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Las disciplinas espirituales constituyen el método de Dios para colocarnos en tierra; ellas nos

colocan en el sitio en que él puede obrar dentro de nosotros y transformarnos. Las disciplinas no
pueden hacer nada por sí solas; sólo pueden llevarnos al sitio en que se puede hacer algo en
nosotros. Son los medios de gracia de Dios. La justicia interna que buscamos no es algo que se
derrama en nuestras manos. Dios ha establecido las disciplinas de la vida espiritual como los
medios por los cuales somos colocados en el lugar en que él puede bendecirnos.

Las disciplinas espirituales tienen el propósito de hacernos bien. Están destinadas a traer la
abundancia de Dios a nuestra vida. El propósito de las disciplinas espirituales es la transformación
total de la persona. Su meta es la de reemplazar los antiguos hábitos destructivos de pensar por
unos nuevos hábitos que producen vida.

Las disciplinas en sí no tienen ningún valor. Sólo tienen valor como medios para colocarnos
delante de Dios, a fin de que él nos dé la libertad que buscamos. La liberación es el fin; las
disciplinas son simplemente los medios. Las disciplinas no son las respuestas; sólo nos conducen
hacia la Respuesta.

I. Disciplinas internas:

 La meditación: La meditación ha sido siempre una parte clásica y fundamental de la devoción


cristiana, una preparación decisiva para la oración y una obra conjunta con ella. La meditación
cristiana nos conduce a una integridad interna, necesaria para entregarnos a Dios libremente;
y a la percepción espiritual, necesaria para atacar los males sociales. En este sentido, es la más
práctica de todas las disciplinas. La mejor preparación general para tener buen éxito en la
meditación es la convicción personal de su importancia y una firme determinación de
perseverar en su práctica. La meditación es lo que puede dirigir de nuevo nuestra vida de tal
modo que podamos hacer frente con éxito a la vida humana.

 La oración: nos lanza a la frontera de la vida espiritual. La oración nos lleva a la obra más
profunda y más elevada del espíritu humano. La verdadera oración crea la vida y la
transforma. Orar es cambiar. La oración es la avenida principal que Dios usa para
transformarnos. Si no estamos dispuestos a cambiar, abandonaremos la oración como
característica notable de nuestra vida. Cuanto más cerca lleguemos al corazón de Dios tanto
más comprenderemos nuestra necesidad y desearemos conformarnos a Cristo. En la oración,
la oración real, comenzamos a pensar como Dios piensa; a desear lo que él desea; a amar lo
que él, ama. Progresivamente se nos enseña a ver las cosas desde su punto de vista. La oración
real es algo que se aprende. Jesús nos enseñó a acudir como niños al Padre. Franqueza,
honestidad y confianza caracterizan la comunicación del niño con su padre. Hay una intimidad
entre el padre y el hijo que da lugar tanto a la seriedad como a la risa.

 El ayuno: En toda la Biblia, el ayuno se refiere a la abstención del alimento con propósitos
espirituales. El ayuno bíblico siempre se centra en propósitos espirituales. Según la Escritura,
la manera normal de ayunar consistía en abstenerse de toda clase de alimento, sólido o
líquido, pero no del agua. En la mayoría de los casos, el ayuno es un asunto privado entre el
individuo y Dios. Hay, sin embargo, ocasiones en que hubo ayunos de grupo o públicos. El
ayuno en grupo puede ser algo maravilloso y poderoso siempre que haya un pueblo preparado
que esté unánime en estos asuntos. El ayuno tiene que centrarse perdurablemente en Dios.
Tiene que ser iniciado por Dios y ser ordenado por él.

 El estudio: El estudio es una clase específica de experiencia en la cual, a través de la cuidadosa


observación de estructuras objetivas, hacemos que nuestro proceso de pensamiento se mueva
en determinada manera. Lo que estudiamos determina la clase de hábito que se ha de formar.
En el estudio hay dos clases de "libros" que se han de estudiar: los escritos y los no escritos.

II. Disciplinas externas:

La sencillez: La disciplina cristiana de la sencillez es una realidad interna que da como resultado un
estilo de vida externo. Tanto los aspectos internos como los externos de la sencillez son esenciales.
La sencillez comienza en un punto central y una unidad internos. El hecho de experimentar la
realidad interna nos libera externamente. La conversación llega a ser verdadera y sincera.
Desaparece el deseo apasionado de adquirir condición y posición, por cuanto ya no se necesitan la
condición ni la posición. Dejamos de manifestar extravagancia, no porque no podamos darnos el
lujo, sino porque estamos basados en un principio. Nuestros bienes llegan a estar disponibles para
los demás.

El retiro: Jesús nos llamó de una vida solitaria a una vida de retiro. Podemos cultivar un retiro y un
silencio internos que nos libren del sentimiento de soledad y temor. El retiro no es un lugar, sino
un estado de la mente y del corazón. Hay un retiro del corazón que puede mantenerse en todo
tiempo. La presencia de las multitudes a la ausencia de ellas tiene muy poca relación con esta
atención interna. En medio del ruido y de la confusión, estamos tranquilos en un profundo silencio
interno. El retiro interno tendrá manifestaciones externas. Tendremos la libertad de estar a solas,
no para estar retirados de la gente, sino para oír mejor.

Sumisión: La enseñanza bíblica sobre la sumisión se centra primariamente en el espíritu con el


cual vemos a las demás personas. La Escritura no intenta establecer una serie de relaciones
jerárquicas, sino comunicarnos una actitud interna de mutua subordinación. El asunto real es el
espíritu de consideración y deferencia que tengamos cuando estamos con los demás. Con la
sumisión quedamos al fin libres para evaluar a otras personas. Sus sueños y planes se vuelven
importantes para nosotros. Hemos entrado en una libertad nueva, maravillosa y gloriosa, la
libertad de renunciar a nuestros propios derechos por el bien de los demás. Por primera vez
podemos amar a las personas incondicionalmente. Hemos renunciado al derecho de que ellas nos
devuelvan el amor.

Servicio: En la disciplina del servicio hay también gran libertad. El servicio nos capacita para decir
"no" a los juegos de promoción y autoridad del mundo. La gracia de la humildad se opera en
nuestra vida, más que en cualquiera otra forma, por medio de la disciplina del servicio. De todas
las disciplinas espirituales clásicas, la disciplina del servicio es la que más conduce al crecimiento
de la humildad. No hay nada que discipline los deseos desordenados de la carne como el servicio,
ni nada que transforme los deseos de la carne como servir de manera oculta.

III. Disciplinas colectivas:

Confesión: Es una gracia y una disciplina. A menos que Dios dé la gracia, no se puede hacer
ninguna confesión genuina. Pero también es una disciplina porque hay cosas que tenemos que
hacer. Es un curso de acción que se escoge conscientemente y que nos somete bajo la sombra del
Todopoderoso. A los seguidores de Jesucristo se nos ha dado la autoridad para recibir la confesión
del pecado y para perdonarlo en su nombre. El individuo que ha experimentado a través de la
confesión privada, el perdón y la liberación de los persistentes hábitos de pecado, debiera
regocijarse grandemente por esta evidencia de la misericordia de Dios.

Adoración: Adorar es experimentar la realidad, tocar la Vida. Es conocer, sentir, experimentar a


Cristo resucitado, en medio de la comunidad congregada. La adoración es nuestra respuesta a las
proposiciones de amor del Padre. Su realidad fundamental se halla en la expresión "en espíritu y
en verdad". Se enciende en nosotros sólo cuando el Espíritu de Dios toca el espíritu humano.

Búsqueda de asesoramiento: Dios, en realidad, guía al individuo de manera rica y profunda, pero
también guía a grupos de personas y puede instruir a los individuos a través de la experiencia del
grupo.

El gozo: El júbilo trae gozo a la vida, y el gozo nos hace fuertes. La Escritura nos dice que el gozo
del Señor es nuestra fortaleza (Nehemías 8:10). Sin él no podemos continuar por mucho tiempo en
ninguna cosa. El júbilo es fundamental en todas las disciplinas espirituales. Sin un espíritu de gozo
y festividad, las disciplinas se vuelven monótonas, herramientas que respiran muerte en las manos
de los fariseos modernos. Toda disciplina debe caracterizarse por una alegría libre de
preocupaciones y un sentido de acción de gracias. El gozo es uno de los frutos del Espíritu (Gálatas
5:22). A menudo, me inclino a pensar que el gozo es el motor, aquello que mantiene en marcha
todo lo demás.

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