sólo
dura un instante y se recupera, estampándose una sonrisa afable en su
rostro. Te veo muñequita, carajo, claro que te veo.
  Capítulo Seis

ISABELLA
 
No puedo creerlo, ¿qué acabo de oír? ¿A dónde diablos nos han
catapultado, a la Edad Media? Esta tipa quiere que mi hermana deje de
estudiar y pase su tiempo haciendo... ¿haciendo qué? ¿Medias?
¿Cocinando dulces? ¿Leyendo un libro? Dios, esta situación ya me está
volviendo loca y no me atrevo a imaginar cómo estará Mariella.
Tuve que contenerme de hablar al notar la fulminante mirada de mi
padre, pero realmente me gustaría encontrar un momento para hablar con
mi hermana, para consolarla, para tranquilizarla, para decirle que todo
estará bien.
Pero, por desgracia, la cena apenas llega al aperitivo y estoy segura de
que tendré que tragar algún otro bocado amargo antes de que termine la
velada.
Saco la sonrisa más falsa que puedo y continúo comiendo el aperitivo, a
pesar de que mi estómago se ha cerrado por completo.
Desplazo mi mirada de la señora Mancuso al Boss y luego digo: —Estoy
segura de que el Boss posee todas las capacidades necesarias para encontrar
una manera de conciliar sin problemas las pasiones de Mariella con su
papel de consorte.
Y adiós a la diplomacia. Lo intento, juro que lo hago, pero no puedo
escuchar en silencio estupideces de tal magnitud.
Vamos, que estamos en el siglo XXI, se puede estudiar por internet sin la
menor dificultad, recibir los libros en casa y hacer los exámenes por
videoconferencia: todo ello sin sacar la nariz de casa, ¿y se supone que este
matrimonio para mi hermana debería significar renunciar a todo? No, no lo
entiendo.
Aunque entiendo la posición del Boss y de su madre, no las acepto, pero
las comprendo, no puedo dejar que mi hermana se convierta en una muñeca
de trapo en sus manos: mi hermana pequeña siempre ha soñado con ir a
París a estudiar y, algún día, poder trasladarse allí definitivamente. Una
parte de ese sueño ya se ha desvanecido, pero ¿cómo hago para dar visto
bueno a este terrible juego? La situación sólo puede empeorar y no puedo
quedarme de brazos cruzados.
—El cuidado de la casa, los eventos con las mujeres de la organización y
las obras de caridad mantendrán a tu hermana muy ocupada y, luego,
cuando llegue el bebé, tendrá que ocuparse de él a tiempo completo, —dice
la señora Mancuso sin pestañear y sin inmutarse en absoluto.
Estoy en shock, no está bromeando en absoluto.
—¿Y ya se sabe cuándo se supone que debería nacer este bebé? —No
puedo reprimir el sarcasmo en mi voz, lo que me hace ganar otra mirada de
desaprobación de mi padre, mientras que, a mi lado, Mariella tiembla un
poco y yo veo rojo.
Levanto la vista hacia el Boss dispuesta a mandarlo a la mierda, pero lo
encuentro casi al borde de la risa y esos ojos, carajo, esos ojos parecen
dispuestos a desnudarme delante de todo el mundo y, en el espacio de un
segundo, paso de la rabia a sentir un calor increíble en el vientre... no, no
me puede gustar precisamente este tipo. Cualquiera, pero no él.
Por desgracia, mis ojos funcionan demasiado bien y este tipo, si no fuera
quien es, sería mi tipo ideal de hombre: alto y musculoso, pero sin ser
demasiado grande, pelo negro como la tinta, ojos azules tan claros que
parecen casi irreales y un hoyuelo en la mejilla derecha que le hace parecer
un ángel caído del cielo, pero no dudo ni un segundo de que es, en realidad,
un auténtico demonio.
Lo veo en el brillo malicioso y peligroso de sus ojos, en la forma en que
estudia su entorno, y aunque su lenguaje corporal lo hace difícil de
interpretar, sus ojos me hablan desde el primer momento en que se cruzaron
con los míos.
Ajena a mi lucha interior, la señora Mancuso me distrae de mis
pensamientos con su fría respuesta.
—Cuanto antes, mejor. Además, estos niños son jóvenes, no querrán
detenerse en un solo niño.
Ni siquiera tengo fuerzas para enojarme con ella y luego, ¿qué diablos
hacen mis padres? Siguen comiendo como si no pasara nada, mientras la
camarera sirve el primer plato, como si esta tipa no estuviera sugiriendo
preñar a mi hermana de 17 años, que por cierto nunca ha tenido ningún
novio, lo antes posible.
Me siento como si estuviera en una cámara escondida, que está destinada
a ver cuánto puedo soportar antes de perder los estribos. No falta mucho.
—Hmm... No sé si querré tener un hijo de inmediato, —interviene
seriamente el Boss, atrayendo la atención de todos hacia él—. Por otra
parte, acabo de tomar el mando y quiero encontrar primero un equilibrio, —
casi suspiro aliviada ante sus palabras—. Esto no quita que debamos hacer
varias pruebas técnicas, concluye en un tono que no deja lugar a dudas
sobre el tipo de pruebas a las que se refiere, y me entran unas ganas
increíbles de tirarle el plato de fetuccini a la cara.
Cuando le clavo la mirada, él me corresponde con una sonrisa traviesa y
una mirada que casi me hace derretirme en el suelo. Por el rabillo del ojo,
veo que Mariella se pone pálida y tiembla aún más.
—Yo... —intenta decir mi hermana.
—No te preocupes, si te conviertes en mi esposa, ya no tendrás que
molestarte en hablar, —la interrumpe ese villano, y nadie, nadie, interviene.
Mi hermana recupera repentinamente el color, pero no continúa, ni le
lanza nada encima, y tengo la clara sensación de que ha empezado a salirme
humo por las orejas.
Poco después, está servido un nuevo plato, pero yo estoy a años luz de
distancia, perdida en mis propios razonamientos mientras intento averiguar
cómo podríamos salir de esta maldita trampa: sé que papá tiene razón y que
negarse está descartado porque significaría ofender al Boss y a su madre, y
desde luego no acabaría bien para mi familia; pero dejar que mi hermana se
case con este patán también es una opción poco práctica, antes tendrá que
pasar por encima de mi maldito cadáver.
Aun así, parece que soy la única asombrada por esta charla medieval.
La señora Mancuso sonríe satisfecha con la total falta de rebelión de mi
hermana, cada vez más avergonzada y resignada a su destino, mis padres
continúan observando sus platos como si no hubiera nadie más en esta
mesa.
Y él, ese imbécil, sigue mirándome a mí, no a su futura esposa, su mirada
está fija en mí y es totalmente indescifrable.
Su expresión en este momento es una máscara sin la más mínima
emoción, pero estoy bastante segura de que en mi cara lee todos los "vete a
la mierda" que me gustaría gritarle; por lo tanto, no puedo entender por qué
parece estar conteniendo una sonrisa.
Él mismo se aclara la garganta y luego pregunta a mi hermana, supongo,
porque sus ojos permanecen en los míos. —¿Tienes ya alguna idea de qué
posiciones te gustaría tener?
Casi me ahogo, otra vez. ¿Qué demonios acaba de decir?
—¿Perdón?, —respondo con dureza en lugar de mi hermana, cuya cara
está ahora en llamas.
Finge una expresión de sorpresa, como si no esperara mi intervención,
maldito mentiroso, sabías que lo haría, y esboza una sonrisa.
—Me preguntaba qué funciones querrá llevar adelante tu hermana: si
querrá organizar una fiesta a la semana, o si preferirá organizarlas sólo para
los días festivos, o algo intermedio, como mi madre. Y luego, si querrá
asistir a todos los actos políticos y benéficos de nuestras colaboraciones, o
si preferirá asistir sólo a aquellos en los que esté presente la prensa.
Apenas me contengo para no reírme en su cara, porque entiendo su
estrategia y tengo que tener mucho cuidado para no reaccionar como él
quiere.
Lanza una última mirada en mi dirección y luego vuelve a centrar su
atención en mi hermana, que aún no ha respondido a la pregunta anterior.
—Eres realmente hermosa, Mariella. Apuesto a que tienes muchos
pretendientes, —comienza afablemente, y me pregunto a dónde quiere
llegar ahora—. También sé que la educación de tus padres ha sido
impecable, pero en esta mesa todos sabemos la naturaleza que tendrá este
matrimonio; por lo tanto, no te tomes a mal mi franqueza, porque no es mi
intención ofender a nadie, pero me preguntaba si has adquirido alguna
experiencia en el campo o al menos sabes cómo se hacen los bebés. No me
gustaría que mi madre tuviera que explicártelo y, como sabes, soy un
hombre muy ocupado debido a mi nuevo rol; por eso no me gustaría acabar
con una esposa a la que tenga que explicar hasta lo más básico.
Mi padre se atraganta con el agua, mi madre finge murmurar algo a la
señora Mancuso, que a su vez finge escuchar, pero yo sé que todos están
esperando la respuesta de Mariella.
Mi hermana parece dispuesta a saltar por la ventana, ahora está morada y
yo sufro por ella, por mi indefensa hermanita, que nunca ha tenido que
defenderse de nada, porque siempre he estado ahí, peleando con nuestros
padres, llevando adelante nuestras batallas, asumiendo también la culpa de
sus travesuras. Y ahora parece un gatito asustado que no tiene armas con las
que defenderse. Y se supone que debo quedarme en mi sitio, dejando que la
masacre un jugador mucho más experimentado.
Sí, porque Mancuso es un imbécil, sin duda. ¿Cómo se atreve a entrar en
nuestra casa y hablarle así a mi hermanita?
Empiezo a perder la cabeza, también porque hubiera esperado una actitud
muy diferente de nuestros padres: entiendo que hay una jerarquía que
respetar y que nunca se puede contradecir al Boss, pero dejar que trate a su
hija como carne de matadero, me parece demasiado.
Pienso y pienso, reflexiono sobre cómo librarnos de esta pesada tarea,
pero no encuentro ninguna salida. Excepto... quizás haya una cosa.
Puede que sea la única solución y no me queda más remedio.
No puedo permitir que mi hermana esté condenada a esa vida: es amable
con todo el mundo, siempre positiva, puede encontrar el bien incluso en las
peores personas. Una vida al lado de este tipo la aniquilaría, y yo soy su
hermana mayor, la hermana mayor que la protegió de todo, y no puedo
rehuir el mayor desafío de todos. Que se jodan todos.
Lanzo una última mirada a mi hermana, mis padres fingen indiferencia, y
me vuelvo para enfrentarme a ese imbécil con la mirada más letal que
tengo.
—Entonces deberías casarte conmigo,      —digo segura de sorprenderle.
Siento el brusco sobresalto de las mujeres sentadas a la mesa y el silbido de
advertencia de mi padre, pero toda mi atención está puesta en él.
Lo observo con atención y, mientras su boca se ensancha en una sonrisa,
su mirada adquiere un brillo victorioso. Mierda, me acaba de engañar.
Capítulo Siete

FRANK
 
Excelente, ¡Esa es mi muñequita! Has caído en mi trampa y ¿quién soy
yo para decirte que no?
—Bueno, creo que es conveniente que Isabella y yo discutamos este
inesperado giro de los acontecimientos en privado durante un momento,
pero ustedes sigan con el postre,   —propongo con indiferencia, pero
lanzando a los demás comensales una mirada que les reta a contradecirme.
Como nadie se opone, no me demoro más, me levanto y me acerco a la
silla de Isabella, ofreciéndole mi brazo como un verdadero caballero, pero
ella arquea una ceja, porque no se traga mi actuación.
Tras un instante de duda, muestra una sonrisa que sé que es tan falsa
como mi galantería y acepta mi brazo antes de conducirme al salón
contiguo.
En ese breve contacto físico, siento una vibración y una tensión sexual
que bastaría para iluminar la Union Square, pero desde fuera parecemos
casi rígidos, incómodos, como si estar cerca el uno del otro nos costara un
esfuerzo físico. Sí, un tremendo esfuerzo para evitar lanzarnos el uno
encima del otro.
En cuanto la puerta se cierra detrás de nosotros, se libera de mi agarre
con fuerza y la suelto. Ella necesita desahogarse y yo necesito un momento
para combatir la excitación que invade mi mente.
Y el falo.
Sin embargo, no le doy tiempo para recomponerse, porque la vida me ha
enseñado que la mejor defensa es el ataque, siempre.
—Vamos, básicamente te pusiste de rodillas para rogarme que me casara
contigo y ahora quieres hacerte la tímida, —me burlo de ella y su reacción
no se hace esperar.
Se gira bruscamente en mi dirección y su mirada arde, excitándome. Me
la follaría contra la pared a sus espaldas y esos ojos verdes ardiendo como
el infierno me dan la seguridad de que sería una de las mejores folladas de
mi vida.
—Vete a la mierda, —dice y exhala muy despacio, como si se hubiera
contenido demasiado tiempo y me imagino que es desde el aperitivo que
quería lanzarme encima.
Pero no puedo dejársela pasar. En dos zancadas, me acerco a ella, a
menos de un metro.
—¿Quieres ayudarme, muñequita?
Se pone rígida en cuanto oye el apodo, no lo soporta, es evidente y eso
me divierte sin ninguna razón en particular. Decido provocarla de nuevo,
quiero ver cómo explota. No la conozco, pero estoy seguro que verla perder
los estribos podría ser interesante.
Me pongo la mano en la entrepierna de mis pantalones, apretando mi
erección.   
—No me importaría en absoluto inclinarte sobre esa mesa y metértelo
mientras hablamos de vestidos y flores, —le guiño, mientras un rubor sube
por su cuello y ella resopla por la nariz.
Está enfurecida y casi me reiría si no fuera porque mi polla ha empezado
a ponerse dura en serio y tengo que controlarme.
—Escúcheme bien, Boss No he propuesto esta unión para ser ridiculizada
o maltratada y espero ser tratada con dignidad y respeto, y ciertamente, no
es lo que vi en esa mesa. Incluso me parece absurdo tener que aclararlo, —
vuelve a resoplar, sonando casi exasperada.
Me di cuenta de cómo impregnaba mi título de burla, y si no me
importara un bledo, lo vería como una falta de respeto imperdonable.
Lo que me interesa de verdad, sin embargo, es que la muñequita esconde
unas garras afiladas con las que más adelante me habría divertido jugando,
pero en este momento lo único que importa es hacerle entender quién
manda, si no, corro el riesgo de que se convierta en una amenaza para mi
dominio y mi supremacía, y esta debilidad solo se paga de una manera: la
muerte.
Me acerco un poco más.
—Si crees haber encontrado al príncipe azul en el castillo encantado,
muñeca, tendrás un feo y brusco despertar, porque yo soy tu amo y el
carcelero de este maldito castillo, en el cual será mejor que te portes bien.
—Se lo explico con firmeza y endureciendo el tono de la voz para que el
mensaje llegue alto y claro. Pero la muñequita parece ser un poco dura de
entendimiento.
—No sé quién demonios te crees que eres, pero no voy a quedarme aquí
para que me traten como una esclava o algo peor...           —comienza su
ofensiva.
—Soy el puto amo de esta maldita ciudad, muñequita. Y sí, te quedarás
donde quiera que yo te diga que te quedes y harás todo lo que me dé la puta
gana y si te digo que te rías, te reirás. Si te digo que saltes, saltarás. Sin
dudarlo o alguien saldrá herido, muy herido. Puedes apostar tu hermoso y
firme trasero,   —la interrumpo de mala manera.
—Eres un... —lo intenta de nuevo.
Me acerco a un centímetro de su cara y un rincón de mi mente registra
con placer que sus pupilas se dilatan ligeramente: no le soy indiferente.
Interesante.
—¿Qué? ¿Qué soy? Vamos, muñequita, termina esa frase y me divertiré
cortando un par de dedos de la delicada mano de la hermanita que tanto te
empeñas en proteger. ¿Qué te parece? ¿Aún vale la pena rebelarse y luchar
contra mí? ¿Crees que tienes alguna posibilidad?
Isabella permanece en silencio, pero su rostro adquiere un matiz de rojo
que señala inequívocamente la rabia que le hierve por dentro... Veo en su
mirada la furia, el deseo que tendría de arrancarme la cabeza y, por perverso
y retorcido que sea, me excita aún más.
Pero, no debo perder de vista el problema: esta mujer se convertirá en la
esposa del Boss, se convertirá en mi esposa, y se espera que se comporte
adecuadamente, de acuerdo con las reglas. ¿Podrá hacerlo?
Tengo serias dudas al respecto; sin embargo, el principal problema es que
ahora que sé que Isa existe, la quiero para mí. Incluso si es la "equivocada"
para el papel que tendrá que desempeñar.
Yo. La. Quiero.
¡Y ella será mía, carajo!
 
.
 
Capítulo Ocho

ISABELLA
 
Odio que me llame muñequita.
Joder, no me siento así y no lo soy para nada.
¿Cómo se atreve? Ni siquiera me conoce. No sabe nada de mí: quién soy,
qué quiero y lo mucho que he estudiado para tener una oportunidad en la
UCLA. Una oportunidad que me fue arrebatada, una oportunidad perdida
que lamentaré cada día de mi vida.
Sé por qué me llama así: él espera que me comporte como una muñequita
buena, esperándolo en casa. En constante espera de su regreso, que le tenga
la comida preparada y la cama caliente. Pues que lo olvide, maldición.
Por supuesto, ayudé a complicar mi posición con esa estupidez que dije
en la mesa. Ahora debe pensar que tengo quién sabe cuánta experiencia,
¿por qué nunca logro mantener mi bocaza cerrada?
La verdad es que sólo he tenido sexo un par de veces con un antiguo
compañero de la escuela, y más por curiosidad que por sentimiento: quería
entender por fin por qué mis amigas hablaban de ello como una experiencia
imperdible e inolvidable, y no lo entendí. Lo único que sé es que me dolió
muchísimo y no veía la hora que todo terminara.
Para ser sincera, no me entusiasma para nada la idea de repetir la
experiencia.

Pero esto a él no se lo puedo decir o no tendría ninguna razón para no


permanecer fiel al plan original y casarse con Mariella.
Respiro profundamente, porque necesito calmarme antes de que la
situación se empeore.
—De acuerdo, seré la esposa perfecta. Conozco los usos y costumbres de
la organización y no me rebelaré contra tu papel, pero por favor, deja a mi
hermana en paz. Es completamente diferente a ti y nunca podría compartir
esta vida contigo.
—¿Puedes tú, en cambio, muñequita?
Pero aún con ese maldito apodo, siento, por la forma en que lo blande,
que me está poniendo a prueba, así que no busco la confrontación, sino que
le sigo la corriente.
—Ciertamente, mejor que Mariella. Lo sé y apuesto a que durante la cena
también te diste cuenta. —Observo su reacción, arqueando una ceja,
desafiándolo a que me contradiga.
Él sonríe, pero no comenta nada. Me mira por un momento y me siento
casi desnuda, a pesar de mi recatado vestidito negro.
Cuando termina el examen, vuelve a mirarme a los ojos y siento que un
escalofrío me recorre la espalda. Me he metido en un buen lío. Pero,
sinceramente, podría haber sido peor.
Mientras bajaba las escaleras, pensé que estaba alucinando.
No es justo que un Boss de la mafia tenga un cuerpo así, y esa mirada.
Un océano de hielo, rodeado de gruesas pestañas negras.
A primera vista, podría parecer un elegante hombre de negocios con su
traje de tres piezas a medida, pero su postura y la forma en que sus ojos
escudriñaban la habitación eran una clara señal de advertencia de lo
peligroso que es este hombre.
Peligroso y fascinante. Una mezcla letal, que una pequeña parte de mí
hubiera querido probar, aunque fuera por un breve momento.
Absolutamente no, me reprocho.
—Yo diría que tenemos un acuerdo. Este matrimonio sólo será una
fachada, así que yo diría que no perdamos el tiempo en el cortejo o el
compromiso. Podríamos casarnos en un par de semanas, ¿qué te parece?
Para que puedas preparar tranquilamente tus cosas y luego mudarte
conmigo.
Su réplica me distrae de mis elucubraciones mentales de la forma más
brusca posible.
—¿Q-qué? ¿Cómo crees que sea posible organizar todo en dos semanas?
¿El vestido, el lugar de la ceremonia y todo lo demás?
—¿Qué te importa?, —se atreve a responder—. Deja que mi madre se
encargue de ello. Después de todo, ella es la que quiere desesperadamente
esta boda. Sólo somos sus víctimas.
—Bueno, si lo pones así. Sin embargo, creo que mi madre también
querrá participar y además me gustaría tener más tiempo para prepararme
para todo lo que va a pasar y a los cambios que desordenaran mi vida. Ya
sabes cómo son las cosas, tenía planes antes de esta noche y, para ser
sincera, creo que me lo debes, —intento ganar tiempo.
Ni siquiera yo sé por qué, ya no puedo salir y huir es imposible. La rabia
y la adrenalina disminuyen y el miedo a lo desconocido empieza a
apoderarse de mí, mientras me doy cuenta de que he entregado mi vida a
este asesino sin corazón. Dudo, y él lo nota.
Entorna los ojos. —Realmente no te debo una mierda, muñequita. Trata
de no tensar demasiado la cuerda, o vuelvo allí y me caso con Mariella
mañana. —me desafía.
Creo que ha entendido exactamente mis intenciones, pero ¿cómo puede
leerme con tanta facilidad cuando incluso yo estoy envuelta en la
confusión? Suspiro profundamente y su mirada se suaviza.
 
—Tres semanas. Tu madre ayudará a la mía y, mientras tanto, no habrá
contacto entre nosotros hasta el día de la boda, pero nos intercambiaremos
los números, en caso de que cambies de opinión. —concede al final.
Resoplo por la nariz y se me escapa una sonrisa, que él me regresa  Y
algo dentro de mí tiembla.
Capítulo Nueve

FRANK
 
Estoy sentado en mi habitación privada del Stark cuando veo a un Alex
demasiado sonriente que pretende unirse a mí. A su paso, todas las mujeres
presentes, e incluso algunos hombres, se giran y, a fin de cuentas, las
entiendo.
Alex es un hombre guapo, un año más joven que yo, con tatuajes que lo
hacen atractivo y una cicatriz en la ceja que lo hace amenazante, una
combinación perfecta de peligro y atractivo sexual que hace que las mujeres
pierdan la cabeza. Y las bragas.
Se sienta frente a mí sin dejar de sonreír y yo le pongo la más contrariada
de las expresiones, arqueando una ceja y sin abrir la boca. No resistirá más
de diez segundos antes de comentar y empezar a chismear todo lo que ha
oído sobre mi cena en casa de los Rizzo.
—Vamos, hombre, eres un lunático.                  —Cinco segundos, su vena
chismosa se está volviendo condenadamente peor—. ¿Isabella Rizzo? Esa
chica es una bala perdida, pretende pasearse sin vigilancia, cree que puede
ir a estudiar a la UCLA y vivir en Italia. No conoce su lugar y es salvaje.
Me hace un guiño cómplice y siento que todos los músculos de mi cuerpo
se tensan ante ese último comentario.
—¿Cómo diablos sabes todas esas cosas sobre ella? ¿Y qué carajo se
supone que significa eso, que es salvaje? —pregunto irritado, replicando su
tono, ya estoy cerca de perder los estribos. Siento un persistente ardor en la
boca del estómago, y no me gusta nada.
Alex levanta las manos en señal de rendición. —Hey, tómalo con calma,
hermano. Sé todas estas cosas porque tu madre habla con la mía, que ahora
que sabe que te vas a casar, está convencida de que yo también debería
hacerlo, antes de que sea demasiado viejo. Tengo veinticuatro años, por el
amor de Dios.
Suelto una risita y trato de calmarme porque estoy completamente
consciente de que mi mejor amigo nunca se le insinuaría a mi mujer.
¿Pero será ella realmente mía? Qué cojones, tengo la clara sensación de
que mi vida pronto se complicará aún más. Y de ninguna manera puedo
permitirme el lujo de arremeter contra un simple comentario. Debo
recomponerme y recuperar la racionalidad o pondré una enorme diana en
la espalda de esa chica.
—¿Y? No me tengas en ascuas, ¿cuál es el veredicto de mi madre?, —
pregunto, tratando de que no se dé cuenta de lo mucho que me importa.
—Digamos que sigue siendo la diplomática de siempre y no ha dado un
veredicto explícito, pero por lo que la conozco, creo que no la soporta.
¿Pero puedes culparla? Había elegido un inocente corderito para enviarlo al
matadero y ahora tiene una tigresa en sus manos que no quiere saber de
quedarse quieta en su jaula.
Una descripción que se ajusta como un guante, sin lugar a dudas.
—Bueno, si la hubieras visto, habrías actuado exactamente igual. Esa
mujer tiene fuego en los ojos y cada vez que se mueve exige atención. Ella
es... maldición, es magnífica.
—¿Cómo es ella? ¿Tetas y culo abundantes? ¿Es una devoradora?, —
lanza preguntas impertinentes y curiosas a ráfagas, y no puedo evitar darle
una patada por debajo de la mesa, golpeándolo de lleno en la espinilla. Y
me sorprendo más que él—. Ay, ¿qué demonios te pasa?, —me mira
estupefacto como si me hubiera salido una segunda cabeza.
—No vamos a hablar de esto, —respondo con voz sibilina entre dientes.
—¿Desde cuándo no hablamos de estas cosas?, —replica, y a veces Alex
es peor que un perro con un hueso.
—Desde Isabella —respondo lapidariamente.
En ese momento, mi amigo enmudece y arquea una ceja, mirándome
seriamente, mientras toda la hilaridad que suele caracterizarle se desvanece
en su expresión.
—Mierda, hermano. Te gusta mucho, ¿es eso?
—Menos mal, diría yo, ya que estoy obligado a casarme con ella.
—Cuéntale esa mentira a la gente que no te conoce. Te gusta mucho.
Levanto los ojos al cielo, pero no lo niego ni lo confirmo.
—Maldición, eso hace las cosas mucho más complicadas. Tú lo sabes
mejor que yo, —sentencia.
—Tendré que tener más cuidado. Nadie lo sabrá, —le dirijo una mirada
que lo dice todo.
—Claro, amigo, cuenta conmigo,             —confirma con cierta
solemnidad.
—Así que, en ese sentido, le prometí que no me interpondría en su
camino hasta la boda. Me gustaría que te ocuparas de ello, pero tienes que
ser invisible. No quiero enfurecerla más de lo necesario, pero quiero saberlo
todo sobre ella: a dónde va, a quién ve, cuáles son sus hábitos, si sale a
bailar por la noche. No la pierdas de vista, maldición. Tienes que ocuparte
personalmente de ello, es estrictamente confidencial.
—De acuerdo, Capo, —replica Alex, y me doy cuenta de que he utilizado
un tono demasiado rudo.
El problema es que cuando se trata de Isabella me pongo en modo
excesivamente sobreprotector y tendré que mantener esto bajo control.
Resoplo y le dedico una sonrisa de disculpa. —No quería ser un imbécil,
pero esa mujer despierta el macho alfa que hay en mí.
—Él se ríe y me guiña un ojo. —No te preocupes, de todos modos, no me
asustas ni siquiera cuando usas tu gran voz. —Luego vuelve a examinarme
detenidamente y me provoca un poco más—. ¿Y qué hay de Kat?
—¿Kat?, —le devuelvo la pregunta, fingiendo no entender a dónde
quiere llegar.
—¿Vas a seguir acostándote con ella o vas a dejarla?
—En primer lugar, sólo se rompe con alguien si se está en pareja, y no
me consta que haya estado con alguien que sea puta de profesión. En
segundo lugar, aún no sé si continuaré. Por ahora, no tengo intención de
dejarlo —replico burlonamente, aunque por dentro tengo la sensación de
que Isa me arrancaría las pelotas si se entera de que le estoy poniendo los
cuernos.
Si es verdad que sabe, o al menos debería, ya que con ella el condicional
es obligatorio, cómo funcionan las cosas en la organización y que, a
menudo, los hombres encuentran cómo divertirse también fuera de casa.
Iré paso a paso, no quiero dejar de divertirme con Kat, pero tampoco
quiero enemistarme con la mujer con la que compartiré la cama cada noche.
Una mujer que sería capaz de matarme mientras duermo, de eso no tengo
duda.
Vuelvo a pensar en la cena y en los momentos que compartimos a solas:
me detesta, es evidente, pero había algo más, lo he percibido como un
puñetazo en la boca del estómago. Y cuando me ha sonreído, carajo, me
habría puesto de rodillas. Contrólate, maldita sea, me insto a mí mismo.
Saco mi teléfono y, sin pensarlo demasiado, escribo un mensaje rápido.

Frank: Hola, muñequita. Sólo quería desearte buenas noches.

En cuanto lo envío, vuelvo a guardar el teléfono en el bolsillo y reanudo


la conversación con Alex sobre los balances de las distintas actividades
legales que hemos decidido llevar a cabo junto con los negocios
"paralelos": un autolavado y una lavandería industrial por el momento, pero
Alex cree que hay otras posibilidades interesantes en el horizonte y yo
confío en mi amigo. Ha estudiado mucho en los últimos años y sabe lo que
hace.
—Los negocios van bastante bien y nos ajustamos perfectamente al plan
de negocios. El lavado de coches está produciendo incluso más de lo que
habíamos calculado, y deberíamos terminar el año con un quince por ciento
más de lo previsto, me explica con satisfacción, y además con razón, ya que
él se ha encargado de casi todo el proyecto. A continuación, me explica qué
proyectos quiere realizar en un futuro próximo y discutimos cuáles son las
mejores estrategias de marketing para ampliar aún más los negocios.
Este es el campo de especialización de mi licenciatura, que mi padre,
como hombre previsor que era, me había empujado a seguir por razones
como ésta: pensó que sería un buen recurso para adquirir los conocimientos
adecuados sobre cómo blanquear dinero al descubierto y estar de acuerdo
con los tiempos.
"Hijo mío, los tiempos están cambiando, y para sobrevivir, la
organización también tendrá que cambiar. Corresponde al Boss asegurarse
de que los negocios evolucionen, poniendo las actividades legales al lado
de nuestras actividades ilícitas para no ser fácilmente rastreados".
Me acuerdo de las palabras previsoras de mi padre, hoy en día los cruces
entre gastos e ingresos están a la orden del día y son fáciles de obtener para
los que quieren investigar, y los ingresos legítimos nos ayudan a justificar
nuestro estilo de vida y los gastos locos que ocasionalmente nos
permitimos.
De repente, me doy cuenta de que ha pasado más de media hora, pero mi
teléfono no ha dado señales de vida.
Mientras tanto, noto que la mirada de Alex se oscurece y, cuando lo sigo,
me doy cuenta de que está observando a una de las nuevas bailarinas. La
escudriño con atención, incluso desde aquí es evidente que es una chica
bonita, no tímida, pero sí dócil, y no me provoca nada.
En ese momento, mi cerebro me propone un flash de una tigresa de
mirada salvaje y siento un espasmo en los pantalones. Mierda, tengo que
tener cuidado con esa mujer o acabaré entregándole mis pelotas en
bandeja de plata.
—¿Espectáculo privado?, —le pregunto con tono seráfico para desviar la
atención de mis fantasías. 
—Oh, sí. Todavía no he tenido una oportunidad con esa joven y sabes
que me preocupan tus actividades. ¿Qué clase de amigo sería si no hiciera
un control de calidad?, —se ríe y luego dirige una sonrisa letal a la chica
que se mueve entre las mesas al ritmo de la música.
Ella se fija en él y se acerca como un gato dispuesto a ronronear.
Confirmo, realmente bonita, tal vez demasiado maquillada para mi gusto,
pero con un par de buenas y abundantes tetas, una cintura estrecha y los
movimientos de alguien que sabe cómo hacer feliz a un hombre.
Mi amigo le dice algo al oído y luego se vuelve hacia mí. —Capo, si
me permite, nos vemos más tarde. ¿Te encuentro aquí rumiando a tu
noviecita?, —se burla de mí.
Empiezo a ponerme nervioso, no soy de corazón blando y lo iba a
demostrar una vez más. Isabella no me había dado una respuesta y no podía
permitir que esa chica me tuviera cogido por las pelotas, ni siquiera después
de haberme deslumbrado con su belleza encantadora y su mirada ardiente.
Iba a utilizar esas tres semanas para sacármela de la cabeza. No podía
permitirme ninguna debilidad, y la atracción por una sola mujer podía
adquirir contornos peligrosos. No es que temiera sentir algo más.
Alex sigue esperando mi respuesta, una parte de él me está poniendo a
prueba. No lo decepciono.
—No creo  que me vayas a encontrar aquí,     —digo con sarcasmo. Hago
una seña a una de las camareras y cuando se acerca, sólo le digo: "Kat".
Capítulo Diez

ISABELLA
 
¿Realmente espera que responda a su mensaje? ¡Pobre iluso! Pienso,
tumbada en mi cama, mirando al techo de mi habitación y preguntándome
cómo he acabado en una situación tan surrealista.
Me lo he buscado un poco, es verdad, pero la alternativa era, y sigue
siendo, inconcebible desde mi punto de vista.
Sólo debo encontrar una manera de sobrevivir, de preferencia sin matar al
Boss. Estoy segura de que estaría en un problema aún peor.
Pensándolo bien, ¿qué tan difícil puede ser mantenerlo a distancia?
Si tuviera que hacer una comparación con mi padre, él no pasa mucho
tiempo en casa: sale temprano por la mañana y vuelve a casa a la hora de la
cena; a veces, incluso recibe llamadas el fin de semana por "emergencias" y
desaparece durante horas.
Visto así, mi perspectiva parece mejorar un poco.
Por otra parte, Frank es un Boss joven, así que supongo que tendrá que
esforzarse al máximo para demostrar su valía a sus hombres. ¿Y qué mejor
manera que trabajar tanto o más que ellos?
Casi puedo sentir cómo se enciende una luz de esperanza. Puedo hacerlo,
estaré bien, sonrío para mí misma como una tonta. Sólo tengo que evitar
mirar fijamente esos ojos magnéticos y esos hombros imponentes, Dios,
estoy segura de que tiene unos abdominales de infarto, y no puedo evitar
que el fuego se extienda en mi vientre.
Llaman a la puerta y me incorporo sobresaltada, sin aliento y el corazón
palpitante, como si me hubieran sorprendido cometiendo un delito.
Mi hermana no espera mi respuesta y entra, manteniendo la mirada baja.
Parece mortificada, cuando los mortificados habrían debido ser todos los
demás presentes en la cena.
—Mari, ¿qué pasa? ¿No puedes dormir?
—No, Isa. Me siento mal hasta el punto de tener náuseas, siento que el
sentimiento de culpa me aplasta. Estaba tan agitada en la cena, que me
parece un recuerdo lejano y borroso. Sin embargo, de una cosa estoy
segura. Siento mucho la situación en la que has acabado por mi culpa. Es
solo mi culpa. Por favor, dime que hay algo que podamos hacer para que
todo esté bien. Me casaré con el Boss, puedo soportarlo, —dice de un solo
tirón, pero noto que su voz vacila un poco.
—No hay nada por lo que debas sentirte culpable. Elegí dar un paso
adelante, y no me arrepiento, hermanita. Por favor, créeme,      —intento
tranquilizarla, con el tono y las palabras, pero parece que ni siquiera me
escucha.
—Isa, ¿cómo puedes decir tal cosa? Te estás sacrificando por mí, y no es
justo.
—Mari, basta. Ya está decidido y no me arrepiento. En absoluto. Lo
volvería a hacer mil veces. Sólo quiero lo mejor para ti. Y, seguramente, un
Boss de la mafia no entra en esa categoría —digo riendo, tratando de
aligerar el ambiente.
Me mira fijamente y con seriedad, considerando si tiene margen para
hacerme cambiar de opinión. Sin embargo, ella me conoce y sabe lo terca
que soy y que cuando me propongo algo, hacerme cambiar de opinión es
literalmente imposible.
Resopla derrotada y se lanza a mis brazos.
—Por favor, por favor, por favor, hermana mayor. Si en cualquier
momento, incluso un instante antes de entrar en la iglesia, cambias de
opinión, dímelo y me casaré con él. ¿De acuerdo?, —me pregunta,
retrocediendo un poco para mirarme a los ojos.
Le devuelvo la mirada, intentando transmitirle la determinación que
siento en mi interior.
—Sí, Mari. Si cambio de opinión, no dudaré en decírtelo. Ahora, por
favor, deja de pensar en ello y vamos a la cama, hermanita. Ha sido un día
agotador, por no decir otra cosa.
Capítulo Once

ISABELLA
 
Hoy me caso.
Las últimas tres semanas han pasado como un tren desbocado del que no
he podido bajarme ni siquiera un momento. Familiares llamando a casa para
felicitarnos a mí y a mis padres, como si nos hubiera tocado la lotería.
Vecinos que venían a darnos la mano y a felicitar a mis padres por la buena
educación que nos habían dado a mí y a mi hermana. No puedo aguantar
más, pero no porque esté cansada. De hecho, mi madre, la señora Mancuso
y la organizadora de bodas contratada para el evento se encargaron de todo.
Lo único en lo que fui inflexible fue en la elección del vestido.
La señora Mancuso intentó convencerme de que usara el suyo, pero no
reflejaba en absoluto mi gusto: demasiados abalorios, demasiada pedrería,
una larga cola hasta Palo Alto, por no hablar de las enaguas que me habrían
hecho parecer una bombonera. Y era demasiado cerrado.
Quería algo que respetara la tradición, pero que también consiguiera
representarme de alguna manera, y quería demostrar a Frank que no era una
mujer temerosa de Dios con miedo a enfrentarme a él o a hacer valer mi
propia voluntad. Más vale que capte la indirecta de inmediato.
Al final, elegí un vestido largo, con muy poca cola, de encaje de
macramé con mangas largas, pero con un profundo escote corazón en la
parte delantera y que dejaba la espalda toda al descubierto.
A pesar de las protestas de mi madre y de mi futura suegra, opté por un
tono de color champán que iba bien con mi tez y mis ojos, y entonces sé
que todo el mundo entenderá el significado oculto de esta elección, pero la
tradición arcaica y anacrónica de las sábanas ensangrentadas había sido
abolida por el padre de Frank y nadie podría murmurar, al menos no con
pruebas tangibles.
Por suerte, el trío mágico, como lo había apodado junto con Mariella, se
había puesto de acuerdo inmediatamente sobre el lugar. El Hotel St. Regis.
Pensé que, con la lista de espera de ese hotel, nunca cumpliríamos el
plazo de tres semanas, pero evidentemente había olvidado el alcance de la
influencia de mi futuro marido y su negocio. De hecho, el director del hotel
nos abrió las puertas y nos dejó elegir sin ningún tipo de condiciones la
fecha que más nos convenía... ¡increíble!
Sin embargo, tengo que admitir que la vista de la ciudad desde mi suite
presidencial es impresionante y no tengo la intención de quejarme.
Estoy aquí desde ayer con mi hermana y tras un desayuno digno de sus
cinco estrellas, pasamos el día en el spa, entre tratamientos de bienestar,
masajes y aperitivos no precisamente analcohólicos. Habíamos logrado
beber champán sin que nadie nos pidiera el documento de identidad y nos
habíamos divertido como nunca, antes de caer aun un poco mareadas en
esta magnífica cama king-size.
Esta mañana nos habíamos despertado aún abrazadas y mi hermana me
había mirado con una tristeza que me desgarraba el corazón.
—Cariño, ¿qué pasa?, —no pude evitar preguntarle.
—Ya sabes. No puedo dejar de pensar que es mi culpa que estés en esta
situación. No debería haberte dejado hacer esto. Pero aún hay tiempo, si
quisiéramos intercambiar.
—Estás bromeando, ¿verdad? Ya hemos aclarado la situación y te vuelvo
a decir que nunca habría permitido que te casaras con ese bastardo sin
corazón.
—Pero hoy lo harás tú. ¿Te parece más justo? —me había presionado.
—Sí, hermanita. Así es como funciona. Nos sacrificamos por los que
amamos y, recuerda siempre, siempre lucharé por ti.
—Lo sé. Es que... —sus palabras se desvanecieron mientras una lágrima
le recorría el rostro.
La abracé fuertemente contra mí, como solía hacer cuando era pequeña
y se despertaba durante la noche por una pesadilla.
—No temas. Tengo la piel gruesa y puedo aguantar la patanería de ese
cretino, —delante de ella siempre intentaba evitar las palabrotas, pero
Frank me hacía hervir la sangre, y no siempre de rabia.
—Sí, pero no es solo eso, ¿verdad?,           —había preguntado
escudriñándome con atención.
—¿Qué quieres decir?, —había fingido no entender.
—Soy tu hermana y te conozco muy bien. Sabes, he estado pensando en
ello: justo después de la cena, me sentí como si estuviera en una niebla
borrosa y recordaba todo con dificultad, pero en retrospectiva y, sobre todo,
con la mente lúcida, tengo que decir que me di cuenta de cómo se miraban
y, sinceramente, puede que sea virgen e inexperta, pero reconozco la
tensión sexual cuando la veo.
—¡Jesús! ¿Qué sabes tú de la tensión sexual? Había intentado cambiar
el enfoque hacia ella, porque una cosa era omitir y otra muy distinta mentir
a mi hermana.
—Estás bromeando, ¿verdad? Te recuerdo que me encanta la literatura
francesa y que son maestros no sólo en hablar de los sentimientos, sino
también en describir el eros y... ¡un momento! Estás tratando de
distraerme, no eres más que una pequeña manipuladora.
No había podido evitar reírme, porque me conocía muy bien y no había
podido engañarla.
—Bueno, digamos que no está de mal      ver.                        
—Por decir algo..., —había comentado con una sonrisa de satisfacción.
—¡Oye!, —la había pellizcado y ella se había echado a reír—. Decía que
no está de mal ver, pero creo que tiene mal carácter y está acostumbrado a
ver a todo el mundo postrado a sus pies y siguiendo sus órdenes. Conmigo,
se jugará el todo por el todo.
—¡Y a saber qué palo te llevas!, —había vuelto a bromear mi hermana,
pero en ese momento había sentido claramente que mis mejillas se
encendían y no había contestado. Además, realmente no habría sabido qué
decir. Especialmente sobre mi reacción a ese bastardo de Frank.
—Oye, —había continuado Mariella—. No hay nada malo en que te
guste. Es un chico hermoso y te ha estado desnudando con sus ojos durante
toda la cena. Y por supuesto, digo desnudado, porque sé que te
escandalizarías al oírme decir follada. Puede que sea virgen y tímida, pero
no soy estúpida.
—Nadie lo pensó nunca. De hecho, para ser justos, eres la más
inteligente de la familia. Y estoy segura de que cumplirás todos tus sueños.
Ya te veo: tú y tu maleta, destino el aeropuerto Charles De Gaulle, en la
cara de esa víbora de Mancuso que quería tenerte encerrada en casa
produciendo bebés.
En ese momento llamaron a la puerta y entraron dos mayordomos
perfectamente almidonados con carritos llenos de platos apetitosos, dulces
y salados.
—Buenos días señoritas, queríamos informarles de que la organizadora
de la boda ya está trabajando con su madre y con la señora Mancuso, que
también nos ha pedido que les digamos que la peluquera y la maquilladora
han llegado al vestíbulo y subirán en unos treinta minutos. Disfruten el
desayuno. —Tras una profunda reverencia, desaparecieron por la puerta,
marchándose sin darnos la espalda.
Mi hermana y yo nos miramos un momento y nos echamos a reír con
ganas, hasta que nos dolió la barriga.
Recordar ese momento ahora, frente al espejo que muestra mi imagen
con el vestido de novia, es todo lo que necesito para quitarme el miedo.
Para que me dé cuenta de que no importa lo atrapada que me sienta, lo
forzada que me sienta en esta elección, porque es la única concebible, la
única que podría soportar.
No se me escapa que un remoto rincón de mi cerebro siente curiosidad
por saber qué esconde Frank tras esa fachada impecable y esos caros trajes
a medida.
Aunque si he dado rienda suelta a mi curiosidad buscado un poco en
Google, he encontrado muchas fotos de él en eventos de cierto calibre y en
traje de baño disfrutando de sus vacaciones por el mundo, pero muy poco
sobre su vida privada: nunca una cita, y mucho menos una novia.
Aun así, es bello como el pecado. Si su cara me da pensamientos
impuros, su cuerpo me provoca cosas que no me atrevo a contar a nadie.
Tengo que calmarme y mantener la cordura.
Un poco más tarde, mi padre llama a la puerta y me sonríe, está en
el séptimo cielo, su posición en la organización acaba de dispararse a la
cima de la jerarquía y es evidente la emoción que lo embarga Todos
contentos, en definitiva.
Respiro profundamente para ponerme la máscara de serena compostura
que he aprendido a llevar en los eventos sociales desde la infancia y sonrío.
—Estoy lista —digo y quiero creerlo de verdad.
Capítulo Doce

FRANK
 
Me está empezando a doler la cabeza.
Estoy en una de las suites presidenciales del St. Regis, reservada para
nosotros y para la organización durante la recepción. Mi madre se pasea de
aquí para allá por la habitación, más emocionada que un niño en la mañana
de Navidad, Alex lleva su habitual máscara de indiferencia y yo estoy
rodeado de una estilista, una costurera, un barbero y lo que creo que es una
maquilladora.
¿Para qué diablos iba yo a necesitar una maquilladora?
En cuanto intenta acercar un pincel a mi cara, le dirijo una mirada letal y
se encoge de hombros como si la hubiera golpeado físicamente.
—De ninguna manera, —digo secamente y su mirada se dirige a mi
madre, que se encoge de hombros y suspira. ¿En serio? ¿Pensaba que
habría aceptado esta mierda?
—Alex, paga a la joven y despídela, gracias, —le ordeno secamente a mi
amigo, que reprime una carcajada, disimulándola con una tos, antes de
hacerse el hombre galante con la joven y dárselas de un verdadero caballero
de brillante armadura. Maldito mentiroso.
Desvío mi mirada hacia los restantes infiltrados e intento mantener el
tono amenazante en mi voz, antes de dirigirme a ellos: —Ahora, apúrense y
acabemos con esta payasada.
Voltean los ojos, pero rápidamente se ponen manos a la obra y no se me
escapa la risita burlona de Alex, que, sabiamente, se queda detrás de mí.
Después de unas dos horas, me encuentro ante una sala llena de gente y
flores que me dan ganas de estornudar, pero me contengo.
Pensé que sentiría una soga al cuello, como ha sido el caso todos estos
meses cada vez que pensaba en este maldito evento, pero también siento
algo más y no puedo decir si es bueno.
Es una sensación de expectación, una emoción que siento al saber que en
unos minutos volveré a ver a Isabella, y también tengo curiosidad por ver
qué habrán hecho con ella, porque seguro que nuestras madres la habrán
vestido como la muñeca que creen que es, ignorando que mi Isa tiene
garras.
Como si la hubiera evocado con la fuerza del pensamiento, la música
empieza a sonar de fondo y Mariella hace su aparición, mirando a su
alrededor un poco desorientada antes de caminar hacia mí. Es una chica
bonita, pero no veo más que una niña.
Escucho a Alex respirar bruscamente, le doy un vistazo, pero su máscara
impasible es firme y no revela nada. ¿Qué demonios le pasa? ¿Acaso será
que le gustan las niñas?
Pero no puedo concentrarme demasiado en esos pensamientos, porque un
momento después, del brazo de su padre, aparece Isabella, y es una
auténtica visión. Una diosa. No lleva el vestido de mi madre ni nada que
hubiera esperado. No la han doblegado, sabía que podía arañar, pero ahora
creo que mi muñequita es una verdadera tigresa.
Lleva un vestido largo de encaje, que abraza sus tetas en un abrazo que
me deja sin aliento, y el tono que ha elegido, muy distinto del blanco puro,
es un enorme dedo medio para los que la juzgan.
Cuando está lo suficientemente cerca, saludo con la cabeza a su padre,
que me la confía, según la tradición, y entonces me inclino hacia ella,
colocando una mano en la base de su espalda, que encuentro
completamente desnuda. Oh, mierda, no llegaré vivo al final de la
ceremonia.
—Eres bellísima, —le digo sinceramente al oído y sentirla estremecerse
es la mejor respuesta que podía darme.
El ritual continúa en una confusa niebla mientras pienso en mi reacción
ante ella, en lo que desencadena en mi interior cada vez que estamos cerca y
en todas las cosas que me gustaría hacerle ahora mismo.
Sólo recupero un mínimo de lucidez cuando el sacerdote pronuncia las
fatídicas palabras: —Los declaro marido y mujer.
En ese punto, me vuelvo hacia Isabella y cuando ella hace lo mismo,
coloco suavemente mis labios sobre los suyos, suaves y cálidos. No me
entretengo demasiado, no me gusta dar espectáculo, pero espero que sea
suficiente para acallar el descontento.
Cuando me alejo, veo que sus ojos se dilatan un poco y sus mejillas se
ruborizan, y quiero tirarla directamente sobre el banquete del párroco para
mostrarle lo que me hace. Cálmate, carajo. Todo el mundo te mira.
Doy un paso atrás, luciendo una expresión imperturbable y ella parece
casi decepcionada, mis instintos me instan a tranquilizarla, pero justo
cuando abro la boca, llega la organizadora de la boda para guiarnos en la
continuación de las celebraciones con fotos y felicitaciones de los invitados.
Que Dios me ayude.
Un par de horas más tarde, me veo obligado a reconocer a mi madre y a
mi suegra que han hecho realmente un excelente trabajo: el salón del
banquete es muy elegante, pero no de mal gusto; la comida es realmente
fantástica, todos los platos se basan en pescado fresco y recetas italianas, tal
y como dicta la tradición; el vino fluye y todo el mundo parece más
relajado.
No puedo dejar de notar las miradas de satisfacción en los rostros de los
Hombres de Honor en la sala; especialmente los más ancianos parecen
haber ganado la lotería. Ya era hora de que se relajaran un poco.
Entender lo que pasa por sus cabezas está más allá de mis capacidades y
decido no prestarles demasiada atención, sólo espero que dejen de respirar
en mi nuca.
Un aspecto positivo de este banquete es la posibilidad de volver a ver a
dos viejos amigos míos: Romeo y Leonardo.
Mientras se acercan a mí para felicitarme, o para hacer alguna broma de
mal gusto por haberme dejado engañar, reflexiono sobre lo diferentes que
son los dos, como el día y la noche.
Leonardo, más que parecer un mafioso, tiene el aspecto de un surfista en
todos los sentidos, con la piel un poco bronceada por demasiadas horas
pasadas en la playa, los ojos claros y el pelo rubio ondulado suelto sobre los
hombros.
Si no lo conociese, con su físico de nadador, un poco más bajo que yo, y
su actitud algo fanfarrona, pensaría que es un estúpido sin ideas, pero el tipo
es un auténtico mago y puede captar los secretos de cualquiera, incluso los
más sucios, y utilizarlos como palanca para conseguir lo que quiere, cuando
lo quiere.
Y, no me pregunten por qué, pero a las mujeres les gusta mucho: es un
auténtico playboy y nunca lo he visto con la misma mujer dos veces.
A quien, en cambio, nunca he visto literalmente en compañía de una
mujer es a Romeo: ojos y pelo muy oscuros, andar decidido, pero a la vez
intimidante, por supuesto, la cicatriz que luce en la mejilla ayuda mucho,
podría tener a todas las mujeres del país, pero dice que no tiene tiempo que
perder y que quiere seguir concentrado en su trabajo.
Ese frío bastardo que es tan alto como yo y tiene el físico de un boxeador
es un puto genio de la informática y gracias a unas inversiones que me ha
aconsejado, en criptomonedas e inmuebles, me está bañando en oro desde
hace unos años. Aunque nunca a sus niveles.
—Oye, amigo, te has dejado atrapar como un pendejo, ¿eh?, —se ríe Leo
divertido, dándome una sonora palmadita en la espalda.
Romeo extiende la mano y, con su habitual voz tranquila, dice: —
Felicidades, Boss. Creo que es una buena unión. Inesperada, pero buena, —
señala sin una inflexión particular en el tono de su voz.
—Gracias por haber venido, amigos míos. Hace mucho tiempo que no
nos veíamos en persona. Bueno, sin duda habrás oído que no me han dejado
muchas opciones. Parece que no puedo dirigir bien esta organización sin
una Reina a mi lado, —comento sin intentar siquiera disimular el sarcasmo
en mi tono
Leo suelta otra carcajada y Romeo inclina ligeramente la cabeza: me está
estudiando, y yo empiezo a sudar frío.
Por mucho que confíe en ellos, me irrita que se entienda que esta unión
no es sólo una elección forzada. Es un riesgo que no puedo permitirme.
—Claro que sí. En tu lugar, habría matado a cualquiera que se opusiera a
mi estilo de vida y me habría ido a la mierda. Quien esté conmigo, bien;
quien esté en contra, pum,      —comenta Leo, imitando una pistola con los
dedos. Y el verdadero problema es que parece que va en serio.
—Menos mal que tu padre goza de buena salud entonces, y esperemos
que la mantenga durante mucho tiempo, de lo contrario Los Ángeles será
testigo de una carnicería memorable cuando te toque el papel de Boss, —
replico, intercambiando una mirada cómplice con Romeo, que sabe muy
bien lo complicado que es ser Boss.
Un papel que asumió hace unos años, tras haber desafiado y ganado a su
inepto primo, al que le correspondía la regencia por nacimiento. Lástima
que fuera un loco depravado, un alcohólico violento y drogadicto con
intereses completamente carentes de moral. Nadie en Seattle lloró su
muerte, ni siquiera su madre. Sólo por decir algo.
A los treinta años, Romeo es el jefe indiscutible de Seattle y la
organización bajo su regencia prospera como nunca antes.
—No puedo culparte, hermano. El trabajo de mi padre es aburrido,
repetitivo y agotador. Preferiría estar surfeando y bebiendo cerveza junto al
mar mientras elijo a la próxima chica con la que liarme, —ríe Leonardo
como un niño pequeño, aunque sólo tiene tres años menos que yo.
Su risa alegre también me contagia, al menos en parte. No a Romeo, por
supuesto.
Que le lanza una mirada entre la exasperación y las ganas de cometer un
homicidio.
Sin embargo, no puedo negar que, a veces, envidio la despreocupación de
Leo.
La perdí hace mucho tiempo, mucho antes de la muerte de mi padre;
además, no pasaba un día sin que alguien me recordara que ese papel era mi
destino.
—Vamos, Romy, relájate un poco, hermano, que estamos en una fiesta
para beber, bailar y pasarlo bien, —le insta Leo, ganándose una mirada letal
por ese apodo tan tonto que le pone a uno de los hombres más peligrosos
del país. Una mirada que haría que al menos la mitad de los hombres que
conozco corrieran hacia las colinas, pero Leo es un caso especial de locura
y ¿qué hace? Se ríe, y luego resopla como un niño al que se le niega un
helado. —Muy bien, eres más frío que Siberia cuando te lo propones.
—Nunca has estado en Siberia, —responde Romeo sin pestañear.
—Sí, bueno, no hay olas ahí; entonces ¿para qué iria? Bueno, me voy al
bar, esperando que el ambiente se caliente un poco... ¿lo han entendido?, —
se ríe para sí mismo de su broma objetivamente triste y se aleja.
Escudriño a Romeo, que observa la figura de Leo, y noto un destello de
preocupación en su mirada.
Romeo, el padre de Leonardo, Don Mario, y yo dirigimos toda la costa
oeste de los Estados Unidos, asegurando que el dominio estable de nuestra
organización descansa sólidamente en una alianza inquebrantable.
—Cuando llegue el momento, estará listo, —le aseguro, interpretando sus
pensamientos.
—¿Y si llega el momento antes de lo que imaginamos?, —responde sin
mirarme.
Un escalofrío recorre mi columna vertebral

¿Qué sabes? —Le pregunto sin rodeos.
Me dirige una mirada fugaz y suspira profundamente. —Por el momento,
es sólo una sospecha. Si se convierte en una certeza, serás el primero en
saberlo, —concluye, devolviendo mi mirada con solemnidad.
—Sea lo que sea, le cubriremos las espaldas, —afirmo, porque a pesar de
los piques y las discusiones, estos dos son tan hermanos míos como Alex. Y
sé que ellos sienten lo mismo por mí.
—Claro. Me da una palmadita en la espalda y se marcha a su vez hacia el
bar.
Me gustaría tomarme un momento para reflexionar sobre lo que acaba de
pasar, pero la organizadora de la boda me avisa de que es la hora del baile,
y nos toca a Isa y a mí abrir el baile.
Una parte de mí se estremece ante la idea de tocarla durante un largo
periodo de tiempo. No puede escapar de mí y ciertamente no puede retirarse
delante de todos nuestros invitados.
Me acerco a ella y le ofrezco mi mano como un verdadero caballero.
—¿Bailamos?, —le pregunto en tono amable, pero cuando me cruza la
mirada arqueando ligeramente una ceja, me doy cuenta de que no he
conseguido reprimir del todo el brillo de desafío en mis ojos.
La desafío a que me rechace delante de todos, la desafío a que me
rechace en general, porque a pesar de lo que piensa de mí, veo la forma en
que su cuerpo reacciona a mi cercanía y no veo la hora de descubrir cómo
reaccionará a mis caricias.
Sin embargo, mi mujer no es de las que rehúyen un desafío y parece
decidida a demostrarme algo.
—Por supuesto, —responde en voz baja, como si no existiese entre
nosotros un desafío de escalofríos y miradas, y me agarra la mano con
firmeza.
Llegamos al centro de la sala y empezamos a bailar. Sería más exacto
decir que no son pasos reales como tal, es más bien un balanceo cercano,
abrazados, pero no demasiado cerca para no molestar la sensibilidad de
algún invitado anticuado. Y, efectivamente, todos los ojos están sobre
nosotros, pero yo sólo la veo a ella.
—¿Te gusta?, —le pregunto, pero tampoco sé a qué me refiero: la boda, el
banquete, la música, sus manos rozándome desde los hombros hasta los
bíceps y de nuevo hacia arriba, mis manos en la curva de su espalda, mi
erección contra su vientre.
—Sí, la fiesta es muy bonita. Creo que nuestras madres estarán
satisfechas con el resultado, y tú causarás una muy buena impresión a los
Hombres de Honor más ancianos, responde en tono neutro, pero no se me
escapa una ligera vibración en su voz. Puede ser nerviosismo o excitación.
¿Podría este contacto realmente excitarla a ella como lo está haciendo
conmigo?
No puedo dejarme hechizar por sus ojos, dos estanques verdes que me
están estudiando como si quisieran descubrir todos mis secretos. O peor
aún, como si quisieran averiguar el efecto que ella me produce.
Para no exponer mis cartas, dejo que la conversación se apague y desvío
mi mirada hacia el salón.
Observo con satisfacción que, además de mí, Alex y algunos de mis
hombres de mayor confianza también están en alerta, porque a algunos de
nuestros enemigos realmente les importa un bledo la santidad del
matrimonio.
Una vez recuperado un poco de autocontrol, después de tres canciones
que suenan de fondo, vuelvo a centrar mi atención en la hermosa mujer que
acaba de convertirse en mi esposa y ya me estoy imaginando cómo voy a
sacarla de ese vestido tan ajustado que le deja la espalda al descubierto y
que amenaza con darme un ataque cada vez que se agacha para saludar a
algunos de los invitados.
Es un poco más baja que yo, pero con los vertiginosos tacones que lleva
casi me alcanza y con esas deliciosas formas parece una diosa. Esta mujer
es sublime y se me hace agua la boca. Por no hablar de la erección que he
mantenido a raya durante horas.
Me pierdo unos instantes más observando los rasgos perfectos de su
rostro, el color brillante de sus ojos verdes, hasta que su mirada se fija de
nuevo en la mía, pero esta vez arruga un poco las cejas.
—¿Está todo bien por ahí?, —me pregunta con una voz apenas audible
para que sólo yo pueda oírla, ya que la pista de baile se ha animado y varias
parejas gravitan a nuestro alrededor.
Sigo su mirada y me doy cuenta de que se ha dado cuenta de que
Mariella y Alex bailan juntos, por segunda vez, pero evito señalárselo.
—Claro, ¿por qué? —fingiendo caerme de las nubes, pero parece que esta
mujer consigue, no sé cómo, ver más allá de mi máscara de indiferencia,
porque me escruta apretando los párpados y yo me esfuerzo por no mostrar
ninguna reacción.
—Será mejor que Alex se aleje de mi hermana, Frank.
Independientemente de lo que signifique ese baile, esto termina aquí y
ahora, ¿entendido?, —insiste y no puedo evitar percibir un gesto de fastidio.
Nadie me arrincona, odio estar a la defensiva, estoy acostumbrado a
atacar y eso es lo que estoy haciendo incluso ahora.
—Muñequita, a Alex y a mí nos gustan las mujeres, las de verdad, no las
niñitas que no sabrían ni por dónde empezar. Tenemos unos gustos bastante
intensos, si sabes a lo que me refiero, y no te lo tomes a mal, pero dudo
mucho que tu hermana sea capaz de seguir el ritmo, —concluyo más
ofendido de lo que me gustaría.
Ella palidece, pero decide no responder. Afortunadamente para mí.
Al final de la canción, se libera de mi agarre sin decir nada y, para no
hacer una escena, volvemos a la mesa.
Vuelve a mirar a su alrededor y a sonreír a nuestros invitados,
ignorándome con determinación durante el resto de la velada.
No podrá ignorarme para siempre.
Vuelvo a echar una mirada furtiva a los dos bailarines y realmente no me
gusta la mirada que leo en el rostro de Alex.
Aunque no lo conociera, diría que los ya tres bailes son demasiado para
un simple gesto de caballerosidad. Es cierto que son nuestros testigos, pero
casi parece que la está reclamando, además delante de toda la organización
y nada menos que de la familia Rizzo y, no nos engañemos, Alex está
menos interesado en tener una relación sentimental que yo. Le interesa sólo
follar, sin más implicaciones. Sus palabras, no las mías.
Sin embargo, la mirada con la que clava a Mariella cuenta una historia
diferente. Se la está follando con los ojos y lo más preocupante es que ella
no parece para nada disgustada. Sus mejillas están un poco más rosadas que
de costumbre, pero no intenta bajar la mirada. ¿Has entendido, la niña
inocente?
Cuando la música termina, se alejan un paso, pero él duda un segundo de
más para dejarla ir, y yo hago una nota mental para tener una charla con mi
mejor amigo antes de que inicie una guerra entre mi mujer y yo por un puto
rollo de una noche con una niña que ni siquiera es mayor de edad.
Capítulo Trece

ISABELLA
 
Esa misma noche, cuando por fin llegamos a su ático en Pacific
Heights, la zona más exclusiva y de moda de toda la ciudad, me permití un
suspiro de alivio. Lo peor ha pasado. O al menos eso es de lo que intento
convencerme a mí misma. No puedo esperar a liberarme de estos tacones
asesinos, meterme en la ducha para quitarme las innumerables capas de
maquillaje y directamente a la cama. Sola.
Miro a mi alrededor y no puedo evitar apreciar el estilo del piso:
masculino y minimalista, pero acogedor. Los grandes ventanales del suelo
al techo ofrecen una hermosa vista de la ciudad y la cocina abierta parece
sacada de un restaurante de cinco estrellas. Confieso que no esperaba que
tuviera tanto gusto, pero Frank sigue asombrándome y al pensamiento de
quién sabe qué otras sorpresas me tiene reservadas, reprimo un escalofrío.
No sé si de miedo o de placer.
Me doy la vuelta y encuentro a Frank mirándome fijamente. Tiene una
mirada extraña, pero la desvía al instante y trato de no pensar demasiado en
ello.
La tensión entre nosotros es una extraña combinación de vergüenza y
atracción. Me gustaría no sentir nada más que hastío y resentimiento hacia
él, pero por mucho que quiera, no puedo mentirme a mí misma.
Este hombre provoca imágenes de luz roja en mi cerebro desde el primer
momento en que nuestras miradas se cruzaron. Y no es sólo su
impresionante físico, lo que me atrae como un imán es el aura que le rodea,
la máscara que lleva de forma impecable y que yo sólo tengo ganas de
arrancarle. ¿Estoy realmente preparada para descubrir lo que encontraría
bajo la máscara?
Esta pregunta es embriagadora en su peligro, y tengo la clara sensación
de que, si dejara que mi cuerpo tomara la iniciativa, me encontraría de
rodillas ante él, lista y disponible para lo que quiera hacer de mí. Estoy en
problemas.
—Ven, te voy a dar una vuelta por la casa para que empieces a orientarte.
Como puedes ver, esta es la zona de estar con el salón y la cocina abierta,
siempre abastecida por Loretta, mi criada, que viene tres veces a la semana
para hacer la compra, limpiar y preparar las comidas. Si necesitas algo en
particular, sólo tienes que dejarle una nota y ella se encargará de ello. Suelo
comer fuera los fines de semana, pero si tienes otros hábitos o quieres
organizar las cosas de otra manera, podemos hablarlo. Al final de ese
pasillo hay un baño y, enfrente, el estudio que utilizo en casa, donde suelo
reunirme con mis hombres o con nuestros colaboradores, —reflexiona un
momento antes de continuar—. Ahora que también estas tú, intentaré evitar
encontrarme con ellos aquí.   —Sin esperar respuesta, se da la vuelta y
comienza a subir una escalera—. En la planta superior hay dos baños más,
una sala multimedia, una pequeña biblioteca y cuatro dormitorios, así como
un gimnasio con sauna adjunta. En realidad, hay un gimnasio en el
condominio, pero prefiero la privacidad. Sin embargo, si te interesa, hay
una piscina climatizada en el condominio que puedes utilizar cuando
quieras. Cada vez que pongas un pie fuera del apartamento, encontrarás dos
guardias vigilando la puerta y uno de ellos te seguirá. Dondequiera que
vayas.
Me mira por encima del hombro, una mirada de aquellas que no admiten
replicas.
Aún no sabe con quién está tratando.
Recorremos todas las habitaciones de las que me habla y me quedo cada
vez más con la boca abierta ante la belleza de este apartamento. Cuando se
detiene de repente frente a la última puerta, me asomo al interior y veo el
dormitorio más grande y bonito que haya visto nunca, rodeado de ventanas
de cristal, mientras que detrás de la cama hay un armario empotrado tan
grande como la habitación que tenía en casa de mis padres, y cuando veo
que hay parte de mi ropa colgada frente a la suya, no puedo evitar fruncir el
ceño.
—¿Dormiremos en el mismo dormitorio?, —le pregunto aturdida y me
mira como si estuviera hablando un idioma desconocido para él.
—Creo que no entiendo tu pregunta,         —responde, fingiendo
indiferencia, pero a pesar de lo bien que disimula sus emociones, puedo
percibir una nota de irritación.
—Quiero decir que no creo que sea el caso que durmamos en la misma
habitación,           —insisto con firmeza, consciente de que dormir a
centímetros de él sería un suicidio para mi autocontrol. Debo mantener a
toda costa una distancia razonable entre nuestros cuerpos o correría el grave
riesgo de derretirme en un charco en el suelo—. Estamos casados, has
consolidado tu posición, tus hombres están felices y contentos y, en público,
nos comportaremos como una pareja modelo, —continúo, tratando de
mostrarme condescendiente para hacerle razonar, porque discutir no
ayudaría a mi causa—. Pero aquí dentro, en tu casa, nadie nos ve y podemos
comportarnos como queramos podemos evitarnos y dormir en nuestra
propia habitación para no estorbarnos.
—No te creerás de verdad esa estupidez que acabas de decir, ¿verdad?, —
me pregunta, arqueando las cejas. Da un paso hacia mí, pero me obligo a
quedarme quieta. Todavía hay suficiente distancia.
Puedo hacerlo, me digo a mi misma, pero suelto un profundo suspiro y
huelo su perfume, tiene un olor maravillosamente masculino y una oleada
de calor me golpea entre las piernas. Mantén la concentración, me animo,
recuperando el hilo de mi discurso.
—Bueno, hay muchas parejas casadas en la organización que duermen
por separado. No es para tanto, —insisto, pero por su mirada sé que tengo
pocas esperanzas de convencerle.
Es un intento inútil, ambos lo sabemos y mientras me doy cuenta de ello,
acepto que voy a tener sexo con este hombre, este asesino despiadado que
me ha excitado desde la primera vez que le puse los ojos encima.
¿En qué me convierte este deseo incontrolable? ¿Me convierte en una
mala persona? ¿Tan mala como él? Me da miedo, pero me gustaría
hundirme en sus ojos y aferrarme a ese maravilloso cuerpo que realmente
podría llevarme a las puertas del paraíso. Si realmente me dejara llevar, ¿me
parecería más al Boss sin escrúpulos que tengo delante? ¿O podría seguir
siendo la chica decente que creo que soy? Pero, en realidad, ¿lo soy? ¿O
estoy destinada al mal desde mi nacimiento?
Mi cabeza está llena de preguntas y la confusión debe ser visible en mi
rostro, porque su mirada se suaviza un poco. Se acerca aún más y se inclina
hacia mí, rozándome mi oreja con su boca.
—Sé que existen parejas de este tipo y no me corresponde juzgarlas. Es
su libre elección, pero nosotros dos no seremos ese tipo de pareja. Siento la
atracción entre nosotros, muñequita, y sé que tú también la sientes. Si te
metiera dos dedos en las bragas ahora mismo, estoy dispuesto a apostar que
no los sacaría secos. ¿Quieres hacer una apuesta?, —me desafía,
apartándose para poder mirarme a los ojos, y cuando permanezco en
silencio, continúa con una sonrisa de satisfacción.        —Como imaginaba.
Así que esta discusión está cerrada, —decreta y se da la vuelta para alejarse,
quitándome la posibilidad de responder. Pero, con toda honestidad, ¿qué
podría haber contestado?
Su palabra es la que cuenta y su tono fue más que definitivo. Lo único
que puedo hacer es aceptar la derrota y seguir adelante, sé que hay algunas
batallas por las que vale la pena luchar y otras no. Esta pertenece
definitivamente al segundo grupo.
  Capítulo Catorce

FRANK
 
Normalmente, soy una persona reservada y no me gusta especialmente
tener invitados en mi casa. Por eso esperaba una reacción completamente
diferente de mí mismo. Al menos al principio, esperaba una comprensible
sensación de molestia por la presencia de Isabella y, en cambio, me gusta
tenerla aquí, mirando a mi alrededor, sabiendo que sus cosas encontrarán un
lugar junto a las mías, que está aquí para quedarse.
Esta mujer tiene un efecto extraño y peligroso sobre mí: no la conozco y
ella no me conoce; sin embargo, me siento innegablemente atraído por ella
y nos entendemos con una mirada desde nuestro primer encuentro.  No
puedo negar mi curiosidad sobre lo que sucederá cuando seamos más
íntimos. Tras nuestro breve encuentro, dejo que Isabella se aclimate en su
nuevo espacio y aprovecho para encerrarme en el despacho, servirme un
whisky y hacer una rápida pero necesaria llamada telefónica si mis ojos no
me han engañado. Mejor salir de eso de una vez.
—¿Ya hay problemas en el Paraíso?,             —responde Alex al segundo
timbre.
—El problema es más bien el infierno que desatará mi mujer si se entera
de que mi Segundo ha estado tonteando con su hermana, —respondo con
brusquedad y voy directo al grano.
—Mierda, ¿por quién me tomas? Es una niña, no soy un pervertido hasta
ese punto,     —se indigna mi amigo, sonando casi ofendido. La palabra
clave es casi.
No quiero insistir, pero tengo que hacerlo. Tengo que estar absolutamente
seguro de que haya entendido que el de Mariella no es un camino viable.
—¿Estás seguro, Alex? Porque, sinceramente, vi la forma en que la
mirabas y la electricidad entre los dos era bastante obvia, incluso desde la
mesa en la que estaba sentado, —reitero.
—Hermano, vamos, nadie me conoce mejor que tú. Es una chica
interesante, lo reconozco, pero incluso dejando de lado el tema de la edad,
nunca podría follar con ella, maldición. Sabes el tipo de cosas que me gusta
hacer con una mujer, ¿de verdad crees que ella me lo permitiría?, —suspira.
¿Detecto una nota de decepción en su voz? Tal vez, sólo estoy siendo
paranoico. Y sin embargo...
—Alex... —No quiero insistir más, pero hay algo que no me cuadra.
Precisamente porque lo conozco mejor que nadie, sé lo que vi y esa chispa
en su mirada es más peligrosa que su vena letal.
—Frank, quédate tranquilo. Sé que la niña está fuera de los límites. No
sería digno de esa chica, aunque pasara lo que me queda de vida a
redimirme. Además, sabes que nunca sería capaz de tener una relación.
Dios, ella aun es virgen... —interrumpe y por el revuelo que se oye de
fondo, creo que acaba de romper algo. Le oigo inhalar bruscamente—.
No
puedo. No lo haré, tenlo por seguro, hermano, —su voz tiembla y la
vacilación en su tono es evidente.
Oh, maldita sea.
—Alex, todas las esperanzas de que yo me quedase tranquilo se han ido
por el retrete. ¿Te das cuenta de que estás delirando? ¿Qué te ha pasado?
Escúchame, hermano, entiendo que es una chica hermosa, pero por favor,
busca un par de chicas en el Stark y satisface tus perversiones con mujeres
que saben lo que quieren y cómo conseguirlo. Mujeres que pueden darte lo
que quieres de una mujer. Una mujer de verdad. Mariella no es más que una
niña. Una niña. ¿Está claro? Y ahí se acaba la discusión. Alex, dime que lo
has entendido.
—Lo entiendo. Y estoy de acuerdo. Ten la seguridad de que no voy a
estropear esto. Esa chica es demasiado inocente, nunca la habría tocado.
—Bien, hermano. Ya me siento mejor. Lo decía en serio, ve al Stark y
desahógate. Voy a consumar mi maldito matrimonio, —me río y cuelgo
escuchando su risa de fondo. Crisis matrimonial evitada.
Doy un suspiro de alivio, demasiado consciente de que el riesgo de crisis
ha existido y cómo, me dirijo al dormitorio, dispuesto a hacer mía a Isabella
de verdad y no sólo en un montón de documentos.
Sólo tengo que pensar en ella y en esas piernas de infarto para sentir una
vibración de excitación en todo mi cuerpo y ya estoy pensando en cómo
hacerla mía en todas las posiciones posibles cuando abro la puerta y la
encuentro en la cama, relajada y tranquila, sí, tan relajada y tranquila que se
ha quedado dormida. Maldición.
La observo y los rasgos relajados suavizan mucho su rostro. Es una puta
visión y tengo unas ganas increíbles de hacerla mía, pero despertarla para
follar me convertiría en un maldito a sus ojos, más de lo que ya soy. Por no
hablar de que su hastío hacia mí crecería de forma desproporcionada, y no
ayudaría a mi causa. En absoluto.
No tengo más remedio que recoger mi ego y mi dignidad y, con una
erección tan dura que resulta dolorosa, me encierro en el baño para darme
una larga ducha fría y una sesión de autoerotismo sin precedentes.
Capítulo Quince

ISABELLA
 
Al día siguiente me despierto y por un momento me cuesta darme
cuenta de dónde estoy, cuando ruedo entre las mantas me doy cuenta de que
estoy sola, aunque su lado de la cama está sin hacer, señal de que ha venido
a dormir, pero ya se ha levantado. ¿Sería demasiado esperar no cruzarme
con él en todo el día? ¿Ojalá también por los próximos días?
Dejo de lado las fantasías utópicas y me levanto para ir al baño. Mientras
me preparo, física y mentalmente, para bajar a la cocina, respiro
profundamente e intento no pensar en el hecho de que hemos compartido la
cama. No me ha tocado.
Nuestra noche de bodas y no pasó nada, lo que más me molesta es que no
sé si sentirme aliviada o molesta. ¿Qué me pasa?
Incluso debería estar agradecida y esperar que siga así, pero un remoto
rincón de mi cerebro quiere desmentirme. Le hago callar a la fuerza y
decido que mi arma será la indiferencia: fuera de esta casa, seré la esposa
perfecta, pero dentro de estas cuatro paredes, me mantendré lo más alejada
posible de él.
No quiero tener nada que ver con el despiadado asesino de la mafia con
el que me obligaron a casarme. Obligada a casarme. Obligada a casarme,
me digo de nuevo para meterlo en mi cerebro y acallar otros pensamientos
más comprometedores.
Bajo las escaleras de puntillas, queriendo hacer el menor ruido posible y
llegar ilesa a la cocina, pero mis esperanzas se desvanecen cuando veo una
mesa puesta con fruta fresca, mermelada y zumo. Saltando entre los
fogones y la encimera con la gracia de una bailarina de ballet y una
expresión relajada está una señora que tiene la edad de mi madre, pero el
triple de sus habilidades culinarias; está preparando huevos revueltos y una
tortilla, mientras corta en dados un aguacate y tocineta.
Yo ya lo habría quemado todo, pero no tuve una gran profesora, así que
no cuento. Mi nariz se ve invadida por un olorcito maravilloso y mi
estómago elige ese mismo momento para gruñir ruidosamente, hasta el
punto de que ella mira hacia arriba.
—Buenos días, Sra. Mancuso. Soy Loretta, su criada, y es un placer
conocerla. El desayuno está servido y el café llegará en un momento.
¿Quiere una tortilla, huevos revueltos o tiene alguna otra preferencia?  El
señor Mancuso, suele tomar un desayuno salado, pero he preparado la masa
para los panqueques en caso de que le gusten y, en la mesa, encontrará
mermelada de fresas y arándanos, y fruta fresca. —me explica con dulce
cortesía.
Loretta parece una persona amable, de forma genuina, lo cual es más
bien raro en nuestro entorno y, por regla general, siempre me doy cuenta
cuando alguien finge ser algo que no es. Ella es realmente atenta, y eso me
gusta.
—Por favor, Loretta, tuteémonos y llámame Isabella, no soy nada formal,
—le digo con cortesía, devolviéndole la sonrisa—. Me encantaría probar tus
panqueques y la mermelada de arándanos es mi favorita.
—Muy bien, entonces, querida Isabella, siéntate. ¿Prefieres zumo de
naranja o de piña?, —vuelve a preguntar, y me pregunto para cuántas
personas es este espectacular desayuno.
—El zumo de piña estará bien, tomaré el café más tarde, gracias. ¿Ha
desayunado ya Frank?, —pregunto, sirviéndome un vaso de zumo para
mostrar despreocupación.
Dudo en sentarme, porque prefiero no encontrarme con él. Si ya ha
desayunado, puedo tomarme mi tiempo; de lo contrario, prefiero tragarme
esta bondad rápidamente y escapar a mi habitación.
—El Sr. Mancuso estaba terminando su entrenamiento en el gimnasio. Se
unirá a ti en unos minutos, —me explica mientras bebo mi primer sorbo.
Como si lo hubiera evocado, el interpelado hace su entrada en la cocina
con los pantalones de deporte caídos indecentemente por sus caderas,
dejando la V de sus abdominales a la vista.
No me da tiempo a admirar la musculosa definición de su abdomen que
el zumo decide bajar a mi garganta y empiezo a escupir avergonzada para
no morir ahogada en el lugar, haciendo un completo ridículo.
Impasible, él levanta lentamente su gélida mirada sobre mí, recorriendo
mi cuerpo desde mis pies descalzos hasta mi despeinado cabello,
deteniéndose con especial atención en mi ridículo pijama de verano rosado
caramelo, con estampados de galletas de chocolate.  Ojalá el suelo se
abriera y me tragara. Dios, por favor, explícame por qué dotar con un
cuerpo tan malditamente atractivo a un tipo cuya profesión es ser Boss de
la mafia.
Antes de que pueda recomponerme y recordar cómo formular una frase
con sentido, Loretta llega a rescatarme con un plato rebosante de panquecas
recién hechas.
—Las panquecas están listas, Isabella. Pero, ¿qué haces todavía
levantada? Toma asiento, vamos, te traeré también un poco de jarabe de
arce, —me insta, antes de dirigirse a su jefe con total indiferencia, como si
no anduviera por la casa semidesnudo—. Sr. Mancuso, ¿quiere una taza de
café? Está recién hecho, —le pregunta, dedicándole una sonrisa casi
maternal que me hace poner los ojos en blanco.
Sin detenerse ya en el análisis de mi cuerpo, Frank desplaza su mirada
hacia la criada y le sonríe, perdiendo su mirada parte de su hielo habitual.
—Una taza grande, gracias. Y también quiero unos huevos revueltos con
tocineta, por favor, —añade antes de unirse a mí en la mesa.
Mientras me limpio el jugo del pijama, mantengo la mirada fija en las
panquecas y sólo me atrevo a desplazarla hacia el tarro de mermelada. No
podría mirarle ahora, soy demasiado consciente de su cuerpo, y del mío
propio, mientras aprieto un poco los muslos, sintiendo un calor que se
extiende por mi vientre. Maldita sea, ¿te parece apropiado excitarte tanto
sólo por él?
—Buenos días, esposa. ¿Has dormido bien en tu nueva cama?, —me
pregunta, volviéndose finalmente hacia mí. No se me escapó el tono de
satisfacción de su voz.
—Sí, —murmuro de mala gana, sin encontrar su mirada. Espero que
capte la indirecta y me deje en paz. Lo único que obtendrá de mí es
indiferencia pura y simple. Puedes hacerlo, Isa, me insisto, pero mi
esperanza parece vana.
—Oh, ya veo. ¿No eres una persona madrugadora?, —insiste, mientras
Loretta le pone una taza de café aún humeante y un plato lleno de huevos y
tocineta.
—No, —respondo con otro monosílabo, antes de dar un generoso
mordisco a un par de panquecas rellenas de mermelada de arándanos y se
me escapa un gemido de placer—. Mmm.
—Oh, muñequita, —comenta, antes de bajar la voz para que sólo yo
pueda oírle—. La próxima vez que escuche ese sonido, estaré yo en tu boca.
Casi me atraganto también con mi panqueca, y no puedo evitar que mi
mirada se desvíe hacia la suya, y ahí se acaba todo.
Porque en sus ojos leo todo lo que quiere hacerme, todo lo que quiero
que me haga. Dios, dame la fuerza para resistir esta tentación andante.
No importa lo mucho que me sienta atraída por él, porque no quiero
ceder, no puedo hacerlo.  La única razón por la que estoy aquí es porque
Frank necesita una esposa y para él una mujer es igual que otra.
Maldita sea, incluso se habría casado con una chica como Mariella si yo
no hubiera intervenido. De mí, de lo que quiero, de lo que siento, no podría
importarle menos. Pero como buen macho alfa, no quiere perder la
oportunidad de tener algo de sexo. Pensará que es un hecho ya que estamos
legalmente casados y compartimos cama, pero no tengo intención de
ponérselo fácil.
Habiendo terminado las panquecas y el zumo, no me digno a contestarle,
hasta que me pongo en pie y, sin dejar de mirarle a los ojos, me dirijo a
Loretta. —Gracias por este maravilloso desayuno, Loretta. Todo estaba
realmente delicioso, dudo que algo más podría comparársele.
Y sin darle la oportunidad de responder, huyo al dormitorio con la
esperanza de que no venga buscarme para refutar mi afirmación.
Capítulo Dieciséis

FRANK
 
Estoy hechizado por su belleza. Una belleza natural, perturbadora e
innegable, aunque de alguna manera intente disimularla, ocultándola bajo
un gracioso pijama de algodón.
Tal vez tenga miedo de que yo vea sólo eso en ella, pero la verdad es que
sé que hay mucho más: es inteligente, ingeniosa, protectora de las personas
que quiere y, estoy más que seguro, también puede ser muy dulce cuando
quiere.
Era evidente en la forma en que su hermana pequeña la miraba con
admiración y cariño durante las celebraciones de la boda. Nadie te miraría
así si fueras una bruja de manera permanente, ¿verdad?
No es que fuera así con todo el mundo, había oído cómo se había dirigido
a Loretta, era un trato especial reservado a su servidor, pero lo habría
remediado.
Cada vez que pensaba en esa mujer, no podía evitar sonreír. Soy un tipo
racional y, en resumidas cuentas, no podría haber deseado nada más de mi
compañera de vida y, seamos sinceros, ¿a quién le importa que no sea
virgen? A mí desde luego no, porque no me sirve una mujer que no tiene ni
idea de lo que hay que hacer entre las sábanas.
Y habría encontrado la manera de reprimir ese inexplicable impulso de
encontrar a todos los desgraciados que se habían metido entre las piernas de
mi mujer y hacerlos pedazos antes de arrojarlos al Océano.
La deseo, mucho a juzgar por la marmórea erección en mis pantalones.
Pero necesito que me ceda el control.
Si cree que puede ganar esta batalla de indiferencia conmigo, aún no ha
entendido con quién está jugando. Pero disfrutaré dejando que lo descubra.
Pronto, muy pronto. Oh sí, mi mujer cree que puede ignorarme sin
consecuencias. Verá que las cosas son muy diferentes y sufrirá las
consecuencias de sus actos.
He sido paciente, anoche incluso la dejé dormir, no porque no quisiera su
fabuloso cuerpo, sino que estaba agobiada por los cambios en su vida y las
emociones que había visto en su rostro durante todo el día.
La he observado cada vez que miraba hacia otro lado; me atrae, y no sólo
a nivel físico. Estoy atraído por su sagacidad, por la inteligencia que
acompaña a su sublime belleza.
Sin embargo, he tenido cuidado de que nadie me descubra, porque es
fundamental que nadie entienda el efecto que realmente tiene en mí.
Todavía no lo he entendido del todo y no quiero que sea etiquetado como
debilidad.
—Es una chica muy hermosa, su espíritu es fuerte y su corazón es bueno,
—me devuelve de repente al presente Loretta, de la que me había olvidado
por completo, perdido en mis reflexiones sobre Isabella. Concéntrate,
maldita sea.
—Sí, por supuesto. Fue seleccionada cuidadosamente por mi madre, —
respondo sin darle importancia, pero oigo claramente un pequeño resoplido
detrás de mí, aunque cuando me vuelvo, la expresión de Loretta es
inescrutable.
—Tengo mis dudas de que su madre hubiera elegido a una chica así. No
me malinterprete, estoy seguro de que no podría haberlo hecho mejor, Sr.
Mancuso. Pero Isabella no es una esposa trofeo, si sabe lo que quiero decir.
Como he dicho, tiene un espíritu fuerte e indomable. No me cabe duda de
que será interesante veros interactuar como marido y mujer, —concluye con
una sonrisa enigmática que no acabo de entender.
Conozco a Loretta desde hace años, desde que decidí mudarme por mi
cuenta porque vivir con mis padres era demasiado sofocante y necesitaba
mi propio espacio. Siempre ha sido paciente conmigo, pero nunca se echó
para atrás cuando tenía algo que decir. No es de extrañar que le guste
Isabella, son dos mujeres tranquilas, pero también pueden ser ferozmente
decididas.
—Sí, —confirmo—. No me cabe duda de que será interesante interactuar,
de hecho, si me disculpas, creo que voy a empezar ahora mismo, —digo
levantándome, ahora que mi erección está controlada, y he comenzado a
elaborar un plan para atraer a Isabella a mi trampa.
Es un riesgo soy consciente, pero si no he malinterpretado las señales y si
entiendo al menos un poco cómo piensa ella, podría funcionar.
Entonces, si los buenos modales no funcionaron, tal vez los malos
funcionen mejor.
Capítulo Diecisiete

ISABELLA
 
He venido a refugiarme en mi habitación, porque "esconderse" es
demasiado cobarde para mi gusto.  El punto es que tengo que mantenerme
alejada de él, no tengo otra alternativa si quiero sobrevivir a este
matrimonio. Tengo que aferrarme a los aspectos que me hacen odiar a
Frank, de lo contrario no puedo ni pensar en lo que podría pasar, en lo que
podría hacerme, en lo que podría permitirle que me hiciera.
Y entonces estaría perdida. Él no. Se casó conmigo porque necesitaba
una consorte que tranquilizara a los Hombres de Honor de antaño, porque
su nuevo Boss entiende perfectamente el valor del vínculo familiar, porque
es lo que los mantiene unidos, lo que hace que todos luchen juntos por el
mismo objetivo.
Siempre tengo que tener en cuenta que él y yo no estamos en el mismo
barco, no tenemos las mismas sensaciones, no compartimos las mismas
emociones. Por mucho que me mate, tengo que resistirme a él, con todas
mis fuerzas.
Estoy tan absorta en mis reflexiones que casi no me doy cuenta de su
risita de fondo, pero cuando vuelvo a escucharla, agudizo el oído e intento
captar con quién está hablando.
Desde la esquina del vestidor es prácticamente imposible lograr escuchar
lo que dice, así que decido aventurarme fuera mientras pienso en una
excusa para pasearme por la casa. Bueno, he estado aquí menos de
veinticuatro horas, creo que es más que legítimo.
Salgo del dormitorio en un soplo, he tenido la previsión de ponerme una
sudadera holgada y cómoda que no dé lugar a pensamientos impuros, pero
entonces lo oigo reír de nuevo y no pierdo el tiempo con mi ropa interior.
La risa de Frank es casi como un hechizo: es profunda y sale del pecho,
reverbera en la garganta y te dan ganas de reír. Es una risa que te contagia
como si fuera un bostezo, y al mismo tiempo te excita.
No sé, quizá esto último sea un efecto sólo para mí, o al menos eso
espero, ya que ese sonido celestial resuena hasta llegar justo entre mis
piernas.
Al final del pasillo, en lo que debe ser la biblioteca, su voz se vuelve más
clara y me doy cuenta de que está hablando por teléfono.
Normalmente no soy de las que se entrometen, y desde luego no escucho
las llamadas de los demás, pero no logro evitar la curiosidad de saber quién
puede hacerlo reír así.
Si fuera una mujer, me volvería loca de celos. ¡Pero celos de qué?
Recuerda cómo y por qué llegaste aquí, ¡maldita sea!
A estas alturas, el duelo entre el cerebro y el cuerpo se ha vuelto
constante, y no podría apostar por quién ganará. Saldré destruida, sea cual
sea el veredicto.
—...Tal vez más tarde —le oigo decir y doy otro paso adelante, a estas
alturas estoy casi pegada a la puerta entreabierta, tengo que tener cuidado
de no soltar ni una sola respiración—. Amigo, ¿desde cuándo mi resistencia
está en duda? Por mi parte, puedes preparar a Kat y a un par de chicas más,
quizás entre las nuevas, para que podamos probarlas, ¿qué dices? Vamos,
que podemos complacerlas a todas, —le oigo decir con sorna y al mismo
tiempo siento que la sangre empieza a bombear más rápido en mis venas.
Saber que los Hombres de Honor de la organización gozan de libertades
especiales a pesar de estar casados es una cosa, y darse cuenta de que mi
marido está haciendo arreglos con alguien para ir a divertirse a mis espaldas
es una historia malditamente diferente.
Demonios, debería estar saltando de alegría por el hecho de que esté
buscando un desahogo fuera de casa en lugar de venir por mí. Pero
entonces, ¿por qué me molesta tanto? ¿Por qué se me ha hundido el
estómago hasta los pies?
Mientras tanto, su llamada telefónica continúa y mi cerebro se divide en
dos mitades: una parte, la que sabe lo importante que es la auto
conservación, quiere cerrarlo todo, fingir que no ha oído nunca nada de
esto, taparse los oídos y no escuchar más, permaneciendo ajena a sus
intenciones.
La otra, una pequeña y maldita sádica, quiere escuchar hasta el último
detalle de lo que les hará a esas chicas. No hace falta decir que este última
tiene la ventaja.
—Espero que las chicas no hayan trabajado demasiado esta noche, no
puedo esperar a hundirme entre sus muslos y golpearlos con fuerza.
Realmente creo que voy a dejar que la nueva me la chupe mientras Kat me
chupa las pelotas. ¿Y tú qué tal? Mientras tanto, ¿te vas a ocupar de la boca
de Jessica o te vas a follar a Kat por detrás?, —sigue diciendo con sorna
como si esto fuera divertido y no una abominable traición.
Maldición.  Acepté este matrimonio contra mi voluntad, un matrimonio
que sirve a su posición social dentro de la organización. Me casé con este
hombre y él se casó conmigo, por el amor de Dios, no tengo intención de
dejar que me engañe.
Y no se trata de la atracción que siento hacia él, sino del simple respeto
matrimonial. Me lo debe, maldita sea. Y pienso exigirlo.
Sin más preámbulos, abro la puerta de golpe contra la pared y encuentro
a mi marido con el teléfono en la mano, bien cómodo en uno de los sillones,
una parte de mi cerebro registra una pequeña pero magnífica biblioteca,
pero no es el momento de la distracción, es el momento de la batalla.
Este hombre debe tener una sangre fría envidiable, porque ni siquiera se
inmuta ante mi entrada, saluda rápidamente a su interlocutor y deja el
teléfono en la mesita que tiene delante. Todo con una lentitud alucinante.
Todo ello sin apartar sus ojos de los míos. Dios, podría ponerme de rodillas
con esa mirada. Literalmente.
Aprieto los dientes y me centro en el objetivo, tengo que usar un tono
distante para que no se dé cuenta de lo mucho que me ha molestado esa
maldita llamada. Respira, Isa.
—Joder, que vas a ir donde quiera que tu tengas intención de ir a hacer
todas esas cosas asquerosas que te escuchado decir, maldito, —y nada, la
diplomacia no es lo mío. De hecho, a estas alturas soy un torrente furioso y,
sin pensar en las posibles consecuencias de mis palabras, continúo
implacable—. Puedes olvidarte de todas las Kat, las Jessica o cómo diablos
sea que se llamen. Puedes olvidarte de las orgías con tus amigos, ¿te queda
claro? No voy a sentarme en casa y ser una esposa adorable mientras tú me
faltas el respeto de esta manera. De lo contrario, seamos claros, hemos
terminado. De hecho, ¿sabes qué? Puedes irte a la mierda donde quieras,
porque quiero el divorcio. Ahora.
Una vez más, sin darle tiempo a responder, giro sobre mis tacones y huyo
hacia el vestidor en busca de refugio, aunque sé que esta vez no servirá de
mucho.
Capítulo Dieciocho

FRANK
 
Si pudieran venir por la espalda tomándome por sorpresa, hace tiempo
que estaría muerto dado el mundo en el que vivo. Por eso sentí los
movimientos de Isabella desde el momento en que salió de nuestro
dormitorio, y no hice nada en absoluto para hacerle saber que la había
escuchado.
Quería que escuchara la llamada telefónica con Alex, quería provocar
una reacción en ella, y si su arrebato es una indicación, diría que lo he
conseguido a lo grande.
Ahora sólo queda hacerla capitular y tengo toda la intención de hacerlo
cuando entre en el dormitorio.
Se ha refugiado en el vestidor, pero si cree que voy a dejarle una vía de
escape, es que aún no se ha dado cuenta de con quién está tratando.
Estoy preparado para un enfrentamiento, tengo que hacerla ceder a esta
innegable atracción entre nosotros, que vi claramente en sus ojos y en el
rubor de sus mejillas mientras arremetía contra mí. Me encantan las garras
de mi muñequita. Mi mujer es una puta tigresa, y me divierto mucho
erizando su pelo.
Dejo de lado toda reflexión y vuelvo a concentrarme en el presente,
pues es el momento de hacer cuentas.
—Ahí está el fuego que veo dentro de ti, muñequita. —Me meto en el
armario y me acerco a ella hasta que puedo tomar su barbilla entre mis
dedos—. No te escondas de mí, es inútil, porque te veo. Veo tu fuego,
incluso me gusta incitarlo, porque lo encuentro estimulante, pero nunca
confundas eso con tolerancia. El divorcio entre nosotros es una blasfemia
que no quiero volver a oírte pronunciar. Te comportarás como una buena
esposa y cumplirás tu papel a la perfección. Serás una consorte obediente o,
tenlo por seguro, habrá consecuencias desagradables que afrontar.
—Vete a la mierda, no voy a ser una esclava obediente, ni un perrito
faldero bien entrenado. Por lo que a mí respecta, después de toda la
porquería que acabo de escuchar, puedes irte a la mierda, —silba contra mi
boca. Sigue furiosa y sus ojos brillan de rabia, es hermosa y me deja sin
aliento.
Hombres que la doblan en tamaño no se atreverían a dirigirse a mí así ni
a lanzarme esas miradas ardientes con las que transmite perfectamente las
ganas que tiene de darme una patada en las partes bajas, pero Isa es
diferente a cualquiera que yo haya conocido nunca y esto me desconcierta y
desestabiliza.
Quisiera encerrar todas estas sensaciones en un cajón de mi mente y
seguir adelante, pero siempre he sido un tipo racional y sé que la
información representa poder.
Por eso, analizar mi reacción y todo lo que despierta en mí, conocer y,
sobre todo, ser plenamente consciente del efecto que produce en mí, podría
ser la clave para no convertirme en su esclavo, porque si de algo estoy
malditamente seguro es que si mis enemigos supieran que Isa no es una
simple esposa de fachada, le pondrían una diana del tamaño del puto
Golden Gate, y eso no puedo permitírmelo de ni ninguna manera.
—Oh, muñequita, ¿realmente quieres verme enfadado? Siempre que te
dirijas a mí, lo harás de forma respetuosa y nunca, jamás, me hablarás así
delante de nadie o me obligarás a hacerte daño de verdad; en cuando
estemos a solas, por otra parte, puedes hacerlo si quieres. —Pero, ten en
cuenta que después tendré unas ganas incontrolables de follarte como un
animal y no podrás detenerme —le digo, apretándome contra ella para que
tenga claro cuánto me excita su rebeldía, su espíritu de lucha.
Inhala bruscamente y por instinto frota los muslos, estamos tan cerca que
no puede ocultar la reacción de su cuerpo: las fosas nasales que tiemblan,
las pupilas que se dilatan, y siento otro espasmo que contrae mi erección.
Disimulo una sonrisa, porque es cierto que me excita hacerla enojar, pero
no quiero que piense que me burlo de ella sólo para provocarla.
Quiero que ceda, quiero que se dé cuenta de que está excitada y que se
deje llevar. Tendré que luchar para llegar a mi objetivo, pero ¿no es ese el
puto sentido de la vida?
Puedo ver las emociones luchando en sus ojos, está tratando de recuperar
el control, de calmarse y tomar las distancias, pero no se lo permitiré.
Levanto una mano y le paso un mechón rebelde por detrás de la oreja,
luego me entretengo con las yemas de los dedos justo debajo del lóbulo y
me inclino para salvar los veinte centímetros que nos separan.
—¿Quieres verme rudo y violento? ¿O prefieres que sea lento y suave?
Puede ser como tú quieras, lo sabes, no tienes más que pedirlo. Deja de
luchar contra mí. Sólo saldremos muertos de este matrimonio, así que ¿por
qué no divertirnos un poco? Puedo hacerte sentir bien y estoy seguro de que
tú puedes hacer lo mismo por mí, muñequita.
Cada vez que la llamo muñequita se pone rígida, odia ese apodo, pero
poco sabe que ha adquirido un significado totalmente nuevo para mí. Ella es
mía para mimarla, para follarla hasta que quede inconsciente, para
protegerla incluso a costa de mi propia vida.
—Deja de llamarme así, lo odio, ya lo sabes, —replica, pero estamos tan
cerca que siento sus pezones hincharse contra mi pecho y, automáticamente,
me humedezco los labios.
Ella sigue ese movimiento y abre ligeramente los suyos, Dios, no se da
cuenta del efecto que produce en mí. Y menos mal, porque si no se daría
cuenta del poder que tiene sobre mí, y sería mi perdición.
Capítulo Diecinueve

ISABELLA
 
No puede tener este efecto en mí.
Básicamente, me obligaron a aceptar este matrimonio, y no puedo
permitirme sentir nada más que desprecio e indiferencia hacia él.
Entonces, ¿qué es esta sensación en la boca del estómago cada vez que
me mira? ¿Cada vez que pretende rozarme casualmente? No puedo
sentirme atraída por él. Simplemente no puedo. No importa lo fuerte que
sea la atracción entre nosotros.
Quiero, tengo que, mantener mi posición y asegurarme de que no me
afecte.
Este hombre podría destruirme con un chasquido de dedos; sin embargo,
sigo aun aquí, inmóvil con su erección contra mi vientre, dividida entre el
impulso de resistir y el de derretirme contra él.
Cuando se humedece los labios, sigo el camino de su lengua y una
sacudida hirviente recorre mis venas por el irrefrenable deseo de pasar mi
lengua por esos labios perfectos y que prometen pecados.
Me gustaría aliviar la tensión que siento entre mis piernas, pero al
moverme, me froto contra su erección y él gime y se empuja aún más contra
mí.
Ese sonido, ese movimiento, este hombre. ¿Qué es lo que me hace?
Pierdo todo contacto con la realidad, con la racionalidad, con la voluntad
de rebelarme, y me rindo.
Cierro los ojos y espero. Espero a que su boca se estrelle contra la mía y,
cuando sucede, empiezo a respirar de nuevo. Este hombre me vuelve loca,
me asusta y me embriaga. Lo odio, pero no puedo alejarme de él y la sola
idea de que se acueste con otra mujer me pone violenta e irracional. ¿Por
qué demonios me estoy comportando así? Este es un matrimonio falso.
No tengo el valor de refutar esta creencia, porque saldría destruida. No
puedo doblegarme a las sensaciones que me provoca.
Lo que estamos intercambiando no es un beso, es su forma de
reclamarme, su forma de hacerme saber que le pertenezco en cuerpo y
alma. Y, que Dios me perdone, eso también me excita.
Creía que sabía algo de besos, pero nunca nadie me había besado así,
como si me estuviera saboreando, como si me poseyera, reclamándome en
un duelo de lenguas. Siento que mi autocontrol flaquea bajo su
determinación.
—Quiero probarte, muñequita, —me dice y, antes de que pueda
comprender el significado de sus palabras, se arrodilla frente a mí hasta que
su boca queda a la altura de mi sexo, que percibo húmedo por las ganas que
siento por él.
Con un golpecito en la parte interior de mi muslo, me hace abrir un poco
las piernas y llevando una mano detrás de mi rodilla izquierda, acomoda mi
pierna sobre su hombro e inhala bruscamente cuando se da cuenta que no
llevo lencería.
—Jesús, Isa, ¿tratas de matarme?, —sisea, encontrando mi mirada, pero
estoy demasiado perdida en el deseo para una réplica coherente—. No veo
la hora de descubrir a qué sabes, —susurra con una voz ronca por el deseo,
poco después me roza el clítoris con la punta de su lengua, y a mí me parece
ver las estrellas.
Justo aquí, en el vestidor. Ahora mismo, mientras su lengua se pierde en
los pliegues húmedos de mi sexo, desciende hacia abajo, entre mis labios
íntimos y me penetra lentamente, y creo que hoy moriré. De hecho no creo,
estoy segura de ello.
Su boca hace el recorrido hacia atrás hasta rodear mi clítoris con sus
labios para chuparlo lentamente, luego con más fuerza, casi rozando el
dolor, pero es un dolor que se transforma en sublime placer.
Inclino la cabeza hacia atrás y gimo mientras empujo mis caderas hacia
delante, quiero más, lo quiero todo. Y me satisface chupando, lamiendo,
excitándome, hasta que siento que el placer deslizándose por mi muslo y el
calor llenándome el vientre.
No contento, me penetra primero con un dedo, luego con dos, y cuando
le cabalgo los dedos en señal de placer, introduce un tercero y me muerde el
clítoris.
—Sabes a miel y canela, dulce pero firme. Córrete en mi lengua,
muñequita, dame todo tu placer, —sus palabras me abrazan y me excitan,
me envían al paraíso mientras un fuego infernal estalla en mi interior y
pierdo la cabeza por completo, viniéndome con fuerza sobre su lengua, que
sigue lamiendo y chupando mi orgasmo.
Siento que a mis piernas le fallan las fuerzas, pero él me sostiene con su
mano libre y me relajo por completo, porque sé, no sé cómo, que no me
dejará caer.
Cuando vuelvo en mí, se pone en pie lentamente y tiene una mirada tan
voraz que me asustaría si tuviera tiempo, pero se abalanza sobre mi boca y
la reclama con fuerza, determinación, sensualidad y poder.
Siento mi sabor en la lengua, algo que pensé que me disgustaría; en
cambio, despierta mi excitación y respondo al beso con todo lo que tengo.
Retrocedemos hacia la cama y cuando caigo de espaldas sobre ella, él me
mira y en su mirada veo algo que no puedo definir, parece admiración, pero
no estoy segura.
De lo que estoy segura es de que yo estoy en plena excitación, pero él
parece tranquilo de una manera casi inquietante. Se toma todo el tiempo del
mundo para explorarme, tocarme, descubrir cada centímetro de mi cuerpo,
y estoy casi segura de que estoy a punto de incendiarme.
Es demasiado, no es suficiente, pero eso es todo.
Mi mente está fuera de control, mi cuerpo sólo lo percibe a él. Cuando
vuelve a encontrar mis labios, respondo al beso con la misma intensidad,
con la misma voracidad, como si respirar dependiera de él y de su cuerpo
contra el mío: lo quiero dentro de mí, quiero estar dentro de él, necesito que
me tome y me dé todo.
Es una sensación tan extraña que me siento confundida y trastornada,
pero al mismo tiempo no puedo evitarlo.
Parece entender que estoy perdiendo la cabeza, porque con un rápido
movimiento se desplaza sobre mí y me penetra con un firme empujón que
me hace temblar desde la punta de los dedos de los pies hasta la punta del
pelo. Me llena y vacía mi mente: este hombre, mi marido, es espectacular y
su cuerpo es divino. Este es el último pensamiento coherente que formulo,
antes de perderme en el placer y el disfrute.
Capítulo Veinte

FRANK
 
Me introduzco en ella lo más suavemente que puedo, un centímetro
cada vez, quiero que me sienta, quiero que me acoja hasta el fondo, porque
se ha metido en mi piel y lo ha hecho sin pedir permiso, lo ha hecho desde
el primer día, con ese maldito vestidito negro y esos ojos que me incendian
y me hacen sentir vivo. Estoy jodido, maldición.
Cuando estoy completamente dentro de ella, sucede algo que no creía
posible. Mi oscuridad se aplaca, esa vibración de violencia que siento
constantemente en mi interior se enmudece y sólo queda el silencio,
nuestras carnes se funden, nuestras respiraciones chocan y su alma se
refleja en esos hermosos ojos verdes que me arrebatan la razón en cada
mirada.
Apenas puedo creer que ella esté debajo de mí, tan hermosa, tan perdida
en el placer. Y yo también me pierdo, me pierdo y me encuentro dentro de
esta maravillosa mujer que en parte me odia y en parte se excita al
provocarme, al hacerme enojar.
Pero de ninguna manera le digo el efecto que me hace. Ya estoy en
desventaja y si le dijera tal cosa, sería como si le entregara mis pelotas en
una puta bandeja de plata.
Vuelvo a deslizarme dentro de ella, mientras rodea mi cintura con sus
piernas y, con cada empujón, sus magníficas tetas rebotan hacia arriba y
hacia abajo, sus rosados pezones están hinchados y deliciosos. Dios, podría
correrme ahora mismo si fuera un adolescente cachondo de dieciséis años.
Su coño es un paraíso caliente y estrecho que me envuelve y aprieta, y
pierdo los sentidos. Soy un animal hambriento, que ansía el éxtasis de su
pareja y lo persigue como una misión.
La oigo gemir y mi pene se hincha de placer. Empiezo a empujar más
rápido, más fuerte, hasta que su cara se queda paralizada de placer y quiero
que pierda la cabeza tanto como yo.
—Dime, muñequita. Dime qué necesitas.
El diminutivo cariñoso hace que se ponga rígida como siempre. Y así lo
hace cada parte de su cuerpo, las paredes de su sexo se contraen en un
espasmo que aprieta mi miembro sin piedad y mientras me hundo en ella
gimiendo, ella hunde sus uñas en mi espalda en cortos jadeos.
Nuestras miradas se encuentran, se enganchan y no se vuelven a soltar
más.
—Dímelo, —insisto implacablemente.
Es una batalla de voluntades, de control que ella no quiere cederme, pero
que yo necesito visceralmente. Necesito que confíe en mí lo suficiente
como para dejarme el control total. El silencio se alarga, pero la habitación
se llena de los sonidos de nuestros cuerpos luchando, uniéndose, peleando,
buscándose, mientras ella levanta las caderas y se acerca a mis empujones.
Ella lo desea, tanto como yo, pero por un momento temo que se niegue a
admitirlo.
—Fóllame, Frank, —dice decidida, sometiéndose por fin al deseo y la
lujuria, sigue mirándome a los ojos mientras los entrecierra un poco y
concluye: fuerte
Y ese es mi fin. Ella me cede el control y   me vuelvo prisionero de mis
necesidades más básicas y alcanzo un ritmo frenético, la lujuria que me
posee me abruma, me sintoniza con su respiración, con sus gemidos y con
los espasmos de su vagina y, cuando se viene, sólo me hacen falta un par de
empujones más para sentir la familiar tensión en la base de la espalda y
alcanzarla en ese éxtasis de placer, llenándola con mi semilla, marcándola
como mía. Mía, carajo.
Cuando vuelvo a la Tierra y mi visión se despeja de la bruma del placer,
encuentro a Isa relajada debajo de mí, con una sonrisa de satisfacción en los
labios.
Me alejo para liberarla de mi peso, aun buscando la lucidez, la veo cerrar
las piernas, pero no me pierdo la magnífica visión de mi placer que le
escurre de sus labios íntimos, un movimiento que contemplo sin reparo y
casi quiero golpearme el pecho como un cavernícola, pero me contengo.
Con dificultad, pero me contengo.
Desplazo mi mirada hacia sus ojos y veo que se sonroja.
—No me digas que ahora te harás la tímida, —me rio socarronamente,
saliendo de la cama para tomar un par de toallas limpias en el baño
contiguo.
—¡Quién, yo, vamos!, —exclama, pero cuando vuelvo la encuentro bajo
las sábanas.
Le sonrío y ella baja la mirada. ¿He dicho ya que es hermosa? Cuando es
tan dócil, me vuelve loco. Aunque, quizás, la prefiero cuando me desafía.
 Estoy perdido.
Capítulo Veintiuno

ISABELLA
 
¿Conoces el viejo consejo de la abuela de no irse a la cama enfadados?
Bueno, desde que Frank y yo hicimos el amor hace una semana… sexo,
quise decir sexo, la vida de pareja se ha vuelto agradable y relajada.
El hombre sabe muy bien cómo tocarme para hacerme arcilla en sus
manos y cada noche persigue mi placer como si fuera su única misión en la
vida, haciendo que me duerma saciada y satisfecha cada vez.
Esta mañana me he despertado con Frank dejándome suaves besos en los
hombros y en la espalda y después de un saludable sexo matutino, - su
definición, no la mía, - me ha propuesto ir de compras con uno de los
guardias.
Antes de irnos, se acercó a saludarme y me entregó su tarjeta de crédito.
—Diviértete, pero Mike será tu escolta,     —me guiñó un ojo y, acallando
mis protestas con un rápido beso en los labios, salió de la casa con dos
escoltas.
Miré lo que tenía en mis manos. Una Black American Express. ¡Oh,
Dios! ¿Se ha vuelto loco?
Podría haberme divertido de verdad y, aunque no soy una adicta a las
compras, con tal de salir de casa, me habría conformado.
No pierdo tiempo y llamo a Mariella para advertirle que se prepare para
un día de compras desenfrenado.
Estoy segura de que sola en la casa de nuestros padres se está volviendo
loca y, de hecho, a Mike ni siquiera le da tiempo a aparcar delante de la casa
de mis padres, veinte minutos después de llamarla Mariella sale disparada,
como si tuviera al diablo pisándole los talones.
Entra en el coche y me dedica una sonrisa entre entusiasta y exasperada,
y sospecho que sé sin duda quién la ha provocado.
—Dios, gracias por llamarme. No podía soportarlos más, —confirma mi
hermana, resoplando mientras Mike se incorpora al tráfico.
—Vamos, no pueden estar todavía respirando en tu cuello. Me casé con el
Boss, ellos han ascendido en la jerarquía de la organización, demonios,
deberían estar en éxtasis post-orgásmico.
—Eww... qué imagen tan terrible me acabas de proporcionar, hermana.
No es que sepa lo que se siente en el éxtasis post-orgásmico, ya que mis
padres siguen manteniéndome bajo una campana de cristal mientras mi
hermana, que no tiene ni 20 años, tiene sexo como una loca. —Se ríe
mientras yo me ruborizo—. En fin, ahora están convencidos de que también
me van a emparejar con un buen partido, según palabras de mamá, y papá
incluso ha propuesto a Armando, el hijo del tesorero, ¿lo conoces?, —me
pregunta con expresión de horror.
Casi me ahogo cuando me doy cuenta de a quién se refiere exactamente.
—Oh Señor, ¿te refieres al Sr. Ciento Cincuenta Libras de Sudor? —le
pregunto en confirmación usando el apodo de mi amigo de la escuela
secundaria que comía siempre, y quiero decir literalmente siempre, y rara
vez se lavaba, él decía que lavarse no era una necesidad primaria y le
quitaba tiempo a la necesidad humana básica, y sí, estoy hablando de la
comida—. Por cierto, no quiero darte falsas esperanzas, pero realmente no
creo que tenga la más mínima intención de casarse: es tan feliz en casa de
su madre que el fin de semana le prepara solo para él seis bandejas de
parmesana, —intento tranquilizar a mi hermana, que pone los ojos en
blanco.
—Señora Mancuso, hemos llegado, —nos advierte Mike desde el asiento
del conductor.
Miro por la ventana y me doy cuenta de que estamos cerca de Union
Square, el mejor lugar de la ciudad para comprar, especialmente con la
tarjeta de crédito de otra persona.
—Gracias Mike, pero la señora Mancuso es la madre de Frank. Por favor,
llámame Isabella, —le pido, dirigiéndole una sonrisa a través del espejo
retrovisor.
—Por supuesto, señora Isabella, —replica arrancándome un lamento.
—No, no. Por el amor de Dios, tengo 19 años. Trátame de tú, ¿de
acuerdo?
—Tengo que preguntarle al Boss, señora. Si me dan permiso, estaré
encantado de hacer lo que se me pide, —responde, redactando
cuidadosamente la frase sin darme ni un "tu" ni un "usted".
—De acuerdo, yo también hablaré con Frank. Ya me parece demasiado
andar con un guardaespaldas, ni siquiera si fuera una estrella de cine, —
comento con una pizca de amargura por esa restricción de mi libertad,
aunque sé muy bien por qué tengo que andar con escolta. Sin embargo, esto
no significa que no vaya en contra de todos mis instintos.
Salgo del coche junto con Mariella, mientras Mike comprueba muy
discretamente los alrededores, caminando un par de pasos por delante de
nosotros.
Antes de que se me olvide, abro la aplicación de mensajería y escribo un
breve mensaje a Frank.

Isabella: Acepté salir con Mike, pero me gustaría que me llamara


Isabella, no Sra. Mancuso.

Su respuesta no tarda en llegar.

Frank: Me parece bien, Sra. Mancuso. Mierda, ¿puedo llamarte así


también esta noche cuando estés encima de mí?

Isabella: Espero que cuando lo hagas, visualices a tu madre montando tu


polla.

Le respondo amargamente.

Frank: ¡Eso es asqueroso! Ya está, ahora me va a costar mucho tener una


erección con esa imagen en la cabeza.
No puedo evitar soltar una risita cuando leo su respuesta, pero la risita se
convierte en una sonrisa traviesa en cuanto me doy cuenta de que me ha
ofrecido la herramienta perfecta para convencerle.

Isabella: Si Mike me tutea y me llama Isabella, yo me encargaré de que


tengas una erección inolvidable.

Lo tiento agregando el emoji del guiño y lo envío, apartando el teléfono y


dejándolo cocinar en su caldo.
Tomo a mi hermana del brazo, ignorando su sonrisita de satisfacción, y
nos dirigimos hacia la calle Stockton. Tengo previsto hacer un largo paseo
de tiendas, que terminaré en Victoria's Secret, si Frank se comportará bien.
Mientras tanto, quiero retomar la conversación anterior con mi hermana e
investigar un poco sobre lo que vi en la boda.
—Entonces, ¿decíamos? Ah sí, Armando. No creo que tengas nada que
temer en ese sentido. Sin embargo, podrías empezar a buscar, salir con
algunos chicos, ver si alguien despierta tu interés.
Mariella se voltea a mirarme como si me hubiera vuelto loca.
—¿Quién eres tú y qué has hecho con mi súper protectora hermana
mayor?, —pregunta sarcástica.
—Hablo en serio, Mari. Nunca hablas de los chicos, es como si no los
vieras. Pero ellos te ven, sin duda. Ya has crecido y eres una flor de
muchacha, y no lo digo porque seas mi hermana. Es la verdad, y quiero que
seas consciente de los intereses masculinos, para poder manejarlos... o
evitarlos, —concluyo, esperando no haber resultado demasiado obvia. Pero
es mi hermana, y me conoce demasiado bien.
—¡Ah!, —exclama—. De eso estamos hablando. Podrías haber ido
directamente al grano sin demasiadas vueltas, hermana.
—Sí, eso es exactamente de lo que estamos hablando. Sobre ti y Alex y el
baile en mi boda. Dios mío, Mari, ¿en qué estabas pensando cuando
decidiste bailar con él? Alex, el segundo de Frank, un hombre tan vil como
él, un señor de la mafia que torturó y mató a no quiero ni imaginar cuánta
gente —digo, bajando el tono de mi voz para que Mike, siempre vigilante
en los alrededores, no me oiga.
Entramos en la primera tienda y Mariella se escapa de mi interrogatorio
sin responderme, no quiero presionarla demasiado, porque estamos en
público y me gustaría evitar escenas, que seguro que serían denunciadas a
Frank por un diligente Mike.
Mi hermana y yo intercambiamos algunas miradas mientras recorremos
la tienda sin ningún interés real, una extraña tensión ha descendido entre
nosotras. No me gusta y no voy a permitir que se prolongue más.
Le hago una señal a Mike de que vamos a entrar en los probadores para
probarnos un par de prendas, que cogí al azar, y la arrastro a las cabinas
para tener un momento de intimidad. Afortunadamente, estamos solas.
—Mari, habla conmigo, por favor. ¿Qué pasa?
—Isa, entiendo que estés preocupada por mí. Pero no es necesario, te
aseguro que puedes estar tranquila. Alex ya se ha encargado de aclarar con
todo lujo de detalles lo que piensa de la aquí presente. —explica, y sus ojos
se ponen vidriosos. Ahora mismo, lo único que quiero hacer es darle un
puñetazo a ese imbécil por haber herido a mi hermana.
—Cariño, escúchame. No sé lo que te ha dicho ese bastardo, pero no
debes hacerle caso. De esa bocaza sólo pueden salir maldades gratuitas y
enormes sandeces, y todo lo que dijo eran solo mentiras.
—Dijo que yo era una pequeña flor pura y delicada. Que soy un alma tan
inocente que soy intocable. Que me considera inaccesible por lo ingenua
que soy, y que entre sus manos me ensuciaría sin remedio. Me destrozaría.
Que bajo él podría morirme de placer porque no sabría ni por dónde
empezar a gestionar todos los orgasmos que podría darme,          —concluye
con la respiración agitada y las mejillas ligeramente sonrojadas.
Y no quiero saber si es por la ira, o por algo igual de poderoso.
¿Realmente puedo negar las palabras de Alex? Quiero decir que, por muy
directo y brutal que fuera, estoy de acuerdo con él en casi todo: Mariella es
todas esas cosas, es inocente y delicada.
Y, seguro como la muerte, para ese bastardo, mi hermanita es y seguirá
siendo intocable e inalcanzable. Me aseguraré de aclarar las cosas con
Frank una vez más, no quiero que haya la menor duda al respecto.
Por ahora, sólo puedo intentar consolar a mi hermana pequeña herida en
el amor propio.
—Cariño, por favor, no tienes que escuchar sus palabras. Es que tú
representas lo que él nunca podrá tener, porque su alma está corrompida y
su corazón es un pútrido cementerio carente de sentimientos.
Cierra los ojos un momento, e inspira ruidosamente, y me doy cuenta de
que está intentando no derrumbarse y contener las lágrimas. Mis ganas de
matar a Alex sólo aumentan.
En silencio, la estrecho entre mis brazos, no hay mucho que pueda decir
para consolarla, sin embargo, quiero que sepa que estoy ahí para ella y que
siempre lo estaré.
—Gracias, Isa. No sé qué haría sin ti. Es que... no sé cómo explicarlo, tú
sabes mejor que yo que mi experiencia en este asunto es nula, sin embargo,
Alex tiene un efecto extraño en mí. Me asusta un poco con esa cicatriz y su
reputación, pero no voy a ocultar que una parte de mí se siente atraída por
él, y eso me aterra, pero al mismo tiempo no puedo evitar gravitar hacia él.
Dios, es una charla sin sentido, ¿no?
Sacudo la cabeza, porque desgraciadamente sé muy bien cómo se siente,
y preveo grandes problemas.
—Escúchame, sus palabras te han sacudido y lo entiendo. Pero me
gustaría que te centraras en ti misma y en tu futuro. Un futuro en el que
Alex no está contemplado, porque no está a tu altura. No al revés.
Mantengamos la concentración en el objetivo, UCLA y París, pensemos en
eso y no nos dejemos distraer a un paso de la meta. ¿De acuerdo?
Mi hermana suspira, pero cuando levanta la mirada y se encuentra con la
mía, sus ojos tienen una luz decidida que me anima un poco.
—Tienes razón, si hay una posibilidad de cumplir nuestros sueños,
tenemos que estar concentradas en eso, —confirma, enderezando los
hombros y suspiro de alivio por la crisis evitada, al menos por ahora.
Sonriendo, salimos de los probadores de la mano y, en ese momento, la
agradable jornada de compras vuelve a ser sólo eso y transcurre sin más
contratiempos, hasta que un par de horas más tarde estamos saliendo de una
boutique de artesanía y, de reojo, noto que Mike se acerca.
—Isabella, es casi la hora de comer y debemos llevar a la señorita
Mariella a casa, —me informa y ¡espera un momento! Me llamó solo
Isabella, sin usar títulos.
Me giro para mirarle y encuentro una sonrisa cómplice en su cara.
—Mike, ¿me equivoco o me has llamado solo Isabella?, —pregunto para
asegurarme.
—Parece que me han dado el visto bueno, Isabella, —confirma y ya sé
que antes de llevar a Mari a casa, tendré que hacer una última parada para
mi diligente marido.

***
 
Para esta noche, le pedí a Loretta que preparara una cena con los platos
favoritos de Frank y, cuando terminó hace una hora, me di un buen baño
caliente, antes de ponerme el modelito que compré sólo para mi marido.
Todavía me resulta extraño pensar en él como mi marido, porque de
alguna manera me lo impusieron y odio no haber podido elegir al hombre
con el que pasaría el resto de mi vida, pero si soy completamente sincera,
cada vez me cuesta más encontrar esa reticencia y sensación de rechazo
dentro de mí que tenía al principio.
Quizá sea porque ha resultado ser muy diferente, quizá sea porque me
atrae como si fuera un imán, quizá sea porque me provoca orgasmos
estratosféricos en abundancia, pero no me voy a mentir. Siento algo por él.
Algo que no voy a nombrar, porque es demasiado pronto para usar la
palabra con A y no me siento en absoluto preparada para hacerlo, pero
sigue siendo algo que me asusta mucho, porque no sé si él alguna vez podrá
corresponder.
Aparto mis reflexiones y me centro en la tarea de la noche: quiero
agradecerle este día de compras en el que he podido aprovechar su tarjeta
de crédito, mostrándole una parte de las compras que he hecho... la otra se
la enseñaré en la habitación.
Estoy tentada de retomar la "charla de Alex" y dejarle claro una vez más
que debe mantener sus sucias manos en su lugar, pero tengo la sensación de
que acabaríamos discutiendo y arruinando nuestra velada.
Sinceramente, me apetece pasar mi tiempo con Frank, y prefiero hacerlo
sin una discusión.
Un tema que definitivamente retomaré es el de la UCLA, el plazo de
solicitud está cada vez más cerca, y aún no sé qué destino me espera. Estoy
dispuesta a negociar, aceptando matricularme también en el segundo
semestre, pero me gustaría saber si asistir a la universidad sigue siendo una
posibilidad o si ahora me ha sido prohibida definitivamente.
En el salón, enciendo un par de velas aromáticas, atenúo ligeramente las
luces y enciendo la estación de música para poner mi lista de reproducción
favorita.
La música se extiende de inmediato haciendo la habitación más íntima y
casi tiemblo de expectación, no sé si le gustará el ambiente que he creado o
si se reirá en mi cara pensando que todo es ridículo, que soy ridícula.
Suficiente. Piensa en positivo, Isa.
Respiro profundamente para calmarme y para mantener mi ansiedad a
raya me dirijo a la cocina para comprobar que la comida sigue caliente y
que todo está listo.
Abro una botella de vino blanco, un prosecco italiano, con el sabor
afrutado que sé que es uno de los favoritos de Frank, y me sirvo una copa
generosa. Tendré necesidad también de coraje líquido para llegar hasta el
final en esta noche.
Apenas he bebido el segundo sorbo de este delicioso vino cuando oigo
cerrarse la puerta y un escalofrío de emoción me recorre la espalda. Mantén
la calma, me insto a mí misma antes de entrar en pánico, y bebo otro
generoso sorbo de prosecco.
—¿Isa? —me llama Frank desde el pasillo y lo encuentro de espaldas,
atento a mirar a su alrededor.
Me aclaro la garganta y le sonrío mientras se da la vuelta.
—Oye, —consigo sacar, a pesar de sentir que tengo la garganta llena de
arena.
—Hola, —me saluda, y cuando sus ojos se deslizan por mi cuerpo, los
siento como dedos calientes que me acarician.
—L-le pedí a Loretta que nos preparara una cena especial, con todos tus
platos favoritos, espero que no te importe, pero si no quieres o si quieres
comer otra cosa, vamos a pedir algo, —empiezo a murmurar, porque no
dice nada y su mirada sigue siendo cada vez más intensa.
—Estás nerviosa, comenta él, estoico y tranquilo. Cómo lo envidio.
Yo estoy aquí con un terremoto en el corazón que amenaza con partirme
en dos y él se queda ahí, impasible, sin moverse siquiera un milímetro.
—¿Yo? No, ¿por qué debería? No es nada del otro mundo, —resoplo,
tratando de encontrar una vía de escape, antes de que el pánico se apodere
de mí y me robe la capacidad de pensar con claridad—. Mira, olvídalo. Fue
una mala idea, no sé en qué estaba pensando. Lo siento, de verdad que no
quería hacerte perder el tiempo, —empiezo a batirme en retirada, porque no
podía soportar que se riera de mí.
Pero mi pánico ni siquiera lo afecta, y cuando por fin se mueve, lo hace
para salir a mi encuentro con pasos lentos y medidos, y no puedo saber si
me trata como una presa a la que hay que dar caza o como un animal
salvaje dispuesto a escapar que necesita ser calmado.
Aun así, sus movimientos me encantan. Son elegantes, pero letales al
mismo tiempo. Frank se mueve y mi eje gravita hacia él, como un imán que
me atrae sin posibilidad de escapar.
Cuando levanto la mirada y me encuentro con sus ojos, me falta el
aliento. A pesar de la máscara de impasibilidad que le he visto llevar
siempre en público, yo veo más allá. Más allá de esos muros impenetrables
que ha levantado con extrema habilidad y cuidado, lo que encuentro es un
infierno de imágenes de nosotros dos juntos, uno encima del otro, uno
dentro del otro, para intercambiar cuerpos, para fundir almas.
Se acerca a mí y rozándome el cuello con el dorso de sus dedos, su boca
se abre en una sonrisa lenta y apenas perceptible.
—Seguro que va a ser una cena deliciosa, estoy deseando probarlo todo,
—me tranquiliza, aunque ya no estoy tan segura de que se refiera a la
comida que ha preparado Loretta—. ¿Nos sentamos?, —me pregunta y me
doy cuenta de haberme quedado allí con la boca llena de baba sin siquiera
dignarme a responderle.
—Por supuesto, —respondo yo en ese punto—. Está todo en el horno,
dame un momento. Toma asiento, —lo invito, mientras me tomo un instante
para recuperar la lucidez y dejar de ser esclava de mi cuerpo y las
hormonas.
Cuando estoy lista, traigo la bandeja de hornear con lasaña a la mesa, y
debo admitir que huele delicioso, haciendo gruñir incluso a mi estómago
lleno de nudos.
—Mmm, la lasaña de Loretta, una auténtica delicia, —suspira Frank feliz
con una sonrisa que hace que mi corazón dé un brinco.
En este momento, parece más "humano", menos "máquina asesina
despiadada". Y mi corazón se llena de una emoción desconocida que no
tengo intención de ponerle un nombre.
—Sí, huele muy bien y apuesto a que sabrá aún mejor, —respondo con
entusiasmo, y me alegro de que le guste esta cena—. ¿Qué tal el día?, —le
pregunto para entablar conversación.
Pero su sonrisa se congela y la temperatura de la habitación baja por lo
menos diez grados. Tal vez no era exactamente la mejor pregunta para
empezar.
—No tienes que hablarme de ello si no quieres, —trato de rectificar,
apartando con fuerza el atisbo de decepción que siento, porque me gustaría
que se sintiera libre de hablar conmigo de cualquier cosa.
Además, como él mismo me recordó hace sólo una semana, "sólo
saldremos muertos de este matrimonio", así que ¿por qué no jugar en el
mismo equipo?
—No es que no quiera, Isa, —responde inesperadamente—. Pero algunas
de las cosas que hago no son realmente un tema adecuado para una cena
tranquila, que precede a un sexo fabuloso con mi dulce mujercita gritando
mi nombre mientras me la follo hasta que pierde la cabeza, ¿verdad?, —
explica y yo debo haberme puesto tan roja como este ragú a la boloñesa—.
Sin embargo, puedo decirte que ha sido un día agotador, porque no estoy
seguro de que los infiltrados entre mis hombres se hayan acabado. Sólo me
gustaría encontrar una forma rápida y segura de deshacerme de nuestros
rivales, pero, hasta ahora, no he encontrado soluciones que estén a la altura
de mis expectativas, —concluye y agradezco enormemente este esfuerzo
suyo por compartir conmigo sus preocupaciones.
Decido corresponderle explicándole lo que he hecho hoy y mencionando
el programa de estudios de la UCLA, pero no capto ninguna reacción
particular por su parte.
Ha descorchado una botella de vino tinto, no es mi favorito, pero
acompaña muy bien esta cena, y tiene un sabor tan envolvente que baja con
facilidad, ahuyentando la tensión y haciendo que me relaje un poco.
A la tercera copa, la conversación sigue sola con temas más ligeros y
descubro a un Frank que también puede ser divertido y que comparte mi
pasión por los viajes. Sonríe con satisfacción cuando le propongo un viaje
de luna de miel a una isla remota del Caribe.
Cuando llegamos al segundo plato y traigo a la mesa albóndigas con
salsa, éstas también son recibidas con sincera aprobación por parte de
Frank.
Al final del segundo plato, y de la cuarta copa, estoy segura de haber
malinterpretado las palabras que acaba de pronunciar mi marido; así que las
repito, esforzándome por no balbucear.
—¿De verdad te parece bien que vaya a la universidad? ¿Puedo asistir a
las clases y obtener el título que siempre he soñado? Lanzo preguntas
rápidas porque aún no puedo creer lo que mis oídos acaban de escuchar.
—Sí a todas las preguntas, aunque preferiría que asistieras desde casa, al
menos a las clases que ofrecen esta posibilidad; para las demás, un par de
mis hombres vendrán contigo al campus, y te aseguro que serán
completamente invisibles, —se apresura a aclarar al notar mi mirada de
duda.
Me parece increíble, había renunciado a mi sueño en el momento en que
decidí sacrificarme por mi hermana, pero, ¿ha sido realmente un sacrificio?
Hago callar a la vocecita de mi conciencia, porque soy consciente de que
este matrimonio ha resultado ser muy diferente de lo que temía, aunque
todavía tengo algunos recelos a la hora de creer en él por completo.
Pero, por mucho que no quiera forzarlo demasiado, no puedo evitar
pensar en mi hermana y su sueño, ¿cómo podría vivir el mío, al menos en
parte, sabiendo que ella vivirá bajo la campana de vidrio de mis padres?
¿Sabe que estudiar en París se ha convertido en una utopía?
Suspiro y, una vez más, pongo en peligro mis logros, mis metas, para
salvaguardar los sueños de mi hermana.
—¿Y Mariella? ¿Podrá ir a estudiar a París como siempre quiso?, —
pregunto, sin poder ocultar del todo mi ansiedad y mi esperanza.
Por un momento, parece aturdido, como si no hubiera esperado esta
pregunta, luego aprieta los labios y veo que su cerebro se pone en marcha.
Frank es una criatura fascinante de observar mientras se pierde en su
razonamiento; puede estar contigo en una habitación, atento y presente,
pero es como si su cabeza entrara en otra dimensión donde procesa y
visualiza tácticas y estrategias, descarta hipótesis, las reformula y luego
llega a la solución.
Cuando lo hace, me devuelve la mirada con una media sonrisa y casi
suspiro de alivio.
—Puedo trabajar en ello, sólo dame algo de tiempo para organizarlo
todo, —me dice y no podría haber pedido nada más.
Parpadeo para mantener a raya las lágrimas que me punzan los ojos y
suspiro, porque este hombre, un hombre que fuera de esta casa es un
asesino despiadado y sin escrúpulos, está esforzándose por hacerme feliz y
sólo puedo alegrarme.
Me levanto y me acerco a él, que está observando todos mis
movimientos, quieto como una estatua, no hay tensión en sus músculos,
pero sé que, si quisiera hacerme daño, sólo le llevaría un momento. Cuando
estoy a un paso de él, sonrío y extiendo una mano para acariciar su rostro.
—Gracias. Es más, de lo que esperaba. Conozco las anticuadas reglas de
nuestro mundo y recuerdo bien lo que tu madre había dicho durante la cena
en casa de mis padres. Sé que permitirme estudiar ha supuesto un esfuerzo
considerable de tu parte y te estoy inmensamente agradecida.
Me inclino hacia él, lentamente y él se queda ahí, esperando, dejándome
libre para elegir, para tomar y dar lo que quiera... Dios, cuánto lo a.... no,
nada.
Capítulo Veintidós

FRANK
 
Quedarme inmóvil y no tomarme todo y enseguida como quisiera, y
como estoy acostumbrado a hacerlo, es un esfuerzo casi sobrehumano, pero
debo, quiero, dejarla dar el primer paso.
La última semana ha sido esclarecedora sobre lo mucho que Isa necesita
que no se le prive de la oportunidad de tomar sus propias decisiones en
libertad.
En la medida de mis posibilidades, siempre me aseguraré de que tenga
esa oportunidad.
Pero si cree que he olvidado la promesa que me hizo esta mañana, me
veré obligado a refrescarle la memoria.
—Conozco una gran manera en la que podrías agradecerme, muñequita.
De hecho, me prometiste una erección inolvidable esta mañana, ¿o quieres
echarte para atrás?, —le pregunto en tono desafiante, porque así es entre
nosotros, un desafío constante para ver quién resiste, quién gana y quién
pierde, quién domina y quién se somete, aunque al final los dos ganamos
orgasmos múltiples, así que desde luego no me quejo.
—Bueno, supongo que tendrás que esperar hasta después del postre para
averiguarlo,     —me sonríe guiñando un ojo y se dispone a alejarse, pero yo
la sujeto de la muñeca, porque se me acaba de ocurrir una idea mejor y
estoy deseando enseñársela.
—Ven, ya sé exactamente qué postre quiero comer ahora, —aclaro y ella
se sonroja al darse cuenta del verdadero significado de mis palabras.
En el dormitorio, no pierdo tiempo y me despojo de la camisa y los
pantalones, mientras en el bóxer mi erección empieza a cobrar vida.
Me deshago sin miramientos del precioso vestido que lleva puesto y
estoy seguro de que está a punto de darme un infarto.
Lleva un conjunto de lencería de encaje y seda a juego del mismo color
que sus ojos, sensual y descarado a la vez.
Casi me arrepiento de tener que arrancársela, pero un momento después
tengo que cambiar de opinión, porque cuando se echa hacia atrás en la cama
y abre las piernas, me doy cuenta de que esa prenda infernal tiene aberturas,
muy estratégicas, colocadas en sus pechos y en su concha. El que inventó
estas cosas es un maldito genio.
Isa debe leer el asombro en mi cara porque me sonríe socarronamente y
se acaricia un pezón expuesto, y no puedo resistirme más allá de esa
inocente picardía suya que me excita y me hace perder la cabeza, y el
maldito control.
Me sumerjo entre sus piernas mientras ella suelta un agudo chillido y, sin
darle tiempo a recuperar el aliento, me abalanzo sobre el manojo de nervios
que esconde entre sus pliegues: pequeño y delicado, su clítoris es perfecto
entre mis labios mientras lo lamo y lo rodeo con la lengua y oigo a Isa
jadear excitada.
Me muero de ganas de saborearla y bajar a lamerla como he querido
hacer durante horas. Está empapada por la excitación, sus humores corren
por la hendidura de sus nalgas y yo los recojo con mi lengua, rozando
brevemente ese orificio inviolado, que tarde o temprano será mío.
Siento mi polla contraerse, pero me obligo a mantener la calma, quiero
sentir su orgasmo en mi lengua. Quiero saborear el sabor de su placer y
pienso tomarme mi tiempo para volverla loca de excitación.
Ella gira sus caderas buscando fricción y yo la satisfago, volviendo a
chupar su clítoris. Deslizo un dedo dentro de ella y gime. A mi golosa
muñequita no le basta. Introduzco un segundo dedo y empiezo a mover los
dedos hacia delante y hacia atrás, lentamente al principio, luego más rápido,
pero sin doblarlos, no quiero llevarla todavía al punto de no retorno.
La lamo, la chupo y la penetro con mis dedos hasta que empiezo a sentir
que sus músculos internos se tensan. Está cerca.
—Frank... —ella gime.
—¿Qué pasa muñequita? Dime lo que quieres —le impongo.
—Más, quiero más, —responde ella, acercándose a mis dedos.
Añado un tercero y aumento el ritmo, girando mi muñeca y doblando mis
dedos dentro de ella, alcanzando su punto crítico, el que la llevará al límite
en pocos segundos.
—Eres una maldita visión, Isa. Mierda, eres hermosa y eres mía. Tu
placer es el mío, y ahora lo quiero en mi lengua. Ven por mí ahora, —le
digo y mi voz es ronca y exuda excitación.
Y lo hace. Llega al clímax con fuerza, durante mucho tiempo,
cabalgando el éxtasis del orgasmo, persiguiendo las olas de placer con el
movimiento de sus caderas. Podría correrme sólo con verla.
Y no hago más que disfrutar de este espectáculo hasta que ella vuelve a
la tierra y me lanza una mirada tímida, una especie de quiero-pero-no-
puedo, y yo intento descifrar lo que pasa por su preciosa cabecita, pero a
menudo no puedo.
Mi mujer es un enigma, pero estoy dispuesto a pasar el resto de mi vida
descifrándola.
—Muñequita, ¿quieres decirme algo?, —le pregunto, muriéndome de
curiosidad por saber qué tiene en mente.
—Me gustaría corresponder y... —su voz se apaga y no termina la frase,
pero he entendido.
—Aquí estoy, soy todo tuyo, —le digo, moviéndome hacia la cama para
darle libre acceso a mi pene, que de un salto se pone en posición de firme,
listo para sus atenciones.
Ella se ruboriza de forma casi violenta y baja inmediatamente la mirada.
Mi tigresa se siente intimidada y no entiendo por qué. No es la primera vez
que ve una polla, llevamos días teniendo un sexo espectacular, sé que tiene
experiencia así que...
—Yo... no…he…., —dice, pero no da más detalles.
Oh, carajo. Creo que lo tengo. En serio, esta vez.
—Muñequita, por casualidad, ¿me estás diciendo que esa maravillosa
boca nunca ha chupado una polla y que será mía y sólo mía de aquí al final
de mis días?
—Qué vulgar eres, —ríe ella, sonrojándose un poco.
—Pero te he hecho reír, misión cumplida, —replicó, guiñándole un ojo.
—Bueno, sí, de hecho, así es, aventura una mirada en mi dirección y me
encuentra con una sonrisa a 32 dientes, animándola a continuar.
—Así que me preguntaba si, oh, quiero decir, ¿si te gustaría explicarme?,
—dice de un tirón, y si mi erección estaba dura antes, joder, ahora es de
mármol.
—No hay nada que me apetezca más en este momento, —le digo,
bajando un par de tonos la voz y tendiéndole una mano para que se acerque.
No lo duda y se acerca a mí, poniendo una mano en mi abdomen y
dirigiéndome una mirada atenta y deseosa de aprender.
¿Qué demonios me pasa? Siempre me han gustado las mujeres activas y
conscientes de lo que tienen que hacer; sin embargo, siento una oleada de
emoción que vibra en mis oídos ante la inocencia de mi muñequita.
Es indescriptiblemente excitante saber que nunca ha hecho esto antes y
que esa boca será mía y de nadie más.
—Tócalo, —y ella lo hace, de nuevo, sin dudarlo—. Está bien,
muñequita, sólo tienes que hacer lo que te gusta. Si a ti te gusta, a mí me
gusta. ¿Entendido?
Me mira por un momento y parece buscar dentro de mis ojos las
respuestas a las preguntas que nunca me hizo y, justo cuando creo que va a
saltar de la cama para encerrarse en el baño, baja la cabeza y la punta de su
lengua roza el glande. Joder, podría venirme solo con eso.
—Oh, sí, muñequita. Tómalo en la boca. Eres muy buena. —Rodea mi
erección con sus suaves labios y chupa lentamente Dios, quiero morir así.
Lo saca y me mira de nuevo. Ni siquiera pretendo controlarme.
—¿Y entonces?, —pregunta mi curiosa muñequita.
—Sigue chupándolo e intenta tomarlo todo en la boca, —le explico.
—¿Todo? Pero es demasiado grande,       —abre mucho los ojos y me
mira asustada como si le hubiera pedido que disparara a alguien a sangre
fría.
Reprimo una risita, porque no quiero que se sienta ofendida, aunque su
reacción supone un subidón de adrenalina para mi autoestima y trato de
reformular mi petición.
—Bueno, lo más que puedas.
Hace lo que le he dicho, abre la boca todo lo posible y, sin apartar los
ojos de los míos, me mete más adentro de lo que hubiera esperado. Tiene
talento mi muñequita, y le habría enseñado a disfrutar de todo.
Al principio se mueve lentamente, luego aumenta el ritmo, hasta que
siento que la tensión se aprieta en mi espalda y decido tomar el control.
Le agarro el pelo para poderle dar el ritmo que quiero, empujando hacia
adelante y hacia atrás, dándole solo un instante para que se acostumbre.
Cuando vuelve a mirarme, noto que sus pupilas se dilatan y se le escapa un
gemido.
—¿Te gusta que te folle la boca, muñequita?, —le pregunto con voz
ronca. Ella vuelve a gemir y yo siento esa vibración hasta la base de la
erección.
Me aferro más a su pelo y empiezo a moverme más rápido, queriendo
poseerla como nadie lo había hecho antes.
Cuando estoy casi en el punto de no retorno, retiro mi mano y le digo: —
Estoy llegando, muñequita. Si quieres moverte, ahora es el momento de
hacerlo, —le advierto, aunque una parte oscura dentro de mí querría que se
quedara dónde está.
Cruza mi mirada un momento y gime, volviendo a centrarse en mi
erección y chupando, sin moverse. Dios, te doy las gracias.
Tras unos cuantos empujones más, la tensión se hace insoportable y
siento que se acerca mi orgasmo.
—Mírame, Isa. Mírame mientras me das placer, mientras te lleno con mi
semilla, mientras te reclamo como mía, —le digo y en cuanto nuestros ojos
se fijan, una ola de placer me invade y ella bebe hasta la última gota.

***
 
—¿Qué te parece?, —le pregunto a mi Segundo al día siguiente.
—¿Quieres que te responda como amigo o como tu Segundo?, —replica.
—¿Los papeles determinan respuestas diferentes?, —pregunto,
arqueando una ceja.
—Como amigo, te diría que no hay ninguna razón de peso para que no
permitas a tu cuñada estudiar donde prefiera, lo que prefiera. Tu mujer,
entonces, se alegraría de ello y eso mejoraría tu vida conyugal en no poca
medida, ¿no? —Cuando se le dibuja una sonrisa traviesa en la cara, le dirijo
una mirada asesina y se retracta.
—Además, Mariella pronto será mayor de edad y no está directamente
emparentada contigo; así que, en principio, no debería ser un objetivo de
nuestros enemigos. Y, en cualquier caso, nada te prohíbe ponerle uno de los
nuestros para mayor seguridad. Como tu Segundo, te sugiero que te evites
esta molestia, porque ya tenemos bastantes.
Alex es el típico tipo práctico: le presentas un problema y él analiza los
pros y los contras, los costes y los beneficios y siempre encuentra la
solución óptima; a veces, más de una.
Tengo la suerte de que es mi mejor amigo y malditamente afortunado de
que sea mi Segundo, en cuanto a estrategia y facilidad para los negocios, y
para los problemas, es un puto perro trufero.
Vuelvo a pensar en lo que me acaba de decir y asiento con la cabeza,
estoy de acuerdo en todo.
Mientras no haya riesgo para mi familia, para mi mujer, no me cuesta
nada permitir que Mariella estudie en París. Y hacerlo me daría la
oportunidad de ver a Isabella feliz, y su felicidad es mi máxima prioridad.
—¿Crees que me he ablandado? Me gustaría que me respondiera mi
mejor amigo, —especifico, porque me temo que conozco la respuesta que
me daría el Segundo.
Me sonríe de forma seráfica, queriendo mantenerme en vilo, pero niega
con la cabeza.
—En realidad, creo que Isabella es buena para ti. Mierda, en los últimos
tiempos, habías entrado en una puta espiral de violencia y tus torturas me
hacían estremecer hasta a mí.
—Eran enemigos o traidores, —justifico, pero sé a qué se refiere.
—Lo que sea, pero parecías estar persiguiendo la muerte todos los
malditos días y haber perdido la pizca de humanidad que te quedaba, —
replica.
—¿Y ahora crees que lo he vuelto a encontrar?, —pregunto escéptico, sin
sentirme más humano que antes, aunque la vibración violenta que siempre
me ha acompañado se calla cuando estoy con, o mejor aún, dentro de
Isabella.
Por otro lado, lo que siento por ella no tiene ninguna lógica: soy
posesivo, y nunca lo he sido con ninguna mujer. Isa me hace querer sacarle
los ojos a cualquier hombre que la mire. Quiero que todos sepan que ella es
mía, sólo mía.
Una parte de mi cerebro me dice que esto es temporal y que en algún
momento me cansaré y volveré a ser el viejo y querido Frank, frío e
insensible.
El problema es que se ha convertido en una droga de la que no puedo ni
quiero prescindir. No puedo resistirme a ella y la deseo cada maldito
segundo de mis días.
El carraspeo de Alex me devuelve a la realidad.
—Tal vez no. Pero creo que te ha dado una razón para respirar y no
desafiar a la muerte cada día. Eso me basta para que me caiga bien, —
sentencia mi amigo a quien nunca le cae bien nadie.
Era su manera de decirme que habría protegido a Isa, no porque yo se lo
ordenara como Capo, sino porque sabía lo mucho que significaba para mí
como hombre.
Capítulo Veintitrés

ISABELLA
 
Cuando las cosas van como uno quiere, el tiempo siempre parece pasar
rápido y las casi cuatro semanas después de la boda han pasado, por decirlo
menos, volando.
Frank y yo hemos encontrado nuestra vida cotidiana y, por mucho que
todavía no me atreva a expresar mis sentimientos en voz alta, sé que están
ahí. Que crecen, se intensifican, cada vez que me toca, cada vez que me
besa y cada vez que me hace ver las estrellas. O sea, cada noche.
Mi papel de esposa perfecta no requiere mucho sacrificio: asistir, casi
siempre en silencio, a los actos junto a mi marido, asentir a intervalos
regulares y ofrecer sonrisas mientras finjo no saber en detalle de qué trata la
organización dirigida por mi marido. Pero por favor.
Bueno, al menos dentro de casa puedo ser yo misma y sigue habiendo
alguna que otra trifulca entre Frank y yo, pero desencadena su lado más
rudo, lo que excita a la rebelde que hay en mí y siempre termina de una
manera. Sexo desenfrenado y desinhibido.
Nuestra rutina se ha vuelto muy agradable y, aunque hemos discutido un
par de veces sobre los estudios de Mariella, la tensión entre nosotros es casi
exclusivamente sexual.
En realidad, sigo teniendo esperanzas en el asunto, porque no me ha dado
un no rotundo, pero ni siquiera se decide a darme actualizaciones al
respecto y parece que tengo que sacarle las palabras a la fuerza.
Sin embargo, me gusta pasar tiempo con él, y aunque pasamos noches de
increíble pasión, casi siempre paso los días sola.
Soy consciente de que tiene algunos problemas relacionados con el
trabajo que requieren su atención, pero todavía no me siento lo
suficientemente cómoda como para preguntarle de qué se trata.
Por lo general, pasaba los días leyendo, también había descargado el
programa de estudios y me había hecho una idea de qué autores leer, o
releer, antes del comienzo de las clases. Todavía tenía tiempo, pero no me
costaba esfuerzo y lo prefería a ir de compras o al SPA.
Cada vez que me pierdo en estas reflexiones, suena mi teléfono y aparece
el número de mi hermana, como si tuviera un radar.
—¿Cómo estás? —La voz de mi hermana es cálida y dulce, me recuerda
a la manta de felpa en la que nos acurrucábamos cuando éramos pequeñas
para ver los dibujos animados en la televisión.
—A decir verdad, Mari, estoy bien. Y todavía estoy luchando por
aceptarlo. Pensé que este matrimonio iba a ser una pesadilla, pero nunca te
he mentido y, aunque me avergüence, soy feliz.
—¿Por qué demonios ibas a avergonzarte?, —me pregunta y detecto una
nota de irritación en su voz.
—Bueno, porque él es quien es. ¿Sentir ciertas cosas hacia él no me hace
igual a él? ¿Crees que hay algo honorable en serlo?,       —replico,
expresando por fin en voz alta las verdaderas preguntas que me atormentan
desde hace semanas.
—Créeme, entiendo tu punto de vista, pero he visto la forma en que te
mira, la forma en que explora su entorno en busca de peligros de los que
protegerte. Me atrevo a decir que es casi romántico y apuesto a que tus
sentimientos son correspondidos.
Resoplo. —Basta, Mari, él no corresponde a nada en absoluto. Este
matrimonio sólo le sirve para consolidar su posición y calmar los ánimos de
los miembros más conservadores. El sexo es espectacular, lo reconozco,
pero sólo es eso. No hay sentimientos. No hay implicación emocional. Es
una persona peculiar, por decir lo menos, y no creo que sea capaz de sentir
esas cosas.
—Lo que tú digas, Isa, pero yo me aferro a mis dudas, —replica mi
descarada hermana, que sólo tiene la lengua larga conmigo.
—Al grano, lo realmente importante es que me permitirá estudiar en la
UCLA. Increíble, ¿verdad?
—¿Queeé? ¿Hablas en serio? Me alegro demasiado por ti, te lo mereces,
—exclama mi hermana y puedo percibir su alegría incluso a través del
teléfono.
—Gracias, Mari y, no te preocupes, pronto le convenceré para que te deje
estudiar en París, —respondo con convicción, aunque un rincón de mi
cerebro teme que sea una misión algo más difícil.
—Isa, te agradezco, sabes lo importante que es para mí, pero no te
enemistes con tu marido: es tu único aliado en tu matrimonio y sabes muy
bien que, si fuera por papá y mamá, estarías encerrada en casa haciendo
ganchillo, —ríe, pero no se me escapa la profundidad de su reflexión y no
puedo evitar pensar en lo rápido que está creciendo mi hermana pequeña.
Puede que la vea como una niña, pero se está convirtiendo en una joven
maravillosa: no sólo es dulce y generosa, sino previsora y reflexiva.
—Peeeeero, en realidad, hay una cosita que podrías pedirle a tu
simpatiquísimo marido de mi parte, —canta alegremente, y me retracto del
pensamiento sobre la joven mujer.
 
—¡Dispara, adelante!
—¿Sabes qué día es dentro de veinticuatro días?, —me pregunta en tono
conspirador mientras una sonrisa se dibuja en mis labios.
—Mmm, no se me ocurre nada, —finjo.
—Uf, ya sé que mientes, pero haré como que te creo y te recordaré que
voy a cumplir dieciocho años y… redoble de tambores, ¡sería genial
celebrarlo en el Stark! Imagínate mis amigas, se pondrían verdes de envidia.
Por favor, por favor, por favor.
Perfecto, las misiones imposibles acaban de convertirse en dos.
—Veré lo que puedo hacer, no prometo nada, pero me esforzaré, —
prometo, porque sé que no hay nada que no haría por ella.
—Entonces, es seguro, nadie puede resistirse a ti, ¡y menos Frank!
Capítulo Veinticuatro

FRANK
 
Han pasado cinco semanas desde que Isabella y yo intercambiamos
votos delante de nuestras familias y de toda la organización, y a pesar de la
forma en que empezó nuestra relación, hemos encontrado nuestra rutina
desde que ella se soltó.
Desde hace un mes, mis días comienzan y terminan de la misma manera:
con Isabella en mis brazos, y eso me gusta más de lo que estoy dispuesto a
admitir.
Dentro de un par de semanas se celebrará la fiesta de dieciocho años de
Mariella, y la semana pasada acepté que fuera organizada en el Stark.
Sí, así es, mi elegante y exclusivo club nocturno será el lugar de la fiesta
de dieciocho años de una mocosa, que celebrará con sus amigas.
Al oír esto, Alex se echó a reír y dijo que Isabella me tenía agarrado por
las pelotas. El mayor problema era que no podía refutarlo.
Afortunadamente, después de que se le pasara la risa, pude confrontarlo
sobre otros asuntos y ahora estoy dispuesto a hablar con Isa para decirle que
su hermana puede estudiar lo que quiera, donde quiera.
Ya sé que será muy feliz; por desgracia, no puedo hacer nada por el sueño
de Isabella de vivir en Italia, pero al menos podré permitir que su hermana
estudie en Francia, haciendo realidad lo que siempre ha querido. Eso es
algo, ¿no?
Al menos eso es de lo que trato de convencerme. Mientras tanto, los
malditos problemas en el trabajo no dan señales de disminuir y hemos
tenido que duplicar las patrullas, los hombres que vigilan los almacenes y
los que se emplean como protección de los distintos locales.
Tengo la clara sensación de que, tarde o temprano, los Ghosts harán su
movimiento y necesito mantenerme concentrado para evaluar cada opción,
cada resquicio por el que puedan colarse.
Por mucho que lo intente, sigo sin poder encuadrarlos: dan la idea de ser
desorganizados y movidos por el ímpetu, pero en realidad actúan con
procedimientos casi perfectamente sincronizados, como si fueran soldados
entrenados, y saben desvanecerse como putos fantasmas. Pero luego,
cometen errores de novato que no esperaría ni del delincuente más
inexperto de la calle.
No me gusta no poder entender a mi enemigo, me hace sentir expuesto y
vulnerable. Un sentimiento que detesto. Y debemos ponerle remedio cuanto
antes. Tal vez esta misma noche.
Llego al almacén poco después que mis hombres de mayor confianza, y
detesto el hecho de que ya debería estar en casa, listo para cenar con mi
mujer, con ganas de pasar una noche ardiente, y en lugar de eso, estoy
atrapado aquí resolviendo problemas porque la gente no sabe hacer su
trabajo.
Yo soy el Boss, y es a mí a quien le corresponde decidir cómo manejar
los cabos sueltos, aunque nada me gustaría más que hundirme en los
húmedos pliegues del sexo de mi mujer.
—Capo, hemos empezado a hacerle preguntas, pero parece que no quiere
hablar.
Tengo que averiguar si este imbécil es un topo. Tengo que averiguar si
están tratando de debilitarme con topos, porque no tienen las suficientes
pelotas para enfrentarse a mí de frente.
Mientras me preparo mentalmente para torturar a uno de los míos para
ver si realmente sabe algo, el teléfono de mi bolsillo vibra y lo saco para
echar un vistazo rápido a las notificaciones. Hay un mensaje de Isa,
enviándome un video.
Me alejo un momento, dejando a mis hombres para que le den una paliza
al idiota al que voy a tener que apretarle las tuercas para averiguar si el lío
con las entregas fue deliberado o no, y cuando me aseguro de que estoy
solo, lo pongo en marcha. Oh, mierda, es oficial: esa mujer está tratando de
matarme.
Siento que me sudan las palmas de las manos mientras veo a Isabella
desfilar en un conjunto de ropa interior que no deja nada a la imaginación,
haciendo unas cuantas poses provocativas, tocando esas magníficas tetas
suyas, antes de darse la vuelta y mostrarme un culo de ensueño, para luego
mirar a la cámara por encima del hombro con una sonrisita maliciosa en la
boca. Cómo me gusta esa sonrisa… ¿Qué carajo acabo de pensar? Mierda,
estoy muy jodido.
Cuando el vídeo termina, llega un mensaje suyo.

Isabella: Te espero.

Dos palabras. Dos simples palabras y mi boca está más seca que el
desierto del Sahara, intento recuperarme y recobrar un mínimo de cordura
antes de enviarle a su vez un mensaje de voz, porque sé lo mucho que
puede excitarla mi voz: —Hola muñequita, has sido muy mala... ¿y si
hubiera habido alguien conmigo? Guarda tu energía para esta noche, la
necesitarás.
Vuelvo a guardar el teléfono en el bolsillo y con una energía renovada,
vuelvo a ocuparme de los asuntos pendientes que resolveré en los próximos
sesenta segundos.
Abro la puerta de entrada menos de una hora después, perdí algo de
tiempo aseándome, pero no quise escandalizar a Isabella.
Por más que se presente fuerte como una tigresa, sé que bajo ese duro
exterior se esconde una dulcísima muñequita.
El apartamento está en silencio, pero las luces del salón están encendidas.
—¿Isa?, llamo.
No hay respuesta.
Compruebo mi teléfono y, según el informe de mis hombres, llegó a casa
por la tarde y no ha salido ni ha recibido visitas.
Tal vez, se quedó dormida o, más probablemente, se acomodó en el sillón
del dormitorio viendo sus amadas series de Netflix.
Me apresuro a subir las escaleras, dispuesto a despertarla para que vea el
efecto que ha tenido en mí el vídeo que me ha enviado, y cuando abro la
puerta de nuestra habitación, me quedo atónito y sin palabras.
Por un momento, todo lo que hago es mirarla fijamente.
Tiene los ojos cerrados y no se da cuenta de mi presencia mientras está
tumbada en nuestra cama con las piernas abiertas y dos dedos hundidos en
su coño, la otra mano masajeando uno de sus pechos, tirando del pezón. Es
hermosa. Ella es mía.
—Hola muñequita —le guiño el ojo, manteniendo el tono de mi voz lo
más bajo posible.
Se congela y abre mucho los ojos, encontrando mi mirada. Se sonroja al
instante y me parece más hermosa que nunca.
—Frank, —se incorpora con brusquedad, agarrando la sábana para
cubrirse.
Sus dedos están resbaladizos con sus humores, sus pupilas ligeramente
dilatadas y jadea suavemente.
La erección casi estalla en mis pantalones.
—¿Qué estabas haciendo?, —pregunto, acercándome lentamente a la
cama y sonriéndole socarronamente.
—Te esperaba, —responde ella, bajando los ojos, mientras el rubor de
sus mejillas se intensifica y se extiende a su cuello.
—Te dije que conservaras tu energía, ¿no?, —la presiono, porque la
verdad es que soy un imbécil y me excita verla luchar mientras la acorralo.
Abre los labios, dispuesta a replicar, pero parece recapacitar y los vuelve
a cerrar sin decir nada. Cómo me gustaría saber lo que pasa en esa
maravillosa cabecita.
—Pero no dejes que te interrumpa. Adelante, muñequita.
Sus ojos vuelven a mirar los míos.
—¿Perdón?, —pregunta como si no entendiera bien lo que le he invitado
a hacer.
—Continúa desde donde lo dejaste,         —repito, despojándome de la
chaqueta y colocándola en el respaldo de la silla.
No aparto la mirada de sus ojos algo sorprendidos, algo todavía nublados
por la excitación. Me desabrocho los puños de la camisa negra que llevo
puesta y me los remango hasta los codos, antes de sentarme en el sillón,
deshacerme de los zapatos y los calcetines y prepararme para el
espectáculo.
Sus ojos se dirigen por un momento a los tatuajes que adornan mis
antebrazos, y la veo tragar saliva al posar su mirada en los músculos que le
muestro.
—Muñequita. Acuéstate, abre esas maravillosas piernas y métete dos
dedos en el coño, —casi le ordeno y veo su reticencia a obedecerme. Ella
nunca cambia, mi dulce muñequita.
Sin embargo, me sorprende cada vez.
Tras unos instantes de vacilación, se acomoda entre las almohadas, retira
la sábana y abre las piernas, antes de hacer exactamente lo que le he dicho.
Endurezco cada músculo de mi cuerpo para mantener a raya el instinto
que me sugiere saltar sobre ella inmediatamente y follarla sin más. Aprieto
las manos en los reposabrazos y hago lo posible por mantener una
expresión neutral en mi rostro. Me está matando, pero no puedo hacerle
saber cuánto.
—¿Te gusta lo que ves, Frank?, —jadea ella, sin dejar de mover los
dedos. Mi tigresa quiere jugar.
—Nada que no haya visto al menos un millón de veces antes, —replico
casi aburrido.
Soy un idiota, lo sé, pero necesito su reacción. La busco como un
drogadicto buscaría la siguiente dosis.
Con ella me siento tan vulnerable como nunca me he sentido en mi vida
y hasta un ciego vería lo mucho que me afecta, pero ella siempre parece tan
inalcanzable, tan alejada de todo, incluso de mí, y eso hace tambalear mis
certezas, y eso no lo puedo permitir.
—Eres un auténtico idiota, —responde con una mirada que arde de ira,
momento en el que no puedo reprimir una sonrisa de satisfacción. Tal vez
realmente hay dos de nosotros en este barco después de todo.
—Menos mal que puedo atender mis propias necesidades, —continúa
Isa, aumentando el ritmo de sus dedos mientras su respiración se acelera y
contrae los músculos de las piernas. Joder, está cerca.
Me pongo en pie de un salto y, en un solo movimiento, me quito los
pantalones y el bóxer y lo siguiente que sé es que estoy encima de ella,
apartándole los dedos húmedos del coño a punto de correrse y me lo meto
en la boca para saborearla. Divina, jodidamente divina.
Seco cada centímetro, saboreando cada gota de sus humores mientras con
la otra mano acaricio mi acerada erección.
Su mirada excitada recorre mi cuerpo, mi cara, y se agarra a mi camisa,
tira de ella y me doy cuenta de lo que quiere. Me la arranco, haciendo volar
los botones por todas partes y me quedo completamente desnudo, igual que
ella.
La miro a los ojos y, sin dejar de hacerlo, me sumerjo en ese paraíso de
placer y sensualidad que esconde entre sus piernas.
Comienzo a penetrarla y encuentro mi paz. Mientras yo la lleno con la
polla, ella llena mi mente de calma y locura.
Ella me sonríe y yo casi pierdo la cabeza, continúo mi asalto implacable,
lento y firme, entrando y saliendo, me salgo casi por completo antes de
hundirme hasta las pelotas entre sus pliegues. Siento que se aprieta
alrededor de mi erección y me doy cuenta de que está muy cerca.
—Mírame, Isa, no te escondas de mí, —le digo, y ya no sé si le estoy
ordenando o suplicando.
—Y tú dame todo, Frank, no te reprimas, responde y yo realmente pierdo
la cabeza.
Alcanzo un ritmo frenético que la lleva al límite y me hace ver también
las estrellas, hasta que todo se aclara.
Disfruto como nunca he disfrutado en mi vida, me libero dentro de ella y,
por un momento, me siento un hombre libre, completo, al que no le falta
nada, porque puede tener una vida hecha de esto.
Y entonces, me doy cuenta. Un descubrimiento que me golpea de lleno,
cien veces peor que una bola de demolición.
Demonios. Estoy muy jodido, porque mientras pensaba en fastidiarla a
ella, me jodí a mí mismo y ahora no puedo prescindir de su sonrisa, de su
mirada traviesa, de su perfume embriagador, de sus bromas acidas y de su
lengua viperina. 
Capítulo Veinticinco

ISABELLA
 
Me despierto sintiendo los fuertes dedos de Frank acariciando
suavemente mi espalda, y cuando llegan a la curva de mis glúteos, mi
cuerpo se despierta y mi piel se estremece. Su tacto me inflama, a pesar de
que todos los músculos de mi cuerpo están entumecidos por toda la
actividad que hemos realizado durante la noche.
Perdí la cuenta después de la sexta vez, pero fue maravilloso. Era como si
nunca nos saciáramos el uno del otro, como si nuestros cuerpos y nuestras
almas se reconocieran y se alimentaran recíprocamente.
Frank lamió, mordisqueó, chupó y adoró cada centímetro de mi cuerpo
marcándome y reclamándome como suya una vez más, y yo hice lo mismo
con ese maravilloso cuerpo suyo, que es una concentración de fuerza y
disciplina, un cuerpo que haría que hasta una monja quisiera cometer todo
tipo de pecados.
Mientras mi cuerpo se estremece de placer una vez más, siento que se
mueve lentamente hacia mí.
—Buenos días, muñequita, —me susurra al oído y mi sangre empieza a
fluir más rápido. Dios, sólo han hecho falta tres palabras para excitarme.
Ese apodo que siempre he encontrado molesto, ¿cuándo se convirtió en un
arma de seducción? ¿Y él cuándo dejará de tener este efecto en mí?
Una parte de mí espera que nunca ocurra.
Ruedo sobre mi costado hasta chocar con su mirada, normalmente un
océano helado, pero esta mañana es lava hirviente, una extensión azul llena
de tantas emociones que no logro identificar, pero que siento dentro de mí
como una explosión.
—Buenos días, marido, —sonrío ante su expresión de complacencia
cuando lo llamo así. Rozo su mejilla con mis dedos y una descarga eléctrica
me sube por el brazo.
—¿Seguimos donde lo dejamos ayer?,       —me pregunta con una
sonrisa de satisfacción, y mentiría si dijera que no me apetece. Porque,
sinceramente, a pesar de mis músculos entumecidos, volvería a empezar
enseguida. Me he convertido en una maldita ninfómana. Sólo por él, sin
embargo, señala una vocecita dentro de mi cabeza que desearía que se
callara de una vez por todas.
Suspiro profundamente, tratando de recuperar la compostura.
—Sugeriría que primero le echáramos algo al estómago o podría
desmayarme de hambre, —intento bromear, pero sigo sintiendo que el rubor
sube a mis mejillas mientras me acurruco en la curva de su cuello. Lo
huelo, no muy discretamente, porque su olor es tan bueno que se me sube a
la cabeza.
—Yo sabría muy bien qué me gustaría devorar para desayunar, y estoy
seguro de que también podría encontrar algo con lo que saciar tu hambre,
—dice con seriedad, retrocediendo un poco para encontrarse con mis ojos,
mientras los suyos se oscurecen y en mi mente veo exactamente todas las
imágenes que me está sugiriendo en silencio, y en ese momento un calor
líquido se acumula entre mis piernas.
Estoy lista para abalanzarme sobre él de nuevo, antes de que empiece a
hablar de nuevo, dejándome atónita y sin palabras.
—Pero antes, me gustaría que supieras que he solucionado algunas cosas,
—su mano se acerca para acariciar mi mejilla, está mostrando toda una
nueva dulzura que intenta derretir cualquier defensa que me quede. Estoy
realmente en problemas.
Le dirijo una mirada interrogativa a la que no necesito dar voz y él
continúa.
—Me tomé la libertad de contactar con la universidad parisina en la que
está interesada Mariella, y fueron favorables a la admisión de tu hermana.
Debo decir que parecían muy entusiasmados por tenerla entre sus alumnos.
Estoy sorprendida y sin palabras. Frank se puso en contacto con una de
las universidades más prestigiosas de París, y de toda Europa, y están
deseando tener a mi hermana entre sus alumnos... ¿Cómo es posible? El
procedimiento de selección es muy difícil, tiene plazos estrictos que no
permiten excepciones.
Entrecierro los ojos y le miro con desconfianza.
—¿Qué has hecho, Frank?, —pregunto, porque sé que no ha cogido el
teléfono para pedir una simple información.
—Digamos que aprecié mucho sus planes de estudio y los programas
para estudiantes extranjeros y me pareció apropiado hacerles una donación,
—confiesa, y no puedo creer lo que oigo. Hasta dónde llega este hombre.
Por mí, para cumplir con mis exigencias.
Para hacerme feliz.
—¿Estás seguro de que esto no te traerá problemas con la organización y
el Tesorero?, —le pregunto para asegurarme de que no ha ido demasiado
lejos.
—No te preocupes, muñequita. No hay que preocuparse, no he tocado los
fondos de la organización.
—¿Perdón? Creo que no lo he entendido bien.
—El Stark me permite ganar lo suficiente para salir adelante con una
donación universitaria. Además, puedo desgravarlo en mis impuestos, —
sonríe socarronamente, tratando de descartarlo como si no fuera nada, pero
lo que ha dicho es enorme.
No tocó el dinero de la organización, pero utilizó su propio dinero para
hacer posible el sueño de mi hermana. Dio el dinero que ganó con su
negocio para realizar lo que le pedí.
Siento las lágrimas pinchando mis ojos y mi corazón hinchándose con
algo a lo que no quiero ponerle un nombre.
La verdad es que estoy cediendo a todo lo que siento por este hombre,
sentimientos que ya no puedo reprimir, mantener encerrados en un rincón
de mi corazón, porque lo están invadiendo sin piedad. Estoy muerta de
miedo, pero me estoy enamorando de él, de la forma en que me toca y me
mira, de la forma en que me hace sentir.
No puedo pensar en ello, no tengo que pensar en ello, y ciertamente no
puedo abrirme con él sobre los sentimientos que tengo. No son los
sentimientos los que alimentan este matrimonio, un concepto que nunca
debo olvidar.
Él aceptó este matrimonio porque se vio obligado por el papel que
desempeña, yo para salvar a mi hermana de un sufrimiento constante e
insoportable.
El sexo maravilloso entre nosotros no es más que el fruto de la
prohibición de buscar desahogo en otro lugar que yo misma le impuse. Es
simple placer carnal, no tiene ninguna implicación sentimental.
Cierro los ojos un momento para aferrarme con todas mis fuerzas a las
últimas barreras defensivas que me quedan, suspiro profundamente e
intento ahuyentar todo el sentimentalismo que me ha invadido.
Cuando lo he conseguido, vuelvo a abrir lentamente los ojos y lo
encuentro atento a escudriñarme con atención, incluso su mirada se vuelve
fría, como si hubiera percibido claramente el terremoto que se ha desatado
en mi interior y la conclusión a la que he llegado.
—Gracias, Frank. No sabes cuánto significa esto para mí, y nunca podré
agradecértelo lo suficiente, ni pagarte por todo esto. —Mis palabras suenan
frías a mis propios oídos, e inmediatamente me arrepiento de haber
utilizado un tono tan distante.
—No tienes que pagarme nada. Ahora, discúlpame, pero realmente debo
irme.
En un momento, se aparta de mí y se baja de la cama para dirigirse al
baño. La temperatura de la habitación ha bajado drásticamente y siento su
ausencia como si me faltara el aire en los pulmones. ¿Qué diablos acaba de
suceder?
Me paso las dos horas siguientes arrastrándome del salón a la cocina en
una niebla confusa, preguntándome qué ha cambiado en un instante.
Pasamos de acurrucarnos bajo las sábanas, coquetear y anticipar el sexo que
vendría a apenas hablarnos.
Después de la ducha, Frank salió del baño mirando a cualquier parte
menos en mi dirección y se preparó en un instante, salió de la casa
murmurando un saludo apresurado, ni siquiera me miró e ignoró la taza de
café que recién había preparado. Fuerte y negro, como a él le gusta.
El timbre del teléfono me saca de mis cavilaciones, y un rincón de mi
corazón espera que sea Frank, llamando para disculparse, para decirme que
me echa de menos, que siente haber salido así.
Sin embargo, es Mariella y me siento como una auténtica mierda por la
punzada de decepción que siento.
Contesto al tercer timbre.
—Hola hermana mayor, ¿qué tal?, —me saluda alegremente. Afortunada
ella.
—Todo bien, hermana. En realidad, quería llamarte antes, pero te has
adelantado y tengo una gran noticia para ti, —hago una pausa dramática
para aumentar el suspenso antes de concluir con solemnidad—. Espero que
estés lista para llevar tu culo a París, porque allí es donde vas a estudiar los
próximos años.
El final de mi frase de efecto queda oculto por un grito tan agudo que
temo que me haya perforado el tímpano.
—¡OH, DIOS MIO! Isa, por favor, dime que esto no es una broma, que
no estoy soñando, que no estoy muerta, que no estoy en el cielo, que...
—Nada de eso, hermanita. Todo es real, está a punto de suceder, tu sueño
está a punto de hacerse realidad, —la interrumpo riendo ante su genuina
euforia que me llena el corazón.
—Pero ¿cómo? ¿Cómo es posible? ¿Qué ha pasado?, —suelta preguntas
para las que no tengo respuestas precisas y detalladas, pero lo que ha
pasado lo sé.
—Ha pasado Frank, —le digo, y soy demasiado consciente de la nota de
tristeza evidente en mi voz.
—Oh, Isa. ¿Qué está pasando? Y ni siquiera intentes engañarme, sé
sincera conmigo.
Como es obvio, mi hermana comprendió al instante que algo iba mal.
Normalmente, no descargaría mis problemas en ella, pero esta vez
realmente necesito confiar en alguien.
—Sinceramente, no lo sé con exactitud, Mari. Siento cosas por Frank: me
hace sentir bien, me hace sonreír. Tal vez sea sólo la atracción física, pero
últimamente me parece que es más que solo una atracción, y eso me aterra.
Estoy segura de que él no tiene ese tipo de sentimientos por mí. Claro, él
está bien conmigo y confieso que el sexo es estupendo, pero sólo es eso.
Sexo sin amor, —suelto todo de un tirón y sólo al final me doy cuenta de
que estoy llorando.
—Isa, cariño, ¿quieres que vaya?, —me pregunta suavemente.
—No, Mari, estoy bien. Ahora se me pasa, sólo necesito poner mi
corazón en paz.
—Sé que esto no es lo que quieres oír, pero ¿estás segura de que no
siente nada por ti? Quiero decir, ¿estás realmente segura? Porque en la boda
parecía muy atraído por ti y tengo entendido que, desde entonces, las cosas
entre ustedes han dado un giro muuy positivo,        —concluye con picardía,
mi hermana siempre consigue sacarme una sonrisa, incluso cuando las
lágrimas mojan mis mejillas.
—Mari, cómo me gustaría tener tu inocencia y romanticismo, pero
estamos hablando de Frank Mancuso. El Boss de la mafia de San Francisco,
que hace que te tiemblen las rodillas sólo con una mirada. Desde luego, no
es el tipo de hombre que se deja llevar por sus emociones; además, en este
mundo tan jodido al que pertenecemos, el afecto se considera una debilidad.
Y Frank no puede ser débil.
—Lo siento mucho, Isa, me gustaría abrazarte fuerte. Sé que tú y yo
tenemos dos caracteres diferentes, pero si yo fuera tú, al menos haría un
intento: antes de encerrar tus sentimientos en una caja fuerte, asegúrate de
lo que él piensa. Podría tener las mismas inseguridades que tú, sin saber
cómo manejar su gélido corazón que vuelve a latir.
Inocencia y romance, en efecto
—Por favor, no sientas pena por mí, y no hablemos más de ello.
Centrémonos en las cosas buenas: tu fiesta que se acerca y París, —cambio
de tema antes de que la negatividad me baje definitivamente el ánimo.
Capítulo Veintiséis

FRANK
 
La furia aún corre por mis venas. Por mucho que intente concentrarme
en mi puto trabajo, sus ojos están grabados con fuego en mi mente.
He estado en la oficina durante horas revisando los registros contables y
leyendo los informes de progreso de otras empresas, pero mi cabeza está en
otra parte.
No puedo evitar pensar en la forma en que sus ojos me hablaban,
diciéndome todas las cosas importantes. Entonces, quién sabe qué coño se
le pasó por la cabeza y cuando volvió a mirarme, parecía una puta muñeca:
perfecta en apariencia, pero falsa.
Y no la quiero así. Quiero mi muñequita con las garras. Quiero a la mujer
que nunca se echa para atrás, que me desafía y supera cada maldita cosa.
Esta mañana he tenido que darme una ducha helada para apagar la rabia
abrasadora que llevaba encima, y no he podido hacerlo del todo.
Haría cualquier cosa, pagaría cualquier precio para saber cómo se siente.
Entender si este matrimonio sigue siendo sólo una obligación para ella,
porque, Dios me ayude, se está convirtiendo en algo más para mí. Mucho
más.
Y es un conocimiento que me aterroriza. Me hace impotente, y eso es lo
que hacen los sentimientos: nos hacen vulnerables, y el que es vulnerable,
en mi mundo, está condenado a sucumbir. No puedo permitirme ceder a los
sentimientos. Simplemente no puedo permitírmelo. Mi padre me lo enseñó.
—Hijo mío, —me llama mi padre en cuanto entro en casa después del
colegio.
—¿Sí, papá?, —respondo, dirigiéndome al salón, donde lo encuentro
sentado en su sillón favorito, con un guardaespaldas vigilando la ventana y
el otro justo detrás de él.
—Ven aquí, Frank, —señala el sillón junto al suyo.
Cuando me siento, me encuentro con sus ojos y me doy cuenta de que es
hora de una nueva lección.
—Me gustaría hablarte hoy de los sentimientos y las relaciones, —
comienza, pero no entiendo muy bien a qué se refiere. Debe leer la
confusión en mi cara, porque sonríe comprensivamente.
—No sé a qué te refieres, papá, —aclaro.
—Lo sé, hijo mío, pero tienes doce años y dentro de un tiempo lo
entenderás mejor,      —explica, o al menos eso cree—. Tus relaciones en
este momento me incluyen a mí, a tu madre y a Alex, ¿verdad?
Confirmo con un movimiento de cabeza.
—Bueno, tarde o temprano llegará una niña que te gustará y a medida
que crezcas habrá otras. Cuando seas un Hombre de Honor, entonces,
atraerás a las mujeres de verdad, —explica de nuevo, y esta vez sigo su
razonamiento sin dificultad—. Pero nunca hay que olvidar que las
emociones nos hacen débiles, los vínculos nos hacen distraídos y
descuidados en nuestro trabajo, —continúa y su tono se vuelve más duro.
Entrecierro los ojos y veo cómo aprieta la mandíbula. Parece enfadado,
pero no sé por qué.
—¿Te he contado alguna vez la historia de mi familia?, —pregunta,
mientras su mirada se desvanece por la ventana.
—Sé que nunca quieres hablar de ello,     —respondo vagamente,
mientras se enciende la chispa de la curiosidad por este tema siempre
intocable en nuestra casa.
—Es cierto que han pasado años, pero sigue siendo una herida que no
cicatriza, y nunca lo hará. Siempre será un recordatorio para mí, —
sentencia con dureza—. Un año después de que yo naciera, mis padres
tuvieron una preciosa niña, Lucía, mi querida hermana, —cuenta y noto
que sus ojos se ponen vidriosos. Se aclara la garganta y continúa,
imperturbable de nuevo—. Según la tradición, Lucía sería prometida a los
dieciséis años y luego se casaría a los dieciocho, pero cuando se
comprometió, Lucía ya estaba enamorada... de otro hombre, su
guardaespaldas, —revela una parte de la historia que yo no conocía—. La
noche en que cumplió los dieciocho años, Lucía se fugó con él, momento en
el que ya no podría casarse según lo acordado y tendría que ser repudiada,
cosa que mis padres nunca harían, —suspira, antes de que su mirada se
encuentre con la mía por un momento—. Por eso, a petición de mi madre,
por la que habría hecho cualquier cosa, mi padre llevó a cabo una leve
investigación, dejándola a todos los efectos libre para rehacer su vida lejos
de la organización.
—-Eso no me parece una mala historia, ¿o sí? —pregunto un poco
inseguro.
Resopla y por un breve instante levanta los ojos al cielo. —Lo habría
sido si mi hermana hubiera tenido realmente la oportunidad de vivir
felizmente junto al hombre que amaba, pero los tiempos eran diferentes
entonces y las organizaciones hacían la guerra de todas las maneras,
incluso los más cobardes, —hace una pausa, quizás para recuperar el
aliento. Le está costando mucho esfuerzo contarme todo esto—. Tres
semanas después de su fuga, mi hermana y su amante fueron masacrados
como perros en un motel de las afueras de San José. En los cuerpos, la
clara firma de la mafia china. Mi madre no manejó bien la culpa, y a
medida que pasaban los meses, se fue ausentando cada vez más, hasta
que...     —vuelve a hacer una pausa, y yo no digo nada.
Conozco el final de la historia, no en detalle, pero sé que mi abuela
acabó con su vida en la bañera de su casa.
Veo que mi padre da un gran suspiro, antes de encontrarse con mi
mirada.
—Esta historia nos enseña que mi hermana murió por un amor sin
esperanza y que mi madre eligió el suicidio porque el amor la hizo débil y
el sentimiento de culpa la asfixió. Todos los sentimientos que los hombres
como nosotros no pueden permitirse, porque los sentimientos nos hacen
débiles, nos convierten en objetivos fáciles para nuestros enemigos. Mantén
siempre la guardia alta, ¿has entendido, hijo mío?
Permanezco en silencio ante el pesar evidente en su mirada, pero no se
conforma.
—¿Entiendes, hijo mío? —insiste.
—Sí, papá, he entendido. Los sentimientos nos hacen débiles —afirmo y
veo su inquietud calmarse al menos un poco.
Para distraerme de los recuerdos ya lejanos, suena el timbre del teléfono
fijo, mi línea segura, inmune a cualquier tipo de intervención. Debe ser algo
realmente serio.
Lo cojo y contesto sin ni siquiera comprobar el número de la llamada,
todavía un poco sacudido por el recuerdo de mi padre.
—Mancuso.
—Amigo, es Leo. ¿Cómo estás?,                —responde la alegre voz de
Leonardo.
—Lo de siempre, Leo. Lío tras lío en el trabajo, pero en general no me
quejo,           —respondo sin soltar demasiado.
—Me lo imagino. Con ese bombón que te espera en casa, las cosas no
pueden ir tan mal, ¿verdad? ¿Ya te la has tirado en todas las superficies de
tu casa?, —se ríe, pero yo me pongo rígido.
—Leo..., —lo amonesto con seriedad, y su risita se corta bruscamente.
—¡Oh! ¡Oooh! ¡Oh, mierda!
—¿Has visto la Luz? —Me burlo de él.
—Supongo que ese gruñón ermitaño tenía razón, —reflexiona para sí
mismo.
—¿Puedo suponer que te refieres a Romeo? y esta vez se me escapa una
risita, porque de alguna manera retorcida, la comparación es acertada.
—Sí. Ese hijo de puta dijo que te importaba, que realmente te importaba
tu mujercita, pero no le creí en absoluto. Al menos, hasta ahora. Mierda,
hombre. No pensé que las cosas fueran así, lo siento. Nunca debí haber
hablado de ella de esa manera.
¡Por el amor de Dios! Este descarado playboy, que no podría mantenerlo
en sus pantalones ni siquiera si su puta vida dependiera de ello, acaba de
disculparse conmigo de manera seria y casi solemne, como un verdadero
adulto. No puedo negarlo: estoy realmente impresionado.
—Amigo, está bien. Acepto tus disculpas y no le demos importancia. En
realidad, yo tampoco esperaba involucrarme tanto, —lo tranquilizo.
—Me lo imagino. Mira, ya que soy inmune a estas cosas sentimentales,
¿puedo preguntarte si cuando quieres a una mujer...  se aclara la garganta
como si fuera difícil incluso pronunciar las siguientes palabras. —Bueno,
¿sólo te follas a una mujer? Es decir, ¿todos los días siempre la misma?
¿Siempre, sin excepción?
¿Recuerdan las reflexiones sobre la persona adulta? Olvídenlo todo.
—Vete a la mierda, hermano. ¿Hay alguna razón por la que me hayas
llamado por la línea segura o es que te ha faltado mi voz?, —le indico para
desviar su atención de mi rosada vida sexual.
Se le escapa una carcajada, pero rápidamente se recompone.
—Por desgracia, tengo que volver a ponerme serio, amigo mío. Esta
noche, mis hombres han interceptado en la interestatal un camión
sospechoso con matrícula robada. Lo pararon y lo encontraron lleno de
armas automáticas con al menos media docena de hombres haciendo
guardia. Un par de ellos sobrevivieron y los estamos interrogando. Ya estoy
coordinando con Romy para verificar la exactitud de la información que
recibimos de ellos. Por el momento, parece probable que su destino final
fuera San Francisco, concluye.
—Maldita sea, —exclamo.
Ese tipo de carga en mi territorio puede ser un gran problema. La tregua
entre las organizaciones criminales de la ciudad es sólida y no hemos tenido
el menor atisbo de crisis. Entonces, ¿quién demonios podría ser el
destinatario
—¿Tenían alguna marca especial? ¿Tatuajes, piercings, chaquetas de
cuero?,      —pregunto mientras una sospecha se cuela en mi mente.
—Nada en absoluto. Estaban tan limpios que ni siquiera tenían papeles.
Por la escasa información que estamos adquiriendo, parece que son
mercenarios contratados con ese único fin, —replica Leo, quien, sin
embargo, debe haber percibido el flujo de mis pensamientos. —¿Estás
pensando en los Ghosts? Pero, ¿por qué no poner a los hombres del Chapter
a vigilar el transporte? Cinco hombres y el conductor para una carga tan
importante es un riesgo.
—Tal vez para no ser relacionados al asunto en caso de que les hubieran
cogido la carga. Como, en efecto, sucedió —replico, mientras mis
pensamientos siguen corriendo.
¿Qué demonios se supone que deberían hacer con un camión cargado de
armas automáticas? ¿Se están preparando para una guerra? ¿Pero con
quién? ¿Han encontrado nuevos aliados que desconozco?
Estos infelices se están convirtiendo en todo un problema, que pienso
gestionar y solucionar lo antes posible, y de forma permanente.
—Puedo escuchar las ruedas de tu cerebro hasta aquí, amigo. ¿Qué
piensas?
—Creo que se están preparando para una guerra. Obviamente son lo
suficientemente estúpidos como para pensar que pueden ganar terreno en
mi territorio. Pues no han entendido una mierda. Y se los demostraré con
gusto.
—Sea lo que sea, debes saber que Los Ángeles está contigo. Avísame y
estaremos allí, y estoy seguro de que lo mismo ocurre con Romeo, —me
dice, ahora en modo negocios.
—Gracias. Lo que sea que tú y Romeo descubran, mantenme informado,
por favor.
Nos despedimos y vuelvo a pensar en la situación que se está
desarrollando.
Es imperativo que siga centrado en el asunto de los Ghosts, al menos
hasta que los haya borrado de la faz de la tierra del primero al último.
Es hora de preparar nuestro plan de acción y hacer que esos cuatro
incautos entiendan quién coño es el Rey de esta ciudad.
Capítulo Veintisiete

ISABELLA
 
Esta noche, el club se ha transformado en un elegante y opulento
castillo y no podría estar más satisfecha con el resultado, estoy segura de
que Mariella estará maravillada.
Decidí ponerme un vestido largo con una profunda abertura, uno de los
favoritos de Frank: me pareció justo agradecerle esta magnífica fiesta que
me permitió organizar en su exclusivo club.
No soy tan ingenua como para no saber qué tipo de club es, pero esta
noche las camareras llevan uniformes sobrios y elegantes, sin escotes
provocativos ni mercancía expuesta.
Además, estarán todas las familias más influyentes de la organización,
algunas de ellas bastante conservadoras.
Es la fiesta de dieciocho años de Mariella, pero también es una
oportunidad para evaluar a Frank y nuestro matrimonio. Han pasado algo
menos de dos meses, meses increíbles, que nunca habría podido imaginar
que serían así.
Me crucé un momento con la Señora Mancuso, pero aparte de
preguntarme si ya estaba embarazada, no perdió el tiempo en entablar
conversación, prefiriendo dedicarse a los invitados. Mejor para mí.
Por otro lado, me las he arreglado para sacar a relucir una diplomacia
más que aceptable, manteniendo a raya las muecas y los comentarios
sarcásticos. Ayudada, tal vez, por la petición de mamá de comportarme
bien. Lo que mamá aún no sabe es que en las últimas semanas las cosas han
cambiado entre Frank y yo, radicalmente.
También es cierto que, desde la mañana de la ducha, hace ya una semana,
hemos sufrido un revés. Tengo la sensación de que me evita, siempre se va
temprano por la mañana y con frecuencia vuelve a casa cuando ya estoy
dormida.
No sé qué fue lo que pasó y excluyo que se sintiera decepcionado por mi
reacción algo fría.
¿Y si me equivocara? pregunta una maldita vocecita en mi cabeza que
sigue haciéndome cuestionar todas las creencias que tengo sobre este
matrimonio.
Por desgracia, ambos somos tercos y orgullosos y no tengo ni idea de
quién cederá primero.
Me gustaría poder estar segura de no ser yo, pero lo cierto es que a estas
alturas, cuando compartimos un espacio, Frank y yo gravitamos el uno
alrededor del otro, es como si sintiéramos la presencia del otro y nuestros
cuerpos se buscaran automáticamente.
También soy consciente del comportamiento austero y controlado que
tiene que mantener en público, pero si antes esperaba y casi encontraba
consuelo en esa frialdad, ahora casi la temo, porque me gustaría poder
provocar en él la misma reacción que él provoca en mí.
Y ciertamente no es la frialdad.
—Ahí estás, cariño, —exclama mi madre, acercándose por detrás de mí.
Me doy la vuelta y me alegro de ver una sonrisa genuina en su rostro.
—Hola, mamá. ¿Qué te parece?, —le pregunto, sin poder ocultar una nota
de orgullo en mi voz.
Es cierto que, en la práctica, no moví un dedo y se ha encargado de todo
una profesional del sector, pero la idea de la fiesta y los colores del
decorado es toda mía.
Negro y dorado.
Elegancia y poder, comentó la organizadora de eventos contratada para la
ocasión cuando me explicó el significado de cada color.
En realidad, para mí, el oro representa la luz del sol: cálido, fuerte,
siempre en movimiento. Una síntesis perfecta de mi hermana pequeña que
se está convirtiendo en una magnífica mujer.
—Cariño, todo me parece maravilloso. Pero cuando Mariella me dijo que
te encargarías de ello, no tuve la menor duda del resultado.      —Me abraza
rápidamente, sin demorarse demasiado para no dar material a las malas
lenguas—. Tu hermana me habló de París. Desde que se lo dijiste, está
inquieta y sólo habla de eso. No para de ver películas sobre París, su
historia y todos los lugares que hay que visitar, —ríe, pero noto la arruga de
preocupación que se le forma entre los ojos.
—¿Estás realmente contenta de que se vaya a estudiar a Europa?
Cruza mi mirada y se da cuenta de que no puede mentirme, porque
conozco cada expresión, cada entonación de su voz.
Así que suspira y opta por la verdad.
—Oh, Isa, claro que estoy contenta. Sé que es su sueño desde que era
niña, y no tenía dudas de que encontrarías la manera de cumplírselo. Pero
también sé que tu hermana es muy diferente a ti. Ha crecido mimada por
todos, casi bajo una campana de cristal, —mira a su alrededor, tratando de
que los espectadores no se enteren de lo profunda que es esta conversación,
y luego continúa—. Tú has tenido que luchar para ganarte cada salida, cada
excursión con tus amigos. Ella no. Y ahora, la idea de que estará a miles de
kilómetros de distancia con un océano en medio, no me hace sentir
tranquila. Es un pececito rojo en medio de un mar de tiburones, ¿te das
cuenta? —me pregunta, y me sorprende.
De hecho, será la primera vez que mi hermana esté sola en un país
extranjero. Y no será a la vuelta de la esquina, sino en Europa. Donde no
conoce a nadie y nadie la conoce a ella. Donde nadie teme la ira de Carmine
Rizzo si le tocan a su dulce niña.
Mierda.
—Yo... no sé qué decir, —balbuceo, pero mi madre no me da tiempo de
continuar.
—Cariño, este no es el momento ni el lugar para hablar de esto. Mira a tu
alrededor, todo el mundo está esperando aprovechar algún momento de
tensión para cotillear. Disfrutemos de la velada, divirtámonos y hagamos
que sea memorable para tu hermana. Ya encontraremos una mejor ocasión
para hablar de ello, —concluye, dejándome un rápido beso en la mejilla y
alejándose para saludar a otros invitados.
Miro a mi alrededor y me doy cuenta de que la sala se está llenando
rápidamente, pero todavía no hay rastro de Frank.
Veo primero a Mariella, preciosa con su vestido rojo, que resalta el rubio
casi blanco de su pelo y su piel diáfana.
Puede que sea parcial, pero mi hermana es una preciosidad, y esta noche
muestra una sonrisa deslumbrante que me llena de alegría y no dudo que
hará girar las cabezas de todos los hombres presentes. Es suficiente con que
se mantenga alejado de ella quien yo digo.
Al otro lado de la habitación, vislumbro al objeto de mis pensamientos:
Alex, con una mirada seria en su rostro y una expresión tan sombría que
parece envuelto en una nube negra de ira.
No sé cómo ese tipo le puede gustar a mi hermana, yo lo encuentro
agresivo y perturbador.
Tiene un físico extraordinario, eso es innegable, pero siempre parece tan
amenazante y a punto de estallar violentamente que cuando estoy cerca de
él más que encantada, me siento preparada para correr por mi vida.
¿Será que los "hombres de papel" sobre los que mi hermana lee todo el
tiempo le han dado ideas extrañas? ¿O al menos, ideas diametralmente
opuestas a lo que ella debería ver en él?
—¿Debería preocuparme?, —pregunta una voz grave detrás de mí, pero
no me sobresalto, porque él no me asusta nunca, al contrario. Siempre me
hace sentir protegida. Y tal vez debería ser esto lo que me aterrorizara.
Miro a Frank por encima del hombro y su atractivo me sorprende una vez
más. Con el traje total black a medida que se ajusta a cada curva de su
cuerpo a la perfección y resalta el color de sus ojos de forma increíble, es
un dispensador de orgasmos andante que me hace temblar las rodillas.
No te rindas, me digo. No seré la primera en ceder, aunque sólo con
mirarlo se me hace la boca agua.
Me doy cuenta de que me ha hecho una pregunta cuyo significado, sin
embargo, no comprendo.
—¿Sobre qué?, —respondo, girándome despreocupadamente para tratar
de que no sepa el efecto que tiene sobre mí.
—Te estabas comiendo a Alex con los ojos, —dice, en un tono indiferente
y no da más detalles. Sin la menor duda en su voz. ¿No creerá en serio que
estaba babeando por su amigo? Imposible.
—No, sólo me preguntaba qué veía mi hermana en un tipo tan temible.
Además, deberías saber que no me como a nadie con los ojos —miento,
mientras mi mirada se pasea por su cuerpo y él se acerca.
Hay poca distancia entre nuestros cuerpos y sí, ahora mismo me estoy
comiendo realmente a mi marido con los ojos. Pero es mi derecho, ¿no?
Él no aparta los ojos de mi cara, pero le sale una sonrisa traviesa.
—Mentirosa —me sopla en la boca inclinándose unos centímetros.
Y podría derretirme en el suelo y morir aquí mismo, así. Cara a cara con
el hombre más fascinante que he conocido. Con su pecho rozando mis
pechos y su aliento acariciando mi cuello. Estoy segura de que, si me tocara
ahora, me encontraría lista y excitada. Soy un caso perdido.
—¿Quieres bailar conmigo?, —me pregunta, pero no puedo interpretar su
tono.
Me gustaría entender si realmente quiere hacerlo o si sólo es una forma
de marcar territorio, pero no me doy tiempo para cavilar, porque tengo
demasiadas ganas de abrazarlo.
—Sí, —suspiro contra sus labios y noto que sus ojos se abren un poco.
Cómo me gustaría que no fuera sólo química lo que hay entre nosotros,
reprimo este pensamiento inapropiado y cojo la mano que me tiende para
llevarme a la pista de baile.
La música sale con fuerza del equipo de sonido, los bajos hacen vibrar mi
cuerpo y su cercanía me sacude el alma. Me siento viva, completa, feliz.
Lo he echado mucho de menos. Lo pienso, no se lo digo, no puedo, pero
se lo demuestro.
Se lo demuestro cuando le rodeo el cuello con los brazos y me derrito
contra su cuerpo fuerte y musculoso.
Se lo demuestro cuando mi respiración se acelera porque esta cercanía
me excita inevitablemente.
Se lo demuestro cuando encuentro su mirada y no levanto ningún muro
defensivo, dejo que lea cada emoción que llena mi alma... y mi corazón.
Sí, porque por mucho que haya tratado de evitarlo, se metió ahí adentro y
ha decidido no irse nunca más.
Y sé que lo ve y lo entiende todo, cuando me devuelve el abrazo
apretando mi cintura, cuando me roza la espalda provocando un escalofrío
de anticipación, cuando se encuentra con mi mirada y me muestra todo lo
que tiene dentro, provocando un terremoto en mi interior.
Pero no me da tiempo para razonar, para pensar, para entender.
En un momento estamos en la pista de baile balanceándonos fuertemente
el uno con el otro, y al siguiente me arrastra a algún lugar del fondo de la
discoteca.
Poco después, presiona una mano en un panel que reconoce su huella
dactilar y una puerta corredera casi invisible en la pared se abre para revelar
una habitación muy grande y elegantemente amueblada.
Esta debe ser su oficina, grita poder y dominio con cada pieza de
mobiliario. Una luz tenue y apagada ilumina los tonos negros y carmesí de
la decoración, que recuerda a la del local. Es un ambiente acogedor sin
dejar de ser frío y distante, como el hombre que la habita.
—Frank, —digo, pero un momento después me encuentro con la espalda
pegada a la pared y él imponiéndose sobre mí.
Su respiración es agitada y, a pesar de la penumbra, puedo ver que sus
pupilas están dilatadas. Está tan emocionado como yo.
—¿Qué me estás haciendo, Isa?, —me gruñe al oído. Parece casi
enfadado.
—Nada menos que lo que tú me haces, respondo con sinceridad, porque
ha llegado el momento de dar un salto de fe, como lo llamó mi hermana, y
lanzarme al vacío, diciéndole lo que realmente siento por él.
—Dios, no tienes ni idea de las ganas que tengo de clavarte a la pared y
follarte hasta que grites mi nombre, —dice dejándome sin aliento, pero al
parecer, no ha terminado.
—Me gustaría ponerte boca abajo sobre mi escritorio y cogerte hasta que
olvides tu propio nombre. —Me mordisquea el cuello—. Mierda,
muñequita, me gustaría follarte tan fuerte que te dejaría moretones.
Poseería, marcaría cada centímetro de tu maravilloso cuerpo, —desciende
para lamer la curva de mis pechos—. Lamería tus humores, exprimiéndote
hasta la última gota de placer, hasta aturdirte de orgasmos —descubre uno
de mis pechos y comienza a excitar mi pezón con sus dedos—.
Te llenaría
de mi placer hasta que corriera por tus muslos— toma el otro pezón en su
boca y lo chupa, mientras pellizca el otro con los dedos índice y medio.
Estoy perdiendo completamente el control, sus palabras me excitan, su
tacto me enciende, su boca desata un huracán en mi interior. Y entonces,
me doy cuenta: estoy a punto de venirme sin que ni siquiera me haya
desnudado.
—Y entonces, volvería a empezar, —sopla sobre mi pezón hinchado,
antes de levantarse y estrellar su boca contra la mía.
Y yo, sin poder hacer nada para evitarlo, me veo sacudida por un fuerte
orgasmo  y me dejo caer entre sus brazos.
Capítulo Veintiocho

FRANK
 
Dios, esta mujer será mi muerte.
Estoy convencido de ello cuando mi muñequita alcanza la cima del
placer en mis brazos, y es el espectáculo más extraordinario al que haya
asistido jamás.
Me ha bastado con decirle lo que quiero hacerle para hacerla quebrar.
Me pongo muy duro sólo por pensar en practicar cada maldita cosa.
Cómo me gustaría, pero ya nos hemos alejado por mucho tiempo, y esta
noche somos los "vigilantes especiales", como si me importara algo lo que
piensen de mí, de mi matrimonio, de la mujer que amo Mierda. Tengo que
recuperar el control antes de decir algo que realmente no puedo
permitirme.
Mientras estoy comprometiendo todo mi ser para contener las emociones
que Isa desata dentro de mí, ella levanta su mirada hacia la mía y destroza
mi confianza, pone mi mundo de cabeza, junto con todas las reglas que me
han enseñado desde la infancia, y sólo necesita dos palabras para hacerlo.
—Te amo, —dice y me muero un poco.
Me mira a los ojos con intensidad y sé lo que espera. Pero, por mucho
que las palabras resuenen también en mi mente, no puedo hacerlo.
Los sentimientos nos hacen débiles, nos convierten en objetivos fáciles
para nuestros enemigos, vuelvo a escuchar la voz de mi padre y una
sensación de ahogo me oprime la garganta. No me sale una sola palabra, no
puedo razonar racionalmente, dudo.
Y esta vacilación se paga muy cara. Su mirada pasa de apasionada a
gélida, y me doy cuenta de que se arrepiente de haberme abierto su corazón.
Quiero decirle que el mío está animado por los mismos sentimientos, pero
algo me bloquea.
—Tenemos que volver para allá, —me dice, su voz ahora es una lámina
de hielo que me atraviesa de lado a lado.
Me quedo quieto, incapaz de decirle lo que siento e igualmente incapaz
de fingir que no la quiero tanto como ella a mí.
—Isa, —la llamo entre dientes apretados, pero ¿para decirle qué?
—¿Sí?, —responde, y me odio a muerte por la nota de esperanza que oigo
en su voz.
Me giro para mirarla y desearía que pudiera leer en mis ojos todo lo que
no puedo decirle.
—Amar a alguien como yo es peligroso,    —no puedo evitar advertirle,
porque protegerla se ha convertido, no sé cuándo, en el principal objetivo
de mi vida.
Después de amarla, al menos.
—¿Te preocupas por mí?, —resopla, y yo me pongo encima de ella en
dos respiraciones.
Puede creer que soy un canalla, un sinvergüenza, un delincuente, todo
eso es cierto, pero que no me preocupo por ella, eso no. No puedo dejar que
crea eso.
La agarro por el brazo y me la tiro encima, a un milímetro de esos labios
que amo, respiro su aliento y planto mis ojos en los suyos.
Ojos que brillan de rabia y lujuria, quisiera golpearme tanto como
quisiera follarme.
—Conoces mi papel, Isa, sabes qué clase de hombre soy. El amor nunca
ha sido parte de la ecuación en nuestro matrimonio. Siempre lo has sabido,
no puedes quererme, carajo,         —grito, porque ya no sé cómo contener el
maremágnum de emociones que se desata en mi pecho.
Lo único que sé con seguridad es que no hay manera de que le diga la
verdad.
Tengo que hacerle creer que este matrimonio se basa en las apariencias,
que sólo hay sexo entre nosotros. Una reacción física natural a la
cohabitación forzada. Dios, yo tampoco me lo creería.
—¡Vete a la mierda! No te atrevas a decirme lo que puedo o no puedo
hacer, Boss, —sisea y pega sus pechos a mi pecho, y me muero un poco
más.
Puedo sentir el furioso latido de su corazón contra mi caja torácica, y no
quiero hacer otra cosa que arrodillarme a sus pies y pedirle perdón, rogarle
que me deje adorar su cuerpo como se merece, hundirme en los pliegues de
su intimidad y llevarla al éxtasis como hace conmigo cada vez que me
permite amarla. No puedo.
—Mírame a la cara, Frank, y dime que no me amas, dime que no sientes
nada por mí más allá de la atracción física, —me clava con cada palabra y
yo desvío la mirada hacia la pared que tiene detrás.
Una cosa es omitir, y otra cosa es mirarla a los ojos y mentirle tan
descaradamente. Puedo hacerlo, soy consciente de ello, mi padre también
me lo enseñó, pero ¿realmente puedo mentirle así?
—¿Entonces?, —me presiona, sin darme la oportunidad de pensar en las
cosas, de reordenar mis pensamientos, de reconstruir las mentiras, de
organizar un plan de contingencia de daños—. Mírame, por el amor de
Dios. Me debes al menos eso, —me grita en la cara, con los ojos vidriosos y
las manos temblorosas.
Es un momento. Mi ira estalla, ya no la controlo.
La empujo de nuevo contra la pared y le hago sentir el efecto de mi
erección contra ella. Hace un gesto de dolor, pero no aparta la mirada.
—¿Qué diablos quieres saber, ¿eh? ¿si te amo? Maldición, no me lo
puedo permitir, ¿entiendes? Tus condenados ojos, tu maldito espíritu
indomable, tu maldita lengua bífida, tú. Isa, me haces débil. El amor es una
puta debilidad, y no importa que por ti me peguen un tiro en la frente, no
importa que me corten un brazo, ni siquiera importa que, por mantenerte a
salvo, destruya esta puta ciudad, extermine a todos, por ti. Lo único que
debes saber es que las emociones nos hacen débiles, y en esta puta
organización de la que ambos formamos parte desde que nacemos, los
débiles mueren. ¿Y sabes cómo mueren? Asesinados, torturados,
despedazados. Si alguien se enterara de lo que realmente siento por ti,
tendrías una maldita luz intermitente del tamaño de toda el área de la bahía
sobre ti para llamar la atención de mis enemigos. ¿Sabes lo que te harían
esos malditos de los Ghosts, ¿eh? Se turnarían para violarte, tal vez incluso
en grupo, y luego te cortarían pieza por pieza hasta que me rindiera. Una
rendición que no serviría de nada, porque terminarían de destriparte ante
mis ojos, antes de degollarnos a los dos, dejándonos morir desangrados,    
—cierro la boca bruscamente al darme cuenta de que he dado aliento a mi
peor pesadilla, pero ya es tarde.
Con los ojos muy abiertos, llenos de lágrimas, Isa se lleva una mano a la
boca y solloza.
Mi muñequita batalladora está herida, yo la lastimé y tal vez la rompí.
Soy un idiota.
Me alejo con la intención de darle espacio, pero su mirada perdida me
desgarra, y una vez más me debato entre lo que debo hacer y lo que
realmente quiero hacer.
—¡Ah! A la mierda todo!, —suelto y la atraigo hacia mí, no digo nada
más, pero cuando entrelazo mis dedos en su pelo le hago sentir que mi
corazón late sólo por ella, cuando acerco mi boca a la suya le hago sentir
que no estaba mintiendo, porque realmente moriría por ella, y cuando por
fin poso mis labios en los suyos, un poco muero de verdad.
Capítulo Veintinueve

ISABELLA
 
Mi hermana me está evitando.
Han pasado tres días desde su fiesta de cumpleaños, y aunque responde a
mis mensajes casi de inmediato, por teléfono siempre la oigo un poco
apurada, como si no quisiera charlar conmigo.
No es necesario decir que una extraña sensación me atormenta la boca
del estómago. Como cuando hay algo mal, pero no sabes exactamente lo
que es, sólo sabes que está ahí. Y sé que se trata de mi hermana.
La invité a comer, pero se negó.
Extraño, ¿no?
Mi propia hermana, que no perdía la oportunidad de salir de casa y no
pasarse el día con nuestros padres siempre dispuestos a sermonearla,
declinó mi invitación a comer.
Pensé que debía estudiar, quizá informarse sobre el plan de estudios que
le espera o buscar alojamiento.
Intenté justificar su negativa de cualquier manera. Pero, como no podía
acallar la vocecita en mi cabeza que sigue insistiendo en que hay algo
extraño en su actitud, le propuse pasar el día en la biblioteca, nuestro lugar
favorito de todos.
Una oportunidad imperdible, ¿no?
Sin embargo, siguió negándose, esta vez diciendo que le dolía la cabeza.
Ahora, trato de no ser una hermana mayor insistente o entrometida, pero
esto es una mierda sin duda.
Y, como la conozco como la palma de mi mano, no voy a quedarme al
margen.
Sólo quiero asegurarme de que está bien, me digo a mí misma mientras
me miro en el espejo, comprobando el traje informal que he elegido para
esta mañana. Sólo quiero asegurarme de que no ha tenido más encuentros
con ese imbécil de Alex, interviene la molesta vocecita de mi cerebro.
Y soy lo suficientemente honesta como para admitir que he estado
vigilando a mi hermana, durante casi toda la noche, para asegurarme de que
Alex no se le acercara.
Claro que luego me distraje un poco con la discusión con Frank, pero no
recuerdo que esos dos se hayan cruzado y mucho menos que hayan hablado.
Sólo quiero asegurarme de que está bien, me digo a mí misma de nuevo
mientras bajo las escaleras, mirando a mi alrededor con desconfianza,
aunque estoy bastante segura de que Frank ya se ha ido.
Desde la furiosa pelea en la fiesta, las cosas entre nosotros están un poco
extrañas: no tensas, pero tampoco completamente tranquilas.
La cosa es que Frank me dice cosas, pero luego actúa como si pensara
todo lo contrario. Me dice que el amor es una debilidad, pero cuando me
estrecha entre sus brazos, sus manos me cuentan otra versión. Una muy
diferente.
El beso en su despacho del Stark fue, como mínimo, memorable. ¿Pero
después? Se marchó sin decir nada, dejándome allí de pie, aturdida y
tremendamente excitada.
Que Dios me ayude, debo haberme convertido en una criminal tanto
como él, creo, porque todo lo que me contó sobre los Ghosts me aterrorizó
al principio, pero cuando me di cuenta de que también hablaba en serio
sobre todo lo que iba a hacer por mí, para mantenerme a salvo, me hizo
sentir protegida, empoderada y, sí, incluso excitada. Dios, estoy enferma.
En la entrada encuentro a Joe, concentrado en juguetear con su teléfono
móvil, es un niño pequeño que creo que tiene la edad de Mariella porque sé
que es un nuevo recluta, aunque con estos Hombres de Honor nunca se
puede saber, siempre parecen mayores de la edad que realmente tienen.
Me aclaro la garganta para llamar su atención y casi se pone en pie de un
salto, asustado. Contengo una carcajada y le dedico una suave sonrisa.
—Buenos días, Joe. Esta mañana, voy a visitar a mi hermana. Tengo
muchas ganas de sorprenderla y quizá convencerla de que desayunemos
juntas.
¿Por qué todas estas explicaciones? Porque sé que, en menos de un
minuto, se lo reportará todo a Frank.
¿Por qué me importa que lo sepa? Porque me doy cuenta de que
realmente se preocupa por mi seguridad y si puedo facilitarle las cosas a él
y a sus hombres a partir de ahora, no me importará informarle con
antelación de mis movimientos.
¿Por qué no me molesta este tipo de control sobre mi libertad? Porque me
he admitido a mí misma que quiero a mi marido, pero también me he dado
cuenta de que si quiero que las cosas funcionen entre nosotros, incluso fuera
del dormitorio, tenemos que llegar a un acuerdo.
Me ha dicho lo que siente, o al menos lo ha intentado a su extraña y
retorcida manera. Así que ahora me toca a mí dar un paso hacia él.
—¿Café?, —le propongo a Joe, porque es cierto que quiero ir a desayunar
con mi hermana, pero no puedo salir de casa sin una dosis aceptable de
cafeína en mis venas.
Joe me devuelve la sonrisa con algo de timidez, supongo que está
acostumbrado a las maneras bruscas de Frank, pero acepta de buen grado el
café y, cinco minutos después, ya estamos en el coche rumbo a la casa de
los Rizzo.
Cuando mi madre viene a saludarme, no parece preocupada en absoluto;
así que supongo que Mariella sólo se comporta de forma extraña conmigo.
Mmm, El misterio sigue profundizándose.
Mamá manda a buscarla mientras yo me tomo mi segunda dosis de
cafeína del día, y me dispongo a examinar todos los comportamientos de mi
hermana para llegar al fondo de este misterio.
Cuando cruza el umbral de la sala de estar, mi hermana se pone blanca, y
teniendo en cuenta su tono de piel diáfano, eso es mucho decir, y puedo ver
en sus ojos claramente el impulso de girar sobre sus talones y correr de
vuelta a su habitación.
Mi paciencia se está agotando, la haré soltar la lengua en un santiamén.
—Hermanita, —la saludo, pegándome la más azucarada de las sonrisas en
mi rostro. Me levanto y engancho mi brazo alrededor del suyo para reprimir
cualquier intento de huida.
—Le estaba diciendo a mamá lo mucho que me gustaría que fuéramos
a desayunar juntas, —propongo, pero ella parece petrificada en el acto, así
que continúo—. ¿Por qué no te pones algo de ropa y vamos a esa panadería
italiana a tomar un maxi capuchino y un croissant de chocolate blanco con
granola de pistacho?, —le pregunto, arqueando una ceja.
Y la mirada que me lanza me hace ver que es consciente de que es un
cebo que no puede dejar de picar: su desayuno favorito en su pastelería
preferida, no puede decirme que no. Si lo intenta, la haré confesar lo que
sea que esté escondiendo delante de mamá.
Cuando suspira, me doy cuenta de que mi plan ha funcionado.
—Está bien, Isa, ahora vuelvo, —responde un poco triste
y no puedo
evitar preocuparme aún más.
Me gustaría saber qué está pasando por su cabeza ahora mismo, pero si
cedió tan rápido, probablemente significa que no quiere hablar de ello
delante de mamá.
Esperemos que se dé prisa.
—Adelante, desembucha todo, —le digo en cuanto nos sentamos en la
mesa panorámica más bonita de la pastelería Da Nonna Clara, el lugar al
que nos llevaban nuestros padres de pequeñas, cada domingo por la
mañana, justo después de misa.
Mariella ignora mi pregunta y mira a su alrededor, como si viera por
primera vez los recortes de periódico que atestiguan los premios ganados
por la pastelería y todos los galardones obtenidos en casi un siglo de
actividad. Presta especial atención al papel pintado de color rosa con
pequeñas magdalenas de diferentes colores dibujadas en él, una delicia
introducida por Susan, la sobrina de Clara… sí, hace cinco años.
Nada que mi hermana no haya visto ya mil veces, al menos. Sólo está
dando largas. Y eso me preocupa aún más.
Me aclaro la garganta, pero no digo nada más. No quiero ser insistente.
No demasiado, al menos.
Deja escapar un profundo suspiro y, finalmente, me mira.
—No entiendo a qué te refieres. —Quisiera apreciar el intento, pero la
actitud de esta despreocupación fingida está mal, y a mi hermana nunca se
le ha dado bien decir mentiras.
—Mari, cariño, las dos sabemos que no saldremos de aquí hasta que me
expliques por qué llevas días evitándome, —le explico con una calma casi
inquietante.
Me examina detenidamente y luego sacude la cabeza. Ella realmente
quiere resistir.
—Isa—
—No lo intentes. Llevo días atormentada y no te librarás con una
mentira. ¿No te ha gustado la fiesta? ¿Querías algo diferente? ¿He hecho
algo mal? ¿Pasó algo de lo que no me di cuenta? —La acribillo a preguntas,
pero no se anima a responder y mi paciencia se agota aún más.
—Me encantó la fiesta, todo fue genial, ¿cómo puedes pensar que hiciste
algo malo? Dios, estarán hablando de mi decimoctavo cumpleaños durante
meses, —sus palabras son entusiastas, pero su tono tiene algo que sigue sin
convencerme.
—¿Pero...?, —la presiono.
—Sin peros. Por favor, créeme, la fiesta fue perfecta. Mi vestido era
perfecto, la tarta era perfecta, todo era absolutamente perfecto,    —insiste,
pero se apresura a apartar la mirada, no sin antes notar que sus ojos se han
vuelto vidriosos.
—Entonces, ¿por qué parece que estás a punto de llorar?, —le pregunto,
acercándome para tomar su mano entre las mías—. Puedes decirme
cualquier cosa, lo sabes. Estoy aquí para ti, siempre estaré aquí, —la
tranquilizo, mientras me devano los sesos tratando de averiguar qué ha
podido perturbarla tanto.
—Isa, por favor, ¿podemos no hablar de ello? No importa, todo está en el
pasado ahora.
—Cariño, estás alterada, es obvio que sea lo que sea, no es para nada
pasado; así que, no, no podemos no hablar de ello. Dime qué pasa,
hermanita, háblame, —insisto, porque odio ver esa expresión tan triste en su
hermoso rostro.
—Isa..., —empieza, pero se le escapa un sollozo, y juro que no saldremos
de aquí hasta que sepa todos los detalles de lo que la atormenta.
Aprieto más su mano y trato de usar el tono más dulce que tengo.
—Cariño, por favor, habla conmigo. Soy yo, tu hermana mayor. Sea lo
que sea, te ayudaré, te protegeré, lo sabes.
—¿No me juzgarás? —pregunta con voz apenas audible.
—Por supuesto que no, —le aseguro.
—¿Prometes no enfadarte y hacer un lío?, —vuelve a preguntar.
Ya está, ahora empiezo a preocuparme.
—Mari, ¿de qué se trata?, —le respondo con una pregunta.
—No, Isa, si quieres saberlo, tienes que prometérmelo. De lo contrario,
por lo que a mí respecta, podríamos sentarnos aquí y observar la vista sin
decir una palabra, —sentencia, y ya sé que voy a lamentar la promesa que
está a punto de arrancarme.
—No puedo prometer que no me enfadaré, pero prometo que no haré un
desastre.
—¿No vas a hablar con la persona en cuestión?, —especifica de nuevo, y
juro que estoy a punto de tirarme de los pelos.
—¿Quién diablos es la persona directamente afectada?, —pregunto,
aunque una sospecha comienza a formarse en mi mente, y empiezo a temer
que tendré que contratar a un sicario.
—Primero, promete...
—Lo prometo, lo prometo. Ahora, habla, carajo, —la interrumpo, porque
siento que mi presión sanguínea sube peligrosamente.
Mi hermana deja escapar un profundo suspiro y luego suelta la bomba.
—Me acosté con Alex
Debo haber entendido mal.
Tal vez tenga un problema de audición.
Seguramente, no quiso decir lo que mi mente pervertida está pensando.
Eso es imposible.
Mi hermana besó... ¿cuántos? ¿Dos, tal vez tres, chicos?
No es posible.
Dios mío, tal vez tengo un trastorno neurológico que me impide
comprender el verdadero significado de las palabras.
No puedo creerlo.
Tal vez, estoy exagerando. Tal vez bebieron demasiado y se quedaron
dormidos en la misma cama. En la cama juntos, en ese sentido.
Sí, debe ser eso.
Aliviada por la conclusión de mi razonamiento, empiezo a respirar de
nuevo y comienzo a reírme casi histéricamente.
¿Cómo he podido siquiera pensar por un instante que mi hermana podría
tener sexo con ese imbécil de Alex?
Mi hermana me mira como si estuviera loca, pero yo no puedo dejar de
reír.
—Isa, ¿has entendido lo que he dicho?,     —pregunta, frunciendo el ceño.
Dejo escapar un profundo suspiro para recuperar algo de control y le
sonrío.
—Mari, mi mente hizo una suposición loca al tergiversar completamente
tus palabras, pero luego me di cuenta de que las había malinterpretado.
Puede ocurrir que, cuando bebes un poco más de lo habitual, hagas cosas
bastante inusuales. No sé cómo has acabado en la cama con Alex, y
entiendo que la situación te haya perturbado mucho, pero no tienes por qué
preocuparte. Si ese imbécil tiene la intención de difundir rumores sobre ti,
me encargaré de ello.
—Tienes razón, puede que haya utilizado palabras fáciles de tergiversar.
Intentaré ser más directa para no dar lugar a ninguna malinterpretación:
tuve sexo con Alex.
—C-cos... como... tú, tú... ¿qué diablos?     —mi voz se vuelve aguda y
fina mientras estoy casi segura de que una vena de mi cerebro está a punto
de estallar.
Lo mato.
Lo destruyo.
Lo hago pedazos.
En cuanto le ponga las manos encima, no quedará nada de ese hijo de
puta.
—Isa, por favor, cálmate. Respira, está bien. No ha pasado nada, —
intenta calmarme, pero ya estoy desvariando.
—¿Nada? ¿Llamas a eso nada? ¿Le diste tu virginidad a un imbécil de
primera clase y llamas a eso nada? ¿Cómo voy a calmarme? Le dije que se
mantuviera alejado de ti. Ahora, verá.
—Lo prometiste, Isa. Quiero que no hagas nada en absoluto, —me lanza
una mirada ardiente.
El maldito se la ha follado y ella tiene el descaro de exigirme que no haga
nada al respecto.
—Entonces, ¿por qué estás tan perturbada, ¿eh? ¿Qué te ha hecho? ¿Te ha
hecho daño? ¿Fue duro? Dios mío, ¿en qué estabas pensando? ¿Por qué él?
—Creo que lo amo.
Directo, seco, firme.
—¿Estás bromeando? ¿Te acostaste con él y ahora, de repente, estás
enamorada de él?
—En realidad, estoy prendada desde tu boda, sabes, y no he dejado de
pensar en él ni un momento desde entonces.
De nuevo, no hay inseguridad en sus palabras.
—Cariño, apenas tienes dieciocho años y lo has visto dos veces. ¿Cómo
puedes pensar que tienes sentimientos por él más allá de la atracción física?
—Le pregunto, porque realmente quiero entender su punto de vista.
—Isa, Alex nunca me ha tratado como si fuera una muñeca de cristal. Es
directo, irreverente, casi irritante, pero me hizo sentir viva. Cada vez que
estoy cerca de él, siento todo en mi piel.
Jesús. Esto es más serio de lo que temía.
—Pero entonces, ¿por qué estás tan alterada? Te echó a la mañana
siguiente, ¿no?, —supongo, conociendo bien a los tipos como Alex que
estarían dispuestos a prometer la luna por la noche para conseguir el
objetivo y, al terminar, ni siquiera recordar tu nombre.
—No me echó, pero me escapé de la habitación antes de que se
despertara. No tuve, y aún no tengo, el valor de mirarlo a la cara. ¿Y si me
dijera que no soy lo suficientemente buena para él? Es... intenso, pero
estaba decidido a no tocarme. No sabes lo mucho que tuve que presionarle
para que cediera, cómo tuve que...
—Y me gustaría seguir sin saber, muchas gracias. Por favor, no entres en
detalles. No creo que pueda manejarlo por el momento, ¿de acuerdo? —La
interrumpo, porque en serio, no quiero saber los detalles de cómo lo sedujo,
aunque dudo que alguien como Alex pueda "ceder" ante una jovencita.
Apuesto a que ese sinvergüenza la manipuló para conseguir lo que
quería.
—Mari, me alegro de que hayas confiado en mí. Yo estoy aquí, ya sabes,
siempre y para cualquier cosa.
—Bueno, hay una cosa: me gustaría anticipar mi partida a París. ¿Me
ayudarías a convencer a nuestros padres para que me dejen ir cuanto antes?,
—pregunta, y esto es la confirmación de que lo que sea que haya pasado
entre mi hermana y Alex la ha afectado.
Ese desgraciado no sabe lo que le espera.
Capítulo Treinta

FRANK
 
Cada vez estoy más convencido de que los Ghosts están tramando algo
grande y Romeo está de acuerdo conmigo.
Llevo un par de horas encerrado en el despacho de mi casa cavilando
sobre cuáles pueden ser sus objetivos, pero todavía no he sacado ninguna
conclusión, cuando oigo pasos apresurados y, un momento antes de que la
puerta se abra bruscamente, ya tengo la mano en la pistola.
—Una cosa te pedí, Frank, sólo una, y en cambio, me enteré que mi
hermanita se acostó con Alex. ¿Apuesto a que la sedujo para algún tipo de
juego pervertido? ¿O quería probar la emoción de hacerlo con una chica sin
experiencia alguna? ¿Me equivoco o me dijiste que, y cito tus malditas
palabras, nunca habría logrado mantener el ritmo? despotrica Isabella,
furiosa y con la cara roja.
¿De qué diablos está hablando?
Intento entrar en su argumento, pero mi muñequita está fuera de sí por la
rabia. Una rabia que me contagia al instante porque no sabía nada de esto y
realmente le había aconsejado a Alex que se alejara de Mariella.
Pero, sobre todo, no me dijo nada y me encuentro totalmente
desprevenido para este ataque frontal. Odio no estar preparado para los
ataques.
—¿Cómo pudo ocurrir algo así delante de mis narices? Fui tan cuidadosa,
que pensé que estaba a salvo y, en cambio, mira esta obra maestra. Apuesto
a que esta historia también tiene algo que ver con su deseo de huir a París a
toda prisa, —continúa impertérrita sin mirarme siquiera.
—Tu hermana siempre quiso estudiar en París y moví cielo y tierra para
que así fuera, —intento aplacarla, recordándole que me la jugué por ella y
su hermana.
—Oh, ¿así que eso autorizó a tu fiel Segundo a llevarla a la cama, Frank?
¿Quería marcarla, reclamarla o qué? ¿Eh? ¿O tal vez pensó que así se
quedaría aquí en San Francisco? Dios... No quería que entrara en detalles,
pero ¿y si la hubiera forzado? Si se la hubiera llevado contra su voluntad y
ella hubiera evitado decírmelo... —ahora va por libre.
Sacudo la cabeza y respiro hondo. Está alterada, y perder también yo la
calma tampoco me serviría de nada.
—Escúchame bien, Isa, no sé qué pasó entre ellos ni por qué. Llamaré a
Alex y le pediré una explicación, pero necesito que te calmes y razones
junto a mí. Estoy dispuesto a apostar mi propia vida a que Alex no la ha
forzado a hacer nada en absoluto. Puede que sea un imbécil, lo reconozco,
pero nunca obligaría a una mujer a hacer nada. No sabemos los detalles de
lo que ha pasado entre ellos y es una tontería sacar conclusiones
precipitadas —intento razonar con ella, pero su mirada no deja de ir en
todas direcciones menos en la mía.
Avanzo hacia ella sin apartar la mirada de su rostro, ella retrocede, pero
persiste en no encontrar mis ojos.
Debo tocarla, es la única manera de aplacarla, de traerla de vuelta a mí.
Parece agitada, asustada, aterrorizada incluso, y lo odio, maldición, odio
con todas mis fuerzas verla en este estado.
Me las ingenio para alcanzarla y estiro las manos para tocarla, aunque
estoy seguro de que me rechazará, rechazando mi contacto y a mí. Pero, una
vez más, esta mujer me sorprende. Me permite tocarla y, sin pensarlo dos
veces, la aprieto contra mí para cargar sobre mis hombros su tensión, su
preocupación por su hermana, y gracias a Dios, me deja hacerlo: su cuerpo
se convierte en mantequilla contra el mío, su suavidad contra mi dureza, sus
curvas contra mis ángulos.
La oigo sollozar, está llorando y, por fin, maldición, siento que su
ansiedad disminuye, justo cuando llego a la conclusión de que tal vez tenga
que matar a mi mejor amigo.
Poco más de quince minutos después, abro de golpe la puerta de mi
despacho en Stark y casi la arranco de sus bisagras, Alex ya se ha
acomodado en la silla frente al escritorio y ni siquiera se inmuta ante mi
entrada.
—¿En qué carajos estabas pensando, Alex? Mi esposa tuvo un ataque de
histeria, mi cuñada está empacando para París y tú pareces jodidamente
tranquilo, demasiado tranquilo. ¿Quieres decirme qué diablos te está
pasando antes de que te meta una bala en la frente?     —Dejo a un lado las
galanterías y voy directamente al grano para que ambos sepamos por qué
estamos aquí.
—Hermano...
—Hermano, una mierda. No tienes ni idea del estado en el que dejé a mi
mujer, pensé que se desmoronaría ante mis ojos. Ya sabes lo protectora que
es con su hermana. Cristo, la única razón por la que aceptó casarse conmigo
fue para salvarla.
—No parece que le vaya tan mal...
—No hables de mi esposa. No lo hagas. No te atrevas a hablar de ella.
Más bien, explícame qué carajo pasó entre tú y mi cuñada.
—No es que sea de tu incumbencia...
—Alex, ¿has decidido morir hoy? Porque, hombre, déjame decirte que
ahora mismo me siento muy magnánimo y podría acceder a tu petición. Te
sugiero que empieces a hablar. Ahora —golpeo la mesa con el puño para
demostrar que mi paciencia ha llegado a su fin.
Resopla, y en sus ojos leo el reto de enfrentarse a mí como cuando
éramos niños y mantener la maldita boca cerrada.
Por un momento, me quito la máscara de civilización para que pueda ver
algo de la furia asesina que retumba en mis venas en este momento.
En ese momento, sus ojos se abren de golpe y sé que se ha dado cuenta
de que hablo en serio.
Deja escapar un profundo suspiro antes de empezar a hablar.
—Mira, Frank, sé lo que me dijiste, pero sucedió, ¿de acuerdo? No fui a
buscarla a propósito, esa no era mi intención en absoluto. Maldita sea, si
quieres saberlo, pensé que era demasiado inocente para mi gusto, pero
entonces me besó. Y ya no entendí nada más. Sentí... no sé, algo. Ella... me
hace algo. ¿Qué quieres que te diga? No lo planeé y no quise ir en contra de
tus órdenes, pero no habría podido hacerlo de otra manera.
—Vete a la mierda, Alex, con todas las mujeres que se te echarían encima
en menos de tres segundos, tenías que acostarte con mi cuñada entre todas
las personas.
—Ninguna de ellas es Mariella.
—Mentiras, Alex, soy yo con quien estás hablando. Olvidas que te
conozco, que hemos compartido mujeres más veces de las que puedo
recordar. Y recuerdo que, a veces, ni siquiera les mirabas a la cara, porque
lo único que necesitabas era que respiraran.
—Frank…
—No, nada de Frank. Lo hecho, hecho está. Encontraré la manera de
aplacar a Isabella y, que te quede claro, tendré que hablar con Mariella para
ver si todo está bien con ella. En caso contrario, no sé, tendremos que
pensar en una solución. Es imperativo que te mantengas alejado de ella a
partir de ahora, ¿me entiendes, Alex? No hables con ella, no la busques,
nada en absoluto. Es una orden que no quiero repetir y, esta vez, si
desobedeces, las consecuencias serán drásticas.
—Mierda, ¿por qué me haces esto? Ella... creo que me gusta, —intenta
replicar, pero las cosas han ido demasiado lejos y debo recuperar el mando
del barco antes de que se hunda.
—¿Estarías dispuesto a casarte con ella?   —Sus ojos casi se salen de sus
órbitas.
—¿Q-qué? ¿Estás loco? He dicho que me gusta, no es que quiera casarme
con ella, y además, ni siquiera nos conocemos, y lo que es más importante,
sabes que no soy del tipo de tener una relación. maldición, no sabría ni por
dónde empezar.
—Entonces, está decidido. Aléjate de ella y consideraré el asunto cerrado,
intenta acercarte a ella de nuevo y te verás obligado a casarte con ella.
Y con eso, doy por cerrado el asunto y salgo del despacho dando un
portazo tras de mí.
Dos horas y cuatro llamadas perdidas después, seguía sin obtener
respuesta de mi mujer, ni siquiera a los mensajes que le envié.
Cuando volví a casa, la encontré vacía e inmediatamente llamé a Sam,
uno de mis hombres, que me informó de que Isa quería volver a ver a su
hermana. Por suerte, se llevó a Joe, uno de mis hombres, con ella.
Sin embargo, tengo una extraña sensación en la boca del estómago.
Deben ser las ganas de aclarar la situación, de asegurarme de que está bien,
de tenerla entre mis brazos y tranquilizarla diciéndole que todo irá bien. No
lo sé, pero no dejo de pasearme de un lado a otro de mi estudio.
Decido dejarle un mensaje de voz para hacerle saber que estoy perdiendo
la paciencia.
—Cristo, Isa, contesta el puto teléfono antes de que me aparezca en la
casa de tus padres. Entiendo que aún estés enfadada conmigo, pero lo
solucionaremos juntos. Tienes tres minutos para devolver la llamada o
responder a mis mensajes, después iré a casa de tus padres y no será un
encuentro agradable.
Termino la llamada, furioso, ¿cómo puede dejarme fuera así? Nunca pude
con ella. Tengo que hablar con ella, hacerle entender que jugamos en el
mismo equipo y que siempre tendrá mi apoyo, aunque tenga que ir en
contra de mi mejor amigo.
Sólo quiero hacerla entrar en razón, sólo quiero abrazarla y decirle que
no está sola. Que ya no tiene que levantar sus muros infranqueables, porque
yo estoy ahí para protegerla de todo.
Han pasado dos minutos. Todavía no hay nada. Me subo al coche. No
puedo esperar más. Voy volando a casa de los esposos Rizzo, infringiendo
todas las malditas leyes de tránsito, y cuando llego me lanzo fuera del
coche, furioso.
Llamo firmemente a la puerta y trato de calmarme, porque la vibración
letal que siempre recorre mi cuerpo está a punto de estallar y hacer una
barbaridad. Y no me parece apropiado asesinar a mis suegros en un ataque
de ira.
Cuando la criada me abre la puerta, veo por un momento su mirada
asustada, pero paso por delante de ella sin decir nada y me dirijo al salón,
donde encuentro a Assunta, concentrada en tejer. Ni más ni menos
—Buenas noches, Assunta. Siento llegar así, pero estoy buscando a
Isabella. Sé que debería estar aquí, casi quiero felicitarme por mi tono
tranquilo.
Ella levanta la vista, completamente ajena a la rabia que hierve en mi
interior.
—Lo siento, cariño. Creo que has hecho un viaje en vano, Isabella no está
aquí. Salió hace más de una hora para volver a casa.
Por un momento, estoy convencido de que he entendido mal. Sin
embargo, al momento siguiente, el suelo tiembla bajo mis pies mientras mi
cerebro intenta comprender lo que acaba de decirme. Al momento
siguiente, me pregunto si mi mujer ha escapado y se me abre un abismo en
el pecho.
Desde fuera, no me he movido ni un centímetro, mi cuerpo está inmóvil y
mi expresión impasible. Tardo un segundo más en darme cuenta de que
Assunta se ha levantado y se ha acercado a mí, cuando la vuelvo a enfocar,
me doy cuenta de que me está hablando.
Frank, creo que tu teléfono está sonando, dice y yo vuelvo a la realidad.
Tengo que encontrar a Isa.
Sin añadir nada más, me doy la vuelta y salgo casi corriendo de la casa,
empezando a pensar en cómo organizar la búsqueda, contactar con Romeo
para el control del tráfico portuario y aeroportuario y, mientras tanto,
responder a la llamada de Alex.
—Boss, tenemos un problema, —me dice y el eje de mi mundo se inclina
de manera peligrosa.
Necesito encontrar a Isa, maldición.
Capítulo Treinta y uno

ISABELLA
 
Abro los ojos y me arrepiento un momento después, cuando una
dolorosa punzada me atraviesa el cráneo de lado a lado. Gimoteo de dolor,
intentando averiguar dónde demonios estoy y qué ha pasado. Tengo la
mente nublada y los últimos momentos antes de perder la conciencia son
bastante confusos.
Intento mirar a mi alrededor, pero mis párpados parecen pesar una
tonelada y los cierro para conservar mis fuerzas. Respiro profundamente y
siento un dolor sordo en el costado.
Estoy confundida y dolorida, pero no sé por qué. Debo intentar
concentrarme en el último recuerdo que tengo y partir de ahí.
No es nada fácil, me siento débil y magullada, como si me hubiera
atropellado un autobús o un todoterreno.
Y, en un instante, todo vuelve a mí.
Un SUV negro.
Acelera y se detiene.
Salen cuatro hombres con chaquetas de cuero con parches.
Sus rostros están cubiertos, pero sus brazos están cubiertos de tatuajes, y
sostienen grandes armas automáticas, que apuntan hacia nosotros.
Empiezan a disparar a ráfagas contra el lado blindado.
Grito, estoy aterrorizada, ¿qué está pasando?
¿Dónde está Frank?
Él sabría qué hacer, yo sólo puedo gritar.
Siento el rugido de la sangre en mis oídos, no puedo pensar.
Joe se gira y su joven rostro no puede ocultar una expresión de
preocupación mientras me grita que me quede en el coche. Le miro, pero a
mi cerebro le cuesta procesar sus palabras.
¿Qué demonios va a hacer? ¿Salir? El maldito coche está blindado, pero
si sale le puede pasar cualquier cosa.
Tengo que impedir que salga del vehículo.
No.
No logro detenerlo a tiempo, sale y devuelve el fuego.
Los disparos se intensifican y no sé qué hacer.
Permanecer en el coche y rezar para que alguien llegue a tiempo.
Salir y tratar de alejarme, rezando para no ser acribillada.
Pedir ayuda.
Elijo la última opción y trato de tomar mi teléfono del bolso, mis manos
tiemblan tanto que no puedo mantenerlo quieto.
Oigo un golpe sordo en el lado del conductor y presiento que Joe debe
estar herido. O peor. Pero ahora no puedo pensar en eso.
Tengo que darme prisa, porque cuando veo que dos hombres se acercan
al coche, me doy cuenta de que ha llegado mi hora.
Debería haber hablado con Frank esta mañana, decirle que lo quiero de
todas formas, aunque sea un imbécil.
Cuando vuelvo la mirada al teléfono y finalmente comienzo la llamada,
siento que mi puerta se abre de par en par y un momento después, un ligero
pellizco en mi cuello y todo se vuelve negro.
Muy bien, ahora sé lo que ha pasado.
Sólo tengo que averiguar dónde estoy y cómo volver a casa.
Frank ya estará buscándome, ¿verdad? Joe le habrá avisado de lo
ocurrido y estará ahí fuera con sus hombres buscándome.
¿Verdad que sí?
¿Y si después de la forma en que le he atacado esta mañana, ha cambiado
de opinión sobre nosotros?
¿Y si Joe no lo hubiera conseguido? se burla una vocecita en el fondo de
mi cerebro. Estaba herido, pero no pude comprobar su estado. ¿Y si sus
heridas hubieran sido mortales? Frank no tendría ni idea de lo que ha
pasado, no sabría por dónde empezar a buscar.
¿Y si pensaba que me había escapado voluntariamente? No, no quiero ni
considerar esa hipótesis. No puede pensar tal cosa, sabiendo lo que siento
por él. Tampoco puede creer que yo le quite la vida a alguien. Simplemente
no puede.
Inhalo profundamente, porque ahora estoy delirando, mis pensamientos
van desenfrenados, se persiguen unos a otros de forma confusa, se
difuminan entre sí, me cuesta perseguirlos, y ponerlos en orden ni hablar.
Me drogaron, concluyo reflexionando sobre mi estado actual y
recordando el ligero pellizco en el cuello que sentí poco antes de perder el
conocimiento.
Mantente concentrada, me exhorto a mí misma, pero es realmente difícil.
Vuelvo a girar la cabeza para ver dónde estoy y un desagradable olor me
golpea en la nariz.
No puedo identificar lo que es, tal vez el olor de algún animal, pero las
paredes de madera y el heno en el suelo son pista suficiente para concluir
que estoy en un establo o algo similar.
Debemos estar fuera de la ciudad, podríamos estar en el campo abierto al
sur o quién sabe dónde en el monte al norte de San Francisco.
No tengo ni idea de quién me secuestró, pero descartaría a las viejas
organizaciones rivales como la mafia rusa e irlandesa: desde que el padre de
Frank se hizo con la Regencia ha estado trabajando para que todos trabajen
en completa armonía, toda la armonía que puedan experimentar las
organizaciones criminales.
Me acuerdo de una conversación telefónica de Frank, que sólo escuché
de pasada, en la que hablaba de un grupo de MC, los Ghosts si no recuerdo
mal, con alguna mención a su refugio "ilocalizable". ¿Podría tratarse de
ellos? Pero, ¿por qué secuestrarme? No conozco los detalles de los negocios
de Frank, y aunque los conociera, nunca traicionaría a mi marido.
De repente, mi mente se ve invadida por las palabras que Frank me lanzó
la noche del cumpleaños de Mariella, después de que le confesara que lo
amaba: —¿Sabes lo que te harían esos pedazos de mierda de los Ghosts?,
¿eh? Se turnarían para violarte, tal vez incluso en grupo, y luego te
cortarían pieza por pieza hasta que me rindiera. Una rendición que no
serviría de nada, porque terminarían de destriparte delante de mis ojos,
antes de degollarnos a los dos, dejándonos morir desangrados.
Oh, mierda.
—Mantén la cabeza lúcida, —me susurro, con la voz ronca y la lengua
arrastrada y casi tan pesada como los párpados.
Debo recomponerme, buscar una forma de salir de aquí, no tengo
intención de ser la palanca que utilizarán para doblegar a Frank.
No es que espere que alguien como él, un asesino despiadado y sin
escrúpulos, se doblegue por nadie, y es un pensamiento que en parte me
anima y en parte me punza el corazón.
Intento levantarme en mi asiento, a pesar de un dolor y un mareo
generalizados, pero con unas cuantas respiraciones profundas, lo consigo.
Es sin duda el establo de una caballeriza: si no hubiera bastado el olor de
los animales y el heno en el suelo, para confirmar mi teoría hay una silla de
montar en la esquina, lástima que no sirva para mi huida.
De repente, oigo fuertes pasos y mi corazón se acelera, la sangre empieza
a palpitar en mis oídos y mantener la calma se convierte en una utopía.
Miro frenéticamente a mi alrededor en busca de algo que pueda utilizar
como arma, o incluso sólo un escondite improvisado, pero no hay ningún
rincón en el que encontrar refugio.
Unos segundos y la puerta de madera se abre de golpe, dejando entrar a
dos hombres altos y robustos: uno lleva la cara tapada, con unos vaqueros
deshilachados y una camiseta negra que sin duda ha visto tiempos mejores,
el otro también lleva unos vaqueros viejos y una camisa manchada de rojo,
-y realmente espero que sea salsa-, aunque lo que más me preocupa es la
mueca maligna que luce con la cara descubierta y que no augura nada
bueno, haciéndome temblar hasta los huesos.
El de la cara descubierta da un paso adelante y me doy cuenta de que es
él quien realmente manda, me lanza una mirada tan obscena y sórdida que
al instante me siento sucia, pero mantengo una expresión neutra y, sobre
todo, me obligo a no emitir un solo gemido.
—Buenos días princesita, ¿has descansado bien?, —me pregunta
burlonamente.
No desperdicio la poca energía que tengo para responder a una pregunta
tan estúpida, me limito a mirarle fijamente a los ojos, porque si cree que me
voy a sentar a llorar en un rincón, que se joda.
Arquea una ceja y un destello malvado ilumina su mirada, un verdadero
presagio de fatalidad.
—Oh, ¿el gato te ha comido la lengua? No te preocupes, ya
encontraremos otra cosa que cortar para enviársela a tu dulce marido, —se
ríe junto a su secuaz—. ¡Qué grosero soy! Ni siquiera me he presentado,
déjame hacer las cosas bien, mi querida princesita: soy Brody, Presidente de
los Ghosts, Club MC de San Francisco —concluye, haciendo una sarcástica
reverencia.
Al menos ahora se ha confirmado una de mis teorías.
No sé cómo, pero tengo la certeza de que la investigación de Frank
comenzará con ellos. Y sólo puedo estar agradecida, porque este tipo no
deja de lanzarme miradas que dejan poco a la imaginación y prefiero ser
asesinada a dejar que consiga lo que quiere.
Por favor, Frank, date prisa.
Esta esperanza surge de la nada y me perturba un poco, porque siempre
he sido una persona independiente, dispuesta a luchar por mi propia
autonomía.
Aunque soy muy protectora con mi hermana, siempre me he sentido
como una "isla", una de esas personas que se bastan a sí mismas y no
necesitan a nadie más para vivir bien y satisfechas.
Sin embargo, Frank se coló bajo mi piel, escarbando bajo mis costillas
hasta mi corazón para hacerse un lugarcito inviolable ahí mismo.
Ya sabía que me atraía, que me había enamorado de su compleja
personalidad, de sus ojos de hielo y de esa sonrisa asesina, pero esto es otro
nivel.
Se ha vuelto indispensable, como el oxígeno para respirar.
Un chasquido de dedos frente a mis ojos me devuelve al presente,
distrayéndome de mis peligrosas cavilaciones.
—¿Por casualidad eres sorda? —Brody se ha agachado de rodillas a
centímetros de mi cara y no parece nada contento con mi falta de atención.
Le devuelvo la mirada, pero sigo sin abrir la boca.
Ni siquiera veo que levante la mano ni que retire el brazo, pero su mano
abierta aterriza con un violento golpe en mi mejilla y siento que la
mandíbula cruje por el golpe.
Imbécil, pienso, pero prefiero cortarme la lengua que darle la satisfacción
de dirigirme a él.
A la mierda, si tengo que morir aquí y ahora, bien podría aferrarme a mi
dignidad.
—Oh, ya veo. Eres una pequeña perra que quiere ser dura, ¿eh?
Realmente quiero ver si vas a mantener la boca cerrada mientras mis
hombres y yo nos divertimos entre tus muslos —amenazó, soltando una
carcajada junto con su secuaz y girándose ligeramente hacia él—-Josh,
consigue un par de chicas y prepara a esta zorrita para la noche que se
avecina. Avisa a los demás de la casa para que no se encierren en sus
habitaciones con sus putas: esta noche tenemos una invitada importante a la
que satisfacer y le vamos a dar una lección que nunca olvidará, —le ordena
al otro, que corre hacia la puerta, como si le hubieran dado la mejor noticia
de su vida.
Brody vuelve a mí, porque no ha terminado con las amenazas y debe ser
el tipo de persona que disfruta destruyendo a los demás también
psicológicamente.
Hijo de puta sádico.
—Princesita, voy a asearte y a ponerte algo que te convierta en una
verdadera hembra, porque yo y mis hombres sólo queremos primera
calidad, —resopla una carcajada y continúa—. Te digo lo que va a pasar,
porque quiero que estés preparada, princesa. Si insistes en no hablar, en no
cooperar y en no apreciar nuestra hospitalidad, te follaremos por turnos, de
manera cruenta y en todos los putos agujeros que tengas y si insistes en no
gritar, empezaremos de nuevo y con más fuerza, y sólo cuando seas una
cáscara llena sólo de nuestro esperma, empezaré a cortarte un dedo cada
vez, quizás incluso una oreja. Esperaré la llegada de tu marido con mi polla
hundida en tu culo, y cuando llegue, me correré con fuerza mientras te
aplasto los sesos delante de sus ojos. Y luego lo mataré a él también, por
supuesto, —resopla, y mientras se levanta, no puedo evitar fijarme en la
evidente erección que esconde su pantalón.
Que Dios me ayude, toda la escena que describió le excitó mucho.
Realmente va a hacer todas esas cosas sucias y, en ese momento, sucede.
Me surge una arcada de vómito que, aunque lo intentara no podría
reprimir, y él asume una expresión victoriosa.
Se adelanta y, metiendo una mano en el pelo, tira de él con fuerza, hasta
arrancarme algunas mechas.
—¿Qué pasa, princesa? ¿No me digas que no te gusta el plan de la noche?
O tal vez quieras echar un vistazo, ¿eh?
Me tira de la cabeza hacia delante hasta que mi mejilla se ve empujada
con fuerza contra su erección y la cremallera de sus vaqueros me araña la
piel. Apesta a tabaco y orina y se me escapa otra arcada.
Comienza a mover mi cabeza de un lado a otro contra la tela rígida y
tensa: se está masturbando con mi cabeza y la sensación de repulsión
alcanza su máxima intensidad. Podría vomitar sobre él todo el asco que me
produce esta situación.
—Te gusta, ¿verdad, princesa? Lástima que seas un pequeño luchador y
no me confío para metértela en la boca, tendré que esperar a que te quedes
sin fuerzas, o tal vez pueda arrancarte los dientes —se ríe para sí mismo
ante lo que espero que no sea más que una broma de muy mal gusto y
continúa el movimiento cada vez con más fuerza-.
Siento una sensación de ardor en la mejilla y creo que la piel se ha
desgarrado, pero poco importa, este animal no tiene intención de parar.
Sus movimientos se vuelven frenéticos mientras su respiración se acelera
y comienza a jadear. No puedo creerlo, está a punto de venirse. Este
hombre, si puedo llamarlo así, es realmente un pervertido.
De repente, tira de mi cabeza hacia atrás y con su mano libre abre la
bragueta de sus vaqueros, bajándolos hasta medio muslo.
Oh Dios, no. No puede hacerme esto. Frank, ¿dónde estás? Que alguien
me ayude, rezo en silencio para que no se ensañe contra mi violándome la
boca.
Empiezo a temblar de desconcierto y el terror se apodera de mi
estómago.
—Sí, joder, eso es, —murmura, pero ni siquiera me mira, perdido en la
enfermiza excitación de este contacto que estoy odiando con todo mi ser,
con su mano libre bombea furiosamente su erección mientras gruñe
palabras ininteligibles.
Uno, dos, tres movimientos bruscos y luego se viene encima de mí, cierro
los ojos con fuerza, no antes de que una gota de esperma acabe en mi ojo y
arda como el infierno, sigue embarrando mi cara, el líquido golpea mi
mejilla herida y el ardor que siento se intensifica.
Cuando ya no siento los chorros de calor en la cara, no me atrevo a abrir
los ojos, pero él se ríe divertido.
—Joder, estás aún más guapa así. Mi esperma te queda bien, zorra, y no
te atrevas a limpiarte o te cortaré la mano, ¿me oyes?,     —amenaza,
soltando mi pelo para darse una arreglada.
Quiero acurrucarme en un rincón, limpiarme usando algo, incluso la ropa
que llevo puesta, pero no me atrevo a moverme, apenas puedo respirar,
desearía ser invisible, desearía que él olvidara mi presencia.
Permanezco inmóvil, esperando, y aunque me siento aún más vulnerable
y expuesta al mantener los ojos cerrados, no me atrevo a espiar lo que
ocurre a mi alrededor.
Sólo cuando oigo el chirrido de la pesada puerta de madera que se abre y
se vuelve a cerrar, uso la blusa que llevo puesta para, al menos, secarme los
ojos y aliviar el ardor.
La desesperación se apodera de mí y el terror me oprime el pecho, me
siento sucia y temo que ni siquiera deshaciéndome de mi propia piel podré
volver a sentirme limpia.
Rompo a llorar y el vómito me sube a la garganta y no hay nada que
pueda hacer para contenerlo, lo vierto a borbotones en el suelo tratando de
librarme del sentimiento de repugnancia que me asfixia, y vomito hasta que
no queda nada en el estómago.
Estoy manchada de barro, vómito y semen y siento que la sangre fluye
lentamente desde el corte en mi mejilla.
Sin embargo, soy consciente de que esto ni siquiera es lo peor que me va
a pasar si me quedo aquí por más tiempo, y una vez más, mi alma y mi
corazón llaman en silencio a la única persona que podría salvarme de
verdad antes de que sea demasiado tarde.
Frank, ¿dónde estás?
Capítulo Treinta y dos

FRANK
 
Seis horas, veinticuatro minutos y treinta y cinco segundos.
Para mi gusto, seis horas, veinticuatro minutos y treinta y cinco segundos
es demasiado tiempo.
Volví a la oficina del Stark y Alex ya estaba aquí. Dejando a un lado los
asuntos personales, estamos completamente centrados en la misión:
encontrar a Isabella lo antes posible.
Al principio, Alex no dejaba de balbucear que no podíamos suponer que
no se trataba de una partida voluntaria: sencillamente, sugirió que mi mujer
se había escapado.
Creo que el imbécil de mi mejor amigo ha tenido hoy un deseo de muerte
insano, y teniendo en cuenta mis irreprimibles ganas de estrangularlo, ha
estado muy cerca.
Sólo se salvó gracias a la llegada de algunos de mis hombres que, al cabo
de poco más de media hora, localizaron a Joe, el guardia que había sido
asignado a Isabella: acribillado a balazos junto al SUV blindado, a poca
distancia de nuestra casa.
No hay vídeo de vigilancia ni de tráfico que explique qué demonios pasó,
pero ni yo, y ahora ni siquiera Alex, pensamos que Isa haría daño a alguien
para huir.
No sólo porque mi muñequita es tan inteligente que encontraría la
manera de escabullirse sin hacer daño a nadie, sino también porque no
descargaría su ira en alguien que no se lo merece.
Y entonces, ese músculo que creía putrefacto en medio de mi pecho
quiere aferrarse a toda costa a la convicción de que, aunque Isa esté
enfadada conmigo por la “cuestión Alex”, no me dejaría así, porque hay
algo entre nosotros.
Algo hermoso, algo puro, algo trascendente.
Carajo, ella ha dicho que me ama.
Y yo, como un completo huevón, no he tenido las pelotas de decirle lo
que siento por ella. Casi me paralizo cuando me habló con el corazón
abierto sobre lo que siente por mí.
¿Cómo puede una mujer tan maravillosa sentir algo así por un monstruo
como yo?
Mantén la concentración, me reprocho a mí mismo y vuelvo a centrar mi
atención en el escenario más probable: Alex afirma que son los Ghosts, los
bikers con los que seguimos teniendo problemas, que el secuestro de
Isabella es su forma de hacerme saber que pueden llegar a mí y a los que
quiero, que pueden retenerme y, sobre todo, que pueden doblegarme para
que haga lo que quieran. Ilusos. El infierno se congelará antes de que me
doblegue ante alguien.
He puesto a todos mis hombres en el campo, y ya están recibiendo apoyo
remoto de Romeo.
Encontraré a mi esposa, de eso no tengo duda. Sólo espero llegar a
tiempo.

***
 
—Objetivo confirmado, —anuncia Matt por la radio. Alex me lanza una
mirada y me hace un breve gesto con la cabeza.
Estamos a unos cien metros de una cabaña perdida en las montañas:
según las investigaciones de Romeo, se supone que es su cuartel general.
No sé cómo ha llegado mi amigo a este lugar en tan poco tiempo, pero es
una confirmación más del puto genio de la informática que es. No es que
tuviera ninguna duda al respecto.
A pocos metros del edificio que estos desgraciados utilizan como
guarida, pensando que están a salvo de cualquier amenaza, sin saber que
mis hombres y yo nos preparamos para hacerlos salir y exterminarlos, me
preparo mentalmente para la masacre que está a punto de producirse.
Ninguno de esos imbéciles saldrá vivo de allí.
Con el equipo de combate que llevamos, podríamos rivalizar con un
equipo S.W.A.T. listo para una incursión sin demasiado esfuerzo.
Los prismáticos mejorados con infrarrojos confirmaron el número de
guardias apostados fuera del cobertizo y estoy dispuesto a apostar todo lo
que tengo a que Isa está siendo retenida allí mismo.
Puedo sentir la furia burbujeando justo debajo de la superficie, pero
tengo que esperar a que mis hombres, unos quince en total, lleguen a la
posición para obtener al menos un recuento aproximado de los enemigos
que hay dentro y el tipo de armas que están utilizando: cuanta más
información tengamos, mayores serán las posibilidades de éxito sin un
excesivo derramamiento de sangre, al menos por nuestra parte.
Estos chicos no son profesionales y eso nos beneficia, pero se mostraron
imprevisibles una vez más y eso los condenó al espantoso destino que les
espera en el horizonte.
¿En qué condiciones encontraría a Isabella? ¿La habían golpeado, la
habían tocado? ¿Y si fuera demasiado tarde? Dios, no.
Me negaba a pensar que no volvería a ver esa sonrisa o esos ojos
magnéticos. La llevaría a casa, me ocuparía de todas las malditas heridas y
superaríamos esto juntos.
No había alternativas admisibles.
Mi muñequita habría estado bien, porque tenía una fuerza interior que yo
admiraba y amaba. Tanto como amaba su astucia, su terquedad, el feroz
sentido de la protección que mostraba hacia los que le importaban, la
dulzura cuando dejaba caer su armadura, la forma en que su cuerpo se
amoldaba al mío.
Iba a encontrarla y llevarla a casa conmigo. Punto.
Entonces, me habría enfadado con ella por salir con un solo guardia, por
no responder a mi teléfono en todo el día, por dejarme fuera de sus
pensamientos, por privarme de sus palabras.
Hubiera preferido pelear todos los días antes que ese maldito muro que
había puesto entre nosotros cuando se enteró de lo de Alex y Mariella. Otra
situación de la que me habría ocupado de una vez por todas.
Un paso a la vez, Frank.
Noto la mirada de Alex tratando de llamar mi atención sin decir una
palabra y vuelvo al presente.
—Pónganme al corriente, —ordeno, recuperando la concentración y
centrando toda mi atención en lo que nos espera una vez que abandonemos
nuestras posiciones.
—Seis hombres en el exterior: dos en cada salida y dos rodeando el
edificio. Dentro, hemos visto al menos cinco, pero podría haber más, —
explica Alex.
Pienso rápidamente y comunico por radio el plan a mis hombres.
—Muy bien. Alex y yo tomaremos la entrada sur, Sam y Mike la norte.
Matt, tú y Manny se encargan de los dos que rodean el edificio y de todos
los que salgan de ahí en cuanto entremos. Todos los demás, cúbrannos hasta
que lleguemos al cobertizo; después, encárguense del asalto a la oficina
principal; esta noche no hay prisioneros. Esta noche, vamos a demostrar a
estos imbéciles quiénes somos y qué les pasa a los que intentan jodernos, —
concluyo y oigo los gruñidos de aprobación de mis hombres, listos para
cargar.
Antes de irme, Alex me detiene con una mano en el hombro.
—Amigo... —y me basta mirarlo a los ojos para entender todo lo que le
gustaría decirme, pero para lo que no tenemos tiempo.
—Lo sé, —le aprieto el otro hombro y mi mirada le comunica lo que
necesito que sepa. Puede que nos peleemos y nos demos de golpes, pero él
es, y siempre será, mi hermano y me cubre la espalda, pase lo que pase. El
sentimiento es mutuo, puede que amenace su vida, pero daría un brazo por
él—. Vamos
Manteniéndonos agachados, corremos en dirección al cobertizo, tan
rápido como un rayo, aprovechando la cobertura de los árboles para
ocultarnos de la vista de los dos guardias. Cuando estamos lo
suficientemente cerca, Alex y yo apuntamos y a la cuenta de tres, los
guardias caen al suelo con un golpe sordo y un agujero entre los ojos. Ni un
sonido. ¡Perfecto!
En ese punto, nos adentramos en la oscuridad y llegamos a la entrada sur
del cobertizo.
—Alex y yo estamos listos en la entrada sur. Sam, Mike, confirmen su
posición,          —ordeno por radio.
—En posición en la entrada norte, jefe, confirma Sam.
—Hombre uno fuera de combate                 —comunica Matt poco
después. Un momento de pausa—. Hombre dos fuera de combate. Todo
despejado, jefe, —confirma nuestro francotirador.
Sin dudarlo ni un momento más, entramos y antes de que estos malditos
se den cuenta de lo que pasa y puedan reaccionar, sacamos uno cada uno,
pero sigue habiendo movimiento, tal y como preveíamos. Gritos, disparos y
una sirena de alarma atraviesan la noche mientras buscamos refugio y
nuestros próximos objetivos.
—Cuatro imbéciles eliminados, hay al menos dos más, —informo a Matt,
que sigue supervisando la situación desde fuera.
—Entendido, Boss. El asalto al cuartel general ya ha comenzado y están
cayendo como bolos. Actualización en dos minutos,   —responde con una
calma asombrosa. Supongo que su experiencia en las fuerzas especiales de
la Marina es muy útil en situaciones como ésta.
Cierro la comunicación y le dirijo una mirada de complicidad a Alex que
asiente y comienza a disparar, Mike y Sam le imitan y yo, manteniéndome
agachado, intento avanzar aprovechando su cobertura.
El desagradable olor a animal y orina es tan fuerte que resulta casi
asfixiante, pero no me dejaré distraer por esto.
Mientras avanzo, me doy cuenta de que uno de los imbéciles está tan al
descubierto que casi me río, pero no pierdo el tiempo, apunto y le doy entre
los ojos. Unos minutos y varios disparos después, la conmoción se apaga y
estoy bastante seguro de que los hemos eliminado a todos.
—¿Están todos bien?, —pregunto, y ante los gruñidos afirmativos de mis
hombres, avanzo hacia lo que me parece una oficina en la parte trasera del
almacén—. —¿Isa?,          —llamo en voz alta.
El silencio.
—Isa, ¿estás aquí?
Sigue el silencio.
Siento que se me estrecha la garganta, pero no quiero sacar conclusiones
precipitadas que me hagan perder la compostura y la claridad. No tendrían a
todos esos hombres vigilando un almacén vacío, ¿verdad? Intento razonar
para no perder la cabeza.
—¡Isa!, —llamo de nuevo, a un paso de la puerta. Siento que el sudor se
me desliza por la nuca, que la ansiedad me oprime el pecho, pero ya no
puedo parar.
Alex me acompaña, dispuesto a ir primero, pero sólo niego con la cabeza.
Tengo que ver con mis propios ojos lo que hay aquí.
Con mis hombres cubriendo mi espalda, abro la puerta de golpe y me
quedo sin aliento.
Embarrada, magullada, con las manos atadas y los ojos inyectados en
sangre, pero hermosa, Isa está de pie en medio de la pequeña oficina casi
vacía. Un escritorio que ha visto tiempos mejores, un par de librerías con
estantes torcidos, un televisor con más años que yo, una ventana con el
cristal sucio hasta el punto de ser casi opaco a sus espaldas.
Escucho a Alex susurrando algo por la radio, pero no puedo distinguirlo,
porque lo único que oigo es el frenético martilleo de mi corazón, mientras
miro a Isabella, mi esposa, mi maravillosa mujer, con una pistola
apuntándole a la sien y a ese baboso bastardo de Josh, el Vice de este
Chapter MC, que después de esta noche ya no existirá. Así sea la última
cosa que haga.
—Si das un paso más, Mancuso, le voy a volar los sesos a esta zorrita, —
amenaza, y que Dios me ayude, en lugar de encontrar terror en los ojos
verdes de Isa, lo único que veo es un fuego de rabia que arde con fiereza.
Para enfatizar el punto, el asqueroso pasa su mano libre por la cadera de ella
y sube para apretar uno de sus pechos.
Ella hace una mueca de dolor, pero no le concede ningún gemido, intenta
zafarse de su agarre, en vano. —No te atrevas a tocarme, cerdo de mierda,
—le dice con una mirada gélida que despierta una oleada de orgullo en mi
pecho y algo más en mis pantalones. Sé que no es el momento, pero
maldición cómo me excitan las garras de mi muñequita.
—Isa —la llamo, porque necesito que entienda que estoy aquí por ella,
que estoy dispuesto a hacer cualquier cosa para que salga ilesa, incluso a no
salir vivo si eso significa saber que está a salvo.
Cuando sus ojos se encuentran con los míos, sé que entiende
perfectamente lo que estoy pensando y lo que quiero que entienda, y me
quedo, una vez más, atónito cuando mueve la cabeza imperceptiblemente a
derecha e izquierda.
Juro que nunca he conocido a nadie tan terco y siempre dispuesto a
desafiar todas mis malditas decisiones. Si hubiera salido de aquí, me habría
asegurado de que supiera quién llevaba los pantalones. Y habría tenido que
encontrar la manera de que no supiera que me tenía cogido por las pelotas.
Regreso mi mirada al imbécil que respira en su cuello. —Deja ir a mi
esposa, esto es entre tú y yo. ¿O tienes demasiado miedo de lo que te voy a
hacer?, —humillo a Josh, tratando de desviar su atención de Isa.
—Lo siento, imbécil. Brody me ha dado órdenes estrictas y ninguno de
vosotros va a salir de aquí, pero eso no significa que no te obligue a ver
cómo me follo a esta zorrita primero —replica con una sonrisa de retorcida
excitación que me hace hervir la bilis en el estómago.
No puedo permitir que las emociones me sobrepasen. Lo único que la
hará salir de aquí sana y salva es la racionalidad y la planificación lúcida de
cómo haré pedazos al maldito hijo de puta que tengo delante. Lo habría
desmembrado pieza por pieza y habría disfrutado de cada momento.
Los tipos como él se creen invencibles mientras tengan un arma y un
escudo en las manos, pero la necesidad de esconderse detrás de un cuerpo
indefenso y desarmado indica su cobardía y su miedo inherente a la
confrontación, porque si se hubiera llegado a ese punto, su incapacidad se
habría apoderado de él, convirtiéndolo en un pedazo de mierda baboso e
indefenso que habría aplastado sin ningún escrúpulo.
Percibo en segundo plano la brusca inhalación de Isabella e intuyo que ha
leído cada uno de mis pensamientos. A la mierda, si hubiera salido vivo de
este infierno, también tendría que averiguar cómo demonios hacía para
leer más allá de mi máscara.
—Matt no tiene un tiro limpio, —murmura Alex a mi lado, su voz es tan
baja que incluso a mí se me dificulta oírlo.
Poco importa, me tocara a mi derribar a este maldito.
Estoy en la puerta, eso significa que estoy bloqueando la trayectoria de
mis hombres, y Matt no tiene un tiro limpio, tengo que pensar
cuidadosamente para decidir cómo proceder.
—Te sugiero que pienses bien mis palabras, no acostumbro a ser
repetitivo, —le digo con voz firme, por fuera parezco un maldito témpano,
pero por dentro soy una tormenta.  —No vas a salir de aquí, eso es obvio.
La pregunta es: ¿cómo quieres irte?
Los ojos del bastardo se dirigen hacia mí por un instante, pero es
suficiente para que vea el miedo. El sudor le baña la frente, sus ojos se
proyectan en todas las direcciones: está perdiendo el control, y eso le hace
aún más peligroso. Tengo que darme prisa, tengo que derribarlo.
—Esta es tu última oportunidad de conseguir una muerte rápida e
indolora,          —hago una pausa para que comprenda la seriedad de mis
intenciones, pero está demasiado al límite para darse cuenta.
—Sí, claro. Te creo, amigo. Lástima que te tenemos acorralado mientras
esta putita esté en nuestra compañía y el jefe tiene toda la intención de
divertirse con ella, —se burla con maldad.
De repente, Isa empieza a reírse como si alguien le hubiera contado el
chiste más divertido del mundo.
Pero, ¡qué carajo?
—Vamos, grandulón, —lo provoca—, demuestra lo masculino que eres,
porque, verás, escondiéndote detrás de una mujer como lo estás haciendo
ahora, no pareces un verdadero tipo duro en absoluto, —resopla con sorna.
Sé lo que está haciendo, y es un juego muy peligroso, que no me gusta en
absoluto.
La táctica de la provocación para que baje la guardia es inteligente, pero
presenta un riesgo demasiado alto, sobre todo cuando la mujer que amo
tiene una puta pistola en la sien.
—Cállate, pequeña perra. ¿O no te ha bastado jugar con Brody? Quieres
más, ¿eh? Sabía que te había gustado, —se ríe, lanzándome una mirada
desafiante.
Quiere incitar mi furia, hacerme perder el control y la claridad, lástima
que este imbécil aún no se haya dado cuenta de con quién está tratando.
—¿Me ha gustado qué? ¿Vuestro ego desmesurado? Me parece obvio que
es para compensar otra cosa, —ríe amargamente.
—Puta, ahora vamos a ver si tengo algo que compensar mientras te follo
delante de tu marido, —le gruñe al oído antes de lamerle la mejilla mientras
la jala con brusquedad.
—Carajo, ¿cuántos meses hace que no lavas esa alcantarilla? No me
toques, no quiero coger el cólera. Isa se estremece con una expresión de
disgusto. Parece imperturbable, pero yo también puedo ver a través de su
máscara.
Y, en este momento, cuando él se siente picado en su orgullo y quizás
olvida por un momento que cuatro hombres en esta sala están dispuestos a
eliminarlo, me da la oportunidad perfecta para matarlo a sangre fría.
La hace girar para empujarla contra el escritorio, alejándola de él, de la
línea de tiro, y es cuestión de un momento: no pienso, sólo actúo,
aprovechando las interminables horas de entrenamiento en el polígono de
tiro.
Levanto el arma, apunto y aprieto el gatillo y, un momento después, la
cabeza del imbécil se echa hacia atrás, mientras una mancha roja se
extiende por la pared detrás de él: le he dado justo entre los ojos.
Sin escrúpulos, sin piedad.
—Tiro perfecto, Boss, —comenta Matt emocionado por la radio, mientras
Alex se apresura a comprobar que está muerto, pero toda mi atención está
puesta en la mujer acurrucada en la esquina y sólo necesito echar un vistazo
a Alex para despejar la habitación.
Mi muñequita necesita un instante y no voy a dejar que nadie la vea en su
momento de mayor vulnerabilidad.
Mantiene la mirada baja y, aunque no llore, sé que está a punto de
derrumbarse, de ceder al miedo. Entonces, sólo deseo que lo haga sobre mí,
mientras la estrecho entre mis brazos.
Hay tantas cosas que quiero decirle, pero no es el lugar ni el momento.
Ahora mismo, sólo quiero llevarla a casa, que la examine nuestro médico
y respirar en su pelo para asegurarme de que sigue viva, de que sigue
conmigo, de que tengo otra oportunidad de no actuar como un completo
imbécil.
—Vamos a casa, —le digo, sin moverme, sólo extendiendo una mano
hacia ella.
Y espero.
Espero a que me mire, a que se dé cuenta de que esta horrible historia ha
terminado, a que se dé cuenta de que podemos volver a casa juntos.
Cuando levanta la vista y me dedica una breve sonrisa, me recorre un
sobresalto y casi me estalla el corazón.
Se levanta y da un paso hacia mí, y yo ya no espero.
Salto hacia delante para liberar sus manos de la cuerda y, atrayéndola
hacia mí, la estrecho contra mi pecho y envío una oración silenciosa al
universo para que nunca más tenga que encontrarme en una situación
similar.

***
 
—He tenido tanto miedo de perderte, muñequita, —le digo estrechándola
entre mis brazos, deseando poder apretarla contra mi pecho para siempre.
Han pasado unas cuarenta y ocho horas desde que me arriesgué a perder
a mi mujer para siempre, la mujer que me hizo comprender cómo el amor
puede cambiarnos, me hizo más consciente de lo que realmente importa y
me juré a mí mismo no volver a ocultarle mis sentimientos.
Claro que no soy el hombre más expresivo o romántico del planeta, pero
estoy dispuesto a desafiar mis límites para hacerle entender que nada me
importa tanto como ella, ni siquiera mi puto reino.
—Yo también, Frank, he rezado con todo mi corazón para que llegaras, y
has llegado antes de que fuera demasiado tarde, —se estremece y entrelaza
nuestros dedos, antes de acurrucarse más cerca de mí en esta cama que se
ha convertido en nuestra burbuja fuera del mundo en las últimas horas.
Isabella no quiere hablar de lo que pasó antes de que llegáramos, pero sé
que debió ser una experiencia terrible y traumática, y esa es la única razón
por la que no insisto en hacerla hablar y contarme cada maldito detalle.
Quisiera matar a esos bastardos desde el principio, sólo para hacerlos
sufrir por más tiempo, carajo.
El único punto doloroso de toda la operación es la fuga de Brody, pero ya
estamos tras su pista.
De los pocos que sobrevivieron, en cambio, se están ocupando mis
hombres, en coordinación con Leonardo y Romeo para investigar qué
información pueden sacarles antes de borrarlos en forma definitiva de la faz
de la tierra.
Por primera vez en mi vida, no me siento atraído por una sana sesión de
tortura, tal vez porque todavía estoy asimilando la culpa que siento por
haber dejado que a mi mujer le ocurriera un trauma semejante.
Me llevo su mano a los labios y le beso los nudillos.
—Muñequita, ¿podrás perdonarme algún día? —le pregunto mirándola a
los ojos—. Juro por mi vida que no dejaré que nunca más te pase nada. —
Esta es mi promesa para ella y le sostengo la mirada para que sepa que
hablo muy en serio.
—Frank, no tengo nada que perdonarte. Has llegado a tiempo, eso es más
que suficiente, —replica, pero en su mirada veo una luz asustada que me
oprime el pecho, me quita la respiración y amenaza con asfixiarme.
—Isa, si quieres hablar de ello, —arqueo una ceja cuando trata de
interrumpirme—, cuando y si te sentirás lista, e incluso si no quieres hacerlo
conmigo, podríamos pedir cita con un especialista. He investigado, he leído
que la psicoterapia puede ser muy útil para procesar y superar experiencias
traumáticas como la que ella vivió.
—No necesito hablar de ello con nadie, me basta estar aquí contigo. Me
haces sentir segura, protegida. —Le bastan unas pocas palabras para
desarmarme, y estaría dispuesto a arrodillarme.
De repente, dejo de pensar de forma racional y sólo hago lo que siento.
Me separo de ella lentamente, pero continúo sosteniendo su mano y me
deslizo fuera de la cama, deteniéndome sobre una rodilla.
Cuando encuentro su mirada, ella abre bien los ojos y se lleva la mano
libre a la boca.
—¿Qué estás haciendo, Frank?, —me pregunta, pero ya lo ha entendido
todo.
Siempre ha sido así con ella. Me lee por dentro como nadie lo ha hecho
nunca.
—Isabella Rizzo, eres la persona más importante de mi vida y no puedo
vivir sin ti. ¿Me harás el honor de ser mi esposa?, —le pregunto por primera
vez.
Le doy el control, le doy la oportunidad de elegirnos, pongo mi corazón
en sus manos, pequeñas y delicadas, pero equipadas con garras, y sé que
podría matarme si quisiera.
Se toma su tiempo, me observa y escudriña cada detalle de mi rostro,
mientras yo contengo la respiración.
Cuando creo que estoy a punto de morir, sonríe dulcemente y se inclina
hacia mí, un instante después me murmura en los labios: —Sí, sí, mil veces
sí.
Capítulo Treinta y tres

Tres meses después


FRANK
 
Con las yemas de los dedos trazo el contorno de la columna vertebral de
la diosa que duerme satisfecha, y sobre todo desnuda, en nuestra cama. La
observo dormir durante un rato, con el pelo extendido sobre la almohada y
los labios un poco fruncidos.
Es hermosa, aunque últimamente veo la preocupación grabada en sus
rasgos en cada momento de vigilia.
Mariella no ha regresado a casa desde que se fue, la Navidad está a la
vuelta de la esquina, pero aún no ha comunicado a su familia lo que piensa
hacer para las fiestas, no hace falta decir que los nervios de Isa están a flor
de piel.
Y eso no me gusta, en absoluto.
Me gustaría intervenir y cambiar la situación, pero mi mujer me hizo
prometer que no haría nada. Mi muñequita se ha dado cuenta rápidamente
de que cuando usa su boca sobre mí, puedo llegar a prometerle la luna.
Dios, si sólo pienso en la noche de ayer…
El repentino timbre del teléfono me distrae de esos agradables recuerdos
eróticos y me apresuro a contestar para no despertarla.
—¿Qué quieres?, —respondo con brusquedad.
—¿Te has despertado con las pelotas volteadas?, —pregunta Alex con
sarcasmo.
—No, en realidad, me he despertado en paz con el mundo, pero se me
han torcido en cuanto he leído tu nombre en la pantalla,         —replico.
Últimamente, se ha convertido en una verdadera molestia.
—¿Y?, —pregunta impaciente.
—¿Y qué? —Hago como que no entiendo, porque fastidiarlo un poco me
divierte.
—No te hagas el pendejo, —responde picado.
Me río, porque no puedo evitarlo: mi mejor amigo, un tipo duro y sin
corazón desde que lo conozco, alguien que en veinticuatro años de vida
nunca se acostó dos veces con la misma mujer, se ha convertido en un
llorón de medio pelo desde que mi cuñada tomó un avión de ida a París
hace tres meses.
—¿Qué hiciste anoche?, —pregunto, porque me han dicho que va al Stark
cada vez con menos frecuencia, y eso empieza a preocuparme.
—No es de tu incumbencia, —su abrupta respuesta es casi inmediata.
— Follas muy poco, amigo —le increpo.
—¿Por qué no hablamos de tu vida sexual?, —replica.
—Alex —lo amonesto, pero él sabe muy bien que pierdo la cabeza
cuando se trata de Isa. Y es precisamente por eso que me provoca.
—A la mierda, deja de hacer tanto escándalo. Dime lo que quiero saber y
vuelve con tu mujer. —Es bueno disimulando, pero capto una nota de
amargura en su voz.
—Todavía no sabemos nada, concedo al fin.
—Maldición, —comenta y, tras un momento de silencio, cuelga.
Miro el teléfono con el ceño fruncido y suspiro profundamente, porque
tengo la clara sensación de que esta situación no hará más que complicarse
y no tengo ni idea de cómo reaccionará mi mujer.
De manera automática, mis ojos se desvían hacia su rostro y me topo con
dos esmeraldas llenas de amor y una pizca de preocupación constante.
—¿Estás bien?, —me pregunta, girando sobre su costado y deteniéndose
frente a mí.
—Por supuesto, muñequita, —la tranquilizo—. ¿Y tú?, —pregunto.
Finalmente, una radiante sonrisa de pura alegría se dibuja en su rostro.
— El frijolito y yo estamos bien y las náuseas no parecen haberse
despertado todavía; así que, yo diría que es un día realmente bueno, —se ríe
llevándose una mano sobre el vientre.
Desde hace unas seis semanas, sabemos que el maravilloso cuerpo de mi
muñequita guarda un precioso tesoro, pero aún no se lo hemos dicho a
nadie.
Isa quiere que la primera en saberlo, además de nosotros dos, sea la
propia Mariella. Tengo que encontrar la manera de hacerla regresar a casa,
maldición.
Acaricio su vientre aún plano y me maravillo una vez más del milagro
que está realizando su cuerpo.
—¿Qué debo hacer, Frank?, —suspira y no necesito preguntarle a qué se
refiere.
—Mari parecía tan distante en el teléfono la última vez. He intentado
darle tiempo para que se recupere de su decepción con Alex, pero se
acercan las Navidades y tengo la fuerte sensación de que encontrará una
excusa para no volver —me dice con una mirada triste que quiero borrar al
instante.
—Muñequita, créeme, espero de verdad que no sea así, para que puedan
pasar juntas las festividades navideñas; es cierto que tu hermana ha
empezado a asistir a las clases con retraso: tal vez tenga exámenes que
recuperar o, más sencillamente, quiere integrarse con los demás alumnos.
En Europa, los métodos y la cantidad de estudios son diferentes a los de las
universidades americanas, —intento tranquilizarla, inclinándome hacia ella
para dejarle ligeros besos en la punta de la nariz.
—¿De verdad lo crees?, —me pregunta, escudriñándome con atención.
No, ni un poco. Creo que no quiere volver porque no quiere enfrentarse a
Alex y a todo lo que pasó entre ellos. Y espero, con todo mi jodido corazón,
que no se haya enamorado de ese imbécil, porque 'Romeo y Julieta'
parecería un cuento para dormir en comparación.
—Por supuesto, —miento sin cruzar su mirada, pero esforzándome por
mantener una expresión neutra, porque sé lo fácil que es para ella ver más
allá de mis tonterías.
Suspira profundamente, pero no dice nada. No me cree, o quizás está
haciendo el esfuerzo de elegir creerme.
—Mi prioridad eres tú, tú y nuestro bebé, —encuentro su mirada y le dejo
leer mi determinación—. Si eso significa que, para asegurar tu bienestar,
tendré que ir a buscar a Mariella y regresarla cargada a San Francisco, no
dudes que lo haré.
Sus ojos se llenan de lágrimas, pues nada le gustaría más que volver a
abrazar a su hermana, pero Isabella tiene una verdadera fijación con el libre
albedrío.
—No puedo hacerlo, no quiero obligarla a estar aquí, —replica, tal y
como me esperaba.
—Démosle algo de tiempo, —intento mediar, y me doy cuenta una vez
más de lo mucho que me ha cambiado mi muñequita.
—Pero si no vuelve, te aseguro que estará aquí para el parto —le
prometo, observándola atentamente, para ver si ha entendido el significado
oculto en mis palabras.
Está bien que he cambiado, pero no tanto.
Sus labios se separan, pero no dice nada. Asiente con la cabeza y sé que
lo ha entendido.
Capítulo Treinta y cuatro

Seis meses después


ISABELLA
 
Acaricio mi vientre, ahora prominente, mientras miro mi cuerpo en el
espejo, y siento una patada en el mismo lugar donde pongo la mano: mi
bebé está lleno de energía incluso a primera hora de la mañana, yo un poco
menos, y a medida que se acerca el verano, me siento cada vez más cansada
y somnolienta.
No son ni siquiera las ocho de la mañana, pero Frank está casi listo para
salir; últimamente pasa cada vez más tiempo fuera de casa.
Al principio, pensé que se debía a la apertura del nuevo restaurante: un
proyecto al que Alex se ha dedicado en cuerpo y alma durante los últimos
meses, dejándome bastante impresionada, ya que nunca me dio la impresión
de que fuera el tipo de hombre capaz de llevar a cabo un proyecto tan
importante. He ignorado las veces que Frank ha insinuado que era el
desahogo que encontraba para no pensar en Mariella.
Sin embargo, he notado que Frank está cada vez más tenso, señal de que
algo gordo está pasando en la organización, pero por supuesto no dice nada
para que no me preocupe.
Supongo que es una de las ventajas de tener un marido sobreprotector.
Suena el teléfono que está en la mesita de noche y, cuando desvío la
mirada hacia allí, veo el nombre de Mariella en la pantalla y casi pego un
salto.
—¿Mari?, —respondo, cogiendo rápido el teléfono, temiendo que mi
hermana cuelgue.
En los últimos tiempos, cada vez se apresura más en nuestras charlas, e
incluso sus correos electrónicos son cada vez menos frecuentes: dice que es
por los exámenes que está preparando en la universidad, pero el sexto
sentido de hermana mayor olfatea mentiras sin fin.
—Hola Isa, ¿cómo estás?, —me pregunta, como si no hubieran pasado
diez días desde nuestra última llamada.
—Todo bien, gracias. Frank y yo aún no hemos encontrado un punto de
encuentro en cuanto al nombre, pero por lo demás todo va de maravilla, ¿y
tú? ¿Qué me cuentas? ¿Cuándo vas a terminar tus exámenes? ¿Cuándo
piensas volver?, —la asalto a preguntas, a pesar de haber prometido
evitarlo.
Se ríe. —No te preocupes, hermana, estoy segura de que al final
encontrarán un acuerdo, así es como funcionan las parejas, ¿no?, —me
pregunta, y noto una nota de ironía que no entiendo, pero antes de que
pueda preguntarle, continúa—. De todos modos, estoy bastante bien.
Todavía estoy agobiada con los estudios para mis próximos exámenes y
justo te estaba llamando por eso, en realidad, —suspira.
Un escalofrío me recorre la espina dorsal, y no se debe a mi desnudez,
sino al miedo de saber lo que está a punto de decirme.
—Te escucho, —digo secamente, porque siento la garganta llena de
arena.
Durante las próximas dos o tres semanas, estaré muy ocupada con un
grupo de estudio, al que no puedo faltar. Creo que no podremos hablar por
teléfono, pero intentaré escribirte más a menudo por correo electrónico, —
me explica, mientras pierdo la capacidad de articular palabras con sentido
completo.
¿Qué diablos le está pasando a mi hermana?
—Realmente tengo que terminar este ensayo antes de las vacaciones de
verano y todavía tengo mucho que...
—Mari, —la interrumpo.
—Isa, lo siento, pero de verdad que me tengo que ir ya, —finge no oír.
—Mari, ¿piensas volver para las vacaciones de verano?, —le pregunto sin
rodeos, porque necesito saberlo.
El silencio.
—Mari, ¿estás ahí?, —insisto, después de asegurarme de que la línea no
se ha caído.
La oigo suspirar profundamente.
—No, Isa, realmente creo que me quedaré aquí durante las vacaciones de
verano. París es maravillosa en esta época del año y algunos de mis
compañeros ya han sugerido excursiones para hacer por Francia. Es una
oportunidad imperdible, —responde de golpe con voz alegre, y puede que
me haya vuelto paranoica, pero no creo ni una palabra de lo que ha dicho.
—Lo entiendo, —intento decir, pero se me quiebra la voz.
—Isa, por favor, no te pongas así, —y su voz también vacila.
—¿Así cómo? Te necesito, desde hace meses, pero estás al otro lado del
Océano. Estoy embarazada de casi ocho meses y quería que fueras la
primera en saberlo, pero no volviste para Navidad. Y traté de entenderte, de
comprender la decepción sentimental que sentías, porque, aunque no
hablemos de ello, sé que sufriste, y quizás aún sufres por Alex. Pero el
nacimiento se acerca y me gustaría tenerte cerca. Ojalá estuvieras aquí,
ojalá conocieras a tu sobrino. Carajo, te necesito. Las lágrimas fluyen
libremente por mi cara y no hago nada para ocultarle mi desesperación
—Quiero contártelo todo, Isa, pero aún no lo consigo. Necesito tiempo, lo
siento, quiero estar cerca de ti, pero no puedo. Simplemente, no puedo. Te
quiero, —solloza y, sin darme la oportunidad de responder, cuelga.
Un ruido en la puerta me hace levantar la vista y encuentro a mi marido
con una expresión dura en el rostro. Está enfadado.
—No va a volver, Frank, —le digo entre lágrimas—. Mariella ni siquiera
va a volver para las vacaciones de verano, ¿qué le pasa? Estoy embarazada,
necesito tener a mi hermana cerca, me gustaría compartir con ella esta etapa
tan increíble de mi vida, y en cambio nunca la he sentido tan lejos —sigo
sollozando.
En un par de zancadas, está encima de mí y me abraza, manteniéndome
en equilibrio en este maremágnum de tristeza y melancolía que me arrastra
provocándome un mareo.
Todo este torbellino emocional me agota la poca energía que tengo, pero
Frank me acompaña sin esfuerzo a la cama para que me recueste.
Me deja un suave beso en la frente.
—Muñequita, quédate tranquila, tu hermana estará aquí para el parto, —
me dice con seguridad, y recuerdo la promesa que me hizo meses atrás.
Y estoy segura de que, le guste o no, Mariella volverá a San Francisco.
Me siento aturdida y a punto de quedarme dormida, pero le oigo hablar
por teléfono.
—Prepárate, tienes que ir a París, —le oigo decir, pero no tengo fuerzas
para preguntar. Tras una pausa, su tono se vuelve más duro—Y recuerda
mantener las manos quietas, ya sabes cuáles serían las consecuencias.
Y entiendo, sin lugar a dudas, quién está al otro lado del teléfono.
Un momento después, vuelvo a sentir sus labios. —Te amo, muñequita,
—me dice entre besos.
Y dejo ir la tensión que me agarrota el cuerpo, me relajo ante su contacto,
porque este hombre y nuestro amor son la única certeza en mi vida. Y sé
que, juntos, podemos afrontar cualquier cosa que nos depare el futuro.
—Te amo, Frank.
EPILOGO

Una semana después


FRANK
 
Este día infernal parece no terminar nunca.
En mi despacho del Stark, tengo delante decenas de páginas de informes
comerciales de nuestras actividades y el planning de la apertura de Piccolo
Amore, el nuevo proyecto de Alex.
Pero el interesado directo, que debería estar aquí para ocuparse de todo
conmigo, se quedó en silencio hace dos días, y eso empieza a preocuparme.
Esto no es en absoluto un comportamiento propio de él.
¿Cuánto tiempo podría necesitar para volar a París, encontrar a una
jovencita y traer sus culos de vuelta a casa? Menos de cuarenta y ocho
horas, pero no, parece que mi cuñada se ha escondido, y estoy deseando
saber por qué. Me parece una actitud un poco exagerada para un
enamoramiento no correspondido.
O al menos, que ella crea que no es correspondida. Pero no quiero pensar
en ello, lo único que nos hace falta es un dolor de cabeza para completar
este día.
Y ahora, mi Segundo ha apagado su teléfono y no responde a mis
mensajes, la última vez que supe de él fue cuando se enteró de que Mariella
había dejado el apartamento que la organización le había alquilado, sin
dejar más datos de contacto.
Suena mi teléfono y espero que sea Alex quien por fin se digna a
hacerme saber qué demonios está tramando, pero es el número de Romeo,
en la línea segura. Tal vez ha descubierto algo.
Llevamos meses intentando localizar a Brody tras su fuga, pero todas las
pistas que hemos seguido han resultado ser agujeros en el agua.
—Mancuso, —respondo al tercer timbre.
—Amigo, tengo novedades, interrumpe, y cruzo los dedos para que tenga
una pista sólida en sus manos.
—Háblame, amigo.
—Encontré a Brody, pero no te gustará.
—Dispara, —respondo secamente.
—Le he seguido la pista hasta México, está refugiado en el territorio del
cártel de Ramírez, —revela.
Mierda.
El Cártel de Ramírez es uno de los cárteles más grandes y despiadados de
México, gente que tortura por diversión, que desmiembra por pasión.
No es precisamente gente que quiera en mi territorio, y menos en la
víspera del nacimiento de mi hijo.
—¿Estás seguro?, —pregunto, pero ya sé la respuesta.
—Llevo una semana vigilando su escondite y él tiene libertad para ir y
venir, tiene una cuenta en el banco controlado por ellos, recibiendo cuotas
mensuales, y hace visitas regulares a los burdeles controlados por el cártel;
mi opinión es que ha estado trabajando para ellos, quizás todo el tiempo, —
dice, refiriéndose al cargamento de armas que interceptamos hace meses—.
El problema es que parece que reclutan hombres, que saben hablar inglés,
—señala, y el panorama comienza a perfilarse—. He investigado a algunos
de los nuevos reclutas: tienen tíos y parientes repartidos por California y la
zona de Portland, —casi gruñe al final.
Portland está muy cerca de Seattle y cae dentro del territorio controlado
por Romeo. Demasiado cerca de nuestras casas.
—Si así fuera, debemos prepararnos para una guerra, —sentencio,
comenzando a reflexionar sobre los pasos a seguir.
—Llamaré a Don Mario y le informaré. Frank, estamos juntos en esto, y
nuestros aliados con nosotros. No vendrán a nuestra casa a dar órdenes.
—Gracias, amigo, —respondo, consciente de que esta guerra nos
encontrará preparados.
Necesito hablar con Alex, quiero ojos y oídos en las calles y los límites
de la ciudad. Quiero tener la seguridad de que lo que sea o quien sea que
entre en California no es una amenaza para la seguridad de mi familia y mi
gente. ¿Dónde diablos estás, Alex?
Resoplo y me sirvo un vaso de Lag, concentrarse en los informes es por
ahora imposible.
Me dejo caer de nuevo en el sillón, empiezo a elaborar estrategias para
hacer salir a estos tipos en cuanto intenten infiltrarse en nuestros territorios.
El teléfono vuelve a sonar y estoy tan tenso que estoy tentado a lanzarlo
contra la pared, pero cuando mi vista se posa en el nombre de la persona
que llama, no dudo en contestar.
—Alex, ¿dónde diablos has estado? Tienes que traer tu culo a casa
enseguida, —ladro.
—Hermano... —y el tono de su voz es suficiente para que vuelva a
sentarme en la silla.
—¿Qué?, —pregunto, mientras los escenarios más catastróficos se
despliegan en mi mente.
—Necesito tu apoyo, como Boss y como mi hermano —comienza serio y
la preocupación invade mis venas.
—Lo tienes, —respondo sin la menor duda.
—Ni siquiera sabes lo que voy a decirte.
—Sea lo que sea, es tuyo —de nuevo, sin demora. Alex es mi hermano en
todo lo que importa, y es mi Segundo, tiene todo mi respeto y le confiaría
mi vida, la de mi mujer y la de mi hijo; así que sea lo que sea, tiene toda mi
confianza, siempre.
—Gracias, amigo, —suspira aliviado. ¿Realmente dudaba de tener mi
apoyo?
—¿De qué se trata?, —pregunto, incapaz de contener mi curiosidad.
—No puedo explicarlo con detalle, lo haré en cuanto estemos en casa,
tienes mi palabra. Basta con decir que volvemos y que, en cuanto sea
posible, me casaré con Mariella,             —concluye lapidario antes de
terminar la llamada, dejándome aturdido y sin palabras.
Pero ¿Qué carajo?

FIN
PLAYLIST
State of Mind – The Faim
Watch Me Burn – Michele Morrone
abcdefu – GAYLE
Young And Beautiful – Lana Del Rey
Bad Habits – Ed Sheeran
Madness – Ruelle
Hard For Me – Michele Morrone
Love In The Dark – Adele
Shiver – Coldplay
Stay and Decay – Unlike Pluto
Unstoppable – Red Play with Fire (feat. Yacht Money) – Sam Tinnesz,
Yacht Money
I Fell in Love With The Devil – Avril Lavigne
Die For You – Léon
The Other Side – Ruelle
AGRADECIMIENTOS
¡Qué magnífico viaje fue escribir esta novela! Escribir ha sido
terapéutico para mí y me ha salvado, literalmente, de un momento oscuro
de mi vida, devolviéndome un propósito, restaurando mi voluntad de
ponerme en marcha, de ir más allá de mis límites, y me ha alejado de todos
los pensamientos negativos que se agolpaban en mi mente. Sin embargo, no
lo hice sola y quiero agradecer de todo corazón a las personas que
estuvieron a mi lado y me ayudaron a hacer realidad una idea que llevaba
tiempo en mi cabeza.
 
A mi marido, que estuvo a mi lado incluso cuando entraba en crisis y
quería dejarlo todo, que creyó en mí y en esta historia incluso antes que yo.
 
A mis hijas, porque todo lo que hago es para vosotras, siempre.
 
A mis preciosas betas: Roberta, GRACIAS porque creíste en Frank e
Isa desde el día cero; Cecilia, atesoré cada una de tus sugerencias; Sara, tu
entusiasmo fue un refuerzo para mi autoestima; Federica, llegaste andando,
pero me ayudaste mucho a que el texto fuera limpio y fluido.
 
¡A Vita Firenze, por su apoyo, paciencia y todo el apoyo psico-
emocional! ¡Eres fantástica!
 
A Elena Piras, por su preciosa y fundamental ficha de evaluación (que
me abrió los ojos y me hizo enderezar tantos detalles de la historia), pero,
sobre todo, por su disponibilidad y entusiasmo. Estoy deseando volver a
trabajar contigo... ¡Que sepa que no te deshará de mí fácilmente!
 
A ti, lector, que has llegado hasta aquí. Espero que te haya gustado la
historia de Frank e Isa. Sería un honor saber qué te ha parecido: si quieres,
escríbeme o etiquétame en las redes sociales para contarme qué te ha
parecido.  ¡Estaré más que feliz!  
 
Página de Facebook: https://www.facebook.com/krishamletauthor
 
Perfil de Instagram: https://www.instagram.com/kris.hamlet_author/
 
SOBRE LA AUTORA
Kris Hamlet es el seudónimo de una madre, esposa y profesora de inglés
que no quiere perturbar a sus alumnos (ni a sus padres).
Vive en Italia, con sus dos hijas y su marido, y le gusta pasar las tardes
en el sofá entre series de Netflix y palomitas de maíz.
Come demasiado chocolate (sobre todo blanco) y llora como una fuente
ante las películas románticas.
Ávida lectora de romances, lee y aprecia cada matiz.
 

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