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La tensión entre «institucionalizadas» y


«autónomas» en los feminismos latinoamericanos1

Antecedentes de una tensión

El movimiento feminista latinoamericano de la segunda oleada surgió en


forma casi simultánea en los años setenta en los países del cono sur, la
región andina, el Caribe español y México, extendiéndose, a lo largo de la
década de los ochenta, a los diferentes países de centro América. Muchas
de las que inicialmente lo conformamos veníamos de una larga militancia
en las izquierdas.
A lo largo de la década de los ochenta, cuando la región salía lenta-
mente de un largo período de dictaduras, el naciente feminismo se orientó
a la recuperación de la democracia y a politizar el malestar de las muje-
res en lo privado –violencia contra las mujeres, sexualidad, violación en
el matrimonio, aborto– y a fortalecer su autonomía organizativa frente
a los partidos políticos y frente a los Estados. Muchas organizaciones
feministas desarrollaron en este período una doble forma de existencia,
como parte de colectivos feministas autónomos desde los cuales ganaban
las calles y visibilizaban sus propuestas y como instituciones feministas.
Muchos de estos colectivos dieron después origen a redes regionales alre-
dedor de los temas más significativos de las agendas feministas2.
Junto con esta densidad organizativa desde sus inicios, el feminismo
latinoamericano se dio formas articuladas de conexión internacionalista
regional, a través de la realización de periódicos encuentros feministas
latinocaribeños, cada dos años primero y luego cada tres, hasta la ac-
tualidad. En ellos se desarrollaron reflexiones e intercambios sobre los
contenidos y las estrategias feministas y se expresaron los malestares o

1 Artículo publicado en el 2005 en la Revista Defis sud, Francia. Esta es una reflexión político
personal, en la medida en que como activista y líder feminista he estado política y subjetivamen-
te envuelta en este proceso de disputa feminista. Mis opiniones, por lo tanto, no son neutrales.
2 Salud, derechos sexuales y reproductivos, igualdad formal, comunicación, cultura, lesbianismo,
feministas afrolatinas, feministas en la academia, etc.

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visiones críticas frente a los discursos feministas. Así, por ejemplo, en el


IV Encuentro Feminista, en México 1987, en un grupo de feministas ela-
boramos el documento «Del amor a la necesidad», postulando una revi-
sión crítica de los discursos y prácticas feministas, sacralizados en mitos
que no correspondían a la realidad3. Este documento llamaba también a
reconocer las diferencias en los enfoques, las miradas y en las formas de
existencia de los feminismos, recuperando la multiplicidad de formas en
que el feminismo latinoamericano comenzaba a expresarse.
En la década de los noventa los escenarios de la región fueron otros,
toda América Latina, salvo Cuba, había retornado a la democracia liberal,
la globalización neoliberal comenzaba a hacer sentir sus efectos y las
Naciones Unidas habían asumido la responsabilidad de posicionar, en las
agendas de los gobiernos y con participación de la sociedad civil, temas
de urgente actualidad4.
Aunque en todas ellas participaron algunas de las redes feministas y
muchos de sus resultados en la ampliación del marco de los derechos de
las mujeres vinieron de ellas, fue en la Conferencia de Beijing donde se
dio una masiva participación feminista, particularmente de las adscritas
a instituciones. Esta participación tuvo un carácter radical, se inició con
una confrontación abierta con Naciones Unidas, que había nombrado a
representantes regionales sin consulta con las organizaciones feministas.
La región de América Latina y el Caribe fue la única que rechazó este
nombramiento y exigió que fuera nombrada una feminista elegida por
el movimiento5. Este origen de disputa democrática no solo nos dio le-
gitimidad, sino también extendió el interés y la articulación en torno a
Beijing a amplios sectores del movimiento feminista en la región. Pero
también acentuó una discusión que ya se venía dando en el movimiento
con relación a lo que se percibía como el hegemonismo institucional. Y
es que por su masividad las estrategias y los discursos de esta vertiente
comenzaron a parecer hegemónicos como representantes del feminismo,

3 Algunos de los mitos detectados fueron: a las feministas no nos interesa el poder; las feministas
hacemos política de otra manera, mejor que los hombres; todas las mujeres somos iguales;
porque yo mujer lo siento, es válido; lo personal es automáticamente político.
4 Ecología, derechos humanos, población, mujer y desarrollo fueron los temas de las conferencias
y cumbres más significativas del decenio.
5 En una campaña relámpago se envió más de 300 faxes a Naciones Unidas exigiendo que yo,
Virginia Vargas, fuera la representante de la región. Naciones Unidas se vio obligada a aceptar-
lo. Este origen de disputa fue el que imprimió a la participación en la Conferencia de Beijing
un claro matiz feminista, que se expresó de muchas formas. Por ejemplo, en la misma asamblea
de Naciones Unidas en Beijing, frente a los gobiernos, en vez del discurso de 5 minutos, yo
desplegué una bandera exigiendo justicia, económica y de género, mecanismos y recursos.

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oscureciendo indudablemente posiciones minoritarias discordantes en un


momento en que justamente por los avances del proceso de globalización
y por las múltiples estrategias que comenzaba a desplegar el movimiento
feminista, la unidad o la representación política debían pensarse de otra
forma6.

Diferencias y argumentaciones

La etiqueta de feministas institucionalizadas corresponde a aquellas or-


ganizaciones que se desarrollaron como centros de trabajo, con apoyo de
las agencias de cooperación internacional. No es sin embargo un sector
homogéneo. Hay un abanico de formas de existencia, de intervención y
de confrontación/negociación con otros movimientos y con los Estados,
que van desde un claro posicionamiento feminista contracultural, hasta
formas más tradicionales, orientadas hacia el desarrollo, con un débil
perfil feminista.
Las feministas autocalificadas como autónomas son también una co-
rriente heterogénea que reúne un conjunto de expresiones, anarquistas, so-
cialistas. Muchas de ellas crecieron como parte de colectivos e instituciones
feministas. Se definen como aquellas que impulsan un cambio civilizatorio
fuera del sistema patriarcal. Se asumen como organizaciones que no reci-
ben financiamiento, aunque la mayoría de ellas sí lo hace, usando «meca-
nismos de solidaridad con las mujeres del norte» (Galindo, 1997) y que no
interactúan con instituciones representantes del patriarcado.
Las críticas y postulados de las llamadas feministas autónomas in-
ciden básicamente en el mayor poder acumulado por las instituciones
feministas y en la modificación y ampliación de las estrategias de cons-
trucción de movimiento. Asumen que el feminismo «dejó las calles y se
institucionalizó... se ha domesticado... en la década de los noventa el fe-
minismo latinoamericano dejó de buscar, en sus propias prácticas, en su
experimentación y en la historia de sus reflexiones, los sustentos teóricos
de su política» (Gargallo, 1998). Acusan a las otras de tener un feminismo

6 La tensión entre estas dos expresiones feministas venía forjándose desde inicios de los noventa,
pero solo es en 1993, en el VI Encuentro Feminista de El Salvador, cuando cobra clara mate-
rialidad con relación a la decisión de participar en la Conferencia de Beijing, cuando un sector
feminista importante, aunque minoritario, rechazó esta participación arguyendo que no se había
consultado con todo el movimiento, y porque Naciones Unidas era una institución patriarcal por
excelencia y, por lo tanto, para el feminismo entrar a negociar con ella era traicionar al movi-
miento. Pero será tres años después, en el VII Encuentro Feminista, en Chile, en 1996, donde
este conflicto se expresará con toda su radicalidad.

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masculinizado que negocia con las estructuras de poder; de usar el aná-


lisis de género que despolitiza el desequilibrio entre mujeres y hombres;
que han sido cooptadas por las instituciones burguesas y que es necesario
un cambio civilizatorio (Pisano, 1999). Argumentan que el reemplazo de
la crítica a la heterosexualidad compulsiva por la lucha por los derechos
sexuales y reproductivos y el uso de un lenguaje aparentemente incluyen-
te, desde el reconocimiento de la diversidad, disfrazan el autoritarismo
subyacente en los discursos (Camusso, s/f).
Existen, sin embargo, visiones diferentes. Para algunas, como Pisa-
no, las ONG feministas le dan residencia física al feminismo y pueden
asumir tendencias hacia la profesionalización o hacia el activismo femi-
nista. Para otras, como Mujeres Creando de Bolivia (1996), las ONG
representan la tecnocracia de género; burocratizadas y engullidas por el
patriarcado, corruptas, porque adecúan sus acciones a las exigencias de
las financieras7, «...se han convertido en organizaciones paraguberna-
mentales, parapartidarias, paraestatales y, en algunos casos, hasta para-
militares» (Galindo, 1997).
Algunas de las feministas llamadas institucionalizadas –no pretendo
hablar por todas ellas– argumentan que estas visiones no reflejan la com-
plejidad de la acción feminista, que son reduccionistas con relación a la
variedad del campo feminista, pretendiendo aprisionarlo en una oposi-
ción binaria y maniquea ente la virtud y el vicio. Reconocemos que desde
los noventa los feminismos son múltiples, desde muchos espacios orga-
nizativos y con múltiples estrategias y que esta diversificación enriquece
al feminismo y multiplica su capacidad de incidencia e impacto. Que las
instituciones feministas han sido actoras colectivas de construcción de
movimiento aunque, por su mayor acceso a recursos y a tiempo dedica-
do a esta construcción, han tendido a hegemonizar determinadas voces
feministas y que estas diferencias de poder son un aspecto que se debe
trabajar políticamente También asumen, con relación a la autonomía, que
el ejercicio-defensa de las agendas feministas no puede ser propiedad de

7 El financiamiento fue una crítica importante, aunque en términos destemplados. A la región de


América Latina le correspondieron los fondos de la agencia AID de Estados Unidos; a otras
regiones, los fondos del Commonwealth, de la Unión Europea, etc. Esto trajo críticas y difi-
cultades. Brasil no aceptó estos fondos; el resto de la región sí lo hizo, pero sin permitir que
tuvieran injerencia en las agendas. Sin embargo, el dinero ha seguido siendo problemático en el
feminismo. Por ejemplo, algunas instituciones feministas accedieron, hacia fines de los noven-
ta, a fondos de la AID y con la llegada del gobierno de Bush se aplicó la «ley de la mordaza»,
es decir, que prohíbe a las instituciones que reciben fondos de AID pronunciarse o levantar la
defensa del aborto.

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una corriente feminista, que los espacios de expresión son múltiples –sin-
dicatos, academia, otros movimientos temáticos o de identidad– y no solo
desde un tipo de organización feminista. Y que existe el riesgo de cons-
truir una autonomía ensimismada, autorreferencial y no relacional.

Los riesgos de la época y de los feminismos

La década de los noventa presenta características comunes a todos los


movimientos sociales, y no solo a los feminismos. La fragmentación y
baja intensidad política de los movimientos obedecía también a los im-
pactos del cambiante clima político cultural. La globalización neoliberal
y sus incertidumbres frente a la urgencia de nuevos paradigmas afectó a
todos los movimientos sociales8 y también al feminismo.
Despolitización, cooptación, fragmentación, intereses más institucio-
nales que colectivos son parte de las tensiones y los riesgos que enfrentan
los feminismos de esta amplia y heterogénea corriente «institucionali-
zada». La negociación con los gobiernos alrededor de la Plataforma de
Beijing abrió un conjunto de nuevas preocupaciones democráticas que
ampliaron el horizonte feminista, porque la realidad democrática de los
gobiernos en América Latina es débil, arbitraria, misógina y homofóbica
y eso debilita y hace reversible lo conquistado. Sin embargo, el riesgo
mayor, como algunas feministas agudamente advirtieron, fue apostar por
lo posible, lo que los gobiernos podían avanzar, dejando de nombrar lo
deseable, la agenda radical de los feminismos, especialmente el aborto,
descuidando el contenido de disputa entre sociedad civil y Estado.
La corriente autollamada autónoma tiene otros riesgos; asumir una
política de identidad excluyente y oposicional; tener una visión reduc-
cionista de la política feminista y de la autonomía; reproducir un estilo
tradicional de hacer política, más propio de los partidos de izquierda tra-
dicionales y asumir «verdades» o formas de construir movimiento como
las únicas válidas.
En el conflicto, el riesgo más evidente para ambas vertientes fue, sin
embargo, no reconocer las diferencias, ideologizándolas como traición, y
la consiguiente fractura de las estrategias feministas que en conjunto, se
potenciaban y en polarización, se debilitaban mutuamente.

8 Solo a fines de la década, con los movimientos por otra globalización, es que se comienza a dar
un ciclo más expresivo en los movimientos sociales y se generan otros espacios de participación
y de disputa como el Foro Social Mundial en el que esta corriente «institucionalizada» participa
activamente.

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Los aportes que dejó este conflicto

Quizás el aporte más significativo de esta crisis fue que luego de más de
una década de aparente uniformidad del movimiento feminista se pusiera
en evidencia la urgencia de reconocer explícitamente nuestras diferencias
en concepciones, en estrategias, en recursos y en diferentes formas de
poder. Si bien ya desde 1987 el documento «Del amor a la necesidad»9
había alertado contra el riesgo del homogenismo en la categoría mujer y
en el propio feminismo, es solo a partir de esta crisis que esta realidad se
hace explícita, rompiendo con el acaramelamiento feminista –todas nos
amamos, todas somos iguales– y consiguientemente con la idea y la prác-
tica de la representación única que oscurecían las diferencias ya presentes
en el movimiento10.
La otra consecuencia importante de esta crisis fue evidenciar las li-
mitaciones de enfoques sustentados solamente en una estrategia. La es-
trategia hacia la igualdad es débil y sus resultados son potencialmente re-
versibles, si no se asientan en un perfil feminista contracultural autónomo
que avance en la sociedad lo que el Estado no asume como derecho. Ello
reposicionó la importancia de las múltiples estrategias feministas.
Poner en discusión la ética del dinero fue otro de los aportes, al evi-
denciar los riesgos de comprometer la autonomía de las agendas feminis-
tas al asumir recursos económicos.
E indudablemente dejó también la necesidad de recuperar la autono-
mía desde una perspectiva más dinámica y más acorde con los múltiples
espacios de incidencia que los feminismos plurales están teniendo a lo
largo de América Latina.

Los procesos en la actualidad

Esta crisis entre «institucionalizadas» y «autónomas» se ha relativizado


con los años y no tiene, en este nuevo milenio, la fuerza que tuvo en
la década anterior. No por ello deja de ser importante como referente y
orientación. La práctica política de la autonomía es reclamada por mu-

9 Documento producto de un taller realizado en el Encuentro Feminista Latinocaribeño de Taxco,


México, en 1987.
10 Es importante señalar que la existencia de estas dos vertientes no agota los posicionamientos
feministas. Ya en el VI Encuentro Feminista, en el momento de conflicto más agudo, surgió
una tercera posición, «ni las unas ni las otras», expresando su rechazo a sentirse catalogada en
alguna de las dos polaridades.

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chas otras feministas. Las llamadas institucionalizadas han volcado sus


esfuerzos a otros espacios de construcción feminista en las sociedades
civiles. Siguen siendo una vertiente heterogénea que coincide en determi-
nados espacios de lucha, como la defensa de la democracia, por ejemplo,
pero son más débiles en su articulación con otros como el aborto, orien-
tación sexual, formas de negociación con los Estados, financiamiento que
compromete la autonomía de las agendas. Están articuladas nacional y
regionalmente a través especialmente de las redes regionales, alrededor
de campañas11. Han seguido negociando, pero también confrontando y
fiscalizando a los Estados; han seguido en el ahora débil proceso de Bei-
jing más diez, levantando nuevas exigencias: reforma radical de Naciones
Unidas, salida del Vaticano como país observador, contra el unilatera-
lismo, por los derechos sexuales y los derechos reproductivos, contra el
neoliberalismo. Varias de estas articulaciones feministas están también
activamente participando en nuevos espacios radicales de construcción
de alternativas frente a la globalización neoliberal, como el proceso del
Foro Social Mundial.
La vertiente de las autónomas está formada actualmente por un con-
junto de grupos y colectivos en diferentes países de América Latina; los
de Chile, Bolivia, México y Guatemala son los que principalmente se
han conflictuado y dividido12. Algunas de ellas no han complejizado su
discurso ni sus críticas, siguen siendo más ideológicas y poco elaboradas.
Otras constituyen una corriente de opinión y con publicaciones propias
mantienen una voz crítica, de alerta, sobre los riesgos reales de los femi-
nismos de desdibujar las agendas propias en los procesos de negociación
con los poderes oficiales.
«Autónomas» e «institucionalizadas» hemos coincidido en diferentes
espacios desde fines del siglo pasado, logrando avanzar en discusiones
políticas y teóricas sobre nuestras diferencias. Se han publicado varios
libros sobre el feminismo latinoamericano, con artículos de ambas posi-
ciones. Esta es una discusión que será retomada en los siguientes encuen-
tros feministas.

11 Campaña 28 de Septiembre, Por el aborto en América Latina, Campaña por una Convención
Interamericana de Derechos Sexuales y Derechos Reproductivos, Campaña Contra los Funda-
mentalismos, entre otras. Muchas de estas redes y campañas coinciden o se conectan como so-
cias estratégicas en la Articulación Feminista Marcosur (AFM), corriente política formada por
muchas de las que tuvieron activa participación en Beijing, donde yo desplegué mi compromiso
feminista regional y global.
12 La ruptura más significativa se dio a fines de la década de los noventa entre las feministas anar-
quistas de Bolivia y las feministas de México, Guatemala y Chile, principalmente.

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La tensión entre «institucionalizadas» y «autónomas» fue dolorosa,


pero dejó aprendizajes y una voz de alerta para revisar y complejizar los
discursos, para evitar el aislamiento de procesos democráticos más am-
plios, para enfrentar los riesgos de cooptación y desdibujamiento de las
agendas. Y para ello no hay receta única, sino más bien el reconocimien-
to de múltiples agendas dentro de los feminismos, lo que está mucho más
a tono con la realidad actual de los movimientos.

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