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Ahora bien, la exposición que un medio de comunicación haga de este tema, es esencial para
lograr involucrar al público de manera suficiente para que pueda decodificar el mensaje de fondo
y tomar una posición con respecto a él. En este sentido, podemos afirmar que el cine es un medio
exitoso para transmitir un concepto universalmente.
Tal y como lo explica Marshall McLuhan, existen medios a “bidimensionales” como los
impresos o radiofónicos, que involucran la participación de dos sentidos simultáneamente, como
la vista o el oído y la imaginación (y no por eso dejan de ser completos o eficaces ). Sin embargo,
el cine es un recurso multidimensional: además de la vista, el oído y la mente, puede llegar a
desatar reacciones físicas e impresiones emocionales duraderas ante la imagen en movimiento y
el mensaje que esta comunica, siendo todo esto provocado en un espacio y tiempo únicos. De
manera derivada podemos concluir que los medios audiovisuales nos influencian cada vez más
en la formación de nuestras actitudes y acciones, e incluso en la formación de nuestras opiniones
en temas sociales y hasta políticos, quizás mucho más que la misma prensa, gracias a una
experiencia casi vivencial.
El escritor, cineasta, y crítico de cine Roberto Palmitesta amplía esta idea en su ensayo titulado
“El cine de tesis y la opinión pública”, al explicar que:
En efecto, medios como el cine y luego la televisión (cuando transmite un filme con mensaje)
tienen elementos emotivos y dinámicos que no pueden ser comunicados efectivamente sólo por
medio de la palabra, por más que se utilice frases ingeniosas o ilustraciones impactantes. […]
Los comunicadores, ahora convertidos en valiosos asesores de publicistas, relacionistas y
políticos, conocen esas fortalezas de los medios audiovisuales y las han aprovechado
intensamente desde el inicio del cinematógrafo hace poco más de un siglo. Ya mucho antes que
eso, desde las primeras muestras de formas gráficas, los hombres han utilizado el arte para
expresar sentimientos e influenciar al espectador para que concordara con sus emociones o
mensajes.
Ahora bien, es necesario aclarar que aún con todo el potencial de transmisión de emociones que
tiene la cinematografía, el uso de cada uno de sus elementos requiere un planeamiento
meticuloso y dirigido. En este sentido, la producción cinematográfica es aún más rigurosa, pues
las dimensiones de su impacto son magnificadas no sólo en su amplísima pantalla, sino también
en los miles de asistentes a salas de proyección que buscan un rato de ocio y en ocasiones algo
más.
El desarrollo de una película es un proceso basado ciento por ciento en la comunicación, de eso
no hay duda. En primera instancia, para concebir una película debe existir una intencionalidad: el
deseo de transmitir o compartir una idea; un concepto. A partir de aquí, el guionista es el
responsable primario de crear un argumento no sólo realizable y coherente, sino también lo
suficientemente atractivo como para crear una relación con el espectador. Claro está, esta
relación o vínculo es el portillo para ganar terreno en la formación de opinión.
Cual si fuera una venta, una vez concluido el guión, el escritor debe construir su discurso para
convencer a la empresa productora de que su creación o adaptación es valiosa y digna de ser
realizable, y además, merecedora del apoyo popular. Si sus mensajes fueron bien construidos, lo
siguiente es persuadir al director y los actores de que participen en su obra. Hasta este punto, y
aún sin comenzar a rodar, el proceso comunicativo ha sido el hilo conductor para llegar a realizar
la película. Tan sólo ha sido necesario contar con la convicción necesaria del poder de una idea y
las palabras o acciones correctas para llegar a los realizadores. El guionista empieza a probar que
puede convertirse en un generador de vínculos y opinión.
Posteriormente, inicia una segunda fase de planeación de la comunicación. A través de la
producción cinematográfica, todos y cada uno de los participantes involucrados coordina
milimétricamente cada elemento, expresión o movimiento para lograr una reacción esperada en
el espectador, una vez que vea la proyección de la película.
En el cine, el mensaje es sensitivo, nítido y explícito: “Lo que ves es lo que tienes”. La semántica
está dada, aún cuando no se recurra al lenguaje verbal. La simpleza de contar con los escenarios
ya definidos por el autor-director facilita la estandarización en la decodificación del mensaje.
Aún frente a una pantalla de televisor (ni qué decir de las salas de proyección) la virtualidad de la
imagen se torna real y tangible: la intensidad de la luz, los movimientos de seres y objetos, la
velocidad de estos movimientos, las temperaturas, los aromas, los sentimientos… Todo es
perceptible a través de la pantalla. Siguiendo una estrategia definida, el escenario, la
composición de la imagen, el movimiento de cámaras, los ángulos de las tomas, los sonidos de
ambiente, la música, los efectos especiales y todos los demás componentes del lenguaje
cinematográfico se conjugan detallada y sutilmente para despertar las reacciones más diversas (e
intencionadas). Colores fríos y oscuros e imágenes fijas y abiertas son los aliados de la
melancolía y en ocasiones el miedo. Mientras tanto, los colores cálidos, el movimiento y los
acercamientos se combinarán para revitalizar las acciones y encender emociones llenas de
adrenalina. Ahora, el poder de la idea toma vida a través de la imagen y el sonido, y se
impregna en el espectador, absorbiéndolo como un protagonista más.
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