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Traducción

de Estíbaliz Montero Iniesta


Primera edición: mayo 2023
© 2017 A strange hymn by Laura Thalassa
© de la traducción: Estíbaliz Montero Iniesta, 2023
© de la corrección: Patricia Rouco
© diseño de cubierta: Dayna Watson
© imágenes de cubierta: michelaubryphoto/Shutterstock
© de la presente edición: Editorial Siren Books, S.L., 2023
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https://sirenbooks.es/
ISBN: 978-84-126641-2-6
Depósito legal: M-XXXXX-2023
IBIC: FMR
Impreso en España
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Astrid,
para ti, el universo
«Todos somos como la luna brillante,
seguimos conservando nuestra cara oscura»
KAHLIL GIBRAN
El poderoso Nyx llegó,
el poderoso Nyx deseó,
todo lo que pudo,
todo lo oscuro.
En la noche profunda,
su reino erigió.
Cuídate, gran rey,
de aquello que creció.
Fácil de conquistar,
fácil de coronar,
pero incluso al más fuerte,
se lo puede destronar.
En las sombras criado,
en la noche educado,
su hijo vendrá,
y por la fuerza ascenderá.
Y tú, el asesinado,
tendrás que esperar para descubrir
qué otras cosas
puede un alma conseguir.
Un cuerpo al que maldecir,
un cuerpo al que culpar,
un cuerpo que la tierra
aún no va a reclamar.
Cuidado con la mortal,
bajo tu cielo está,
destruye a la humana,
que tu muerte presenciará.
Dos veces te levantarás,
dos veces te caerás,
a menos que logres
todo cambiar.
Perezcas de día,
perezcas al amanecer,
el mundo entero
ya te cree muerto.
Así que oscurece tu corazón,
mi rey de las sombras,
y descubramos
lo que la guerra nos tiene reservado.
—La profecía de Galleghar Nyx
1
Alas.
Tengo alas.
Las plumas negras e iridiscentes centellean bajo la tenue luz de los
aposentos reales de Des, ahora negras, ahora verdes, ahora azules.
Alas.
Me coloco frente a uno de los espejos dorados de Des, medio
horrorizada, medio embelesada por lo que veo. Incluso plegadas, la parte
superior de las alas asoma muy por encima de mi cabeza y las puntas me
rozan la parte posterior de las pantorrillas desnudas.
Por supuesto, las alas no son lo único diferente que hay en mí. Después
de una escaramuza particularmente desagradable con Karnon, el rey loco de
Fauna, ahora también tengo los antebrazos cubiertos de escamas y garras en
las puntas de los dedos.
Y esos son solo los cambios visibles. No hay nada —excepto tal vez la
mirada herida en mis ojos— que refleje de forma física todas esas partes de
mí que han sido alteradas de formas diferentes y más fundamentales.
Me pasé la casi una década luchando contra la idea de que era una
víctima. Joder, lo hice de puta madre —si se me permite decirlo—, hasta
que llegué al Otro Mundo. Y luego pasó lo de Karnon. Un pequeño
escalofrío me recorre incluso ahora, al recordarlo.
La armadura que con tanta habilidad diseñé y llevé puesta quedó
destrozada tras una semana de encarcelamiento, y no estoy del todo segura
de cómo lidiar con ello.
Para ser sincera, la verdad es que no quiero lidiar con ello.
Pero, por muy mal parada que haya salido yo, el Amo de los Animales
acabó peor. Des lo vaporizó hasta tal extremo que lo único que queda de él
es una mancha de sangre en lo que antes era su salón del trono.
Por lo que parece, no hay que tocarle ni un pelo a la pareja del Rey de la
Noche.
Pareja.
Otra de las cosas que he conseguido hace poco: un alma gemela . Estoy
ligada a Desmond Flynn, el Negociador, uno de los delincuentes más
buscados de la Tierra y uno de los fae más poderosos del Otro Mundo.
Pero incluso eso —tener una pareja— es más complicado de lo que
parece.
Sigo teniendo muchísimas preguntas sobre nuestro vínculo, como por
qué yo no sabía que tenía un alma gemela hasta hace unas semanas. Otros
seres sobrenaturales descubren este tipo de cosas en la adolescencia, cuando
su magia despierta.
¿Por qué no me pasó a mí?
También está el hecho de que la mayoría de almas gemelas pueden sentir
el vínculo que las conecta con su pareja como si fuera algo físico.
Me coloco una mano sobre el corazón.
Nunca he sentido nada parecido.
Lo único que tengo es la palabra de Des de que somos almas gemelas.
Eso, y la dulce necesidad que siento y que lo desea a él y solo a él.
Bajo la mano.
Detrás de mi reflejo, las estrellas brillan al otro lado de las ventanas
arqueadas de la habitación de Des en el Otro Mundo. Las lámparas
colgantes no están encendidas, y la brillante luz capturada en los apliques
colocados a lo largo de la pared se ha atenuado hace mucho rato.
Estoy atrapada en el Reino de la Noche.
Dudo que haya demasiados sobrenaturales que se quejaran en mi
situación —la pareja de un rey, obligada a vivir en un palacio—, pero la
simple y triste verdad es que una chica como yo, con unas alas gigantes
sobresaliéndole de la espalda, no puede volver a la Tierra como si nada.
Sería un desastre.
Así que estoy atrapada aquí, lejos de mis amigos —bueno, vale, amiga ,
pero, para ser justos, Temper tiene el poder y la actitud de al menos dos
personas—, en un lugar donde mi capacidad para usar glamour, es decir,
seducir a otros con mi voz, es esencialmente inútil. He descubierto que las
hadas son inmunes a él. Mi magia es demasiado incompatible con la suya.
Para que quede claro, no es así en ambas direcciones. Ellos sí pueden
usar sus poderes sobre mí; el brazalete que llevo en la muñeca es prueba
suficiente de ello.
Vuelvo a mirarme las alas, mis extrañas y sobrenaturales alas.
—¿Sabes? Que las mires sin parar no hará que desaparezcan.
Me sobresalto al oír la sedosa voz de Desmond.
Está apoyado en la pared, en un rincón sombrío de su oscuro dormitorio,
con una expresión irreverente, como de costumbre. Su pelo rubio platino le
enmarca el rostro, e incluso ahora, cuando me siento tímida, expuesta y
extrañamente avergonzada de mi propia piel, me duelen los dedos por las
ganas que tengo de enredarlos en su suave melena y acercarlo a mí.
Solo lleva puestos unos pantalones de tiro bajo, así que va exhibiendo su
torso musculoso y su brazo lleno de tatuajes. Se me acelera el corazón ante
las vistas. Nos miramos un instante. No hace ningún movimiento para
acercarse, aunque juraría que es lo que quiere, lo veo en sus ojos plateados.
—No quería despertarte —le digo en voz baja.
—No me importa que me despierten —dice, con un brillo en la mirada.
No se mueve de donde está.
—¿Cuánto rato llevas ahí? —pregunto.
Cruza los brazos sobre su torso desnudo, ocultándome sus pectorales.
—Tengo una pregunta aún mejor: ¿cuánto rato llevas tú ahí?
Qué típico de Des responder a una pregunta con otra.
Vuelvo a girarme hacia el espejo.
—No puedo dormir.
De verdad que no puedo. No es por la cama, y mucho menos por el
hombre que la calienta. Cada vez que intento ponerme de espaldas o boca
abajo, no puedo evitar colocarme encima de un ala, y eso me despierta.
También está el asuntillo de que en este sitio nunca sale el sol. El Reino
de la Noche vive en una oscuridad perpetua mientras arrastra la noche por
el cielo. Esta habitación nunca verá la luz del día, así que nunca sé
exactamente cuándo despertarme.
Des desaparece de donde está apoyado en la pared. Una décima de
segundo después, aparece a mi espalda.
Me roza la oreja con los labios.
—Hay mejores maneras de pasar las largas tardes de insomnio —dice
Des con suavidad mientras me acaricia un brazo con la mano.
Mi sirena se agita ante sus palabras, mi piel adquiere un leve brillo.
Me roza el cuello con los labios, e incluso esa ligerísima caricia provoca
que se me acelere la respiración.
Pero luego veo mi reflejo y veo las alas.
El brillo abandona mi piel al instante.
Des se da cuenta del momento en que mi interés disminuye y se aleja de
mí como si nunca hubiera estado ahí. Y lo odio . Puedo sentir la distancia
entre nosotros. No quiero que me dé espacio, quiero que me acerque, que
profundice los besos, que me obligue a extinguir esta nueva inseguridad que
siento.
—Estas alas… —empiezo a explicar, pero luego me detengo.
Des me rodea para mirarme a la cara.
—¿Qué pasa con ellas? —pregunta a la vez que me bloquea el espejo.
Levanto la barbilla.
—Serían un estorbo.
Enarca una ceja.
—¿Para qué?
Como si no fuera consciente del tema que estamos evitando.
—Para jugar una partida de ajedrez —respondo con sarcasmo—. En…
un momento de intimidad .
Des me mira durante varios segundos y curva lentamente la boca en una
sonrisa. Una sonrisa traviesa llena de picardía.
Se acerca hasta que apenas hay distancia entre nuestros rostros.
—Querubín, te aseguro que tus alas no serán un problema. —Su mirada
desciende hasta mis labios—. ¿Pero a lo mejor te quedarías más tranquila
con una demostración?
Al escuchar su sugerencia, la piel se me ilumina, la sirena está lista para
la acción en un santiamén. Cualesquiera que sean mis inseguridades, ella no
las comparte.
Echo un vistazo por encima del hombro, a mis alas, y mis
preocupaciones regresan a mí con un rugido.
—¿No te quitan las ganas?
En el mismo momento en que las palabras abandonan mis labios,
desearía poder atraparlas y hacerlas retroceder por mi garganta.
Lo único que odio más que sentir que soy una víctima es dejar traslucir
mis inseguridades. Normalmente, la armadura emocional que he construido
las esconde —tanto que a veces olvido que siguen ahí—, pero después del
calvario que pasé con Karnon, los pedazos de esa armadura yacen dispersos
alrededor de mis pies, y aún no he tenido el tiempo ni la voluntad para
volver a ensamblarlas. Me siento en carne viva y dolorosamente vulnerable.
Des enarca una ceja. A su espalda, sus propias alas, en las que no había
reparado hasta ahora, se despliegan. La piel plateada y coriácea que las
recubre se tensa mientras se extienden a ambos lados, ocultando la mayor
parte de la habitación.
—¿Eres consciente de que casi todos los fae tienen alas?
Claro que sí. Pero yo nunca he tenido.
Alzo un antebrazo. Bajo la tenue luz de la habitación, las escamas
doradas que recubren mi brazo desde la muñeca hasta el codo destellan
como joyas. En las puntas de cada uno de mis dedos, mis uñas desprenden
un brillo negro. En este momento no están afiladas —porque me las corto
con mucha meticulosidad—, pero en cuanto mi sirena se cabree un poco,
volverán a crecer hasta curvarse en las puntas.
—¿Qué pasa con esto? —pregunto—. ¿Tienen esto la mayoría de los fae?
Me atrapa la mano con la suya.
—Sea como sea, no importa. Eres mía. —Des me besa la palma de la
mano y, de alguna manera, se las arregla para que mis inseguridades
parezcan pequeñas e insignificantes.
No me suelta la mano, y yo me quedo mirando fijamente las escamas.
—¿Desaparecerán en algún momento? —pregunto.
Me agarra con más fuerza.
—¿Quieres que desaparezcan?
A estas alturas, ya debería reconocer ese tono. Debería detectar la nota de
advertencia, su peligrosa cadencia. Pero no lo hago, consumida como estoy
por mi propia autocompasión.
Lo miro a los ojos.
—Sí .
Entiendo que estoy siendo una mala perdedora. En lugar de hacer
limonada con los limones, estoy abriendo esos limones y estrujándolos
sobre mis ojos.
El corazón se me empieza a acelerar cuando toca con un dedo una de los
cientos de cuentas que todavía rodean mi muñeca, cada una de las cuales es
un pagaré por un favor que pedí hace mucho tiempo.
Me sostiene la mirada.
—¿Verdad o reto?
La mirada de Des centellea mientras juega con una cuenta de mi muñeca,
esperando mi respuesta.
¿Verdad o reto?
Este es el jueguecito que le encanta poner en marcha cuando le pago mis
deudas. Pero no me hace sentir en absoluto como cuando las chicas de diez
años celebran fiestas de pijamas, sino más bien como si estuviera jugando a
la ruleta rusa con un arma completamente cargada.
Miro fijamente al Negociador, sus ojos plateados tan extraños y
familiares a la vez.
No respondo lo bastante rápido. Me da un ligero apretón en la muñeca.
—Reto —responde por mí.
La parte de mí que disfruta del sexo y la violencia tiembla de emoción,
anhelando lo que sea que Des vaya a ofrecerme. El resto empieza a pensar
que debería estar muerta de miedo. Este es el hombre al que en estas tierras
conocen como el Rey del Caos. El hecho de que seamos pareja no significa
que me lo vaya a poner más fácil. Sigue siendo el mismo hombre retorcido
al que conocí hace ocho años.
Des sonríe, y la estampa es casi siniestra. Un momento después, una pila
de cuero cae al suelo, a mi lado. Bajo la mirada, sin entender a qué me ha
retado.
Por lo que sé, puede que acabe de meter la pata hasta el fondo.
En realidad, estoy casi segura de que la he metido hasta el fondo.
—Vístete —me dice Des mientras me suelta la muñeca—. Es hora de
empezar con tu entrenamiento.
2
¿Que cómo de difícil es luchar contra un rey guerrero sin usar glamour?
La hostia de difícil.
El muy cabrón me ha retado a entrenar con él. Y si suena algo vago, eso
es porque quería que sonara exactamente así.
No sé qué estoy haciendo, por qué lo estoy haciendo o durante cuánto
tiempo voy a tener que hacerlo. Lo único que sé es que, hace unas horas,
Des me entregó unas prendas de cuero y una espada, y desde entonces, ha
estado haciéndome cortes en la ropa y arrebatándome la espada de la mano
de forma sistemática.
Sobre nosotros, unos pequeños orbes —guirnaldas de luz— centellean en
los árboles que se arquean sobre el patio real, que está haciendo la doble
función de campo de entrenamiento. Se ciernen sobre el borboteo de la
fuente e iluminan los setos que nos rodean. Por encima de ellos, las estrellas
brillan como diamantes, más brillantes e intensas que cualesquiera que haya
visto en la Tierra.
—Levanta el codo —dice Des por millonésima vez, llamándome la
atención de nuevo. Esta es solo una de sus muchas instrucciones…
«El ataque debe empezar desde tu hombro. El brazo solo sigue el
movimiento».
«Mantén estable tu centro de gravedad. Solo un golpe mortal debería
hacerte perder el equilibrio».
«Pies rápidos, Callie. Lo que no tienes en constitución debes ganarlo en
velocidad».
«Tus alas son un activo, no un pasivo. No dejes que te ralenticen».
Des viene hacia mí de nuevo, y si no me intimidara ya su experiencia, el
brillo depredador de su mirada lo conseguiría. Esa mirada solo le queda
bien cuando está a punto de llevarme a la cama. De lo contrario, es
sencillamente aterradora.
Bloqueo débilmente uno de sus ataques y retrocedo tambaleándome. El
Negociador me sigue con una ligera sonrisa en los labios, como si esto
fuera de lo más agradable.
Puf, el entrenamiento es una mierda pinchada en un palo.
Una mierda enorme.
—¿Por qué… por qué estamos haciendo esto? —jadeo.
—Sabes por qué. —Rota la muñeca, balanceando su espada.
Mientras tanto, yo sigo jadeando como un perro.
—Eso no es una respuesta.
—Tu única arma, tu glamour, no funciona aquí, en el Otro Mundo —dice
mientras continúa avanzando—. Ninguna pareja mía estará indefensa.
Por fin consigo una respuesta, y maldita sea, es una buena respuesta. Yo
tampoco quiero estar indefensa. Pero ojalá el entrenamiento no fuera tan
contundente, tanto para mi cuerpo como para mi ego.
—¿Cuánto tiempo… durará este… pago? —pregunto entre jadeos
mientras me alejo de él. Parece que han pasado varios días desde que hemos
empezado.
—Me dijiste que querías ser la pesadilla de alguien —dice Des—. Dejaré
de entrenarte cuando sientas que lo eres.
«Vuelve a enseñarme cómo ser la pesadilla de alguien». Recuerdo las
palabras que pronuncié hace tan solo unos días. No imaginé que llevarían a
esto.
Y luego asimilo el resto de lo que está diciendo.
—Espera. —Dejo de retroceder—. ¿Me estás diciendo que este pago no
terminará hoy, cuando paremos?
Des se precipita hacia mí y su espada se estrella contra la mía con la
fuerza de un yunque. Por centésima vez, mi espada repiquetea contra el
suelo.
Una vez más, he sido derrotada.
El filo de la hoja del Negociador encuentra mi garganta un momento
después. Nos miramos el uno al otro por encima de él.
—No, querubín —dice—. Hoy es solo el primer día.
Me cago en todo.
—Odio entrenar. —La piel de mi cuello roza el filo de la espada de Des
mientras hablo.
—Si fuera divertido, más gente lo haría —responde.
Enarco las cejas.
—El celibato tampoco es demasiado divertido, pero tal vez te siente bien
—le digo.
Su expresión se ilumina de pura emoción. Solo esta hada loca encontraría
emocionante esa amenaza.
—¿Es eso…?
Detrás de mí, alguien se aclara la garganta.
—¿Es un mal momento para presentarme?
Me sobresalto al oír esa nueva voz y solo los movimientos rápidos de
Des impiden que me corte el cuello con su arma. Deja caer su espada y
separa su mirada de la mía de mala gana.
Me giro y reparo en el contorno de un hombre a pocos metros de
nosotros, cuyo cuerpo está casi oculto en las sombras.
A mi lado, el Negociador desliza la espada en su vaina.
—Como siempre, llegas en el momento adecuado, Malaki.
El hada sale de las sombras.
Lo primero en lo que me fijo es en la asombrosa constitución del hombre.
Él y Des tienen casi la misma altura, e igual que Des, parece estar hecho
exclusivamente de músculos.
En serio, ¿qué les dan de comer a estos tíos? Se suponía que las hadas
eran ágiles.
Lo segundo en lo que me fijo es en el parche que cubre su ojo izquierdo.
No es algo que se vea en la Tierra. Por los extremos del parche asoma una
cicatriz delgada y profunda que divide su ceja en dos y que le llega hasta la
mejilla. Su piel es de un tono aceituna intenso, aún más llamativo en
contraste con su cabello castaño oscuro.
—Me ha parecido que podría estar interrumpiendo algo, al menos, hasta
que la dama ha mencionado el celibato. —El hombre, Malaki, se ríe
mientras se acerca, cosa que hace que Des tuerza la boca en una mueca de
diversión—. Por fin alguien pone de rodillas al poderoso rey.
Malaki desplaza la mirada de Des hacia mí, y veo que sus pasos vacilan
cuando me recorre con los ojos.
—No es de extrañar que la hayas escondido —dice, deteniéndose frente a
nosotros.
Paseo la mirada entre ambos hombres, no estoy segura de si debería
ofenderme o no. De repente, soy dolorosamente consciente de mis alas. La
ropa de entrenamiento de cuero completamente sudada que llevo tampoco
ayuda.
—No me ha estado escondiendo —le digo.
Aunque me sienta cohibida, no he llegado tan lejos para permitir que
alguien me haga sentir mal conmigo misma.
Pero por la forma en que Malaki continúa mirándome, no como si fuera
un monstruo, sino como si fuera una fascinante pintura al óleo, me doy
cuenta de que a lo mejor he dejado que mis propias inseguridades me
superen. Puede que un hombre con un parche en el ojo no degradara la
apariencia de otra persona a la primera oportunidad.
Es posible que sus palabras pretendieran ser un cumplido. Resulta
chocante.
—Callie —dice el Negociador—, este es Malaki, Señor de los Sueños,
mi amigo más antiguo.
¿Amigo? Miro a Des, cuya expresión es una máscara. ¿Cómo es que no
había caído en la cuenta de que Des tenía amigos? Todo el mundo tiene
amigos. Es solo que nunca he oído hablar de los suyos.
No es la primera vez que siento que el hombre que está a mi lado es un
espejismo. Todo este tiempo, he estado muy segura de estar viéndolo
claramente, pero cuanto más me acerco, menos evidente me parece.
—Malaki —continúa Des, cuya mirada se demora sobre mí durante un
segundo extra, como si pudiera oír exactamente lo que estoy pensando—,
ella es Callypso, mi pareja.
Tengo la clara impresión de que Malaki quiere abrazarme, pero en vez de
eso, toma mi mano.
—Llevo siglos esperando para conocerte —dice, haciendo una reverencia
lo bastante profunda como para apoyar la frente en el dorso de mi mano.
Sus palabras traspasan la maraña que forman mis pensamientos.
Cuando se endereza, le lanzo una mirada inquisitiva.
—¿Siglos?
Él mira al Negociador.
—¿No se lo has dicho?
—Malaki —interrumpe Des—, ¿qué es tan apremiante para que hayas
tenido que interrumpir nuestro entrenamiento?
—¿Qué es lo que no me ha dicho? —le pregunto a Malaki.
Malaki le dedica a Des una sonrisa lobuna.
—Uy, esto va a ser divertido, lo presiento. —El hada empieza a
retroceder—. Desmond, tienes asuntos urgentes que atender en el salón del
trono.
El Rey de la Noche asiente y vuelve a centrar su atención en mí.
—Estaré allí en cinco minutos —dice, sin dejar de sostenerme la mirada
—. Que lleven una silla para Callypso. Se unirá a nosotros.
¿Unirme a Des? ¿En su salón del trono? ¿Frente a otras hadas? Y una
mierda.
Levanto las manos en señal de protesta.
—Eh, eh, eh… —Siento que la magia se asienta sobre mí por segunda
vez en el día, y sé, sin necesidad de comprobarlo, que el Negociador ha
hecho desaparecer otra cuenta.
—Ya vale de esconderse.
3
Nerviosa, hago crujir los nudillos mientras el Negociador me conduce por
los pasillos de su palacio, con la mano apoyada en la parte baja de mi
espalda. Sobre nosotros se arquean los techos, cubiertos de azulejos
pintados, y una explosión de luz brilla en los apliques alineados en las
paredes.
El sencillo aro de bronce que usa Des como corona adorna su cabeza en
estos momentos, y sus brazaletes de guerra quedan a la vista en la parte
superior de su brazo, las tres bandas, símbolos de su valor en la guerra. Al
igual que yo, lleva la ropa de entrenamiento, e intento no fijarme demasiado
en lo bien que le sienta.
En vez de eso, echo una mirada por encima del hombro a las alas de Des.
No las ha escondido en todo el día. De hecho, desde que me encontró en el
salón del trono de Karnon, han estado presentes de forma casi constante.
Hace más de una semana, Temper me contó que a las hadas macho les gusta
enseñar sus alas cuando están cerca de sus parejas.
Me pilla mirándolas y un brillo aparece en sus ojos.
Esa única mirada desencadena todo tipo de respuestas inapropiadas, y
tengo que recordarme a mí misma que hoy ha obligado a mi cobarde
corazón a afrontar no uno, sino dos desafíos desagradables: el
entrenamiento y ahora esto.
Delante de nosotros, Malaki y un equipo de ayudantes reales y guardias
vestidos de negro se encuentran frente a una puerta inocua, a todas luces,
esperándonos.
—¿Cuál es la situación? —pregunta Des cuando alcanzamos al grupo.
—El último de los líderes de Fauna ha enviado un mensajero —dice uno
de los ayudantes—. Se niega a entregar el mensaje a cualquiera que no seáis
vos.
La simple mención del fae del Reino de la Fauna hace que se me hiele la
sangre. Sé que es injusto juzgar a todo un conjunto de fae basándome en las
acciones de su retorcido líder, pero la verdad es que no sufrí solo a manos
de Karnon. Todos los fae de Fauna que me llevaron a rastras hasta su rey y
me retiraron de su presencia, todos los que pasaron por delante de mi celda
y no se detuvieron para ayudar, todos los que ayudaron a aquel chalado,
todos tienen la culpa.
—Muy bien —dice el Negociador a mi lado, su voz tan sedosa como
siempre—. Recibiremos al mensajero.
Empiezo a retroceder, porque de verdad que no estoy lista para
enfrentarme a un fae de Fauna en este momento, pero la mano firme de Des
en mi espalda me retiene en mi sitio.
Una de las hadas cruza la puerta y lo oigo anunciar a Des, y luego, para
mi creciente horror, también escucho que anuncia mi nombre.
No estoy segura de que sea la intención de Des, pero sus alas se mueven
y se curvan a mi alrededor durante varios segundos antes de recuperar su
posición erguida.
Me siento más que un poco mareada cuando entramos en el salón del
trono.
Si mis emociones no me tuvieran tan distraída, podría sentirme
asombrada por la habitación en sí misma. El techo que se arquea sobre
nosotros está hechizado para parecerse al cielo nocturno. La estancia está
iluminada por dos grandes lámparas de araña y varios apliques de pared,
pequeños estallidos de luz brillan en cada uno de ellos. Las paredes de
piedra pálida están intrincadamente talladas, y unos pequeños azulejos
coloridos cubren la mayor parte, lo que provoca que el salón parezca un
mosaico enorme.
En estos momentos la sala del trono de Desmond está a rebosar de
decenas y decenas de hadas alineadas junto a las paredes o que miran hacia
abajo desde un balcón en el nivel superior. En cuanto nos ven, empiezan a
aplaudir, y ese ruido solo me pone más nerviosa. Mis alas se despliegan un
poco por culpa de mis nervios, y tengo que respirar hondo para calmarme.
El trono de Des está hecho de bronce martillado y recubierto con cojines
de terciopelo azul intenso. Junto a él, alguien ha colocado un asiento más
pequeño hecho de los mismos materiales.
Con un sobresalto, me doy cuenta de que es para mí.
Me siento de forma mecánica y mis alas se arquean sobre la parte
posterior.
Esta estancia es muy diferente del salón del trono del Rey de la Fauna y,
sin embargo, contemplar esta larga extensión todavía despierta recuerdos no
deseados. Por no mencionar que hay muchísimo público.
Los aplausos solo cesan una vez que Des y yo nos hemos instalado. En el
silencio que sigue, una de las hadas presentes avanza unos pasos para
situarse frente al trono y hace una profunda reverencia.
—Mi rey, ha venido a veros un mensajero de Fauna. —En esencia, el
hada está repitiendo lo que ya nos han dicho.
—Traedlo —dice Des, elevando la voz.
Miro a mi pareja de reojo. Cuando estaba en el instituto, solía imaginar
todas las vidas que debía de vivir cuando no andaba cerca, pero nunca
imaginé algo como esto. Incluso después de saber que era un rey, era
demasiado difícil imaginar al astuto Negociador como un monarca
benevolente. Pero en este momento, el título le queda como anillo al dedo.
Me recorre una extraña combinación de asombro y miedo. Es
impresionante que, por primera vez en ocho largos años, Des me esté
dejando entrar en su mundo. Me está mostrando cosas sobre sí mismo que
en el pasado le rogué que compartiera.
Pero el asombro llega acompañado de temor. Lo único verdaderamente
concreto que sé sobre mi pareja es que es un hombre hecho de secretos. Y
puede que, por primera vez, sienta cierta inquietud acerca de cuáles son
esos secretos.
En el otro extremo de la estancia, las puertas dobles arqueadas se abren,
alejando mi atención de Des, y un hombre con cola y melena de león es
escoltado al interior.
El mero hecho de ver a un fae de Fauna hace que apriete con fuerza los
reposabrazos. Uno de mis carceleros tenía un aspecto similar, y me arrastra
de vuelta a esa cavernosa prisión y a todos sus horrores.
Siento que una mano cálida toma la mía. Cuando miro al Negociador,
está mirando a nuestro invitado, con expresión intransigente, incluso
mientras me da un apretón en la mano. No me gustaría estar en el extremo
receptor de esa mirada.
Me relajo lo más mínimo. Pase lo que pase aquí, Des no dejará que ese
miembro de Fauna me toque. Siento la ferocidad de la devoción del
Negociador incluso desde el otro lado del espacio que nos separa.
El hada de Fauna que avanza por el pasillo lleva una gran bolsa de cuero.
No parece intimidado por Des. En todo caso, parece que es todo agresividad
contenida, su cola se balancea de un lado a otro, agitada.
—El Reino de la Fauna tiene un mensaje para el Rey de la Noche —
anuncia. Incluso su voz es agresiva.
Creía que esto me asustaría. Todo lo que rodea a este momento ha
inundado de miedo mi corazón. Pero ver a este Fauna caminar hacia Des,
hacia mí , lleno de ira en lugar de arrepentimiento… Mis uñas empiezan a
curvarse para convertirse en garras.
Siento que mi sed de sangre despierta, la sirena susurra todo tipo de
pensamientos oscuros en el fondo de mi mente.
Recuerda lo que nos hicieron los de su especie. Lo que hicieron a esas
mujeres.
Se merece morir.
Un tajo rápido en la garganta sería suficiente…
Empujo esos pensamientos muy, muy lejos.
El fae de Fauna llega al final del pasillo, a varios metros de la tarima en
la que estamos sentados Des y yo. Con tranquilidad, arroja la bolsa que
carga al suelo, frente a él. Aterriza con un golpe sordo y húmedo, y cuatro
cabezas ensangrentadas salen rodando de ella.
Casi me caigo de mi asiento.
—¡Hostia puta! —Mis alas se despliegan por accidente, derribando a un
soldado que estaba demasiado cerca.
En serio, ¿qué coño le pasa a este mundo?
A mi alrededor, los súbditos de Des jadean, sin despegar la mirada de
todas esas cabezas decapitadas.
Y los muertos… los muertos parecen estar gritando, con los ojos como
platos y la boca muy abierta.
Los jadeos se convierten en gritos de venganza, y los soldados echan
mano de sus armas. Soy muy consciente de que nuestra audiencia está a un
minuto de terminar con este súbdito de Fauna.
El único que no reacciona es Des, y eso debería preocuparme
profundamente. Parece casi aburrido mientras contempla las cabezas
cortadas. Levanta la mano y el silencio cae sobre la habitación. Se recuesta
en su trono mientras mira desde arriba al fae de Fauna, que le devuelve una
mirada desafiante.
—¿Quiénes son? —pregunta, y su voz resuena en toda la habitación.
—Los últimos diplomáticos del Reino de la Noche que quedaban en
nuestro territorio —responde el mensajero de la cola de león—. Nuestra
gente exige justicia por el asesinato de nuestro rey, la destrucción de nuestro
palacio y la muerte de todos los fae de Fauna atrapados dentro del castillo
cuando lo destruiste.
El Negociador sonríe al oír eso.
Joder, si yo fuera ese mensajero, me habría meado encima.
—Si rehúsas, los fae de Fauna que quedamos no descansaremos hasta
habernos hecho cargo de todos los fae de Noche que queden en nuestro
reino —dice el mensajero.
La multitud sisea, disgustada, y algo ondula por la habitación, algo más
oscuro y más insidioso que la noche.
—¿Qué tipo de justicia exiges? —pregunta Des, inclinándose hacia
delante y apoyando la barbilla en el puño.
—Exigimos que el Reino de la Noche pague la construcción de un nuevo
palacio y que el actual rey abdique de su trono.
Bueno, hace falta tener cojones para entrar en este sitio y exigirle a la
cara al Rey de la Noche que renuncie a su título.
Tiene que saber que no nos tomaremos en serio sus exigencias, ¿no?
Des se levanta, y hay tal silencio en la habitación que se oiría caer un
alfiler. Baja las escaleras y sus pesadas botas resuenan por todo el pasillo.
¿He pensado hace un momento que se lo veía regio?
Estaba muy equivocada.
Con su pelo blanco apartado de la cara, su ropa negra de batalla pegada a
sus músculos definidos y sus alas acabadas en garras cuidadosamente
plegadas a la espalda, parece un príncipe oscuro del infierno.
El amenazador sonido de sus pisadas solo se extingue una vez que se
detiene justo en mitad de la carnicería. Da un golpecito con el pie a una de
las cabezas ensangrentadas.
Durante varios segundos, mientras la audiencia contiene el aliento y
espera, lo único que se oye es el sonido resbaladizo de la carne muerta
mientras la cabeza cortada rueda bajo la bota del Negociador.
—Es una oferta sorprendente —dice Des por fin, todavía mirando los
restos de sus diplomáticos.
El mensajero parece resuelto, solo que ahora su cola ha dejado de
moverse de un lado a otro. No puedo imaginar lo que debe de estar pasando
por su cabeza.
—Pero voy a tener que rechazarla. —La voz de Des es como un trago de
Johnny Walker después de un largo día: tan suave que apenas sientes cómo
arde.
El fae de Fauna tensa la mandíbula.
—Entonces espera…
—No. —Des emana oleadas de poder. Al instante, el mensajero está de
rodillas—. Vienes aquí y dejas las cabezas decapitadas de mis diplomáticos
a mis pies —dice Des. El pelo se le ondula un poco con la fuerza de sus
palabras—. Luego, exiges justicia para un rey loco que secuestraba,
torturaba y encarcelaba soldados, un hombre que secuestró, torturó y
encarceló a mi pareja.
De repente, todos los ojos están puestos en mí. Me arde la piel por culpa
de toda la atención.
—Por último —continúa Des mirando al hada—, amenazas con matar a
mi gente si no satisfago tus exigencias.
El mensajero intenta hablar, pero la magia de Des mantiene sus labios
sellados.
El Negociador empieza a dar vueltas alrededor del fae de Fauna.
—¿Conoces siquiera a mis súbditos? Gobierno sobre monstruos que
aparecen en tus pesadillas más salvajes, criaturas hechas de los miedos más
profundos de las hadas. Y tengo su respeto. —Des se detiene detrás del
hombre y se inclina para susurrarle al oído—. ¿Sabes cómo me he ganado
su respeto?
El mensajero mira al Negociador por encima del hombro, con los labios
aún sellados.
El corazón me empieza a latir cada vez más y más rápido. Algo malo está
a punto de suceder.
—Dejo que se deleiten con mis enemigos.
El mensajero parece inquieto, pero no entra en pánico.
Des se endereza.
—Traed al bog.
Su orden es recibida con susurros temerosos. Las hadas de la audiencia se
mueven con nerviosismo.
Un minuto después, se abre una puerta lateral del salón del trono.
Al principio, no pasa nada. Luego, una sombra cruza la puerta y se
desliza por la pared. Las hadas más cercanas gritan y se dispersan. Parece
expandirse, crece cada vez más hasta convertirse en una forma enorme y
con cuernos.
Que el cielo me asista, solo por la forma, parece el primo mutante de
Karnon.
Sigo esperando ver al monstruo que la acompaña cuando me doy cuenta
de que esto es todo. Es una sombra, nada más. Solo que, cuanto más tiempo
la miro, más terrible parece. Puede que no tenga ningún tipo de presencia
física, pero me aterra a un nivel profundo y primordial.
Se desliza por la pared, perdiendo la forma a medida que se concentra en
el suelo. Las hadas más cercanas están prácticamente pisoteándose las unas
a las otras para alejarse de él, pero no les presta atención, sino que se
arrastra hacia el mensajero.
El fae de Fauna intenta ponerse de pie a medida que el bog se acerca,
pero cualquier retención mágica que Desmond le haya aplicado sigue
manteniéndolo inmóvil.
El mensajero está empezando a mostrar las primeras señales de pánico.
Supongo que, sea lo que sea este bog, su reputación lo precede.
Des se aleja del hada.
—Espera, espera… —dice el mensajero cuando la criatura se acerca a él
—. No te vayas.
Eso hace que los labios de Des esbocen una diminuta sonrisa, aunque su
mirada expresa mayor dureza que nunca.
Un Des cruel. Un Des oscuro. Estoy echando un esquivo vistazo a la
bestia que hay tras el hombre.
El fae de Fauna sigue intentando moverse, pero es como si sus piernas
estuvieran pegadas al suelo.
—Haré un trato —dice, con la vista clavada en la sombría criatura que se
dirige hacia él.
Haré un trato.
Los hombros de Des se tensan ante la tentación, pero ignora al hada.
La criatura está a solo unos metros de distancia.
—¡Por favor, haré lo que sea !
Para un hada que ha tenido suficiente coraje para amenazar a un rey fae
en su propia corte, no tarda nada en desmoronarse. No sé qué esperaba que
sucediera. Des no se doblega a la voluntad de otras personas. Él es la fuerza
que las retuerce y las aplasta. Lo he visto suceder una y otra vez con sus
clientes.
El Negociador se dirige a su trono, con una expresión dura como el
acero. Sus ojos se encuentran con los míos y vacilan mientras me examinan.
Puede que eso sea lo más cerca que vaya a estar del arrepentimiento en este
momento. Y, a continuación, esa mirada desaparece y vuelve a estar hecho
de piedra.
Hay oscuridad en este hombre, y todavía no he sondeado la parte más
honda.
La sombra recorre la distancia que la separa del hada de Fauna y le cubre
los pies. Los tobillos del mensajero empiezan a desaparecer, luego sus
pantorrillas.
Es entonces cuando empiezan los gritos.
Des sube los escalones de vuelta hasta su trono y toma asiento a mi lado
mientras el bog continúa tragándose al hada.
Clavo las uñas en mi asiento mientras escucho los gritos del hombre.
Tengo muchas razones para disfrutar de la justicia de este momento, pero
ahora que el fae de Fauna parece menos un villano y más una víctima,
descubro que no puedo hacerlo.
No quiero quedarme aquí sentada y presenciar esto. Es demasiado
inhumano, demasiado fae, demasiado retorcido. De repente, me parece
demasiado.
Me levanto y, entre gritos y miradas, salgo de la estancia.
Nadie me detiene.
4
Estoy en el balcón que conecta con los aposentos reales de Des, el cielo
nocturno brilla sobre mí. Después de salir del salón del trono, he
deambulado un poco por los terrenos de palacio antes de volver aquí.
Muy por debajo de mí, distingo a las hadas que entran y cruzan los
terrenos de palacio. Más allá, se encuentra la ciudad de Somnia.
No sé cuánto tiempo llevo inclinada sobre la barandilla, observando este
mundo terriblemente extraño. El tiempo suficiente para cuestionarme casi
todas las decisiones vitales que me han traído hasta aquí.
—Dime, querubín, ¿te asusto?
Lo miro por encima del hombro. Des está en el umbral del balcón, con un
brillo en su mirada depredadora. Me mira como si yo fuera la peligrosa.
No respondo de inmediato, sino que elijo quedarme mirándolo. Sale al
balcón vestido todavía con la ropa de entrenamiento de antes, al igual que
yo.
Parece medio salvaje, la luz de la luna talla formas siniestras en su rostro.
Parece que quiera devorarme el alma.
¿Me asusta?
—Sí —respondo con suavidad.
A pesar de mis palabras, se acerca. Y me alegro de que lo haga. Que me
asuste no me ha impedido desearlo. Nuestra relación empezó con un
derramamiento de sangre y se ha solidificado mediante el engaño. Soy una
criatura oscura que ansía sexo y destrucción, y él es el rey de todo ello.
Cuando se acerca lo suficiente, me coloca una mano en la nuca y tira de
mí hacia él, no para besarme, sino simplemente para que apoye mi frente
contra la suya.
—Dime la verdad —me pide—, ¿esto cambia las cosas para ti?
Siento que su magia me rodea la tráquea con delicadeza.
Su pregunta es vaga, algo poco habitual en él. Sin embargo, entiendo lo
que me está preguntando.
—No —digo, con la voz ronca.
Tal vez debería cambiarlas.
Me siento como si acabara de entregar un pedacito de mi alma. Pero Des
lleva recolectando pedazos de mi alma desde la noche en que le quité la
vida a mi padre. En lo que a mí respecta, se los puede quedar; sé que los
cuidará bien.
La postura de Des no cambia, pero juro que siento cómo se relaja. Huele
a sudor y al dulzor de la noche. Mi terrible rey. Mi misteriosa pareja.
Me acaricia la mejilla con el pulgar y, durante varios segundos, ninguno
de los dos habla.
Es cruel. Es oscuro. Mi Des.
—¿Qué era esa cosa? —pregunto por fin.
—¿El bog?
Asiento contra él.
Se endereza y se aleja, pero no me suelta.
—Es una pesadilla dotada de sentidos. Se come vivas a las hadas y las
somete a sus peores miedos mientras las digiere.
Siento un escalofrío ante la mera idea.
—Eso es horrible.
Ahora le toca a él asentir, con expresión sombría.
—Lo es.
Y, sin embargo, eso no le ha impedido desatarlo sobre uno de sus
enemigos. Ni siquiera ahora parece arrepentido.
Es un hada. ¿Dónde creías que te estabas metiendo cuando decidiste
estar con él?
Me paso los dedos por el pelo, agotada emocional y físicamente. La ropa
de entrenamiento de cuero, que he llevado puesta todo el día, está pegajosa
y me irrita zonas que realmente no deberían estarlo.
—Quiero irme a casa —le digo.
Estoy harta de mis alas y de esta noche perpetua. Me he cansado de estar
rodeada de monstruos y sentirme impotente contra ellos. Sobre todo, estoy
cansada de vivir en un mundo en el que no hay Netflix.
La mirada de Des se suaviza.
—Lo sé.
—No te has ofrecido a llevarme a casa. —Suena más acusador de lo que
pretendía.
—No lo has pedido —responde con tanta fluidez como siempre.
—Si te pidiera que me llevaras a casa, ¿lo harías?
El Negociador tensa la mandíbula y, por un segundo, veo algo extraño en
sus ojos. Algo depredador y muy propio de los fae.
A continuación, desaparece.
Asiente.
—Lo haría.
Nos quedamos en silencio, y sé que está esperando que le pida
exactamente eso, que me lleve a casa. Ojalá querer algo lo hiciera real. Pero
no puedo irme, no tal como estoy. Si Des me llevara de regreso a la Tierra,
seguiría siendo una humana con alas, escamas y garras.
—¿Qué hacemos ahora? —pregunto, sin esperanza.
La boca de Des se curva en una sonrisa.
—Parece que se te ha olvidado que todavía me debes una cantidad
ingente de favores…
Está eso.
—Y que eres mi pareja.
Eso también.
Me coge la mano y me lleva de vuelta a sus aposentos.
—Pero, en cuanto a qué vamos a hacer ahora mismo, te diría que
empecemos por darte un baño.
Se me escapa mi primera sonrisa de esta tarde.
—Mira quién habla.
Juro que el sudor de los hombres apesta por lo menos el doble que el de
las mujeres. Estoy bastante segura de que es un hecho científico.
Des me suelta la mano.
—¿Eso es una invitación? —pregunta, enarcando una ceja.
—Eres el Señor de los Secretos, creo que puedes averiguarlo por ti
mismo —le digo.
Un brillo pícaro ilumina su mirada.
Mientras me mira como si fuera el macaroon más delicioso que jamás
haya visto, me llevo la mano a la espalda y toqueteo inútilmente la ropa de
cuero. Durante lo que parece una eternidad, intento deshacer los lazos que
cruzan mi espalda mientras sostengo el corpiño de cuero en su sitio, pero no
consigo alcanzarlos.
Las cálidas manos de Des apartan las mías, me da la vuelta y deshace las
lazadas. Siento cada roce de sus dedos como si fuera un beso. De repente, el
corazón se me desboca otra vez y el humor del momento es reemplazado
por algo que calienta tanto como las brasas de un fuego.
Mi corpiño se afloja y cae al suelo frente a mí. El aire acaricia mi torso
expuesto.
Des hace que me gire y coloca la mano sobre mi corazón acelerado,
como si estuviera intentando capturar mis latidos.
Su mirada atrapa la mía.
—Querubín, tenemos muchas cosas pendientes.
Siento sus palabras en el estómago. Amor, romance… Todo ello se
parece a la madriguera de conejo, y soy Alicia, a punto de caer por ella.
Desliza la mano hacia mi muñeca y me tenso cuando sus dedos hacen
rodar mi brazalete. ¿Qué me pedirá ahora? ¿Más entrenamiento? ¿Alguna
postura sexual extraña? No voy a mentir, estoy bastante segura de que
echaría una mano con esto último.
… y me refiero a echar una mano .
—Cuéntame algo sobre tu pasado, algo que no sepa.
Por supuesto, cuando estoy realmente ansiosa por participar en uno de los
desafíos de Des, me deja boquiabierta al hacerme una pregunta sencilla.
Un segundo después me doy cuenta de que la magia del Negociador no
se cierra sobre mí como suele hacer. No me ha quitado una cuenta. Solo
quiere saber algo más sobre mí… mientras estoy en toples en su habitación.
—Mmm, ¿qué quieres saber? —Levanto las manos para ocultarle mis
pechos. En el futuro, aspiro a mantener conversaciones en toples con Des
sin sentir vergüenza… pero hoy no es ese día.
—¿Cómo os conocisteis tú y Temper? —pregunta.
¿Eso es lo que quiere saber? ¿En este preciso instante?
Me lee como un libro abierto.
—¿Crees que me preocupa perder la oportunidad de hacerte el amor? —
Esas palabras impactan directamente contra mi centro. Su mirada baja hasta
donde mis manos cubren mis pechos y baja la voz—. En absoluto.
Entorno los ojos ante su arrogancia.
Avanza e invade mi espacio, y lo único que consigo hacer es no
retroceder. Des es abrumador, sigue siendo una fuerza a tener en cuenta.
—La noche que te dejé sabía quién eras, Callie, y estoy descubriendo
quién eres ahora, pero quiero saber todo lo que pasó durante esos siete años
en los que te perdí.
Esas palabras hacen que contenga el aliento mientras lo miro. Somos
amantes y viejos amigos y desconocidos, todo a la vez.
Tiene toda la razón del mundo, tenemos muchas cosas pendientes. Cosas
imposibles de compensar con cualquier cantidad de intimidad física. Y eso
es lo que quiere de mí.
—Conocí a Temper durante el último curso de la Academia Peel —le
cuento mientras mi mente retrocede al último año que pasé en aquel
internado sobrenatural. Fue una época difícil. Había perdido a Des hacía
solo unos meses, y me encontré sin amigos ni familia. Lo único que tenía en
abundancia era sufrimiento—. Era el primer día del curso, y nadie se sentó
a mi lado en mi clase de Moralidad de la magia, hasta que ella ocupó el
asiento. Y empezó a hablar conmigo. —Me habló como si ya fuéramos
amigas y, sencillamente, yo no hubiera recibido la notificación todavía—.
Fue la primera vez tras tu marcha que otra estudiante intentó ser mi amiga.
Ante Des no duele tanto admitir que una vez fui una paria social. Ya lo
sabe.
En cuanto a mi amistad con Temper, solo más tarde descubrí lo difícil
que le había resultado ocupar ese asiento a mi lado y ponerse en esa
situación. Sabía lo suficiente sobre mí para saber que no tenía amigos, cosa
que ambas teníamos en común.
Tardé semanas en descubrir que la gente evitaba a Temper incluso más
que a mí, en gran parte debido a la clase de ser sobrenatural que era. Por
supuesto, teniendo en cuenta mi propio pasado turbulento, la infamia de
Temper solo hizo que me cayera mejor.
—Desde entonces —le digo—, hemos sido inseparables.
Hablar de Temper solo provoca que la eche aún más de menos. Los
últimos siete años pueden haber sido un abismo en lo que se refiere a mi
vida amorosa, pero no en todo lo demás, y eso ha sido en gran medida
gracias a Temper. En estos momentos tiene que estar volviéndose loca,
preguntándose dónde estoy.
Aparto mis preocupaciones a un lado.
—¿Cómo conociste a Malaki? —le pregunto, cambiando de tema para
que nos centremos en él.
Ni siquiera estoy segura de que Des vaya a responder. Nunca responde a
estas cosas.
Me mira, y está tan cerca que siento el calor de su cuerpo.
—¿Me desabrochas la ropa? —pregunta, en lugar de responder.
Me desinflo al oír su respuesta. No debería sentirme decepcionada. Des
ya me ha mostrado mucho más de sí mismo de lo que nunca pensé que
vería.
Aprieto los labios y asiento.
Se da la vuelta, con sus alas de aspecto retorcido todavía desplegadas.
Mis manos encuentran las correas que aseguran la armadura de cuero a
su espalda. Empiezo a desabrocharlas, una por una.
—Conocí a Malaki cuando era adolescente —empieza, vacilante.
Detengo los dedos durante un segundo.
—En aquel entonces había… perdido el rumbo —continúa—. Estaba en
Barbos, la ciudad de los ladrones, sin un centavo a mi nombre.
Inclino la cabeza y dejo escapar una pequeña sonrisa antes de seguir
desabrochándole la armadura.
—Fue entonces cuando me uní a los Ángeles de la pequeña muerte —
dice.
—La pandilla —le digo, recordando la explicación que me dio sobre los
tatuajes de su brazo.
—Hermandad —corrige por encima del hombro. Respira hondo—.
Malaki también era miembro. Era varios años mayor que yo, pero, aun así,
era el hada que más se acercaba a mi edad.
Percibo que sacar a relucir estos recuerdos es difícil para él. Su mente es
una trampa de acero. Las cosas entran, pero no salen.
—Vivir tan al límite como lo hacíamos —continúa— provocó que
estrecháramos lazos. Me ha salvado la vida en el pasado, y yo a él.
Desabrocho la última correa de la espalda de Des y el cuero resbala por
su cuerpo. Se queda desnudo de cintura para arriba, igual que yo. Supongo
que esta es nuestra extraña versión de enseñar y compartir: enseña algo de
piel, comparte un secreto.
Se da la vuelta para mirarme, con el pecho desnudo.
—Es mi hermano en todos los sentidos, excepto de sangre.
Le sostengo la mirada. Es raro ver a Des tan al descubierto. Al igual que
yo, ha pasado años construyendo una armadura a su alrededor… y ahora se
la está quitando. Ya no es el rey aterrador, ni el escurridizo Negociador.
En este momento, solo es mi Des.
—¿Cuánto tiempo hace que lo conoces? —pregunto.
Hace una pausa.
—El tiempo suficiente —dice por fin.
Sé lo bastante sobre las hadas para saber que el tiempo suficiente puede
referirse con la misma facilidad a siglos o a décadas. Y el comentario que
ha hecho Malaki antes…
«Llevo siglos esperando para conocerte».
Inclino la cabeza a un lado.
—Eres realmente viejo, ¿verdad?
Una sonrisa ladina recorre el rostro de Des.
—Puedo responder eso, pero te costará algo a cambio.
No necesito comprar un favor para saber que este tío es muy mayor.
Empiezo a alejarme de él y me dirijo hacia el baño.
—En otra ocasión… abuelo. —Solo tengo tiempo para ver que ensancha
la sonrisa antes de que me coja y me eche encima de su hombro.
—Serás traviesa —dice, dándome una cachetada en el trasero.
Suelto un chillido y me empiezo a reír.
—No es de extrañar que tengas el pelo tan blanco. ¿Hace cuántos siglos
que perdió su color?
Siento la risa de Des en el temblor de sus hombros.
—Debes saber que conservó el color hasta el día en que te conocí —dice.
Me lleva al baño. Mientras lo hace, siento que mis botas se separan de
mis pies y caen al suelo con un repiqueteo. Mis pantalones y ropa interior
son los siguientes.
—¡Des! —Ahora, casi cada centímetro de mi piel desnuda está apretado
con fuerza contra la suya.
—Callie —dice, imitando mi tono.
—¿Qué estás haciendo?
Me acaricia con la mano la parte superior del muslo.
—Desnudando a mi reina.
Eso me detiene por completo.
Ay, Dios, su reina .
—Des, no lo dices en serio, ¿verdad? —Porque, no. No, no, no.
Apenas me estoy acostumbrando a la idea de que haya un nosotros . No
puedo afrontar nada que vaya más allá.
—Ha sido una forma de hablar —dice con suavidad—. Si prefieres que te
llame sirvienta…
Le atizo en la espalda, cosa que solo lo hace reír de nuevo. El sonido de
su risa me permite volver a relajarme. Solo ha sido una forma de hablar.
Mientras me lleva al baño, sus propios pantalones resbalan por sus
caderas y caen a la altura de sus tobillos. Se los quita con gracia.
Y ahora, ambos estamos desnudos.
Delante de nosotros, el grifo de su enorme bañera se abre.
Se mete en la gigantesca bañera y, con mucho cuidado, me deja sobre mis
pies. Por un momento, miro a mi alma gemela, su rostro tan dolorosamente
encantador como la primera vez que lo vi, con su melena blanca suelta. Su
corona y sus brazaletes de guerra han desaparecido, y el único adorno que
le queda es la tinta que recorre su brazo.
Sin ropa, Des es todavía más atractivo, su torso es enorme y está cubierto
de grandes músculos.
Mientras lo devoro con la mirada, él hace lo mismo conmigo. Baja la
mirada hacia mis pechos y luego más abajo, hacia mi cintura y mis caderas.
Se acerca y me levanta la barbilla.
—Quiero hacerlo bien, querubín. Lo nuestro.
Extiendo la mano y le acaricio el brazo cubierto de tatuajes,
deteniéndome sobre las lágrimas de tinta de su piel.
—Yo también.
Durante varios segundos, el único sonido que se oye es el ruido de agua
mientras llena la bañera en la que estamos. De repente, en mitad del casi
silencio, empieza a sonar Stairway to Heaven , de Led Zeppelin.
Justo cuando busco los altavoces fantasmas que deben de estar
reproduciendo la canción, veo una bandeja de madera pulida que descansa
junto a la bañera, con una taza de café humeante, un expreso —en una taza
increíblemente pequeña— y un plato de macaroons . Es lo que solíamos
pedir en el Douglas Café.
Y, por la razón que sea, eso acaba conmigo.
Tomo una respiración temblorosa y me río, aunque sale más como un
sollozo.
—Basta —le digo, con la voz suave y áspera al mismo tiempo.
Pero, en vez de parar, Des me atrae hacia él, y sus preciosos, preciosos
músculos quedan presionados contra la suavidad de mis curvas.
Se inclina hasta que sus labios quedan a milímetros de los míos.
—Nunca.
5
Des es un romántico.
Uf.
No es lo que mi corazón necesitaba. No es que a estas alturas haya vuelta
atrás, pero aun así, es un pequeño golpe para mi ego saber con cuánta
facilidad puede destruir mis defensas con unos pocos gestos considerados.
Cerca de una hora después de que nos metamos en la bañera, salgo de
ella, con el estómago lleno de macaroons y café mientras me seco. Miro a
Des —alas incluidas—, mientras sale de la habitación con una toalla
alrededor de la cintura.
Cuando llega al otro lado de la cama, su toalla cae al suelo, y virgen
santísima, ese culo lo es todo .
Me envuelvo en mi propia toalla lo mejor que puedo, arrancándome
algunas plumas por accidente en el proceso, con la mirada fija en el
Negociador. Ahora mismo estoy espiando a este hombre como una
pervertida, y no me arrepiento en absoluto.
Me mira por encima del hombro, su pálido cabello retirado hacia atrás.
Debería avergonzarme de que me pille admirándolo abiertamente, pero su
propia expresión empieza a arder por lo que ve en la mía.
Todavía no hemos hecho nada juntos —dejando de lado lo de beber
expreso y comer macaroons desnudos—, y la necesidad de poner remedio a
esta situación empieza a crecer.
Me escurro el pelo mientras entro en su dormitorio. Sobre nosotros, las
lámparas colgantes emiten un suave brillo.
Estoy a punto de dirigirme al elegante armario ya repleto de un millón de
atuendos fae cuando Des abre un cajón de la cajonera que hay cerca de la
cama y me lanza una prenda negra. La atrapo al vuelo, la tela es suave bajo
las yemas de mis dedos.
—¿Qué es esto? —pregunto.
—Un premio. Es lo mejor que puedo darte que no sea la Tierra.
Frunzo el ceño.
Señala con la cabeza la prenda que tengo en la mano y, a regañadientes,
despego la mirada de la suya para desdoblar la tela descolorida.
Una enorme sonrisa se extiende por mi cara cuando veo los labios y la
lengua gigantes impresos en la camiseta descolorida. Es una de las
camisetas retro de los Rolling Stones de Des.
—Es un préstamo —dice.
—¿Un préstamo ? —repito, enarcando las cejas.
Des se pone unos pantalones holgados.
—Que te quiera no significa que vaya a entregarte una de mis posesiones
más preciadas.
Acaba de hacerlo oficial: ahora tengo intención de quedarme esta
camiseta.
Imitando a Des, dejo que mi toalla caiga al suelo y me paso la camiseta
por la cabeza. Mi estado de ánimo se viene abajo en cuanto el dobladillo de
la camiseta entra en contacto con mis alas.
Me había olvidado de ellas. Ahora que tengo alas, no puedo pasarme la
ropa por la cabeza sin más.
Antes de que pueda regodearme en la autocompasión, la suave tela de la
camiseta, que se había abultado justo por encima de las articulaciones de
mis alas, se desliza por mi espalda como si no hubiera ningún obstáculo de
por medio, y el dobladillo me cae hasta medio muslo.
Giro la cabeza hacia Des, que esboza una sonrisita de suficiencia.
—¿Cómo has…?
—Magia, mi amor.
Llevo una mano hacia atrás para palpar el punto de conexión entre mis
alas y mi espalda. Los bordes de la camiseta se han abierto alrededor de los
huesos de mis alas.
Estoy tan concentrada en la logística de la camiseta de Des que no veo la
forma en que me mira. No me doy cuenta hasta que desaparece y reaparece
a mi lado.
Mete un dedo por debajo del dobladillo de la camiseta.
—Te queda bien.
Me quedo petrificada.
Des es pura intención contenida. Sus ojos conectan los míos. Somos
polillas bailando alrededor una llama.
Justo entonces, bostezo.
En-el-peor-momento-posible.
No estoy cansada. Bueno, sí lo estoy, ha sido un día largo. Me he
despertado temprano, la sesión de entrenamiento ha durado horas y he visto
a un hombre devorado por una pesadilla viviente, pero no estoy lo bastante
cansada como para dejar pasar esto.
La mirada de Des desciende hasta mi boca. Cualquier pasión que lo
estuviera dominando hace un momento desaparece.
Quiero llorar cuando lo veo ponerse la máscara respetuosa que solía
llevar cuando estaba en el instituto. A pesar de todos sus cuestionables
impulsos, puede ser sorprendentemente caballeroso.
Me baja el dobladillo de la camiseta.
—Todavía no hemos terminado con esto —dice, y su voz sigue cargada
de promesas de sexo.
Me arrastra hasta la cama y por poco creo que mi bostezo no ha
conseguido disuadirlo.
Las alas de Des desaparecen para que pueda rodar sobre la espalda. Un
momento después, me coloca sobre su pecho. Por la forma en que me
sostiene… es indudable que por el momento ha renunciado a sus
intenciones juguetonas.
Podría hacerlo cambiar de opinión, pero, maldita sea, literalmente no hay
nada más cómodo que acurrucarme contra Des.
—Cuéntame un secreto —susurro.
—¿Otro? —Se lo ve tan legítimamente indignado que me entra la risa.
Ni siquiera recuerdo el último secreto que me ha contado, ¿ha sido el de
su amistad con Malaki?
—Sí, otro —le digo.
Gime y me aprieta más contra él.
—De acuerdo, pero solo porque me gustas.
Sonrío un poco contra él.
No me puedo creer que preguntarle haya funcionado de verdad.
Des me acaricia las plumas con una mano.
—Lo único que no me gusta de tus alas es que te tapan el culo, y tu culo
me gusta muchísimo .
La habitación se queda en silencio durante tres segundos y luego no
puedo contener la risa.
—Des, no me refería a eso cuando te he pedido un secreto.
—Y, aun así, has recibido un secreto. Considérate complacida. —Me
aprieta el culo para dar énfasis y suelto un gritito, lo cual provoca que se ría.
Y esa risa profunda acaba en besos… muchos, muchos besos, lánguidos y
deliciosos.
Cuando por fin me separo, apoyo la cabeza contra su pecho.
El silencio cae sobre la habitación, el único ruido son los latidos del
corazón de Des bajo mi oreja.
Cierro los ojos.
Podría acostumbrarme a esto .
Qué idea tan aterradora.
—Durante dos siglos no has sido más que el susurro de una posibilidad
—dice Des, rompiendo el silencio—. Luego, te conocí . —Hace una pausa,
como si toda una historia empezara y termina con esa frase. Como si la vida
fuera una cosa antes de conocerme, y después se convirtiera en algo más.
Es suficiente para hacerme ignorar el hecho de que ha admitido tener más
de dos siglos.
—Eras todo lo que nunca supe que quería. Eras caos. Estabas
desesperada. Eras el secreto más misterioso con el que me había topado. Me
atrajo todo de ti: tu inocencia, tu vulnerabilidad, joder, incluso lo trágica
que era tu vida. Eras la criatura más cautivadora con la que me había
topado.
Trago saliva al escuchar sus palabras. Hay cierta gravedad no solo en lo
que está diciendo, sino en el hecho de que lo esté diciendo siquiera. He
pedido un secreto y él me ha dado una revelación, algo que puedo guardar
cerca de mi corazón a altas horas de la noche.
—Siete años después —continúa—, la mujer en la que te habías
convertido estaba a un mundo de la chica que conocí. —Inclina la cabeza
para poder mirarme a los ojos—. Eso solo me hizo desearte más. Eras
conocida y nueva a la vez, familiar y exótica, al alcance y prohibida. Y te
deseé tanto durante tanto tiempo que estaba seguro de que me mataría. Y
cuando te miro, incluso ahora, especialmente ahora, veo la simple verdad.
—Deja de hablar.
Me incorporo un poco.
—¿Y cuál es esa verdad?
En la oscuridad, distingo que está mirándome.
—Eres magia, mi amor.
6
Hay sangre por todas partes. En mi pelo, en mi piel, en salpicaduras
alrededor de donde yazco. Me siento en el suelo y echo un vistazo a mi
alrededor.
No .
Este lugar no.
Otra vez no.
Me fijo en las hojas podridas que cubren el suelo, en las enredaderas
muertas que suben por las paredes de la larga habitación y en el trono de
huesos que se alza en medio de todo.
El salón del trono de Karnon.
—Qué pajarillo tan, tan bonito.
Se me hiela la sangre al escuchar la voz que suena a mi espalda.
No puede ser.
El Rey de la Fauna está muerto.
—¿Te gustan tus alas?
Pero esa voz…
Un escalofrío me recorre la columna.
La voz de Karnon es profunda y dura, tal como la recuerdo.
Las hojas crujen bajo sus pies mientras me rodea para colocarse ante mí.
Lo primero que veo son sus cuernos retorcidos, lo segundo, su mirada
loca y su pelo salvaje.
Dios, es él.
—Ahora eres una bestia, como el resto de nosotros.
Cierro los ojos con fuerza.
Está muerto .
—Nunca serás libre —dice… Solo que la voz de Karnon ya no es suya.
Es otra voz que conozco muy bien.
Abro los ojos con brusquedad y me encuentro a mi padrastro. El mismo
hombre al que maté por accidente hace ocho años.
¿Por qué me persiguen estos fantasmas?
Solo dispongo de unos segundos para mirarlo boquiabierta antes de que
la habitación se quede a oscuras.
A mi izquierda, el aire se mueve, revolviéndome el pelo. Echo un
vistazo, pero bien podría ser ciega, la oscuridad es total.
Siento el aliento de alguien en la nuca, tan cerca que debe de estar
inclinado sobre mí, pero cuando me giro y extiendo el brazo, mi mano solo
agarra aire.
En la oscuridad, escucho el tenue eco de una risa, que me pone la piel del
brazo de gallina.
En respuesta a mi miedo, mi sirena sale a la superficie, haciendo que la
piel me brille con suavidad.
—¿Quién está ahí? —pregunto.
—El destino de los secretos es que los guarde un alma —dice la voz de
una mujer, que viene de todas partes y de ninguna a la vez.
—¿Quién eres?
—Viene a por ti.
Esa vez, es la voz de un niño la que habla desde la oscuridad.
—¿Quién? —pregunto.
Karnon está muerto .
La risa resuena a mi alrededor, suena cada vez más fuerte. En ella, puedo
escuchar la voz de la mujer, la del niño, la del Rey de la Fauna y la de mi
padrastro. Los oigo a ellos y a muchos otros riéndose de mí.
De golpe, todas desaparecen.
—¿Quién? —repito.
El aire retumba como un trueno, espesándose mientras una magia potente
se intensifica más y más, acumulando poder. Con un ruido sordo, una voz
retumbante traspasa la magia…
—Yo.

Me despierto jadeando. Cuando abro los ojos, me encuentro con la mirada


demacrada de Des. Me acuna la cara con las manos, examinando mi
expresión con preocupación.
Ese sueño me ha parecido demasiado real. Ni mi padrastro ni Karnon
están ya y, sin embargo, en noches como la de hoy es como si nunca
hubieran muerto.
Respiro aire a bocanadas, mi pecho se eleva y desciende demasiado
deprisa.
Aunque, por supuesto, esos hombres tan horribles solo han protagonizado
una parte del sueño. Había otras presencias igual de escalofriantes
llamándome desde la oscuridad. Por instinto, sé a quién pertenecen: las
mujeres dormidas y sus hijos antinaturales. Y luego, esa última voz… No sé
qué pensar de ella.
Con el ceño fruncido, Des me besa con ferocidad. El beso acaba tan
rápido como ha empezado.
—No conseguía despertarte —dice.
Me estremezco. Podría tratarse de un simple sueño, pero la verdad es que
las guerreras todavía duermen y los soldados hombres siguen en paradero
desconocido. Puede que Karnon esté muerto, pero su obra no lo está.
Miro a Des a los ojos.
—Quiero volver a ver a los niños del ataúd.

Por segunda vez en mi vida, voy a visitar por propia voluntad a los
pequeños monstruos a los que las guerreras durmientes dieron a luz. Podría
ser la mujer más estúpida del mundo por acudir a su encuentro de nuevo.
Pero hay algo que necesito ver.
—¿Me recuerdas otra vez por qué he accedido a esto? —dice Des a mi
lado, haciéndose eco de mis pensamientos.
Hoy, Des lleva la combinación de camiseta y pantalones negros en la que
estoy tan acostumbrada a verlo, con el pelo recogido con una cinta de cuero
y los tatuajes del brazo al descubierto. Se lo ve más de morros que nunca,
probablemente porque no lo emociona demasiado traerme otra vez a la
guardería real.
—Porque te estoy ayudando a resolver este misterio —digo, recorriendo
el vestíbulo.
No replica, pero se le tensa un músculo de la mandíbula.
Puedo sentirlo, en lo profundo del vientre. El temor a que lo que nos
sucedió a esas mujeres y a mí no fuera el final. La muerte debería deshacer
la magia, incluso la magia fae. Esa regla sirve tanto aquí como en la Tierra.
Cuando entramos en la guardería, me invade un déjà vu . Muchos de los
niños más pequeños yacen en cunas o camas, espeluznantemente quietos, y
los mayores se encuentran al otro lado de la habitación, mirando por las
grandes ventanas. Es todo casi idéntico a la última vez.
Lo único diferente en la guardería es que han traído más camas y cunas
para alojar al aluvión de niños que salieron de la prisión de Karnon.
Intento no estremecerme mientras observo a los niños. Antes eran
aterradores, cuando solo eran niños extraños que bebían sangre y
profetizaban, pero ahora que sé cómo fueron concebidos… El horror vuelve
a atravesarme.
Ninguno de los niños se mueve, aunque la niñera anuncia nuestra
presencia.
Se me empieza a erizar el vello de los brazos.
Hay algo profundamente inquietante en estos niños, en este lugar.
Respiro hondo y me acerco a la ventana. Des está justo a mi lado, sus
botas pesadas resuenan con cada paso y tiene la mandíbula apretada.
—Has vuelto —dice uno de los niños, de espaldas a mí.
Vacilo un momento antes de recomponerme.
—Sí.
—No se suponía que fueras a hacerlo —dice otro.
Había olvidado que estos niños actúan como si fueran uno. Se giran todos
a la vez y me miran con cautela mientras me acerco a ellos.
Des se coloca delante de mí y oigo que varios de ellos le sisean.
—Si cualquiera de vosotros toca a mi pareja como hicisteis la última vez
—dice, hablando por encima de sus siseos—, seréis desterrados.
Sorprendentemente, la amenaza funciona y sus siseos se extinguen.
Capto la mirada Des mientras se hace a un lado y lo fulmino. Amenazar a
unos niños, aunque sean espeluznantes, no es demasiado legítimo.
Me sostiene la mirada. En la suya veo una determinación férrea.
De acuerdo. Pues que el castigo sea el destierro.
Los niños dividen su atención entre mirar a Des con reservas y
estudiarme con mirada astuta.
Me agacho frente a la niña más cercana, una niña con el pelo rojo como
las llamas, y recorro sus facciones con la mirada. No hay cuernos, no hay
garras, no hay pupilas divididas. No se parece en nada a Karnon, salvo por
los colmillos que debe de tener para beber sangre.
—Los esclavos viven vidas cortas —me dice mientras la estudio.
Esclavos , la clasificación oficial de la mayoría de los humanos que
residen en el Otro Mundo.
¿Te suenan esas historias de bebés humanos intercambiados por hadas?
¿Alguna vez te has preguntado qué pasa con todos esos bebés humanos? Lo
que les pasa es que acaban convertidos en esclavos .
El Reino de la Noche declaró ilegal esa práctica hace algún tiempo, pero
los demás reinos aún lo permiten.
—¿Por qué dices eso? —le pregunto a la niña, tratando de ocultar el
hecho de que estoy asustada.
—Son sucios, débiles y feos —dice el niño que tiene al lado.
Soy muy consciente del hecho de que, a ojos de estos niños, soy una de
las esclavas que están despreciando.
Por el rabillo del ojo, veo que en las esquinas de la habitación se forman
unas sombras tenues, una clara indicación del enfado creciente de Des.
Me concentro en el niño.
—¿Quién te ha dicho eso?
—Mi padre —responde. Curva la boca en una sonrisita secreta—. Viene
a por ti.
Me incorporo y retrocedo un paso, sin despegar la mirada de su cara.
Oigo el rugido de mi sangre en los oídos.
Son solo palabras. No significan nada.
Pero mis huesos creen que significan algo. Lo mismo cree mi instinto.
Igual que esa vocecilla al fondo de mi mente. Todos me dicen lo que temí
en el momento en que desperté de esa pesadilla: no ha terminado.
Siento la mano de Des en el estómago, alejándome con gentileza de los
niños. Aturdida, permito que lo haga, sin dejar de mirar al niño en ningún
momento. Él y los demás nos siguen con la mirada, y tengo la clara
impresión de que me están vigilando de la misma forma en que los
depredadores vigilan a sus presas.
Por fin me alejo del niño y voy directa hacia la salida.
Estoy temblando. Es absurdo que un niño pueda asustarme tanto.
Des y yo estamos a punto de cruzar la puerta cuando oigo la voz del niño
a mi espalda.
—Tiempos oscuros se avecinan.
Con las alas tensas, sigo caminando, y gracias a Dios que el castillo está
lleno de puertas enormes, de lo contrario, tendría problemas para salir de
esta habitación con mis alas.
En cuanto la puerta se cierra detrás de mí, respiro de forma entrecortada.
¿Cómo ha podido ese niño decir esa frase? Es la misma frase que escuché
susurrada en el aire cuando visité a las mujeres dormidas hace semanas.
—Karnon está muerto —dice Des.
Asiento.
—Lo sé. —Me paso una mano por la boca.
Mi miedo no disminuye. En todo caso, aumenta. La cuestión es que no he
venido a ver a estos niños porque tema que Karnon siga vivo.
He venido por otra razón completamente diferente.
—¿Todos los fae de Fauna tienen rasgos animales? —pregunto mientras
abandonamos la guardería.
Mis carceleros tenían rasgos animales. Igual que Karnon. Igual que el
desgraciado mensajero de Fauna al que vi ayer.
Des se detiene.
—La mayoría sí.
—¿Y los hijos de Karnon? —pregunto—. ¿Compartirían sus rasgos?
La boca del Negociador es una línea tensa.
—Al menos algunos de ellos, sí.
—Esos niños no comparten ninguno de sus rasgos —le digo.
Por la expresión de Des, veo que ya ha llegado a la misma conclusión
que yo: Karnon no es su padre.
7
Karnon no es su padre.
Karnon no es su padre .
¿Pero cómo es posible?
Él era el que encarcelaba a esas mujeres. Él era el que las agredía
sexualmente.
A mi lado, Des echa a andar otra vez, como si esta revelación no lo
cambiara todo.
Es entonces cuando me doy cuenta.
—Ya lo sabías —lo acuso mientras atravesamos su palacio.
En lugar de parecer sorprendido, culpable o avergonzado por mi
acusación, en lugar de tener cualquiera de las reacciones normales, Des me
evalúa con una de sus típicas expresiones de desinterés. Se encoge de
hombros.
—¿Y qué si lo sabía?
¿Y qué si…?
Apoyo la palma de la mano en su pecho esculpido y lo detengo en mitad
del pasillo.
—Ah, no, colega, nuestra relación no funciona así.
Me mira la mano, y sé que estoy cerca de sacar de quicio al Rey de la
Noche.
—¿Cómo funciona exactamente nuestra relación, querubín? —pregunta
con una mirada sagaz.
—No puedes ocultarme secretos como ese sin más.
Tiene la audacia de parecer divertido, aunque la diversión no le llega a la
mirada.
—Te aseguro que sí que puedo.
—Des —le advierto, con los ojos entrecerrados.
Me aparta la mano de su pecho.
—¿Se supone que es un tono amenazante? —pregunta, enarcando una
ceja. Chasquea la lengua y se acerca mi mano a la boca—. Porque si lo es
—continúa—, tienes que trabajar más en tus dotes de intimidación. A ver,
no ha sido un mal intento, pero estoy más excitado que otra cosa.
Des procede a besarme las puntas de los dedos, lo cual me distrae
totalmente. ¿Quién iba a saber que los besos en la punta de los dedos iban a
conseguir algo así? Porque lo consiguen. Lo juro aquí y ahora.
Céntrate, Callie.
—Deja que te enseñe algo —dice con suavidad.
Parece que lo de centrarse queda olvidado. En lugar de seguir con nuestra
discusión donde la hemos dejado, permito que Des me guie a través de su
palacio. Al final, entramos en lo que parece una gran biblioteca, con arcos
con incrustaciones y azulejos decorativos. Entre varios candelabros de
bronce cuelgan una miríada de lámparas coloridas. Y eso por no mencionar
los libros.
Hay estantes y más estantes repletos de ellos contra las paredes y llenan
los pasillos de la habitación, encuadernados en tela o cuero. También hay
montones de pergaminos apilados a lo largo de los estantes, cuyos mangos
están tallados en madera y hueso, y algunos incluso tienen incrustaciones de
madreperla y piedras semipreciosas.
Me paso un minuto entero girando en círculos y observando todo el lugar.
—Guau —digo por fin.
Huele a cuero, papel y a algo más que diría que es cedro, pero vete tú a
saber. Siento la necesidad de acercarme a cada estante, sacar los libros y
examinarlos uno por uno, dejando que mis manos acaricien la tinta seca y la
suavidad del papel. Este lugar transmite magia y sabiduría, y es posible que
en este momento esté viviendo una experiencia espiritual.
Siento la mirada de Des en mi rostro. Al cabo de un rato, la desvía para
contemplar el lugar.
—¿Es la biblioteca real? —pregunto.
Des curva hacia arriba la comisura de la boca.
—Una de ellas.
—¿Una de ellas? —repito como si fuera tonta.
—Aquí es donde se guardan muchos de los documentos oficiales del
reino. La biblioteca principal está en los terrenos orientales del palacio.
No consigo hacerme a la idea de la magnitud de todo esto.
Me guía hasta una mesa, y una de las sillas se retira mágicamente para
mí. Des toma asiento enfrente y, por un segundo, se dedica a estudiarme sin
más. Cuando me mira así, me siento muy expuesta.
—¿Qué? —acabo preguntando mientras me coloco un mechón detrás de
la oreja.
—Mi madre te habría adorado —dice con una sonrisa amable.
Con solo decir esas palabras, ha invitado a los fantasmas a este lugar.
Apenas recuerdo a mi propia madre y no guardo recuerdos de que fuera
especialmente cariñosa conmigo. Es un regalo precioso imaginar que la
madre de Des podría haberme querido.
—¿De verdad lo crees? —digo por fin.
—Estoy seguro —dice con tanta firmeza que mi única objeción, que soy
humana, muere antes de abandonar mis labios.
Antes de que pueda seguir preguntando sobre el tema, Des levanta la
mano y mueve la muñeca. A lo lejos, escucho el roce de papel contra papel.
Un pergamino se eleva sobre los pasillos y flota hacia nosotros. La mano
del Negociador todavía está en el aire, y el pergamino aterriza con suavidad
en su palma abierta.
—Este es el informe sobre las víctimas que se recuperaron de su
encarcelamiento —dice Des, cambiando de tema. Coloca el pergamino
sobre la mesa.
Me levanto y arrastro mi silla para estar más cerca de él.
—¿De las supervivientes de la prisión de Karnon? —pregunto.
—Solo de las fae de Noche que sobrevivieron —dice Des—. Los demás
reinos se encargan de registrar las experiencias de sus víctimas. En la
próxima cumbre que celebren nuestros reinos compararemos notas, pero
hasta entonces solo tenemos los testimonios de mis súbditos.
No me hace falta mirar para saber que uno de esos testimonios es mío.
Era opcional —ventajas de ser la pareja de un rey—, pero lo hice de todos
modos. He trabajado en suficientes casos como para saber lo útiles que
pueden ser los testimonios.
—¿Por qué querías que viera esto? —pregunto, levantando el borde del
pergamino que hay entre nosotros. Echo un vistazo a mi nombre y siento un
vacío en el estómago.
Des estuvo en la habitación mientras hacía mi declaración, por lo que ya
sabe lo que me pasó, pero verlo escrito junto a los testimonios de todas las
demás víctimas sigue avergonzándome.
—Has ido a la guardería para determinar si Karnon era el padre de esos
niños. —Des desliza el pergamino hacia mí—. Se me ha ocurrido que te
gustaría leer lo que las otras prisioneras tenían que decir sobre su
experiencia. —Sus palabras suenan casi como un desafío, y le echo una
mirada un poco circunspecta antes de examinar el informe.
Deslizo la mirada por los párrafos escritos en letra elegante. Me salto mi
propia declaración y me concentro en las demás mujeres que escaparon.
Una por una, leo sobre nueve soldados fae diferentes, cada una de las
cuales fue secuestrada mientras dormía. Todas languidecieron en la prisión
de Karnon entre uno y ocho días.
Por lo que parece, ellas, igual que yo, pudieron recuperarse de una
semana a merced de la magia negra del Rey de la Fauna. Aquellas que
estuvieron cautivas durante más de ocho días… ahora viven muy por debajo
de nosotros, en ataúdes de cristal.
Cuanto más leo, más siento que mi faceta de investigadora sale a la luz.
He echado de menos esto, sumergirme en los casos, resolver problemas.
Solo me lleva un ratito más tropezar con lo que Des debía de querer que
viera. Aparto la mirada del pergamino.
—Menos dos de ellas, todas fueron agredidas sexualmente por Karnon —
digo.
Las dos que escaparon de ese destino no fueron agredidas en absoluto.
Esto no se debió a que el Rey de la Fauna cambiara de opinión, sino
simplemente a que resultaron ser las dos mujeres secuestradas más
recientemente. Karnon no había tenido tiempo suficiente para incapacitarlas
con su magia. Le gustaba violar a las mujeres cuando no podían defenderse.
Des asiente.
—¿Y? —sondea.
Vuelvo a concentrarme en el pergamino. El resto de las piezas solo tardan
unos segundos en encajar.
—Y todas menos dos confirmaron que estaban embarazadas —le digo.
Siete mujeres violadas únicamente por Karnon, siete mujeres que
acabaron embarazadas.
Le sostengo la mirada.
—Entonces, ¿Karnon sí es el padre de los niños del ataúd?
Des se inclina hacia atrás en su asiento y extiende las piernas. Mueve una
de ellas, inquieto.
—Eso parece.
Me entran ganas de tirarme del pelo. Nada de esto tiene sentido.
—Pero creía… —Creía que Des creía que Karnon no era el padre.
Antes de que pueda formular ese pensamiento, alguien llama a las
puertas de la biblioteca.
Des hace un gesto con la mano y el pergamino vuelve a los estantes. Otro
movimiento de su mano y las puertas de la biblioteca se abren.
Malaki entra por ellas, con un aspecto tan elegante como de costumbre.
Nos hace una reverencia a los dos, luego se endereza y centra la atención en
Des.
—Lamento interrumpir —dice a modo de saludo—, pero el deber te
llama.
Des se endereza en su asiento.
—¿Qué hay en la lista de pendientes?
—Problemas fronterizos con los que lidiar, dos hadas a las que honrarás
con brazaletes de guerra, un desayuno, ah, y una invitación al Solsticio a la
que debes responder.
Empiezo a levantarme. Necesito averiguar qué hacer con mi tiempo libre
ahora que estoy atrapada en el Otro Mundo.
—Espera —me dice Des.
Me giro para mirarlo.
—¿Te gustaría venir conmigo?
¿Después de lo que vi ayer en el salón del trono? Sacudo la cabeza.
—Que te diviertas.
Salgo de la habitación, dejando que el Rey de la Noche y su amigo más
antiguo gobiernen el reino sin mí.
8
Casi me enclaustro en los aposentos de Des. Casi . Pero la perspectiva de
pasar horas y horas de aburrimiento me impide ponerme demasiado cómoda
en la habitación de Des.
Así que me cambio y me pongo la ropa más rompedora que puedo
encontrar —pantalones de cuero, botas hasta la rodilla y un top apto para
las alas en el que me enredo irremediablemente por culpa de los tirantes— y
decido explorar el palacio. Puede que mi armadura emocional no esté en su
sitio, pero, joder, un buen conjunto hace la mitad del trabajo.
La parada de hoy: la biblioteca principal del Reino de la Noche. Después
de dar tumbos y pedir indicaciones, por fin la encuentro. Al igual que el
resto de Somnia, está hecha de la misma piedra blanca tan característica, y
el óxido ha hecho que su techo verde azulado adquiera un tono cobrizo.
Subo por las grandes escaleras que llevan hasta ella, la piedra pálida
reluce a la luz de la luna. Las lámparas colocadas a lo largo de las escaleras
despiden una luz cálida.
Y por dentro… Dios, por dentro. Los techos arqueados están revestidos
con azulejos pintados y hay arañas de cobre colgando entre arco y arco. En
esta habitación cavernosa, dondequiera que miro hay algún objeto fae
precioso, desde un tapiz enorme que parece brillar con diferentes
tonalidades bajo la luz, hasta una escultura de mármol de dos hadas con alas
enzarzadas en una batalla.
Corrección: una escultura de mármol en movimiento . Las estatuas
rechinan cuando sus músculos de piedra se mueven.
Me acerco a la escultura y la observo durante varios segundos, y una de
las estatuas gira la cabeza, frunciendo el ceño.
—No les gusta que las miren.
Casi pego un bote al oír la voz. Un hombre se detiene a mi lado,
mirándome a mí en lugar de a la escultura.
—Si no les gusta que las miren, ¿por qué se exhiben? —pregunto.
Aprieta los labios, y por más que lo intento, no distingo si lo he irritado o
divertido.
—¿Necesitáis ayuda con algo? —me pregunta.
—No, solo estaba mirando.
Hace una inclinación de cabeza.
—Por favor, buscadme si necesitáis ayuda, mi señora, y bienvenida a la
biblioteca del Reino de la Noche.
Me quedo mirando cómo se aleja. Eso ha sido… agradable. Me ha
llamado señora y no me ha mirado las alas de la forma en que temía que lo
hiciera.
Vacilante, dejo atrás la escultura y me adentro más en la biblioteca. Aquí
hay sala tras sala y planta tras planta de libros. En ellas, hombres y mujeres
se sientan en las mesas y hojean los volúmenes.
Igual que la biblioteca en la que he estado antes, esta huele a pergamino
viejo, cuero y cedro.
Elijo una sala al azar y empiezo a caminar entre las estanterías. Por pura
curiosidad, saco un libro encuadernado en seda azul claro del estante y lo
abro. No sé lo que esperaba encontrar, pero no era otro idioma. Leo varias
páginas, pero todas presentan la misma escritura arcaica.
—Es fae antiguo.
Dejo escapar un chillido y por poco se me cae el libro.
El hada que me ha saludado antes vuelve a estar a mi lado, echando un
vistazo por encima de mi hombro.
—¿Me estás espiando? —lo acuso en un susurro.
Me dedica una mirada perspicaz y se pone todavía más recto.
—El Rey de la Noche me ha solicitado que me haga indispensable para
su pareja.
Ah.
—Ni siquiera sabe que estoy aquí. —Bien hecho, Callie. Dile a tu posible
acosador que nadie sabe dónde estás.
Él inclina la cabeza.
—¿Seguro que no?
Las hadas tienen una forma muy ambigua de expresarse, pero le estoy
pillando el truco. En esta ocasión, está bastante claro.
Traducción: mejor comprueba los hechos, zorra, porque sabe
perfectamente dónde estás.
De modo que Des me tiene controlada y ha enviado a un posible
acosador para ayudarme.
Reevalúo al hada que tengo al lado.
—Callie —le digo al fin, ofreciéndole la mano.
Se la queda mirando un instante antes de estrechármela con delicadeza.
—Jerome. —Desplaza la mirada al libro que tengo en la otra mano—.
¿Estáis buscando alguna lectura en particular? —me pregunta.
—Solo estoy echando un vistazo —digo. Ni siquiera sabría por dónde
empezar.
—Quizá disfrutaríais de una sección diferente de nuestra biblioteca. A
menos que os preocupen las maldiciones.
—¿Maldiciones? —repito.
—El libro que estáis hojeando trata sobre dolencias causadas por
maldiciones —dice con aire estoico—, particularmente las que causan
hemorroides, movimientos inesperados del intestino…
Jesús .
Cierro el libro y lo dejo en su sitio.
Me viene una idea a la cabeza.
—¿Tienes algún libro sobre el rey?

Varias horas después, me encuentro sentada en una de las mesas de lectura,


junto a una pila de biografías e historias sobre el reino.
Algunos de los libros fueron escritos originalmente en inglés, el lenguaje
coloquial del Otro Mundo, pero el libro que tengo abierto ahora mismo está
escrito en fae antiguo. Al sacarlo del estante, Jerome lo ha hechizado para
que pueda leerlo en inglés. Es extraño de ver: cada vez que giro la página,
las letras fae bailan y se transforman en palabras en inglés.
En cuanto al contenido del libro… es igual de intrigante. Me siento como
un ladrón en plena noche, aprendiendo sobre la historia familiar de Des sin
que él lo sepa.
Él habría hecho lo mismo si la situación hubiera sido al revés.
Muevo el dedo por encima del texto. Describe otra batalla más en la que
Des luchó. Como la mayoría, esta tuvo lugar en las tierras fronterizas, la
zona donde, según este libro, «el día se encuentra con la noche».
Y como en todas las otras batallas mencionadas, el libro analiza la
rapidez con la que Des acabó con sus oponentes y la valentía con la que
luchó.
Empiezo a saltarme las batallas. No es que no esté impresionada, pero
después de leer sobre la enésima persona a la que le abrieron la cabeza, la
gloria de la pelea deja de tener atractivo.
Varias páginas después, cierro el libro. No estoy segura de lo que
esperaba encontrar, tal vez una idea de quién es realmente el Rey de la
Noche, pero debería haber sabido que no lo encontraría. Hasta ahora, todos
los libros parecen carecer de cualquier información interesante o relevante.
Lo único que de verdad he descubierto es que Des ha sido un rey
revolucionario y que ha sacado al Reino de la Noche de su época oscura —
sin ironía— no solo para convertirlo en uno de los reinos principales, sino
también en uno de los más cultivados, un título que tradicionalmente
pertenecía al Reino del Día.
También he descubierto que antes de que Des fuera rey, fue soldado,
como describía el último libro de forma tan elocuente —y gráfica —.
Aparte de eso, no hay mucho sobre mi pareja.
Cojo el siguiente libro de la pila, un volumen pequeño y desgastado que
me cabe perfectamente en la palma de la mano.
Este libro tiene algo, quizás la suave y descolorida cubierta de cuero y su
humilde tamaño, que me hace pensar que será diferente.
En cuanto lo abro, sé que tengo razón.
Capítulo 1: Desmond Flynn, el hijo olvidado de la noche
La siguiente línea que veo necesito leerla dos veces.
«Como la mayoría de reyes fae, Desmond Flynn nació en el harén real».
¿Harén?
Esa palabreja me hace sentir calor y frío por todas partes.
¿Los reyes tienen harenes ? Des no lo ha mencionado nunca.
Descubro que me importa menos que Des provenga de uno y más que sea
una práctica habitual en el Otro Mundo.
Es antinaturalmente difícil concentrarse después de eso, y descubro que
mis ojos pasan por encima de la mayor parte del texto.
En algún momento, la atmósfera de la biblioteca cambia. Donde antes
había silencio, ahora todo está mortalmente inmóvil. Es como si el propio
silencio se apagara.
Se me eriza el vello de los antebrazos.
Y luego, en mitad del silencio, escucho el ruido de unos pasos pesados.
Levanto la mirada a tiempo de ver a Des irrumpir en la sala, moviéndose
de forma sinuosa. Solo tiene ojos para mí, y es aquí, en este sitio tan
grandilocuente, cuando me doy cuenta de cuánto controla Des el espacio
que lo rodea. Estoy acostumbrada a verlo moverse entre las sombras. Verlo
avanzar a través de esta enorme y cavernosa habitación como si fuera suya
—técnicamente, lo es— es un pelín atractivo.
Y con un pelín me refiero a la hostia de atractivo.
Harén.
La palabra flota hasta la superficie de mi mente y me aleja de esa línea de
pensamiento.
Des desaparece un momento después y reaparece en la mesa en la que
estoy sentada. Se apoya en el borde e inclina la cabeza para leer los lomos
de los libros que tengo al lado.
—¿Un poco de lectura ligera, querubín?
—Un poco.
Harén , susurra mi mente. Harén. Harén. Harén.
Levanta la portada del libro que está encima de todo y enarca las cejas.
—¿Quieres saber más sobre la historia de mi reino? —Se le suaviza la
mirada cuando me mira.
Está haciendo que mis intenciones parezcan demasiado nobles. Debería
conocerme mejor, tiene que conocerme mejor. Pero parece sincero, y eso es
suficiente para descolocarme.
—¿Tienes un harén? —La pregunta simplemente escapa de mi boca, mi
voz, ronca por la emoción.
A Des se le congela la expresión.
—Disculpa, ¿qué?
—¿Tienes un harén? —repito.
Se le forma un pliegue entre las cejas.
—¿Por qué lo preguntas?
Eso no es un no.
Siento el corazón en la garganta, el pulso tronando en mis oídos.
—Uno de los libros menciona que naciste en uno.
Su mirada se desliza hacia el libro abierto.
—No es cierto —dice como si nada. Coge el pequeño volumen—.
Desmond Flynn, el hijo olvidado de la noche —lee. Su mirada vuelve a
posarse en mí—. Así que, después de todo, mi inquisitiva sirena no solo ha
estado leyendo sobre mi reino.
—¿Tienes un harén? —lo presiono.
A nuestro alrededor, otras hadas han vuelto a concentrarse en sus libros,
ya sea porque no les interesa nuestro espectáculo, o, más probablemente,
porque Des está usando su magia para encubrir nuestras palabras.
Se inclina hacia delante y uno de sus mechones blancos se libera de la
cinta de cuero que lo contiene.
—¿Y si lo tuviera? ¿Qué harías?
Soy débil en muchos aspectos, pero no en este.
—Te dejaría.
Aunque me destrozaría, lo haría.
Las sombras empiezan a enroscarse y retorcerse en los rincones de la
habitación. A alguien no le gusta mi respuesta. Des da golpecitos en la mesa
con los nudillos.
—Es lo que deberías hacer.
No sé qué esperaba que dijera, pero eso no, desde luego.
Se endereza y se baja de la mesa.
—Ven. —Me tiende la mano.
—Todavía no has respondido a mi pregunta —le digo, mirando su palma.
Él suspira.
—No, Callie. No tengo un harén, nunca lo he tenido.
Mi cuerpo se relaja y tomo su mano.
—¿Por qué no? —pregunto mientras me guía.
Me mira con una ceja enarcada.
—Es una pregunta sincera.
—Y una que tiene muchas respuestas —responde con tacto a medida que
nos vamos.
—… respuestas que no quieres darme —lo presiono.
Esboza una pequeña sonrisa.
—Sí quiero… —admite—, pero en otro momento.
Salimos de la biblioteca y atravesamos los terrenos del palacio. Antes de
que podamos entrar en el castillo propiamente dicho, Des me suelta la mano
y se detiene.
Me detengo unos pasos delante de él y me giro para mirarlo por encima
del hombro.
El aspecto que tiene… Des ya no está siendo juguetón ni cariñoso. Tiene
un aspecto muy fae. Hambriento de cosas que desea poseer. Conozco esa
mirada astuta y calculadora. Es la misma que pone cuando tiene algo en
mente que puede que no me guste del todo.
—¿Qué? —pregunto.
—Has estado leyendo sobre mí y mi reino. —Eso no explica en absoluto
su expresión. Su mirada se detiene sobre mi brazalete.
Doy un paso atrás, me pica la piel de la muñeca.
Ahora sí que conozco esa mirada. Es la que pone justo antes de hacerme
pagar una deuda.
—No. —Le echo una mirada de advertencia. No tengo ni idea de qué
derroteros ha tomado su mente, y eso, más que cualquier otra cosa, me
asusta.
Da un paso hacia delante, sus pesadas botas resuenan contra el suelo de
piedra.
—Es curioso que, después de todo lo que te he exigido, querubín, todavía
creas que puedes influir en mí con tus protestas. —Se acerca todavía más
—. Aún me debes muchos, muchos favores.
Cientos de ellos, lo sé.
—Obligarme a hacer cosas en contra de mi voluntad no hará que me
parezca más a ti —le digo.
Se inclina más cerca.
—He engañado, herido y matado a hombres frente a ti. Estoy seguro de
que cobrarme algunas deudas que me debes no acabará con mis
posibilidades.
Lo taladro con la mirada. ¿Qué se supone que debo decir? Le debo
favores, favores que compré honrada y abiertamente. Y claro que soy la
tonta que quiere a Des incluso en su peor versión.
—Déjame ver esa bonita muñeca —me persuade Des.
No tengo tiempo de reaccionar antes de que su magia me envuelva el
brazo y me lo levante. Se acerca e inspecciona las filas restantes de cuentas.
Su mirada pasa de mi brazalete a mi cara.
—Hace varias semanas, mencionaste que querías ver mi reino —dice—.
¿Lo decías en serio?
Primero hace un comentario sobre que esté leyendo acerca de su reino, ¿y
ahora esto?
Me muerdo el interior del labio, no estoy segura de a dónde va con estas
preguntas. Asiento. Lo dije en serio, quiero saber todo lo que hay que saber
sobre este hombre, incluido el reino que gobierna.
—Bien. —Parece demasiado contento—. Entonces, tú y yo vamos a
hacer un viajecito…
¿Debería estar preocupada? Un viaje no suena demasiado mal.
—E iremos volando hasta allí. Juntos.
9
Fulmino a Des con la mirada por millonésima vez mientras salimos al
balcón más alto de su castillo, me froto los brazos para contrarrestar el
ligero escalofrío que me recorre. Ahora mismo es la hora de las brujas, y
huimos en la noche como criminales.
No me puedo creer que esté a punto de hacer esto.
Volar.
Cuando estoy en la Tierra, volar significa subir a un avión. Aquí,
literalmente significa batir tus alas, lo cual, por raro que parezca, no me
emociona demasiado. O sea, incluso a las aves les puede salir mal esto de
volar, y yo no soy ningún pájaro.
Me miro el brazalete, donde faltan dos cuentas, el precio de hacer un
viaje con Des.
Dos. Cuentas.
Me pilla mirando el brazalete y, tras capturar mi mandíbula, me roba un
beso que definitivamente no era suyo.
—Anímate, amor —dice—. Será divertido.
Y una mierda. Lo único remotamente agradable sobre esta experiencia es
que Des lleva una camiseta de Iron Maiden que deja a la vista sus tatuajes y
unos pantalones de cuero que abrazan su culo al milímetro.
A ver, puedo seguir cabreada con él y aun así disfrutar de las vistas.
Por encima de sus hombros, sus alas se extienden y ocupan una
asombrosa extensión de balcón a ambos lados de su figura. Relucen a la luz
de la luna y sus garras curvas brillan en los extremos.
—Estira las alas —ordena.
—Sigo enfadada contigo —le digo, aunque las extiendo.
La sensación de extenderlas es incómodamente extraña e
inexplicablemente satisfactoria, como quitarse el sujetador por la noche.
Desde que aparecieron mis alas, las he mantenido cerradas a la espalda.
Hasta ahora, no me había dado cuenta de lo bien que me sentiría al
estirarlas.
—Soy consciente —dice Des, cuya voz es una caricia sedosa.
Desaparece. Antes de que pueda darme la vuelta para buscarlo, siento
que su cálida mano recorre la cresta superior de mis alas. Las acaricia de la
misma forma en que acaricia el resto de mi cuerpo, con un roce
extrañamente erótico.
—Son impresionantes —dice mientras me roza las plumas con los dedos
—. Otro aspecto tentador de mi hechicera.
—¿Hechicera? —La pregunta se me escapa antes de recordar que se
supone que en este momento debe ser objeto de mi ira.
—Así han empezado a llamarte las hadas, una hechicera.
No sé si este detalle en particular me hace sentir más halagada o
nerviosa.
—Aquí, en el Otro Mundo, no tenemos sirenas —continúa Des—, pero,
de vez en cuando tenemos seres mágicos, hechiceros, que pueden cautivar a
otros con su magia. Es un poder muy codiciado.
Me rodea para volver a colocarse frente a mí y pasea la mirada por mis
alas.
—Intenta batirlas.
Gimo. Por un instante, me había olvidado de que estoy aquí para
aprender a volar.
Hago lo que dice y el movimiento me revuelve el pelo. Des me observa
aletear con una mirada evaluadora y asiente como un instructor.
—Ahora intenta saltar —dice—. A ver si puedes mantenerte en el aire el
rato que sea.
—¿Quieres que haga malabares, ya que estamos? —Me siento como una
atracción de circo.
Él se cruza de brazos y se limita a esperar.
Suspiro.
—Vale .
Salto y bato las alas. No pasa nada impresionante.
—Otra vez.
Lo intento de nuevo y, como la primera vez, mis alas resultan inútiles.
—Otra vez.
Lo intento de nuevo. Y otra vez. Y otra. Después de hacerlo muchas
veces, empiezo a entender que hay cierto ritmo en el movimiento. Y tras
unos cien intentos más, mis alas luchan con éxito contra la gravedad,
aunque solo sea durante un segundo extra.
Des asiente, con expresión seria.
—Bastante bien. —Me coge del brazo y me lleva al borde del balcón.
—¿Ba… bastante bien? —Lo miro con escepticismo—. ¿Bastante bien
para qué ?
El Negociador se acerca a la barandilla del balcón.
—¿Qué estás haciendo?
Pasa las piernas por encima de la barandilla y se da la vuelta para
mirarme, asegurando los pies entre la balaustrada de piedra.
—No pasa nada, querubín. —Lo dice como si fuera el tío más razonable
del mundo y no el tío que se balancea precariamente al borde del balcón
más alto de Somnia. Da una palmada en la parte superior de la barandilla de
mármol que se interpone entre nosotros—. Súbete aquí.
Se me escapa una risa incrédula.
—Y una mierda.
—Callie —dice, en tono decepcionado—. Me ofendes. Nunca te llevaría
por el mal camino.
Dice el hombre que me enseñó a beber y apostar. Creo que necesita
ajustar su definición de mal camino .
—Podemos hacer esto de la manera fácil o de la difícil —dice, cuando ve
que no me muevo.
Cruzo los brazos sobre el pecho, sin ceder. Sus ojos brillan de emoción.
Hay pocas cosas que Des disfrute más que mi desafío. Por desgracia para
mí, cuando se trata de él, con desafíos nunca he conseguido mucho.
Siento el aliento de su magia en la espalda, obligándome a ir hacia
delante y luego impulsándome hasta el borde del balcón para quedar frente
a él.
—Eres un hijo de puta —le digo mientras me subo a la barandilla. Aquí
arriba, el viento sopla con fuerza suficiente como para sacudirme el cuerpo
y azotarme el pelo.
Desde el otro lado de la barandilla, Des me agarra de la cintura y me
sostiene. Me sonríe como un pirata.
—No me ofendes, Callie. Ahora —me da un apretón en los costados—,
abre esas alas otra vez.
Ignorando mi sentido común, hago lo que me pide. Una ráfaga de viento
sopla contra mí y me levanta las alas.
—¿Sientes eso? —pregunta el Negociador, estudiando todas mis
reacciones—. Es una corriente aérea. Vamos a usarlas para viajar.
—¿Puedo bajarme ya?
Des tuerce los labios en una sonrisa pícara.
—Querubín, la próxima vez que tus pies toquen el suelo será en una
ciudad diferente.
Me siento palidecer. Sacudo la cabeza.
—No estoy lista.
—Sí que lo estás.
Des extiende sus alas de par en par y el viento le azota la camiseta y el
pelo.
Ahora mismo, en este preciso momento, estoy segura de que todo esto es
un sueño. Es demasiado salvaje, demasiado hermoso, demasiado fantástico
para ser mío, y lo que me pide que haga es demasiado extraño e increíble
para ser real.
—Vuela —dice, soltándome la cintura. Impregna sus palabras con poder,
lo cual coloca mis alas en posición.
Antes de que pueda objetar, extiende los brazos a ambos lados del
cuerpo. Sucede a cámara lenta, su cuerpo se aleja de mí y del balcón, y la
noche está a punto de tragárselo entero. Sus pies resbalan por la cornisa y
luego cae.
—¡Des! —Sin pensar, intento alcanzarlo.
Mi cuerpo se inclina hacia delante y pierdo el equilibrio. De repente, no
hay más barandilla donde posarse. Solo hay aire vacío debajo de mí.
Des sonríe mientras me mira desde abajo, completamente en paz con el
hecho de que estamos cayendo . Y justo en mitad de nuestro descenso,
desaparece.
Desaparece.
Me quedo mirando los terrenos del palacio, a treinta metros por debajo, y
no veo a Des por ninguna parte.
Dios, estoy jodida. Jodidísima. Esto no es volar, es el arte de morir, y la
persona que me ha metido en este desastre se ha ido.
Supongo que ahora ya tengo mi respuesta a esa estúpida pregunta
«retórica»: si un amigo te pidiera que saltaras de un puente, ¿lo harías? Por
lo que parece, con lo gilipollas que soy, sí lo haría.
La magia de Des todavía rodea mis alas, tirando de ellas. Aprieto los
dientes y empiezo a seguir su movimiento, inclinándolas para atrapar parte
del viento. La fuerza de mi descenso hace que me cueste controlar mis
movimientos.
Ante mí, las plantas del palacio pasan como un borrón y el suelo se
acerca a una velocidad de vértigo. Sigo luchando contra el viento que
intenta doblarme las alas, la magia de Des me ayuda. Justo cuando empiezo
a creer que no hay esperanza, empiezo a caer más despacio.
Permito que el instinto se haga cargo y continúo inclinando las alas para
equilibrarme. He pasado de caer a cortar el viento, mi cuerpo empieza a
deslizarse sobre el suelo en lugar de caer hacia él.
Estoy bastante segura de que ya no voy a precipitarme a mi muerte, pero
sigo sin estar volando exactamente. Parezco una hoja de otoño que se deja
llevar impulsada por una ráfaga de viento.
De la nada, Des aparece debajo de mí y apoya las manos en mi cintura.
—Bate las alas, mi amor.
Apenas puedo oírlo por encima del silbido del viento en los oídos, pero
obligo a mis alas a moverse arriba y abajo, arriba y abajo.
Me tambaleo y, durante unos segundos, me preocupa perder lo que he
conseguido y precipitarme al suelo. Pero, ahora, Des está debajo de mí,
asegurándose de que eso no me pase.
Despacio, de forma constante, me doy impulso con las alas. Des me
suelta cuando me separo de él, subiendo cada vez más arriba.
Hostia puta, estoy volando .
Se me escapa una risa sorprendida. Es más estimulante de lo que me
había imaginado. Cojo una corriente de aire cálido y me deslizo sobre ella,
que me lleva sola.
Una sombra con alas de aspecto perverso se coloca a mi lado. Echo un
vistazo al Negociador, su pelo blanco ondea en el aire. Me sonríe, y esa
sonrisa le ilumina toda la cara.
—¡Sígueme!
El viento se lleva sus palabras, pero le leo los labios. Se adelanta y luego
gira a la derecha, con el cuerpo arqueado contra el cielo y esas alas gigantes
emitiendo un brillo peligroso a la luz de la luna. Si antes ya pensaba que era
fantástico, ahora no hay nada que se le pueda comparar. Des es mágico, y
de alguna manera, por un extraño giro del destino, puedo ser parte de esa
magia.
Sigo su ejemplo y ajusto las alas para que se curven en el aire, como hace
él. Me río de nuevo, con el corazón mucho más ligero ahora que estoy
volando oficialmente.
Des sigue en mi lista negra por asustarme casi literalmente hasta la
muerte, pero esto podría valer la pena. Incluso podría valer el miedo y el
odio que he soportado en los días posteriores a recibir mis alas.
Sigo a Des hasta que retrocede y nos deslizamos uno junto al otro. No
hay nada como este silencio que reina en el cielo. El viento hace demasiado
ruido para que hablemos y, sin embargo, todo está recubierto por un halo de
tranquilidad.
De vez en cuando, Des señala una cosa u otra. En una ocasión, se trata de
una tropa de duendes; en otra, de un débil patrón de luces muy, muy por
debajo de nosotros, donde me imagino uno de los demás reinos del Otro
Mundo, reinos que no flotan en el cielo.
Incluso saluda mediante gestos a una pareja fae que veo a lo lejos, cuyos
cuerpos quedan en gran medida escondidos entre las nubes. Solo alcanzo a
ver un par de alas brillantes y dos piernas entrelazadas, y luego las nubes se
mueven, ocultándolos.
Me fijo en una o dos parejas más mientras volamos. A juzgar por cómo
se abrazan, son amantes que se han escabullido para estar juntos bajo la luz
de las estrellas y las nubes.
Tras lo que deben de ser una o dos horas, distingo una enorme masa de
tierra delante de nosotros, bloqueando un segmento del cielo nocturno.
¡Otra isla flotante! Igual que Somnia.
A medida que nos acercamos, empiezo a reparar en las luces de la
ciudad, que brillan en tonos pastel pálidos.
A mi lado, Des empieza a descender en ángulo hacia la isla flotante.
Solo cuando volamos por encima me hago una verdadera idea del lugar.
Es una tierra de torretas y fosas, torres y puentes. Pasan como un destello
por mi lado mientras nos deslizamos sobre el paisaje. Intercaladas entre los
edificios hay grandes franjas de vegetación. Desde tan lejos no distingo si
son campos o bosques, selvas o parques bien cuidados.
A medida que nos acercamos, empiezo a reparar en las idiosincrasias de
esta isla. Los edificios parecen cambiar de tamaño y forma en el segundo en
que apartas la mirada, y las calles no conducen a ninguna parte. De alguna
manera, incluso los colores de este lugar son más brillantes y opacos de lo
que deberían. Parece un cuento de hadas y un carnaval mezclados y, sin
embargo… es como si nada fuera como debería ser.
Nadie nos mira cuando empezamos a aterrizar. Solo somos dos hadas
más en esta extraña tierra.
Des se desliza hasta detenerse y desciende con gracia hasta el suelo. Mi
aterrizaje no tiene nada de elegante. Me estrello contra el Negociador y por
poco nos hago caer a los dos.
Él me atrapa por la cintura, con los ojos muy abiertos, y se echa a reír.
Presumiblemente de mí.
La euforia del vuelo me burbujea en el estómago y escapa por mi
garganta, y no puedo evitar unirme a él.
Acabo de volar . Con Des. Todos esos años en los que deseé ser parte de
su mundo, en los que sentí auténtica desesperación porque creí que nunca
sucedería, me han llevado directamente a este momento. La ironía es que ha
hecho falta un loco para hacer realidad uno de mis deseos más profundos.
Al final, nuestra risa se extingue, pero aún la veo brillar en los ojos de
Des.
—Me gusta tu cabello azotado por el viento —murmura, tocándome un
mechón.
Lo mismo digo de su pelo. Siempre he tenido una extraña obsesión con
esos mechones que le llegan casi hasta los hombros y, en este momento,
tienen un aspecto especialmente sexy .
—¿Volar ha sido todo lo que esperabas que fuera? —me pregunta.
Este sería el momento perfecto para volver a insultarlo por engañarme
para saltar al vacío. Pero descubro que no quiero arruinar el momento. No
cuando he disfrutado tanto en el cielo y cuando me sostiene como si no
estuviera seguro de querer soltarme nunca.
—Ha sido increíble —digo sin aliento.
Sus ojos chispean por la emoción y Des deja que mi torso resbale por sus
manos hasta que quedamos cara a cara. Me da un beso duro en los labios, su
boca, exigente. Y luego resbalo por sus brazos el resto de la distancia que
queda hacia abajo, hasta que mis botas tocan el suelo.
Des se hace a un lado para que tenga mejores vistas de nuestro entorno.
—Bienvenida a Phyllia, la Tierra de los Sueños —dice.
Devoro con los ojos la calle bordeada de tiendas que tenemos delante.
Cada tienda es más espectacular que la anterior.
Colgado en el escaparate de la tienda de ropa más cercana hay un vestido
que parece hecho de auténtica espuma de mar. Junto a él hay un traje de
hombre, en un tono de azul que juro que no sabía que existía. Hay una capa
que parece estar hecha de cielo nocturno, con pequeños puntos de luz que
parpadean en la tela oscura, y una pulsera que parece hecha de nubes.
Al lado de la tienda de ropa hay una tienda de curiosidades llena de
muebles y decoraciones tan inusuales como atractivas. Una mesa hecha
completamente de cuarzo rosa parece brillar desde el interior. A su lado hay
un vial de cristal lleno de un remolino de niebla y en la etiqueta pone que es
un «sueño hecho realidad».
Más adelante, hay restaurantes cuyas mesas inundan las calles, y unos
aromas desconocidos y apetitosos salen flotando de ellos.
Siento la mirada de Des sobre mí. Me apoya una mano en la parte baja de
la espalda y me lleva hacia delante.
—Aquí, en Phyllia —explica—, encontrarás puertas que conducen a
ninguna parte, personas que reconoces un momento y al siguiente te
resultan desconocidas, lugares que estarás segura de que has visitado antes,
aunque no sepas decir cuándo o cómo. Phyllia es el lugar donde todas tus
fantasías pueden hacerse realidad.
La Tierra de los Sueños. Es un extraño hijo natural del Otro Mundo y lo
que siempre he imaginado que podría ser el País de las Maravillas. Todo
tiene un elegante toque feérico, pero nada es lo que parece.
Pasamos junto a una fuente burbujeante alrededor de la cual se
encuentran reunidas varias personas que sostienen viales.
—Aquí, las aguas pueden hacer realidad los deseos más humildes —dice
Des a mi lado.
Fascinada, observo mientras una mujer fae de cabellos dorados sumerge
su recipiente de cristal en el agua. Me siento tentada de probarla yo misma,
solo para ver qué pequeños deseos podrían hacerse realidad.
Pasamos por delante de varias cafeterías, y la iluminación tenue y las
conversaciones suaves que provienen del interior captan mi atención.
—Tenéis restaurantes en el Otro Mundo —digo.
—¿Te sorprende? —Des parece divertido.
Sí. Suponía que el Otro Mundo era esencialmente un conjunto de campos
floridos y edificios imposibles. Los restaurantes parecen muy… humanos .
De repente, Des me empuja hacia uno de ellos.
—¿Qué haces?
—Llevarte a comer, a menos, por supuesto, que no tengas hambre.
Mi estómago elige este preciso instante para rugir. No sé cuántas calorías
se queman volando, pero debe de ser una cantidad asombrosa.
—Podría comer algo.
Le tiemblan los labios.
—Estupendo. Yo también.
El restaurante en el que entramos está decorado en tonos plateados y
violetas, desde la vajilla hasta los espejos que cuelgan de las paredes.
Rozando los altos techos, se alzan unas columnas de nubes, y en el centro
de cada mesa hay un jarrón lleno de delicadas flores blancas que he visto
por toda Somnia.
En cuanto Des y yo nos sentamos, escruto la estancia con discreción.
Incluso a primera vista, los hombres y mujeres que nos rodean no
parecen muy normales. En general, se trata de detalles simples y pequeños:
ojos de un color demasiado brillante para ser humanos o una melena
demasiado larga para una cabeza humana. Pero entre ellos, hay algunos fae
que destacan especialmente. Como el hombre de piel gris y lavanda y la
boca llena de dientes afilados y puntiagudos. O la mujer cuyas
extremidades son largas y delgadas y su piel del color de las sombras más
profundas.
Los clientes del restaurante nos ignoran por completo, al contrario de lo
que yo hago.
—¿Saben estas personas quién eres?
—Sí —responde.
—¿Por qué nadie…? —Me interrumpo, buscando las palabras adecuadas.
—¿Me está adulando? —completa la frase por mí.
—Sí.
Se encoge de hombros.
—He encubierto nuestras apariencias.
—¿Encubierto nuestras…?
—Es una pequeña ilusión destinada a alterar sutilmente nuestros rasgos
para evitar que nos reconozcan. —Se inclina hacia delante—. Me ha
parecido que ninguno de los dos quería más atención adicional.
Eso es muy considerado por su parte.
Vuelvo a centrarme en lo que nos rodea. Aquí, no solo las personas son
inusuales. En mitad del restaurante, el edificio se transforma en una catedral
gótica, los bancos y el púlpito vacíos en este momento.
—La lógica de los sueños —explica Des.
Lo miro y me doy cuenta de que alguien ya nos ha servido bebidas y pan.
Parpadeo al verlo.
—Este lugar es verdaderamente… —desconcertante — mágico.
Des se recuesta en su asiento y una sonrisa sardónica se extiende por sus
labios.
—¿Qué quieres comer? —me pregunta.
Enarco las cejas.
—Todavía no nos han traído los menús… —Ni siquiera he terminado de
hablar cuando un plato de raviolis cae en la mesa frente a mí.
¿Cómo coño ha pasado?
Des se ríe al ver que abro los ojos como platos.
—¿Es seguro siquiera comerse esto? —pregunto.
Se inclina hacia delante y descansa sus esculpidos antebrazos sobre la
mesa.
—¿Acaso te llevaría yo por el mal camino, querubín?
Le echo una mirada asesina.
—La última vez que dijiste eso, me engañaste para que me tirara de un
edificio.
—Para que volaras desde un edificio.
Pongo los ojos en blanco.
—Eso es mera semántica, Des.
—La semántica lo es todo, Callie, ¿o es que no has aprendido nada de
mí?
Cojo mi tenedor y echo un vistazo a mi plato y a la misteriosa salsa
cremosa que cubre la pasta.
—No, tienes razón. Me has enseñado exactamente lo que significa ser un
cabrón escurridizo.
Des se recuesta en su asiento, con una expresión de suficiencia.
—Me lo tomo como un cumplido.
Corto uno de los raviolis y le pego un mordisco. De algún modo, es todo
lo que no sabía que quería.
—¿Está bueno?
Cierro los ojos y asiento, saboreándolo un poco más.
—Y fíjate, ni siquiera te ha matado. —Des siempre tiene que ser tan Des.
—Todavía —remarco, porque yo también puedo ser sarcástica.
Abro los ojos y, no va en coña, un churro aparece de la nada delante de
Des, que se inclina sobre la mesa un momento después. La base incluso está
envuelta con la típica servilleta barata que te darían en un carnaval.
Enarco las cejas.
Des coge el churro y sube un pie tras otro a la mesa. Con mucho descaro,
le pega un mordisco al postre. Una cosa tengo que concederle, está viviendo
el momento.
—A ver, amor, cuéntame uno de tus sueños —dice mientras cruza los
pies a la altura de los tobillos.
—¿Un sueño? —repito, con otro bocado de raviolis a mitad de camino
hacia mi boca.
—¿Algo que quieras en la vida?
Doy un mordisco a los raviolis y mastico despacio. Después de tragar, me
encojo de hombros.
—Ser feliz, supongo.
—Vamos, querubín —dice, señalándome con el churro—: No me
obligues a quitarte una cuenta. Sé que puedes especificar más.
Me quedo mirando mi plato de pasta y succionándome las mejillas.
—No lo sé —digo al cabo de un rato—. Hace dos meses te habría dicho
que quería un marido y una familia. —Me sorprende que la confesión salga
tan libremente. Des podría no ser la única persona que está aprendiendo a
mostrarse vulnerable.
La verdad es que, antes de que él regresara a mi vida como un huracán,
estaba sola, dolorosamente sola, el tipo de soledad que te embarga cuando
sientes que tu vida pasa y no hay nadie para presenciarlo.
El Negociador me mira con los ojos entrecerrados y expresión
inescrutable.
—¿Ya no quieres eso?
Lo miro a los ojos. Es muy difícil saber qué piensa cuando se pone así.
Respiro hondo.
—No, todavía lo quiero, pero… —Solo tardo unos pocos segundos más
en soltar las palabras—. Pero ahora no temo que no suceda.
Eso es lo que pasa cuando descubres que tienes un alma gemela: el miedo
a toda una vida de soledad se evapora.
A Des le arde la mirada tras mi confesión, y juro que, si no estuviéramos
en un restaurante lleno de gente, barrería todo lo que hay encima de la mesa
y me haría el amor aquí mismo.
Me aclaro la garganta.
—¿Cuál es tu sueño? —pregunto, sintiendo la piel en llamas.
Me observa, tan inmóvil que parece que está esperando el momento
adecuado para atacar.
—Compartimos sueños similares —dice al final.
—¿También quieres un marido? —No puedo evitar burlarme de él.
Me enseña una sonrisa lobuna y elige ese momento para darle otro
mordisco, muy sugerente, a su churro.
—Es posible… —dice—, pero tú servirás.
Pongo los ojos en blanco.
—Encantada de ser tu premio de consolación.
Sus labios se curvan en una sonrisa. Me mira durante un instante y luego,
tras alguna clase de deliberación, baja los pies de la mesa.
Lanza unas pocas monedas que caen junto a mi plato y me coge de la
mano.
—Pero no he terminado… —me quejo. Apenas he tocado mis raviolis, y
pienso comerme hasta la última miga. No soy de las que dejan nada en el
plato.
—¿Quieres algo para llevar? —me pregunta.
Abro la boca, pero antes de que pueda responder, otro churro cae a la
mesa y aterriza casi de lleno en mis raviolis.
Ahora le toca a Des enarcar las cejas.
—Parece que alguien sufre un pequeño caso de envidia.
Totalmente. Ha hecho que su churro pareciera muy bueno .
Agarro el mío y dejo que Des me guíe hacia la salida del restaurante.
Fuera, el cielo sigue tan oscuro como siempre. Lo contemplo mientras le
doy un mordisco a mi churro, sintiéndome extrañamente emocionada.
Nuestras botas crean eco a lo largo de la calle mientras caminamos. No sé
a dónde vamos, pero no me importa demasiado. Noches como esta nos
resultan familiares a los dos. Des me ha llevado a una metrópoli extranjera
en incontables ocasiones, y juntos hemos deambulado por sus calles. A
veces, conseguía alcohol para ambos, otras veces, solo café y pastas.
—Esto me recuerda a lo que hacíamos hace años —murmuro.
Des me coje la mano, se la lleva a los labios y la besa.
Siento que el corazón se me expande. Voy a tener a este hombre para
siempre. Una vida con Des a mi lado. Es una idea tan descabellada que no
estoy segura de que vaya a acostumbrarme por completo en algún
momento.
Llegamos al final del bloque de tiendas. Aquí, la calle se abre para dar
paso a una gran plaza. Justo en el centro se alza una escultura de una pareja
alada que se abraza con fuerza. Solo que esta escultura flota a varios
centímetros del suelo.
Freno en seco al verla.
—¿Quiénes son? —pregunto, mirando a la pareja. La mujer parece estar
hecha de la misma piedra oscura que mis cuentas, su piel atrae la luz. El
hombre que la abraza está hecho de una arenisca brillante, y su piel parece
brillar desde dentro.
—Los amantes —responde Des—. Dos de nuestros antiguos dioses. —
Señala al hombre—. Él es Fierion, dios de la luz, y ella es Nyxos, diosa de
la oscuridad.
Nyxos… ¿por qué me resulta tan familiar ese nombre?
—En los mitos —continúa—, Fierion estaba casado con Gaya, diosa de
la naturaleza, pero su verdadero amor era Nyxos, la mujer con la que tenía
prohibido estar. Su amor es la causa de que el día persiga a la noche y la
noche persiga al día. Aquí, en la tierra de los sueños, por fin tienen permiso
para estar juntos.
Contemplo la escultura durante un largo rato mientras me acabo el
churro. Aunque solo sea un mito, su tragedia me impresiona. Odio las
historias en las que el amor está condenado. La vida ya está llena de
suficiente angustia.
Mi mirada vaga desde la estatua hasta un enorme puente de piedra que
mide al menos dos campos de fútbol y que se ramifica al salir de la gran
plaza. A mitad del puente, las lámparas que lo iluminan quedan ocultas en
la brumosa oscuridad.
Más allá del puente, distingo otra isla flotante.
—¿Qué hay por allí? —pregunto, haciendo un gesto con la cabeza hacia
esa masa de tierra. Hay algo en ella, algo insidioso y atrayente que apela a
mi naturaleza más oscura.
Des frunce el ceño.
—Memnos, la Tierra de las Pesadillas.
—Memnos —repito mientras la miro. Recuerdo a Des enumerando los
nombres de todas estas islas flotantes hace semanas—. ¿Vamos a visitarla?
—pregunto.
El Negociador duda.
—¿Recuerdas el bog?
¿Como podría olvidarlo? Asiento.
—Es solo una de las muchas criaturas cuyo hogar se encuentra en
Memnos.
Tiemblo un poco. Entendido.
—Acabaré enseñándote la isla, pero en este momento… —me da la
mano y me fijo en la profundidad de su mirada—, en este momento, este
viaje es para nosotros.
10
A la mañana siguiente, me despierto en nuestra suite de Phyllia con el
cosquilleo del pelo de Des contra mi espalda y unos besos suaves a lo largo
de mi columna.
Me desperezo con languidez y una pequeña sonrisa se extiende por mi
rostro.
Después de una noche mágica explorando Phyllia, decidimos quedarnos
en un hotel, justo al lado de la plaza principal, que contaba con habitaciones
que cambian de color y tema.
Ninguno de los dos mencionó el hecho de que Des ha debido de camuflar
nuestro aspecto. Por lo general, alojarse en un hotel como una pareja
normal no es algo que los reyes puedan permitirse.
Los besos en mi espalda cesan. Un momento después, Des me
mordisquea la oreja.
—¿He mencionado lo bien que te queda el pelo despeinado? —dice, en
voz baja y ronca.
Me río contra mi almohada, extendiendo una mano y alejando su
corpulento cuerpo. Rueda a un lado y me arrastra con él, robando besos de
mis labios. Abro mis ojos somnolientos.
—Este es mi momento favorito —dice, mirándome.
Yo sigo intentando despertarme.
—¿Cuál? —pregunto.
—Despertarme contigo todas las mañanas. —Me da golpecitos en la
nariz con un dedo—. Sobre todo, cuando estás tan somnolienta y adorable.
Reprimo un bostezo.
—¿Cómo es que tú estás tan… despierto ?
En vez de contestar, se escabulle de debajo de mi cuerpo. Vuelvo a caer
sobre el colchón y los ojos ya se me empiezan a cerrar otra vez.
De nuevo, sus caricias me despiertan, su mano caliente sobre mi espalda.
Y luego lo huelo.
La salvación. O, en otras palabras: café.
Abro los ojos y ahí está; una taza humeante de café a unos pocos
centímetros de mi cara.
Intento cogerla.
—No, no —dice Des, alejándola de mi alcance—. Si lo quieres, tendrás
que levantarte de la cama.
Como para alentarme aún más, las sábanas resbalan por mis hombros por
su propia cuenta, hasta destaparme los tobillos.
Las agarro por los bordes y vuelvo a subirlas.
Resbalan de nuevo.
Vuelvo a taparme con ellas, con más fuerza esta vez.
¿Sabes qué? Que le den a Des y a su café.
Justo cuando estoy remetiendo las sábanas por debajo de mi brazo,
empiezan a resbalar una vez más. Forcejeo con ellas en una sesión ridícula
de tira y afloja con un objeto inanimado.
—Dios mío, Des, ¿en serio?
Está apoyado contra uno de los postes de cama, tomando un sorbo de lo
que se supone que es mi café.
—No tengo ni idea de qué me estás hablando.
Cabrón mentiroso.
—De acuerdo —gruño, y salgo rodando de la cama—. Ya estoy
levantada.
Avanzo hacia él pisando con fuerza. Ignorando deliberadamente el hecho
de que no lleva camiseta y de que se ha recogido el pelo en una coleta
estúpidamente sexy , le arrebato la taza de café de la mano y salgo al balcón
de nuestra habitación.
—Un gracias no estaría mal —dice, siguiéndome.
—Tampoco una disculpa —replico por encima del hombro.
Gran sorpresa: no tiene nada que decir al respecto.
El desayuno ya está servido en la diminuta mesa de mosaico que ocupa
buena parte del balcón y huele deliciosamente bien.
Tomo asiento y me recuesto en mi silla para darle un sorbo al café.
Dios, qué bueno está. Casi vale la pena dejar de dormir.
Des se sienta frente a mí, su imponente figura domina la pequeña silla de
cafetería. Coge su taza de expreso y le da un delicado sorbo.
Por lo general, el hecho de ver esa tacita en sus manos me haría reír. En
este momento, sin embargo, me dedico a mirarlo por encima del borde de
mi taza. No ayuda que tenga una cara dolorosamente atractiva. O que su
enorme pecho y sus brazos musculosos estén a plena vista.
¿Por qué siempre tiene que tener un aspecto tan increíble, maldita sea?
Sobre todo, cuando estoy bastante segura de que yo tengo el aspecto de un
bicho atropellado en mitad de la carretera.
Otra razón más por la que el mundo es injusto.
Des echa una mirada intencionada a mi plato, donde me espera un burrito
humeante.
—¿No vas a comer?
—¿Por qué me has hecho el desayuno? —pregunto, empezando a
sospechar.
Deja su expreso en la mesa, con expresión vigilante.
—¿Es una pregunta con trampa?
—Parece un gesto inusualmente amable —le digo.
—Ahora solo intentas ser desagradable.
A lo mejor sí. En el pasado, Des me llevaba a desayunar, y nunca había
condiciones.
Entonces, ¿por qué siento que esta vez sí que las hay?
Bebo otro trago de café antes de dejarlo sobre la mesa.
—¿En serio me has despertado temprano solo para darme de comer?
—No es tan temprano —dice Des, evitando la pregunta.
Puede que tenga razón. Las estrellas brillan sobre nosotros tal como
hacían anoche cuando nos quedamos dormidos.
—¿Por qué me has hecho el desayuno? —repito.
—Porque te quiero —dice—. ¿Es que todo tiene que tener un precio?
El cursi de mi corazón se derrite un poco ante esa confesión, pero lo
conozco desde hace demasiado tiempo y demasiado bien para confiar en
esos grandes ojos plateados.
Lo miro con escepticismo.
—Con la gente normal, no. ¿Contigo? Por supuesto.
Sonríe por encima de su expreso, la primera señal de que tengo razón. Se
trae algo entre manos.
—¿Qué pasa?
—Lo descubrirás enseguida.
Y es cierto. En cuanto volvemos a entrar en nuestra habitación, mi ropa
de entrenamiento aparece sobre la cama.
Gimo.
—Creía que estábamos de vacaciones.
—A tus enemigos no les importan tus vacaciones.
Ahí tengo que darle la razón.
No sirve de nada discutir con él, ya siento la magia de Des obligándome
a moverme hacia delante. Refunfuñando, me pongo la ropa y abandonamos
juntos la habitación.
Salimos del hotel y nos dirigimos hacia la oscura y salvaje naturaleza que
limita con el centro de la ciudad. Y es salvaje, por bonita que sea. No dejo
de tropezarme con raíces sueltas y tengo que apartar helechos y plantas
exóticas y florecientes de en medio a medida que avanzamos entre tanta
vegetación exuberante.
Cuanto más andamos, más lentos se vuelven mis movimientos. Creo que
es puro agotamiento por la noche pasada hasta que la sensación se vuelve
tan extrema que parece que estoy en una secuencia de acción a cámara
lenta. Des, por su parte, no parece tener ningún problema.
La vegetación da paso a un claro. Des se detiene y se gira hacia mí. Me
arroja una espada y tengo que echar mano de una cantidad ridícula de
esfuerzo para levantar el brazo y pillarla al vuelo.
Hay júbilo bailando en sus ojos.
—Desenvaina, Callie.
Saco el arma de su funda mientras siento una gran pesadez en las
extremidades.
Tardo una eternidad en levantar mi espada, y para cuando la alzo, él ya
viene a por mí. Lo único que consigo hacer es agacharme y esquivar sus
golpes. Y eso que me lo está poniendo fácil. Patéticamente fácil.
—Más deprisa, Callie.
No hay forma humana ni sobrenatural de que pueda moverme más
rápido. Apenas consigo moverme así de lento. Es como intentar nadar en
miel. Ni siquiera el traje de cuero cojonudo que llevo me compensa la
particular tortura del entrenamiento de hoy.
Mientras tanto, Des no parece tener el mismo problema que yo. Ya sea
porque el lugar no le afecta o porque está usando magia para contrarrestar
sus efectos, se mueve deprisa y llega hasta mí con mucha más rapidez de la
que puedo emplear yo para defenderme.
No sé cómo logra tanta precisión, pero cada vez que Des me roza con la
espada hace un corte estratégico en mi atuendo, haciendo pequeñas
aberturas en el cuero. Ahora tengo docenas de pequeños triángulos
decorando la parte superior de mi pecho y la parte exterior de los muslos. Y
yo no he acertado ningún golpe.
Ni uno solo.
Por fin, después de lo que me parece una eternidad, Des anuncia que ya
hemos acabado de entrenar por hoy.
Me dejo caer y la espada tintinea al caer al suelo a mi lado.
Estoy agotada de la cabeza a los pies, mi ropa parece la silueta de un
copo de nieve recortado y, en este momento, no me importa nada.
Día: 1, Callie: 0.
—Lo has hecho bien —dice Des mientras se acerca a mí—. Este lugar
está hechizado para que te muevas más despacio que el resto del mundo; se
dice que imita un sueño a cámara lenta.
Habría sido útil saberlo de antemano.
Por supuesto, me doy cuenta de que a él no le ha afectado de la misma
forma que a mí.
Qué taimado.
Apoyo la mejilla en las rodillas, agotada tras el entrenamiento. Se agacha
a mi lado y me acaricia la cara con los nudillos.
—Todavía no podemos descansar. Tenemos que pasar a la siguiente isla.
—Su voz suena medio pesarosa.
No hay ninguna posibilidad de que vaya a levantar el culo de este trozo
de hierba.
Des debe de darse cuenta, porque en lugar de intentar volver a
persuadirme para que me ponga de pie, desliza un brazo por debajo de mis
alas y el otro por detrás de las rodillas.
Me levanta y me sostiene a la altura de su pecho, acunándome contra él.
Sus alas acabadas en garras se extienden a nuestro alrededor, y luego pega
un salto y los dos ascendemos en dirección al cielo nocturno.
Mientras el aire frío me despeina, Des me coloca la cara contra su pecho,
protegiéndome de lo peor del viento. Apoyo la cabeza en él y respiro su
aroma masculino. No entiendo cómo es posible que incluso aquí, en mitad
del cielo nocturno de un mundo desconocido, todavía pueda sentirme como
en casa apretada contra este hombre. Pero así es.
Se me cierran los ojos y dejo que el ritmo de sus aleteos me acune hasta
quedarme dormida.

El estómago me da un vuelco y me despierto sobresaltada. Mil estrellas


brillan a mi alrededor mientras parpadeo para abrir los ojos.
Cuando intento sentarme, siento que Des aprieta los brazos a mi
alrededor. Tardo un momento en darme cuenta de que, uno, todavía estamos
en el cielo, y dos, Des es una cama sorprendentemente cómoda.
Echo un vistazo hacia abajo y me fijo en que estamos empezando a
descender hacia otra isla flotante que no es Somnia.
Las anteriores preguntas crípticas de Des sobre mi interés en su reino
quedan ahora más claras.
Me está haciendo un recorrido por su reino .
Intento recordar sobre cuántas islas flotantes gobierna, pero ahora mismo
estoy totalmente en blanco. Lo único que logro deducir es que vamos a
visitar varias.
Esta parece divertida. Se percibe incluso de lejos. Donde quiera que
miro, hay guirnaldas de luces coloridas iluminando los edificios, no como
las luces de Navidad, sino de esas que suelen decorar la parte de fuera de
una cafetería.
Las plantas y los árboles brillantes y floridos que crecen aquí transmiten
una sensación tropical, al igual que el aire templado de la noche.
Hasta que no nos acercamos no distingo que en las calles están teniendo
lugar una serie de peleas de bar. Las hadas que no se están peleando se
tambalean borrachas sobre la acera. Excepto, por supuesto, la encantadora
pareja que podría estar montándoselo, o no, contra la pared de un edificio.
Vaaaaale.
Aterrizamos en el exterior de lo que parece un garito de juego, las hadas
que hay dentro se agrupan en torno a varias mesas donde hay otros fae
enfrascados en juegos de dados.
Me escapo de los brazos de Des y echo un vistazo a mi alrededor.
—¿Dónde estamos?
—En Barbos, la ciudad de los ladrones.
Por supuesto que Des es el soberano de una isla conocida cariñosamente
como «la ciudad de ladrones».
Echamos a andar, y madre mía, me duele todo. Y me refiero a todo .
Fuera lo que fuera esa zona horrible de Phyllia donde hemos entrenado,
me ha dejado destrozada. Me lamento y me froto el trasero mientras
caminamos.
—Des, creo que me has roto el culo.
Mete las manos en los bolsillos de sus pantalones de cuero.
—Querubín, los gemidos que soltarás cuando lo haga serán muy
diferentes.
Madre del amor hermoso .
La sangre se me agolpa en la cara. Para mi gran horror, mi piel empieza a
brillar.
Mal, sirena. Mal.
Suelto una risotada.
—En tus sueños.
Des se detiene y me acuna la mandíbula con una mano, obligándome a
mirarlo a los ojos.
—¿Sabes? Lo más entrañable de ti es que te empeñas en decir cosas así, a
pesar de que tienes la muñeca llena de deudas. —Me acaricia la mejilla con
el pulgar.
Trago saliva, no estoy segura de si lo que siento es temor o anticipación.
Me atrae hacia él.
—Cuidado con lo que dices, amor —dice, en un tono más serio que antes
—. Con mucho gusto me lo tomaré como un desafío. —Me suelta la cara y
sigue andando.
Yo me quedo quieta varios segundos antes de seguirlo.
—Quiero el divorcio —declaro al final.
—Lo siento, querubín —dice por encima del hombro—, pero ese culo
dolorido es mío, te guste o no.
Le hago una mueca a su espalda.
—Lo he visto.
—Bien —le digo, y procedo a ignorarlo.
No sé si Des sigue utilizando su magia ilusoria, porque la gente no lo está
adulando, pero a mí… a mí me están dando un repaso.
Sus miradas se detienen en mis alas y mis antebrazos, pero no veo miedo
ni lástima en sus ojos. En todo caso, parecen… intrigados.
Cohibida, llevo una mano hacia atrás y la paso por una de mis alas.
—No ven tus rasgos de la misma forma que tú —dice Des, que sigue
caminando por delante de mí y ni siquiera se da la vuelta.
Frunzo el ceño. Se detiene, esperando a que lo alcance.
—Los fae tienen todo tipo de formas y tamaños —explica—. Ver a
alguien con tu aspecto no nos parece extraño. Para nosotros, eres una
preciosa humana con alas, y eso es exótico y atractivo.
Echo un vistazo a lo poco que puedo ver de mis alas oscuras, las plumas
iridiscentes emiten un brillo verdoso bajo esta luz. Me cuesta entender lo
que está diciendo, y es aún más difícil intentar replantearme cómo me veo a
mí misma.
Exótica. Atractiva. Esas palabras distan mucho de las que me vienen a la
mente cuando me miro en el espejo… Monstruosa. Mutación.
Me avergüenza admitir que esas miradas apreciativas calman una parte
de mi autoconfianza rota.
—De verdad que deberías recordarlo, querubín —dice Des—, sobre todo
cuando conozcas a las élites de otros reinos. Te encontrarán tan atractiva
como todas estas hadas, tal vez más, porque eres mía, pero intentarán
enmascarar lo que sientan con asco o alguna otra emoción que te haga sentir
pequeña.
Suena a que son personas encantadoras…
Un segundo. Miro a Des.
—¿Cuando conozca a las élites?
11
No, no voy conocer a las élites ahora mismo.
Sí, es probable que lo haga en algún momento.
No, no será esta noche.
Sí, Des se preocupa por mis sentimientos.
No, preocuparse por mis sentimientos no conseguirá que me escaquee de
la reunión de monarcas cuando llegue el momento.
Al parecer, conocer a fae importantes es parte del acuerdo de alma
gemela que firmé.
Blablablá.
Si pudiera vivir el resto de mis días sin conocer a ningún otro fae
poderoso, lo consideraría una victoria. Con Des tengo más que suficiente.
El Negociador se detiene frente a una taberna y le echo un buen vistazo.
Se parece a las demás. La misma fachada de madera tallada, las mismas
luces brillantes colgadas sobre el toldo, el mismo aspecto pegajoso que
sugiere que este sitio ha soportado décadas de cerveza derramada.
Para ser sincera, es justo mi tipo de bar. Diversión, nada de adornos, buen
alcohol. Los únicos inconvenientes que le veo a la situación son, uno, que
estamos en el Otro Mundo, no en la Tierra, y dos, que no puedo beber por
culpa de un pago que me impuso Des hace semanas. Ah, y tres, que estoy
entrando en un bar todavía vestida con mi ropa de entrenamiento. A estas
alturas, el atuendo es más un conjunto de tiras de cuero que ropa de verdad.
El Negociador me abre la puerta y entramos en la taberna.
Uno por uno, los ruidosos clientes reparan en nosotros. En cuestión de
segundos, un silencio sepulcral cae sobre el lugar.
—Hum, ¿se suponía que debía pasar esto? —le susurro a Des.
No se molesta en responder.
En el extremo más alejado de la estancia, una silla chirría y un hada
enorme y descomunal avanza hacia nosotros, aunque cuesta un poco
llamarlo hada, al menos, según mi propia definición de la palabra.
La cara llena de cicatrices del hombre, el cuero resquebrajado y el pelo
rojo salvaje me hacen pensar menos en un hada y más en un pirata.
Sus ojos dorados nos miran con dureza mientras se acerca a mí y a Des.
En el establecimiento, nadie más se mueve, todas las miradas están fijas en
nosotros.
—¿Qué coño estás haciendo aquí, desgraciado? —pregunta con voz
grave.
Enarco las cejas. Creo que, aparte de mí, nunca he oído a nadie insultar al
Negociador a la cara.
Ahora, un tipo diferente de silencio inquietante cubre la habitación, como
si alguien hubiera encendido una cerilla sobre un montón de pólvora y
todos se estuvieran preparando para la explosión que está a punto de tener
lugar.
Y luego, como si esto fuera una película, ambos hombres se ríen y se dan
un abrazo de oso.
¿Perdooooona?
Me quedo mirándolos, incrédula.
Por más que lo intente, nunca entenderé a los hombres, da igual de qué
mundo vengan.
El pícaro desconocido se aleja para mirar de arriba abajo a mi pareja.
—¿Cómo estás, Desmond?
Desmond . No es de extrañar que toda la estancia se haya quedado en
silencio. Estas personas reconocen a su rey. Debe de haber puesto fin al
hechizo que había usado sobre sí mismo justo antes de entrar en el bar.
Des asiente y una sonrisa ladina se extiende por su rostro.
—Muy bien, hermano. Muy bien.
—¡Ja! Conozco esa sonrisa —dice el pelirrojo mientras le da una
palmada en la espalda—. ¿A quién le has robado la suerte esta vez? O —su
mirada se posa en mí—, ¿lo que has robado es una esposa? Ha pasado
bastante tiempo desde la última vez que trajiste a una chica, sinvergüenza.
Uf. Podría haber vivido tranquila sin saber eso.
—Cuidado con este —me dice el pelirrojo mientras le da otra palmada en
el hombro a Des—. Le gusta echar a perder a sus mujeres antes de dejarlas.
¿Echar a perder a sus mujeres? Siento una intensa oleada de celos.
Des se pone serio.
—No es cierto. En absoluto. —Su mirada aterriza con fuerza en la mía y
creo que está intentando transmitirme una disculpa.
Supongo que toda esta situación es bastante justa. Después de todo, Des
tuvo que soportar en silencio siete años en los que tuve relaciones con otros
hombres mientras esperaba a que yo pagara por mi último deseo sin tener ni
idea de que lo estaba haciendo. Puedo soportar saber un poco más del
historial de relaciones de Des.
El pelirrojo me reevalúa. Esta vez, debe de notar algo en lo que no se ha
fijado antes.
—No es una chica cualquiera, ¿verdad?
—No. —La mirada de Des sigue siendo intensa y ardiente.
Él observa al Negociador un momento más y enarca las cejas.
—Vaya, vaya —dice—, ¿es la chica que has estado buscando?
Des asiente.
El hada se vuelve a girar hacia mí y me da un abrazo que prácticamente
me ahoga.
—Bienvenida a la familia, entonces —dice con su voz retumbante—.
Lamento profundamente que tengas que soportar la carga de tener al
Bastardo por pareja.
Por fin me suelta y mira a Des como un padre orgulloso.
Esto es muy raro.
—Ay —dice, aspirando profundamente por la nariz—. Esto cambia las
cosas para bien. —Le da una palmada a Des en un lado del brazo. A
continuación, parece recordar que estamos plantados en el umbral del bar y
dice—: Venga, vamos, dejadme invitar a una copa al Bastardo y a su
prometida. Es lo mínimo que puedo hacer.
No soy la prometida de nadie, pero no me molesto en corregir al
pelirrojo. Vivo con Des, me acuesto con él y tenemos un vínculo. Un anillo
y una hoja de papel parecen detalles superfluos en este momento.
—¿Por qué no deja de llamarte «Bastardo»? —le pregunto al Negociador
mientras su amigo nos conduce hacia una de las mesas mugrientas. El ruido
de la taberna se intensifica una vez más.
—Porque lo soy —responde Des.
—Creía que conocías a tu padre —le digo.
En el libro que leí, ¿no ponía que el Rey de la Noche había nacido en el
harén real? Si fuera así, ¿no habría conocido a su padre?
—Descubrí su identidad cuando ya era adolescente —me explica—.
Antes de eso —continúa—, me llamaban «el Bastardo».
Siento que la sangre huye de mi cara.
—Yo te he llamado así —digo, mortificada.
Nunca había considerado ese término como una verdadera etiqueta.
Su amigo se detiene en una mesa, y Des y yo nos sentamos.
—Querubín —susurra en voz baja—, te aseguro que no pasa nada.
No me siento bien al respecto…
El amigo pelirrojo del Negociador se sienta frente a nosotros y da un
golpe en la mesa.
—Tres hidromieles —pide al camarero, que se encuentra en la parte
trasera del bar.
Cuando vuelve a centrarse en nosotros, le brillan los ojos.
—Desmond, viejo amigo, no me has presentado oficialmente a tu pareja.
Des apoya un brazo en la superficie de madera pringosa y me mira.
—Callie —señala al pelirrojo—, este hijo de puta inútil es Phaedron.
Phaedron, ella es mi pareja, Callypso.
Phaedron toma mi mano.
—Es un auténtico placer —dice, en un tono que se ha vuelto serio.
Sin saber qué otra cosa hacer, asiento y le doy un apretón.
—Encantada de conocerte.
Está claro que Phaedron es otro de los viejos amigos de Des, lo cual me
resulta desconcertante. Todavía me estoy acostumbrando al hecho de que
alguien como el Negociador tenga amigos. Y que, técnicamente, tenga más
que yo.
Por alguna razón, es realmente deprimente.
Un nuevo grupo de hadas entra en el bar. La mayoría son mujeres,
aunque hay dos hombres entre ellas. Se pasean por la estancia, con ropa
corta y en gran medida transparente. Van de una mesa a otra, deslizando las
manos sobre los hombros y brazos de muchos clientes.
Phaedron me pilla mirando.
—Prostitutas —dice.
Lo fulmino con la mirada.
—No nací ayer. —Juro que tengo filtro, solo que no siempre lo uso.
Phaedron esboza una sonrisa y me mira de arriba abajo.
—Y el Bastardo ha encontrado a su igual. —Se inclina hacia delante—.
Dime, Desmond, ¿todas las mujeres humanas son así de peleonas en la
Tierra?
Des le dedica una sonrisa de medio lado.
—Solo las mejores.
—¡Sí! —Phaedron se ríe—. ¡Y son unas fieras en la cama!
Enarco las cejas al oír eso.
El camarero trae nuestras bebidas e interrumpe la conversación.
Hago un mohín de decepción cuando veo el vaso de líquido ámbar frente
a mí.
Sigo sin poder beber.
Al otro lado de la estancia, uno de los clientes silba.
—¡Mi rey! —grita, recostado en su asiento—. ¿Cuándo vas a venir a
saludar a un viejo amigo?
Una sonrisa lenta y perezosa serpentea en la cara de Des.
—Esperaba poder evitarlo.
Observo todo lo que está pasando asombrada. Estoy siendo testigo de
otro lado de Des, uno ordinario y un poco bruto. No lo menciono, pero
ahora mismo me recuerda a todos los oficiales de la Politia y a los
cazarrecompensas con los que he trabajado como detective privada. No me
sorprende descubrir que me gusta mucho este lado de él, a pesar de lo
grosero que es.
El hada estalla en risotadas.
—Es posible que puedas. Mi culo es demasiado viejo para levantarse de
esta silla.
—Pero no demasiado viejo para traerte hasta aquí —señala Des.
El hada se ríe de nuevo y sus amigos lo imitan.
Sé que Des tiene ganas de hablar con lo que parece ser otro colega más.
Le doy un golpecito con el hombro.
—Ve. —Hago un gesto con la cabeza en dirección a su amigo.
Des duda y luego, tomando una decisión, agarra su bebida y se pone de
pie.
—Solo será un minuto —promete.
Lo observo mientras se aleja y retira una silla vacía que hay junto al hada
para girarla y sentarse a horcajadas.
—¿Qué le has hecho a mi amigo? —pregunta Phaedron.
Lo miro, perpleja.
—No sé a qué te refieres.
Phaedron sacude la cabeza.
—Ha esperado hasta que le has dado permiso antes de levantarse para
hablar. Y desde que habéis entrado, Desmond ha tenido al menos dos
oportunidades diferentes para arrancarte un trato, si hubiera querido.
Enarco las cejas.
—¿Hace tratos aquí? ¿En el Otro Mundo?
—Ya lo creo. Todo el puto tiempo. Menos ahora, por supuesto, porque es
rey. Pero cuando vivía aquí, podía robarle el color a la hierba de lo bueno
que era.
Sé de sobra lo bien que se le da esto a Des.
—Creo que ya tiene mucha influencia sobre mí. —Levanto la muñeca
para enseñarle a Phaedron las hileras e hileras de cuentas negras—. Cada
una representa un favor que le debo a Des.
Observa el brazalete con los ojos entrecerrados.
—Conque así fue como te atrapó. Cabrón astuto.
Me inclino hacia delante y apoyo las palmas de las manos en la mesa.
—Así lo atrapé yo a él —corrijo.
Phaedron suelta una carcajada.
—Desmond es más canalla de lo que parece si ha dejado que creyeras
eso. Es imposible que te dejara pedir tantos favores y no te los hiciera
pagar, a menos que planeara mantenerte a su lado, ya fuera con tu
consentimiento o en contra de tu voluntad.
¿En contra de mi voluntad?
Debo de tener mis pensamientos escritos en la cara, porque Phaedron se
explica.
—No debes de saber mucho sobre las hadas —dice—. Ningún hada
dejaría que su pareja se le escapara solo porque ella proteste un poco.
Eso es bastante horrible.
—Des no es así.
Phaedron resopla.
—¿El Rey de la Noche? —Nuestras miradas aterrizan en el lugar en el
que se sienta Des, riendo y dando palmadas en la espalda a algunos fae con
más de un tatuaje en la cara—. Es el peor de todos.
—No me lo creo —le digo.
Ha habido ocasiones en las que el lado fae de Des lo ha superado, pero
siempre se ha controlado, y siempre por mi bien.
Phaedron me mira de arriba abajo.
—Tal vez no te hayas resistido lo suficiente como para empujarlo hasta el
límite.
Eso me calla. Nunca me he hecho la dura en lo que se refiere al
Negociador. Para mí, siempre ha sido Des, y tanto él como yo lo sabíamos.
—Créeme —continúa Phaedron—, ese hombre está desesperado por ti.
Puede que no lo diga, pero… —Vuelve a mirar a Des, cuya mirada ha
encontrado la mía sin darse cuenta. El Negociador me guiña un ojo cuando
se da cuenta de que lo estoy mirando—. Opón resistencia de verdad —dice
Phaedron— y ya verás. No te dejará ir.
¿Cómo es que una frase consigue llenarme tanto de satisfacción como de
temor? Por encima de todo, me encanta la idea de que Des quiera ser mío
tanto como yo quiero ser suya. Pero pensar que me obligaría a quedarme a
su lado, que hay una parte de él que ignoraría mis propios deseos y
necesidades, es aterrador.
Ese no es Des. No lo es. Pero decido que no quiero pasarme toda la
noche discutiendo con Phaedron al respecto.
—¿Cómo os conocisteis tú y Des? —pregunto, cambiando de tema.
Toma un trago de su hidromiel antes de responder.
—Se unió a los Ángeles de la pequeña muerte cuando yo era el líder.
Enarco las cejas. No es que me sorprenda que Phaedron fuera líder de
una pandilla, o que el Negociador tuviera una relación cercana con él. Creo
que lo que más me sorprende es el hecho de que Des, un rey fae, y yo
estamos aquí, en este bar de Barbos, pasando el rato con Phaedron, que lo
más probable es que sea un criminal con un largo historial.
Joder, lo más seguro es que esté sentada en un sitio lleno de delincuentes.
Y el Rey de la Noche no los está castigando, se está poniendo al día con
ellos.
Phaedron se inclina hacia delante.
—Ahora dime: ¿tienes una hermana?
Alguien grita y, por fortuna, nos interrumpen. La mesa de la esquina se
vuelca, el hidromiel salpica por todas partes y las hadas que antes estaban
sentadas ahora se encaran unas con otras.
Todos aquellos que no se meten de lleno en la pelea se giran para mirar a
Des.
En respuesta a la multitud de miradas sobre él, Des levanta su vaso en un
brindis silencioso.
Se oye un grito triunfante y, de repente, no son solo las hadas de la
esquina las que se pelean. Los fae de las mesas cercanas también se
enzarzan unos con otros. Hay cristales y mesas rotos, y los puños vuelan.
Aquellos que comercian con su cuerpo en Barbos sueltan gritos y se
bajan de los regazos para ir a resguardarse a los rincones de la habitación.
—La noche no es un verdadero éxito hasta que no estalla al menos una
pelea —señala Phaedron, que agarra su bebida mientras se pone de pie.
Des se acerca.
—Hora de irse, querubín.
—Estáis los dos invitados a mi casa. Me iré dentro de una hora más o
menos —dice Phaedron.
—Tenemos planes, pero gracias, hermano.
—Cuida a tu parejita —le dice Phaedron a Des mientras me guiña un ojo
—. No me des una razón para ir a por ti. Todavía puedo darte una paliza. Y
por el amor de Dios, hombre, la próxima vez quédate un poco más. Apenas
he tenido tiempo suficiente para empezar a corromper a tu chica.
—Me parece justo —dice Des, apretando su mano—. Cuídate.
Nos separamos del pelirrojo entre el ruido de cristales rotos y el griterío.
Las calles de Barbos son igual de ruidosas. Fuera hay más hadas
dedicadas al comercio de cuerpos, coqueteando con hombres y mujeres de
dudosa reputación. En la calle hay algunas peleas más, un grupo de hadas
silba a una mujer que les sopla un beso, y otra está de pie en una azotea,
echando fuego por los labios, que adquiere la forma de un dragón. Y luego
están todos los demás: hadas bailando en los balcones, borrachos volando
de edificio a edificio o desmayados en las calles de la ciudad.
Pasamos junto a antorchas tiki, lo más cercano que hay a las lámparas de
gas en esta ciudad, y la parpadeante luz del fuego baila sobre el rostro de
Des, haciéndome sentir que estoy en otro momento y en otro lugar. Él toma
una profunda bocanada de aire.
—No hay ningún sitio como Barbos —dice, y suena animado.
¿Qué ha dicho Phaedron antes? ¿Que Des solía vivir aquí? No me cuesta
imaginar al Negociador acechando en estas calles, haciendo tratos con
borrachos, prosperando en la noche. Si Des fuera una ciudad, sería Barbos.
Las luces, el caos, la criminalidad, la sexualidad , la emoción. Todo ello
forma parte de quién es.
La mayoría de los negocios por los que pasamos son bares, burdeles o
garitos de juego. En la acera, frente a las puertas, hay vendedores
ambulantes comerciando con sus productos. Des se detiene frente a un
puesto.
Echo un vistazo a los artículos expuestos.
—¿Cuchillos? —pregunto, enarcando una ceja.
—Dagas, espadas, mazas, hachas —corrige, señalando cada objeto.
Como si hubiera alguna diferencia—. Supongo que ahora que te estoy
enseñando a pelear, deberías llevar tu propia arma.
Mi mirada vuelve a aterrizar en el arsenal. Nunca he sido exactamente
una chica dada a las armas, a Temper le pegan más, y al observar todos
estos objetos afilados, creo que sigue sin ser lo mío.
La vendedora empieza a explicar los pros y los contras de diferentes
empuñaduras y longitudes de hoja. Su discurso se convierte en ruido de
fondo. Cuando las miro, veo sangre, violencia y recuerdos de los que he
estado huyendo.
Des se inclina para acercarse a mí.
—No eres ninguna víctima, querubín —me recuerda—. Ni siquiera aquí,
en el Otro Mundo. Elige un arma. Haz que la siguiente persona que se cruce
en tu camino se arrepienta.
Esas son las palabras del diablo, palabras retorcidas, pero la sirena en mí
las aplaude. Joder, la niña rota que hay en mí las aplaude.
No soy la víctima de nadie .
Empiezo a estudiar las armas en serio, comparando las empuñaduras de
cuero con las metálicas, las hojas curvas con las de bordes irregulares.
—Pasa la mano por encima —sugiere el hada que hay tras la mesa—. Lo
sentirás cuando la adecuada te llame.
Sacudo la cabeza, lista para decirle que no soy un hada y que su magia
será inútil conmigo, pero Des toma mi mano y la desliza sobre la mesa, con
la palma hacia abajo, apuntando a las armas.
Lo que intenta decir está claro: inténtalo.
Cuando me suelta la muñeca, respiro hondo.
Esto no va a funcionar.
De todos modos, empiezo a mover el brazo y lo paso sobre la mercancía
que hay expuesta.
—Más despacio —me instruye la vendedora.
Dejo a un lado mi escepticismo y ralentizo los movimientos.
Al principio, no pasa nada.
Menuda sorpresa.
Justo cuando estoy a punto de girarme hacia Des para decírselo, lo siento.
Es solo un pequeño tirón, pero atrae mi atención hacia la mesa otra vez.
De acuerdo, puede que, después de todo, este tipo particular de magia
feérica sí funcione conmigo.
Como un imán, mi mano se desplaza hacia el lado derecho de la mesa.
Reduce la velocidad hasta que se detiene.
Aparto la mano para ver qué arma he elegido sin darme cuenta.
La daga no mide más de cuarenta y cinco centímetros de largo, desde la
empuñadura hasta la punta. El mango está hecho de labradorita y la cuchilla
está adornada con una talla de las fases de la luna.
Para ser un arma, es preciosa a más no poder.
—Sabia elección —comenta la vendedora—. La hoja está hecha en las
minas más cercanas al Reino de la Muerte, y el metal está infusionada con
sangre de titanes. La empuñadura está hecha con la Piedra de Muchas
Caras. Un arma poderosa hecha para un individuo digno.
Madre mía. Me alegra que mi mano no aterrizara en la enorme hacha de
batalla que hay en el otro extremo de la mesa.
—Nos llevaremos el juego completo y una funda para el cinturón —dice
Des, que se coloca a mi lado.
Desde detrás del mostrador, la vendedora saca otra hoja, la gemela de la
que he elegido, así como la funda.
Dudo.
—No tengo dinero.
Des me mira como si fuera adorable antes de entregar unas monedas a la
mujer.
—Es un regalo.
Estoy acostumbrada a sus regalos. Cuando era adolescente, me compraba
todo tipo de baratijas. Pero ya no lo soy, y estas armas no son baratijas.
Aun así, las acepto.
Tomo las dagas y la funda de manos de la mujer y las acaricio.
—Póntelas —me insta Des.
No necesito mucha más persuasión. Puede que todavía tenga mis reservas
acerca de poseer un arma, pero no voy a mentir, asegurar el cinturón con la
vaina y colocarme las dagas en las caderas me hace sentir poderosa,
peligrosa. Por primera vez desde que llegué al Otro Mundo, me siento yo
misma de nuevo.
Lo único que ha hecho falta han sido un par de armas.
12
Dejamos Barbos y ponemos rumbo a las islas flotantes más pequeñas del
Reino de la Noche. Des no ha hablado mucho sobre Arestys, por lo que no
tengo ninguna expectativa previa.
Vuelo junto a él sin prestar atención a su estado de ánimo. El aire
nocturno me revuelve el pelo como lo haría un amante, la corriente de aire
cálido nos impulsa a través de su reino.
Volar sigue siendo tan emocionante como la primera vez que surqué el
cielo, y durante un breve instante me pregunto cómo volveré a la Tierra.
Antes de que Des me enseñara a volar, lo único que quería era que mis
rasgos animales desaparecieran. Ahora, no sé si estaré dispuesta a renunciar
a ellos para ser normal. Sí, las alas hacen que sea casi imposible cruzar
puertas estrechas y dormir boca arriba, pero también me han presentado un
lado completamente nuevo de mí misma, uno más salvaje y más libre que
Callypso Lillis, la solitaria detective privada.
El vuelo hasta Arestys es bastante largo, y cuando por fin veo la isla, me
sorprende lo oscura que está. La mayoría de sitios que hemos visitado hasta
ahora estaban totalmente iluminados. Solo Memnos, la Tierra de las
Pesadillas, se acercaba a esta oscuridad, y eso me provoca una oleada de
inquietud.
Capto un breve vistazo de la parte inferior de la isla, donde cientos, si no
miles, de cuevas salpican la superficie rocosa. Unos minutos más tarde,
Arestys se encuentra bajo nosotros y consigo echar mi primer vistazo en
condiciones a la isla más pequeña y pobre del Reino de la Noche.
Veo una serie de cabañas hogareñas agrupadas junto a una corriente poco
profunda, cuya agua reluce a la luz de las estrellas. En el interior del río y
alrededor de su lecho crecen unas plantas extrañas, pero aparte de eso, el
lugar es un desierto.
Des permanece en silencio mientras aterrizamos sobre la arena brillante
que cubre gran parte de lo que puedo ver. La isla es pequeña, es probable
que solo mida dieciséis kilómetros de ancho más o menos. Algunas de las
otras islas flotantes parecían enormes, pero este lugar… Este lugar parece
una ocurrencia tardía, olvidada por la mayor parte del Otro Mundo.
Puede que por eso me guste. Hay algo en su soledad y en lo olvidada que
parece que me atrae. Y aquí, tan lejos de cualquier luz urbana, parece que
solo estamos Des y yo y un océano interminable de estrellas.
—Aquí es donde crecí —dice tan flojito que casi ni le oigo.
De golpe, desvío la mirada del paisaje estéril para mirarlo a él.
—¿De verdad?
Parece imposible que alguien tan preciosamente complejo como Des
provenga de este lugar tenso y desolado.
En sus ojos encuentro una mirada lejana, como si estuviera perdido en un
recuerdo.
—Mi madre trabajaba como escriba en la ciudad. —Señala un grupo de
edificios a lo lejos—. Solía volver a casa oliendo a pergamino y con los
dedos manchados de tinta.
Apenas respiro, temerosa de que cualquier cosa que diga detenga la
historia en seco.
—Éramos tan pobres que ni siquiera vivíamos en una casa propiamente
dicha. —Des parece tanto triste como feliz mientras lo recuerda—.
Vivíamos en las cuevas de Arestys.
—¿Puedo ver dónde vivías? —pregunto.
Toda expresión desaparece del rostro de Des.
—Ya no existe. —Sus ojos se encuentran con los míos—. Pero puedo
enseñarte las cuevas.

Agacho la cabeza mientras atravieso las cavernas que yacen bajo la


superficie de Arestys. Aquí la roca ha formado un laberinto de estructuras
similares a panales. Este lugar emana una triste belleza, como un arco iris
en mitad de una mancha de aceite.
Los túneles son fríos, claustrofóbicos, húmedos y están llenos de
corrientes de aire.
Des vivió aquí.
Mi pareja, el Rey de la Noche, pasó días, años, en estas cuevas. Parece
una existencia inusualmente cruel en un lugar tan mágico como el Otro
Mundo.
—¿Así que tu madre te crio aquí? —pregunto.
Su madre, la escriba. La misma mujer sobre la que Des afirmó que yo le
habría gustado. La misma que una vez debió de ser parte del harén real.
Asiente, con la mandíbula tensa mientras nos abrimos paso a través de
los túneles.
Echo un vistazo a las sombrías cavernas. En lo profundo de la roca,
detecto un tipo oscuro de magia. Está hecha de desesperación y ambiciones,
de deseos y sueños sin cumplir que permanecen encerrados.
¿Cómo es que un hijo nacido en un harén real termina aquí? ¿Y cómo es
que un niño que creció aquí se convierte en rey?
—¿Qué pasa con tu padre? —indago, caminando de lado para evitar un
charco.
—Es gracioso que lo preguntes… —La forma en que lo dice me hace
pensar que no tiene nada de divertido.
Deja que sus palabras se desvanezcan en la nada y no lo presiono para
saber más.
Delante de nosotros, el túnel se abre a un cráter del tamaño de un campo
de fútbol. Hasta ahora hemos estado bajo tierra, pero aquí las estrellas
brillan en lo alto, arrojando su luz sobre la depresión en forma de cuenco.
Des se coloca delante de mí, levantando polvo con sus enormes botas
mientras atraviesa el cráter.
Cuando está cerca del centro, se arrodilla.
No puedo evitar mirarlo fijamente. Su pelo blanco, su espalda ancha y
musculosa, sus tatuajes y esas alas que tan obstinadamente se niega a
ocultar le confieren un aspecto de lo más atractivo, de lo más atractivo y
trágico.
Es mi propia salvación personal, pero en este momento tengo la
impresión de que es él quien necesita que lo salven.
Me sitúo a su espalda y le coloco la mano en el hombro.
—Aquí es donde murió mi madre —dice en voz baja.
Al oír su confesión, se me hace un nudo en la garganta.
No tengo palabras.
La mirada de Des encuentra la mía. Es raro que su expresión refleje lo
que piensa, pero en este momento no se molesta en mantenerme alejada y
puedo echar un vistazo a todo ese dolor que ha embotellado en su interior.
—La vi morir.
Me quedo sin respiración.
No puedo ni empezar a imaginarme algo así. Una cosa es presenciar
cómo el monstruo de tu padrastro se desangra en el suelo de la cocina, pero
ver morir a alguien a quien quieres es completamente diferente.
Rodeo a Des para mirarlo a la cara y él me rodea la cintura con los
brazos. Me levanta el dobladillo de la camiseta para presionar un beso
contra la suave piel de mi estómago y frota los pulgares sobre mi piel de un
lado a otro.
Le paso las manos por el pelo y le suelto los mechones que tiene
recogidos con la cinta de cuero.
Puede que esta tragedia tuviera lugar hace muchos años, pero en este
momento parece que todo se está reproduciendo en la memoria de mi pareja
como si los acontecimientos fueran recientes.
—¿Qué pasó? —pregunto con suavidad.
He estado a punto de no preguntar. Dios sabe que hay muchos recuerdos
que yo misma odio compartir.
Me mira desde abajo, con su pelo blanco suelto.
—Mi padre fue lo que pasó.
13
Mi padre fue lo que pasó.
Si eso no es un mal augurio, no sé qué lo es.
Des se yergue y extiende las alas. Se aclara la garganta.
—Es suficiente. —Me coge de la mano—. Hay otro lugar más al que
quiero llevarte antes de regresar a Somnia.
Sigo ardiendo en deseos de preguntarle por sus padres, pero su lenguaje
corporal deja claro que por esta noche ha terminado de compartir secretos.
Quizá no vuelva a hacerlo en muchas noches.
De mala gana, me lanzo al cielo junto a él. No tengo ni idea de a dónde
me está llevando, pero cuando Arestys desaparece debajo de nosotros, me
doy cuenta de que nuestra visita ha terminado. No habrá ningún recorrido
por el resto de los lugares más destacados de la isla, no exploraremos más
su topografía, no hablaremos más sobre la vida de Des allí.
Es ese último tema sobre el que más quiero saber. No dejo de recopilar
fragmentos sueltos del pasado de Des de distintas fuentes, pero todo ello ha
planteado más preguntas de las que ha respondido.
Lo que sé: Des nació en el harén real del Reino de la Noche pero se crio
en Arestys. Se mudó a Barbos, se unió a una «hermandad» y en algún
momento se convirtió en un soldado condecorado y en rey. Vio morir a su
madre y culpa a su padre por ello.
Ah, y durante todo ese tiempo se estuvo haciendo un nombre en la Tierra
como el Negociador.
Lo que no sé: casi todo lo demás.
El viento le alborota el pelo y la ropa mientras volamos. Aquí, en mitad
del cielo nocturno, se lo ve más a gusto que nunca. No sabría decir si es una
máscara cuidadosamente elaborada, o si de verdad ha dejado su agonía atrás
en Arestys. Sin embargo, por fin entiendo que el enigmático Negociador
tiene sus propios demonios.
Este vuelo es bastante más largo que los demás, y para cuando
descendemos, estoy agotada.
La isla flotante que vemos parece estar compuesta por masas de agua
relucientes y prados iluminados por la luna. Aquí y allá hay villas
elaboradas y algunos templos, todos a una distancia considerable entre sí.
A lo lejos se ve una ciudad brillante, sus muros blancos iluminados por
las luces. Des se dirige directo hacia allí.
A medida que nos acercamos, las casas dispersas empiezan a estar cada
vez más cerca unas de otras y el entorno cambia gradualmente de rural a
urbano. La ciudad misma se encuentra al borde de la isla, sus edificios
blancos construidos a lo largo del acantilado.
Hay un río brillante, de un tono aguamarina luminiscente, que atraviesa
la isla. Cuando el terreno llega a su fin, se derrama por un lateral y la
cascada se convierte en niebla a cientos de metros por debajo.
Rodeamos el centro de la ciudad y seguimos la corriente aguas arriba,
describiendo un círculo hacia el interior de la isla.
Sobrevolamos las colinas, el río es una cinta brillante muy por debajo de
nosotros. Pronto, las colinas se convierten en montañas cuyas laderas están
cubiertas por un follaje denso y floreciente.
No iniciamos el descenso hasta que alcanzamos el pico de una montaña
particularmente grande. Aquí se alza una casa de piedra blanca con aire
palaciego, adornada con los mismos detalles marroquíes que tiene el palacio
de Des.
La rodeamos y aterrizamos en el patio delantero.
Los únicos sonidos que nos rodean son el suave rechinar de las cigarras y
el silbido del agua en movimiento.
Me doy la vuelta y observo el impresionante edificio y la montaña que
queda más allá.
—Bienvenida a Lephys —dice Des—, la ciudad de los enamorados.
Me da la mano y me guía por la casa, con sus techos catedralicios y
suelos de azulejos. La única luz que hay proviene de las docenas de
lámparas de colores brillantes que cuelgan del techo sobre nuestras cabezas.
Alrededor de las puertas arqueadas hay incrustados más azulejos
pintados, en tonos esmeralda, índigo y caqui. Unas gruesas columnas
pintadas sostienen los magníficos techos y hacen que el lugar parezca aún
más vasto de lo que ya es.
Por mucho que quiera contemplar bien este lugar, no nos demoramos
mucho rato en él, sino que salimos por la parte trasera de la casa.
Aquí fuera hay un enorme cenador, cuyas cortinas de gasa ondean gracias
a la brisa nocturna. Más allá del cenador, el río que hemos seguido hasta
aquí brilla de un verde azul pálido.
El río luminiscente cae en cascada en el estanque poco profundo que
tenemos delante. En el extremo opuesto, el agua se vierte y cae montaña
abajo.
Des me suelta la mano y se quita la camiseta por la cabeza. Su magia
separa la tela cuando pasa alrededor de las articulaciones de sus alas y
vuelve a juntarla cuando queda por encima de ellas.
Arroja la prenda a un lado y atraviesa el cenador en dirección al agua.
Levanta un pie, lo sacude para quitarse una de sus enormes botas, y luego
hace lo mismo con la otra. Me mira por encima del hombro.
—¿Necesitas ayuda, querubín? —pregunta.
Antes de que pueda responder, siento que mi propia ropa se afloja y se
despega de mi cuerpo por arte de magia. Suelto un gritito mientras resbala
por mi cuerpo y cae en un gurruño a mis pies, dejándome completamente
desnuda.
Des se acerca a mí, y las últimas prendas de ropa que le quedaban
resbalan por su cuerpo.
¿Alguna vez voy a superar el verlo en toda su gloria, o la forma en que
me mira?
Hace una pausa cuando llega a donde estoy. Entonces, me enmarca el
rostro con las manos y me da un beso profundo.
—Me he pasado años imaginando que te traía aquí —admite cuando se
separa de mí.
—¿De verdad? —pregunto.
Me da la mano y camina hacia atrás a través del cenador, en dirección al
río.
—Muchas veces.
Evalúo lo que me rodea con una mirada nueva. Es vertiginoso pensar que
se imaginaba trayéndome aquí cuando yo ni siquiera podía imaginar que
existía un lugar como este.
Lo siguiente lo dice en voz baja.
—Mientras estuvimos separados, me volví muy imaginativo en todo lo
referente a ti.
Jesús.
El mero hecho de que diga eso hace que me invada una oleada de calor.
La forma en que me mira tampoco ayuda… Me mira como si fuera la luz de
las estrellas y él fuera la oscuridad que se prepara para devorarme.
—Es posible que —llega a la orilla del agua y sumerge un pie en ella—,
si juegas bien tus cartas esta noche, incluso comparta algunas de mis ideas
más creativas, por un precio, por supuesto.
Estoy bastante segura de que sea cual sea el precio que pida, estaré más
que dispuesta a pagarlo.
Lo primero que entra en contacto con el agua son los dedos mis pies,
luego, las puntas de mis alas. Centímetro a centímetro, mi cuerpo desnudo
se sumerge en el agua.
Este lugar tiene algo, tal vez el intenso aroma a jazmín y tierra húmeda
del aire, junto con la sensación embriagadora de la atención de Des, que
hace que se me acelere la respiración y se me cierren los párpados. Siento
los pechos pesados y dolor en la parte más sensible de mi cuerpo. Tal vez
sea esta isla, la ciudad de los enamorados, o tal vez sea solo la extraña
magia que corre entre nosotros, pero me tiene completamente a su merced.
Quiero que me ahogue en la locura que supone todo esto. En nosotros.
Des no deja de mirarme en ningún momento, con el brillo del agua
reflejado en sus ojos. Es una sensación extraña, dejar que alguien en quien
confías te vea desnuda. Es aterrador y excitante a la vez.
Me tiemblan los párpados. La sirena me anima a bucear en lo más
profundo del estanque y a remojarme en sus aguas. Echo un breve vistazo a
la luna que cuelga sobre nosotros durante un instante. Aquí, en este
pequeño y brillante estanque, nuestras dos naturalezas fundamentales se
sienten satisfechas. Supongo que no ha sido mera casualidad por su parte.
Me acerco a Des, nuestros pechos húmedos se rozan. Trazo los tatuajes
que le cubren el brazo perezosamente y mi gesto le provoca un pequeño
escalofrío.
—Sigue haciendo eso, amor, y no podré acabar esta noche como quiero
—dice con la voz ronca.
Lo miro y veo que habla en serio. También sé que no está ayudando en
absoluto a mi propia fuerza de voluntad. A lo mejor no quiero que esto se
alargue. A lo mejor quiero que el Rey de la Noche sea rápido y feroz en
lugar de lento y cruel.
Des me rodea la cintura con un brazo y me acerca a su pecho. Se inclina
y me da un beso en cada lado del cuello mientras su cabello deliciosamente
húmedo gotea contra mi piel.
—Podría perderme en ti —murmura.
Me hace envolver su estrecha cintura con las piernas y siento el roce de
su pene, que ya está duro y listo. La sensación hace que me ruborice.
—¿Qué es esto? —susurra, besándome las mejillas enrojecidas—.
¿Ahora resulta que mi sirena es… tímida?
Se me escapa una risa ronca. Es un sinvergüenza, aunque esté siendo
entrañable.
Me acaricia la mejilla.
—Robaría las estrellas del cielo por ti —me susurra al oído—. Cualquier
cosa por oírte reír así.
—No te haría falta robarlas, Des —le digo—. Apuesto a que podrías
llegar a un trato con ellas y bajarían por ti.
En sus ojos veo un brillo divertido.
—Me tienes en demasiada alta estima.
En lugar de responder, mi boca encuentra la suya y la tomo con
brusquedad mientras deslizo la mano por su mejilla. Que esto sea respuesta
suficiente.
Aumenta la fuerza con la que me agarra y tira de mi pelvis para
acercarme más mientras sus labios igualan mi pasión. Gime en mi boca y
aprieta los brazos alrededor de mi espalda. Me muevo contra él, mi cuerpo
impaciente por el suyo, mientras la piel me empieza a brillar.
Ha pasado mucho tiempo. Demasiado. De repente, no comprendo el
motivo de la espera. Nuestros cuerpos tienen mucho tiempo perdido que
recuperar.
Interrumpe el beso para apoyar la frente contra la mía. Sus ojos buscan
en los míos, pidiendo permiso. Me muevo contra él una vez más,
alentándolo en silencio.
Me recoloca el cuerpo ligeramente para que quedemos alineados y luego
se desliza en mi interior, su cabeza descansando contra la mía, sus ojos
devorando mi expresión.
Me cuesta no gemir cuando siento que entra dentro de mí. Y, sin
embargo, esto es mucho más que solo sexo. Somos él y yo y este lugar.
Si pudiera bebérmelo entero, lo haría. Él es mi carga de conciencia, mi
pesadilla, mi pareja. El hombre que bebe expreso en tazas diminutas y que a
veces se recoge el pelo en un ridículo moño masculino. El mismo hombre al
que le gustan las partes salvajes y perversas de mí con las que ni siquiera yo
me siento cómoda siempre.
Echo la cabeza hacia atrás y contemplo las estrellas. Hay miles y miles, y
su luz me besa la piel. Entre cada una de ellas hay una oscuridad
insondable. Está a mi alrededor, dentro de mí, haciéndome el amor.
Des entra y sale de mí, su pene me estira de la forma más exquisita. Lo
envuelvo con los brazos y me acerco más a él.
El agua ya no es lo único que brilla. Mi piel también, ya que la sirena
está disfrutando por completo del agua a nuestro alrededor y del hombre en
nuestro interior.
Justo en mitad del acto, nos acerca a la cascada, donde la ladera rocosa
crea una especie de pared. El Negociador me apoya la espalda contra ella,
me agarra por las muñecas y me obliga a colocarlas contra la superficie
rocosa.
—¿Verdad o reto? —pregunta con la voz ronca, todavía entrando y
saliendo de mí.
Espera, ¿es una broma?
Como no respondo de inmediato, porque mi cerebro hace varios minutos
que está apagado, se desliza fuera de mí.
Dejo escapar un gemido de dolor, me siento vacía sin Des entre las
piernas.
A estas alturas, debería conocer mejor a mi astuta hada.
Se sumerge bajo el agua y me coloca las piernas sobre sus hombros. Y
luego, justo en mitad del estanque, siento la presión de sus labios contra mí.
Ahora sí suelto el gemido que he contenido antes. Y doy gracias al cielo
de que Des esté bajo el agua; es un sonido horriblemente vergonzoso.
Mientras me recuesto contra la pared de la roca, jadeando, asumo que
este es el reto de Des. Por una vez, no pienso quejarme de los métodos que
emplea el Negociador para cobrarse sus deudas.
Joder, ni se me pasaría por la cabeza.
Primero me succiona un labio, luego el otro. Balanceo las caderas contra
él, sus caricias me están volviendo loca.
Su lengua encuentra mi clítoris y un orgasmo inesperado surge de mis
profundidades. Grito mientras me muevo contra él, con los dedos
enterrados en su pelo.
No logro entender cómo es lo bastante listo para saber que me he corrido,
como he dicho, mi cerebro ha desconectado hace rato, pero mis piernas
resbalan por sus hombros cuando se incorpora. Y luego, con un suave
empujón, vuelve a estar dentro de mí, moviéndose de dentro hacia fuera.
—¿Lista para la segunda ronda? —pregunta. Ni siquiera parece que le
cueste trabajo respirar.
¿Múltiples orgasmos? ¿Quién es este hombre?
Empieza a embestir más fuerte, más profundo y, como un titiritero, tira
de los hilos de mi cuerpo y me lleva de vuelta hasta el límite.
Me aferro a él con más fuerza. Es áspero y dulce, implacable y
persuasivo. Casi me arrepiento de haber querido que esto fuera rápido y
feroz. Con Des, podría quedarme así para siempre.
Hipotéticamente.
Siendo realistas, en cuanto me besa, me deshago por completo.
Como una presa que se rompe, acudo al encuentro de mi segundo
orgasmo. Jadeo contra su boca y me agarro a él como si fuera lo único que
me impide alejarme flotando. Y luego Des también se corre, mientras sus
labios siguen deslizándose con firmeza contra los míos y sus embestidas se
vuelven aún más profundas y duras.
Me siento como si pasáramos una eternidad en este momento,
entrelazados, y no hubiera comienzo ni fin para nosotros.
Pero, en algún momento, termina. Interrumpimos el beso y sale de mí.
Ninguno de los dos suelta al otro. Nuestras respiraciones, jadeantes;
nuestros cuerpos, enlazados.
—No quiero irme nunca de aquí —gruñe Des contra mí.
Me aferro a él con más fuerza.
—Yo tampoco.
No sé cuánto tiempo permanecemos así. El suficiente para que mi piel se
atenúe y nuestras respiraciones se calmen.
—Querubín —acaba diciendo Des—, hay algo que quiero enseñarte.
Con bastante reticencia, lo suelto.
Me coge de la mano y me conduce hacia la cascada, mis pies se deslizan
sobre las suaves piedras del río mientras avanzamos. Nos colocamos debajo
del salto y el agua me cae sobre la cabeza y los hombros mientras Des me
obliga a cruzarla.
Al otro lado, el brillo del agua ilumina los contornos de una cueva. Des
chasquea los dedos y, de inmediato, se hace la luz.
Cientos de velas titilantes cubren casi todas las superficies de la caverna
y emiten un brillo suave en la oscuridad. El reflejo del agua y las llamas
bailan en el techo, creando un resplandor hipnótico.
—Guau —susurro.
Este lugar parece salido de un sueño.
Justo en medio de la luz de las velas hay una tarima con un montón de
mantas apiladas y una bandeja de comida al lado.
Des se acerca a nado a la orilla y se impulsa hacia el borde rocoso de la
cueva. Se pasa las manos por el pelo mientras se lo retira hacia atrás. Se da
la vuelta y me tiende la mano mientras cada centímetro de ese glorioso
cuerpo reluce.
Acepto la ayuda de Des y lo sigo fuera del agua, mis alas, pesadas. Antes
de que pueda buscar una toalla, me rodea con un brazo y pasa una mano
sobre mis plumas.
Siento las cosquillas del cálido roce de su magia y, en un instante, tengo
las alas, la piel y el pelo secos. Cuando vuelvo a mirarlo, me fijo en que él
también se ha secado.
Este es el momento en el que me doy cuenta de que Des y yo seguimos
desnudos. Es extraño y extrañamente agradable estar así de descubiertos el
uno frente al otro. Hay muchas primeras veces que estoy experimentando
con este hombre.
Me subo a la tarima, doblo las rodillas debajo del cuerpo y despliego las
alas a mi espalda. Aquí dentro resuena el sonido agitado de la cascada. Me
siento como en un templo primitivo y Des es el dios al que se rinde
homenaje.
El Negociador se sienta a mi lado, levantando las puntas de las alas para
dejar que descansen en una roca cercana. Echa un vistazo a nuestro entorno.
—Después de tanto tiempo, me encuentro de vuelta en una cueva —dice
con ironía. Sus palabras me recuerdan a esas cavernas de Arestys.
En este momento, veo cierta vulnerabilidad en él.
Incluso ahora, le cuesta bajar la guardia.
Quiero decirle que este lugar es perfecto, que él es perfecto. Que atesoro
cada uno de sus fragmentos rotos.
Pero no lo digo. Al fin y al cabo, en lo más profundo de su ser se siente
tan incómodo con la intimidad emocional como yo.
En vez de eso, extiendo la mano y la paso por sus alas.
Cierra los ojos, como si estuviera saboreando la sensación. Me levanto y
lo rodeo hasta colocarme detrás de él para estudiar la piel plateada de sus
alas mientras acaricio con la mano cada garra y articulación.
Lo siento temblar bajo mis caricias. En respuesta, sus alas se extienden,
sus venas finas claramente visibles incluso con esta tenue iluminación.
—Siempre asumí que las hadas tenían alas de mariposa —admito.
—No te equivocas —dice Des, que sigue de espaldas a mí—. Las mías
son particularmente raras.
Se da la vuelta lo suficiente como para rodearme la cintura con los brazos
y bajarme de nuevo al suelo con suavidad, mientras utiliza las manos para
ahuecarme el culo. Eso, naturalmente, hace que la sirena despierte y mi piel
cobre vida.
La expresión de Des es de completa inocencia, por supuesto. Le lanzo
una mirada que significa «te tengo calado».
Le salen arrugas alrededor de los ojos cuando se ríe.
—Siempre sospechando de mis motivos. Es como si creyeras que solo
intento meterme en tus pantalones.
Como si no fuera el caso. Es un hijo de puta muy escurridizo.
—Lo dices como si no me hubieras quitado literalmente los pantalones
hace cinco minutos —le digo.
—Creo que ha sido hace algo más de cinco minutos.
Apenas me las arreglo para no poner los ojos en blanco. Por lo que
parece, el ego masculino de las hadas es muy similar al de los hombres
humanos.
Des se tiende junto a mí y su mano permanece en el hueco de mi cintura.
El aire cálido y húmedo del lugar me acaricia la piel y me riza el pelo.
Me incorporo un poco, me acerco y continúo trazando el contorno de las
alas de Des.
—Entonces, ¿todas las hadas tienen alas de insecto menos tú? —
pregunto.
Niega con la cabeza.
—La mayoría sí, pero no todas —dice, alzando la mano desde mi cintura
hasta mi caja torácica—. También hay otros tipos de alas. Algunas hadas
tienen alas aviarias como las tuyas.
—¿Por qué las tuyas son diferentes? —pregunto.
Mira a lo lejos mientras me acaricia distraídamente con el pulgar,
provocando que se me ponga la piel de gallina.
—Algunos dicen que mi linaje desciende de los dragones —murmura
mientras la luz de las velas baila sobre su cuerpo—. Otros dicen que
descendemos de demonios.
¿Dragones? ¿Demonios?
Joder.
No voy a fingir que entiendo cómo funcionan los linajes de las hadas.
—Siempre he pensado que se parecían a las alas de un murciélago —
admito.
—¿De murciélago ? —Des enarca las cejas y vuelve a centrar la mirada
en mí.
Estoy bastante segura de que he vuelto a ofenderlo, pero luego echa la
cabeza hacia atrás y deja escapar una risotada.
—¿Cuál es la versión correcta? ¿Dragón o demonio? —pregunto.
Des se encoge de hombros, su expresión sigue siendo juguetona.
—La historia familiar se remonta tantos años atrás que nadie lo recuerda.
Pienso en la madre de Des, la escriba, contando a un niño pequeño de
cabellos blancos todo tipo de historias y, entre ellas, historias de sus
antepasados.
Sonrío un poco al pensar en ello. No puedo ni imaginar que me contaran
que los dragones existen… y que podría descender de uno de ellos.
—¿Qué pasa? —pregunta Des, tocándome el labio inferior con un dedo
como si quisiera robar mi sonrisa para sí mismo.
Sacudo la cabeza.
—Te estoy imaginando de niño escuchando las historias de tu madre
sobre tus antepasados.
De inmediato, la expresión de Des se vuelve impertérrita.
Sé que he dicho algo equivocado.
Espero que se aleje y salga huyendo, como solía hacer. Preparo a mi
corazón para esa posibilidad.
Pero no echa a correr, no se va.
—Las historias son del lado de la familia de mi padre —se limita a decir.
El mismo padre que tuvo algo que ver con la muerte de su madre.
Uy.
Vuelvo a examinar las alas de Des. No me había dado cuenta de que
podrían representar algo terrible sobre su pasado, de la misma manera que
lo hacen las mías. Es extraño mirar sus alas y ver algo muy diferente de lo
que debe de ver él.
—¿Tú qué crees? ¿Que eres descendiente de demonios o dragones? —
pregunto con suavidad.
—¿Conociendo a mi padre? De demonios.
Trago saliva. Tengo muchas, muchas ganas de preguntarle sobre su
padre, pero no consigo formar las palabras. Está claro que hay un océano de
amargura e ira enterrado debajo de esa relación.
—Bueno —le digo, pasando una mano sobre los finos huesos del ala que
me queda más cerca—, sea cual sea su origen, a mí me parecen perfectas.
Bajo mi roce, un temblor atraviesa el cuerpo de Des.
—¿No te asusta? —me pregunta—. ¿Que pueda tener un poco de sangre
demoniaca corriéndome por las venas?
Me encojo de hombros.
—Me conociste el día que maté a mi padrastro. —Paso un dedo por una
de sus garras—. Y te he visto ejecutar a hombres. Creo que ya hemos
dejado eso atrás.
Al oír mis palabras, la mirada de Des se vuelve más profunda. Me acerca
a él, una de sus alas me cubre como una manta. Me besa la punta de la nariz
y apoya la barbilla en mi coronilla.
—Gracias, querubín —dice con suavidad.
No estoy segura de qué me está agradeciendo, pero, de todos modos,
asiento contra él y le acaricio la cara. Al final, los ojos se me cierran y mi
cuerpo se calienta contra el de Des.
Y así es como pasamos nuestra primera noche en Lephys. No en la casa
palaciega al otro lado del estanque, sino en esta humilde cueva, con
nuestros cuerpos desnudos entrelazados.
14
Cuando Des y yo regresamos por fin a la ciudad de Somnia, hay algo en mí
que es significativamente diferente.
Ya no odio mis alas… ni mis escamas o mis garras.
De alguna manera, en el transcurso de una semana, he descubierto que
las mismas cosas que me asustaban de mí ahora… me empoderan.
Puedo volar. Puedo cortar a cualquier hijo de puta en dos con las manos
desnudas.
Hay fuerza en ello, fuera o no la intención de Karnon.
Mi entrenamiento con Des también ha reforzado mi coraje. Juro que mis
brazos y piernas están más definidos, y aunque todavía no he podido darle
ni un golpe, estoy empezando a luchar con más confianza.
Nunca lo admitiré ante Des, pero me alegro de que me haya obligado a
entrenar con él. Puede que odie el proceso, pero la verdad es que me gustan
los resultados. También estoy aprendiendo a adorar el par de dagas que
llevo atadas a las caderas. Tintinean contra mi ropa ahora mismo, mientras
recorremos juntos los familiares pasillos de su palacio.
La sala de la torre a la que me lleva Des es uno de los lugares más
geniales del palacio. Hay paneles de cristal desde el suelo hasta el techo y
proporciona una vista de todo Somnia, desde los terrenos del castillo hasta
la ciudad que se despliega más allá.
Aparte de los farolillos que cuelgan del techo, el único mueble de la
habitación es una mesa enorme puesta para dos. Extendido sobre ella está lo
que parece y huele sospechosamente a comida india, mi favorita.
Des se acerca a la mesa, con los mismos pantalones oscuros y botas que
llevaba en la Tierra y con el pelo recogido con una cinta de cuero.
Me fijo en los gruesos músculos y en la piel cubierta de tinta de sus
brazos mientras retira una silla para mí. En este momento, el único
elemento fae de su atuendo son los tres brazaletes de guerra de bronce que
le rodean bíceps, y a estas alturas, eso solo suma a su atractivo sexual.
Me deslizo en el asiento que me ofrece y lo observo sentarse en el suyo.
Antes de que pueda empezar a servirme, lo hace él por mí. Un plato de
aloo gobi y otro de arroz se elevan en el aire y se dirigen hacia donde estoy.
Cuando empiezo a servirme, una tetera se mueve hacia la taza que hay
frente a mi plato y me sirve un poco de chai.
—¿Cómo has conseguido todo esto? —pregunto mientras termino de
servirme.
Des se reclina en su asiento, con aspecto de estar demasiado orgulloso de
sí mismo.
—Ser rey tiene sus ventajas.
Pasa unos buenos cinco minutos viéndome comer antes de unirse a mí.
Sé que le gusta la buena comida india —él fue quien hizo que la probara
por primera vez—, pero parece más interesado en mi disfrute que en el
suyo.
—¿Te molestaría mezclar la cena con un pequeño asunto de negocios? —
pregunta al final.
Me encojo de hombros. Ahora que estamos de vuelta en Somnia, Des ha
vuelto a trabajar y yo he vuelto a buscar cosas con las que entretenerme. El
aburrimiento es casi lo peor que hay, así que aceptaré mezclar negocios y
placer si eso me proporciona algo que hacer.
Me limpio la boca con la servilleta.
—¿Qué pasa?
Des chasquea los dedos y una hoja de pergamino aparece de la nada y
revolotea frente a mí. No consigo alcanzarla antes de que caiga en el plato
de pollo tikka masala y la aceitosa salsa naranja impregne el papel.
Me inclino hacia delante, agarro el pergamino y uso mi servilleta para
quitarle la salsa.
—¿De verdad era necesario? —pregunto, frunciendo el ceño cuando mis
esfuerzos por limpiarla solo consiguen esparcir aún más salsa por todas
partes.
En el pergamino hay una especie de tabla con una columna que contiene
una lista de nombres, otra que contiene el género, otra que contiene fechas y
tiempos, otra la ubicación y, por último, una columna que contiene lo que
parece ser notas.
El Negociador lo señala con la cabeza.
—Es una lista de todos los soldados que han desaparecido en los últimos
tres meses —dice antes de tomar un sorbo de su chai.
Enarco las cejas y examino la tabla de nuevo. Ver tantos nombres es
impactante, y esta lista incluye no solo a las soldados desaparecidas, sino
también a los hombres ausentes.
Hasta ahora, Des y yo no hemos hablado mucho sobre los hombres del
Reino de la Noche que han desaparecido, sobre todo porque, a diferencia de
las mujeres, no han reaparecido, lo cual nos deja sin pistas sobre lo que
podría haberles pasado.
—¿No ves nada inusual? —pregunta Des, mirándome por encima del
borde de su taza.
Sigo analizando la tabla.
—¿Sabes? Si hay algo en lo que quieres que me fije, podrías decirlo y
ya… —Se me agotan las palabras cuando llego a las fechas.
Desde que Des mató a Karnon, ninguna mujer ha desaparecido… pero sí
cinco hombres. Levanto la cabeza para mirar al Negociador.
—Los hombres siguen desapareciendo.
Des mira por la ventana y echa un vistazo a la ciudad centelleante que se
ve más allá.
—Muchos hombres desaparecen en el Reino de la Noche —dice en un
tono de charla distendida—. Podría no ser nada.
Prácticamente, puedo escuchar el pero que sigue a su declaración.
—Suéltalo —ordeno, bajando el pergamino.
Toma otro sorbo de su té.
—Cuatro de los últimos cinco hombres que han desaparecido son
soldados.
Son demasiadas desapariciones para tratarse de una coincidencia, lo que
significa que…
Esto no ha terminado.
El pergamino cruje un poco cuando empieza a temblarme la mano.
—Pero lo mataste —digo con suavidad.
La mirada de Des se suaviza cuando sostiene la mía.
—Maté a Karnon.
Tardo unos segundos en comprender lo que no está diciendo.
Cuando lo entiendo, abro los ojos como platos.
—Otra persona se está llevando a los hombres.
15
Karnon solo secuestró a las mujeres. Ahora que Des lo ha matado, esas
desapariciones han cesado. Así lo dice el papel que tengo en la mano.
Pero los hombres…
—Así que crees que hay más de una persona detrás de esto. —Miro
estupefacta al Negociador, que sigue al otro lado de la mesa—. Pero ¿por
qué? ¿Y cómo?
Se pasa una mano por su pelo rubio platino y los músculos de su brazo
ondulan.
—Estoy trabajando en eso.
Justo entonces, Malaki entra en la habitación con zancadas largas y
poderosas y aspecto de pirata con ese parche en el ojo y esa barbita
descuidada.
Deja caer una hoja grande y cerosa sobre la mesa.
—La invitación al Solsticio. La tercera que mandan, para que conste. —
Arruga la nariz—. Uf, ¿qué es ese olor? —dice, haciendo una mueca ante
los platos de comida india dispersos por la mesa.
¿De verdad acaba de despreciar mi cena?
Des se echa hacia atrás en su asiento y cruza los brazos sobre el pecho.
—Este año no iremos al Solsticio.
Malaki toma asiento, un plato y toda la vajilla necesaria aparece frente a
él. Un momento después, alcanza la bandeja de samosas.
—¿De verdad? —le digo en tono burlón, enarcando las cejas. Hace un
momento estaba despreciando mi cena y ahora está a punto de zampársela
—. ¿Así es como vas a enfocar esto?
Me lanza una mirada de confusión mientras se pone la samosa en el
plato.
—Es una idea malísima —dice, centrando la atención en Des.
Des se encoge de hombros.
—La última vez que Callie visitó otro reino, fue la prisionera de alguien.
—Y luego tú fuiste y mataste al rey de dicho reino —dice Malaki sin
achantarse—. Creo que todo el mundo sabe ya que no hay que tocar a tu
pareja.
—No vamos a ir —repite Des.
—Que tengas pareja no significa que dejes de ser rey.
—Cuidado. —La palabra que pronuncia Des atraviesa la habitación
como un látigo, impregnada de poder.
Malaki se echa para atrás en su asiento e inclina la cabeza.
—Mis disculpas, mi rey.
El cuerpo del Negociador parece relajarse y el poder que ha espesado el
aire hace unos momentos retrocede.
—Loi du Royaume —dice Des en voz baja.
La boca de Malaki dibuja una línea sombría.
—Lo sé.
Paseo la mirada entre ambos hombres. Hasta ahora he sido más o menos
capaz de seguir la conversación, pero me acabo de perder.
—¿Qué significa eso? —pregunto—. Esa frase que acabas de decir.
Des señala a su amigo con la cabeza.
—Cuéntaselo, Malaki. Si va a ser sometida al Solsticio porque crees que
es una buena idea, entonces cuéntale lo que tendrá que sacrificar.
El otro suspira y se gira hacia mí.
—¿Conoces el dicho humano «Donde fueres, haz lo que vieres»?
Lo miro con los ojos entornados.
—¿De verdad te sabes ese dicho? No me pareces el tipo de hada que pasa
el rato en la Tierra.
—¿Lo conoces? —insiste.
Dejo de mirarlo a él para mirar a Des y asiento, vacilante.
—Aquí, en el Otro Mundo, esa es la ley.
Sigo sin entenderlo.
—Cuando está en el Reino de la Noche —explica Malaki—, un hada
debe seguir sus leyes. Des no quiere que abandones el Reino de la Noche
porque ambos quedaríais sujetos a las leyes de otro reino fae.
—Eso también pasa en la Tierra —le digo, confundida sobre por qué
supone un problema.
—El Reino de la Flora esclaviza a los humanos —corta Des.
Ah. Conque ese el verdadero problema…
¡BUM!
La habitación sufre una sacudida cuando una oleada de magia nos pasa
por encima y me empuja contra el respaldo de la silla. Nuestros platos y
cubiertos tintinean sobre la mesa, algunos caen por el borde y se estrellan
contra el suelo. A lo lejos, escucho jadeos amortiguados.
Los tres nos miramos.
¿Qué coñ…?
Nos movemos todos a una, mi silla cae detrás de mí en mi prisa por
descubrir qué está pasando. Malaki, Des y yo nos apresuramos a salir de la
habitación, habiendo olvidado la cena, los hombres desaparecidos y los
reinos esclavistas.
En los pasillos, las hadas corren en busca de refugio. Uno de los oficiales
del palacio corre hacia nosotros y se inclina apresuradamente ante Des.
—Ha habido una brecha en la seguridad —explica, casi sin aliento—.
Uno de los portales ha caído, algo ha cruzado por él y ha colapsado.
—Reúne a cien de mis mejores soldados y que se encuentren con
nosotros en el aire.
En cuanto Des da la orden, el oficial sale disparado y corre de vuelta por
donde ha venido.
Nos ponemos en marcha de nuevo. En lugar de dirigirnos a la planta
principal del palacio, sigo al Negociador y a Malaki hasta uno de los
balcones del castillo.
Recorro el horizonte con la mirada, buscando algo, cualquier cosa que
explique esa violenta oleada de magia. Me ha parecido muy familiar…
Des despega la mirada del horizonte para mirarme. Abre la boca, y estoy
bastante segura de que es para decirme que vuelva dentro. En cambio, la
cierra y cuadra la mandíbula. Avanza hacia mí a zancadas y apoya una
mano en mi nuca.
—¿Deseas unirte a mí? —me pregunta.
—Siempre. —No es una respuesta tan meditada como instintiva. A
dónde va mi pareja, voy yo.
—Desmond… —protesta Malaki.
—Esto será peligroso —me advierte, ignorando a su amigo—.
Cualquiera de nosotros podría morir. ¿Sigues estando segura?
El corazón me late desbocado. ¿He pensado alguna vez que el amor de
Des me sofocaría? ¿Que me protegería y tendría entre algodones? Porque
esto no es sofocante ni protector. Es peligroso y me consume, y en este
momento hace que la boca me sepa a sangre y humo.
—Estoy segura.
Detrás de nosotros, Malaki levanta las manos. Des me dedica un
asentimiento, con expresión aprensiva.
—Sigue mi ejemplo y mantente a salvo. Es una orden. —Despliega las
alas a su espalda, que florecen como una flor retorcida y espinosa. En
respuesta, extiendo las mías.
Con una explosión de magia, salta al aire nocturno, impulsándose con las
alas. Mi despegue no es tan elegante, pero varios segundos después también
estoy en el aire, detrás del Rey de la Noche, con Malaki a mi espalda.
No veo qué ha causado la conmoción hasta mucho después de que los
tres hayamos alcanzado a los soldados de Des.
Muy por debajo de la isla flotante de Somnia, en la masa de tierra
principal que constituye el Otro Mundo, se está generando una enorme bola
de fuego de la que se elevan gruesas columnas de humo negro.
Copos de cenizas ardientes flotan a nuestro alrededor cuanto más nos
acercamos. Entorno los ojos para observar las llamas mientras el humo
provoca que sienta que me queman.
Frunzo el ceño.
Justo en el centro del infierno, donde asumo que el calor es más intenso y
el fuego arde con más fuerza, hay un camino ennegrecido que las llamas no
se atreven a tocar.
Uno de los guardias señala algo que se encuentra en un punto del sendero
chamuscado, y sigo la dirección de su dedo. Allí, en mitad de la tierra
carbonizada, hay dos figuras. Hasta que no estamos a unos treinta metros de
distancia del suelo, no identifico a una de ellas.
Hay que joderse.
Temperance «Temper» Darling, mi mejor amiga y socia, marcha entre el
incendio como si lo controlara, arrastrando a un hada de aspecto muy
asustado tras ella. Sus ojos oscuros brillan como brasas y su cuerpo despide
rayos de electricidad.
Uy.
Oficialmente, ha perdido el control de su poder. Solo la he visto así en
otras dos ocasiones, y la cosa no terminó bien ninguna de esas veces.
A mi alrededor, siento la magia fae acumulándose en el aire. No sé si
proviene solo de Des o si sus soldados también están añadiendo la suya
propia, pero lanzar todo ese poder contra Temper cuando está así solo
conducirá a una cosa: la destrucción total.
Echo un vistazo a Des, que estudia a Temper. No veo ningún
reconocimiento en su mirada, y ¿por qué debería haberlo? Aunque le he
contado muchas cosas sobre ella, en realidad no ha conocido a Temper en
persona.
A veces, asumo que mi pareja es omnipotente e infalible, que lo sabe
todo y conoce a todos. Que nada puede pillarlo verdaderamente por
sorpresa.
Pero sí puede y, obviamente, acaba de pasar.
Empieza a hacer gestos a sus hombres, quienes ajustan sus posiciones,
con los cuerpos tensos y listos.
Si no hago algo ya mismo, van a bombardear a mi amiga, y eso acabará
con todos nosotros.
Tomo una decisión apresurada y acerco las alas a mi espalda. Me
zambullo en el aire y empiezo a caer en picado hacia la tierra.
—¡Alto! —grita alguien detrás de mí.
Pero no pienso detenerme.
Miro por encima del hombro. Mi mirada se encuentra con la de Des y,
por un momento, lo único que hacemos es mirarnos a los ojos. Ahora
mismo, no estoy ni siguiendo su ejemplo ni manteniéndome a salvo, como
me ha ordenado.
Tiene todas las razones del mundo para emplear su magia y detenerme en
seco, pero no lo hace.
Esa pequeña muestra de fe refuerza mi propio coraje.
No hay forma de comunicarle que esta mujer es en realidad mi mejor
amiga, o que yo podría ser la única capaz de salvar la situación antes de que
alguien salga herido. Lo único que puedo ofrecerle a Des es un
asentimiento.
Sé lo que hago , intento que entienda.
Aunque no pueda leer mis pensamientos, creo que debe de entenderlo por
mi expresión. Se queda mirándome durante otro momento y luego levanta
un puño. En respuesta, sus soldados se quedan quietos, aunque siguen listos
para saltar a la acción.
Solo me da tiempo a fijarme en eso antes de mirar hacia delante de
nuevo.
Debajo de mí, Temper mira hacia arriba, su mirada, normalmente cálida,
resulta extraña y abrasadora cuando conecta con la mía.
Esta es la Temper a la que la gente temía en nuestro internado, y aquí está
el poder que la condenó al ostracismo.
La aterradora realidad de su existencia, a la que se enfrenta cada mañana
cuando se despierta y cuando cierra los ojos por la noche, es que es capaz
de esta carnicería. Es capaz de ello, y una parte de su ser lo anhela.
Existe un poder seductor que puede aprovechar y que la atrae siempre
que puede. Casi todos los días, lo manda a la mierda.
Hoy, se ha rendido a él.
Sé lo que se preguntan los soldados que vigilan a Temper. Es la misma
pregunta que persigue a muchos de nuestros clientes.
¿Qué es?
Miro a mi amiga a través de la neblina, el calor que emana el fuego hace
que su forma brille y parezca borrosa. Solo hay un tipo de ser sobrenatural
cuya magia es tan poderosa, tan aterradora, tan embriagadora…
Una hechicera.
16
Temper y yo nos miramos la una a la otra desde cada extremo del espacio
que nos separa. La piel le brilla mientras la magia baila sobre ella. Sus ojos
del color del azufre y su piel eléctrica están a un mundo de distancia de su
ser habitual y expresivo.
Mi amiga es una clase muy rara de ser sobrenatural, y la mayoría de la
gente debería desear no toparse nunca con alguien como ella. Los
hechiceros y hechiceras emplean la magia como las brujas, pero a
diferencia de ellas, tienen una cantidad casi ilimitada de poder que pueden
aprovechar cuando les dé la gana. El único problema es que, cada vez que
lo usan, este devora su conciencia hasta que no queda ni rastro de ella.
Emplear pequeñas cantidades aquí y allá no supone ningún problema.
Pero ¿un despliegue de poder como este? Podría escindir gran parte de la
integridad de Temper.
Lo peor de todo el asunto es que su poder la persuade de usarlo de la
misma forma en que mi sirena me convence de ceder a mi propia oscuridad
interior. Siempre está ahí, esperando un momento de debilidad.
Mi amiga ha venido a por mí. Desaparecí y me ha rastreado, cayendo en
un frenesí que ha acabado provocando que su poder se la trague entera. Ha
renunciado a una parte de sus valores por mí.
Es una demostración de amistad totalmente retorcida, pero que, a pesar
de todo, me conmueve.
Empiezo a descender hasta el suelo mientras el calor y el humo de este
infierno me asfixian.
Callie . Siento, más que oigo, la voz de Des en el cielo, por encima de
mí.
Miro hacia donde él y sus hombres aguardan, a varias decenas de metros
por encima de mí.
Su expresión lo dice todo. No le parece bien que me acerque. Ni lo más
mínimo, y se está preparando para intervenir.
Dejo de prestarle atención. Temper es mi mayor preocupación.
Me observa durante el rato que tardo en descender, mientras el hada que
retiene como prisionero intenta escapar, a pesar de que está claro que no va
a ir a ninguna parte.
Aterrizo en el suelo ardiente, el calor que nos rodea me hace sentir como
en un horno.
—Te han salido alas —dice, sin ninguna emoción en la voz.
Ni un «hola», ni un «¿cómo estás?». O un «¿por qué no has llamado?».
Solo «te han salido alas». Temper está más ida de lo que la he visto nunca.
—Ese hijo de puta ha hecho que te salgan alas —dice, y el calor a mi
alrededor se eleva al tiempo que su voz. Deja de mirarme a mí para
concentrarse en Des.
Da un empujón al hada que retiene y casi lo arroja al fuego. Tambaleante,
él se aleja de las llamas justo a tiempo, y luego se eleva hacia el cielo tan
deprisa como puede, murmurando todo tipo de obscenidades que Temper ni
siquiera oye. Su ira está concentrada en mi pareja.
—Sea lo que sea lo que estés pensando, no lo hagas —digo en voz baja.
Si le toca un pelo de la cabeza a Des, entonces, amiga o no, acabaré con
ella.
Temper vuelve a centrarse en mí y entorna los ojos de forma
amenazadora. Inclina la cabeza a un lado mientras intenta desentrañar qué
me ha pasado.
—¿Qué te ha hecho?
Es obvio que cree que la loca soy yo.
Movida por un impulso, doy un paso adelante.
—Apaga las llamas, deshazte de tu magia y te lo explicaré todo.
Sus ojos siguen más extraños que nunca y su piel todavía despide esos
pequeños relámpagos, pero juraría que estoy haciendo mella.
Luego me sonríe, y resulta ser la sonrisa más siniestra del mundo.
—¿Qué pasa si no quiero?
Ahí está, el monstruo que consume a Temper.
Mi sirena sale a la superficie, iluminándome la piel.
—No me obligues a usar glamour —le digo en tono amenazante.
—No te atreverías —responde.
Tiene razón. En cualquier otra situación, no lo haría. Por un lado, estoy
bastante segura de que no puedo dominarla con él. Por otro lado, nunca he
querido estar en el extremo receptor de su furia.
Pero en este momento, las cosas son diferentes.
—No es mi prometido, Temper. Es mi alma gemela. —Nunca tuve la
ocasión de decírselo.
Es una especie de explicación de que no estoy siendo retenida aquí en
contra de mi voluntad y de que le pararé los pies si intenta hacer daño a mi
pareja.
Durante un largo instante, Temper no reacciona en absoluto. Luego, muy
despacio, su mirada se desplaza hacia el Negociador, su rostro, inexpresivo.
En el cielo, más hadas se han unido a él, y no todas son de su reino.
Temper está reuniendo a una multitud, y como esto no termine pronto, o
saldrá herida mi amiga o un montón de inocentes.
Temper vuelve a mirarme.
—Es tu alma gemela —repite, casi como si estuviera en un trance.
Asiento, la piel todavía me brilla.
Protege a nuestra pareja , susurra mi sirena, camelándome para usar
glamour con mi amiga.
Mantengo la boca cerrada con firmeza.
Temper cierra los ojos y me pongo tensa. Por lo que sé, está a punto de
incendiar el cielo y hasta la última hada que hay en él.
Podría detenerla ahora mismo. Lo único que necesito es un poco de mi
propia magia. Tengo muchísimas razones para hacerlo, y mi sirena lo ansía
con ganas.
Pero yo no.
Des me ha concedido el beneficio de la duda hace solo unos minutos.
Puedo hacer lo mismo por Temper. Así que me muerdo la lengua y espero a
que actúe.
Mi amiga abre los ojos con brusquedad y, todas a la vez, las llamas de la
explosión se extinguen como si no fueran más que velas de cumpleaños.
Los iris de Temper reducen su tamaño y las líneas rojas brillantes que los
atravesaban empiezan a desaparecer. Su piel deja de lanzar rayos y ese
poder ardiente y dominante por fin queda bajo control.
Un momento es una hechicera salvaje y, al siguiente, es solo mi amiga.
Deja escapar una respiración temblorosa.
—Tía —sopla—, me alegro de verte.
No me hace falta escuchar más. Recorro la distancia que nos separa y
envuelvo a Temper en un abrazo. Cuando la toco, su piel me recuerda a la
arena bajo el sol.
—Vas a tener que contarme lo de las alas —dice mientras nos abrazamos
—, y lo de que tienes un alma gemela, y cómo coño has acabado aquí.
Entonces, y solo entonces, podré prometer no freírle el culo a tu novio.
Ahora que el peligro inminente ha desaparecido, oigo el estruendo de mi
pulso. ¿Qué hubiera pasado si no hubiera acompañado a Des? ¿Qué hubiera
pasado si Temper no hubiera escuchado mis súplicas? La abrazo con más
fuerza.
—Me parece justo —le digo con la cabeza en su hombro.
A nuestro alrededor, las hadas empiezan a descender y se nos acercan con
cautela. No sé de cuántos segundos disponemos solo para nosotras.
Me separo de ella.
—No me puedo creer que hayas hecho estallar un portal al Otro Mundo.
—Ya sabes que me gustan las entradas triunfales, zorra.
17
Varias horas después, tras muchas amenazas de muerte —tanto en contra de
Temper como de su propia boca—, un casi encarcelamiento y muchas
explicaciones, Temper y yo estamos con Des y Malaki en una de las
habitaciones privadas del Negociador.
Temper cruza los pies por los tobillos sobre el reposabrazos del sillón
orejero en el que se encuentra mientras se recuesta contra el otro
reposabrazos.
—A ver si me aclaro: vosotros dos… —nos señala a mí y a Des— sois
almas gemelas, pero habéis estado separados un tiempo ridículamente largo
porque ella —ahora me señala a mí— pidió un deseo de lo más estúpido. Y
justo después de que os reunierais por fin, a ella —yo otra vez—, la
metieron en una prisión fae y un rey psicópata decidió darle alas, y escamas
y garras, y luego, tú —señala a Des— te cargaste a ese hijo de puta, pero
ahora tú —yo de nuevo— estás atrapada aquí.
—No está atrapada aquí —dice Des de forma amenazante. Está sentado
en otro sillón y sus antebrazos descansan con pesadez sobre sus muslos.
Temper suelta un ruidito indignado.
—Como si pudiera pasear su culo emplumado por Los Ángeles.
Malaki da un paso adelante.
—¿Por qué no hablamos sobre el problema más apremiante en este
momento? Has volado uno de los portales del Reino de la Fauna y retenido
a un hada como rehén.
Temper se cruza de brazos y mira al hada de arriba abajo.
—Si quieres una disculpa, estás mirando a la chica equivocada,
compadre.
La conversación queda interrumpida cuando alguien llama a la puerta.
Des hace un movimiento con la muñeca y esta se abre. El hada que hay al
otro lado hace una reverencia.
—Mi rey —dice—. Señor, señoras. —Inclina la cabeza en dirección a
cada uno de nosotros antes de volver a concentrarse en Des—. Hay
soldados fae del Reino de la Fauna a las puertas de palacio. Exigen el
arresto de la hechicera.
Otro intento de encarcelamiento.
Des se frota la barbilla.
—Me niego a entregarla —dice.
—Mi rey… —comienza el hada.
—La hechicera es una invitada de honor y, por lo tanto, está bajo mi
protección y la de mi reino —dice. Su mirada se desplaza hacia la mía—.
Cualquier desperfecto que haya provocado con su llegada se pagará en su
totalidad de mis arcas personales.
Dejo de respirar. Es obvio que está haciendo esto por mí. Justo cuando
pensaba que era imposible quererlo más…
Malaki enarca las cejas y evalúa a Temper, que lo está mirando como si
no le importara probarlo para cenar.
El hada en la puerta duda, pero hace una reverencia.
—Muy bien. Lo comunicaré.
Después de que la puerta se cierre, el silencio cae sobre la habitación.
Al final, Temper se aclara la garganta.
—Supongo que querrás que te dé las gracias —dice, arrancando una
hebra suelta del sillón.
El hecho de que Des le haya ofrecido a Temper su protección… No estoy
segura de que él se dé cuenta de que para mi amiga es un gesto
significativo. Temper está acostumbrada a ser juzgada y condenada, a no
contar con el beneficio de la duda.
—Ahora tienes que hacer acto de presencia en el Solsticio —interrumpe
Malaki—. Necesitarás demostrar a los otros reinos que sigues siendo un
aliado fiel. De lo contrario, esto podría señalar el inicio de una guerra.
Des se frota la cara. Por una vez, parece un rey cansado.
Presintiendo que tiene influencia sobre Des, el Señor de los Sueños da un
paso adelante.
—Si asistes al Solsticio y les demuestras que eres el mismo soberano que
has sido siempre, será de gran ayuda para enfriar las tensiones.
Des no dice nada durante un minuto, se limita a reflexionar sobre las
palabras de Malaki.
Esos ojos hipnóticos y plateados que tiene se encuentran con los míos.
Veo que se siente dividido entre protegerme y proteger su reino. La idea de
importarle tanto a alguien me sacude por dentro.
—No necesito que me protejas —le digo.
—De estas hadas puede que sí —murmura Des. Al final, de mala gana,
asiente—. De acuerdo, iré, todos iremos. —Sus ojos se pasean por la
habitación y aterrizan en Malaki, luego en mí, y entonces,
sorprendentemente, en Temper.
¿Ella también viene?
Temper parece complacida.
—Suena de puta madre. Considérame la sombra de esta —dice ella,
apuntando con la barbilla en mi dirección.
En ese momento, me impacta, me impacta de verdad: Des pretende
llevarnos a mí y a una hechicera temperamental a un lugar donde los
mortales son esclavos. Tendremos que respetar sus leyes arcaicas, leyes que
subyugan a los humanos.
Evito el impulso de tragar saliva.
¿En qué nos hemos metido?
18
—Chica, suéltalo sin rodeos, ¿qué coño está pasando? —pregunta Temper.
Estamos las dos en la suite para invitados que le han asignado. Al igual
que el resto del palacio del Reino de la Noche, esta habitación tiene un aire
marroquí, con puertas arqueadas, columnas cubiertas de azulejos y lámparas
colgantes.
Me apoyo contra la puerta.
—¿A qué te refieres? —pregunto.
Empieza a curiosear por la habitación.
—Parece que te sientes bastante cómoda aquí mientras dejas seco a tu
príncipe de las hadas.
Sí que me siento cómoda en este reino y con mi pareja, algo con lo que la
antigua Callie no se habría sentido tan relajada. A sus ojos, el Otro Mundo
era demasiado aterrador, y Des, demasiado voluble.
—¿Qué quieres que haga, Temper? Tú misma lo has dicho antes, no
puedo volver a la Tierra. —Me señalo las alas—. Soy un bicho raro.
Bicho raro . Esas palabras saben a mentira cuando abandonan mis labios.
Puede que sea por todas las cosas que he descubierto que puedo hacer,
quizá sea que en este reino todos se asemejan un poco a mí, o a lo mejor es
que el Rey de la Noche parece opinar que soy perfecta incluso con todos
estos añadidos. En algún momento, he decidido que diferente ya no es
sinónimo de malo .
—Hay formas de deshacer lo que te ha pasado —dice Temper.
Siento algo incómodo en el estómago. Deshacer la magia de Karnon…
¿Cuántas veces he deseado dejar de tener escamas en los antebrazos? ¿Que
mis uñas negras vuelvan a su habitual color rosáceo? ¿Que mis alas
desaparezcan?
Es una sensación familiar. Hubo un tiempo en el que deseaba huir de mi
carne y vivir en la piel de otra persona.
No hace mucho que he empezado a aceptar que quiero esta piel, con sus
imperfecciones y todo. Y Temper está sugiriendo que puedo deshacerme de
esas imperfecciones. Que debería hacerlo.
No espero sentirme herida por la oferta, pero sí lo estoy, aunque solo sea
un poco. Quiero que me acepte entera, como hace Des.
—No quiero deshacerlo —le digo.
Temper deja de curiosear para enarcar una ceja bien definida en mi
dirección.
—¿En serio?
Insegura, levanto una mano y la paso por el borde de una de mis alas
hacia delante, mientras las plumas oscuras e iridiscentes brillan. Suelto mi
ala y suspiro.
—¿Tanto te cuesta creerlo?
—Chica, tú y yo sabemos que no puedes volver a la Tierra tal como
estás. ¿No quieres volver a casa? Toda tu vida está ahí.
Una vida solitaria y vacía. No significa que quiera abandonarla, pero
tampoco quiero tener que cambiar para volver a ella.
Abro la boca para decírselo, pero me detengo. No voy a defenderme ante
Temper. Se supone que tiene que respaldarme, igual que hice yo con ella en
el pasado. Así ha funcionado siempre nuestra amistad.
Niego con la cabeza.
—Olvídalo. —Me giro para irme.
—Espera. —Se acerca de nuevo a mí y me agarra la muñeca—. Callie,
sabes que a mí solo me importa si te importa a ti. —Sus ojos marrones
cálidos buscan los míos—. Es solo que sé que no tenías ni putas ganas de
convertirte en mujer lobo cuando estabas con Eli, y ahora, después de estar
con otro tío durante tres segundos y medio, tienes pinta de hada.
La miro, exasperada.
—No he estado con él tres segundos y medio.
Me aprieta la mano un poco más fuerte, leyendo mi expresión.
—De acuerdo —dice, tomando una decisión—, tienes una larga y sórdida
historia con él. Es solo que no me gusta compartir a mi mejor amiga,
aunque el tío sea su pareja.
Y ahí está la verdad detrás de la inquietud de Temper: se siente
amenazada.
Durante el tiempo que hace que somos amigas, nadie se ha interpuesto
entre nosotras. Y hasta donde ella sabe, Des es el mismo tío que hizo que
acabara hastiada de los hombres, así que también es anti Des porque es leal.
Y aquí estoy yo, pidiéndole que deje atrás su ira y sus celos.
Es mucho pedir, y está dispuesta a intentarlo por mí. Libero mi mano de
su agarre para poder darle un abrazo.
—Te quiero, chalada —le digo.
Un segundo después, me rodea con sus brazos.
—Lo sé. ¿Cómo no ibas a quererme? He volado en pedazos un portal por
ti.
Justo ahí, en mitad del abrazo, me echo a reír.
—Sigo sin poder creerme que lo hayas hecho. Y la cara que ha puesto ese
hada… —digo, refiriéndome a su rehén. Es probable que ese tío necesitase
cambiarse los pantalones después de la experiencia.
—¿Te refieres a mi guía? —pregunta—. Le está bien empleado, por
cobrarme de más.
Ahora, ambas nos echamos a reír, y es muy retorcido, pero estamos un
poco mal de la olla.
Temper se separa y su risa se apaga.
—Vale, ¿dónde guardan el alcohol estas hadas? —pregunta, echando un
vistazo a la habitación—. Voy a necesitar empinar el codo si tengo que
quedarme en el puto Otro Mundo.
—Creía que te iban las hadas —le digo, entrando más en su habitación.
—Sí, cuando tenía diecisiete años. También me iba el pintalabios naranja.
—Se estremece al recordarlo, arrodillada frente al aparador situado en un
lado de la habitación—. ¡Ajá! —exclama al abrir sus puertas—. Bingo. —
Saca una botella con letras brillantes, la descorcha y huele el contenido.
Arruga un poco la nariz—. Uf, huele a pis de leprechaun, pero servirá.
Ni siquiera voy a preguntar sobre el comentario del leprechaun.
Bebe un trago directamente de la botella antes de ofrecérmela. La
rechazo con un gesto de la mano.
—Bueno —se deja caer en una recargada silla auxiliar—, Mal-a-ki. —
Alarga el nombre mientras mueve las cejas.
Gimo y me tiro en su cama.
—Nooo.
—¿No qué ? —pregunta en un tono un poco descarado.
Agarro una de sus almohadas y me la coloco debajo del pecho.
—Ya sé cómo van a ir las cosas: te lo vas a tirar, luego vas a joderla, y
luego estará de mala leche y lo pagará conmigo porque soy tu mejor amiga.
Me mira de reojo mientras toma otro trago de la botella.
—Te lo tendrías bien merecido, flacucha de mierda. Yo he tenido que
soportar a Eli desde que rompiste con él, y ese hijo de puta peludo ha sido
un hueso duro de roer, y ese doble sentido me ha salido solo.
Ups. Ahí tengo que darle la razón a Temper. Nuestro negocio,
Investigaciones de la Costa Oeste, subcontrata parte de nuestro trabajo a
Eli, un cazador de recompensas sobrenatural. Había asumido que nuestra
relación, o la falta de ella, no afectaría nuestro trabajo.
Está claro que me equivocaba.
—Entonces —continúa Temper—, ¿tiene novia?
—¿Eli? —me encojo de hombros—. No sabría decirte.
—No seas zorra, tú y yo sabemos que no hablo de Eli. Me refiero a
Malaki.
Pobre hada . Parece que verá mucho a Temper en los próximos días, lo
quiera o no. Es una auténtica fuerza de la naturaleza cuando se empeña.
—No tengo ni idea —le digo.
Ni siquiera sé si las hadas tienen novias. O novios. Parecen el tipo de
criaturas que te cortejan en vez de invitarte a una cita, y que tienen
prometidas en lugar de una relación. Y, por lo que parece, si eres un rey,
harenes . Reprimo un estremecimiento.
—Hum… —Temper le pega otro trago a la botella, completamente ajena
a los derroteros que ha tomado mi mente.
Mi necesidad de beber aumenta. Maldito sea Des por obligarme a
permanecer sobria. Un poco de alcohol me vendría bien para esta
conversación.
—¿El parche del ojo es de verdad? —pregunta.
Me limito a quedarme mirándola.
—Lo es, ¿verdad? —lo dice como si fuera una especie de gran revelación
—. Quiero ver qué hay debajo.
—¿Te han dicho alguna vez que estás gravemente perturbada?
—Dice la tía a la que le flipa follar con malotes. ¿Cómo es el Negociador
en la cama? Apuesto a que es un cochino de alto nivel.
Definitivamente me vendría bien algo de alcohol para mantener esta
conversación.
—Temper, no pienso contarte nada.
—¿Qué? Pero si siempre me lo cuentas.
Eso era cuando los hombres no importaban y era divertido reírse de
algunas de las situaciones sexuales en las que acababa metida.
Pero mi intimidad con Des… la siento diferente, sagrada.
—Es el mejor sexo que he tenido —admito con remilgos—, y eso es lo
único que voy a decir.
Temper me mira por encima de la botella.
—Jodeeer, y yo que creía que el tío era una mala influencia.
—Uy, sigue siendo una mala influencia —digo, mis ojos se vuelven
distantes.
Puede que Des sea mi alma gemela, pero sigue siendo el hombre que me
engaña para que salte de los edificios, que mata sin piedad y que utiliza el
sexo para cobrarse las deudas.
—Lo que tú digas.
Charlamos un poco más. Cuando el alcohol se le empieza a subir a la
cabeza a Temper, la meto en la cama y salgo de su habitación.
Dedico unos segundos más a cerrar su puerta en silencio.
—Tienes mucho que explicar.
Me tapo la boca para sofocar un grito. Apoyado contra la pared del
pasillo está Des.
Avanza hacia mí y, como una tonta, empiezo a retroceder. Cuando sus
ojos brillan como ahora, sé que está en el límite que separa la cordura y la
locura, la humanidad y la crueldad fae. Llega hasta mí en un instante y me
arrincona contra la pared.
—Intentémoslo otra vez —dice, mordisqueándome la oreja—. Tienes
mucho que explicar. —Mete una pierna entre las mías y se frota contra mi
centro con el movimiento—. ¿Quieres que empecemos por el hecho de que
desoíste las instrucciones que te di en el balcón, o con el hecho de que casi
consigues que te maten por enfrentarte a una hechicera cabreada?
Trago saliva con suavidad. Sabía que esto pasaría.
—Podría haber… —se le rompe la voz—. Podría haberte perdido —dice
con dureza—. Si hubieras salido herida… ni siquiera habría tenido tiempo
de administrarte el vino de lilas.
Ahora es donde me disculpo por asustarlo y le agradezco su fe en mí.
Solo que no tengo la oportunidad.
Des ladea la cara hasta que el hábil y astuto Negociador me devuelve la
mirada.
—O tal vez —continúa—, deberíamos saltarnos las explicaciones y pasar
al pago.
¿El pago?
De repente, ya no me tiene arrinconada contra la pared. Levanta primero
una de mis piernas, luego la otra y hace que le rodee la cintura con ellas.
—Des… —digo, empezando a ponerme nerviosa.
¿Qué es exactamente lo que tiene en mente?
Echa a andar mientras me sostiene contra él.
—Vamos a intentar otra vez lo de hacer caso de las órdenes: esta vez,
cuando te las dé, las seguirás.
Lo miro con los ojos entornados.
—¿Qué estás planeando?
La mirada que me echa es oscura y ardiente.
—Enseguida lo verás, querubín. —Avanza por el pasillo y recorre otro
mientras me mantiene atrapada en sus brazos.
No me molesto en intentar alejarme, sobre todo porque sé que él quiere
que lo haga, y también porque la última vez que intenté escabullirme de
esta misma situación, usó su magia conmigo.
Así que dejo que me lleve en volandas. No es que sea un peso pluma. Si
quiere agotarse, cargándome, por mí adelante.
Al cabo de un rato, abre un conjunto de puertas dobles de una patada y
llegamos a uno de los muchos balcones del palacio.
El aire fresco de la tarde sopla en mi espalda, revolviendo mis plumas y
mi cabello.
—Si me tiras por el balcón… —advierto.
No espera a que termine mi amenaza. Un segundo estamos en tierra firme
y, al siguiente, nos catapultamos en espiral hacia el cielo mientras sigo en
sus brazos.
Entendido, o sea que Des no planea arrojarme desde un balcón… sino
dejarme caer desde el cielo.
Solo que no me suelta.
Lo miro a los ojos, ninguno de los dos aparta la mirada.
—¿Ahora qué? —pregunto.
Le brillan los ojos.
Justo en este momento, siento que mi ropa se afloja, tal como hizo en
Lephys.
¿Qué…?
Básicamente, mi atuendo feérico se despega de mi cuerpo. Suelto un
chillido e intento retener los últimos vestigios de mi ropa. No sirve de nada;
se desliza entre mis dedos como granos de arena.
Menos mal que ya había guardado mis dagas; de lo contrario, el pequeño
regalo de Des habría desaparecido hace mucho rato.
Miro hacia abajo y veo que la tela brillante cae sobre Somnia. Ya estamos
demasiado alto para ver dónde aterriza.
La noche acaricia mi piel desnuda. Siento como si estuviera nadando sin
nada puesto, es una sensación extraña y nueva y no del todo desagradable.
Me avergonzaría de estar tan expuesta, salvo porque estamos muy arriba y
la noche es demasiado oscura para que nadie nos vea.
Me giro hacia Des, con la piel desnuda. Al igual que la mía, su ropa ha
desaparecido hace rato. Le paso una mano por el bíceps y trazo con el
pulgar uno de sus brazaletes de guerra.
Nos deslizamos entre una capa de nubes tenues y la niebla aguijonea mi
carne. Son las nubes las que hacen que recuerde la primera vez que volé,
cuando Des señaló a las parejas ocultas en la oscuridad, todas ellas
entrelazadas en un abrazo de amantes.
Se me entrecorta la respiración cuando me doy cuenta de lo que Des
pretende hacer. Lo que pretende que ambos hagamos.
Por supuesto, el Rey de la Noche, el hombre que gobierna sobre el sexo y
el sueño, sobre la violencia y el caos, pretende tomarme aquí, donde solo
las estrellas y la inmensidad del universo serán testigos.
—Te dije que tenía muchas, muchas exigencias —dice, leyéndome la
mente. Habla en tono suave mientras nos desplazamos por el cielo, con el
pelo agitado por la suave brisa.
Mientras habla, siento cómo su magia se instala a nuestro alrededor. No
es agresivo o incómodo como puede serlo a veces. Más bien, siento que me
estoy bañando en la esencia de Des: sombras y rayos de luna.
Despacio, desliza las manos por mi espalda. Es como la caricia de un
escultor, moldeándome de una forma agradable. Las desliza por debajo de
la parte posterior de mis muslos.
Entrelazo las manos alrededor de su cuello y juego con las suaves puntas
de su pelo.
—Creía que querías que siguiera tus instrucciones —le digo en un
susurro.
Levanta mi cuerpo unos pocos centímetros y luego me desliza sobre él.
Entreabro los labios mientras lo miro y mi piel empieza a brillar. Parezco
otra estrella más en el cielo cuando nuestros cuerpos se encuentran.
—En efecto —dice, acariciándome la mejilla—, pero he descubierto que
te prefiero un poco indomable también.
Después de eso, empezamos a movernos, nuestros cuerpos no tardan en
alcanzar un ritmo febril. Y pasamos la noche como dos amantes más
escondidos entre las nubes.
19
Al día siguiente, volvemos al patio de entrenamiento, yo un poco desaliñada
después de la noche que he pasado, Des tan magnífico como siempre.
Si creía que después de la intimidad de anoche el Negociador sería
misericordioso conmigo hoy, entonces creía mal.
Agarro bien mis dagas nuevecitas mientras me siento la mayor aficionada
del mundo al ver a Des lanzarse sobre mí.
—Bloquea, bloquea —gruñe mientras comienza su ataque.
Subo los brazos tarde y lo detengo a duras penas.
—Mi flanco está al descubierto, Callie —dice.
—¿Cómo voy…?
Gira para alejarse de mí y de repente siento que apoya la espada contra
mi cuello.
—¿Cuántas veces te he matado hoy? —pregunta, su aliento cálido contra
mi mejilla.
—Veintitrés. —Me ha obligado a contar. Como si no me sintiera ya una
soberana mierda por mi falta de habilidades de combate.
Chasquea la lengua.
—Puedes hacerlo mejor.
No quiero hacerlo mejor. Quiero volver al palacio, buscar las cocinas
reales, saquearlas en busca de dulces y echarme una siesta larga y
agradable.
Pero he llegado a la conclusión de que los deseos son unos cabroncetes
que siempre te muerden el culo, al menos, si te los concede el Negociador.
Des ataca y me arranca una de las dagas de la mano. El metal repiquetea
contra el suelo.
Bueno, en serio, se me da tan mal que está empezando a molestarme.
—Tu arma es una extensión de tu brazo —dice Des mientras empieza a
rodearme—. Igual que no dejarías que nadie te cortara la mano, no dejes
que nadie te separe de tu arma.
Me agacho para recuperar mi daga caída y a duras penas evito el arma de
mi pareja mientras ruedo fuera de su trayectoria.
—Por fin, mi sirena muestra algo de potencial.
—Lo que daría por que te estuvieras callado —murmuro.
Por mucho que adore su voz, hay algo particularmente desagradable en
recibir instrucciones de alguien con quien te acuestas.
—¿Me darías algo? —pregunta, con aspecto de estar intrigado—.
Querubín, siempre estoy abierto a ese tipo de tratos.
Detrás de Des, Malaki y Temper salen del palacio y tuercen a la derecha,
hacia nuestro campo de entrenamiento. Nunca me he alegrado tanto de
verlos. Seguro que esto pone fin al entrenamiento por hoy.
De repente, la punta de la espada de Des me presiona el esternón, sus
intensos ojos plateados fijos en mí.
—No apartes la mirada de tu enemigo ni por un segundo.
—Temper y Malaki están aquí —le digo, señalándolos con la cabeza.
—Bien —dice, sin alejarse de mí—. Quizá puedas impresionarlos con tu
habilidad.
—¿No vamos a parar?
De repente, la presencia de Temper resulta mucho menos bienvenida. No
quiero que todo el mundo sea testigo de cómo me dan una paliza. Tengo
una reputación que mantener. Y también hay que considerar lo que queda
de mi dignidad. Me gustaría conservarla.
Por encima del hombro de Des, distingo a mi amiga echándole a Malaki
miraditas de fóllame .
Des me barre los pies del suelo. Aterrizo sobre la cadera y las armas se
me escapan de las manos y caen al suelo con un repiqueteo.
—Concéntrate —gruñe.
Cualquiera pensaría que un tío que anoche mojó varias veces estaría de
mejor humor.
Me apresuro a recuperar mis dagas justo cuando asesta una patada a una
y la aleja de mí.
A la mierda con esto. En serio.
—Venga, zorra —dice Temper—, sé que puedes hacerlo mejor.
La fulmino con la mirada, pero no sirve de nada. Ya no me presta
atención, sino que se ha inclinado hacia Malaki para susurrarle algo que lo
hace reír. Estoy bastante segura de que también es a mi costa.
El Negociador me da en el trasero con su arma, cosa que me pone
furiosa.
—Si no te gusta la forma en que me dirijo a ti, demuéstramelo.
Agarro con fuerza la daga que me queda y arremeto. La punta de mi arma
corta el cuero que cubre las pantorrillas de Des.
Hace una pausa y su mirada desciende hacia el desgarro en su equipo de
protección. De repente, una sonrisa se extiende por su cara.
—¡Bien hecho! —exclama, enfundando su arma—. Todavía puedo hacer
de ti toda una guerrera. —Alcanza mi mano—. El entrenamiento ha
terminado oficialmente por hoy.
Miro su mano con escepticismo antes de dársela, medio pensando que se
trata de otro truco. Pero no lo es. Parece que puedo acabar pronto de
entrenar si hago progresos. Punto para mí.
—Noooo, ¿habéis acabado ya? —pregunta Temper, acercándose con
Malaki.
Como si le preocupara siquiera que yo termine de entrenar o no. Solo se
siente decepcionada por que su cita improvisada con el Señor de los Sueños
vaya a llegar a su fin dentro de nada.
—No hay razón para parecer tan triste, Temper —dice Des—. Tengo
planes para las dos.
¿Para nosotras dos?
Le echo una mirada inquisitiva mientras siento un incómodo nudo en el
estómago.
—Vais a pasar el día preparándoos para el Solsticio.

—Vaya puta mierda —me dice Temper.


Estamos encerradas en el taller de la modista real mientras una serie de
hadas nos toman medidas y sostienen muestras de tela delante de nuestras
caras. El aire resulta espeso por el aroma a sándalo y el aceite que están
quemando.
Ya nos hemos hecho las uñas —o, en mi caso, las garras— y nos han
arreglado el pelo.
—Y lo digo de verdad, vaya puta mierda.
El hada que la está midiendo resopla.
Apenas logro contener una sonrisa ente el desdén absoluto de Temper.
—Creía que te gustaba arreglarte —digo. Dios sabe que Temper siempre
tiene comentarios que hacer sobre las mejoras que podría incorporar a mi
propio guardarropa.
—Sí, me gusta cuando lo hago yo misma. Solo tardo cinco minutos y, lo
más importante, no tengo que quedarme en bragas mientras un hada
cualquiera me toquetea. ¡Ay! —grita cuando dicha hada le clava un alfiler
—. Oye, zorra, ¿lo has hecho a propósito? —Fulmina al hada con la mirada.
—A lo mejor si dejarais de moveros… —dice la mujer.
—Llevo aguantando una hora. No soy una puta estatua.
Otra hada intercede.
—Mi señora, lamentamos mucho las molestias. Estamos trabajando lo
más rápido que podemos.
Temper ignora a la segunda hada.
—Vuelve a pincharme y te haré picadillo, duendecita —le dice a la
primera.
La sastre que se encarga de mí me da unas palmaditas en el brazo.
—Hemos terminado —susurra, dejándome bajar del pedestal en el que he
estado subida.
—Ni hablar, joder —grazna Temper cuando ve que he terminado—. ¿En
serio? ¿Has acabado antes que yo? No es justo. Ni siquiera soy una parte
importante de esta fiesta del Solsticio.
—Cálmate, Temper —le digo, dirigiéndome hacia donde hemos dejado
nuestras cosas—. Terminarás enseguida, y voy a quedarme justo aquí.
—En realidad, mi señora —interrumpe la modista—, el rey ha solicitado
que os reunáis con él cuando hayáis terminado.
—No vas a dejarme sola —ordena Temper.
Me encojo de hombros y recojo mis cosas.
—Son órdenes del rey —le digo—. No puedo desobedecerlas. —Me
dirijo a la puerta.
—Callie…
Salgo del taller de la modista antes de que pueda terminar de presentar
sus exigencias.
¿Me siento mal por escapar de Temper? No tan mal como me siento por
las hadas que tienen que terminar de atenderla. Puede ser una auténtica
dragona cuando quiere.
Fuera, me espera un soldado.
—Mi señora. —Hace una reverencia—. Estoy aquí para escoltaros hasta
al rey.
Casi pongo los ojos en blanco por tanta pompa.
Nos abrimos paso por los terrenos del palacio y nos dirigimos a una de
las torres. El soldado se detiene ante una puerta de madera muy
ornamentada y soldada con accesorios de bronce.
Llama dos veces, me hace otra reverencia y se pone en posición de
firmes contra la pared del pasillo.
La puerta se abre en silencio y entro. Es otra biblioteca: una biblioteca en
la torre, a juzgar por las paredes curvas repletas de libros. Varias mesas
ocupan el centro de la estancia, y en una hay una pila de tomos, un lienzo
pintado a medias y un conjunto abandonado de pinturas y un pincel.
Pero no veo al Rey de la Noche.
Me dirijo a la mesa y mis pisadas resuenan por toda la habitación.
Levanto el lienzo con curiosidad. Al principio, lo único que distingo es la
curva de una cintura, el hueco de un ombligo y los inicios de un pezón
oscuro. Pero luego me fijo en que el antebrazo yace lánguidamente cerca de
la esquina de la pintura, identificable por sus hileras de escamas doradas.
Casi dejo caer el cuadro.
Soy yo. Desnuda . Es verdad que no aparece mi cara, pero no es
necesario. Solo conozco a una persona con escamas en el antebrazo: yo.
Es obvio que esto es obra de Des.
Examino la pintura otra vez y, Dios mío, ¡eso es mi pezón! Mi pezón .
Estaba pintándolo cuando lo han llamado y ha tenido que alejarse de su
trabajo.
Y el muy cabrón ni siquiera está aquí para que le cante las cuarenta.
Mi mirada aterriza sobre los botes de pintura. Siguiendo un impulso,
agarro el pincel y lo sumerjo en un bote que contiene pintura negra. Una
vez que lo he empapado, empiezo a pintar sistemáticamente el cuadro.
¿Me siento culpable por arruinar una obra de arte?
No tan culpable como me siento por haber abandonado a Temper, es
decir, que no me siento culpable en absoluto.
Cuando termino, me aparto del lienzo húmedo. Ahora tengo las manos
manchadas de pintura negra.
Satisfecha por mi propio método de venganza, paso del cuadro a la pila
de libros. En la parte superior veo una nota.
Callypso, por si os interesa saber un poco más sobre el Solsticio.
JEROME
Tardo un momento en ubicar el nombre, pero al final lo consigo. Jerome
es el bibliotecario al que conocí hace una semana.
Siento curiosidad por los libros que ha elegido para mí, así que cojo el
primero de la pila y lo pongo sobre la mesa. Me siento en una silla y lo
abro.
Antes de poder mirar la página del título o el índice, las hojas empiezan a
pasarse solas hasta que llegan a un capítulo titulado «Solsticio».
Leo por encima la primera página, y luego la siguiente… y la siguiente.
Me pierdo en las palabras, mi curiosidad sobre el festival no hace más que
crecer cuanto más aprendo.
Por lo que dice este capítulo, el Solsticio es una reunión de los cuatro
reinos principales —Noche, Día, Flora y Fauna— que se celebra durante la
semana que rodea al día más largo del año. Es una celebración de
renovación organizada en el Reino de la Flora y su propósito es celebrar la
regeneración de la vida. Las rivalidades amargas y las viejas rencillas se
dejan de lado durante esta semana para que los cuatro reinos puedan
reunirse, discutir los asuntos de los reinos y deleitarse juntos.
Al parecer, según una nota al margen que he encontrado en uno de los
libros, no asistir al Solsticio es un tabú bastante gordo, motivo por el cual
Malaki perseguía tan obstinadamente a Des para que asistiera.
En cuanto termino el capítulo, el libro se cierra solo.
Vaaaaale.
Cojo el siguiente libro de la pila. Este habla sobre el Reino de la Flora. Al
igual que el anterior, se abre solo por una página específica. En ella veo una
pintura de una mujer preciosa con el pelo rizado y rojo como el fuego, ojos
verdes y unas enredaderas con amapolas rojas como la sangre enrolladas en
el brazo.
Mara Verdana, reza la descripción de debajo, la Reina de la Flora, y su
rey consorte, el Hombre Verde.
Vuelvo a contemplar la imagen mientras la sorpresa inunda mis rasgos.
¿Hay una segunda persona en la foto? Pero ahora que me fijo, sí la hay, solo
que se camufla con el follaje verde del fondo. Al lado de la Reina de la
Flora hay literalmente un hombre verde, cuya piel es de un tono suave de
ese color, su pelo y su barba de una tonalidad más oscura y salvaje. En sus
ojos detecto un brillo travieso.
Me quedo mirando la imagen durante mucho rato. Mara Verdana es todo
colores brillantes y vívidos, como una flor en su mejor momento, mientras
que el Hombre Verde es el matorral y la hierba salvaje en descomposición
—todos los tipos de plantas que son pasadas por alto y subestimadas—.
Estos son los soberanos que organizarán el Solsticio. Los mismos que
esclavizan a los humanos.
Ese pensamiento me inquieta mucho, en especial porque estos dos no
parecen malvados o injustos. Igual que mi padre no parecía un hombre que
abusaría de su hija.
Aparto el libro.
¿Dónde está Des?
Me doy cuenta de que llevo esperándolo casi media hora y que todavía
no ha aparecido. Distraídamente, doy vueltas y más vueltas al brazalete que
llevo en la muñeca. Bajo la mirada hacia las cuentas cuando se me ocurre
algo.
No tengo por qué esperarlo si no quiero. Tiene una tarjeta de
presentación que es particularmente efectiva.
—Negociador —digo a la habitación vacía—, me gustaría hacer…
—¿El amor? —La voz de Des es como un whisky escocés suave cuando
su aliento me roza la mejilla.
Lo miro por encima del hombro. Su cuerpo es un atractivo muro de
músculos que me tapa la vista de las filas de libros que tenemos detrás.
Apoya un brazo pesado en el escritorio y baja la mirada hasta mi boca.
—Porque si eso es lo que deseas, querubín, me sentiría más que feliz de
complacerte. —Parece encantado de verme, los ojos le brillan. Casi me
siento mal por ser impaciente.
—¿Por qué me has traído aquí? —pregunto, echando un vistazo a la
habitación.
—He supuesto que querrías saber más sobre el Solsticio.
Me quedo mirándolo durante un instante.
—A veces es asombroso lo bien que me conoces.
—Soy el Señor de los Secretos. —Su mirada aterriza en la pila de libros
restantes—. Ni siquiera has llegado a los libros con la información
verdaderamente jugosa —señala.
Sus ojos pasan de la pila de libros a su lienzo, que ahora está todo negro.
Suelta un jadeo.
—Eres muy, muy traviesa —dice mientras curva los labios en una
sonrisa. Chasquea los dedos y el lienzo avanza hacia delante. Lo coge en el
aire y estudia la imagen dañada—. ¿Estás probando suerte con la pintura?
—pregunta, con una ceja enarcada.
—Me estabas pintando —lo acuso.
¿Esperaba hacerlo sentir culpable? Si es así, estoy ladrándole al árbol
equivocado.
Suelta la pintura.
—Ya sabes que la censura es la muerte de la creatividad.
—Me da igual.
Des acerca la cara a la mía.
—A juzgar por tus gemidos de anoche, creo que sí valoras la creatividad,
en todas sus formas.
Siento que me ruborizo. Vuelvo a mirar la pila de libros.
—¿Cuándo partimos para el Solsticio? —pregunto.
—Mañana.
Casi me caigo de la silla.
—¿Mañana?
Visto así, la insistencia de Malaki tiene sentido. Eso sí que es tomar una
decisión en el último minuto.
Des retira la silla que hay a mi lado, se sienta y sube los talones a la
mesa. Cuando cruza los brazos sobre el pecho, sus brazaletes de guerra
captan la luz.
—Si hubieras leído los libros, no te sorprendería tanto.
—Ni siquiera sé qué día es —le digo. No es como si el reino nocturno
tuviera calendarios colgados por todo el palacio—. O, para el caso —
continúo—, cuántos días hay en un año del Otro Mundo.
—Los mismos que en el tuyo.
Dejo escapar un suspiro exasperado.
—Ese no es el tema.
—Estamos a diecisiete de junio —dice Des.
—Tampoco me refiero a eso.
Me dedica una mirada indulgente. Con un giro de muñeca, uno de los
libros se separa de la pila, flota en el aire y aterriza en las manos extendidas
de Des. Lo miro con curiosidad.
—¿Qué estás haciendo?
—Es la hora del cuento, querubín —dice—. Tú quieres respuestas y yo
me siento particularmente indulgente, así que, por hoy, le daré la comida
bien mascada a esa boquita pecaminosa que tienes.
Frunzo los labios, lo que solo hace que Des me agarre la mandíbula y me
bese antes de volver a centrarse en el libro.
Abre la tapa, y las páginas empiezan a pasarse a toda velocidad.
—Ah, sí —dice cuando las páginas se asientan—, una breve historia de
los cuatro reinos —lee.
Comienza a narrarme el capítulo, poniendo acento cockney londinense
porque sí mientras me explica las viejas rivalidades entre Flora y Fauna,
Noche y Día. Me quedo mirándolo fijamente, completamente hipnotizada
por su voz y carisma.
—… cada uno lucha por la frontera que cree que es suya, a pesar de que
la Gran Madre y el Padre establecieron que la tierra, el mar y el cielo
pertenecían a todas las criaturas fae. La codicia se sembró en los albores del
tiempo, y con el paso de las estaciones, ha arraigado en los corazones de las
hadas.
Lo que debería haber sido una lectura aburrida cobra vida gracias a la
narración de Des. Uno por uno, avanza por los libros restantes, imitando
varios acentos en el proceso, a veces es irlandés o ruso, otras veces, alemán
o francés, y una vez —para mi absoluto deleite— se hace pasar por una
niña pija.
Des tenía razón: algunos de los libros que me lee luego no necesitan una
narración fantasiosa en absoluto, son bastante más atractivos que las
lecturas anteriores.
Gracias a esos tomos me entero de que el padre del Rey del Día tenía un
harén formado por hombres; que se consideró un milagro que engendrara a
Janus, el actual Rey del Día, y a su hermano gemelo, ahora fallecido, Julios.
O que Mara Verdana, Reina de la Flora, no era la heredera, sino su
hermana mayor, Thalia. Sin embargo, antes de que ascendiera al trono,
Thalia se enamoró de un hechicero itinerante que se hacía pasar por
trovador. Hechizó a Thalia para que creyera que eran almas gemelas y ella
le cedió gustosa la mayor parte de su poder. Aquello casi destrozó el reino.
Al final, el hechicero fue ejecutado, y Thalia, que nunca se recuperó de
aquel mal de amores, se quitó la vida con su propia espada.
Me tenso cuando el libro pasa a hablar del Reino de la Fauna y, más
específicamente, sobre Karnon. Por lo que parece, según el autor del texto,
era un joven tierno.
—El miedo se agitó en el pecho del reino. Las almas amables constituyen
pobres monarcas, sobre todo en un reino de bestias —dice Des.
Sin darme cuenta, me acaricio con el pulgar las escamas de los
antebrazos.
—Pero Karnon creció y se convirtió en alguien tan amable como fuerte,
de la misma forma en que un oso podría ser tierno con sus crías, pero
agresivo con los extraños. Bajo su gobierno, la verdadera armonía se instaló
en un reino que había librado muchas guerras civiles a lo largo de los siglos.
Des cierra el libro. Paseo la mirada entre el objeto y mi pareja.
—Espera, ¿ya está? —digo—. ¿Eso es todo lo que dice sobre él? ¿No hay
nada sobre su locura?
—Su locura es demasiado reciente para estar incluida en un libro tan
antiguo.
—¿Cómo puede alguien decir que era un buen soberano? —pregunto—.
Violó y encarceló a muchas mujeres.
—Callie —dice Des con suavidad—, tú y yo sabemos que los monstruos
no nacen, se hacen.
Sé que es cierto, pero en este momento, saboreo algo amargo en el fondo
de la garganta.
—La historia debería recordarlo tal como era. —Toqueteo una de mis
escamas, las palabras del libro introduciéndose bajo mi piel.
—Lo hará.
El calor de mi ira se apaga un poco al oír las palabras de Des, pero no
puedo quitarme la imagen de los ojos enloquecidos de Karnon de la cabeza.
«Pajarillo precioso», resuena su voz en mis recuerdos.
Ahora que pienso en él, el misterio que se supone que estoy resolviendo
burbujea de nuevo hasta la superficie.
Karnon no es el único culpable. Por ahí hay alguien más haciéndoles
quién sabe qué a los hombres desaparecidos.
Y en cuanto al Rey de la Fauna, ¿qué sucede con él y con su oscuro
corazón? ¿Qué ha sacado nadie de su muerte?
Las mujeres siguen dormidas y sus hijos siguen aterrorizando al resto de
hadas. Fuera cual fuera el hechizo oscuro que empleó Karnon, su muerte no
lo ha anulado.
—¿La muerte deshace los hechizos? —le pregunto a Des.
Examina mi expresión, probablemente tratando de descubrir hacia dónde
vaga mi mente. Hace solo unos segundos, podría haber llevado una
antorcha y una horqueta.
—Sí —responde por fin.
—La muerte de Karnon no ha deshecho el hechizo.
—No, no lo ha hecho —coincide.
Volvemos al punto en el que estábamos hace más de una semana, cuando
miré a los ojos a esos niños del ataúd y no vi evidencias de la paternidad de
Karnon.
Solo ahora que sé que hubo más de un perpetrador y oigo hablar sobre la
gentil disposición del Rey de la Fauna…
¿Y si Karnon no estuviera detrás del hechizo oscuro?
La mera idea de liberar a Karnon de alguna culpa me provoca náuseas.
Dejo atrás mi odio y todos los recuerdos retorcidos de mi tiempo como
cautiva e intento verlo con una perspectiva más objetiva.
En mis visitas al Rey de la Fauna, siempre parecía haber dos Karnons,
uno salvaje y extrañamente gentil, y otro calculador y siniestro. Al primero
le gustaba acariciarme la piel y susurrar sobre alas y escamas, el segundo
me metía magia oscura a la fuerza por la garganta. Karnon podía pasar de
una versión de sí mismo a la otra en un instante, como quien se pone o se
quita un abrigo.
Puede que me inquietara el Karnon salvaje, el rey extrañamente tierno
que seguía estando muy loco, pero el Karnon siniestro me daba miedo: era
cruel y coherente.
Asumí en todo momento que esas dos personalidades pertenecían al
mismo hombre, pero a lo mejor… a lo mejor estaba sucediendo algo más.
¿Podría ser posible que Karnon no tuviera dos personalidades diferentes,
sino que se tratara de dos seres diferentes ocupando espacio dentro de un
mismo cuerpo? Puede que Des matara al hombre primitivo y salvaje que me
dio escamas y garras, pero no al que estaba intentando someterme con su
magia oscura…
Apenas puedo seguir el hilo de mis propios pensamientos, sobre todo
porque la idea de dos seres diferentes residiendo en un mismo cuerpo me
parece bastante imposible.
Pero imposible no es un término al que se adhieran las hadas.
Bajo la mirada y contemplo mis escamas y garras. Joder, estos rasgos
deberían ser imposibles. La gente no suele experimentar una transmutación
como la mía.
Cuanto más rato contemplo mis atributos animales, más se abre camino
otro pensamiento traicionero. Las escamas, garras y alas son características
de las sirenas. Incluso cuando las odiaba, mi sirena no lo hacía. Se sentía
más poderosa que nunca. Y el hombre que sacó a relucir estos rasgos en mí
no fue el rey que intentaba inocularme su magia, sino el que me acariciaba
la piel y murmuraba cosas sin sentido sobre mis alas latentes.
Siento que mi respiración se ralentiza.
—¿Qué? —pregunta Des, leyendo mi expresión.
Lo miro.
—¿Y si… y si Karnon no estuviera intentando castigarme ese día en su
salón del trono? ¿Y si —no me puedo creer que esté a punto de decir esto—
estaba intentando salvarme?
Es una idea perturbadora.
Des se inclina hacia delante, baja los pies de la mesa y apoya los
antebrazos en sus muslos.
—Explícate —ordena.
—Ese día, estaba a punto de morir. Podía sentirlo. —Estoy reorganizando
mentalmente todo lo que sucedió para adaptarme a esta nueva posibilidad
—. Karnon me transformó y por poco me mata, pero también te llevó hacia
él. ¿Y si sabía lo que estaba haciendo? ¿Y si sabía que había algo mal en él?
¿Qué pasa si te atrajo deliberadamente?
Des me mira entornando los ojos.
—No te sigo.
Me paso las manos por el pelo. Mi mente es un revoltijo de ideas.
—Siempre me pareció que había dos versiones de Karnon, pero ¿y si no
había dos versiones de él? ¿Y si había una entidad completamente separada
dentro de él?
De acuerdo, decirlo en voz alta suena mucho más ridículo que en mi
cabeza.
Des se echa hacia atrás.
Pasan los segundos. No dice nada, y estoy empezando a pensar que mi
teoría es una porquería.
—¿Crees que esa es la razón de que el hechizo no se haya anulado? —me
pregunta—. ¿Que algo o alguien más vivía dentro de Karnon y escapó
cuando murió?
Visto así… me encojo de hombros, vuelvo a sentirme como una
adolescente ingenua. No sé una mierda sobre la magia fae y sus límites.
Vacilante, Des asiente y frunce el ceño.
—Es posible.
No sé si me siento más aliviada o asustada por que se muestre de
acuerdo. Porque, por un lado, me alegra que no crea que estoy loca, pero
por otro… Si lo que sugiero es cierto, entonces hay una criatura fae
malévola que puede saltar entre cuerpos… y sigue ahí fuera.
Cazando, matando, viviendo .
20
Al día siguiente, el palacio es un hervidero de actividad. A lo largo y ancho
de los terrenos reales hay hadas que parecen estar limpiando, preparando y
haciendo el equipaje, supongo que todo en honor al Solsticio.
—¿Qué mierda está pasando? —dice Temper cuando saca la cabeza de su
cuarto y ve a las hadas corriendo por los pasillos. Va bastante despeinada y
parece que ha dormido muy poco.
La escudriño un poco más.
—¿Qué estuviste haciendo anoche…?
—¿Te refieres a cuando me abandonaste y me echaste a los lobos? —
Sacude la cabeza—. Eso fue un golpe bajo.
Pongo los ojos en blanco. Si hay algún lobo aquí, esa es Temper.
—¿Mataste a alguien? —pregunto.
—No, pero a esa desagradable que me estaba midiendo le regalé unas
puntas abiertas y caspa.
De Temper hay que aprender cómo ser cruel y original. Cuando
estábamos en el instituto, tenía un cuaderno lleno de ideas arteras para
pequeñas maldiciones.
—Temper, solo estaba haciendo su trabajo.
Mi amiga resopla.
—Me estaba clavando agujas como si fuera una muñeca de vudú. Me
entraron ganas de decirle que mi familia inventó las muñecas de vudú. En
fin… —Vuelve a mirarme—. ¿Qué está pasando? —Echa un nuevo vistazo
al concurrido pasillo.
—El Solsticio —le explico.
—¿Qué pasa con él? —Reprime un bostezo.
—Empieza hoy.
—¿Qué ? —grazna.
—Nos vamos en… —Voy a coger mi móvil antes de recordar que
estamos en el maldito Otro Mundo, donde la tecnología no existe. Si quiero
saber qué hora es, voy a tener que aprender a leer las estrellas.
Vaya mierda.
—Nos vamos enseguida.
—¿Cómo de pronto es enseguida?
Me encojo de hombros.
—Yo voy a cambiarme ahora.
—¿Cambiarte? ¿Qué te vas a poner? —Temper está echando un vistazo a
la habitación, como si la ropa fuera a materializarse de la nada.
—Un saco de harina. Ropa, ¿tú qué crees? —Empiezo a alejarme—.
Tengo que irme. Prepárate y quedamos en el patio.
Deja escapar un gruñido frustrado y cierra su puerta.
Vuelvo a los aposentos de Des, sintiéndome extrañamente nerviosa por la
semana que tengo por delante. Por todo lo que he aprendido sobre el
Solsticio, habrá bailes y reuniones y cháchara, y ninguna de esas cosas me
atrae. Y luego está el hecho de que voy a tener que codearme con hadas que
creen que los humanos no son más que mano de obra esclava.
Va a ser divertidísimo.
Cuando vuelvo a entrar en la habitación de Des, hay una caja
esperándome en la cama, con mi nombre garabateado en letras con muchas
florituras.
Dudo solo un instante y levanto la tapa. Dentro hay un vestido diferente a
todo lo que he visto antes. No soy especialmente femenina, pero sé apreciar
la ropa bonita, y esa palabra se le queda corta.
El material pálido brilla —brilla — de un tono azul claro. El escote
ribeteado con encaje dibuja una profunda V. Paso los dedos por la tela y
descubro que es increíblemente suave y bastante delicada. Junto al vestido
hay dos enredaderas en flor que también desprenden el mismo brillo pálido
que el vestido.
Des sale del baño en este instante, jugueteando con su propio atuendo,
que, como el mío, está hecho del mismo material luminoso.
Está muy lejos del rey que estoy acostumbrada a ver, el que viste con
pantalones ajustados, botas hasta la rodilla y una camiseta que se abraza a
sus anchos hombros y su cintura estrecha. Como colofón, lleva su brazalete
de bronce martillado.
Antes de verlo, habría asumido que un atuendo semejante haría que Des
pareciera menos peligroso, pero, en cambio, sirve para acentuar sus ojos
rasgados y las líneas dolorosamente atractivas de su mandíbula y sus
pómulos.
Este es el monstruo sobre el que me advirtieron todos esos cuentos de
hadas. Un hombre demasiado guapo para ser real, uno que sale en las
noches oscuras para secuestrar a doncellas rebeldes.
—¿Te gusta? —pregunta.
Asiento como una tonta, pensando que se refiere a sí mismo, hasta que
me doy cuenta de que está señalando el envoltorio.
Devuelvo la atención al vestido, no sin antes fijarme en que esboza una
sonrisa de medio lado.
—Es… impresionante —le digo, contemplando mi propio conjunto. Y lo
digo en serio. Froto la tela luminiscente entre los dedos—. ¿Qué es?
—Luz de luna hilada —dice Des, que parece complacido por mi
reacción.
—¿Luz de luna? —repito. Intento hacerme a la idea de que, en el Otro
Mundo, esto es perfectamente normal—. ¿Y puedo ponérmelo?
Vuelve a esbozar una media sonrisa.
—Esa es la idea, querubín. —Se acerca y me retira el pelo de la cara con
una caricia—. He esperado años para verte vestida como visten las reinas de
mi mundo —dice.
Toco las solapas de su traje.
—A veces se me olvida que eres un hada —admito.
Es ridículo pensar que me pasa algo así. En Des no hay nada
particularmente humano, pero su naturaleza me desarma tanto que me
olvido. Solo ahora, cuando lo veo vestido con su atuendo fae, lo recuerdo.
—Lo sé —dice con suavidad.
Hay muchas cosas implícitas en esas dos palabras. No es la primera vez
que desearía que compartiera algunos secretos más.
Me alejo de él.
—¿Me ayudas a ponerme el vestido? —Ahora que tengo alas, vestirse es
una lucha constante.
Desliza las manos por mi espalda. En respuesta, la ropa que llevo cae por
mi cuerpo y me deja en bragas. De todos los trucos de magia de Des,
empiezo a pensar que este es uno de sus favoritos.
Mi vestido sale volando de la caja y flota hasta quedar sobre mi cabeza.
De repente, se desliza hacia abajo, la tela cae en cascada sobre mi cuerpo
como si fuera agua. Ni siquiera necesito levantar los brazos, se asienta
perfectamente sobre mí.
Des pasa las manos sobre el encaje que me cubre los brazos.
—Cuéntame un secreto —le digo suavemente.
—Serás codiciosa. —Escucho la sonrisa en su voz—. No estarás
satisfecha hasta que conozcas todos mis secretos.
Sonrío un poco, sobre todo porque lo que dice es cierto. Quiero compartir
todos y cada uno de sus secretos, simplemente porque son parte de él.
Desliza las manos por mis brazos.
—Bien, ahí va uno para mi exigente pareja: normalmente, tendrías un
séquito de mujeres para vestirte y bañarte.
—¿En qué mundo es eso un secreto? —pregunto mientras me giro para
mirarlo cara a cara.
—Eliminé esa tradición en el momento en que viniste a mi reino para
poder atenderte yo mismo.
Hombre perverso. No es que me queje.
Pero, ahora que lo pienso…
Enarco las cejas y miro por encima del hombro.
—¿Me bañarías ?
La mirada plateada de Des se torna más profunda. Lleva la respuesta
escrita por toda la cara.
—¿Quieres un baño?
Jesús, juro que la temperatura de la habitación acaba de subir cinco
grados.
Me aclaro la garganta.
—Habrá que posponerlo para otra ocasión.
—Trato hecho .
Un escalofrío me recorre la espalda. Olvidaba que este hombre sella
acuerdos vinculantes con lenguaje común.
No mucho después de que Des me ayude a ponerme el vestido,
abandonamos sus aposentos.
Bajo la mirada para examinar mi vestido mientras sigo a Des a través de
su palacio. Malaki y más guardias se unen a nosotros. El corpiño de encaje
ajustado da paso a una falda ligera que llega hasta el suelo y se arrastra
detrás de mí mientras caminamos.
Esas vides florecientes y luminiscentes que venían con el vestido ahora
me envuelven las muñecas y los antebrazos, un extraño cruce entre guantes
y joyas. Las flores que florecen en ellas son las mismas que he visto por
toda Somnia. Paso un dedo sobre los delicados pétalos. Parecen reales. Más
magia fae imposible en acción.
Salimos del castillo y cruzamos los extensos jardines del palacio, cada
uno iluminado por ristras de lucecitas flotantes y bengalas encerradas tras
un cristal.
—Callie, necesito que hagas algo —dice Des a mi lado.
—No te saldrá gratis —respondo sin perder un instante.
Se lo ha buscado él mismo. Sus ojos se iluminan.
—Descarada. Está claro que has aprendido de mis trucos. —No parece
para nada molesto por ese hecho—. Trato hecho.
—¿Qué quieres que haga? —pregunto.
Des mira hacia delante y sigo su mirada. Esperando en una fila ordenada
que serpentea a través de los terrenos del palacio hay varias hileras de
soldados de infantería y de caballería. Todos los soldados llevan uniformes
negros bordados con el mismo hilo luminoso del que está hecho mi vestido.
Detrás de ellos, sentadas a horcajadas sobre los caballos, hay todo tipo de
hadas, desde guardias reales, pasando por asesores políticos, hasta lo que
debe de ser parte de la nobleza del reino. Algunas de ellas sostienen
instrumentos, mientras que otras llevan faroles en el extremo de unos largos
palos y otras cargan con estandartes con la imagen de una luna creciente,
que sospecho que es el emblema real.
—Quiero que dejes salir a tu sirena y que la mantengas en la superficie
hasta después de que te presenten a Mara, la Reina de la Flora —dice Des,
desviando mi atención de lo que tenemos delante.
Su petición me pone al límite de inmediato.
—No puedo controlarla.
—No hace falta que la controles, querubín. Eres la pareja del Rey de la
Noche. Representamos todos los actos que es mejor llevar a cabo al amparo
de la oscuridad.
La forma en que lo dice hace que sienta un nudo en el estómago.
Muy bien, o sea, que me está dando vía libre para dejar salir a mi sirena.
Echo un vistazo a todos los hombres y mujeres fae que tenemos delante,
agradecida por una vez de que mi glamour no funcione con las hadas.
Porque, si pudiera, mi sirena consideraría abierta la veda.
—Acepto, pero con una condición —le digo.
Des sonríe, parece disfrutar mucho del trato que intento conseguir.
—¿Qué quieres? Ya tienes mis pelotas…
—Pon fin a mi sobriedad.
Eso elimina cualquier rastro de diversión de su rostro.
—No.
—Entonces, olvídate de la sirena —le digo con falsa bravuconería.
Des se detiene para acercarme a él.
—Juega tu mano con cuidado, parejita mía. —Me acaricia la columna
vertebral—. Por tentador que sea hacer un trato, te estás olvidando de la
simple verdad.
—¿Y cuál es?
—Podría limitarme a convencer a tu sirena —dice, en voz baja.
Si el Rey de la Noche decide seducirme, no hay mucho que pueda evitar
que mi cuerpo se entregue a él. Al ser una sirena, no estoy programada para
resistirme a propuestas sexuales, especialmente si vienen de mi pareja.
—Te arrepentirías —digo, hablando en un tono igual de bajo.
Me mira, sopesando mis palabras.
—De acuerdo —dice al final, y su mirada vuelve a transmitir un pelín de
diversión—. Acepto tus términos. Puedes beber alcohol, por ahora. —Me
da un beso rápido en los labios y, mientras lo hace, siento que un hilo de su
magia se separa de mí.
Puedo beber otra vez. Vaaaamos.
Se aleja de mis labios y me mira la boca con los párpados entrecerrados.
—Tu turno, querubín —dice.
No me cuesta mucho recurrir a mi propia magia. Mi piel empieza a
brillar y siento que la sirena se hace cargo. Roto un poco los hombros
mientras dejo de mirar a Des para fijarme en las hadas que tenemos delante.
Aquellas que reparan en mí parecen cautivadas. Sucede de una forma
diferente a como pasa con los humanos, cuyos ojos siempre se ponen un
poco vidriosos y cuyas mentes están dispuestas a ser doblegadas. Estos fae
no parecen estar a punto de dejarse sepultar por mi glamour, sino que
parecen fascinados por mi apariencia.
Me relajo más, dejando que la sirena se suelte de una manera que rara
vez permito en la Tierra. Echo a andar, con un nuevo contoneo de mis
caderas y con todo mi cuerpo brillando. Una sonrisa pecaminosa tira de las
comisuras de mi boca.
Esta noche va a ser divertida .
Mucha gente nos espera, mucha más de la que había supuesto. Siento
cada vez más miradas sobre mí cuando nuestro grupo se une al suyo. Siento
que mis garras se afilan y mis alas se yerguen un poco.
La mano de Des aterriza en mi espalda y ahora mi atención está fija en él
mientras parpadeo despacio. Si existe una persona que, incluso ahora, tiene
poder sobre mí, es mi pareja.
Lleva el pelo blanco apartado de la cara, el color casi coincide con su
atuendo. Es como si alguien hubiera arrancado la luna del cielo, la hubiera
convertido en hombre y luego me la hubiera entregado. Lo único que quiero
hacer es llenarme de él. Y voy a llenarme de él.
El Negociador repara en mi interés.
—Concédeme solo esta noche, Callie. Después, te daré todo lo que
quieras —promete.
—¿Todo lo que quiera? —Mi mirada baja hasta su boca y chasqueo la
lengua—. No deberías hacer un trato tan a ciegas.
Algo se enciende en su mirada.
—Estoy ansioso por ver qué harás con él.
Nos interrumpe el fuerte repiqueteo de unos cascos. Un soldado sostiene
las riendas de dos elegantes corceles negros.
—Sus monturas —anuncia.
—¿Vamos a montar a caballo? —pregunto.
El más cercano a mí me da un golpecito en el hombro con la cabeza y
resopla contra mi pelo.
—¿Alguna objeción? —pregunta Des.
Vuelvo a mirar a la bestia y siento que la sirena empieza a desvanecerse.
Por lo que parece, si no hay sexo ni violencia, no hay cobertura.
Tratar de mantenerla en la superficie es una tarea inusual, estoy
demasiado acostumbrada a reprimirla siempre que puedo. Forcejeo con mi
extraño poder y por fin logro mantenerla bajo control.
—Me parece bien —le digo.
Cuando oye eso, Des me agarra por la cintura y me ayuda a subir a mi
montura. Espero que relinche con nerviosismo, pero no lo hace en ningún
momento. O son caballos excepcionalmente bien entrenados o los corceles
del Otro Mundo están hechos de una pasta más resistente.
Junto a mí, Des se sube con habilidad a su propia montura, y los hombres
más cercanos a Desmond hacen lo mismo.
Los animales trotan de vuelta a la fila, colocándose en algún tipo de
formación. Miro a mi espalda y veo a Temper a lomos de otro caballo con
un vestido de un intenso tono burdeos.
Parece que ha encontrado algo que ponerse.
Malaki se dirige hacia ella sobre su propio corcel, y la mirada que le
echa… Dios mío, ya es oficial, ha hundido sus garras en él.
Alguien silba y los músicos de nuestra procesión empiezan a tocar sus
instrumentos, un sonido suave y etéreo.
Vuelvo a girarme cuando empezamos a movernos, la línea de soldados de
infantería y de caballería montados rodean el castillo en dirección las
puertas de entrada del palacio. Descubro que no me hace falta guiar a mi
caballo: se mueve como uno con el grupo.
Por delante de nosotros, las puertas se abren y todos los residentes de
Somnia aparecen, aclamándonos mientras pasamos junto a ellos.
Des se inclina sobre su caballo para hablarme.
—Las hadas han empezado a mostrar sus alas —dice, señalando a la
multitud con la cabeza.
Sigo su mirada. Tiene razón. Muchos de ellos presumen de alas, cuyas
delgadas membranas brillan bajo la luz de los faroles.
—¿Por qué todos las tienen a la vista? —pregunto. Por lo general, las
hadas solo las enseñan cuando tienen las emociones a flor de piel.
—Porque nosotros lo hacemos —dice.
Es cierto. Des, que en el pasado me escondía sus alas, ahora las luce con
orgullo. Y a mí no me queda más remedio que enseñar las mías.
—¿Por qué iban a imitarnos? —pregunto.
—Porque somos la realeza.
—Tú lo eres —lo corrijo—. Yo no.
Des me lanza una mirada indescifrable y asiente, distraído.
La procesión atraviesa las calles de la ciudad y justo cuando creo que
nuestra bonita fila de caballos y soldados tiene la intención de caer justo por
el borde de la isla, volvemos a girar en dirección al palacio.
Tengo ganas de desmontar ya, pero algo me dice que eso no va a suceder
en un buen rato.
Mis manos brillantes se tensan alrededor de las riendas cuando miro al
Negociador, que observa a la multitud como un lobo entre hombres. Tendrá
que pagarme con mucho sexo antes de que esto me parezca un trato justo…
La flecha sale de la nada y avanza hacia mí con un silbido.
La mano de Des sale disparada y la detiene a meros centímetros de mi
pecho.
Hostia puta.
Ambos nos quedamos mirando fijamente el endeble trozo de madera y
piedra que podría haberme matado.
Me quedo sin respiración.
Alguien ha intentado matarme.
Mi pareja me ha salvado .
Des levanta la mirada, trazando la trayectoria de la flecha hasta su fuente.
Su mirada localiza a la figura que salta de un edificio cercano.
—Protegedla —ordena el Negociador a los soldados más cercanos a mí,
y luego desaparece.
Una fracción de segundo después lo veo en una azotea, con las alas
extendidas. Agarra a un fae y lo acerca a sí mismo mientras le coloca un
cuchillo en la garganta. Solo tardo un momento en reparar en las plumas
que su cautivo tiene en lugar de pelo y en el arco y el carcaj que todavía
lleva cruzados sobre el pecho.
Una fae de Fauna ha intentado matarme.
Mis alas se despliegan cuando la adrenalina me recorre con retraso.
Des gira al hombre para que quede de cara a la multitud. Y luego, frente
a cientos de sus súbditos, mi pareja le raja la garganta de lado a lado. Una
cascada de sangre mana de la herida.
Joder, menuda forma de lidiar con los enemigos.
Des tira al hada del edificio dándole una patada con la bota.
La multitud de debajo se aparta cuando el hombre moribundo atraviesa el
aire y aterriza en el suelo con un plaf repugnante.
Durante varios segundos, el Negociador permanece en la azotea, con la
respiración agitada. Envaina su arma y salta al cielo, batiendo las alas a su
alrededor. La multitud jadea al ver esas alas acabadas en garras, alas de
dragón, de demonio , por encima de ellos.
Planea sobre la procesión detenida, aterriza con suavidad en su silla y
pliega sus alas a la espalda.
Los vítores anteriores de la multitud han sido reemplazados por un
silencio ominoso. El único que no parece afectado por ello es Des. Se
acerca a mí y me atrae para darme un beso salvaje.
Sabe a sangre, amor y muerte. Me besa como si me estuviera saqueando
la boca y no me importa ni un poco. Le devuelvo el beso con avidez,
bebiendo de la esencia de mi Rey de la Noche.
Puede que sea la muerte con alas, pero me ha salvado.
Justo en mitad de nuestro beso, la multitud empieza a vitorear. Lo hace
de forma un poco más salvaje, un poco menos indulgente, que con los
rugidos anteriores.
Des se aleja de mis labios, pero la mano que tiene en mi nuca sigue
sosteniéndome cerca de él. En sus ojos veo una chispa de miedo, una pizca
de adoración, pero, sobre todo, veo un pozo profundo e infinito de furia.
Ahí está el monstruo detrás de los brazaletes de guerra y la tela bonita, el
monstruo al que no quiero domar, el monstruo al que quiero desatar .
Soy la oscuridad —parecen decir sus ojos—, y tú eres mi preciosa
pesadilla. Y nadie va a arrebatarnos esto.
Parpadea, y el caos giratorio de su mirada desaparece.
—¿Estás bien? —Asiento—. Bien.
Me libera y ya me duele el cuerpo por la ausencia de su toque violento y
sus ojos malévolos.
Algunos soldados se acercan a nosotros, haciendo preguntas, mientras
que otros están obligando a retroceder a la multitud. Ahora hay un nutrido
grupo de hadas peleando entre ellas justo donde ha caído el cuerpo del hada
de Fauna. Las cosas se están poniendo feas y la multitud se está calentando.
Apartando con un gesto de la mano a los hombres y mujeres que se
acercan a hablar con él, Des emite un silbido para indicar que vamos a
reanudar la procesión. A toda velocidad, los soldados vuelven a la
formación, algunos montando sus corceles, otros retomando su posición
como soldados de a pie.
Esta vez, cuando la procesión avanza, no serpentea. Mi corcel comienza
a galopar, sus herraduras sueltan chispas al chocar contra la calzada de
piedra mientras corre por las calles, siguiendo a la fila de caballos y
soldados en dirección al palacio.
A mi lado, Des luce una expresión inflexible. No se relaja hasta que no
cruzamos las puertas, aunque sus manos siguen aferrando las riendas como
si las estuviera asfixiando.
Por fin, nuestro grupo se dirige hacia un edificio que nunca antes he
visto. Es un anexo circular enorme, y sus grandes puertas dobles se abren
como invitándonos a entrar. Nuestra procesión no frena lo más mínimo
mientras avanzamos hacia ellas.
Me siento inundada por la emoción y un poco de miedo. No veo nada
más allá de la entrada sombría de la estructura de mármol, pero sé que hay
demasiados caballos y demasiadas hadas como para que quepan dentro del
edificio.
Nadie más parece compartir mi preocupación. Ni siquiera Des, que sigue
cabalgando a mi lado con una expresión inquietante.
Los primeros soldados de infantería que dirigen nuestro convoy cruzan la
puerta y desaparecen dentro.
A continuación, desaparece la siguiente fila, y luego la siguiente.
Y luego, el primero de los guardias montados se dirige al interior.
Quedan nueve metros entre la puerta y yo, luego seis, luego tres… Des y
yo cruzamos las puertas dobles, los cascos de nuestros caballos resuenan
cuando entramos en una estancia abovedada. Solo me da tiempo a ver la
ondulación del aire por delante de nosotros, como si fuera una tela, antes de
que Des alargue la mano y coja la mía.
Un portal , pienso. Por supuesto .
Segundos más tarde, lo estamos atravesando y siento un nudo en el
estómago cuando mi cuerpo es catapultado a través del tiempo y el espacio.
Los cascos de mi caballo golpean el suelo al otro lado del portal, sin
saltarse un solo paso.
Parpadeo varias veces y entrecierro los ojos para protegerme de la luz
brillante en la que me veo bañada de repente. Luz solar . La absorbo como
si fuera sexo o una matanza, y siento cómo mi magia se hincha.
Cierro los ojos otra vez, disfrutando de los rayos del sol. Casi había
olvidado lo que se sentía. Cuando los abro, mi mirada aterriza sobre los
interminables campos ondulados que se extienden en todas direcciones y las
florecillas silvestres que los salpican, balanceándose en la brisa. Por delante
de nosotros, las colinas dan paso a montañas boscosas y picos morados.
—Bienvenida al Reino de la Flora —dice Des a mi lado, soltándome la
mano. Su furia anterior se ha apagado por completo.
A pesar de que hemos dejado el peligro de Somnia atrás hace rato, mi
caballo no disminuye el ritmo. Nuestra procesión avanza a toda velocidad.
Incluso los soldados de a pie están corriendo, y no puedo evitar pensar en
que ni todos los deseos del mundo podrían convencerme de echar a correr
con semejante cantidad de corceles galopantes a mi espalda.
Pero a lo mejor solo soy yo.
El sol empieza a ponerse mientras viajamos, las últimas horas de luz
confieren a mi piel un tono rosado y arrancan destellos de todo tipo de
colores a mi vestido.
Al cabo de un rato, los pastizales dan paso a bosques, las colinas se
vuelven más empinadas cuanto más lejos viajamos. Por fin reducimos la
velocidad y mi caballo pasa de un galope rápido a un galope sostenido y,
finalmente, a un trote tranquilo.
Unas pocas curvas en el camino más tarde, me doy cuenta de por qué.
Hasta ahora, los árboles han sido grandes, pero por delante de mí,
dominan por completo el paisaje, y sus troncos son mucho más gruesos
incluso que los de las secuoyas gigantes que he visto en California.
Y cuanto más me fijo, más cuenta me doy de que estos árboles son casas.
Hay una escalera retorcida alrededor de un tronco, y otros dos árboles están
conectados por puentes intrincadamente forjados hechos de ramas y
enredaderas. Construidas alrededor y dentro de los troncos de estos árboles
hay estructuras feéricas muy elaboradas. En estos momentos, cientos de fae
de Flora están reunidos en los puentes y balcones de los árboles o al límite
del sendero para observar nuestra procesión a medida que pasamos por su
lado.
El camino que seguimos describe una curva y los árboles se separan. Por
delante de nosotros, en medio de un anillo de árboles gigantescos, se
encuentra un castillo hecho de piedra gris y cubierto en gran parte de
enredaderas en flor.
El palacio de la Flora.
Cuanto más nos acercamos, más hadas se agrupan a los lados del camino.
Muchas de sus miradas están clavadas en Des, el Rey de la Noche, sobre su
corcel oscuro, pero un buen número de ellas se centran en mí. Sus ojos
examinan mi piel brillante, mi cara, mis alas.
Hazles saber que esto es lo que significa ser humana , susurra la sirena.
Más les vale no jugar conmigo.
No hay puertas que separen los terrenos del palacio, pero cuando
cruzamos a ellos, durante una fracción de segundo, el aire parece viscoso,
como si estuviera nadando en miel. Sea lo que sea esta barrera mágica, su
objetivo es mantener a la mayoría de gente fuera.
Al otro lado, la multitud que nos espera es, a todas luces, más rica. La
ropa que llevan es más ornamentada; sus peinados, más elaborados; sus
joyas, más intrincadas. Muchos de ellos se llevan los dedos a la frente
cuando pasamos por su lado, en lo que supongo que es una señal de respeto.
Nuestra procesión se detiene al pie del castillo y la música que nuestro
grupo ha estado tocando hasta ahora se desvanece.
A mi lado, Des desaparece de su caballo, provocando varios jadeos entre
la multitud de espectadores. Reaparece junto a mi caballo.
—Es hora de desmontar, Callie —dice.
Des me agarra para ayudarme a bajar de mi montura. No es consciente de
sí mismo, de su belleza, su fuerza, su magnetismo. Sin embargo, a mí no me
pasa desapercibido. Me mantiene cerca de él durante un instante más de lo
necesario, y su mirada baja de mis ojos a mis labios.
—Pretendo hacerte cumplir tu promesa —le digo en voz baja mientras mi
glamour convierte mis palabras en música.
Una sonrisa silenciosa ilumina su rostro al recordar su promesa de darme
todo lo que quisiera.
—No lo he olvidado.
Por fin me suelta y avanzamos con nuestro grupo una vez más, esta vez a
pie, mientras se llevan nuestros caballos.
Cruzamos unas enormes puertas dobles hechas de madera maciza.
Intento no quedarme embobada mirando cualquier cosa cuando entramos en
el palacio, pero es difícil no hacerlo.
El bosque parece haber llegado al castillo. Los suelos están cubiertos de
hierba salvaje y salpicados de flores primaverales. Las enredaderas recorren
las paredes de piedra, cada una de ellas cargada de flores. Incluso la
lámpara de araña que cuelga sobre nuestras cabezas es una extensión del
mundo natural, el soporte hecho casi en su totalidad de lo que parecen ser
madera y musgo vivo y floreciente. Lo único que no parece vivo son las
goteantes velas de cera colocadas en el candelabro.
Cruzamos la entrada y todos, menos algunos de los soldados del
Negociador, se separan y se colocan a ambos lados de la puerta que
conduce a lo más profundo del castillo.
Des me da la mano.
—Es hora de las presentaciones —explica en voz baja.
Ha llegado la parte más curiosa de toda la velada.
Todos llevamos máscaras bonitas, máscaras bonitas que esconden los
pensamientos depravados que hay debajo. Los míos están escondidos detrás
de una piel brillante y una voz melódica. Los de Des están profundamente
instalados en las sombras. ¿Qué me mostrarán esta reina y su rey consorte?
Nuestro grupo, que ahora es mucho más pequeño, cruza la puerta que
tenemos enfrente. Al otro lado hay un salón del trono, lleno de fae de todas
las formas y tamaños. La mayoría parecen hadas normales, pero hay
algunas que se parecen más a una planta que a una persona, algunas que
estoy bastante segura de que son trasgos y una que presenta una extraña
semejanza con un trol. Todas lucen atuendos suntuosos. Está claro que son
los ciudadanos más privilegiados del Reino de la Flora. Más privilegiados y
probablemente más volubles, su lealtad tan flexible como mi cuerpo bajo
las caricias de Des.
El Negociador y yo avanzamos por el pasillo mientras nuestros cuerpos
resplandecen, en mi caso en parte por la ropa y en parte por mi piel. Siento
los ojos de la habitación sobre mí, sus miradas son como un roce. Me siento
inundada por su curiosidad, su envidia, su anhelo.
Me siento intrigada por todas estas criaturas extrañas, criaturas a las que
apenas entiendo y a las que no puedo controlar. Ellas me miran a su vez,
hipnotizadas por mi piel y mi cara. Sé que parezco un ángel extraño, con
mis alas negras reluciendo bajo estas curiosas lámparas.
Cuando llegamos al final del pasillo, los guardias que tenemos delante se
hacen a un lado, revelando un estrado elevado.
Recostada en un trono hecho de enredaderas y flores se encuentra Mara
Verdana, la Reina de la Flora.
Su salvaje pelo rojo le cae en cascada por los hombros y el pecho, sus
ojos son del mismo color verde intenso que las plantas que nos rodean.
Tiene la piel pálida, como si fuera de alabastro y su boca es tan voluptuosa
como parece el resto de ella.
Lleva flores en el pelo y en el vestido, y su corona es simplemente una
guirnalda. Pero ella es la flor más hermosa de todas. Descubro que quiero
tocar esa piel y ver si es igual de suave que los pétalos, como me estoy
imaginando.
Nos mira con los ojos entornados y una sonrisita divertida en los labios.
Puede que sea la Reina de la Flora, pero, al igual que Des, me parece una
pantera, algo precioso y peligroso que atacará cuando menos me lo espere.
A pesar de su magnificencia, debe de estar bastante perturbada.
Junto a ella, en un trono considerablemente más pequeño, está su esposo,
el Hombre Verde. Fiel a su nombre, es verde de la cabeza a los pies. Su pelo
es del tono oscuro de los árboles de hoja perenne, y su piel es del color
pálido de la hierba de primavera.
Me esperaba un hombre musculoso y barbudo, pero en comparación con
el Negociador, el Hombre Verde es más como un dandi, una cara bonita sin
esa dureza que tiene Des. A diferencia del retrato que vi de él, no lleva
barba, su rostro tan suave como esbelto es su cuerpo.
La sirena que hay en mí descubre que no siente ningún interés por él. No
hay poder que arrebatarle ni peligro del que alimentarse. Ahora mismo, lo
único que siento hacia este hombre en este momento es… lástima. Una
criatura así tiene todos los rasgos de un ser salvaje y violento, pero al lado
de su vibrante esposa resulta dócil, obediente, derrotado .
Des y yo llegamos hasta el borde del estrado. No sé cuál es el protocolo
fae en esta situación, así que me llevo los dedos a la frente como he visto
que hacían otras hadas.
—Reina de la Flora, Hombre Verde —dice Des, haciéndoles una
inclinación de cabeza a ambos—, como siempre, es un placer.
Mara se pone de pie y su vestido color salvia oscila. Una sonrisa recorre
su rostro. Su felicidad es como una flecha directa al corazón. Me pregunto
cuántas personas han renunciado a todo lo que aprecian para disfrutar de la
sonrisa de esta mujer. Abre los brazos.
—Bienvenido, mi Emperador de las Estrellas Vespertinas.
¿Mi emperador?
Empiezo a cerrar las manos en puños.
Mara baja por los escalones, sin mirarme ni una sola vez. Se me están
erizando las plumas.
No soy alguien a quien puedas ignorar , sisea mi sirena.
Se acerca a Des y lo besa en ambas mejillas. Detrás de ella, el Hombre
Verde se levanta de su trono y la sigue, sus ojos ámbares sobre mí. Solo por
la forma en que me está mirando, siento su anhelo. Siento el anhelo de
todos . Flota en el aire como si fuera perfume. Soy algo envidiable, algo
extraño y prohibido.
¿Cuántas manos desean acariciar mi carne, cuántos desean enterrar la
cara en mi pelo…? Mara puede tener su momento con Des. El Rey de la
Noche es mío, y puede que los súbditos de la Reina de la Flora también
caigan bajo mi hechizo.
—Mara —dice Des—, esta es mi pareja, Callypso Lillis, una de las
últimas sirenas.
De mala gana, Mara aparta la mirada de Des. En sus ojos aparece un
interés genuino.
—Qué preciosidad.
El cumplido es un bálsamo para la sed de sangre que burbujea bajo mi
piel. La belleza es uno de los pocos poderes que aún conservo en este
mundo desconocido. Pero en algún lugar muy dentro de mí, el cumplido me
resulta amargo.
No hay nada que desarme más a una mujer que ser llamada hermosa ,
susurra mi mente racional.
Descansando las manos en la parte superior de mis brazos, Mara me
acerca a ella y me besa en ambas mejillas. Detrás de mí, escucho a sus
súbditos contener la respiración, y tengo la sensación de que Mara
simplemente ha roto el protocolo.
Porque soy humana…
Me suelta y se endereza.
—Desmond tiene suerte de haber encontrado una joya así. Y tú tienes la
suerte de haber encontrado un rey como pareja.
Mujer retorcida. Sus palabras no son un insulto, pero han sido elegidas
con la única intención de que transmitan uno.
Le dedico una sonrisa lenta y curva.
—Eres demasiado amable. —Es la primera vez que le hablo
directamente, y la audiencia guarda silencio mientras escuchan mi voz
armónica.
Mara hace un gesto con la mano a parte de su gente.
—Por favor, mostrad al rey y a la reina sus habitaciones —ordena, sin
molestarse en dejar que el Hombre Verde nos salude. A mí y a Des, nos dice
—: La fiesta empieza en una hora en los Jardines Sagrados. Espero con
ganas veros allí a los dos.
21
Por fin estamos solos, en la habitación en la que nos vamos a alojar. A
nuestro alrededor, casi todas las superficies están cubiertas de plantas en
flor. Crecen en macetas, recubren las paredes y cuelgan del techo. El olor
que desprenden es casi demasiado intenso.
La propia estancia está viva, situada dentro de uno de los árboles
colosales que rodean el castillo. Por encima y por debajo de nosotros hay
más habitaciones, en las que se aloja el resto de nuestra comitiva.
El brillo de mi piel remite cuando destierro a la sirena a sus
profundidades acuosas y la encierro allí. Me froto los brazos, recordando
todos sus pensamientos egoístas y retorcidos.
Des enarca una ceja.
—Tengo una deuda que pagarle —dice.
Ya, los favores sexuales que ella planeaba cobrarse.
—Volverá para exigirte lo que es suyo en algún momento. —Me paso las
manos por el pelo, reclamando mi cuerpo—. ¿Por qué querías que tuviera a
mi sirena en la superficie?
—Las hadas son muy conscientes de las dinámicas de poder —dice Des,
que se cruza de brazos mientras se apoya en una mesita auxiliar—. Quería
que Mara te conociera en tu versión más cruel.
¿Y quién mejor para enfrentarse a ella que mi sirena?
Suelto un suspiro tembloroso. No llevamos ni una hora aquí y ya me
están evaluando.
Esta es mi bienvenida al Solsticio. Que dé comienzo la fiesta.

Cuando llegamos a los Jardines Sagrados, el cielo está oscuro y me siento


más como yo misma.
—Jardines Sagrados —murmuro mientras caminamos bajo un emparrado
lleno de flores y entramos en el claro boscoso—. Suena a cómo describiría
mi vagina mi yo adolescente.
A mi lado, Des esboza una sonrisita.
—Sin duda, querubín. —Su mirada se vuelve un poco triste y me
pregunto si, como yo, está pensando en todo el tiempo que perdimos juntos
entonces y ahora.
En cuanto entramos en el jardín, que no es tanto un jardín como un prado
floreciente rodeado de setos y árboles, la atención de la multitud cae sobre
nosotros. Un mar de caras extrañas se vuelve hacia Des y hacia mí, y solo
reconozco dos de ellas, las de Temper y Malaki. Deben de haber llegado
poco antes que nosotros.
Sigo a Des mientras se adentra más en los Jardines Sagrados. La zona
está iluminada con ristras de lucecitas centelleantes y varias hogueras.
Huele a jazmín y a humo, y a medida que el fuego arde y chisporrotea, se
eleva hacia el cielo estrellado.
Des se inclina hacia mí y su aliento me hace cosquillas en la oreja.
—Se te hace saber…
—¿Acabas de decir «se te hace saber»? —lo interrumpo—. ¿Cuántos
años tienes, ochocientos?
—… que, como Rey de la Noche —continúa sin vacilar—, se espera que
ayude a liderar las festividades de hoy y, como mi pareja, se espera de ti que
estés a mi lado.
—Como si tuviera muchos otros sitios en los que estar —le digo.
Veo una vasija gigante llena de vino feérico. Será la parada número uno
en cuanto empiece la fiesta.
A Des se le iluminan los ojos y curva los labios en una sonrisa
complacida.
—Una advertencia, querubín: la impertinencia me pone, así que, si
esperas que mantenga las manos lejos de ti y de tus preciosas cuentas,
puede que te interese ser agradable.
Enarco una ceja.
—Si crees que voy a ser una novia dócil y agradable, estás…
Antes de que pueda terminar, una mano invisible me empuja hacia
delante, a los brazos de Des. Todavía hace gala de esa sonrisa engreída en la
cara.
—El término correcto es pareja —dice en un tono seductoramente bajo
—. No soy tu —hace una mueca— novio . No soy ni un chiquillo, ni
particularmente agradable. —Termina su discursito dándome un beso en la
nariz.
Solo me doy cuenta del error que he cometido cuando las manos
persistentes de Des me sueltan por fin. Me ha puesto un cebo,
deliberadamente , a sabiendas de que picaría y que tendría su oportunidad.
Hombre astuto.
Miro a nuestro alrededor. El chisporroteo de las llamas y el brillo de la
luz intermitente juegan con mi visión. Un segundo, las hadas nos sonríen
con dulzura, al siguiente, nos dan un repaso sugerente.
Todo es muy desconcertante, como si Des y yo fuéramos una obra de
teatro que se desarrolla únicamente para su deleite.
Pero en cuanto reparo en la atención antinatural que recibimos, esta se
desvía. La multitud guarda silencio y Mara emerge de la oscuridad, con el
Hombre Verde de su brazo. La cola de su vestido se arrastra detrás de ella,
dejando un rastro de pétalos a su paso.
Detrás de la Reina y el Rey de la Fauna hay un grupo de hombres de lo
más atractivos, todos vestidos con un traje de levita de color verde intenso,
y detrás de ellos avanza un conjunto de músicos con arpas, liras, violines y
flautas.
Mara se aleja de las hadas que la rodean para colocarse en el centro de la
reunión.
—Bienvenidos, bienvenidos seáis todos —dice, abriendo los brazos de
par en par—, a la primera noche del Solsticio.
A nuestro alrededor, veo fae de Fauna, Flora y Noche. Solo hay un tipo
de hadas que brilla por su ausencia.
—¿Dónde está el Reino del Día? —le pregunto a Des en un susurro.
—No suelen hacer acto de presencia hasta la primera luz de la mañana.
Abro la boca en una «O», como si tuviera alguna especie de sentido para
mí, cuando en realidad no lo tiene.
Lo que sea.
—… esta es una semana de jolgorio —continúa Mara—, durante la cual
incluso la Madre y el Padre se abrazan con fuerza en sus tumbas de tierra.
Cuando el agua y el vino, la tierra y el sol, los hombres y las mujeres se
unen. Esta semana, dejemos a un lado nuestros problemas y venganzas —
algunos fae de Fauna nos miran a mí y a Des— y bebamos hasta saciarnos,
comamos en abundancia, amemos sin restricciones y deleitémonos a fondo.
La multitud emite un chillido de alegría y varias hadas silban su
aprobación. Mara espera hasta que su público se calma antes de continuar.
—Nacimos en las profundidades del vientre de la noche, y nuestros
espíritus retornan a lo más oscuro de esta cuando el cuerpo ha muerto y la
carne se ha enfriado. Y de la misma forma, daremos comienzo a esta
semana de festividades con lo que fue primero, antes del parpadeo de la
primera luz: la oscuridad primordial. Dirigid vuestras miradas al Señor de
los Secretos, al Maestro de las Sombras: Desmond Flynn, el Rey de la
Noche. —Señala al otro lado del claro, hacia donde nos encontramos Des y
yo.
Antes, las miradas de la multitud resultaban desconcertantes, pero no
eran nada en comparación con la acalorada atención de la audiencia en este
momento.
Mis alas se yerguen por la atención, pero Des está tan tranquilo como
siempre. Apoya una mano segura en mi espalda y me guía hacia Mara y su
improvisado escenario.
Esto no es exactamente lo que tenía en mente cuando he aceptado
permanecer junto al Negociador esta noche.
Cuando llegamos a donde está la Reina de la Flora, Des recorre todo el
claro con la mirada. Por un momento, el único sonido que se oye es el
chisporroteo de las hogueras.
Y luego, Des empieza a hablar.
—Hay cosas que todo el mundo sabe al nacer: que la noche es oscura y la
carne es cálida. Que nuestras vidas puede que sean largas, pero incluso ellas
deben acabar en algún momento. Esta noche y durante todo el Solsticio, le
arrancaremos la vida a las tinieblas. —Sus palabras suenan antiguas, como
si este verso hubiera sido recitado durante el tiempo suficiente para emanar
una especie de magia—. Solo en las sombras y los espacios oscuros
encontramos nuestros deseos más verdaderos y nuestros anhelos más
profundos —continúa mientras el público lo mira embelesado. A la vez que
habla, dibuja pequeños círculos en la zona baja de mi espalda con el pulgar
—. Solo durante la noche dejamos de lado la cortesía y nos libramos de
todo aquello que nos ata durante el día. Solo entonces buscamos una piel
suave. Solo entonces nos atrevemos a soñar. Así que libraos de vuestras
inhibiciones, ceded ante la atracción, buscad una pareja dispuesta y
sembraos profundamente.
Echo una mirada de reojo a Des. ¿Está sugiriendo lo que creo que está
sugiriendo…?
La música empieza a sonar con tal fuerza que me distrae de mis
pensamientos, y las hadas se dispersan por el claro, agarrando cinturas y
manos. La gente empieza a girar y todos esos peinados cuidadosamente
elaborados y todos esos corpiños apretados se van soltando a medida que la
gente se deja absorber por la música.
Ni siquiera yo soy inmune, mis caderas se balancean de un lado a otro,
mi mano aterriza en mi propia melena, que me cae en ondas por la espalda.
—Este año has conseguido hacerme esperar, Desmond. —La voz de
Mara suena engañosamente dulce cuando aparece detrás de nosotros. Le
coloca una mano en el hombro y él se gira para mirarla—. Pensé —
continúa— que a lo mejor no vendrías.
—Qué divertido es tenerte elucubrando —dice Des, en cuyos ojos hay un
brillo pícaro.
Los hombres que han seguido a Mara se le acercan, una mano posesiva
aterriza en su cadera, otra la agarra del brazo. Uno de ellos se inclina y le
susurra algo al oído mientras clava en mí sus ojos oscuros. Ella se inclina
hacia sus caricias.
Toda esta escena me provoca un hormigueo incómodo en la piel,
especialmente cuando le lanza a Des una mirada lasciva.
—Disfruta de la velada, mi Rey de la Noche —dice, y luego se da la
vuelta y se sumerge en el grupo de hombres que la esperan.
Se acercan a ella y, un momento después, la escucho reírse a carcajadas
cuando empiezan a hacerla girar entre ellos.
Me vuelvo hacia Des y tenemos una conversación completa con la
mirada.
Joder, eso ha sido rarísimo.
Lo sé. Y no va a hacer más que empeorar.
Des se acerca a mí.
—¿Quieres…?
Antes de que pueda terminar la pregunta, un noble fae lo interrumpe.
Lleva el cabello castaño oscuro peinado en una intrincada serie de trenzas
que le caen por la espalda.
—Desmond, Desmond, Desmond, eres un hombre difícil de encontrar…
—Da unas palmaditas a mi pareja en el hombro y hace ademán de
conducirlo hacia un grupo de hombres y mujeres vestidos de manera similar
que parecen estar a la espera.
Des se resiste y me tiende una mano.
Su compañero hace una pausa y repara en mí por primera vez. O tal vez
fuera consciente de mi presencia, pero no quería reconocerla. A pesar de su
interés en mí, puedo sentir el sutil desprecio que despierto. Ningún hada
parece demasiado ansiosa por conceder a una simple humana un estatus de
importancia, por mucho que sea la pareja de un rey.
—Adelante —le digo a Des—. Luego nos vemos.
Frunce el ceño.
—Luego —promete a regañadientes, y mi decisión de alejarme no parece
hacerlo muy feliz.
Entiendo que me quiere a su lado, pero está claro que su público lo quiere
a él y solo a él. Y no tengo demasiadas ganas de quedarme a su lado e
interpretar el papel de pareja dócil mientras que el resto de hadas me ignora.
Retrocedo, sintiendo que la multitud que hay aquí reunida sigue
mirándome. Y esa es la ironía de la situación. Si me meto en algún grupo,
lo más probable es que me dejen de lado durante la conversación, pero si
voy por libre, todos los ojos estarán puestos en mí.
Ignoro las miradas y retrocedo, desplazándome entre la multitud hasta
que encuentro a la mujer a la que busco.
—Por fin te tengo para mí —dice Temper—. Me estaba empezando a
plantear si lanzarle una maldición a alguien para conseguir tres putos
minutos contigo.
—Ojalá lo hubieras hecho —murmuro.
Así, por lo menos, dejaría de sentirme como la persona más desgraciada
de la fiesta.
Temper enarca una ceja y empieza a sonreír.
—Es bueno saberlo…
—Necesito algo para beber. —En cuanto las palabras salen de mi boca,
mi mirada se desvía hacia el vino de las hadas.
—Me he adelantado, zorra. —Temper me coge de la mano y me guía
hacia la mesa del vino—. Creía que habías dejado de beber —me dice por
encima del hombro.
Bueeeno, nunca admití que mi sobriedad era más idea de Des que mía.
—El descanso ha terminado.
—Alabado sea el Cristo negro y todos sus ángeles bebés —dice—. Las
cosas son mucho más divertidas con un poco de ron —canturrea, recitando
una estúpida canción que nos inventamos una vez en Las Vegas.
Llegamos a la mesa, nos servimos una copa de vino para cada una y nos
llevamos nuestro premio lejos de allí cuando ambas están llenas. Nos
quedamos en los límites del claro, sin participar del todo en la fiesta, pero
sin renunciar a ella por completo. Seguimos siendo solo dos inadaptadas
que se conocieron en la Academia Peel.
—Ahhh —suspira Temper después de beber el primer trago—, esta
mierda está buena.
Yo misma tomo un sorbo y… guau. Las hadas preparan un vino
excelente.
Nos tomamos nuestras bebidas en silencio, mientras observamos a la
gente.
—Odio este sitio —acaba diciendo Temper. Señala con la cabeza a las
hadas que socializan por todo el claro—. Fíjate en cómo nos miran. Es peor
que el instituto.
En la oscuridad, veo la luz de fuego parpadeando en sus ojos
antinaturales. De hecho, sus miradas vuelven a nosotras una y otra vez.
—¿También te han estado mirando a ti? —pregunto, enarcando las cejas.
—Desde que hemos llegado —me confirma—. Cualquiera pensaría que
nunca han visto a una humana.
Para ser justos, dudo que alguna vez hayan visto una hechicera, o a una
sirena alada…
… aunque no es que esa sea la razón de que nos miren.
Aquí estamos, dos enigmas entre ellos, las humanas que han conseguido
saltarse las reglas de su reino para acabar en los escalafones más altos de la
sociedad feérica.
—¿Te has fijado? —Temper señala con la cabeza a los sirvientes que se
desplazan entre la multitud como fantasmas.
Echo un vistazo a los humanos, los cambiados de este reino. Al nacer, o
ellos o sus antepasados fueron intercambiados con un bebé fae.
—¿Que si me he fijado en qué? —pregunto, siguiendo su mirada.
—Mírales las muñecas.
Echo otro vistazo a uno de los camareros más cercanos. Tardo varios
segundos en verlo en el ángulo correcto, pero cuando lo consigo…
Contengo la respiración.
La piel levantada y con manchas de su muñeca es de un tono frambuesa,
y tiene la forma de una hoja.
—Los han marcado.
22
Los han marcado como si fueran ganado. Sigo recuperándome de semejante
revelación mucho después de que Malaki se una a nosotras. Esta noche,
lleva un parche plateado. Solo se queda el tiempo suficiente para invitar a
Temper a un baile, y luego mi amiga desaparece para bailar por el claro
como si su sitio estuviera entre esta gente.
Y aquí estoy yo, siendo la inadaptada, igual que en el instituto.
Bajo la mirada a mi copa de vino.
Esta es la verdadera razón por la que no debería beber. La lástima no es
muy favorecedora, da igual la elegancia con la que la lleves.
Echo un buen vistazo a los jardines y observo a la gente disfrutar del
Solsticio.
Esto no es una fiesta, es una bacanal. Dondequiera que mire hay gente
bailando, sus siluetas iluminadas por la luz de la luna. Se ríen y dan vueltas,
sus melenas sueltas ondean a su alrededor.
Los que no están bailando se encuentran en el extremo de la pista de
baile, charlando y bebiendo. Bueno, o charlan y beben, o se escapan. Hay
parejas que no dejan de desaparecer en el bosque, y por lo menos he visto a
un hada adentrarse en él con un hombre y volver con otro.
Los ojos de todo el mundo son demasiado brillantes; sus sonrisas,
demasiado amplias; sus mejillas, demasiado sonrojadas.
Llevan una buena cogorza.
La multitud se las ha arreglado para dejar de lado sus preocupaciones
durante unas horas. Las únicas personas que no lo hemos hecho somos yo y
los sirvientes humanos, y estos últimos no despegan la mirada del suelo la
mayor parte del tiempo.
—¿Te diviertes?
Me sobresalto al oír la voz y me derramo la bebida en las manos.
—Mierda —maldigo en voz baja.
El Hombre Verde está a mi lado, y no tengo ni puta idea de cuánto rato
lleva mirándome mientras yo observaba a todos los demás.
—Lo siento —se disculpa, sin despegar los ojos de mi cara—, no quería
asustarte.
—No pasa nada —le aseguro, sacudiendo la mano.
—No nos han presentado formalmente —dice, tendiéndome la mano—.
Soy el Hombre Verde, el rey consorte del Reino de la Flora.
Le tiendo la mano, que sigue un poco pegajosa por culpa del vino. En
lugar de estrechármela, se la lleva a los labios y me da un beso en el dorso
sin apartar sus ojos ámbares de los míos.
Sus ojos, decido, son demasiado intensos, demasiado malvados,
demasiado codiciosos.
Me suelta la mano.
—Entonces, ¿estás disfrutando? —Es demasiado perceptivo. Sabe que
me siento incómoda y fuera de lugar.
—No —digo, apostando por la verdad.
Al Hombre Verde se le ilumina la cara cuando lo admito.
—Es un raro placer encontrar honestidad dentro de estas paredes. —Echa
un vistazo a nuestro alrededor.
Técnicamente, no hay paredes a nuestro alrededor, pero está hablando de
unas invisibles. Separan al pueblo llano de la nobleza, a los humanos de las
hadas.
Esbozo una sonrisa tensa y me fijo de nuevo en la multitud. Están
mirándome otra vez, probablemente porque el Hombre Verde está a mi
lado.
—Es horrible, ¿verdad? —dice.
Lo miro de reojo.
—¿El qué?
—Los ojos que te ven y, a la vez, no. La afectación. El regocijo sin
esfuerzo.
Disimulo al tragar saliva. Este hombre me está leyendo como un libro
abierto, y no me gusta que pueda hacerlo con tanta facilidad.
Emito un ruido que no me comprometa y busco a Des entre la multitud.
A su alrededor hay un grupo cada vez mayor de hadas que compiten por su
atención. Me siento tentada de abrirme camino hasta él a codazos, pero no
quiero estar entre esa jauría de perros más de lo que quiero estar aquí.
Luego mis ojos aterrizan en Mara, que se ríe entre su grupo de hombres y
algunos nobles aduladores. Ella es el sol y los demás son planetas que
orbitan a su alrededor, ansiosos por una sonrisa suya, un roce, una mirada.
El único que falta en su grupo de admiradores es el hombre que está junto a
mí.
—¿Bailarías conmigo? —me pregunta.
Eso me hace centrar toda mi atención en el Hombre Verde.
Las hadas en general, y las hadas masculinas en particular, me ponen
nerviosa. La culpa es de Karnon y sus hombres.
Pero cuando miro al Hombre Verde, no veo a un depredador, veo un
espíritu afín.
¿Por qué no bailar con él? Esta noche se celebra una fiesta, el Hombre
Verde parece dispuesto, y no pienso rehuir un poco de diversión.
—Claro —le digo.
Sonríe y me impacta lo asombrosamente guapo que es cuando se lo ve
feliz. No es que no me hubiera fijado antes, todas las hadas parecen ser
atractivas. Es solo que la presencia de Mara parece eclipsarlo.
Me quita el vino de la mano, lo deja en una mesita auxiliar y me guía
hacia donde baila la multitud. Al instante siguiente, nos estamos moviendo,
girando como todas las demás parejas.
El alcohol me calienta el estómago y el baile tira por la borda los últimos
restos de mi cautela. Descubro que, en cuanto muevo los pies, el inquietante
ritmo de la música me atrapa.
—Así que eres la pareja del Rey de la Noche —dice el Hombre Verde,
mirándome con demasiada intensidad.
—Ajá. —Es difícil concentrarse en él cuando la música, el vino y el baile
se llevan bien lejos mi atención.
—Tienes a todo nuestro reino fascinado —dice, y desplaza la mano hacia
la zona baja de mi espalda—. Una humana con poderes sobrenaturales, la
pareja del Rey de la Noche. Por no mencionar que eres más encantadora
que muchas de nuestras mujeres.
¿Por qué estamos hablando? ¿Y por qué hablamos de este tema?
—¿Qué tiene que ver ser encantadora con todo esto? —pregunto,
distraída. Supongo que es una pregunta estúpida que hacer aquí, en el Otro
Mundo, donde la belleza es una obsesión y la fealdad acecha solo debajo de
la superficie.
—Todo el mundo creía que el despiadado Desmond Flynn se había
encadenado a alguna esclava ordinaria —dice el Hombre Verde—. Nos
compadecíamos de él hasta que te hemos conocido.
El vino se agria en mi estómago, la música empieza a sonar discordante,
el baile empieza a marearme. Me alejo del Hombre Verde, ya no me apetece
bailar con él.
—¿Va todo bien?
Lo dice como si no acabara de llamar esclavos a los míos, como si no
acabara de insinuar que los tiene en muy poca consideración. Lo más
desagradable es el hecho de que su intolerancia sea tan despreocupada.
—Soy una humana ordinaria —digo mientras las parejas que nos rodean
continúan girando.
—No, Callypso Lillis, hechicera de mortales —dice—, no lo eres. —
Después de eso, empieza a retroceder—. Intenta disfrutar de la noche —me
recomienda—. Te aguarda toda una semana de festividades.
La multitud se lo traga, y me encuentro sola una vez más mientras otros
cuerpos cálidos y en movimiento me rozan por todos lados.
La idea de pasar una semana aquí, rodeada de estas hadas, de repente me
resulta terriblemente desalentadora.
En un extremo de la pista de baile, una gruesa mortaja de oscuridad
atraviesa a la multitud de fae vestidos con colores alegres, y justo en el
centro está el Negociador. Avanza hacia mí mientras la noche se aferra a él
como una capa.
Acudo a su encuentro y me fijo en que, por primera vez esta noche, no
hay nadie reclamando su atención. Tiene la vista clavada en alguien entre la
multitud.
—Ese imbécil tiene razón —dice Des cuando me alcanza—. No eres
ordinaria.
—¿Estabas escuchando mi conversación? —Un día de estos voy a tener
que averiguar cómo descubre tantos secretos. No hay forma de que Des
pueda haber oído lo que me ha dicho el Hombre Verde.
—¿Te sorprende? —pregunta, convirtiendo mi pregunta en otra.
Me encojo de hombros. Ahora que está aquí, su presencia actúa como
una droga, y descubro que en realidad no me importa si estaba escuchando
a escondidas o no, o el hecho de que pueda haber dejado atrás a su club de
admiradores solo para asegurarse de que no había otro tío tirándome la
caña.
Le echo los brazos al cuello. De repente, entiendo qué es lo que tanto
fascina a todo el mundo. Es el olor del humo de las hogueras, la vibración
de la música, el hormigueo del alcohol en mis venas. Todo ello me anima a
rendirme a la noche y a este hombre. A dárselo todo a la magia, aunque sea
por unas pocas horas.
Me acuna las mejillas y lo veo examinar mi expresión. Me imagino que
ahora debo de tener el mismo aspecto que todos los otros borrachos:
mejillas sonrojadas, ojos dilatados, sonrisa fácil.
Tras tomar una decisión, me besa con fuerza. Sabe a vino de hadas y a
pensamientos sucios.
—Baila conmigo —digo cuando nuestras bocas se separan.
Me acaricia la mejilla con el pulgar.
—No quiero bailar contigo.
El tono de su voz me impacta de lleno en el pecho. No quiere bailar, pero
sus ojos pálidos y seductores quieren algo más, algo que está despertando a
mi sirena.
Desvío la mirada hacia el límite del claro, donde las hadas llevan toda la
noche desapareciendo y reapareciendo. Me acerca a él con más fuerza.
—Haría que valiera la pena… —susurra, sabiendo en qué estoy
pensando.
Podría ceder. O sea, ¿por qué no?
Pero no debería. ¿Verdad?
Mueve la mano hasta mi muñeca.
—O podría limitarme a hacerte la decisión más fácil.
Dejo de respirar cuando Des sostiene mi muñeca entre ambos. Las
cuentas negras parecen absorber la luz que nos rodea.
—Verdad o reto , querubín.
Si elijo la verdad, tendremos una charla a corazón abierto y volveremos a
bailar y beber. Pero si no… Mi mirada sube por su imponente silueta hasta
esa cara tan dura y atractiva.
—Reto.
Me aprieta la muñeca un poco más durante un momento, mientras una
sonrisa lenta y tortuosa se extiende por su rostro.
—Que así sea. —Desliza la mano hacia mi palma y su magia se arrastra
por mi piel como un millar de caricias ligeras.
El Negociador me advirtió sobre esto antes de que le comprara mi primer
favor. Con una sirena, no solo pediría secretos… También habría sexo.
Solo que entonces lo dijo para asustarme. Pero ahora… ahora que somos
pareja, bueno, el sexo va de la mano con el amor.
Des me guía hacia el bosque oscuro que bordea el claro, sus ojos
plateados en llamas.
Siento las miradas furtivas de otras hadas mientras nos escapamos, y no
puedo evitar el calor creciente en mis mejillas. Todos saben lo que estamos
a punto de hacer.
Dejamos atrás la música y el baile. El bosque está sumido en un silencio
inquietante.
—¿En qué estás pensando? —pregunta Des, su voz suave como el whisky
escocés.
Que la sola idea de tu piel contra la mía hace que me tiemblen las
rodillas.
—Que eres un demonio astuto —digo en vez de eso.
Su risa resuena en la noche, sin restricciones, libre. Me empuja contra un
árbol cercano, el tronco se desliza entre mis alas.
—Eres tan salvaje como yo, Callie. Sé lo que anhelas, lo que anhela tu
sirena. —Me acaricia el cuello—. Deja que te lo enseñe.
Entre ese roce suave y sus palabras seductoras, mi sirena sale a la
superficie, iluminando mi piel.
Me arqueo hacia él y echo la cabeza hacia atrás.
Sí.
Esto es todo lo que quiero. Él y yo bajo la oscuridad del cielo. Primitivos.
Apasionados.
Acerco las manos a sus pantalones justo cuando me sube la falda,
recogiéndola con las manos. Nuestras manos se mueven con habilidad y
prisa; nuestros movimientos, erráticos. Oigo mi propia respiración jadeante.
Con la ropa todavía medio puesta, su miembro duro y exquisito se aprieta
contra mí.
—Mi pareja —murmura, y su pelo me hace cosquillas en la mejilla
cuando se inclina hacia mí.
Hay una urgencia tanto en la magia, que exige, exige y sigue exigiendo,
como en nuestra propia pasión febril. Las sombras del Negociador nos
cubren, oscureciendo nuestro entorno hasta que solo quedamos él y yo, un
único punto en el universo oscuro que gobierna.
Sus alas nos rodean, protegiendo aún más nuestros cuerpos de las
miradas.
Junto a mi piel brillante, veo cómo se le tensan los músculos del cuello, y
con una poderosa embestida, me penetra.
Con una mano, ahueca uno de mis pechos por encima de la tela de mi
vestido y baja la cabeza. Su boca caliente besa la piel expuesta y yo le clavo
los dedos en los hombros.
Entra y sale de mí, nuestros cuerpos están calientes y mojados en el
punto en el que quedan unidos. Emiten ruidos húmedos y resbaladizos
cuando entran en contacto.
—Pretendía… ir más lento —dice con la voz ronca.
La fuerza de sus embestidas es casi dolorosa. Esta unión no es algo dulce.
Es salvaje, primaria y apela a los rincones más oscuros de mi ser.
Entierro los dedos en su pelo y tiro de su cabeza hacia un lado. Hace
unos minutos, tenía su melena rubio platino retirada de la cara con
elegancia. Ahora ha sido mi víctima.
Lo agarro del pelo con más fuerza.
—No quiero que vayas lento —le digo, y el glamour se filtra en mi voz
—. Quiero todo lo que el Rey de la Noche me puede dar, y luego quiero
más.
Con un gruñido, Des me da exactamente eso.
Una y otra y otra vez.
23
Me despierto con el susurro de los robles y la sensación fría del rocío sobre
mi piel. Me duele la espalda por haber dormido sobre una superficie dura, y
el aroma de la tierra húmeda me inunda las fosas nasales.
¿Dónde estoy?
Parpadeo para intentar despertarme y me incorporo, pasándome las
manos por el pelo y quitándome varias hojas y ramitas. Mi vestido todavía
emite un suave brillo, y en mi espalda está el árbol que Des y yo hemos
mancillado a conciencia.
Des.
Miro a mi alrededor, pero no lo veo por ninguna parte. Me froto las
sienes e intento recordar, a pesar del inicio de la resaca, cómo terminó la
noche y por qué ahora estoy sola.
En la distancia, una rama se rompe.
Me quedo inmóvil.
¿Cuántas posibilidades hay de que sea mi Rey de la Noche?
Cero , susurra mi mente.
Me pongo de pie, intentando ser lo más silenciosa posible. No es que esté
haciendo un gran trabajo en lo de pasar desapercibida. Es un poco difícil
cuando te encuentras en mitad de un bosque oscuro con un vestido brillante.
Empiezo a volver sobre mis pasos. Creo que puedo encontrar el camino
de vuelta a mi habitación, solo tengo que salir de este bosque.
Otra rama se quiebra, y me sobresalto al oír el ruido.
¿Me está siguiendo alguien?
¿Y dónde está Des?
Justo cuando estoy segura de que voy en la dirección correcta, el bosque
parece hacerse más profundo en lugar de dar paso a los Jardines Sagrados.
Me masajeo la frente.
¿De verdad lo he hecho todo al revés? El olor ahumado de los restos de
las hogueras parece ser más intenso aquí que donde me he despertado…
pero no hay música, risas, ni ruidos de los invitados.
Estoy completamente sola.
Detrás de mí, las hojas crujen.
Me tenso.
Puede que no esté sola…
Me giro lentamente.
A lo lejos, veo a un hombre de hombros anchos con una melena de pelo
blanco.
—¡Des! —Siento que me relajo al instante.
Empiezo a dirigirme hacia él, primero caminando, y luego, cuando no se
acerca, echo a correr.
—¡Des! —Antes de que pueda llegar hasta él, desaparece.
Eso me detiene en seco.
Él viene a por ti… , susurran los árboles.
—¿Des?
Siento el metal contra la garganta y por el rabillo del ojo distingo el pelo
rubio blanquecino de Des.
—¿Qué haces? —pregunto.
Si esta es su idea de entrenar…
Pero no es un entrenamiento. No lo es.
Siento su intención maliciosa en la forma ruda en que me agarra y en
cómo se hunde la cuchilla en mi carne, como si quisiera que se me abriera
la piel.
Los labios suaves del Negociador me rozan el pómulo.
—Témeme, mortal —susurra—, porque seré tu ruina.
Des me besa en la mejilla, un ligero roce, luego desliza la daga por mi
garganta.

Me despierto con un sollozo ahogado y me llevo las manos al cuello.


No estás muerta. Solo ha sido un sueño. Solo ha sido un sueño.
Des tiene mi cuerpo acunado en sus brazos.
—Callie —dice cuando ve que estoy despierta, sus palabras llenas de
alivio. Acerca mi cabeza más a él—. Callie, Callie, Callie —murmura,
parece que más para tranquilizarse a sí mismo que a mí.
El Negociador y yo estamos enredados en unas sábanas suaves, nuestros
cuerpos, desnudos.
Me alejo de él el tiempo suficiente para mirarlo a los ojos. No tiene ni
idea de que en este momento estoy entrenando a mi mente para no verlo
como una amenaza. El corte de esa arma me ha parecido muy real.
Trago saliva.
Solo ha sido una pesadilla.
Respiro de forma entrecortada mientras los últimos retazos del sueño se
evaporan.
—Estoy bien, estoy bien.
La luz de primera hora de la mañana entra por la ventana de nuestra
habitación, el sol hace que el aroma de las flores cobre vida por todo
nuestro cuarto. Anoche, los dos nos escabullimos hasta nuestros aposentos
y terminamos aquí lo que habíamos empezado en el bosque.
Vuelvo a recostarme en la cama, me estiro y arrastro a Des hacia abajo
conmigo. De mala gana, me deja tumbarlo en el colchón y me acurruca
contra su costado.
No estoy lista para levantarme, pero tampoco estoy segura de que pueda
volver a dormirme.
—Cuéntame un secreto —murmuro.
Juega con un mechón de mi pelo y se pasa mucho rato sin decir nada.
—El pelo de mi madre era de este mismo tono —dice al final.
—¿De verdad? —pregunto, inclinando la cabeza para mirarlo.
Estira el mechón hasta alisarlo del todo.
—A veces —dice, perdido en sus propios pensamientos—, cuando me
siento particularmente supersticioso, creo que no es una coincidencia.
No sé qué quiere decir con eso, pero la confesión hace que la piel de los
brazos se me ponga de gallina. Hablamos de la mujer que crio a Des, la
escriba de cuya muerte culpa a su padre.
—Háblame sobre ella, sobre tu madre.
Me abraza.
—¿Qué quieres saber, querubín?
Dibujo círculos sobre su pecho.
—Cualquier cosa, todo.
—Mira que eres exigente —dice con cariño. Cuando habla de nuevo, su
tono es más serio—. Se llamaba Larissa, y la quería muchísimo…
Siento un nudo en la garganta. No es tanto lo que dice, sino cómo lo dice,
como si su madre creara todas las estrellas de su cielo. Su pecho sube y baja
cuando traga saliva.
—Siempre fuimos solo mi madre y yo, desde mi primer recuerdo.
Me fijo en que, convenientemente, evita cualquier mención de su padre.
—Era mi protectora, mi maestra y mi confidente más cercana. Tal vez no
debería haber sido así, estoy seguro de que ella no quería que fuera así, pero
en Arestys… mi madre y yo éramos una rareza.
Detengo el dedo sobre su pecho.
¿Des, una rareza? ¿En el Otro Mundo, de entre todos los lugares?
—Incluso para los estándares de Arestys, éramos pobres —dice—. No
podíamos pagar ningún alojamiento, así que vivíamos en las cuevas que te
enseñé. Y bajo el techo de mi madre, tuve que vivir acatando dos reglas
estrictas y absolutas. La primera: nunca debía usar mi magia. La segunda:
tenía que controlar mi temperamento.
No sé hacia dónde se dirige esta historia, pero por su mirada, sé que está
muy lejos de aquí. Por una vez, no está racionando las palabras.
—Como es lógico, me las apañé para sortear ambas reglas.
¿El Negociador retorció las palabras de alguien para satisfacer sus
necesidades? Sorprendente.
—No podía practicar magia, así que aprendí a negociar con las criaturas
mágicas a cambio de un poco de la suya.
Así que de ahí es de donde sacó Des su gusto por los tratos. Jamás tuve
ninguna posibilidad contra él.
—En el Otro Mundo, hay pocas cosas que consigan que te excluyan tan
rápido como ser pobre y débil. De niño, eso es lo que la gente pensaba de
mí y de mi madre, que era una escriba porque solo podía emplear
cantidades pequeñas de magia, y su hijo no podía emplear ninguna en
absoluto.
Empieza a dolerme el corazón. No esperaba esto cuando le he preguntado
por su madre.
—Ser vistos como pobres y débiles nos convirtió en objetivos —continúa
—. Para mi madre, la amenaza tomó la forma de malos hombres. En nuestra
isla hubo varias hadas que desaparecieron después de encontrarse con mi
madre. Ella nunca dijo una sola palabra al respecto, y yo no tenía mucha
idea en aquel momento, pero… no dudo de que mi madre les hiciera algo.
—¿Y qué hay de ti? —pregunto.
—¿Qué pasa conmigo? —responde Des.
—¿Cómo evitaste convertirte en un objetivo?
Des sonríe, pero hay algo malicioso en el gesto.
—No lo evité, querubín. Solo esquivé la segunda regla de mi madre.
Regla número dos: Des tenía que controlar su temperamento.
—Los niños feéricos adoran meterse con los más vulnerables —dice—.
Mi madre no consiguió detener el acoso al que me sometían y no podía
evitar que me defendiera, por lo que me entrenó para pelear y para dejar mis
emociones de lado durante una batalla.
¿Quién era aquella mujer que una vez había formado parte del harén real,
antes de convertirse en una humilde escriba? ¿La que había obligado a su
hijo a controlar su magia y su temperamento, pero aun así le había enseñado
a pelear?
—No lo entiendo —le digo—. Para empezar, ¿por qué tenías que ocultar
tu poder?
Des me acaricia la espalda con una mano.
—Esa es una pregunta para otro momento. Por ahora, te diré que tuve
una madre condenada, un padre cruel y una infancia sin amigos. Tú y yo,
querubín, compartimos tragedias similares.
24
—Vas a tener que obligarme a salir de aquí —le digo a Des.
Estamos sentados en un gran atrio entre una multitud de otros invitados
al Solsticio, todos comiendo té, fruta, nueces y pastas para el desayuno
mientras el sol brilla a través de los enormes ventanales de cristal.
Me recuesto en mi asiento y subo los pies a la mesa antes de darme
cuenta de que llevo un vestido.
Vaya. Por eso no me suelen gustar los vestidos. No son lo que se dice
terriblemente versátiles. Además, este corpiño me está apretando el
estómago a más no poder.
Tiro de él mientras observo a las hadas que nos rodean. Des y yo estamos
en nuestra propia mesa privada, sus guardias y los nobles del Reino de la
Noche están sentados en las mesas que rodean a la nuestra. Más lejos, los
miembros de los reinos de Flora y Fauna también están comiendo.
En general, la multitud parece un poco perjudicada. Puede que haya
sonrisas perezosas y roces casuales, pero he visto a varias hadas usar la
mano para esconder un bostezo, y las conversaciones están algo apagadas.
Una ausencia notable en este desayuno grupal es la de Mara y el Hombre
Verde. El estrado donde se encuentra su mesa está en el otro extremo de la
habitación, desierto.
Estoy a punto de preguntarle a Des qué pasa con la relación de los reyes
de Flora cuando, de la nada, mi ropa para entrenar se materializa en el aire y
cae sobre la mesa una fracción de segundo después. Vuelca un cuenco con
nata y los últimos restos de mi café, y la mayor parte del atuendo aterriza en
un tazón de miel.
Dios, por favor, que alguien me diga que estoy alucinando.
—¿En serio, Des?
Estamos atrayendo la atención de otras mesas.
Se estira, sin prestar absolutamente ninguna atención a las miradas, y una
diminuta franja de piel de sus abdominales asoma por debajo del borde de
su camiseta ajustada.
—El entrenamiento empieza en treinta minutos —anuncia.
Tiene que ser una broma.
—Nazi del entrenamiento —murmuro en voz baja.
—¿Qué has dicho? —pregunta.
—Nada.
Una hora después, llevo puesta la ropa de cuero, las dagas a los costados
y una espada en la mano.
Entrenamos en uno de los jardines cerca del enorme cedro que alberga
nuestras habitaciones. El gigantesco árbol se cierne por encima de nosotros,
las escaleras que rodean el gran tronco están llenas de hadas de Noche que
van y vienen.
En los jardines, las glicinias y las rosas crecen en las espalderas mientras
el brezo y las lilas forman gruesos matorrales por debajo. Bueno, y
alrededor de mil millones de otras plantas, algunas que reconozco y otras
que no.
Pisoteo un jacinto mientras me alejo de Des.
—¿Estás seguro de que no pasa nada si entrenamos aquí? —digo entre
resoplidos—. Estoy destrozando los jardines de la reina.
Des avanza hacia mí en posición, con la espada bien aferrada en la mano.
Sonríe y salta de una roca mientras se impulsa hacia delante.
—No finjas que lo estás haciendo sin querer.
De acuerdo, puede que no haya sido demasiado sutil con mi juego de
pies. Quizá todavía esté un poco molesta por cómo interactúa con Des,
como si le perteneciera.
—Y no —añade—, a la reina no le importa que entrenemos aquí, aunque
destrocemos las flores. El único lugar que le preocupa proteger, aparte de
las casas para invitados de madera de cedro, es su robledal sagrado.
También conocido como el lugar donde anoche me follé a Des.
Echo un vistazo al límite de los jardines, donde rozan con parte del
robledal. A la luz del día, puedo ver que el vasto y arbolado bosque rodea
los terrenos del palacio.
Nunca sabré por qué, de entre todo lo que hay aquí, unos robles
ordinarios son lo más digno de proteger.
Des me ataca.
Grito y salto hacia atrás para esquivar el golpe.
—Libera a tu sirena. —La orden sale de la nada.
—¿Por qué? —jadeo mientras me agacho para esquivar otro mandoble de
su espada.
—Hay algo que me despierta curiosidad.
Describo un movimiento ascendente con mi propia espada, pero él se
aleja antes de que entre en contacto con la suya.
—Déjala en paz —le digo.
Anoche estuvo ocupada. Incluso las zorras como mi sirena necesitan sus
horas de descanso.
El Negociador desaparece. Un momento después, su aliento me roza el
cuello. Me quedo rígida, recordando mi sueño.
—Podemos hacer esto de la forma fácil —me aparta el pelo del hombro y
me roza la piel con los labios—, o de la forma divertida.
No tiene ni idea de lo efectivo que es en este preciso instante. No hay
nada que interese tanto a mi sirena como el miedo y la excitación, y en este
momento, siento un poco de ambas cosas.
—Podría desnudarte despacio y tumbarte en la hierba —susurra—. Te
abriría de piernas y te daría los besos más sagrados.
Un rubor trepa por mis mejillas.
Él desliza la mano por mi torso.
—Saborearía ese coño tan dulce que tienes hasta que estuvieras al límite,
pero no te permitiría alcanzar la liberación —dice—. No hasta que me
rodearas la cintura con tus bonitas piernas y me rogaras que me hundiera en
ti.
Me alejo de él, mi cuerpo grita ante la repentina distancia entre nosotros.
Mi sirena golpea contra las paredes de su jaula y empiezo a perder el
control que tengo sobre ella.
—Te tomaría justo aquí, donde cualquiera podría encontrarnos, como
solían hacer mis antepasados.
Dios, eso sí que es obsceno.
Me rodea hasta que estamos cara a cara, un lado de su boca se curva
hacia arriba.
—Me gustaría que nos encontraran, que me vieran reclamándote.
A la mierda. Me rindo.
Mi sirena sale a la superficie, excitada por todas sus sugerencias
prohibidas.
—Ahí está —dice, retrocediendo, y oigo la alegría en su voz.
Empiezo a moverme, inquieta, con la vista clavada en él.
Todo eso, todo lo que acaba de decir, ha sido solo para liberarme. La
cuestión es que no me gusta que se burlen de mí, que me manipulen.
Prefiero ser la responsable de las burlas y la manipulación.
Roto el cuello mientras el poder vibra por todo mi cuerpo y balanceo la
espada varias veces. Des alza la suya.
—Hola, preciosa.
Entorno los ojos, y debe de entender mi mirada, porque continúa.
—¿Sabes por qué te he llamado?
No me molesto en responderle.
—Quiero que pelees conmigo —explica.
Eso no va a ser un problema.
Como quien no quiere la cosa, doy unos pasos hacia Des, mi reticencia
anterior, desaparecida. Ha sido reemplazada por una necesidad primaria de
venganza y sed de sangre.
Esta vez, cuando me acerco a él, empleo mi espada sin las mismas dudas
que antes. Des detiene mi golpe y avanza blandiendo su propia arma.
Bloqueo el siguiente golpe, nuestras espadas chocan. Al otro lado, los
ojos de Des bailan con alegría.
—¿Te molesta que jueguen contigo, amor?
Le lanzo una mirada letal mientras mis uñas crecen y se afilan. Aprieto
los dientes, empujo para alejar su espada de la mía y corto con mis garras.
Él hace un quiebro para apartarse de la trayectoria y evita la patada que le
lanzo a la entrepierna.
—Hada estúpida —digo, burlándome de él—. Sabes que no deberías
jugar conmigo. Al final, siempre te lo haré pagar.
Si cabe, Des parece más entusiasmado que nunca, lo que solo sirve para
irritarme aún más. Con un gruñido, vuelvo a abalanzarme sobre él.
Los dos bloqueamos y luego atacamos, bloqueamos y atacamos. En
algún momento, nuestra batalla deja de parecerse tanto a un conjunto de
pasos y movimientos y se parece más a un baile. Me muevo con fluidez,
mis instintos me guían, mi coraje hace que cada uno de mis golpes sea
seguro y rápido.
Cuanto más luchamos, más me obliga a esforzarme, y cuanto más me
obliga a esforzarme, más quiero hacerlo. Sangre. Sexo. Peleas. Follar.
Cualquiera de esas cosas. Todas ellas. Su violencia y su pasión son mías.
Para explotarlas. Para saborearlas.
Me agacho y mi cuerpo rueda con el impulso. Mientras sigo con el
movimiento, escucho la hoja de Des cortar el aire y luego algo más. Un
mechón de mi pelo oscuro cae al suelo.
—Vaya —dice Des en tono socarrón y con pinta de no tener ningún
remordimiento.
En respuesta, le sonrío y ataco. Hago una finta a la izquierda, pero me
muevo a la derecha. Me bloquea. Retrocedo y apunto a su plexo solar. Me
esquiva y gira. Avanzo hacia delante y vuelvo a atacar, apuntándole a la
cara.
No le doy en la mandíbula por unos milímetros, pero mi hoja corta un
mechón suelto de su melena rubio platino. Ambos hacemos una pausa y lo
observamos revolotear hasta el suelo.
La expresión de Des queda atrapada en algún lugar entre la conmoción y
el asombro.
—Me has pillado —dice—. Me has pillado de verdad. —Se endereza y
sonríe—. ¿Sabes lo que esto significa, querubín?
Doy un paso atrás con cautela. Sigo extática por mi pequeña victoria,
pero todavía no soy lo bastante orgullosa como para no saber cuándo
retirarme.
—Que tengo que ponértelo más difícil.
Se cambia el arma de la mano izquierda a la derecha.
Mierda.
Ni siquiera me había dado cuenta.
Retrocedo hacia el robledal sagrado de la reina. Las hojas de los árboles
me rozan, susurrando, susurrando…
Des viene a por mí y parece muy entusiasmado.
Me adentro aún más en el bosque y la savia de un roble por encima de mí
me gotea en el cuello y resbala por mi hombro desnudo.
—Evitarme no te servirá de nada —dice Des.
Un instante, está de pie en mitad del jardín, con la luz del sol iluminando
sus pálidos rasgos, y al siguiente, ha desaparecido.
Giro en redondo, intentando localizarlo entre los árboles.
—¿Me buscabas? —Su voz me hace cosquillas en la oreja, pero cuando
me giro para mirarlo a la cara, no está ahí—. Nunca me vas a encontrar si
buscas donde debería estar. —Esas palabras provienen de lo más profundo
del bosque.
—¡Ven aquí y juega limpio! —grito, mi voz etérea.
—A las hadas no nos gusta jugar limpio —dice directamente sobre mí.
Miro justo a tiempo para ver a Des agachado en una de las ramas que
quedan por encima de mi cabeza, con el cuerpo preparado para saltar.
Me pongo tensa, preparándome para atacar, saboreando la posibilidad de
hacerlo. Pero nunca llega.
La expresión del Negociador cambia en un instante mientras me observa.
—Callypso … —Desaparece y se materializa frente a mí un momento
después, sus manos me apartan el pelo—. Estás sangrando.
El brillo de mi piel se atenúa ante la preocupación de su voz.
¿Estoy sangrando?
Me llevo la mano al punto donde tiene clavada la mirada. Siento una
humedad cálida de inmediato.
La savia que me ha goteado encima.
Excepto que, cuando retiro la mano y contemplo mis dedos cubiertos de
carmesí, el líquido no se parece demasiado a la savia, sino más bien a
sangre.
—Uf —digo, limpiándomela mientras mi sirena escapa—. No es mía.
—Entonces, ¿de quién es?
—Del árbol. —Solo necesito un par de segundos para asimilar mis
palabras.
Los árboles no sangran.
Des ya está dos pasos por delante de mí, buscando más rastros de sangre
entre los robles.
Alrededor de varios árboles cercanos hay manchas oscuras en el suelo,
manchas brillantes que he supuesto que eran savia. Pero ¿lo son?
Des posa la bota sobre una mancha, luego mira hacia la copa del árbol.
Sigo su mirada y me fijo en los extraños riachuelos de líquido oscuro que
corren por el tronco.
El Negociador desaparece y reaparece en una rama por encima de mi
cabeza antes de desaparecer de nuevo. Se desplaza más y más alto.
Menos de un minuto después, está de vuelta a mi lado, limpiándose las
manos.
—No hay cuerpo ni señal de ningún ataque —dice—. El líquido parece
provenir del árbol en sí.
Creo que eso me hace sentir mejor.
—Entonces… es savia —le digo.
Des sacude la cabeza, su boca convertida en una fina línea.
—No, es sangre.
25
Los árboles están sangrando .
Reprimo un estremecimiento.
—¿Eso es normal? —pregunto, limpiándome la sangre como puedo, qué
repelús , mientras salimos del robledal.
No era solo ese árbol. Varios de los robles circundantes tenían riachuelos
de sangre goteando por sus troncos.
Des sacude la cabeza, con el ceño fruncido.
—No.
¿Por qué iba a sangrar un árbol? ¿Y son solo justo los robles de la zona
donde estábamos entrenando, o es todo el bosque? Pienso en anoche,
cuando Des me apretó contra uno de ellos. Ese estaba bien…
Un guardia de Des se acerca a nosotros, con los ojos muy abiertos.
—Su majestad… —se interrumpe de golpe cuando me ve.
—Habla con libertad —ordena Des.
El guardia vuelve a centrarse en él.
—Dos de nuestros soldados han desaparecido.
¿Dos soldados han desaparecido ?
El Negociador enarca una ceja.
—Es más de mediodía. ¿Por qué se me informa de esto ahora? —exige
saber Des.
El guardia niega con la cabeza.
—La celebración… Tenían la mañana libre… Se suponía que debían
presentarse para pasar lista a las doce. Cuando no han aparecido, varios
soldados han ido en su busca. Sus camas todavía están hechas, sus maletas
están sin deshacer. Creemos que anoche no regresaron de la celebración.
La boca de Des se convierte en una mueca tensa. Me mira durante un
breve instante, su expresión es inescrutable.
—Continuad buscando —dice al final—. Existe la posibilidad de que
estén durmiendo la mona.
La mirada sombría de Des se encuentra con la mía, y sus ojos dicen lo
que su boca no: existe la posibilidad, pero es infinitesimalmente pequeña.
Árboles que sangran y hombres desaparecidos.
Y ni siquiera llevamos aquí un día entero.

Cancelamos el entrenamiento durante el resto del día. Des y yo nos


separamos en el jardín, él para ver a sus hombres y yo para ducharme. Subo
por la escalera que rodea el cedro gigante sin mucha energía, dejando atrás
habitación tras habitación.
Me van a salir nalgas acero antes de que se acabe la semana.
Des y yo nos alojamos en algo equivalente a la planta treinta y siete.
Me detengo cuando veo la habitación de Temper delante de mí y me
concedo un momento para recuperar el aliento. Mientras estoy apoyada
contra la barandilla, disfrutando de la vista, se abre la puerta del cuarto de
mi amiga.
Enarco las cejas cuando veo a Malaki salir a hurtadillas de la habitación.
Vaya, vaya. Temper se ha tirado al Señor de los Sueños.
En cuanto me ve, agacha la cabeza y se pasa la mano por la nunca,
claramente incómodo.
Levanto las manos.
—No es de mi incumbencia.
Pero se convertirá en cosa mía en cuanto Temper me arrincone. Le
encanta divulgar todos los detalles jugosos de sus relaciones.
Se aclara la garganta y asiente con timidez mientras pasa por mi lado.
Sus pasos ya se desvanecen por las escaleras cuando se me ocurre algo.
—Espera —me giro en redondo—, Malaki…
Se detiene en las escaleras, por debajo de mí, y se da la vuelta. Su parche
brilla bajo la luz del sol. A la dura luz del día, la cicatriz que se extiende por
debajo resulta aún más horrible.
—¿Hay alguna forma de que pueda ver a las mujeres durmientes del
Reino de la Flora?
Frunce el ceño.
—Podría preguntar…
Me muerdo el labio inferior.
—¿Lo harías?
Me estudia durante un momento. Al final, asiente.
—Considéralo hecho.
A última hora de la tarde, Malaki ha cumplido su promesa.
Me encuentro dentro de uno de los amplios invernaderos del Reino de la
Flora, con Temper a mi lado. El cálido invernadero está lleno hasta los
topes de mujeres durmientes, cada una tendida en su ataúd de cristal. Como
en el Reino de la Noche, hay cientos, si no miles, de ellas. Los ataúdes se
extienden por todo el edificio.
—Esta mierda es inquietante —dice Temper a mi lado—, y he visto un
montón de cosas inquietantes en mi vida.
Teniendo en cuenta que resolver casos es lo que mejor se nos da a ambas,
y que una Temper sin nada que hacer nunca es algo bueno, la he traído para
que me ayude y la he puesto al día de todo lo relacionado con este misterio
durante nuestro paseo hasta aquí.
Asiento mientras mi mirada salta de una mujer a otra. Todavía no me he
acostumbrado a esta estampa, ni siquiera después del tiempo que ha pasado.
Son los pequeños detalles los que me afectan: cómo las orejas puntiagudas
de una sobresalen entre su pelo, el hecho de que otra parece que podría
tener hoyuelos si se despertara y sonriera.
Todavía recuerdo los terribles besos de Karnon, cómo me metía su magia
oscura a la fuerza por la garganta. En aquel momento, ser una humilde
esclava me benefició. Cualquiera que fuera el hechizo malévolo que
introdujo en estas mujeres, me libré de él.
La puerta del invernadero se abre y el Hombre Verde entra dando largas
zancadas.
—Me han dicho que te encontraría aquí —dice mientras sus pasos
resuenan por toda la estancia.
—¿Qué está tramando este fantoche frívolo? —pregunta Temper en voz
baja, observando cómo el fae de Flora se dirige hacia nosotras.
Me encojo de hombros.
—Creo que nos encuentra curiosas.
—Puf.
El Hombre Verde llega a nuestro lado y se presenta a Temper, que parece
bastante poco impresionada.
—¿De modo que planeas resolver el misterio? —pregunta, volviéndose
hacia mí.
Escucho el sutil desprecio en su voz. ¿Por qué no iba a despreciarme?
Este misterio lleva diez años afectando al Otro Mundo, y ni todos los
caballos ni los soldados del rey han podido evitar que las desapariciones
ocurrieran una y otra vez.
—Tengo pensado intentarlo.
Pasea la mirada sobre las mujeres que nos rodean.
—Conocía a algunas de estas mujeres… personalmente .
La forma en que lo dice hace que me entren ganas de rascarme la nariz.
Creo que era más que un simple amigo para algunas de estas soldados.
Temper y yo compartimos una mirada de entendimiento. Dios, me
encanta tener a mi mejor amiga aquí conmigo.
—¿Dónde están los niños? —pregunto, volviendo a concentrarme en el
Hombre Verde.
—Están durmiendo un tipo diferente de sueño —dice de forma críptica.
Frunzo el ceño, confusa.
—Mara ordena asesinarlos —explica.
—Hostia puta —dice Temper.
Una sabe que la situación es mala cuando hasta Temper se sorprende por
lo despiadado que es algo.
—«Fruta envenenada», así los llama ella. —El Hombre Verde nos da más
detalles—. Son eliminados en cuanto entran en el reino. La podredumbre se
extiende a toda velocidad.
Cruzo los brazos sobre el pecho.
—Los árboles de la reina también parecen estar pudriéndose, ¿por qué no
son erradicados también? —pregunto.
El Hombre Verde me evalúa.
—¿De qué hablas?
—Del robledal sagrado. Los árboles están sangrando.
—Me cago en Dios —dice Temper en voz baja.
—Debes de estar imaginándote cosas —asegura él—. A los robles no les
pasa nada.
¿Imaginándome cosas?
—No, no estoy…
Temper me pone una mano en el brazo.
—No sirve de nada intentar hacer entrar en razón a este chalado. Él y su
esposa matan niños.
La expresión del Hombre Verde se vuelve condescendiente mientras nos
mira.
—No me digáis que vais a poneros sensibleras con esas criaturas.
—Simplemente, parece hipócrita —le digo— proteger una planta pero
sofocar una vida fae.
—Sería hipócrita si los árboles adolecieran de lo mismo que esos niños
—dice el Hombre Verde.
Uff, ¿por qué lo he mencionado? Hablar con un hada puede ser
tremendamente tedioso.
—Olvídalo —le digo. Le doy un golpecito en el hombro a Temper—.
Aquí no hay nada que ver.
Avanzamos entre los pasillos de los ataúdes y nos dirigimos hacia la
puerta.
—Aunque los árboles hayan desarrollado alguna podredumbre, no
empezaron siendo así —dice a nuestra espalda—. Esos niños sí. Una
enfermedad se puede curar, un estado de existencia permanente, no.
Lo ignoro.
—Dicen que hay un espectro en este lugar —añade, cambiando de tema.
Me detengo.
—Solo está intentando enredarte, chica —dice Temper, agarrándome del
brazo e instándome a seguir—. No caigas en sus trucos.
Pero estoy recordando algo que escuché hace un mes, sobre una sombra
que vigila a los niños por la noche en la guardería del Reino de la Noche.
Me doy la vuelta.
—¿Qué sabes?
Sonríe.
—Los esclavos suelen ser los que lo ven. Dicen que lo ven moverse entre
los ataúdes a la luz de la luna llena.
—¿A él? —pregunto, acercándome un poco más—. ¿Cómo saben que es
un hombre?
Inclina la cabeza.
—Porque ahora solo hay una persona que atiende a estas mujeres: el
Ladrón de almas.
26
Alzo la mirada hacia las estrellas, con Des a mi lado, mientras guardamos
silencio.
Ambos estamos preocupados. Él por los soldados del Reino de la Noche,
que siguen sin aparecer, y yo por lo que me ha dicho el Hombre Verde.
«Ese asqueroso solo está intentando provocarte», me ha dicho Temper
cuando nos hemos marchado.
Puede que sea así, y puede que no. Todavía no he podido desentrañar la
motivación de las hadas. Ni siquiera de la que duerme a mi lado.
El Rey de la Noche y yo hemos vuelto a los Jardines Sagrados. Anoche,
esta sección de los terrenos del palacio era un hervidero de actividad.
Ahora, está completamente desierta, la única señal de la fiesta de anoche es
el suelo manchado de vino y los montoncitos de cenizas donde se
encendieron las hogueras.
Des me coge la mano. Sin decir nada, se la lleva a la boca y me besa la
piel de esa zona.
—Me alegrará poder marcharnos de este lugar —dice.
—A mí también —aseguro después de suspirar.
Desplazo la mirada de estrella en estrella. Las constelaciones me resultan
desconocidas, pero no son menos preciosas que en la Tierra.
De la nada, una de las estrellas empieza a caer del cielo. Parpadeo un par
de veces, solo para asegurarme de que no estoy alucinando. Hace un
momento pendía del cielo y ahora ha empezado a descender, cayendo como
si la gravedad tirara de ella hacia el horizonte.
Sigo intentando encontrarle sentido a la estrella caída cuando otra sigue
su estela, dejando un sendero de luz débil y brillante a su paso.
—¡Des!
—¿Mmm? —responde perezosamente.
Luego cae otra estrella… y otra y otra, todas abandonan su posición en el
dosel sobre nuestras cabezas y caen hacia donde el cielo se encuentra con la
tierra.
—¡Las estrellas están cayendo del cielo! —Esa es una frase que nunca
creí que diría.
Ahora, docenas de ellas caen del cosmos, haciendo que parezca que la
noche está llorando las lágrimas más exquisitas.
Me incorporo, incapaz de apartar la mirada.
Justo antes de que cualquiera de ellas llegue al horizonte, alteran su
trayectoria y se mueven… hacia nosotros .
Frunzo el ceño. Miro a Des, que todavía no ha respondido.
Él también está mirando el cielo, pero no parece ni alarmado ni
sorprendido. Alarga una mano y el aire ondula un poco como resultado de
su magia.
Entonces sucede lo que tal vez sea lo más extraño que he visto nunca: las
estrellas caídas se posan una a una en la mano extendida de Des, tan
pequeñas en su palma como lo parecían en el cielo.
Ni siquiera respiro cuando baja el brazo y me muestra su mano. En el
hueco de su palma hay luz de estrellas. Sé que las estrellas no son tan
pequeñas. Alargo la mano y las toco con el dedo. Parecen granos de arena y
son cálidas al tacto.
Sigo sin poder contener mi sorpresa.
—¿Cómo lo has…?
—He tomado prestada su luz por una noche —explica Des, mientras la
luz de las estrellas se refleja en sus ojos.
Dejo escapar una risa sorprendida, recordando nuestra conversación
nocturna en Phyllia, la Tierra de los Sueños.
«Robaría las estrellas del cielo por ti».
«No te haría falta robarlas, Des».
—¿Has hecho un trato con las estrellas? —pregunto, incrédula.
—Lo he pedido con amabilidad —especifica, como si hubiera cierta
distinción.
Echo la cabeza hacia atrás y me río. Ha convencido a las estrellas para
que caigan del cielo.
Cuando mi risa se extingue por fin, Des sigue mirándome con intensidad.
—Te dije que te daría las estrellas por esa risa.
Sí que lo dijo.
Se inclina hacia delante y lleva la mano hacia la parte superior de mi
cabeza.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto mientras empiezo a echarme hacia
atrás.
—Estate quieta, querubín.
De mala gana, hago lo que me pide y dejo el cuerpo inmóvil.
De repente, vierte la luz de las estrellas sobre mi cabeza.
Enarco las cejas, pero sigo sin moverme.
—¿Por qué has hecho eso? —pregunto, asustada de lo que pasará si
sacudo el pelo.
—Las estrellas han accedido a colgar el cielo nocturno en tu pelo por una
noche.
Sigue mirándome con intensidad. Me entra la timidez y me dan ganas de
colocarme el pelo detrás de la oreja.
Un pequeño espejo de mano aparece brillando de la nada y cae en la
palma de Des. Me lo entrega y lo acepto para contemplar, insegura, mi
reflejo.
Contengo el aliento.
Cientos de puntitos luminosos brillan en mi pelo, la luz de las estrellas se
ha agrupado en constelaciones. Sacudo la cabeza y la luz se mueve con ella.
De verdad parece que llevo el cielo nocturno en el pelo.
—Es precioso —le digo, apartando los ojos de mi reflejo para mirar a
Des.
Es más que precioso. Es impresionante, surrealista. Echo un vistazo hacia
arriba, solo para asegurarme de que no me lo estoy imaginando, pero resulta
que no. Al cielo oscuro sobre nuestras cabezas le faltan sus centelleantes
compañeras.
Des se inclina hacia delante y me besa, un roce de sus labios
increíblemente suave, antes de ponerse de pie. Se recoloca su camiseta
ajustada y recoge su espada de la hierba.
—Odio acortar la noche, amor, pero deberíamos ponernos en marcha.
Después de todo, tenemos otro baile al que asistir.
27
Parece ser que habrá bailes todos los días y todas las noches, y cada uno
recibe un nombre elegante que lo distingue de los demás. Está la
Celebración Solar, el Baile de la Víspera de Verano, ah, y mi favorito, la
Fecundidad Formal. Si eso no te provoca un estremecimiento, nada lo hará.
No es que me sorprendan todos estos bailes, exactamente —ya me lo
esperaba—, pero el verdadero horror de una semana llena de bailes, bebidas
y confraternización con las hadas está empezando a calar.
Por no mencionar el hecho de que voy a tener que llevar tacones durante
siete días seguidos.
Uf, la cruz de mi existencia.
La parte positiva es que, al estar relacionada con el Reino de la Noche,
no estoy obligada a participar en algunos de los bailes y fiestas del Solsticio
que se celebran durante el día. Al parecer, a muchas hadas de Noche les
gusta dormir durante esas horas, así que estoy excusada en lo que respecta a
los deberes oficiales de pareja del Rey de la Noche.
Mis zapatos taconean contra la pasarela de piedra cuando Des, su séquito
y yo entramos en el palacio real del Reino de la Flora.
Me toco el pelo por millonésima vez, extrañamente tímida ahora que el
cielo nocturno brilla en él. En este momento, me siento como el cosmos
personificado, mi vestido es del intenso azul medianoche del cielo oscuro.
Bajamos tramo tras tramo de escaleras, y cuanto más avanzamos, más
claustrofobia siento.
¿Cuánto hay que bajar para llegar al dichoso salón de baile?
La respuesta: lo bastante como para tener todavía más agujetas en un
culo que ya estaba dolorido.
Cuando por fin descendemos el último tramo, la habitación en la que
entramos me deja completamente sin aliento. Puede que estemos bajo tierra,
pero no lo parece.
Arcos intrincados y altos sostienen un techo que parece el de una
catedral, la piedra pálida presenta múltiples caras. En los pilares que hay
por toda la estancia han tallado imágenes de doncellas feéricas con el pelo
cubierto de flores.
Cientos de farolillos de cristal cuelgan de las paredes y de varias
lámparas enormes, las velas goteantes iluminan la habitación con una luz
brillante y titilante.
La mayoría de las superficies están cubiertas con plantas y flores, algunas
dispuestas en macetas, otras crecen en las diversas paredes. Más helechos
cubren las mesas a rebosar de alimentos que bordean los laterales del gran
salón de baile.
En el centro de la habitación se alza un árbol enorme cuyo tronco llega
hasta el techo, donde se extiende su copa. Desde arriba, los pétalos de
algunas flores extrañas y feéricas llueven sobre nosotros.
Des me pilla mirando el árbol.
—Se dice que la primera Reina de la Flora está enterrada debajo de ese
árbol. Que, en lugar de morir, eligió ser enterrada viva para que su cuerpo y
su alma pudieran continuar alimentando su tierra y a su gente durante miles
de años.
—Eso es una puta burrada —le digo.
El árbol gigante, las doncellas fae talladas en piedra, los altos techos
catedralicios… Me giro en redondo.
—Es igual que en tus dibujos —susurro.
En la Academia Peel, Des me hizo varios dibujos del Otro Mundo. Al
menos uno era de este gran salón, estoy segura.
—¿Te acuerdas de eso? —dice, sorprendido.
—Por supuesto. —Lo recuerdo todo —. Estaba desesperada por saber
más sobre tu vida.
No responde, pero no hace falta que lo haga. Está todo en su expresión.
Es toda tuya.
—Noche oscura —murmura una de las invitadas a su acompañante
cuando pasan junto a nosotros.
Esa pequeña frase interrumpe el momento que Des y yo estábamos
teniendo. Se me escapa una risa y los labios del Negociador se extienden en
una sonrisa reservada, con los ojos arrugados en las esquinas. Poco saben
esas hadas que el hombre que tengo a mi lado es el responsable de la noche
inusualmente oscura de hoy.
Des me acerca a él, un gesto que no pasa desapercibido. Por segundo día
consecutivo, la atención de la habitación está fija en nosotros. Esta noche
no es tan obvio, sino más como algo que siento en lugar de verlo. Sus
miradas me calientan la piel. Me imagino que hay algo particularmente
atractivo en que el Rey de la Noche, el señor de los secretos, el sexo, los
sueños y la violencia, disfrute de una humana.
Des recorre mi clavícula expuesta con un dedo.
—¿Te has fijado? —me pregunta.
—¿Si me he fijado en qué?
—En las alas —dice tras recorrer la habitación con la mirada.
Me concentro en las hadas que nos rodean.
Tiene razón.
Al igual que en Somnia, hay varias hadas con las alas desplegadas. No
muchas, pero definitivamente más que anoche, antes de que se
emborracharan.
Casi una hora después de que lleguemos al salón de baile, Mara hace su
entrada con un grupo de hombres a su alrededor, ninguno de los cuales es el
Hombre Verde.
La imagen resulta inquietante, y no consigo entender por qué hasta que,
unos segundos después, toma la barbilla de uno de los hombres y lo besa.
Enarco las cejas.
—El harén de la reina —me explica Des.
De modo que las reinas fae también tienen harenes.
—Pero tiene una pareja… —digo, sin despegar la mirada de ella.
Hoy, su vestido es de un tono escarlata intenso y lleva un corpiño ceñido
con cintas de oro. Sus labios son rojos como la sangre y tienen un aspecto
particularmente salvaje cuando sonríe.
—Sí.
Des le coge dos copas de champán a un camarero que pasa junto a
nosotros y me entrega una de ellas.
Distraída, la acepto.
—Pero creía…
Había asumido que las almas gemelas no podían acostarse con otras
personas, pero ¿qué estuve haciendo yo todos esos años que Des y yo
estuvimos separados? El hecho de que mi corazón no pudiera superarlo no
significaba que evitara salir con otros hombres o tener relaciones íntimas
con ellos.
Des es lo bastante amable como para no mencionarlo. En vez de eso,
pasamos varios segundos más mirando a Mara.
—¿Qué le parece todo esto al Hombre Verde? —pregunto.
Des se encoge de hombros.
—Me imagino que no está demasiado interesado en compartir a su
pareja. Pero ella es la reina, y él es un cobarde.
Au.
Antes de que podamos continuar con la conversación, escuchamos unos
pasos rítmicos en el pasillo, provenientes de la escalera que lleva hasta aquí.
El silencio inunda la habitación muy despacio, cientos de miradas quedan
fijas en las enormes puertas dobles que conducen al salón de baile.
Resuenan pisadas en el silencio y las puertas se abren. Dos hileras de
soldados fae con uniformes dorados relucientes entran en la estancia, sus
movimientos coreografiados y precisos.
Al final, se detienen y se giran de lado, creando una especie de pasillo
improvisado. Otra hada uniformada avanza por el pasillo y se detiene al
final del mismo.
—¡Es un gran honor para mí presentar, desde el radiante cielo de arriba, a
su majestad Janus Soleil, el Rey del Día! —anuncia.
Me cubro los ojos para protegerlos del brillo que ilumina la entrada del
salón de baile mientras alguien avanza por el pasillo y se detiene por
completo frente a los soldados. El resplandor tarda varios segundos en
desaparecer.
Cuando lo hace…
Lo único que veo es el cabello dorado, la piel tostada y los ojos del color
azul claro de las aguas caribeñas.
La copa de champán se me resbala de la mano y estalla contra el suelo.
Rompe cualquier hechizo que pesara sobre el salón de baile.
Las hadas apartan la vista del rey fae y se giran para mirarme, frunciendo
el ceño cuando se dan cuenta de que es la humana, la que no debería estar
aquí, quien está causando la conmoción.
Estoy demasiado distraída para preocuparme por eso, no aparto la mirada
del hada.
El Rey del Día .
Empiezo a temblar, mi mente no para de gritar y gritar.
Des mueve la mano y, gracias a su magia, el cristal se reagrupa y el
champán vuelve a llenar la copa. Con disimulo, pasea la mirada entre mí y
el hombre que, hace solo unos segundos, brillaba como el sol.
—Me secuestró —susurro—. Él fue quien me secuestró. En tu casa. Me
llevó con Karnon.
La persona que me entregó a mi atacante, la persona que bien podría ser
el Ladrón de almas, es otro rey fae.
Me siento bastante más que mareada.
La mirada de Des no se aparta de mí durante un largo segundo, y luego,
en un abrir y cerrar de ojos, el Negociador desaparece, y las dos copas de
champán que sostenía hace un segundo caen una vez más al suelo. Se
rompen un segundo después, los cristales y el vino espumoso inundan el
suelo y me empapan el dobladillo del vestido.
Des reaparece frente a Janus, el aire a su alrededor envuelto en sombras,
sus alas acabadas en garras extendidas.
Las sombras ondean por la habitación, comenzando en los rincones más
alejados y arrastrándose entre las piernas de las hadas como una niebla
siniestra y oscura.
La habitación sigue en silencio, todavía petrificada cuando Des agarra al
Rey del Día por el cuello y le retuerce el brazo hacia atrás. Le pega un
puñetazo en la cara a Janus y el sonido del golpe reverbera.
Cualquiera que sea el extraño ensueño que ha caído sobre la estancia, esa
mera acción rompe el hechizo. El salón estalla en gritos y la gente empieza
a moverse.
El brazo de Des es como un mazo que golpea al Rey del Día una y otra
vez. Los soldados uniformados de Janus se acercan a Des, mientras que los
soldados del Reino de la Noche corren hacia la refriega.
Antes de darme cuenta, los soldados se enfrentan a otros soldados y los
invitados a otros invitados. En la habitación estalla un alboroto repentino
cuando las hadas empiezan a pelearse entre sí. Los fae de Fauna me están
señalando, y varios de ellos comienzan a avanzar entre la multitud, en mi
dirección.
Mierda, casi me olvido de la pequeña venganza que el reino de la Fauna
quiere reclamarnos a mí y al Negociador.
A poca distancia, Malaki, Temper y varios soldados del Reino de la
Noche intentan llegar hasta mí.
Las alas se despliegan en todas direcciones, cada una más preciosa que la
anterior. Emiten destellos de todo tipo de colores, y sería impresionante si
no significara que cientos de hadas están perdiendo la cabeza.
La sala cavernosa ya no me parece tan grande y estoy desarrollando un
caso grave de claustrofobia.
Yo he provocado esto. He desatado a Des. Y a pesar de que mi parte cruel
y perversa saborea la venganza que se ha cobrado, el resto se siente
horrorizada por haber puesto en marcha todo esto.
Empiezo a abrirme camino entre la multitud, decidida a llegar hasta
ambos reyes.
Si alguien va a vengarse, esa seré yo , ronronea mi sirena.
Las hadas empiezan a emprender el vuelo y se destrozan unas a otras.
Mientras tanto, Des y el Rey del Día siguen peleando. Uno, brillante como
el sol; el otro, oscuro como la noche.
Ya casi tengo encima a las hadas de Fauna, y los guardias de Noche que
avanzan en mi dirección todavía están demasiado lejos para ofrecerme
cualquier tipo de protección.
Tendré que encargarme de ellas por mi cuenta. El pensamiento envía un
escalofrío de deleite por mi columna y siento que empiezo a sonreír.
Mis uñas están a punto de afilarse cuando la voz de Mara atraviesa el
barullo.
—¡No habrá muerte en mi casa!
Exceptuando a Des y Janus, el Rey del Día, todo el mundo se queda
inmóvil. Nadie está dispuesto a ofender a la reina anfitriona.
Al Negociador parece importarle una mierda lo que piense Mara. Tiene al
Rey del Día atrapado debajo de él y sigue dándole puñetazos en la cara.
—Desmond Flynn, Rey de la Noche, por la ley de mi reino, te ordeno
que te detengas —truena la voz de Mara.
Con el brazo echado hacia atrás, Des duda, con la respiración jadeante e
irregular. Su pelo, que antes tenía apartado de la cara, ahora le cuelga en
mechones salvajes. He visto a mi pareja en una espiral de ira antes, pero
rara vez lo he visto así, perdido por completo en ella. Hay algo muy…
crudo en ello.
De mala gana, deja caer el puño. Le cuesta respirar. Se inclina cerca de
Janus, susurra algo al oído del Rey del Día y se pone de pie mientras
escanea a la multitud con la mirada. Solo deja de recorrerla cuando aterriza
sobre mí.
Parece un huracán contenido en el interior de un hombre. Tiene gotas de
sangre en la cara y un pequeño corte en una esquina de la boca. Pero es la
furia contenida de sus ojos y las sombras profundas que envuelven la
habitación lo que de verdad indica lo cabreado que está.
El Rey del Día se pone de pie y le lanza a Des una mirada asesina.
Mara empieza a aplaudir y la atención recae en ella de repente. Atraviesa
la estancia contoneándose, en dirección a ambos hombres, y la multitud se
separa para abrirle paso.
—Damas y caballeros —dice—, os presento el primer desafío de pareja.
¿Desafío de pareja?
Se produce un revuelo entre el resto de invitados, cuyas miradas
evaluadoras se desplazan entre ambos hombres y yo.
Mara sigue su ejemplo y su mirada se encuentra con la mía. Me sonríe, y
sus labios brillantes provocan que su rostro parezca igual de encantador que
perverso. El resto de su cara es una máscara dura fruto de la ira.
—Felicitaciones para el Rey de la Noche y su pareja, la sirena —dice—.
Ahora, contened la emoción y, por favor, continuemos con la fiesta.
No entiendo cómo lo hace, pero Mara logra traer este lugar de vuelta del
caos. Una por una, las alas de las hadas desaparecen y la gente alisa sus
ropas arrugadas. Mientras algunos invitados lanzan miradas fulminantes —
varias de ellas dirigidas a mí, procedentes de algunas hadas de Fauna
descontentas—, la conversación y algunas risas empiezan a florecer por
toda la sala.
Des se limpia la sangre de la boca, fulminando con la mirada al Rey del
Día, que lo fulmina a él de vuelta. Pero Mara no ha terminado con ellos. La
Reina de la Flora conduce a los dos monarcas fuera de la habitación por una
puerta lateral.
El corazón me da un ligero traspié al ver esa escena. Sin Des, soy muy
consciente de que soy un cordero en una guarida de leones.
—Fuera de mi camino. Apártate de en medio, si me pisas el vestido, te
juro que te vas a quedar sin dedos de los pies. —La voz de Temper se abre
paso hasta mí incluso entre el creciente ruido de la multitud—. ¿A quién
tengo que arrearle en el coño para conseguir algo de espacio? ¡Moveos!
Malaki le pisa los talones, con una expresión severa en el rostro.
—¿Qué hostias ha sido eso? —dice Temper cuando llega a mi lado,
mirando hacia donde las dos hadas se estaban pegando no hace ni un
minuto.
Niego con la cabeza mientras trago saliva.
—¿Estás bien? —pregunta Malaki, que se coloca junto a Temper.
Asiento y vuelvo a tragar saliva. Ahora que la pelea ha terminado y la
adrenalina está disminuyendo, la verdad me impacta: el hombre que me
secuestró es un rey fae, y está aquí. Voy a tener que estar cerca del Rey del
Día durante el resto de esta visita. Incluso podría tener que interactuar con
él. Esa posibilidad envía una oleada de náuseas y nervios a través de mi
cuerpo.
—Voy a decir algo a favor del Negociador —dice Temper—. Tiene un
buen gancho de derecha. Ese rey guaperas ha caído como una erección en
una iglesia.
Temper siempre tan elocuente.
—¿Qué es un desafío de pareja? —le pregunto a Malaki, que frunce el
ceño.
—Si un hada rival disputa un vínculo, él o ella puede desafiar a un
miembro de la pareja a un duelo. Es una tradición antigua, en su mayoría
utilizada para mostrar el valor de la pareja por la que se pelea, o como
insulto si un hada ajena cree que uno de los miembros de la pareja no es
digno del otro. La mayoría de las veces es simplemente una forma de que
un miembro de la pareja, los hombres, por lo general, se desfoguen un poco
y establezcan su reclamo.
¿He mencionado que las tradiciones fae son raras? Porque lo son, y
mucho.
—Nunca pensé que te volvería a ver —dice una voz familiar a mi
espalda, arrancándome de mis pensamientos. Ese sonido provoca que se me
ponga la piel de gallina por todo el cuerpo, pero de una forma agradable.
Aetherial.
Me giro justo a tiempo para ver a la soldado fae, vestida de pies a cabeza
con un uniforme de un tono dorado parecido al de la mantequilla, con el
emblema de un sol estampado en el pecho. Ella era quien languidecía en la
celda contigua a la mía cuando éramos prisioneras de Karnon.
—¡Aetherial!
Es impactante verla en carne y hueso, su rostro anguloso resplandeciente
y su pelo rubio muy corto. Cuando me escoltaban dentro y fuera de la celda
me vendaban los ojos, así que solo disponía de mi imaginación cuando
hablaba con ella. Es más alta y delgada de lo que imaginaba, sus labios son
suaves y carnosos, cuando yo esperaba que fueran delgados y feroces.
Lo más probable es que esté rompiendo el protocolo, pero la abrazo.
En lugar de alejarse, me devuelve el abrazo. Cuando por fin me suelta, es
para mirarme de arriba abajo.
—Tengo que admitir que cuando estás limpia eres aún más encantadora
que en los pocos vistazos que pude echarte —dice. Su mirada se detiene en
mis alas—. Aunque esas no las recuerdo. ¿Des te ha dado el vino?
—¿El vino? —Frunzo el ceño—. No, esto… —se me entrecorta la voz
—. Esto fue cosa de Karnon. —Juro que su fantasma debe de estar aquí esta
noche, porque el rey muerto parece estar en todas partes.
—¿Karnon logró esto? —Enarca las cejas—. Creo que no debería
sorprenderme.
Quiero preguntarle a qué se refiere, pero hay una pregunta aún más
importante.
—¿Cómo…?
—¿Sobreviví? —acaba por mí.
Asiento. Lo último que recuerdo es que estaba casi catatónica.
Se encoge de hombros.
—Parece que no estaba más allá del punto de no retorno cuando me
encontraron. He oído que eso tengo que agradecérselo a tu pareja. —Sus
ojos aterrizan en el punto en el que ha visto a Des por última vez—.
Parece… intenso.
Dejé escapar una risa hueca.
—Me han contado —continúa— que después de que acabara con
Karnon, no quedó de él ni un diente.
Varios recuerdos desagradables de ese encuentro final se reproducen en
el fondo de mi mente.
—Iba a intentar darle las gracias esta noche —admite, endureciendo la
expresión—. He soñado con destripar a ese cabrón con cuernos.
—¿Quién es tu amiga? —Temper, que ha estado orbitando a nuestro
alrededor mientras hablábamos, se mete en nuestra conversación, y suena
como una amante celosa.
—Aetherial, esta es Temper. Temper, Aetherial —digo, haciendo las
presentaciones.
Aetherial toma la mano de Temper.
—Debes de ser la hechicera de la que todo el mundo habla. —Le da un
beso en el dorso de la mano—. Encantada.
No hay nada que apacigüe más a Temper que un poco de adulación.
—¿Y quién eres tú? —pregunta Temper, un poco más agradable de lo
que hubiera sido normalmente.
—Una compañera excautiva —dice Aetherial.
Nuestra conversación se apaga cuando el ruido en la habitación muere.
Docenas de fae dirigen sus miradas a un extremo de la habitación. Sigo esa
dirección a tiempo de ver a Mara, Des y Janus entrando por la puerta lateral
por la que han salido anteriormente. El Negociador luce una expresión
oscura.
Me pongo tensa cuando veo al Rey del Día detrás de él, las palmas me
empiezan a sudar. Puede que no abusara de mí, pero me entregó al
abusador. En mi opinión, apenas hay distinción entre los dos.
—Tengo que regresar a mis deberes —se excusa Aetherial—. Temper, un
placer conocerte. —Inclina la cabeza—. Callie, espero volver a verte
pronto. —Y luego se funde con la multitud para volver con el hombre que
hizo posible que ella y yo nos encontráramos.
En cuanto Des me mira, desaparece y reaparece a mi lado. Extiende sus
alas a mi alrededor, alejando a todos los que están cerca, incluida Temper.
—Iré a la guerra con él por esto —gruñe—. Te lo juro.
Tardo un segundo en seguir la trayectoria de los pensamientos de Des.
Guerra. Janus. El Reino del Día. Venganza por mi secuestro.
—No me detendré hasta que lo haya derribado de su trono y lo haya
capturado —continúa Des—. Lo encarcelaré en las catacumbas de Memnos,
donde mis monstruos le cortarán las entrañas y se las darán de comer a…
Le tapo la boca con la mano.
Hostia puta. Hostia puta.
—Vale, eso ha sido muy gráfico, y de verdad que aprecio la
motivación…
Me aparta la mano.
—Está claro que he sido demasiado suave, y tú, demasiado indulgente, si
no te crees que…
Vuelvo a taparle la boca.
—Pero de verdad que me gustaría que la semana transcurriera sin ningún
otro incidente —termino.
Esta vez, cuando Des aparta mi mano de sus labios, lo hace con más
suavidad, y la aprieta entre las suyas.
—No puedo deshacer lo que ya ha pasado, pero quiero hacer las cosas
bien, por ti. —Baja la voz—. No quiero que tengas que volver a pasar por
esa experiencia.
Va a hacer que llore.
—No volverá a pasar —le digo, con la voz ronca.
Es una promesa vacía. Ninguno pudo evitar que me secuestraran en el
pasado, ¿quién dice que podremos evitar que vuelva a suceder? Pero, a
veces, es necesario hacer esas estúpidas promesas vacías en beneficio de
todos.
—Puedo lidiar con el Rey del Día durante una semana. —Es una mentira
descarada, porque estoy bastante segura de que no seré capaz. Soy una
gallina cuando se trata de enfrentarme a los hombres pésimos que me han
convertido en víctima.
Pero voy a tener que conseguirlo de una forma u otra, tanto por el bien de
Des como por el mío.
28
Por la noche, me recuesto en los brazos de Des. Las estrellas han vuelto al
cielo, que es el lugar que les corresponde, y mi pelo está desplegado a
nuestro alrededor. Unas pocas ristras de lucecitas cuelgan sobre nosotros,
proporcionando un brillo suave a la habitación.
Des me acaricia la espalda, sus movimientos agitan las plumas de mis
alas. Tengo la mejilla apoyada contra la calidez de su pecho. Si alguna vez
he tenido un hogar, es este.
—Háblame de tu padre —le digo mientras mis propios dedos recorren los
músculos que le cubren el torso.
Des deja escapar una risa que no tiene nada de alegre.
—¿Tanto te he asustado antes?
Levanto la cabeza y le dirijo una mirada perpleja.
—¿De qué estás hablando?
Detiene las caricias en mi espalda. Cuando las reanuda, dibuja formas al
azar con el dedo. Me pregunto qué serían exactamente esos dibujos si le
entregara lápiz y papel.
—Dicen que el temperamento me viene de mi padre —admite.
—¿Quién lo dice? —pregunto en voz baja.
—Se sabe que los miembros de la realeza del Reino de la Noche tienden
a enfadarse con rapidez —dice, evitando la pregunta—. Es la razón de que
mi madre me obligara a trabajar tan duro para aprender a controlar mi ira, y
es lo que me hizo particularmente despiadado cuando estaba con los
Ángeles de la pequeña muerte.
Me doy cuenta de que quiero preguntarle por la hermandad, pero me
trago esas preguntas porque temo que se desvíe de lo que realmente quiero
saber esta noche.
—Incluso ahora —continúa—, después de tanto tiempo para trabajar en
ello, todavía puede dominarme por completo.
Como esta noche.
Me entran ganas de decirle que no se está concediendo el beneficio de la
duda. Cuando pienso en Des y el control, pienso en todos esos meses que
pasé en el instituto intentando hacerle bajar la guardia en vano. O en cómo,
cuando me encontró en el salón del trono de Karnon, rota y ensangrentada,
siguió controlando su ira hasta el último momento.
Pero no menciono nada de eso.
—¿Tu padre solía perder el control? —pregunto, en cambio.
Des lleva la mano hacia mi pelo. Pasa los dedos por los mechones y deja
que se deslicen entre ellos.
—A veces, por lo que he oído —contesta. Su mirada se vuelve distante
—. Por lo general, cuando algo desagradable lo pillaba por sorpresa.
Dejo que mi cabeza caiga sobre su pecho.
—Eso no es exactamente una respuesta a mi pregunta.
Hay mucho que no sé sobre él, siglos de recuerdos que no se ha
molestado en compartir. Y quiero conocer todos y cada uno de los detalles
de su vida, pero este detalle en particular, su padre, parece especialmente
importante.
—Entonces —me da unos toquecitos en la nariz con el dedo—, a lo
mejor es que tus preguntas deberían ser más precisas.
—Des.
Oigo el aire que abandona sus pulmones cuando suspira.
—De todas las verdades perversas por las que podrías preguntarme,
tenías que elegir esta…
Me doy cuenta de que se siente avergonzado. Es algo muy humano, y
muy poco propio de mi pareja.
—No me gusta hablar de él —admite.
Lo entiendo. Dios, lo entiendo perfectamente.
—Estaba matando a sus hijos —dice Des de repente.
Me tenso en sus brazos.
—Cuando fui concebido —continúa—, estaba matando a todos sus hijos.
Los adultos, los niños, incluso los bebés.
Durante varios segundos, ni siquiera respiro.
El primer pensamiento ridículo que acude a mi cabeza es que Des tuvo
hermanos.
El segundo es que ahora todos son fantasmas. Hasta el último de ellos.
Todo por culpa de su padre.
No logro entenderlo. Es demasiado cruel, demasiado malvado,
demasiado desmesurado.
—¿Por qué? —pregunto por fin. Mi pregunta parece crear eco en el
silencio de la habitación.
No espero una respuesta, no solo porque Des no suele estar muy
dispuesto a darlas, sino también porque, como investigadora privada, he
descubierto que los casos más retorcidos casi nunca tienen una explicación.
A veces, las personas hacen cosas atroces solo porque pueden.
El Negociador retira la mano de mi pelo y la desliza por mi brazo.
—Escuchó una profecía que lo advirtió de que su legado conduciría a su
caída.
Suena a drama griego.
—No sé si alguna vez le importaron sus hijos, pero si era el caso, su
poder le importaba más.
Ahora entiendo por qué, por muy aterradores que sean los niños del ataúd
y lo desagradables que puedan ser, Des se niega a hacerles daño.
Ningún niño merece ser asesinado por su sangre.
—Mi madre era una de sus concubinas favoritas. Cuando descubrió que
estaba embarazada, huyó del palacio. Acabó en Arestys. No lo supe hasta
más tarde, pero durante toda mi infancia, nos estuvimos escondiendo.
Me preguntaba cómo era posible que Des naciera en el harén real y aun
así hubiera tenido semejante vida.
Ahora ya lo sé.
Mi rey matón. No existiría si su madre no se lo hubiera llevado.
Tratar de imaginar un mundo sin Desmond Flynn es aún más difícil que
imaginar un mundo en el que un padre mata a todos sus herederos.
¿Cómo sería mi vida si no hubiera habido un Negociador para salvarme
de mi pasado, sin un Des que me consolara por la noche, sin una pareja que
me reclamara después de siete largos años de espera? El mero acto de
pensarlo me duele.
Le acaricio la piel con los dedos. No sucedió. El hombre que tengo
debajo es más que sueños y deseos. Es carne y sangre, piel y hueso,
músculo y magia.
Y es mío.
—¿Se hizo realidad? —pregunto—. ¿La profecía?
Durante varios segundos, lo único que escucho es la respiración de Des.
Al final, levanta la mano y las lucecitas que tenemos encima se apagan.
—Suficiente información por una noche —dice.
En la oscuridad, me quedo a solas con mis propios pensamientos. Y no
puedo evitar preguntarme…
¿Qué me sigue ocultando Des?
29
El tintineo de los cubiertos crea eco en el salón de desayuno privado de
Mara.
—Bueno, anoche fue bastante emocionante —dice Mara, rompiendo el
silencio.
Los tres soberanos fae, el Hombre Verde y yo estamos sentados alrededor
de una mesa, disfrutando de un desayuno la mar de incómodo.
Una de las piedras angulares del Solsticio son las conversaciones
diplomáticas que tienen lugar durante la semana, y parece que la reunión a
la hora del desayuno de hoy es la primera de ellas.
Para ser sincera, no albergo grandes esperanzas acerca de cómo van a ir
las conversaciones de este año. La ausencia del Rey de la Fauna es notable,
su reino está intentando encontrar un gobernante que lo reemplace.
Mientras tanto, Des y Janus llevan todo el desayuno fulminándose con la
mirada. El Negociador le da vueltas al cuchillo en la mano como le he visto
hacer con las dagas. Y Mara me ha mirado varias veces, pero no ha sido
capaz de dar el salto y dirigirse a mí debidamente.
Lo único que hago es intentar retener el desayuno y no salir por patas. No
debería estar sentada a la mesa con el hombre que me secuestró en casa de
Des. Si fuera un humano, ya estaría sumergida de lleno en mi venganza y
estaría usando mi glamour para conseguir que hiciera todo lo que me diera
la gana. Pero, por desgracia, es un rey fae, tanto inmune a mis poderes
como inmensamente poderoso él mismo.
El único que parece estar divirtiéndose es el Hombre Verde. Ha estado
comiéndose los huevos como si fuera su trabajo.
Es la reunión diplomática más extraña de la historia.
—Recordádmelo otra vez —pide Mara, paseando la mirada entre el Rey
del Día y el de la Noche—, ¿cuál fue el motivo de la riña que casi arruina
dos milenios de reuniones pacíficas durante el Solsticio?
Des se recuesta hacia atrás en su asiento y dobla una pierna sobre la otra
rodilla.
—Janus secuestró a mi pareja.
El aludido golpea la mesa con los cubiertos, haciendo que los platos
tintineen.
—Por última vez, no la toqué. —Su mirada aterriza sobre mí—. Ni
siquiera la había visto nunca.
Mentiroso.
No sé a qué está jugando, pero nunca podría olvidar el halo de luz que
brilla a su alrededor o esa cara, que haría llorar a los escultores.
Debe de ver en mi expresión lo que estoy pensando, porque aparta la
mirada, molesto.
Mara se gira para mirarme.
—¿Janus te secuestró? —pregunta, apoyando la barbilla sobre las manos.
Tardo un segundo responder porque, Dios mío, de verdad se ha dirigido a
mí, una simple mortal.
Dejo mi tenedor en la mesa.
—Sí —respondo en tono acerado.
Janus deja escapar un resoplido y levanta las manos en el aire.
—No fui yo.
—Entonces, ¿Janus estaba trabajando con Karnon? —Mara lanza la
pregunta a la habitación.
No aparto la mirada del Rey del Día.
Nadie responde.
—¿Y bien? —presiona, centrando la atención en Janus—. ¿Es verdad?
—Por supuesto que no. Puedo proporcionar una coartada, aunque no me
siento muy inclinado a hacerlo. —Vuelve a fulminar a Des con la mirada.
—Bueno, ahí lo tenéis —dice Mara con una sonrisa tensa—. Puede
presentar una coartada. A lo mejor Callypso solo está confundida.
—No lo estoy —digo. Solo que mi voz suena un poco a la defensiva,
porque… ¿y si? ¿Y si el Rey del Día pudiera demostrar que no estaba en la
Tierra la mañana en que me secuestró?
Entonces, ¿qué?
—¿Podemos dejar todo esto atrás de una vez? —pregunta Mara,
ignorando mi respuesta. Nos lanza a todos una mirada dura, a mí en
particular, y enseguida me doy cuenta de que hemos agotado su buena
voluntad.
Aguantaos y callaos, eso es lo que nos exige.
—Por favor —dice Janus, exasperado.
Las sombras empiezan a acumularse en las esquinas de la habitación. No
he mirado a Des, pero esas sombras me bastan para saber que no va a
aceptar nada.
Mi pareja se arrellana en su asiento.
—N…
Tragándome mi cobardía, coloco una mano en su muslo para detenerlo.
—Sí —digo, con la voz ronca.
Des despega la vista de Janus lo suficiente como para echarme una
mirada tormentosa. Sea lo que sea lo que ve en mi cara, lo hace tensar la
mandíbula.
Muy despacio, las sombras retroceden.
Cruza los brazos sobre el pecho y asiente, tenso.
—Fabuloso. —Mara alza su copa de champán—. Ahora pasemos a las
noticias reales: Desmond, ¿mataste a Karnon?
A mi lado, el Negociador no dice nada y conserva un aspecto tan salvaje
como insolente.
—Desmond —lo presiona Mara. Mientras espera su respuesta, casi
parece un depredador.
Él me coge la mano y juega con ella, un pequeño gesto que llama la
atención de nuestra audiencia.
—Sí, lo maté. Hizo daño a mi pareja.
—Hum. —Mara toma un sorbo de su bebida. Sus ojos aterrizan en mí,
calculadores, curiosos—. ¿Cómo fue ser la prisionera de Karnon? —me
pregunta.
Se me empieza a acelerar el corazón. Respiro hondo para tranquilizarme.
—Fue un infierno. Un absoluto infierno. —Estoy orgullosa de que mi
voz no vacile. Puede que me sienta hecha pedazos, pero sueno segura de mí
misma.
Ella se inclina hacia delante, con un brillo enfermizo en los ojos.
—¿Te violó?
—Suficiente. —La voz de Des está impregnada de poder.
La Reina de la Flora se recuesta en su asiento y toma otro sorbo de
champán.
Siento un cosquilleo en la piel ante su pregunta, su inquietante interés.
—Creo que Karnon estaba detrás de las desapariciones de las mujeres —
dice—, pero el hecho sigue siendo que el hechizo no ha dejado de tener
efecto. Alguien más sigue tirando de los hilos.
Un escalofrío recorre la habitación.
—Hemos deducido lo mismo a raíz de nuestra investigación —dice Des.
—Yo también —añade Janus.
Las miradas de ambos monarcas se cruzan. Estoy bastante segura de que
el aceite y el agua se mezclan mejor que estos dos.
Me da la impresión de que esta rivalidad es anterior a mí. Luz y
oscuridad, en una lucha constante entre sí.
—Lo que me parece interesante —añade el Hombre Verde— son los
niños del ataúd. —Todas las miradas se desplazan hacia él. Hasta ahora, no
ha aportado mucho a la conversación. Deja caer los cubiertos sobre su plato
vacío—. Beben sangre y profetizan, características estrechamente asociadas
con el Reino de la Noche. —Deja que esa pequeña revelación flote en el
aire.
Características estrechamente asociadas con el Reino de la Noche.
Lo que quiere decir está claro: quien engendró a esos niños fue un fae de
Noche, y la única hada de Noche lo bastante poderosa como para ejercer el
tipo de magia que emplea el Ladrón de almas es…
Des curva la boca en una sonrisa salvaje mientras todo su rostro adopta
una expresión siniestra.
—Así que crees que fui yo. Que violé a esas mujeres y engendré a esos
niños.
La idea no es solo ridícula, es abominable.
—No tendría por qué haber sido una violación —dice Mara
pensativamente. Lo mira, lo desnuda con la mirada. Me estremezco—. He
oído historias sobre tus conquistas. ¿Quién puede resistirse al Rey de la
Noche y a todos sus encantos?
Curvo los dedos alrededor de los reposabrazos de mi asiento y tengo que
luchar para mantener a raya mi ira.
—No podéis hablar en serio —digo—. Cualquiera de las mujeres
secuestradas puede decíroslo: Karnon fue el único que las tocó.
—Y, sin embargo, lo que ha dicho mi pareja sigue siendo cierto —dice
Mara—. Los niños del ataúd tienen rasgos fae de Noche, no de Fauna.
Este es el mismo enigma al que me enfrenté cuando fui a ver a los niños
en la guardería real. Odio que ahora lo estén retorciendo para incriminar a
mi pareja.
Mientras tanto, Des no está haciendo nada para negar las acusaciones
contra él. Solo continúa mirando a Mara con esa sonrisa malévola, sin
parecer afectado por sus palabras.
—¿Por qué no deberíamos creer que fueras tú? —dice Janus—. He oído
que tardaste casi una semana en rescatar a tu pareja del palacio de Karnon.
¿Por qué te llevó tanto tiempo, Flynn?
Esa pregunta… esa pregunta duele. Dejando a un lado el hecho de que se
están montando una película, ¿por qué Des esperó tanto tiempo?
El Negociador se recuesta en su silla y mira con altivez a los otros
soberanos.
—¿Y qué pasaría si fuera yo? ¿Qué pasaría si yo, con mi poder infinito,
lo hubiera organizado todo para acabar con el rey loco? ¿Qué haríais? ¿Qué
podríais hacer?
Mara y Janus comparten una mirada. El Rey del Día se inclina hacia
delante, con una mirada intensa en los ojos.
—Lo que sea necesario.
Siento la inmensidad del poder de Des en la habitación. Es tan vasto
como el universo y tan oscuro como la noche.
Si fuera cruel, si fuera malvado… no habría forma de detenerlo.
Si fuera cruel y malvado, a nuestro vínculo le daría lo mismo.
Me gustara o no, seguiría siendo suya.
30
Los niños del ataúd tienen características del Reino de la Noche.
Siento un escalofrío en la piel, a pesar de que fuera hace calor.
—¿Por qué tardaste tanto tiempo en encontrarme cuando era prisionera
de Karnon? —le pregunto a Des mientras volvemos a nuestra habitación.
No quiero sonar herida ni acusarlo, pero una parte de mí siente ambas
cosas.
Se detiene y se gira para mirarme. Inclina la cabeza.
—¿De verdad te estás planteando que lo que han dicho sea cierto?
No sé qué decir, atrapada entre mi propia incertidumbre y los secretos de
Des.
—Solo necesito saberlo —respondo en tono tranquilo.
La boca del Negociador se aplana en una mueca. Mira a nuestro
alrededor, echando un vistazo a las hadas que pasean por los jardines.
Lo que quiere decir: este no es un lugar privado.
Señala con la cabeza en dirección al enorme cedro en el que nos alojamos
y despliega sus alas.
—Sígueme.
Antes de que pueda preguntarle qué hace, salta al aire, sus enormes alas
parecen fuera de lugar en la brillante luz del día. A nuestro alrededor, la
gente se detiene y lo observa.
Con un suspiro, cojo carrerilla y pego un salto, dejando que mis alas me
eleven en el aire.
Des aterriza en una de las ramas más altas del cedro. Lo imito con
torpeza, y estoy a punto de pasar de largo de la rama y caerme. Me agarra
por la cintura y deja escapar una risa ronca que siento hasta en la médula.
No puede ser malo, no puede . Es posible que ambos estemos jodidos, y
claro, Des ha matado a algunas personas, pero no puede ser malo . Es más
como… un malo descafeinado.
Me coloca en la rama de tal forma que mis piernas cuelguen por el borde
mientras los talones me rozan las alas y mi hombro entra en contacto con el
de Des. Desde esta altura, las hadas parecen pequeños insectos.
Respiro el aire fresco del bosque, la copa del árbol se balancea
ligeramente con la brisa.
—Esa mañana, la mañana que desapareciste —empieza Des—, ni
siquiera puedes… —se le quiebra la voz y giro la cabeza para mirarlo. Dista
mucho del rey fae engreído que era durante el desayuno con Mara. Ahora
puedo sentir la emoción y el dolor en sus palabras—. Al principio, pensé
que me habías plantado —dice—. Pensé que te habías largado igual que
hice yo tantas veces cuando estabas en el instituto. En los días siguientes,
deseé que fuera eso. Pero la taza de café llena lo cambiaba todo. Estaba allí,
en la mesa del patio, y seguía llena. Tú, de entre todas las personas, no
dejarías una taza de café intacta.
Sonrío un poco porque es verdad; nunca desperdiciaría un buen café.
—Ese fue el momento en el que me di cuenta de que no te habías ido,
sino que se te habían llevado . La ira que sentí, el miedo… —se interrumpe
y sacude la cabeza—. Recorrí la Tierra en tu busca, y luego el Otro Mundo.
Con cada minuto que pasaba, el temor que sentía crecía. Y… —Se pasa una
mano por el pelo y deja escapar una risa ahogada—. Fue mucho peor que
esos siete años de espera. Muchísimo peor. Cambié años de favores por
migajas de información y, aun así, tardé días en llegar al Reino de la Fauna.
Siento un nudo en el pecho cuando veo a Des recordar esos días en los
que estuve desaparecida. No tenía ni idea de todo esto.
—Debería haber podido encontrarte. Debería. La forma en que funciona
mi poder… los secretos que escucho, las voces que me cuentan lo que
necesito saber, guardaron un silencio ominoso.
¿Secretos? ¿Voces? Alcanza mi mano y se acerca el dorso a la boca. Con
el roce, siento un temblor apenas perceptible, como si el recuerdo aún fuera
visceral para él.
—¿Qué pasa con nuestro vínculo? —pregunto—. ¿No podrías haberme
encontrado a través de él?
He oído historias de almas gemelas que se rastrean entre sí, cuyo vínculo
actúa como una brújula que los guía hasta la ubicación de su pareja.
Des aparta la mirada del horizonte.
—Hay algo sobre nuestro vínculo que no te he contado…
No tengo ni idea de cómo una única frase puede llenarme de tantos malos
presagios, pero así es. Siento un nudo en el estómago.
—¿El qué? —apenas puedo pronunciar las palabras.
—Querubín, nuestro vínculo… tiene problemas.
31
Cuando me reúno con Temper en su habitación, está eligiendo qué ponerse.
Hoy lleva el pelo recogido en docenas de trenzas, en las que ha entretejido
cristales y adornos dorados en forma de espiral.
—¿Qué pasa, tía? —dice cuando me dejo caer sobre su cama.
La observo mientras se cambia, con la cabeza apoyada en las manos.
—Nada…
Todo.
—No te voy a mentir, estos trapitos fae son lo más mono que he visto —
dice, lanzando uno a mi lado.
La obsequio con una respuesta evasiva.
¿Por qué he venido aquí? Temper está prácticamente tarareando en voz
baja. Está claro que las cosas entre ella y Malaki van bien. Es una hechicera
cachonda, lo que significa que no está de humor para una historia triste.
—¿Qué pasa? —pregunta mientras empieza a desnudarse.
—Nada.
Temper resopla.
—A ver, zorra, llevamos casi una década siendo amigas. Deja de pegarte
con las ramas…
Hago una mueca.
—Andarse, Temper. Es «andarse por las ramas».
Se gira hacia mí.
—¿Tengo pinta de que me importe? Ya estás escupiendo lo que sea que te
preocupa.
—Des y yo no somos oficialmente almas gemelas. —Las palabras me
salen en un susurro.
Hace una pausa a medio cambiarse, con las tetas al aire.
—¿A qué te refieres?
Agarro el sujetador del montón de ropa que tengo al lado y se lo lanzo.
Distraída, empieza a ponérselo.
Es como si oyera las palabras que me ha dicho Des en la copa del árbol.
«Querubín, nuestro vínculo… tiene problemas».
—Cuando era prisionera de Karnon, Des no pudo encontrarme porque,
aunque técnicamente somos pareja… nuestra magia es incompatible.
—¿Incompatible? —repite Temper, que parece desconcertada—. Es la
gilipollez más estúpida que he oído en mi vida. ¿Cómo puede ser
incompatible?
—Soy humana. Él es un hada. Nuestra magia proviene de diferentes
mundos. —Es la misma razón por la que mi glamour no funciona con los
fae y el motivo de que el poder oscuro de Karnon nunca funcionara
conmigo.
No es que la magia humana y la fae sean totalmente incompatibles, es
obvio que ellos pueden usar sus poderes conmigo, pero cuando se trata de la
fusión de nuestras dos esencias… nuestro vínculo es imperfecto.
Temper suelta un gruñido indignado.
—¿Y aun así sois almas gemelas?
Asiento y me froto la barbilla con el dorso de la mano. Eso ha sido lo que
Des ha enfatizado una y otra vez.
Eres mi pareja.
—Muy bien, entonces aguántate —dice Temper mientras se viste—. Al
menos tienes un alma gemela. El resto tenemos que hacer todo esto del
amor a la antigua.
Agarro una de sus almohadas y entierro la cara en ella.
—Uf, tienes razón —le digo.
—Por supuesto que la tengo. —Se fija en la almohada que tengo en la
mano—. Uy, eh, no creo que quieras abrazar eso. Estoy bastante segura de
que anoche lo utilizamos como accesorio cuando Malaki…
—¡Qué asco! —Lanzo la almohada bien lejos mientras mi amiga se
descojona.
—Chica, has enterrado la cara en esa almohada a más profundidad de la
que el pene de Malaki se enterró en mí.
—Hay más de mil razones por las que no me apetece escuchar esto.
Muchas más.
—La tiene enorme —dice Temper, dejándose caer en la cama a mi lado
—. Pero, ya sabes, la cantidad justa de enorme. Las dos sabemos que sí se
puede tener demasiada polla.
Gimo. En serio, ¿por qué he venido aquí?
—Y cuando se pone a hacerlo —continúa—, el hijo de puta es como una
taladradora…
Esa imagen es inquietante de treinta formas diferentes.
—Tuve que agarrarme bien para sobrevivir.
Me bajo de la cama.
—Muy bien, se acabó la historia.
—No finjas que no quieres saberlo.
—Una cosa es saber y otra es saber —le digo.
Nadie necesita la cantidad de detalles que proporciona Temper.
—¿Estás lista? —le pregunto cuando termina de cambiarse.
—Eres un muermo —me dice. Se sacude el pelo y agarra sus cosas—.
Lista.
Salimos de la habitación de Temper y nos dirigimos a los jardines que
tenemos debajo. Atajamos por los terrenos del palacio y nos detenemos
cuando llegamos a una mesa y unas sillas. Tomamos asiento y durante un
minuto más o menos después de sentarnos, no hablamos, sino que nos
limitamos a ver pasear a las hadas.
—Bueno —dice Temper cuando por fin deja de prestar atención a las
hadas que nos rodean—, ¿dónde está el criminal favorito de todo el mundo?
—pregunta.
—Tendrás que ser más específica. —Ella y yo conocemos a muchos
delincuentes.
Temper suspira.
—El Negociador.
—Ah, tiene más reuniones. —Las cuales son estrictamente para
monarcas. Debería estar allí, sé que se hablará sobre los informes de las
cautivas de Karnon. Pero la tradición me prohíbe asistir, así que aquí estoy,
aburrida junto a Temper.
Una mujer humana se nos acerca con un juego de té y un plato de
bocadillos pequeños, sin corteza. Me tenso cuando veo la piel marcada de
su muñeca mientras deja la bandeja en nuestra mesa.
Una esclava.
Ser atendida por ella me hace sentir mal. Si hubiera elegido ser camarera,
sería distinto, pero esto es completamente diferente.
No deja de mirar hacia abajo mientras empieza a colocar las tazas de té
frente a nosotras. Intento interrumpir sus esfuerzos por servirnos.
—No pasa nada —le digo—, nosotras nos encargamos. Gracias por traer
todo esto.
No me mira, ni siquiera cuando asiente. Y, maldita sea, me siento mal por
todo lo que estoy haciendo y no haciendo en este momento porque la
esclavitud lo retuerce todo y hace que parezca feo.
Se da la vuelta para irse.
—Eh, espera —le dice Temper a la mujer.
La mujer no reacciona.
—Oye —dice Temper—, estoy hablando contigo.
La mujer humana se detiene. Luego, vacilante, se da la vuelta.
Temper da unas palmaditas en el asiento vacío que tiene al lado.
—Siéntate.
Parece que sentarse es lo último que quiere hacer, pero obedece,
vacilante.
—¿Cómo te llamas? —Mientras Temper habla, empieza a prepararle a la
mujer un plato con bocadillos y una taza de té.
—Gladiola. —La mujer se estremece y mira a nuestro alrededor con
nerviosismo.
—Hola, Gladiola, soy Temper y ella es Callie —dice, presentándonos—.
¿Sabes lo que somos?
Insegura, Gladiola asiente.
—Entonces, eres consciente de que puedo darle una paliza a cualquier
hada que me moleste, y que Callie puede obligarte a hacer lo que ella desee,
si le apetece.
Genial, coaccionando y asustando a la humana esclavizada. Justo así es
como me imaginaba que pasaría el Solsticio.
Gladiola asiente de nuevo.
—Estupendo. Bueno, ahora que ya lo hemos aclarado, vamos a disfrutar
de un pequeño refrigerio juntas. —Temper empuja el plato de bocadillos
que ha preparado para Gladiola un poco más cerca de la mujer—.
Cuéntame, ¿cuál es el último cotilleo?
Su mirada me encuentra rápidamente.
—Se supone que no debo hablar contigo.
—¿Por qué no? —pregunta Temper—. Todas somos humanas.
Ella se limita a sacudir la cabeza.
—Vamos —la alienta Temper—. No pasa nada, solo queremos cotillear
un poco.
Echo una mirada cautelosa a mi amiga, intentando descubrir a qué está
jugando.
Gladiola suelta un suspiro tembloroso.
—A las hadas las incomoda que una mujer humana vaya a convertirse en
la próxima Reina de la Noche.
—No voy a ser reina —le digo.
La mujer se mira las manos que tiene apoyadas en el regazo.
—Tampoco confían en el Rey de la Noche. Mató a otro rey, y los fae de
Fauna quieren venganza. Y… —duda.
—¿Y qué? —la anima Temper.
Gladiola se retuerce las manos.
—La gente ha estado diciendo que el Rey de la Noche está detrás de las
desapariciones.
Se me cae el alma a los pies. Es la segunda persona que dice lo mismo
hoy.
—Dicen —continúa— que él es la última persona a la que ven.
Un escalofrío de inquietud me baja por la espalda.
Es solo un rumor.
Gladiola nos mira a una y a otra.
—¿Me puedo ir?
Antes de que Temper o yo podamos responder, una serie de soldados de
Noche se acerca corriendo por los jardines.
Varios de ellos pasan junto a nosotras antes de que logre retener a uno
por la manga.
—¿Qué está pasando?
Casi no se detiene. Solo lo hace cuando ve quién lo ha retenido.
Respira hondo.
—Ha desaparecido otro soldado.
32
Ha desaparecido otro soldado. Es lo único en lo que puedo pensar esta
noche, mientras las hadas disfrutan de otro baile dentro del castillo del
Reino de la Flora.
Desde que llegamos aquí, tres soldados de Noche, cuatro soldados de
Fauna, un soldado de Día y dos soldados de Flora han desaparecido de las
afueras de los terrenos del palacio. La cifra es asombrosa, incluso para el
Ladrón de almas.
Quienquiera que sea, se está volviendo más audaz, o está más
desesperado.
Todo este asunto arroja una sombra oscura sobre las festividades. Incluso
el baile de esta noche es una celebración más sombría que las dos
anteriores. Las conversaciones no son demasiado animadas, y podría jurar
que veo a varias hadas mirando por encima del hombro, como si el hombre
del saco fuera a aparecer de la nada y a secuestrarlas cuando no están
mirando.
Esta noche, en lugar de disfrutar, Des va de un oficial a otro, recibiendo
informes actualizados, ofreciendo sugerencias y escuchando
preocupaciones. Incluso ahora, cuando se supone que debe disfrutar de la
fiesta, está trabajando. Lo observo, tiene los brazos cruzados sobre su
enorme pecho mientras se inclina para escuchar a una fae de Flora.
—Me sorprende que te haya dejado sola. —Janus se acerca a mi lado con
el mismo aspecto que el sol de la mañana.
Siento que mi pánico resurge casi de inmediato.
No va a hacerme nada , me digo para intentar tranquilizarme. Al menos,
no aquí.
Una idea aún más preocupante se abre paso en mi mente como un
aguijonazo.
¿Y si es él quien está detrás de las últimas desapariciones?
Es cierto que no estuvo aquí la primera noche, cuando dos de nuestros
hombres desaparecieron, pero me secuestró, de eso estoy segura.
—Me sorprende que no estés junto a él, ofreciendo ayuda y consejos. —
Estoy orgullosa de que no me tiemble la voz cuando hablo.
—Quería algo de beber —levanta su bebida—, y un descanso. —Hace
girar el vino en su copa—. Además, encuentro al Rey de la Noche
insufrible, sin ánimo de ofender.
Me mira y le sostengo la mirada. Todo en él está hecho para resultar
cálido y acogedor, desde su piel bronceada hasta su pelo dorado y sus
brillantes ojos azules. Y, sin embargo, a mí me parece frío, muy, muy frío.
Me secuestraste. Ambos lo sabemos.
—Debes de odiarme —dice con suavidad, sin apartar la mirada.
—¿Estás admitiendo lo que hiciste? —No puedo creer que de verdad esté
teniendo esta conversación.
—No te secuestré.
—Ambos sabemos que eso no es cierto —le digo.
—Por los dioses de arriba —dice, mirando hacia el cielo—, claro que lo
es.
Siento un hormigueo en la piel. Cada segundo que estoy aquí, hablando
con este hombre, siento que estoy un paso más cerca de la muerte.
—Escucha —le digo, inclinándome hacia él—, no sé si eres el Ladrón de
almas, o si simplemente trabajas para él, pero haré que pagues por esto, hijo
de puta.
Estoy temblando, estoy asustada y siento la suficiente adrenalina
corriéndome por las venas para levantar un coche, pero acabo de mirar a mi
secuestrador a los ojos y lo he mandado a la mierda.
Joder, me siento increíble.
Estoy a punto de irme cuando me retiene por la muñeca.
—Espera…
—No me toques —le advierto.
En mitad de su conversación al otro lado de la habitación, Des levanta la
cabeza y su mirada se centra en nosotros.
Janus me suelta la muñeca como si lo quemara.
—Estaba dando un discurso ante mi pueblo cuando fuiste secuestrada.
Tengo pruebas.
Las sombras se arrastran por las esquinas de la habitación.
—No te creo —le digo.
Pero, no por primera vez en el día de hoy, dudo. ¿Acaso recuerdo mal las
cosas?
De repente, nada de eso importa, porque Des se materializa frente a mí,
entre el Rey del Día y yo.
—Janus, aléjate de mi pareja. —Des empieza a desplegar las alas, sus
garras tienen un aspecto particularmente letal—. No hables con ella. —Da
un paso adelante—. No la mires. —Otro paso siniestro—. No te le
acerques. —Están casi nariz con nariz—. En lo que a ti respecta, ella no
existe.
A nuestro alrededor, la habitación se ha quedado en silencio. Estoy
bastante segura de que todos esperan que se repita la pelea de anoche.
Janus no parece impresionado.
—Has olvidado tu lugar, Flynn. Entra dentro de mis derechos hablar con
todos y cada uno de los súbditos aquí presentes, tengan pareja o no.
Lo siguiente que dice Des, lo dice en voz muy baja, para que solo yo
pueda escucharlo.
—¿Te he contado lo fácil que fue matar a Karnon? Sus huesos se
rompieron como ramitas, su cuerpo estalló como una fruta demasiado
madura. —Des sonríe, un gesto cargado de crueldad—. Acabar con él fue lo
más fácil del mundo. No cometas el mismo error. Mantente alejado de mi
pareja o te mataré, tal como hice con el rey loco.
La advertencia de Des es suficiente para mantener a Janus a raya. Me
froto los brazos mientras veo a Janus dirigirse hacia la multitud, beberse
todo su vino y coger otra copa de una mesa cercana.
Poco a poco, las alas del Negociador vuelven a plegarse sobre sí mismas
y la oscuridad retrocede.
—¿Estás bien? —me pregunta Des, mientras apoya las manos en la parte
superior de mis brazos. Me examina de arriba abajo, como si Janus me
hubiera hecho algún daño mientras hablábamos.
Asiento y tomo una respiración temblorosa.
—Estoy bien. Es solo… que me pone de los nervios —digo mientras mi
mirada vaga hacia el Rey del Día, que ahora está hablando con Mara y el
Hombre Verde. Los tres nos observan a Des y a mí con cautela.
El Negociador deja escapar una risa ronca y parte de su peligrosidad
muere con ella.
—Y pensar que en algún momento me preocupó que te gustara ese
imbécil.
Recuerdo que me habló sobre el Rey del Día, sobre que era el amante de
la verdad y la honestidad y la belleza, y blablablá.
Un escalofrío muy real me recorre el cuerpo.
Des me acuna la cara entre sus manos.
—Podemos irnos. Ahora mismo. Mis hombres prepararán nuestro
equipaje y nos seguirán. Janus no puede pisar mi reino sin que yo lo sepa, y
es consciente de que, si lo hace, le espera la muerte. —Los ojos del
Negociador brillan con maldad.
Puede que Des sí descienda de demonios. En el fondo de su mirada veo
algo que anhela violencia mucho más de lo que la desea mi sirena.
—Lo único que tienes que hacer es pedirlo —dice.
Su oferta es muy tentadora. Si me quedo, me esperan varios días más de
esto.
Pero si nos vamos…
Si nos vamos, Des parecería débil, o peor, culpable.
Niego con la cabeza.
—Nos quedaremos hasta el final.
Me mira durante varios segundos antes de asentir.
—Si cambias de opinión…
—Te lo diré —termino por él.
La siguiente hora transcurre de discusión en discusión mientras Des y yo
nos movemos por la estancia. Ahora que el Negociador está a mi lado, me
veo obligada a hablar con las hadas. Vaya mierda. No ayuda que sean las
mismas hadas que intentan desesperadamente ignorar mi existencia. En
realidad, sería bastante entretenido si no fuera tan irritante.
Soy un ser humano, no una bolsa de basura con forma de persona que
alguien ha cogido del suelo. Nadie tiene que fingir que no existo.
A pesar de todos los esfuerzos de Des, al final consigo escabullirme.
Mientras me alejo de él, me echa una mirada que hace que lleve una
mano a las cuentas de mi pulsera.
Creo que luego tendré que pagar por dejarlo padecer a solas.
Me acerco a la mesa en la que hay hilera tras hilera de copas de vino, a
punto para que la gente las coja.
Pues no pienso rechazar una.
Cojo una copa y suelto un pequeño suspiro después del primer sorbo.
Delicioso.
Varios minutos después de que me haya escapado, me doy cuenta de que
no tengo ninguna conversación a la que unirme. Tanto Malaki como Temper
están sospechosamente ausentes. Busco a Aetherial entre la multitud,
preguntándome si está aquí esta noche. Si lo está, no la veo.
Tomo otro sorbo de mi bebida. Las únicas otras personas de por aquí que
he llegado a conocer son los monarcas. No pienso hablar con Janus, que en
este preciso instante está codeándose con algunos oficiales de Fauna, y
Mara está en la pista de baile, en mitad de lo más cercano que he visto a una
orgía abierta. Su harén de hombres la reclama ruidosamente a su alrededor,
presionando manos y labios contra su piel. Es extraño verlos bailar a todos
juntos mientras un cuarteto de cuerda toca de fondo, y es aún más extraño
que esté mirando.
Estoy desesperada por borrar la imagen de mi retina… pero tampoco
puedo mirar hacia otro lado.
Maldita sea, ¿dónde está Temper cuando la necesito? Tendría mucho que
comentar sobre lo que está sucediendo.
Pero en lugar de Temper, aparece el Hombre Verde. Se coloca a mi lado y
tengo que reprimir un quejido.
Él no.
Sigue la dirección de mi mirada hasta Mara y su harén.
—Te acabas acostumbrando —dice.
Le pego un buen trago a mi vino.
Jesús, María y José, me alegro de poder volver a beber. Estoy
aprendiendo a marchas forzadas que tratar con las hadas es mejor cuando
vas con el puntillo.
—Las hadas de Flora no suelen ser monógamas, ni siquiera las que tienen
pareja —prosigue.
No me importa y la verdad es que no quiero saberlo.
—Ajá —le digo.
—Los anteriores reyes del Reino de la Noche tampoco lo eran. Ni
siquiera el padre de tu pareja. —El Hombre Verde se acerca demasiado, y la
mano me hormiguea por la necesidad de alejarlo unos pocos centímetros.
—Lo sé.
Suelta lo que has venido a decir, Hombre Verde. Por favor, por lo que
más quieras, suéltalo ya.
—Creo que, como futura reina del Reino de la Noche, tú misma estarás
abierta a… entretenimientos hedonistas.
No sé si es una proposición o si simplemente me está tanteando, pero por
Dios, este tío es espeluznante.
—No lo estoy —respondo con una mueca.
En la pista de baile, Mara agarra a uno de los hombres que tiene más
cerca y le da un beso profundo mientras otro le aprieta un pecho. Su pareja
permanece a mi lado, observándolo todo.
El nivel de repulsión de esta situación se sale de los gráficos.
—Una vez que superes la naturaleza inusual de la misma, creo que
descubrirás que puede ser muy liberador. He tenido muchas, muchas
amantes, aunque nunca una mujer humana.
Vale, definitivamente eso ha sido una proposición.
Me acabo mi copa de un trago, y cuando eso no mejora la situación de
inmediato —valía la pena intentarlo—, empujo al Hombre Verde para que
retroceda varios pasos.
—Tienes que echar el freno, colega.
Y yo necesito más vino. Necesito todo el vino que pueda encontrar.
—Entonces, ¿qué pretende hacer el Rey de la Noche contigo, una mortal?
—pregunta con una sonrisa, con su pecho todavía presionado contra mi
mano.
Miro al Hombre Verde, lo miro de verdad.
—¿Disculpa?
¿Qué tipo de pregunta es esa? Soy la pareja de Des, no una nueva
empleada.
—Producir herederos —reflexiona el Hombre Verde en voz alta— estará
en lo más alto de su lista, especialmente teniendo en cuenta su edad y tu
fertilidad…
¿Producir herederos?
¿Producir herederos ?
Me siento como si estuviera apretando el botón de avance rápido en mi
cerebro, mis pensamientos corren a la velocidad de la luz hasta que se
detienen en una verdad impactante.
Des y yo hemos tenido sexo sin protección.
Des y yo hemos tenido sexo sin protección.
Ay, Dios, ay, Dios, ay, Dios.
De repente, no hay suficiente vino en el mundo para seguir con esta
conversación.
Despego la mano del pecho del Hombre Verde.
No he usado ningún método anticonceptivo. Des no se ha estado
poniendo condón.
Mierda, mierda, mierda.
¿Qué tipo de imbécil olvida estas cosas?
Es una pregunta retórica porque, obviamente, soy esa imbécil.
Des y yo no hemos hablado nunca sobre el tema de los hijos, aparte de
una confesión que me obligó a hacer hace semanas, en la que admití que
quería tener hijos con él.
Pero no ahora .
¿Qué pasa si, ay, Dios, y si…? ¿Y si estoy embarazada?
La voz del Hombre Verde se abre paso hasta mi cerebro.
—… los fae no son particularmente fértiles, pero los humanos sí.
Joder, este tío no piensa dejar el tema. ¿Dónde está el botón para detener
esta conversación?
Veo a Temper entrando en el salón de baile mientras se recoloca el
vestido.
Ahí está mi vía de escape.
—¡Temper, Temper! —grito, el pánico patente en mi voz.
Gira en redondo, buscando entre la multitud hasta que me ve. Mi mejor
amiga echa un vistazo a mi expresión y otro al hombre que está a mi lado y,
bendita sea una y mil veces, empieza a avanzar entre la multitud con una
mirada decidida en la cara.
—¿Estás bien? —pregunta el Hombre Verde, aunque sus ojos brillan de
emoción en lugar de preocupación.
Como si no fuera consciente del efecto que sus palabras tienen en mí.
Mis ojos buscan entre la multitud y aterrizan en Des, que está de espaldas
a mí. Él es la persona con quien realmente debería hablar de esto, pero está
atrapado en una conversación y, lo que es más importante, la verdad es que
no quiero tener esa charla .
Temper aparece justo en este momento.
—Vete un rato a la mierda, Hombre Verde, la reina necesita más vino.
Antes de que yo o el Hombre Verde tengamos la oportunidad de
reaccionar, Temper entrelaza el brazo con el mío y me escolta lejos de aquí
con firmeza.
—Jesús, te quiero mucho —le digo.
—Cristo negro también te quiere, pedazo de zorra chalada. —Me da un
golpe en la cadera con la suya.
—Necesito salir de aquí —le digo, sin molestarme en comentar el hecho
de que Temper emite un brillo saludable o que tiene el pelo hecho un
desastre por el sexo.
—¿Qué pasa? —pregunta, mirándome de arriba abajo—. Tienes pinta de
haber pillado follando a tus abuelos sin querer.
Trago saliva.
—Te lo contaré, solo… —Miro a nuestro alrededor, a todas las hadas que
abarrotan la habitación. Bajo el volumen y le digo—: Aquí no.
Aprieta los labios y vuelve a echarme un buen vistazo, pero asiente.
Estamos cerquísima de la puerta cuando oigo la voz de Mara.
—¡Callie!
Cierro los ojos.
Hemos estado a punto de conseguirlo.
—¿Quieres fingir que no la hemos oído? —pregunta Temper.
—¡Callie! —vuelve a llamarme Mara, esta vez más insistente.
Suspiro y niego con la cabeza.
Nos giramos. La Reina de la Flora ya no está en la pista de baile, sino
que está bebiendo algo donde hace un momento yo hablaba con el Hombre
Verde, al que ahora no se lo ve por ningún lado.
—Ven aquí. —Me hace un gesto para que me acerque, su séquito de
hombres me mira con curiosidad.
—¿He mencionado que no me gusta esa mujer? —dice Temper a mi lado
—. Mira esa sonrisa petulante. Parece de esas zorras que se hacen amigas
tuyas solo para robarte a tu chico.
Justo por esta razón somos amigas Temper y yo. Ella lo entiende.
—Uf, probablemente debería acercarme —le digo.
Ser la pareja de un rey fae tiene sus inconvenientes. Me pasé la
adolescencia siendo una marginada y los años posteriores haciendo que la
gente olvidara que me había conocido. Pero ahora, siendo el alma gemela
de un rey fae, estoy tan lejos del anonimato como es posible.
Temper sumerge un dedo en el vino y lo remueve mientras parece
reflexionar. Es la mirada que pone cuando está inventando un hechizo
nuevo.
—Si te molesta, hazme una señal y volveré a rescatarte, sin pedir
explicaciones.
Asiento.
—Gracias por respaldarme, T.
—Siempre. Ah, y luego quiero oír lo que estabas a punto de contarme —
dice mientras retrocede.
Trago saliva, incómoda, cuando la conversación con el Hombre Verde
burbujea en mi cabeza.
Podría estar embarazada.
Asiento y me separo de Temper. Respiro hondo mientras me dirijo hacia
Mara, que se ríe con su harén. Su mirada aterriza sobre mí y se vuelve más
afilada.
—Cuéntame —dice ella—, ¿cómo os conocisteis tú y Desmond?
Echo un vistazo a los hombres que nos miran. Todos parecen unos putos
depredadores. Es la razón por la que quería permanecer muy, muy lejos del
Otro Mundo. Esta gente es capaz de comerse vivo a alguien.
Mara repara en lo que estoy mirando.
—No te preocupes por ellos. Ahora, habla, me muero por oír esta
historia.
Siento el impulso de mentir, como me ha pasado tantas otras veces a la
hora de contar cómo nos conocimos Des y yo, pero antes de hacerlo,
reevalúo a mi audiencia.
¿Sabes qué? ¿Por qué no les cuento la verdad?
—Conocí al Rey de la Noche la noche en que maté a mi padre. Me ayudó
a deshacerme del cadáver.
Por un momento, nadie dice nada.
Y luego, uno de los hombres se echa a reír. Uno por uno, el resto lo
imitan. Incluso Mara esboza una sonrisa.
—¿Qué te había dicho sobre los humanos? —le dice uno de los hombres
a otro—. Son unas criaturillas despiadadas cuando les apetece.
Le frunzo el ceño al hombre antes de que la Reina de la Flora reclame mi
atención.
—Madre mía —dice—, cuánto tenéis en común tú y Desmond. No es de
extrañar que esté tan enamorado de ti. Una mujer hecha a su medida.
Enarco las cejas.
—¿Qué se supone que significa eso?
Ella acaba con la conversación con un gesto de la mano y toma otro
sorbo de su bebida.
—No me corresponde a mí contar esa historia. Pero, hablando de
historias, imagino que tendrás una gran historia que contar acerca de tu
tiempo con Karnon.
Ya, bueno, no es exactamente una historia que quiera compartir durante
la hora del cóctel en el palacio de la Reina de la Flora.
—Debió de ser muy traumático —dice cuando no respondo—, ¡venir al
Otro Mundo y ser secuestrada, ni más ni menos! No puedo ni imaginar lo
que fue estar atrapada en el palacio de Karnon. Ese horrible lugar estaba
podrido desde mucho antes de que tú llegaras.
Huesos rotos, sangre, agonía sin fin.
Esbozo una sonrisa tensa.
Se inclina hacia delante.
—He oído decir que Desmond llegó justo a tiempo. Eso parece bastante
extraño. Me pregunto cómo te encontró tan rápido…
La miro con los ojos entrecerrados, porque sé exactamente lo que quiere
decir.
Si no hubiera hablado ya con Des sobre el tema, sus palabras se habrían
abierto camino bajo mi piel como un gusano.
Me roza el brazo.
—Bueno, ya no importa. Estás sana y salva, y gracias a esas alas tuyas,
Desmond se ha asegurado de que no puedas abandonarlo para volver a la
Tierra.
En cuanto asimilo esa última frase, mi corazón parece saltarse un latido.
«Gracias a esas alas tuyas, Desmond se ha asegurado de que no puedas
abandonarlo…».
—¿Callypso? —La voz de Mara suena muy lejana.
Parpadeo varias veces y enfoco la cara de la Reina de la Flora. Su
expresión está salpicada de un poco de preocupación, aunque sé que es puro
teatro. Igual que la forma despreocupada en la que ha conseguido plantar
esa semilla de duda en mi mente.
—¿Estás bien? —pregunta, cogiéndome del brazo.
Y entonces, las palabras de Des en la copa del árbol vuelven a mí. Cómo,
a pesar de nuestra débil conexión, sintió mi necesidad y mi dolor a través de
nuestro vínculo. Cómo mi agonía a manos de Karnon llegó a ser tan intensa
como para que el Negociador detectara mi angustia y, a través de ella, mi
ubicación.
Así fue como Des me encontró en el momento en que lo hizo. No porque
quisiera mantenerme en el Otro Mundo como un pájaro enjaulado. Él no
piensa así, aunque la Reina de la Flora sí lo haga.
En el momento en que los dedos de Mara tocan mi codo, me sacudo para
librarme de ella.
A nuestro alrededor, escucho algunos jadeos amortiguados de hadas que
deben de haber visto el gesto. Parece que no dejar que una reina te toque es
una especie de metedura de pata.
—Te equivocas. —Doy un paso atrás. Siento que mis alas se agitan—.
Estás muy, muy equivocada.
Necesito alejarme de estas criaturas, de sus sonrisas falsas y sus palabras
engañosas.
—Un segundo, espero no haberte molestado —dice. Mentira—. Te he
llamado porque tenía la intención de darte un regalo en honor a tu vínculo
con el Rey de la Noche.
Siento los primeros indicios de aprensión. He aprendido de Des que,
cuando se trata de regalos de las hadas, siempre hay trampa.
El harén de la Reina de la Flora cierra el círculo a mi alrededor,
apresándome mientras Mara le hace un gesto a alguien por encima del
hombro.
Una sirvienta humana avanza a través de la multitud de invitados con una
bandeja de plata en las manos. Sobre ella descansa una delicada copa de
vino de metal llena de un líquido púrpura claro. Se detiene cuando llega
junto a la reina.
Con cuidado, Mara levanta la copa de la bandeja.
—¿Sabes lo que es? —pregunta.
Niego con la cabeza, desconcertada por este nuevo giro de los
acontecimientos.
—Creía que a lo mejor… pero no importa.
Me la entrega, y las piezas que no encajaban hasta este instante ahora lo
hacen. Este es su regalo, sea lo que sea.
De mala gana, acepto la copa de plata y me quedo mirando el líquido con
una ligera mueca en los labios.
Cuando no hago nada más, algunos de los hombres de Mara se ríen de mí
como si fuera una simplona. ¡Mira que aceptar una bebida y no pegarle un
trago!
—Tienes que probarlo —insiste la Reina de la Flora.
Y una mierda, no pienso beberlo. Y menos si es algo que me ha dado esta
tía.
Antes de que pueda seguir metiendo la pata, el aire cambia y las sombras
se vuelven más profundas. Los demás también deben de sentirlo, porque las
conversaciones se apagan.
Y luego, de las sombras, aparece Des, como salido de un sueño. Es luz y
oscuridad, desde las sombras que se enroscan a su alrededor hasta los rayos
de la luna que parecen iluminarlo desde dentro.
Las hadas se apartan de su camino, creando una especie de pasillo por
donde él avanza dando largas zancadas. Se dirige hacia mí en silencio, con
su pelo blanco retirado de la cara y su mandíbula firme. Igual que la
primera vez que lo vi, me roba el aliento.
—¿He oído algo de un regalo? —dice cuando llega hasta nuestro grupo.
Me quita la copa de la mano con delicadeza.
—¿Es este? —pregunta, alejándose un poco, con las cejas enarcadas. Se
la acerca a la nariz—. Vino de lilas —dice.
Varias personas jadean.
Le ofrece a Mara una sonrisa de aprobación.
—Tan astuta como siempre, querida reina. —De forma deliberada, vuelca
la copa, dejando que el líquido se derrame por el suelo mientras camina.
La sala se queda completamente en silencio.
Observo a varias personas en un intento de descubrir qué está pasando.
—¿Rechazas mi hospitalidad? —dice ella, con un tono acerado.
—Quizá deberías pensártelo dos veces antes de intentar engañar a mi
pareja. Alguien podría malinterpretarlo —dice Des, que no parece sentir
ningún remordimiento.
Sabía que pasaba algo con ese vino.
Ahora es Mara la que sonríe.
—Y tú tal vez deberías explicarle a tu pareja humana por qué le niegas
los derechos más sagrados y arcanos de todos los amantes. O por qué
morirá como mortal cuando podría vivir a tu lado durante eones.
33
—Vale, a ver, ¿qué es el vino de lilas? —pregunto.
Hemos vuelto a nuestra habitación, Des ha lanzado la chaqueta sobre la
mesa sin mirar y se ha arremangado la camisa de forma que sus antebrazos
musculosos quedan a la vista, y yo me he quitado los tacones de una patada
y el pelo me cae en cascada por la espalda.
Se apoya contra la pared y me mira con los brazos cruzados delante del
pecho.
—Una bebida.
Impresionante. El Des hablador se ha escondido.
—Vas a tener que contarme algo más.
Tanto Mara como él han estado a punto de perder el control por culpa de
ese vino.
—Al contrario de lo que opinas, en realidad, no —dice, sus ojos brillan
en la penumbra de la habitación.
Qué hombre tan frustrante.
—Escucha —digo—, si no me lo cuentas tú, lo hará otra persona. Esta es
tu oportunidad de aclarar las cosas.
Deja caer los brazos a ambos lados y camina hacia delante.
—De acuerdo, ¿quieres que deje las cosas claras? Ahí va, directo y claro:
he imaginado que te daba vino de lilas miles de veces. —Viene hacia mí, y
hay algo en su agitado estado de ánimo que hace que retroceda—. Me he
imaginado dándotelo sin que lo supieras, como ha hecho Mara,
convenciéndote para que lo bebieras sin saber lo que hacías.
Mi espalda choca contra la pared y Des me inmoviliza contra ella con sus
brazos.
—Incluso lo he mandado preparar —dice, alargando la mano y
acariciándome la garganta con el pulgar—. Lo tenía en mi nevera en la isla
Catalina, y lo he tenido a mano en mi palacio.
—¿Qué es?
¿Y por qué tienes que andarte con tantos rodeos con él?
Al final, cede a mi interrogatorio.
—En algún momento del pasado, las hadas encontraron una forma de
lograr que sus amantes mortales se convirtieran en inmortales —dice.
Mientras habla, sus ojos parecen penetrantes, deseosos —. Dieron a sus
amantes humanos vino de lilas, y la carne que debería haber envejecido fue
despojada de la edad, y la magia que una vez fue imperfecta se volvió
perfecta. Dos especies se convirtieron en una.
—No lo entiendo —le digo—, ¿por qué lo has mantenido en secreto? —
No es que tenga nada contra el vino de lilas, ahora que sé lo que es.
—Puede que no quisiera saber tu opinión. Si quisieras ser inmortal,
significaría que te parecería bien abandonar todas esas cosas que te hacen
tan deliciosamente humana, cosas que adoro.
Dios, qué bonito.
—Pero si no quisieras ser inmortal, significaría que esperas que me
resigne a verte envejecer y morir.
Su mirada escanea mi rostro y luce una profunda tristeza. Porque estoy
envejeciendo. Moriré mucho antes que él.
—¿Así que pensaste que darme de beber el vino sin que me enterara era
mejor idea que conocer mi opinión sobre el asunto?
Por esto las parejas tienen que hablar las cosas. Alternativa sana versus
opción tóxica.
—Quiero que conste que no te he dado nada de beber —dice.
—Pero te lo has planteado —contesto.
—¿Cuántas cosas te has planteado tú? ¿Es malo el hecho de
considerarlo? —Me roza la mejilla con los labios.
Trago saliva.
—¿Qué te ha impedido darme el vino?
Se aleja un poco, frunciendo el ceño.
—Lo mismo que me impidió llevarte lejos la noche de tu baile de
graduación y hacerte mía para siempre. Me queda suficiente humanidad
para saber que está mal y suficiente autocontrol para luchar contra mi
naturaleza innata.
—¿Y cuál es tu naturaleza innata? —pregunto en un susurro bajo.
—Tomar lo que quiero, cuando quiero y sin disculparme con nadie por
ello.
Dios.
—¿Quieres que te cuente un secreto? —No espera a que responda—.
Nuestro vínculo solo estará completo si bebes vino de lilas. Solo entonces
podremos compartir libremente nuestra magia.
34
Cuanto más escucho al respecto, mejor suena el vino de lilas.
—Recuérdame otra vez por qué no quieres que beba el vino —le digo.
Des esboza una pequeña sonrisa.
—No importa lo que yo quiera. Te esperé durante ocho años, querubín, y
ahora estás aquí, calentando mi cama y arrancándome mis secretos. Es más
que suficiente.
—¿Por qué querría Mara darme el vino de lilas? —pregunto, sintiendo
curiosidad por los motivos de la Reina de la Flora. Resulta bastante obvio
que no es mi fan número uno, así que, ¿por qué hacerme ese regalo?
Des inclina la cabeza.
—Hagamos un trato: responderé a tu pregunta si tú respondes a una de
las mías.
Con el Negociador todo se convierte en un trato.
—De acuerdo —le digo. De todos modos, no es como si no pudiera
quitarme una cuenta y obligarme a decir la verdad.
Siento un cambio mágico y sutil en el aire cuando Des cierra el trato.
Se le escapa una sonrisa antes de que la haga desaparecer.
—Para responder a tu pregunta: es probable que Mara tuviera varios
motivos para darte el vino de lilas. Debía de querer que los invitados la
vieran ser generosa con una humana y aceptando nuestro vínculo. Da una
buena imagen política. También estaba señalando que serías más aceptada
si te volvieras más como nosotros. Y, por último, estaba buscando los
puntos débiles de nuestra relación.
—¿Por qué iba a hacer eso? —pregunto.
—Para conseguir ventaja —responde Des—. Es bastante fácil controlar a
las personas una vez que las entiendes.
Da un poco de vértigo pensar en todo lo que maquinan las hadas. Justo
cuando creo que es posible que entienda a estas criaturas, oigo algo como
esto. Ni siquiera puedo concebir tanta intriga.
—Ahora —dice Des—, me parece que es mi turno.
Ah, sí, me toca responder a una pregunta.
—¿De qué estabas hablando con el Hombre Verde al principio de la
noche? —pregunta.
Siento que me pongo pálida.
¿Se ha percatado de nuestra conversación?
Este hombre es demasiado perceptivo.
Trago saliva. De verdad que no quiero tener esta conversación.
Cuanto más dudo, más fuerte es el tirón de su magia. Me envuelve la
tráquea y me obliga a hablar.
—Hemos tenido relaciones sexuales sin protección —suelto por fin.
La magia no me libera.
Uf.
Des espera a que termine.
Respiro hondo.
—Podría estar embarazada —susurro.
Abre mucho los ojos ante mi confesión.
Me froto el cuello y lo observo con cautela mientras su magia se disipa.
Me estudia, y por más que intento deducirlo, no sé lo que está pensando.
—¿De qué va esto, querubín? —dice al final.
¿Eh?
—Justo de eso, Des. De tener un bebé. —El mero hecho de decirlo lo
hace mucho más real. Necesito una prueba de embarazo con urgencia.
—Creía que querías tener hijos conmigo —dice Des con su tono
peligroso.
Sí que quiero. Esto no es una cuestión de «si», sino más bien de
«cuándo».
—Todo esto está yendo demasiado rápido —digo.
—¿Demasiado rápido?
Está claro que me he equivocado con esas dos palabras. Lo veo en sus
ojos. Ese parpadeo desconocido de algo extraño, algo fae.
—¿No te has hartado ya de ir despacio? —Su mano me aprieta con
suavidad el estómago, acunándolo.
Lo miro, consciente de que me estoy enfrentando al Des fae, al Des
oscuro, al Des que anhela cosas que no logro entender.
¿Qué fue lo que mencionó Phaedron?
«Ningún hada dejaría que su pareja se le escapara solo porque ella
proteste un poco».
¿No ha sido ese el tema de esta noche? ¿La posibilidad de que quiera
cosas que me alejen de Des en lugar de acercarme a él?
—A lo mejor quiero que tengas a mi hijo —dice, moviendo la mano de
mi estómago a mi pulsera—. A lo mejor quiero que empecemos ahora
mismo…
Trago saliva, siento la boca seca.
De repente, me suelta la muñeca y retrocede, pasándose las manos por el
pelo. Esa chispa de peligro en sus ojos se extingue.
Se deja caer con pesadez en una silla cercana, y ahora que el Des
provocador se ha retirado, siento que mis propias rodillas tiemblan, ¿de
qué? ¿Alivio? ¿Decepción? Su lado salvaje es casi tan atractivo como
aterrador. Y puede que eso me revuelva por dentro, pero, joder, sé desde
hace mucho tiempo que tiene un lado retorcido.
—Perdóname —dice, tapándose la cara con las manos—. Este vínculo
viene con sus propios instintos bárbaros.
Me aliso el vestido y me alejo de la pared.
—No debería haber reaccionado de esa manera. —Se frota la boca y la
barbilla—. Es solo que… es particularmente difícil para las mujeres
concebir hijos con las hadas. No los vemos como una carga. Yo no lo vería
como una carga.
Siento calor, frío y confusión, como si el suelo desapareciera bajo mis
pies.
—Y esperaba —continúa— que tú tampoco lo vieras así.
—¿Es ese uno de los motivos por los que no quieres darme vino de lilas?
—pregunto.
Supongo que mi fertilidad disminuiría en el momento en que lo bebiera,
si de verdad me haría más como otras mujeres fae.
Se ríe.
—Dioses, no. Ya te he contado mis razones para no darte el vino. Y si
estuviera decidido a dejarte embarazada, querubín, no creo que un detalle
tan nimio como la inmortalidad se interpusiera en mi camino.
La forma en que me mira hace que me ardan las entrañas.
Suelto un suspiro.
—Pero ¿quieres hijos? —pregunto.
Esos impresionantes ojos plateados se encuentran con los míos. Me
recuerdan a la luz y la oscuridad y todo lo que queda en medio.
—¿Contigo? —dice—. Por supuesto.
No sé por qué eso me llega tan hondo, por qué lo que dice y cómo lo dice
hacen que se me cierre la garganta, pero ese es el efecto que tiene sobre mí.
A veces olvido que realmente tengo la oportunidad de vivir esta vida, con
todos sus horrores y su belleza. Con todos sus enredos. Puedo alargar la
mano y tomarla cuando quiera. Más que eso, Des quiere que alargue la
mano y la coja.
Camino hacia Des mientras me enfrento a todas mis emociones, intensas
y en carne viva.
—No creo que estés embarazada —dice, levantando la cabeza mientras
me acerco a él—. Aunque si lo estás, lidiaremos con ello, querubín, como
con todo lo demás.
Tomo su cara entre las manos y lo silencio con un beso.
El amor que hay entre nosotros es más grande que él, más grande que yo.
—De la llama a las cenizas, del amanecer al anochecer, durante el resto
de nuestras vidas, sé mío para siempre, Desmond Flynn —susurro contra
sus labios, recitando las mismas palabras que lo alejaron de mí la primera
vez.
Todavía tienen el mismo poder maravilloso y temible que tenían cuando
las pronuncié por primera vez, incluso después de pagar por ellas.
Des me acerca más a él, me abraza con más fuerza.
Siempre me olvido de que, más allá de su arrogancia y poder, hay una
parte de él vulnerable, insegura. Le dije esas palabras hace siete años, pero
siete años es mucho tiempo para estar sin escucharlas, una eternidad para
dos almas gemelas.
Siento que se estremece contra mí cuando responde.
—Hasta que la oscuridad muera.
35
La mañana está bastante avanzada cuando Des y yo entramos en la sala de
estar de Mara. En lo que va de día, he conseguido desayunar… y luego casi
echo el desayuno mientras entrenaba con Des.
Ah, la dicha de convertirse en un arma de destrucción masiva.
Mara ya está recostada en un sofá, esperándonos. Se la ve tremendamente
regia con su vestido lila extendido a su alrededor, revelando la cantidad
justa de pierna por una de sus aberturas.
—Ahí estáis —dice, levantando las manos a modo de saludo, como si lo
de ayer nunca hubiera sucedido.
Todavía estoy sudada del entrenamiento y me pellizco la ropa de cuero
con la que entreno con discreción, porque ahora la tengo pegada a la piel.
Por su parte, Des tiene un aspecto mucho más rudo, la ropa se le adhiere al
cuerpo como una amante.
Estábamos justo en mitad de un entrenamiento que juro que estaba
clavando cuando los soldados de Mara nos han interrumpido para
comunicarnos que la Reina de la Flora ha solicitado mi presencia.
Des se ha tomado la libertad de venir conmigo a pesar de no haber
recibido una invitación directa. Y aquí estamos. Completamente fuera de
lugar en esta delicada salita de estar.
Varios sirvientes se afanan alrededor de Mara. Distingo la piel roja y
marcada de sus muñecas.
Humanos. Esclavos .
Mara sigue la dirección de mi mirada y su expresión se altera cuando se
da cuenta de lo que estoy mirando. A fin de cuentas, en su mundo, al
margen de los títulos y las relaciones, soy una de ellos . Una sombra, una
sirvienta, una raza de seres inferiores.
Mara desliza la mirada hacia Des y le ofrece una sonrisa astuta.
—¿No te fías de dejarme a solas con tu pareja?
—La última vez que mi pareja estuvo a solas con un rey, casi muere. No
es nada personal.
Mara chasquea la lengua.
—Muy protector. —Pasa a mirarme a mí—. Pero no necesitas protección,
¿verdad?
En la Tierra, no.
De hecho, si Des hiciera algo así en casa, me irritaría muchísimo. Pero
aquí, donde mi glamour es inútil y estoy rodeada de inmortales a los que les
gustan los deportes sangrientos incluso más que a mi sirena, me siento
inclinada a dejar que Des sea protector.
—¿De qué querías hablar conmigo? —pregunto, tomando la delantera y
adentrándome más en la habitación. Des me sigue.
Me siento en el sillón de terciopelo verde contiguo al suyo y Des ocupa
el asiento a juego que queda enfrente.
—¿Té? —ofrece Mara, señalando el delicado juego que se encuentra
frente a ella en la mesita de café.
Niego con la cabeza.
—Espero que no os importe que yo me sirva un poco —dice.
Las enredaderas que se han apoderado de la habitación se deslizan ahora
hacia la mesita de café para envolver la tetera y una delicada taza. Levantan
los recipientes de porcelana en el aire y, con mucha suavidad, inclinan la
tetera y vierten el té en la taza.
—¿Has disfrutado de tu estancia hasta ahora? —pregunta Mara,
echándose hacia atrás en el asiento.
No puedo apartar la mirada de la visión de todas estas plantas sirviendo
una taza de té.
La magia nunca dejará de ser fascinante.
—Hum —contesto mientras observo cómo otras tantas enredaderas se
unen al espectáculo: una para echar un poco de leche en la taza y otra para
añadir un terrón de azúcar.
—Me han comentado que, durante la primera noche de las festividades,
tú y el rey os escapasteis al bosque un rato.
Ahora sí que despego la mirada del té.
Me sonrojo mientras rememoro la sensación de estar apretada contra ese
árbol y el pecho de Des presionado contra el mío mientras entraba y salía de
mí.
Por supuesto que la reina sabe que hicimos el amor bajo las copas de los
árboles de su bosque.
—No hay razón para avergonzarse —dice ella al fijarse en mis mejillas
enrojecidas—. Nos reunimos para celebrar el ciclo de las estaciones. Es un
honor tener al Rey de la Noche y a su pareja santificando la celebración con
su unión. Yo misma desaparecí en el bosque varias veces esa noche.
De verdad que podría haber vivido sin saber eso.
Echo un vistazo a Des.
Está recostado en su silla, con un tobillo apoyado sobre la rodilla y
frotándose el labio inferior con el pulgar mientras me mira. A juzgar por el
calor en su mirada, también guarda un recuerdo vívido de esa noche. Y a
diferencia de mí, no parece demasiado avergonzado por ello.
Una de las enredaderas le tiende la taza de té a Mara, que la coge y bebe
delicadamente de ella.
—Bueno —dice—, dejando a un lado las festividades, también he oído
que estás buscando activamente al Ladrón de almas. —Mara me mira por
encima del borde de su taza de té.
Asiento. Es decir, técnicamente, Des y yo estamos investigando juntos
todo el asunto, pero cuando vuelvo a mirarlo, me da la impresión de que
quiere que me lleve todo el mérito.
—Entonces, sabrás que han desaparecido guardias de los cuatro reinos
durante la celebración del Solsticio. Todos hombres.
Vuelvo a asentir.
—Esperaba evitar esta situación. —Bebe un sorbo de té y sacude la
cabeza—. Quería comentar contigo los testimonios de las últimas personas
que vieron con vida a esos soldados. Creo que te parecerán muy
interesantes.
Despacio, se inclina hacia la bandeja de té, coge una cucharilla plateada y
la sumerge en su taza.
—Verás, muchos de ellos aseguran que vieron a sus camaradas por
última vez con un individuo. El mismo individuo.
Me aferro a los bordes del reposabrazos, temiendo ya, sabiendo ya, lo
que va a decir.
—¿Quién? —pregunto de todos modos.
—Tu pareja, Desmond Flynn.
36
Des sigue sentado lánguidamente en la silla frente a mí. Enarca una ceja.
—¿Pensabas hablar de esto con mi pareja a solas ?
No hay nada en esta situación que tenga sentido. Ni los testimonios, que
apenas puedo concebir, ni la reacción tranquila de Des.
Mara lo ignora.
—¿Puedes dar fe del paradero de tu pareja en las últimas noches?
Espera, ¿en serio? ¿Quiere que le proporcione una coartada a Des?
Paseo la mirada entre ambos monarcas. Ella parece un tiburón que ha
olido sangre y él no deja traslucir nada.
—Sí —digo con voz inquebrantable—. Ha estado conmigo. Estás
mirando al hombre equivocado. Janus fue el que…
—¿Desmond estuvo contigo toda la noche? —indaga Mara, hablando por
encima de mí.
Mi sirena se agita ante mi inquietud, con ganas de salir. Si estuviera en la
Tierra, la reprimiría, pero aquí, en el Otro Mundo, donde mi magia es, en su
mayor parte, inútil, no tengo que preocuparme por que mi poder se
descontrole. Así que la dejo salir.
La piel me empieza a brillar.
—¿De verdad crees que dejaría que el Rey de la Noche abandonara mi
cama una vez metido en ella? —pregunto, con la voz impregnada de
glamour.
No le conviene interrogarme.
Frente a mí, Mara esboza una ligera sonrisa mientras luce una mirada
astuta.
El ruido de unos cristales rotos interrumpe la escena.
Una sirvienta bastante joven me mira, con los ojos muy abiertos y un
jarrón destrozado a sus pies. Se acerca más, aplastando los cristales rotos
bajo sus zapatos.
Mara pone los ojos en blanco.
—Serás insolente —dice en voz baja—, limpia eso ahora mismo —
ordena.
Pero la sirvienta no limpia el jarrón. No está escuchando a la Reina de la
Flora en absoluto. Sus ojos permanecen fijos en mí, completamente bajo mi
hechizo.
Mi poder, oscuro y seductor, vuelve a agitarse bajo mi piel.
Por fin, alguien a quien doblegar a mi voluntad.
Mara deja su taza de té, las enredaderas a su alrededor empiezan a
moverse y sacudirse, agitadas.
—¿Quieres un azote, mujer? —dice con voz estridente.
Sonrío cuando la sirvienta se acerca, disfrutando del poder, del control.
—Felicidades, mi reina —dice Des—. Eres una de las primeras hadas en
ver lo que mi pareja puede hacer a los humanos —dice Des.
Mara aleja la mirada de la criada para mirar al Negociador,
desconcertada. Luego me reevalúa y veo algo parecido a una aprobación
reacia en sus ojos. Mientras tanto, su sirvienta sigue dirigiéndose hacia mí,
con la mirada vidriosa fija en mi cara. Me giro para mirar a los ojos a la
mujer humana.
—Limpia el jarrón que has roto y retoma tus tareas habituales —le digo.
La sirvienta se da la vuelta de inmediato, regresa a donde están los
cristales rotos y empieza a recoger los fragmentos más grandes.
—Increíble —susurra Mara.
Frunzo el ceño cuando observo a la sirvienta y vislumbro la piel
enrojecida cerca de su muñeca, donde fue marcada.
Mara le ha hecho eso. La ha marcado.
—Sería mucho más fácil controlarlos si tuviéramos a alguien como ella
—reflexiona Mara—. ¿Hay más de su especie? —le pregunta a Des.
Curvo los dedos alrededor de los reposabrazos de mi silla.
Humana. Esclava. Víctima . Eso es lo que fui una vez, lo que es esta
sirvienta. Y la reina de las hadas que se sienta junto a mí es su captora, su
torturadora.
Es la que merece mi ira.
Me giro hacia Mara, sintiéndome salvaje. Me pongo de pie, la emoción
del poder me recorre entera. Aquí hay un mal al que vencer, una reina a la
que conquistar, un alma que romper y un cuerpo al que hacer sangrar.
Por el rabillo del ojo, veo que Des se pone tenso. Mi imperturbable rey
está verdaderamente nervioso por una vez. Encantador .
Balanceo el cuerpo mientras avanzo hacia Mara. Poco a poco, me subo a
su regazo.
—¿Te importa? —pregunto mientras lo hago. Me da igual cuál sea su
respuesta.
Ella curva la boca en una sonrisa.
—Tienes una pareja, hechicera —responde.
—No está protestando. —Todavía .
Ella enarca las cejas.
—Entonces, adelante. —Veo el deseo avivarse en sus ojos. Estoy
descubriendo que las hadas son un poco más fluidas que los humanos en
cuanto a su sexualidad.
Colocó las manos a cada lado de su cabeza, encapsulándola. Me inclino
más cerca.
—¿Por qué los tienes? —Bajo la mirada hasta su cuello. Su delicado
cuello. Una parte muy frágil de su cuerpo. No puedo controlar a esta mujer,
pero puedo seducirla. Puedo hacerle daño.
Mis uñas se afilan y pinchan la tela de su sofá. No tiene ni idea de que
sus palabras determinarán lo que haga a continuación.
—¿A quién? —pregunta mientras sus perversos labios forman una «O»
perfecta.
—A los esclavos —le digo—. Los marcas y te los quedas. ¿Por qué?
Una mano dura se cuela bajo mi brazo.
—Ya te has divertido suficiente, amor —dice Des, levantándome del
regazo de Mara.
Casi me resisto a él. Casi puedo sentir la sangre de Mara entre mis dedos.
—Reprime tus vendettas , querubín —me susurra en voz más baja.
En lugar de dejarme en mi asiento, Des vuelve a sentarse en el suyo
conmigo encima, colocándome en su regazo. Mi venganza solo queda
apaciguada por las lentas caricias de su mano en mi costado.
Mara nos echa una mirada de párpados caídos.
—¿Conoces la historia de mi hermana? —pregunta, mirándome de forma
reflexiva.
No espera a que responda.
—Thalia Verdana —dice—, la heredera de Flora más poderosa nacida en
este milenio. No poseía una gran belleza, pero ¿qué es la belleza comparada
con el poder? —Mara se pierde mirando a lo lejos—. Por supuesto, para
Thalia la belleza lo era todo. Codiciaba lo que no tenía. —La mirada de la
Reina de la Flora se desliza sobre mí y Des—. Claro que una también sabe
que no necesita belleza si ha encontrado el amor, y ella lo encontró en un
juglar, de entre todas las posibilidades. Al menos, eso es lo que asumimos
que era. —Mara revuelve su taza de té con parsimonia—. Nuestros padres
se sintieron escandalizados por su pareja, pero eso no impidió que Thalia se
viera con él.
»¿Sabías que las hadas pueden ceder su poder? —me pregunta Mara—.
Pueden compartirlo, pueden regalarlo, pero no pueden legarlo: la muerte
anula todos los tratos. —Echa un vistazo a mi piel brillante—. El hombre
resultó ser un hechicero, un hada que podía hechizar a otras hadas con un
deseo y un beso. Thalia cayó bajo su influjo… —Se aclara la garganta—.
Mis padres lo mataron antes de que pudiera destruir nuestro reino. Por
supuesto, para entonces Thalia estaba completamente perdida. Lo siguió al
reino de la muerte.
»Así es como me convertí en heredera de este reino. —Mara nos dedica
una sonrisa tensa—. Ha pasado mucho tiempo desde que conocí a un
hechicero, y nunca había conocido a uno humano. A pesar de todas mis
reservas, descubro que me resultas cautivadora… —El deseo parpadea en
sus ojos mientras me mira de arriba abajo.
—Sí, Callie tiene ese efecto sobre la gente —dice Des, con un deje
posesivo en la voz—. Pero ¿de qué estábamos hablando? —Des me mira
primero a mí y luego a Mara. Chasquea los dedos—. Ah, sí, ya me acuerdo.
Mara, estabas insinuando que soy el culpable de las recientes
desapariciones.
Ella se reacomoda en su asiento.
—Cuando varios testigos ven lo mismo, una tiene que asegurarse… —
Esta es la segunda vez en dos días que otro monarca ha puesto en duda la
inocencia de Des.
Quiero arremeter de nuevo.
—No es él —gruño. El sonido que sale de mi boca es duro y melódico a
la vez—. Janus me secuestró. O sospechas de ambos reyes o de ninguno.
La Reina de la Flora extiende el brazo hacia una de sus enredaderas, que
comienza a enrollarse alrededor de su brazo.
—Ninguna de las otras mujeres capturadas se ha quejado de que el Rey
del Día las secuestrara —dice—. Solo tú, la pareja del Rey de la Noche.
¿Cómo sé que no te limitas a protegerlo?
Solo el agarre de hierro de Des alrededor mi cintura me impide
estrangular a la reina fae.
—Además —continúa ella—, esas mujeres capturadas han dicho que se
las llevaron tras quedarse dormidas. El sueño, como bien sabes, se
encuentra bajo el dominio del Reino de la Noche.
Todo apunta a Des. ¿Por qué todo apunta a él?
El brillo de mi piel se atenúa cuando considero este preocupante
pensamiento.
—Y, sin embargo, aquí estamos, sentados y charlando como personas
civilizadas. —Des se inclina hacia delante—. No has sancionado a mi reino,
ni me has expulsado de las celebraciones. No me has prohibido participar
en ninguna de las fiestas, a pesar de que hace dos noches rompí el acuerdo
de neutralidad al luchar contra Janus. Tus acciones, o la falta de ellas, no
me parecen las de una reina preocupada.
Alrededor de Mara, las enredaderas empiezan a agitarse.
—No presupongas que conoces mis intenciones, Desmond Flynn. —Su
poder inunda la habitación, el aire resulta repugnantemente espeso por
culpa del aroma a flores.
Al Negociador le brillan los ojos.
—Mándanos a mí y a mi pareja lejos, Mara. Nos iremos, el Solsticio
puede continuar y tú podrás poner a prueba tu teoría sobre mi culpabilidad
—la desafía, con su voz hipnótica.
El poder de la Reina de la Flora todavía llena la habitación como una
nube de lluvia preparada para rasgarse de par en par. Pero en lugar de
desatar su ira, Mara evalúa a Des.
—Júrame que eres inocente y podremos acabar con esto —dice.
El Negociador, un hombre que en parte se gana la vida llegando a
acuerdos con los insensatos, no duda.
—Prestaré juramento a cambio de uno por tu parte.
—¿Disculpa? —replica Mara, que parece sentirse agraviada.
—Te juraré mi inocencia, si tú, a cambio, me prometes cincuenta años de
una alianza irrompible entre el Reino de la Flora y el de la Noche.
Una oleada de ira se eleva tras los ojos de Mara y el olor floral espesa el
aire una vez más.
—¿Te atreves a aprovecharte de mi buena disposición?
—Me atrevo a pedirte que seas mi aliada, no mi enemiga.
Y pensar que, hace solo unos minutos, estaba a meros segundos de
arrancarle unos cuantos gritos a esta mujer.
Las palabras de Des parecen apaciguar la mayor parte de su ira. Se
recuesta en su asiento.
—De acuerdo.
Usando un brazo para mantenerme quieta, el Negociador le tiende el otro
y Mara lo agarra.
En el momento en que se estrechan las manos, el aire a su alrededor se
ilumina, ondulando como si fuera agua.
—Te juro por los dioses eternos que las desapariciones no son cosa mía.
El cuerpo de la reina parece relajarse. Asiente.
—Juro por los dioses eternos, y en nombre de mi reino, que durante
cincuenta años seremos aliados del Reino de la Noche.
En cuanto se pronuncian las palabras, la magia que ondula a su alrededor
implosiona y retorna a sus manos entrelazadas.
Entonces, todo se acaba.
37
—¿Te diviertes, esclava?
Giro en redondo y escruto el bosque oscuro de la Reina de la Flora en
busca del hombre que ha hablado. A mi alrededor, el viento nocturno hace
temblar los robles sagrados.
Esa voz…
Me resulta muy familiar.
Pero, aparte de mí, no hay nadie en el bosque.
Me froto los brazos, no estoy segura de cómo he acabado en el robledal
sagrado de la reina.
No importa, me limitaré a volver volando a mi habitación.
Despliego las alas a mi espalda y las bato varias veces para destensarlas.
Siento que algo me gotea por el brazo. Otra gota aterriza en mi pelo.
Me acerco el antebrazo a los ojos.
En la oscuridad, apenas puedo distinguir el fluido, solo que es oscuro.
Oscuro y cálido.
Contengo la respiración.
Sangre.
Me cae otra gota en la coronilla. Levanto la mirada hasta las ramas
entrelazadas. La corteza está rezumando sangre y, cuanto más miro, con
más intensidad fluye por los árboles. Oigo cómo las gotas caen sobre las
hojas que cubren el suelo del bosque. Suena como el inicio de una tormenta,
la sangre cae primero con suavidad, luego más y más rápido. Las gotas
aterrizan sobre mi piel y mi ropa.
—La vida y la muerte son amantes íntimos. —Una voz atraviesa la
oscuridad—. ¿No estás de acuerdo?
Un hombre sale del bosque, sus iris y su cabello trenzado tan oscuros
como la noche.
Es como me imaginaba que era un hada antes de conocer a Des. Los ojos
rasgados, la mueca de su expresiva boca, la nariz recta y estrecha y las
orejas puntiagudas. Posee esa belleza siniestra sobre la que he leído en los
cuentos de hadas.
El hombre curva ligeramente los labios y sus ojos se iluminan de esa
forma maníaca en que tienden a hacerlo los ojos de los fae.
—Mátala —dice otro hombre detrás de mí.
¡Esa voz! Me resulta dolorosamente familiar. En cualquier otro momento
me giraría sin dudarlo, pero mi instinto me dice que la verdadera amenaza
me está mirando a la cara, y no pienso darle la espalda.
—No me corresponde a mí tomar su alma —dice el hombre de ojos
negros, que sigue mirándome con oscura intensidad.
Siento el roce de una hoja en la garganta, y por el rabillo del ojo veo un
mechón de pelo rubio platino.
—Tienes razón —dice la voz familiar a mi espalda—. Es mía.
La verdad me impacta de golpe.
Des.
La voz que oigo a mi espalda es la de Des.
—Disfruta de todas las pequeñas muertes que te quedan —me susurra al
oído—. Voy a por ti.
Y me raja la garganta.

Me despierto entre jadeos, con el cuerpo enredado en las sábanas y unos


brazos fuertes a mi alrededor.
La luz del alba se cuela en la habitación por la ventana, tiñéndolo todo de
varios tonos de azul. Es muy diferente de la oscuridad de mi sueño.
Levanto la mirada y me encuentro con los dulces ojos plateados de Des,
y el corazón casi se me para.
Todavía me hormiguea la oreja junto a la que me ha hablado hace unos
segundos, y juro que aún siento el fantasma del dolor que me ha causado
cuando me ha rajado la garganta con su arma.
Abre un poco los ojos al fijarse en mi reacción.
—Querubín, ¿tienes… miedo de mí?
Me trago el nudo que siento en la garganta, no quiero responder.
Era solo un sueño, sin embargo… Sin embargo, he sentido que era real.
¿Qué me dijo Des hace un tiempo?
Los sueños nunca son solo sueños.
Me examina la cara un rato más.
—Sí que lo tienes. —Pasa la mano sobre mi brazalete—. ¿Por qué me
tienes miedo?
En el momento en que hace la pregunta, su magia se asienta sobre mis
hombros, y no necesito mirarme la muñeca para saber que hay una cuenta
menos.
Me levanto de la cama, arrastrando una sábana conmigo.
—Solo ha sido un sueño —respondo.
No es suficiente. La magia sigue ahí, continúa presionándome.
—¿Y? —insiste Des, que también es consciente de que estoy bajo el
control de su magia.
Me agarro la garganta.
—Y en él, me matabas.
La respuesta es lo bastante buena como para liberarme del poder de Des.
Vuelve a recostarse en nuestra cama, con expresión tormentosa. Mi
mirada aterriza en su melena despeinada y en su pecho desnudo. Es una
sensación extraña la de sentirse a la vez asustada y atraída por alguien, pero
así es como me siento.
—Callie —dice cuando me ve luchar contra mis impulsos—, ven aquí.
Dudo y juro que esa pausa momentánea rompe algo en el interior de mi
pareja.
Baja la voz aún más.
—No pasa nada. Yo nunca… —se le entrecorta la voz—. Nunca te haría
daño.
Y ahora me siento como una auténtica idiota. Sé que nunca me haría
daño. Él es esa parte de mi alma que vive fuera de mi cuerpo.
Me acerco. Se levanta de la cama y su metro ochenta resulta impactante,
intimidante.
Da un paso hacia mí, luego me envuelve en un abrazo. La presencia que
en mi sueño he sentido tan llena de odio ahora la siento rebosante de amor.
Los músculos empleados para matarme ahora me ofrecen consuelo.
—Cuéntamelo todo sobre tu sueño —dice.
Y lo hago.
Para cuando termino, mi inquebrantable alma gemela parece…
preocupado.
—¿Qué pasa? —pregunto.
Sacude la cabeza y frunce el ceño.
—Nada bueno. Si fueran sueños normales, podría despertarte. Estos…
estos no te sueltan hasta que les da la gana. Creía que había perdido mi
toque para despertarte, pero ahora me pregunto…
Busco en su rostro.
—¿Qué?
—Controlar los sueños es un rasgo del Reino de la Noche. Es posible que
alguien vaya a por ti mientras duermes, puede que el mismo alguien que se
está llevando a los soldados.
«Viene a por ti».
—El Ladrón de almas —susurro.
38
¿Quién es exactamente el Ladrón de almas? ¿Y por qué iba a invadir mis
sueños? Eso es lo que me pregunto mientras nos dirigimos al salón del
trono de Mara.
Si mis sueños son algo más que pesadillas sin importancia, ¿quién era el
hombre de pelo negro? ¿Era el Des de mi sueño algo más que una ilusión
destinada a asustarme? ¿O podría ser que mis sueños no tengan nada que
ver con las desapariciones?
Tantas preguntas hacen que me duela la cabeza.
Des y yo nos dirigimos al palacio de la Flora, donde las paredes están
repletas de plantas vivas y florecientes. Parte del Solsticio implica sentarse
con la Reina de la Flora en su salón del trono mientras celebra una
audiencia con sus súbditos.
—¿Qué fae de Noche, aparte de ti, tiene suficiente poder para entrar en
mis sueños? —susurro mientras avanzamos por el castillo.
—Muchos.
Pues vaya, eso sí que es inquietante.
Des sacude la cabeza.
—Pero —continúa—, ninguno debería tener suficiente poder para evitar
que te despierte. Si tuviera hermanos vivos, tal vez serían lo bastante fuertes
como para emplear ese tipo de magia, pero mi padre los mató a todos.
Es interesante saber que el poder se transmite por la sangre.
—¿Y tu padre? ¿Podría…?
—Está muerto —dice Des, estoico.
Bueno, supongo que eso anula la posibilidad.
Me callo cuando entramos en el salón del trono de Mara y nos unimos a
la multitud de hadas.
Este salón es el mismo lugar en el que conocimos a la reina cuando
llegamos aquí por primera vez. Vuelvo a echar un vistazo alrededor,
fijándome en el techo abovedado, las paredes cubiertas de enredaderas y los
candelabros repletos de velas goteantes mientras Des me conduce por el
pasillo.
Se me cae el alma a los pies cuando veo a Janus al fondo de la estancia,
de pie al lado del trono de la reina, con el mismo aspecto que el sol de la
mañana.
¿Cómo encaja él en este misterio?
En cuanto los dos reyes se ven, siento que la tensión de la habitación
aumenta. Las otras hadas también deben de sentirla, porque empiezan a
mirar. El aire empieza a cargarse de magia, lo cual dificulta respirar.
Esto es lo que pasa cuando se encuentran dos fuerzas de la naturaleza.
Le toco el brazo a Des.
—No pasa nada.
Ojalá fuera la mitad de valiente que mis palabras. Me pongo bien recta.
Soy la pesadilla de alguien , me digo a mí misma.
Claro que lo más probable es que ese alguien sea el próximo macaroon
con el que me encuentre, pero bueno, hay que empezar en alguna parte.
Acabamos situándonos cerca del Rey del Día, para frustración tanto de
Des como de Janus.
El Rey del Día no es la única hada que nos la tiene jurada. Hay una
docena de fae de Fauna sentados o de pie por todo el salón del trono, y la
mayoría nos están fulminando con la mirada a mí y al Negociador.
Supongo que todavía no han superado el hecho de que Des se cargara a
su rey…
Y no ayuda que todo este tinglado empiece casi una hora más tarde, e
incluso después de que empiece, es tan interesante como ver secarse la
pintura.
La única gracia que tiene es que Des se entretiene susurrándome al oído
los secretos de los miembros de la audiencia sentados en los bancos.
«A ese le gusta ponerse la ropa de su esposa».
«Esa se acuesta con toda la guardia real, y el único que no lo sabe es su
marido».
«Esa tiene un sirviente al que llama amo en secreto y hace que la castigue
de forma habitual».
Ahora vuelve a inclinarse hacia mí.
—Llevo toda la mañana fantaseando con abrirte esos muslos tan suaves y
follarte hasta que me supliques.
Me tambaleo un poco y mi sirena casi estalla, a duras penas puedo
mantenerla enjaulada.
La mirada de Mara se desvía hacia nosotros antes de regresar al súbdito
que tiene delante.
Lo miro con incredulidad.
—¿Eliges este preciso momento para decirme guarrerías?
—Solo comprobaba si sigues prestando atención —dice.
A nuestra espalda se abre una puerta lateral y Malaki y dos soldados
nocturnos se acercan a Des. El Señor de los Sueños se inclina para
susurrarle algo a la oreja a su rey.
El Negociador asiente, luego se inclina hacia mí.
—Ha desaparecido otro soldado.
¿Otro?
—Tengo que salir un momento para hablar con mis hombres. Malaki se
quedará aquí hasta que vuelva. —Me da un beso rápido en los labios y, de
repente, ya no está a mi lado, sino saliendo por la puerta lateral con los
soldados de Noche.
Parpadeo mientras miro a Malaki, que me dedica una sonrisa tensa antes
de fulminar abiertamente a Janus con la mirada.
Mara despide a su último súbdito y se recuesta en su trono, con su
melena de fuego cayéndole en cascada por el pecho. Hoy lleva rosas
blancas enredadas en sus brillantes mechones.
Junto a ella, el Hombre Verde me dedica una intensa mirada.
Esa hada es desconcertante.
Las puertas dobles que hay en el otro extremo de la estancia se abren y
traen a una mujer esposada. Lleva los brazos desnudos y, asomando por
debajo de sus grilletes, veo una hoja marcada a fuego.
Es humana.
Tiene los ojos hinchados, pero la cara seca, y levanta la barbilla en
actitud desafiante. Todas las miradas permanecen fijas en ella mientras
avanza por el pasillo, sus pasos y los de sus guardias resuenan por todo el
salón.
Hasta ahora, las hadas que han tenido una audiencia con la reina han sido
nobles que presentaban disputas sobre asuntos sin importancia. Sin
embargo, sé desde ya que este caso será diferente.
Cuando llega al borde del estrado, los guardias fae la obligan a
arrodillarse.
—¿Qué crímenes ha cometido? —pregunta Mara con desgana.
—Fue atrapada fornicando con un hada —informa uno de los guardias.
Espera, ¿en serio? ¿Han esposado a la chica por haberse tirado a un tío
con alas?
—¿Testigos? —pregunta Mara, aburrida.
—Dos —dice el guardia.
Dichos testigos avanzan, ambos humanos, a juzgar por sus orejas
redondeadas. Por turnos, cada uno de ellos declara haber pillado a la
sirvienta jugando a los médicos con un soldado en los terrenos del palacio.
A mitad del segundo testimonio, la humana empieza a sollozar en
silencio.
Me remuevo en mi sitio. Toda esta situación me parece injusta. Esta
mujer está siendo sometida a un juicio por hacer justo lo mismo que Des y
yo.
A mi lado, Malaki se aclara la garganta, incómodo.
Él también es culpable de aquello por lo que están juzgando a esta mujer.
—¿Tienes algo que decir en tu defensa? —pregunta Mara a la mujer
humana cuando los testigos se retiran.
—Por favor —suplica ella, con la voz áspera por las lágrimas—, él se
lanzó sobre mí. Intenté apartarlo, pero era más fuerte que yo…
Ay, Dios.
Se me hiela la sangre. Siento que las náuseas me suben por la garganta y
el estómago se me revuelve al oír las palabras de la mujer.
Esto no suena a una cita ilícita en el bosque. Parece una violación. Y esta
mujer va a ser castigada por ello.
—¿Dónde está ese hombre? —pregunta Mara.
Las náuseas que me han consumido hasta los huesos hace un momento se
están transformando en algo caliente e incómodo.
Haz algo.
—Está en camino —dice el guardia.
—Muy bien. —Mara se recoloca las faldas—. Dadle a la esclava veinte
latigazos, y si ha concebido, deshaceos de la descendencia.
—No. —No me doy cuenta de que he hablado hasta que todos los
presentes me miran.
Joder, vale, voy a meterme en esto.
—¿Disculpa? —Mara parece medio escéptica, medio divertida.
—Nadie va a hacer daño a esta mujer —le digo, dando un paso adelante.
Siento mi poder acumulándose bajo la piel. Mi cuerpo no se ilumina,
pero siento mi magia ahí mismo. No pasé por un infierno para quedarme de
brazos cruzados cuando le sucede a otra mujer.
Mara le lanza una mirada a Malaki.
—General —le dice—, controla a la pareja de tu rey.
Cierro las manos en puños, la sirena se agita, inquieta. Ni siquiera se
dirige a mí, como si no mereciera la pena hablarme directamente.
La atención del público pasa de mí a Malaki.
Él cruza los brazos delante del pecho.
—No.
Una oleada de susurros se eleva entre la multitud.
Mi mirada encuentra la de Malaki y me resulta difícil respirar. El amigo
más antiguo de Des se está arriesgando por mí.
Mara enarca una ceja. Nos gira la cara a los dos y da una orden a sus
hombres.
—Proceded con el castigo según lo planeado. Traed al verdugo.
Un hada se acerca al estrado desde un extremo de la habitación, con un
látigo en la mano.
Esa sensación enfermiza vuelve a recorrerme todo el cuerpo.
—Mara, no puedes hacer esto —le digo.
Otra oleada de susurros se extiende por el salón, incluso a pesar de que la
Reina de la Flora me ignora.
El verdugo se acerca a la chica y se coloca detrás de ella. Otra persona
trae una especie de banco curvado y los guardias a ambos lados de la
sirvienta la obligan a inclinarse sobre él y le encierran los puños en la base
para que esté completamente inmovilizada, con la espalda descubierta ante
el verdugo y la multitud situada detrás. La escucho sollozar y la veo
temblar.
El verdugo desenrolla el látigo, y ay, Dios, ay, Dios, esto no puede estar
pasando.
La punta de metal del látigo reluce y es ese detalle el que me obliga a
actuar.
Me muevo, la feroz necesidad de proteger a esta mujer canta en mis
venas. La piel por fin me empieza a brillar y oigo los pensamientos oscuros
y susurrados de mi sirena.
Derrama su sangre, haz que paguen. Protege a la chica.
Coloco mi cuerpo entre el de la mujer humana y el del verdugo.
—Tócala y te arrepentirás —le digo en un tono tan salvaje como
melódico.
Si acaso alguien no me estaba prestando atención antes, ahora seguro que
sí.
—Por los dioses eternos, Callypso —dice Mara, dirigiéndose
directamente a mí por fin—, apártate.
—No.
Malaki da un paso adelante, supongo que para acudir a mi lado.
Mara levanta una mano con brusquedad para detenerlo.
—No, no —dice. Mientras habla, las enredaderas que hay en la pared que
queda detrás de Malaki cobran vida y lo rodean, inmovilizándolo donde
está. Es la primera señal real de que he fastidiado a la Reina de la Flora—.
Si Callypso va a ser una reina algún día —dice Mara cuando vuelve a
mirarme—, entonces puede librar sus propias batallas. ¿No es así,
hechicera?
Tanto Mara como el Hombre Verde me miran con expresiones febriles,
lamiendo mi ira, esperando a que reaccione.
Me quedo mirándola fijamente, lamentando no haberle arrancado la
garganta cuando tuve la oportunidad.
—Cualquiera que haga daño a esta mujer tendrá que vérselas conmigo —
informo a todos los que están en el salón del trono.
Mara sonríe con expresión malévola.
—Que así sea. —Hace un movimiento de muñeca—. Verdugo, impón el
castigo.
Detrás de mí, el verdugo se remueve, nervioso. Oigo el ruido del látigo
desenrollándose y los jadeos sorprendidos de la audiencia.
Siento una ira ardiente en el vientre mientras me dejo caer de rodillas y
acerco las manos a los grilletes de la mujer. Ella me mira con los ojos muy
abiertos y rojos mientras me ocupo de las cerraduras.
Mierda, necesito una llave.
El verdugo toma posición detrás de mí, dando algunos latigazos de
práctica.
Me asusto cuando me doy cuenta de que no voy a poder liberar a esta
mujer a tiempo. Las cadenas necesitan una llave, y la llave está en el
bolsillo de un soldado que se encuentra demasiado lejos y que no está
dispuesto a ayudar. Mi único aliado, Malaki, se encuentra inmovilizado.
Estoy sola, y si abandono a esta mujer, será azotada.
Tengo fuego en el alma y veneno en las venas.
Si mi glamour funcionara, haría pagar por esto hasta la última hada que
se limita a mirar. Pero lo único de lo que dispongo son mi cuerpo y mis
creencias.
En una décima de segundo, tomo una decisión y me echo encima de la
mujer, de tal forma que ahora es mi espalda alada la que queda expuesta
ante el verdugo.
Ella tiembla de miedo y eso solo alimenta mi venganza.
—No voy a dejar que te pase nada —susurro, mi voz etérea.
Oigo al verdugo dar un paso atrás. Más allá, Malaki grita.
Miro a Mara, con los ojos cargados de ira.
Lo pagarás.
Sigo mirándola cuando el chasquido del látigo resuena por toda la
estancia. Siento la laceración un segundo después.
Con un crujido repugnante, los delicados huesos de mis alas se rompen
bajo el látigo. Jadeo cuando el dolor inunda mi cuerpo. Apenas puedo ver.
Varias plumas ensangrentadas flotan hasta el suelo.
Tengo que agarrar a la mujer temblorosa con más fuerza para seguir entre
ella y el verdugo cuando escucho que su brazo retrocede de nuevo.
Debajo de mí, la sirvienta sigue temblando.
—Todo va a ir bien —susurro, impregnando mi voz con glamour.
No pienso dejar que la toquen.
Escucho el silbido de látigo rasgando el aire una vez más. Esta vez,
cuando me abre la carne y me aplasta los huesos, no puedo contener mi
grito, que resulta ser un sonido horriblemente armónico.
Siento que la sangre caliente me gotea por la espalda a medida que más
plumas caen al suelo.
Veinte latigazos. Quedan dieciocho más.
A este ritmo, no tendré alas cuando el verdugo termine conmigo.
En medio de mi dolor, empiezo a reír, sintiendo las miradas horrorizadas
de la multitud a mi alrededor.
¿Acaso no es lo que quería? ¿Deshacerme de mis alas?
De repente, la habitación, que antes estaba iluminada, se oscurece. Las
hojas se enroscan sobre sí mismas y las enredaderas retroceden, como si las
sombras las repelieran. El salón se oscurece más y más. Las enredaderas
que retienen a Malaki se secan y se pudren, lo que le permite liberarse de
sus ataduras.
Antes, la multitud estaba callada, pero ahora el silencio es el propio de
los muertos.
Oigo cómo el látigo rasga el aire por tercera vez.
Escucho el estallido cuando se estrella contra la carne y me estremezco, a
la espera del dolor. Un dolor que nunca llega.
Levanto la mirada y ahí está Des, la punta del látigo en su puño mientras
un hilillo de sangre se desliza por su palma y le baja por la muñeca.
Le arranca el arma de la mano al verdugo y la arroja a un lado.
—¿Qué significa esto? —dice, su voz engañosamente atrayente.
Gira en redondo, mirando a la multitud. Su poder está inundando la
habitación, el espacio se oscurece más con cada segundo que pasa, y las
plantas que antes florecían ahora se marchitan y mueren.
Resbalo sobre el cuerpo de la mujer humana y me desplomo hacia un
lado. No puedo mover las alas: es como si fueran una herida gigante y
abierta.
—Cuánto os habéis estado divirtiendo mientras he estado fuera —dice
Des a la audiencia, sin apartar la mirada de Mara y el Hombre Verde, que
siguen sentados en sus tronos—, permitiendo que mi pareja sea despellejada
viva.
Él es mi venganza. Mi violencia. Es la muerte alada que viene a hacer
que todas estas hadas se enfrenten a su destino.
Casi sonrío.
—Malaki —dice—, haz una lista de los presentes. Asegúrate de que el
Señor de las Pesadillas les envíe saludos.
—Con mucho gusto —responde Malaki, alejándose de la última de las
enredaderas muertas que lo han estado reteniendo.
—Y tú… —Des se vuelve hacia el verdugo. Sus pisadas crean un eco
siniestro en la estancia cuando se acerca a él—. Serás insensato. ¿En qué
estabas pensando? Seguro que conoces las reglas: una lesión infligida
deliberadamente contra un hada puede ser vengada por su pareja. —Des
agarra al hombre del brazo y se lo retuerce detrás de la espalda. Se inclina
para acercarse más a él—. Y pienso vengarme.
No importa que sea el Solsticio y que haya un acuerdo de neutralidad. El
Negociador quiere sangre.
Por tercera vez en los últimos minutos, oigo el repugnante chasquido de
los huesos al romperse cuando Des destroza el brazo de verdugo. Tampoco
se detiene ahí. Le rompe ambos brazos y luego las piernas. Entre golpe y
golpe, le susurra cosas al oído, y deben de ser horribles, porque el hada llora
más fuerte en respuesta a ellas que al dolor.
Justo en ese momento, las puertas dobles se abren y un hombre con
orejas puntiagudas entra escoltado por dos guardias de Flora. A diferencia
de la mujer humana, a la que han traído a rastras, este fae no está esposado.
Los tres vacilan al ver lo que tienen delante: yo, con mis alas
ensangrentadas y rotas, el verdugo hecho pedazos y un Des despiadado que
se cierne sobre el hada. Y luego está la sala cautiva, que ni habla ni se
mueve mientras observa cómo se desarrolla todo.
—¿Quién es? —pregunta Des, mirando al hombre fae al que están
escoltando.
Mi voz es completamente humana cuando respondo.
—Es el hombre que abusó de esta mujer. —Al menos, estoy bastante
segura de que es él. Han dicho que lo traerían.
Desmond me mira durante varios segundos, y veo lo difícil que le resulta
establecer contacto visual. Cada momento que pasa viéndome en este
estado, con las alas destrozadas, su furia y odio parecen duplicarse. Dirige
la mirada a la mujer encadenada a mi lado y debe de entender un poco lo
que está sucediendo, aunque se haya perdido el juicio en sí.
Al final, fija la mirada en el hada que acaban de escoltar al salón del
trono.
Hay pocos seres que odien los crímenes contra las mujeres tanto como
yo, pero Des podría ser uno de ellos.
El Negociador avanza como un depredador y agarra al hombre por el
cuello. Los guardias que rodean a Des protestan y miran a Mara. Pero si
creen que ella va a interceder, están muy equivocados. La Reina de la Flora
se contenta con dejar que los acontecimientos se desarrollen por sí solos.
Des acerca al hada hacia sí y vuelve a susurrar algo al oído de su último
objetivo. Lo que sea que dice tiene un efecto claro sobre el hombre. Incluso
a varios metros de distancia y distraída por el dolor, me fijo en que los ojos
del hada se agrandan y su rostro palidece cuando escucha lo que sea que mi
pareja le esté diciendo.
Y luego, Des empieza a arrastrarlo lejos de los guardias, en dirección al
estrado. El Negociador casi tira al hada al suelo frente al trono de Mara.
—Dile a tu reina lo que pretendes —exige.
El hada murmura algo, con la cabeza inclinada.
—Más fuerte.
—Recibiré los latigazos restantes de la esclava como castigo —dice.
Mara se inclina hacia delante y apoya la barbilla en la mano.
—¿Como castigo por qué, exactamente?
No estoy segura de si Mara se siente confundida por lo que este hombre
le hizo a la mujer o si solo está jugando con él.
—Por haberme acost… —El hada se ahoga, sus palabras se interrumpen.
He experimentado esa sensación suficientes veces como para saber qué, o
más bien quién , está detrás de ella.
Miro a Des, que se yergue por encima de él, con los brazos cruzados y la
mandíbula tensa. Belleza peligrosa, eso es lo que es.
El hada lo intenta de nuevo.
—Por haber fo… —empieza a tartamudear, evitando la palabra que se
verá obligado a decir.
Cinco segundos después, renuncia a seguir resistiéndose.
—Por… violarla.
La sala, previamente silenciosa, estalla en susurros escandalizados. Mara
levanta la mano.
—¡Silencio! —ordena, tras lo que todo el mundo deja de hablar.
La oscuridad se extiende por el pasillo, apagando las velas, ahogando la
vida de las plantas que crecen a lo largo de las paredes.
Des fija la mirada en Mara.
—Lo único, lo único , que te salva de la muerte es nuestro juramento —
dice en voz baja.
Con esas últimas palabras, se gira hacia mí y despliega las alas de forma
amenazadora. Con sus pesadas botas y su enorme figura, parece un príncipe
oscuro salido del abismo.
Con mucho cuidado, me alza, recorre el pasillo y sale de la estancia
conmigo en brazos.
39
Des guarda silencio mientras salimos del salón del trono y sus pisadas
resuenan en los pasillos cavernosos que atravesamos. Ambos estamos
envueltos en sus sombras. Con cada paso que da, las velas más cercanas se
apagan y las preciosas plantas de Mara se marchitan.
—Qué ha pasado. —No es una pregunta.
Lo siento temblar de ira, luchando contra el impulso de destripar, pedir
cuentas y destruir. El cuerpo prácticamente le vibra por la necesidad de
hacerlo.
—Iban a castigar a esa humana. La violaron. —Me tomo varios segundos
para recomponerme del dolor que siento en la espalda antes de continuar—.
No podía dejar que pasara.
Sus ojos, sus apasionados y atormentados ojos, se posan sobre mí, y veo
que una gran parte de él se esfuerza por seguir enfadado. Porque, si no
mantiene su ira por encima de todo, entonces tendrá que abrir la puerta a
todas esas otras emociones molestas.
—Así que has recibido el castigo en su lugar. —Sus palabras no tienen
ningún tipo de entonación, de modo que no tengo ni idea de lo que está
pensando.
Asiento y su estado de ánimo continúa empeorando.
Des me saca del castillo y cruza los jardines del palacio en dirección a
nuestra habitación de invitados. La oscuridad que ha estado arrastrando con
él proyecta sombras sobre los terrenos palaciegos, oscureciendo el cielo y
acabando con la vida de las plantas que toca.
Las hadas dejan de hacer lo que están haciendo para observarnos, al
iracundo Rey de la Noche y a su pareja, que está dejando un rastro de gotas
de sangre sobre las piedras del camino.
Tengo la vista desenfocada a causa del dolor o la pérdida de sangre, y
joder, las alas me duelen una barbaridad.
En cuanto me acerco al cedro gigante que alberga nuestros aposentos,
llamamos la atención de varios soldados de Noche que vigilan el perímetro.
Cuando nos ven, vienen corriendo.
—Traed a un sanador —les ordena el Negociador.
Salen corriendo tan rápido como han llegado.
Des sube con furia la escalera que se enrolla alrededor del árbol. Cuando
llega a nuestra habitación, abre la puerta de entrada de una patada y astilla
el marco de madera. Una vez dentro, se dirige hacia la cama, donde me
deposita sobre el estómago con mucha delicadeza.
—Vamos a curarte, amor —me promete, retirándome un poco de pelo de
la cara.
Asiento y me trago mis emociones. Me siento destrozada y vulnerable, y
no estoy acostumbrada a que cuiden de mí. Había olvidado lo bien que
sienta importarle a alguien y lo tierno que puede llegar a ser el feroz
Negociador.
Se endereza y, un momento después, lo oigo maldecir por lo bajo,
supongo que después de echar un vistazo al daño de mis alas. A
continuación, sus manos están sobre mí, acariciándome la piel. Siento que
su magia me empapa, atenuando la intensa quemazón de mis heridas.
Suspiro de alivio, el estómago revuelto se me asienta un poco ahora que
el palpitante dolor de mis heridas es menos intenso.
—Esto te entumecerá, querubín —dice—, pero no tengo demasiada
afinidad con la magia curativa. —Se agacha a mi lado y me da la mano—.
Lo que has hecho… —me recorre la cara con la mirada— nadie lo olvidará.
Ni esa mujer a la que has protegido, ni las hadas que llenaban el salón, ni la
Reina de la Flora, ni su consorte, ni yo. Puede que Mara lleve una corona,
pero hoy todos los presentes han visto quién es la verdadera reina.
Se me hace un nudo en la garganta. Me va a hacer llorar.
—No podía quedarme de brazos cruzados mientras…
Me silencia con un beso.
—Lo sé.
En ese momento, alguien llama a los restos de nuestra puerta. Un instante
después, escucho varias pisadas mientras los soldados entran en nuestra
habitación, trayendo consigo a una sanadora fae.
Des se aleja de mí para hablar con los recién llegados. Durante un
minuto, lo único que oigo es un murmullo bajo, luego el Negociador y la
sanadora se acercan a mí.
—Pero es humana —protesta ella cuando me ve.
Las sombras de la habitación se vuelven más oscuras.
—Lo es. —Des lo dice como si fuera un desafío.
—Seguro que sabéis que nuestra magia no funciona…
—Cúrala o considera perdida tu vida —ordena a la mujer.
La habitación permanece en silencio durante varios segundos, luego
escucho una exhalación temblorosa.
—Haré todo lo que pueda, majestad.
Des acude a mi lado un momento después.
—Deja de meterte con hadas inocentes —susurro.
—Aquí nadie es inocente —dice en tono oscuro.
Tiemblo un poco, siento la piel fría. No sé si es por toda la sangre que he
perdido o simplemente por la conmoción. Des me frota el brazo y su magia
entra en acción una vez más, intentando calentarme.
—¿Quieres saber un secreto? —susurra, entrelazando los dedos con los
míos.
—Siempre —susurro. No menciono el hecho de que estamos en una
habitación llena de hadas. Conociendo a mi pareja, lo que está a punto de
decirme no es un gran secreto o, de lo contrario, habría impedido que el
mundo oyera nuestra conversación.
—Antes de que mi madre fuera una escriba, antes de que fuera una
concubina, era una espía —admite Des, acariciándome el pelo mientras
habla.
Sé que solo está intentando distraerme, pero funciona. Me preparo para
escuchar la historia mientras la sanadora fae empieza a pasar las manos
sobre mis alas sin apenas tocarlas. Sé que está reconstruyéndome los
huesos, pero la magia de Des es tan potente que lo que debería ser pura
agonía es una simple molestia. Y puedo ignorar esa incomodidad mientras
Des mantiene mi atención cautiva.
—¿Cómo pasó de ser espía a concubina? —pregunto en voz baja.
—Frustró una conspiración contra el rey. —Se queda mirando nuestras
manos entrelazadas.
Todavía siento su enorme ira en su agarre tembloroso y la veo en la
semioscuridad de la habitación, pero no digo nada. Puede que el Rey de la
Noche sea aterrador para el resto del mundo, pero no lo es para mí.
—A veces me pregunto si luego lamentó haber hecho su trabajo ese día
en particular —dice—. Mi padre la llamó al salón del trono para
agradecerle en persona que le hubiera salvado la vida. Las palabras que
intercambiaron son un misterio, pero él debió de quedar bastante prendado,
porque al final del encuentro la retiró de su puesto y la colocaron en su
harén real.
Eso hace que enarque las cejas.
—¿Y a ella le pareció bien?
Des suelta una risita entrecortada.
—No. Ni por asomo. Era lo que podríamos denominar una concubina
involuntaria. Pero en ese momento, en mi reino, las cosas eran diferentes, y
mi padre… era un monarca muy diferente a mí.
Cuanto más descubro sobre la madre de mi pareja, más deseo haber
podido conocerla. Y cuanto más descubro sobre su padre, menos me gusta
el hombre.
—Después de que muriera, nunca imaginé que conocería otra mujer
como ella —dice Des—. Alguien que hubiera vivido mucho y aun así
distinguiera inherentemente lo correcto de lo incorrecto. Alguien fuerte y
valiente. —Me aprieta la mano con la suya—. Y entonces, te conocí.
Parpadeo varias veces, tengo un nudo en la garganta.
Des recupera la seriedad y me agarra la mano con más fuerza.
—Cuando te he visto ahí tirada, con las alas rotas… —Sacude la cabeza
—. Me ha traído recuerdos de esa noche en el salón del trono de Karnon, y
esa noche… Esa noche me hizo recordar la muerte de mi madre.
No tenía ni idea.
No es de extrañar que sea tan feroz a la hora de castigar a quienes se
aprovechan de las mujeres: sus experiencias le han dado forma.
La historia termina poco después de eso y, media hora después, Des ha
abandonado mi lado y sus zancadas pesadas recorren de arriba a abajo el
extremo opuesto de la habitación.
Sus botas se detienen de repente.
—¿Y bien? —exige al final.
La sanadora que se mueve sobre mí se endereza y arroja otro trapo
sangriento al lavamanos.
—No puedo hacer más —dice.
Ha logrado soldar los huesos de mis alas y sellar parcialmente la herida
abierta en la piel, pero es obvio que la lesión no está ni cerca de estar
curada.
Las sombras de la habitación cambian y se espesan. El día de hoy está
poniendo verdaderamente a prueba la paciencia de Des.
No sé cómo de vacía ha sido la amenaza anterior de Des cuando ha
ordenado al hada que me curara, pero ella lo ha hecho lo mejor posible. No
es culpa suya que la magia fae y la humana no sean demasiado compatibles.
—Temper —murmuro.
Des se acerca a mí.
—¿Qué has dicho, querubín?
—Trae a Temper. Puede ayudar.
Cuesta creer que a una hechicera con tanta inclinación hacia el mal como
Temper se le dé bien la curación, pero así es. Eso demuestra que el destino
es una zorra de lo más irónica.
Resulta que no hace falta llamar a Temper: la puerta ya rota de nuestra
habitación de invitados es arrancada de sus bisagras antes de que Des se
haya apartado de mi lado.
—Callie . —El poder inunda la voz de Temper.
Con cautela, levanto una mano y la agito débilmente.
Ella irrumpe en la habitación con una mirada salvaje en los ojos.
—¿A quién tengo que matar?
Des se cruza de brazos.
—Vas a tener que ponerte a la cola.
Mi amiga acude a mi lado y su mirada aterriza sobre mi espalda. Inhala
con brusquedad.
—Chica, ¿qué ha pasado ? —Su voz pasa de la ira al pánico. Que
Temper te trate con dulzura, nunca es buena señal. Debo de tener peor
aspecto del que creía para haber suscitado semejante reacción.
Des aparece detrás de ella.
—Necesito que la cures. —Y ahora, el pánico también inunda su voz.
—No me digas —responde mientras pone las manos sobre mis alas.
Cierra los ojos y tararea en voz baja.
Siento la magia de Temper en acción casi de inmediato. Donde la magia
de Des es oscuridad sensual y sombras retorcidas, la suya es como el calor
de un horno.
Cuando vuelve a abrir los ojos, le brillan. Continúa tarareando, y los
tonos graves de su voz suenan misteriosos.
—Negociador —dice—, cuéntame lo que ha pasado.
Él y yo compartimos una mirada. La última vez que Temper se enfadó en
mi nombre, hizo explotar un portal.
—¿Qué sabes ya? —pregunta Des.
—Solo lo que me ha dicho Malaki…
¿Malaki se lo ha contado a Temper? Esa hada está oficialmente en un
aprieto.
—… que Callie ha resultado herida y que puede que nos marchemos
pronto.
—¿Cómo? —digo, empezando a incorporarme—. ¿Podríamos
marcharnos pronto?
Temper me empuja hacia abajo con firmeza.
—¿Qué más me he perdido? —pregunta.
Antes de que Des pueda explicárselo, intervengo.
—Querían azotar a una humana a la que habían violado —empiezo.
Procedo a contarle a Temper el resto de la historia, desde el momento en
que Des ha salido del salón del trono hasta el momento en que me ha
sacado de allí en volandas.
Para cuando termino, Temper ha reparado por completo mis alas rotas.
Siento un picor en las zonas en las que los huesos y la piel han vuelto a
crecer, pero, aparte de la picazón, bien podrían ser completamente nuevas.
—¿Dónde está esa puta? —exige saber, refiriéndose a Mara—. Voy a
matarla.
Sus palabras le arrancan una sonrisa perversa a Des, y Dios mío, lo único
peor que el hecho de que estos dos sean enemigos es que sean amigos.
Un golpe en el marco de la puerta ahora sin puerta interrumpe la diatriba
de Temper.
Fuera espera un sirviente humano que inclina la cabeza. En las manos
lleva un ramo de flores silvestres.
—¿Sí? —pregunta Des, avanzando hacia la puerta.
—Traigo un regalo para la pareja del Rey de la Noche —dice, levantando
un poco las flores mientras habla.
Me levanto de la cama.
—Callie —le digo, cruzando la habitación. Acepto el ramo—. Y gracias
por las flores.
Levanta la cabeza, vacilante, y me veo reflejada en sus fríos ojos verdes.
—Gracias a vos , por lo que habéis hecho —dice con suavidad—.
Ninguno de nosotros lo olvidará.
No necesita aclarar quiénes son nosotros .
Vuelve a inclinar la cabeza y se marcha en dirección a las escaleras.
—¡Espera! —lo llamo, entrando en el pasillo que sale de la habitación.
Se gira hacia mí.
—No tienes por qué vivir así —le digo—. Ninguno de vosotros. Hay
sitio para todos en la Tierra.
Sonríe.
—Nos sentimos agradecidos por vos y vuestras extrañas maneras. Puede
que algún día nos marchemos. Hasta entonces… —Inclina la cabeza y echa
a andar una vez más.
Siento que se me hunden los hombros. Roma no se construyó en un día y
todo eso, pero, aun así, cuesta aceptar que estos humanos seguirán viviendo
aquí, donde tienen tan pocos derechos.
—Bueno —dice Temper cuando vuelvo a la habitación—, propongo que
volemos por los aires unas cuantas cosas y luego nos piremos de aquí.
Des no parece estar demasiado en contra de la idea.
Siento que toda mi desesperación y todo mi dolor me inundan, que
ahogan la vida que hay en mí. De repente, no puedo soportarlo más.
Un rayo me calienta las venas. Puede que, si dejo hervir todo mi
sufrimiento, todas mis pequeñas inseguridades, toda mi frustración y
esfuerzo, alcance un núcleo indestructible. Algo que no puede ser roto por
la codicia, la lujuria o la violencia. Algo que no es del todo mágico pero que
sigue siendo poderoso de todos modos.
—No —le digo, sosteniéndole la mirada a Temper—. No pienso huir de
este sitio.
El asomo de una sonrisa tira de los labios de mi pareja cuando lo miro a
los ojos.
—Es hora de que el Otro Mundo entienda lo fuerte que puede ser un
esclavo.
40
Es casi de noche y estoy contemplando el precioso vestido que me espera.
Es de un tono ciruela intenso, tan oscuro que casi parece negro. Los zapatos
que lo acompañan no son más que cuero y cintas: zapatos para bailar.
Respiro hondo.
Es hora de ponerme mi armadura y volver a ver a esas hadas. Todavía
siento el eco de los latigazos contra mis alas.
Des camina hacia el armario donde está colgado el vestido y cierra las
puertas.
Lo miro, confundida.
—Esta noche no asistiremos —dice.
—Pero…
Me acuna las mejillas y me interrumpe con un beso. Sus labios se
mueven contra los míos hasta que olvido contra qué, exactamente, estoy
objetando.
Dejo caer las manos hasta sus antebrazos y las deslizo sobre su piel
desnuda. Percibo cómo se le pone la piel de gallina bajo mis caricias.
¡Tener semejante efecto en el Rey de la Noche! A veces olvido que él
siente tanto por mí como yo por él.
Sus labios se separan de los míos y bajan hasta colocarse justo debajo de
mi oreja.
—Mi pareja no ha sido satisfecha las suficientes veces desde que estamos
aquí.
Al oír sus palabras, mi cuerpo se calienta.
¿Qué es exactamente lo que ha planeado el Negociador?
El aliento de Des me roza la piel, justo en el punto en el que conectan mi
cuello y mi mandíbula. Deposita un beso ahí.
—Negártelo me convierte en una pésima alma gemela.
Des empieza a hacerme retroceder, más y más, hasta que mis alas rozan
la pared y me tiene atrapada.
Retira una mano de mis brazos y la coloca por encima del corpiño de
corte bajo del fino vestido fae que llevo puesto. Se ata de forma intrincada
por delante, uniendo las dos partes del escote.
El Negociador desliza un dedo a lo largo del escote y agarra el final de
una de las cintas. Sus ojos se encuentran con los míos mientras tira de ella y
deshace el lazo. El corpiño se afloja y la tela baja centímetro a centímetro.
Des baja la tela por mi torso y expone mis pechos. Me da un beso en el
valle que queda entre ellos.
—Dioses, eres exquisita —dice en un susurro.
Lo mismo se puede decir de él.
Le quito la tira de cuero que le sujeta el pelo, que le llega hasta los
hombros, y paso las manos por él.
Me ayuda a quitarle la camisa y arroja la ropa al suelo.
Paso las manos por sus enormes pectorales.
—Haz algo mágico —susurro.
A Des le tiemblan los labios, como si encontrara mi petición divertida y
entrañable.
—Dime tu precio, querubín.
Es mi turno de reprimir una sonrisa. Con él siempre hay un precio, pero
hoy en día, no siempre es desagradable.
En lugar de decirle mi precio, dejo que mi vestido hable por mí y siga
cayendo por mi cuerpo.
El Negociador contiene el aliento mientras me mira. Lo único que llevo
puesto ahora son unas bragas con muy poca tela, y a juzgar por la forma en
que mi pareja las está mirando, no van a durar mucho puestas.
Siento el roce de la magia de Des cuando sale de su cuerpo.
Un momento después, los jarrones de flores colocados por toda la
habitación se vuelcan a la vez, y el agua y las flores que contienen se caen.
Pero en lugar de aterrizar en el suelo, empiezan a flotar en el aire como si
estuvieran experimentando la gravedad cero. El efecto es deslumbrante.
—¿Es lo bastante mágico para ti? —pregunta Des, sin apartar los ojos de
mí.
—Apenas.
Sonríe.
—Mira que eres perversa. —Vuelve a besarme y, mientras lo hace, mis
bragas resbalan por mis caderas gracias a otra pizca de magia de Des.
Se aleja el tiempo suficiente para pasarme la mano por el torso.
—Mi valiente y feroz alma gemela. Ningún hada ha estado nunca más
orgullosa de su mujer.
Sus palabras me conmueven. Estar aquí, en el Reino de la Flora, ha
dejado muy claro que los humanos no son vistos como iguales. Pero si hay
algo de lo que Des siempre se ha asegurado es de hacerme sentir que soy su
pareja en todos los sentidos.
Me acaricia la piel hasta que las puntas de sus dedos rozan mi centro. En
respuesta, la piel me empieza a brillar. Nos miramos el uno al otro, hay algo
en no apartar la mirada que hace este acto mucho más íntimo.
Muevo las caderas contra sus caricias, obligando a sus dedos a deslizarse
dentro y fuera. Ya estaba mojada cuando me ha desnudado, pero ahora
tengo la parte interior de los muslos empapada.
El resto de su ropa desaparece.
¿He mencionado que me encanta la magia?
Su miembro queda atrapado entre nosotros y lo aprieta con fuerza contra
mí.
Me muevo y gime a causa de la fricción.
—No puedo resistirme a ti…
Entonces, me levanta y vuelve a bajarme lentamente. Siento que la punta
de su pene empuja contra mi entrada y luego se desliza hacia el interior,
llenándome centímetro a centímetro.
Me mira como si bebiera de mi expresión mientras arqueo la espalda y
entreabro los labios al notar que se entierra en mí hasta la base.
Toma mis manos entre las suyas y me las aprieta contra la pared a ambos
lados de la cabeza. Lo único que me sostiene son su pecho y sus caderas.
—Estoy seguro —dice— de que nunca nada me ha hecho sentir tan bien.
Se desliza hacia fuera con un ruido denso y húmedo, luego entra con
fuerza otra vez. Jadeo ante la sensación, arqueándome contra Des y
apretando las piernas alrededor de su cintura.
—Más rápido —susurro contra él.
Pero el hada obstinada no se mueve más rápido, sino lento y profundo,
volviéndome loca. Sus alas se extienden a mi alrededor y nos envuelven en
un capullo de su propia creación.
—¿Y si quisiera que fueras mi reina? —pregunta mientras entra y sale de
mí. Sus ojos brillan en la semioscuridad que ha creado debajo de sus alas.
—Mmm. —Cierro los ojos contra él, disfrutando de la sensación.
Continúa reduciendo la velocidad, el ritmo se vuelve cada vez más
agonizante.
Me muevo contra él mientras abro los ojos.
—Des —me quejo.
Me mira con seriedad.
—¿Qué dirías a eso?
—¿A qué?
Acerca los labios a mi oído.
—Dame la respuesta que quiero y te daré lo que deseas.
¿Qué me ha preguntado? Algo sobre ser su reina…
Debería ser lo bastante lista para no ceder a los tratos del Negociador;
están diseñados en su propio beneficio. Pero atrapada contra la pared, con
su polla enterrada hasta el fondo en mi cuerpo, no puedo comportarme
exactamente como una gran estratega.
Y las embestidas de Des prácticamente se han detenido por completo.
—Sí —susurro, ansiosa por retomarlo donde lo hemos dejado—. Suena
genial.
Lo que sea si así consigo que se mueva de nuevo.
Sonríe como un gato que se ha comido un canario.
—Maravilloso —dice.
Aumenta la velocidad de sus embestidas y madre del amor hermoso, no
hay nada mejor que esto.
Me suelta las manos para sostenerme contra él. Me aleja de la pared y
carga conmigo por la habitación. Las flores y gotas de agua que todavía
flotan en el aire me rozan la piel cuando pasamos junto a ellas. Parece que
el tiempo en la habitación se ha detenido.
—Mi futura reina —dice Des mientras me mira.
Le rodeo el cuello con los brazos y lo acerco más a mí.
—Más rápido —susurro.
—Siempre tan exigente —responde.
Presionando mi espalda contra la pared una vez más, el Rey de la Noche
se mueve contra mí, cada embestida más fuerte que la anterior. Cada vez
llega más y más profundo, y sus alas se extienden una vez más.
—Estoy a punto de correrme —le digo.
—Espera .
¿Que espere? No creo que pueda. Mi orgasmo se está acumulando y
exige ser liberado. Sus manos aprietan el agarre sobre mí.
—Ahora .
No necesito ningún otro estímulo. Siento que estallo en pedazos cuando
el éxtasis me atraviesa. La sensación se intensifica cuando escucho gruñir a
Des y su pene crece aún más dentro de mí mientras alcanza su propio
clímax.
Parece que dura toda una vida a mientras mi cuerpo es invadido por
oleada tras oleada de placer.
Hasta varios minutos después, cuando Des ya ha salido de mí y ambos
nos hemos derrumbado en la cama en un revoltijo de extremidades, no
recuerdo sus palabras.
«¿Y si quisiera que fueras mi reina?».
«Dame la respuesta que quiero y te daré lo que deseas».
¿Qué, exactamente, acabo de aceptar?
41
Me quedo adormilada en brazos de Des, sintiendo cómo me acaricia las
alas. Antes no solía ser muy fan de los abrazos después del sexo, pero eso
era antes de que el Negociador fuera mío. Ahora estoy descubriendo que en
realidad los disfruto mucho.
Las flores y el agua han vuelto a sus jarrones, pero ahora, flotando sobre
nosotros, hay una gruesa hoja de pergamino y cinco pinceles diferentes, que
están pintando a la vez. No tengo ni idea de dónde ha sacado Des los
pinceles, o el pergamino, o los cinco pequeños botes de cerámica llenos de
pintura que descansan sobre una mesita que hay junto a la cama.
Igual que cuando empezó a crear su arte para mí, me siento
completamente hechizada.
La pintura está tomando forma muy deprisa, aunque tardo varios minutos
en descubrir qué representa exactamente la imagen. Sin embargo, al final
caigo en la cuenta de que estoy mirando plumas, muchas y muchas plumas
iridiscentes.
—Estás pintando mis alas —susurro.
—Hum —dice en respuesta, pasando la mano sobre ellas otra vez.
Uno de los pinceles se aleja del pergamino y flota hacia la mesita auxiliar
que hay a mi lado. Las cerdas se sumergen en uno de los botes, y una vez
que están cubiertas de pintura negra, el pincel flota hacia arriba, pasando
por encima de mi cuerpo.
Antes de que regrese al pergamino, un pegote de pintura me cae en el
hombro.
—¡Des!
Se ríe, totalmente consciente de lo que acaba de pasar.
—¡Lo has hecho a propósito!
—Tal vez —contesta con evasivas y una sonrisa en la voz.
Acerca la mano hasta mi hombro y, usando el pulgar, frota la pintura de
mi piel. Inspiro su olor, su aroma mezclado con el mío.
—Creo que deberíamos saltarnos más eventos —susurro.
Gira la cara hacia mí y me roza la frente con los labios.
—Esa —dice— es una idea absolutamente brillante.
Sonrío un poco mientras le acaricio el pecho con los dedos, que sigue
húmedo de sudor. Trazo remolinos sobre su piel antes de continuar hacia los
tatuajes que le envuelven los brazos. Un día memorizaré todos los diseños.
Acaba la pintura en silencio y los dos observamos cómo queda una vez
completa. Cuando está terminada, ella y los pinceles descienden hasta la
mesita auxiliar.
—Tengo un secreto que contarte —murmura, con la boca muy cerca de
mi pelo.
Me quedo inmóvil.
Ha compartido secretos en el pasado, pero solo después de incitarlo. Que
me ofrezca uno… Cuando lo ha hecho esta mañana, mientras me curaba,
me ha parecido un acontecimiento único destinado a distraer mi mente de la
situación. Pero ahora, es posible que simplemente se esté abriendo más a
mí, confiando más en mí.
Levanto la cabeza para mirarlo.
Si hace minutos se lo veía despreocupado y contento, ahora está sombrío.
—Cuando cierro los ojos, lo único que veo es tu rostro y el brillo de tu
sonrisa. Eres las estrellas en mi cielo oscuro, querubín.
Eso no es en absoluto lo que esperaba que saliera de su boca.
Estoy descubriendo que mi corazón sencillamente no es lo bastante
grande para contener todo lo que siento por este hombre.
Des traga saliva con suavidad.
—Tú y yo compartimos muchas tragedias. Madres que murieron
demasiado pronto. Padres horribles…
Dijo algo similar hace unos días.
Respira hondo.
—Cuando mi madre descubrió que estaba embarazada, mi padre estaba
matando a todos sus descendientes —comienza Des—. Huyó del palacio
antes de que nadie pudiera descubrir que estaba encinta. El reino
simplemente pensó que había abandonado a su rey, lo cual ya es una ofensa
bastante grave. Esa falta de respeto no pasó desapercibida. Por lo que sé, mi
madre era la concubina favorita de mi padre. Eso debió de dejarle el ego
herido. Pasó años buscándola, pero ella se había forjado una carrera como
espía, sabía cómo esconderse. Me crio en Arestys, ocultándole al mundo la
verdad sobre nuestras identidades y el alcance de nuestro poder. Hizo un
buen trabajo manteniéndonos a salvo, pero yo… me expuse —esto último
lo dice con muchísima culpa—. En cuanto descubrió nuestro paradero, mi
padre vino a por nosotros y… la mató.
Siento que el horror me cierra la garganta.
La mirada de Des está muy lejos de aquí, como si estuviera viendo el
recuerdo desarrollarse ante él de nuevo. Se pasa una mano por la cara.
—Tenía quince años cuando vi morir a mi madre.
Ni siquiera me puedo llegar a imaginar…
—Des, lo siento mucho.
¿Alguna vez en la historia del mundo ha mejorado un «lo siento» una
situación como esta? Y, sin embargo, no puedo no decirlo.
Parpadea varias veces y arranca su mente del pasado.
—Maté a mi padre.
Lo miro a los ojos con brusquedad. Durante varios segundos, ni siquiera
respiro.
¿Des… mató a su padre?
Una miríada de emociones borbotean bajo la superficie. Sorpresa, horror,
miedo… afinidad .
«Tú y yo compartimos muchas tragedias».
Ahora lo entiendo. Su padre y el mío murieron por nuestras manos. Eso
hace que me pregunte de nuevo qué vio ese primer día, cuando nos
conocimos. Siempre he asumido que mi depravación tuvo que sorprenderlo
un poco. No había imaginado nada de esto.
—¿Fue un accidente? —pregunto.
Se ríe.
—No —responde con amargura—, fue bastante deliberado.
Siento un hormigueo en la piel.
—¿Por qué me lo cuentas?
Me rodea la cintura con una mano para mantenerme a su lado.
—A veces te veo y el pasado cobra vida. Se superpone a quién eres y qué
haces. —Me aprieta más al acercarme, hasta que casi llega a dolerme—.
Recuerdo mis propias heridas y siento… siento que mi venganza adquiere
fuerza. No puedo cambiar mi pasado y tampoco el tuyo. Ni siquiera puedo
evitar que te hagas daño… pero puedo hacer que otros paguen por tu dolor.
Eso último lo dice en voz tan baja, tan cargada de malas intenciones, que
siento un escalofrío.
Parece un mal augurio.
—¿En qué estás pensando, Des? —le pregunto. Porque me parece que
está claro que tiene algún plan en mente.
Me mira, su pelo blanco y sus ojos plateados parecen más del Otro
Mundo que nunca.
—En nada, querubín. En nada en absoluto.
42
—¿Te has enterado? —pregunta Temper a la mañana siguiente. Estamos
desayunando en el mismo atrio enorme en el que comí en mi primer día
aquí.
Esta mañana, cuando me he despertado sola en la cama, me he dirigido a
la habitación de Temper y me la he llevado a desayunar.
Estoy decidida a demostrar a los asistentes al Solsticio que ayer no fue la
última vez que me verán.
—¿De qué? —pregunto, arrancando un pedazo de strudel y llevándomelo
a la boca.
En el atrio hay docenas de invitados que no dejan de mirarme a mí y a
mis alas intactas y de susurrarse unos a otros al oído en voz baja.
Descubro que quiero estrangularlos a todos, incluso a aquellos que no
estuvieron en el salón del trono de Mara conmigo. ¿Cómo puede alguien
estar de acuerdo con lo que les pasa a los humanos aquí? Mientras tanto, los
camareros no dejan de encontrar razones para pasar por mi mesa, algunos
para susurrar un agradecimiento en voz baja, otros para dejar con discreción
un bollo extra por aquí y otra bebida caliente por allí.
—Zorra, te estás perdiendo los cotilleos más jugosos —dice Temper, lo
que hace que vuelva a centrarme en la conversación. Sin duda, obliga a los
humanos de aquí a contarle chismes.
—No si tú me informas. —Subo los pies a la mesa, gesto que provoca
más susurros.
Temper se inclina hacia delante.
—¿El hada que violó a la humana de ayer?
La comida que tengo en la boca pierde el sabor. Me obligo a tragar.
—¿Qué pasa con él?
—Ha desaparecido en algún momento de la noche. Por lo que parece, lo
único que han encontrado de él ha sido un dedo, aunque algunas personas
dicen que no era un dedo, sino su polla.
Hago una mueca.
—Joder, Temper, ¿no podrías haberte esperado a que terminara de
desayunar?
Lo último en lo que me apetece pensar es en el miembro cercenado de un
depredador sexual.
—Eso no es todo.
Enarco las cejas, cojo mi taza de té y le pego un trago.
—Parece ser que el harén de la reina ha desaparecido… Supuestamente,
se los llevaron de la mismísima cama de la reina, aunque nadie vio nada de
nada.
Casi me ahogo con el té.
¿Un violador y el harén entero de la reina desaparecen la misma noche?
Solo hay una persona con la motivación y el poder para hacer tal cosa, y no
estaba en mi cama esta mañana cuando me he despertado.
Temper me roba un pedazo de beicon del plato.
—La gente dice que Des está detrás de todo.
Justo cuando lo culpan por las desapariciones de los soldados. Solo que
ahora… Ahora no estoy segura de por dónde empezar a defenderlo.
—Por cierto, ¿dónde está? —pregunta Temper.
Sacudo la cabeza.
—No lo sé.
Vuelve a recostarse en su asiento con una sonrisita petulante en la cara.
—Lo ha hecho ese cabrón insolente, ¿no? —dice—. Creo que me gusta.
Siento el lazo mágico de Des a mi alrededor, tirando de mí y de mi
asiento hacia atrás.
Hablando de cabrones insolentes…
—Mierda —maldigo por lo bajo, agarrándome a los bordes de la mesa
cuando mis tobillos cruzados resbalan de ella. La silla en la que estoy
sentada empieza a alejarse de la mesa con sacudidas y sobresaltos varios.
Temper se interrumpe.
—¿Qué pasa?
Se me acelera la sangre.
—Des ha vuelto.
43
No es solo que Des esté de vuelta, es que quiere que entrene una vez más,
de ahí la correa mágica que me está arrastrando hasta uno de los jardines de
la reina. La magia del Negociador solo se disipa cuando llego allí.
Lo veo apoyado contra un árbol. Sostiene el pomo de una espada frente a
él como uno haría con un bastón. Su atuendo de hoy es cien por cien
humano, desde su camiseta de Kiss hasta los pantalones de cuero y las botas
negras con punta de acero.
—Buenos días, querubín —dice, avanzando hasta quedar iluminado por
un rayo de sol, demasiado alegre para su propio bien.
Me arroja la espada.
—Buenos días —le digo con cautela, atrapando el arma con facilidad.
Llevo un vestido fae vaporoso y unas sandalias finas de cuero. Solo por
mi ropa, sé de antemano que esta sesión de entrenamiento será más dura
que las otras.
Miro a Des mientras se dirige a un extremo del jardín y coge otra espada
para sí mismo.
—¿Qué? —dice, todavía de espaldas a mí.
Hace mucho que dejé de preguntarme cómo puede ver mis expresiones
cuando ni siquiera me mira.
No tiene sentido andarse por las ramas.
—¿Son ciertos los rumores? —pregunto.
—¿Qué rumores? —Balancea la espada en la mano mientras se acerca a
mí, aflojando la tensión en la muñeca.
Solo una vez que lo tengo a pocos pasos de distancia, deja caer el arma a
un lado para poder acercarme y darme un beso rápido.
Cierro los ojos ante la avalancha que desata en mí. Mi astuto rey sabe a
secretos y a engaños. Me alejo y abro los ojos despacio.
—Que eres responsable de la desaparición del harén de la reina.
Me mira durante un largo instante con esos ojos plateados siempre
enigmáticos.
—Esa pregunta te costará algo —dice con suavidad.
El aire abandona mis pulmones de golpe.
Lo ha hecho. Joder, lo ha hecho.
—El brazo de la espada en alto, amor —dice, alejándose de mí—.
Prepárate para la pelea.
Hago lo que me pide, a pesar de que el corazón me late con fuerza tras su
evasiva.
—¿Por qué? —pregunto mientras toma posición. Ambos sabemos que no
me refiero a sus instrucciones.
Empezamos a describir círculos el uno alrededor del otro.
—Creo que sabes por qué —dice, casi confirmando que los rumores son
ciertos.
Entonces me mete prisa y levanta la espada. Me alejo con un giro y mi
falda revolotea detrás de mí.
—¿Eso es lo único que vas a hacer, Callie? ¿Huir de mí? —pregunta
mientras me muevo entre los caminos flanqueados por rosales.
Me pisa los talones. Sé que, si quisiera, podría aparecer justo frente a mí,
pero por ahora se contenta con perseguirme así.
De repente, me giro para mirarlo a la cara y alzo mi espada para acudir al
encuentro de la suya.
—¿Están muertos? —pregunto.
Le tiembla la comisura de la boca.
—Define muertos .
Jesús.
Nuestras espadas sueltan chispas cuando arrastro la mía hacia abajo y
lejos de él. Giro por debajo de su hombro y me preparo para acercarme
desde atrás. El Rey de la Noche gira justo a tiempo y esquiva mi estocada.
—¿Por qué? —vuelvo a preguntar.
—Nadie azota a mi pareja.
La vehemencia con la que lo dice me deja sin aliento, tanto que casi
consigue acertarme con su siguiente golpe. En vez de eso, oigo que una tela
se rasga cuando su hoja corta mi endeble vestido.
—Defiéndete, Callie —gruñe.
Retrocedo.
—Pero ¿cómo? —pregunto, refiriéndome a su respuesta anterior—.
Acordaste la paz con la reina.
Viene a por mí como una fuerza de la naturaleza.
—Y la tendré. Hay muchos hombres atractivos que pueden ocupar su
cama.
Pero ninguno será una réplica de los hombres con los que una vez tuvo
relaciones. Des no ha hecho daño a su pareja, pero le ha quitado a los
hombres con los que se distraía.
—¿Cómo mantendrás la paz? ¿No sabrá que has sido tú?
—Querubín, ¿en algún momento has considerado la posibilidad de que
no haya sido yo? —pregunta, bajando su arma como un yunque.
Esquivo el golpe y lo apunto con mi espada.
—¿Te estás llevando a los soldados?
Esquiva mi ataque.
—¿Y qué pasa si lo estoy haciendo? —pregunta—. ¿Me querrás menos?
¿Me odiarás más?
La respuesta es inquietantemente similar a la que le dio a Mara cuando le
hizo la misma pregunta. Retrocedo y me alejo de él.
—Maldita sea, Des —siseo—. No soy ninguna reina fae a la que engañar
con tus palabras. Sé sincero conmigo.
El mundo parece quedarse en silencio, el piar de los pájaros y el susurro
de los árboles desaparecen.
Se acerca a mí, balanceando su espada de forma amenazadora hacia
izquierda y derecha, cruzando la hoja por delante del cuerpo.
En cuanto me alcanza, lo único que consigo hacer es bloquear y evadir la
lluvia de ataques que cae sobre mí.
Nuestras armas chocan de nuevo.
—¿Confías en mí? —pregunta.
Lo único que escucho es el susurro de mi vestido en el viento y nuestras
suaves exhalaciones.
¿Confío en Des, el hombre que me salvó de mi padre, que me amó desde
lejos durante años? El hombre que me rescató de mí misma y alimenta mis
llamas una y otra vez.
—Sí —susurro.
Eso le suaviza la mirada.
—La respuesta a tu pregunta es no —dice mientras sus ojos lobunos me
traspasan—. Compañera de mi alma, no he tenido nada que ver con las
desapariciones de esos soldados.
Siento la verdad de sus palabras como un golpe en el centro del pecho.
Todas las confesiones de Des tienen peso, como si estuviera entregándome
un poco de sí mismo en el proceso, pero esta parece particularmente pesada.
—¿Me crees? —me pregunta mientras nuestras espadas siguen
entrelazadas.
Asiento, succionándome las mejillas.
—Sí.
Su cuerpo se relaja y percibo mi apertura. Bajo el arma, esquivo a Des y
luego giro, llevando mi espada conmigo.
La punta le roza el antebrazo y un hilillo de sangre brota a su paso.
En el momento en que soy consciente de que lo he herido de verdad, dejo
caer la espada y contemplo la herida, horrorizada.
¿Ha dejado que le diera a propósito?
Igual de rápido, respondo a mi propia pregunta.
No. Esto no estaba planeado.
Conmocionado, Des deja de luchar para mirarse el corte.
—Me has dado . El golpe ha acertado en el blanco. —Arroja su espada a
un lado, la batalla completamente olvidada. Tras un instante, se echa a reír
—. Lo has conseguido. Por fin los has conseguido.
¡Se ha vuelto loco!
Des me alza en volandas y da vueltas conmigo en brazos.
—¿Sabes lo que significa? —pregunta, mirándome desde abajo.
No tengo ni idea.
—Por fin estás lista.
44
Esta noche, el baile del Solsticio no sale exactamente según lo planeado.
Mientras Des y yo bajamos al salón de baile, siento el peso reconfortante
de mis dos dagas, que en estos momentos llevo sujetas en la parte interior
de los muslos y escondidas bajo mi oscuro vestido iridiscente. ¿Es el
Solsticio una celebración pacífica? Sí, en teoría. ¿Planeo usar estas armas?
No a menos que me provoquen. Pero después de los acontecimientos de
ayer y de que Des me animara a hacerlo, he decidido venir armada a la
fiesta.
Y no voy a mentir, esta noche me siento la puta ama, y me encanta.
Des y yo apenas hemos entrado en el salón de baile subterráneo cuando
Mara se abalanza sobre nosotros, y solo con una mirada, sé que la Reina de
la Flora está sedienta de sangre.
Agarra al Negociador por las solapas.
—¿Dónde están? —gruñe Mara. Lo sacude como una loca, el aroma
floral de su poder inunda el aire—. Desmond Flynn, ¿dónde están?
—No sé de qué me hablas —responde él, en voz baja.
—Lo sabes perfectamente. Juro por los dioses eternos que haré todo lo
que esté en mi poder para romper nuestro acuerdo de paz si no me dices
dónde está mi harén.
El Negociador le aparta las manos de su ropa.
—Recomponte, Mara, tus súbditos están mirando.
Es cierto que nos están mirando, atraídos por el último drama entre
monarcas.
Me fijo en que muchos de ellos exhiben sus alas. Parece que el Rey de la
Noche y su pareja humana han creado cierta tendencia en el Otro Mundo, a
pesar de nuestra relación tabú, o tal vez, precisamente por ella.
Me giro hacia Des y lo observo con fascinación. Su actuación casi me
convence de que realmente no tiene ni idea de dónde están los consortes de
la Reina. Pero, por supuesto, ya me ha confesado que no es inocente.
—No has dado más que problemas desde que pusiste un pie en mi reino
—gruñe Mara—, empezando por el ataque a Janus y siguiendo con tu
esposa humana cuestionando mi autoridad frente a mi propia gente.
Después de soltar eso, la habitación empieza a oscurecerse, sin duda
porque Des está recordando vívidamente lo que sucedió cuando cuestioné
su autoridad.
—Por no mencionar —continúa—, que los fae de Fauna te quieren
muerto y varias personas creen que estás detrás de las desapariciones de los
soldados. Y ahora mis hombres han desaparecido…
El Hombre Verde se une a nosotros en este preciso instante y le aparta el
pelo del hombro a la Reina de la Flora con cariño. Ella se estremece ante el
contacto y le aparta la mano de forma no muy sutil. Lo mira y le ofrece una
sonrisa tensa.
Vale, a ver, esa interacción no ha tenido nada de normal. Las parejas no
rechazan el contacto de su alma gemela, y no se limitan a soportar la
compañía del otro.
El Hombre Verde sonríe a Mara y luego a nosotros, completamente ajeno
a la reacción de su reina.
—¿Por qué no seguimos con esto en un lugar más tranquilo? —pregunta.
—De acuerdo —sisea Mara, girando sobre sus talones.
—No pienso ir a ninguna parte con ninguno de vosotros —digo. No
después de lo que pasó ayer.
Mara me mira, incrédula.
—¿Cómo dices?
—Me has entendido perfectamente —digo.
Los corrillos que nos rodean empiezan a guardar silencio,
conmocionados por mis palabras.
—Puede que seas su reina —digo, señalando la habitación—, pero no
eres la mía.
Oigo algunos jadeos entrecortados.
Dios, que bien sienta mandar a la mierda a esta mujer.
—Desmond —dice la Reina de la Flora—, dile a tu mas…
Me coloco delante de Des.
—No —digo—. El Rey de la Noche no es un mensajero, y entiendo
perfectamente tus palabras, así que, si tienes algo que decirme, dímelo a la
cara .
El salón de baile permanece en silencio durante cinco segundos.
Entonces, el poder de Mara empieza a acumularse, sacudiendo las
mismísimas paredes de su palacio.
Las plantas de la habitación cobran vida, se retuercen y chascan.
—Tú, pedazo de imbéc…
Desmond se pone a mi lado.
—Cuidado, reina. Cualquier ofensa contra mi pareja es una ofensa contra
mí. Y no soy de los que toleran los desaires.
Eso es lo más cerca que estará Des de admitir que es el culpable tras las
desapariciones de los hombres de Mara. Aun así, la Reina de la Flora lee
entre líneas. Echa fuego por los ojos mientras mira al Negociador de arriba
abajo.
—Hijo de…
El Hombre Verde apoya una mano en el hombro de Des y otra en el de
Mara.
—Privacidad —enfatiza.
El salón está cada vez más oscuro. Siento la magia de Des enroscándose
a mi alrededor, cubriéndome con sus sombras. A nuestro alrededor, los
invitados se han quedado completamente en silencio.
—Dilo —la provoca mientras una sonrisa tira de sus labios hacia arriba
—. Termina la frase.
Un escalofrío me recorre la piel.
—Dilo —dice, más bajito.
Las plantas azotan a su alrededor, y los agudos ojos verdes de Mara le
echan una mirada dura como el pedernal.
—Hijo de puta. Nunca serás nada más que un rey bastardo, y tu pareja,
una esclava. Tú y los de tu calaña mancilláis mis salones.
Des sonríe y se hace la oscuridad.
45
Expectativas del Solsticio: todos dejarán de lado sus disputas durante una
semana, se cogerán de las manos y cantarán Cumbayá .
Realidad del Solsticio: todos estarán a un paso de la muerte al menos una
vez.
En todos los rincones de la estancia hay hadas a las que empieza a
entrarles el pánico cuando la oscuridad se cierra a nuestro alrededor.
Siento el roce de cien tipos diferentes de magia tratando de iluminar la
habitación solo para quedar extinguida por el poder de Des. A lo largo de
las paredes, escucho el susurro de las plantas. Tardo varios segundos en
darme cuenta de que se están marchitando, muriendo .
—Antes de que hubiera plantas, antes de que hubiera animales, antes de
que hubiera luz, había oscuridad —dice Des con voz suave y sedosa—. De
esa oscuridad nacieron todos nuestros deseos más profundos y nuestros
temores más secretos. Y conozco todos los tuyos. A lo mejor debería
compartirlos…
Juraría que escucho a Mara contener el aliento.
—O, a lo mejor, debería hacerte daño y ya está.
—La tregua… —dice ella.
—Sí —responde Des—, esa condenada tregua, la misma que te apañaste
para sortear en lo referente a mi pareja. ¿Crees que alguien te va a salvar
ahora? Seguro que eres consciente de que puedo dejar de lado mi promesa
con tanta facilidad como tú.
Las plantas se siguen marchitando a nuestro alrededor; oigo sus últimos
estertores sobrenaturales.
Ella no dice nada, pero el olor a flores podridas espesa el aire.
—O a lo mejor hago ambas cosas. Desvelar tus secretos y romper tu
bonito trono. ¿Empiezo por cómo odias las caricias de tu pareja?
El aire escapa en forma de siseo entre los dientes de Mara, pero no niega
la acusación.
—Sé que deseas mis caricias, y las de mi pareja.
Esa última parte de la confesión de Des despierta susurros en la
oscuridad. Supongo que querer que una mujer humana te acaricie tus partes
femeninas es extra escandaloso.
—He descubierto más cosas. ¿Debería continuar?
Mara no dirá que no. Yo lo sé, él lo sabe, y ella también debe de saberlo.
Tiene que conservar su orgullo y las apariencias. No puede doblegarse sin
más a la voluntad de un fae que está de visita. Pero también sé que Des está
desenterrando verdades que preferiría dejar enterradas.
Resulta que no tiene que preocuparse por responder al Negociador.
Se hace la luz en mitad de la oscuridad. Al principio es tenue, pero con
cada segundo que pasa, se vuelve más intensa y brillante y toma la forma de
un hombre: Janus.
Todo su cuerpo irradia luz y arroja un tenue brillo dorado sobre la
habitación. Se dirige hacia nuestro grupo, sus guardias lo flanquean,
Aetherial entre ellos. Hace un gesto para que sus soldados se retiren antes
de colocarse a nuestro lado.
—Amigos míos —dice, agarrando a Des y Mara por los hombros—, ¿por
qué no buscamos un lugar tranquilo donde arrancarnos la garganta los unos
a los otros?
La mitad de mí piensa que la presencia de Janus solo alterará todavía más
a Des, pero mi pareja mira a su alrededor y parece despertar del estado en el
que se encuentra. Muy despacio, la oscuridad retrocede y el Negociador se
frota la boca y asiente a regañadientes.
Las hadas presentes en el salón de baile parpadean cuando vuelve la luz y
sus miradas nos encuentran rápidamente. Y entonces empiezan los susurros.
Miran a Des con algo más que una pizca de miedo.
Ahora no son solo los fae de Fauna quienes desconfían de él, sino todos
los aquí presentes.
Los ojos plateados del Negociador encuentran los míos.
—Diviértete, amor. Solo tardaré un minuto.
Hace un gesto a algunos de sus soldados, que acuden a flanquearme, y
con un beso de despedida, se marcha con los otros soberanos. Observo
cómo los cuatro se retiran, y su sofocante poder se va con ellos.
Después de su marcha, Aetherial se acerca a mí, lo cual hace que todos
mis guardias se tensen. Les indico que pueden relajarse.
—A tu pareja le ha dado fuerte con la formación del vínculo —me dice,
echando un vistazo a la puerta por la que han salido.
La miro de reojo. ¿Eso es lo que está pasando? Ha mencionado que sus
instintos lo superan, pero el Desmond que conozco siempre ha sido el
epítome del control.
—He oído que los reyes de Noche lo pasan particularmente mal —
continúa—. Parece que hay algo en su sangre ancestral que los vuelve
hiperagresivos.
Des mencionó que descendía de dragones o demonios. Supongo que
cualquiera de esas criaturas podría causar esos cambios de humor.
Su mirada aterriza sobre mí.
—También he oído el rumor de que un hombre de pelo blanco ha estado
secuestrando soldados durante la celebración del Solsticio.
Suelto un gemido.
—Tú también no.
—¿Así que no te lo crees?
—¿Que mi alma gemela está secuestrando soldados? —pregunto—. No,
no me lo creo. —Y lo digo en serio. Por malvado que sea Des, no es un
monstruo, no es como el Ladrón de almas. Me acerco a Aetherial—. La
verdad es que desde que posé los ojos en tu rey, he asumido que él es el
culpable de las desapariciones.
Aetherial gira la cabeza hacia mí con brusquedad.
—¿En serio? ¿Por qué?
Frunzo el ceño.
—Cuando me entregaron a Karnon, vi al hombre que me capturó. Era tu
rey.
—Imposible —dice ella.
—¿Por qué crees que Des lo atacó la noche que llegasteis?
Aetherial examina mi expresión.
—Estás diciendo la verdad —murmura. Sacude la cabeza—. Pero es
imposible. También he visto la verdad de mi rey. No ha tenido nada que ver
con estas desapariciones.
Me encojo de hombros y echo un vistazo al punto en el que hemos visto a
los monarcas fae por última vez.
Nos estamos volviendo todos los unos contra los otros. Una persona
señala con el dedo a otra persona, esa persona señala con el dedo a otra
más. La verdad es que el Ladrón de almas está jugando con todos nosotros,
sea quien sea.
El Ladrón de almas…
Me giro hacia Aetherial.
—No sabrás cuál es la última ubicación conocida de los soldados del Día
que han desaparecido durante el Solsticio, ¿verdad?
Niega con la cabeza.
—Desaparecieron en varios puntos de los terrenos del palacio, sobre todo
a las afueras de los jardines reales.
Sobre todo a las afueras de los jardines reales.
Los informes que me han llegado lo corroboran: mencionaban que los
hombres que desaparecieron se encontraban en las afueras de los terrenos
del palacio.
Lo único más allá del jardín es el robledal sagrado de la Reina, que rodea
la totalidad de la propiedad. He estado en ese bosque una o dos veces, pero
más que eso, he soñado con ese lugar, una y otra vez.
¿Qué me dijo el Negociador hace muchas semanas?
«En el Otro Mundo, los sueños nunca son solo sueños. Son otro tipo de
realidad».
Siento un zumbido por toda la piel, como si se tratara de electricidad. Es
la sensación que experimento como investigadora privada cada vez que
percibo que estoy particularmente cerca de resolver un caso.
—Tengo que irme —digo.
Aetherial me mira con curiosidad.
—¿No acabas de llegar?
Hago un gesto con la mano para desestimar la pregunta.
—Vuelvo enseguida.
El Ladrón de almas ha estado cazando durante el Solsticio, y ahora sé
dónde encontrarlo.
46
Avanzo a través del robledal sagrado de la Reina de la Flora mientras les
frunzo el ceño a los soldados que se han convertido en mi sombra.
—Este sitio no es seguro para ninguno de vosotros.
Si al abandonar el salón de baile me hubiera tomado un momento para
considerar el hecho de que un puñado de soldados de Noche iban a
escoltarme, habría intentado escabullirme. Por lo menos, habría solicitado
que todas fueran mujeres, teniendo en cuenta que, en los últimos tiempos, el
Ladrón de almas no está intentando llevárselas a ellas. Entre los seis
soldados que me rodean, solo hay una mujer.
—El rey ha ordenado que os protejamos —dice uno de ellos.
Es la misma respuesta que me dieron la última vez que intenté
quitármelos de encima.
Vuelvo a concentrarme en el bosque que tengo delante. Aparte de unas
pocas gotas de sangre caliente sobre mi piel, no he encontrado nada
sospechoso o inquietante en este lugar.
Hay ristras de lucecitas colgadas entre las ramas de los árboles, que
proporcionan al bosque un brillo etéreo.
—Siempre podéis regresar al baile —sugiere uno de los soldados.
Uf. ¿Volver a la cháchara de las hadas y a sus intenciones ocultas?
¿Volver con Mara, con sus insultos velados y sus sonrisas quebradizas, o
con el Hombre Verde y sus miradas lascivas?
—Dadme unos minutos más.
Solo pensar en los reyes de Flora hace que me pique la piel. Hay algo
extraño en esos dos.
—Callypso…
Me detengo.
—¿Habéis oído eso? —pregunto a los soldados.
Dos de ellos asienten, con expresión sombría. Uno me agarra por la parte
superior del brazo.
—Es hora de volver al baile, mi señora.
Tienen razón, por supuesto, pero todavía tengo dudas. Por fin sucede algo
mínimamente espeluznante, y ahora quieren llevarme a un lugar seguro.
De todos modos, dejo que me guíen de vuelta al jardín, que apenas puedo
distinguir en la distancia.
—Hechicera…
Me tenso. Echo una mirada a mi espalda, hacia el origen de la voz.
Durante una fracción de segundo, veo un revoloteo de pelo rubio platino en
la oscuridad.
—¿Des? —susurro, antes de poder evitarlo.
En cuanto susurro su nombre, mis guardias dudan, mirando hacia el
bosque en busca de su rey. Pero donde estaba, ahora solo queda la misma
oscuridad de siempre.
Uno de mis guardias grita.
Me giro en redondo.
—¿Qué ha pasado?
Se miran unos a otros, todos igual de perplejos. Nos lleva unos segundos
averiguar qué es exactamente lo que está pasando.
Hace un segundo, había seis soldados a mi lado.
Ahora solo hay cinco.
—¡Moveos, moveos, moveos!
Los soldados no se detienen para buscar a su compañero. Me agarran y
echan a correr hacia los jardines.
No son lo bastante rápidos.
Apenas hemos dado diez pasos cuando una serie de enredaderas caen
desde las copas de los árboles y alcanzan a uno de los soldados.
Sucede en menos de un segundo.
Le rodean los brazos y los hombros y se lo llevan disparado hacia las
copas de los árboles.
—Mierda —maldigo.
Nunca había visto eso .
Los pies del soldado patalean en el aire mientras la copa del árbol se lo
traga.
En un acto reflejo, mis alas se despliegan.
No pienso perder a otro soldado.
Antes de que cualquiera de los demás pueda detenerme, salto al aire.
Bato las alas con furia y me elevo en dirección al guardia. Sigue cubierto
de enredaderas, que sujetan su cuerpo contra el tronco del árbol.
Usando mis garras, destrozo las plantas. Pero en cuanto las atravieso, se
forman otras, que se siguen enrollando alrededor del soldado.
¿Qué mierda es esta?
Me las arreglo para liberarle una de las manos, y él la usa para
desenvainar su propia espada y empezar a cortar las enredaderas.
Una de las ramas se extiende, le envuelve la muñeca y aprieta y aprieta.
Oigo el crujido de sus huesos al romperse. El soldado grita y su arma cae al
suelo del bosque, debajo de nosotros.
Me cargo las plantas y le libero la muñeca, que ahora tiene destrozada.
Mientras lo hago, siento que las enredaderas serpentean alrededor de mi
propio cuerpo y se enroscan en mi torso.
Mierda.
Me alejan del guardia y arrojan mi cuerpo al suelo. Aterrizo a cuatro
patas y, durante varios segundos, me quedo quieta, respirando con
dificultad.
Los cuatro soldados restantes me rodean y me ayudan a ponerme de pie.
Varios han desplegado las alas. Sin duda para subir conmigo hasta las copas
de los árboles.
Miro hacia arriba. Mientras lo hago, las enredaderas atrapan por
completo al soldado y lo clavan al árbol.
Y luego, horror de horrores, con un desgarrón húmedo, el tronco del
árbol se abre alrededor del hada y empieza a absorberlo.
—Hostia puta.
Una vez más, mis alas se despliegan, pero los soldados restantes se
apresuran a retenerme.
—Tenemos que irnos —dice uno.
Sin embargo, no puedo mirar hacia otro lado.
El tronco del árbol solo tarda un par de segundos en envolver por
completo al hada y luego otros pocos segundos más en volver a sellarse,
empezando por los pies del soldado y subiendo, dejando un fino hilillo de
sangre a su paso.
Y entonces, se acaba.
Un árbol acaba de tragarse a un soldado delante de mis ojos.
Yo he hecho esto. He traído a estos guardias a este siniestro bosque y,
ahora, dos hombres se han ido para siempre.
Me quedo mirando las copas de los árboles durante varios segundos y me
reprendo mientras me alejan de allí, hasta que lo recuerdo.
Soy la pareja del Rey de la Noche. No soy una víctima, soy una
superviviente, una luchadora.
Soy la pesadilla de alguien.
—Soltadme —digo con calma.
Los soldados me ignoran.
—He dicho que me soltéis . —Esta vez, cuando hablo, las palabras se
transforman en una orden.
—Mi señora… —protesta uno de ellos.
Empiezo a brillar.
—Así no es como debéis tratar a la pareja de vuestro rey. Me haréis caso
y seguiréis mis órdenes.
Ahora sí que me obedecen. Dejan caer las manos a los lados.
Me doy la vuelta y me dirijo con sigilo hacia el árbol mientras la falda
ondea alrededor de mis tobillos.
—Hombres —digo por encima del hombro—, marchaos de aquí e id a
buscar a vuestro rey. Este sitio no es seguro para vosotros.
Esta vez, no obedecen mi orden. Segundos después de darla, los cuatro
soldados restantes me flanquean.
—No pensamos abandonaros —me informa uno.
Me entran ganas de gruñirles. Es imposible que no sepan lo peligroso que
puede resultar para ellos.
Aparto mi preocupación y frustración. Solo puedo concentrarme en una
cosa a la vez.
La espada del soldado capturado yace a varios metros de distancia. La
recojo y luego me encaro con el árbol que se ha tragado a uno de los
hombres de Des.
Hoy es un mal día para tocarme las narices.
Echo la espada hacia atrás, como si fuera un bate de béisbol, consciente
de que no es así como hay que sostenerla.
—Va contra la ley talar… —dice uno de los soldados a mi espalda.
Balanceo la hoja y la incrusto en el tronco del árbol. Con un tirón rápido,
arranco la espada.
—No voy a talar el árbol —le digo por encima del hombro.
ZAS .
Le asesto otro golpe al tronco.
—Estoy salvando a uno de mis guardias. —De nuevo, retiro el arma de la
corteza y la madera se astilla en el proceso—. Es diferente.
Lo cierto es que no. Sí, mi objetivo no es talar el árbol, pero lo más
probable es que acabe derribando a este hijo de puta para salvar al soldado.
El árbol gime y oigo los siseos de los árboles vecinos, algunas de sus
ramas se doblan y se deslizan hacia nuestro grupo.
Estoy bastante segura de que acabo de convertir a unos robles en mis
enemigos.
Por encima del hombro, miro a los guardias que tengo detrás.
—Bueno, ¿pensáis quedaros ahí parados o vais a ayudarme a sacar a
vuestro compañero?
No necesitan más estímulos.
Los guardias restantes y yo nos turnamos para serrar el tronco del árbol,
y la corteza se astilla con cada golpe. El árbol empieza a chillar, un sonido
impío que recorre todo el bosque.
Seguimos haciendo lo mismo hasta que vemos una franja de piel.
El soldado de Noche sigue envuelto en enredaderas, acurrucado en el
interior del núcleo del árbol.
No es algo que se vea todos los días.
Dejo caer mi espada, y mis guardias y yo lo sacamos del corazón del
árbol entre toses.
Resuella mientras se arranca unas raíces largas y finas que parecen
habérsele incrustado debajo de la piel y las venas.
—Gracias —dice en un jadeo a sus camaradas y le da un apretón en el
hombro a uno de ellos. Sus ojos se desplazan por todo el grupo hasta que
me encuentran.
El guardia rescatado se levanta y se sacude la suciedad y la corteza de
encima. Se arrodilla delante de mí, toma mi mano y presiona la frente
contra ella.
—Os debo más que solo mi lealtad, mi reina. Juro que, mientras viva, mi
escudo y mi espada os protegerán. Mi vida es vuestra.
47
El roble que hemos abierto está emitiendo ruidos extraños y sibilantes. Los
árboles colindantes se han calmado, por el momento. Las enredaderas que
antes retenían al soldado ahora se enrollan y marchitan en el núcleo del
árbol.
Los soldados, mientras tanto, atienden a su compañero, dejándome
evaluar lo que acaba de suceder.
Una voz me ha llamado, he visto a alguien parecido a Des y luego dos
soldados han desaparecido, uno a quien hemos recuperado y otro que sigue
en paradero desconocido. La secuencia de acontecimientos es
inquietantemente similar a las historias que hemos oído últimamente.
Me giro para examinar los demás árboles que nos rodean. En mi vida he
estado tan harta del color verde.
Pero ese no es el único color de este bosque. Gotas de sangre oscura caen
de muchas de las ramas que me rodean, convirtiendo el bosque sagrado en
algo macabro, algo que sería más probable ver en Memnos, la Tierra de las
Pesadillas.
Se me ocurre algo terrible.
Los hombres que han desaparecido…
Me acerco a donde he dejado caer la espada del soldado. La recojo de
nuevo y me dirijo hacia un árbol particularmente sangriento a varios metros
de distancia. Levanto el arma una vez más.
—Mi señora —me dice la mujer soldado—, cortar un árbol para salvar a
un soldado ya es bastante grave. Talar otro será visto como una declaración
de guerra.
Por desgracia para Mara, ya ha hecho un juramento de paz con el reino
de Des.
—Me importa una mierda cómo vea esto la Reina de la Flora.
Roto el cuello, agarro con fuerza la espada y lanzo un golpe. La hoja se
incrusta en el grueso tronco y algo cálido y húmedo emana de la herida.
El árbol grita mientras lo corto, un sonido parecido al chillido de un
cerdo.
Arranco la espada de la corteza. La herida rezuma sangre.
Árboles sangrantes. Qué imagen tan espeluznante.
Nadie más se atreve a imitarme, aunque todos miran con avidez.
Golpeo una y otra vez, ignorando el esfuerzo que supone para mis
brazos.
Cada impacto agrieta un poco más la corteza, rociando esquirlas de
madera y gotas de sangre. El árbol sigue chillando, la copa cruje.
Estoy cubierta de sangre. Me salpica el pelo y me pinta la cara,
recordándome esa fatídica noche de hace tantos años, cuando me enfrenté a
mi padrastro… y lo observé morir.
Sin prisa pero sin pausa, la corteza endurecida del roble da paso a la
suavidad de su núcleo. Empiezo a usar las garras para arrancarla, ignorando
cuidadosamente el hecho de que tengo las manos cubiertas de sangre.
Con un último tirón, descubro justo lo que temía.
En el centro del árbol, cubierto de sangre y atrapado en una red de raíces,
hay un hombre dormido.
Es francamente espeluznante contemplar la cara de un hombre que ha
estado desaparecido durante quién sabe cuánto tiempo, con los brazos
cruzados sobre el pecho como si alguien lo hubiera colocado así.
A diferencia del soldado de Noche al que acabamos de recuperar, este
hombre parece que lleva aquí mucho tiempo. Las enredaderas que lo
envuelven se han fusionado, y tiene su largo pelo pegado a la piel.
Cualquiera que fuera el color original de su uniforme, ahora es carmesí,
empapado en sangre. Pero no necesito distinguir el color de su uniforme
para saber a qué reino pertenece. Los cuernos curvos de cabra montés
indican que es un soldado de Fauna.
—¿Hay una fiesta de talar árboles y no he sido invitado? —dice una voz
familiar a mi espalda.
Me doy la vuelta.
Des está apoyado contra un roble cercano, mirándome con esos ojos que
lo ven todo, su cabello blanco agitado por la brisa.
Tiene los brazos cruzados sobre el pecho, sus bíceps parecen enormes, y
sus tatuajes, particularmente amenazantes. Tengo que recordarme a mí
misma que las tres bandas de bronce en su otro brazo son por su valor,
porque en este momento, incluso vestido con un atuendo fae, simplemente
parece el Negociador, el hombre que se gana la vida haciendo tratos y el
que rompe huesos cuando alguien me desaira.
—Si mi pareja va a romper la ley, al menos debería invitarme —dice,
alejándose del árbol.
Su expresión cambia segundos después, cuando asimila toda la escena.
—¿Qué ha pasado? —pregunta Des, y todo rastro de humor desaparece
de su voz.
Me limpio las manos ensangrentadas en el vestido.
—Creo que he encontrado a los soldados desaparecidos.
48
Des desaparece y se materializa a mi lado un momento después. Escudriña
al hombre que duerme en el árbol.
—Mara —susurra.
Mara, la vanidosa Reina de la Flora, ha estado escondiendo a los
hombres en su robledal sagrado, un lugar en el que está prohibido derribar
un árbol.
No es de extrañar que nadie haya encontrado a los soldados, estaban
ocultos dentro del único lugar que no podía ser registrado. Solo una
forastera como yo sería lo bastante ignorante y tendría las suficientes
pelotas como para profanar este bosque.
Siento el aliento de la magia de Des un segundo antes de que golpee las
vides. El árbol grita mientras se ennegrece y se pudre, las enredaderas que
retienen al hombre se retuercen y se alejan a toda velocidad.
Con un gesto de su mano, la magia del Negociador saca al soldado
dormido del árbol.
Las enredaderas gimen y chasquean cuando el hombre queda liberado.
Tiene el cuerpo cubierto de sangre, como podría estarlo el de un recién
nacido, y la magia de Des lo deposita sobre la hierba. En cierta manera, se
trata de un renacimiento oscuro.
—Los árboles sangrantes —le digo a Des. Todos deben de albergar a
soldados desaparecidos, resguardando sus cuerpos en el interior.
El Negociador asiente.
—Lo sé, querubín. —Su mirada se encuentra con la mía.
Las plantas no se están pudriendo por culpa de ninguna enfermedad, son
ataúdes.
Des se inclina sobre el soldado dormido y lo recorre con la mirada.
—Está igual que las mujeres. —Sufre un espasmo en un músculo de la
mejilla.
Los árboles comienzan a susurrar y a sacudirse cuando se levanta algo de
viento. Agita mi pelo y lo hace ondear a mi alrededor.
—Mara viene hacia aquí —dice Des en tono siniestro.
Un escalofrío me recorre el cuerpo. Todo este tiempo, la Reina de Flora
ha estado detrás de las desapariciones de los hombres.
El viento acelera y empieza a arrancar las hojas de las ramas.
Más que escucharla, la siento acercarse, su magia espesa el aire con un
deje a pino y madreselva.
Cuando por fin la veo, su vestido azota a su espalda y su brillante melena
roja ondea a su alrededor como una corona de fuego.
A su espalda avanza un regimiento de guardias, todos con expresión
solemne.
—¿Quién ha matado a uno de mis árboles?
Matado , como si fuera un hombre, no una planta. Quizá para ella lo
fuera. Quizá estos árboles son mucho más queridos que los hombres que
yacen dormidos dentro de ellos.
Me enderezo cuando se acerca a nuestro grupo.
La mirada de Mara aterriza en el árbol que acabo de destrozar, y el viento
transporta su gemido bajo, que se eleva más y más, hasta convertirse en un
chillido.
—¡Mi roble sagrado!
Por un momento, quedamos olvidados. Corre hacia el árbol y se arrodilla
a sus pies para meter las manos en su sangriento tronco.
Lo más probable es que este no sea el momento de decirle que en
realidad nos hemos cargado dos robles, no uno.
Al soldado dormido cerca de ella no le dedica ni siquiera una mirada de
reojo.
—Nunca pensé que fueras tú —dice Des, con la voz cargada de
amenazas.
Despliega las alas y sus garras blancas como el hueso brillan en la
oscuridad. Las sombras se acumulan a su alrededor.
Mara sigue con la cabeza gacha.
—Entraste en el palacio del Rey de la Fauna y lo profanaste. Te invité a
mi reino y te has atrevido a hacer lo mismo. Primero con mi harén, y ahora
con mi bosque sagrado.
A nuestro alrededor, oigo que las raíces y las enredaderas empiezan a
emitir chasquidos y a moverse.
—Creíste que con un juramento de paz entre nuestros reinos conseguirías
inmunidad. —Su pelo empieza a azotar a su alrededor a medida que
aumenta su poder, el aroma floral ahora se entremezcla con el asqueroso
hedor de la podredumbre—. Estabas… equivocado .
Mara grita y cien raíces y enredaderas diferentes salen disparadas hacia
nosotros. Des se coloca frente a mí y las sombras emanan de él, apagando
las lucecitas y ocultando el cielo sobre nuestras cabezas. Las raíces se
marchitan y mueren antes de que puedan hacer más que acariciarme la piel.
Todo es oscuridad profunda. No distingo arriba de abajo, izquierda de
derecha. No hay suelo, ni bosque, ni soldados, ni cielo. Solo la noche
primordial.
En mitad de la oscuridad, escucho a Des reírse por lo bajo.
—Ay, Mara.
El aire se llena de poder, y la reina fae grita.
¡ BUM!
La tierra se sacude cuando Mara libera otra oleada de su magia.
—¿Eso es lo mejor que tienes? —se burla el Negociador un momento
después.
No sé qué está pasando, solo puedo suponer que los dos monarcas están
luchando.
La magia en el aire llega a su punto más alto una vez más, y otra y otra
vez.
—Callypso…
Se me eriza el vello de la nuca. La voz de Des me llama desde una
dirección completamente diferente de donde creía que estaba.
—Hechicera…
Me giro hacia el sonido de su voz.
En la nada que me rodea, una figura aparece en la distancia. Des me
observa desde lejos, sin acercarse.
Y, sin embargo, juraría que puedo sentirlo todavía enzarzado con la Reina
de la Flora en algún otro punto de la oscuridad.
Me hace señas para que me acerque a él. Cuando ve que no me muevo, se
da la vuelta y se adentra más profundamente en la oscura negrura.
¿Qué está pasando? ¿Se trata de una ilusión? ¿Es real? ¿Qué pasa si lo
sigo?
¿Qué pasa si no lo hago?
En un acto reflejo, empiezo a moverme mientras echo una mirada por
encima del hombro. No sé por qué me molesto. Al margen de Des, todo lo
que me rodea es una oscuridad interminable. Ahora entiendo por qué uno de
sus títulos es Rey del Caos. Este mundo de noche perpetua podría volver
loca a una persona.
Sin embargo, muy despacio, las sombras dan paso al bosque una vez
más.
Hasta que no veo las lucecitas en lo alto no miro detrás de mí. Un manto
de oscuridad sigue cubriendo el bosque. En el interior se escuchan gritos y
gruñidos débiles.
Cuando vuelvo a girarme, mi pareja me espera a lo lejos, rodeado de
robles sangrantes.
—¿Des? —pregunto, confundida.
¿Cómo puede estar en dos lugares a la vez?
—Qué hermosa eres —dice.
Se me vuelve a poner la piel de gallina. En su voz hay algo… mal. Pero
¿el qué?
—Callypso Lillis, la hechicera —dice mientras avanza.
—Des, ¿qué está pasando…? —Mis palabras mueren cuando se acerca.
Ese pelo, esos ojos, es el vivo retrato de Des. Pero la forma de su rostro
es un poco más cuadrada, y la curva de su boca, un poco más cruel.
¡No es Des!
Doy un paso atrás.
—Hace tiempo que quería conocerte.
El corazón me retumba y recorro al hada con la mirada, desde sus orejas
puntiagudas a su pelo blanco y su cuerpo esculpido.
No es Des, pero se le parece.
El cuerpo de este hombre es un poco más compacto que el de mi pareja,
de constitución un poco más fuerte.
A pesar de las incongruencias, lo reconozco por haberlo visto en mis
sueños.
«Los sueños nunca son solo sueños…».
—¿Quién eres?
Desaparece solo para reaparecer detrás de mí.
—Un fantasma.
Me giro en redondo con brusquedad, esperando verlo a mi espalda, pero
no encuentro a nadie. Describo un círculo completo, pero el tipo que podría
ser el doble de Des ya no está.
—Así que el bastardo de Arestys ha encontrado una pareja humana. —La
voz del hombre proviene de algún punto por encima de mí—. Aquí estaba
yo, listo para compadecerlo.
El bastardo de Arestys… He oído eso en alguna parte…
—Pero no eres demasiado común —continúa—. Una humana con alas y
escamas. Una sirena que puede atrapar a los mortales solo con su voz.
Incluso yo podría haber hecho una excepción por una mortal como tú.
Escruto las copas de los árboles, tratando de rastrear su voz.
—¿Cómo me has traído hasta aquí? —pregunto.
¿Cómo es que nadie te ha percibido? Des gobierna la oscuridad y todo lo
que hay en ella.
El hada se ríe.
—Cuando tu pareja empezó a aprender trucos en la oscuridad, yo ya los
dominaba.
Miro a mi alrededor, tratando de identificar la voz del hombre. Maldita
sea, no deja de moverse.
—El soberano de Noche es todo lo que es gracias a mí, pero no por
mucho tiempo.
El hada reaparece frente a mí, blandiendo una daga.
—Mierda.
Me aparto justo cuando me lanza un tajo al pecho. La seda se rasga
cuando su hoja atraviesa mi vestido, y un hilillo de sangre florece a su paso,
filtrándose en el material deshilachado.
El aguijonazo de dolor y la espesa ráfaga de adrenalina son suficiente
para convocar a mi sirena. Mi piel se ilumina, y sííí , siento cómo aumenta
mi propia ferocidad.
El hombre retrocede, absorbiéndome con la mirada.
—Es una pena tener que matarte cuando podría tenerte como mascota.
Sus palabras me empujan hasta el límite.
Me abalanzo sobre él, sintiendo el poder salvaje y caótico con el que
nací.
Los hombres como él mueren por mi mano.
Le lanzo un golpe. Por la izquierda, por la derecha, mis propios instintos
ahora reforzados por mi entrenamiento.
Él los esquiva y sus ojos brillan como lo hacen tan a menudo los de Des
cuando se emociona.
El hada desaparece.
Me giro justo cuando aparece a mi espalda y me ataca con su cuchillo.
Ay, Dios, no solo se parece a Des, también lucha como él,
desapareciendo y reapareciendo a voluntad.
Levanto el brazo para bloquear el ataque, lo agarro por la muñeca y se la
retuerzo con toda mi fuerza.
Desaparece en un parpadeo, pero no antes de soltar su arma.
La recojo del suelo mientras él reaparece a mi espalda. Esquivo su puño a
duras penas, pero no logro evitar la patada que me asesta en la espalda.
Con un gruñido, quedo despatarrada sobre la hierba. Con la daga todavía
en la mano, me apresuro a ponerme de pie de nuevo, incapaz de rodar
debido a lo difíciles de manejar que me resultan mis alas.
Antes de lograrlo, siento que mi atacante cierra el puño alrededor de mi
pelo. Tira de mi cabeza hacia atrás. Con un chillido, aprovecho el
movimiento para retorcerme y atacarlo con el arma robada. El cuchillo
atraviesa el aire y corto a mi atacante en un costado.
Suelta el aire con un siseo, me suelta el pelo y retrocede.
Me giro para enfrentarme a él cara a cara, con la respiración entrecortada.
Casi aturdido, se toca el costado. Se mira los dedos ensangrentados,
conmocionado.
Siento cómo despierta mi sed de sangre.
Me pongo de pie y bato las alas en una demostración de poder.
La cara del hada se transforma y se vuelve siniestra.
—Me has herido.
Su ira y sus palabras me hacen sonreír.
Tomaré y tomaré y tomaré hasta que esta hada no sea más que pulpa y
huesos.
A mi alrededor, todo se oscurece.
—Querubín —dice Des, que aparece a mi lado y arrastra la oscuridad con
él—, ¿qué estás haciendo…? —Sus palabras mueren cuando ve a mi
atacante—. Tú.
Frente a nosotros, el hada curva su boca cruel.
—Hola, hijo mío.
49
¿Hijo?
Pero se suponía que el padre de Des…
—Te maté con mi espada, Galleghar —dice Des.
Mira al hada como uno miraría a un fantasma. Y con toda la razón, es un
fantasma.
Su padre —Galleghar — inclina la cabeza.
—¿De veras?
Paseo la mirada entre un hombre y el otro. Las similitudes entre ambos
son asombrosas. No es de extrañar que corrieran tantos rumores sobre que
Des era la última persona que había sido vista con los soldados
desaparecidos. Su padre ha estado vagando por estos bosques.
—¡Desmond! —grita Mara a lo lejos—. ¡Cobarde! Vuelve y termina la
pelea. —Suena como una mujer rota.
Galleghar aprovecha la distracción momentánea para desaparecer. Un
segundo después, el aire a mi espalda se agita. Esa es la única advertencia
que recibo.
Los brazos del hada me rodean. Mis pies se despegan del suelo y salgo
disparada hacia el cielo. Nos impulsa a los dos hacia el aire nocturno.
—¿Qué crees que desea más tu pareja, amor o vida? —me susurra al oído
cuando mi compañero carga hacia nosotros.
Forcejeo con él. Nos elevamos más y más en el cielo.
—¿Qué te parece si lo averiguamos? —dice el padre de Des.
Abre los brazos y, de repente, me escurro entre ellos.
Oigo a Des gritar mientras giro a toda velocidad en el cielo.
En este momento, mis alas resultan inútiles. No logro orientarme y el
robledal se hace cada vez más grande debajo de mí.
De repente, dejo de caer a plomo y me encuentro en los brazos de Des.
—Te tengo —dice.
En cuanto lo dice, Galleghar aparece detrás del Negociador y apoya las
manos en sus alas. Tira de ellas con brusquedad y escucho el chasquido de
los huesos al romperse.
¡Le ha roto las alas a mi pareja!
Des suelta un rugido de agonía y enfado, sus enormes alas se doblan en
un ángulo antinatural. Y su padre, su maldito padre, se ríe y desaparece tan
rápido como ha aparecido.
El Negociador me rodea con sus alas rotas mientras caemos, tratando de
protegerme del daño a pesar de que es él quien está herido.
Varios segundos después, nos estampamos contra las copas de los
árboles, y Des gruñe mientras se lleva la peor parte del impacto. Caemos de
rama en rama hasta que al final nos damos de bruces contra el suelo.
Gimo mientras levanto la cabeza para mirarlo. Sus ojos muestran una
mirada desenfrenada por culpa del dolor, pero se pone de pie sin dudarlo,
tirando de mí con él.
—¿Os vais tan pronto? —Galleghar aparece en una rama ante nosotros.
Incluso destrozado y roto, siento la furia de Des. Mi pareja suele
contenerse, pero está perdiendo el control que ha practicado durante tanto
tiempo.
Las sombras se reúnen a su alrededor y se derraman sobre el bosque.
Puede que el hombre que tenemos ante nosotros engendrara a mi pareja,
incluso puede que conozca algunos trucos que Des desconoce, pero en este
momento, la oscuridad se está doblegando a la voluntad del Negociador, no
a la de su padre.
El cuerpo de Des zumba por culpa de la rabia acumulada. Siento su ira
antinatural agitándose bajo su piel.
—¿Cómo escapaste de la muerte? —exige saber.
Galleghar le echa a su hijo una mirada indulgente.
—Como Señor de los Secretos, deberías saber que es mejor no preguntar.
—Salta de la rama y por fin puedo echar un buen vistazo a las alas
extendidas a su espalda.
Podrían ser un duplicado de las alas del propio Des, excepto por el hecho
de que las garras de Galleghar parecen un poco más grandes, puede que
sean de envergadura un poco más estrecha y la piel de sus alas es negra, no
plateada. Las pliega en la espalda cuando sus pies aterrizan en el suelo y
empieza a avanzar hacia nosotros.
—Cuánto he anhelado esta reunión —dice—. Disfrutaré mucho
matándote. —Su mirada aterriza sobre mí—. Tal vez sea misericordioso y
me quede a tu pareja para mi nuevo harén. La reservaré solo para mis actos
más innombrables. Un rey tiene sus necesidades.
Vale, hay que cargarse a este hijo de puta.
Des me suelta muy despacio y da un paso adelante. La oscuridad emana
de él en oleadas.
Galleghar desaparece al instante siguiente y reaparece justo frente a su
hijo, con el brazo preparado.
El Negociador esquiva el golpe y luego agarra el cuello de la camisa de
Galleghar y hace ademán de estampar su propio puño en la cara de su
padre. Antes de dar el golpe, ambos desaparecen. Se materializan en el
cielo, por encima de mí, forcejeando mientras caen. Y luego vuelven a
esfumarse en un parpadeo, apareciendo y desapareciendo una y otra vez.
El corazón, tembloroso ya de antes, se me aloja en la garganta. Mi pareja
es poderosa, pero está luchando contra el único hombre que podría ser su
igual. Y a diferencia de su padre, Des tiene las alas rotas.
Escucho a los dos leviatanes rugir mientras luchan, y el mundo tiembla
cuando sus poderes colisionan.
Nunca me he sentido tan inútil como ahora, mientras levanto la mirada al
cielo.
—No le pasará nada.
Me sobresalto cuando el Hombre Verde emerge de la oscuridad del
bosque, su piel verde brillando con suavidad bajo la luz de la luna.
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunto mientras retrocedo un poco.
He venido al bosque buscando respuestas. Pero hasta ahora, solo me he
topado con más preguntas.
Viene directo hacia mí y alarga la mano para acariciarme la piel, que está
perdiendo su brillo.
—Eres completamente única —dice, pasando el dedo por las escamas
que cubren mis brazos. Sus ojos se encuentran con los míos—. Me parece
que me siento bastante… cautivado por ti.
Me alejo de él con una ligera mueca.
—¿Dónde está Mara? —pregunto, mirando por encima de su hombro.
Algo no va bien, pero ¿qué?
—Lamentándose por sus queridos árboles —dice, sin quitarme sus ojos
ámbares de encima—. Lo admito, me he sentido completamente excitado
cuando has destrozado esos robles. —Sacude la cabeza—. Esa lógica bruta
y humana realmente altera las cosas por aquí.
El Hombre Verde vuelve a alargar la mano hacia mí. Se la aparto de un
manotazo. Con eso solo me gano una sonrisa perversa.
—La única esposa que no pude tener, la única alma que no pude
reclamar.
Siento la piel helada.
—¿De qué estás hablando?
—¿Me has echado de menos mientras he estado fuera? —Empieza a
rodearme—. Llevo con ganas de charlar contigo desde nuestro último
encuentro en el Reino de la Fauna.
50
Nos he guiado a Des y a mí misma a una trampa. Una que no acabo de
entender.
El padre de Des ha vuelto de entre los muertos, y el Hombre Verde
afirma tener recuerdos que no debería.
El Hombre Verde se alisa la camisa, mirando su cuerpo.
—Este imbécil borracho murió hace mucho tiempo.
Trago saliva y empiezo a retroceder.
—En lo profundo del bosque, el Hombre Verde conoció a un extraño que
quería cosechar una fruta de lo más peculiar . —El Hombre Verde, o quien
quiera que sea en realidad este tío, suelta una carcajada—. El muy
debilucho intentó detenerme. —Me muestra una sonrisa astuta—. Pero soy
difícil de matar. Él murió, yo viví y logré cosechar la fruta más magnífica.
—Levanta las manos, señalando los árboles sangrantes que nos rodean.
¿Él es el responsable de las desapariciones? Estoy ansiosa por alcanzar el
dobladillo de mi vestido y coger mis dagas. Poco a poco, acerco la mano a
mi falda. Empiezo a levantar la tela lentamente.
Tengo que mantenerlo distraído.
—¿Cómo le has escondido esto a Mara? —pregunto.
No es de extrañar que la Reina de la Flora no estuviera interesada en
absoluto en su pareja. Quienquiera que sea este hombre, no parece que sea
el auténtico Hombre Verde. Lo que significa que lleva viviendo con un
impostor quién sabe cuánto tiempo.
Se ríe.
—¿Te refieres a sus árboles sangrantes? Creyó que se estaban muriendo
de podredumbre, lo cual es cierto, e intentó ocultárselo a su reino. He aquí
un hecho poco conocido: los árboles mueren cuando los soberanos de Flora
son demasiado débiles para mantener su reino. Temía estar perdiendo el
control sobre su reinado.
Sigo arrebujando la tela de mi falda en mi mano.
—¿Y Karnon? —pregunto—. ¿Cómo te infiltraste en su reino?
Al Hombre Verde se le ilumina la mirada.
—Ah, Karnon. Ese rey loco e inteligente fue mi mayor conquista hasta la
fecha. Introducirme en una piel que aún no estaba muerta… Requirió cierto
esfuerzo, por decirlo con suavidad.
Se me pone la piel de gallina. ¿Cómo es posible que no hubiera notado
antes la persistente maldad de este hombre?
—Pero, como viste, los cuerpos vivos tienen sus inconvenientes. Tenía
que luchar con su mente por el dominio, y no siempre ganaba.
¡La personalidad dividida de Karnon! El Rey Loco todavía estaba allí
cuando este ladrón de cuerpos se hizo cargo.
Pero… ¿cómo?
El Hombre Verde continúa hablando, sin darse cuenta de por dónde van
mis pensamientos.
—Ese animal te hizo a su imagen y semejanza para escapar de mí. Buscó
poner fin a su vida provocando al Rey de la Noche, y ¿qué mejor manera de
hacerlo que dañar a la pareja del rey nocturno?
He levantado casi toda mi falda. Estoy muy cerca de mis dagas.
—¿Qué eres? —pregunto.
Por un segundo, su cuerpo se transforma. Cabello y ojos negros como la
tinta reemplazan a los más brillantes del Hombre Verde. Su piel palidece,
sus rasgos se tornan siniestros.
Esos ojos alargados, ese mohín en la boca y ese pelo trenzado. ¡He visto
esa cara antes! Es el hombre de cabellos oscuros de mi pesadilla más
reciente.
—¿Qué es un cuerpo, en realidad? —dice—. Algo que te constriñe, algo
que perece. —La ilusión se disipa y se convierte el Hombre Verde una vez
más—. Tengo mil ojos e incluso más almas. Soy lo que sucede cuando
incluso la oscuridad muere. Mírame y contempla la verdad.
Lo miro. No soporto quitarle los ojos de encima. Este es el hombre que
ha escondido a miles de soldados y ha violado a miles más.
El Ladrón de almas.
51
Desesperada, aferro una de mis dagas. El metal emite un sonido suave
cuando lo saco de la funda que llevo atada al muslo.
Él sonríe al verla.
—Venga, Callypso. ¿Acaso no te he advertido de que matarme no tiene
sentido?
—No te me acerques —le advierto, levantando el arma.
—Por desgracia, no puedo complacerte. Tú, querida, me has planteado
un problema único. —Se frota la mandíbula inferior mientras habla—.
Existe una profecía que exige que mueras para que yo obtenga lo que
quiero, pero si mueres, estarás más allá de mi alcance.
Por encima de nosotros, el cielo se estremece mientras mi pareja lucha
contra su padre.
—¿Qué es lo que quieres?
Sonríe de nuevo, y es una imagen inquietante.
—No te gustaría saberlo. Aquí tienes un acertijo —dice—: ¿por qué un
ladrón como yo robaría tantos soldados?
Ese es uno de los muchos aspectos de este misterio que nunca he podido
desentrañar.
—Piensa en ello, hechicera.
—No me llames así.
—¿Preferirías que te llamara esclava? —pregunta—. Personalmente, creo
que el título resulta inadecuado en tu caso, pero si eso es lo que deseas…
Empiezo a retroceder.
—No lo entiendo, ¿qué tiene que ver Galleghar con todo esto? —
pregunto. Incluso ahora, el cielo truena con los sonidos de padre e hijo.
El Ladrón de almas sonríe.
—Hay una profetisa anciana que puede responder a esa pregunta, por un
precio. De una forma u otra, lo averiguarás.
Lucho contra la siguiente pregunta que escapa de mis labios. Sé que no
sirve de nada preguntar; ninguna respuesta será lo bastante buena. De todos
modos, lo hago.
—¿Por qué haces esto?
Sus ojos parecen brillar.
—Puede que sea hora de que aprendas más sobre mí, como yo he hecho
contigo.
Se acerca a mí de nuevo y me ahueca la mejilla.
Toda mi confusión, todo mi miedo y toda mi rabia sacan a la sirena de
sus profundidades.
Mientras mi piel se ilumina, ataco al Hombre Verde con mi daga,
saboreando el momento en que la hoja colisiona con la carne.
Un hada normal se habría estremecido de dolor, pero él no reacciona. Ni
siquiera se molesta en apartar la mano. Simplemente, continúa hablando.
—Tengo un problema, hechicera. A pesar de lo exquisita que te
encuentro, escapas a mi control. Sin embargo, se le puede poner remedio.
—Moviéndose tan rápido que apenas puedo seguirlo, me agarra el brazo
con el que sostengo la daga y me lo retuerce.
Se me escapa un grito, medio de dolor, medio de rabia. Levanto el talón y
lo golpeo con el pie en el pecho, lanzándolo hacia atrás.
Se ríe, un sonido como el de uñas arañando una pizarra. Levanta mi daga.
—¿No te falta nada?
Mierda.
A toda prisa, cojo la daga que me queda. Mi vestido ya está destrozado y
lleno de sangre. Parezco un espectro, un fantasma que ha venido a
aparecerse en este bosque maldito.
Cierro la mano alrededor de la empuñadura de labradorita y desenfundo
el arma.
Des y su padre continúan batiéndose en duelo en lo alto, su magia espesa
el aire.
Traslado mi peso, me paso la daga de una mano a la otra. En algún
momento, he empezado a sentirme cómoda con el arma.
El Ladrón sonríe antes de cargar contra mí.
A diferencia del padre de Des, el Ladrón de almas no puede aparecer y
desaparecer a voluntad. Sin embargo, puede echar mano del poder del
Hombre Verde.
Los robles empiezan a sisear y agitarse, sus enormes cuerpos se inclinan
para intentar alcanzarme.
Me agacho y esquivo los ataques mientras me pongo en guardia contra
mi oponente y mi cuerpo vibra, lleno de energía.
Podría pasarme así todo el día.
Cuando me acerco lo bastante para tenerlo al alcance, lanzo una estocada
y le hago un corte en el pecho con la daga. Sigo con mis garras y le araño la
mejilla.
Su sangre crea un contraste marcado contra su piel verde pálida.
Más. Quiero más.
Ansío verlo sangrar. Verlo morir.
La visión de todo este líquido oscuro me provoca un frenesí. Me muevo
con gracia y fluidez, deteniendo los golpes del Ladrón con mi hoja,
cortando y golpeando con el resto de mi cuerpo.
Solo tardo unos minutos en cubrir al hada con su propia sangre.
Esto es poder.
Ha sido una tontería por su parte enfrentarse a mí.
—Vas a tener que esforzarte un poco más si de verdad quieres hacerme
daño —provoco al Ladrón.
—Eso puede arreglarse —contesta con una sonrisa.
Momentos después, Mara entra en nuestro claro, con aspecto de estar
para el arrastre. Las flores en su cabello están marchitas, tiene manchas de
tierra en la mejilla y su ropa está casi tan manchada y desgarrada como la
mía.
Le lleva un par de segundos asimilar la escena. El Hombre Verde, su
pareja, cubierto de sangre, batiéndose en duelo con la mujer humana que ha
hecho daño a sus preciados árboles.
—Tú —prácticamente me sisea.
Las enredaderas vienen hacia mí desde todas las direcciones, y lo único
que puedo hacer es cortarlas con mis garras y mi daga. Y, aun así, más y
más siguen viniendo a por mí.
Ya no estoy luchando contra el Ladrón de almas, sino defendiéndome de
los ataques de Mara. En pleno cuerpo a cuerpo, se dirige hacia mí.
El Ladrón arrastra su espada por mi mejilla y luego por mi brazo.
—Cuánta sed de sangre. No tenía ni idea .
Le lanzo un ataque que esquiva con facilidad.
—Pareja —le grita Mara al Ladrón—, ¿qué haces?
—Ejecutando nuestra venganza —le contesta por encima del hombro.
Eso parece apaciguarla. A mi alrededor, las plantas continúan
inmovilizándome, apretándose en torno a mí lentamente.
El Ladrón de almas desliza mi arma por mi otra mejilla, cortando la
carne. Siento una leve picazón y la cálida sensación de la sangre
deslizándose por mi mandíbula.
—El único problema es que en el momento en que realmente te haga
daño, tendré encima a tu pareja. —Me golpea en la nariz con la parte roma
de la hoja—. Pero creo que he encontrado una solución.
Es como si fuera una mosca atrapada en su red. Las enredaderas me han
atrapado por completo. Tengo los brazos inmovilizados a los lados.
Todavía sostengo la daga que me queda, pero no puedo moverme lo
suficiente como para librarme de mis ataduras.
Se inclina más cerca.
—¿Qué tal si te explico exactamente lo que he planeado para ti? En este
momento, mi magia es incompatible con la tuya, y eso arruina la diversión.
Pero no tiene por qué ser así, no si bebes cierta cosa. ¿Has oído que el vino
de lilas, el elixir feérico más raro de todos, no solo puede otorgar
longevidad a los mortales, sino curar a los heridos?
Lo miro con los ojos entrecerrados.
—Es una cura para todo y, si lo bebes, bueno, entonces podrías ser
víctima de mi poder, y tu alma… tu alma estaría a mi disposición para
tomarla.
Menudo tarado.
—Podría darte el vino aquí y ahora, pero… —Parece demasiado
entusiasmado—. Tengo una idea aún mejor.
Levanta mi arma a la altura de los ojos y la inspecciona. Su mirada
encuentra la mía.
—Es posible que esto te duela.
Con un movimiento rápido, entierra la daga en mi estómago.
52
Me ahogo, mi piel se vuelve aún más brillante.
¡Duele mucho!
Detrás de nosotros, Mara jadea y sus enredaderas se aflojan.
—¿Qué estás haciendo? —pregunta, horrorizada.
En lugar de responder, el Ladrón retuerce la empuñadura. Mi cuerpo se
estremece cuando corta enredaderas, carne y órganos. Suelto un grito, uno
que mi glamour hace que suene lírico.
A lo lejos, oigo el rugido de Des, que eclipsa todos los demás ruidos. En
un instante, está en el bosque con nosotros, ensangrentado, destrozado y
furioso.
Arrastra al Ladrón de almas lejos de mí y lo arroja al suelo con un grito
enfurecido.
Siento que las enredaderas de Mara me liberan y caigo de rodillas.
A mi alrededor, todo se está oscureciendo, y no sé si lo está provocando
el Negociador o si estoy muy cerca de desmayarme.
No puedes perder el conocimiento.
Soy vagamente consciente de que Mara está observando cómo se
desarrolla la escena, y que Galleghar, esté donde esté, no se ha unido a
nosotros. Pero por encima de todo, soy consciente de lo que pasa entre mi
pareja y el Ladrón de almas.
El Negociador le pisa la pantorrilla y le rompe el hueso.
—Podría arrancarte el cuero cabelludo o arrancarte las entrañas y hacer
que te las comas —dice Des mientras le rompe la otra pantorrilla al Ladrón
—. ¿O tal vez debería empezar por los dientes y las uñas?
—¡Por favor, Des, basta ya! —grita Mara.
—Ha hecho daño a mi pareja —ruge él—. Por ley, tengo derecho a una
retribución, ¡y la tendré! —Despliega sus alas destrozadas.
El Negociador se asemeja a un dios oscuro; nunca ha parecido tan del
Otro Mundo. Y apenas puedo verlo por culpa de mi reducida visión.
Me aprieto la herida del estómago, por la que mana la sangre. Noto que
me debilito con cada aliento que tomo.
La herida es mortal. Puede que solo me queden unos minutos.
¡Y cuánto dolor!
Cierro los ojos con fuerza y me trago la bilis.
Des rodea al hada y mira al Ladrón desde arriba. Levanta la mano y la
tierra se oscurece.
Sé lo que viene a continuación. Lo mismo que sucedió cuando Karnon se
enfrentó a mi pareja.
La aniquilación absoluta.
—¡Basta! —chilla Mara.
Ella también lo sabe. No se parece en nada a la altiva reina que conocí
hace una semana, con la ropa destrozada, una expresión de confusión y su
orgullo hecho jirones.
Me levanto, apretándome el estómago. Cada paso es pura agonía, pero
me obligo a avanzar. Rodeo la empuñadura de la daga enterrada dentro de
mí con la mano.
No lo pienses.
Des abre mucho los ojos cuando ve lo que estoy a punto de hacer.
—Callypso, no…
Saco la espada de un tirón y reprimo el dolor, las náuseas y los gritos que
deberían estar saliendo de mí. Un torrente de sangre brota de la herida,
provocando que me balancee sobre los pies.
Algunas de las sombras —las sombras de Des— están retrocediendo,
pero un tipo diferente de oscuridad tira de los bordes de mi visión.
Muerte.
Mi pareja está a mi lado en un instante, renunciando a su venganza por
amor. Presiona una mano contra mi estómago. En tan solo unos segundos,
sus dedos están cubiertos de mi sangre.
—Querubín, ¿qué estás haciendo? —pregunta, devastado.
Sostengo su mirada destrozada. Es un hombre que está contemplando
cómo todo aquello por lo que ha vivido se le escapa entre los dedos.
Incluso él teme que vaya a morir.
Puedo verlo reteniendo desesperadamente su ira, porque si la deja salir…
Será una caída muy larga, y el abismo que se lo tragaría acabaría
destrozando el mundo.
—Suéltame, Des. —Mi tono es firme como el acero.
Sin palabras, de mala gana , me deja ir.
Me tambaleo hacia delante, hasta donde el Ladrón está tumbado en el
suelo. Se las ha arreglado para darse la vuelta y quedar tendido sobre la
espalda. Sus ojos aterrizan en mi herida.
Me arrodillo a su lado.
—Les robaste sus vidas a miles de soldados. Se las robaste a ellos, a sus
familias y a sus amigos. —Todos esos soldados que se convirtieron en
víctimas como yo, sus cuerpos enterrados en los corazones de los árboles o
tendidos en el interior de los ataúdes de cristal. Él traga y un poco de sangre
le gotea por las comisuras de los labios.
—No vas a…
Con un movimiento rápido, echo el brazo hacia atrás y hundo mi daga
profundamente en el corazón del Ladrón de almas.
En algún lugar detrás de mí, Mara grita, como si con este golpe también
la hubiera apuñalado a ella.
El Ladrón de almas se ríe, incluso cuando la sangre mana de su herida.
—No puedes matarme —dice.
Su rostro cambia y ya no es el del Hombre Verde, lo cual provoca otro
chillido de Mara. La reina ni siquiera sabía que el hombre junto al que
dormía no era su esposo.
El pelo negro como el plumaje de un cuervo y los ojos oscuros como la
tinta reemplazan el cabello perenne y los iris ámbares del Hombre Verde.
—¿Quieres saber un secreto? —susurra—. Janus tenía un gemelo, un
gemelo que murió. La primera vez que te topaste con él, en realidad se
trataba de mí.
Retrocedo. Ya sea por el dolor o por la pérdida de sangre, no logro
encontrar sentido a sus palabras.
—Pregúntate lo siguiente —dice—: ¿están los muertos realmente
muertos?
Contemplo al monstruo que ha arruinado tantas vidas mientras siento que
mi propia fuerza vital escapa de mí.
Alcanza un mechón de mi pelo.
—Completamente única… —susurra. Me sonríe—. Este es nuestro
jueguecito, y créeme, hechicera, está lejos de haberse acabado.
Una ráfaga de viento atraviesa el bosque y un remolino de polvo se eleva
a su alrededor.
—Seguiré viniendo a por ti —me promete—. Tu vida me pertenece.
53
Los ojos del Ladrón se cierran y su cuerpo deja de moverse.
Solo una vez que la vida lo ha abandonado, sus rasgos vuelven a ser los
del Hombre Verde.
Ahora que el Ladrón ya no controla su cuerpo, el regente caído parece
benevolente, amable.
Mara me empuja para apartarme y cae al lado de su compañero muerto.
Llora por el Hombre Verde, agarrándose el pecho como si la pérdida le
provocara un dolor físico.
Me pongo de pie, aunque siento las piernas inestables, con una mano
todavía presionada contra mi estómago.
Siento que mi propia vida se me escapa. Una horrible oscuridad inunda
los bordes de mi visión.
Me tambaleo y me caigo. Des me atrapa antes de que me dé contra el
suelo.
—Ese era el Ladrón…
—Chist —dice, tumbándome en el suelo antes de quitarse la camisa.
De manera eficiente, arranca varias tiras de tela y prepara un torniquete
para mi herida.
Es demasiado tarde para eso. Sé que el Ladrón ha destrozado órganos
vitales cuando me ha apuñalado. El soldado que hay en Des también lo
sabe.
Le toco el rostro, cansado de la batalla, y miro fijamente sus ojos
insondables. Son como un faro, guiándome hacia la vida. Pero las sombras
me rodean…
—Te quiero, Des.
—No vas a abandonarme, Callie —dice con fiereza.
Mi mano fría cae de su rostro y siento que empiezo a descender hacia esa
última oscuridad eterna.
54
DESMOND FLYNN

No va a morir.
No puede morir.
Podría morir.
Igual que mi madre.
Esto es lo que les pasa a las mujeres valientes. A las mujeres fuertes. Si
eres lo bastante digno, sangrarán por ti.
Morirán por ti.
Siento que la garganta no me funciona.
Por favor, otra vez no. Nunca más.
Y menos ella . Mi pareja.
La vida ya era bastante sombría sin mi madre. Pero con Callie, con Callie
todo cambió. La vida era mil veces más dulce de lo que podría haber
imaginado.
Si muere… no sobreviviré.
Le acaricio la mejilla fría, húmeda y pegajosa, desesperado por hacer que
la vida vuelva a entrar en ella. Me mira desde abajo, y en su expresión veo
una verdad despiadada.
Sabe lo que le está pasando.
Siento que el corazón se me rompe en pedazos. Casi no puedo respirar
por culpa del dolor que siento. Es mucho peor que el de mis heridas.
No es así como pensé que terminaría todo. Pero todo lo que es Callie,
todo lo que conforma su esencia, se está desvaneciendo.
Paso la mano por encima de su brazalete.
¡Su brazalete!
Mientras viva, sigue atada por sus deudas.
Y no me opongo a utilizarlas.
—No morirás —le ordeno.
Mi magia fluye desde mi interior y una cuenta empieza a desvanecerse…
Luego otra y otra más. Ella se estremece y suelta un jadeo.
—Des, ¿qué estás haciendo? —pregunta, sin aliento.
—Salvándote.
Y por los dioses, está funcionando.
Hilera tras hilera de cuentas desaparece.
Que desaparezcan todas, pero que la traigan de vuelta.
Las cuentas empiezan a desaparecer más y más despacio, hasta que al
final dejan de desaparecer.
Queda poco más de una fila de ellas.
Su respiración sigue siendo muy superficial, y su herida no ha dejado de
sangrar.
No soy sanador, pero si la magia se ha activado, entonces algo debería
mejorar.
Pero no lo hace.
Y luego, con un silbido, todo se invierte.
La magia vuelve a mi cuerpo, lanzándome hacia atrás, y las cuentas
empiezan a reaparecer, una por una.
¡Nooooo!
No puedo completar el hechizo.
Está más allá de mis posibilidades.
Callie abre mucho los ojos, como si también sintiera que la balanza
vuelve a su sitio.
Acerco más su cuerpo, la acuno en mis brazos, inclino la cabeza hacia
ella.
Nunca me he desmoronado frente a Callie. Ni siquiera cuando estaba a
merced de Karnon. Pero ahora empiezo a hacerlo.
Porque esto es demasiado real.
—Hasta que la oscuridad muera, mi amor —me dice con voz débil.
—No. —Sacudo la cabeza—. Ni siquiera entonces. —La noche podría
llegar a su fin y ella seguiría siendo mía.
Siempre mía.
Se le cierran los ojos.
—No —repito con más énfasis.
Levanto la mirada, mirando a mi alrededor sin ver. Este es el momento
que he temido desde que conocí a mi pareja. El momento de perderla.
Prefiero hacer algo imperdonable para mantenerla viva que dejar que
muera sin hacer nada.
Algo imperdonable…
—Mara, ¿dónde está el vino? El… El vino de lilas.
La Reina de la Flora levanta la vista de su propia pareja muerta, sus ojos
han perdido su brillo.
—En la bodega real —murmura, como en trance. Y luego vuelve a bajar
la mirada al Hombre Verde.
La bodega real. He estado allí varias veces a lo largo de los siglos.
Me lleva un instante abandonar el lado de Callie y materializarme allí,
luego empleo varios segundos preciosos en localizar las delatoras botellitas
de cristal púrpura.
Agarro una, desaparezco y vuelvo junto a mi pareja.
Con un tirón rápido, rompo limpiamente el cuello estrecho de la botella.
Me llega vagamente el aroma del vino.
Le prometí a mi pareja que la protegería de este lado de mí mismo, del
lado egoísta e inmoral.
Mentí.
La cuestión es que soy un hada y el hijo de un rey tirano; desciendo, sin
duda, de los demonios. Llevo la maldad en la sangre.
Por una vez, cederé a los pensamientos depravados que giran en torno a
mi pareja.
Callie tiene la cara cenicienta, su piel ya está fría. Su pulso es débil y
trémulo.
Le arrebataré la mortalidad a mi pareja, como siempre he imaginado que
haría.
Acerco la botella a sus labios y vierto el vino de lilas en su boca inerte.
Uso un poco de mi magia para obligar a su garganta a tragar.
Lo vierto todo, hasta la última gota. La mano no me tiembla ni una sola
vez.
Y luego espero.
Le retiro el cabello de la cara y acaricio sus alas iridiscentes.
Nunca debería haberla traído aquí. Nunca debería haber reavivado lo que
teníamos. Nunca debería haber entrado en su vida.
Es un tipo peculiar de agonía saber que el amor de tu vida estaría viva si
no fuera por ti. Amarla lo suficiente como para querer esa vida para ella,
incluso si eso significa borrar todo lo que tenemos juntos. Porque entonces,
al menos seguiría viva.
Un movimiento en su muñeca llama mi atención. Donde hace un minuto
mis cuentas negras han vuelto a aparecer, ahora fila tras fila de ellas
desaparece una vez más.
Solo la muerte o el pago pueden acabar con una deuda. Muerte o pago.
Muerte.
El miedo, auténtico y demoledor, de ese que te hace sudar, fluye por mis
venas.
De verdad me está dejando.
Dentro de mí se abre un abismo, y se está inundando con todo mi dolor,
todo mi temor, todo el sufrimiento con el que he cargado durante todos
estos largos siglos.
Dejo escapar un grito ahogado y paso la mano por la mejilla de Callie,
tiene la piel húmeda donde se ha derramado el vino de lilas.
La piel me empieza a hormiguear, siento un picor justo encima del pecho.
Mi magia se concentra ahí, la presión que provoca ese cúmulo es tan
intensa que resulta casi dolorosa.
De repente, sale de mi interior con una explosión. Gimo, arqueando la
espalda ante la sensación.
Y luego… luego siento que mi poder se fusiona . Que se fusiona con el
de otra persona.
Me inclino sobre el cuerpo de Callie, respirando de forma irregular.
Examino sus rasgos. Llevo suficiente tiempo en contacto con la magia
arcaica para saber cuándo está funcionando, como ahora.
Unos segundos después, el pecho de Callie sube y baja, sube y baja.
Ha funcionado.
Por los dioses, ha funcionado.
Callie está viva.
Su cuerpo se arquea, sus pulmones toman bocanada tras bocanada de
aire. Ante mis propios ojos, su herida se cierra.
Levanto la mirada al cielo sobre mí y suelto una carcajada, un sonido
salvaje y demente. La noche, en todo su caos infinito, se mueve a mi
alrededor y a través de mí.
Está viva y es mía . Real, verdadera y completamente mía.
Me froto el pecho, justo donde mi corazón acuna nuestra conexión
completa.
Mis alas rotas se despliegan en toda su amplitud ante mi triunfo, y ni
siquiera detecto el dolor por debajo de mi euforia.
No es mortal, ya no, sino eterna .
Su magia y la mía cantan juntas a través de nuestro vínculo.
Nada —nada —, me ha hecho sentir nunca tan bien.
La he convertido en una de nosotros. Es cierto que nunca será un hada en
el sentido más puro de la palabra —sus orejas redondeados siguen siendo
una prueba de ello—, pero es inmortal como nosotros, fuerte como
nosotros, y ahora su magia es compatible con la mía.
Contemplo la muñeca desnuda de Callie, sus cuentas han desaparecido.
Solo la muerte o el pago pueden hacer desaparecer una deuda. La muerte
o el pago. Mi exigencia de que Callie viva y el vino de lilas que he vertido
en su boca han hecho que pagara todas sus deudas.
—Le has dado el vino —murmura Mara, agachada en el suelo.
Asiento, sin molestarme en apartar la mirada de mi pareja.
—¿Te arrepientes? —pregunta.
—Lo volvería a hacer mil veces más.
Los errores pueden ser perdonados. Pero no hay vuelta posible de la
muerte.
Las últimas palabras de Mara flotan en el aire entre ambos…
—Esperemos que ella opine igual.
55
Abro los ojos y parpadeo al ver mi entorno. Estoy tendida en la misma
habitación en la que Des y yo nos hemos alojado durante todo el Solsticio.
Estoy… viva .
Qué extraño. Creía… creía que había muerto.
Pero no me siento muerta. Ni siquiera me siento hecha pedazos, lo cual
suele pasar después de que me peguen una paliza.
Muevo la mano hacia el estómago.
El Ladrón de almas, la daga en el estómago, ¿lo habré soñado todo?
A toda prisa, retiro las mantas que me cubren. Ahí, en la zona baja de mi
abdomen, hay una cicatriz blanca y estrecha.
De modo que no ha sido un sueño.
Me incorporo hasta sentarme en la cama.
¿Cómo puedo haberme recuperado de una herida semejante?
No me siento excesivamente diferente, teniéndolo todo en cuenta. Es
decir, excepto… me llevo la mano al corazón. Jadeo cuando siento un tirón
que no tiene nada que ver con los latidos.
Los lazos de las almas gemelas siempre se describen como si fueran
cuerdas que unen a dos personas. Ahora lo entiendo. Puedo sentir el vínculo
por debajo de mi caja torácica, extendiéndose a través del mundo y
conectándome con Des.
Solo entonces me doy cuenta de la tercera rareza del día…
He estado durmiendo boca arriba.
Llevo el brazo hacia atrás para tocarme las alas, pero no están ahí.
¿Qué coño? ¿A dónde han ido?
Me miro los antebrazos y las uñas. Ambos son total y completamente
humanos.
Frenética, ordeno a mis escamas que aparezcan. Para mi sorpresa, siento
un tirón en el vínculo. Un momento después, la piel de mi antebrazo
adquiere una tonalidad dorada cuando cientos de escamas brillantes toman
forma.
Eso no debería haber sucedido.
Deseo que desaparezcan y, con otro tirón en el vínculo que comparto con
Des, desaparecen y mi piel vuelve a la normalidad.
Es la magia de Des. La siento revoloteando en mi interior.
De alguna manera, me ha salvado, y en el proceso, nuestra magia se ha
unificado… nuestro vínculo se ha unificado. Por lo menos, esa es la mejor
teoría que tengo en este momento.
Para ponerla a prueba, levanto el brazo e intento usar mi magia prestada
para hacer levitar el jarrón de flores que hay junto a la cama. Aparte de
vibrar un poco, no hace nada.
Bueno, tal vez me haya equivocado.
—Ni siquiera ha salido de la cama y mi astuto querubín ya está
explotando su lado del vínculo.
Aparece en el umbral de nuestra habitación, apoyado contra la puerta.
Lleva una camiseta de Def Leppard, pantalones de cuero y sus botas, y se
ha recogido el pelo rubio platino en una coleta.
Mi conjunto favorito.
Al verlo, la emoción florece en mi cuerpo.
—Des, estamos vinculados.
Su sonrisa le ocupa toda la cara.
—Sí.
Me toco el abdomen.
—Y me has curado. —Todo mi cuerpo vibra, lleno de vida. Me siento
nueva y poderosa de la forma más exquisita—. ¿Cómo lo has hecho?
¿Temper? ¿Me ha curado y ha arreglado nuestro vínculo en el proceso?
No sospechaba que fuera capaz de tal cosa.
—Tengo mis métodos.
Des se aleja de la pared y se acerca a mi lado. Apoyo la mano en un lado
de su cara y él se inclina hacia mí, cerrando los ojos para saborear el
contacto.
—¿Qué pasó?
—Mientras luchaba contra mi padre, tú te enfrentaste al Hombre Verde.
—El Ladrón de almas… —murmuro. Incluso ahora, pensar en él me
provoca un escalofrío.
Sigue ahí afuera.
Y el padre de Des…
—Pero creía que tu padre…
—¿Estaba muerto? —termina por mí. Su expresión se oscurece—. Yo
también. —Su mirada se vuelve distante.
—¿Dónde está? —pregunto.
—Lamiéndose sus considerables heridas, imagino —dice el Negociador.
Sucediera lo que sucediera entre padre e hijo, está bastante claro que Des
ganó esa ronda. También está claro que su victoria no le proporciona
ninguna alegría.
Tensa la mandíbula.
—Esté donde esté, hay una cosa clara: se ha aliado con el Ladrón de
almas.
Solo con escuchar el nombre del Ladrón, vuelvo a concentrarme en mi
situación inmediata.
La herida de arma blanca en el estómago. Toda la carne que el Ladrón
rasgó cuando arrastró la daga por mi cuerpo. El escalofrío que me recorrió
cuando la sangre empezó a abandonarme…
Recuerdo a Des exigiéndome que viviera. Todavía siento los dedos
fantasmales de su magia tratando de alejarme de la muerte.
Pero no funcionó. Eso lo recuerdo. Lo sentí cuando su magia me liberó.
Sin embargo, aquí estoy, viva .
Busco mi brazalete con la mirada. Lo único que veo es mi antebrazo
desnudo.
Lo he llevado durante ocho años, y ahora ha desaparecido.
Me paso la mano por la muñeca.
—¿Dónde está?
—Anoche pagaste todas tus deudas.
Al vivir, quiere decir.
—Pero no funcionó.
—Encontré otra… alternativa —lo dice en un tono casi desafiante.
Me froto el brazo mientras una sensación de inquietud me recorre la
espalda.
—¿Qué alternativa?
Su mirada plateada busca la mía.
«¿Has oído que el vino de lilas, el elixir feérico más raro de todos, no
solo puede otorgar longevidad a los mortales, sino curar a los heridos?».
Las palabras del Ladrón de almas resuenan en mi mente.
—Solo había una forma —dice Des.
Ya estoy sacudiendo la cabeza, una oleada de temor me recorre entera.
—No —susurro.
«Es una cura para todo y, si lo bebes… tu alma estaría a mi disposición
para tomarla».
—Te di vino de lilas. —El Negociador, que normalmente no siente
remordimientos, me suplica con los ojos que lo entienda—. No podía
dejarte morir.
«¿Están los muertos realmente muertos?».
Era una trampa. Una que tendió el Ladrón de almas, y en la que Des, el
maestro de las triquiñuelas, cayó de lleno.
Bebí el vino y escapé de la muerte, por un precio.
«Este es nuestro jueguecito, y créeme, hechicera, está lejos de haberse
acabado».
Ahora, el Ladrón puede usar contra mí toda esa magia oscura que posee.
Soy más vulnerable como inmortal de lo que nunca fui cuando era una
simple humana.
Y el Ladrón de almas lo sabe.
«Seguiré viniendo a por ti. Tu vida me pertenece».
EPÍLOGO
En lo profundo del robledal sagrado de la Reina, los árboles reales sangran,
pudriéndose de dentro hacia fuera. El ruido de la tala y los aullidos
sobrenaturales de los robles inundan el aire. Árbol tras árbol es cortado, y
los cuerpos de los hombres durmientes son extraídos del interior.
La Reina de la Flora permanece encerrada en una de sus torres, llorando
por su compañero caído, su harén desaparecido, sus robles moribundos.
Uno por uno, todos los grandes reinos de los fae abandonan los terrenos
del palacio de la Flora y vuelven a casa tras el Solsticio, llevándose a sus
camaradas dormidos con ellos.
Todos se muestran sombríos, todos se muestran solemnes.
Se avecinan días oscuros.
Por todo el Otro Mundo, niños extraños y mortíferos aguardan, sus ojos
vidriosos fijos en algún punto lejano.
Un océano de ataúdes de cristal descansa en cuatro tierras separadas. Hay
mujeres que yacen inmóviles en el interior, sus cuerpos preservados con sus
uniformes, sus armas apoyadas en sus pechos. Pueden haber pasado meses
y años, pero su piel es tan elástica como el día en que cerraron los ojos.
Duermen en las arenas del tiempo, esperando, esperando…
Ya viene.
Algo viene.
Los dedos revolotean.
Los músculos se contraen.
No están muertas, pero tampoco vivas, todavía no.
Los robles sagrados gimen, sus ramas se balancean mientras una red de
enredaderas es retirada de sus membranas internas.
Una grieta se forma a lo largo de uno de los ataúdes de cristales y crea un
mar de telarañas por toda la superficie transparente.
La madera se astilla en el centro de un roble.
Un niño diabólico sonríe.
Y luego, todos a la vez, miles de ojos se abren.
Ha llegado el momento.
GLOSARIO
Academia Peel: internado sobrenatural ubicado en la Isla de Man.
Arestys: una masa de tierra rocosa y estéril que pertenece al Reino de la
Noche. Conocida por sus cuevas, es la más pequeña y la más pobre de las
seis islas flotantes ubicadas dentro del Reino de la Noche.
Barbos: también conocida como la ciudad de los ladrones, es la mayor de
las islas flotantes ubicadas dentro del Reino de la Noche. Se ha ganado
cierta reputación por sus salas de juego, pandillas, calas de
contrabandistas y tabernas.
Cambiado: un niño intercambiado al nacer. Puede referirse alternativamente
a un niño hada criado en la Tierra o a un niño humano criado en el Otro
Mundo.
Casa de las Llaves: el gobierno global del mundo sobrenatural, cuya sede
está ubicada en Castletown, en la Isla de Man.
Comunidad sobrenatural: grupo formado por todas las criaturas mágicas
que viven en la Tierra.
Desafío de pareja: duelo entre dos rivales por la mano de una pareja. Suele
ser ceremonial, puesto que los lazos de pareja no se pueden transferir.
Desmond Flynn: gobernante del Reino de la Noche, también conocido
como el Rey de la Noche, Emperador de las Estrellas Vespertinas, Señor
de los Secretos, Maestro de las Sombras y Rey del Caos.
Duendecillo: hadas aladas aproximadamente del tamaño de una mano
humana. Como la mayoría de las hadas, los duendecillos son conocidos
por ser entrometidos, reservados y traviesos.
Fae: término para referirse a todas las criaturas nativas del Otro Mundo.
Glamour: hipnosis mágica que vuelve a la víctima susceptible a la
influencia verbal. Está considerado como una forma de control mental
empleada por sirenas y eficaz sobre todos los seres terrenales, ineficaz en
criaturas de otros mundos. Prohibido por la Casa de las Llaves debido a
su capacidad para despojar a un individuo de su consentimiento.
Hada: el tipo de fae más común en el Otro Mundo; se las puede identificar
por sus orejas puntiagudas y, en la mayoría de los casos, por sus alas. Son
conocidas por sus trucos, naturaleza reservada y temperamento
problemático.
Hada oscura: un hada que ha renunciado a la ley.
Hombre lobo: también conocido como licántropo o cambiaformas, un
humano que se transforma en lobo; gobernado por las fases de la luna.
Hombre Verde: rey consorte de Mara Verdana, reina de Flora.
Isla de Man: isla perteneciente a las Islas Británicas ubicada entre el este de
Irlanda y Gales, y al oeste de Inglaterra y Escocia. Es el epicentro del
mundo sobrenatural.
Janus Soleil: gobernante del Reino del Día, también conocido como el Rey
del Día, Señor de los Pasajes, Rey del Orden, Narrador de la Verdad y
Portador de la Luz.
Karnon Kaliphus: gobernante del Reino de la Fauna, también conocido
como el Rey de la Fauna, Amo de los Animales, Señor del Corazón
Salvaje y Rey de Zarpas y Garras.
Ladrón de almas: el individuo responsable de las desapariciones de los
guerreros fae.
Lephys: también conocida como la ciudad de los enamorados, es una de las
seis islas flotantes dentro del Reino del Día. Se cree que es una de las
ciudades más románticas del Otro Mundo.
Línea ley: camino mágico dentro y entre mundos que puede ser manipulado
por ciertas criaturas sobrenaturales.
Mara Verdana: gobernante del Reino de la Flora; también conocida como
Reina de la Flora, Señora de la Vida, Señora de la Cosecha y Reina de
Todo lo que Crece.
Otro Mundo: tierra de las hadas. Accesible desde la Tierra a través de las
líneas ley. Conocido por sus criaturas violentas y reinos turbulentos.
Phyllia y Memnos: islas hermanas conectadas por un puente. Ubicadas en el
Reino de la Noche, también son conocidas como la Tierra de los Sueños
y las Pesadillas.
Politia: la fuerza policial sobrenatural, de jurisdicción mundial.
Portal: puertas o puntos de acceso a las líneas ley. Puede conducir a
múltiples mundos.
Reino de la Fauna: reino del Otro Mundo que preside sobre todos los
animales. Reino inmóvil.
Reino de la Flora: reino del Otro Mundo que preside sobre toda la vida
vegetal. Reino inmóvil.
Reino de la Muerte y la Tierra Profunda: reino del Otro Mundo que preside
sobre todas las cosas muertas. Reino inmóvil ubicado bajo tierra.
Reino de la Noche: reino del Otro Mundo que preside sobre todo lo
relacionado con la noche. Reino transitorio, viaja por el Otro Mundo,
arrastrando consigo la noche. Ubicado frente al Reino del Día. Las seis
islas flotantes que lo conforman son las únicas masas de tierra que
pueden reclamar residencia permanente dentro del Reino de la Noche.
Reino del Día: reino del Otro Mundo que preside sobre todas las cosas que
pertenecen al día. Reino transitorio, viaja por el Otro Mundo arrastrando
el día consigo. Ubicado enfrente del Reino de la Noche. Las once islas
flotantes que lo conforman son las únicas masas de tierra que pueden
reclamar residencia permanente dentro del Reino del Día.
Reino del Mar: reino del Otro Mundo que preside sobre todas las cosas que
residen en las masas de agua. Reino inmóvil.
Siete Sagrados: también conocidos como los días prohibidos, son los siete
días que rodean la luna llena, cuando los cambiaformas se retiran de la
sociedad; costumbre establecida debido a la incapacidad de los
cambiaformas para controlar su transformación de humano a animal
durante los días más cercanos a la luna llena.
Sirena: criatura sobrenatural de extraordinaria belleza, exclusivamente
femenina. Puede hechizar a todos los seres terrenales para que cumplan
sus órdenes. Propensa a tomar malas decisiones.
Somnia: capital del Reino de la Noche, también conocida como la Tierra
del Sueño y la Pequeña Muerte.
Tierras fronterizas: lugar donde el día se encuentra con la noche. Frontera
entre el Reino del Día y el Reino de la Noche.
Vidente: ser sobrenatural que puede prever el futuro.

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