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“Andá a lavar los platos” – “Mirá lo lento que va, seguro es mujer”- “Ella sólo
maneja para llevar a los chicos a la escuela”- “un auto pequeño y sencillo, diseñado
para las mujeres de hoy” – “el lugar para ella es el de copiloto, cebando mates y
eligiendo la música”…
Desde la Agencia Nacional de Seguridad Vial creemos que la seguridad en las calles
también tiene que ver con la integridad, con la calidad de vida, con garantizar la
igualdad de derechos y de oportunidades para transitar y disfrutar de los espacios
públicos.
Las calles, las plazas, veredas y rutas, como lugares de socialización y de encuentro
dan cuenta de cómo son muchos de nuestros comportamientos sociales: los
hábitos, costumbres y también las relaciones de poder – es decir, las condiciones
de igualdad o desigualdad- que se establecen entre las personas por razones de
clase, de raza, de género, etarias, por condiciones psicofísicas, entre otras.
Se presenta así una paradoja: lo público, lo que nos es común y por derecho nos
pertenece a todas y todos, puede ser también un lugar hostil, que excluye y no
aloja nuestras diferencias.
En esta oportunidad hablaremos sobre las relaciones de poder desigual que se
expresan entre varones y mujeres en el espacio público.
Con la división sexual del trabajo, a las mujeres se nos asignaron las tareas
domésticas y de cuidado dentro de la esfera privada; mientras que a los varones
les “correspondieron” las tareas remuneradas en la esfera pública con la
posibilidad de movilizarse, sociabilizar, intercambiar con otras personas y
establecer lazos de pertenencia con el entorno.
Pero no sólo eso, la exclusión de las mujeres de los espacios públicos supuso
especialmente limitar las posibilidades para el pleno ejercicio de la ciudadanía.
Con el tiempo, la división sexual del trabajo fue modificándose a partir de las
necesidades del mercado laboral pero principalmente por las sucesivas luchas y
conquistas de derechos a partir de la organización de las mujeres: desde el derecho
a votar hasta las luchas del presente, nuestra presencia en las calles es condición
de posibilidad para transformar las desigualdades sociales.
A principios del siglo pasado, Victoria Ocampo –escritora de la clase alta argentina-
fue una de las primeras mujeres en obtener el registro de conducir y realizar esta
actividad en la vía pública sin la presencia de un acompañante (algo atípico por
aquella época), y cuenta que al verla los hombres le decían “machona” y la
mandaban a lavar los platos, algo que hasta el día de hoy se puede oír.
A mediados del S. XIX algunas mujeres dejaron de usar corset y faldas pesadas,
para ponerse pantalones bloomers y pedalear cómodamente, y aunque no
faltaron las críticas, el rechazo y la acusación, ellas se abrieron paso con sus
bicicletas.
Sobre este tema les recomendamos la película árabe La bicicleta verde que cuenta
la historia de una niña que quiere andar en bicicleta, algo que en Arabia Saudita y
otros países de oriente medio, aún hoy, se considera un peligro para el honor de
las mujeres.